Juan Carlos Mestre
Veinte euros de gelatina de calabaza
En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, EE.UU., Europa y Latinoamérica. En 1999 obtiene la Mención de Honor en el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional, y semejante distinción en la VII Bienal Internacional de Grabado Caixanova 2002 y el Premio Internacional de arte gráfico Atlante 2009. Su colaboración con otros creadores y músicos como Amancio Prada, Luis Delgado, Hugo Westerdahl o José Zárate, ha sido recogida en varias grabaciones discográficas.
Juan Carlos Mestre
Jornada de Lectura y Escritura (II)
Veinte euros de gelatina de calabaza
Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, es autor de los poemarios Siete poemas escritos junto a la lluvia (1982), La visita de Safo (1983), Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonais, 1985), Las páginas del fuego (1987), La poesía ha caído en desgracia (Colección Visor, Premio Jaime Gil de Biedma, 1992) y La tumba de Keats (Editorial Hiperión, Premio Jaén de Poesía, 1999), libro escrito durante su estancia como becario de la Academia de España en Roma. Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007). De reciente aparición es La casa roja (Editorial Calambur, 2008), su última entrega poética y por la que se le otorga el Premio Nacional de Poesía 2009.
Cuadernos de Mangana
Veinte euros de gelatina de calabaza
Juan Carlos Mestre
Veinte euros de gelatina de calabaza
CUADERNOS DE MANGANA 51 CENTRO DE PROFESORES DE CUENCA
© Juan Carlos Mestre para los dibujos, la viñeta de portada y texto. © Centro de Profesores de Cuenca Plaza del Carmen, 4 16001 CUENCA Tel.: 969 231 218 – cuenca.cep@jccm.es – http://www.cepcuenca.com
Impresión: Eurográficas, s.l.l. C/ Colón, 27 16002 CUENCA. Tel.: 969 230 556 – Fax: 969 236 136 – eurograficas@eurograficas–sl.es
ISBN: 978-84-95964-61-8 D.L.: CU-16-2010
Cuadernos de Mangana es una colecci贸n de textos pertenecientes a distintos autores que han participado en cursos de este Centro de Profesores.
Veinte euros de gelatina de calabaza corresponde a la intervenci贸n de Juan Carlos Mestre en el curso Jornadas de Fomento de la Lectura y la Escritura de abril de 2010.
VEINTE EUROS DE GELATINA DE CALABAZA
Los funerales tendrían que ser en los pantanos. Parece justo que los vivos que acompañan al muerto también lo pasen mal. Henri Michaux
Veinte euros de gelatina de calabaza
Te amo por algo venidero que no tiene que ver con la felicidad. Mis relojes marcan cada uno un ayer diferente y el Tiempo, aquel tiempo presente y el tiempo pasado presentes en el tiempo futuro, etcétera, del viejo Eliot, es conducido a punta de revólver hacia el cementerio de las ambigüedades. Una vez allí los poemas pata de palo constatan el rigor mortis del otoño mientras el carpintero de los suicidas corta muérdago en las axilas de la Navidad.Ya nadie se atreve a decir que la hierba es elegante, nadie que la luna es guapa. El azar es un ataúd con teclas de piano que flota en el río, señoritas encrespadas que escupen en el lavatorio de los vagones cama y excitan con un dedo la máquina de coser. Ahora dios se llama Adonais, un taxi a las estrellas. La Edad Media agotó la paciencia de los enamorados, ángeles en caída libre pudriéndose en las cajas de música. En qué diablos estaría pensando, en qué Galpón de las Delicias donde se recogen al amanecer las bailarinas del pep-show. Graznan los sinónimos del ruiseñor en la infancia del forajido y el lenguaje del ausente Freud se desplaza como una ballena de agua dulce tras la inteligencia de los tranvías.
