Ardiente venganza 02 kate walker prisioneros del deseo

Page 1

Prisioneros del deseo Kate Walker

Prisioneros del deseo (2002) Título Original: The hostage bride Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Julia 1251 Género: Contemporáneo Protagonistas: Ricardo “Rico” Valerón y Felicity Hamilton

Argumento: El padre de Felicity había estado desfalcando al multimillonario argentino Ricardo Valeron. Ella sabía que Rico era despiadado cuando se trataba de sus negocios y nada lo detendría a la hora de arruinar a su padre si averiguaba la verdad. Así que Felicity aceptó un matrimonio de conveniencia. Un amigo suyo necesitaba casarse para asegurarse la herencia. A cambio, él restituiría el dinero del desfalco. Pero, antes de que la ceremonia nupcial pudiese llevarse a cabo, Rico se llevó a la novia. ¿Había descubierto el plan?


Kate Walker – Prisioneros del deseo

¿Venía a vengarse? ¿O tenía otros planes para la novia que había secuestrado…?

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 2—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 1 Rico Valerón detuvo su gran coche frente a la casa y echó el freno de mano. Miró el reloj y paró el motor. Tenía tiempo de sobra, así que se reclinó en el asiento y se dispuso a esperar. Felicity oyó el ronroneo del motor desde su habitación y luego a su padre que salía del salón. —¡Tu coche ha llegado! —le dijo por el hueco de la escalera—. ¿Estás lista? «¿Estoy lista?», se preguntó, mirando con sus ojos grises su reflejo en el espejo del armario. Inmediatamente, apartó los ojos. No le gustaba que reflejaran tanto. —¡Fliss! —dijo Joe Hamilton impaciente—. ¿Me has oído? El coche ya ha llegado… hay que irse. —¡Un momento! Felicity tuvo dificultades para que su voz llegara hasta la planta de abajo. A pesar de todos sus esfuerzos, no le sonaba bien. No era fuerte ni convincente. Desde luego, no era la voz de una mujer que se va a casar. Claro que aquella boda no la había planeado ella. No era la boda con la que había soñado de pequeña, ni la que había imaginado con su primer amor de adolescencia. Entonces, se había visto a sí misma como Cenicienta o la reina Ginebra y al novio como una mezcla del Príncipe Azul y los Caballeros de la Mesa Redonda, que llegaba hasta ella al galope en un corcel blanco y la agarraba por los aires para comenzar una vida feliz. Desde luego, no así. No esa especie de boda a la que había accedido por miedo y desesperación. Había intentado por todos los medios librarse de ella, pero no lo había conseguido. —¡Felicity! Su padre se estaba impacientando. Solo la llamaba así cuando estaba enfadado. Lo imaginaba perfectamente mirando el reloj. —¡ Ya voy! ¿Qué iba a decir? No había elección. Ningún caballero a lomos de un caballo blanco iba a ir a rescatarla. No había podido ni siquiera contárselo a su madre porque se habría enterado del tremendo lío en el que se había metido su padre. La única manera de ayudarlo a salir era pasar por aquello. —¡Un momento! Suspiró profundamente y se volvió a mirar en el espejo. El vestido de seda blanca que Edward había comprado le quedaba como un guante, realzaba su figura y, al no tener mangas, dejaba al descubierto sus brazos delgados y el bronceado de su piel. Su pelo rubio apagado iba recogido en un moño,

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 3—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

que sostenía una pequeña tiara, y desde el que salía el velo. El tocado resaltaba sus pómulos y sus ojos grises. Bajo el maquillaje, no había color. Sus ojos no tenían brillo. Parecía un cordero que fuera al matadero. —No se lo van a tragar —se dijo a sí misma—. ¿No podrías fingir una sonrisa? No, mucho peor. Aquella sonrisa era tan falsa que prefirió borrarla. Se agarró la falda del vestido y salió. —¡Por fin! —exclamó Joe cuando la vio bajar las escaleras—. ¡Vamos a llegar tarde! —¿No se supone que la novia siempre tiene que llegar tarde? —protestó Felicity —. Edward esperará. Claro que sí. Edward esperaría por la cuenta que le traía. Iba a ganar mucho más con aquel matrimonio de risa de lo que le había dicho a ella para convencerla. Al percibir movimiento en la puerta principal, Rico se irguió, miró a su alrededor y asintió satisfecho. Nadie. Todos estaban invitados a la boda del año e incluso el personal de servicio estaba en la escalera de la catedral. Con un poco de suerte, nadie lo vería hacer lo que tenía que hacer. Al ver que la puerta se abría, salió del coche y se metió una mano en el bolsillo. —¡Ya vamos! —gritó Joe al conductor que estaba esperando—. ¡Venga, vamos, Fliss! Sir Lionel se va a creer… bueno eso no importa ahora. En ese momento sonó el teléfono. —No contestes —le dijo a su padre. Una vez puestos en marcha, quería terminar con aquello cuanto antes. —Vete saliendo tú. Yo voy ahora. Una vez sola, Felicity se encontró pegada al suelo. No podía moverse. Tenía tanto miedo que se puso a temblar, a pesar del intenso sol de julio. No veía nada, no sentía nada. —¿Señorita Hamilton? Era el conductor. Lo miró. Era alto y tenía un buen cuerpo. No se había imaginado que los conductores profesionales fueran así. Estaba de pie junto al Rolls plateado, casi cuadrado como un soldado. La chaqueta del uniforme le marcaba los hombros y el ancho pecho. Tenía la cintura estrecha y unas piernas muy largas. Llevaba los zapatos tan lustrosos, que parecían hechos a mano. Con una mano cubierta por un guante negro, le abrió la puerta trasera invitándola a entrar. No le veía la cara porque la gorra se lo impedía. —¿Es usted la señorita Felicity Hamilton?

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 4—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Parecía sorprendido, como si ella no fuera como se había esperado, y tenía acento español, quizá. Su voz grave y ronca, y la forma en la que había pronunciado las sílabas de su nombre hicieron que se sintiera seducida. El escalofrío de aprensión que había sentido momentos antes se tornó en algo muy diferente. Aquella punzada de deseo que le recorrió la columna era lo menos apropiado para una novia. Más bien, lo sería si se estuviera casando con un hombre al que de verdad amara. —Sí. Debía de parecer una boba, allí en mitad del camino, sin saber si avanzar o retroceder. Para colmo, la mirada del conductor no la estaba ayudando en absoluto. —Felicity Jane Hamilton, que pronto será Felicity Jane Venables —dijo. Apartó sus pensamientos, se agarró la falda y avanzó hacia el coche—. Eso ya lo sabría, ¿no? Al fin y al cabo, para eso ha venido. El silencio del conductor la puso todavía más nerviosa. —Sí, señorita Hamilton. Por eso estoy aquí. Tenía los ojos de un marrón muy oscuro, casi negro, y una piel de un tono tan aceitunado que Felicity sintió deseos de tocarla. Tenía la nariz recta y la mandíbula cuadrada, pero su boca tenía líneas mucho más suaves. Pensó en que le gustaría verlo sonreír, en cómo sería sentir aquellos labios sobre la piel, en… —¿No va a entrar, señorita Hamilton? —Eh… oh… sí, sí. Felicity parpadeó confusa y avergonzada, y se ruborizó. Su mirada era tan intensa que parecía como si le pudiera leer el pensamiento y supiera las fantasías que acababa de tener con él. ¡No debería tener ese tipo de fantasías! No quería a Edward, pero le había prometido ser su esposa y debía hacer como que la boda era de verdad. ¿Cómo iba a hacerlo si ya estaba pensando en otro hombre y todavía no llevaba la alianza? —Suba al coche. Algo había cambiado. De repente, su tono se había alterado levemente. Aquello hizo que Felicity se pusiera nerviosa. —Estoy esperando a mi padre. —Puede esperarlo en el coche. El mismo tono la disturbó todavía más. En un intento de ocultar cómo se sentía, de ignorar la carne de gallina que se le había puesto, levantó la mandíbula y lo miró a los ojos. —Prefiero quedarme fuera. No quiero arrugarme el vestido. El conductor miró el vestido en cuestión con desprecio y se encogió de hombros. —Vamos a llegar tarde. Por favor, suba al coche, señorita Hamilton.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 5—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

En aquel «por favor» percibió algo oscuro; no era cortés, e hizo que Felicity sintiera un escalofrío incómodo por la espalda. Oyó a su padre que intentaba cortar la llamada. —Me tengo que ir ¿no podemos hablar de esto en otro momento? Estaría con ella en unos segundos. Aquello la reconfortó. Entonces, entraría en el coche porque a ella le diera la gana, no porque el conductor lo dijera. No se había dado cuenta de lo difícil que iba a ser sentarse en aquel asiento de cuero tan alto con el vestido, el velo y todo lo demás. Tenía un pie dentro cuando perdió el equilibrio. —¡Oh! Él tardó un segundo en estar a su lado. Una mano enguantada agarró sus dedos, que se agitaban en busca de ayuda. La agarró con fuerza para poder con el peso de todo su cuerpo. En un momento, estaba de nuevo arriba, a salvo en el coche. El vestido no había sufrido ningún daño ni ella tampoco, pero se ruborizó ante lo que podría haber sucedido. —Gracias —contestó dándose cuenta de que era su cercanía, su fuerza, lo que le había dejado sin aliento y no el haber estado a punto de caerse. —De nada. Aquellas manos fuertes metieron el resto del vestido y del velo con un toque frío e impersonal. Al no tener aquella mirada tan intensa sobre ella, Felicity se sintió mucho más tranquila. —Gracias —repitió. Cuando el conductor levantó la cabeza, ella sonrió y lo miró a los ojos. No hubo contestación, solo la mirada más fría y vacía que jamás había visto. Notó que se le helaba la sangre en las venas y se echó hacia atrás en el asiento, asustada. Mientras Felicity se recobraba de aquella mirada, que había sido como un bofetón, el hombre se apresuró a cerrar la puerta con firmeza. Su padre seguía en la casa. —Un momento… El conductor la ignoró, se metió en el coche y lo puso en marcha cerrando su puerta a la vez. Felicity vio que se sacaba algo del bolsillo y sintió un miedo atroz. Era un teléfono móvil. —De acuerdo —dijo él, con los ojos fijos en la casa—. Misión cumplida. Podéis parar. —¡Le he dicho que espere! Felicity se revolvió en el asiento de atrás y miró a su casa mientras el coche tomaba velocidad.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 6—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¿Me ha oído? No podemos irnos… mi padre… Se interrumpió al recordar lo que acababa de oír. «Misión cumplida. Podéis parar». Se echó hacia delante y golpeó con fuerza el cristal que la separaba del conductor. —¿Qué hace? ¿Dónde vamos? No puede… El conductor no dijo nada. Apagó el móvil, se lo guardó en el bolsillo de nuevo y agarró el volante. Cambió de marcha y aceleró. —¡Pare! Mi padre… Felicity vio que el hombre miraba por el retrovisor. Se giró y vio a su padre saliendo de la casa corriendo. Se paró y se quedó mirando, completamente conmocionado, el coche que se alejaba. Le vio levantar un brazo y gritar algo. Entonces, se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir. La llamada de teléfono había sido para distraer a su padre. Aquel hombre la había hecho coincidir para que ella se montara en el coche sola. «¡Papá!», pensó. No pudo gritar porque estaba demasiado perpleja. El coche siguió acelerando y la distancia entre ellos se fue haciendo mayor. Giraron a la derecha y dejó de verlo. Al darse cuenta de que estaba sola le dio miedo. Estaba completamente sola con aquel desconocido que la ponía de los nervios. Al llegar al cruce, torció a la izquierda, en dirección opuesta a la iglesia y Felicity comenzó a asustarse de verdad.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 7—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 2 —¿Pero se puede saber qué hace? Felicity se dijo que no debía dejarse llevar por el pánico. Muy bien, había pasado miedo, pero aquello tenía que ser un error. —Le he dicho… ¿no podría frenar un poco? ¿No la oía o qué? Su espalda parecía tan inamovible como un muro de ladrillo y, como iba mirando hacia delante, no le veía la cara y no podía leer la expresión de sus ojos. —¡Se está equivocando de dirección! Sin respuesta. Ni siquiera la miró de reojo. Solo agarró el volante con fuerza y aceleró todavía más, hasta que la aguja de la velocidad parecía que se iba a salir. Felicity se echó hacia delante y consiguió abrir el panel de cristal unos milímetros. —¡Le he dicho que se ha equivocado de camino! Intentó vocalizar bien porque, claro, no era inglés. ¿Qué sería? ¿Español? Tal vez, no lo entendiera. Tal vez, lo que le había dicho fuera lo único que supiera decir en inglés. Aunque lo había dicho con mucha soltura, la verdad. —¡Escúcheme! Se ha equivocado de camino… —Sé perfectamente dónde voy. Lo que ocurre es que no es donde se suponía que tenía que ir usted hoy. Le recomiendo que se ponga cómoda y se abroche el cinturón. Tal y como va ahora, es ilegal. —¿Cómo? ¿Ilegal? —Felicity no se lo podía creer—. ¿Me está… me está usted secuestrando… y se preocupa por el cinturón? ¡Es usted un…! Consiguió bajar un poco más el cristal y le apretó el hombro. —¡Pare el coche inmediatamente! ¡Le digo que pare! Al ver que no le hacía ni caso, pensó que lo único que podía hacer para llamar su atención era tirarle del pelo. —¡Madre de Dios! El coche se zarandeó peligrosamente. —¡Pare! —gritó él, apretando la mandíbula—. ¡No sea estúpida! ¿Quiere que nos matemos? —No me tiente —murmuró Felicity. Sin embargo, se dio cuenta de que no había sido un movimiento inteligente. Con el volantazo del coche, se había ido hacia un lado y se había dado un buen golpe en un brazo.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 8—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Se sentó con la espalda apoyada en el respaldo. Intentó parecer calmada, pero por dentro no paraba de darle vueltas a la cabeza intentando encontrar una explicación. ¿Se habría vuelto loco el conductor? ¿Qué pretendía? —Mire usted… —le dijo intentando sonar firme y segura de sí misma. Sus ojos oscuros la miraron por el retrovisor y se encontraron con los suyos durante un segundo. —Me llamo Rico —dijo de repente. ¿Rico? Sí, ya, como que le iba a decir su nombre de verdad. Sería un imbécil si lo hiciera y, desde luego, sus ojos color café desprendían inteligencia. No parecía imbécil. Le quedaba bien Rico. Era un nombre de delincuente. Se lo imaginaba perfectamente haciendo de malo en una película de aventuras. Pero aquello no era una película y tampoco parecía una aventura. —Bueno, Rico… me parece que se ha equivocado. Ha cometido usted un terrible error. —No hay ningún error. Sé perfectamente lo que estoy haciendo. —Pero, entonces, se ha equivocado de persona —dijo. Tenía que ser eso. —¿No es usted Felicity Hamilton? Su sarcasmo la hirió. —Sí, sí, ya le he dicho que soy yo, pero se ha equivocado. No soy rica ni mi padre tampoco —añadió. Si lo hubieran sido, no se habría visto forzada a casarse con Edward. —El dinero no me interesa. —¿Entonces…? Felicity se quedó sin habla al pensar en por qué aquel hombre la habría secuestrado. Su mente se llenó de pensamientos horribles y sintió que el color escapaba de su rostro a la vez que la garra del pánico se apoderaba de su corazón. —¡Pare el coche! ¡Pare inmediatamente! Sabía que no le iba a hacer caso, pero verlo tan impertérrito la puso todavía más nerviosa. —¡Le he dicho que pare! Entonces, se le ocurrió una idea. Estaba cerca de una curva muy mala en la que el tipo tendría que frenar. Si pudiera abrir la puerta… Se acercó lentamente y agarró la manivela. —Está cerrada. Aquellas palabras dieron al traste con sus esperanzas. Miró de nuevo al retrovisor y se encontró con aquellos ojos que le daban miedo.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 9—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Cierre centralizado —añadió señalando un botón que tenía en su puerta—. No podrá salir a menos que yo la deje. Aunque sabía que era una tontería, lo ignoró. No podía dejarse ganar sin oponer resistencia. Intentó abrir la puerta, pero fue inútil, así que se volvió a arrellanar en el asiento. —Déjelo y tranquilícese. Tenemos un largo camino por delante, así que no siga porque se va a cansar —le dijo con una nota de preocupación que Felicity se apresuró a calificar de falsa. —¿Adonde vamos? Intentó sonar inocente, pero no lo consiguió. Él le dedicó una mirada irónica de reproche. —Ya lo sabrá cuando lleguemos. ¿Por qué no disfruta del paisaje? —¿Cómo? ¡Nada más lejos de mi pensamiento! —Bueno —comentó él encogiéndose de hombros—. Estará mucho más cómoda y segura si se echa hacia atrás y se abrocha el cinturón de seguridad. Felicity vio un cartel que indicaba que se dirigían hacia la autopista que llevaba a Londres. —Se la está jugando, ¿no? Estoy leyendo los carteles. Sé hacia dónde vamos —él se limitó a volverse a encoger de hombros con indiferencia. ¿De verdad le importaba poco que supiera por la carretera que iban?—. ¿No le importa? —¿Debería? —preguntó quitándose la gorra y dejándola en el asiento de al lado. Se pasó la mano bronceada por el pelo oscuro, que acababa de dejar al descubierto. Miró por el retrovisor y la sonrió abiertamente. Felicity sintió una punzada en el corazón, que le latía a toda velocidad, y se mordió el labio inferior controlando a duras penas un grito de sorpresa. ¡No era justo! Un hombre como Rico, que la había secuestrado sin razones aparentes, que había invadido su vida y la había puesto del revés, debería ser por fuera tan oscuro como debía de ser por dentro. Desgraciadamente, era todo lo contrario. Solo le veía un trozo de la cara en el espejo, pero, aun así, supo que era guapo como el que más. El tono aceitunado de su rostro, los ojos oscuros y el pelo negro y sedoso, combinaban con unos pómulos altos, unas pestañas impresionantemente rizadas y una boca sensual. Todo ello hacía de él una belleza masculina como ella jamás había visto. No podía apartar los ojos de él. Rico la miró y vio su mirada sorprendida. Al darse cuenta de que la había pillado, Felicity bajó la vista y se puso a mirarse las manos, completamente avergonzada. —En serio, debería ponerse el cinturón —le repitió en un tono que no dejaba lugar a dudas. Debía obedecer—. Vamos a salir a la autopista en breve y, aunque

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 10—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

usted prefiera poner su vida en peligro y saltarse la ley, preferiría que se mostrara más razonable. ¿Querría decir aquello que no le iba a hacer daño? Agarró el cinturón con manos firmes, a pesar de estar muy nerviosa por dentro, y se lo puso. —¿Rico qué más? —preguntó ella justo cuando se estaban incorporando a la autopista—. ¿Tiene apellido? —Rico a secas —contestó él pendiente del tráfico. —Ya me enteraré. Edward me lo dirá —le dijo. En ese momento, se le ocurrió algo—. Me sorprende que piense usted que va a salir bien parado de todo esto. Como podrá suponer, se lo diré al señor Venables —añadió. Rico no dio muestras de haberla oído siquiera—. Aunque esto no sea más que una broma, no le va a hacer ninguna gracia que uno de sus empleados se comporte así. Lo echará —Rico la miró de reojo. De repente, Felicity se dio cuenta de la verdad y sintió un gran peso en el estómago, como si se hubiera tragado un yunque—. No trabaja para él, ¿verdad? —Antes, recorrería la autopista de rodillas —contestó él con fuerza. Felicity sintió un escalofrío al percibir que, detrás de aquella firmeza, había odio. —¿Así que todo esto tiene que ver con Edward y no conmigo? Sintió un gran alivio al darse cuenta de que, a pesar de todos los problemas en los que se había metido Joe Hamilton últimamente, no se había mezclado con semejante delincuente. —¿Eso quiere decir que no me va a…? —No tengo intención de hacerle daño —contestó él. No, pero le iba a arruinar la vida. Si no volvía a la catedral y le contaba a Edward que todo aquello había sido contra su voluntad, se vengaría en su padre, le contaría a todo el mundo los delitos que había cometido y todo lo que había pasado ella no serviría de nada. No quería ni pensar en lo que aquello produciría en su madre. Entonces, vio un cartel que indicaba un área de servicio. Era el momento de poner en marcha el plan. —¡Tengo sed! —dijo con convicción—. Hace mucho calor… quiero beber algo. —Tiene delante un armario, es un minibar. Hay botellas de agua mineral. —Pero… —¿No creerá que voy a parar? —le espetó furioso—. Agua o nada, preciosa. —¡No me llame preciosa! —exclamó ella, rabiosa porque la hubiera pillado tan rápido—. No pienso beber nada que usted me dé. —Pues quédese con sed —le contestó él tan contento—. Ya le he dicho que no le voy a hacer daño. —¿Y me lo tengo que creer?

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 11—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

De repente, sintió sed de verdad. El sol caía de pleno sobre el coche y se había pasado toda la mañana sin beber ni comer de lo nerviosa que estaba. El agua la tentaba. —¡Podría haberle echado algo! Rico suspiró con impaciencia. —Le doy mi palabra. —¿La palabra de un secuestrador, de un bruto, de un delincuente? —¿Y si bebo yo primero? —le dijo parando el coche—. Déme el agua. Felicity pensó en utilizar la botella como arma arrojadiza mientras abría la puerta del bar. Podría darle en la cabeza o agitar la botella para que le saltara a la cara cuando la abriera. Reconsideró la idea. Aunque consiguiera descontrolarlo unos segundos, no podría acceder al volante, pues el cristal se lo impedía y el cierre estaba en su lado. Además, aunque le había dicho que no quería hacerle daño, si lo enfurecía no sabía qué sería capaz de hacer. —El agua, Felicity. —¿Le he dado permiso acaso para tutearme? —le dijo ella, frustrada por no poder agredirlo de otra manera. —Señorita Hamilton —dijo Rico irónicamente haciendo que ella se enfadara. —¡Aquí tiene la maldita botella! Le dio la botella intentando no mirarlo a los ojos burlones. Tenía que mirar a algún sitio y se encontró mirándole el cuello, largo y bronceado, que contrastaba con el blanco de la camisa. El movimiento de sus músculos cuando echó la cabeza hacia atrás y comenzó a beber, la dejaron anonadada y no pudo apartar los ojos. Sintió un calor que le secó la boca y la garganta, y se dio cuenta de que tenía el cuerpo entero en llamas y que el agua no iba a ser suficiente. «¡Ya está bien!», se dijo a sí misma furiosa, cerrando los ojos fuerza. —Tome. Rico le devolvió la botella. Al ver que la estaba observando, la agarró con sumo cuidado haciendo que él frunciera el ceño. Sin pensárselo dos veces, se bebió el agua que quedaba. Mientras bebía, Rico volvía a incorporarse a la circulación. —¿Mejor? —Mucho mejor, gracias. Ya no tenía apenas calor y se sentía mucho más relajada. Se echó hacia atrás con la esperanza de confundirlo, de hacerle creer que estaba tranquila. —No se le da esto muy bien, ¿eh? Me parece que no lo ha hecho nunca antes.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 12—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¿Y usted es una experta? —preguntó él, poniendo el intermitente para pasar al carril de la izquierda. —Bueno, no hace falta. Cualquiera se habría dado cuenta de que ha cometido usted un par de errores. Para empezar, me ha dicho su nombre, si es que es su nombre verdadero. —Quizá quisiera que supiera usted quién soy. Felicity no había pensado en esa posibilidad. ¿Por qué iba a ser así? Era ilógico. —Y le he visto la cara —añadió intentando disimular la confusión. —¿Qué esperaba? ¿Tal vez que llegara con una media en la cabeza y me la llevara como un saco de patatas? Supongo que su eficaz policía británica habría sospechado un poco, ¿no? Felicity tuvo que admitir que era cierto. La idea de encontrarse en los brazos de Rico no se le quitaba de la cabeza. Al mirar aquellos dedos que agarraban con firmeza el volante, sintió un escalofrío inexplicable. Sentía el cuerpo liviano, fundiéndose con el sillón. —¿Qué más he hecho mal? —preguntó Rico. Aparte de que la mujer que había secuestrado y que estaba prometida a otro hombre le pareciera terriblemente atractiva, claro. Si hubiera sabido que era así, se lo habría pensado mejor. —Cuando se me ocurra alguno más, se lo haré saber. No tenía intención alguna de decirle el mayor error que había cometido. No le había tapado los ojos y estaba viendo perfectamente a dónde iban. Cuando llegaran a su destino, ya se las arreglaría para llamar a casa para que la fueran a buscar. Un coche les adelantó por la derecha y la mujer que iba en el asiento de atrás se los quedó mirando. Algo en su cara hizo que Felicity se riera. —¿Qué le ocurre ahora? —Me acabo de dar cuenta de que la gente… —se interrumpió con otra carcajada—. Debo de tener una pinta… —añadió muerta de risa—. Usted conduciendo por una autopista en la que todo el mundo sabe que no hay iglesias ni ermitas y yo, en el asiento de atrás, perfectamente vestida de novia. ¿Qué le estaba ocurriendo? Aquel hombre la había secuestrado. No había motivos para reírse. Debería estar asustada. Estaba nerviosa, pero… Le volvió a dar la risa. —Ha cometido usted otro fallo. Y va el segundo. ¡Anda que secuestrar a una novia! Paró de reírse y bostezó. Sentía los párpados pesados y no veía con nitidez. —¡Túmbese, Felicity! —le ordenó él—. Túmbese, se sentirá mucho mejor. —Tumbarme…

