La Soldadera, Nueva Época, Número 40. (Edición de aniversario)

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La S ldadera

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I D E N T I D A D

Número 40 / Nueva Época / Año 4 / Suplemento Cultural de “El Sol de Zacatecas” / Domingo 4 de octubre del 2015

Laura Barocio El tiempo se diluye en el papel

Edición de

aniversario


Salvador del Hoyo Bramasco Director Juan Francisco González Marín Jefe de Redacción Roxana Herrera Editora de Sociales

Mario Vázquez Raña Fundador Paquita Ramos de Vázquez Presidenta y Directora General

La S ldadera

E J E R C I C I O

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Yolanda Alonso Coordinación editorial / Miguel Ángel Cid Edición y diseño

Contacto: alonsyolanda@gmail.com

La Soldadera

Imagen de portada

“El pelo de sirena es el mar”, Laura Barocio.

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ablar de La Soldadera y de su cuarto aniversario es hacerlo también de la amistad que me une con Miguel Ángel Cid. Nuestra relación ha sido el motor de varios proyectos editoriales desde hace quince años, cuando comenzamos con la revista Puntos suspensivos. Hemos crecido juntos hasta consolidarnos formalmente hace un año en Policromía Servicios Editoriales S. de R.L. de C.V. y como parte de las actividades que se desprenden de este proyecto nos planteamos la vuelta de La Soldadera. Extrañábamos no solo la complicidad renovada que nos une con colaboradores que fundaron y siguen teniendo presencia en el suplemento, sino que nos parecía importantísimo recuperar un espacio que por más de una década El Sol de Zacatecas obsequió a sus lectores. Ocho páginas de papel periódico libres de publicidad, para recrear semanalmente un discurso. Para que esto se lograra debemos agradecer a su director, Salvador del Hoyo y a la editora Roxana Herrera, quien nos cedió parte de su sección para lanzar esta nueva época en formato extendido. Detalle que supuso un reto ya que si bien desde la primera época consagramos la portada y contraportada a presentar una propuesta gráfica, principalmente foto, con este formato cada número presenta prácticamente un cartel. En su momento, como a muchos quienes incursionan en el periodismo, me tocó asumir la coordinación, edición y diseño del suplemento, sin duda, era una propuesta que apostaba más al texto. Ahora es innegable la apuesta visual y de diseño que nos hace Miguel Ángel. Particularmente me agrada porque la considero una provocación a la presentación que nos tiene habituados un periódico. Seguiremos en la medida de la terquedad, mientras tanto esperamos que se sumen más plumas y lectores, ya que la responsabilidad de mantener estos foros y espacios es compartida.

Yolanda Alonso

Cuarto aniversario Acta de la consumación de la Independencia de México


Sociolingüística para la libertad

“En esta casa se habla español, ok?” Mónica Muñoz Muñoz

Una vez apagado el motor del Chevrolet Cavalier rojo, Jorge le preguntó a su padre si quería algo. Un paquete de Malboros. Bajó del auto, llenó el tanque y entró a la tienda. Se acercó a la cajera, una obesa mujer que poseía, como única y suficiente belleza exterior, un par de ojos verdes de conmovedora, intensa dulzura. -Would that be all?– Jorge pidió un paquete de Malboros. Luego pagó. -Have a nice day.-You too – respondió saliendo de la tienda(…) -Gracias, dijo su padre, y encendió un cigarrillo. Edmundo Paz Soldán

