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28 DE MARZO DE 2010

Las estancias hist贸ricas de la provincia de Buenos Aires


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ESTANCIAS HISTORICAS DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

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MAIPU

‘Miraflores’

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l casco de la estancia fue construido en 1887, pero el establecimiento guarda una rica historia que se remonta a 1811. El fundador del establecimiento fue Francisco Hermógenes Ramos Mexía, nacido en Buenos Aires en 1773, hijo de un sevillano llegado al Río de la Plata en 1749, y de Cristina Ross, hija de un escocés y de una aristócrata porteña. Francisco Hermógenes estudió teología y filosofía en el alto Perú, donde fue con su hermano Idelfonso. En la Paz, Bolivia, se casó en 1804 con una rica heredera altoperuana e hija del por entonces gobernador, María Antonia de Segurola, de 14 años, dueña de una finca cerca de las Yungas llamada Santiago de Miraflores, donde el matrimonio vivió dos años. La dote de María Antonia consistía, además de la finca, en 150 mil pesos fuertes, un importante mobiliario, plata labrada y joyas. En 1806 el matrimonio volvió a Buenos Aires y adquirió la chacra Los Tapiales, en la Matanza, a las puertas de la ciudad. Si bien vivirían ahí muchos años, los proyectos de Francisco Hermógenes eran más ambiciosos. En 1811 partió de su chacra Los Tapiales para realizar una expedición al sur de la provincia de Buenos Aires, fuera de las líneas de la frontera, cruzando el límite del río Salado. Su objetivo

era fundar un asentamiento rural en tierras fronterizas, empresa riesgosa en esa época porque allí se extendían territorios indígenas. Había iniciado los trámites por algunos campos fiscales, denunciando las tierras vacías ante el Gobierno, pero quería elegir con sus propios ojos cuál sería la extensión más adecuada en toda esa pampa. Después de 300 kilómetros de travesía hacia el sur por el lado costero, Ramos Mexía encontró unas tierras altas y levemente onduladas cerca de la laguna Kakel Huincul (colina solitaria), en un sitio desde el cual podían verse los toldos de dos asentamientos de aborígenes pampas. Como acompañante en su expedición llevaba a un lenguaraz, que envió a tomar contacto con los caciques del lugar. A través de él Ramos Mexía manifestó a los indios su deseo de asentar en esos parajes con su familia. Como gesto de buena convivencia les ofreció, en una decisión sin precedentes en otros estancieros, el pago por las tierras a ocupar. Los caciques aceptaron la cifra de 10 mil pesos fuertes en monedas de plata, por una extensión de 60 leguas cuadradas, mensurada según la tradición indígena por lo que un caballo podía galopar en un día. A pesar del pago a los indígenas, no fue eximido de tener que pagarle al Estado por esas tierras, lo que también hizo oportunamente, cuando logró liberar los títulos y se produjo la venta, en 1819. Ramos Mexía llamó a esas tierras Miraflores en honor al hogar de origen de su esposa. La familia Ramos Mexía, incluyendo a su esposa y sus tres primeros hijos, se estableció en Miraflores a partir de 1816. Los primeros ranchos que oficiaron de casco fueron de adobe y paja, y desde allí Ramos Mexía organizó la explotación de 160 mil hectáreas de tierras. El estanciero entabló prontamente amistad con los indios pampas, quienes comenzaron a aprender las formas de trabajo de los blancos, arando la tierra, plantando árboles y tejiendo ponchos de colores. También les enseñó los rudimentos de la moral cristiana. Había un orden estricto, como el de un cuartel o un convento, no se bebía ni se jugaba, ni se aceptaba la poligamia ni el concubinato. El extraordinario poder que tenía sobre los indios y las prácticas catequizadoras para nada ortodoxas le trajeron muchos enemigos, sin embargo pronto se convirtió en un interlocutor de los indios frente al Gobierno. El punto culminante fue en 1820, cuando se firmó en la estancia el Tratado de Paz de Mi-

raflores, entre el gobernador Martín Rodríguez y Ramos Mexía como representante de los indígenas. Pero un año después terminó la paz cuando se produjo la matanza de los indios en Kakel. A raíz de ese conflicto, el estanciero de Miraflores fue llevado preso y debió cumplir arresto domiciliario en el altillo de su estancia en Los Tapiales. Juan Manuel de Rosas, que no estaba de acuerdo con el Tratado de Miraflores, apoyó el arresto de Francisco Hermógenes y durante su gobierno confiscó las tierras de la estancia y la chacra. Ramos Mexía estuvo siete años en cautiverio hasta que murió en 1828 y las tierras fueron recuperadas parcialmente cuando cayó el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Tras la muerte de María Antonia de Segurola, en 1860, las tierras fueron repartidas entre los hijos y Miraflores quedó para Exequiel, casado con Carmen Lavalle, hermana del General Juan Lavalle. Fue el hijo de ellos, también llamado Exequiel, quien refundó Miraflores con un nuevo dinamismo e hizo construir la casa en 1887, sobre las huellas de los antiguos ranchos de adobe. Por entonces la estancia vivió su mayor esplendor, con la creación de la cabaña Shorthorn. La casa era un escenario social de

la época donde se destacaba su esposa Lucrecia Guerrico, quien era coleccionista de arte. El parque fue rediseñado por el matrimonio, armonizando especies de árboles muy antiguos, como sequoias y araucarias, cuyas semillas -se cree- fueron llevadas por los indios desde Los Tapiales, por iniciativa de Francisco, cuando estaba preso. El matrimonio no tuvo hijos y en 1935, a la muerte de Exequiel, Lucrecia dejó la estancia a su sobrina Magdalena Bengolea Ramos Mejía, quien también era descendiente de Francisco Hermógenes. Hoy Miraflores no luce como una estancia vieja gracias al cuidado y la restauración que han realizado las sucesivas generaciones de familias.


