LA MANO DE JULIA
15 de Febrero, las primeras luces del alba descubren el cuerpo inerte de una joven muchacha en el puente San Pablo de Cuenca, ciudad que en su día la vio nacer. La gente se aglomeraba alrededor del cadáver, todos contemplando con gesto enigmático el charco bermellón que brotaba de su muñeca, la cual se hallaba desnuda, no por la falta de abalorios, sino por la ausencia de su mano. El detective Sánchez se acercó lentamente al cuerpo mientras escuchaba los murmullos de la gente expectante. Varios de ellos coincidían en el rumor de que un hombre desconocido últimamente solía rondar por su casa. El detective no tardó en fijarse en la presencia de una caja de bombones abierta y volcada junto al cadáver. Cogió uno y lo guardó en su bolsillo. La policía interrogaba a la gente buscando algún testigo, pero todo era en vano. No obstante, varias personas cercanas a la víctima hablaban sobre el hombre misterioso, pero nadie le conocía. En el pequeño laboratorio se adivinó que el bombón que había cogido Sánchez contenía una pequeña cantidad de cianuro, suficiente como para acabar con una persona en pocos segundos. Los días posteriores al asesinato, cuatro agentes de policía que se encargaban del caso, interrogaron a la familia sobre el hombre desconocido, que hasta el momento era su mayor sospechoso. Solo el padre contestó afirmativamente sobre aquel hombre: -
¿Reconoció alguna vez al sospechoso- preguntó el agente.
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No, siempre iba a ver a mi hija por la noche, tras salir del trabajo y solo vi a ese hombre dos veces, pero siempre se escondía en un callejón oscuro.
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¿Cree que tiene que ver el misterioso personaje con el asesinato de su hija? –preguntó el agente mientras anotaba todo en su bloc de notas.
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No lo sé, solo lo vi dos veces –aclaró el padre.
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¿Puede describir al sospechoso físicamente, aunque no le haya visto la cara?
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Era bastante alto, como 1,90 m de altura,…, y robusto. Además, creo cojeaba un poco al irse, así que tendría una cierta edad.
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Gracias por su información, caballero –se despidió el agente de policía.
Con estas características dadas por el padre, la policía elaboró unos papeles que colgó por toda la ciudad con los rasgos característicos que conocían: alto, robusto, cojeaba y de unos 40 ó 50 años.
Al poco tiempo, una mujer anciana apareció en la comisaría informando de que aquel extraño individuo era su vecino y que estaba loco. La policía no tardó en actuar y detener a aquel tipo. Tenía la cara arrugada con un pequeño bigote. Y era cierto, el sospechoso, que ya podía llamarse presunto asesino, cojeaba. No tardó en confesarlo todo y los motivos que le empujaron a hacerlo: -
Conocí a aquella mujer en la puerta de un teatro, en la que yo estaba llorando por la pérdida de un familiar en un accidente de tráfico – confesaba Alejandro, el asesinoElla me vio y no dudó en venir a consolarme, me preguntó mi nombre y me invitó a cenar. Yo creí que ella se había enamorado de mí, pero estaba confundido. Al llegar a la una de la madrugada ella marchó, pero seguimos viéndonos cada cierto tiempo como amigos. Me enamoré de ella. Una noche se lo dije, se lo confesé, le dije que me gustaba y que la quería, pero ella ni siquiera me respondió, se marchó corriendo. Estuve tres días llorando. Una tarde contacté con ella y le dije que a la una de la madrugada del domingo quedásemos en el puente de San Pablo porque necesitaba hablar con ella urgentemente. Se lo supliqué. En un arrebato de ira pensé que si ella no era mía, no debía ser de otro hombre y pensé en la idea de los bombones envenenados. Cuando nos vimos le pedí la mano en matrimonio y cuando yo la buscaba para cogérsela y ponerle un anillo, ella la apartó, diciéndome un no rotundo que rompió mi corazón en mil pedazos. Le di los bombones para quedar como amigos. Los cogió sin decir ni una palabra y probó uno con forma de corazón. Al instante, cayó sin vida al suelo, me agaché y le corté la mano que era mía.
En efecto, aquel hombre estaba loco, loco de un amor que no le correspondía.
Mario Manzanares Daniel Moreno Tomás Morales