JesĂşs
El Plan EstratĂŠgico de
y su Camino de la
Felicidad y de la
Paz
2 El plan estratégico de Jesús y su camino de la felicidad y de la paz
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u Santidad Juan Pablo II nos invitó a impulsar la nueva evangelización, proclama que ha renovado el Santo Padre Benedicto XVI y han retomado los obispos de Latinoamérica y del Caribe en Aparecida, Brasil. Después de cincuenta años de ministerio sacerdotal (27/10/1962 – 2012) y de haber bendecido un sinnúmero de hogares y otras organizaciones, ofrezco a los fieles y a sus familias esta sencilla aportación sobre lo más esencial de la vida cristiana para ser, como nos lo piden nuestros obispos, verdaderos discípulos y misioneros de Jesús nuestro Rey y Señor que quiere extender su reinado al mundo entero. Jesús, el Mesías de Dios, fue enviado al mundo con una “misión imposible”: traer de nuevo el cielo a la tierra (cf. Lc 4,18-21), de donde la astucia del Maligno y la complicidad de los representantes de toda la humanidad habían eliminado la felicidad y la paz. La empresa se comprobó humanamente imposible. Jesús, por lo visto, fracasó. Tuvo pocos seguidores y los jefes de su pueblo lo condenaron a morir en la cruz y en el mundo sigue presente un reino de maldad y de muerte. A pesar de todo, Jesús sigue aquí en la tierra cumpliendo su misión, porque Dios no se da por vencido y nada le es imposible, tiene todos los recursos para que, colaborando nosotros con él, asegure su victoria y su reinado avance y se haga realidad. Nos pide a todos que hagamos cambios, que le creamos y que sigamos libremente su camino de amor.
En los relatos evangélicos descubrimos su maravilloso plan estratégico y el camino a seguir para ir estableciendo el reino de la justicia, el amor y la paz. Jesús penetra a fondo los corazones de todos, sabe que nos dio el don de la libertad y que de nuestra libre elección depende si estamos o no dispuestos a escucharlo y seguirlo. No quiere imponer nada a nadie por coacción ni engañarnos como un proselitista cualquiera, nos pide corresponder en plena libertad y conscientes del compromiso que asumimos.
La Dimensión Personal
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adie como María, en toda la historia de la humanidad se dispuso a recibir al Mesías de Dios. Como el Padre engendró al Hijo en el cielo, así María concibió a Jesús y lo dio a luz en Belén. Enseguida José, el justo, aceptó hacer para él las veces de padre. Esta es su admirable estrategia, se da a conocer a quienes ve dispuestos, personalmente, a creer en él (Mc 1,14-20). En el tiempo oportuno sale en busca de nuevos adeptos. Los discípulos de Juan el Bautista convertidos ya, por su bautismo en el Jordán, están preparados para oírlo y seguirlo: Simón, Andrés, Santiago, Juan… los doce. Otros discípulos y discípulas se van adhiriendo a él y entran en una relación personal e íntima con Jesús: él los ilumina, los entusiasma y los guía por su camino.
La Dimensión Corporativa
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osotros no nos relacionamos tan sólo personalmente con Dios, también interpersonalmente unos con
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otros (para bien o para mal), como familias, comunidades, grupos, ciudades y naciones. Allí, en medio de todos, Jesús quiere establecer su reino y nos da su mandamiento nuevo, el suyo que sólo él nos pudo dar. No hay mayor alegría para él y para nosotros que amarnos como él nos amó. A este nivel corporativo se mencionan sólo pocas casas que lo recibieron como su Rey y Señor. Hasta los treinta años Jesús vivió feliz y en paz en su casa de Nazaret. Comenzó su ministerio celebrando un banquete de bodas en una casa en Caná, Pedro lo recibió en su casa en Cafarnaúm, Zaqueo en Jericó, Lázaro, Marta y María en Betania y en Jerusalén el dueño de la casa donde celebró la cena. Sólo se puede decir que una familia, comunidad o grupo acepta a Jesús como su Rey y Señor, cuando aquel que es la cabeza lo recibe a nombre de todos por ser su jefe y representante, es decir, el padre de familia y los líderes de toda organización. Como fruto excelente de su misión cumplida surgieron las primeras comunidades de discípulos, en las que podemos admirar los valores humanos y evangélicos del reino de los cielos (He 2,42-47; 4,32). Ellas son nuestro modelo para todos los tiempos.
La Dimensión Política
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os humanos nos organizamos políticamente como ciudades y naciones. Jesús fue a las ciudades y predicó en las sinagogas, donde se reunía la gente con las autoridades. En Jerusalén –la ciudad capital– fue al templo y al consejo supremo de ancianos que gobernaba a Israel. Ningún éxito tuvo a este nivel más superior de su nación. En Nazaret, su ciudad, donde en la sinagoga les dijo que era el nuevo rey David, el Ungido del Señor y les traía todo bien, lo llevaron a un precipicio queriendo despeñarlo y en Jerusalén lo condenaron a morir en la cruz. Pero él así completó su obra y estableció su reino: celebró su cena pascual, padeció y fue crucificado, resucitó y subió al cielo y envió al Espíritu Santo. Así se hizo presente el reino de Dios con todo su poder (cf. Mc 1,14). Jesús es el nuevo Mesías que nos introduce por su camino de vida al Reino de Dios ya ahora, y de aquí nos conduce a la nueva tierra prometida, el cielo definitivo. El discípulo y la casa que recibe a Jesús ya vive por adelantado la felicidad y la paz de Jesús, este es el cielo que él quiere hacer extensivo a las ciudades y naciones del mundo entero si las autoridades, dejando el paganismo y la incredulidad, lo acogen triunfalmente como Rey y Señor.