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Mi amor estaba hecho de cosas simples como un botón y una llave. Los ojos adiestrados eran atractivos como asteriscos, barredores de diamantes que se perdonaban sus defectos en la oscuridad y discutían sin llegar a las manos con los drippings de Jackson Pollock. A veces pienso si es el año del gallo o si será el año del perro. Igual las tormentas sentimentales se agitan como leviatanes en el guante de una gota de lluvia. Era el tejemaneje de los suspiros, el horizonte soñador por poner un ejemplo, las estolas del engreimiento de dios. Probablemente la prensa no publique estos contactos con el oxígeno, sólo esquelas de gobernantes vivos y chicas cangrejo, censos con las violetas del Síndrome que envuelven en toallas de Viena marineros ancianos. Bienvenida ignorancia, valoraré tu silencio en la indigencia per cápita. A todas horas, como soldados al plomo acorralados por un monólogo, las estaciones de onda corta trasmiten noticias de los tornados, aconsejan el uso de preservativos, sensibilidades azules inconfundibles con unos pantalones tejanos y algún que otro arquetipo de teólogo publicitario. Según Robert Lowell cuando el Vaticano dictó el dogma de la Asunción de María, la muchedumbre en San Pietro gritaba Papá. Cuidado, soy un capataz robusto que no permite chistes en el trabajo.
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En mis sueños aparecen personajes atormentados y teatritos argentinos, aparecen enormes hígados blancos subidos a los trampolines. Entonces, querida Elizabeth, un judío con gorro de papel de periódico no es más que un muchacho que presiente una mano fría acercarse a otra mano caliente, alguien que ha muerto pero sigue caminando a tu lado, se acuesta en tu cama, te humedece el albornoz, deja colillas en el escritorio. Recuerdo una carta de Rojas, Gonzalo, desde las Montañas Rocosas hablándome de los faisanes: Hijo, la poesía comulga con ruedas de molino. Está bien, me pondré en la solapa una noche de papel aceitado y saldré a jugar con vuestras devociones en los billares donde se desvanece el asesinato de Trotski. Los amantes tienen en la garganta un gato mágico y campanas de Praga, pero igual las mejillas de los recién casados se oxidan ante los vasos de leche. Ahora todo lo que tuvo que ver con el elocuente erotismo queda a dos pasos de algún local de comida rápida.
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Te cultivaré con entusiasmo en una maceta, te despeinaré los cabellos hasta que te parezcas a un árbol que regresa de hacer el amor. Luego abandonaremos este barrio sin luz y me entregarás a otro experto coleccionista de lágrimas. La belleza de Rimbaud es un póster de estudiante, pañales en la pajarera del talento. Mala suerte este continente garabateado a bolígrafo, un torreón demasiado hogareño para los esquivos vencejos, paparruchas del anestesista de la imaginación en el museo de los dictáfonos. A tenor de las estadísticas la eternidad sólo queda a tres cuartos de hora en dirección al próximo concesionario. Un bosque no es una hilera de pinos, métetelo en tu cabeza de veinteañero, ingenua como el hemisferio otoñal de una trombosis. Odiaremos por este orden al bibelot de la novia, los dirigibles y las tortugas con uñas. No ocultaremos nuestro vertiginoso ascenso a lo desconocido, día y noche entre las educadas actrices cobijadas en los capellanes, como avispas en la bañera, como espuma de afeitar desprendida de los glaciares hacia la cháchara de las cañerías. Pero recuerda, recuerda que eran de costra y de sangre y de Zurita las cordilleras y el cielo. Tachaduras, palabras ennegrecidas anotadas en un cuaderno por la mano amputada de Louis Aragon.
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No encuentro ninguna razón para decirte adiós. Chao, hasta el año que viene. Soy miedoso como un abstemio sentado en el banquillo, lo que se dice un vegetariano emocionado ante las magnolias. Ningún adolescente debería salir tan a menudo con una profesora de paracaídas, ningún vacilante adjetivo sinceramente burgués moderarse ante el semillero de encajes. En dirección contraria circula el exceso, una embriaguez sin ruido que define con astucia al relámpago. Amo las bestias pelirrojas que abandonan sus anillos en los ligeros andenes donde se detiene a morir la infalibilidad. Amo esa verbena de cometas de papel guiadas por un sol humilde hasta el escarabajo de la patata. Ahora bien, Personalidad, si se ama lo que se ama también se detesta lo que se detesta, el algodón de azúcar que relinchan los feroces rubios en las gasolineras, cierto pincel peso mosca de la Marlborough con la inteligencia del tamaño de un féretro, el típico imbécil sintonizando a todas horas la famita de su radio portátil. ¿Qué me dices, alegre caramelo balsámico? Trágico porvenir la ronquera de la Sibila en el frigorífico de la última morgue.
