La hora de las malas palabras

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LA

A R HO

DE LAS

malas

S A R B A L PA

Mireya Viacava - Raab / Sachiko Sawada



Para Michel, mi hijo.


Paulina era una princesa, la más adorable de todas las princesas-conejitas de India que podían existir en su tierra. Era muy linda, bien redondita, de piel dorada, siempre bien vestida y una fanática de los diccionarios. Paulina iba a la escuela, la más elegante del barrio, y por supuesto, tenía 10 en todas las materias. Sabía siempre todas las lecciones, cantaba sin desentonar, tocaba el piano extraordinariamente bien, bailaba en tutú y hacía puntas con sus zapatillas de danza, compartía caramelos con sus amigos y era campeona de salto a la soga. Toda iba muy bien, pero muy bien, para nuestra pequeña Paulina hasta el día en que le sucedió algo extraño, pero muy extraño.


La tarde del jueves 21de mazo, en la escuela, la Señorita Cerdoña preguntó: - Paulina, mi querida, ¿Puedes cantarnos la canción que teníamos para hoy? - ¿Por qué ella y siempre ella? – gruñó Iván, el terrible jabalí desde el fondo de la clase. - Porque Paulina lo hace muy bien – sonrió contenta la señorita Cerdoña - ¡Harto! ¡Paulina aquí, Paulina allá…veo a Paulina hasta en la sopa! ¿y YO? ¿YO no tengo derecho a cantar? YO también conozco la canción de memoria y ¡quiero cantar! - vociferó Iván subido a su silla mientras pegaba fuertes golpes con su pezuña en el asiento, y sin esperar empezó: “Estaba la paloma blanca GRR GRR GRR parada al borde del negro limón GRR GRR GRR, con la pata…..”


- ¡Alto! ¡Stop! ¡Naughty boy! ( porque por supuesto la princesa hablaba muy bien inglés) ¡Es horrible! ¡Mezclas todo! ¡No sabes nada! - gritó Paulina alterada tapándose las orejas. - ¡Cállate! ¡Es mi turno! ¡Y canto lo que quiero! - Pero Iván, ¡estás diciendo cualquier cosa! - ¡Qué me importa y no te metas! - Es que cuando cantas me da frío en el hocico - se quejó Paulina - ¡Pobrecita la princesecita tiene frío! - se burló Iván. - ¡SILENCIO! - gritó la maestra y le ordenó a Iván que se sentara sin protestar. El pequeño jabalí obedeció, pero antes de bajarse de la silla, le clavó la mirada a Paulina. Iván estaba muy enojado, tan enojado que tenía los ojos encendidos como dos faroles. Le salía humo de las orejas y baba del hocico. Nadie, jamás, había visto a Iván en ese estado. Todos tuvieron miedo. El reloj de la clase marcaba las 3 en punto de la tarde cuando Paulina empezó a temblar. A pesar de ello, la princesa cantó: - “Estaba la paloma blanca…” - ¡Afuera! ¡Que se vaya! - gritó Iván desde su banco “…sentada haciendo prut prut…” siguió Paulina - ¿Qué? - preguntó asombrada la señorita Cerdoña “… con el pico cortaba la rama…. con la caca cortaba la flor… “ - ¡Jua jua jua! - se rió Iván con el hocico abierto mostrando sus largos colmillos - ¡Pero cochinilla insolente, la canción no dice eso! - se sobresaltó la maestra ante tanta irreverencia. - Por supuesto especie de payaso… pero….no señorita… quiero decir… especie de títere sin cabeza dijo Paulina asustándose ella misma de las cosas que decía. - ¿Estoy soñando? ¿Paulina qué es lo que te pasa? - ¡Qué te importa chorizo cara de pipi! - gritó Paulina sin poder controlarse Desde atrás, Iván se revolcaba de risa en el piso. - Entonces ¿para cuándo tu canción GRRGRR princesa? - preguntó Iván agitado entre carcajadas - ¡Cállate caca de perro, de cabra y de pato! - gritaba Paulina y durante por lo menos quince minutos, la adorable princesa no pudo parar de rugir malas palabras. La Señorita Cerdoña, completamente alborotada, llamó de urgencia a los papás de Paulina y cuando llegaron, vieron a su linda princesa, por primera vez en un rincón de la clase con orejas de burro en lugar de su corona y sobre su brillante hocico, cintas cruzadas de scotch azul. Tímidamente, la mamá cogió la mochila de Paulina, su tapadito dorado y se fueron en silencio. De regreso a casa, su papá la tomó entre sus gordas patas mullidas. - Nunca más Paulina ¿Si? No vas a decir más malas palabras ¿estamos de acuerdo? - Si, papá. Prometido - respondió la princesa abrazándolo con todas sus fuerzas. Paulina no tenía hambre y estaba muy, muy, muy cansada. - Claro, porque decir malas palabras cansa… - le explicó su mamá antes de acostarla.