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‘Huetel’

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s una de las estancias más suntuosas del país. De inconfundible estilo Luis XIII, la casa principal se alza majestuosa en una extensión sin árboles que conserva la peculiaridad de la zona y contrasta con el denso bosque del parque que se atraviesa para llegar a ella. Huetel es una estancia clásica y un verdadero monumento al concepto de la vida rural que tenían los grandes hacendados de fin de siglo XIX. El establecimiento, de 60 mil hectáreas ubicado en el partido de 25 de Mayo, permitió a su propietaria, Concepción Unzué de Casares, dar rienda suelta a su fantasía y transformar ese pedazo de suelo pampa en esmerada copia de un chateau francés del período de los borbones. La desolada grandeza del desierto era ya sólo un recuerdo, y este tipo de construcciones lo corroboraban. Huetel, que significa ‘‘mulita’’ en lengua indígena, es testimonio de los logros de la familia Unzué, que en sólo tres generaciones se había convertido en una de las más ricas del país. Francisco, fundador del linaje en la Argentina, había sido

comerciante y funcionario capitular en el Buenos Aires de fines del siglo XVIII. Su hijo mayor Saturnino, compró campos, tuvo barracas de frutos del país y dejó un apreciable patrimonio al morir, en 1854. Pero fue Saturnino E., miembro de la tercera generación, quien dio un vuelco decisivo a los negocios familiares. Estanciero, acopiador de lanas, banquero privado y hábil especulador en tierras, financió la malograda revolución que en 1874 encabezó el ex presidente Bartolomé Mitre en protesta contra el candidato presidencial que sucedería a Sarmiento y que culminó en el combate de La Verde, librado en terrenos que forman parte de Huetel. En el conflicto, el coronel Francisco Borges, comandante de una brigada a las órdenes de Mitre, se suicidó al darse cuenta de su fracaso. Exponiéndose, cabalgó hacia las líneas enemigas y recibió dos balazos en el estómago, de los cuales murió dos días después en la habitación de la estancia. Su nieto, el poeta Jorge Luis Borges escribió de este triste episodio: El día 26 de noviembre de 1874, para que te viera la muerte, montabas un caballo plateado y te envolviste en un poncho blanco. Cuando Saturnino E. falleció en 1886, dejó una herencia que podía contarse en oro, acciones, fincas urbanas y centenares de miles de hectáreas de pampa húmeda. Fue así como concepción, su hija menor, casada con Carlos Casares, llegó a ser una de las mujeres más ricas de la sociedad argentina y decidió convertir su estancia Huetel en uno de los mejores cascos bonaerenses. Situada a unos 330 kilómetros de la capital, Huetel fue adquirida por sus padres hacia

1860. En 1889, los Casares iniciaron el trazado del parque, para el que destinaron 400 hectáreas, cantidad excepcional aun de acuerdo con las dimensiones de los montes de los grandes establecimientos de la época. Con el tiempo la plantación se convirtió en un parque magnífico, con cedros, plátanos, robles, pinos, eucaliptos y demás especies, entre las que dominan las magnolias. La construcción de la casa empezó en 1906, pero Carlos Casares falleció en 1907 sin alcanzar a verla terminada. La mansión , que se inauguró dos años después, resultó ser un edificio elegante, con escalinatas de mármol, terrazas con amplios balcones en el primer piso y mansardas gris azuladas en la planta alta. Tenía decenas de habitaciones y el conjunto se enriqueció poco después con una capilla gótica. En el parque había fuentes, caminos de pedregullo blanco, estatuas y un lago. Todo hacía suponer que Huetel sería el marco adecuado para una activa vida social. Pero Concepción Unzué era una mujer retraída, de pocas palabras, pero tenaz y voluntariosa. Para controlar la marcha de las plantaciones del jardín lo recorría en un cochecito tirado por un petizo. Muy piadosa regaló a la población rural escuelas, hospicios y

hospitales. En 1925 el Príncipe de gales, que sería Eduardo VIII, se detuvo un par de días en la estancia. Llegó en tren hasta el corazón del establecimiento, que disponía entonces del Ferrocarril Sud y de andén propio. Según la crónica mundana, exhausto de las funciones protocolares, el príncipe se dio el lujo de quedarse a dormir hasta tarde en el vagón y de no concurrir a los festejos organizados en su honor. Sin embargo, por la noche se deleitó con el excepcional espectáculo de tango ofrecido por el legendario dúo Gardel-Razzano, traído especialmente para esa velada. Doña Concepción no estuvo presente porque la comitiva estuvo formada sólo por hombres. Concepción Unzué murió casi centenaria en 1959; como no tenía hijos, dejó la estancia a una sobrina, Josefina Alzaga Unzué de Sánchez Elía. Su hija Josefina Sánchez Alzaga Larreta es la actual dueña de Huetel y posee allí 7 mil hectáreas, y una cantidad similar, que fue de su hermano Horacio, está en manos de María Elena Castellanos de Sánchez Alzaga y sus hijos, Carlos e Ignacio. Ese último administra la estancia que posee cultivos de soja, maíz y girasol, y el rodeo de vacunos Aberdeen Angus.

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‘La Vigía’

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a Vigía está situada en la pampa ondulada, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, una de las zonas más fértiles del país. En esos campos de cosechas magníficas, dedicados originalmente al ganado, se inició en la última década del siglo XX la producción masiva de trigo y maíz para exportación. Actualmente, la casa principal de La Vigía es propiedad de Javier García del Solar y Fernando del Solar Dorrego. Con su foso, rejas, cañones y hasta troneras en el techo, se asemeja a un fortín que evoca las correrías de los malones del siglo XIX. Unos quince años atrás se descubrió un sótano en el que se refugiaban los pobladores en caso de asedio y que conservaba periódicos de la década de 18710, última de a lucha en esa frontera. El fundador de la estancia fue Luis Dorrego, hijo de Domingo Dorrego, un noble portugués que vino a Buenos Aires y se casó con una criolla, María Asunción Salas. El otro hijo, Manuel, siguió una trayectoria diferente de la de su hermano. Combatió en las filas del ejército independiente, en el que alcanzó el grado de coronel, y como político y periodista sentó las bases del federalismo doctrinario en las provincias del Plata. Llegó a ser gobernador de la provincia de Buenos aires en

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1827-28, y su trágica muerte -fusilado por orden del general Lavalle, que lo había derrocado- abrió el período de guerra entre unitarios y federales. Mientras tanto, Luis se dedicaba a los negocios urbanos y rurales. Demostró su capacidad como empresario al fundar en 1815, en sociedad con Juan Manuel de Rosas y Juan Nepomuceno Terrero, el primer saladero de la región, en Las Higueritas, Quilmes. Luego, en fecha que sus descendientes no pueden precisar, comenzó a poblar los campos que no tenían dueños formales en los actuales partidos de Rojas y Salto, a unos trescientos kilómetros de Buenos Aires. Cuando el gobierno provincial ofreció tierras en enfiteusis, alquiló al Estado veinte leguas en el partido de 25 de Mayo, cerca de las que ya había poblado más al norte. Con sus 16.000 hectáreas formó varias estancias, entre ellas La Vigía, en la cual su hermano Manuel buscó refugio después de ser derrotado en el campo de batalla. En la década de 1830, debido al conflicto que tuvo con su antiguo socio, el gobernador Rosas, Luis Dorrego se exilió a San Pablo, donde murió en la pobreza porque no se le podía remitir el dinero necesario para vivir. Pero su fortuna territorial, junto con las propiedades que tenía en Buenos Aires -veinticinco de ellas en la calle Florida- hicieron de su viuda, Inés Indart, una