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 13—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Se le cerraron los ojos y la cabeza se le fue hacia un lado. De repente, la levantó y abrió los ojos como platos, con las pupilas dilatadas. Lo miró con reproche. —¿Qué me ha hecho? —Déjese llevar, gatita. No luche. Será más fácil. ¡Qué no luche! Sintió el corazón que le revoloteaba como un pajarillo en una jaula. Intentó mantener los ojos abiertos, pero no pudo. —Duerma, pequeña. Aquella voz grave mezclada con el motor del coche era como una niebla que le aturdía los sentidos. —Duerme… No podía más. Suspiró y dejó de luchar. Echó la cabeza hacia atrás y se durmió. Rico la miró, apretó el volante hasta que los nudillos se le quedaron blancos y maldijo en su lengua. Si hubiera habido otra manera… Pero se había visto obligado a hacerlo. Ella lo había obligado. Ella y su prometido, Edward Venables. Le brillaron los ojos con furia y dio un puñetazo sobre el volante. ¡Maldito Edward Venables! Al infierno con él. Ya le debía una por cómo se había portado con María, y ahora por aquello, también. Estupendo.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 14—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 3 —Señorita Hamilton… Felicity… Felicity pensó que ya había oído aquella voz antes, en sueños, y se estiró perezosamente. Era una voz suave y sensual, que tornaba su nombre de cuatro sílabas en poesía. En su sueño era la voz de un hombre fantástico. Un hombre que nunca había conocido en su vida y que nunca conocería. Porque debía despertarse. Debía afrontar la realidad, debía casarse con Edward Venables o ver cómo su padre iba a la cárcel. «Un poquito más», pensó retozando en la cama. —Felicity, gatita, despierta. Parecía una gatita de verdad, hecha un ovillo, dormidita, con las manos como almohada. Parecía delicada y desprotegida. Aquello fue como una puñalada a su conciencia. Rico se sintió culpable. No podía permitirse oír a su conciencia. El futuro de María y del hijo que estaba por nacer dependían de su fuerza. Debía hacer lo que había prometido. —Lo harás por mí, ¿verdad, Rico? Las palabras de su hermanastra resonaron en su cabeza. Vio sus ojos lacrimógenos y sintió sus manos clavadas como garras mientras le suplicaba. —Vete a ver a Eddie. Dile que no puede seguir adelante, que no puede casarse con esa Felicity Hamilton. Así dicho parecía fácil. Para María lo era porque ella siempre tenía lo que quería, pero estaba vez iba a ser más difícil. Por eso estaba él allí, con una mujer medio inconsciente y en una situación que se le estaba yendo de las manos por momentos. —Felicity… La aludida se estiró en el asiento trasero del coche, frunció el ceño y murmuró algo, todavía dormida. El velo le había caído sobre la cara y él se lo retiró con cuidado. Se arrepintió al instante. Supuso que nunca olvidaría la punzada de sorpresa que había sentido en el pecho cuando horas antes había visto salir a aquella mujer de su casa. No era como María y el detective privado se la habían descrito. Era una criatura esbelta y delicada, cuya belleza lo había desestabilizado tanto que había tenido que concentrarse en el plan previsto para no perder el norte. María le había descrito a alguien mucho más duro, a una mujer que sabía lo que quería y cómo conseguirlo, pasando por encima de quien hiciera falta. De tal palo, tal astilla, habían dicho tanto ella como el detective.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 15—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Va del trabajo a la discoteca. Todas las noches, señor Valerón. Nunca llega a casa antes del amanecer. Aquella mujer no se correspondía con la imagen que se había hecho de ella. Tal vez, por dentro lo fuera, pero, desde luego por fuera, no. ¿Cómo podía parecer tan adorable? Aquello complicaba aún más las cosas. —Señorita Felicity… Aquella voz de nuevo. Felicity se estiró. La cama no era tan cómoda como la recordaba. Era estrecha y dura, estaba acurrucada incómodamente. Se sentía como atada, como si tuviera metros y metros de tela envolviéndola, y… Aquello hizo que un resorte saltara en su interior y se le disparó el corazón. No era un sueño. Se había quedado dormida y se había olvidado de todo, pero ahora lo recordaba. —¡Usted! —exclamó abriendo los ojos—. ¿Qué me ha hecho? —Se sintió traicionada. Le había prometido que no le iba a hacer nada y había mentido. ¿Qué podía esperar de un hombre que la secuestraba para vengarse de alguien?—. ¡Me ha drogado! —Solo ha sido un sedante muy suave. En aquella cara tan guapa no vio ni rastro de culpa o arrepentimiento y sus ojos color chocolate la miraban con indiferencia. ¿Qué había esperado? ¿Piedad? ¿Preocupación? Sería una idiota si esperara algo parecido de aquel bruto. —Creí que le vendría bien para tranquilizarse. No pensé que se fuera a quedar dormida —contestó él. Felicity pensó que no había manera de que él supiera que llevaba semanas sin pegar ojo por la presión. Estaba tan cansada que el más mínimo sedante la habría tumbado—. Nunca pensé que fuera a terminar con la Bella Durmiente entre los brazos. ¡Estaba sonriendo, haciendo chistes con la situación! Felicity pensó que, en otras circunstancias, habría pensado que estaba flirteando con ella. Sin embargo, había aprendido la lección rápidamente. No debía fiarse de aquel monstruo. A pesar de que sus ojos tuvieran un brillo especial o de que su boca fuera tan apetecible de besar cuando sonreía. ¿Pero en qué estaba pensando? Apartó aquellos pensamientos peligrosos de su mente y lo miró con furia. —Seguro que tenía todo planeado al detalle, pero no se va a salir con la suya, ¿sabe? —¿No? —dijo él enarcando una ceja—. ¿Usted cree que no? —¡Sé que no! —exclamó Felicity incorporándose como pudo. Se sentía vulnerable allí tumbada, teniéndolo inclinado sobre ella—. Para empezar, porque la ley castiga este tipo de delitos y, además, mi padre ya habrá informado a la policía.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 16—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Se veía perfectamente el número de la matrícula y… —se interrumpió al ver algo extraño en sus ojos que la alertó—. ¿Qué pasa? ¿Qué ha hecho? Estaba todavía confusa, pero se dio cuenta de que el coche en el que estaba no era el lujoso Rolls en el que se había quedado dormida. —¡Este no es su coche! —No, este sí es mi coche —la corrigió él—. El Rolls, no. Era el coche que Venables había alquilado para ir a recogerla, pero el conductor que debía ir se mostró encantado de tener el día libre y un fajo de billetes en el bolsillo. Felicity se sintió mísera. Y pensar que le había dicho que no tenía ni idea de secuestros. ¡Si incluso se había reído de él! —Usted… —dijo horrorizada apartándose de él—. ¿Cómo… cómo hizo para sacarme del Rolls y meterme en este coche? Rico sonrió maligno. —¿No es obvio, gatita? La cargué en brazos. Felicity sintió que se le secaba la garganta y que el estómago se le encogía. Se estremeció de miedo al imaginarse en sus brazos, totalmente a sus expensas, sin poder defenderse. —¿Cómo se ha atrevido? —le espetó mientras el miedo daba paso a la furia—. ¿Cómo se atreve a tocarme? —añadió mirándolo desafiante—. ¡No tiene derecho! ¡Si lo vuelve a hacer, lo mato! Para su asombro, él parecía divertido ante su alarde de ira. De hecho, estaba sonriente. —Así que la gatita araña —murmuró burlón—. Veo que tendré que estar pendiente por si me tengo que defender. cara.

Felicity apretó los puños ante su desdén y se controló para no plantárselos en la —¡Váyase al infierno! —gritó—. ¡Déjeme en paz!

—Será un placer, pero estará mucho más cómoda dentro. No puede quedarse a pasar la noche en el coche porque, para empezar, creo que el tiempo va a cambiar. Ella miró al cielo rápidamente y vio que tenía razón. No había sol, sino nubes, y estaba oscureciendo. ¿Cuánto tiempo habría estado inconsciente? ¿Dónde estaría? —Seguro que tiene hambre. Si entra en la casa… —No —contestó con firmeza levantando el mentón en actitud desafiante—. No pienso ir a ningún sitio con usted. No puede obligarme. Él suspiró exasperado y resignado. —Felicity, querida, no se puede quedar aquí. —¡Puedo hacer lo que me dé la gana! ¡Y llámeme señorita Hamilton!

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 17—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Vaya, se estaba riendo de nuevo de ella. Sus risitas la pusieron todavía más furiosa. —No diga tonterías, gatita. Debe de estar cansada e incómoda. Seguro que tiene hambre y sed. Si viene conmigo… Aquella mano que le tendía parecía amigable, parecía querer ayudarla. Era muy tentador, pero ya la había engañado una vez y no quería que volviera a suceder. —Señorita —le dijo impaciente—, no está poniendo las cosas fáciles para ninguno de los dos. Si entra conmigo, podremos hacernos cargo de la situación de manera mucho más civilizada. —¡No quiero que le resulte fácil! Y, sinceramente, lo último que diría de usted es que es civilizado. Nada hará que entre en esa casa… Rico.

—¿Ni siquiera si le prometo que le dejaré llamar a su familia? —la interrumpió —¿Sí? —De repente, Felicity se sintió como un globo desinflado—. ¿De verdad? Aquel hombre arrogante asintió.

—Pero solo si entra —dijo aquella voz susurrante y seductora. Debía de ser la misma que la serpiente había utilizado para engañar a Eva en el Paraíso. Felicity sintió que flaqueaba peligrosamente. Se moría por hablar con sus padres, por escuchar una voz familiar en mitad de aquella pesadilla. Nunca se había sentido tan sola, tan angustiada… ni siquiera cuando había descubierto el lío en el que se había metido su padre—. En cuanto entre, podrá llamarlos. Seguro que se alegran de oír que está bien. Debían de estar muertos de preocupación. Felicity sintió ganas de llorar al pensarlo. —¿De verdad que no me engaña? Aquellos ojos llorosos fueron la perdición de Rico. No podía soportar ver llorar a una mujer. María se había hartado de llorar mientras le contaba que Edward se iba a casar con otra y el resultado había sido que él se había metido en todo aquello. No podía soportar que aquella mujer llorara por su culpa. —Confíe en mí. Tras dudar un momento, Felicity aceptó su mano grande y fuerte. Sus dedos se perdieron en la amplitud de su mano, al igual que la palidez de su piel. —Vamos, belleza —la animó—. Venga conmigo. Ella se dejó llevar. Al poner un pie en el suelo, pensó en escapar, en salir corriendo. Miró a un lado y a otro y vio una casa grande y elegante en lo alto. La puerta de madera maciza estaba abierta y se veía un amplio vestíbulo. Obviamente, la había abierto él antes de despertarla. ¿La casa o la carretera? ¿Hasta dónde llegaría si escogiera la segunda opción? Rico no tendría más que montarse en el coche y perseguirla. Para colmo, vestida con aquel traje y con zapatos de tacón, no creía que pudiera llegar muy lejos.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 18—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

También podía cerrarle la puerta de la casa en las narices. Con unos cuantos segundos, le bastaría para llamar a la policía y pedir ayuda. La casa era la mejor opción. Pero primero debía dejarlo fuera de juego unos segundos. —¿Felicity? —Lo… lo siento. No me encuentro… Hizo como si le fallaran las fuerzas, como si todavía no se hubiera repuesto del sedante. Aprovechó para soltarse de su mano y tocarse la frente. —¿No se encuentra bien? Parecía preocupado, lo que hizo que Felicity sonriera ante su triunfo. —Un poco. Si pudiera… Tenía que tener las manos libres, así que se apoyó en su brazo. Craso error que la apartó momentáneamente de su plan. Rico tenía un brazo fuerte y musculoso. Felicity sintió que se quedaba sin aliento. Sintió una descarga eléctrica al tenerlo tan cerca. Su olor hizo que se acelerara el pulso. De repente, su falta de equilibrio no era del todo fingida. Salió del coche y se irguió. No lo miró, temerosa de que le leyera en los ojos el deseo sexual que había despertado en ella. —Apóyese en mí, si quiere. «¿Apoyarme en ti?», pensó ella histérica. ¡Si supiera lo mucho que le apetecía! Su cuerpo calenturiento y excitado se moría por sentir su pecho y sus manos. ¡No! Debía concentrarse en el plan antes de que fuera demasiado tarde. —Yo… —dijo en voz baja, aposta. —¿Sí? Tal y como había imaginado, él inclinó la cabeza para oírla mejor. Ahora o nunca. Se mordió el labio con determinación y le arreó un codazo en la mandíbula. En el preciso momento en el que él echaba la cabeza hacia atrás por el golpe, le dio una patada en el tobillo y sonrió al oírlo gemir de dolor. Al sentirse libre, se agarró el vestido y corrió a toda velocidad hacia la puerta. Solo había recorrido unos metros cuando sintió una mano firme en el hombro. Rico le dio la vuelta, y la agarró con fuerza mientras ella pataleaba. —¡No, no, señorita! Rico había sospechado el plan. Qué pronto había aprendido a conocerla. A pesar de las pocas palabras que habían intercambiado, que no podía decir que hubieran sido una conversación, sabía cómo funcionaba su mente. No había contado con que opusiera tanta resistencia. La había visto sonreír y aquello lo había puesto alerta. El golpe en la barbilla no lo había tomado por sorpresa. El del tobillo sí, pero se había recuperado rápidamente.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 19—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¡No se va a librar de mí tan fácilmente! —¡Déjeme! Intentó darle patadas, pero el vestido se lo impedía y el velo, que le había caído sobre el rostro, no la dejaba ver bien. —Cuidado, belleza… —le dijo intentando sujetarla—. Va a hacer que nos caigamos. —¿Y a mí qué me importa? Siguió oponiendo resistencia furiosa. Rico la tomó en brazos. —A ver si así obedece —le dijo deseando zarandearla para que entrara en razón. Felicity le pasó los brazos por el cuello para no caerse. En ese momento, Rico percibió su perfume. Aquella fragancia de rosas y lilas era fresca y dulce, pero era el aroma que la acompañaba lo que hizo que su deseo se despertara. El aroma limpio, delicado y erótico que desprendían el pelo y la piel de aquella mujer, y sentir sus curvas, hicieron que su cuerpo se tensara y respondiera con una erección en un abrir y cerrar de ojos. Cuando Felicity recostó la cabeza en su hombro y sus ojos se encontraron, Rico supo que había cometido el peor error de su vida.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 20—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 4 Hacía un par de horas la había tenido que cambiar de coche, pero, al menos, entonces estaba dormida. Su cuerpo no había dado ningún tipo de respuesta y sus ojos grises estaban cerrados y ocultos a él. La diferencia era que en estos momentos lo miraban fijamente. Veía chispas, furia y rebeldía en ellos, en aquella mirada desafiante. Estaba sonrojada tras la carrera y tenía la boca medio abierta para intentar controlar la respiración. Rico no quiso ni pensar que, tal vez, no hubiera sido solo el esfuerzo físico lo que la había acalorado. No quería ni imaginarse que ella hubiera percibido la tensión que se había apoderado de él. ¿Se estaría dando cuenta de cómo habían cambiado las cosas de repente, del giro abrupto y peligroso que había tomado la situación, de cómo la temperatura sexual había subido entre ellos? —La llevaré dentro —dijo con una voz que no era la suya, sino una mucho más ronca y reveladora—. No vuelva a intentar nada parecido. —¿Qué creía? ¿Pensaba que me iba a quedar sentadita para que me hiciera lo que quisiera? —Le había dado mi palabra. —Sí, claro, ya sé lo que vale su promesa. Me la dio antes y me estaba drogando. —Ya le he dicho que no quería que tuviera ese efecto. Mientras hablaba iba andando hacia la casa con ella en brazos. La llevaba con facilidad revelando que realmente estaba fuerte. Lo terrible era que Felicity había perdido de repente todo deseo de oponer resistencia. Era como si en la corta carrera que había protagonizado se le hubieran ido las pocas fuerzas que le quedaban. «¿A quién estoy intentando engañar?», se reprochó a sí misma. Su estado no tenía nada que ver con aquello, sino más bien con una repentina excitación sexual que la había desmadejado. Las sensaciones que estaba experimentando ante su fuerza y su cercanía, su olor y su decisión, la estaban haciendo arder como si tuviera una fiebre altísima. —Además, ¿no le parece que podría haberle hecho algo peor que ponerle un sedante suave? —¿Qué quiere, que le dé las gracias por no haberme tratado peor de lo que lo ha hecho? —No —contestó él sorprendido de que le volviera a hablar con desprecio. Durante un rato, se había dirigido a él como si fuera una persona, pero había durado poco. Inmediatamente, él también cambió su actitud—. Gratitud sería lo último que esperaría de usted. Después de todo, la mujer que se iba a casar con Edward Venables… —se interrumpió al ver sorpresa en aquellos ojos del color de la niebla—.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 21—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Vamos, querida, ¿no me irá a decir que se había olvidado de que hoy iba a ser el día más feliz de su vida? Pues sí, sorprendentemente, se había olvidado. Podría haber intentando engañarse pensando que había sido por cómo Rico había aparecido en su vida y lo había puesto todo patas arriba, pero la verdad era mucho más profunda y sencilla. Desde el primer momento en el que lo había visto, su cabeza había dejado de funcionar con normalidad. Era como si él se hubiera apoderado de su mente y no pudiera pensar más que en él, olvidando por completo quién era antes o cómo era su vida. —No se acordaba —le dijo Rico con desprecio—. Usted… —¡Déjeme en el suelo! —exclamó Felicity furiosa al detectar la burla de sus palabras y su mirada asombrada y fría—. ¡Bájeme! Ya voy yo andando. —Ah, no, querida —contestó él ácidamente—. ¿Cómo le iba a negar el momento con el que sueñan todas las mujeres, el momento en el que todas las fantasías de su niñez y las esperanzas de su adolescencia se hacen realidad? Aquella preciosa boca se había convertido en un brutal gesto de sarcasmo y sensualidad. Sin embargo, ya no la hacía estremecerse. Era como un látigo que la estuviera desollando viva. —¡No sea cruel! —protestó. —¿Cruel, gatita? No estoy siéndolo. Solo quiero que su día termine tal y como había imaginado, en brazos de un hombre muy rico y cruzando el umbral de su casa. Mientras hablaba, subió las escaleras hacia la puerta principal, abrió la puerta con el hombro y entró. En contraste con la luz del sol, Felicity se quedó cegada momentáneamente. Aquello no hizo más que empeorar las cosas con las lágrimas que se le habían formado en los ojos y que, bajo ningún concepto, iba a derramar. Las palabras de Rico le habían dado de lleno, pero no porque fueran ciertas sino precisamente por lo alejadas que estaban de la realidad. Dudaba mucho que Edward fuera a seguir con ninguna tradición nupcial con ella. Seguramente, tras la misa y la celebración, habría dejado de interpretar su papel de amantísimo cónyuge, como llevaba haciendo más de un mes. Habría vuelto a ser el hombre frío y calculador que había destrozado su vida y la de su padre para salirse con la suya. No sabía quién era peor, si Edward o Rico. —Es lo menos que puedo hacer por una novia tan guapa como usted —dijo cerrando la puerta con el pie. Una vez dentro, miró hacia una habitación que había a su izquierda y brevemente a la escalera—. Ahora que ya ha cruzado el umbral en mis brazos, ¿qué viene? —murmuró inclinando la cabeza hacia ella y haciendo que Felicity sintiera su aliento en la mejilla—. Si fuera mi esposa de verdad, sabría perfectamente qué hacer.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 22—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Y su cuerpo, también. Sabía que debía dejarla en el suelo, pero no podía, no quería. Estaba fuera de control, loco, desequilibrado. Sentía cómo le latía el corazón y cómo corría su sangre ardiente por las venas. Todos sus sentidos gritaban hambrientos, querían apaciguamiento, haciendo que la deseara terriblemente. No podía soportar más tener sus brazos alrededor del cuello, ni su cuerpo femenino contra el pecho, ni su pelo en el cuello. Quería dejarla en el suelo para que terminara el dulce tormento, que, por otro lado, no quería que terminara. —¡Pero no soy su esposa! Felicity sabía que debía romper el embrujo que aquella voz tenía sobre ella. Cada vez que la oía era como meterse en una bañera llena de miel caliente y dorada. La sentía apoderarse de su cuerpo, la envolvía y amenazaba con ahogarla. —¡No soy su mujer y nunca lo seré! ¡Soy su prisionera, su cautiva… y estoy aquí por obligación! ¡Ya puede olvidarse de sus fantasías! Si me pone un solo dedo encima, le… le… —¿Qué me hará, belleza? ¿No dijo antes que me iba a matar? —le dijo. El sonido de su risa la sorprendió. Era aterrador porque no había ni rastro de humor en él, solo se estaba burlando de su impotencia—. Tal vez, gatita, mereciera la pena. —¡No lo dice en serio! No puede… —¿No puedo? —repitió. La sonrisa de Rico hizo que a Felicity se le helara la sangre en las venas. Se dio cuenta de que se le habían dilatado las pupilas tanto que parecía que tenía los ojos negros. La estaba mirando fijamente—. Tal y como estoy ahora, me parece que moriría feliz por pasar una noche con usted. Una noche… —¡Está loco! Para su horror, él asintió. —Una noche, pero qué noche, Felicity. Una noche que ninguno de nosotros olvidaría, una noche con la que solo habríamos soñado en nuestros sueños más calenturientos, una noche… —¡No! —gritó ella, revolviéndose con fuerza entre sus brazos mientras le daba puñetazos en el pecho—. ¡Bájeme! ¡Bájeme! —Sus deseos son órdenes para mí —dijo él mirándola con aquellos ojos insolentes. Con suavidad, la posó en el suelo haciendo que sus cuerpos se rozaran. Caderas, pechos y piernas. Felicity se dio cuenta de la respuesta que había producido en el cuerpo de él. Notaba la prueba a través del fino vestido. Una vez en el suelo, seguía pegada a él porque él tenía una mano en su espalda y otra en su mentón. —Quiero besarla, belleza —le dijo con una voz que ponía de manifiesto su apetito—. La verdad es que he querido hacerlo desde que la he visto, desde que salió

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 23—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

de la casa y vino hacia mí. Desde entonces, he querido abrazarla, tenerla entre mis brazos, tocarla, olerle el pelo… Acompañó sus palabras con acciones e inclinó la cabeza hacia su pelo mientras le dibujaba la boca con el pulgar. Así que él también lo había sentido. Aquella respuesta inmediata, inexplicable y primitiva entre hombre y mujer. —Y usted también quiere. —Oh, sí… Se le escapó sin pensar. Si lo hubiera pensado, se habría dado cuenta de que aquello no estaba bien. No era que fuera una estupidez, no; era una locura peligrosa. Sin embargo, no había sitio para la razón en mitad de lo que estaba sintiendo. No podía pensar. Solo podía sentir. Deseaba el beso que sabía que estaba a punto de producirse. Quería sentir aquella boca sobre la suya. Quería sentir su piel, sus fuertes manos y sus mechones de pelo en las palmas de las manos. Se apretó contra él, le puso las manos en los hombros y esperó a que la besara. Fue peor de lo que había imaginado. Peor y más cruel. Fue como si su mente se partiera en dos, deseo luchando con pánico, una pasión que la estaba consumiendo viva. La pasión ganó. No era capaz de engañarse a sí misma ni a él, tampoco. Tomó su boca con brutalidad, pero el beso se suavizó rápidamente. Su lengua era una delicia y un tormento a la vez, que hizo que ella abriera la boca y se rindiera completamente. —Belleza… belleza… —dijo Rico cerca de su cara dejando un reguero de fuego en su rostro, que bajó por su cuello y fue hasta su hombro—. Eres tan adorable, tan perfecta. Felicity se dio cuenta de que se sentía así, perfecta. Perfecta para él. Sus cuerpos se acoplaban perfectamente. Sus caderas estaban situadas justo frente a su poderosa pelvis, sus piernas entre las de Rico, sus pechos tenían el tamaño perfecto para sus manos. Suspiró de placer cuando sus dedos los agarraron y sintió el calor de las palmas de sus manos a través del vestido. Sentía el cuerpo que le ardía bajo sus caricias, se moría por sentirlo. Le pasó las manos por el pelo y le agarró la cabeza, haciendo que la bajara más para concentrarse en aquel beso y profundizar en él hasta el delirio. —Oh, mi ángel… Con un gemido impaciente, Rico la apretó contra su cuerpo y buscó los diminutos botones que el vestido tenía en la espalda. Los desabrochó rápidamente, pero no todo lo rápido que a él le hubiera gustado, a juzgar por la brutalidad con la que tiró del vestido desde los hombros para bajárselo haciendo que la seda se rompiera.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 24—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Felicity no se inmutó porque aquel vestido tan caro hubiera quedado inservible. Solo podía pensar en una cosa. Tenía la mente en las sensaciones salvajes y eróticas que sus caricias le estaban provocando. Aquellas manos, fuertes y bronceadas, se habían aventurado bajo el vestido y habían llegado a la blancura de sus pechos. No llevaba sujetador, así que él no encontró impedimento para tocarlos. Todo aquel tiempo, ella había retrocedido lentamente hasta llegar a la pared. En una de las zancadas, una de las piernas de Rico quedó entre las suyas haciéndole sentir un gran placer. —¡Rico! En ese momento, dio con la espalda en la pared y él aprovechó para cerrarle el paso con su cuerpo y dibujar eróticos círculos con los pulgares alrededor de sus pezones. —¡Rico! Fue un grito salvaje y lastimero. Echó la cabeza hacia atrás y se concentró en disfrutar de las caricias. Él reemplazó el tormento de sus dedos con el de su lengua, primero en un pecho y luego en el otro, haciendo que ella se derritiera de placer. Cada vez que la tocaba aumentaba la necesidad que sentía entre las piernas, lo que hizo que se apretara contra él, contra su erección, y que él gimiera de placer. —¿Ves, querida? —dijo apartando la boca de sus pechos para mirarla—. Así son las cosas. Esto es lo que ha habido entre nosotros desde el momento en el que nos hemos visto. Era tan inevitable como que el sol se levante por las mañanas. Tenía que ser así. —Tenía que ser así… Su voz ronca y su declaración ferviente la habían encantado, pero habían apartado su boca de su cuerpo y Felicity se quejó. Tenía el corazón a mil por hora y la respiración, entrecortada. Tomó aire y aspiró su olor como si fuera una droga. Le desabrochó la camisa al tiempo que él le levantaba la falda y dejaba al descubierto las delicadas medias de encaje y las braguitas a juego, que quedaron a merced de sus dedos hambrientos. La primera caricia a través del suave raso en su punto más femenino hizo que Felicity cerrara los ojos y suspirara rendida. Eso era lo que quería, que su femineidad y la fuerza de aquel hombre se unieran. —Para eso estamos aquí —le murmuró Rico al oído—. Así debe ser entre nosotros, pero tiene que ser por voluntad propia. Tienes que quererlo así. —¿Yo? Aquello no tenía lógica. ¿Pero estaba ciego? —Dímelo, querida… La habitación está arriba. ¿Te llevo allí o nos quedamos aquí charlando? —¡Arriba! ¡Arriba, arriba, arriba! Lo tenía muy claro, pero no le salían las palabras—. ¿Me deseas, gatita? ¿Lo deseaba? ¡Menuda pregunta! ¡Pues claro que lo deseaba! Se moría por estar con él, su cuerpo gritaba, pero…