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ruzar la frontera para alcanzar el sueño americano es un gran obstáculo, una gran barrera que se sufre, se paga y en cuya lucha se persevera hasta que se obtiene –la mayoría de las veces- o se desiste. Sin embargo, existe un muro mayor, intangible: el de la lengua. Muy poco se piensa en lo que sufre el migrante al llegar a un país cuya lengua oficial es distinta de la suya. Ése es el mayor muro, no puede comprarse, no puede robarse, no puede adquirirse de manera natural porque la ventana biológica temporal para la adquisición de una lengua ha pasado. Para hablar esa nueva lengua, para dominarla, el migrante necesitará un esfuerzo especial: tomar la decisión de aprenderla, rodearse de un ambiente estrictamente inglés, asistir a una escuela formal y olvidar aquello que aunque romántico y dador de identidad resulta perjudicial si se quiere ser integrado a la nueva cultura, eso que se llama lealtad lingüística. La lengua, como la nacionalidad, puede ser considerada como un conjunto de normas de comportamiento. De acuerdo con Weinreich, la lealtad lingüística, como el nacionalismo, se refiere al estado mental en que la lengua, en su calidad de entidad intacta y en contraposición a otras lenguas, ocupa una posición elevada en la escala de valores, posición que –además- necesita ser defendida. Es decir que mientras mayor resistencia haya para ser absorbido por la nueva cultura, mientras más se posponga el aprendizaje del nuevo idioma, la lealtad lingüística estará presente. Pero el ser leal al pasado, el ser fiel a la lengua materna, tiene un costo para los migrantes. Se pierden oportunidades laborales. Se desdeñan mejores sueldos. Se abre una brecha con aquellos miembros de la familia que por crecer o nacer en el nuevo país se afiliarán a él a través de valores, formas de vida, visiones de mundo y -desde luego- a través de la lengua. El migrante está pues en una encrucijada, en una confusión, en una posición en la que de cualquier manera saldrá perdedor. Mientras más se

aferre a su lengua de origen más dolorosa y espinosa será su lucha por el sueño americano; mientras más camine hacia éste más lejos estará de aquella identidad encontrada desde niño, puede quedar entonces en la confusión, en la parálisis, para vivir negando aquello por lo que lucha cada día. Como en la mayoría de las familias zacatecanas, en la mía hay muchos recuerdos de migrantes. Entre ellos está la historia de una tía que, tratando de hacer de su hogar en Estados Unidos, un puente con México, prohibió el inglés en su casa. Lo prohibió y lo prohibió hasta que un día se dio cuenta de que sus niños reían al escuchar la consiga: 'en esta casa se habla español, ok? Quiero, a través de Sociolingüística para la libertad, abogar por la multiculturalidad, encontrar, como el título de la columna lo propone, los caminos de la libertad a través de la comprensión social de las lenguas. Vivimos en un mundo maniqueo en el que pensar, ser y hablar diferente es motivo de intolerancia, es objeto de burla y señalamiento, es –inclusoargumento para ir en contra de los derechos humanos. Como en muchos lugares del mundo, en Estados Unidos las personas cuya lengua materna no es el inglés enfrentan formas de discriminación que afectan derechos fundamentales, como los de no tener atención médica, educación y empleo. La lucha de Martha Sandoval, aquella migrante que llegó a la Suprema Corte de Justicia estadounidense, peleando por su derecho a recibir la ayuda de un intérprete en la atención médica es un claro ejemplo. Después de una larga pelea en los tribunales, Martha Sandoval recibió una negativa enérgica y contundente. El Estado simplemente no está obligado ni comprometido a cooperar con aquellos que son diferentes, por su lugar de origen y por su lengua. Ahí una de las desventajas de la lealtad lingüística y un fuerte argumento a favor de la compresión social de las lenguas.

Los botones

siempre fueron un tema aparte… Ruth Castro

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legó de Durango a principios de siglo cuando tenía 15 años. Decían que los revolucionarios que andaban con Pacho Villa se robaban a las muchachas. Por Torreón también pasó la Revolución, pero tampoco se podía andar huyendo todo el tiempo. Cuando no llegaba a dormir alguno de sus primos o tíos la mandaban a los tajos a ver si reconocía al ausente en uno de los tantos cadáveres que aparecían cada mañana. Ella caminaba entre muertos buscando a sus parientes. Recuerdo su cabello completamente blanco, envuelto en un broche de carey. Delgadita, blanca, y de nariz afilada, sentada frente a una máquina de coser siempre. Aunque cuando yo era niña ya habían pasado muchas décadas, ella guardaba sacos con monedas viejas en su petaca. De cuando en cuando las sacaba y nos mandaba a la tienda. Las monedas habían dejado de valer desde la Revolución, cuando el peso era más inestable que ahora. Creía que la queríamos timar al decirle que sus monedas ya no podían comprar nada. Se enojaba y las volvía a guardar. Sabía hacer trajes, abrigos, vestidos, pantalones y camisas de cuello almidonado. Llegó a tener en su propia casa un taller con varias costureras. Entregaba docenas de camisas a la semana. La ciudad se iba llenando de extranjeros y por mucho tiempo mi bisabuela fue la proveedora de pedidos. Coser todo el día fue la forma de olvidar que era una joven viuda. Una forma de olvidarse de sus muertos. Recuerdo detalle a detalle su habitación. La cama era un accesorio que pasaba desapercibido, pues los protagonistas eran los colores de las telas, los hilos, las reglas y el sonido de la máquina. La atracción por esa parte de la casa fue para mí inevitable. Me gustaba