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El camino de Jesús
a Iglesia, siguiendo este mismo plan y el camino de Jesús, lleva adelante su obra de traer anticipadamente el cielo a la tierra, allí donde encuentra personas y corporaciones dispuestas a recibirlo. Contemplando su vida, descubrimos su camino. Nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Se refiere el Señor a las proclamas muy concretas que hizo cuando empezó a evangelizar. San Marcos refiere las tres grandes consignas que Jesús nos da: Conviértanse, crean, síganme (cf. Mc 2,14-20). ‘Conviértanse y crean’ lo dice a todos y ‘síganme’ a los que se convierten y creen. La muchedumbre que lo escucha, le pide milagros, pero no se convierte
4 ni cree en él ni lo sigue. Simón y Andrés, Santiago y Juan, ellos sí lo dejan todo para seguirlo. Jesús los hará pescadores de hombres. Son el modelo del discípulo y misionero que los obispos reunidos en Aparecida quieren que seamos todos. En América Latina y en el Caribe somos mayoría los católicos, pero no estamos evangelizados ni somos evangelizadores. No hemos crecido en la fe, no la llevamos a la práctica ni vamos siguiendo en serio el camino de Jesús. Nuestra oración, nuestra vida de fe y nuestra evangelización son la salvación que este mundo espera de nosotros. LA CONVERSIÓN. “Es propio del hombre equivocarse” (errare humanum est), dice el adagio latino. Y nuestra experiencia de todos los días nos lo confirma y estamos ‘humildemente’ de acuerdo. Pero la conversión de que Cristo habla en el Evangelio es otra muy distinta. Jesús habla de nuestra relación personal con Dios, nuestro Padre, no de aceptar que nos equivocamos sino que pecamos, que Dios nos ama y por eso sufre y se apena, se disgusta y se indigna, por el daño que nosotros sus hijos muy amados nos hacemos pecando. Conversión significa ponernos en presencia de Dios y, con humildad evangélica, que es un don que él nos da, reconocer que hemos pecado, arrepentirnos y pedirle perdón, creer que él nos perdona y pedirle su ayuda para proponernos corregir lo malo que hacemos. Todo esto llena de alegría a nuestro Padre Dios. Nos lo asegura Jesús: “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador cuando se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15,7). Así nos ponemos ya en el camino del Señor.
LA FE. Seguir avanzando en este camino es creer en el Evangelio, la Buena Nueva, no en una teoría brillante, sino en el mismo Jesús. Tres son las grandes intervenciones divinas para creer, 1. La Escritura – 2. La explicación que de ella da la Iglesia y, - 3. Dios mismo en nuestro corazón para que tengamos fe, como las vemos en Pedro el apóstol: 1.las Escrituras anunciaban que vendría el Mesías. Jesús en Nazaret leyó a Isaías y 2. Jesús explicó esta profecía diciendo: el Mesías, el Ungido, soy yo (cf. Lc 4,14-21). Fue lo que oyó Pedro, pero no por eso creyó (cf. Jn 5,31). 3. Cuando Jesús les pregunta quién es él, Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, Entonces le aclara Jesús que ningún hombre sobre la tierra se lo ‘reveló’, ni Isaías ni el mismo Jesús como hombre, sino: “mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17 y cf. Jn 5,37), es decir esta gracia se dio en el corazón de Pedro. La dualidad: ‘cielo – tierra’, no significa lugares, sino lo externo que vemos y oímos: la tierra; y lo interno que sucede en nuestro corazón: el cielo. En el corazón de Pedro Dios le reveló que Jesús es el Mesías, le dio la gracia de la fe y Pedro creyó (cf. Lc 24,32; Hch 16,14). Siempre tenemos que avanzar por este camino y conocer más y más a Jesús. La disposición indispensable para convertirnos y creer es “hacernos como niños”, sencillos y humildes, de lo contrario no podremos entrar en el Reino de Dios (Mt 18,3) ni permanecer en él. Somos luego invitados a adentrarnos por ese camino y llegar a ser adultos en la fe, sin dejar nunca de ser niños ante nuestro Padre Dios y la Iglesia nuestra Madre. Jesús dice ‘niños’, desde luego que no quiere decir ‘aniñados’ (cf. 1Cor 13,11). En la Iglesia, pueblo de Dios, todos somos pecadores, como todo el mundo también está lleno de pecado, pero
5 ella tiene la garantía divina de darnos a conocer con seguridad lo que Dios nos revela y lo que quiere que hagamos conforme a su voluntad: qué es verdad y qué es mentira, el bien y el mal (Lc 10,16; 1Tim 3,15); la Iglesia es como una metalúrgica que recibe materia prima con toda clase de impurezas y produce metales preciosos y joyas de gran valor.
con sus bienes a los pobres. Vive así el camino de amor de Cristo sin seguirlo físicamente. Este camino es cíclico y en espiral ascendente de quien sube hasta la cima de la montaña del amor: siempre convirtiéndonos, siempre profundizando en la fe, siempre avanzando en el amor. Es el camino estrecho que lleva la vida (Mt 7, 14).
En este tiempo, la Iglesia, para hacer frente a tantas falsas ideologías que circulan por todas partes: la dictadura del relativismo, el racionalismo prepotente, el agnosticismo, etc. publicó primero el Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por S.S. Juan Pablo II y después el Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, de S.S. Benedicto XVI, en los que se nos da una explicación segura de las principales verdades y realidades de la fe contenidas en las Escrituras y en la Tradición.