de las mujeres más acaudaladas de la provincia. Su hijo Luis, el único varón, y sus hijas, Angela, Magdalena y Felisa, también figuran entre las personas de mayor fortuna de la época. Luis, casado con Enriqueta Lezica Aldao, heredó La Vigía, establecimiento que visitaba con frecuencia. Hacía el viaje por postas, cambiando caballos en Luján, Areco y Salto. Luis falleció en la estancia en 1871, víctima del cólera que había contraído en Buenos Aires. Como La Vigía era muy austera, su viuda prefirió las comodidades de la quinta que poseían en San Fernando. En uno de sus numerosos viajes a Europa trajo a un administrador, Felipe Hughes, para que modernizara la explotación del establecimiento, que hasta entonces se manejaba a la criolla, con poco ganado y cultivo. Hughes cumplió su cometido, y a su vez se enriqueció con la compra de buenos campos en la frontera con la provincia de Santa Fe. En cuanto a Enriqueta Lezica, murió lejos de sus tierras en un castillo de Suiza. Inés Dorrego, esposa del multimillonario Saturnino Unzué, fue la siguiente propietaria del predio. Aunque lo visitaba sólo una vez al año, lo mantenía en excelente estado y hacia principios del siglo le agregó baños modernos. Los Unzué prefirieron construir un casco muy lujoso en su estancia de Mercedes, decisión que contribuyó a preservar el carácter criollo de La Vigía. A la muerte de Inés, que no tenía descendientes directos pero deseaba retener la propiedad a nombre de Dorrego, dejó el casco y setecientas hectáreas a sus sobrinos nietos. La casa fue construida alrededor de 1820. Más tarde se le agregó un ala al patio y se pusieron rejas ornamentadas, que contrastaban con las sencillas de la primera época. Una vieja puerta de madera da acceso al patio el aljibe, con su naranjo y limonero. El actual dueño hizo colocar en la galería los bustos de Manuel Dorrego y Luis Dorrego Indart. Los interiores están decorados con muebles y objetos de arte traídos de otras residencias de la familia, como el Palacio Miró, que era punto de referencia obligado en el Buenos Aires de 1890. Uno de los adornos más bellos de la casa es la gran araña de gas, que antes lucía en los salones porteños de los Dorrego. La matera, cocina de los peones, es famosa en el pago. En los días de fiesta, la gente del vecindario acudía a la estancia en sulky o a caballo para escuchar a los payadores.


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SAN ANTONIO DE ARECO

‘La Bamba’

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l casco de La Bamba es un edificio de marcado estilo colonial, que responde a la tipología de las antiguas estancias del país, construidas principalmente a fines del siglo XVIII y principios del XIX. La primera estructura básica de esta estancia, que hoy perdura, es el cuerpo

central con la galería. Se construyó por 1830, para funcionar como puesto en el campo de la familia Castex. Pero ya antes, desde el siglo XVIII, el sitio era una posta sobre el trayecto del Camino Real, que unía el Virreinato del Río de la Plata con el del Alto Perú, cruzando el Río Areco. Recién para 1944 se ha-

cen las modificaciones definitivas del casco, luego de que Ricardo M. Aldao y Magdalena Peña de Aldao adquirieran los campos que eran para entonces propiedad de la familia Duggan. En esa ampliación de 1944, se cumplió el proceso aditivo usual de las estancias criollas, donde se agregaban dormitorios hacia atrás a medida que se necesitaban. Hoy en día, los interiores de La Bamba se mantienen como entonces, con muebles antiguos dentro de un clima cam-

pestre, de cálida sencillez y llenos de historia. En uno de los dormitorios, por ejemplo, aparece una cómoda que perteneció a Bernardino Rivadavia. En el living, la chimenea de mármol de Carrara fue comprada de una propiedad de Julio A. Roca. La Bamba fue la primera estancia en Buenos Aires que funcionó como hotel de campo, desde 1980. El 10 de noviembre de 1970, el campo fue declarado ‘Lugar Significativo’ por la Intendencia Municipal de San Antonio de Areco.

cesión, La Argentina es adquirida por Elías Romero, descendiente de inmigrantes españoles. Su pa-

dre había fundado la tienda San Miguel y había hecho construir el palacio homónimo.

SAN ANDRES DE GILES

‘La Argentina’ Esta estancia, que se encuentra ubicada en la Ruta 8 cerca de la estación Solís, es una de las más tradicionales de San Andrés de Giles. En 1888, el ex presidente Julio A. Roca compró las tierras, du-

rante esa época su concuñado, Miguel Juárez Celman, ejercía la presidencia. Julio A. Roca fue dueño de dos estancias más: La Paz y La Larga. Con respecto a los nombres de los tres establecimientos se solía decir una frase, que hacía referencia a un anhelo de sus dos gobiernos: ‘‘La larga paz argentina’’. La Argentina, una extensión rodeada de campos irlandeses, fue la única estancia que el ex presidente no heredó y la visitaba con bastante frecuencia. Roca solía alojarse en el antiguo casco, que aún hoy existe aunque con varias reformas y ampliaciones, incluso las 50 hectáreas que rodeaban la casa siguen existiendo. Luego de la muerte de Roca en 1914 y tras la su-

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RAMALLO

‘La Independencia’

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bicada a orillas de río Paraná, es uno de los pocos cascos de la provincia de Buenos Aires que se conserva en su estado casi original, con sólo algunas actualizaciones tecnológicas. Es una de las estancias más antiguas de la Pampa, si se tiene encuentra que es difícil encontrar edificios de más de 150 años en buen estado y sin grandes reformas. El estilo es típicamente colonial y no hay vestigios de arquitecturas europeas en sus detalles. Se ha conservado con sus líneas originales sin ningún rastro

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de las sucesivas modas italianas, francesas o inglesas. En 1779, Don Antonio Obligado adquirió 18 leguas de tierra, unas 45 mil hectáreas y en ese mismo años se escrituró la compra. Don Antonio era un andaluz que en 1764 llegó de España, gozaba de una muy buena posición económica que incrementó en el Río de la Plata. Su buen andar no era únicamente económico sino también político, fue dos veces alcalde de Buenos Aires. Fue el fundador de de la estancia Grande del Rincón Espinillo o Rincón de Andújar que se encuentra en el partido de Ramallo, cerca de San Pedro, y que como su nombre lo indicaba su nombre eran tierras cubiertas de espinillos pero muy fértiles. Otra de las ventajas era que se encontraba despoblada de indios y ubicada sobre el río Paraná, una vía ideal para el comercio con Buenos Aires. Con gran visión Don Antonio logró desmontar los arbustos y obtener un excelente campo para la cría de mulas y bovinos, potenciado por el comercio por el río. En 1765 se casó con Fausta Fernández y tuvieron seis hijos, pero enviudó. En