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 25—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Entonces, de repente, la verdad la golpeó con claridad. —¿Te deseo? —consiguió decir casi riéndose—. ¿Pero quién eres? No sé ni cómo te llamas. Rico, si es que es verdad. Al mirarlo a los ojos, vio que la había comprendido. Fue como ver salir el sol y su cara brillar. La transformación la dejó sin aliento. —¿La verdad, gatita? —rió él—. Sí, bueno, te he dicho la verdad. Me llamo Rico… diminutivo de Ricardo. Ricardo Juan Carlos Valerón a su servicio, señorita. Fue como una bofetada. Ricardo Juan Carlos Valerón. Aquellas palabras la aturdieron e hicieron que se le parara el corazón y no le llegara el aire a los pulmones. Ricardo Valerón. Si no hubiera sido por la fuerza con la que su cuerpo la estaba sosteniendo contra la pared, le habrían fallado las piernas y habría caído al suelo. Miró y no vio nada. Le zumbaba la cabeza como si la tuviera llena de abejas furiosas. —¡Quítame las manos de encima! Lo dijo sin mirarlo a la cara. Lo prefirió así, para no ver en sus ojos la verdad, cómo era él en realidad, las mentiras. Aquel hombre que la había secuestrado y que la había apartado de su familia y de sus amigos, así como de la posibilidad de ayudar a su padre a pagar el dinero que había desfalcado, ¡era Ricardo Valerón! Aquel hombre de quien dependía su seguridad, incluso su vida, era la persona a quien más debería temer. Era el hombre que podía hacer de una mala situación otra todavía peor. Y, aparentemente, eso era exactamente lo que había hecho.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 26—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 5 Aquella era su peor pesadilla hecha realidad. Rico era Ricardo Valerón. Era la única idea que tenía en su cabeza, lo único a lo que podía aferrarse en un mundo que, de repente, se había vuelto loco. Aquello no tenía sentido, era horrible, no podía soportarlo. Rico, el delincuente, se había evaporado tras unas cuantas palabras. Era una locura, pero lo echaba de menos. Rico el delincuente era un villano, un secuestrador, un mentiroso, pero ella lo había aceptado. Le había dejado encandilarla y casi había llegado a confiar en él. Pero no podía sospechar hasta dónde llegaban sus mentiras, su engaño. Sintió que su mundo se resquebrajaba como fino cristal. —Te he dicho que me quites las manos de encima. —Pero… Felicity, querida… Rico nunca había visto a nadie cambiar tan rápidamente. Había pasado de tener en los brazos a una mujer ardiente y entregada, a tener una estatua de hielo que no se movía. Había sido todo en cuestión de segundos, pero bastaron para que se sintiera herido por su rechazo. —¡No te atrevas a llamarme querida! ¡No soy tu querida ni nada tuyo y así es como quiero que siga siendo! —¿Pero qué…? Por Dios, ¿qué está pasando? —¡No lo que tú te creías… eso seguro! —exclamó Felicity mirándolo con tanto asco que lo hizo retroceder. Rico se quedó rígido y le soltó la falda, que volvió a caer sobre sus piernas—. Y no va a pasar nada más. ¡Antes me muero! —¿Como la promesa de que si te tocaba me matarías? Rico estaba confundido y frustrado. Se dio cuenta de que no iban a consumar lo que habían comenzado tan ardientemente. Aquello lo encolerizó. —A ver, mírame, querida, ¡mírame! Te he tocado, muy bien, te he besado y acariciado. Te he bajado los tirantes del vestido sin que protestaras, no has dicho que no ni por asomo. —Eso… —lo interrumpió ella. Pero él la ignoró y siguió hablando. —Te podría haber tomado aquí, contra la pared y te habría encantado, pero, de repente, te paras como una monja con voto de castidad. —Eso ha sido antes de saber quién eres —le espetó desesperada. Ricardo Valerón. Había dejado que la tocara, que la besara… y más. Se le puso la piel de gallina. Oyó las palabras de advertencia de Edward.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 27—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

«Hay un hombre a quien debes temer porque podría hacer mucho daño a tu padre. Se llama Ricardo Valerón. Es un hombre peligroso, vicioso, sin escrúpulos. Si se entera de que tu padre le ha estado robando, no lo verá como una deuda sino como una afrenta personal. Si se entera de que tu padre ha estado falseando los libros, querrá sangre. Es argentino, ¿sabes? La sangre latina y todo eso». Argentino, no español. Felicity se maldijo por no haberse dado cuenta, por no haber sospechado nada. —¿Cómo? ¿Sabes quién soy? ¿Te suena mi nombre? —¡Por supuesto! Mi padre es tu contable. Y yo… Se suponía que me iba a casar con Edward, uno de tus rivales. Todo el mundo sabía que a su supuesto novio y a aquel hombre no los unía una relación de amor precisamente. Se odiaban desde hacía más de un año. —Rivales es decir poco —murmuró Rico tan amenazante que Felicity se estremeció. ¿Por qué la habría secuestrado? ¿Por algo de los negocios de su prometido? ¿Para asegurarse de que algún contrato jugoso saliera como él quería? O peor aún. ¿Sería por su padre? ¿La querría tener como rehén para que Joe le devolviera el dinero? Si fuera por eso, iba a pasar mucho tiempo hasta que la pusiera en libertad. No era fácil juntar semejante cantidad de dinero. En realidad, a su padre le resultaría imposible. Por eso, ella había accedido a aquella farsa de casarse con Edward, porque no había otra solución. —Me alegra ver que, al menos, piensas en tu novio abandonado aunque no sea porque te preocupe —le dijo mirándola con desprecio. —¡Claro que me acuerdo de él! —exclamó Felicity haciendo un esfuerzo para recuperar el terreno que había perdido—. Debe de estar muy preocupado. —No creo. Tiene otras cosas en las que ocuparse, de las que ya te enterarás. Dudo incluso que se haya dado cuenta de tu ausencia —su sonrisa era fría y cruel como un latigazo—. Hacíais una buena pareja, seguro. Dime una cosa —añadió mirándola insolente de pies a cabeza—. ¿Ese vestido blanco lo llevas de verdad o, como muchas, es solo una tradición tras la que se ocultan multitud de pecados? —¡Eso a ti no te importa! —le espetó. En ese momento, se dio cuenta de que seguía teniendo el vestido por la cintura y los pechos al aire, todavía con las marcas rojas de sus manos y de su boca. Se ruborizó y se puso el vestido sin abrochar, claro. Su madre se lo había abrochado antes de la ceremonia porque era imposible hacerlo sola. El único que podría hacerlo allí era Rico, y no pensaba pedírselo. Así que se cruzó de brazos para sujetárselo e intentó ignorar que le bailaba cada vez que se movía, y amenazaba con caerse de nuevo. —Me prometiste que podría llamar por teléfono. —Por supuesto —contestó él sacándose el móvil del bolsillo.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 28—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Pero, yo… creía… —Sí, que ibas a hablar desde un fijo y le ibas a poder decir a todo el mundo dónde estabas —dijo él—. ¿Me tomas por tonto, querida? ¿De verdad creías que, «como no se me dan muy bien estas cosas», no sé cómo funciona tu cabeza? Tengo más sentido común que todo eso. Felicity se dio cuenta de que era cierto. Incluso llegó a pensar que le leía el pensamiento. Hiciera lo que hiciera, siempre parecía ir un paso por delante de ella. Le tiraba los planes por tierra con una facilidad insultante. —Dame el teléfono —gruñó tendiendo una mano con cuidado de que no se cayera el vestido. Por desgracia, así fue. —¿No crees que ya es un poco tarde para taparte? —preguntó él con una sonrisa burlona—. Ya te he visto eso… y más. —¡Pero eso no quiere decir que te vaya a dejar repetir! Desde ahora, ni me mires ni me toques —Felicity levantó el mentón desafiante y lo miró con ojos de un gris glacial mientras intentaba recobrar algo de dignidad—. El teléfono… Ya estaba otra vez con aquella actitud de reina del mundo que tantas veces le había sacado de quicio aquella tarde. Felicity Hamilton no era como él se esperaba, lo que había provocado que se comportara de manera que ni él mismo se reconocía. ¿Qué demonios le había pasado para tirarse sobre ella de semejante manera? Ya había dejado atrás la edad en las que las hormonas eran incontrolables, pero había perdido el control de una manera impropia en él. Normalmente, trataba a las mujeres con respeto y consideración, pero con ella aquella finura se había evaporado. Claro que ella había accedido a todo. No había hecho falta convencerla, no había dudado. A pesar de que se iba a casar con otro hombre, se había portado con él como si fuera el único hombre sobre la faz de la Tierra. Por tanto, el vestido blanco debía de ser una farsa. María tenía razón. Aquella mujer tenía los escrúpulos de una gata callejera y así merecía que la trataran. —El teléfono… —repitió Felicity tan fríamente como pudo. Supo que lo había herido en lo más hondo al ver aquella llama peligrosa en sus ojos, pero él la castigó rápidamente por su victoria tirándole el móvil a una distancia a la que no llegaba si tenía que sujetarse el vestido. Pudo agarrarlo y marcó el número del móvil de su padre antes de que Rico pudiera hacer nada. —¿Te das cuenta de que tu número ha quedado registrado en el teléfono de mi padre? —preguntó con aire triunfal. Él ni se inmutó. —¿Te das cuenta de que eso es exactamente lo que quería? —le contestó él imitando su voz. —¿Cómo…? ¡Papá! —exclamó al oír la voz de su padre—. Papá, soy yo, Fliss.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 29—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¡Fliss, por fin! Algo iba mal. Algo en el tono de su padre le dijo que algo no funcionaba. No era lo que se había esperado, pero el día había sido tan raro que no fue capaz de adivinar qué pasaba. —Me estaba preguntando cuándo ibas a llamar. —Tú… —se interrumpió consternada al darse cuenta de que su padre no estaba sorprendido. No parecía ni siquiera preocupado y eso que debía de llevar horas esperando una llamada—¿Papá? ¿Cómo está mamá? —preguntó pensando en la delicada salud de su madre. ¿Y si la noticia le había dañado todavía más el corazón? —Tu madre está bien —contestó su padre muy tranquilo. Aquello desconcertó todavía más a Felicity—. Claro que ella nunca quiso que te casaras con Edward — añadió. No, eso era cierto. Claire Hamilton se había pasado las últimas semanas preocupada por su hija, pero ella le había dicho que solo eran los nervios de antes de la boda. Por supuesto, no la había creído—. Espera que sepas lo que estás haciendo. ¿Cómo? —Papá —suspiró Felicity—. Papá, estoy con Valerón —dijo mirándolo. Él no perdía detalle de la situación. Felicity supuso que se iba a abalanzar sobre ella para quitarle el teléfono, pero no fue así—. Con… Ricardo. —Sí, lo sabemos. Felicity se quedó de piedra. Su padre no había sido presa del pánico como ella había esperado. En realidad, se estaba riendo. —Edward se enfadó muchísimo, pero ahora ya está con otras cosas. —¿Cómo lo sabes? —preguntó ella. ¿Les habrían pedido un rescate? Si hubiera sido así, su padre no estaría tan tranquilo—. Papá, ¿qué está pasando? —¿Cómo? Esperaba que fueras tú la que me lo explicara. Después de todo, has sido tú la que ha engañado a Valerón. —Engañar… —repitió Felicity sin poder dar crédito a lo que acababa de oír. ¡Era imposible! Su padre estaba ridículamente de buen humor—. Papá, ¿estás borracho? Quiero hablar con Edward. —Ya es suficiente —exclamó Rico yendo hacia ella furioso como si le hubiera molestado oír el nombre de otro hombre—. Estaremos en contacto —dijo arrebatándole el teléfono y guardándoselo en el bolsillo de la chaqueta. —¡Estaba hablando! —exclamó ella intentando quitarle el móvil. Lo único que consiguió fue que él la agarrara con fuerza de la muñeca—. Tengo más cosas que decirle. —Ya le has dicho bastante —contestó Rico imperturbable, con ojos que no reflejaban ninguna emoción—. Si te portas bien, te dejaré volver a llamar. —Si me porto bien —dijo ella con acidez. Quería rebelarse, pero temía las consecuencias—. ¿Y portarse bien significa hacer todo lo que tú quieras?

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 30—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Puedes no hacerlo —contestó él encogiéndose de hombros —y ver lo que consigues, pero, sinceramente, no te lo aconsejo. Todo hacía pensar que no le importaba lo más mínimo. Sus ojos fríos, su voz neutra. Pero algo le decía que no debía fiarse. Ricardo Valerón tenía la situación controlada, estaba al mando. Ya podía gritar y patalear todo lo que quisiera. No le iba a servir de nada. En aquellos momentos, su futuro estaba en sus manos. Pero eso tampoco quería decir que fuera a dejar que la pisoteara. —¡No sé qué cree que va a ganar con todo esto! Me parece que no está sacando nada de este secuestro. —Claro, como ya ha quedado claro, tú eres la experta en estos temas. La sonrisa que se dibujó en su cara la sacó de quicio. Felicity no podía soportar la idea de que se estuviera burlando de ella, de que no la tomara en serio. —¡Hay leyes en este país que castigan estos actos! —explotó furiosa—. ¡Irás a la cárcel! A lo mejor, cadena perpetua. Él sonrió todavía más. —El problema es, Felicity, querida, que ningún tribunal me encontraría culpable. esto!

—¿Cómo que no? Tengo pruebas contra ti. ¡Me aseguraré de que pagues por

—Puedes intentarlo, gatita, pero dudo mucho que lo consigas. ¿Por qué me iban a condenar por acceder por propia voluntad? —¿Cómo? —dijo Felicity confundida—. Lo que dices no tiene sentido. ¿De qué estás hablando? —Es muy sencillo, gatita —contestó él triunfante entrando a matar—. ¿Cómo es? En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza… hasta que la muerte nos separe. —Me he perdido —dijo ella pensando que estaba loco—. ¿Qué tiene que ver eso ahora? —Todo, mi ángel. Algunos consideran que el matrimonio ya es una condena de por vida. Ningún juez me condenaría por escaparme con mi prometida. —¿Eh? —Felicity sintió que el estómago se le daba la vuelta y se le secaba la garganta—. ¡No me voy a casar contigo! ¡Nadie se lo creería! —Pero si ya se lo han creído —contestó él con tal convicción que a Felicity se le heló la sangre en las venas—. ¿Por qué te crees que tu padre estaba tan contento? —¡No! —Sí. Todo el mundo, tu familia y tus amigos, creen que has dejado al pobre Edward plantado en el altar y que te has fugado con un hombre del que te habías enamorado.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 31—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¿Y ese hombre eres tú? —preguntó horrorizada. Rico asintió encantado—. ¿Pero cómo van a creer eso? —Lo creen porque tú se lo has dicho. Eso ponía en el mensaje que les dejaste… —¡Será el mensaje que tú dejaste! —protestó ella. —Eso no importa, querida —dijo él sin avergonzarse, mirándola fijamente con aquellos ojos enmarcados por unas pestañas larguísimas—. Lo que importa es lo que creen los demás y creen lo que se les ha dicho. La policía no va a buscarnos, nadie nos buscará. ¿Para qué, si creen que queremos estar solos? Felicity no podía ni hablar, tenía la mente en blanco. Sabía que le estaba diciendo la verdad, había hablado con convicción. Se quedó observando cómo él sacaba un llavero y cerraba la puerta con llave. Felicity se estremeció. —Ya ves, querida Felicity, podemos irnos poniendo cómodos porque vamos a estar solos toda la noche —dijo tirando las llaves al aire y volviéndolas a agarrar—. De hecho, me parece que vamos a pasar solos mucho tiempo, que es exactamente lo que quiero.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 32—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 6 Felicity abrió los ojos y vio que el sol ya estaba alto en el cielo. Le había costado mucho quedarse dormida y se sentía como si tuviera telas de araña que envolvían sus pensamientos y sus recuerdos. Durante algunos segundos, no recordó dónde estaba y observó aquella habitación que no reconocía. Desde luego, no era la mansión Highson, donde debía haber estado la mañana siguiente a su boda. Entonces, lo recordó todo y echó la cabeza hacia atrás sobre la almohada con un suspiro de rechazo y desesperación. —¡Ricardo Valerón! Al pronunciar su nombre sintió impotencia y desaliento. —¡Rico el ladrón Valerón! ¡Rico el maldito y asqueroso Valerón! Aquello de inventar insultos y decirlo en voz alta con odio hizo que se sintiera mejor. —Rico el… —¿Sí? Felicity pegó un respingo en la cama y miró hacia la puerta, donde vio la figura alta y fuerte de Rico. Le fue imposible leer nada en su inescrutable rostro ni en sus ojos imperturbables. Al verlo, no pudo reprimir un quejido de protesta. —Creí que solo eras un sueño. Rico sonrió haciendo que el corazón de Felicity se disparara. —Yo también he soñado contigo, querida —dijo él dedicándole una mirada sensual. Sí, había soñado con ella. Al recordar el erotismo de las imágenes, sintió una punzada de deseo. Había soñado con aquella boca y con el placer que podría darle, con sentirla en su piel. Se había despertado acalorado, con el pulso acelerado y sudando. Después de aquello, no había podido pegar ojo durante el resto de la noche. Se había quedado tumbado durante horas, imaginándosela dormida en el dormitorio de al lado, atento al menor ruido. Ni el mejor de sus sueños habría hecho justicia a lo que estaba viendo. —¡Yo no he dicho que haya soñado contigo! —protestó ella indignada quitándose un mechón de pelo de la cara—. Habría sido una pesadilla y habría gritado de pánico —añadió, preguntándose si habría sonado suficientemente vehemente. ¿Se habría dado él cuenta de que estaba intentando convencerse a sí misma de ello?—. Habría despertado a toda la casa.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 33—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Como solo estamos tú y yo, no habría pasado nada —contestó él sentándose a los pies de la cama. Felicity se apresuró a encoger las piernas para que no la tocara, a pesar de que los separaba la colcha—. Y a mí me habría encantado venir a rescatarte de tus pesadillas y acunarte en brazos hasta que te quedaras dormida de nuevo. —¡Sí, ya me lo imagino! —gruñó ella luchando contra el rumbo que estaba tomando su imaginación. Le era del todo imposible no fijarse en los músculos de los brazos e imaginárselos abrazándola. Llevaba el primer botón de la camisa desabrochado y se veía el rubio vello de su torso. Suficiente para disparar su apetito sexual. Sintió que se le secaba la boca y se le aceleraba el pulso. —Claro que no te dejaría que te durmieras así como así. —¿Ah, no? ¡Me sorprendes! —No, ni tú querrías dormirte tampoco —le contestó él echando por tierra su falsa confusión—. Al principio, opondrías resistencia, claro, por quedar bien, pero no sería de verdad. —¡Eres un cerdo egoísta! —exclamó con desprecio y orgullo—. ¿Te crees que no tienes más que chasquear los dedos para que las mujeres corran a tus pies? —No, gatita, no. Para empezar, solo deseo a una mujer y me parece que no hace falta que te diga quién es —No hizo falta que dijera más. El ambiente se impregnó de deseo sexual. Felicity lo percibía, así como percibía su olor. Sus sentidos, hambrientos, querían más, pero ella solo podía oler y mirar—. Cuando tú estás en la habitación, solo tengo ojos para ti. Aunque hubiera mil mujeres más, solo te vería a ti. —¿Se supone que me tengo que sentir halagada? —le dijo a la defensiva. No quería dejarse llevar, pero, muy a su pesar, aquellos cumplidos habían hecho mella en su corazón. —No, no te lo digo para halagarte. Simplemente, es un hecho. Eres una mujer guapa, la más guapa que he visto jamás. Me basta una mirada para desearte, y a ti te pasa lo mismo conmigo. —No —dijo ella negando con la cabeza sin poder apartar los ojos de él—. No — repitió más fuerte. —¡Sí! —insistió él—. Sabes que es verdad. Contigo, no me hace falta ni siquiera chasquear los dedos. Solo tengo que sentarme y esperar —dijo subiendo las piernas a la cama peligrosamente. La estaba desafiando y Felicity pensaba recoger el guante. —Efectivamente, puedes esperar sentado —dijo furiosa—. ¡Me volverás a tocar cuando se hiele el infierno! —Mira, Felicity, será mejor que dejes de amenazarme con cosas que no puedes cumplir. Ayer me decías que me ibas a matar si te tocaba, hoy te haces la gata ultrajada que finge estar enfadada… —¡No estoy fingiendo! —gritó furibunda al verlo enarcar una ceja de forma burlona—. ¡No estoy bromeando!

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 34—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Yo, tampoco, mi ángel —susurró él haciéndola estremecer—. No he dicho nada más serio en mi vida —añadió, mirándola a los ojos y haciendo que ella no pudiera apartar la mirada. Allí estaba, sentada en la cama, desmadejada por su magnetismo y su voz ronca, que la embriagaba como el incienso y la hacía prisionera sin el menor esfuerzo—. Sabes que es así. ¿Por qué luchas contra algo que ambos queremos? Felicity sintió que ardía bajo su mirada. Pensó en retirar las sábanas, pero recordó que solo llevaba una camiseta que le había dado él la noche anterior. Apretó los dientes y soportó la tortura, que era más mental que física. —¡Yo no lo quiero! —¿No, querida? —dijo él escéptico—. Me parece que te conozco mejor de lo que te conoces tú a ti misma. Recuerda que anoche te tuve entre mis brazos, que te besé y te acaricié. Sentí tu respuesta ante mis besos… sé que te mueres porque te vuelva a tocar. Sé que quieres más… que me deseas tanto como yo te deseo a ti. Pero también sé que eres una cobarde. No te atreves a admitir tu deseo. —¿Cobarde? ¿Cómo te atreves? ¡Vamos a ver quién es el cobarde! —gritó apartando las sábanas y lanzándose sobre él. Se dio cuenta del error que había cometido cuando ya fue demasiado tarde. Se encontró sobre él, su torso pegado a sus pechos y sus poderosas piernas bajo las suyas, que habían quedado al descubierto, así como parte de sus nalgas, porque se le había subido la camiseta. Felicity se quedó helada de espanto y él inclinó la cabeza burlón. —Me parece gatita que esa camiseta te queda a ti mucho mejor que a mí. Quédatela —le dijo. La tela se ajustaba a las curvas de su cuerpo y había hecho que la deseara durante aquel rato que habían estado hablando. Aquel leve deseo se había convertido en hambre incontrolada en un abrir y cerrar de ojos ante su repentino movimiento. Tenía el cuerpo tenso y una erección incontrolable. Y, para colmo, la tenía encima. Agarró la colcha con fuerza para no tocarla—. Felicity… —dijo con aquel acento suyo que la volvía loca. Cuando lo oía de sus labios, se sentía otra persona, una mujer con una vida mucho más alegre y glamurosa que la suya, alguien capaz de ser la pareja de un delincuente peligroso y encantador. Aquel delincuente de ojos oscuros y… ¡No! Aquellos ojos eran peligrosos. No debía mirarlos. No se podía permitir el lujo de ver el deseo reflejado en ellos. Le hacía recordar la noche anterior, cuando la había mirado con las pupilas dilatadas, aquellos ojos que hablaban de deseo y pasión. Si lo hacía, recordaría sus caricias y querría volverlas a sentir. Tenía su boca tan cerca que le fue imposible no recordar cómo la había besado la noche anterior, con furia, aquellos besos que no había podido olvidar y que quería volver a saborear. —Rico…

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 35—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

No sabía quién había dado el primer paso, si él bajó la cabeza o ella la subió. Tal vez, habían sido los dos a la vez, llevados por un impulso ardiente que no conocía barreras. La besó con fuerza, exigencia y seguridad, sabiendo cuál iba a ser su respuesta, sabiendo que lo deseaba. Al principio, aquella arrogancia hizo que ella intentara cerrar la boca y no dejar entrar su lengua, pero su resistencia se derrumbó rápidamente y se encontró abriendo la boca y sucumbiendo. No podía pensar más que en dos cosas: en cómo la abrazaba aquel hombre y en la necesidad que sentía en el punto más femenino de su cuerpo. —¡Felicity, belleza! —murmuró Rico con voz ronca besándola las mejillas, las sienes, los párpados. Ella le dejó hacer—. Me parece que no vas a necesitar esto — añadió él, quitándole la camiseta. Ella no opuso resistencia. Al contrario, se rió. —Tú tampoco vas a necesitar esto… —dijo desabrochándole la camisa con dedos temblorosos y quitándole el cinturón. Todo su cuerpo lo deseaba, se moría por sentir su piel aceitunada y la prueba de su masculinidad. Su olor la embriagaba mientras le besaba el torso y sentía sus músculos tensarse al contacto con sus labios. ella.

