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SALUD, SABOR Y AMOR

Si puedes perdonarte que unas papas a la francesa te gusten y las disfrutes, sin que por eso caigas en la tentación de comerlas todos los fines de semana, habrás logrado un enorme avance. Y si puedes prescindir de ellas sin que camines por la vida como si te faltara algo o sentirte molesto porque aportan energía, no has todavía entendido cuál es la naturaleza del comer. Si logras mirarte al espejo y abrazas cualquier detalle que “no te guste” y que las críticas de los medios sean como un pensamiento que pasa volando, pero no se detiene… estás sano.

Salud, en toda la extensión de la palabra, no es la locura, en la que nos han metido hace años, de buscar ser perfectos, vivir eternamente o ser jóvenes para siempre. En la realidad, las fotos que te muestran en las revistas están “retocadas”, como también los anuncios de la comida para venderse. Todo mundo sabemos que la mercadotecnia maquilla, ajusta, ilumina, etc. En fin: miente. Pero eso ya lo sabemos y lo dejamos pasar porque nadie espera que la lavadora dé vueltas por sí sola con el jabón: requiere electricidad; y no esperamos que la hamburguesa se vea como la de la foto. Entonces ¿por qué nos

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exigimos ser tal y cómo los medios

lo piden? Hace unos días leí cómo hemos pasado de las imágenes de dolor intenso a las de alegría excesiva: la humanidad se conectaba con su corazón o se emocionaba si aquello le causaba una profunda tristeza o dolor. En el momento actual las imágenes reflejan sólo un estado de felicidad constante como medio de conexión en las redes. Lo decisivo es conectar con las emociones de toda forma. La mercadotecnia no está equivocada: sabemos que un recuerdo perdura en la memoria a según del nivel de emoción que lo acompaña. A esto se le puede llamar código o chip: por eso ya hay quien vende su proyecto como un cambio de código. No es que esté mal, sólo cuestiona el tipo de información que se ofrece. Pero, regresemos un poco… Antes nos educaban con el miedo y ahora nos piden que consigamos están-

dares de perfección con imágenes de alegría “misteriosamente” disfrazada de

logros. Pareciera que el único camino para ser saludable es irse a los extremos: contar calorías, no comer ciertos grupos, hacer horas y horas de ejercicio, leer todas las etiquetas, no comer, comer de cierto grupo, lograr objetivos a costa de todo… pertenecer a un grupo, tener un estilo de vida…

Les diré que no soy una compradora común y no estoy hablando sólo de comida. No soy una persona a la que la mercadotecnia la atrape fácilmente y, definitivamente, no me

dejo llevar porque a muchas perso-

nas les parezca bien o le den “likes” a los lugares, alimentos, productos o la moda. Sin embargo, considero que la comida no debería nunca haber llegado a esa locura de temporalidad, imaginación y ganancias. No importa si es invierno, si estás en la playa, si estás en un grupo en particular; la comida no debería combinar con nada de eso; debe res-

ponder a las necesidades biológicas

para garantizar su adecuado aprovechamiento y para que todos podamos funcionar de manera adecuada.

Soy muy especial con lo que disfruto y comparto y, en general, no me considero una persona que no coma

“nada” que no sea nutritivo. Es decir, no vivo checándolo todo, como en la calle y seguramente nos encontraremos en algún sitio donde el azúcar, la grasa y la proteína se combinen de maneras deliciosas. No estoy en contra del placer de la comida, pero lo que me gustaría es que hubiera una especie de revolución en el ejercicio

de observar aquello que llamamos

“alimento” y aquello que llamamos

“ser” saludable. Las cosas más simples nutren; los alimentos menos procesados son los reyes del contenido de sustancias adecuadas para nuestro cuerpo. Por eso no se requiere de tanta elaboración para nutrir, pero - quizá sí - se requiera de mucha más astucia para lograr encantar a los sentidos. La mayoría se pierde éste equilibrio tan delicado: no sólo los comensales, sino los que ofrecen las ideas, los magos de la cocina y por supuesto los magos de las ventas.

Somos una especie relacionada con la comida de formas muy diversas. Están los que aman comer, los que se apasionan con la comida y la adoran, los que no opinan de eso, pero es necesario, los de “sabe rico” e, incluso, hay quien dice que es una acción no tan necesaria e imagina que pueda tomar una pastillita que aporte todo lo necesario.

El comer deberíamos haberlo aprendido - como el resto de los animales - por supervivencia, por garantía de bienestar, por mantenimiento y recuperación, por reforzar las defensas y, claro, por placer. Pero no sólo por placer, como quieren hacernos creer. Escuche el comentario de una pequeñita de sólo 9 años: “Mi mamá dice que la belleza cuesta, cuando decidió no comprarme el helado”: la imagen antes que lo demás. En lo personal no sé si la edad me va liberando o soy yo la que ha decidido darle su lugar a cada cosa; no estoy interesada en durar para siempre porque eso es una locura y ya no caigo tan fácil. Las chicas que piensan que sólo a ellas se les presiona, intenten ser nutriólogas y luego observen cómo te miden con la mirada sin antes haber preguntado algo de teoría. Los años que puedo vivir y disfrutar los deseo más

allá de la locura de seguir un estándar de belleza eterna e

inalcanzable. Los cuerpos envejecen, las almas se vuelven más sabias o eso espero. No estoy a favor del sufrimiento innecesario. ¿Cuidarme?, claro que sí, pero sin dejar de amarme cada día con lo que venga. Me agrada el maquillaje y puedo salir sin él. Me gusta la buena comida, me gusta el movimiento, y he logrado abrazar el descanso sin esa terrible sensación de culpa por no hacer nada que mi generación y la generación de mi madre no lograba pasar. Esa sensación de culpa ya no funciona y doy las gracias por eso. Mi hija me dijo el otro día las palabras más esclarecedoras: “Mamá no sólo es no, necesito saber por qué no. Explícame para que yo lo entienda”. Las nuevas generaciones van más allá de los sustos de “hace daño” o, como les decían a los niños, “los dulces tienen tierra”. Requerimos mirar a las personas desde que nacen como personas, como seres a los que respetar. Es explicar poco a la vez, a su ritmo y con lo que conocen, pero no mentir. Sé que incluso habrá momentos en que la mejor explicación no baste y entonces tendremos que pedir que

confíen en lo que estamos haciendo

por experiencia y con todo el cariño. Lo mismo debemos hacer con nuestro niño y niña que recuerda el dolor por falta y por exceso, que aún no logra sentir protección y por eso los kilitos de más.

Imaginen la perspectiva de ser cambiado, o cambiada, por un modelo mejor, por un cuerpo mejor. ¿Y la persona? Observemos en qué estamos educando y qué estamos consintiendo; abrazarnos es un trabajo de todos los días, sin juicio y sin culpa. Tus experiencias pueden darte una nueva manera de mirarte. No siempre tenemos que seguir un camino ya conocido: ¿por qué no hacer el propio? Yo camino todos los días en el campo de la nutrición y comprendo que hay un sinfín de circunstancias por las cuales podemos descuidar nuestro cuerpo y no siempre es el puro gusto: tal vez porque enojados, frustrados o porque tenemos poca disciplina o porque no nos queremos. Y hay quien se “cuida” destruyéndose, por contradictorio que parezca; cuidar sólo el cuerpo es pulir el auto sin pensar en el chofer. Y confió que ya estemos más allá de ese concepto.

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