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No hay pérdida, siga usted todo recto y al llegar a Plegaría del Alumno tuerza hacia Costanilla de los Desamparados. En el primer portal pregunte por la casa de los locos, oirá bajo sus peldaños a las dactilógrafas de charla con la escolopendra, verá a la brújula del nordeste discutiendo sobre la repisa con el cerebro en un frasco. No será para tanto, las arenas del desierto exageran como hermanos pequeños y las anguilas nunca enroscan del todo su catecismo a los pequeños cuellos católicos. Aquí cada vida tiene garantizado el fracaso, una palada de abono para Las flores del mal, un caribú que se disfraza con fieltro barato al presentir los sedales de la Nomenclatura. Pase, adelante, esta es su casa. Vi al severo junto a su bombona de propano, veo al desconchado en la grieta del profundo graffiti. Vi a los excitados por su vómito que agonizan tranquilos antes que sus propias células los tomen por tontos. Oigo al que tose carburo, el que pide una pausa de cortesía contra la malicia del cursi, oigo al anónimo pisado por el subalterno en el baile de máscaras, oigo al que acerca una palangana con ceniza a los que gimotean. Dicen que cuando uno muere entra en la respiración de la música, allí estará Dylan junto al ballet de las cruces rubias, allí los azules sin nicho, Dido y Eneas con la preciosa rigidez de un yonqui en los escaparates de infancia. Vamos a dejarlo así: hélices, helicópteros, ardillas voladoras… Gusanos gramáticos que se meten por debajo de la puerta como un claro de luna en el autoservicio del insomnio.
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Mediocre autodestrucción, pero excelente belleza para ser roída por la inteligencia de los enemigos. Me dijeron que pasara de largo pero sentí el pulso débil y todas las farmacéuticas a la redonda tenían la cremallera cerrada. Si no te hubiera conocido en la acera donde hacen tilín los quarks me hubiera quedado con una mano tendida en la lavandería del ferrocarril de la miel. Llevo varias noches disuelto en el decaimiento, apenas sostenido por el aroma a violín guisado de los niños cantantes. Sólo el fugitivo marino perseguido por el tribunal de las olas es más libre que yo, sólo el caminante que ha salido hace ya mucho tiempo de su rostro. Hay un hollín blanco en las chimeneas que conectan la intimidad de mi caja fuerte con los aparcamientos, algo vivo en el sudor de la escarcha cuando lady leñador se apea con su amante sobre la glorificación de los arándanos. Nada de histerias con el significado, si uno decide llevar una vida de camarero no debe enamorarse de las dramaturgas a quienes sirve el té. Gracias, he dejado la religión del tabaco, no fumo promesas, sólo aspiro opiniones. ¿Te acuerdas de Let it be? En momentos de angustia la madre María se acerca a mí diciendo sabias palabras, déjalo ser, y en mis horas de oscuridad ella se queda delante de mí diciendo sabias palabras. Déjalo, déjalo.
