Café (1967)

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Introducción

ocos ELEMENTOS de la naturaleza puertorriqueña están tan identificados con nuestra vida de pueblo como los verdes cafetales de nuestras montañas. A pesar de que aún no se han cumplido dos siglos desde que el cafeto fuera traído por primera vez a la Isla, ninguna otra planta, ni siquiera la autóctona ananás o piña, o la rica caña de azúcar -de tan enorme importancia en nuestro desarrollo económico- se ha identificado tanto con Puerto Rico como este arbusto de aromático fruto.

En Puerto Rico se producía ya a fines del siglo XVIII el mejor café de América; el predilecto en Europa, particularmente en las cortes de Francia y España. Hacia 1788 manifestaba el ilustre historiador Fray lñigo Abbad y Lasierra:

"El café de Puerto Rico es muy apreciado de los extranjeros; lo mezclan con el de Asia, que toma su mismo olor y sabor. Por estas circunstancias lo prefieren al de las otras islas, lo solicitan con ansia, y se puede decir que se llevan roda Ja cosecha de esta Isla, que es considerable ..."

Y refiriéndose a nuestros campesinos, añadía:

" . . . dedican su cuidado con más esmero al café, que fructifica pasmosamente, pide poco cuidado, y tiene salida segura para los extranjeros, que lo solicitan con ansia por su calidad."

A esta mágica bebida está entrañablemente ligada la figura de nuestro campesino, el jíbaro, el representante más auténtico del hombre puertorriqueño , cantera de dignidad y esperanza a la que hemos

recurrido en los momentos más críticos de nuestra vida nacional, y de la que han surgido muchos de los hombres que han guiado a Puerto Rico en sus batallas difíciles . El café ha sido con frecuencia la única fuente en que el jíbaro ha podido obtener energías para su trabajo y en su lucha contra las adversidades y la injusticia social. Ya el propio Abbad había observado esta marcada dependencia del jíbaro respecto al café. Así nos dice:

" . . . por la mañana y entre día usan mucho del café con miel y con esto se socorren cuando les molesta el hambre, que resisten por mucho tiempo sin manifestar flaqueza. "

El cultivo del café se fue propagando por la zona montañosa de la Isla al mismo tiempo que se desarrollaba en nuestro pueblo la conciencia colectiva . Fue junto a los ricos cafetales del corazón de Puerto Rico donde a principios del siglo pasado comenzaron a surgir aquellas familias criollas que, gracias al aislamiento en que vivían, a la distancia que las separaba de la capital -sede del gobierno colonialy a la independencia económica que les proporcionaba la venta del rico gr ano a los mercados europeos , se sintieron capaces de asumir posiciones de responsabilidad en la defensa de los derechos patrios.

El cafetal puertorriqueño fue baluarte d el movimiento abolicionista y d e todas las corrientes liber a les que agitaron al país en el siglo XIX, precisamente porque gracias a la existencia de una industria basad a en el trabajo libr e, como la del café, casi no pudo implant arse en la zona montañosa la odiosa esclavitud negra .

Fue en los cafetales de Lar es donde el grito de independencia n acional encontró m a yor eco en el siglo pas ado. Fue también en la "alt ura" pu ertorrique ña donde , en la d écada del 1940, sus más en tusiast a s militan t es y seguidores cl mo_\!imi ento de justicia social q ue h a tr ansfo rm ado nues tra vida de pueblo . Aún hoy el cafetal sig u e siendo el ba luart e in exp ugnable de n uest ra libert ad y de nu e stra tradición cultural.

El tem a del café ha veni do fa sc inand o desde h ace siglos a los escrit ore s y literatos, y ha sido pu n to oblig a do d e casi todos los que entre ellos han contraido el há b ito d e esta b ebid a, cu ya m isteriosa influenci a sobre el intele ct o y a h a bía atrai do la aten ció n de los pensadore s african os d e la ant ig üedad , d ando ori gen a in t ere santes mitos y leyendas en que se atribuía a los dioses una íntima relación con la mágica planta.

Ese mismo interés se despertaría en los escritores europeos y am ericanos del siglo XVIII, en cuyas postrimerías se populariza el café en las principales ciudades europeas, convirtiéndose muy pronto e n indispensable de literatos , artistas y políticos . Hasta tal pun-

to fue esto así que Jules Michelet llegó a considerar al café como r esponsable en gran parte de la expansión intelectual del llamado siglo de las luces y de la gran revolución social y política que, iniciada en Francia, se extendió, sacudiéndolo, a todo el mundo civilizado. De él son estas palabras:

" .. . bebida soberana, poderoso instrumento de la mente que contrariamente a los licores espirituosos, aumentas la penetración y la claridad; café que disipas los vapores pesados y las nieblas que enturbian la imaginación; que iluminas la realidad de las cosas con la diafanidad de la verdad . .. "

El mismo historiador nos recuerda cómo los padres de las nuevas ideas, los autores intelectuales de la revolución: Rousseau , Diderot, Buffon y otros, se reunían en el histórico Café Procope para discutir y difundir sus ideas y cómo, redoblando el ardor de sus esp íritus impetuosos bajo los efectos del cargado licor antillano , "vislumbraron en el fondo de sus tazas de café negro los destellos del año de la revolución. "

En España el consumo de café también empieza a pop u l ariza r se en las últimas d écadas del siglo ,XVIII. Surgen entonces en M adrid , al igual que en las demás capitales europeas, numerosos cafés do n de se sirve el negro licor de las Antillas, especialmente el de Puerto Rico, objeto de tal predicción que aún hoy son muchos los esp añoles p ara quienes el nombre de Puerto Rico sólo evoca el del más e xce l e nte c afé del mundo. Hacia mediados de siglo esos cafés constituí an centros de tertulia de las más prominent e s figuras de la li te r a tura, la s artes y la política espa ñ ol a. Las páginas de numerosos liter at os d e la época rom á ntic a -adictos al café casi todos- han inmort alizado los nombres del café del P r íncipe , ubicado junto al te atro del mi smo n ombre; el del Ven ecia, en la calle de l Prado ; e l de l M or en ill o, e n l a plaza de Santa An a, :' el Suizo, tan frecuen t ado por B é cqu e r, q uien alude a esta beb i u a como "ese negro b re baj e qu e alimen t a mis nervios." Po ste r iorme nte escritor es como R amón Gó m e z d e la Serna, en su Pombo , nos h a n dej a do v í vi d a s descripcio n es de la vida e n los cafés madrile ños de p rincip ios de si glo, est a ble cimientos q u e según Unamuno cons t it u y e ro n un a verda d era "univers idad p opular." L a ciud ad de San J u an t am bién v io sur g ir en el siglo pasado l os c afé s dond e los inte l ectuales y p olíticos puertorriqueños de esa · centuria y principios de la actual se reunirían para cambiar impresiones sobre lo s movimientos literarios, escuchar la lectura de los últimos versos escritos por alguno de los p o etas presentes, o discutir los acontecimiento s polític os. Muchos de nuestros poetas se dieron a con ocer por primera vez en las tertulias del café de Turull, del Colonial,

de la Mallorquina y de otros estable cimientos análogos del San Juan antiguo. En las boticas de la ciudad y en las de los pueblos de la Isla también se formaban tertulias políticas y literarias en torno de la mesa en que hasta altas horas de la noche se bebía el café de nuestra montaña . Han sido muchos los escritores puertorriqueños que han experimentado la influencia del café y muchos los que le han dedicado sus mejores páginas a la bebida cuya libación hace más placenteras las tertulias.

