CIUDADES INVITADAS SINCELEJO Y MONTREAL SINCELEJO Y LA COCINA DE INMIGRANTES Los procesos históricos y culturales marcan la identidad de los pueblos y la gastronomía es el mejor ejemplo de ello. A través de los alimentos y técnicas de transformación podemos rastrear el mestizaje de los sabores. Colombia es un país de inmigrantes desde los primeros asentamientos ancestrales pasando por La Colonia, el aporte africano y por supuesto, la llegada de los “Turcos”, como inexactamente se generalizo a los inmigrantes de oriente medio, entre los que se destacaron los de origen sirio-‐libanés; también llegaron judíos sefardíes y palestinos principalmente a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Esta raza pujante encontró rápidamente el éxito económico a través del comercio e introdujo en nuestra dieta, no solo innumerables especias, legumbres, verduras, frutos secos y aceites entre otros ingredientes, sino también una forma única de tratarlos y servirlos. De esta manera uno de sus grandes aportes fue la variedad y delicadeza de los platos que cambiaron para siempre el recetario de la costa caribe; puerta de entrada a nuestro territorio. MONTREAL: FRANCOFONA PERO INTERCULTURAL Cuando en el 2005 se creó en la Unesco la Red Global de Ciudades Creativas, Montreal igual que Popayán, presentaron sus respectivas credenciales para convertirse en pioneras de sus respectivas modalidades: la ciudad canadiense en Diseño y la colombiana en Gastronomía. Surgió entonces una suerte de hermandad que ha permitido un mejor conocimiento de lo que representan ambos burgos en campos diferentes pero identificados en la defensa de sus tradiciones centenarias que no las dejarán desaparecer ante la globalización. Montreal ciudad capital, gran metrópoli, pujante en su arquitectura, su ambiente cultural y su portentoso apoyo a la formación al más alto nivel. Universidades y escuelas, entre las cuales sobresalen las de gastronomía con La Salle College a la cabeza, con fecunda repercusión en Colombia. La poutine, una especie de plato nacional de origen quebequense, muy poco elaborado pero adoptado casi como símbolo de la ciudad. Se degusta en varios sitios en los que invariablemente preguntaba también por la miel de maple, que es el referente al que todos acudimos cuando hablamos del Canadá. Pronto me di cuenta que la ciudad ofrecía toda la variedad de las cocinas del mundo. Y que la calidad era la norma imperante sobre la cantidad. Si se quiere ser selectivo, habría que
decidirse por los sitios que ofrecen los famosos bagels o por las carnes ahumadas (boeuf fumé), superiores ambos en mi concepto a los que se comen en Nueva York. Recuerdo aún después de algunas visitas -‐ infortunadamente siempre en invierno-‐ a los restaurantes en la vieja ciudad, a los del Plateau de MontRoyale y los de la Plaza de JackCartiére. Si bien la ciudad respira un ambiente afrancesado que le queda bien, su personalidad es definida y la consagra como una de las grandes ciudades de América y del mundo. De ello dan fe las ocasiones en que ha sido sede de exposiciones internacionales o de olimpiadas mundiales. Hemos tenido el privilegio, de ponernos en contacto con 13 culturas del mundo. En la presente ocasión, el turno le corresponde a Montreal que complementará maravillosamente este mosaico de cocinas en donde se condensa la cultura y el devenir de los fogones globales. El Congreso de Popayán, invitó a Montreal a hacer presencia en su ya aprestigiada reunión en torno a la gastronomía y la Embajada de ese país en Colombia, supo valorar el carácter de esta invitación, que sin lugar a dudas refuerza los lazos de amistad de dos regiones que necesitan mejorar su intercambio y ofrecer opciones de amistad que en las mesas tienen los mejores espacios para reconocerse y seguramente ayudarse en la tarea de vivir en paz y armonía según el anhelo generalizado de sus pueblos. El Congreso Gastronómico de Popayán es un evento que convoca a la gente de la ciudad, de la región y del país alrededor de una expresión cultural que a todos atañe, la cocina. Convoca a reconocernos en nuestros sabores y saberes, a compartir el gusto por el placer de la alimentación. Y es reconociéndonos en los espacios de la cultura como se construye la paz. El Congreso es un aporte para la paz porque reivindica la cultura tradicional y une a la gente de la ciudad, de la región y del país alrededor de la cocina.