ÍNDICE Introducción 2 Patrimonio arquelógico de la Comunidad de Huarasiña
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Marco geográfico de la quebrada de Tarapacá
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Síntesis histórica de la cuenca baja de la quebrada de Tarapacá
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Pircas 12 Caserones 15 Cas 8 o “el Rey” 21 Tarapacá 40 25 Tarapacá 13 34 Tarapacá 13a 36 Tarapacá 16 38 Los poblados de Huarasiña y la prehistoria tardía
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Bibliografía 43 Índice de imagenes 46 Créditos 47
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INTRODUCCIÓN En el marco del proyecto “Gestión patrimonial del complejo arqueológico Caserones de la Provincia del Tamarugal, año 2012”, la Comunidad Aymara de Huarasiña, la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena y Ayni consultores Ltda., trabajamos en la realización de un conjunto de actividades orientadas a entregar herramientas para la valoración, identificación y protección del patrimonio arqueológico existente en la comunidad de Huarasiña. Como parte del proyecto realizamos un conjunto de talleres de capacitación sobre el patrimonio arqueológico en comunidades indígenas, y las posibilidades de emprender su puesta en valor. Para ello se incluyeron módulos sobre arqueología, patrimonio, el marco jurídico vigente sobre patrimonio cultural; así como los alcances y dificultades de la puesta en valor orientada a fines turísticos. En este contexto se expuso una serie de casos de puesta en valor en Chile y el extranjero que permiten observar este fenómeno desde distintos enfoques. Para decidir la acción de puesta en valor contemplada en el proyecto, realizamos una consulta previa libre e informada, siguiendo los estándares internacional del convenio 169 de la OIT, donde la comunidad decidió orientar los recursos disponibles a la elaboración de un catastro de sitios arqueológicos.
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Este catastro tiene por finalidad entregar información sobre seis sitios arqueológicos de gran envergadura y relevancia que se ubican al interior de la comunidad. Junto a la importante aldea de Caserones, su cementerio (Tarapacá 40) y geoglifos (Cas 8), caracterizamos la aldea de Pircas y los poblados prehispánicos que precedieron al pueblo colonial de Huarasiña, conocidos como Tarapacá 13, 13A y 16. Estos lugares son testimonio de una larga historia ocupacional que se inicia hace miles de años y cuyos herederos hoy en día están intentando movilizar en post de su valoración y protección, entendiendo que las aldeas, cementerios y geoglifos de su comunidad tienen un incalculable valor cultural que da sustento a su arraigo como comunidad al territorio.
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PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO
DE LA COMUNIDAD DE HUARASIÑA
La comunidad de Huarasiña como unidad territorial abarca el tramo final de la quebrada de Tarapacá antes de desembocar en la Pampa del Tamarugal. Este espacio fue intensamente ocupado por las poblaciones nativas en tiempos prehispánicos, por lo que actualmente la comunidad convive con un patrimonio cultural excepcional, incluyendo algunos de los sitios arqueológicos mas importantes para la prehistoria de Tarapacá y el Norte Grande. Las evidencias arqueológicas incluyen campos de cultivo prehispánico, aldeas, cementerios, geoglifos y elementos viales como la antigua ruta Pica-Tarapacá y un tramo del Camino Inca o Qhapaq Ñan. Los sitios incluidos en este catastro son una muestra de los sitios más representativos del sector y son testimonio de una extensa historia que se extiende entre los años 6.000 a.C. y 1.400 d.C. aproximadamente. Este conjunto de asentamientos humanos existentes en la parte baja de la quebrada de Tarapacá conforman un sistema de sitios arqueológicos que permiten estudiar y comprender el proceso de adaptación de los grupos humanos a la vida en el desierto, así como las soluciones tecnológicas que desarrollaron para resolver los problemas de riego, producción agrícola y ganadera, constituyendo un “paisaje cultural” que nos acerca a comprender la relación de los antiguos tarapaqueños con su territorio.
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Este conjunto de sitios arqueológicos es muy vulnerable al paso de maquinaria pesada y vehículos todo terreno (rally), al saqueo por parte de aficionados, turistas y huaqueros, así como a la acción de actividades de extracción de áridos, además de los aluviones o bajadas de agua que regularmente causan estragos en época de lluvias. Frente a este conjunto de factores de riesgo, la comunidad debe tener especial precaución en su cuidado, cautelando por su conservación y estudio. 2
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MARCO GEOGRÁFICO
DE LA QUEBRADA DE TARAPACÁ
La Quebrada de Tarapacá se subdivide en tres segmentos diferenciados altitudinalmente. Una cuenca baja entre los 1.000 y 2.000 msnm que incluye los poblados entre Iluga y Laonzana (Huarasiña, Tarapacá, Quillaguasa, Caigua, Casablanca, Carora y Pachica), donde las precipitaciones son prácticamente nulas y la vegetación se distribuye exclusivamente al interior de la caja del río. Luego, la cuenca media entre 2.000 y 3.000 metros de altura incluye los poblados entre Puchurca y Achacagua, (Mocha, Huaviña, Limaxiña, Sibaya, Poroma, Coscaya y Usmagama), siendo un espacio con vegetación más abundante que no se limita a la caja del río, pues la incidencia de pluviosidad estival sustenta una vegetación xerófita en las laderas que aumenta paulatinamente con la altura. Sobre los 3.000 metros se extiende la cuenca alta, lugar donde la frecuencia de poblados y caseríos disminuyen (Usmagama, Chusmiza y Paguanta) por la incidencia de condiciones climáticas más hostiles por las bajas temperaturas invernales. Las precipitaciones estivales son usuales y su intensidad aumenta con la altura, generándose una cubierta vegetacional propicia para el costeo de animales.