—¡Madre de Dios! —susurró Rico con voz entrecortada poniéndose encima de

Felicity levantó los brazos para tocarle el pelo, para volver a besarlo, pero él tenía otros planes. Se irguió y observó su cuerpo, paseó su mirada ardiente por sus curvas y luego hizo el mismo recorrido con las manos, mientras ella, tumbada con el pelo esparcido por las almohadas, disfrutaba con las manos a los lados, relajada. Ya la tenía tal y como la quería. Volvió a recorrer su cuerpo con las yemas de los dedos haciéndola enloquecer. —Rico… —murmuró. Él negó con la cabeza concentrado en lo que estaba haciendo. —Espera, gatita. Despacio. Así, da más placer. Le agarró una pierna y comenzó a chuparle el pie, se lo besó sin prisa desde el talón hasta el tobillo y fue subiendo con caricias suaves. Felicity emitió un quejido de deleite total y se dejó hacer. Sus labios y sus manos iban dejando un reguero de fuego por su cuerpo; las zonas por las que había pasado aparecían bañadas por el sol, todas sus células estaban disfrutando de aquella gloriosa sensación de bienestar. Se le entrecortó la respiración y su cuerpo se tensó cuando la boca de Rico se posó a un milímetro del lugar más íntimo de su cuerpo. Él continuó subiendo hasta su tripa, se detuvo en el ombligo y avanzó hacia los pechos, a los que sometió al mismo tormento. Con una lentitud aterradora, se acercó al pezón, que rodeó con la lengua una y otra vez hasta hacerla explotar de deseo. Ante su respiración entrecortada, Rico tuvo piedad y dejó los pezones para concentrarse en los pechos, que lamió y succionó.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 36—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¡Rico! —exclamó, sintiendo tanto placer que un reguero de líquido se escurrió entre sus piernas—. ¡Por favor! Por fin, parecía que él tampoco podía más, que su paciencia sobrenatural se había acabado. Efectivamente, sus manos se apresuraron a desabrocharse los vaqueros, que segundos después yacían en el suelo. —Ahora… —le dijo mirándola a los ojos—. Ahora te voy a hacer el amor como debe ser — añadió, con ojos como el carbón, en los que se veía reflejada su pasión—. Ahora… —murmuró colocándose entre sus piernas. —Ahora… —repitió ella levantando las caderas para recibirlo. Suspiró de placer al sentir su embestida. Aquel suspiro se transformó en gritos salvajes de placer a medida que él fue imprimiendo ritmo a sus movimientos. Felicity había perdido la cabeza, no tenía voluntad, solo se dejaba llevar. Sentía el pulso que le retumbaba en la cabeza; se esforzó por seguir el ritmo que él había impuesto y que les hizo alcanzar juntos cotas de placer indescriptibles. Aquel placer los adentró en un mundo de pasión del que solo había una forma de salir. En las últimas oleadas de éxtasis, Felicity se aferró a sus hombros mientras el orgasmo explotaba en su interior formando estrellas y haciendo que perdiera la conciencia.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 37—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 7 ¿Qué diablos había hecho? Rico se despertó ante la evidencia, que lo zarandeó con fuerza, ¿o en qué estaba pensando? ¿Había perdido el sentido común? ¿Había perdido la cordura en las últimas veinticuatro horas? ¿Era un adulto maduro o un adolescente cuya única motivación tenía origen por debajo de la cintura? Se tumbó de espaldas poniendo sumo cuidado en no tocar a la mujer que dormía a su lado. Se pasó ambas manos por el pelo y se quedó mirando al techo, con un suspiro de incredulidad, ante su locura. No había querido tomar parte en todo aquello. María había organizado un buen lío y tendría que haber sido ella la que lo solucionara. Ya era hora de que aprendiera que todo el mundo comete errores y que los errores tienen consecuencias. ¡Todo el mundo comete errores! Aquello fue como un jarro de agua fría en la cara que lo despertó por completo. Incómodo, se levantó, se puso los calzoncillos y los vaqueros y se acercó a la ventana. ¿Acaso lo que acababa de hacer no era un error tan grande como el que había cometido María? ¿Y si su error tenía las mismas consecuencias que el de su hermanastra? —¡Estás loco! —se recriminó en voz alta dando un golpe en la pared con la palma de la mano—. ¡Estúpido loco! Un sonido repentino rompió el sueño profundo en el que había caído Felicity exhausta. Se estiró confusa. No le hizo falta abrir los ojos para saber que había un vacío a su lado, en el sitio donde antes de perder la cabeza había estado el cuerpo fuerte y poderoso de un hombre. El cuerpo de Rico. Al recordar lo ocurrido, se irguió con el pelo revuelto y los ojos reflejando la desesperación que la había invadido al darse cuenta de la situación en la que se encontraba. ¡Pero qué había hecho! ¿Cómo había dejado que aquello sucediera? ¿Cómo se les había escapado la situación de las manos? —Buenas tardes, señorita Hamilton —dijo una voz junto a la ventana. Entrecerró los ojos ante la claridad del sol para poder mirarlo, pero lo único que veía era su silueta recortada. —¿Tan tarde es? No había necesidad de preguntar. La luz que recortaba el cuerpo alto y delgado de Rico era completamente diferente a la que entraba en la habitación cuando Felicity se había despertado aquella mañana.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 38—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

rato.

—Bastante —contestó él lacónicamente—. Hemos estado… ocupados un buen

El recuerdo de lo ocupados que habían estado hizo que ella se sonrojara de pies a cabeza. El primer encuentro los había satisfecho durante solo un rato. Tras las oleadas de pasión había llegado la calma, que no había durado mucho porque el deseo se había vuelto a adueñar de ellos. En un abrir y cerrar de ojos, ambos se habían visto arrastrados por la pasión y se habían buscado mutuamente para aplacar su apetito. —Tengo sueño —consiguió decir Felicity quitándose un mechón de pelo rubio de la cara. Al bajar el brazo, se rozó un pecho y recordó que estaba completamente desnuda, tal y como había caído dormida en brazos de Rico. Instintivamente, agarró las sábanas e intentó taparse, pero en ese momento él avanzó hacia ella y Felicity se dio cuenta de que le iba a volver a decir que ya era demasiado tarde para taparse. Decidió no darle ese placer. Por puro orgullo, lo miró con indiferencia. —Estás tan mal como yo —declaró él con las manos en los bolsillos a mitad de camino entre ella y la puerta. —¿Estás intentando decirme educadamente que esto no tendría que haber sucedido? —preguntó con fingida indiferencia. —Ambos sabemos que no tendría que haber sucedido —contestó él. Ella se había mostrado indiferente, pero él se estaba mostrando insensible—. Esto ha sido un error desde el principio hasta el final y no debe volver a repetirse. —¡Yo no pienso darte la oportunidad! —le espetó ella—. Me arrepiento de todo lo que ha pasado. —Yo no me arrepiento en absoluto —la interrumpió él delicadamente—. No creo que ningún hombre se arrepintiera de algo así —declaró mientras su mirada se posaba en la cama revuelta, en las sábanas. La miró de nuevo a la cara haciendo que ella sintiera frío y calor alternativamente, como si tuviera fiebre—. Lo que pasa es que es una complicación que no me puedo permitir. —¿Complica las cosas? Felicity no se lo podía creer. ¿Eso era lo que ella representaba para él? ¿Una complicación? Aquella sorpresa dolía. —¡Claro! —murmuró amargamente—. No creo que quieras que tus planes se vean interferidos por algo tan banal como los sentimientos. —¿Sentimientos? —repitió él confuso—. ¿Quién ha hablado de sentimientos? —¡Desde luego, tú no! No podía dejar que él viera cómo se sentía. No debía dejar que viera que sus palabras la estaban haciendo daño. Lo peor es que ni ella misma se explicaba por qué se lo estaba tomando tan mal.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 39—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Después de todo, Rico no significaba nada para ella. No era más que un desconocido. Solo lo conocía hacía veinticuatro horas. Era un hombre capaz de vengarse a sangre fría de alguien a quien odiaba, quién sabía por qué, y que no había tenido empacho en utilizarla a ella como parte de su plan. Sabía cómo era, así que aquella nueva prueba de su insensibilidad no debería sorprenderla tanto. Debería haberlo previsto. Le costaba convencerse a sí misma de que fuera así de fácil. —Ni yo, tampoco —continuó casi mordiendo—. No solo los hombres disfrutan del sexo, no solo a ellos les gusta practicarlo por simple placer —añadió. Por un momento, él pareció herido, lo que no hizo sino aumentar el enfado de ella, que se lo tomó como un gesto hipócrita—. ¿Te sorprende? Anda, venga, cariño… —Nunca había sabido mentir bien, pero lo estaba consiguiendo. Levantó el mentón desafiante, lo miró con indiferencia y habló con acidez—. ¿No has oído nunca que lo que es bueno para vosotros es bueno para nosotras? Estamos en el siglo veintiuno. Las mujeres llevamos décadas de liberación y tenemos las mismas libertades que los hombres. El doble rasero ya no sirve y si no te gusta, peor para ti. —¿Por qué no me iba a gustar? —la interrumpió Rico—. Para que lo sepas, me parece muy bien que pienses así. Eso me libera de tener que preocuparme por tus sentimientos. Así, cuando esto se termine, podremos irnos cada uno por nuestro lado tan contentos. Así él no tendría que vivir con los reproches de su conciencia. María le había advertido que aquella mujer no era ningún angelito sino una oportunista que quería casarse con Edward Venables para tener dinero y hacerse un hueco en la alta sociedad. El detective había dicho lo mismo. Según sus informes, Felicity se pasaba las noches en una discoteca cutre, probablemente bebiendo hasta emborracharse. Se había dejado llevar por una cara bonita y un cuerpo de vértigo, pero Felicity le había enseñado una lección que no iba a olvidar. —Somos dos adultos. —Por supuesto. A Felicity le dolía la garganta del esfuerzo que estaba haciendo para mantener la voz firme. La tensión que sentía hacía que hablara con más brusquedad de lo que era normal en ella. Sin embargo, por dentro se sentía muy diferente. No podía seguir en la cama, desnuda. Se sentía desprotegida y vulnerable mientras él la miraba desde las alturas. No pudo más, se dio la vuelta y se levantó. —Los dos somos adultos y sabemos que, a veces, el sexo hace que dos personas razonables se comporten de manera extraña. Vio la camiseta que Rico le había quitado horas antes, aunque parecía que hubiera transcurrido una eternidad, y se agachó a recogerla. Aunque se moría por ponérsela a toda prisa, se controló para moverse con lentitud para que él no percibiera su fragilidad. Al sentir la tela entre su cuerpo y su mirada ardiente, se sintió más segura, más fuerte. Tanto fue así, que incluso se atrevió a dedicarle una sonrisa arrogante.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 40—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—El sexo puede hacer que te lances en brazos de la persona que menos te conviene; puede hacer que te vuelvas loco por una persona a la que odias cuando te despiertas a la mañana siguiente. Todos hemos tenido noches de pasión de las que nos hemos avergonzado. Seguro que él sí las había tenido. La única relación sexual que ella había tenido había sido dulce e infantil y había terminado muy mal. No había tenido un encuentro de una noche en su vida. —Me parece muy maduro por tu parte verlo así —dijo él, queriendo decir justo lo contrario—. ¿Eso es lo que hemos tenido, una noche de pasión? —Más o menos… una mañana de pasión. —Y supongo que, como adultos maduros que somos, deberíamos olvidarnos de que ha sucedido. —Supongo que será lo mejor —mintió ella. ¡Olvidarse! Rico sintió ganas de reír. Había tantas posibilidades de que olvidara aquella mañana como de que olvidara su propio nombre. Aunque intentó apartar de su mente los placenteros recuerdos de su encuentro, no pudo. Había creído que cuando ella se vistiera, le resultaría más fácil, pero aquella camiseta no había hecho más que empeorar las cosas. Cada vez que se movía, la tela se pegaba a las curvas de su cuerpo, las mismas curvas que él había acariciado poco antes. Aunque era su talla y a ella le quedaba grande, no la cubría por completo y dejaba al descubierto zonas donde él había depositado sus apasionados besos aquella mañana. El hecho de que ella llevara puesto una prenda que días antes él se había puesto hizo que su cuerpo reaccionara. —Entonces, ¿seguimos como antes? —preguntó Rico. —Será lo mejor… —contestó ella con una sonrisa breve, tirante y poco sincera. Lo mejor para él habría sido agarrarla en brazos, tirarla sobre la cama y quitarle aquella camiseta que llevaba. ¡Dios! ¡No! Rico consiguió controlarse y sonrió, igual de hipócrita que ella. Ninguna mujer lo había rechazado nunca. No le estaba gustando. Sintió ganas de arremeter contra ella verbalmente. —Debo admitir que cuando decidí hacer eso, no pensé que fuera a salir tan bien. Supuse que Venables se iba a enfadar por perder a su prometida, pero debe de estar furioso. Desde luego, si te comportas con él así en la cama, ya entiendo por qué quería casarse contigo cuanto antes. Felicity había creído que era imposible que su estado mental empeorara, que nada de lo que él pudiera decir o hacer podría degradarla más de lo que ya había hecho. Sin embargo, la indiferencia de sus palabras fue peor que si la hubiera agredido. —¿Esa es la única razón por la que te has acostado conmigo? —preguntó. No pudo decir «me has hecho el amor» porque estaba claro que eso no había sido lo que

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 41—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

había sido. Habían compartido sexo, puro y duro, aunque no había nada de puro en la forma de actuar de aquel hombre—. ¿Solo para vengarte de Edward? —No, querida —contestó él con una sonrisa demoníaca y un brillo helado en los ojos que la hizo estremecerse—. Vengarme de Venables no ha sido la única razón. Ha sido una experiencia muy gratificante que, de hecho, me gustaría repetir en el futuro. —Ni lo sueñes. Con una vez, me doy por satisfecha… —dijo encogiéndose de hombros—. Si me disculpas, voy a darme un baño. Me siento sucia —declaró. Era cierto. Quería borrar de su cuerpo cualquier rastro de él, su olor. No tuvo que decírselo. Estaba claro por la expresión de su cara, en la que sus ojos se habían vuelto de un gris como el del mar en un día de invierno. —Por favor —contestó él dándose la vuelta lentamente para recoger su camisa, sus calcetines y sus zapatos. Se iría cuando a él le diera la gana, no iba a dejar que aquellos ojos le hicieran darse más prisa de la debida—. Voy a hacer café y algo de comer. Deberíamos comer algo. No hemos tomado nada en todo el día. La idea de sentarse frente a él y comer, le parecía insoportable. Probablemente, se le atragantaría la comida, pero, una vez más, consiguió sonreír, aunque no mirarlo a los ojos. —Bien. Por cierto, ¿vas a cumplir tu promesa? —¿Qué promesa? —preguntó él frunciendo el ceño—. No recuerdo… —Me dijiste que si no cometía ninguna estupidez, como intentar escaparme, hoy dejarías que me fuera. Por eso no se había movido de su habitación en toda la noche, por eso no había deambulado por la casa buscando la forma de escapar. Después de haber descartado la posibilidad de saltar por la ventana, claro. Se había asomado y, al ver lo alta que estaba, había desistido. —Yo no te prometí nada. Solo te dije que, si las cosas salían como estaban previstas, me plantearía dejarte ir. —Pero todo ha salido como estaba planeado, ¿no? Él se encogió de hombros con la mayor indiferencia. —Ni idea. No he tenido tiempo de comprobarlo. He estado ocupado… con otras cosas —contestó él mirando de nuevo hacia la cama con una sonrisa casi nostálgica que fue la gota que colmó el vaso. —¡Pues compruébalo, maldita sea! —explotó Felicity—. Quiero irme cuanto antes —añadió girando sobre sus talones y cerrando la puerta del baño de un portazo.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 42—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 8 Felicity abrió la puerta de la cocina y miró dentro. No sabía de qué humor iba a estar Rico después de su escenita. Al salir de la ducha, ya no estaba allí, por suerte. Después de lo que había pasado, no quería tener que enfrentarse a él con solo una pequeña toalla alrededor del cuerpo. Sin embargo, se había encontrado la habitación vacía y en silencio. La cama estaba hecha, las almohadas perfectamente ahuecadas y el edredón colocado con esmero. Nadie diría que allí había pasado lo que había pasado aquella mañana. Ojalá a ella le fuera tan fácil olvidarlo. Rico estaba junto al horno y se dio la vuelta. —Me estaba empezando a preguntar dónde estabas —le dijo en un tono sorprendentemente normal—. Pensé que no sabías bajar. —¿O que me había escapado por la ventana? Lo pensé, créeme. También he probado todas las puertas que he encontrado. Rico sonrió de repente. —Sabía que lo harías. Por eso las cerré todas. Las llaves están a buen recaudo… —dijo golpeándose el bolsillo delantero de los vaqueros. Desde luego, era el lugar más seguro. Felicity no tenía la más mínima intención de meter la mano en aquel bolsillo. No pudo evitar pensar en aquel lugar tan íntimo que había acariciado horas antes. Se obligó a concentrarse en el presente—. ¿Qué quieres? ¿Café? —Ya lo hago yo. —No, tú siéntate, ya me ocupo, Felicity. ¡Siéntate! No te voy a envenenar. —Veneno, no, pero ¿quién me asegura que no me vas a volver a sedar? —¡Madre de Dios! —explotó Rico pasándose ambas manos por el pelo—. Ya te dije que eso fue una medida de urgencia. Estás a salvo. Felicity lo miró con escepticismo. Estar a salvo con él no parecía posible. Se había dado cuenta en aquellas veinticuatro horas que el peligro emocional que corría estando cerca de él era inmenso. —Veo que has encontrado la ropa limpia —dijo él preparando la cafetera. —Sí, gracias. La noche anterior, Rico le había ofrecido una camiseta y unos vaqueros y ella los había aceptado gustosa. Al salir del baño, se había encontrado sobre una silla unas cuantas camisetas y camisas. Hubiera sido ridículo volverse a poner el vestido de novia. —Te queda bien ese color, aunque la camiseta te queda un poco grande.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 43—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Es todavía peor si no me la remango —dijo ella bajándose las mangas de la camiseta turquesa, que le cubrieron las manos—. Quepo dos veces dentro. Debo de parecer una mendiga o un niño que hereda la ropa de su hermano mayor. —A mí me gusta —dijo él bajando la voz. Ella lo miró y se quedó pálida. —¡No! —exclamó cortante—. ¡Ni se te ocurra! —Perdón. Rico se dio la vuelta y sacó dos tazas de un armario. Felicity se sentó en una silla y se volvió a subir las mangas hasta los codos. ¿Conseguiría tener una conversación con aquel hombre sin que uno de los dos se insinuara? Se preguntó por qué habría de interesarle hablar con él. ¿No sería mejor mantener las distancias por si le tocaba pasar mucho tiempo con él? Así, al menos, podía esperar, salir de todo aquello un poco airosa. La verdad era que Rico la fascinaba y la intrigaba. Le repugnaba cómo había entrado en su vida, como un torbellino, para vengarse de Edward, pero, al mismo tiempo, había algo en él que la atraía como si fuera un imán. Era un hombre de contradicciones. Sus dos extremos no podían ser más diferentes, así que no tenía ni idea de cuál era el verdadero Rico. La noche anterior, por ejemplo, cuando ella se encontraba hecha polvo tras haberse dado cuenta de lo que había sucedido, había pasado de ser un delincuente sin educación a un hombre adorable. Le había mostrado la habitación que iba a ocupar y le había ofrecido ropa limpia. Al desvestirse, se había encontrado con que no podía quitarse el velo. Estaba agarrado con la tiara y millones de horquillas. Se sentó exhausta en los pies de la cama y se quedó mirándose al espejo que tenía enfrente. Así la había encontrado Rico. —¿Felicity? ¿Señorita Hamilton? —dijo llamando a la puerta. Al no obtener contestación, había entrado—. ¿Qué le pasa? —le preguntó viéndola pálida. Ella le indicó el tocado impaciente. —Esto… ¡El maldito velo! No me lo puedo quitar. ¡Lo tendré que llevar para siempre! En lugar de reírse o hacer algún tipo de comentario machista, la tranquilizó con palabras amables y se acercó para quitarle las horquillas. Qué delicado había sido. Ella se había tirado del pelo hasta que se le habían saltado las lágrimas, pero él puso esmero en quitárselas sin hacerle daño. En cuestión de segundos, se las había quitado todas con suma facilidad, había dejado el velo sobre la cama y la tiara sobre la mesa. Ahí no había quedado la cosa. —Estás muy tensa —murmuró tocándole la nuca.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 44—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¿Y te sorprende? —le reprochó ella—. ¡Como me lo estoy pasando tan bien! Se supone que esta tenía que haber sido mi noche de bodas y estoy aquí, no sé dónde, con un hombre que… que… —en ese momento, se le había quebrado la voz y los ojos se le habían llenado de lágrimas—. ¿Qué me va a hacer? —Nada —contestó él agarrándole la cara con ambas manos—. ¡Nada! Te lo juro, gatita. No te voy a hacer ningún daño. Yo no tengo nada contra ti, sino contra el hombre con el que te ibas a casar. Lo único que quiero es que te quedes aquí hasta que ciertas cosas se arreglen. —¿Qué cosas? —preguntó. Realmente, quería creerle y, sorprendentemente, la tenía medio convencida ya. Su tono de voz y sus ojos no podían mentir—. ¿Qué es lo que se tiene que arreglar? Obviamente, no se lo iba a decir. —Eso no necesitas saberlo —contestó con crudeza, haciéndola sentir mal—. Eso me incumbe a mí, no a ti. Tú conténtate con saber que estás a salvo aquí. De hecho, si eres razonable y haces lo que te diga, y no se te ocurre intentar escaparte en mitad de la noche, claro, tu encierro no durará más que un día. Le parecía una eternidad, pero eran sus condiciones. —Lo tendré en cuenta. —Muy bien —murmuró—. Muy bien, mi belleza. Felicity, tal vez, aunque no lleguemos a hacer las paces, sí podamos llegar a algún tipo de acuerdo que nos permita sobrellevar la situación —añadió acariciándole el pelo y deshaciéndole los nudos con un peine. Luego, le había masajeado la nuca hasta conseguir que suspirara de gusto. —El café. Felicity salió de su trance cuando Rico le dejó una taza de café sobre la mesa. —Gracias —consiguió decir ella decidiendo que debía concentrarse en el presente. Ya había cometido una vez el error de dejar que el pasado la volviera vulnerable, y él lo había sabido aprovechar. —¿Qué quieres comer? —Cualquier cosa. No tengo hambre. Rico pensó que parecía una gatita pequeña y débil, allí sentada con sus enormes vaqueros y su camiseta, que le quedaba varias tallas grande. Sintió una punzada de arrepentimiento. Sin maquillaje y el pelo suelto, no se parecía en nada a la mujer que había visto el día anterior por primera vez, la mujer que había luchado contra él todo el rato. Excepto cuando había bajado la guardia por la noche. «Infierno», maldijo mientras su conciencia lo atormentaba. Felicity Hamilton le hacía dudar de la veracidad de la historia de su hermanastra. Si no hubiera hecho una promesa que no podía romper, la habría metido en el coche y la habría llevado a su casa. Aunque…

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 45—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Frunció el ceño y revolvió el café con energía. No había demostrado la más mínima preocupación por el novio que había dejado plantado en el altar y, en menos de veinticuatro horas, se había metido en su cama. Había sido infiel al hombre con el que se iba a casar. Había dos lados muy diferentes en Felicity Hamilton y no sabía en cuál confiar. Si hubiera podido hablar con María, tal vez, habría podido aclarar algo, pero tenía el móvil apagado. —Vas a romper la taza como sigas removiendo el café así —dijo ella con una sonrisa. Aquello era lo último que él hubiera esperado. —Toma… —le dijo dándole el móvil. Felicity parpadeó perpleja—. Llama a tu padre y pregúntale qué está pasando. —¿Cómo…? —no podía creérselo. ¿Iba a dejar que se fuera? Se lo había prometido, pero no creyó que fuera a cumplirlo. —Si son buenas noticias, te vas a casa. —¿A qué te refieres con buenas noticias? Él se encogió de hombros. —Tú me vas diciendo lo que te diga tu padre y yo te digo si es bueno o no. —Bien. Felicity intentó tranquilizarse. Su total indiferencia la había descontrolado. ¿De verdad le importaba tan poco que se fuera? «¡Vamos, Fliss, enfréntate a la realidad!», se reprochó. ¿Qué esperaba? Aquel hombre era un oportunista y un delincuente. Ya había obtenido todo lo que había querido de ella y había llegado el momento de deshacerse de ella. Antes muerta que dejar que se diera cuenta de su dolor. —Bien, espero que haya buenas noticias —dijo consiguiendo sonreír—. Por el bien de los dos. Aquella sonrisa le molestó en lo más profundo. ¿Tenía que mostrarse tan contenta ante la posibilidad de irse? ¿Qué se había creído, que le iba a suplicar que la dejara quedarse? —¿Papá? Soy yo, Fliss. ¿Qué…? ¿Eh? Sí, estoy bien. ¿Y tú…? ¿Cómo? —dijo sin poder creerse lo que estaba oyendo. Miró a Rico y se preguntó si él lo sabría. ¿Cómo afectaría aquello a su situación? ¿Lo consideraría una buena o una mala noticia? Prometió llamar cuanto antes y colgó. Apagó el teléfono y se quedó sentada mirando sin ver a la pared mientras un millón de ideas se agolpaban en su cabeza. —¿Y bien? —preguntó Rico rápidamente. —No lo entiendo. Papá dice que Edward ha desaparecido, que se ha fugado con otra mujer —contestó. Era increíble. Felicity no entendía nada y, para colmo, él se puso a hablar en español—. ¡Rico, no me hagas esto! —protestó—. Sabes que no hablo español. ¿Qué estás diciendo?

