Zen & Fotografía meditativa

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INDICE PRÓLOGO 1. PREFACIO 2. ACERCA DEL ZEN 2.1. Qué es el Zen? 2.2. El Zen en las artes 2.3. Zen y fotografia

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3. EL PROCESO CREATIVO 3.1. Más allá de la mirada convencional 3.2. Dos formas de ver 3.3. El instante presente 3.4. Mirar dentro vs. fuera 3.5. Silencio, respeto y humildad

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4. HACIENDO FOTOGRAFÍAS 4.1. Compromiso y responsabilidad 4.2. Desarrollar nuestro propio estilo 4.3. Instantáneas vs. fotografías 4.4. Sugerencias

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5. ELEMENTOS 4.1. Luz 4.2. Tierra 4.3. Aire 4.4. Agua

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6. EPÍLOGO

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PREFACIO (2ª edición) Han transcurrido ya tres años desde la primera edición de este libro. Muchos cambios han tenido lugar desde entonces, tanto en el ámbito de la fotografía como en el mío personal, en el de todos, en realidad. Sin ninguna duda, el principal de todos ha sido la irrupción de la pandemia, que ha removido todas nuestras certezas. Este nuevo escenario ha supuesto un cambio de mirada hacia nosotros mismos, un radical ejercicio de introspección que supone una excelente oportunidad para detenernos en lo cotidiano, en los detalles. Todos hemos sido testigos de trabajos y propuestas creativas que intentaban ser testimonio de esta etapa. Y ahí es donde la fotografía meditativa se revela como una aliada poderosa para transitar por ese espacio de soledad, dolor e incertidumbre. Sin embargo, a pesar de todos estos convulsos vaivenes emocionales que todos hemos experimentado, sigue vigente en mí -aún más, si cabe- un anhelo permanente de reflejar en aquellas imágenes que tomo la sorpresa, el respeto y el amor hacia todo lo que me rodea, ya se trate de seres sintientes o inanimados. Igualmente actuales son para mí el misterio y la alegría de la existencia a través de la fotografía. Entre esos cambios ocurridos percibo una tendencia más acusada hacia la simplicidad, un intento de síntesis, una inagotable búsqueda de la esencia de aquello que registro con la cámara. Una ardua tarea, por cierto, porque parece que siempre sobra algún elemento que me distrae. Y otra actitud que ya existía, pero que ahora emerge de forma muy sobresaliente: mi tendencia a registrar simplemente con la mirada; de hecho, la uso más a menudo que la cámara.


En cuanto al contenido del libro, el núcleo de su estructura permanece inalterado, aunque se han eliminado los epígrafes que ofrecían una serie de indicaciones técnicas muy básicas. Como queda clara a lo largo de su lectura, este libro no tiene intención de servir como manual, ni nada que se le parezca; por tanto, me parecían innecesarios. Como contrapartida, me he permitido ampliar algunas sugerencias que, espero, puedan resultar de utilidad. Igualmente, se ha añadido un capítulo completo centrado en los 4 elementos: tierra aire, agua y fuego (luz, en nuestro caso). Creo que su análisis detenido nos conectará más con la esencia de este tipo de fotografía. En cualquier caso, como señalaba en el prefacio de la primera edición, deseo que este libro sea una invitación para explorar la fotografía como herramienta meditativa, y como una ayuda para vivir nuestra vida de un modo más creativo.

Murcia, primavera de 2021


2 ACERCA DEL ZEN


2.1. QUÉ ES EL ZEN Si tu mente está vacía, está lista para cualquier cosa: está abierta a todo. En la mente del principiante hay muchas posibilidades, en la del experto muy pocas. Ese es el verdadero secreto de las artes: ser siempre un principiante. SHUNRYU SUZUKI

Con la popularización del término todo el mundo parece tener una idea de lo que es el budismo Zen, y no es extraño hoy día encontrar bares zen, proveedores de Internet zen, estilistas zen, tiendas de ropa zen, y una gran cantidad de otros productos que se aprovechan de la marca zen pero que tienen poco o nada que ver con la esencia del Zen. De una forma muy esquemática, y contrariamente a la creencia popular, el Zen no necesariamente trata sobre ser feliz o sentirse eufórico, sino de ver lo que está ocurriendo más claramente, observando nuestros pensamientos y emociones sin identificarnos con ellos, tratando con lo que viene, momento a momento, sin juicio y con una actitud abierta