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La Quebrada de Tarapacá cuenta con dos afluentes principales, Ocharaza por el norte y Coscaya por el sur; cursos irregulares donde se forman algunos enclaves con potencial agrícola y ganadero. A modo de tridente, la quebrada principal y sus dos tributarios mayores han sido corredores naturales que comunican con el altiplano de Isluga (Cariquima - Sabaya) y Lirima (Cancosa -Salar de Huasco), y luego con Carangas, Quillacas y Lípez, en el altiplano boliviano. El altiplano es un espacio íntimamente relacionado con la precordillera, ámbitos entre los cuales se establecen relaciones culturales desde tiempos inmemoriales y que se mantienen vigentes hasta la actualidad. Este espacio se orienta en términos productivos a la ganadería de camélidos. En algunos sectores (Isluga-Cariquima) esta producción se complementa con plantaciones de quínoa, haba y papa que junto al ganado camélido son productos tradicionales altiplánicos.
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SÍNTESIS HISTÓRICA
DE LA CUENCA BAJA
DE LA QUEBRADA DE TARAPACÁ
La quebrada de Tarapacá a lo largo del tiempo ha sido un espacio sumamente rico en recursos agrícolas, forestales, mineros y ganaderos, siendo escenario, gracias a su potencial económico, de una extensa historia que se extiende desde el año 6.000 a.C. hasta el presente. El arribo de grupos humanos a la cuenca baja de la quebrada se inició hace ocho mil años durante el período Arcaico (6.000 a.C. – 1.000 a.C.), cuando pequeñas agrupaciones de cazadores – recolectores establecen un área residencial en la desembocadura de la quebrada para aprovechar el abundante y extenso bosque que existió en la Pampa del Tamarugal, compuesto de chañares, tamarugos y algarrobos, junto a frondosas formaciones arbustivas como sorona, pillallas y retamillas que albergaron una fauna diversa. Durante miles de años las poblaciones sostuvieron un modo de vida nómade, movilizándose de manera fluida entre la costa y el altiplano. Como resultado de este largo proceso de conocer el medio y sus recursos, comienzan a surgir las primeras formaciones aldeanas como Las Pircas hacia el año 600 a.C. En el período Formativo (600 a.C. – 900 d.C.) se inicia un modo de vida sedentario vinculado a la recolección de vainas de algarrobo y chañar, y al inicio de un sistema de producción agrícola y ganadera que se va for9
taleciendo con el paso de los siglos. En este momento se estimula el desarrollo de la producción alfarera y textil, la que más tarde alcanzará un amplio desarrollo formal y decorativo. Este sistema social generó las bases para la formación de una identidad cultural tarapaqueña, la que hacia el noveno siglo después de cristo se consolidó como una sociedad agrícola, ganadera y con un dominio territorial sumamente eficiente. Durante el período Intermedio Tardío (900 d.C. – 1.400 d.C.), en las quebradas que conforman la precordillera, se construyen decenas de poblados que dan cuenta de un importante crecimiento demográfico, consolidándose el sector aledaño al pueblo de Tarapacá como un espacio central para una sociedad que habitaba la costa, la pampa, la precordillera y el altiplano. El conjunto de pueblos ubicados entre Camiña y el Loa mantenían un estrecho vínculo identitario e integran el Complejo Cultural Pica Tarapacá, sociedad que alcanzó altos niveles de complejidad social para administrar y organizar la población creciente de la región. Esta sociedad se articuló con el Tawantinsuyu en torno al año 1.400 d.C. El poblado de Tarapacá Viejo, ubicado frente al actual pueblo de Tarapacá, es un testimonio excepcional de este proceso. A través del estudio arqueológico de estas ruinas, se identificó que en tiempos incaicos, el poblado fue sistemáticamente intervenido, orientando sus calles y edificios con los astros, a la usanza de los principales centros administrativos del imperio. Desde aquí se reorganizó la región en función a
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los intereses del Estado incaico, activándose la producción minera de la quebrada en sectores como Mocha, y en la Cordillera de la Costa con el mineral de plata de Huantajaya. Con la llegada de los españoles, el antiguo pueblo de Tarapacá pasó a ser el asiento hispano más importante de la región, reorganizándose una vez más la producción junto al sometimiento de la población nativa al sistema de la Encomienda. El primer encomendero que se encargó de convertir a la población local al catolicismo y de imponer el sistema de tributo al imperio español fue Lucas Martínez Vegazo, uno de los hombres de confianza y paisano de Francisco Pizarro, el conquistador del Perú. En este período se comenzó a transformar la economía tradicional mediante el ingreso de cultivos desconocidas como la Vid, el Trigo y la Alfalfa, junto con el ingreso del caballo, burros, gallinas, corderos y chivos. Hacia fines del siglo XVIII, los pueblos de Huarasiña y Tarapacá se componían de zambos, mulatos, cholos, mestizos, muy pocos españoles y “naturales”, según relató O’Brien en 1765. Pues bien, la sociedad tarapaqueña a fines de la Colonia se tenía una fuerte mezcla de poblaciones, con un claro cariz mestizo y criollo como resultado de más de dos siglos de presencia hispana. En tiempos del Perú, la parte baja de la quebrada estuvo muy poblada, conservándose varios sectores poblados entre Huarasiña y Tarapacá como los sectores de Tilivilca, San Lorenzo, Molino.