El poeta Virgilio, para muchos el más grande de todos los latinos y de quien se ha afirmado que llegó a la fe, predijo inspirado, sin saberlo, por el Espíritu Santo —un Dios desconocido— lo que Jesucristo cumplió de manera insuperable:
EL SEGUIMIENTO. Seguir a Jesús es cumplir el gran mandamiento de la ley: “Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a ti mismo”. Es también y sobre todo cumplir el mandamiento nuevo que él nos dio: ‘Amarnos mutuamente como él no amó’. Esta es la ley suprema que Jesús cumplió hasta el extremo, como el mejor samaritano; él nunca “pasó de largo”, se compadeció de todos, se identificó con los más pequeños y se indignó hasta el punto de maldecir a los inmisericordes. En esto conocerán todos que somos sus discípulos. Los doce apóstoles seguían a Cristo físicamente a dondequiera que él iba. Este seguimiento geográfico es el símbolo del seguimiento en el Espíritu que Jesús pide a todos. Zaqueo no lo deja todo para irse con él, lo sigue porque se reconoce pecador, se convierte a una con toda su casa y ayuda
Omnia vincit amor, et nos cedamus amori (Égloga X, 69). Todo lo vence el Amor, sí, rindámonos, ya, al Amor. Es un verso universalmente conocido. Su impresionante ritmo es el del hexámetro, de seis medidas. (Las vocales en negrita señalan el tiempo fuerte).Virgilio escribió este poema unos 40 años antes de Cristo.
Los sacramentos: Bautismo, Confirmación, Eucaristía…
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ios quiere celebrar con nosotros que recibimos a su Hijo como nuestro Rey y Señor. En los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, toda la Iglesia se hace místicamente presente y celebra la fiesta. En la Vigilia Pascual, vísperas del Domingo de la Resurrección –y en toda Eucaristía– Cristo glorioso, a una con su Esposa la Iglesia, bautiza (o renueva el bautismo), nos da su Espíritu y celebra su banquete nupcial. En los sacramentos Cristo actúa personalmente para unirse
6 a nosotros y darnos vida abundante. Como somos pecadores, Dios nos sale al encuentro como al pródigo, para perdonarnos y vestirnos con el traje nupcial (la conversión y la fe) – (cf. Mt 22,1ss; Jn 6,70; Jn 6, 64-65). Y el cielo celebra estos prodigios de Dios con inmensa alegría. Aunque arduo, es un camino de gozo. Quien lo sigue, llena de alegría a Dios y él nos da su felicidad y su paz. Observar con gran fidelidad las normas de la liturgia, sobre todo en la Eucaristía, es una recomendación muy importante del Papa y de los Obispos.
I.- Doctrina y prácticas a nivel personal DOCTRINA
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omos seres humanos y por eso son muy importantes tanto el alma como el cuerpo; no nos basta con pensar, también hay que hablar; ni eso basta, también hay que actuar. En nuestro trato diario repetimos muchas practicas: el saludo, el abrazo, comer juntos, nos reunimos, etc. Quien se enamora piensa en lo mucho que quiere al ser amado y se lo hace saber de palabra y de obra. Si el novio es correspondido, a su tiempo, le da a su futura esposa el anillo de compromiso, en su momento va a su casa y pide su mano y al final llegan juntos al altar; y las prácticas continúan: brindis, luna de miel, viven día y noche en la misma casa, comen juntos, celebran los aniversarios y no faltan muchos detalles de amor y de amistad. Con Dios, con Jesucristo y con la Iglesia ¿basta la conversión, la fe y el seguimiento? Me convierto pero no lo trato con Dios y nadie se entera: creo, pero no lo profeso, sirvo y amo pero nadie sabe por qué. Entonces me quedo corto y a medio camino, también hay que hablar y actuar. Sin olvidar que la relación con Dios no es solo personal, sino además eclesial, familiar, comunitaria y también de las ciudades y de los pueblos. Como vimos, Jesús sólo logró relacionarse, antes de terminar su obra e ir al cielo, con algunos discípulos y familias. Ahora
sigue trabajando en nosotros y con nosotros para extender su reinado a todas las familias, comunidades, ciudades y naciones: — “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado, y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (cf. Mt 28,18). Prácticas a nivel personal Estudiando los Evangelios y lo que la Iglesia señala como de suma importancia, descubrimos las cinco prácticas fundamentales de la vida cristiana:
1 La oración 2 La palabra de Dios 3 La confesión 4 La comunión 5 El servicio mutuo con amor
7 La oración y el servicio – la caridad efectiva– son tan evidentemente imprescindibles que la Iglesia no necesitó promulgar un precepto especial. El Señor Jesús habla de estas dos prácticas con palabras excepcionales, nos puso el ejemplo y nos dice que oremos y amemos en su “nombre”, es decir que él mismo ore y ame en nosotros. La escucha de la palabra sobre todo en la Misa Dominical, la Confesión y la Comunión son objeto de especiales mandamientos de la Iglesia. BREVE DECLARACIÓN DE LAS CINCO PRÁCTICAS 1) Oramos diariamente, dedicándole al trato con Dios, con Cristo, con María, los ángeles y los santos su tiempo en el momento oportuno. Se recomienda mucho el Rosario, un misterio o completo diariamente. 2) La palabra de Dios, la oímos en la celebración de la Eucaristía los domingos y la estudiamos en casa. 3) Nos confesamos, como mínimo una vez al año, pero lo mejor es hacerlo con cierta frecuencia, siempre que lo necesitamos o nos ayude a mejorar nuestra vida. Nos preparamos a la reconciliación con el examen de conciencia diario. Nuestra vida es una continua lucha contra el pecado, falta de amor 4) Comulgamos, al menos una vez al año. Lo mejor es comulgar siempre que vayamos a la santa Misa para vivir siempre unidos a él y que él viva en nosotros. 5) Servimos, a Dios y a nuestros hermanos. Que nuestro amor sea un amor compasivo y estemos siempre dispuestos a ayudar a los que con facilidad ayudamos, porque los queremos; a los que no tenemos motivos para amarlos, a los desconocidos, como ayudó a su prójimo el samaritano; y aun a los que tenemos motivos para no amarlos, a los enemigos. Si no ¿qué hacemos de ex-
traordinario? (cf. Mt 5, 43-48). Estas prácticas nos unen a Jesucristo para transformar, como él lo hizo, un mundo de soberbia, odio, desorden, injusticia e incredulidad. Él, en el mundo de su tiempo, dejó su Iglesia: “Miren, entre ustedes ya está el reino de Dios” (Lc 17,21). Cristo siempre se rodeaba de los más insignificantes, marginados y pobres, y también de los en cierto sentido los más pobres, los pecadores, que acudían a él, los perdonaba y les daba el don de la fe.
