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Vosotros sois la luz del mundo José Miguel Jiménez Atienza
José Miguel Jiménez Atienza
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Agrupación de San Juan Evangelista
Esta es la misión que Jesús nos da a cada uno de nosotros, querido hermano. Y en el Sermón de la Montaña, sigue diciendo: «brille así vuestra luz delante de la gente, para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre». En efecto, esta es nuestra tarea como cristianos, en la cual nos vemos implicados todos los marrajos, si cabe, de una manera más especial aún.
Nosotros hemos recibido la luz que viene de nuestro Señor Jesucristo. Hemos experimentado en nuestras vidas el amor que te tiene a tí y me tiene a mí, incluso en los momentos más duros. El perdón obtenido por su infinita misericordia siempre que lo hemos pedido con verdadero arrepentimiento. Pero hermano, esto no se queda aquí. No puede quedarse aquí. ¡Estamos llamados a ser la luz del mundo! ¡A dar testimonio de lo que hemos recibido de parte de Jesucristo! No puede agotarse en nosotros. Hemos de permitir al Señor que haga de nosotros instrumentos suyos en el mundo. Nuestras buenas obras han de ser motivo de alabanza a Dios. Es decir, que, viendo tu conducta, tu compañero de trabajo, tu padre, tu hermano, tu amigo, etc., vean a Dios. Se pregunten el porqué de tus obras. Siendo siempre instrumento. La gloria no es para nosotros, hermano. Es para Dios.
No cabe mejor ejemplo de esto que la imagen de San Juan Evangelista señalando a nuestro Señor Jesús. No podemos quedarnos en los medios. Hemos de ir siempre al fin último, que es nuestro Señor.
Pero no podemos ser ingenuos tampoco. Esto no se consigue de un día para otro. Nadie te quita el sufrimiento del combate de la FE, sino que es Cristo quien te de la FUERZa para cargar con tu cruz y ser apóstol en la vida de los que te rodean. En el tiempo que llevo en el Seminario, he podido ver cuánta gente de todas las edades y de todos los estados de vida han dicho «sí» a esta misión y la viven con una alegría envidiable. Porque del mismo modo que la cruz de Cristo es signo de victoria, y no de derrota, nuestras contrariedades han de ser signo del testimonio que Dios desea que demos en el mundo.
Vivimos un tiempo espectacular para poder ser apóstoles de nuestro Señor, indistintamente del estado que ostentemos. Nuestra actividad cofrade y las procesiones no deben tener otro fin que este. Dar luz al mundo. Nosotros recibimos la luz en los sacramentos. Con las procesiones y, por encima de cualquier otra cosa, con nuestra vida, estamos llamados dar luz a las gentes y que estos experimenten el verdadero amor de Dios.