El budismo, originario de la India hace alrededor de 2500 años, fue sufriendo una serie de cambios a medida que pasaba por China, y más tarde a Japón durante el período de Kamakura (1185-1333). En el ámbito concreto del Zen, Eisai introdujo la escuela Lin-Chi en Japón, donde fue conocida como Rinzai, mientras que el ts’ao-tung, o Sôto, fue llevado por primera vez por Ehiei Dôgen. A lo largo de este libro nosotros vamos a tomar como referencia esta última tradición. En el siglo XX emigró de nuevo, esta vez de Japón a Europa, y también a EE.UU. y Canadá, siendo divulgado por 13


conocidos artistas como Allan Watts, Allan Ginsberg, Gary Snyder, John Cage o Leonard Cohen, entre otros. El vasto y complejo cuerpo de enseñanzas de Buda Shakyamuni fue transmitido a lo largo de los siglos siguientes tras su fallecimiento, hasta que Bodhidharma (alrededor del S.VI dC), considerado el primero en el linaje Zen, presentó los 4 puntos que lo definen:

El Zen es una transmisión especial al margen de las escrituras, que no depende de las palabras ni de las letras. Apunta directamente a la mente humana, y a la realización de la iluminación.

De todas las enseñanzas del Buda Shakyamuni, quiero señalar una que me parece relevante para nuestro propósito de entender las relaciones entre la fotografía y el Zen: la que afirma que la idea de un yo separado y limitado es un engaño doloroso que desemboca inevitablemente en sufrimiento, en la medida en que lo que entendemos por nuestro “yo” está vacío de cualquier característica inherente. Lo cierto es que todo en la vida está en una continua mutación: surge, se modifica y desaparece. El acto fotográfico, quizá como ningún otro, es un testigo privilegiado de esa inpermanencia, de naturaleza efímera, contingente y carente de identidad intrínseca: aquello que se fotografía, al instante siguiente ya dejó de existir. Sin embargo, lo habitual es que el fotógrafo se vea a sí mismo, y a aquello que fotografía, como un yo estático, una imagen fija, como dos cosas separadas e independientes: “yo”, agazapado tras el visor de mi cámara, y “eso”, ajeno a mí, per manente, inmutable e incondicionado.

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Solo cuando desaparece el arrebato de la compulsión, el afán por “capturar” esa imagen y congelarla entre los pixeles del sensor (o la película), es posible ver con una claridad inequívoca la naturaleza voluble, incidental y condicionada de esa realidad que hay al otro lado de la lente. Por mucho que nos esforzamos en crearnos un mundo de bienestar y tranquilidad, por mucho que experimentamos la alegría, el éxito, el amor, el gozo… lo cierto es que una y otra vez nos sentimos propensos a la frustración y a la angustia. ¿Y por qué esto es así?. Porque seguimos sin conseguir lo que deseamos, y en cambio seguimos obteniendo aquello que no queremos. Nos aferramos una y otra vez en seguir pegados a aquello que nos gusta, y rechazamos aquello que nos desagrada, nos molesta o interfiere con nuestros planes. La angustia surge precisamente del ansia de que la vida sea distinta de lo que es, de ese estado de ánimo que se obsesiona con todo lo que tiene que ver con “mí” o “mío”. Los nombres y los conceptos parecen sugerir que en el mundo hay objetos completamente delimitados en sí mismos; sin embargo, las cosas no están tan delimitadas, ni separadas unas de otras por líneas o bordes. De hecho, en la naturaleza no se dan esos límites sino que las líneas se trazan en la mente. Este hábito de aislar las cosas nos hace experimentarlas como si tuvieran una existencia independiente. Si nos aferramos a nosotros mismos y al mundo de este modo no es nada extraño que la consecuencia inmediata sea la frustración y la angustia, porque al considerar las cosas tan separadas en sí mismas, tan deseables (o tan indeseables), nos ponemos a la tarea de intentar poseer (o rechazar) algo que en realidad nunca ha existido. Y, sin embargo, nada más lejos de la realidad: las montañas, las nubes, los árboles, las aristas de un edificio, la piel de un niño o los pétalos de una flor… no tienen principio ni fin, ni empiezan ni 15