1810 se volvió a casarse con María Francisca Morado Saavedra, teniendo un séptimo hijo llamado Luis Obligado. Luis (1812-1883) heredó una fracción de ese extenso campo donde construyó el casco de La Independencia. El nombre elegido tenía que ver con los aires nuevos que se vivían en las Provincias Unidas del Río de la Plata, y donde los Obligados fueron protagonistas directos, con destacadas actuaciones políticas en la época. El segundo medio hermano de Luis, Manuel Alejandro, Doctor en Derecho y luego diputado, participó en el Soberano Congreso General Constituyente reunido en Tucumán, donde redactó y fue uno de los signatarios del decreto de Liberación Argentina creado el 9 de julio de 1816. Otro hecho histórico importante tuvo lugar cerca de la estancia, la celebre Batalla de Vuelta de Obligado. En medio de los campos de

la familia Obligado se encontraba un codo del río donde se libró la lucha que enfrentó a las fuerzas nacionalistas de Rosas, al mando de Lucio Mansilla, con los barcos ingleses y franceses, el 20 de noviembre de 1845. Ambas márgenes del río pertenecían al Confederación Argentina y entonces Rosas se oponía al libre paso de flotas extranjeras para comercializar con corrientes y Paraguay. Ante la insistencia de las fuerzas oponentes, mandó a encadenar el Paraná, simbolizando su desacuerdo, para lo que tendió un triple juego de cadenas en un codo del río, que contuvo por unas 9 horas a la poderosa flota de barcos anglo-franceses. Después de un intenso combate, las fuerzas patriotas se retiraron, pero este agreste paisaje de barranca se convirtió en escenario histórico de la valiente defensa de Obligado.


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RAMALLO

‘El Castillo’

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l casco El Castillo es la sólida materialización de una fantasía romántica concebida a fines del siglo XIX por el gran poeta argentino Rafael Obligado. Fue su casa de campo sobre las barrancas del Paraná, el río al que le dedicó su poesía y al que le brindó esa silueta de terrores medievales, que se asoman sobre la ribera en un tramo cercano al codo conocido como la Vuelta de Obligado. Este edificio fue hecho construir por el poeta sobre las tierras que había heredado de su padre y que permanecían con la familia Obligado en tercera generación. Rafael había nacido el 26 de enero de 1851 y se había criado en la estancia La Independencia, de su padre, Luis Obligado. En 1885 se editó por primera vez su obra famosa ‘Poesías’, que incluye ‘Santos Vega’. En 1886 se casa con Isabel Gómez Langenheim y 10 años después, en 1896, encarga el proyecto del castillo, el pedido expreso para la construcción era el de un castillo de corte medieval, inspirado en las novelas románticas de ambientación gótica que escribía el escocés Walter Scott. Tal vez quiso satisfacer el deseo de su esposa, que era una lectora aficionada de esas novelas. O quizás fue para alimentar su propia fantasía romántica de poeta. Lo cierto es que el autor del poema gauchesco ‘Santos Vega’, que amaba tanto su tierra y que nunca viajó al exterior, quiso contemplar el río Paraná desde las ventanas ojivales de un castillo europeo. No fue sólo Rafael quien erigiera arquitecturas palaciegas sobre el Paraná. Su hermana María Obligado, que era artista plástica junto con su marido Francisco Soto y Calvo -también poeta y amigo de Rafael-, construyeron La Ribera, un palacio de fantástica escala, pero sin academicismo en sus proporciones, posiblemente inspirado en la arquitectura románica. Allí se daba cita a los artistas de vanguardia, como el propio Jorge Luis Borges, animados por los dueños dueños casa. El matrimonio no tuvo hijos y varias décadas más tarde el palacio La Ribera debió ser demolido

porque amenazaba con el derrumbe. El Castillo fue terminado en 1898 y desde entonces sobresale con su silueta exótica desde lo alto de la barranca del Paraná. Un ambiente del venerado por la familia Obligado era la biblioteca, allí se encuentra una colección de 9 mil volúmenes, iniciada por el pionero Antonio, con algunos ejemplares del siglo XVII. La colección fue alimentada por Carlos, uno de los hijos del matrimonio de Rafael, quien siguió con la pasión del padre y continúo escribiendo. Integró la Academia Argentina de letras y entre sus obras está el libro ‘El poema del Castillo’, de 1938, dedicado a esta construcción. Estos son algunos de los fragmentos vívidos de la descripción poética que hace Carlos del castillo, desde el pensamiento de su padre: ‘‘Allí, en aquella barranca Que más se adelanta al río, Sobre estos campos paternos Quisiera alzarme un castillo. Formarlos siempre en el aire, Ley de poetas ha sido: Yo, entre poetas dichosos, Lo haré tangible y firmísimo Nadie lo tenga en mis lares Por jactancioso arcaisismo: Soy, en la patria, moderno; Con su tradición, antiguo. Como un raudal de leyenda, Bajo mi cielo clarísimo, Pondré un reflejo de torres En el Paraná querido’’

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Las estancias más tradicionales CHAPADMALAL

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CASTELLI

‘Rincón de López’

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‘Malal Hué’ a estancia Malal Hué continúa la historia del prestigioso Haras Chapadmalal -del cual es una subdivisión- fundado en 1913, cuyos caballos pura sangre fueron famosos en todo el mundo. Como estancia, Chapadmalal nació en 1854 y desde sus inicios fue un modelo de producción agrícola y sobre todo ganadera para la Argentina. En realidad, la historia de estas tierras se remonta aún más, hacia 1826, durante el gobierno de Bernardino Rivadavia, cuando la primera Sociedad Rural Argentina obtiene en enfiteusis cerca de 100 leguas de campo, sobre la costa atlántica. El campo abarcaba desde donde hoy se emplaza la ciudad de Mar del Plata hasta el Río Quequén Grande, por el sur y las Sierras de Balcarce por el oeste. La sociedad contaba entre sus accionistas al propio Rivadavia y entre los extranjeros, a Don Narciso Alonso Martínez de Hoz, quien luego fuera presidente de la misma. Posteriormente esa Sociedad gestionó y obtuvo la adquisición de los campos, cuando caducó el régimen enfitéusico. Pero eran tierras muy recorridas por indios de la zona que produjeron saqueos y grandes pérdidas a la entidad, viéndose obligada a liquidar el terreno. La tarea quedó a cargo de Narciso Martínez de Hoz. Tras el fallecimiento de Narciso, en 1840, su hijo José T. completó la liquidación de las 100 leguas, de las que adquirió, en 1854, 20.000 hectáreas donde fundó la estancia Chapadmalal. Era una extensión privilegiada por la riqueza del suelo pero aún porque uno de sus lado era costero con el mar