En síntesis, la vida cotidiana en la quebrada de
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Tarapacá se ha desenvuelto en distintos momentos marcados por ritmos y formas de relacionarse con el medio ambiente, así como modalidades de organización social que se acoplan a procesos de cambio cultural a lo largo del tiempo. Los primeros pobladores durante el período Arcaico vivían de manera móvil y en pequeñas bandas o grupos familiares, residiendo por espacios breves de tiempo en los bordes de la Pampa del Tamarugal junto a la desembocadura de la quebrada. Luego, en el período Formativo frente al aumento poblacional y al mayor conocimiento de los recursos se inicia lentamente una existencia parcialmente sedentaria, donde los primeros cultivos empiezan a dar sus frutos y la arquitectura se vuelve el escenario de la vida doméstica. En este momento coexisten un modo de vida sumamente dinámico y móvil (Pircas y Tarapacá 40) vinculado a la vida al interior de aldeas, donde las viviendas construidas se utilizan durante gran parte del año (Caserones y Tarapacá 40). Finalmente, durante el período Intermedio Tardío, se desarrolla de manera plena una modalidad de vivir más estable y sedentario, combinándose un componente cultural propio de la quebrada con un flujo cultural altiplánico que se hace evidente a partir del año 1.300 d.C. A lo largo de este proceso se construyen varias aldeas sobre la terraza sur de la quebrada (Tarapacá 13, 13-A y 16) que son un testimonio clave para comprender este momento de la historia prehispánica. Finalmente la prehistoria andina comienza su declive con la llegada de los Incas poco más de un siglo antes del arribo de los conquistadores españoles, justo en el momento en que la sociedad tarapaqueña se desarrollaba plenamente en la quebrada.
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PIRCAS
TIPO DE SITIO Poblado disperso. EMPLAZAMIENTO Se ubica en la pampa sobre la banda norte de la quebrada de Tarapacá. El sector central del sitio se encuentra frente a Caserones pero su extensión es mucho mayor hacia el norte, aguas arriba y aguas abajo. CRONOLOGÍA El sitio funciona durante los Período Formativo temprano y Formativo Tardío. Los fechados indica un rango temporal entre los años 765 a.C. y 859 d.C.
ARQUITECTURA El poblado cuenta con muros bajos, elaborados a base de pirca simple usando bloques de piedra, e incorporando el uso de quincha en algunos recintos. La forma predominante de las estructuras es de plantas circulares e irregulares con cerca del 90% del total. CONSERVACIÓN El sitio se encuentra en buen estado de conservación. No se conservan muros que superen los 60 cm. de altura.
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DESCRIPCIÓN Pircas es uno de los poblados más antiguos de Tarapacá. Como parte del proceso de sedentarización de las poblaciones locales, se configura un conjunto de estructuras de carácter disperso pero claramente organizado. Se compone por más de 600 estructuras, incluyendo espacios habitacionales, geoglifos, pozos de ofrenda, espacios públicos y cementerios. El sitio tiene una superficie que supera las 90 há, extendiéndose por cerca de 4 km. en paralelo a la quebrada de Tarapacá. Las viviendas y espacios domésticos estudiados señalan que la ocupación humana es de carácter efímero en un alto porcentaje de estructuras, lo que se relaciona con un momento donde estaba muy activos amplios circuitos de movilidad. Sin embargo, al mismo tiempo se estaba iniciando un modo de vida residencial más estable, durante el cual se acumulan basuras al interior del espacio doméstico. 14
El análisis de la cerámica procedentes de excavación y recolección señala que el 70% de los fragmentos pertenece al periodo Formativo Temprano. En consecuencia, el funcionamiento de Pircas es contemporáneo al surgimiento del tipo cerámico más antiguo de la quebrada de Tarapacá. Conocido como Loa Café Alisado, incluye principalmente cántaros restringidos, diseñados para acumular líquido (agua, chicha, etc.), y algunas vasijas abiertas a modo de platos, siendo usados a partir de años 750 y 530 a.C. En ciertos sectores del sitio, se disponen espacio destinados a la actividad fúnebre y ritual, existiendo al menos tres pequeños cementerios, concentraciones de pozos de ofrenda, una especie de plaza semi abierta y algunas figuras geométricas dispuestas en el piso que han sido interpretadas como geoglifos, vinculándose a un posible contexto ritual y de congregación social. La vida en la pampa, en tiempos donde Pircas estaba en plena actividad, se desarrolló bajo un clima muy distinto. Hace unos 2.500 años atrás, la lluvia era mucho más abundante que en la actualidad y, seguramente llovía hasta una cota más baja. En consecuencia, las quebradas traían un caudal mayor y todo el ecosistema se regía por condiciones ideales para una vegetación y fauna más abundantes, particularmente en la Pampa del Tamarugal donde un bosque cubría áreas extensas al sur de la Quebrada de Tana y al norte del Río Loa. Bibliografía: Lautaro Núñez (1984), Mauricio Uribe y Estefanía Vidal (2010), Pablo Méndez-Quirós (2012).