Al día siguiente, Paulina llegó a la escuela con la cabeza gacha. Sentía vergüenza. La mañana transcurrió tranquilamente y la princesa pronto volvió a ser la de antes. Recitó sus tablas de multiplicación y le fue muy bien en un dictado sorpresa. Pero cuando la maestra, a las 3 en punto de la tarde, le pidió que contara la historia de Cristóbal Colón, Paulina respondió con un tono de voz grave: - ¡Ah! La historia de ese mequetrefe cara de nuez nariz peluda de… - ¡Silencio! ¡Qué descaro Paulina! - dijo la señorita Cerdoña brincando de nervios - ….la que se va a callar es usted… señorita…¡fea como 36 piojos juntos! – gritó Paulina


- ¡Mal educada, mal educada! - gritaba la maestra descontrolada mientras la princesa sin parar seguía con sus insolencias y malas palabras una atrás de la otra. Y otra vez, Paulina se encontró con el scotch mágico azul sobre el hocico, las orejas de burro y la corona guardada en el armario de la directora. - ¿Hola? ¡Pronto y Urgente! ¡Vengan! ¡Paulina tuvo otra vez una crisis de malas palabras! ¡la tenemos que sacar de la escuela!- gritó la señorita Cerdoña por teléfono. A triple galope, los papás de Paulina aparecieron otra vez en la escuela. - Lo siento mucho, pero esta vez Paulina queda suspendida. No podrá venir a clase hasta que no se comporte como corresponde y es una orden de la dirección - dijo la maestra sollozando muy triste al ver a su alumna preferida en este estado. - Snif… snif…- gimotearon los papás. De regreso a casa, Paulina se quedó dormida con la lengua afuera, agotada de tantas malas palabras. Al día siguiente, Paulina se levantó como si nada. Saludó con el habitual “Buenos días queridos papá y mamá”. Todo iba bien hasta que a las 3 de tarde en punto sucedió lo que todos imaginamos: Paulina comenzó a gritar cosas horribles. A pesar de que su papá la ponía en penitencia todas las tardes, su mamá la retaba una y otra vez, todos los días a las 3 en punto, las malas palabras de Paulina resonaban a lo largo de la madriguera. Las grandes en el comedor, las enormes en el salón, las mediana en la cocina y cuando la hora de las malas palabras terminaba, Paulina se iba a su habitación. Se quedaba callada, quietita, por miedo a que las malas palabras se despertaran. Ella no quería decirlas, pero no podía evitarlas. Las palabras, hechizadas, salían sin parar todos los días, a la misma hora, a la hora de las malas palabras, Paulina visitó todos los médicos del pueblo. Uno decía que cuando a uno le duelen las muelas, puede decir todo tipo de insultos. Otros aseguraban que Paulina había mirado una película muy fea. Los grandes profesores discutían si el mal de Paulina se debía a haberse atragantado con hongos venenosos o con hacer muchas vueltas carnero en gimnasia. Todos le aconsejaban remedios de colores, dietas mágicas, jarabes dulces, pastillas amargas o 150 idas y vueltas diarias alrededor de la casa de que caiga el sol. Pero, a pesar de cumplir al pie de la letra con todas las recetas de los más sabios, la princesa Paulina no se curaba. - ¡No podemos tenerla todo el día en penitencia! – suspiraba el papá - No hay otra solución - decía la mamá muy triste al ver que salir con Paulina era cada vez más difícil. En cuanto el panadero, señor Cerdote, decía: - Lo siento, princesa, no hay más medialunas de chocolate Paulina gritaba: - Roñoso malandro, tripa enredada podrida…. Y si el diarero le pedía: - Princesa, ¿Puedes llevarle el diario a tu papá?