II.- Doctrina y prácticas a nivel familiar y comunitario DOCTRINA
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l Señor quiere reinar en las relaciones interpersonales de todo tipo: instituciones, lugares de trabajo, escuelas, universidades, etc… de manera especial en las que suponen más convivencia e intimidad, para que nuestro trato sea siempre vivir su mandamiento nuevo: “Ámense
8 mutuamente como yo los he amado”. Quiere que nuestra unidad sea perfecta en el pensar y en el obrar y que seamos: “Un solo rebaño bajo un solo Pastor”. Quiere que nos enriquezcamos unos a otros en el insondable tesoro del universo de la revelación, superando, por libre opción y por amor a la verdad, el pluralismo contradictorio de las falsas ideologías. Jesús informa nuestras relaciones con las relaciones íntimas de la vida de Dios. La Trinidad es “ser y estar-en-relación” de personas; el Padre nos envió al Hijo y a su Espíritu para que nosotros nos amemos como el Padre y el Hijo se aman en el amor recíproco y sin límites del Espíritu Santo, y participemos de su inmensa alegría y de su inalterable paz. Sin pretender abarcar este gran misterio de Dios sí nos ha sido revelado, y podemos saber muchísimo sobre él —aunque por mucho que sepamos siempre será como si nada supiésemos, comparado con lo que nos queda por saber—. Los tres son un solo Dios idénticos en todo, en la sabiduría, el poder, la bondad, la santidad… entonces ¿en qué son distintos? Se preguntó con genial intuición san Agustín. Y con intuición sencilla y genial respondió: en que solo el Padre es Padre y solo el Hijo es Hijo, el Padre le da al Hijo al engendrarlo toda su divinidad sin perderla él; son también opuestos, porque el Padre no es el Hijo ni el Hijo es el Padre, pero se necesitan, porque si no hay Padre no hay Hijo y si no hay Hijo no hay Padre. Es, pues, una relación imprescindible. Y el gran Doctor se preguntó de nuevo: ¿Y en qué es diferente de ambos el Espíritu Santo? Examinando lo que Jesús y la fe de la Iglesia nos enseñan, respondió: en que el Espíritu Santo y sólo él es el amor recíproco del Padre y del Hijo. Son personas infinitamente perfectas, no se causan tristezas ni padecen diferencias y problemas que les causen disgusto alguno. Su Gloria no es su omnipotencia ni su saber sin límites, sino que el Padre y el Hijo se aman en el amor infinito del Espíritu Santo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 690) y esa Gloria nos la quieren compartir ya ahora y en la otra vida para siempre.
Dios nos creó en el paraíso para vivir unidos a él la dicha de su Amor y para ello nos dio también la gracia inestimable de la libertad, advirtiéndonos que sólo unidos a él podríamos disfrutar del jardín del Edén, amándonos y sin llenarnos de soberbia, arranque de toda maldad. No fue así, nos alejamos de Dios e hicimos del hombre y la mujer falsos dioses. El ídolo confunde la verdad y la mentira, el bien y el mal. Dios, que es amor, es entrega mutua, fuente de verdad y de vida. El ídolo, como un agujero negro, lo atrae todo hacia sí para destruirlo. Compadecido el Padre nos da su Hijo y su Espíritu, iniciando así el camino de retorno. Con Jesús y su Espíritu vivimos ya en la tierra como viviremos en el cielo el reinado de Dios, y nos capacitamos para superar los problemas que tenemos, porque Jesús nos sana a nivel personal, familiar y social. “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Él quiere estar siempre “en medio”, para resolver todo conflicto y llenarnos de felicidad y de paz. Por ser pecadores hacemos sufrir a Dios causándole disgusto, ira e indignación. El sufrimiento y la cólera de Dios no implican imperfección en él, porque Dios no cae en el desprecio ni en el rencor ni en el abismo del odio y la desesperación. Es también un misterio que nos ha sido revelado. Ante una humanidad que se había pervertido: “Se llenó de pena su corazón” (Gen 6,7). Él es el único que puede hacernos felices ya ahora y para siempre y al no ser correspondido sufre angustia equiparable a morir por amor. San Pablo nos advierte: “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios” (Ef 4,30). Jesús que sufrió esa pena mortal en su pasión nos dice: “El que me ve a mí, ve al mi Padre” (Jn 14,19). Enviando el Padre a su Hijo hecho hombre a la muerte de cruz nos quiere demostrar que si él como Dios, pudiera morir para salvarnos, lo haría, en medio de los grandes sufrimientos que le causa nuestra falta de correspondencia a su amor. Dios inspiró a Pablo este anhelo: «Desearía ser yo mismo anatema por mis hermanos» (Rom. 9,3). Jesús sufrió y se indignó por nuestra perversidad y murió en la cruz. En él
