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después del Miércoles de Ceniza

Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, Dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; Cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne.

Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; Delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor.

Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: ¡Aquí estoy!

(Isaías 58, 6-9) l ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (Fratelli Tutti, 93).

— Mensaje para la Cuaresma, 2021

Después Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. (Lucas 5, 27) omo el publicano Mateo, cada uno de nosotros se encomienda a la gracia del Señor, a pesar de los propios pecados. Todos somos pecadores, todos hemos pecado. Llamando a Mateo, Jesús muestra a los pecadores que no mira su pasado, la condición social, las convenciones exteriores, sino que más bien les abre un futuro nuevo. Una vez escuché un dicho bonito: «No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro». Esto es lo que hace Jesús. No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro. Basta responder a la invitación con el corazón humilde y sincero.

— Audiencia General, 13 de abril 2016

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. (Lucas 4,1) n el tiempo de Cuaresma, el Espíritu Santo nos empuja también a nosotros, como a Jesús, a entrar en el desierto. No se trata — como hemos visto— de un lugar físico, sino de una dimensión existencial en la que hacer silencio y ponernos a la escucha de la palabra de Dios, «para que se cumpla en nosotros la verdadera conversión»

(Oración colecta 1er Domingo de Cuaresma B). No tengáis miedo del desierto, buscad más momentos de oración, de silencio, para entrar en nosotros mismos. No tengáis miedo. Estamos llamados a caminar por las sendas de Dios.

Lunes de la Primera Semana de Cuaresma

Los justos le responderán:

“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?

¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?

¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. Y el Rey les responderá:

“Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.

(Mateo 25, 37-40) l testimonio que el mundo espera de nosotros es sobre todo el de hacer visible la misericordia que Dios tiene para con nosotros, a través del servicio a los más pobres, a los enfermos, a los que han abandonado su tierra para buscar un futuro mejor para sí mismos y para sus seres queridos. Poniéndonos al servicio de los más necesitados experimentamos que ya estamos unidos: es la misericordia la que nos une Queridos jóvenes, los aliento a ser testimonios de misericordia. Mientras los teólogos llevan adelante el diálogo en el campo doctrinal, ustedes sigan buscando con insistencia ocasiones para encontrarse, conocerse mejor, rezar juntos y ofrecer su ayuda los unos a los otros y a todos los que están en la necesidad.

— A los Participantes en una Peregrinación de Luteranos, 13 de octubre 2016

“Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.

Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes”.

(Mateo 6, 14) a ley del talión: lo que me hiciste, te lo devuelvo, Jesús la sustituye con la ley de amor: lo que Dios me ha hecho, ¡te lo devuelvo! Pensemos hoy, en esta hermosa semana de Pascua, si puedo perdonar. Y si no me siento capaz, tengo que pedirle al Señor que me dé la gracia de perdonar, porque saber perdonar es una gracia.

Dios le da a cada cristiano la gracia de escribir una historia de bien en la vida de sus hermanos, especialmente de aquellos que han hecho algo desagradable e incorrecto. Con una palabra, un abrazo, una sonrisa, podemos transmitir a los demás lo más precioso que hemos recibido ¿Qué es lo más precioso que hemos recibido? El perdón, que debemos ser capaces de dar a los demás.

— Audiencia General, 24 de abril 2019

La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a Jonás, en estos términos: “Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y anúnciale el mensaje que yo te indicaré”. Jonás partió para Nínive, conforme a la palabra del Señor. (Jonás 3, 2) l Señor se pone en camino: va a Nínive, a Galilea… a Lima, a Trujillo, a Puerto Maldonado… aquí viene el Señor. Se pone en movimiento para entrar en nuestra historia personal y concreta. Lo hemos celebrado hace poco: es el Emmanuel, el Dios que quiere estar siempre con nosotros. Sí, aquí en Lima, o en donde estés viviendo, en la vida cotidiana del trabajo rutinario, en la educación esperanzadora de los hijos, entre tus anhelos y desvelos; en la intimidad del hogar y en el ruido ensordecedor de nuestras calles. Es allí, en medio de los caminos polvorientos de la historia, donde el Señor viene a tu encuentro.

Jesús dijo a sus discípulos: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”.

(Mateo 7, 7) s propio de la misericordia de Dios no sólo perdonar —eso todos lo sabemos— sino ser generoso y dar más y más... Nosotros quizá en la oración pedimos esto y esto, y ¡Él nos da más siempre! Siempre, siempre de más… Jesús es el compañero de camino que nos da lo que pedimos; el Padre que se preocupa de nosotros y nos ama; y el Espíritu Santo que es el regalo, es ese de más que da el Padre, lo que nuestra consciencia no se atreve a pedir.

— Homilía, 9 de octubre 2014

Jesús dijo a sus discípulos: “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. (Mateo 5, 23-24) l amor al prójimo es una actitud tan fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra relación con Dios no puede ser sincera si no queremos hacer las paces con el prójimo. Y dice así: “Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (vv. 23-24). Por ello estamos llamados a reconciliarnos con nuestros hermanos antes de manifestar nuestra devoción al Señor en la oración.