Paulina gritaba: - ¿Algo más cara de calzón roto y media olorosa? - decía lanzándole el diario y dándole un puntapié en el tobillo. El pueblo no hablaba de otra cosa que de este caso extremadamente raro: el de una princesa, la más linda de todas, que sólo sabía decir groserías, y ya no sólo a las 3 en punto de la tarde. Mientras tanto, en la escuela, Iván pasó a ser el “preferido” de la maestra. Se sentaba en la primera fila como siempre había soñado. Recitaba toneladas de poesías de memoria, escribía prolijamente en el pizarrón con tizas de colores y recibía miles de felicitaciones en sus cuadernos pero… Iván estaba triste. Sabía muy bien que Paulina había empezado a decir groserías EN EL PRECISO MOMENTO en el que él le había clavado la mirada con los pelos de punto como un puerco espín, EN EL PRECISO MOMENTO en el que le salía humo por las orejas EN EL PRECISO MOMENTO en el que la baba le salía del hocico.

La ausencia de Paulina empezaba a pesarle. Ya no tenía ganas ni cantar ni de ser el primero de la clase. Sabía que Paulina no estaba bien y era su culpa, que él había contagiado a Paulina esas ganas de decir malas palabras. Una tarde, cuando Iván daba vueltas y vueltas en el patio de la escuela escuchó que los vecinos querían organizar una manifestación contra Paulina. Todo el mundo preparaba pancartas luminosas para echar a la princesa y a su familia del pueblo. Entonces, Iván el terrible jabalí, muy afligido corrió hasta la casa de Paulina. Eran las 3 en punto de la tarde. - Buenos días Alteza. Tengo que ver a Paulina - dijo Iván con una reverencia - ¡UY! Iván, esta es la hora de las malas…. - Ya sé. No tengo miedo.– dijo el jabalí y corrió hasta el cuarto de la princesa. TOC TOC TOC Silencio


TOC TOC TOC - ??????????????????????????- gruñó Paulina del otro lado de la puerta. - Soy yo, Iván, te traje los deberes GRRR GRRR ??- ??????????????????????????- gritó más fuerte Paulina Escuchando los insultos de la pequeña conejita de Indias, los papás miraban a través de las cortinas del salón, los carteles que flameaban frente de la madriguera. Con lágrimas en los ojos, leían: “Abajo las malas palabras“, “Queremos palabras amables”,“Malas palabras fuera“ - ¡Paulina ábreme! ¡Abre o tiro la puerta abajo! A la una… a las dos…y a…. - amenazaba Iván -……………………………………. - Tengo que decirte un terrible secreto… ¡Abre! - suplicaba Iván La puerta se entreabrió. Paulina, escondida bajo su cama, seguía lanzando una larga cadena de palabras horribles.


- Yo te pasé el espantoso microbio… - confesó Iván - ¿De qué hablas gordo cerdo? - preguntó Paulina - Que cuando humeo de las orejas, el “microbus grossus motus” se escapa y digo…. malas, muy malas, malísimas malas palabras. Mis papás me lo dijeron - ¡CERDO, PUERCO, CHANCHO! ¡TE DETESTOOOOOO! - Pero mis papás dicen que se puede curar si dices “Alto y fuera y pronto” – explicaba Iván acelerado cuando, sorpresivamente, vio surgir a Paulina. Despeinada, enredada entre sábanas, la princesa se deslizó hasta llegar a Iván. Su amigo le tendió su pata peluda, y juntos gritaron tres veces con todas sus fuerzas: - ¡ALTO Y FUERA Y PRONTO! ¡ALTO Y FUERA Y PRONTO! ¡ALTO Y FUERA Y PRONTO! Las frases resonaron en toda la casa. Las paredes temblaron, los adornos se cayeron, las cortinas flotaron. Y de repente, se hizo un profundo silencio. Inquietos, los papás de Paulina se asomaron a la habitación de la princesa y vieron a los dos amigos muertos de risa. Iván cantaba desentonando, pero esta vez Paulina no se tapaba las orejas. Paulina contaba un chiste e Iván se reía haciendo “GRRRGRRR”. Pasaron unos doce minutos, quince, veinte, una hora, quizás más y ni una sola mala palabra salía de sus hocicos. Entonces el Rey y la Reina se precipitaron hacia la ventana del salón para anunciar al pueblo: Tenemos el gran honor de anunciarles que nuestra querida Paulina, la más adorable de todas las conejitas de India de este territorio, ¡se curó! Afuera resonaron las exclamaciones, las trompetas y los aplausos. En la madriguera real, sólo se escuchó: - Hasta mañana Paulina y “alto y fuera y pronto” otra vez – se rió Iván mostrando sus grandes dientes - Sí….pero ¿y si vuelven? – murmuró la princesa. Iván se le acercó y palmeándola suavemente, le dijo: - Tranquila mi Princesa… yo estaré ahí. - Hasta mañana, Iván - respondió Paulina, bella como una rosa bajo su reluciente corona.


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