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y tres arroyos flanqueaban por los otros costados, creando una contención natural para el ganado. De ahí el nombre Chapadmalal, que proviene de la lengua pampa y significa ‘corral circundado de pantanos’. Transcurrieron varios años hasta que los hijos de José T. lo sucedieran en la actividad rural. En 1888 la estancia se dividió en dos fracciones y se adjudicó una extensión al sur, de 13.000 hectáreas, a Eduardo Martínez de Hoz, quien formó la estancia Santa Isabel. Otra extensión, de 12.500 hectáreas, le correspondió a Miguel Alfredo Martínez de Hoz, incluyendo el sitio donde se encontraban las antiguas poblaciones. Allí se construyó el célebre Haras y Cabaña Chapadmalal. En 1913, Miguel Alfredo crea el Haras, para la crianza y adiestramiento de caballos de silla, tiro y polo, logrando importantes triunfos en pistas inglesas con caballos de tiro Hackneys, Mientras tanto, se construían galpones e instalaciones que eran modelo de la época. La formación de Miguel Alfredo, principalmente en Inglaterra, lo llevó a imprimir a las construcciones

un marcado estilo inglés. En 1906 se inicia la construcción del casco actual, según proyecto del arquitecto británico Walter B. Basset-Smith, con un buen sentido funcionalista que aplicó también en el casco de la estancia, sonde hizo gala de un excelente manejo de las distribuciones. Tras la muerte de Miguel Alfredo, en 1935, sus hijos José Alfredo, Miguel Eduardo y María Julia acrecentaron el prestigio del haras, a pesar de las di-

ficultades originadas en la crisis del 30. 1946 es el año de la última reforma de la casa, realizada por un prestigioso estudio de arquitectos, Acevedo-Becú-Moreno, quienes ampliaron el pabellón izquierdo. En 1959 los hermanos dividieron el haras y la propiedad, quedando el antiguo casco para José Alfredo, pasándose a llamar Malal Hué en Chapadmalal -Malal Hué significa ‘el verdadero lugar del corral’-.

n 1740 los padres jesuitas describieron en cartas lo que un día sería la estancia Rincón de López, ubicada en el actual partido de Castelli a unos 160 kilómetros al sudoeste de la ciudad de Buenos Aires. Hacia 1860 y luego de fundar allí la reducción de Nuestra Señora de la Limpia Concepción del Salado, los padres misioneros se retiraron debido a los ataques de los indios que azotaban los pueblos adyacentes de manera continúa. En los años anteriores al alambrado, cuando poco había en la pampa para detener el libre movimiento del ganado , los sitios más valorados y aprovechados por los pioneros eran conocidos como ‘‘rincones’’: tierras situadas en la curva de un río o entre dos riachos, formando así un corral natural que permitía vigilar a los animales con un reducido número de peones. Dado que estos terrenos costeros eran bajos y expuestos a inundaciones periódicas, se utilizaban preferentemente para la cría de ganado y no para la agricultura. Hacia 1760 un militar con vocación de hacendado, Don Clemente López de Osornio, ocupó el lugar conocido como Rincón del Salado. Estaba dispuesto a limpiar de ‘‘alimañas y de indios salvajes’’ a esos terrenos todavía realengos para que con el tiempo pasaran a integrar legalmente su patrimonio. El establecimiento cobró un aspecto cuasi militar. Cada puesto disponía de armas de fuego y se colocaron puentes levadizos sobre los arroyos, que a su vez hacían de fosos para asegurar la defensa. Con su cría de ganado manso y sus periódicas recorridas al sur del Salado para arrear y cuerear a los chúcaros, el hacendado se enriqueció y llegó a ser el principal abastecedor de carne de Buenos Aires. Pero en 1783 los caciques pampas, para cobrarse viejas ofensas inflingidas por Don Clemente, arrasaron el Rincón, donde él y su hijo fueron lanceados y degollados. A pesar de lo ocurrido la colonización no se detuvo. La hija de López, Agustina, y sus esposo, León Ortiz de Rozas, continuaron la obra paterna. Ella pasaba largas temporadas en la estancia ocupándose personalmente de controlar a los capataces y de contar la hacienda, responsabilidad indelegable de todo buen patrón. En 1811, cuando la zona se hallaba pacificada, León solicitó y obtuvo el título de propiedad sobre una parte de la gran extensión ocupada por su suegro. Por esos años, el hijo de la pareja, Juan Manuel (que más tarde cambió su apellido a Rosas) ad-

ministró la estancia. En esas tierras de la frontera sureña, donde la autoridad se ganaba a base de fuerza, de rigor y de astucia, Rosas aprendió el secreto del manejo de los hombres, conocimiento que aplicó cuando fue gobernador, durante los largos años de 1828 y 1852, con excepción de un breve período entre 1833 y 1835; capitán general de Buenos Aires; y figura hegemónica en la Confederación Argentina. Durante unos seis años el predio de Braulio Costa, hasta que en 1830 lo compró Gervasio Rozas, hijo menor de Agustina y león. Opuesto políticamente al estilo dictatorial de su hermano Juan Manuel, Gervasio convirtió al Rincón en un establecimiento modelo en donde se preparaba tasajo, que se enviaba al exterior.

En esa estancia pasaron temporadas tanto el artista Prilidiano Pueyrredón, que pintó acuarelas del casco, como algunos jóvenes rebeldes de la sociedad porteña a quienes se los enviaba para que se disciplinaran junto al ejemplar hacendado. Entre ellos figuran Bartolomé Mitre, presidente argentino de 1862 a 1868, y Lucio V. Mansilla, autor de ‘Una excursión a los indios ranqueles’, importante libro de la literatura argentina. Gervasio dejó el establecimiento en herencia a sus amigos Casto Sáenz Valiente y Juana Ituarte Pueyrredón Sáenz Valiente, bisabuelos de los actuales propietarios. El histórico casco abarca hoy 2.400 hectáreas, donde se crían vacunos Aberdeen Angus. El paisaje ha cambiado poco el curso del siglo, aunque los trabajos realizados por la Dirección de Hidráulica de Buenos Aires en 1910, con el propósito de mitigar el problema de las inundaciones, alejaron de la casa el cauce del Salado. Un sector de la estancia es hoy un refugio de la fauna autóctona.

