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TESTIMONIO Desde la India
Vivir la pandemia en el extranjero
¿Cómo atraviesa un joven argentino el confinamiento en un país con una cultura tan distinta de la occidental?
por la redacción
Ama viajar. Lo que ganó en los diferentes trabajos que fue realizando intentaba destinarlo a cumplir ese deseo de explorar nuevos lugares, primero en Argentina, sea el Norte, el Centro o el Sur, que le fascinan especialmente. Después el altiplano, con Bolivia y Perú, y luego a tierras más exóticas, como Egipto y Líbano. Un apasionado por conocer nuevas culturas.
Para cuando se recibiera de profesor de Educación Física, objetivo que concretó a fines de 2018, se había prometido realizar un viaje distinto, más prolongado en el tiempo. Y entre innumerables propuestas e ideas, le gustó Australia. Amigos que habían ido y la posibilidad de conseguir una visa de work and holiday (trabajo y vacaciones) inclinaron la balanza para viajar a la tierra de los canguros.
“Ese año en Australia fue súper valioso porque sentí que pude aprovechar las posibilidad económica que te da el país, donde podés trabajar de cualquier cosa, vivir bien, ahorrar y donde encontré tiempo para disfrutar de la naturaleza, conocer mucha gente y realizar procesos personales necesarios para ese momento”, cuenta a la distancia Ezequiel Azar, de 25 años.
Un año después de su llegada a Australia asomaron dudas vocacionales, se preguntaba si debía volver a la Argentina o continuar haciendo esta experiencia lejos de su país. “Entendí que quería seguir viajando, pero quería algo distinto, con una cultura más local. En Australia se vive de manera más occidental y quienes vienen aquí suelen buscar destinos como Tazmania o Bali para hacer vacaciones, porque son muy lindas sus playas y hay buena gastronomía. A mí no me cerraba porque no estaba necesitando vacaciones. Un amigo me mencionó la India y sentí muy fuerte que ese era mi nuevo destino”, recuerda Ezequiel.
Corrían los primeros días de marzo y antes de partir de Australia “ya se oía hablar del coronavirus en China, pero todo parecía muy lejano, había desconfianza en los medios de comunicación”. Con la información de que no había casos positivos en India, voló hacia Nueva Delhi y el mismo día que arribó, 12 de marzo, el Gobierno cerró la frontera: “Nadie más podía entrar”.
Como si se tratara de una analogía que luego los indios le harían saber, Ezequiel “aterrizó con el virus”. “Automáticamente se cerraron las escuelas, los lugares turísticos y a los tres días cerró el Taj Majal –cuenta–. Esos días estuve caminando por la capital ensimismado en todo lo que te transmiten sus calles: sus colores, la basura, los animales, la comida, el tráfico, la gente, las religiones. Empecé a notar lo que generaban las noticias, que durante 24 horas hablaban sobre la pandemia. No obstante, era una multitud en las calles. Y comencé a conocer al pueblo indio: muy curioso, buena onda y al verte como turista intentan venderte de todo. Son simpáticos y también respetuosos”.
Sin embargo, el avance de las noticias y del virus cambiarían la percepción hacia el forastero: “Primero fue un grito, a modo de chiste, ‘corona, corona’. Pero luego ya no era gracioso, al día siguiente se multiplicaban los que te gritaban y después empezaron a no dejarme entrar a los negocios. Paralelamente se crearon grupos de whatsapp de argentinos en la India, donde contaban que en algunas ciudades del sur los estaban desalojando de los hoteles, aumentaban el precio de los pasajes, quedaban varados en los aeropuertos. La incertidumbre crecía y no sabía qué hacer”, relata con un dejo de dolor por lo que empezaba a vivirse. No obstante, Ezequiel tenía una seguridad: “Para mí no existía la chance de salir de la India y tampoco en mi caso estaba la intención. Yo había llegado con el propósito de estar durante un tiempo largo, con ganas de saber cómo me siento en este país tan distinto de todo lo que conozco”.
Como sucedió en muchos otros países, el transporte público también modificó su funcionamiento. “Los trenes son el principal medio de transporte que une todo el país y ya no iban a funcionar más. Esos días conocí a una pareja argentina en el hostel, donde cada vez nos pedían más datos desde el Gobierno, parecía que podía cerrar y las recomendaciones eran irnos a una ciudad más tranquila y no tan grande. Sobre todo por esta cuestión social, que en algunas ciudades del sur era más extrema, con una xenofobia más creciente. Pero en la capital ya lo estábamos viviendo”.