Evocando las tertulias de los cafés de San Juan, José S. Alegría la llama "bebida mulata" y nos asegura que "no sería posible hacer la historia de- la literatura y el periodismo puertorriqueñds sin bucear en esa taza de café, amortajada con puntas de cigarrillos y cenizas, que sirvió de pretexto a nuestros escritores para sentar sus sabrosas cátedras ." En su ensayo sobre el café, Tomás Blanco lo llam a "esencia de mañana y musaraña de la noch e'', y lo identifica con el se ntido del olfato, pues para él, "más que bebida , antes que un alimento, es olor grato y fino, inmutable aroma ce rebral de gran altur a, y al mismo tiempo entrañad a , sensual, muy tierra-tierra de la tierra nuestra. " Como mujer al fin, la poetisa Trina Padilla de Sanz, La Hija d e l Caribe, ve en el caf é de nuestra isla un "compañero del libro y la s labores." Y Gust a vo Palés Matos, cont e mplándolo desde otra vertiente, afirm a qu e el café es "orgullo de Puerto Rico ... que lleva la honra esencial de l a p a tri a borinqueña ."

Como era n a tural, el . elogio del café no había de reducirse a sólo la bebida, sino que se ex t e nd e rfa a l grano d e qu e se extra e y al arbusto que lo produce, al cafetal y a quienes lo cultivan. Ferdinand R. Cestero cant a a los granos que brindan "el néctar de su es e ncia pur a" y Virgilio Dá vila los compara con "es m e rald a s y rubí es," e n tanto que C esá re o Rosa Niev es evoca e l c afet a l florido qu e e n "collares de az a hares baja en bellos cant a r es" y r efiri éndos e al mi smo ca fe t a l se qu e ja Ju a n Avilés de que "ayer fu e todo .. . [y] ya no es n ad a".

L a v ida de nuestros campesinos de l a serran ía, e n su p e r e nn e comu nión con el cafeta l, inspir a a M a nuel Ze no Gandía su gra n nov ela La Charca -que ret ra t a l a vida de un a fa mili a d e l a zon a - y a Enr iqu e A. Lagu err e , nue str o prin cipal n ove li sta cont e mpo rá n eo, su ob r a Sola r M on toya, e n q ue se recog en la s al egrías y l as p enas d e l jíbar o d el cafet a l, cuy a co secha es '1 a sa lvagu a rd ia d e sus obli gaciones ." F rancisco Manrique Cabrera canta a los típicos p il adores que' con mo nóton a y . rítmica acción descascara n el r ico grano. L u is Llorén s Torres también se i nspira en e l tema, llamando su at ención particularmente la s campesinas reco g edoras d el grano, que en sus canastas se llevan '1a sangre del cafetal ." En su cuento Montaña en f lor, W áshington Llorén s de scribe en forma fotográfica la típica ha ci en-

da de café puertorriqueña y la vida de sus moradores, cuya gran fiesta del acabe o de la terminación de la cosecha, describe Juan Antonio Corretjer en su poema El acabe, que también evoca la ruina ocasionada en nuestros cafetales en 1899 por el huracán de San Ciriaco. Esta fiesta tradicional queda también descrita por Ernesto Juan Fonfrías en su novela del cafetal Raíz y espiga.

Para Obdulio Bauzá el cafetal es sitio para el amor. Este terna y las leyendas de aparecidos y otros elementos de sobrenatural, que los años han ido tejiendo alrededor del cafetal, han servido de inspiración a Antonio Oliver Frau para su obra Cuentos y leyendas del cafetal.

Por último, historiadores como José Julián Acosta y Salvador Brau, interesándose en los aspectos históricos del café, estudiaron su importación en la Isla en el siglo XVIII y su ascendente influencia en nuestra vida económica.

El tema del café también ha ejercido una poderosa atracción sobre nuestros artistas, particularmente los grabadores. Rafael Tufiño, José R. Alicea y Carlos Marichal, entre otros, se han destacado por sus interpretaciones artísticas de asuntos del .cafetal. Ejemplo señalado de esta labor es la colección de grabados en linoleo hechos por Rafael Tufiño para el Instituto de Cultura Puertorriqueña. En esta colección el artista recoge algunos de los temas y momentos más característicos y significativos de la vida del cafetal puertorriqueño, tales como los procesos de recolección, secado y "pilado" del grano; las antiguas despulpadoras, que aún se ven en nuestras haciendas de la serranía, y la tradicional fiesta del acabe con que se celebra el fin de Ja cosecha. Esta colección de grabados del café, de Tufiño, constituye un sentido homenaje artístico a nuestro cafetal y a los hombres y mujeres que le dedican su vida.

Ya sea en sus aspectos histórico y económico, corno en sus facetas estéticas, novelescas o poéticas, el café ha mantenido siempre un puesto de honor en el pensamiento de nuestros · escritores y artistas . En nuestra vida cotidiana sigue siendo el café la bebida puertorriqueña por excelencia y expresión de un profundo sentimiento de unidad social. En cualquiera de sus aspectos el café ha sido y seguirá siendo uno de los símbolos de la vida puertorriqueña.

La Charca

ABÍA Pi\.SM>0 UN ANO, y se estaba en plena vendimia. Los cafetos inclinábanse bajo el peso de la dehiscencia, y la madurez b e rmeja de los frutos lucía al sol de otoño la magnificencia de sus galas. En todas las fincas, la mano del hombre desnudaba las plantas acopiando los racimos; por todas las veredas discurrían obreros o recuas conduciendo a los caseríos la granería recolectada ; en todas las hidráulicas rompíanse las cortezas que aprisionan los gemelares granos, 1avábase el suero que los empapa, desecábase al calor solar su humedad íntima y, ya secos , rompíaseles el pergamino envolvente, dándoles el brillo con que habían de presentarse en las lonjas de la ,::,s pecu-, !a ción. Todo e ra vid a, a ctividad , movimiento: la madre tierra dando e l vigor de sus senos a la humana ambición .