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Te amo por algo venidero que no tiene que ver con la felicidad. Eres todo cuanto ha sido arrancado de mi vida y ahora crece en un lugar más hermoso. Los regalos darán sus frutos, las fieras del sentido abrirán su floración en el zoológico a los representantes de Cristo. No hay otra manera de decirlo, no hay otro modo de ponerle celuloide al zapato: tu frente se refresca donde abreva un pueblecito de corzos y los bellos dueños se arrodillan con sus músicos. Muchos solitarios vivirán tranquilos en la mitad desechada de sus días, madurará la calderilla en el pabellón del polen y cada invento morderá su opio. Los monjes quebrarán sus jarros contra el muro, se otorgará perdón al podador por la incomodidad de los cerezos. Vivirá otro aullido en los poemas muertos, habrá un soplo de girasoles encorvados oteando por la mirilla. Se están abriendo las troneras esmaltadas, ya salen remendados faraones de su estómago negro: la sordera de Platón mutilada como un seto por el estribillo, la autoescuela de Barrabás hacia los sinceros mármoles. Luz en las cavernas, luz a los atados a la propia columna de su canto. El decorado de la muerte guiña su autoridad al lobo del aprendizaje, pero las chapas de las botellas saltarán a lo desconocido donde los maravillosos imbéciles aguardan la resurrección en su siguiente película.
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Estás en el coro enigmático adornada por la sospecha, crujes como un destartalado tiovivo infantil, sometida al halago como el coche que estrena un macarra. Huir no es fácil, menos aún quedarse ahí, sentado sobre la cerilla quemada como un insecto pensando en la jalea de alerce que todo lo cura. El manotazo del crepúsculo arrancará su ropaje al amarillento zar compungido y la realidad, esa existencia pasada presente en el tiempo futuro, se traduce en cansancio. Una ceja lunar con los subtítulos de lo misterioso es el agobio, algo semejante a un rebaño de nervios deformado entre el paréntesis de los barbitúricos. Meras disquisiciones sin porvenir, argucias de conductor, el auriga que ha visto una pradera de cristales ante el parabrisas y consiente la carcasa de Adán y admite la salazón del diablo y se acepta en la gratitud egocéntrica. Nada preguntan allí ningunos labios al que asiste a sus propios ceremoniales, nada le dicen al presunto las pompas de lo inútil donde ya gobierna el rimador de los gansos. Oh amiga temible, así las drogas líricas ordeñan el estiércol para la muchacha que en las camas dulces del verano lee círculos enfermos, libros de raras mejillas. Ahora desnudarse es la única solución política, un acto de buena voluntad que pudiera atraer algunas formas de suerte, el confort que afeita las escobas, colillas de versos que tira bajo la tarima la desobediencia del párvulo.
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Toqué la puerta y salió a recibirme la mesa. Abrí un país sin rostro y salieron ríos enamorados desde la oscuridad de la Tierra. Almacené lo que no cuadraba, esto, aquello, manchas de aceite sobre las cosas que se hunden. Exporté la visión del huevo abarrotado con pestañas de mono y la lengua que rueda ovillada hasta los telones. Contemplé mi propio linchamiento a manos del soldado desconocido. Pero la muerte pensaba alabanzas al mar de Chagall, la utilidad de una vaca azul tocando el violín, veía los desiertos de amor desbordados de agua. Lo acepto. Hago mermelada de relámpagos con palabras desprestigiadas, disparo tulipanes contra el Apocalipsis. Querido Niall Binns, el conde uruguayo no tiene rival a la hora de confesarse. Óyeme bien, yo estaba partido en mil pedazos como un silencio de barcas arrojadas por la galerna al baldío de las ingeniosidades. Mala madera para crucificarse. Escuchaba una taberna de sonrisas secretas donde alguien hacía ruido arrastrando las cadenas del mundo, pero creía que era pienso para el ganado, coches de bomberos dirigiéndose a la madriguera de los conejos, algo parecido a un apetito que justificase la depresión de las llamas embalsamadas. Creía, claro que creía en la irreal melodía de los que regresan por turnos al lugar sin paraíso, al techo de los barracones donde revolotean hasta caer los que nacen con una marca, un precinto. Si me dices una palabra más nos divorciamos, repuso la paisajista al aprendiz de ornitólogo, un cormorán es un pensador solitario junto al pozo de las inculpaciones y todos tus sueños van a ser destruidos. Lástima, añadí, lo que se dice un puritano, la precocidad de un convento donde la joven madre abandonará su romanza.