asomarme, despacio, ver el trabajo a medias, elegir retazos de telas, cambiar el color de los hilos de la máquina, revisar que todo en ella estuviera en su lugar, prender el foco para enhebrar y girar la rueda que hacía subir y bajar la aguja, que dibujaba líneas sobre los pedazos suaves de colores. Todas las veces que le pedí los sobrantes de sus costuras aceptó. Le sorprendía que fuera tan pequeña y que me gustara pasar tantas horas en ese cuarto desordenado. Fui la única bisnieta que le gustaba hurgar en su taller, buscando tesoros. Poco a poco aprendí a pegar cierres, a hacer bastillas, a poner bies… Los botones siempre fueron un tema aparte. Me gustaba vaciar el frasco de botones sobre la mesa y jugar con ellos. Uno de los juegos consistía en acomodarlos del más grande al más pequeño, o del color más elegante (uno forrado con tela) al más simple (un blanco de camisa); también solía ordenarlos del más preferido al que menos me gustaba. Jugué tantas veces con los botones que éstos se convirtieron en personajes, en colonias; algunos tenían nombre y daban la bienvenida cuando llegaba un nuevo miembro a la ciudad botonil. También sufrí pérdidas, aunque la mayoría permanecieron por años en el frasco. Puedo aún recordar sus manos largas bajo la lámpara, haciendo un trazo, bordando a mano, siempre en silencio. Mi bisabuela pensaba –cuenta mi madre– que yo debía ser de un mundo raro, que no era normal que una niña quisiera coser en vez de jugar con otros niños. Creo que su taller me proporcionaba la paz que no había en mi casa materna, la comodidad de permanecer junto a otra persona sin hablar, porque

ahora me siento de la misma forma al abrir el canasto que prácticamente robé cuando ella murió. Nadie extrañó los encajes, los elásticos, las tijeras, los hilos, ni el frasco de botones. No pude ir a su entierro; tenía once años, ella más de noventa. Al saber que no estaría nunca más me enfermé del estómago por días. Murió de viejita, sin que un pedacito de su cuerpo le doliera. Lo que sí aprendí fueron sus frases. Unas frases que usaba como groserías. Como cuando se notaba a leguas que alguien mentía, exageraba o presumía lo que no tenía, mi bisuabuela decía entre dientes y arrastrando un poquito la voz: “Mala ya su lengua”. Pero indudablemente, la que más me gustaba era la que decía cuando estaba muy molesta. Que ahora que lo pienso no era una, sino tres, y con ellas podías saber qué tan enojada estaba. Si estaba medianamente molesta te decía “aborrecido”, pero si estaba bastante enojada te gritaba, un poco cantado: “aborto del infierno” o llegaba a combinarla con la de: “engendro del demonio”. A mis primos y a mí nos daban mucha risa, sobre todo cuando no iba dirigida a alguno de nosotros. Hoy, mientras la recordaba, fui a una tienda del centro. Se llama Zarzar, pero la gente lo conoce como “sal-si-puedes”. El dueño era un árabe que no te dejaba salir sin comprar algo. La tienda existe desde que vivía mi bisabuela. Compré telas e hilazas de muchos colores. No sé en qué habré de usarlas. No sé nada de costura en comparación con lo que ella sabía. A mí sólo me gusta emular que coso y que bordo, y a veces me dan unas inmensas ganas de sacar el frasco de botones, cuado nadie me ve, y jugar de nuevo con ellos. Es, quizá, una forma de mantener viva a mi muerta.