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CAPITAN SARMIENTO

‘La Elisa’

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onstruido en 1887, el casco de la estancia La Elisa surge a partir de un encargo del entonces presidente de la Nación, Miguel Juárez Celman, quien nombra a la residencia en honor a su esposa, Elisa Funes. Pensada como lugar de descanso, a través de las décadas y de sus propietarios, se fue desarrollando alrededor de la estancia una intensa actividad rural. Argentina vivía en la década del 80 un período de notable prosperidad económica, con sólida base en la explotación agropecuaria. Esto permitió a las familias más prosperas de Buenos Aires iniciar la construcción de sus viviendas con estilo de palacios europeos. En las estancias, la austera y funcional arquitectura rural dio paso prontamente a la construcción de palazzos, manors y chatuex en medio de la Pampa. Posiblemente el casco de La Elisa, terminado cerca de 1887, haya sido uno de los primeros palacios rurales de la

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Belle Epoque. Para el diseño de este edificio, Juárez Celman eligió al prestigioso arquitecto Francisco Tamburini, quien creó un palacio estilo típicamente italiano, una villa de planta rectangular con tres fachadas importantes y una de servicio levemente curvada. Una enorme galería recorre las tres caras principales, las cuales poseen su propio acceso. El lado sur se esconde tras un pequeño monte de árboles que lo protege de los vientos fuertes, siendo el ingreso a través de un patio bien colonial, con aljibe central, para el desarrollo de las actividades de servicio. Juárez Celman murió en La Elisa en 1909, y tras la crisis económica del 30, sus hijos vendieron la estancia, que fue adquirida por Alfredo Hirsch en 1934. Fue este empresario alemán quien le imprimió una gran actividad a La Elisa, sobre todo en la cría de ganado y la producción lechera, que llegó a los once millones de litros anuales. Cuando Hirsh compró la estancia, la residencia estaba en mal estado y fue restaurada por su iniciativa, con sumo respeto por los planos originales. Aún hoy el edificio luce un estado impecable, gracias a los cuidados de sus actuales propietarios, sobrinos nietos de Alfredo Hirsch. Dentro del parque de 74 hectáreas, la casa se destaca en un abra libre de árboles, una situación paisajística poco común en las estancias, que permite apreciar largas e ininterrumpidas visuales de las coloridas fachadas.

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SAN ANTONIO DE ARECO

‘La Porteña’

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a estancia La Porteña se asocia con el recuerdo del escritor Ricardo Güiraldes y su personaje más famoso, Don Segundo Sombra. En un cuarto de la planta alta del casco, Ricardo escribió en los últimos años de su corta vida -falleció a los 41 años, en 1927- sus historias sobre el guacho, ambientándolas en los pagos de areco, en la pulpería La Blanqueada y en los personajes de estos viejos campos. Pero la historia de estas tierras de remonta a más de un siglo antes, ya que fue una de las estancias fundadoras del pago de Areco. Los primeros títulos pertenecían a Manuel José Guerrico y datan el 1800. Siendo presidente del ferrocarril argentino, le puso al campo el nombre de la famosa locomotora ‘La Porteña’. El apellido Güiraldes se emparenta con la estancia cuando una de las hijas de Guerrico, Mercedes, se casa con José Antonio

Güiraldes. Curiosamente, la historia de linajes se entronca con el origen de San Antonio de Areco, ya que uno de los hijos de este último matrimonio, Manuel J. Güiraldes contrae matrimonio con Dolores Goñi, quien a su vez descendía en forma directa de Don José Ruiz de Arellano, fundador del pueblo en 1730. Con Manuel J. Güiraldes -padre de Ricardo- comienza el tramo más importante de La Porteña. Siendo ya intendente de la ciudad de Buenos Aires, cuya gestión coincidió con el famoso Centenario de Mayo, me tenía entre sus cercanos colaboradores al paisajista Charles Thays, quien estaba al frente de la Dirección de Paseos. Güiraldes le encarga al paisajista francés la plantación del parque de La Porteña. Las primeras construcciones del casco se situaron ya en el lugar actual y la fisonomía general se definió por 1860, con algunas paredes asentadas en barro. La descripción de La Porteña está contada por el propio Ricardo Güiraldes en su obra Raucho: ‘‘La estancia era un amontonamiento de poblaciones diversas y coherentes. La casa, de paredes anchas, guardiana de sombras frescas en el verano y defensora de vientos silbadores en invierno, era una construcción rectangular cuyos corredores laterales se apoyaban en cuadrados pilastrones, petisos de esfuerzos. En el interior, cuatro piezas y un pasadizo central con mobiliario añejo de madera pesada como

metales. Sobre los muros externos adivinábanse ladrillos, bajo el blanqueo a cal cuidado como una sábana’’. Fue Manuel J. Güiraldes quién llevó a cabo los trabajos más importantes de ampliación y remodelación. Así lo afirma el Comodoro Juan José Güiraldes, nieto de Manuel J. y nacido en La Porteña: ‘‘Nada se tiraba abajo, la idea era que todo lo que estaba, era por algo, así que se seguían construyendo edificios según las necesidades. Los Güiraldes cumplimos al pie de la letra esa frase de Gustavo Becker que decía ‘Y le decimos a la piqueta insolente que no saque de aquí ninguna piedra porque por alguna razón la pusieron allí nuestros antepasados’’. En La Porteña, como en general en las estancias, no había living sino un hall central, distribuidor de los dormitorios. En las viejas estancias el escenario social era el comedor y

para los hombres, también el fogón. Manuel J. hizo otras ampliaciones, como el cuarto superior de Ricardo, ya entrados los años 20, para que pudiera escribir tranquilo. Creó un acceso independiente por esa ochava de la casa y quedó como testigo de la ampliación la cornisa original a media ventana del piso superior. En los últimos 70 años hasta hoy, la casa se conserva prácticamente sin modificaciones. Cerca del galpón se ubica un jagüel, blanco originalmente y hoy rosado, que guarda una anécdota sobre Ricardo. Había escrito y editado sus dos primeras obras conjuntamente, ‘El cencerro de cristal’ y ‘Cuentos de muerte y de sangre’ y sólo había vendido una treintena de ejemplares en Buenos Aires. En su decepción, hizo tirar al fondo del jagüel todo el sobrante, casi dos mil libros. La esposa de Ricardo, Adelina del Carril, lo alentó a seguir escribiendo. Recién en los dos últimos años de vida, Ricardo le dio factura definitiva a ‘Don Segundo Sombra’, pero el reconocimiento llegó recién seis días antes de morir, cuando ganó el Premio Nacional de Literatura, el primero en otorgarse, el 2 de octubre de 1927. Muchos otros reconocimientos llegarían durante los siguientes años. Para los edificios que fueron escenario de los personajes de Güiraldes, el mayor honor llegó el 10 de diciembre de 1999, cuando el Poder Ejecutivo dictó una declaración, distinguiendo como Sitios de valor Histórico Nacional al Puente Viejo, a la pulpería La Blanqueada, al Museo Histórico, a la Casa de la Parroquia, a la Casa Municipal de San Antonio de Areco y por supuesto, a la estancia La Porteña.