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Veo inclinarse a los criminales sobre los hombres que no duermen. Veo al que se busca y a aquel que se aleja con vehemencia del lugar donde se extingue el pálido padre de un oscuro mago. El doctor Fisher no es psiquiatra pero igual me receta una guantera de doncellas salvajes para el parloteo con las adivinas mientras reescribe La Iliada. Ahora estamos más lejos que los ancianos de su fiel tiranía, desde un punto de vista estrictamente médico somos el herrero holgazán, la mofeta de las musas pútridas, un club de incurables hijos únicos reuniéndose una vez por semana alrededor de la vara que golpea a los perros. Un cofre de naderías bajo el sombrero, una imaginación sin ventanas en el centro de nosotros mismos, como los enterrados que aún tiemblan en sus cuevas y oyen allí las filtraciones, gallos insidiosos como príncipes tentados que se incrustan en lo superfluo. Es el tiempo de las semejanzas y la retórica manda yeguas cargadas con plata al vicio de las bodas que no tuvieron sitio. Puertas giratorias, cajas de cartón con el énfasis de las utopías marxistas, las zapatillas, el despertador, una agenda de 1972, la columna vertebral del suicida. Adiós juventud colgada de un gancho, no sé quién soy, tampoco sabré de quién me despido.
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Algún día los manicomios se llenarán de música y ya nadie querrá añadirle más estrellas al cielo. ¿Tú crees que nos habremos beneficiado? Es extraño encontrar a alguien dispuesto a rejuvenecer de repente. Cuarenta años atrás casi todos los poetas tenían bicicleta y el pelo castaño, recogían arroz en las ciénagas y un perdiguero les traía la correspondencia desde el lago Ness. Hombres de sangre caliente, honestos colonos procesados por el uso inadecuado de las propiedades del gobierno. Personas corrientes con todas las notas de la intuición asomadas al sácame de aquí de la pesadilla, gente buena poco dada al abandono de heridos y la ejecución de desertores. De noche la marea de hambrientos subía hasta las bandejas de la ciudad detrás de la flauta de Vladimir, y el monóculo de la indiferencia segaba en las alcobas la hierba de los amores muertos. Un revolucionario ha de llevar una vida campestre, así cuanto escriba no será el pistoletazo de un policía decepcionado. Un Comandante ha de tener humor de barracuda, así en cuanto oiga le sonreirá la basura. Ya se sabe, cada poder tiene su aparato eléctrico, una encapuchada que monta un trineo tirado por aves rehuídas de las visiones. Pero la muerte sigue siendo exactamente vulgar: te quitan la ropa, te lavan, luego te mandan a orillear lo eterno recomendado por una pandilla de gilipollas.
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Aquel fue un año solitario y las palabras se pasaban el día acostadas, literalmente puestas en la peor tontería hasta liarse unas con otras. Emociones de cuarenta y cinco grados en los espejos retrovisores donde se proyecta un final de película. Coplas al aire libre que diría un sincero creyente de lo verdadero y lo falso. Hay que estar preparados, esas cosas chirrían y pueden acabar con tu carrera como un meteorito con los dinosaurios. Buenos consejos de bisabuela. Para llegar al sol hay que construirse una buena escalera de brezo, cualquier pipa barata termina por quemarte los dedos con su hocico de estaño. De lo que se tratar es de ir quedando bien con todos, un cielo color ciruela para las máquinas tragaperras, cuevitas de saxofón para los escarabajos egipcios, más o menos una simplificación de los pecados capitales, monumentos al modernismo con las solapas del abrigo subidas. Boberías de un broker de Castellana Street meando whisky en los lavabos del muelle. Eso creía, eso pensaba yo mientras se desmoronaban los litorales, mientras las uñas se iban desprendiendo de los miembros hinchados y los devotos de la Protección Civil llenaban la iglesia con restos de los cadáveres. Me has dejado solo, dijo entonces mi dueño, todo desertor halla su gloria en el puñal enemigo.
