ANTIPOLÍTICA, DESPOLÍTICA Y TRANSPOLÍTICA El triángulo política, medios, ciudadanos y sus relaciones. El título pretende ser un pequeño juego de sugerencias y de imágenes. No se asusten. El principal problema al que nos enfrentamos los que trabajamos en política es la falta de afecto de los ciudadanos respecto a los usos habituales de la política, lo que se llama desafección: un proceso que avanza desde la desconfianza hacia la indignación y a un último paso que es la negación de la política. Estamos instalados, según las encuestas de percepción de los problemas, en la creencia de que la política no sólo no es la solución, sino que los políticos son el problema. Un proceso desde la anti-política a la despolítica. De no creer en ella a no quererla. No pretendo diagnosticar, ya muchos lo han hecho. Y pienso en César Molinas, que ha explicado la desafección hacia la política apelando al insaciable apetito de privilegios por parte de una casta extractiva –los políticos- que han esquilmado y ha extraído ya todo lo que podían sacar. No es cierto que (todos) los políticos tengan intereses ocultos, ni que sean ineficaces como profesionales de lo suyo. Rotundamente no es cierto, ni estadísticamente ni semánticamente. Dicho así parece una perogrullada, pero el marco mental instalado dice que sí, que todos los políticos son iguales. Lo que sí es cierto es que pertenecen a un colectivo que en conjunto ha perdido la legitimidad o está en camino de perderla, cuanto menos la imagen, para poder ejercer la representación democrática de la soberanía .Una idea plasmada tan sencilla y contundentemente con el “No nos representan”. No me extenderé más en esta tesis que seguro nadie va a negar, aunque comprendo que sí pueda ser matizada. Pero mientras, ya se habla de saltar de la democracia representativa a la democracia participativa, o a la democracia directa. Aunque este es otro debate. Lo importante y que más nos debiera preocupar es evaluar si estamos atendiendo a este cambio y haciendo los ajustes necesarios. Si estamos respondiendo a una demanda innegable de los ciudadanos que reclaman transparencia, accesibilidad, rendición de cuentas, eficacia en las decisiones y comportamientos y usos de la acción política estandarizados y profesionales. Analizar si la respuesta que estamos dando desde la política es adecuada y lo suficientemente rápida para adaptarse a la velocidad de los cambios. Debemos evaluar si no nos habremos quedado fuera de este escenario de desconfianza, que también, por cierto, es un escenario que nos brinda nuevas opciones de relación y de solución. El ecosistema es nuevo: es digital, es en red, es desjerarquizado, es desintermediado, es rápido y es dinámico. Es un campo en el que todos podemos jugar juntos, y debemos. En ese triángulo del título (política, ciudadanos y medios), y en sus relaciones, están pasando cosas. Algo se mueve en la política (y aquí cabría distinguir entre instituciones y partidos políticos). En los medios de comunicación reina un gran desconcierto. Sin embargo, los ciudadanos se están moviendo más que nosotros. El activismo ciudadano está más vivo y es más creativo que el de las organizaciones. La ciudadanía claramente está tomando la iniciativa. Véase las nuevas formas de auto-organización de los movimientos sociales, las nuevas formas de activismo, insisto, más creativas y transformadoras que lo que nosotros -políticos y medios- somos capaces de hacer. Los ciudadanos, empoderados, han aprovechado los nuevos medios para crear sus propias plataformas de acción. La política también debería aprovechar este camino y no verlo
como un impedimento. Los políticos deben saltar también a ese campo y jugar. Y los partidos políticos y las instituciones. Siguiendo con el juego de prefijos del título, la transpolítica sería la adaptación a la política de los principios del transmedia. Se trata de diversificar el mensaje y la comunicación en todas las plataformas posibles, adaptando el mensaje a cada uno de esos sistemas diferentes entre sí. La política debe aprovechar todos los canales de relación con los ciudadanos y establecer flujos continuos para garantizar esa relación. Y además no tiene excusas si no lo hace. Eso se traduce en abrir y mantener abiertos todo los canales de presencia física, correo electrónico, web, blog, redes sociales. Una vez abiertos, alimentarlos y estar dispuesto a responder y cursar las dudas y las peticiones de los ciudadanos. Instalar una forma colaborativa de actuar, solidaria y sostenible. Soy consciente de que poder responder y actuar en consecuencia a todo lo que digo requiere una gran preparación, un nuevo aprendizaje. Aun siendo así, es necesario salir a donde está la gente, en la Red o fuera de la Red. Esta forma de actuar en política, inevitablemente modifica la tarea de los intermediarios, o al menos transforma su papel hacia