En l a granja de Ju a n del Salto la labor era incesante. ¡Gran cosec h a h a bí a sido aqu éll a ! Muchos obreros de distint a s comarcas concurrían a engrosar las brig adas recolectoras, sumando al de todos su e sfu e rzo p ar a que, rotos los pedúnculos por exceso de madurez, no cay e ran , p e rdi é ndose e ntr e los pedruscos del monte, las ópimas cerezas. Colg á banse lo s obreros al cuello con hojas secas de b a nano cestos d e var iadas for m as , e n donde iban depositando los granos . Ceñían s e a ve ce s la cintura con cord e les o con .lianas , o con fibras textil e s d e la emajagua d e l tr ó pico. Ib a n d escalzos; los m ás c ultos, con zap atos de sue la fe r r ad a; las muj e r es, con la falda rec ogida h a sta cerca de las ro d illas; lo s hombres, o co n ca m ise tas qu e e l sudo r e nn e grecía o con el busto desnud o . Envol vían se a lgunos la cab e za con p a ñu elos de colores vivos , otros la cubrían con som b re ros d e paj a d e g r osero te-

jido ; y así , en viviente vaivén, poblaban las vertientes , entregándose a la vendimia .

Redoblaba el interés el ahinco de todos. Familias enteras dejaban las chozas para tomar calle, para hacerse cargo de hileras de arbustos que debían desnudar .

Turba inquieta palpitaba en las montañas entre risas y canciones , como si Ía cosecha fuera de todos. Parecía aquello gran hormiguero acopiando entre el hojambre de las selvas.

En los declives y desigualdades del terreno el cuadro era pintoresco, poblado de rumores producidos por el crujir de los arbustos o por el choque de piedras al transitar los obreros, o por 1os roces que ocasionaba el esfuerzo d e los campesinos para no perder el equilibrio .

Algunas chicas canijas situ a das en lo alto descuidábanse a veces y dejaban ver a los de abajo buena parte de sus piernas y rodillas, que apar ecía n y desparecí an entre el ram a je como figurillas indecisas

Un a brigada de much a chos enclenques ayud a ba la l a bor de los a dultos , recogi e ndo los granos caídos de los arbustos o d erramados de los c estos. A ve ce s, en un sólo a rbusto deteníase el obrero largo ti e mpo oblig a do por l a copio sa fructificación; otras, doblaba los a rbolillos, atr a y é ndolos p a ra a lcanzar los gr a nos a ltos ; e nr e dáb a ns e la s ramas, y los a rbusto s producían marañas que imp ed ía n e l tr á ns ito .

Cuando algún obrero inexperto no rebuscaba bien e n el ramaj e o blig á b a l e e l mayordomo a retroc eder y a a rrancar las c e r e zas m a dur a s qu e olvid a b a; y cuando, atolondrándose la labor , se mutilaban ramill as q u ebr á ndol as, oía ns e los acentos de reproch e del vigilante . Si un ob re ro res b a l a b a e n la ve rti e nt e, alguno s r eían, otros a cudían e n su auxi lio , mi e nt ra s e l caído procuraba incorpor a rse y v olver a su pu est o . Era un a l abo r rud a, difí cil, p e ligro sa, qu e mucho s ca mp es ibo s ac ometían can t an do en su je r ga p eculiar v er sillos d e int e nción e rótic a o satírica

Dur ant e e l d ía, e l sol qu em a ba , t a miz a ndo su c a lor por el foll aje y pro d uciend o, con l as h um ed a d es d e l a t i e rr a calient e, un a a tm ósfera inter media en la q u e se p erci b ía n d e su ave fr esc ura al t ernand o con r áfagas a rdi en te s q u e to st aban la pi el.

En el crespúscu lo , cuan do l a t arde moría, en lo in t rinca do d e l mont e apagábanse los vivos resp l andores d e l d ía via jero , y m ient ras en el cielo navegaban nube s de cie n co lores, inic i ábase p ara la ti erra la era nostálgica de la noche con sus medrosos mis t eri os y sus t e m i d as soledades. Todo marchaba con el isocronismo de l tiemp o, com o si e l p é ndulo de ese tiempo no bal anceara un ápice más a ll á de donde las fu erzas de la vida lo impulsan.

Después medían los obreros e l café recogido en la jornada. De lo s ce stos pasaban los c horros d e cer e za a los sacos grises en donde de-

bían ser conducidos a las hidráulicas . Los sacos, dos a dos, eran colocados sobre el lom2 de pacientes mulas, y luego descendía el convoy con la premura del que ve cercano el término de sus faenas .

Entonces el eterno conci e rto de los campos levantaba una vez más su agreste salmodia, y cuando trasponía el sol las últimas sombras, imperaban las horas en qu e a sus regios éxtasis la se entrega.

El café de mi tierruca

BAJO triunfales arcos de verdura que circundan la fronda montañosa, bordando la esmeralda lujuriosa el cafeto sus bayas empurpura .

Crece a la noble paz, sombra segura de la guaba que, madre cariñosa, en un joyero de corales rosa torna su fruto cuando ya madura.

Mi tierruca, al lanzarlo por el mundo, le da un dulce consuelo a sus dolores en un néctar riquísimo y fecundo

Compañero d e l libro y las labores , ¡tu enalteces mi su e lo , en un segundo peregrinar fant ás tico d e amore s ... !

La Hija del Caribe

El cafe a

Yo soy del cafetal, de monte adentro, del llano y de la jalda.

A pecho me he subido al varillaje de la verde sombrilla de las guabas . Soy el íntimo amigo de los cedros , del capá señorial de la hondonada, del plácido algarrobo de la loma, de las ceibas gígantes, de las jaguas, del lechoso caimito amoratado , d el frondoso guamá d e la quebr a d a, del endeble yagrumo , y de los robles que mecen huracanes en sus ramas.

¡Yo los conozco a todos! ¡Eran míos! ¡Eran mis compañeros de la infancia!

¡Yo soy del cafetal que ayer fue todo!

¡Yo soy del cafetal qu e era la p a tria!

En la s tr es florecidas del caf e to vi los adornos de estrellitas blancas

con que el jíbaro cá ndido de entonces · bord a ba sus coronas de esperanzas .

M ás que flores sencillas del cafeto er a n una prom esa r e alizada . E ll as t r aí an el p a ntalón d el viejq , la ca misa, la fald a, la ca jit a d e p olvos d e la n iña que ya se enam oraba, las ci n ta s p ara el t ra je d e la n ov ia, el encaje sut il para la ena gu a, el jabón perfuma do que estaba en baratillo en la quincalla; la peseta del baile de los sábado s ' el sombrero de Italia, y los zapatos del pujante mozo que, pasadas las fiestas, lo s colgaba

por Juan Avilés

como escudo de jíbara nobleza de la viga más alta de la sala.

Los cafetales de los tiempos míos florecían con flores de esper a nzas .

Yo presencié la gloria indescriptible de las tres maduradas: de los primeros granos orilleros hasta el v erde y maduro . ¡Retumbaba la voz de la alegría por esos montes! ¡Ese era el carnaval de la montaña!

Aún recuerdo la vo z del mayordomo dando corte al peonaje en la mañana.

-Sig a usted por aquí, de este naranjo hasta al pie de la jagua .

-Usted, por esta hilera , hasta el y a grumo -Siga usted el zanjón , hasta l a paima.