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LOBOS

‘La Candelaria’

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l castillo La Candelaria representa uno de los ejemplos más acabados de la arquitectura de la Belle Epoque en la Argentina, que llegó principalmente de Francia y proliferó en palacios porteños, trasladándose en ocasiones a los campos de la pampa. Este casco en la localidad de Lobos refleja un momento histórico muy particular del país, un próspero período a partir de 1880 y hasta poco después de 1910, caracterizado por el alto rédito que obtenían los campos. ‘‘La elevada renta agraria autorizaba muy diversas excentricidades’’, afirma María Sáenz de Quesada y sigue: ‘‘Los más acaudalados propietarios desplegaron entonces su fantasía y la pampa rioplatense lució ejemplares de una arquitectura caprichosa, entrevista por los patrones en sus viajes al exterior, en lecturas y en horas de ensueño.’’ También escribió el arquitecto Jorge Gazzaneo sobre estos palazzos, manors y chateâux: ‘‘Han dejado de ser instrumento de trabajo para convertirse en residencia de veraneo’’. El imponente edificio de La Candelaria ostenta un estilo totalmente ecléctico, fruto de la mezcla de diversas corrientes neoclásicas europeas, con predominancia del barroco francés. Fue realizado para ser el casco de una de las grandes estancias a fines del siglo XIX, que llegó a abarcar 12.000 hectáreas en el partido de Lobos. El origen dele establecimiento se remonta a 1840, cuando Orestes Piñeiro, médico farmacéutico de ese pueblo, comenzó a comprar campos en la zona y bautiza la estancia con el nombre de su esposa, Candelaria del Mármol. Las tierras tenían pasturas con buena aptitud para la cría de vacunos como el Shorton y también para los ovinos, mejorados con reproductores de Eu-

ropa, atribuyéndose a estas tierras el nacimiento de la raza Merino Argentino. A fines del siglo XIX, el establecimiento ganadero no dejaba de crecer y el viejo casco colonial, en forma de ‘U’ -que se conserva aún en buen estado-, resultaba pequeño para la actividad social en aumento. Piñeiro era ya un anciano, pero tuvo el entusiasmo de emprender la construcción de un nuevo casco. Encargó al arquitecto francés Albert Favre el proyecto de un castillo de corte europeo. El edificio comenzó a levantarse en 1901, siendo el constructor otro francés, de apellido Molière. Orestes murió en 1904 sin llegar a ver terminada la obra, concluida recién en 1906, año en que falleció también Candelaria. Mientras tanto Rebeca, quien era la hija adoptiva del matrimonio, se había casado con Miguel Fraga. Este empresario de origen entrerriano quedó a cargo de administrar el inmenso patrimonio, incluyendo la obra en sus últimas etapas, con gran ímpetu aunque con mucho esfuerzo, ya que tuvo que hipotecar parte del campo. Desde la terminación del astillo en 1906, sus interiores comenzaron a poblarse de visitantes: la aristocracia porteña, nobles europeos y figuras políticas, incluyendo a varios presidentes latinoamericanos. Allí se vivió a pleno la Belle Epoque, las fiestas sociales, los negocios y la política, especialmente durante los veranos.

La época dorada del castillo terminó a la muerte de Manuel, en 1935. A partir de entonces, el lugar se cerró durante el invierno para ser usado sólo en los veranos. En 1937, se terminó de construir una capilla con mausoleo, por iniciativa de Rebeca, con proyecto del arquitecto Rodolfo Giménez Bustamante, quien mezcló nuevamente estilos nórdicos y góticos. Rebeca murió en 1940 y ese matrimonio no había dejado hijos, así que fue Roberto, hermano menor de Manuel, quien continuó la administración de los campos. Los seis hijos de Roberto a la muerte de su padre, en 1965, subdividieron el latifundio y separaron el casco con su castillo de tan oneroso mantenimiento, que se vendió finalmente con su parque en 1980.


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SAN MIGUEL DEL MONTE

‘El Rosario del Monte’

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l Rosario del Monte era el casco originario de las estancias que después se crearon en la zona de la Laguna del Monte. El establecimiento, que fue fundado en 1850 por José Zenón Videla y Sandalia Dorna, ambos descendientes de

familias de la zona, llegó a abarcar unas 80.000 hectáreas dedicadas a la actividad agroganadera. Se cree que en el sitio donde se ubica hoy el casco, ya había asentamientos de poblaciones desde el 1800, de hecho en una inscripción sobre el acceso por el parque

se lee ‘1806-1906’. En sus inicios, las tierras de la estancia eran parte de la primera frontera, quedando como testigo de los malones frecuentes, un cañón que estaba en la torre del edificio. A comienzos de 1950, Nieves Zemborain Videla Dorna le encargó algunas reformas del edificio al arquitecto Arturo Dubourg. En 1955, el casco con 500 hectáreas, incluyendo unas 60 hectáreas de parque, fue adquirido por Carlos Miguens. De esta forma, la estancia pasó a manos de otra familia de extensa tradición en la

provincia de Buenos Aires, los Miguens, con campos originados por el pionero Marcos Miguens a mediados del siglo XVIII, entre los ríos Samborombón y el Salado. El Rosario del Monte, como es el casco de La Bamba en San Antonio de Areco, son edificios que responden ajustadamente a la tipología criolla de estancia, consistente en una implantación en forma de ‘U’ con patio interior, galería hacia el norte y torre con un dormitorio sobre el acceso desde el parque. Las paredes, de gran grosor, testimonian la antigüedad del edificio.

de la industria lechera, una rama de la industria que muy pocos países poseían por entonces. Por ello, la estancia fue visitada por cuatro presidentes extranjeros, entre ellos el francés Charles de Gaulle en 1964 y también por una decena de presidentes argentinos. El casco de la estancia se fue construyendo y ampliando acorde con la evolución y la extensa trayectoria del establecimiento, reflejando los cambios

en las modas arquitectónicas de cada etapa. El primer chalet comenzó a construirse a mediados de 1860. Como ya no había malones en esa zona, la ubicación del casco se eligió de acuerdo a una posición estratégica central y en función de su defensa. La primera ampliación se realiza en función del crecimiento de la familia, por el año 1890. La construcción responde a nuevos gustos y también a nuevas técnicas.