Escaparate

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Laura Barocio El tiempo

se diluye en el papel

er ha ir w

as th e fores t

repletas de paisajes utópicos que merecen ser contados. No inventa, descubre. Sus dibujos son una reconciliación consigo misma, con su feminidad, con el vacío de la feminidad del mundo. Su regente es la luna, no puede evitarlo; uno no elige cuando nacer. Quizá, por esa razón, algunos podrían adjetivar que pinta como una lunática, le encantaría escucharlo, estoy convencido. No solo pinta mujeres, no es un ejercicio necesario para que la reconozcan como fervorosa defensora de la naturaleza femenina. No se deja arrastrar por las imposturas de los radicalismos ideológicos que adoctrinan a una sociedad embrutecida; su obra nace como una eterna cruzada para reconquistar la sustancia real que vuelve humana la palabra, mujer. El sentido de su conciencia podría resultarnos infantil, no lo es. Sus preocupaciones estéticas permanecen sumidas en la levedad creativa, viviendo exiliadas de la frivolidad. En sus ilustraciones, la melancolía le hace compañía a la soledad, un sol fugaz conserva la calidez de la nieve; la libertad se eleva hasta los grilletes de la tristeza. Lleva la fragilidad como bandera, pero no cabalga en la debilidad. La fragilidad es un profundo afán, misterioso, como el agua, que bebe todos los días para fortalecer su voluntad. Nos muestra un mundo fantástico donde nada es infalible, igual que en nuestra realidad, aunque siempre lo olvidemos. Intenta transmitirnos que la falsa inmunidad nos oxida el alma poco a poco. Su obra cobra sentido en un mundo habitado por la ingenuidad y el dolor, dominado por la crueldad y el deseo, sostenido por la quimera y el amor. No tiene empacho en ensayar las posibilidades que le ofrecen los formatos digitales, procura comprenderlos. Su pasión indómita la conduce a explorar cada mañana nuevos caminos que le permitan aprovechar, con pulcritud y esmero, los infinitos ojos de Internet. Está buscando su lugar en el mundo, su mundo. Es una persona moderna, cosmopolita, orgullosa de sus raíces; rebelde y reivindicativa en lo trascendente. Una mujer que cada día combate a los monstruos de la inmediatez y la urgencia para dedicarse a lo que más le importa: pintar. Su nombre es Laura Barocio. H

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Rodrigo Márquez

Jardín de grafito

l grafito, el papel, la tinta. Cada material que llega a sus manos juega, experimenta, sueña, crea, crece y cree, inmutable, en su esencia. El tiempo se diluye en el papel, se convierte en mar, en noche estrellada; el oleaje donde reposan unas curiosas sirenas se adivina dentro de la fineza interminable de su propio pelo; las constelaciones que se esconden a través de los rascacielos de una ciudad sin nombre, duermen felices en medio de la inmensa y profunda melena de una sílfide esculpida en tonos marfil. En sus trazos, el día y la noche se encuentran y se reconcilian; se reconocen en una conversación de elegantes árboles espigados, cándidas flores eternas y paisajes imposibles. Las galaxias atesoran mundos con rostro de mujer; otros mundos de su universo se insinúan entre el iris mineral de unos ojos que gravitan por el eje infinito de la melancolía. El espacio sideral vuela, se expande, viaja a gran velocidad a través sus dedos, recorre y resucita centímetros de la nada en forma de papel. No se resiste a las acuarelas, las diluye para pulir la rugosa realidad de su habitación, del cartoncillo. Uno de sus lápices ostenta el nombre de Zeus; algunas mañanas el lápiz cobra vida, su grafito se transforma en la mirada punzante de un búho que quiere seducir a otra fémina inalcanzable como Lena, que vuela libre entre sus sueños. Alseide, la ninfa traviesa de los bosques y las flores, con su pelo color de mar, le dejó una noche un bolígrafo sobre la mesa, quiso conseguir otro rostro en medio de sus bocetos; de forma azarosa, la silueta de Alseide se mezcla por un prolijo mosaico de hojas secas y flores despreocupadas. Su magia no se agota. Su talento tiene cuerpo de sirena, de sirena hermosa con alma vieja, de sirena noble con labios pequeños, de sirena taciturna y pelambrera improbable. La inmensidad de sus personajes, salidos de un cuento de hadas, están influenciados por los insolubles trazos de El Bosco, con su jardín y sus delicias. Entre sus pinceles retumba el eco del Surrealismo; de forma inconsciente, rinde homenaje a los extravagantes bigotes de Dalí, al dibujar esas perennes vedejas místicas. Le gustaría confesar que algunos días, sus falanges son poseídas por el espíritu de Remedios Varo, que viene a visitarla de vez en cuando; se toma un café con ella, y de paso, le descubre ventanas invisibles que se abren de par en par,

Incon scie nte


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