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CASERONES
TIPO DE SITIO Poblado aldeano. EMPLAZAMIENTO Se ubica en la segunda terraza fluvial, en la banda sur de la quebrada de Tarapacá, entre Huarasiña e Iluga. CRONOLOGÍA El sitio es ocupado durante los períodos Formativo Tardío e Intermedio Tardío. Según los fechados obtenidos, su funcionamiento se extiende entre los años 163 a.C. y 1.020 d.C. ARQUITECTURA Los recintos fueron edificados principalmente a base de muros de mampostería de anhidrita, incluyendo en algunos casos lajas de piedra en las bases y pilares de tronco de tamarugo. Se identifican algunas reconstrucciones con muros de anhidrita sin mortero y otros con enlucidos finos, también se observa un claro predominio de recintos rectangulares. CONSERVACIÓN El sitios presenta distintos grados de conservación. Algunos muros están completamente colapsados y sólo se identifica su base, mientras otros conservan una altura 16
de casi dos metros de altura. Por otro lado, la formación de una huella de carretas junto al borde de la quebrada, destruyó casi completamente el muro perimetral de este sector y las excavaciones abiertas de los años ochenta, han causado su debilitamiento y desplome por la actividad sísmica. DESCRIPCIÓN Poblado prehispánico sumamente aglutinado, compuesto por 636 estructuras que conforman una de las aldeas más importantes del norte de Chile. Se dispone de un espacio densamente edificado rodeado por un muro perimetral doble, distinguiéndose un conjunto de “barrios” separados por dos plazas abiertas y otras dos plazas cerradas. El poblado es el resultado de una larga historia ocupacional de cerca de 1.000 años y su arquitectura es reflejo de series de cambios y remodelaciones. 5
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Al estudiar la evolución del espacio doméstico se identificó la sucesión de varios momentos a lo largo de su historia, incluyendo la aparición de antiguos derrumbes que nos indican diversas inacciones del sitio. La historia ocupacional de las viviendas condensa un tremendo potencial informativo caracterizado por una alta complejidad estratigráfica debido a la consecución de cambios en las formas de habitar. Estas variaciones tienen implicaciones más allá de un ámbito funcional, reflejando un cambio cultural que se produce en el seno de la sociedad y que se refleja en el ámbito doméstico. En este sentido, se detectaron variaciones en la forma de ocupar las viviendas, muchas de las cuales se convierten en espacios de uso productivo como corrales. A lo largo de la historia del poblado, se desarrollan distintas soluciones tecnológicas para el almacenamiento de alimentos procedentes de la recolección de algarrobo y chañar así como de cultivos. Durante los primeros siglos de Caserones, el desarrollo agrícola era de carácter inicial, formando parte del proceso de conocimiento de las técnicas agrícolas así como los requerimientos de las distintas plantas para lograr cosechas favorables. En este momento, el almacenamiento para administrar la producción se realizaba al interior de las casas usando pozos de almacenaje subterráneos. Esta tecnología es característica de los poblados tarapaqueños, identificándose también en la aldea Guatacondo y permite mantener los alimentos aislados del calor intenso de la pampa así como de roedores y otros agentes que amenazan su conservación.
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Algunas casas tienen cavado más de 10 pozos en su interior, los que posiblemente fueron aumentando en número a medida que aumentaron los requerimientos productivos del pueblo. El funcionamiento de los pozos subterráneos coincide con los siglos en que coexisten Pircas y Caserones, y forma parte de la ampliación de la escala productiva a través de la intensificación de las prácticas agro recolectoras, combinándose una horticultura a baja escala en el seno de una sociedad conservadora que mantiene su énfasis en la recolección de algarrobo, y que regula el almacenaje del excedente productivo a nivel doméstico. Con el pasar de los siglos, este sistema de almacenamiento empieza a quedar obsoleto porque tenía limitaciones en cuanto al volumen almacenable y porque no existía un control centralizado de la producción. Así, cuando estos pozos caen en desuso y son tapados, se inicia un sistema de almacenaje colectivo para lo cual se construyen recintos circulares agrupados en sectores centrales del sitio así como en el barrio denominado conglomerado 1, desde donde se reguló la producción ya no desde una perspectiva familiar sino comunitaria. Esta centralización sin duda forma parte de un proceso de diferenciación social donde ciertas familias y autoridades del pueblo empezaron a generar un excedente productivo vinculado al fortalecimiento de los lazos comunitarios a través de fiestas colectivas que se desarrollaron en algunas de las plazas del pueblo. No hay que olvidar que estas soluciones comunitarias buscan restringir los momentos de escasez de alimentos mediante una distribución controlada, y así lograr una
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autonomía de recursos. Este proceso de aumento en el control se produce en los albores del período Intermedio Tardío, momento en que el crecimiento demográfico incidió en el surgimiento de una serie de aldeas como las de Huarasiña y muchos otros que se distribuyen intensamente entre Huarasiña y Pachica, así como en la parte alta de la precordillera en las localidades de Laonzana, Mocha, Huaviña, Sibaya, Limaxiña, Usmagama, Chusmiza, entre otras. En los últimos siglos de funcionamiento, el antiguo pueblo de Caserones se convierte en un lugar con una ocupación doméstica reducida por la conversión de sectores residenciales a funciones productivas. Es muy probable que en la memoria colectiva Caserones haya mantenido una imagen de profundo respeto, convirtiéndose en un espacio de congregación social de la sociedad tarapaqueña, particularmente en momentos festivos donde el pueblo alcanzaba una gran actividad y se acu-
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mularon concentraciones de basuras correspondientes al Complejo Cultural Pica Tarapacá. Posterior al año 1.020 d.C., se produjo la desocupación final del sitio, probablemente por los cambios en la disponibilidad hídrica y la merma de los antiguos bosques de algarrobo y chañar, por lo que las poblaciones se instalan en sectores más altos de la quebrada, a partir de Huarasiña y continuando aguas arriba. De esta forma culmina la ocupación de una de las aldeas iniciales y con una historia que se prolongó por más de mil años. Bibliografía: L. Núñez (1962, 1979, 1982, 1984), M. Uribe (2006), M. Uribe et al (2007,), M. Uribe y E. Vidal, (2012), E. Vidal (2012), P. Méndez-Quirós (2012).