acaban, ni nacen ni mueren, sino que tienen que ver con una serie de condiciones de las que surgen, y éstas a su vez forman parte de otra serie de condiciones de las que luego surgirá otra cosa. Por tanto, todo lo que sucede surge de algo que le precedió, del mismo modo que todo lo que acontece ahora se convierte en una condición para lo que es posible más tarde, y cuanto antes nos demos cuenta de este hecho antes podremos liberarnos de esa angustia que nos atenaza y nos atrapa. Partiendo de esta premisa, cuando vamos a realizar una fotografía sería interesante formularnos las siguientes preguntas: ¿afecta esta perspectiva sobre lo condicional de la existencia a aquello que quiero fotografiar?, ¿soy capaz, aunque sea por un instante, de observar a ese tema o sujeto en todo su misterio y su grandeza?, ¿lo veo como un fin en sí mismo o como un medio para tus propios fines?, ¿puedo desprenderte del ansia que supone tomar una buena fotografía para luego poder explotarla, en forma de reconocimiento, una buena venta, etc.?. Si tuviéramos que establecer las líneas maestras a través de las cuáles se relacionan Zen y fotografía, cabría decir que dicha relación tiene que ver con una atención plena en cada momento, tanto en nuestras acciones como reacciones; con sintonizar y prestar atención, especialmente a lo ordinario y mundano, sin emitir juicios sobre nuestro tema a fotografiar. Tiene que ver con trasladar la conciencia del momento presente a nuestra fotografía, una experiencia de interconexión de todas las cosas, dentro y fuera de nuestro encuadre, viendo profundamente, penetrando por debajo de la superficie.

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2.5. ZEN Y FOTOGRAFIA Una cámara es una extensión de nosotros mismos, un apéndice para acercarnos al universo… Esto es el zen en el arte de la fotografía: descubriendo el universo, nos descubrimos a nosotros mismos. ROBERT LEVERANT

Obviamente, la fotografía no se menciona en los sutras budistas, pero si persistimos en su práctica consciente con nuestros corazones y mentes abiertos, representa un ilusionante camino a través del cual es posible seguir las enseñanzas que nos legó Buda Sakyamuni. De hecho, la práctica del dharma tiene más que ver con la creación artística que con la resolución de problemas técnicos. La dimensión técnica de la práctica del dharma (por ej. el adiestramiento para ser más consciente y estar más centrado) es similar a las habilidades que debe aprender un fotógrafo (por ej. la comprensión de la luz, la configuración interna de su cámara…), y muy posiblemente ambas cosas requieran de años de disciplina y duro aprendizaje. Pero tanto la una como la otra son sólo un medio, no un fin en sí mismo. De igual manera que nuestras habilidades técnicas no garantizan una buena fotografía, la destreza técnica en la meditación no garantiza una respuesta compasiva ante la angustia y frustración de nuestra vida. El arte de la práctica del dharma, como el arte de la práctica fotográfica, además de habilidad técnica requiere de compromiso e imaginación, y no es posible alcanzar todo su potencial si falta alguno de estos tres elementos. Existe una afinidad natural entre la fotografía y el budismo, en la medida en que ambos se preocupan por desvelar una verdad más amplia en el momento presente. Sin embargo, aunque algunos fotógrafos piensan de sí mismos que son totalmente transparentes y 29


ecuánimes al hacer imágenes, y que éstas son meros registros objetivos de lo que se está mirando, lo cierto es que esto rara vez es así, puesto que en realidad hay dos procesos implicados de forma simultánea: en primer lugar, el desvelamiento de la realidad como tal y, en segundo lugar, la proyección del fotógrafo en esa realidad creada en el mundo. Cuando nos referimos al Zen en la fotografía, estamos hablando precisamente de esa totalidad, o no-dualidad. En el clic del obturador se convoca el universo entero, y también nosotros somos convocados, junto con nuestras propias disposiciones psicológicas y nuestras expectativas sobre el resultado final. Por tanto, lo que se registra no es simplemente la cosa misma, sino también una señal que señala algo, una nada superior que se trasciende a sí misma, a ti y a mí. Desde un espíritu zen, la obra fotográfica desarrollada no es un producto de belleza consumada para que el espectador lo reconozca y admire, sino una invitación a un verdadero encuentro que puede conducir al satori; es decir, algo instantáneo, una impronta que apunta hacia la pérdida del ego. Hay una clara diferencia entre una de obra de arte simplemente bella y otra con un espíritu zen: una agrada y embelesa, la otra despierta. ¿Recuerdas ese conocido anuncio en el que Bruce Lee decía: “Be water, my friend”? En términos de la marca de coches que lo patrocinaba lo que se quería decir era: “No te adaptes a la carretera, sé la carretera”… Bien, pues esa es la idea: sé la cámara, sé la película, sé los píxeles, sé el sujeto, sé la impresión final. Se trata de unir el pasado (cámara, lente y localización), junto con el futuro (visualización de la impresión final, o de la imagen en la pantalla del ordenador) y con las opciones realizadas en el momento presente (obturador, apertura, distancia focal, perspectiva, composición y presión del disparador). La cámara, la película o la tarjeta de memoria son 30