perfiles nuevos. Un intermediario clásico en la política formal, como es el jefe de prensa o director de comunicación, pierde su papel de barrera, filtro, muro, gatekeeper encajando mejor en un papel de asesoría de reputación, responsable de imagen, gestor de contenidos o director de comunidades. No es una cuestión de términos sino que se trata de un cambio cultural. La cultura política de la proximidad, de lo abierto. Les pondré un ejemplo: un diputado es convocado a una entrevista mediante un mensaje directo de twitter por parte de un periodista follower. Mi consejo es que acepte la entrevista y trabaje con el asesor de comunicación en la forma de responder al periodista de la manera más pedagógica posible. Y si se trata de un ciudadano, mi consejo es el mismo. Aquí también el intermediario (periodista) juega en el mismo campo que el ciudadano anónimo. Y que el político. Aquí no manda nadie. No hay jerarquías. Saldrá mejor parado el que domine la comunicación. Se trataría, en definitiva de cargarse de nuevas competencias y herramientas para enfrentarse a un nuevo ecosistema con nuevas reglas. Y ¿qué papel juegan los medios de comunicación en la vida parlamentaria? En primer lugar, quiero aclarar que igual que no creo que haya una crisis de la democracia, sino una crisis de la política, estamos viviendo una crisis del modelo del negocio de los medios de comunicación, pero no del periodismo. El periodismo está más vivo que nunca, aunque encuentre muchas trabas, no sólo económicas, pero se está recargando de nuevas energías. Sólo que hay que encontrar cómo vivir de él. Respecto a la información que se genera sobre la vida parlamentaria creo que se ha perdido el género de la crónica parlamentaria, es decir, la crónica que refiere con detalle los debates, el relato de los argumentos, de las negociaciones, los posicionamientos y los votos. Y en su lugar, se ha ido a una información de partidos, declarativa, del enfrentamiento y la anécdota. Me atrevo a decir que esa fórmula ha banalizado la información política y, de paso, la acción política. Y claro que sin periodismo no hay democracia, pero el mal periodismo, el periodismo mal pagado, precario, pobre, miedoso, que busca la venta fácil, manipulable y sin calidad, … ese periodismo mina la democracia. Lo que hace del periodismo un pilar de nuestro sistema es su íntima relación con la garantía del derecho a la información. Por
eso, otro termómetro que debemos comprobar con mucha asiduidad es este y preguntarnos si está suficientemente garantizado el derecho a la información. Para ello, hay que garantizar la libertad de los periodistas y la independencia de los medios. Sería un error enfocar la crisis del modelo como un problema laboral, de precariedad, que lo es- que afecta a los periodistas; entre otras cosas, porque no será muy fácil conseguir la solidaridad de otros colectivos que también sufren una crisis, o una reconversión en su sector. Desde mi punto de vista, el problema es de todos los ciudadanos y así hay que analizar las consecuencias de la crisis de los medios: si no hay unas estructuras fuertes e independientes que garanticen la calidad, no se podrá garantizar la democracia. De la misma forma que de la política exigimos transparencia, también el ejercicio periodístico debe ser transparente y rendir cuentas. Una información que vaya acompañada de una ficha técnica que garantice su trazabilidad, que valide las fuentes, que aporte como plus añadido los datos en bruto, sí sería una información de valor. Ese podría ser el producto de calidad por el que vale la pena pagar. La información periodística profesional (la que se conoce como periodismo ciudadano) no puede parecerse tanto a la que se hace en los blogs que, a veces, es incluso mejor. Una de las características del nuevo ecosistema informativo en el que habitamos es la sobreabundancia de información, no siempre valiosa, no siempre periodismo. En definitiva, se pierde la mediación profesional y la información parece fluir sin control entre entre puntos iguales, entre emisores. Y acabo con una reflexión y una frase del filósofo político, Daniel Innerarity, de su artículo del pasado lunes en El País. La reflexión es la reivindicación de la intermediación, de la importancia de perfiles, tanto en la política como en el periodismo que interpreten y organicen la realidad compleja a la que asistimos. Y la frase: “Los partidos políticos (un agente intermediador) son un instrumento imprescindible para reducir esa complejidad. En este trabajo de interpretación de la realidad también son imprescindibles los periodistas, cuyo trabajo no va a ser superfluo en la era de internet sino todo lo contrario . Los periodistas están llamados a jugar un papel importante en esa mediación cognitiva para interesar a la gente, animar el debate público y descifrar la complejidad del mundo”. Gracias.