Y emprendían los peones sus faenas .

Se escu c haba la d écima e ns aña d a del mozo enamor a do de la moza que n o le daba el sí. ¡Todo vib ra b a como si c ad a grano d es p a jado fue r a a dar en e l alm a y a rrancar a una not a d e a legría q u e ll enab a de voc e s la m onta ñ a !

Termina d a l a p r ód iga cosecha l a fiesta comenzaba ...

¡La gran fies t a de acabe de otros tiempos ! ¡Fiesta del corazón prendido en llamas! ¡Fiesta del cafetal, hecha más fiesta con la música brava!

¡Viva el pastel nativo envuelto en hojas , y el clásico lechón asado e n vara!

¡Viva el ardiente ron de aquellos ti e mpos que abrasaba gargantas, y hacía bravos y audaces a los tímidos, y ponía contoneos en las muchachas!

Así fué año tras año, la fiesta más castiza de la patria.

Hoy canto al cafetal con la tristeza del que lleva en el alma un recuerdo que duele, algo perdido por épocas lejanas.

Se esfumó el cafetal de aquellos tiempos y la verde sombrilla de las guabas; se fugaron los cedros y el capá señorial de l a hondonad a, e l plácido algarrobo de la loma, las ceibas gigantesc a s, y las jaguas; los endebles yagrumos , y los robles que mecían huracanes en sus r a m a s ; el lechoso caimito amoratado y el frondoso guamá de la quebr a d a .

Hoy e stá más lejano el horizonte porqu e viste otro traj e la montaña.

Yo soy del cafet a l que ayer fue todo.

Hoy lloro al caf e tal que ya no es nad a

M i canto al c afetal es canto t r ist e. M ás que c an to es pleg a ria.

M ientras con templo la d e snuda ti e rra busco el arbusto que se foé . L a patri a se lo ent r egó a los br a zos y a l ma c h e t e y la tie r r a quedó sa c r ifi ca d a.

Quiz á s un día c e r c ano r esurj a e l cafetal en la hondonad a, y ar rop e, com o en ton ces, l as ll a nu ra s y vuelva a en señ orear se en la mo n t aña.

El cafe t a l de ayer no está muy l e jos. Se fué de via je y vol verá mañana.

¡Y con el cafetal , cuando re g rese, la patria ausente volverá a la patria!

"Cariño, no hay mejor caf é que el de Pu e rto Rico"

LA GRAN VIA ?

la bebida mulata

E DÓNDE NOS LLEGÓ EL C AF-/,?

El café tuvo su origen en Etiopía. En el siglo XIV se trasplantaron algunos árboles a Arabi a , país que lo bautizó con .su nombre actual. De Arabia fue llevado a Egipto y d e l país d e las Pirámides a Turquía. Cuando apareció e n Europa fue denunciado como 'bebida de infieles," hasta qu e e l Papa Clem e nte VII lo probó y dijo que una b e bida tan buena no podía dejars e solamente p a ra d e l e it e de infieles.

En el año 1720 e l ofici a l de la mar ina fr a nces a, Monsi e ur G a b r iel Mathieu de Chieu , tr a ía a l a isla de Martinica tres arbolitos de caf é, obt e nidos d e los Jardines Bot á nicos de París. Los inconvenient es d e l via je demor a ron la lleg a da d e l a embarcación y e l buen m a rino se privó, m uch as v e ces, d e l agu a d e sus b a rricas ·para reg a r l a s pl a nt a s d e l gran o az ul.. Sólo un a sobrev ivió y fue pl a ntada en M ar tini ca, d a ndo comienr zo e l c ulti vo d el a romo so grano e n el Nu e vo Mundo . · Di ez y se is año s m ás tard e -1 736- , e l prim er á rbol de ca fé, traído d e Martinic a a Pu e rto Ri co , e r a se mbr a do e n e l regazo d e nuestra mont a ña , b a jo e l cálido sol tropic a l y suav e y a c aricia do ra b ri sa . P ar a e l a ño 1758, e l ca fé era uno d e nu estr os princi p a les produc tos de exp ort ac i ón y lo fu e ha st a e l ú lti m o añ o de do minació n española -18 97que export am os más de cinc u en t a m ill ones pe libras. Nues t ro café se hizo famoso por su aroma exquisito y su suave gusto al p aladar, y España, Francia, Ita l ia y Alemania lo hicieron su preferi d o, convir t iéndose en la bebida de los reyes, servido con orgullo en la Corte de Luis XIV y brindado en refulgentes servicios de oro por Juana Antonie t a Poisson, marquesa de Pompadour, a su ilustre amante

el Rey Luis XIV, -en los jardines de su palacio de Versalles, cuando la luna lo vestía de plata y de sombras.

Desde entonces, como dijera de España, Antonio Manuel Campoy, no seria posible hacer la historia de la literatura y del periodismo pllertorriqueños, sin bucear en esa taza de café, amortajada con puntas de cigarrillos y cenizas, que sirvió de pretexto a nuestros escritores para sentar sus sabrosas cátedras. Y desde entonces el hábito de tomar café está entre nosotros y bien podemos decir que nada notable pudieron hacer nuestros .grandes hombres sin el estímulo del café, el divino elixir de los dioses y el coronamiento de una comida pedecta. El café estuvo presente en casi todos los actos de la vida, negro como la noche, caliente como el infierno y fuerte y un poco dulce como el amor. En las casas antañonas, frente a una taza de café, servida a la luz que arrojaban las bujías de fino Baccarat o las velas de los candelabros de bronce, se seguía devanando el hilo del pensamiento al arrullo de las conversaciones; estudiaban sus lecciones los muchachos del aula; leían sus novelas de amor y de intrigas las muchachas con la cabeza llena de rulitos que entre la presión de las horquillas aguardaban hasta anochecer para libres lucir en los balcones, en los antepechos o en las amplias salas de pesadas vigas de ausubo. Frente a una taza de café muchas mujeres oyeron emocionadas al galán de cuyos labios florecían los madrigales y se desataban las vehemencias, cuando la primavera de la juventud estaba en la raíz de su cuerpo y lo íntimo del alma, acelerando el ritmo del corazón. Y de pie, las más de las veces, el muchacho temeroso de llegar con retraso al aula, en la cocina oliente a humo y a café prieto, sorbía en la mañana desmayada de claridad, la bebida negra y caliente antes de tomar el camino del Instituto.

N adíe en nuestro pueblo podía acomodar las horas dél diario vivir sin una taza de café en la madrugada, en la mañana, en la tarde, en la noche. Y así llegó a ser motivo de la canción, de la poesía, de la zarzuela.