Rishikesh fue el destino elegido junto a estos nuevos amigos compatriotas. ¿Por qué? Porque los 60 mil habitantes que viven sobre la costa del río Ganges están acostumbrados al extranjero ya que esta es la capital del yoga. “Incluso hay muchas familias mestizas, indios con europeos”, destaca Ezequiel, antes de relatar cómo empezó a complicarse la estadía, ni bien pisaron el nuevo alojamiento: “No logramos ni sacarnos las mochilas que empezaron a echar a todos los extranjeros con el argumento de que era orden del Gobierno, aunque en realidad esto nunca fue así. De repente éramos 10 a 15 personas en la misma situación”.
“En cada lugar al que íbamos nos cerraban la puerta en la cara. El mensaje del primer ministro era ‘el extranjero es el virus, no lo hospeden’. Los bancos no cambiaban plata, en otras ciudades no se podía ni salir a la calle, reservábamos casas a través de plataformas internacionales y a los 30 minutos nos llamaban para decirnos que canceláramos porque a extranjeros no iban a alquilar. Finalmente le alquilamos unas habitaciones a una señora para ver cómo seguir”, describe todavía con la incertidumbre vivida en el momento.
Ezequiel se aleja de su situación personal y piensa en la realidad de este inmenso país: “Hay 1350 millones de personas y el gran grueso de la gente vive al día, con los puestitos de la calle, no son trabajos formales. La cuarentena hace que haya gente no pueda comer. No hay recolección de residuos, no hay agua potable, la gente vive hacinada. La mayoría no accede a los sistemas de salud. Desde que todo se cerró supimos que comenzaron migraciones masivas desde las grandes ciudades hacia los pueblos, decenas de miles de indios con sus familias, caminando 300 kilómetros para llegar a sus pueblos. Es un privilegio de clase vivir la cuarentena bien, donde lo más grave es aburrirte estando solo. Acá la clase media es pobre también”.
Y describe con crudeza la situación que viven algunos extranjeros, aunque a él no le haya tocado: “La policía está reprimiendo muchísimo y a los extranjeros no los dejan salir. Las familias que hospedan muchas veces los esconden y en algunos hostel que permanecen abiertos las fuerzas de seguridad les ponen un sello en el brazo”.
“Pasé algunos días con miedo a que me trasladaran a otro lado ya que tuve algo de fiebre, pero era otro tipo de virus que se me pasó. Estoy tranquilo. Vine a la India preparado, no para una pandemia, pero sí dispuesto a vivir lo que me tocara vivir. Por fortuna llegué a un lugar en el cual la señora a la que le alquilamos nos cocina. Muchísimos extranjeros están peor porque la situación que viven es mucho más estricta”, relata y no esconde cierta incertidumbre que experimenta de acuerdo con lo que vendrá: “Puede ser preocupante si la hostilidad sigue en aumento. Trato de enfocarme en estar lo mejor posible y aprendiendo mucho. Es un tiempo súper especial, de estar puertas adentro, aunque no deja de ser inquietante estar lejos de la familia en un contexto como este”.
En ese encierro, Ezequiel cree que igualmente puede vivirse y sentirse acompañado: “Creamos una pequeña comunidad entre quienes compartimos el edificio. Estoy tratando de aportar lo mío y acompañar a quienes están con más preocupaciones, inseguridades y miedos. Crecí jugando en mi familia, el juego es parte de mi vida y aquí intento lo mismo, les enseño a jugar a las cartas, a jugar con otros elementos. La gente lo aprecia y se vuelve una actividad muy importante para todos. Un chico ruso me enseña yoga, tratamos de comer de a grupos, leer cuentos, ver alguna peli, acompañarnos, no sentirnos solos, que es el problema con el que muchos se están encontrando”.
Y no falta el valioso rol de la tecnología: “Me permite acompañar a otros viajeros que no conozco, argentinos con los que venimos hablando muy seguido e intercambiando muchas situaciones, problemas, soluciones. Y ahora son grandes conocidos”.
“Es un momento en el que muchas puertas se cierran, pero también se abren otras –reflexiona con esperanza–. Ante grandes dificultades aparece alguien para ofrecer un lugar, otros que ofrecen comida o le cocina a los que no tenían cómo. La solidaridad va creciendo. Así como estas situaciones muestran actitudes malas en algunos, como excluir al extranjero, también hacen relucir lo bueno que mucho tienen. De esto salimos juntos”.
Desde el otro lado del mundo, Ezequiel entiende perfectamente las posibles consecuencias de esta pandemia, a nivel micro y macro, relacionadas con cuestiones sociales y económicas, de las familias y de las empresas. Pero busca el antídoto que lo ha acompañado siempre, más en este momento: “Basta vivir el momento presente. Hoy es lo único que tiene sentido. Uno espera que haya solidaridad entre vecinos, entre los que estamos cerca, entre estados, entre barrios, con la gente, con los dueños de las empresas, de los bancos, con los jefes, con los que tienen gente a cargo, porque si no la pasaremos muy mal. Hay mucho para aprender” ·