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CAS 8 o “EL REY”
TIPO DE SITIO Geoglifo. EMPLAZAMIENTO Ladera sur de la quebrada de Tarapacá, entre Huarasiña y Caserones. CRONOLOGÍA Período Intermedio Tardío (900 – 1.400 d.C.). TÉCNICA Los motivos se elaboraron por despeje, por acumulación y por técnica mixta. CONSERVACIÓN Presenta un deterioro importante por la formación de huellas peatonales sobre el geoglifos. DESCRIPCIÓN El sitio de arte rupestre conocido por la comunidad como “El Rey”, y denominado Cas 8 por investigaciones arqueológicas corresponde a un panel de geoglifos compuesto por al menos cinco elementos figurativos antropomorfos y zoomorfos, así como tres líneas verticales. Destaca la presencia de la figura de un personaje con un báculo o bastón en una de sus manos, un segundo personaje al 22
interior de un círculo y la figura de un lagarto moteado con su cabeza orientada hacia la quebrada. Este conjunto rupestre nos acerca a la iconografía tarapaqueña, no obstante su lectura o interpretación en cuanto a los significados subyacentes sea muy difícil. Los intentos por interpretar estos diseños son búsquedas de los significados pero difícilmente lograremos certezas sobre su sentido. El personaje con un báculo y el lagarto tiene una carga simbólica importante vinculada a las relaciones sociales establecidas en la cuenca baja de quebrada de Tarapacá. En el contexto que Huarasiña actúa como límite del sector más poblado de la quebrada, ubicado entre Huarasiña y Pachica, el personaje con báculos representa a una autoridad o personaje con prestigio social, posiblemente remitiéndose a la estructura y organización social de la quebrada encabezada por un curaca poderoso que articuló la parte baja de la quebrada. Según el relato de los primeros cronistas que acompañaron a los conquistadores, la quebrada de Tarapacá estaba organizada de manera dual, existiendo un señor en la parte baja llamado Tuscasanga (Pachica - Huarasiña), y un señor en la parte alta llamado Opo. En suma, la incorporación de dos personajes con características y tamaños diferentes bien podría relacionarse con una situación de organización social como la descrita. 8
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La presencia de animales y figuras zoomorfas tiene un claro sentido simbólico. Los reptiles por su forma de vivir cerca los cursos hídricos tradicionalmente han sido asociados a las lluvias, al riego y las fuentes de agua. A su vez, el agua en el desierto es símbolo de fertilidad, de producción y abundancia. El lagarto dibujado en la ladera la quebrada, presenta un abultamiento en el vientre, lo que ha sido interpretado por el arqueólogo Luis Briones y los comuneros de Huarasiña como un posible símbolo de fertilidad. En efecto, la ubicación de este panel de petroglifos podría explicarse como indicativo de la presencia de una aguada justo en el sector, hacia donde apuntaría la cabeza del reptil. Si bien en la actualidad esta aguada está seca o inactiva, es reconocida por los comuneros como un lugar donde antiguamente afloraba agua que era usada para la irrigación de sus chacras. Recordemos que el agua como fuente de riego agrícola es un factor crítico que fue controlado mediante sistemas de irrigación para su distribución entre los regantes. En este sentido, los regantes de más arriba de la quebrada disponen de mayor caudal y si ellos cortan el paso, los pobladores de más abajo ven limitado su suministro. Por lo tanto, el control y ordenamiento del agua en una sociedad agrícola compleja, es un factor crucial y que se vincula con ciertas relaciones políticas entre los sectores de la quebrada. Otra interpretación que se ha propuesto para explicar la proliferación de geoglifos en Tarapacá señala que es fundamental comprenderlos como parte de un
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sistema de movilidad, compuesto por asentamientos permanentes, caminos y senderos, paskanas o paradas a medio camino y paneles de geoglifos como espacios propicios para la realización de rituales durante los traslados entre la costa y la precordillera. Entonces, el arte rupestre tarapaqueño podría cumplir esta doble función, la de señalizar las principales rutas y de ser un escenario para la realización de cierto tipo de rituales por parte de caravaneros y caminantes que se desplazaban por la pampa conectando espacios productivos complementarios. En definitiva, los geoglifos son un rasgo típicamente tarapaqueño y que forma parte de una identidad cultural propia. Los sitios de geoglifos se distribuyen en la precordillera, pampa y cordillera de la costa, siendo algunos de los sitios más conocidos de la región los de Chiza, Tiliviche, Ariquilda, ex oficina Aura, Cerro Unita, Alto Tarapacá, Cerro Colorado, Pica (La Calera, El Salto, Santa Rosita, Cuevitas, Qda. Infiernillo, Cerro Vertedero, Altos de Pica, Chintaguay, Alto Chacarillas), Pintados, Pan de Azúcar, Cerro Mono, Salar de Soronal, Alto Caramucho y Alto Aguada. Bibliografía: No se registran investigaciones en este sitio, pero ha sido mencionado por L. Núñez y L. Briones. Para consulta sobre geoglifos Núñez (1976), Briones et al. (2005).
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TARAPACÁ 40
TIPO DE SITIO Cementerio. EMPLAZAMIENTO El cementerio se emplaza sobre la ladera norte de la quebrada de Tarapacá, frente al poblado de Caserones. El avance de las dunas no permite tener certeza sobre su extensión. El área excavada se ubica entre formaciones de dunas. CRONOLOGÍA El cementerio fue ocupado durante los períodos Formativo Temprano y Formativo Tardío. Los fechados obtenidos indican un rango temporal entre los años 950 a.C. y 660 d.C. TIPO ENTIERRO Todos los entierros comparten el patrón de fosa simple, algunas de las cuales conservaban postes demarcatorios de madera, siendo enterrados sobre una ladera arenosa. Los cuerpos fueron enterrados en posición flectada, al interior de fardos entre grandes cestos tejidos en espiral. CONSERVACIÓN El sitio fue ampliamente excavado por Lautaro Núñez. Sin embargo, nuevas excavaciones realizadas por Ran
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Boytner en 2006, demuestran que aun se conservan entierros in situ. DESCRIPCIÓN Este cementerio es uno de los sitios funerarios más importantes de la parte baja de la quebrada de Tarapacá, siendo intensamente utilizado por los habitantes de Caserones y Pircas, no obstante pudieron enterrarse personas procedentes de otros asentamientos de la región. Según el tipo de entierros, diferenciado por los ajuares y ofrendas que acompañan a los cuerpos, se han definido dos sectores que están temporal y culturalmente distados en el cementerio. El sector A es el más antiguo, datado entre los años 950 a.C. y 20 d.C. donde se excavaron 16 tumbas. Aquí los cuerpos fueron cubiertos por mantas y envueltos con capas de piel de pelícano o camélido, siendo un rasgo característico el uso de turbantes 27
y algunos faldellines de fibra de camélido. El sector B corresponde a un momento posterior donde se estudiaron 94 contextos funerarios datados entre los años 370 y 660 d.C., siendo plenamente contemporáneo a uno de los momentos de ocupación más intensa de Caserones. Enterrar a los difuntos en fardos es una tradición andina que se inicia con claridad en el período Formativo, momento en que los cuerpos son amarrados en posición fetal y envueltos con varias capas de prendas textiles y mantas de distintos tamaños, elaborados en fibra de camélido, intercalando a veces cuerdas o amarras vegetales y ofrendas entre los textiles.