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3 EL PROCESO CREATIVO


3.1. MÁS ALLÁ DE LA LA MIRADA CONVENCIONAL No vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos nosotros. ANAÏS NIN

El enfoque más convencional de la fotografía suele poner el foco en una tema, y tiene que ver con la búsqueda de los paisajes adecuados, la captura de las emociones correctas, etc., lo que proporciona la medida de la clave del éxito de las fotografías. Al crecer en una cultura particular, asumimos naturalmente ideas acerca de qué tema en cuestión es atractivo, lo que es artístico, lo que vale la pena. Estos conceptos son como filtros o plantillas que cubren nuestra experiencia, y el fotógrafo convencional busca temas que encajen en estas plantillas: una espectacular puesta de sol, una hermosa cascada… y ya tenemos la foto perfecta!. En la medida que estos conceptos desvían al fotógrafo del mundo de la forma visual, se convierten en obstáculos para una visión clara, que se vuelve vaga y distorsionada. Con la percepción nublada por las imágenes mentales, es difícil para los fotógrafos convencionales ver completamente lo que están fotografiando, y muy fácil que pasen por alto todo lo que no encaja en las plantillas, y eso hace que sus fotografías a menudo pierdan su fuerza. Los conceptos y normas sobre técnicas fotográficas pueden constreñir aún más nuestra visión, terminan por alejarnos de las cosas tal como son, y nos dejan pegados a nuestros pensamientos sobre cómo queremos que aparezcan, separándonos de la inmediatez de su experiencia. Seguir las reglas de composición sólo puede conducir a una repetición tediosa de clichés. Los trucos fotográficos pueden

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empeorar las cosas mediante la sustitución de la visión clara por toda clase de aparatos y artilugios. Al final, todas estas técnicas producen fotografías banales y sin fuerza. Frente a ese enfoque, destacaría otros planteamientos que no se basan en las técnicas convencionales:

- el basado en la imaginación e ingenio. Surrealistas, fotógrafos de moda y artistas conceptuales trabajan de esta manera produciendo fotografías impactantes y memorables, pero las imágenes tienden a ser estilizadas y separadas de nuestra experiencia, apelando más al cerebro que al corazón, creando una distancia emocional entre espectador y fotógrafo (Man Ray, László Moholy-Nagy, Irving Penn, Richard Avedon…)

- el que enfatiza el arte o la técnica. Se pone el foco en la riqueza de la expresión fotográfica más que en la frescura de la imagen, pudiendo llegara producir objetos fotográficos excelentes (Ansel Adams, Andreas Gursky…)

- el de la fotografía que hace hincapié en la experiencia de ver. Este parece ser el enfoque principal de los grandes maestros de la fotografía: su trabajo se basa completamente en ver. El arte tiene su lugar, al igual que la intención tiene su lugar, pero lo importante sin duda es su visión clara y atenta. Sería como conectar la visión clara con nuestra creatividad inherente (véase el trabajo de Minor White, Sergio Larrain, Alfred Stieglitz, Howard Weston, Edward Weston, Tina Modotti, André Kertész, Henri Cartier-Bresson, Robert Adams, Sebastiao Salgado…). Las imágenes de estos fotógrafos no están limitados por el tema o la técnica pictórica, no crean imágenes artificiales o fabricadas, ni recurren a fórmulas o trucos. La mayoría de estos fotógrafos prefieren dejar que sus imágenes hablen por ellos, y son imágenes que resuenan

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3.3. EL INSTANTE PRESENTE Cuando fotografío sólo espero estar lo bastante tranquilo como para escuchar lo que el sujeto me dice. PAUL CAPONIGRO