— Ángelus, 16 de febrero 2014

Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.

(Mateo 5, 43-45) mad a vuestros enemigos. Hoy nos haría bien, durante y después de la Misa, repetirnos a nosotros mismos estas palabras y aplicarlas a las personas que nos tratan mal, que nos molestan, que nos cuesta aceptar, que nos quitan la serenidad. Amad a vuestros enemigos. Nos haría bien preguntarnos también: “¿Qué me preocupa en la vida: mis enemigos, quien me aborrece, o amar?”. No te preocupes de la maldad de los demás, o del que piensa mal de ti. En cambio, comienza a transformar tu corazón por amor a Jesús. Porque quien ama a Dios no tiene enemigos en el corazón.

— Homilía en Bari, Italia, 23 de febrero 2020

de Cuaresma

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.

Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. (Lucas 9, 28-31) a Transfiguración de Cristo nos muestra la prospectiva cristiana del sufrimiento. … Mostrando así su gloria, Jesús nos asegura que la cruz, las pruebas, las dificultades con las que nos enfrentamos tienen su solución y quedan superadas en la Pascua. Por ello, en esta Cuaresma, subamos también al monte con Jesús. ¿Pero en qué modo? Con la oración. Subamos al monte con la oración: la oración silenciosa, la oración del corazón, la oración siempre buscando al Señor. Permanezcamos algún momento en recogimiento, cada día un poquito, fijemos la mirada interior en su rostro y dejemos que su luz nos invada y se irradie en nuestra vida.

— Ángelus, 17 de marzo 2019

Jesús dijo a sus discípulos:

“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.

No juzguen y no serán juzgados; No condenen y no serán condenados; Perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará.

Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes”. (Lucas 6, 36-38) i tienes el corazón amplio, grande, puedes recibir más». Y un corazón grande no se enreda en la vida de los demás, no condena, sino que perdona y olvida, precisamente como “Dios ha olvidado y perdonado mis pecados”. Para ser misericordiosos es necesario, por lo tanto, invocar al Señor —«porque es una gracia»— y «tener estas dos actitudes: reconocer los propios pecados avergonzándose» y olvidar los pecados y las ofensas de los demás. He aquí que así “el hombre y la mujer misericordiosos tienen un corazón amplio: siempre disculpan a los demás y piensan en los propios pecados”. Y si alguien les dice: “¿has visto lo que hizo aquel?”, tienen la misericordia de responder: “pero yo ya tengo bastante con lo que hice”. Si todos nosotros, los pueblos, las personas, las familias, los barrios, tuviésemos esta actitud ¡cuánta paz habría en el mundo, cuánta paz en nuestros corazones, porque la misericordia nos conduce a la paz!

— Homilía, 17 de marzo 2014

Jesús habló a la multitud y a sus discípulos, diciendo:

“No se dejen llamar tampoco “doctores”, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. (Mateo 23,10-12) ios está enamorado de la humildad. Dios levanta a quien se abaja, levanta a quien sirve… Entonces, hoy podemos preguntarnos, cada uno de nosotros en nuestro corazón: ¿cómo está mi humildad? ¿Busco ser reconocido por los demás, reafirmarme y ser alabado, o más bien pienso en servir? ¿Sé escuchar… o solo quiero hablar y recibir atención? ¿Sé guardar silencio… o siempre estoy parloteando? ¿Sé cómo dar un paso atrás, apaciguar las peleas y las discusiones, o solo trato siempre de sobresalir? Pensemos en estas preguntas: ¿Cómo está mi humildad?

— Ángelus, 15 de agosto 2021

Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: Como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.

(Mateo 20, 25-28) l camino del servicio es el antídoto más eficaz contra la enfermedad de la búsqueda de los primeros puestos; es la medicina para los arribistas, esta búsqueda de los primeros puestos, que infecta muchos contextos humanos y no perdona tampoco a los cristianos, al pueblo de Dios, ni tampoco a la jerarquía eclesiástica. Por lo tanto, como discípulos de Cristo, acojamos este Evangelio como un llamado a la conversión, a dar testimonio con valentía y generosidad de una Iglesia que se inclina a los pies de los últimos, para servirles con amor y sencillez.

¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza!

Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; No teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; No se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto. (Jeremías 17,7-8) nvito a todos a la esperanza renovada, porque la esperanza “nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna”

— Encíclica, Fratelli tutti, 2020

Jesús dijo a los principales sacerdotes y a los ancianos del pueblo: Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta. (Mateo 21, 43-46) orque para amar hay que despojarse de todo lo que nos desvía del camino y nos encorva sobre nosotros mismos, impidiéndonos dar fruto. Pidamos, pues, al Padre que nos quite los prejuicios sobre los demás y los apegos mundanos que dificultan la plena unidad con todos sus hijos. Así, purificados en el amor, sabremos poner en segundo lugar las trabas terrenales y los obstáculos del pasado que hoy nos distraen del Evangelio.

— Homilía, Vísperas, Semana de Oración por la Unidad Cristiana, 25 de enero 2021

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