9 que Jesucristo nos dio y que sus apóstoles aprendieron de él, como lo expresa san Pablo: “Tengan entre ustedes los sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Flp, 2,5). La primera comunidad de Jesús practicaba estas cinco grandes virtudes: 1. Humildad 2. Paciencia 3. Energía 4. Valor 5. Amor vemos sufrir e indignarse al Padre; padece Jesús en su cuerpo mortal, el Padre en su “corazón”. Jesús resucitó. El Padre sufre una muerte mística y muriendo resucita y se llena de alegría por su infinita misericordia, por haber respetado la libertad de sus creaturas y hecho todo para nuestra salvación. Dice san Bernardo: “Dios no puede padecer, pero puede compadecerse” (Serm. 25, n.5); se compadece, es decir, al tratarse de nuestra relación con él, no le somos indiferentes ni le da lo mismo que le correspondamos o no. La felicidad de Dios y su tristeza como Padre, por lo malo que somos, son dos extremos que se tocan y asimismo su inmenso amor y la cólera divina. Sufre y se indigna, pero no pierde su íntima felicidad y su paz, porque el Padre y el Hijo siempre se aman en el Espíritu Santo. Nunca nadie en este mundo vivió ni vivirá tan feliz como Jesús, nadie sufre ni sufrirá como él. Aplicando esta reflexión a nivel familiar, comunitario y social, vemos que por tratarse de nosotros los humanos, como somos creados, limitados y débiles, y a consecuencia del pecado de Adán, somos pecadores, inclinados al desorden y al mal, entre nosotros es inevitable que nos causemos sufrimientos y disgustos, que fácilmente se agrandan y nos quitan la paz. Por eso, seguir a Jesús amando como él ama, pide cinco actitudes fundamentales que vemos en el trato que se daba entre Jesús y sus discípulos. Este es el ejemplo
Jesucristo practicó siempre y enseñó la corrección fraterna y también por eso sufrió el odio de los pecadores (cf. Mt 18,15; 23,32). Por su parte san Pablo nos la recomienda y manda: “Corríjanse unos a otros lo mejor que sepan” (Col 3,16). Un texto fundamental para las relaciones interpersonales de los que queremos ser discípulos de Jesús, lo vemos en la carta a los Efesios: “Enójense, dice Pablo, pero no pequen, que el sol no se ponga sobre su coraje y no le den lugar al diablo” (4,26). El psicólogo consigue su objetivo cuando logra que su cliente sepa conservar la serenidad (la cabeza fría), aunque experimente mucha rabia en su interior (su corazón esté echando chipas por dentro). San Pablo quiere que no caigamos en el despeñadero de Satanás. Él quiere que nos pongamos furiosos, de aquí pasemos a sentir desprecio, rencor, odio y deseos de venganza (lo cual no es pecado, pues sentir no es consentir), luego nos incita a que consintamos y pasemos a los hechos: injuriar, golpear, herir y matar.
Prácticas a Nivel Comunitario 1. LIBERACIÓN: Pedirle al Señor nos libre de todas las insidias del maligno (Ver Mt 10, 8). Práctica: rezar con frecuencia el Padre Nuestro en familia, para que nos libre de
10 todo mal y del Malo. Rezarlo, por ejemplo, al bendecir la comida. 2. CONVERSIÓN: Reconocer en familia lo que esté mal para corregirlo y así vivir la fe y educar a los hijos. Práctica: la corrección fraterna de la pareja y de los hijos. 3. FE: la familia profesa las principales verdades de la fe. Práctica: proclamar el Credo en familia, p. ej. al rezar en familia el rosario o un misterio del mismo. 4. COMUNIÓN: Vivir unidos cumpliendo el mandamiento de Jesús: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Práctica: la comunicación, el diálogo y el servicio. 5. PALABRA DE DIOS: san Pablo quiere que la palabra de Dios, la Escritura y el Evangelio, habite en nuestras familias en toda su riqueza (Col 3,16). Práctica: estudiar con frecuencia en familia la Biblia. Por ejemplo, cada semana o una o dos veces al mes. 6. CELEBRACIÓN: celebrar los sacramentos que son la cumbre y la fuente de toda la vida de la Iglesia: Bautismo, Confirmación, Confesión y EUCARISTÍA… y hacer oración en familia. Práctica: la Misa los domingos y la lectura orante de la Escritura (la “lectio divina”) con frecuencia, por ejemplo, cada semana o una o dos veces al mes. Y el Rosario, un misterio o completo diariamente. 7. MINISTERIOS: Todos necesitamos los unos de los otros y a cada uno se le han dado dones [carismas] personales para el bien de todos. Práctica: Servicios y ayuda mutua en el hogar y en las comunidades. 8. MISIÓN: Jesús nos envía a evangelizar a toda la sociedad, a toda la nación y al mundo entero. Práctica: evangelizar con la oración, el ejemplo y la palabra. Dios ha dado a la Iglesia el carisma extraordinario del Apostolado de
la Oración. Estudiémoslo y vivámoslo. Es un servicio a la Iglesia y un ejercicio de piedad muy sencillo, por ser para todos. Consiste en recitar diariamente, se sugiere que sea al momento de levantarse por la mañana, la oración que se llama Ofrecimiento de Obras, por ejemplo, con esta fórmula: — Dios Padre nuestro, yo te ofrezco mi jornada, te ofrezco mis oraciones, pensamientos, palabras, obras y sufrimientos en unión con tu Hijo Jesucristo que sigue ofreciéndose a ti en la Eucaristía para la salvación del mundo. Que el Espíritu Santo, que guió a Jesús, sea mi guía y mi fuerza en este día para que pueda ser testigo de tu amor. Con María, la Madre del Señor y de la Iglesia, pido especialmente por las intenciones que el Santo Padre encomienda a la oración de los fieles para este mes. (Autor: P. Kolvenbach, Prepósito General de la Compañía de Jesús). Los movimientos apostólicos que hay en la Iglesia son de gran ayuda para llevar adelante la misión. En especial contamos con el gran recurso de las pequeñas comunidades eclesiales, las cuales: viendo la realidad que vivimos, reflexionando a la luz de la palabra de Dios y actuando en consecuencia, se comportan evangélicamente como la levadura que fermenta toda la masa para impregnar la sociedad con los valores del Reino.
