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Realidades virtuales

J. Armando Rivera Basulto

Es lógico y de sobra conocido que cada persona tenga su propia manera de pensar, entender e interpretar lo que ocurre en el entorno inmediato y mediato de sus vidas, experiencias y hechos que impactan en lo personal o social, por lo cual siempre habrá diferencias, contraposiciones y hasta confrontaciones entre los diferentes puntos de vista, sentimientos o valoraciones, llegando a ser tantos los contrastes que hasta se utilicen en ocasiones la falsedad, la imposición y la intolerancia en esas disputas, como ha sido ahora en varios países en los que no se quiera respetar la legalidad, la voluntad mayoritaria ni armonía social, por no coincidir éstas con sus intereses, ideologías o visiones de clase.

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En el pasado, cuando la comunicación era más complicada y las ideas más unificadas y controladas, era más difícil que existieran controversias y confrontaciones entre individuos y entre grupos sociales distintos, al considerarse las condiciones, de unos y otros, parte de una normalidad predeterminada, de manera natural o hasta etérea, siendo por ello que sólo cuando las situaciones llegaban a ser ya intolerables, por los excesos, abusos y exclusiones se manifestaran inconformidades, incluso como grandes expresiones o movimientos sociales transformadores, luego de décadas o hasta siglos de tolerancia, inmovilidad y acaso conformidad real o inducida.

En nuestro país claramente hay una disputa social por diferencias de tipo ideológico en razón de clase, etnia, creencias, etc., pero principalmente por intereses políticos y económicos que se tratan de disfrazar o encubrir en otros temas más generales y sensibles de la sociedad, a tal grado que se estén formando bloques opositores, entre sí, intransigentes que pudieran llevar a una situación de rompimiento y agresión con perjuicios generalizados, cuando ya no se está actuando sólo en función de hechos y situaciones reales y evidentes, sino en especulaciones o mentiras flagrantes, pero además mal intencionadas y beligerantes.

Está siendo tanta la radicalización de posturas que no haya ya espacios para el razonamiento, el análisis ni el diálogo y, mucho menos, para la autocrítica, lo cual necesariamente implica la ausencia de principios, valores y consideraciones para las diferencias, tanto así que se distorsionen, consciente o inconscientemente, los hechos y circunstancias para crearse cada cual sus propias realidades ficticias o virtuales de acuerdo a sus intereses, ideas, creencias e intenciones, que nada tienen que ver con el bien y el sentido comunes, al surgir de la mentira, el engaño malévolo y la ignorancia de algunos.

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