Los que vivimos los años en que conversar constituía un deleite y un halago, tenemos que lamentar que la palabra haya ido perdiendo su encanto bajo el dominio de la velocidad y la música estruendosa. Las amables tertulias que llenaron de humo La Mallorquina, El Colonial, El Polo Norte, La Palma, Malatrasi. .. , ni ruidosas ni ostentosas, con su gran intimidad, pasaron a la categoría de las cosas que fueron. Bien podíamos llamar a aquellos cafés, como llamara a los de Madrid, Don Miguel de Unamuno, la Universidad Popular. En todos ellos, frente a una taza de café, se podía oír a la flor y nata de la generación literaria que Horeció a fines del Siglo XIX, junto a la juventud de principios de siglo, y estudiosa, plena de grandes y nobles ideales, de propósitos elevados y de aspiraciones sublim.es.

También tenemos que citar aquí aquellas tertulias con café en el Casino Español y en el antiguo Casino de Puerto Rico. La imaginación se caldeaba con el choque de las ideas y muchas veces lo que uno dijo dio pie para un articulo o para unos"' versos. Y, por qué no rememorar aquellas tertulias de sobremesa, frente a las tazas de café en las casas de huéspedes, que llamó de puertas adentro Don Ramón Pérez de Ayala en su Berlamino y Apolonio, y que hicieron de dependientes y comisionistas, cultos periodistas e inspirados poetas . Y no son todos los que saben tomar una taza de café. Hay para tomarlo un arte y un ritual. No ha de saberlo nunca buen p quien no lle-

va en su deseo la idea de una pausa para sorberlo poco a poco, tiern'.lmente, voluptuosamente , porque el café es para detener el tiempo. Es fácil conocer el carácter y la psicología de un hombre cuando se halla frente a una taza de café o cuando llega a sus labiós el aliento cálido, el brebaje que no se da con frivolidad o como un "snobismo" y que cuando lo sorbemos en la quietud de la mesa del Café, el caliente brebaje es un amigo más, el más generoso, que nos ayuda a soñar, evocar, pensar, olvidar ...

El jíbaro, con su gran intuición, nos enseñó a tomarlo por la mañana en ayun as p ara prepararnos, despejar la mente y cabeza y para un alegre d i L hacia la vida.

Décima de la sierra

CAFÉ. en flor de la montaña que en collares de azahares bajas en bellos cantares a perfumar mi cabaña; el véspero el cielo empaña de pitirres vocingleros; y allá por los cocoteros detrás del gris caserío parece el soñar del río un cinturón de luceros ...

Cesáreo Rosa-Nieves

Cogedoras de café

HoRA d e m a ripo sa e n e l ro sa l.

Ripian l as cog e dor as e l cafe t a l.

Tod as ll eva n a l cinto l a ca n as tilla

en que romp e y d esg r a n a c a d a varill a su ros a rio d e cápsul a s d e coral.

Cimb ra e l g uav a l, a pru e b a d e sol es y a gu as, e l verd e a lt a m a rino d e su s p arag uas . Y e n los cogollo s húm e do s d e r ocío , l as p a lom a s d el mont e pi ca n e l frío , qu e rezum a el pli sa do sur á d e l río .

Zumb an los a b errojo s ave ntur ero s, a· l m a rtillo d e páj a ro s ca rpint eros

qu e ho ra d a ndo e n lo s tron cos la dur a e ntr aña m a rtill a n e l sil e n cio que l a ho ra e mp aña y lo d es cl a v a n y ech a n d e l a m ont aña.

Los racimo s gu are c e n su ca rm es í b a jo hoj as d e pl á t a no , q u e l as b a ld a l a l a n ce t a d e l pico d el colibrí.

C l uecas a l as de pá jaros d e esmera ld a sobre huevos de pá jaros d e rubí.

Aún en el barro hurgan sabor d e nido las raíces de añe jo cedro caído ,

por siglos de ciclones adolorido, que al mirarse desnudo, su luz apaga, y se arropa en cojitre y en verdolaga.

El capataz husmea, montado en mula, los sitios en que el rojo café pulula, y una voz esta roja copla modula: -Allá viene el pendanga de don Canuto, mientras más y más viejo más y más bruto.

Trova una anciana: -El ave del alma mía va y viene con la misma melancolía; y el aroma del grano de la montaña, a la montaña vuelve, al rayar el día, en el humo que sale de la cabaña.

Bajo la telaraña de las varillas, joven doncella rústica, que retoza con bayas en sus labios de buena moza, arde desde los senos a las rodillas porque un ramo en la nuca le hace cosquillas.

Así, horas. Los arbustos rinden sus granos. Los rosales silvestres rinden sus rosas. Y la tarde se engulle de empeños vanos: buscan que buscan rosas las mariposas; buscan que buscan granos las ebrias manos.

Y al fin, hora de abejas en el panal. Hora de alicaído sol vesperal, en que llenos lo s sacos antes vacíos, tornan las cogedoras a sus bohíos llevándose la sangre del cafetal.

El café

José J uli án A cos ta

EN MÁs DE UNA OCASIÓN y con d iv e rsos motivos se h a repetido e l c é lebr e dicho , V al emos más qu e nuestros ant e pasados ; y muchas vece s también ha suscitado acal orad a s polé mi c as , a firmando lo s unos que expresa l a v e rdad , y l os o t ros qu e no. Todos hubi ese n qu edado conform e s y e n p e rfecta a rmonía , si e n lu ga r de aqu e lla propo sición, se hubi e ra e mitido e st a otr a : No s otros, los hombre s d e hoy, g o zamos mu c ho m ás q'l, t e· nu estros ant e pasados Veng a n si no los a p as ion ados d e l caf é a d e cidir l a c u es tión ya qu e no h a y ti e mpo p a r a oir a todo el mundo.

No tardarían e n acudir a l ll a mami e nto y e n r e spond e r a l in st a nte: que e l c a f é, la bebid a por ex c e l e ncia, e st á en nu e stro s d ías a l a lc a nc e d e l as cl ases m ás pobr es, cu a ndo e n l a a ntigü e d a d se vie ron pri vad o s de es t e l os m a gn a t es m as opul e ntos d e Gr e ci a y Ro m a, e so s círc ulo s tan pond e r a do s

Un a vez e n pos es ión d e s u as unto q u e rrí a n ha bl ar t odos y echand o m a no d e l a ci e nci a y d e l a e rudici ó n , t e h ar í an e l sig ui en t e discurso. (F or z oso e s pres t arl es a t en ci ó n p u es to q u e h a n sido invi t a d os.)

Es e l ca f é un a d e l as adq ui sic i o n es más p reciosas que ha hecho la h u ma nid a d e n los ti e m pos m od e rno s, b a st a nt e usado como bebida y en dósi s conve ni en t e, e jerce sobre l a economía una acción doblemen t e útil ; o b ra e n e l ce r e b ro com unicando una vida extraordinaria en pensa m iento, y sabi d o es que Vo lt a ire, De lil le ·y otros · grandes poe t as, le deb ieron b u ena part e de s u s i nsp ir ac i ones; y repara de un modo admirab l e y todavía misterioso, las fuerzas físicas agotadas p0 el traba jo . De manera que si se consideran y elogian las máquin

como una creación de nuevos brazos, ¿qué diremos en elogio de una planta , cuyo fruto por una parte habilita al hombre para hacer una suma mayor de trabajo de la que le permiten sus fuerzas natural e s, y por otra que descogiendo las alas de la im¡_iginación aumenta los goces inefables del espíritu?

