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EL HOMBRE DE FUEGO Leyenda puertorriqueña | | = = s
Lo que os voy á referir ocurrió allá por los años de la primera década del siglo XVIII. . Es una historieta' de poco valor y escaso interés; pero que no deja de tener su singularidad demostrativa de la existencia de los tenorios en todas las épocas y de sus inventivas y artimañas en la persecución de sus deseos.
Conocidas de todos son esas mil historietas inventadas unas, pero con alguna base histórica la mayor parte de ellas, referentes á fantasmas, brujas la muerte, el diablo y que se yo cuantas semejantes apariciones endemo o de seres sobrenaturales, en las que al fin y a la postre, el motivo de ellas no era otro sino el de distraer a los vecinos, tenerlos en un estado excitación extraordinario y ha-erlos permanecer encerrados a cari canto en sus viviendas, con el objeto de que no se dieran cuenta de la introducción de algún galán en determinada casa de aquellas cercanías o cualquier otra clase de cita o evasión amorosa clandestina.
Pues bien, la que os voy a referir es una de estas historietas, Ocurrió allá- como ya os he dicho, por la primera década del siglo XVIII, que entre el trabajo de la polilla y las manchas del tiempo, no me han permitido precisar la fecha en los viejos pergaminos de los cuales tomé los datos que no haré mas que daroslos a conocer, variándolos en la forma, pero con su verdadero fondo histórico.
Entonces San Juan no era una ciudad de cincuenta mil habitantes, ni de grandes edificios, ni de bonitas y asfaltadas calles, ni de bueno ni mal alumbrado,'ni de ninguno de esos arminículos que nos ha traido el progreso en cuanto a lo que transporte se refiere como son los coches, tranvías, automóviles, etc. La San Juan de entonces era una ciudad casi solitaria y pacífica completamente amurallada, con sus buenas puertas que se -cerraban al caer el sol, solo con algunas ca- lles de las que hoy existen, sin aceras y mucho menos adoquines, con casas de mampostería las menos, muy pocas con un piso alto de madera, +todas techadas de teja, con no más de seis mil habitantes por vecindario, sin más alumbrado que el reflejo de alguno que otro farolillo que la bondad de los vecinos quisiera poner en la puerta para alumbrado de su entrada y una gran quietud y tranquilidad en apariencia; pero nada más que en apariencia, porque entre aquellas seis milalmas de tres razas distintas, india, negra y blancay sus na:urales mezclas había las mismas luchas que hay entre los hombres de todas las sociedades, de todos los pueblos, de todos los paises, de todos los tiempos, luchas de odios, de rencores, de rivalidades, de pasiones, de celos... Pero no nos salgamos del tiesto, y demos principio a nuestro cuento
Existfa en la ciadad un tal Luis Robladilloque titulábase hijo, aunque no legítimo, de ungobernador de igual apetlido que hubo en la isla. El decía, y es de presumirse que así fuera, pues el tal gobernador Robladillo no desempeñó ni por medio año dicho puesto, que su padre no había hecho cosa otra alguna de provecho durante su gobierno, sino la de contribair en lo que pudo para mandario a él al mundo. Este Luis Robladillo era tenido por tenorio y como tal alardeaba en la ciudad. Sus victorias amorosas y sus triunfos mujeriles de todas clases, .corrían de boca en boca, sobre todo de las femeninas, que, aunque censuraban su conducta, cuando llegaba la ocasión no dejaban de prestarse para que él contara con una más entre las listas de sus victorias.
Una noche corrió por la ciudad la alarmante noticia de que por «la Meseta» así llamaban la región comprendida por los alrededores de la Casa Blanca había aparecido un hombre de fuego; un hombre que en medio de la oscuridad de la noche hacía brillar su cuerpo todo á pequeños intervalos, como si estuviera cubierto de alguna materia fosforescente y que había dado unos gritos tan estridentes y sobrenaturales que había producido la consternación y el miedo de los vecinos de todos aquellos alrededores que aunque no eran muchos, eran si los bastantes para dar alguna vida á aquella todavía en aquel tiempo casi selvática región de la ciudad.
La cuestión fué que por más buscas y rebuscas que algunos gerdames de la autoridad hicieron, por ver si lograban capturar la tal