III.- Doctrina y prácticas a nivel político DOCTRINA
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risto quiere hacer presente el reino de Dios en las grandes colectividades, pueblos, ciudades y naciones. Para establecer el Reino universal de Dios, supuestos los dos niveles personal y familiar/comunitario, la evan-
11 gelización, según el plan de Cristo, abarca este tercero: que las ciudades y naciones reciban a Jesús como su verdadero Mesías, el único que trae a este nivel toda clase de bienes humanos y divinos y la paz Nos lo asegura: “La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo” (Jn 14,27). Sólo con la fuerza de su palabra y de su amor, podrán los que tienen las más grandes cualidades, el talento, la riqueza y la fama, e influyen más en la sociedad, superar el egoísmo y la soberbia que los llevan a la incredulidad y a la adoración del dinero, la fama y el poder. Solo así les será posible, como pide Jesucristo, hacerse como niños ante Dios y ante la Iglesia, la gran Madre y Maestra de toda la humanidad. A nuestros papás y mamás solamente les decimos: “Hágase tu voluntad”, durante nuestra niñez, después nos independizamos; pero a Dios siempre le decimos: “Padre, hágase tu voluntad”, porque sólo santificamos su Nombre de Padre siendo hijos suyos obedientes y obedeciendo también a nuestra Madre la Iglesia, para acertar en conocer lo que Dios nos revela y lo que quiere que hagamos. Jesús quiere cautivar con su Espíritu nuestros corazones: “La novedad de Jesús está en su clarividencia para identificar la raíz de la injusticia; la ambición de dinero, de posición y de poder… Jesús pide la ruptura con el sistema social injusto, renunciando a sus valores y adhiriéndose a lo que él propone: contra el afán de dinero, el compartir (Mt 14,16); contra el deseo de subir, la igualdad (Mt 23,12 y par.); contra el ansia de dominar, el servicio mutuo (Mt 20,25,-
28 y par,).” (L. A. SCHÖKEL y J. MATEOS, Primera Lectura de la Biblia, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1977, p. 292 y 294). Dada la situación actual de tanta corrupción y violencia en el mundo en que vivimos, nos preguntamos si es posible la paz. La violencia en el mundo asume todas las formas: guerras, terrorismo, narcotráfico, secuestro, extorsión, divorcios, robos, asaltos, etc. Todos los días los medios de comunicación nos informan de grandes tragedias en muchos lugares y países. ¿Tendremos que vivir ya para siempre en esta cultura de la muerte? Las autoridades dicen que quieren la paz y se esfuerzan por poner un alto a tanta conflictividad, pero están muy lejos de lograrlo. Son fundamentales los valores humanos, pero no bastan. En la cena, cuando Jesucristo estaba a punto de padecer toda clase de violencias, celebró con sus discípulos su banquete nupcial y lo maravilloso es que nunca perdió su paz. Cuando Pedro quiso iniciar una reyerta, hiriendo a Malco, Cristo se lo impidió y le curó milagrosamente la herida. Si algo podemos admirar en el crucificado es la profunda paz de su corazón. Con Cristo podemos buscar, perseguir y lograr la paz, una paz que nada puede alterar (cf. Jn 16,33). Cristo nos quiere dar el don de su paz, no sólo a cada uno de sus discípulos, también a las familias, ciudades y naciones. A cada uno lo saluda, como se acostumbraba en la cultura de su pueblo, diciendo: “La paz sea contigo”. Pero también
12 casa [el templo] (Mt 23, 37)”. Y en otro Evangelio leemos que Jesús le dice a la ciudad: “¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! Pero eso está oculto a tus ojos. Ya vendrán días en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te atacarán por todas partes y te arrasarán. Matarán a todos tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba” (Lc 19, 43-42).
los envía con esta misión: Cuando entren en una casa digan: “Que la paz reine en esta casa” (Lc 10,5). Si Jesús dio la paz a discípulos y familias, en las ciudades no encontró a ninguna “amante de la paz” (Lc 10, 6). Primero fue a la sinagoga de Nazaret y les dijo que él era el Mesías, porque el Espíritu Santo lo había ungido y venía a traer todo bien y la paz a toda la ciudad. Fue allí donde por primera vez lo sentenciaron a muerte (Lc 4,1430). Él quería establecer el Reino de Dios en todo el pueblo de Israel. Para consumar la obra que el Padre le encomendó, fue a Jerusalén y nadie pudo impedir que entrara triunfalmente en la ciudad; gente humilde y sencilla de Galilea y los niños hebreos que vivían en la ciudad lo aclamaron en el templo con inmensa alegría: ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor! (Lc 19, 28-40; Mt 21, 1-17). Pero las autoridades de todo Israel, indignados, decidieron llevarlo a morir en la cruz. Jesús, que amaba a su pueblo y sabía que él era el único que podía darle su paz y toda felicidad, se conmovió en su corazón y llorando, exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén, la que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no han querido! Pues bien, se les va a dejar desierta su
Jesús relaciona vigorosamente la paz con su banquete de bodas (cf. Mt 22, 1-14). Si personas, familias, ciudades y toda la nación no aceptan la invitación a su banquete eucarístico, donde él celebra su alianza nupcial con personas, familias, ciudades y naciones, no será posible la paz que solo él nos puede dar. Jesús le dijo claramente a su pueblo, Israel que, si no celebraban esa alianza, la boda, con él, nunca podrían tener paz. No pide armas, ejércitos y dinero, sino: Como una gallina reúne a sus pollitos bajo las alas: Los recursos que parecen más inútiles, a la luz de la fe son los más eficaces. Ante el impío rey asirio, Senaquerib, que amenazaba con destruir Jerusalén y eliminar al pueblo escogido y se proclamó más poderoso que el Dios de Israel, el rey Ezequías se declaró impotente. Fue al templo, invocó a Dios y le mostró la carta del emperador asirio. El Señor exterminó en una noche un ejército de ciento ochenta y cinco mil hombres (2Re 19, 9-36). Las naciones se bloquean con tanta incredulidad, demonio que se lanza fuera cumpliendo la misión que se nos dio de evangelizar a todos los pueblos de la tierra. Jesús consumó su misión en la cruz, resucitó y se quedó en la Eucaristía, nos dio su Espíritu para que prosigamos su obra: — ¡Ánimo!, dice, yo he vencido al mundo (Jn 16,33) y al maligno (Hch 10,38).”En verdad les digo: el que cree en Mí, también él hará las obras que yo hago; y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y todo lo que pidan en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre yo lo haré” (Jn 14,12-14).