Y no se limita su acción al orden material e intelectual, sino que influye también en el orden moral de los individuos y de las ;ociedades. Con efecto, es uno de los mejores Ill:edios conocidos de prevenir la embriaguez, que tantas desgracias produce, porque, siendo el café una bebida deliciosa y restauradora, disminuye el consumo de los licores alcohólicos. Por eso ha dicho D. Andrés Bello, el cantor de la agricultura de la zona tórrida ,

Y el perfume le das, que en los fesUnes

La fi e bre insana tf3mplará a Lieo .

De más de que el café las fuerzas vitales del hombre, el espírtiu de este se hace más sensible a lo bello: el cielo se colora de variados tintes, los campos rí en y la naturaleza entera adquiere a su vista tan grande encanto que siente aumentarse en sí el apego a l a existencia ¡A cuanto s hipocondríacos no ha libertado el café del suicidio!

En presencia de todos efectos, y si fuera dable caracterizar una planta por un nombre abstracto, diriáse que el árbol del café ha realizado la antigua fábula de la fuente Hipocrene, cuyas límpidas a gu a s, sa li e ndo del Pindo, comunicaban la inspiración po é tica; qu e el cafeto r epresenta la po esía , esa poesía fantástica , maravillosa que más que de ninguna otra parte se exhala del Oriente.

Ap a reció elcafé en Moka (Y emen) hacia el año 236 . de la Egira ( 1258 años de nuestr a era) en manos de los árabes , y en 1554 en las d e lo s turcos para v enir poco más tarde a Europa en las de los v enecianos.

E l de scubrimiento de la pl a nta y e l u so d e la b ebid a que con su fruto se pr epar a, e!i tu vieron sin duda a lgun a en armoní a con e l g enio n a tu ral y c on la s inclinaciones d e estas tres ra zas. El árab e nómad e y co n t empl a ti vo , pudo d esd e entonc es r e correr e l d e si erto sin t emor a l h am b re , y entr e g a r se con m a s lib ertad a sus su e ños dorados , a las vis io nes d e su para íso de burís ; e l turco , nómad e t a mbi é n p ero más seri o y r efl exiv o, a ñoraba i;i uevo ali e nto , entusia smo mayor p ara proseguir en s us c on q ui st a s ; y el ven eci ano , sa lido no c omo a qu ello s de vastas ll anuras sioo de p e que ños islot es, p er e grino en e l m a r d e bió acoger el ca fé como un p r esen t e d e l ci e lo , co mo u n co mp añe ro que venía a auxiliarle en sus p elig ro sa s nav eg aci on es por en tr e los escollos de las mil islas de l Me dit erráneo.

He aquí también porque otro pueblo, incomparablem e nte más sesudo y flemático que los hijo s e ntusiastas de la vivaz Italia, acogió el café con gran interés; y no sati sfecho de confortarse con la esencia d e su fruto , trajo a Europa por ve z primera, hacia 1690, la pl a nta, cultivándola en el ja rdín botánico d e Amsterdam con cuidado más prolijo. Los holandeses, nacidos en un país estrecho, bajo, húmedo,

re g a do po r mu cho s ríos y d e infi n it os ca n a l es, est a b a n d es tin a do s por la m a no d e la n a tur a lez a, a v ivir d e l m a r , a h ace r d e l m a r su su st e nto d e fu e r!la y d e pode r. Hi cié r o nlo en ve rd a d y obtu v i e ron e n su s t e mid as n aves las m ás a p art a d as r eg ion es d e l g lob o, as í l as frías cos t as d e l a Siberia, co m o l as b e llí si mas riberas d e l arc hipi é l ago in d io. En Java, encontraron e l p rec ioso arb u sto, i mportado allí probab l emente por marinos árabes , y d e esta isla sacaron e l pr imer pie que vegetó en Amsterdam entre l os cr istales de un invernác ul o. Pero el cafeto, aunque trasplantado de Ho l anda a París , hijo

amante del trópico, negaba sus hermosos granos al jardinero europeo, suspiraba por su zona natural. Y ¿dónde crecería más lozano el arbusto del Yemen y de Java, dónde encontraría con más profusión los gérmenes de su aroma delicioso, que en esas islas del mar Caribe, descubiertas por Colón, en que el terreno es feraz, la ·brisa tibia y las lluvias frecuentes?

Oyó los tiernos suspiros de la planta M. Déclieux, e intérprete fiel de la naturaleza, restableció el orden que había sido turbado. ¡Loor eterno a su memorial Al devolver al cafeto su clima natural, abrió en América una fuente inagot a ble de riquezas .. .

No sin graves peligros, ni grandes sacrificios c onsiguió este hombre ilustre llevar a término feliz su noble intento. ¡Espectáculo sublime! Combatida la nave de vientos contrarios fue largo el viaje , escasa el agua y mientras los demás marinos se daban a lam e ntar la falta de este líquido indispensable a la vida, M. Declieux, con un valor sobrenatural, se privaba de su corta porción para regar con ella y salvar la planta que se veía e xpuesta a u n sol abrasador. Justo es, pues, que Guenard haya cantado en su elogio:

" Los torm entos d e Tántalo t em í a

El triste navegante; valero so

D éclieux los d esafí a.

Resiste cada día

La d evo rant e sed q ue le atorm enta;

Y cuando duro el cielo

Cual si fu era de bronce enro; ecido

Convi erte e l aire en frag u a,

C i fra todo su amor y d u lc e anh elo

E n regar aqu el árbol tan querido ."

Arribó po r fin lo za no a las pla y a s d e la M ar t in ica el pr eci oso a rb us to , o b je to d e t a n paternales c u idad os ; y n o era co rri d a un a d écad a cu and o ya se l e culti va b a en casi t od a s la s i sl as del archi pi él ago colo mbian o. Pasan los años, y las plantaci one s de café son cada vez mas numerosas. Inapreciable fue para la Flora americana ya tan rica, la adquisición de esta planta. Detengámonos siquiera un momento a contemplarla.

Cuando el café llega a medir de una vara y dos cuartas a dos varas de altura, es una de las producciones má s bellas del reino vegetal; su tronco recto poblado de ramas y hojas lustrosas simétricamente colocadas, semeja una graciosa pirámide; sobre este fondo oscuro, y cual si el arbusto quisiera adornarse de guirnaldas, aparecen mil ramilletes de flores, blancas como la nieve, parecidas a la del jazmín, de pocos días de vida, pero tan olorosas que esparcen a

dist a nci a un aroma grato y suave; y cuando depone su corona de flores , todavía se viste con los variados colores de sus granos , primero verdes , despu és amarillos y por último rojos como l a gran a ¡Gran deleite recibe la vista de tan multiplicables matices!