No hay prisa en el acto de fotografiar. Del mismo modo que la naturaleza hace las cosas con mucha tranquilidad, es mejor hacer fotografías con calma porque, bien mirado, no hay ninguno sitio al que llegar, ninguna meta que alcanzar. ¿O acaso sí?. El caso es que cuando salimos a fotografíar con una finalidad concreta se pierde la capacidad de sentir, la actividad se despoja por completo de contenido y significación, y aunque es posible que alguna imagen se adecue a nuestra intención inicial, seguro que habrá un número sustancialmente mayor de matices que nos pasarán desapercibidos… Solo cuando no hay una meta, cuando no nos precipitamos, a nuestra mirada no se le escapará nada, puesto que todos nuestros sentidos estarán completamente abiertos para recibir lo que el mundo quiere ofrecernos. El mundo de hoy es una distracción permanente: whatsapp, llamadas, e-mails, notificaciones de todo tipo… Es difícil embarcarse en una tarea sin que nos interrumpan. En estas condiciones, ¿cómo puedes realmente concentrarte y hacer cualquier trabajo creativo si estás constantemente bombardeado por todo tipo de estímulos? Sencillamente, no es posible. Cuando estás haciendo fotografía la mejor forma de concentrarse es eliminar las distracciones. Quieres estar en el momento, no quieres pensar en el pasado ni en el futuro, sino permanecer en el “aquí y ahora”. 49


Eso significa apagar el teléfono o Internet cuando no lo necesites. En esos instantes no pienses en los problemas de tu vida; más bien, concéntrate solo en tu fotografía y déjate desaparecer en el momento de la toma. Cuando estamos en contacto con nuestro ser interior esa charla continua que tenemos de fondo se silencia. Es posible llegar a ese punto a través de la meditación, el yoga, la respiración, largas caminatas en la naturaleza, estar en soledad… y también realizando fotografías. Podemos desprendernos de toda una capa externa de desorden visual (encuadre en la cámara, la elección de la perspectiva…) hasta centrarnos en lo que es realmente importante para el significado de la imagen. Desde mi punto de vista un aspecto importante, y generalmente inadvertido, en el acto fotográfico tiene que ver con la respiración. Al igual que ocurre durante zazen, mientras hacemos una fotografía la respiración es el proceso en el que se concitan el control y la espontaneidad, el gesto voluntario y la acción involuntaria. Unos instantes antes de presionar el obturador me gusta dejar que la respiración se vuelva lo más lenta y silenciosa posible, y en ese preciso momento en que la imagen se impresiona sobre el sensor (o sobre la película) mi respiración se detiene, como en un gesto de íntimo recogimiento ante la sorpresa de ese instante que ha sido fruto de innumerables condiciones y que nunca, jamás, volverá a repetirse. No se trata de practicar una disciplina con el acto de la respiración, ni pretender controlarla de forma consciente con una finalidad determinada, tan sólo dejar que discurra de un modo espontáneo, atentos a cómo se alinea con nuestra percepción, dejando que nuestro aliento termine de conformar esa imagen que intentamos recoger. 50


Te sugiero el siguiente ejercicio: cuando tengas enfocado un tema o un sujeto espera unos instantes antes de hacer la fotografía. Al final de una espiración, simplemente espera a que tenga lugar la siguiente inspiración… como si fueras un gato agazapado esperando que salga un ratón de su agujero. Sabes que esa inspiración llegará, aunque no sabes con precisión el momento exacto. Así que tu atención permanece alerta y enfocada en el momento presente, como la de un gato, libre de cualquier intención de controlar lo que sucederá a continuación. Tan sólo espera, sin expectativas. Y entonces ocurrirá: el flujo de la vida sigue su curso y una nueva inspiración sucede de repente. Justo en ese instante pulsa el disparador. Mantener una atención repetida a ese flujo dinámico y frágil de la respiración nos hará más conscientes de que no hay una existencia separada entre nosotros y aquello que intentamos fotografiar. La práctica de la fotografía consiste en mantener esa perplejidad ante el misterioso despliegue de la vida con una conciencia clara y calmada, lejos de la satisfacción de las expectativas de nuestro ego. Por tanto, el plan es sencillo: tan solo observar, respirar y esperar a que la fotografía suceda. En el momento de fotografiar nos encontramos ante un instante del presente, aquí y ahora, que se desliza sutilmente en el filo que divide pasado y futuro. Nuestro pensamiento intenta congelar ese lapso de tiempo, pretende etiquetarlo e interpretarlo como si fuera posible aislarlo en pequeños trozos y excluir el resto de lo que ocurre en el mundo. Pero ese instante en realidad discurre en un continuo, del mismo modo que aquello que hemos seleccionado en nuestro visor forma parte de un todo mucho más amplio, en el que también nosotros estamos incluidos.