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 46—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Rico ignoró su pregunta y se concentró en lo único que le importaba. —La mujer… —dijo apoyando una mano en el respaldo de su silla y la otra en la mesa, aprisionándola—. ¿Cómo se llama? ¿Te lo ha dicho tu padre? ¿Y eso qué importaba? A él le importaba, obviamente. —Sí. Me ha dicho que se llama María Llewellyn. No le dijo dónde había oído antes su nombre. Él parecía tenerlo muy claro porque su cara se tornó oscura de satisfacción. —¡Bien! —exclamó irguiéndose—. Tal y como yo quería. Felicity lo observó en silencio sin entender nada. ¿Lo que él quería? Estaba perdida. ¿Qué era lo que quería? Creía haber entendido que su ira iba dirigida a Edward, que quería que solo Edward sufriera, pero parecía que se alegraba de saber que había otra persona en su vida. Nada más y nada menos que la única mujer de la que Edward le había hablado con cariño. Le había confesado que le había robado el corazón. ¿Quería Rico que Edward fuera feliz? Si era así, ¿qué repercusiones tendría aquello para ella y para su padre? —¿Son buenas noticias? —preguntó sin poder creérselo. Rico asintió con firmeza. Incluso se permitió una sonrisa. —Muy buenas noticias. —Pero… Sintió como si su mundo se desmoronara. Si Edward no era la víctima elegida por Rico, ¿quién lo era? ¿Ella? —No lo entiendo. La mirada que Rico le dedicó no le ayudó a serenarse. Al contrario, sintió un tremendo pánico. —No hace falta que entiendas nada, gatita. Eso déjamelo a mí. Tú lo único que necesitas saber es que esta situación te viene bien también a ti y que hoy mismo te podrás ir a casa.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 47—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 9 Te puedes ir a casa. Así de fácil. ¿Sería cierto o estaría jugando con ella cruelmente como el gato que marea al ratón antes de asestarle el golpe mortal? —¿Lo dices en serio? —¿Cómo? —dijo él sorprendido—. Pues claro que lo digo en serio. ¿Por qué te lo iba a decir si no? Aun así, no se lo podía creer. No podía entender cómo, después de haberla raptado y retenido, la iba a dejar irse así como así. Rico se había dado la vuelta y estaba sacando tenedores y cuchillos de un cajón. —Te puedes ir cuando quieras. Come algo y luego vete a casa. A casa. La noche anterior le habrían parecido las palabras más maravillosas del mundo, pero las cosas habían cambiado y aquello fue la gota que colmó el vaso. Fue como un bofetón en la cara, del que no podía reponerse. Los recuerdos se agolpaban en su mente y la idea de volver a casa, en lugar de ser apetecible, se le hacía muy cuesta arriba, se sentía desolada y desesperada. ¿Volver a casa para qué? ¿Para volverse a encontrar con el horror en el que su padre había convertido su vida y ver cómo lo detenían por robo? ¿Para ver cómo su madre, delicada de salud, se ponía peor del disgusto? ¿Y ella? ¿Qué le deparaba el futuro? Ni Edward, ni boda… ni Rico. Sintió que las lágrimas le abrasaban los ojos y no quería que él lo viera. Echó la silla hacia atrás con estruendo y fue hacia la puerta. —¡Felicity! —la llamó cortante—. ¿Dónde vas? —A recoger mis cosas —contestó desafiante—. Has dicho que me podía ir. Sí, lo había dicho, pero tampoco hacía falta que dejara tan claro que se moría por irse y dejarlo allí. ¿Qué esperaba? Sería un idiota si pensara que su comportamiento se había debido a algo que no fuera una intensa atracción física, que la había pillado a ella tan de sorpresa como a él. La había deseado y la seguía deseando cada vez que recordaba las horas que habían pasado en la cama, pero solo había sido atracción física. ¿Qué más podía haber con una mujer que había comenzado el día con la idea de casarse con un hombre y había terminado en la cama de otro, menos de veinticuatro horas después? Aun así, no quería que se fuera. —No puedes… —dijo Rico. Madre de Dios. ¿Qué le estaba pasando? ¿Le iba a pedir que se quedara? Cambió de tono—. No has comido. —No tengo hambre.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 48—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

La comida se le atragantaría, no habría manera de que pasara del enorme nudo que se le había formado en la garganta. Además, si se quedaba en la cocina, Rico se iba a dar cuenta de que se le estaban saltando las lágrimas. Y no podría soportarlo. —Pero si no has comido nada desde ayer por la noche. Vas a enfermar. ¿Quieres…? —¡Te he dicho que no tengo hambre! Sintió pánico ante la idea de que él pudiera agarrarla y hacerla volver a la habitación. Estaba llegando a la puerta, pero las lágrimas le nublaban la vista y se dio contra el armario que había al lado. Hizo un esfuerzo para no gritar de dolor. —¡Felicity! —exclamó él exasperado—. ¡Siéntate! Ella negó con la cabeza. —¡Te he dicho que te sientes! —Y yo te he dicho que no quiero comer nada. —¡Haz lo que te digo! —¡No pienso hacerlo! ¿Por qué no se abría aquella puerta? Por mucho que giraba el pomo, no conseguía abrirla. —Felicity —le dijo con tono amenazante. —¡Deja de darme órdenes! —Y tú deja de llevarme la contraria en todo. Lo único que estás consiguiendo es empeorar las cosas. —Felicity… —sintió sus manos en los hombros y Rico le dio la vuelta—. Sé razonable. Esto no te lleva a ninguna parte. —No me apetece ser razonable —dijo con voz entrecortada—. Quiero… quiero… Ya no podía más y, justo en ese momento, oyó las palabras de su padre. “Edward se ha ido con una tal María y ha dejado una nota diciendo que se va a casar con ella, que vuestra boda queda anulada. Pero, ahora que Ricardo Valerón ha aparecido en escena y estáis juntos, nada de eso importa ya, ¿verdad, cariño? Ahora todo está bien. Mejor que bien”. No pudo más y dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas. —¿Felicity? ¿Gatita…? —le dijo con voz melosa, lo que hizo que ella escondiera la cara en su pecho y llorara—. ¿Por qué lloras? —no hubo respuesta. Solo más lágrimas y sollozos. ¿Y aquello? ¿Qué había provocado aquella llorera? La abrazó con suavidad y decidió dejar las preguntas para cuando se hubiera calmado.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 49—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

No estaba a gusto. Tenía la conciencia revuelta y se estaba enfadando ante semejante situación. Se estaba enfadando con María, la reina del drama, que lo había convencido para hacer todo aquello, y consigo mismo por no haber sabido entender la situación. Había creído a María cuando ella le había dicho que Felicity no quería a Edward Venables. Su hermanastra le había dicho que en ese matrimonio no había amor ni sentimientos verdaderos y él la había creído. Y, para colmo, la conducta de Felicity hasta el momento no hacía más que contribuir a verla como una vulgar ramera, que saltaba de cama en cama sin pensar en Venables. Pero si era así, ¿a qué venían aquellos lloros? ¿Tal vez porque se arrepentía de lo sucedido o por las noticias que le habían comunicado? ¿De verdad le importaba tanto que Venables estuviera con otra mujer? A Rico no le gustó la idea. Era una mezcla de culpa y de celos. Además de semejante mezcla, que ya era de lo más explosiva, no podía olvidar el inflamable deseo que sentía por ella. La deseaba desde lo más profundo de su ser, de manera peligrosa. Los sollozos de Felicity se fueron haciendo menos violentos y desesperados hasta que fue dejando de llorar. Rico agarró unos cuantos pañuelos de papel y le secó las mejillas con suma delicadeza. —A ver, gatita —le dijo tan suave como una caricia—. ¿Puedes hablar? ¿Me vas a decir a qué viene todo esto? Deberías estar feliz, no triste. Te he dicho que te puedes ir a casa. —¡ Precisamente por eso! —¿No quieres volver a casa? —Sí, sí quiero, pero… —se interrumpió y negó desesperadamente con la cabeza —, pero no es por mí. —¿Y entonces por quién? Tiene que ver con Edward, ¿verdad? No quería mirarlo a los ojos porque sabía que iba a leer en los suyos demasiado. Tenía que darle una contestación, así que asintió con la mirada fija en el suelo. Tenía que ver con Edward, era cierto. No le podía contar el lío que había montado su padre, y que Edward le había dicho que no tenía nada que temer del argentino si accedía a sus planes. Tal vez, Edward hubiera mantenido su promesa a pesar de todo. Todavía había esperanzas de que su padre se librara y su madre no tuviera que sufrir. Por muy pequeña que fuera la esperanza, debía agarrarse a ella como a un claro ardiendo. La verdad no podía salir a relucir. —Sí, es por Edward —contestó sintiéndose de lo más desgraciada.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 50—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

No era solo por eso, pero no iba a decir más. Además, había cosas que ni ella misma entendía. ¿Cómo se las iba a explicar a Rico? No tenía las ideas claras con respecto a él. —Cuéntamelo —dijo llevándola hacia la mesa. La sentó y miró los cafés, que se habían quedado fríos. Con una expresión de disgusto, los tiró al fregadero. Prefería tener la mente ocupada y las manos, también. Felicity rezó para que la mirara. Era muy difícil contarle aquello a una espalda. Si pudiera verle la cara… Rico se dio la vuelta y ella comprendió que había sido un error. Al ver su cara, comprendió que la estaba mirando con desprecio. —¿Qué pasa con Edward? —Necesitaba… una esposa —contestó haciendo un gran esfuerzo—. Su abuelo, Lord Highson, no estaba de acuerdo con su estilo de vida y había amenazado con desheredarlo. Quería que Edward se casara y sentara la cabeza. Si encontraba una novia apropiada antes de final de año, su abuelo no lo excluiría de su testamento. Le dejaría el dinero, la casa y el título… Edward se moría por el título. Rico no la escuchaba. Le importaba un bledo Edward. No podía dejar de pensar en cómo Felicity se había prestado a aquello. No le estaba gustando nada el rumbo que estaban tomando las cosas. —Me… me pidió que lo ayudara. —¿Por qué a ti? —Porque yo era el tipo de mujer que su abuelo tenía en mente. La edad era la apropiada, la clase social, también… Rico hizo un gesto de desaprobación. —Una buena coneja, vamos, porque seguro que Lord Highson querría descendencia. Era cierto. Edward estaba encantado. Ella era todo lo que su abuelo quería, todo lo contrario de la mujer que realmente él amaba. María Llewellyn era salvaje, exótica y un poco escandalosa. —¿Y tú qué sacabas de todo ello? Felicity tragó con dificultad. Tenía la garganta seca y el nudo no se había deshecho. Era inevitable. Lo sabía. Sabía que le iba a hacer aquella pregunta, pero no sabía qué contestar. ¿Qué podía decir que sonara convincente? Todo, menos la verdad. —Dinero —mintió. Le dolió horrores decir aquello. Era un diminuto porcentaje de la verdad, pero era lo único que podía decirle. El resto era demasiado problemático, peligroso y explícito. Solo de pensar en las posibles consecuencias que podía tener contarle la verdad, se estremeció. —Dinero —repitió él como si fuera un insulto—. Supongo que necesitabas mucho dinero.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 51—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Muchísimo —contestó recordando la tristeza en la cara de su padre cuando se lo había dicho, el temblor de su voz al pedirle que no le dijera nada a su madre para no empeorar su situación. —¿Y Edward se ofreció a dártelo? —Sí. Felicity se dio cuenta de que no le había preguntado para qué necesitaba el dinero. Rico estaba de pie, con los brazos cruzados, mirándola con desprecio, como un juez. —¿Por casarte con él? —Sí. —¿Iba a pagar todas tus deudas? —Sí. —¿Así que no lo querías? Le estaba costando creer todo aquello, sobre todo porque había dudado de la versión de María. Incluso había comenzado a dudar de los informes del detective, de que Felicity pasara todas las noches en la misma discoteca. Sus malditas lágrimas y su extraordinaria belleza le habían nublado el juicio. Se había dejado engañar por las apariencias. Había sentido pena por ello, se había sentido el malo de todo aquello; por eso, su enojo fue tremendo. Se agarró a la encimera hasta que los nudillos se le quedaron blancos de hacer fuerza para intentar recobrar el control. —¿No lo querías? —ladró satisfecho de que su tono hiciera a Felicity levantar la cabeza, sorprendida. —No, no lo quería. Era un matrimonio de conveniencia. —Muy conveniente. Su tono burlón y despectivo, hizo que ella saltara. —¡No creo que tú lo entiendas! —le espetó desafiante. —La verdad es que no —contestó él con indiferencia. —No, no creo que tú entiendas lo que se siente cuando necesitas dinero urgentemente, una cantidad de dinero tan enorme que nunca podrías devolver. ¡Más dinero del que podrías soñar con ganar en toda mi vida! ¡Supongo que para ti esa cantidad es calderilla, ni te enterarías si te faltara! —¿Me estás sugiriendo que pague yo tus deudas? —¡No, claro que no! Eso es lo último que quiero. —¿De verdad? —dijo yendo hacia ella lentamente como un depredador esperando el momento propicio para saltar sobre su presa. Felicity no podía quedarse sentada ante semejante acusación, así que se puso en pie furiosa.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 52—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¡Claro! ¡Ni se me había pasado por la cabeza! —Pues, tal vez, tendrías que haberlo pensado. —¿Qué? —dijo estupefacta mirándolo fijamente. ¿Había dicho lo que creía que había dicho? Le había parecido notar cierta ironía. Era imposible que él pagara sus deudas, las de su padre, porque, precisamente él, era la persona a la que se le debía el dinero y no se estaba dando cuenta—. ¿Qué… qué has dicho? La sensual boca de Rico se curvó en una sonrisa en absoluto cálida; era una sonrisa fría y zalamera que hizo que Felicity sintiera un escalofrío en la columna. —Simplemente, te sugiero que, dado que tus planes de entrar en la aristocracia se han ido abajo, tal vez deberías ir pensando en otro candidato que pudiera sacarte de tus apuros económicos. —¿Y tú eres ese candidato? —preguntó ella incrédula. Él se encogió de hombros —. ¿Lo dices en serio? —añadió, sin poder evitarlo. Tal vez, lo hubiera juzgado mal. Tal vez quisiera ayudarla. Sintió que su corazón daba un brinco de esperanza. ¿Sería posible que Rico hubiera sentido algo más que deseo, como ella? Quizá si le contara la verdad, juntos podrían solucionar la situación—. ¿Harías eso por mí? Él sonrió con crueldad. —Todo tiene un precio. —¡Ah! Todas sus esperanzas se desvanecieron y la invadió una profunda decepción, acrecentada por las falsas ilusiones que se acababa de hacer. —No creo que haga falta que te diga cuál sería el precio. No, no hacía falta, lo estaba viendo en sus ojos, en su mirada, en letras de fuego. El precio de su salvación era estar en su cama mientras a él le diera la gana. —Quieres que… me acueste contigo. ¡Quieres comprar mi cuerpo! Rico ni se molestó en negarlo; simplemente, se volvió a encoger de hombros. —Quiero más de lo de esta mañana —dijo mirándola fijamente—. No me avergüenza admitir que me ha gustado. ¡De hecho, me ha encantado! En mi vida me lo había pasado tan bien. Estoy dispuesto a pagar cualquier precio para repetirlo. «Cualquier precio». Aquel hombre sabía cómo hacer daño. Aquellas palabras se clavaron en el centro de su corazón y se lo desgarraron. Solo quería sexo. Solo quería de ella sexo, pasión… sin sentimientos. Y se creía que era él quién iba a pagar por ello. Con un esfuerzo horrible, se levantó y lo miró a los ojos con calma, aunque por dentro se estaba consumiendo. —Bueno, relájate, señor «Quiero más» Valerón. Puedes dejar tu precioso dinero en Suiza o dónde sea. No lo tocaría aunque estuviera desesperada. —Que es exactamente cómo estás —le espetó brutalmente.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 53—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¡No tanto! —ladró ella dolida—. ¡No quiero tu dinero! ¡No quiero nada de ti! ¡Nada! —Mentirosa —dijo él apaciblemente—. Deseas esto tanto como yo. —No, no es cierto. Quizás, si se lo repetía alto y claro, lograra convencerlo. A él, claro, porque a ella misma era imposible. Ya podía decir tantas veces como quisiera que no lo deseaba. Su débil, pobre y loco corazón no lo admitiría como cierto, jamás. —No te quiero a ti, no quiero tu dinero… no quiero nada de ti. ¡Nunca! —Sin embargo, de Venables, sí. No te lo pensaste dos veces. Aceptaste sin más. Yo te podría dar mucho más que él… Realmente, la creía capaz. La creía capaz de sustituir a un hombre rico por otro sin el menor remordimiento de conciencia. Felicity sintió náuseas y se tuvo que apoyar en la silla para no caerse al suelo. —¡Económicamente, quizás, pero solo eso! —respondió como si le fuera la vida en ello. Se sentía acorralada—. Edward no solo me iba a dar dinero. —¡Claro! —se burló él—. ¿Qué más te iba a dar? —¡Me pidió que me casara con él! ¡Esa es la diferencia! En ningún momento me dijo que me metiera con él en la cama, no quería hacerme su… su amante… ¡su juguete sexual! Me ofreció una alianza y su apellido. No creo que tú vayas a igualar la oferta. —Claro que no —murmuró él—. Tengo más orgullo. —¡Yo, también! —exclamó con fuerza consiguiendo levantar el mentón en actitud desafiante y apartar de su cabeza los pensamientos para que él no leyera en sus ojos que se estaba desangrando por dentro—. Mi orgullo me impide aceptar semejante trato. El precio me parece demasiado alto. ¡Ni por todo el oro del mundo! Antes, prefiero volver a trabajar día y noche para pagar las deudas de mi pa… mis deudas. ¡Aunque me lleve toda la vida! Ese sería, más o menos, el tiempo que iba a necesitar, sí. Iba a tener que volver a casa y decirle a su padre que no había podido salvarlo. Iba a tener que consolar a su madre cuando se enterara de la conducta de su marido. No tenía alternativa. Cualquier cosa, antes que convertirse en la esclava sexual de aquel hombre. —¡Muy bien! —contestó él frío como el hielo—. No pienso volvértelo a ofrecer. —¡No vas a tener ocasión! —exclamó ella—. Porque no pienso volverte a ver en mi vida —añadió, ocultando sus verdaderos sentimientos tras la máscara de indiferencia que se había acostumbrado a ponerse frente a él—. Y ahora, si no te importa, me gustaría que cumplieras tu promesa y me dejaras marchar —la máscara estuvo a punto de desaparecer al ver que él parecía dudar un momento—. ¿Me puedo ir? —Por supuesto. Voy a por el coche.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 54—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Ahí tenía la prueba de lo poco que le importaba. Se había ofrecido a llevarla rápidamente. Ni siquiera se iba a molestar en discutir con ella. La había apartado de su mente en un abrir y cerrar de ojos. Aquella crueldad hizo que Felicity viera la verdad. Ella nunca podría olvidarse de Rico, como él ya había hecho. No creía que se fuera a olvidar de él mientras viviera. Entonces supo que el dolor que sentía era solo el principio de lo que se le venía encima.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 55—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 10 —Aquí, a la derecha. Rico torció tal y como ella le había indicado y entró en su calle. Felicity se echó hacia atrás en el asiento y suspiró aliviada al tiempo que cerraba los ojos. Era el primer momento de tranquilidad que tenía desde hacía treinta y seis horas. Habían llegado. Ella vivía en aquella calle. La pesadilla estaba a punto de terminar. En un par de minutos, Rico pararía el coche ante la casa victoriana en la que ella tenía un apartamento minúsculo, y ella podría irse. Estaba decidida a hacerlo sin mirar atrás, le costara lo que le costara. No quería que él supiera el daño que le había hecho, la tristeza que la invadía. Le diría adiós en tono casual, incluso con la mano, se metería en casa y le cerraría la puerta en las narices. No sabía qué pasaría a continuación, cómo reaccionaría tras la sólida puerta de madera. No quería ni pensarlo, la debilitaría demasiado. No faltaba mucho para averiguarlo y entonces… —¿Qué demonios…? La exclamación de Rico y el frenazo en seco hicieron que ella lo mirara sorprendida. —¿Qué pasa? ¿Hay… Se interrumpió al ver que él le señalaba con la cabeza un corro de gente que esperaba en una casa. Eran unos veinticinco, hombres y mujeres, que charlaban de pie. Felicity frunció el ceño. —¿Qué hacen ahí? Entonces, lo vio claro. Aquellas personas no estaban allí por casualidad, tenían micrófonos y cámaras, había furgonetas con los nombres de varias cadenas de televisión y emisoras de radio. Y no estaban delante de cualquier casa del barrio, sino de la suya. —¡Son periodistas! —exclamó Felicity—. Ha debido de pasar algo… —Es por ti —contestó él con falsa alegría—. Por ti y por la boda del año que nunca se celebró —añadió dando un puñetazo al volante—. ¡Lo tendría que haber pensado! —No, no puede ser… —dijo ella viendo que el grupo los miraba. Uno de los periodistas los miró. Había visto un coche que frenaba, pero que no aparcaba. —Nos han visto —dijo Rico en un tono que hizo que a ella se le diera la vuelta el estómago y se le tensaran todos los músculos del cuerpo—. Ahí vienen.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 56—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Efectivamente, todos iban hacia ellos. Felicity llevaba la ventanilla abierta y los oía hablar. —Vas a tener que tomar una decisión. ¿Nos quedamos o nos vamos? —¿Adonde? No tengo otro sitio donde ir. Le había dicho a Rico que la llevara allí porque no quería ir a casa de sus padres. No quería enfrentarse a sus preguntas, a su preocupación, a los temores de su padre en cuanto a su futuro. Quería estar sola para descansar y hacerse una composición de lugar antes de ver a nadie. —Tú eliges, pero, como no te des prisa, no vamos a tener elección. —¡No quiero irme a otro sitio! Quiero ir a mi casa. —Muy bien… si eso es lo que quieres. Pero te advierto que no va a ser agradable. Rico aparcó el coche junto a los periodistas. Los rodaron rápidamente y comenzaron a disparar los flashes. Felicity gritó y se tapó la cara. —¿Qué pasa? —dijo, yendo a abrir la puerta. —Un consejo. No digas nada. Ni siquiera «sin comentarios». Nada —le dijo él agarrándola del brazo—. Limítate a mantener la boca cerrada y la cabeza baja hasta que llegues dentro. Te será más fácil así. —¿Cómo? Pero esto no tiene sentido. No creo que estén aquí por mí. ¿Para qué? Oyó que la llamaban desde fuera. —Felicity… —Señorita Hamilton… —Queremos hablar un momento con usted, Felicity… —Solo un par de preguntas… El pánico se apoderó de ella y sintió que se le salía el corazón por la boca. Se giró y miró a Rico con los ojos como platos. —¡No puedo! ¡No quiero salir! —Debes hacerlo —contestó él con firmeza—. Ya es demasiado tarde para echarse atrás. Si quieres entrar en tu casa, vas a tener que pasar por delante de ellos. Eso o nos vamos de aquí pitando —le dijo. Felicity miró entre la gente y vio la ventana de su salón. En medio de todo aquel barullo, se le antojaba un remanso de paz. Nunca había querido ir más a un sitio que entonces—. No te preocupes… Yo iré detrás de ti todo el rato. No era eso exactamente lo que ella tenía en mente. La idea de que Rico la acompañara, que entrara en su casa, la tomó tan de sorpresa que la hizo perder la compostura. Era una idea perturbadora e incómoda, pero a la vez tan reconfortante que no pudo negarse.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 57—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Tomó aire profundamente para tranquilizarse, echó los hombros hacia atrás y tragó saliva. —Vamos a terminar con esto… —murmuró abriendo la puerta. Fue como meterse en el ojo del huracán. El ruido la envolvió, las cámaras, los flashes, las pisadas y su nombre una y otra vez. Felicity, Felicity, Felicity… Una y otra vez, una y otra vez, mezclado con «Solo una pregunta». La empujaron y la zarandearon, la magullaron, le metieron los micrófonos en la cara hasta el punto de que tuvo que echar la cabeza hacia atrás por temor a que se los metieran en la boca. —¿Por qué lo hizo, Felicity? ¿Se lo pensó mejor? ¿Fueron los nervios de la boda? —¿Le quiso alguna vez? ¿O fue solo por…? —¿Cuándo conoció a Ricardo Valerón? ¿Dónde? ¡No podía más! Se quedó petrificada, pegada al suelo; no sabía dónde ir, no veía nada. No sabía en qué dirección quedaba su casa. Se sintió como si se estuviera ahogando entre tanta gente y tanta pregunta. —¡Rico! —gritó presa del pánico. El barullo a su alrededor era tal, que el grito quedó amortiguado. Cuando estaba a punto de perder el control, apareció él, Rico, fuerte y alto, seguro de sí mismo. Una fuente de apoyo y calma en mitad de un mundo que se había vuelto loco. Le puso el brazo en los hombros y la apretó contra él hasta que su mejilla quedó apoyada en su pecho, y le cubrió la cara con la mano para que no le hicieran fotos. Instintivamente, ella lo agarró de la cintura en busca de protección. —Camina —le dijo él al oído como una caricia—. Pon un pie delante de otro. Yo te guío. Lo obedeció. No podía pensar por sí misma, así que se dejó llevar. Una vez en la acera, las cámaras fueron a por él; las preguntas eran para él. —¿Dónde se conocieron, Ricardo? —¿Es amor de verdad o es otra farsa? —¿Va a haber boda? ¿Cuándo? Si esperaban respuestas, se fueron con las manos vacías. Rico no abrió la boca. Se limitó a andar erguido, se abrió camino a través de la multitud y llegó hasta la casa. Al llegar al final de las escaleras, él se giró hacia Felicity. —¿Las llaves? Ella lo miró desesperada. Las llaves estaban en casa de su madre, en una bolsa que tendría que haber ido a buscar después de la ceremonia, cuando hubiera ido a cambiarse de ropa.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 58—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—No… —contestó. Rico ya había reaccionado. Se había dado cuenta de que la puerta no estaba cerrada con llave, algún vecino la habría dejado abierta al salir, así que le dio un toque con el pie y entraron. Una vez dentro, dio a los periodistas con la puerta en las narices. —Eso los mantendrá un rato a raya —murmuró satisfecho—. Por lo menos, te dará un respiro. ¿Qué piso es? —Arriba… la primera puerta de la derecha —consiguió contestar Felicity suspirando de alivio—. No hace falta —añadió, rechazando el brazo que le ofrecía Rico. La ayuda que había aceptado encantada fuera, no le pareció necesaria de puertas para adentro. Lo de fuera había sido un gesto de protección y de apoyo, dentro se le antojaba mucho más íntimo y personal, mucho más difícil de aceptar. Su ofrecimiento hizo que se le acelerara el corazón y le bullera la sangre en las venas, al tiempo que el calor que sentía en la piel la hizo subir las escaleras corriendo. Rico iba detrás, a una distancia prudencial, pero sabía que podía contar con él. Se había dado cuenta del cambio, así que se mantuvo alejado. —Menos mal que de aquí sí que tengo llaves… Intentó reírse, pero no pudo, al ver su cara cuando la vio agarrar la llave de lo alto del marco de la puerta. —No es muy responsable por tu parte —comentó secamente ante la falta de seguridad que aquello suponía. —¡Me importa un pimiento si te parece responsable o no! —le espetó—. Todos los vecinos somos amigos, confío en ellos. Además, aquí no hay nada para robar. Intentó parecer calmada, pero le temblaba tanto la mano en la que tenía la llave que no acertaba a meterla en la cerradura. Sabía que él sentía la tentación de arrebatársela y abrir él, pero se lo quitó de la cabeza con una mirada amenazadora. Al final, consiguió abrir. —¿Ves? —dijo señalando el saloncito pintado en beis y verde—. No es que se parezca mucho a la mansión Highson, ¿verdad? —menudo error acababa de cometer. Aquel comentario había recordado a Rico la razón por la que se iba a casar con Edward, haciendo que frunciera el ceño y la distancia se volviera a instalar en sus ojos—. Pero a mí me encanta —añadió a la defensiva—. Es un poco viejo y no es nada lujoso, pero es mi hogar. Entra rápido, antes de que las hienas de ahí fuera maquinen la manera de entrar. —No creo que nos vayan a molestar en un rato —replicó Rico entrando. Felicity cerró—. No creo que vayan a entrar, pero no sé qué vas a hacer para salir. Ella se estremeció de solo pensarlo. —Se darán por vencidos. Se cansarán. Rico se acercó a la ventana y apartó la cortina para mirar a la calle.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 59—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—A mí no me parece que tengan pinta de darse por vencidos —dijo—. Es más bien como si estuvieran dispuestos a pasar la noche ahí. Felicity se acercó a mirar también. Sintió miedo al verlos, todos en manada, como perros salvajes. Alguien la vio y todos miraron hacia la ventana. Encendieron las cámaras, dispararon los flashes. Felicity regresó al centro de la estancia y volvió a perder la compostura. —¿Por qué me acosan? —gritó—. ¿Qué he hecho? —Les has dado una noticia —contestó Rico—. Ellos creen que están haciendo su trabajo—. Añadió, sacándose algo del bolsillo. Era la portada de un tabloide. El titular leía «Secretaria planta a rico heredero en el altar». Y el subtítulo tampoco tenía desperdicio. «Felicity abandona al noble y huye con un millonario argentino». —¿De dónde lo has sacado? —Lo tenían en todas las gasolineras. Lo compré cuando paramos a tomar café. —¡Pero yo no me he fugado contigo! Han… —se interrumpió al volver a mirar el periódico. Había una foto de Edward vestido de novio bajo la que se leía «con el corazón roto»—. ¡No! —exclamó. Se tuvo que sentar porque le fallaron las piernas—. Edward no diría nunca eso —siguió leyendo y descubrió que sí, lo había dicho. En la crónica de la boda del año que nunca se celebró, la tildaban de rompecorazones, una mujer que había accedido a casarse con un hombre solo por dinero y que lo había plantado cuando se había encontrado con otro más rico—. ¡Esto no es verdad! ¡No pueden publicar esto! —Ya lo han hecho. —¡Pero no es verdad! Ni una sola palabra. —¿Cómo que no? Corrígeme si me equivoco, pero tú misma me has dicho que te ibas a casar con Edward porque te había prometido dinero para pagar tus deudas. sí.