CAÑUELAS

‘San Martín’ Vicente Lorenzo Casares, fue uno de los grandes pioneros argentinos y el fundador del establecimiento La Martona, que se desarrolló en la legendaria estancia San Martín, en Cañuelas. Nacido en Buenos Aires en 1848, ya a los 18 años de edad comenzó a trabajar en la estancia que era propiedad de su familia. Estas tierras tienen una

rica historia ya que se habían iniciado con la Sociedad Pastoril de Merinos que presidía Narciso Martínez de Hoz. Luego, con el casamiento de su hija María Ignacia Martínez de Hoz con el también estanciero Vicente E. Casares, comienza la dinastía de este nombre y apellido, que llega a la actualidad. En 1889, Vicente L. Casares funda La Martona, una empresa que integraba todas las etapas del producto, la agropecuaria, la industrial y la comercial. En el año 1900 el establecimiento pasó a ser una sociedad anónima, con Carlos Pellegrini como vicepresidente, hasta su muerte en 1906. La Martona fue durante muchos años el modelo de una explotación rural avanzada, orgullo de sus propietarios y de todo el pago de Cañuelas que se había convertido gracias a él, en la cuna

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LINCOLN

‘Tres Bonetes’

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a historia de Tres Bonetes se remonta a la década de 1860. Los estancieros de aquellos tiempos procuraban descargar el exceso de hacienda de sus campos de ‘adentro’, cerca de Buenos Aires, sobre los más baratos de ‘afuera’. Querían criar primeramente vacunos para que una vez mejorado y pisoteado el suelo se pudieran traer los rebaños de ovejas, que eran la verdadera riqueza de la época. Tres socios y amigos de origen irlandés y escocés, acompañados por un indio cautivo que oficiaba de baqueano, pasaron por los pueblos de Luján y Chivilcoy para luego internarse en la llanura desierta más allá de Junín, en esa época un fortín de frontera llamado Fuerte Federación. Con su tropilla de overos negros, finalmente halla-

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ron en la cercanía de dos lagos de aguas azules el sitio que buscaban, en donde tres lomas, tres ‘bonetes’, daban su particularidad al paisaje. Allí fijaron los límites de la estancia y volvieron a Buenos Aires para solicitar al gobierno la propiedad de aquellos campos, que obtuvieron en 1868. La superficie del terreno era de doce leguas, y el título de propiedad se otorgó a nombre de Héctor Mackern, oriundo del condado de Limerick, Irlanda. Una vez legalizada la posesión, se trajo todo lo necesario para el nuevo establecimiento, desde las manadas, las tropas de vacunos y los caballos de trabajo hasta los materias de construcción, utensilios de cocina, asadores y hierros de marca. Esta posesión inquietó a los indígenas que tenías sus ‘toldos’ en estos parajes. Desde un principio, las relaciones entre los estancieros y la indiada estuvieron signadas por la desconfianza mutua. El establecimiento sufrió ataques y los dueños hicieron gala del valor necesario para vencer en esos trances. Con el paso del tiempo y después de la ‘Conquista del Desierto’, como llamaron la derrota del indio, se tranquilizó la región y comenzó para Tres Bonetes un período de prosperidad. En 1899 la estancia fue adquirida por Eduardo P. Maguire, nieto de inmigrantes irlandeses, cuya familia, como tantas otras del mismo origen, se estableció en los campos de Exaltación del Señor, zona ovejera próxima a Buenos Aires. Tres Bonetes, con sus ocho mil hectáreas, sus planteles de yeguarizos y de rodeos Shorthorn y Aberdeen Angus, era uno de los mejores establecimientos de la provincia. Los ocho hijos de Eduardo P. Maguire heredaron en 1830 grandes extensiones de tierra. John Walter, que recibió Tres Bonetes, empezó a juntar prendas criollas a los diecisiete años. Así consiguió acumular una colección formidable de platería criolla y pampa, monedas de oro y pintura rioplatense. Tres Bonetes fue decorada por Susana Duhau, esposa de John Walter y

madre de Susana Maguire Duhau, dueña actual de la estancia. Las grandes ventanas permitieron un mayor lucimiento del mobiliario colonial portugués y de la colección de acuarelas, dibu-

jos y óleos de temas pampeanos. Algunos ambientes evocan aires de un museo, y la colección se completa con carruajes antiguos, sopandas, carretas y hasta una diligencia.


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CHAPADMALAL

‘Santa Isabel’

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anta Isabel es una parte de la subdivisión de la vieja estancia Chapadmalal, que se realizó por el año 1888. Tras la prematura muerte de José T. Martínez de Hoz, heredaron esta vastedad de tierras sus hijos, cuando llegaron a la mayoría de edad. Miguel Alfredo formó el Haras y Cabaña Chapadmalal en una fracción de 12.5000 hectáreas, mientras que Eduardo recibió una fracción de 13.000 hectáreas hacia el sur, llegando al mar, que se conoció con el nombre de Estancia Nueva y luego con el de Santa Isabel. Dentro de esta fracción estaban incluidos los terrenos de la pos-

terior quinta presidencial veraniega de Chapadmalal, sobre el mar. Las antiguas poblaciones del casco habían quedado en el campo de Miguel Alfredo, así que Santa Isabel fue formando su centro en un antiguo puesto de trabajo de la gran estancia. Desde sus inicios, Santa Isabel se destacó como campo agrícola ganadero. Aunque nunca fue un Haras, la pasión familiar por los caballos estaba latente en Eduardo Martínez de Hoz y fue heredada fuertemente en su hijo, también llamado Eduardo (hijo) trascurrió principalmente en Europa, donde se destacó como uno de los principales turfmen de la época, al formar un stud con corceles argentinos que ganaron en tres oportunidades en Grand Prix de París, en un período de 10 años, récord que nunca fue superado. En Europa, Eduardo conoce a Dulce Liberal, una distinguida joven de origen brasileño. Para ese entonces, Eduardo se encontraba en una situación privilegiada a ambos lados del océano atlántico y se movía con comodidad entre los dos mundos. Sus estadías en la Argentina eran cortas, prefiriendo pasar sus visitas en otro campo de su propiedad, ‘Las Barrancas’ en Ascochinga, Córdoba, un casco de 1945.

En 1976, Eduardo y Dulce, al no tener hijos, deciden entregar en vida parte de su herencia a su sobrino, Henrique Liberal Cardozo, para que éste maneje los asuntos rurales en la costa atlántica. Henrique, también brasileño, recibió el casco y 3.000 hectáreas de campo fértil. Continuó con las actividades agrícolas, sobre todo, cultivando papa, girasol y trigo. Respecto del casco, lo más importante que se hizo entonces fue la obra de paisajismo, en la cual trabajó Josefina

Ramos Mejía. Santa Isabel deja como recuerdo vivencias indescriptibles, como la llegada a través de interminables avenidas de árboles y arbustos, con especies diferentes a cada giro del camino, arbustos de myoporum, casuarinas, eucalyptus, pino insigne. Otra situación excepcional para la pampa, es al implantación de la casa en una loma tan florida, que enmarca las vistas al paisaje de vacunos pastando en las cercanías y al horizonte en el infinito.

AGRADECIMIENTO El diario La Prensa agradece por la información y fotografías que han servido como fuentes para la realización de este suplemento a: ◆ Arquitectos Hernán Barbero Sarzabal y Sergio D. Castiglione; ‘Estancias argentinas’ (Ed. Kliczkowski). ◆ Tomás de Elía y Juan Pablo Queiroz; ‘Argentina. Las grandes estancias’ (Ed. Brambila). ◆ Sáenz Quesada y Verstraeten; ‘Estancias argentinas’ (Ed. Larivière).

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