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Durante el ritual mortuorio, se depositaban numerosas ofrendas junto a los fardos, encontrándose abundante cerámica cocida y no cocida, instrumentos de madera, cestería, conchas marinas y fragmentos de mineral de cobre. Son particularmente interesantes las ofrendas de comida como las preparaciones a base de algarrobo, poroto, marlos de maíz, cabritas, papa, calabaza y quínoa. Junto a ello, un amplio repertorio de productos de Océano Pacífico incluye charquecillo de pescado, pulpos disecados y conchas de ostión, choro y otras especies como un imponente cuero de escualo. La introducción de esta diversidad de productos agrícolas es un testimonio claro de la ampliación alimenticia que se produce con la adquisición de la agricultura. Asimismo, esta diversidad demuestra que las condiciones climáticas durante el período Formativo eran muy favorables para el desarrollo del proceso de experimentación inicial con cultivos para desarrollar después de muchas generaciones, una agricultura consolidada y que permitía sustentar a una población creciente. Una de las características más llamativas de este sitio es la abundancia de ofrendas en miniatura, las que fueron elaboradas en cerámica, textil y cestería. Estas piezas tienen un carácter exclusivamente ritual y puede
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ser uno de los antecedentes materiales más antiguos sobre la creencia de que en tiempos remotos, antes de nuestra era, existieron personas pequeñas que vivían bajo la oscuridad y que murieron cuando salió el sol: los gentiles. Si bien no tenemos certezas sobre el significado de estas miniaturas, es muy probable que fueron elementos simbólicos entregados a los muertos para su vida en el más allá, el tránsito hacia la muerte acompañado de prendas como gorros y túnicas, mesas rituales o incuñas, mantas, cestos, tiestos tapados, llenos de comida y cuidadosamente amarrados con fibras vegetales así como líquido y chicha. Todos estos elementos fueron elaborados en formatos que oscilan entre 3 y 8 cm. Bibliografía: L. Núñez (1970), A. Oakland (2000), C. Agüero (2000).
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MATERIALIDAD DEL CEMENTERIO TR-40 Como hemos mencionamos anteriormente, este sitio fue ocupado principalmente por los habitantes de la aldea de Caserones y Pircas, no descartándose entierros de personas que procedían de otros asentamientos. Lo singular del cementerio es la presencia de una cantidad importante de textiles, piezas en miniatura (alasitas), cestería, cerámica, semillas, entre otros, las que fueron utilizadas como ofrendas mortuorias. Los textiles correspondieron a los elementos más significativos, debido a que las sociedades del periodo formativo los usaron y negociaron como objetos de intercambio, pues durante este periodo comenzaba a generase una compleja trama social. Debido a la conformación de redes de bienes de intercambio, donde la circulación de vellones e hilados de camélidos (recurso escaso en ese territorio-valle bajo), además de su acceso restringido fue manipulado por ciertos grupos jerárquicos, produciendo tensiones políticas y sociales. Es por ello que las investigaciones postulan que la materialidad textil fue culturalmente elegida, y su valor incrementándose paulatinamente de modo que su producción o adquisición comenzó a ser primordial como generadora de objetos para intercambiar o controlar (Agüero). En el cementerio de TR-40 se observan diversas tipologías de textiles, sin embargo, se manifiestan la diferenciación en dos grandes conjuntos, el primero corresponde al ajuar de los difuntos (vestimenta con las que fueron enterrados) y el segundo son las miniaturas ofrendadas. La forma de los textiles va desde grandes mantas tejidas en torzal, con flecos, gruesas, felpudas las que dan la idea de una imitación de la piel del camé-
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lido, pues utilizaron los vellones del pecho y lomo que son más densos largos y suaves. Tapicería, túnicas con iconografía Tiwanaku, también se encontraron taparrabos en forma de clepsidra (como un reloj de arena), bolsas listadas (en menor cantidad) y anudadas, faldellines, plumas de aves tropicales. En cuanto a las miniaturas se encuentran de diversas formas como mantitas, sombreritos, bolsitas, taparrabos, cesterías muy pequeñas del porte del dedo meñique, cerámicas sin un mayor grado de cocimiento con ofrenda en su interior. La totalidad de los tejidos en miniaturas fueron elaborados en fibra de camélido específicamente de vicuña y los de tamaño real fueron confeccionados con mezcla de hilados de algodón con camélido. Ello nos evidencia el prestigio y la riqueza simbólica-social que alcanzó la lana de los camélidos para dichos habitantes y en general para el mundo andino. El algodón por otro lado se remitió a un uso doméstico, encontrándose restos únicamente al interior del poblado no así en el cementerio. Una de las características más importante entre estos grupos, fue que casi la totalidad de los cuerpos del cementerio portaban turbantes hilados abultados, ocupando una gran cantidad de lana, otros portan superpuesto un gorro anudado con franjas de colores. Es probable que esta prenda pudo haber sido un símbolo emblemático para la población de Caserones, lo que representaba un identidad étnica de cierta parte de los pobladores, probablemente de hombres. Finalmente también es posible encontrar muchos bienes de origen marino como pieles de escualo, malacológicos (diversas conchas), conjunto de instrumentos para pescar.