Aquello no hizo sino añadir más gasolina a la hoguera que ya sentía dentro de

—¡Todo es culpa tuya! —gritó indignada haciendo una bola con el periódico y tirándoselo a la cara—. ¡Tú empezaste todo esto! Si no hubieras aparecido en mi vida, Edward y yo estaríamos casados y mi nombre no estaría en el fango. —¿Y te importa eso más que no haber conseguido un rico marido para pagar tus deudas? —¡Claro que sí! ¿Cómo se sentirán mis padres viendo mi nombre en todos los periódicos? —la diferencia era que su padre creía que su relación con Rico era real. Felicity gruñó y escondió la cara entre las manos, desesperada—. ¿Por qué me está pasando esto? Quiero que me devuelvan mi vida.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 60—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Me parece que eso no va a ser posible en un tiempo —contestó Rico y volvió a mirar por la ventana de lejos para que no lo vieran—. Parece que ya se han enterado de tu llegada. No deja de llegar gente. Felicity se quedó pálida. —No puedo enfrentarme a ellos. No puedo. Rico… ¿qué voy a hacer? Rico sintió lástima. Aquella mirada, aquellos ojos grises llenos de tristeza, y la palidez de sus mejillas, le tocaron en el corazón. Sintió deseos de olvidar la desilusión que le había provocado saber que la única razón por la que se iba a casar con Edward Venables había sido el dinero. Cuando habían abandonado su casa aquella tarde, su plan había sido dejarla en su casa y marcharse. No quería tener nada que ver con ella, quería que todo aquello se acabara cuanto antes. Sabía que su atracción física por aquella mujer no le dejaba pensar con claridad y le hacía cometer actos peligrosos y locos. Era solo deseo; solo era una cuestión física… y eso no duraba mucho. Las llamas del deseo se acababan extinguiendo tarde o temprano y solo quedaban las cenizas de una relación apasionada. Lo sabía por experiencia y, seguramente, lo volvería a experimentar en sus propias carnes, pero la próxima vez se aseguraría de que no fuera con una mujer como Felicity, que solo veía dinero cuando miraba a un hombre. Aquello no le bastaba para convencerlo. —Tendrás que esperar. Se acabarán cansando —contestó él sin querer mirarla a los ojos. —¿Pero cuándo? ¿Van a estar ahí un día o una semana? Felicity miró hacia la ventana y Rico sintió remordimientos de conciencia al ver la preocupación en sus ojos. Parecía una niñita acurrucada en una enorme butaca verde, con las piernas hechas un ovillo y aquella ropa que le quedaba tan grande. No. Ya se había dejado encandilar por esa imagen y lo había lamentado. Aquella vulnerabilidad era solo una fachada, una máscara tras la que se escondía su verdadera y avariciosa naturaleza. No iba a volver a caer en su trampa. Rezó para que su mente convenciera a su cuerpo, que no paraba de recordarla en sus brazos, su piel de terciopelo, sus pechos. Se le aceleraba el corazón y se le secaba la boca cada vez que se acordaba. —Si tienes suerte, todo habrá acabado en un día —dijo Rico, haciendo un esfuerzo para que su voz sonara neutra e indiferente. Del esfuerzo, también sonó más dura de la que quería, lo que hizo que ella se acurrucara todavía más—. En cuanto tengan otras noticias, se olvidarán de ti para encargarse de asuntos más interesantes. Felicity se dio cuenta con inmensa pena de que él se iba a ir. La iba a abandonar sin mirar atrás. Hacía menos de treinta y seis horas, era precisamente lo que ella hubiera deseado; había rezado para que desapareciera de su vida y la dejara en paz. Sin embargo, al imaginárselo en esos momentos se le partía el corazón.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 61—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¡Estupendo! —exclamó—. ¡Maravilloso! ¿Y qué hago mientras? ¿Me quedo aquí encerrada? Porque, si intento salir, me van a comer… ¡Rico! —gritó al oír los airados golpes de alguien en la puerta de abajo. Rico no lo pudo evitar. El grito de Felicity despertó su lado justo y honrado. Su instinto de macho le dijo que tenía que proteger a la pareja en peligro. En un abrir y cerrar de ojos estaba junto a ella, abrazándola con fuerza. Sentía sus huesos frágiles bajo la firmeza de sus manos. —¿Por qué no se van? —gimió Felicity—. ¿Por qué no me dejan en paz? De niño, Rico había rescatado a un aterrorizado gorrión de las fauces de un gato. El animal temblaba en sus manos como temblaba Felicity, y Rico se había preguntado cómo una criatura tan delicada podía sobrevivir a las inclemencias de la Naturaleza. Su madre le dijo que no sobreviviría, que habría sido mejor que lo hubiera dejado con el gato para que el final hubiera sido rápido. Pero él no se rindió. Algo en aquel pequeño animal hizo que su instinto protector despertara. Lo cuidó con esmero, lo metió en una cajita y lo puso en su habitación, le daba semillas e insectos y, al final, consiguió que se recuperara. Nunca olvidó el momento en el que lo había puesto en libertad, cuando su corazón había volado con él. Tenía un sentimiento parecido en esos momentos. Sabía que lo mejor era irse, convencerse de que Felicity había elegido. Debía irse y dejarla con su vida. Tenía que salir por aquella puerta y cerrarla para siempre tras de sí. Pero su conciencia no le permitía hacerlo. No, para ser sincero consigo mismo, la verdad es que no quería hacerlo. «¡Enfréntate a la verdad, bobo!», se dijo. «Te tiene bien agarrado y tú no quieres que te suelte». Volvieron a golpear la puerta y Felicity le agarró la mano temblando, y se la apretó como para que él le infundiera fuerzas. Aquello lo perdió y abrió la boca sin pensárselo dos veces. —Hay otra posibilidad —dijo—. Fúgate conmigo. Después de todo, eso es lo que todos están esperando. Ven a Argentina hasta que todo este lío haya acabado.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 62—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 11 «¿Qué estoy haciendo aquí?» Felicity se había hecho la misma pregunta mil veces desde que el avión privado de Rico había aterrizado en el aeropuerto internacional de Ezeiza, a las afueras de Buenos Aires. Desde allí habían ido en helicóptero a la Pampa, donde la familia Valerón vivía en una inmensa hacienda desde hacía más de un siglo. No había dejado de preguntarse qué hacía allí desde que había puesto un pie en La Estrella. «¿Qué me llevó a aceptar su oferta?» Su intención era contestar que no, lo tenía clarísimo. Había abierto la boca para decírselo cuando volvieron a golpear la puerta. —No se van a ir sin entrevista —dijo Rico—. Si te quedas, esto va a ser un infierno, te van a perseguir día y noche. Sería mucho mejor que salieras del país durante un tiempo. El sentido común le indicó que no debería ni siquiera considerar la idea, pero Felicity se sorprendió a sí misma no solo considerándola, sino pensando en la posibilidad de tener paz y tranquilidad y más tiempo con Rico. No hacía mucho más de veinticuatro horas que lo había visto por primera vez, y en ese tiempo había pasado de odiarlo y temerlo a desearle apasionada y descontroladamente. Había deseado que desapareciera de su vida, pero se dio cuenta de que su existencia sin él sería vacía e inútil. No podía soportar la idea de verlo partir, así que cualquier cosa le parecía bien para gozar un poco más de su compañía. Era una locura, pero no había sitio para ser racional. Eran sus instintos más primitivos los que le dictaban el sí. No pudo ni pronunciarlo. Se limitó a asentir sorprendida de lo que estaba haciendo. Había tenido terribles momentos de dudas, empezando por el momento en el que el helicóptero se disponía a aterrizar. Rico la tocó el brazo y señaló por la ventana. —Mira, ahí está la hacienda: La Estrella. —¡Vaya! —exclamó Felicity mirando sorprendida la enorme casa, situada en mitad de grandes praderas. Tenía forma cuadrada, con un patio en medio, era blanca y tenía ventanas de estilo árabe que se abrían a la galería. A un lado había una gran piscina rodeada de palmeras, flores exóticas y árboles de todas clases—. ¡Es preciosa! ¡Espectacular! —también era aterradora. Sabía que Rico tenía dinero. Era imposible no saberlo. Todo en su rutina lo dejaba claro. Una limusina con conductor había ido a buscarlos a su casa para llevarlos al aeropuerto mientras otro conductor se hacía cargo del coche de Rico. No les habían puesto ningún problema para llegar a su avión privado, que era cómodo y lujoso. Sin embargo, nada le había sorprendido tanto como aquella maravillosa casa—. ¿Tenéis vecinos? —preguntó sin poder apartar la mirada de la hacienda.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 63—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—No hay nadie en unos cuantos kilómetros a la redonda. Por eso, utilizamos mucho el helicóptero —contestó él tan tranquilo. Claro, aquella era su casa, no lo impactaba. Felicity luchó por asimilar que La Estrella estaba alejada del mundo y que iba a estar muy sola… con Rico. El paso del tiempo no había hecho sino acrecentar aquel sentimiento. A pesar de que él había indicado que la instalaran en una habitación individual y no en la suya, como ella había creído, Felicity seguía tensa como las cuerdas de un violín. —¿Para mí? —preguntó mirando la habitación que le habían preparado, que tenía baño y salón incorporado y que daba al patio a través de un enorme ventanal—. Creía que… —¿Que te iba a pedir un precio a cambio de mi hospitalidad? —dijo él herido—. Por favor, querida, cuando te ofrecí refugiarte aquí, no tenía en mente más que ayudarte a escapar del escándalo que la suspensión de la boda había ocasionado. Nada más —añadió mirándola con desprecio. —Lo siento —dijo dubitativa, pero Rico la ignoró con un movimiento de la mano. —Necesitabas un lugar seguro donde resguardarte hasta que pasara la tormenta y eso es lo que te ofrezco. Pensé que te lo debía por haberte arruinado los planes de futuro que tenías. Bonito comentario. No hacía falta que le recordara que él creía que Felicity se iba a casar con Edward solo para meterle mano a su dinero. A sus ojos, ella solo era una cazafortunas que se vendía al mejor postor. —Gracias —contestó, cortante. Algo en los ojos de Rico le indicó que tenía algo más que decir. Efectivamente. —Eso no quiere decir que no seas bienvenida en mi cama —añadió él tranquilamente—. Pero será una cosa voluntaria, que saldrá de ti, que será porque tú lo desees también. ¿Creía que iba a ir a hablar con él, a plena luz del día, a sangre fría, para decirle que lo deseaba? Jamás. Sintió que los nervios le agarrotaban el estómago. —¡Pues me parece que vas a esperar sentado! —contestó furiosa al ver que él enarcaba una ceja en actitud escéptica. —¿Qué pasa, belleza? ¿Tienes miedo de ti misma y de tus sentimientos? ¿Te da miedo admitir que eres una mujer con deseos y necesidades? La acababa de retar a duelo y ella debía recoger el guante. Si ignoraba su comentario, sería como amedrentarse, y sabía que Rico, como buen depredador, aprovecharía el más mínimo signo de debilidad por su parte. Psicológicamente hablando, si ella huía, la atraparía, y entonces sí que iba a estar en grave peligro. Levantó el mentón en actitud desafiante y lo miró fijamente con sus inmensos ojos grises.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 64—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Nada de mi sexualidad me da miedo, señor Valerón —contestó con frialdad —. Ni me avergüenzo de ella. Lo que pasa es que prefiero elegir yo dónde y cómo le doy rienda suelta. Y con quién. Rico se preguntó si ella sabría cómo le ponía su mirada. Sí, seguro que sí. Aquello era provocación, ni más ni menos. Se enfadó consigo mismo por dejarse atrapar por algo tan eróticamente primario. Se enfureció también con su cuerpo por reaccionar de forma tan brutal solo por una mirada. Deseó acercarse a ella y estrecharla entre sus brazos. Deseó besarla hasta que no le quedara ni rastro de moderación. Pensó que eso era exactamente lo que ella quería, así que no lo hizo. El deseo, que le nublaba la razón, lo hizo hablar con desprecio. —No ponías tantos reparos con Edward —le soltó sin pensar—. Es impresionante lo que una alianza y una fortuna pueden hacer en una mujer… y con qué rapidez. Felicity ahogó un grito de sorpresa y sintió ganas de cruzarle la cara. —¡No es asunto tuyo, pero, para tu información, nunca me acosté con Edward! Ni me tocó. —Me cuesta creerlo. Para empezar, porque a cualquier hombre le costaría no tocarte y, para terminar, porque no eras virgen cuando yaciste en mi cama. Felicity se puso roja como un tomate y luego se quedó pálida. No sabía muy bien si sentir rabia por su dureza o placer por el cumplido que le acababa de hacer. Ganó la rabia. —¿Y por eso has decidido que soy una fresca que se acuesta con cualquiera? —¡Yo no he dicho eso! —¡Te ha faltado muy poco! ¡Eres un hipócrita, Rico Valerón! El único hombre con el que me había acostado era mi prometido. —¿Otro? —se burló Rico—. ¿Tienes costumbre de coleccionarlos y perderlos? ¿Cuántos has tenido? —¡Solo uno! —contestó mientras la cabeza le daba vueltas de lo encolerizada que estaba. No pensó ni se pudo controlar, simplemente dejó que se le soltara la lengua, agradecida—. ¡Solo uno de verdad! Scott fue mi primer amor, desde que era pequeña, era mi vecino de al lado. Los dos éramos vírgenes, era la primera vez para los dos. Íbamos a anunciar nuestro compromiso en la fiesta de su diecinueve cumpleaños, pero… pero… —se interrumpió al sentir que las lágrimas la estaban abrasando, pero se controló porque quería seguir hablando, quería que supiera la verdad—. Siempre quiso tener una moto; había ahorrado y tenía la mitad del dinero necesario. Sus padres le habían pagado la otra mitad. Estaba como loco por estrenarla, me dijo que iba a dar una vuelta cortita, que estaría de vuelta para la fiesta. —Felicity… —dijo Rico intentando que parara, pero ella lo ignoró.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 65—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Nunca volvió. Dio una curva demasiado deprisa, resbaló… y fue a parar bajo las ruedas de un autobús. —¡Maldita sea! —exclamó Rico intentando abrazarla, pero ella se alejó y no quiso ni mirarlo—. Felicity, lo siento mucho. He sido un estúpido y un insensible. Si lo hubiera sabido, nunca hubiera… nunca hubiera debido decirte algo así. Me he portado como un canalla. —¡Desde luego! —consiguió decir Felicity entre sollozos. —Si te sirve de consuelo, nunca me he sentido tan avergonzado en mi vida — dijo. A juzgar por sus ojos, desde luego, lo parecía—. Espero que me perdones —se disculpó sinceramente. Felicity asintió, incapaz de negárselo—. ¿Lo querías mucho? — le preguntó tiernamente. —Sí. Era el hombre de mi vida. Cuando murió, creí que nunca volvería a amar. Yo… —se interrumpió cubriéndose la cara con las manos para que no le viera los ojos. —Felicity —dijo él malinterpretando su reacción—. Lo siento mucho. sola.

—Estoy bien —murmuró ella—. Estoy bien, de verdad, pero me gustaría estar —Pero…

—¡Rico, por favor! —exclamó abriendo una rendija entre dos dedos para mirarlo. Tenía expresión seria y preocupada—. Por favor, solo quiero estar sola un rato —repitió. Nunca lo había visto tan desconcertado. Se mordió el labio de pena—. Por favor —insistió. Pensó que no se iba a ir e intentó pensar a toda velocidad algo para convencerlo de que se fuera. Todo menos la verdad—. Por favor. Rico se pasó las manos por el pelo y suspiró con fuerza. —Muy bien —dijo fríamente—. Te dejo en paz. Felicity se di cuenta con tristeza de que él creía que no lo había perdonado. Se notaba que se sentía rechazado y herido en su orgullo. Salió de la habitación con brusquedad. Creía que ella no lo había perdonado. Debería llamarlo y sacarlo de su error. Pero si lo hacía, no sería lo único que haría. Si le decía que lo perdonaba, no iba a poder parar ahí. Tendría que seguir y decirle algo que solo ella sabía. Algo tan nuevo y devastador, que había roto su mundo en mil pedazos que no había tenido ni que recoger. «Cuando murió, creí que nunca volvería a amar». Recordó sus palabras y rezó para que él no hubiera percibido sus dudas, su tono de voz cuando se dio cuenta de que su corazón se había parado de sorpresa. Rezó para que no se hubiera dado cuenta de que tartamudeaba y se había tapado la cara por otro motivo, no para ocultar las lágrimas. «Creía que nunca volvería a amar a nadie».