Donde despliega toda su magnificencia oriental el arbusto, no es, como l a caña d e azúcar, e n las llanur a s cuyo pie besa el m a r , ni e n las alt a s montañas que l a nz a n sus picos más allá de la región de las nieves; es en las colin a s int e rmedias , de pendient e suave, caladas por un a lluvia frecuente, y que si a la mañana o a l a tard e ap a r ece n cubi ert a s de un blanco cend a l, o bi e n se ostentan risueñ a s cu a ndo las dor a e l sol a l nu evo-día . Allí fij a de pr e ferencia su mansión el c ar feto , allí a dqui e r e más qu e en ningún otro terreno el d e licioso p e rfume d e sus flor e s.

Am ant e del misterio , se complace el cafeto, cual una ondina, en vivir entr e sombras; tem e e xpon e rse sin defensa a los rayos de un sol abra sa dor, y al e mbate sa ñudo de los vi entos que marchitarían e l verde de sus hojas, le arrancarían su bl a nca corona de flores y esparcirían por tierra el tesoro que gu a rda e n sus granos . El po e ta e ntonces se identifi ca con la planta , sufr e con e lla y ex clama como Be llo al hablar d e l c a cao :

Prot e fa a la d é b il Th e ob roma

La sombra pa ternal d e su bu care.

El labr a dor , poeta por instinto , que e n la plácida sol e d a d d e los ca mpo s vi ve e n íntima comunión con l a s pl a ntas , qu e se r ecr ea vi é ndol as brot a r d e l su e lo , cre cer , cubrir se d e variadas flores y ópimos frutos , sufr e tambi é n con e ll as, conoc e sus n ec esidades y cuida de satisfa ce rl as . Sa b e qu e e l cafeto pid e sombra , y esto bast a p a r a qu e no lo exponga ind efenso a los fu e rt e s rayos d el sol ínt e r -tropical , ora escoj a p ara sembra rlo un bo sque vírg e n , or a dispong a d e un t err e no , c u yo se no p e n e tró ant es l a cort a nt e r e ja d e l ar a do. Por e so d er r ib a lo s ár b ol es m as corpule ntos, romp e e l es tr ec ho t e jido d e l as e nr ed a d e r as, d es tru ye l a m a l eza, t rans fo rma ndo a sí un bo squ e a ñoso e i mp e n e tr ab l e e n u n v er jel, dond e e l aire circ ul a libr e m en t e y cu y o fondo vi sit a el sol d e tr ec ho en tr ec;:h o.

Allí pl a nt a e l l a br a do r d e l a zon a eq uinocci a l los ti ernos t a llo s d el cafeto en hil er as ord e n ad a s : y l a t ier ra virgen , l as ll u vi a s fr ec u e ntes, el aire q u e se r e nu e v a, e l sol que c omunica u n ca lo r vivif ica nt e, los árbo les q u e pres t a n somb r a, to d os d e c on su mo y en perfec t a armonía, recompensan sus y fa tigas, y m ul tiplican esos preciosos granos ·de café, que salidos del presente, han dado la vuelta al que no conoció la antigüedad y que en nuestros días cooperan eficazmente a aumentar la moralidad, la riqueza, la felicidad en sí del género

Los piladores

Los Piladores pilan pan pon pun pon pon pon.

Y las recias manos callosas de dolor y tierra , a tadas a tan finas cinturas de macetas, llueven sobre la tosca copona de madera , bautizada pilón , sus rítmicos pon pons.

Al conjuro pompónico los granos ti enden sus finas manos - ¡qué bellas son las manos que nunca habréis d e verlen súbitos adioses a sus cortezas madres. Sangre de pajas corre; lágrim as secas nacen, bajo el brutal pan pon pun pon pon pon. Ved las cuestas del aire de brisa adoquinadas

llevando cabizbaja la pomponeada mezcla.

Las pajas, soñando ser reinitas, -visiones de niñezvan cabalgando brisas de lomera esbeltez. Y otros adioses súbitos. Y otras lágrimas secas. Y otro sangrar de pajas . Y un coronar las yerbas.

¡Ah! ya la brisa se cansa Jad ea. Desfallece. Y entonces, como garrocha, como cuch illo o foete , l a sudorosa boc a del pilador esgrime su silbo juiii juiii juiii juiii penetrante y lejano , precursando e l San Lor en zo amarra el perro Y suelta el viento remotísimo y jíbaro.

Así pon pon y silbo silbo, canto y pon pon, el cuerpo de los granos va a vestirse de sol.

¡Pobres los padres brazos del rítmico pon pon!

¡Triste la boca madre d e l silbo cantaor!

Hambres petrificadas , cadenas y dolor, se h an gra hado en la piel verde mate y obrera d el eco y la canción.

Otra vez para siempre pan pon pun pon pon pon brut a l a sombra y sol, Ju an Bautista del silbo juiii juiii juiii juiii r emo to y cantaor.

Luego ... San Lorenzo amarra e l p erro y s u elta e l viento . . . que oh·o perro más perro de gigantes colmillos me ha mordido e l su do r cuando los granos iban a vestirse de sol.

Raíz y espiga

PARA NO DEJARSE GANAR por el abatimiento , Fernando volcaba su emoción y su vida en el cafetal, que era en estos mom entos un reparador tónico para su desventurada odandad.

La tierra le hacía suyo como hace con los ser es qu e se le e ntr egan , como había hecho con su padre y con José.

El cafetal le había ganado totalm e nt e .

Lo poco que había aprendido de Est e ban y de su h e rmano , lo mucho que había aprendido meti é ndos e de p echo e n la finca durant e lo s prim e ros años , lo d e más qu e los hombr es d e la h a ci e nda le fu e ron enseñando, lo que a diario alc a nzaba a v er y a comprobar d e la p r opi a Naturaleza, lo habían tra nsformado e n un conocedor con suficiente capacidad para enfre ntarse a cualqui er problem a

Para la época en que Fern a ndo se había hecho car go d e los d estinos de "La Esperanza" todavía había car e ncia d e m ét odos a d ecuados d e cultivo e n las pl a nt a cion es d e care . L a m ayoría de es as pl a ntaciones se habían l evantado po r r azón de la N atur a lez a , cu a ndo la se mill a ca íd a al su elo al m a dur a r o tumb ad a po r el murc iéla g o o el r atón g erminab a espontán ea m en t e b a jo condicion es ind esea bl es.

L as pl a ntacion es ori g ina les d e tod as l as h acien d as se hi cieron a sí, ª p esar d e q u e do n Adolfo y lu e go Es t eb a n fueron apr en di e n d o otr os méto d os, Y en su apr ovech am ien t o pract icaban me jo res cultivos.

Entre las en seña n zas que Fernand o había apren di do y p on ía en uso estaba aqué ll a d e no arrancar los arbo li tos d el semillero tirando como de un yerbajo. Ap rendió a sacar el arbusto p ara la resiembra con toda la raíz de donde venía pe g ado, com o el hi jo del de la

madre por el cordón umbilical, y procedía a resembrarlo en la mina hasta v erfo hecho un árbol recio y saludable.