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3.5. SILENCIO, RESPETO Y HUMILDAD Cuando nos abrimos al silencio no hay más que la escucha. El amor vive en el silencio. RAINER MARIA RILKE Todos queremos un maestro, alguien más sabio y con una perspectiva más amplia sobre la vida que pueda guiarnos. Y, sin embargo, no somos conscientes de que ya tenemos eso, y que podemos acceder a ese maestro siempre que lo necesitamos. Ese maestro es una voz tranquila en nuestro interior, que a veces podemos escuchar con claridad desde el silencio. Lo cierto es que no hay un guía más sabio que el silencio. Sólo a través del silencio podemos escuchar los lejanos ecos de nuestro corazón. Cuando rebajamos la velocidad y podemos sintonizar con el silencio es posible oir esa voz tranquila y honesta dentro de nosotros, anhelando ser escuchada. Casi todos nosotros vivimos una vida simulada, sometida a innumerables inputs como TV, películas, internet, correo electrónico, redes sociales, amigos, familia, trabajo… Puede resultar una tarea difícil encontrar esa voz interior en el diálogo interno generado por todos esos estímulos, que a menudo se superponen y terminan por ocultar nuestras propias necesidades y deseos. Es responsabilidad nuestra encontrar un tiempo de soledad suficiente para invitar a esa voz tranquila a hablar, sin juzgar, sin reaccionar, sólo escuchar. ¿Qué nos está diciendo? ¿Qué quiere que sepamos? Cuando la escuchamos, esa voz se hace más fuerte. Una forma de iniciar este proceso es delimitar un tiempo, con un principio 61


y un final, en el que poco a poco se vaya asentando el silencio y tomando forma la quietud. Podemos empezar por apagar la radio del coche, dejar de comprobar el correo electrónico o consultar nuestro whatsapp, dar un corto paseo en el parque o un largo viaje al mar, apuntarnos a algún retiro cerca de nuestra zona… Hacer el viaje es en sí mismo una parte del proceso. La intención última es la de atravesar las capas de la experiencia, descendiendo más y más hacia el profundo poder del silencio. El acto de ver comienza con respeto: nadie puede ver realmente algo que no ha respetado. Observar la naturaleza es un proceso que tiene que ver con sustituir nuestra arrogancia por humildad. Cuando respetamos la realidad que llena el abismo de nuestra ignorancia, y nos abrimos a la sorpresa y a lo imprevisto, empezamos a ver. Ten en cuenta que si el hecho de ver comienza con el respeto, la sorpresa es el combustible que alimenta esa visión. Por tanto, sorpresa, respeto y humildad se encuentran íntimamente asociados con el proceso creativo. Todos ellos son valores esenciales para un enfoque meditativo de la fotografía y, en general, para la vida del fotógrafo. Con la palabra "humildad" nos referimos a un profundo reconocimiento de los límites de lo que “sabemos”, una verdadera advertencia acerca de la generalización de lo que pensamos que sabemos de la situaciones de los demás. Tal humildad también requiere un profundo conocimiento de cómo nuestras biografías afectan a aquello que conocemos, y cómo lo conocemos. Nuestro género, cultura, raza, junto a las historias personales y colectivas influyen profundamente en lo que sabemos y cómo lo sabemos, de un modo que habitualmente no resulta del todo consciente. La humildad, por tanto, nos invita a una profunda apreciación y apertura a la realidad de los demás y a nuevas revelaciones y conocimientos. 62