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 66—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Justo en ese momento, se había dado cuenta. Se dio cuenta de por qué le había dolido tanto que solo le hubiera propuesto sexo, que era, al fin y al cabo, lo mismo que le había ofrecido Edward. La diferencia era que la propuesta de Edward no había herido sus sentimientos; la había tomado como la solución a un terrible problema, nada más. No había afectado a sus sentimientos, no la había acercado a él. Sin embargo, Rico sí le importaba. Más que eso. La había hecho sentir, la había hecho sufrir, había hecho que su corazón alcanzara las cotas más altas de ilusión para lanzarlo luego al vacío del dolor. Y todo por algo tan sencillo y complicado a la vez. Amor. Lo quería. En dos días, Rico la había secuestrado, la había hecho su prisionera para conseguir unos fines, y había trastocado totalmente su mundo y la vida que creía tener por delante. Pero había hecho mucho más. También le había robado el corazón y no había manera de pagar un rescate para que se lo devolviera. Aunque ya no era su cautiva, aunque sabía que podía irse cuando quisiera, en lo más hondo de su ser sabía que nunca volvería a ser libre de verdad. Porque irse significaba dejar a Rico atrás y, con él, su corazón. Y, sin corazón, solo sería Felicity a medias.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 67—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 12 —Me parece que hoy va a haber relámpagos y truenos. Está el ambiente como si se avecinara una tormenta. Obviamente, Rico se refería al ambiente de fuera, al cielo, a los nubarrones que se habían formado; pero también servía para el ambiente que había entre ellos. Llevaban días, desde la escena de su dormitorio, tensos e incómodos, lo que la sacaba de quicio. —Una buena tormenta viene bien de vez en cuando —contestó ella dándose cuenta de que lo decía con segundas—. Está el ambiente pesado. No hace tiempo como para viajar. Sabía que Rico le había propuesto ir a Buenos Aires para distraerse, para salir de su casa, y no para enseñarle la capital. La verdad ya no formaba parte de su relación. O, más bien, el exceso de sinceridad que se había producido nada más llegar a la hacienda los había separado completamente. Sus conversaciones eran superficiales y educadas, como si fueran dos personas que se acabaran de conocer. Era extraño, pero habían sido más sinceros cuando se conocían menos. Al recordar que el primer día que se habían comunicado con sinceridad lo habían hecho en una cama, se revolvió inquieta en la silla e intentó apartar aquellos pensamientos de su mente. Pero no era tan fácil. Lo recordaba una y otra vez. Sus besos y sus caricias, el corazón que se le disparaba, la pasión que bombardeaba sus sentidos. Se revolvió incómoda. —¿Estás bien? —preguntó Rico percibiendo su inquietud. —Sí —contestó ella—. Es el calor. Este tiempo te desasosiega. El tiempo no tenía nada que ver. Lo que la desasosegaba era tenerlo tan cerca. Estaba pendiente de todos y cada uno de sus movimientos mientras él conducía. Si cambiaba de marcha, los músculos del muslo se movían de forma turbadora. Llevaba la camisa remangada dejando sus bronceados antebrazos al aire. Cada vez que había un bache, se tensaban. La brisa que entraba por la ventanilla jugaba con su pelo y hacía que su olor la impregnara. Llevaba una colonia de limón y hierbas que olía divinamente. Aspiró el aroma y sintió avergonzada la mirada de Rico. —¿Qué árboles son esos? —preguntó para disimular—. Huelen muy bien. —Eucaliptos —contestó bajando del todo la ventanilla—. Aquí, crecen por todas partes. ¿Quieres que paremos a tomar algo? —No, no, gracias —contestó secamente—. Si va a haber tormenta, será mejor que volvamos a ca… a La Estrella antes de que empiece. Se mordió la lengua y rezó para que Rico no se hubiera dado cuenta de que había estado a punto de decir casa, pero La Estrella nunca sería su casa. Se le nubló la vista y miró por la ventana mientras se decía que debía afrontar la realidad.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 68—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Se había enamorado de la preciosa hacienda exactamente igual que de su guapo propietario, pero era solo un santuario temporal, un paraíso donde recalar durante un tiempo. Pronto tendría que volver a Londres. Tendría que volver a la realidad y a la tremenda deuda de su padre, imposible de pagar. —¿Por qué suspiras? —preguntó él dejando claro de nuevo que percibía rápidamente su estado de ánimo. —Eh… estaba pensando en volver a casa —contestó sinceramente—. ¿Crees que los periodistas se habrán olvidado ya de mí? Así que se quería ir. Rico apretó con fuerza el volante hasta que los nudillos se le quedaron blancos. Tenía que ser tarde o temprano. Por eso llevaba dos días de lo más agitada. —Supongo que tras dos días sin actividad y sin tener señales de su presa se habrán aburrido ya —contestó de manera neutra e indiferente aunque estaba pensando en otra cosa—. Sin embargo, si vuelves demasiado pronto, reavivarás su interés. Y más si vuelves sola. —¿Sin ti, quieres decir? —Sí, sin el millonario por el que abandonaste a tu prometido. Querrán saber qué ha pasado. ¿Qué estaba haciendo? ¿La estaba intentando convencer para que se quedara? ¿Quería que lo volviera a herir? ¿Pero es que no iba a aprender? Lo había dejado muy claro. Le había dicho que prefería al soso de Edward Venables que a él. Lo había rechazado. Aun así, la había rescatado de los periodistas y la había llevado allí, con la estúpida esperanza de que, pasando más tiempo juntos, ella cambiara de opinión. ¿Qué le había dicho? Que tenía que elegir ella, que tenía que ir a él por voluntad propia, que le tenía que decir que lo deseaba. ¡Ja! Rico dio un volantazo y tuvo que controlarse para no perder la cabeza. Era imposible que aquella mujer fuera a ir a él por propia voluntad y, si la hubiera habido, él solito se la había cargado con su comportamiento cuando ella le habló de su prometido. Si había ganado algún punto rescatándola de los reporteros, lo había perdido en ese momento. Si le había abierto alguna puerta, Felicity la había cerrado. Con llave. Rico se preguntó por qué no se rendía y la dejaba ir. Porque no podía. Así de simple. Nunca había sentido aquello por ninguna mujer. Felicity se había colado en sus pensamientos y no se la podía quitar de la cabeza. —… ¿no te parece? Se dio cuenta de que ella le estaba hablando, pero absorto en sus pensamientos, no se había enterado.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 69—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¿Perdón? Lo siento… ¿qué decías? —Que seguro que Edward habrá vuelto ya. ¿No se habrá encargado él de explicar la situación? —Lo dudo. Por lo que tengo entendido, tiene otras cosas de las que ocuparse. —¿Por ejemplo? —Su mujer. —¡Su mujer! —repitió Felicity perpleja—. ¿Y eso? Rico no tenía ninguna intención de contestar a aquella pregunta. Prefirió hacer él otra. —Dime, belleza, ¿me vas a preguntar alguna vez por qué estás aquí? —¡Sé por qué estoy aquí! Por los periodistas, ¿no? Rico negó con la cabeza. —Me refiero a antes. ¿Te has preguntado alguna vez por qué te rapté? —Miles de veces —contestó. Pero nunca había tenido el valor de preguntárselo. Le daba miedo la respuesta. Al darse cuenta de lo que sentía por él, aquel miedo había crecido desorbitadamente—. No querrás que crea que, si te lo hubiera preguntado, me lo habrías dicho. Ya estaban llegando a la hacienda. Estaban cruzando las enormes verjas de hierro de las que partía el camino que conducía a la casa. —Tenías derecho a saberlo y sigues teniéndolo. —¿Pretendes que te crea? —le dijo mirándolo incrédula. Rico hizo un gesto de fastidio, pero no dijo nada hasta haber llegado y haber parado el coche. —Pregunta —le ordenó. Felicity tragó saliva y buscó las palabras. Solo se le ocurría una pregunta. —¿Por qué? —María. Aquello no tenía sentido. —¿María qué? ¿No te referirás a María Llewellyn? —Pues claro. —Pero, ¿qué tiene que ver ella contigo? Rico apretó el volante. —Es mi hermana. Debería haber supuesto que no le iba a decir la verdad. Felicity abrió la puerta y salió rápidamente del coche. —Felicity… —dijo siguiéndola y agarrándola del brazo para darle la vuelta.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 70—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¡Muy gracioso! —dijo furiosa odiándolo a él y a ella misma por darle tanta importancia—. ¿Quieres que crea que María Llewellyn, que es galesa, es hermana de Ricardo Valerón que, obviamente, no lo es? —¿Por qué no? Es la verdad. —Venga… —dijo ella. De repente, recordó algo de lo que se había enterado en Buenos Aires aquella misma tarde. En una librería, había hojeado una historia de Argentina y le había llamado mucho la atención el enorme número de inmigrantes galeses que vivían allí—. ¿Tu hermana? —Bueno, mi hermanastra —corrigió Rico—. Mi madre se casó con Richard Llewellyn tras divorciarse de mi padre. María tiene diez años menos que yo, apenas veintiuno. Su padre murió cuando tenía tres años y nuestra madre la mimó hasta límites insospechados para compensar su pérdida. —Edward me dijo lo mismo —dijo Felicity—, pero no fue tan educado. Dijo que era una niña caprichosa. —Sí —contestó él sonriendo. Aquella sonrisa tan atractiva hizo que el corazón de Felicity diera un brinco, pero intentó controlarse. Tal y como él le había dicho, tenía derecho a una explicación y no pensaba ponerle las cosas fáciles—. Conoció a Edward unas vacaciones y se enamoró perdidamente de él, pero no dijo nada porque sabía que él y yo éramos rivales de negocios. Creo que eso le ponía un poco de morbo a la situación. María se debía de ver como la protagonista de Romeo y Julieta con hermano mayor malvado incluido. Supongo que, por eso, no me quería decir que estaba embarazada. —¿Cómo? —dijo Felicity sin dar crédito—. ¿De Edward? Rico asintió. —Para entonces se habían peleado y lo habían dejado. Dijo que no quería tener nada que ver con él, pero eso fue antes de saber que estaba embarazada. No se lo dijo a nadie durante meses y, cuando lo hizo, Venables ya había anunciado su compromiso contigo. —Fue algo muy rápido —dijo Felicity con un escalofrío al darse cuenta de lo despiadadamente que Edward había manejado la situación en su beneficio. —Se está levantando viento —anunció Rico al verla temblar—. Se va a poner a llover. Vamos dentro. Intentó agarrarla del brazo, pero Felicity apartó el brazo. No quería que la tocara. Para Edward solo había sido un instrumento y parecía que para Rico, también. Claro que, ¿qué esperaba? Nunca había significado nada para él y eso no iba a cambiar. Se cruzó de brazos y anduvo con decisión delante de él sin querer mirarlo. Una vez en el vestíbulo, se giró y lo miró. —¿Me estás diciendo que me secuestraste por el bien de María? Él la miró a los ojos con una entereza sorprendente, aunque apretó los labios antes de asentir.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 71—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Edward no quería hablar con ella, le dijo que se iba a casar contigo. Creo que ambos estaban intentando darse celos, sin darse cuenta de lo seria que era la situación. Cuando quedó claro que la boda se iba a celebrar de verdad, María casi se muere. Estaba deprimida, histérica; decía que se iba a suicidar. Mi madre me suplicó que la ayudara. —¡Cómo no! —dijo herida—. Y tú, por el bien de la pobre María, no dudaste en arruinarle la vida a otra persona. Después de todo, la otra era una desconocida, ¡alguna inglesa estúpida que no importaba! ¡Alguien que podría haber estado locamente enamorada de Edward! Aquello dio en el blanco, pero Rico se recuperó pronto. —Pero no lo querías, ¿verdad? María me dijo que no. Sabía que no iba a ser una boda de verdad, que te ibas a casar con Edward solo por su dinero. Me dijo que si conseguía que tú no llegaras a la iglesia, ella podría hablar con él y decirle lo del niño. —¿Y luego a vivir felices y a comer perdices? ¡Qué bonita solución! —exclamó ella alterada—. ¿Y por qué no vinisteis a hablar conmigo? ¿Lo intentaste al menos? —¡Pues claro!, pero, por si no te acuerdas, los días previos a la boda estabas en la mansión Highson, arropada por la familia de Edward y no contestaste ni a mis llamadas ni a mis cartas. —Edward me dijo que no lo hiciera —contestó ella sin rastro de enfado. Se sentía confusa y débil. No se le había pasado por la imaginación que Edward le hubiera dicho que no tuviera nada que ver con Rico con razones personales—. Me dijo que sería mejor porque tú… —¿Yo qué? —inquirió él cuando Felicity se interrumpió al darse cuenta de que se estaba adentrando en terreno farragoso. Edward le había dicho que su padre también le debía dinero a Ricardo Valerón y que aquel hombre era un ser despiadado y sediento de venganza. «No hables con él, no lo escuches, no contestes a sus cartas», le había dicho. «En cuanto estemos casados, hablaré con él y arreglaré lo de tu padre». No podía decírselo a Rico. Cuando se había ido a Argentina con él, había albergado la esperanza de poder contarle algún día la verdad, que su padre había suplicado una oportunidad para arreglar las cosas, que se había comprometido a devolver el dinero en pequeños plazos. Pero no podía decírselo. Rico no sentía ningún aprecio por ella, que la había utilizado una vez y que, probablemente, no duraría en volverlo a hacer si tuviera ocasión. —¿Y bien? —dijo él impaciente—. ¿Felicity? —Que eras un monstruo y un bestia —contestó ella presa del pánico—. Dijo que eras un salvaje y me parece que te describió muy bien.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 72—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Lo había herido en su orgullo masculino. —Un monstruo y un bestia, ¿eh? —dijo echando la cabeza hacia atrás. Se le había olvidado que ella podía ser así, que podía mirarlo por encima del hombro, como si fuera una porquería que se le hubiera pegado al zapato. Aquella pija ya lo había engañado una vez. No le ayudaba en absoluto que, mientras ella lo miraba así, él lo único que podía pensar era en lo guapa que estaba. El pelo le caía a ambos lados de la cara, sus ojos grises enmarcados por aquellas pestañas tan largas y su boca sensual y voluminosa, que llevaba pintada de rosa, que hacía que pareciera que la acababan de besar. Todo ello hacía que todos sus sentidos estuvieran en alerta. Por no hablar de sus curvas, de su cuerpo, sobre el que caía un vestido de punto azul, cuyo escote en pico dejaba al descubierto las líneas de su cuello—. ¿Un salvaje? — añadió. Sí, desde luego, en aquellos momentos se sentía de lo menos civilizado. Al tenerla delante en actitud desafiante tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dejarse llevar por su instinto más primitivo. No quería discutir con ella. Lo que verdaderamente quería era agarrarla en brazos y llevarla a la habitación de al lado, depositarla sobre el gran sofá de cuero, tumbarse junto a ella y besarla, acariciarla, hasta que ambos se dejaran llevar por la pasión y no pudieran pensar. Tal y como estaba, no creía que ella fuera a acceder. Lucharía y patalearía, incluso lo arañaría. Aquello le pareció un atractivo más. Tras tres días de verla deambular por la casa sin poderla tocar, de haber esperado en vano que fuera a hablar con él, estaba como un volcán a punto de entrar en erupción. La más mínima provocación valdría para que se lanzara—. ¿Te hice daño cuando te secuestré? ¿Te herí o te asusté… te amenacé? En el tiempo que hemos pasado juntos en esta casa, ¿te has sentido en algún momento en peligro? —Yo… —Di. —No —admitió Felicity reacia a mentir. Al mirar atrás, comprendió que, si había tenido miedo, no había sido por el comportamiento de Rico sino porque lo temía ya antes de conocerlo—. No. —¿Te he puesto la mano encima, no teniendo en cuenta los momentos en los que tú así lo quisiste? —No —contestó pálida mirando al suelo avergonzada al recordar aquellos momentos—. Me secuestraste —murmuró. Rico suspiró impaciente. —Ya te he dicho por qué. Estaba en juego la felicidad de mi hermana, tal vez, incluso su vida. Felicity sintió una punzada de dolor en el corazón. Ojalá se preocupara por ella como lo hacía por María. Pero no, ella era solo una ficha en su juego. ¿Habría tenido planeado también hacerle el amor? —¡Tu hermana! ¡No sabes más que hablar de tu hermana! No has tenido ni la decencia de pedirme perdón por secuestrarme.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 73—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Rico se rió con desdén, lo último que ella se hubiera imaginado. —Perdón —repitió con ironía—. ¿Quieres que te pida perdón por librarte de una boda que no deseabas, de un hombre al que no querías? —Yo… Quería contestarle con furia, pero no le salían las palabras. —¿Habrías preferido haberte casado con Venables? ¿Y no haber conocido a Rico? —No. —Entonces, no pienso pedirte perdón —dijo. ¿Cómo iba a pedirle perdón por algo que la había puesto en su vida? Aunque solo fuera a estar unos cuantos días con ella, jamás se arrepentiría de ello. Ella le daba sentido a sus días. Lo atormentaba, lo hacía enfurecer, lo volvía loco de frustración y deseo, pero Rico no lo habría cambiado por nada—. No me arrepiento en absoluto. Felicity levantó la cabeza y se echó el pelo hacia atrás. —¡Pues yo, sí! —declaró con firmeza solo para herirlo como él la había herido a ella—. ¡Siento haberte conocido! ¡No soporto estar cerca de ti! Si hubiera podido elegir, me habría casado con Edward. Ojalá me hubieras dejado allí —no podría haber dicho nada que le doliera más, nada que lo hiciera saltar más rápidamente—. ¡Ojalá no hubieras aparecido nunca en mi vida y me hubieras dejado en paz! —¡Lo mismo digo! —dijo sin rastro de la amargura que sentía. Le salió la voz indiferente y fría, como si no tuviera sentimientos—. Pero eso tiene solución. Voy a salir, así te quedarás sola y no nos diremos cosas que más tarde lamentaríamos — Felicity ya se estaba lamentando de lo que le acababa de decir. Ojalá no las hubiera dicho. Pero ya era demasiado tarde y, a juzgar por la expresión fría de sus ojos, no había manera de llegar a él. Su enfado de difuminó de repente dando paso a una inmensa tristeza que se instaló en su garganta haciendo que le fuera imposible hablar —. Así tendrás tiempo de hacer las maletas. Cuando vuelva, dispondré todo para que puedas volver a tu casa esta noche. «¡Pero si yo no me quiero ir!», pensó Felicity. Lo tenía muy claro en la cabeza, pero no le salían las palabras. Cuando, por fin, pudo hablar, estaba sola en la habitación. Rico acababa de salir dando un portazo. —No quiero irme a casa —dijo sabiendo que no la oía—. Quiero quedarme contigo.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 74—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 13 A los cinco minutos de irse Rico, comenzó la tormenta. Felicity seguía en el vestíbulo sin saber qué hacer. No quería hacer las maletas. No quería irse. Pero temía que él volviera y viera que no había obedecido sus órdenes. Esperó. Y esperó. A medida que la tormenta se fue haciendo más violenta, su preocupación fue aumentando. La lluvia daba contra las ventanas y había truenos y relámpagos en el cielo. A la hora y media estaba muerta de preocupación. Se imaginaba a Rico empapado, incluso herido; se le podía haber caído alguna rama encima. Pasó otra media hora y no daba señales de vida. Felicity subió a su habitación a ponerse unos vaqueros y una camiseta para salir a buscarlo. Estaba bajando corriendo las escaleras, cuando se abrió la puerta principal. —¡Has vuelto! —exclamó. Aunque sonó estúpido, pero fue lo único que se le ocurrió. Sintió un enorme alivio al verlo y se le disparó el corazón—. ¡Estás empapado! —añadió. Otro comentario obvio y estúpido. Tenía el pelo pegado, las mejillas sonrosadas de la lluvia y la ropa pegada al cuerpo de manera tan indecente que se le secó la boca de deseo. Quería correr hacia él y abrazarlo fuerte, pero, al mismo tiempo, también quería quedarse donde estaba y disfrutar mirándolo. Por encima de todo, quería quitarle aquella ropa y secarlo con su propio cuerpo—. ¿Dónde has estado? Rico se limpió la cara y se echó el pelo hacia atrás. —Fui a dar un paseo a caballo —contestó bruscamente mirándola a los ojos. Estaban a un par de escalones de distancia. —¿A caballo? ¿Con este tiempo? ¿Estás loco? ¡Podría haberte pasado algo! —La yegua está perfectamente, querida. Si hubiera sabido que te ibas a preocupar por el caballo… —¡Me importa un bledo el caballo! —explotó ella viendo que Rico enarcaba las cejas, sorprendido—. ¡Sabes perfectamente que estaba preocupada por ti! Rico sonrió. —Ya entiendo. Querías que volviera a tiempo para llevarte al aeropuerto. —¡De eso nada! ¡Para empezar, no me voy a ir! —Pero si te has cambiado de ropa y todo. —Me he puesto unos vaqueros —contestó Felicity bajando los escalones y situándose tan cerca de él que veía las gotitas que todavía tenía entre las pestañas — porque iba a salir a buscarte. Aquello lo pilló por sorpresa, pero solo tardó un par de segundos en reponerse.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 75—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Muy halagador, gatita, pero, como puedes ver, ya soy mayorcito, me puedo cuidar sólito. No necesito niñera. —¡Yo no soy tu niñera! ¡Aunque, la verdad, es que sí necesitas a alguien que te cuide! —exclamó exasperada. Estaba yendo a ciegas. No tenía ni idea de cómo iba a reaccionar él ante sus palabras. Era aterrador. Tenía tanto miedo como si estuviera cruzando un barranco por una cuerda—. Mírate, ahí de pie, empapado. Anda, quítate esa ropa y date una ducha caliente. Se interrumpió al ver su mirada. No hizo falta que le dijera lo que estaba pensando. Felicity sintió deseos de mojarse los labios, que se le habían quedado secos de repente, pero sabía perfectamente cómo interpretaría él aquel gesto. —¿Te gustaría ducharte conmigo? —murmuró él. Felicity se sintió tentada, pero era demasiado pronto. No estaba preparada. —No creo que fuera inteligente —contestó. —Cobarde —dijo él pasando por su lado. Subió las escaleras sin mirarla. Felicity deseó haber aceptado el reto. Recordó el deseo que había sentido al verlo entrar. Oyó la ducha y, sin saber muy bien qué estaba haciendo, subió. Estaba de pie fuera del baño cuando él salió con una toalla a la cintura. El contraste entre su piel morena y la dureza de sus músculos, con la blancura y la suavidad del algodón, la hicieron lanzar una exclamación de sorpresa. Él la miró y pasó a su lado con indiferencia. Pasó a la habitación y agarró ropa interior, una camisa blanca y un pantalón oscuro. Tiró la toalla y comenzó a vestirse sin rastro de vergüenza. No tenía nada de lo que avergonzarse. Debía de saber que tenía un cuerpo de escándalo, musculoso, sin un gramo de grasa, perfecto. —Estoy dispuesto a hacerte un espectáculo privado si eso te excita —comentó él secamente sacándola de sus eróticos pensamientos—, pero me parece que aquí hay doble rasero. —¿Doble rasero? —repitió asustada. Debía ir con cuidado. Si se equivocaba, tal vez saliera corriendo y nunca volviera. —Sí —contestó él en voz baja—. Si yo te estuviera esperando a la salida de la ducha, habrías dicho que te estaba acosando, que era un vicioso o un pervertido. No, se había equivocado. Lo vio en sus ojos. Felicity dio un paso atrás. —Lo… lo siento. —No lo sientas, gatita —dijo suavemente subiéndose la cremallera de los pantalones—. Ya te he dicho que a mí no me importa, pero ¿por qué? —¿Por qué? —repitió confusa como si no hubiera entendido la pregunta. O no sabía lo que quería o le daba miedo decir para qué había subido. Rico decidió que era mejor ir despacio. Se puso la camisa—. ¿Por qué no quieres volver a tu casa?

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 76—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—Porque… me he dado cuenta de que todavía tenemos que terminar un par de asuntos. Rico consideró la contestación mientras se abrochaba la camisa. —¿Qué asuntos? —preguntó poniéndose las botas. Como ya estaba vestido, Felicity pensaba con más claridad. Ya podía dejar de pensar en sus poderosos brazos abrazándola, su piel, sus manos acariciándola como si fueran de fuego. Pero seguía deseándolo, seguía sintiendo la necesidad en aquella parte baja de su cuerpo y no podía evitar mirarle a la boca cuando hablaba. —Asuntos personales —contestó en un hilo de voz y carraspeó—. Quiero… ¿Cómo estaba, de repente, tan cerca de ella? Pero si hacía unos segundos estaba en la otra punta de la habitación. Lo tenía ante sí, mirándola fijamente a los ojos. —Dime —la instó—. Dime lo que quieres y, si está en mi mano, te lo daré. Felicity sintió los labios secos y se los mojó nerviosa observando cómo él seguía sus movimientos con suma atención. —Quiero saber cómo habría sido. Quiero pasar una noche contigo como si nos hubiéramos conocido en otras condiciones, como si no me hubieras raptado. Quiero que volvamos a empezar. Volver a empezar. Ojalá pudieran. Ojalá pudieran dar marcha atrás y tomar un camino completamente diferente al que habían elegido. ¿Habrían sido las cosas diferentes? No lo sabía, pero no quería irse sin saber cómo podría haber sido. Su primer amor, Scott, le había sido arrebatado sin que le diera tiempo a asimilarlo completamente. Recordaba sus besos y sus caricias y un par de noches que habían pasado juntos, suficiente para saber que lo que había sentido por él no se parecía en nada a lo que sentía por Rico. Aquello había sido un amor adolescente, una cosa de chiquillos. Lo que sentía por Rico era un amor maduro, un amor entre mujer y hombre. Aunque nunca fuera correspondido, aunque lo único que él estuviera dispuesto a darle fuera pasión física, era suficiente. No era suficiente para construir un futuro, pero valía para una noche. Y una noche era lo que tenían. —¿Qué quieres hacer? —preguntó Rico. —¿Qué harías si nos acabáramos de conocer? ¿Si me hubieras traído aquí y no me conocieras, qué estaríamos haciendo? —Te diría que si quieres cenar y te prepararía un buen plato de comida argentina. —¿Qué… qué me harías? —Mi plato favorito. Conejo marinado con pimientos rojos asados acompañado con melocotones y ensalada de tomate, berenjenas y albahaca… — contestó, yendo hacia la puerta. Se giró y le ofreció la mano, que Felicity aceptó como si estuviera en

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 77—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

un sueño—. Hubieras probado también nuestras empanadas con chimichurri, una salsa de aceite de oliva con ajo y hierbas —añadió yendo en dirección contraria a las escaleras mientras ella lo escuchaba encandilada—. Con una buena botella de Malbec y de postre, por supuesto, dulce de leche con melón e higos. —Se me está haciendo la boca agua —dijo ella sintiendo una gran decepción cuando llegaron a una puerta al final del pasillo y él la abrió. En lugar de soltarla, Rico la dio la vuelta hasta quedar enfrente de ella, pegados. Felicity sentía sus ojos, pero también su pecho, sus caderas y sus muslos. —Y cuando hubiéramos terminado de cenar, ¿qué habríamos hecho? — preguntó temblando de pies a cabeza por cómo la hacía sentirse aquel hombre. —Bailaríamos —contestó él bajando la voz—. Y ya sabes que en Argentina solo hay un baile. —Claro. El tango. Pero me temo que no voy vestida para bailar —sonrió Felicity mirándose. —Eso tiene fácil arreglo —dijo él girándola para que viera un retrato de su abuela en el que llevaba un traje rojo de flamenco. —Qué bonito. —Lo tengo guardado —dijo abriendo un armario del que salió un maravilloso olor a sándalo. Sacó una caja y desplegó el precioso vestido sobre la cama. —Rico… —suspiró maravillada. —Mi abuela era más o menos como tú —dijo poniéndoselo por encima y asintiendo satisfecho—. Desde que llegamos, he querido vértelo puesto —añadió, acariciándole la mejilla y levantándole la barbilla para mirarla a los ojos—. Dame ese gusto, querida —murmuró—. Póntelo. Si le hablaba y la miraba así, no podía negarle nada. Felicity asintió en silencio y él le entregó el vestido, que era tan delicado que apenas pesaba. —Te espero abajo —dijo Rico dándole un leve beso en la mejilla cargado de promesas. La esperó al pie de la imponente escalera de madera. Felicity apareció en lo alto y sonrió algo nerviosa, aunque estaba muy orgullosa porque el espejo le había dicho que estaba muy guapa. Los ojos de Rico le estaban diciendo mucho más. No la perdió de vista mientras bajaba las escaleras. No hacían falta palabras, su mirada negra le dejaba claro lo guapa que estaba. Cuando llegó al final, Rico la agarro de la mano con fuerza. —Eres la perfección, querida —le dijo con voz grave en un alarde de sinceridad —. Nunca has estado tan impresionante. Si mi abuela te viera, estaría orgullosa de que llevaras puesto su vestido, al que no desmereces en absoluto. Sabía que le iba a quedar bien, pero no había previsto que fuera a estar tan maravillosa. El rojo del vestido resaltaba ante el contraste con la palidez dorada de su