13 Sin embargo ¿qué es lo que pedimos? ¿las añadiduras? (Mt 6,33). Pidamos sobre todo perdón, pidamos fe y la gracia más grande de la caridad para hacer avanzar el plan estratégico de Jesús.
El apasionamiento del Señor por las naciones y por las autoridades fue lo que principalmente llevó a Jesús a su Pasión y a su Pascua.
Las personas que han recibido de Dios dones extraordinarios, los estadistas, los intelectuales, los profesionistas eminentes, los ricos, los “sabios y entendidos”, son los que más necesitan ser evangelizados con las palabras que les dirige el Señor:
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“Si no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos” (Mt 18,2). Es de suma importancia le pidamos a Santa Teresa del Niño Jesús que nos admita en su escuela para aprender a hacernos como niños, por eso la nombró el B. Juan Pablo II Doctora de la Iglesia, por su enseñanza sobre la infancia evangélica. Nos enseña san Ignacio de Loyola que la verdadera Esposa de Cristo, la Iglesia jerárquica —el Papa y los Obispos—, sólo puede cumplir su función maternal y paternal con quienes se hacen como niños, no con los ‘sabios y entendidos’, los adultos, que ya nadie les puede mandar (v. EE n. 353). También el Papa y los Obispos, son pequeños hijos de la Iglesia Madre, la obedecen como todos y no obstante esto, proceden como pastores, maestros y sacerdotes de la Iglesia universal, Madre de todos los pueblos.
PRÁCTICAS as prácticas a este nivel superior son las mismas que se hacen a nivel personal y a nivel familiar y comunitario. Un hombre –y la mujer– sólo es plenamente hombre si tiene a Cristo por Cabeza, un padre –con la madre– sólo es plenamente padre y jefe de su hogar, el líder y el gobernante sólo lo son verdaderamente, si tienen a Cristo por Cabeza. Y tenerlo significa: conversión continua, creer siempre más en él, seguir su camino de amor servicial, practicar la oración personal y corporativamente, celebrar humildemente el sacramento de la reconciliación y participar en su banquete eucarístico, donde él nos da vida en abundancia. Jesús quiere impregnar a toda la humanidad de su humildad, su paciencia, su energía, su valor e inflamarla en el amor de su Corazón: — Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre lo conoce solo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen mi yugo y aprendan de mí, que soy sencillo y humilde de corazón y encontrarán descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11,25-30). Estas maravillosas palabras las ha pronunciado alguien en quien podemos confiar ilimitadamente. Él ya trajo el cielo a la tierra, la felicidad y la paz, la civilización del amor. El episodio del leproso nos lo hacen ver de manera impresionante. Jesús lo ve dispuesto, se conmueve ante su situación, pone en su corazón sus más grandes dones: la fe, la esperanza, la caridad. El leproso, en un acto de ilimitada confianza, le pide: “Señor, si quieres, puedes
14 limpiarme”. Le dice Jesús: “Sí quiero, sé limpio”. Lo toca e inmediatamente desaparece la lepra (Mt 8,1-3). A todo el que se acerca a Jesús y confía en él, inmediatamente por el poder de su gracia, lo llena de alegría y de paz. Pongamos por encima de todo ser discípulos y enviados de Jesucristo y todo lo demás ocupará el lugar que le corresponde (cf. Mt 7,33). DIÁLOGO No faltará quien diga: — ¿Cómo propones tú que las naciones reciban a Cristo como su Rey y Señor? El Estado debe ser laico. Ya el mismo Cristo lo enseñó: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Jesucristo separó a la Iglesia del Estado. En una sociedad pluralista, donde hay todo tipo de creencias, el Estado debe estar al margen de todas las creencias. — Primero, respondo, ‘laico’ no significa un Estado pagano y sin Dios, sino un Estado que como tal es miembro del Pueblo de Dios. Pues lo que en realidad está diciendo Jesús a las autoridades del pueblo de Israel es: ‘Gobernantes -no solo los ciudadanos, sino el Estado, sus líderes y autoridades como tales - denle a Dios lo que es de Dios, y también a mí lo que es mío, a mí a quien el Padre ha enviado como Rey y Señor del universo. ‘Laico’ significa: ciudadano del Pueblo de Dios, no sólo personal y privadamente, sino pública y oficialmente. Todos los pueblos tienen por Padre a Dios, por Madre a María y están llamados a ser ciudadanos de la Iglesia, hijos suyos y miembros del Cuerpo de Cristo. La separación de la Iglesia y del Estado no es absoluta, sino relativa. — Entonces tú planteas que las autoridades impongan el catolicismo como religión de Estado. ¿Va a ser imperativo y de ley ser católico para pertenecer al Estado católico?