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4 HACIENDO FOTOGRAFÍAS


4.1. FOTOGRAFIAS EVOCADORAS ¿Y tú? ¿Cuándo comenzarás ese largo viaje hacia ti?. RUMI

Es evidente que el arte y la creatividad forman parte de nuestro camino espiritual, y a lo largo de ese camino hay una serie de claves, o reglas, que pueden resultar de utilidad para poder conectar con nosotros mismos. La primera regla a tener en cuenta es que ¡no hay reglas fijas!. Así que sospecha de cualquiera que quiera hacerte creer lo contrario. Es saludable aprender cuándo y cómo infringirlas de una forma intencionada y eficaz. No te sientas obligado por las reglas de otras personas; ahora bien, ¿cuáles son las tuyas?, ¿te ayudan o dificultan tu fotografía?. En primer lugar, intenta estar en contacto con quién eres y con lo que crees, deja a un lado quién eras, no te preocupes tampoco de quién llegarás a ser, y abandona el apego a la opinión que otros tienen sobre ti o cómo creen que deberías ser. No te ates al pasado, y date permiso para acoger la serendipia y aceptar la impermanencia. Es cierto que a veces puede no resultar una tarea fácil, pero acostúmbrate a mirar lo más lejos que puedas de ti, escuchando el silencio y reconciliándote con la quietud y la soledad. Permanece abierto a las posibilidades del momento presente y deja de lado las expectativas. Sumérgete en el flujo del ahora, abierto a lo inesperado y manteniendo tu cámara lista. La suerte favorece a quien está preparado y atento. Abraza la dicotomía, la inconsistencia y, sobre todo, la paradoja en la fotografía. Tú decides cuál es el modo correcto

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en base al tipo de fotografías que deseas hacer, tu carácter, las circunstancias concretas, etc. Acepta dónde estás y quién eres, en la vida y también como artista y como fotógrafo, pero dándote cuenta de que sólo se trata de etiquetas, sólo eso. Eres una persona creativa que tiene preguntas en lugar de respuestas, asume que no las conoces todas y disfruta de ese estado de asombro ante el no saber. Acepta también la responsabilidad del arte que eres capaz de ofrecer al mundo, sin buscar la aprobación de los demás y asumiendo que no a todos les gustarán tus fotos. Abandona tus juicios ya aprendidos, cambia tus puntos de vista y recurre siempre a las fuentes originales de todo conocimiento. Aprende a confiar en tu intuición, a escuchar lo que te dice y adónde te lleva. Empieza por decir “sí” y abrirte a lo que se presenta ante ti, y a las posibilidades que eso ofrece. Ten en cuenta que no hay ideas buenas o malas, sino modos correctos o incorrectos de ejecutar esa idea y traducirla en una fotografía. Así que simplifica tus composiciones, y deja suficiente espacio para el misterio y la interpretación. Cuando tengas previsto hacer una fotografía concreta, imagina que vas a escribir un poema en lugar de una novela. Una novela narra una historia entera y cerrada de principio a fin, mientras que un poema sugiere generalmente una historia entre líneas en muy pocas palabras. Intenta mostrar lo que la escena o el sujeto ‘siente', en lugar de lo que ‘parece'. O dicho de otro modo: intenta ser metafórico en lugar de literal. Ten en cuenta que si no sientes nada cuando haces una imagen, difícilmente puedes esperar que otros sientan algo al observarla.

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4.3. INSTANTÁNEAS vs. FOTOGRAFÍAS

Una foto perfecta, pero vacía de sentido, no igualará jamás a una foto borrosa cuyo mensaje conmueve OLIVIER FÖLLMI

No hay nada malo en hacer instantáneas: nos permiten registrar dónde estuvimos, con quién y qué es lo que vimos. Pero para aquellos que aspiran a hacer fotografías, y no solo tomar instantáneas, conviene hacer algunas distinciones entre ambas. En una instantánea apuntamos la cámara hacia lo que deseamos “capturar”. Basta con hacer click y, si hay suerte, lo que ves a través del visor se corresponderá con la imagen final; por tanto, hay un simple registro de aquello hacia lo que apunta la cámara. No toma en cuenta la relación entre el fondo y el primer plano. Se focaliza en el sujeto, no presta atención a los bordes ni a las esquinas del encuadre, se centra solo en lo que es visible y no se ocupa para nada de los contenidos del resto de elementos. Desde un punto de vista técnico, se trabaja a partir de la apertura tomada por la cámara, con una profundidad de campo también preestablecida, y con una perspectiva que está determinada por el zoom elegido. Solo se necesita la luz suficiente para tomar el disparo, o puede añadirse un flash si es preciso. Puesto que luego se puede modificar mediante un recorte en un programa de edición, no se tiene muy en cuenta la composición. Las instantáneas suelen representar una reacción frente a un estímulo externo, lo que supone una respuesta única ante un tema, interesada únicamente en “capturar” el momento, y por lo general carente de significado metafórico, al menos de forma intencional. Su belleza reside únicamente en la superficie. 83