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 78—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

piel. El vestido no tenía mangas, así que sus brazos quedaban al aire, y el escote en pico adivinaba la delicada curva de sus pechos. Era entallado en la cintura y, de allí, salía una falda larga con volantes a ambos lados, que dejaban al descubierto las piernas hasta casi la cadera. Llevaba unas sandalias de tacón negras que acentuaban la largura de sus piernas todavía más. Rico tuvo que apartar la vista de aquel despliegue de belleza. No era tarea fácil. Ella le había pedido una noche y, aunque solo fuera una, tenía que ser una noche que no pudiera olvidar. La agarró de la mano y la llevó a través del salón hasta la terraza, donde había una mesa con unas copas de vino. —La cena no está preparada todavía, pero el vino, sí. ¿Quieres una copa? —Sí, gracias. Felicity se dio cuenta de que la tormenta había pasado. Ya no había relámpagos, sino calma. La lluvia había dejado el césped fresco y verde, con pequeñas gotas de agua aquí y allá como diamantes en miniatura. En el horizonte, se veían las siluetas de los Andes. —¿Y la música? ¿Has encontrado algún tango? —Por supuesto. Rico entró y ella oyó el clic del equipo de música. Segundos más tarde, llegaron hasta sus oídos las primeras y delicadas notas. Fue como si la melodía fuera directa a su corazón. Sintió que se le saltaban las lágrimas y decidió beber un poco de vino mientras intentaba controlar sus sentimientos. —¿Quieres bailar? —No sé. —Yo te enseño —contestó él quitándole la copa de las manos con suavidad y dejándola sobre la mesa. La colocó enfrente de él, a pocos centímetros de distancia—. Pones los brazos aquí… —añadió colocándole la mano izquierda sobre su hombro derecho—… y aquí… —concluyó agarrando su mano derecha entre sus dedos bronceados y sonriendo devastadoramente—. El tango tenía fama de ser inmoral y pecaminoso. Hasta hace poco, las mujeres decentes no lo bailaban porque se decía que se había originado en los burdeles; buena prueba de ello es cómo el hombre agarra a su pareja —dijo agarrándola de la cintura y atrayéndola hacia sí hasta que sus cuerpos quedaron pegados. La palma de su mano, abrasadora, se quedó reposando en la parte baja de su espalda—. Escucha la música… El tango es oscuro y peligroso. Para bailarlo, tienes que dejar que invada tu cuerpo y tu alma… Felicity apenas oía sus palabras porque los latidos de su corazón retumbaban dentro de su cabeza. No era por la música, sino por él. No seguía el ritmo del acordeón y de la guitarra, sino el suyo. No sabía cómo podía estar bailando si no sentía los pies. Su persona, su alma, estaba concentrada en sus ojos, que la miraban fijamente, sensuales como la música.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 79—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Bailaron despacio al principio y luego fueron tomando velocidad, dieron vueltas y más vueltas hasta que Felicity sintió que la cabeza se le iba y su cuerpo estaba en llamas. Rico la apartó y la volvió a acercar con tan solo un movimiento arrogante de muñeca. La lanzó hacia atrás y la agarró de la espalda. La abrazó, mejilla con mejilla, mientras su aliento se mezclaba con su pelo haciendo que, su ya de por sí débil corazón, se rindiera. Mientras sonaban los últimos acordes, la besó con toda la pasión y la belleza de la música. Felicity respondió a aquel beso con todo su corazón. Levantó la cabeza y abrió la boca mientras le pasaba el brazo por la nuca y le metía los dedos en el pelo. Sentía el tango en las venas, devorándola, quería más. —Rico —murmuró con voz ronca de deseo—. Me dijiste que querías que me entregara a ti por propia voluntad, que tenía que ser yo la que te dijera que te deseaba… Bueno, te lo digo ahora. Te deseo, Rico. Te deseo más de lo que te puedes imaginar. Yo… —sus palabras quedaron interrumpidas por las acciones de él, que había entendido muy bien su significado, la había agarrado en brazos y ya estaba yendo hacia el dormitorio abriendo las puertas con patadas impacientes. Subieron las escaleras y recorrieron el pasillo hasta su habitación, donde Rico la depositó delicadamente en la cama. La agarró la cara y la miró fijamente. —He esperado tanto tiempo esto, querida —murmuró muerto de deseo—. Solo han sido días, pero desde que te hice el amor por primera vez, las horas y los minutos han sido una eternidad para mí. Te veía y te deseaba, pero no te podía tocar —confesó pasándose los dedos por el pelo—. Ahora, se ha terminado la espera. Para ambos. Te prometo… te prometo, gatita, que la espera ha merecido la pena. Felicity sintió su cuerpo excitado y hambriento, su piel en llamas. El baile que habían compartido había sido de lo más provocativo, el preliminar más erótico. El deseo entre ellos había alcanzado cotas insospechadas, era casi doloroso. Aun así, Rico prolongó la espera. Se tomó su tiempo para quitarle el vestido y la ropa interior de encaje. Besó, acarició y chupó todo su cuerpo hasta que la notó temblar bajo sus manos. Felicity tenía la respiración entrecortada y no paraba de repetir su nombre. Le devolvió todos los besos y las caricias. Le desabrochó la ropa y suspiró de alivio cuando le quitó la camisa, que se quedó atascada en sus brazos. —Ahora, me toca a mí —murmuró poniéndose encima de él. Felicity inclinó la cabeza y convirtió a aquel hombre fuerte y orgulloso en una criatura que gemía y agonizaba de placer, tal y como él le había hecho a ella. Le acarició los músculos del pecho, lo cubrió de besos, sonriendo al sentir sus espasmos. Le dibujó círculos con la lengua alrededor de los pezones hasta hacerlo gritar de placer. Decidió no quitarle la camisa, que restringía sus movimientos, y siguió bajando. Le desabrochó el cinturón y le bajó la cremallera para quitarle los pantalones, que

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 80—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

quedaron tendidos en el suelo. Y, entonces, como él le había hecho la primera vez a ella, lo besó en aquella zona tan ardiente de su cuerpo hasta dejarlo jadeando. —¡Felicity… gatita! —exclamó haciendo jirones la camisa y abalanzándose sobre ella. La puso debajo de él, contra las sábanas, aprisionada bajo su cuerpo y puso una rodilla entre sus piernas. —Ahora… —murmuró mirándola fijamente—. Te voy a enseñar lo que siento de verdad. Ella se preparó para recibirlo, levantó la pelvis para recibir la furiosa embestida de su cuerpo. Solo pensarlo hacía que se estremeciera. Pero Rico no quería terminar todavía. La besó y acarició hasta que su respiración se normalizó y, entonces, cuando Felicity abrió los ojos, lo hizo. Ya no había marcha atrás. Ninguno de los dos puso restricciones a la pérdida de control. Hicieron el amor salvaje y rápidamente. Felicity se sintió como arrastrada por una riada, más y más deprisa, hasta que alcanzó el éxtasis y se sintió catapultada a las estrellas mientras su interior explotaba en mil pedazos. No sabía si se había quedado dormida o si las sensaciones habían sido tan intensas que se había desmayado, pero cuando se quiso dar cuenta estaba entre los brazos de Rico, con la cabeza apoyada en su hombro y la mejilla sobre su pecho. Se quedó allí tumbada escuchando el latido de su corazón. Se dio cuenta de que una pregunta le rondaba la cabeza. ¿Habría sido aquello el comienzo de algo maravilloso o solo el apasionado final de lo que habían compartido? No lo sabía y estaba demasiado cansada para darle vueltas. Se temía lo peor. No pudo evitar que una lágrima resbalase por su mejilla y fuera a parar al torso de Rico antes de quedarse dormida.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 81—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Capítulo 14 A la mañana siguiente, llegó un fax. Rico, que yacía en la cama con Felicity a su lado, no tenía ninguna gana de hacer caso de ello. Sabía lo que era. Le había pedido a uno de sus directivos que le mandara un informe sobre un problema financiero que habían tenido. Hacía ya un tiempo que alguien había estado robando, pero el ladrón era tan bueno que no había sido fácil pillarlo. El fax solo podía significar una cosa. Habían identificado al culpable. Decidió hacerse cargo del asunto antes de que Felicity se despertara. Le dio un beso en la mejilla con el firme propósito de volver a hacerle el amor cuando se despertara y pedirle que se casara con él. La noche anterior le había quedado muy claro que no podía vivir sin ella. —Duerme, gatita —susurró mientras se vestía. La volvió a besar—. Ahora vuelvo. Felicity suspiró y murmuró algo. Rico estuvo a punto de olvidarse del fax, pero, ya que se había levantado y vestido, sería mejor terminar con aquel asunto. El informe era más largo de lo que esperaba. A medida que lo fue leyendo, su buen humor se fue tornando sorpresa e incredulidad. —Joe Hamilton —dijo furioso haciendo una bola con el papel—. ¡Al infierno con él y con la mentirosa y falsa de su hija! En ese momento, Felicity apareció en la puerta con expresión somnolienta. Se acababa de levantar y llevaba el pelo revuelto. Rico se negó a recordar cómo se lo había a acariciado la noche anterior. Tenía las mejillas sonrosadas y se había puesto lo primero que había pillado. Su albornoz. Se dio cuenta de lo enfadado que estaba cuando percibió que su cuerpo no reaccionaba ante el objeto de su deseo de hacía unas horas. —Buenos días, querida —le espetó cínicamente. Felicity pensó que algo iba mal, muy mal. Se había despertado a los pocos minutos de que Rico saliera de la habitación. Al principio, había decidido esperarlo en la cama, pero, a medida que había ido pasando el tiempo, había comenzado a echarlo tanto de menos que se había puesto su albornoz y había ido en su busca, creyendo que le iba a hacer gran ilusión verla. No, no parecía muy ilusionado. Vio el rechazo en sus ojos, y su boca con un gesto incierto. Aquel «querida» había sido más un insulto que un apelativo cariñoso. —Rico, ¿qué pasa? ¡Qué bien fingía! Si no tuviera la prueba en la mano, Rico habría creído que no sabía nada, que no sospechaba nada. Seguro que sabía que aquel fax era la prueba de su delito, el final de su engaño y de los planes de futuro que él había hecho mentalmente y que la incluían a ella.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 82—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—¿Cómo que qué pasa? ¡Esto… esto… es lo que pasa! —contestó furioso. Felicity se quedó mirando el papel sin entender nada. Se lo dio y no tuvo más remedio que intentar leerlo. así.

Al principio, le costó fijar la vista y, cuando lo hizo, deseó que no hubiera sido —¡Oh!

—¿Oh? —repitió él intentando controlarse—. ¿Eso es todo lo que se te ocurre decir? —¿Qué más quieres que diga? —dijo ella con dolor—. ¿Que no es verdad? Si lo hiciera, seguramente la creería. Quería creerla. Deseó con todas sus fuerzas que ella no tuviera nada que ver en todo aquello. ¿Cómo podía estar seguro de que se había acostado con él por amor o como parte de un malévolo plan que habría maquinado con su padre? —¿Es verdad? —Sí —contestó Felicity con un hilo de voz. —¿Qué? —¡Qué sí! Sí, es verdad. Sí, mi padre tenía deudas y sí, te robó el dinero. Y sí, me iba a casar con Edward porque me prometió que, si lo hacía, él se encargaría de devolverte el dinero sin que tú te enteraras. Rico echó la cabeza hacia atrás y la miró fijamente. Se le había olvidado aquello. Efectivamente, había estado a punto de casarse con Edward Venables. Nunca nada le había dolido tanto. La traición lo estaba consumiendo por dentro. Aquella misma mañana, antes del amanecer, se había reconocido a sí mismo lo mucho que aquella mujer significaba para él, se había dado cuenta de que la quería. Era la primera vez que amaba a una mujer. Si el fax hubiera llegado una hora después, ya le habría dicho… le habría pedido que… —Pero me he enterado, gatita. Me he enterado y he dado al traste con tu engaño, con tus mentiras. No te han servido de nada. Ni siquiera el máximo sacrificio, el haberte acostado conmigo, te ha servido de nada. —Sacrificio… —dijo con dificultad—. ¡No, no! —Venga, gatita, por favor —le dijo con ironía apoyándose en el escritorio. La mezcla de crueldad y sarcasmo era insoportable—. ¿No irás a decirme que lo de anoche fue de verdad? ¿Quieres que me crea que me deseabas de verdad? —¡Sí, así fue! —exclamó Felicity sintiendo que su corazón se hacía trizas al ver que él ni se inmutaba. Había puesto un muro entre ellos y, por mucho que se esforzara por derribarlo, no lo iba a conseguir. —Ahórrame el trago —le dijo él—. Puede que anoche me lo creyera, pero hoy se me ha caído la venda de los ojos. Ahora veo lo que eres en realidad y no me gusta. —¿De verdad crees…?

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 83—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—No lo creo, lo sé —le espetó Rico—. Sé que eres una mentirosa y una falsa. Tú y tu padre sois tal para cual. Dime, gatita, todas esas noches que pasabas en la discoteca, ¿te gastabas tu dinero o…? —¿En qué discoteca? —lo interrumpió Felicity—. ¿De qué estás hablando? —Me parece que se llama Top Hat. Te vieron allí… mi detective. —Tú… —dijo dándose cuenta con amargura de que él realmente creía…—. ¡Qué mal te han informado! Tu detective no es muy bueno, desde luego, porque yo no iba allí a pasármelo bien ni a gastarme tu dinero ni el de nadie. ¡Iba a ganarlo! ¡Trabajaba allí, idiota! —Pero si ya tenías un trabajo… —¡Pero no me pagaban suficiente para ayudar a pagar la deuda de mi padre, el dinero que te había robado! —Rico no se esperaba aquello. Felicity lo vio en sus ojos, pero ya no le importaba que la creyera o no. Si había creído que tenían futuro juntos, aquello le había dejado claro que no había sido más que una ilusión—. Sé que lo que tengo no es más que una mísera parte de lo que te debe mi padre, pero Rico, por favor… —dijo dando un paso al frente y agarrándole las manos—. Dame una oportunidad, dame tiempo. Mi padre tiene… un problema con el juego. Se endeudó hasta las orejas y la única solución que se le ocurrió fue todavía peor. Sabe que lo que ha hecho es terrible y va a intentar… está yendo a terapia. Sé que se va curar. Haré todo lo que pueda… —se interrumpió destrozada cuando Rico negó con la cabeza, apartó las manos con desdén y se fue hacia la ventana. Metió las manos en los bolsillos y se quedó mirando el horizonte sin ver nada. —¿Cualquier cosa? —preguntó dándose la vuelta, con tal expresión de frialdad en los ojos que Felicity se estremeció. —Sí —consiguió responder. Para su sorpresa, Rico sonrió, pero aquella sonrisa fue peor que el rechazo de momentos antes. —Bien, entonces, no hay ningún problema. —¿Ah, no? —No —dijo acercándose a la mesa, apoyando las palmas de las manos en ella e inclinándose para mirarla directamente a los ojos. Felicity tuvo que hacer un gran esfuerzo para no salir corriendo ante aquel escrutinio glacial que le estaba haciendo de pies a cabeza—. Creo que tengo una solución que nos va bien a los dos. Una solución. Sí, era lo que necesitaba, pero, entonces ¿por qué sentía un gran peso que amenazaba con desesperarla en lugar de sentirse aliviada? —¿Cuál es esa solución? Ojalá no tuviera que mirarlo. Deseó poder cerrar los ojos y no tener que ver aquel rostro tan bello, aquellos ojos tan brillantes y aquel pelo tan sedoso. Deseó poder obviar el deseo que despertaba en ella su cuerpo fuerte y atlético, aquellos brazos musculosos, su cintura, sus caderas, sus piernas.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 84—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Como siempre, aquellos pensamientos turbaron su razón justo en un momento en el que debía estar más atenta que nunca. —Una solución que nos permite tener a cada uno lo que queremos. No exactamente cómo queríamos, pero eso ya habría sido perfecto y la perfección no es fácil de alcanzar. Felicity sacudió la cabeza confundida. —No te entiendo. —Cásate conmigo. Aquellas palabras fueron como un bofetón en la cara que la dejó pálida. —Casarme… Percibió un atisbo de sonrisa en su cara, mucho peor que la anterior. —Así, todos salimos ganando. Tú te casas con un hombre rico, como querías desde el principio, mucho más rico que Venables. Además, las deudas de tu padre quedan pagadas y se libra de ir a juicio… —¿Y tú? —Es bastante obvio, ¿no, mi ángel? Yo te tengo en mi cama todas las noches — Felicity se sintió miserable. No se atrevió a tragar saliva por miedo a que la amargura que sentía en la boca le hiciera daño. Se limitó a negar con la cabeza—. ¿No? — preguntó Rico escéptico—. ¿Me rechazas? —¡Ni siquiera me lo tengo que pensar! —le espetó—. No sé ni cómo se te ocurre proponérmelo. Nunca me casaría contigo en esos términos. —¿Por qué no? Te ibas a casar con Edward. —Sí, pero… —«Sí, pero a Edward no lo quería», pensó. Estuvo a punto de decirlo y, horrorizada, se mordió la lengua—. Pero… eso fue porque no se me ocurría otra solución. — ¿Y ahora tienes otra? —No, pero… no puedes… —Sí, sí puedo. —Te quieres casar conmigo y hacerte cargo de las deudas… ¿no te saldría más barato una prostituta? Rico la miró furioso. —No me importa el dinero. Solo quiero lo mejor. — ¿Y yo soy lo mejor? —preguntó sin poder creérselo. —No te subestimes, querida. Anoche me di cuenta de que eres la mejor. Edward no sabe lo que se pierde. —Con Edward, nunca habría sido así —dijo sin pensarlo dos veces—. De hecho, nunca habría accedido a casarme con él si no hubiera sido por mi madre —añadió tapándose la boca al instante.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 85—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

— ¿Tu madre? ¿Qué tiene ella que ver? ¿Lo sabía? — ¡No! No lo sabía y sigue sin saberlo. Si algo bueno hizo mi padre fue no dejar que jamás se enterara de nada. No está bien… tiene mal el corazón. El médico nos dijo que no la preocupáramos, que no le diéramos disgustos. Cualquier problema… si tuviera otro ataque, podría… — no podía pronunciar la palabra, pero tampoco hizo falta porque sabía que Rico lo había entendido. Su mirada se lo dijo y ella se lo agradeció. Aportó algo de calidez al ambiente y al hielo que habían atenazado su corazón, y la animó a seguir—. Por eso, no podía permitir que mi padre fuera a la cárcel. Sé que se lo merece por lo que ha hecho, pero mi madre nunca se recuperaría. — ¿Y Edward lo sabía? Felicity asintió con expresión desamparada. —Lo sabía. — ¡Y se aprovechó! ¡Será malnacido! —exclamó Rico. Su conciencia andaba revuelta. En comparación con el otro, no salía muy bien parado. ¿Acaso no se estaba comportando igual de mal? ¿Y Felicity? ¿Qué pensaba de ella? No lo sabía, la verdad. La quería y la odiaba alternativamente. En lo más hondo de sí mismo, sabía que la odiaba porque podía hacerlo daño, así que todo se reducía al mismo sentimiento. —En cuanto a… mi propuesta —dijo con voz ronca—. ¿Qué contestas? Felicity se mordió el labio inferior para no gritar de dolor. Aquello iba a ser muy duro, pero debía hacerlo. —Mi respuesta es no —contestó asombrada del aplomo con el que había hablado—. Pídeme cualquier otra cosa. —Pero tu madre… tu padre… —Espero que lo entiendan. Los ayudaré todo lo que pueda. Quizá si nos concedes un poco más de tiempo, podamos pagarte la deuda. Lo que no puedo hacer es dejarte que hagas eso. Tú no quieres casarte conmigo y no te lo voy a pedir. Es demasiado. Se dio la vuelta. Dos segundos más y estaría fuera de la habitación. Entonces, la habría perdido para siempre. —Pienso olvidarme de todo… de la deuda… no voy a presentar cargos… sin condiciones. — ¿Cómo? —preguntó dándose la vuelta y mirándolo confusa—. Rico, ¿por qué lo harías? —Porque puedo permitírmelo. Algo en su tono, en su mirada a la defensiva y en el agarrotamiento de su mandíbula, indicaron a Felicity que aquella oferta no era genuina. —Sé que te lo puedes permitir —dijo confusa ante su cambio de actitud—, pero ¿por qué lo ibas a hacer sin llevarte nada a cambio? Es una locura.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 86—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

—El amor nos hace cometer locuras. — ¿Qué? —preguntó. ¿Habría oído bien?—. Rico… —Sí, he dicho amor —dijo orgulloso—. He dicho amor y he querido decir amor. No me importa quedar como un imbécil. Te quiero más que a mi vida, más que a mi orgullo, y haré cualquier cosa para tenerte a mi lado. El corazón de Felicity comenzó a dar brincos y a bombear sangre a toda velocidad. Rico le acababa de decir lo que siempre había soñado que le dijera un hombre. Le había dicho que la amaba. —Si estar enamorado te hace quedar como un imbécil, yo soy exactamente igual de imbécil que tú. Porque yo también te quiero, Rico. Estoy loca por ti… te quiero con todo mi corazón. La expresión de él hizo que Felicity sintiera deseos de llorar de alegría. Estaba confundido y contento. —Por Dios, gatita. Ven aquí y deja que te abrace. Felicity voló hacia él y sintió la fuerza de su abrazo; sus brazos la envolvieron y se sintió como si llegara a casa después de un día agotador. Rico la besó por todas partes. En el pelo, en las sienes, en las mejillas, en los párpados y, para terminar, en la boca, lenta y cariñosamente. Si hubiera quedado alguna duda sobre su amor, aquel beso la disipó. Felicity sintió el corazón rebosante de paz y tranquilidad, como nunca antes. Aquel sentimiento era maravilloso y supo que lo experimentaría todos y cada uno de los días de su vida junto a Rico. —Pero si me acabas de decir que no te querías casar conmigo —murmuró Rico cuando se separó para tomar aire. —Porque no podría vivir contigo sin desvelar mis sentimientos —contestó Felicity, perdiéndose en la profundidad de sus ojos—. Como creía que no me querías, me dije que no podía hacerlo, ni siquiera por mi padre. Te merecías algo mucho mejor. Una mujer a la que querer, que te quisiera… —Y la he encontrado. He encontrado más que a una esposa. He encontrado a mi compañera, a alguien que tendré a mi lado con orgullo el resto de mi vida… si tú sientes lo mismo por mi, querida. —Por supuesto —suspiró ella feliz—. Después de haberte conocido, no podría desear pasar mi vida junto a otro hombre. Eres mi futuro, mi amor, mi felicidad y mi vida. —Y tú para mí —declaró Rico sinceramente inclinando la cabeza para besarla. El coche llegó a la casa y Rico abrió la puerta, salió, se giró y le tendió la mano a Felicity, que todavía llevaba su vestido de novia color marfil. —Ya hemos llegado, querida —le dijo—. Bienvenida a nuestro hogar. Hogar. Felicity saboreó la palabra mientras salía del coche y se situaba junto a su marido para admirar la elegante casa.

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 87—88


Kate Walker – Prisioneros del deseo

Le pareció imposible recordar cómo se había sentido la primera vez que la había visto, cuando Rico la había secuestrado y llevado allí. Todo había cambiado mucho en un mes. — ¿Eres feliz? —preguntó él en un susurro. Felicity asintió, incapaz de hablar —. Feliz no es suficiente para describir cómo me siento —añadió Rico—. Me siento el hombre más afortunado del mundo. No sé expresarlo en palabras. Felicity pensó que no hacía falta que lo hiciera. Veía su alegría en su sonrisa, en el brillo de sus ojos, en su voz. —Ha sido una boda maravillosa, ¿verdad? Todo el mundo se lo ha pasado muy bien… incluso Edward. —María y Edward acabarán bien —le aseguró Felicity—. Ella es muy joven. Van a tener que aprender que el mundo no gira según sus deseos, pero, según lo que me ha dicho Edward, creo que realmente la quiere y hará todo lo posible para hacerla feliz. —Como yo contigo. —Tú no tienes ni que intentarlo. Ya lo has hecho convirtiéndome en tu esposa —contestó mirándolo. Entonces, se acordó de algo y chasqueó la lengua—. Creo que a todos les pareció una locura que nos fuéramos de la celebración sin ni siquiera cambiarnos. lista?

—Porque no sabían que tenemos una celebración privada esperándonos. ¿Estás

Ella asintió sonriente y él la agarró en brazos y la levantó—. Ya lo hicimos una vez, mi ángel, pero esta vez es de verdad. Avanzó y cruzó con ella en brazos el umbral de la casa que iban a compartir. Subió las escaleras y fue a su dormitorio, donde cerró la puerta con decisión.

Fin

Escaneado por Dolors-Mariquiña y corregido por Taly

Nº Paginas 88—88


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.