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Abres los lechos, entra la partida de ajedrez. Abres las edades, entran las dentaduras postizas como acueductos dinamitados. Abres los parques, llegan las mutilaciones, se dan los buenos días quienes dormitan en los laboratorios blandos de la naturaleza. Allí vive Rilke tras la puerta sin nombre, pobre en el marfil del espíritu, allí pierde peso, adelgaza hasta el blanco. Queda su bulbo, queda el perfume que avergüenza la promesa de los rígidos brotes. Ahora tú serás la licencia del anochecer, un timón entre las piernas, el toque de réquiem por los milicianos de la filología. Ninguna luz que no sufra habitará la casa sin serpientes, ningún profeta aplacará la abstracción del desprestigiado Mesías. Porque todo lo que podría significar esquiva ya su significado, se rozan los amigos tapados bajo la barca y la botánica cicatriza el desconcierto donde cada fracaso se transforma en rocío. Los extranjeros renuevan su hueco en las comisarías, lo izquierdo cruza hacia el norte las piernas bonitas. No reconstruirá su codicia lo desechado en la balanza: el peso de los ritmos: o sea: las migraciones de la mentira como ánades peregrinas hacia el señuelo de tinta: lo que significa: el prejuicio sentimental: un árbol con abejas mecido por el aliento de los caballos cansados: es decir: las telarañas del delirio en el futuro cementerio de tales tormentos: ya vieja la hermana de Shakespeare: esto: los pedazos de William.
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A la puesta del sol las ranas de la edad viril se tragan las balas del General Custer como pepitas de oro. Hay un tiempo presente y un tiempo pasado y un tiempo futuro. Hay un General del Ejército de los Estados Unidos muerto en la batalla de Little Bighorn hacia finales de junio de mil ochocientos setenta y seis. Hay un General al mando de doce compañías del Séptimo Regimiento de Caballería llamado Cabellos Largos por los cheyennes. Hay una coalición de sioux y arapahoes. Tramperos ingleses al mando de doce compañías contra la gente del Lago Spirit, los que disparan entre las hojas, los del pez que no sabe para qué vino a la Tierra. Entierro los zapatos gastados, entierro las camisas y las estilográficas. No merece la pena seguirle la pista a un ladrón de bengalas, la prudencia equivale en distancia a un kilómetro chino y el emérito Ezra se ha jugado a las tabas su tenderete contra las pestañas del rayo. Ahora cualquier grillo entre las baldosas podría ganarte al brigde, cualquier camarero de prestigiosas esdrújulas financiar con propinas tu asesinato. Oyes el tiempo pasado, oyes el escaso tiempo presente y el improbable tiempo futuro. Desde el motor de las gárgolas arranca un montón de murciélagos, la Viuda Negra no vale un carajo y Fred Astaire baila claqué en las catacumbas de Roma.
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Te amo por algo venidero que no tiene que ver con la felicidad. No, no tengo ningún temor a ser confundido con los ojos de René Crevel en la madrugada. En el music-hall de mi corazón no hay lugar para los cementerios. Soy partidario de tomar prestado el talento de los demás, algún día lo devolveré con una nota de agradecimiento. La crema de los arcángeles sabe a Pierre Reverdy. No estoy dispuesto a pelearme con nadie, donde quiero ir se llega antes en metro. Te regalo mi vida, el porvenir sin oficio y la maleta con besos del viajante de imanes. Hay panecillos en el plumier, hay violetas africanas en el botiquín de primeros auxilios. En todos los racimos de viento baila un adiós de abanico, en esta bola de nieve cruje un somier ermitaño. Rezad por lo que parecía una fácil victoria de los chaquetas azules. Dicen que cada siete segundos pasa desapercibido un milagro. Yo soy el amor, tú eres el amor, nosotros fuimos el amor. Por el amor en peligro, uno, dos, tres salvavidas.
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Este librito pertenece a la memoria de Diego Jesús Jiménez, amigo irrepetible, poeta en la máxima revelación de la conciencia.
LA PRESENTE EDICIÓN DE VEINTE EUROS DE GELATINA DE CALABAZA, CUADERNO DE MANGANA Nº 51, SE ACABÓ DE IMPRIMIR EN CUENCA, EL 7 DE ABRIL DE DOS MIL DIEZ, FESTIVIDAD DE SAN AFRAATES. LA EDICIÓN CONSTA DE 5 0 0 EJEMPLARES. ET VALETE.