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TARAPACÁ 13
TIPO DE SITIO Poblado aldeano edificado en altura. EMPLAZAMIENTO El sitio se ubica sobre la banda sur de la quebrada de Tarapacá, en la cima donde se ubica un espacio ritual actualmente en uso por la comunidad de Huarasiña. CRONOLOGÍA Período Intermedio Tardío 900 – 1400 d.C. ARQUITECTURA El patrón constructivo consiste en la edificación de muros con mampostería en anhidrita, con predominio de estructuras de planta rectangular, las que están rodeadas por un muro perimetral que recuerda al del poblado de Caserones. CONSERVACIÓN El sitio presenta un buen estado de conservación ya que por su emplazamiento difícilmente será alterado por vehículos y maquinaria. El principal deterioro consiste en el derrumbe de muros.
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DESCRIPCIÓN Aldea edificada en altura, rodeada por un muro perimetral y densamente edificada. Los recintos fueron edificados a base de muros de anhidrita, incluyendo muros de piedra en el sector con mayor pendiente. Las dimensiones del poblado son de 120 por 40 metros, con una superficie estimada de 2.300 m2. Según Patricio Núñez, la aldea se compone de cinco sectores separados por vías de circulación, constituyendo el inicio del poblado que luego se expande aguas arriba (Tarapacá 13A). Bibliografía: Patricio Núñez (1983), Zori (2011).
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TARAPACÁ 13 A
TIPO DE SITIO Poblado aldeano edificado en altura. EMPLAZAMIENTO Se ubica sobre la banda sur de la quebrada de Tarapacá, utilizando una estrecha terraza fluvial frente al pueblo de Huarasiña. CRONOLOGÍA Período Intermedio Tardío (900-1400 d.C.) ARQUITECTURA Muros edificados con mampostería en anhidrita, comparte el patrón constructivo característico de las aldeas tarapaqueñas. CONSERVACIÓN Se encuentra en buen estado de conservación y por su emplazamiento está protegido del paso de vehículos y maquinarias.
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DESCRIPCIÓN Poblado aldeano densamente edificado que constituye la ampliación del poblado Tarapacá 13 producto del aumento demográfico y la capacidad productiva de los pobladores del sector, según Patricio Núñez. Acá se observa un aumento en el tamaño de los recintos lo que reflejaría el surgimiento de nuevos requerimiento en la sociedad tarapaqueña. La superficie bordea los 3.000 m2. Bibliografía: Patricio Núñez (1983) Zori (2011).
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TARAPACÁ 16
TIPO DE SITIO Poblado aldeano. EMPLAZAMIENTO Ubicado al interior de una quebrada seca que desemboca en la quebrada de Tarapacá a la altura de Huarasiña, edificándose las estructuras sobre una ladera y una pocas en sectores planos. CRONOLOGÍA Período Intermedio Tardío y Tardío (900-1530 d.C.) ARQUITECTURA El sitio presenta una arquitectura de planta rectangular, incluyendo un espacio abierto en la parte baja que pudo funcionar como plaza. En la ladera frente a la aldea hay un conjunto de terrazas de cultivo construidas con muros de contención de baja altura. CONSERVACIÓN Presenta un buen estado de conservación, siendo el principal deterioro el desplome de muros.
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DESCRIPCIÓN Poblado prehispánico densamente edificado, indudablemente relacionado a las aldeas Tarapacá 13 y 13A, con las cuales conforma un continuo constructivo. En superficie hay cerámica del componente Pica-Tarapacá así como fragmentos inca locales y un componente colonial muy minoritario. Bibliografía: Patricio Núñez (1983), Zori (2011).
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LOS POBLADOS DE HUARASIÑA
Y LA PREHISTORIA TARDÍA
Los poblados denominados Tarapacá 13, 13A y 16 son testimonio del momento de mayor actividad humana y densidad demográfica de Huarasiña en tiempos prehispánicos. En la parte alta de los cerros de la banda sur de la quebrada se ubican las ruinas de los pueblos indígenas, uno junto a otro formando un área habitada y subdividida por sectores o barrios. Cuando estos pueblos estaban en pleno funcionamiento durante el período Intermedio Tardío, recibieron las influencias del imperio incaico, siendo partícipes de la rearticulación productiva, política y religiosa que se produjo por la incorporación de influencias quechuas por parte de una población local tarapaqueña pero íntimamente vinculada a los aymaras originarios del altiplano. Luego, estos poblados fueron testigos del profundo impacto generado por la colonización española, a partir de la cual fueron despoblándose paulatinamente, reflejo de ello es la casi nula presencia de material cultural colonial en los sitios. El habitar de los españoles no coincidía con la lógica de ocupación del espacio, propia de los pueblos tarapaqueños, como fue la construcción de sus habitaciones en la parte alta de cerros y lomajes, los colonizadores preferían hacerlos en la parte baja, sobre las tierras de cultivo, como lo vemos en los pueblos actuales de Huarasiña y Tarapacá.