— No, en absoluto. En un pueblo de mayoría católica, que elige a sus gobernantes de su misma fe, la nación como tal aceptará a Cristo como su Rey y Señor y aceptará a su Iglesia, la que le enseña lo que Jesús ha revelado y le da a conocer la voluntad de Dios en la práctica de esa fe. Los gobernantes, con la debida autonomía, obrarán libremente conforme a su conciencia iluminada por esa fe. Pero la fe no se impone por decreto ni por la fuerza de las armas. Es una opción libre que obliga en conciencia, porque nunca va a estar bien resistir al Espíritu Santo (cf. Hch 7,51; Vat. II, GS n.19). Jesús reprende enérgicamente a los discípulos de Emaús por su falta de fe: “¡Qué necios y torpes son ustedes para creer todo lo que anunciaron los profetas!” (Lc 24,25). Creer a los profetas es un deber, pero la fe se acepta libremente; a nadie le es lícito manipular ni forzar a creer. La libertad religiosa es también un deber; hay quienes ignoran sin culpa la verdadera fe
(cf. Vat. II, LG n.16). Solo Dios, en la intimidad de la persona, puede ser el juez de la buena o mala fe y culpabilidad de quien no quiere creer (cf. Mc 16,16). Por todo esto, un Estado católico será muy respetuoso y tolerante de las creencias de todos los ciu-
15 dadanos, aunque por otra parte tendrá el derecho y el deber de aplicar la ley al delincuente, sea católico o no. — ¿Piensas que se va poder echar abajo al laicismo de que muchos políticos se ufanan en México? — Dios tiene todo el poder para hacerlo, pero pide nuestra colaboración. Estamos en un estado de ‘Misión Continental’, como lo propusieron los obispos en Aparecida, para que nuestros pueblos abran de par en par las puertas al Señor. Queremos que el laicismo pagano e incrédulo se convierta en ‘laicidad evangélica’ y que también, con ‘clericidad’ evangélica, hagamos realidad el reinado del Señor. Es algo por lo que bien vale la pena dar la vida. Una gran aspiración de los que creemos en Cristo es que el pueblo de Israel, un pueblo de este mundo, pero escogido por Dios, modelo y escarmiento de todos los pueblos de la tierra, reciba a Jesús como el verdadero Mesías, y que el pueblo de México y todos los pueblos, lo reciban como su Rey y Señor. El Padre que todo lo puede se encargará del cuidado de todos sus hijos mostrándoles la ternura de su amor por medio de la Madre de su Hijo Jesús. María se dirige a todos y a México como lo hizo con el indígena Juan Diego: ‘¡Juanito, Juan dieguito, el más pequeño de mis hijos!’. Anunció en México lo que ya siglos antes Dios había revelado a su pueblo escogido: — “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo [...] “Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos. Con cuerdas de ternura, con lazos de amor, los atraía; fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas y se inclina hasta él para darle de co-
mer [...] El corazón me da un vuelco, todas mis entrañas se estremecen” (Os 11,1-8). Así sufrió Jesús en su corazón previendo la destrucción de Jerusalén. Por eso cuando Israel se creyó grande y dejó de ser el niño de Dios, cuando confiaba en sus propios recursos olvidándose de él, su Padre Dios los hace pasar por diversas pruebas buscando su recuperación (cf. Heb 12,5-13) y, con especial providencia, nunca permite que Israel sea eliminado. Ya es tiempo de que Jerusalén, Roma, México, Torreón… le abran las puertas al Señor y lo reciban triunfalmente. Él dará a todos los pueblos la paz que solo él nos puede dar. Que como los niños hebreos y la gente sencilla, salgamos a su encuentro, autoridades y ciudadanos todos y, entusiasmados, lo aclamemos diciendo: “¡Viva, Jesús, el hijo de David! ¡El Rey de Israel! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (cf. Lc 19,38; Mt 21,9). La unidad de los que creemos en Cristo es una meta que a todos nos supera. Hace más de mil años que se dio el cisma de oriente y quinientos años el de occidente. Avanzamos lentamente por este camino. La civilización del amor — imposible sin las autoridades de las naciones— es una meta que nos dejó Jesucristo hace dos mil años y cada vez nos alejamos más de ella. Cualquier paso que se dé a nivel personal, familiar o social es muy importante. Jesús oró así a su Padre: “Yo les he dado la gloria que tú me diste para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,22-23).
En el Cincuenta Aniversario de mi Ordenación Sacerdotal Salmo 70
Dios y las edades del hombre que cree y confía en él. A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre. Tú que eres justo escucha mi oración, líbrame y ponme a salvo. Sé para mí un refugio, ciudad fortificada en que me salves. Señor, tú eres mi esperanza; desde mi juventud en ti confío. Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías. Muchos me miraban como un milagro, porque tú eres mi refugio seguro, mi boca proclamará tu alabanza y tu gloria todo el día. Señor, no me rechaces en la vejez ni me abandones cuando se agota mi vigor. Dios mío no te quedes a distancia. Señor, date prisa en socorrerme. Dios mío me instruiste desde niño y hasta hoy relato tus maravillas; ahora, en la vejez, no me abandones, Dios mío, hasta que anuncie tu poder a las generaciones venideras. Tú justicia, oh Dios, es excelsa, porque tú hiciste maravillas: Dios mío, ¿quién como tú? La lealtad del Señor para conmigo celebrará mi lira. Al Santo de Israel, a ti Dios mío, cantaré con mi cítara.