CUADERNOS DE MANGANA Nº1
La casa del lector Gustavo Martín Garzo
Nº2 La inteligencia lingüística José Antonio Marina
Nº3
Hablar bien o el lenguaje como virtud Juan Luis Conde
Nº4 Las condiciones de felicidad Belén Gopegui
Nº5
La literatura del silencio Manuel Longares
Nº6 Narraciones e ideas Álvaro Pombo
Nº7
¿Otro camino para la novela? José María Guelbenzu
Nº8 Regreso al tapiz que se dispara en muchas direcciones Enrique Vila–Matas
Nº9
Las formas de la novela en la democracia Jordi Gracia
Nº10 Del ponerse en escena Miguel Sánchez–Ostiz
Nº11 Literatura, lectura, crítica literaria y medios de comunicación Ángel Basanta
Nº12 Lo que guardan las musas: literatura y filosofía María Fernanda Santiago Bolaños
Nº13 Narrativa en el exilio en lengua gallega Xesús Alonso Montero
Nº14 La narrativa gallega en el fin del milenio Dolores Vilavedra
Nº15 Nosotros dos Manuel Rivas
Nº16 Ensayos, dietarios, relatos en el telar: la novela a noticia José–Carlos Mainer
Nº17 Sobre la traducción Pilar del Río
Nº18 Encuentro en Cuenca José Luis Sampedro José Saramago
Nº19 Memorias de la Escuela AA.VV.
Nº20 El espacio literario en el tiempo de las autonomías Ignacio Soldevila
Nº21 Memoria, ficción José Manuel Caballero Bonald
Nº22 El peso de la memoria en las letras portuguesas contemporáneas Isabel Soler
Nº23 Literatura e Identidade/ Identidad y Literatura João de Melo
Nº24 El año que nevó en Valencia Rafael Chirbes
Nº25 El periodismo literario Mesa redonda
Nº26 Tendencias actuales del léxico hispano Humberto López Morales
Nº27 Euskal kontagintza gaur/ La narrativa vasca hoy Jon Kortazar
Nº28 Lo que antes era exacto Anjel Lertxundi
Nº29 Tocar los libros Jesús Marchamalo
Nº30 Narrativa y Posmodernidad José María Pozuelo Yvancos
Nº31 Literatura escrita por mujeres Paula Izquierdo
Nº32 Matemáticas y Literatura Joaquín Leguina
Nº33 Defensa de la fantasía Espido Freire
Nº34 Lo que son las cosas Luis Eduardo Aute
Nº35 98 y 27: dos generaciones ante el cine Vicente Molina Foix
Nº36 Hubo un animal arco–iris que despedía un aliento multicolor Fernando Arrabal
Nº37 A propósito de mi narrativa Antonio Colinas
Nº38 El color del Quijote ¿Qué pintan los profesores? V Exposición colectiva
Nº39 El artículo literario. De Francisco Ayala a Javier Cercas Fernando Valls
Nº40 La novela española hacia el nuevo milenio: algunas impresiones Marta Sanz
Nº 41 Segundo año triunfal Ignacio Martínez de Pisón
Nº 42 Del cuento literario Juan Pedro Aparicio José María Merino
Nº 43 Entre la memoria y la invención Lorenzo Silva
Nº 44 Escribir de lo que nos pasa. La escritura diarística Juan Cruz Andrés Trapiello
Nº 45 Historia, novela y memoria o el camarote de los hermanos Marx Alfons Cervera
Nº 46 Vigencia de lo fantástico en el imaginario moderno Pilar Pedraza
Nº 47 Palabras en el Bosque. Diálogo de Lobos y Preposiciones Jesús Marchamalo Mario Merlino
Nº 48 Destellos Antonio Gamoneda
Nº 49 Heptálogo para jóvenes poetas Carlos Marzal
Nº50 Imaginaria Miguel Calatayud
Nº 51 Veinte euros de gelatina de calabaza Juan Carlos Mestre