Por el contrario, la fotografía (en el sentido que la abordamos en este libro), surge a partir de una composición a través del visor, aunque sea de una forma rápida e intuitiva, siendo posible previsualizar cómo la cámara va a traducir la escena en cuestión. Es una interpretación de aquello que se ve, se piensa o se siente, que pone el foco en la relación entre el fondo y el primer plano; a menudo se centra incluso más en lo que no se ve. La fotografía se responsabiliza del encuadre completo y de todos los elementos que lo integran, dando una especial relevancia a los bordes y esquinas del encuadre. Se toma a partir de la apertura seleccionada por el fotógrafo, con una profundidad de campo que está determinada por dicha apertura, y con una perspectiva que viene dictada por la elección de la longitud focal y la distancia al sujeto, resultando clave en este proceso la calidad de la luz que llega al sujeto o al fondo. Por tanto, trasciende la técnica para ponerse al servicio de la visión. A diferencia de las instantáneas, suele estar determinada por estímulos internos, y se desarrolla en el contexto de un cuerpo de trabajo más complejo. Su belleza a menudo reside debajo de la superficie, contiene un significado metafórico más explícito, y su intencionalidad es más elaborada, en la medida en que parte del hecho de que nada puede ser realmente capturado.

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5 ELEMENTOS


5.1. LUZ ¿Es que hay varias formas de ver un objeto? ¿O es que hemos confundido varias imágenes con un solo objeto? EIHEI DOGEN

La mayoría de las veces solemos ver únicamente la superficie de un tema: lo nombramos, lo identificamos y lo olvidamos. A partir de ahí, dejamos de ver. La luz, sin embargo, nos revela otros múltiples matices, como estratos que se van desvelando conforme ella varía. Cuando cambia la luz, el sujeto cambia; la luz lo transforma, y también aquello que nos muestra. Si estamos atentos, minuto a minuto, los cambios que acontecen sacan a la superficie la sutileza de una paleta interminable de colores. A menos que estemos realmente "viendo" y no solo mirando, es fácil pasar por alto la riqueza de estas transformaciones. Se produce un cambio, aparece la resonancia, y esto permite una intimidad real con el sujeto. Antes del amanecer, el mundo es básicamente blanco y negro. Todavía se pueden ver cosas y se pueden fotografiar, pero no hay color. La luz es fría, las sombras no se ven, y las cosas son casi traslúcidas. El sol ilumina tenuemente el cielo de la mañana: como en una danza, las imágenes nacaradas y sin sombras se vuelven más cálidas a medida que comienzan a llenarse de color. Los rojos y naranjas se van instalando en el día, transformando la tierra y nuestros sentimientos. A medida que avanza el día, cada objeto comienza un viaje de cambios sin fin, un cambio de forma y apariencia, revelando millones de rostros, hablando con innumerables voces. Los árboles, las nubes, los juncos en la orilla del rio aparecen ante nuestros ojos nuevos y frescos. Al final del día, todo estalla en una fiesta intensa de matices,

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ondulaciones que se van apagando y mutan en sombras cada vez más densas. Todos estamos constantemente rodeados de luz, bañados y nutridos por ella. La luz puede transformar, puede enseñar, evocar y sanar. Nosotros tendemos a ver la luz como algo que hace visible la forma, pero la luz revela mucho más; de hecho, nos revela a nosotros mismos. En las suaves ondulaciones de una colina cubierta de trigo listo para la cosecha, o en la áspera y tortuosa corteza de una vieja sabina, se revelan tanto el sujeto como el fotógrafo. La luz hace visible lo invisible. Puede desvelarnos la magia de la Vida donde parece haber solo un tronco podrido o una roca solitaria en medio del cultivo. La cámara brinda otras posibilidades a nuestra visión. Nuestra propia visión en una tarde de otoño en un bosque es muy diferente de la que nos ofrece un filtro ND o una película Kodachrome o Fujichrome. ¿Cuál de esas visiones es real?, ¿cuál provoca más resonancia emocional? Para crear de una forma consciente ciertos estados de ánimo que pueden emanar de una fotografía, tenemos que prestar atención a todos estos factores técnicos si queremos ver el sujeto fresco, nuevo, en el momento de la apertura del obturador. Si estamos despiertos a todo eso, entonces experimentamos una sensación de plenitud. El círculo se cierra.

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