Si bien han sido definidos como tres pueblos 41
distintos, estos comparten una misma tradición constructiva y los materiales culturales asociados pertenecen a la misma época, por lo que pueden ser entendidos como tres sectores dentro de un área densamente poblada. Aquí se observa un trazado urbano que se fue desarrollando a partir del año 900 d.C. sin una planificación previa pues se guía por el relieve de los cerros, edificándose tanto en sectores planos como en laderas, donde se construyen aterrazamientos y muros de contención para fundar las viviendas sobre espacios planos. Futuras investigaciones podrán evaluar si bajo los derrumbes y ocupaciones relacionadas al Complejo Pica Tarapacá existen momentos anteriores de ocupación que reflejen un desarrollo paulatino de más larga data. Los elementos constructivos incluyen viviendas, espacios públicos, muros perimetrales, terrazas de cultivo y vías de circulación. En su conjunto, estos elementos nos permiten imaginar la cotidianidad del pasado, los modos en que el “antiguo Huarasiña” se desenvolvía con una vista privilegiada hacia los sectores productivos ubicados de la quebrada y la inmensidad de la pampa y sus bosques. A partir del período Formativo y particularmente desde el Intermedio Tardío, la conectividad con las quebradas de Quipisca, Mamiña, Quisma y Guatacondo fue muy dinámica, formándose un camino longitudinal que conectaba estas localidades. El emplazamiento de Huarasiña es clave en este contexto vial, pues uno de
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los accesos a la parte baja de la quebrada converge hacia los poblados Tarapacá 13, 13A y 16, lo que explica que exista tal densidad demográfica. Es altamente probable que desde este punto se desplegara un control sobre el tránsito de mercaderías y productos con las quebradas de más al sur, ya que durante los siglos de funcionamiento de estos pueblos; la sociedad tarapaqueña contaba con una organización social controlada por curacas y jilacatas. Las investigaciones arqueológicas han identificado la existencia de una marcada desigualdad social, así como evidencias de conflicto al interior de las comunidades, lo que refuerza esta situación de control social. Por ejemplo, en el cementerio Pica 8, ubicado en Matilla, los esqueletos tienen una serie de indicadores de estrés ambiental, problemas nutricionales así como marcas de violencia, que se ha entendido como resultado de un contexto de especialización productiva y de diferenciación social interna. 29
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ÍNDICE DE IMÁGENES 1. Fragmento de cestería. 2. Cerámica en miniatura. 3. Maíz. Sitio Tarapacá 40. 4. Vista de estructuras sitio de Pircas. 5. Vista aérea del poblado de Caserones. GoogleEarth. 6. Vista desde ladera sur del Poblado de Caserones. 7. Vista de geoglifos sitio Cas 8 o “El Rey”. GoogleEarth. 8. Geoglifo de Figura central antropomorfa con báculo. Sitio Cas 8 o “El rey”. 9. Vista general del Cementerio Tarapacá-40. 10. Bolsita anllada tubular decorada acompañada con fibra de camélido. 11. Cementerio de Tarapacá-40, aun en superficie afloran restos de materiales, en este caso observamos una pieza semi completa de cestería de gran dimensión. 12. Vasija miniatura de cerámica, presenta tapita una amarra con fibra vegetal, en su interior aun se mantiene ofrenda con alimento. 13. Cerámica en miniatura con restos de ofrenda vegetal en su interior. 14. Faldellín de hilado de fibra de camélido, colores rojo amarillo y café. 15. Tocado con trenzados de fibra de camélido, colores rojo amarillo y verde. 16. Adorno de piel, probablemente colgante a modo de collar. 17. Cesto grande, en su interior contiene ovillo de fibra de camélido y ovillo de lana de colores rojo, café claro y blanco. Probablemente turbante. 18. Instrumento de calabaza. 19. Vasija ceremonial en miniatura de calabaza. 20. Tubo de madera con tallado zoomorfo (felino), embarrilado de textil y aguja de cactus con pigmentos. 21. Trenzados de fibra de camélido, turbante. 22. Plumas tropicales, la fila del centro se encuentra embarrilada a una madera. 23. Textiles en miniatura (túnicas). 24. Imágenes de tipos de turbantes correspondiente al cementerio Tarapacá 40-B. (AGÜERO, 2010) 25. Cerámica en miniatura sin cocer , platitos, tapitas, vasijas. Al interior de algunos se puede observar ofrenda vegetal. 26. Vista aérea de Sitio de Tarapacá 13. GoogleEarth. 27. Vista aérea de Sitio de Tarapacá 13-A. GoogleEarth. 28. Vista aérea de Sitio de Tarapacá 13-A. GoogleEarth. 29. Textil de trama fina con decoración geométrica, probable influencia Tiwanaku. 30. Cestería de gran tamaño impregnada en resina.
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Fondo de títulos: Taparrabo en forma de Clepsidra (reloj de Arena) con líneas en zigzag color azul, crema, rojo. Portada: Manta afelpada con franja color verde. Instrumento escalerado de óseo con embarrilado de textil. Contraportada: Túnica de trama fina probable iconografía Tiwanaku.
CRÉDITOS Proyecto: Gestión patrimonial del complejo arqueológico Caserones de la Provincia del Tamarugal, año 2012. Financia: Corporación Nacional de Desarrollo Indígena, CONADI Subdirección Nacional Norte, Unidad de Educación y Cultura. Supervisión proyecto: Marcos Morales y Eduardo Sáez. Ejecutor Proyecto: Ayni Consultores Ltda. Contacto y Distribución: CONADI Subdirección Nacional Norte, Unidad de Educación y Cultura. Taller Arqueología: Pablo Méndez-Quirós A. Taller Jurídico: Guillermo Flores H. Taller Patrimonio: Tamara Sánchez A. Taller Puesta en Valor: Luis Briones M. Autor Catastro: Pablo Méndez-Quirós A. Edición Catastro: Tamara Sánchez A. Diseño y Diagramación Catastro: Ignacio Llaña H. Fotografías: Pablo Méndez-Quirós A. Dibujo Sol: Claudio Ceballos Directiva Comunidad Indígena Aymara de Huarasiña: Eduardo Relos, Percy Pérez, Damián Relos. Iquique, Diciembre de 2012.
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