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TLC Colombia-Israel: acuerdo desigual, legitimación de la ocupación1
El gobierno del presidente Santos está a punto de dar un paso más en la “profundización” de las relaciones con el Estado de Israel: a través de sus aliados de la Unidad en el Congreso, pretende aprobar el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia e Israel, firmado por los dos países en septiembre de 2013. El TLC, como se ve, fue firmado hace casi cuatro años, a la espera de la ratificación final en el Congreso. Las dilaciones, sin embargo, no se deben a razones políticas o grandes obstáculos oposicionistas; en realidad, tiene que ver con la demora de dos años que produjo la necesidad de corregir “errores técnicos” del Tratado, una situación que duraría hasta noviembre de 2015. Desde entonces, el TLC ha pasado por tres debates, el último de ellos presentado el 30 de marzo de 2017 bajo el patrocinio de dos senadores de la Unidad – Alfredo Deluque Zabaleta y Jaime Yepes Martínez. Profundizar las relaciones con Israel, en términos puntuales, implica dos cosas para la sociedad colombiana: en primer lugar, la generación de una relación económica que produciría más beneficios para Israel que para Colombia; y en segundo lugar, un cambio en la orientación tradicional de la política exterior colombiana en torno al conflicto palestino-israelí, con la consecuente legitimación por parte del Estado colombiano de la ocupación y colonización ilegal que lleva a cabo Israel sobre Cisjordania. De acuerdo a lo que se puede traslucir de los debates que ya han tenido lugar en el Congreso, 1
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que incluyó una Audiencia Pública a la que fueron invitados diversos sectores del ámbito político y académico, se plantearon algunos juicios que hacen parte del acervo típico de los intelectuales “objetivos”. Uno de los estribillos de los defensores del TLC apela a la necesidad de incentivar las exportaciones y dar un mayor impulso al crecimiento de la economía colombiana; asimismo, el Embajador de Israel en Colombia, Marco Sermoneta, se sumó al coro agregando que la firma del TLC debe ser visto como “un acuerdo entre dos economías que se complementan y no compiten entre ellas”. Para completar su razonamiento, manifestó que Israel contribuiría con el TLC a promover el desarrollo del campo y del sistema de salud colombiano (citado en la página web del Senado colombiano). Más allá de esta expectativa fantasiosa de Sermoneta, el TLC básicamente reafirmaría o profundizaría una relación que se estableció hace tres décadas: en los últimos años, las exportaciones de Colombia hacia Israel se han concentrado en el carbón, equivalente al 94% del total, seguido por una ínfima proporción del 3% en la comercialización del café. Debido a que el carbón es explotado por empresas multinacionales, y aparte del hecho de que se trata de un producto de bajo valor que se explota a costa del despojo y el deterioro medioambiental, este aspecto del acuerdo no traería consigo un retorno económico nacional positivo. En cuanto al café, este ya entra a Israel con un 0% de arancel, de modo que aquí ni siquiera cabe pensar en una nueva situación creada por el TLC. Tampoco es cierto que el TLC vaya a generar beneficios al agro colombiano en general. Israel, desde el 2014, es capaz de suplir casi el 100% de sus necesidades alimenticias. Aparte del hecho de que esa capacidad no representaría aliciente
alguno a los agroexportadores colombianos, los agricultores israelíes están escudados por fuertes medidas proteccionistas que alcanzan incluso niveles del 17% de subsidios a sus ingresos. Los mismos negociadores reconocen esta situación en un documento conjunto publicado hace varios años por los Ministerios de Comercio de Colombia e Israel (titulado Israel-Colombia Joint Study on the Feasibility of an FTA). Allí, se sostiene que las exportaciones colombianas crecerán a un ritmo “mucho menor” que las exportaciones israelíes, a lo sumo un crecimiento del 2% equivalente a un 1 millón de dólares. Desde el punto de vista de las exportaciones israelíes, en cambio, la situación tendería a mantenerse o a mejorar. De acuerdo a la ONG Boicot a Israel, Colombia compra a ese país alrededor del 50% de las armas y equipos militares -por cierto probadas en el terreno contra la población civil palestina. Y si nos atenemos a la percepción que se ha creado el presidente Santos en torno a ese país –¡orgulloso de convertir a Colombia en el Israel de América Latina!-, no es descabellado suponer que incluso en un escenario de posconflicto el Estado colombiano seguirá el ejemplo de una sociedad militarizada bajo el control de una élite civil expoliadora. Si algo puede reflejar mejor la relación asimétrica que se estaría generando –o mejor, profundizando- es la formación de “acuerdos desiguales” en la licitación pública. Como se sabe, los TLC tienden a igualar las oportunidades en ese campo, pero de acuerdo al ordenamiento legal colombiano, la figura del “trato nacional” otorgado a las multinacionales impide privilegiar a las empresas nacionales, mientras que el de Israel sí permite favorecer a sus empresas. Esto y algunos aspectos más –por ejemplo, la tendencia gradual a comprar las patentes israelíes en un
contexto en el que Colombia tan solo invierte el 0,2% de su PIB en innovación y tecnologíarefuerzan esta anomalía. Los TLC no son “malos” per se. Lo malo estriba en firmar ese tipo de acuerdos cuando no están dadas o no se crean las condiciones para llevar a cabo una relación económica simétrica. Pero si ello no fuera suficiente, el TLC implica un cambio en la orientación de la política exterior colombiana en torno al conflicto palestino-israelí: el gobierno nacional, desde 1947, ha asumido una posición “neutral” que evolucionó desde la abstención en la firma de la Resolución 181 que dividía Palestina en dos Estados, hasta el fomento de una salida negociada que dé paso a la existencia de una Palestina viable que conviva codo a codo con Israel; ello implica además favorecer el desmantelamiento de los asentamientos ilegales en Cisjordania y el derecho de retorno de los refugiados, expresada en más de tres docenas de votaciones en la ONU. Con la firma del TLC, el gobierno del presidente Santos estaría trastornando esos principios. El TLC, en pocas palabras, legitimaría la colonización israelí de Cisjordania, debido a que de las 312 empresas israelíes que exportan sus productos a Colombia, unas 5 tienen sus sedes en los territorios ocupados. En efecto, en el tratado se hace referencia al territorio israelí como el “territorio donde se aplican sus normas arancelarias”, es decir, que incluye los productos producidos en los asentamientos ilegales (en la Unión Europea, por ejemplo, se exige un etiquetado especial para esos productos). No sobra recordar que ello también implica que los aranceles que corresponden a Palestina por derechos pagados por los exportadores colombianos, irían a parar a manos de Israel. En
este sentido, aunque parezca paradójico, ni siquiera el ex presidente Uribe llegó tan lejos. El TLC, en síntesis, llevará a profundizar la relación especial creada por el presidente Santos con Israel, con la segura consecuencia de seguir apoyando silenciosa y lentamente el proyecto histórico sionista consistente en consolidar el Gran Israel. Honorables Senadores: en nombre de muchos ciudadanos que creemos en la justicia y la buena fe que guía sus acciones, estando todavía a tiempo de evitar una mayor catástrofe, pedimos que se asuma una posición valerosa y se rechace el TLC, o como mínimo se hagan los ajustes necesarios para no legitimar la colonización de Palestina.
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Imagen portada tomada de: http://www.gentiuno.com/gt1media/2013/06/Santo s-en-Israel-junio-2013-foto-4.jpg