"La Esperanza" había trabajado ese a ño en varias plantaciones nuevas.

La florecida había sido abundosa.

Desde enero comenzaron a cuajar los capullos lechosos de la flor. del cafeto y se vistieron los arbustos allá para marzo con la s galas nupciales de la novia De ahí en adelante empezaba a cuajar la poma en las diminutas pulpas que se engalanaban de verde , para ir aumentando de tamaño y cambiando de color h asta convertirse en una uva de rojiza y suave cáscara, de la que, el múcaro gustaba chupar la miel.

Los árboles paridores se caían a tierra bajo la cargazón de sus bandolas.

La recogida del grano conlleva una disciplina ejemplar. Es una entr ega amorosa entre la mano que se alerta hasta la rama y el grano que se entrega dadivoso.

Las cuadrillas están listas para ir a recoger café en "La Esperanza."

Las voces se han corrido por la jurisdicción. Hay buena paga y se t r ata bien al p eonaje.

A los primeros a qui enes los cap ataces dan seguridad de trabajo es a las familias de los hombres que laboran regularmente en la hacienda, lu eg o a los dem ás.

En "La Esp eranza" h a y trabajo p ara todos ; es o sí , se escoge al persona l, porque la la bor a hacer e s d e cuid a do , sin pri sa s, par a no tumbar e l gra no verde ni ech ar· a p erd er el m a duro . M u cho m ás importa nte qu e todo eso es que el obr ero no d e b e ordeñ ar la s ramas , porque es te proc eso disminu y e la calidad del produ cto , al m ezcl a rs e los gran os v erd es con los m aduros y lo s d e di stintos t a m a ño s, afe ct a ndo la futura producción de lo s ár boles. Si ello ocurre, se la stim an las · ye m a s v eg et a ti vas qu e so n simieñ t es p ara pró xim a s co sech a s.

El jí b aro sa be lo qu e es p ra ct ic ar un or d eño, pero en " L a E sp eran z a" no t iene op ort un idad de hacerl o, y si lo h a ce, n o vu e lve a traba jar.

L a rec olecci ón co men zó a pr inci p ios de oc tu bre. Se a lar g ar á p osiblemente hasta mediad os de diciembre. Los obreros em p eza ro n l a faena con las primeras luce s de la mañana , hasta 'promediar las dos de la tarde, aprovechaRdo las más fresca.s del día. G eneralmente , en esta época d el año comienza a llov er despu és d e las dos de la tarde en la zoaa cafetalera .

Esa mañana el cafetal amaneció alumbrado de voces, de canciones, de chistes, mientras hombres , mujeres y niños no menores de diez

años van recogiendo la uva del café en canastos de bejucos que llevan colgados alrededor del cuello.

En un determinado lugar de la pieza se amontona el café recogido para medirse por almudes. Un almud tiene un equivalente de veinte litros cada uno ; el de café uva pesa veintiocho libras y después de pilado, solamente cinco.

Fernando había discutido -la tarde antes con don Zoilo, el mayordomo, y éste con los capataces, la distribución del peonaje por colonias de café. Al fr e nte de cada cuadrill a quedab a un cap a t a z de mucha experiencia y largos años de servicio en la hacienda.

-Alejo , a ti te toca la piesa e la rejoya Ten cuidao que a jaldosa y loj álbolej se dan apret a o uno con otro . Llévate a loj Belmude . Son má de beinte y saben bien el trabajo. Otraj besej han atendía la recogía ahí mesmo.

-Bien, don Soilo; berá ujté como le saco má almúe a es a rejoya que tiene el sielo .

-Pue andando , biejo , a bel si acaban en do día.

-No me ajore mucho la yegüita, don Soilo . La piesita ésa se laj trai. Ahí hay café como cojitre, pero beré lo que jago.

Bueno. Oye tú , Cris a nto, b e te a l a pi esa del Salto; llébate a la gente del año pasao.

-Andando. ¿Me pueo trael l a j mulaj? Ahí hay que abiel mucho café .

-No toa, Crisanto. Ll é b a t e tr e j. Si t e jasen falta m á j, m a n dame rasón y noj arreglaremoj .

-Anotao, don Soilo .

-Pa jcasio . . . Pajcasio .. . , ¿a ónde diabloj se h a b rá m e tío ese hombr e ?

>

-,,Aquí to y, don Soilo . T a b a des a bor ío co n e jt a fre jca y n o lo oí. Ma nd e ujt é .

-Arrím a t e a l a p ie sa e l a J a bill a . Ejco ge loj p eone j q u e quieraj. Eso sí , que se an buenoj N o d e je qu e old eñe n , Pa jcasio. El año pasao p er d im oj en e sa pies a. El c afe b in o t ó me jclao.

- E jt a bé n o pas a r á, don Soilo, a unqu e t enga qu e sacaile el bofe a l oj sombre.

- N o tanto, pero n o te ll eve j e jta be a lo sijoj e don Mariano . Esoj poi abansal ra jcan toa laj rama j.

-He pensao trael a lo j Güícharoj, don Soilo Esoj saben como d0l t ore.

-Bueno , y pa calgal el café, llébate un carro y do pru-ej e yunta .

-Me hoy ent0nse.

-Adi ó .

En esta forma don Zoilo fue distribuyendo el personal en las zonas de trabajo, sin riesgos para el peonaje ni para el árbol. La cosecha ofrecía todas las posibilidades de un buen rendimiento.

Femando se movía alrededor de las piezas. Hablaba con sus hombres, inspeccionaba la recogida, alentaba a los que veía rezagados y ayudaba con sus consejos y con su propio esfuerzo a ensacar e l grano, que luego se transportaba a lomo de c a ballos o mulas o en los carros de bueyes hasta la hacienda, cuando la distancia o las condiciones del t e rreno lo exigían.

D es pu és d e la r ec ol ec ción se pro ce día a d es casca r a r e l g rano , m ediante el uso de la despulpadora d e rollos qu e e n l a h a cienda se oper a ba a mano , en un trabajo l e nto, difícil y costoso

Desde la époc a d e Esteb a n se usab a el mismo sist e m a para la e liminación de la pulp a. Cuando había apuros , se utili z aba e l pilón p ara a y udar, pero e r a un trab a jo tambi é n lento y cansón.

Uno de los proc e sos natur a l es más inter esa ntes d el ca f é d espu és d e d es pulpado , y qu e Fern a ndo vigilaba con cuidadosa at e nción , era su fe rm e nt a ción espont á n ea, tomando p a r a e llo e ntr e do ce a v e inticuat r o ho ras. Dur a nte dicho p eríodo el mismo gr a no ge n e r a c a lor sufi ci e nte pa r a e lim i n a r e l mu c íl a go qu e lo arrop a, qu e lu eg o faci lit a e l lav a do que sigue al pro ces o fe rm e nt a t ivo. El ag u a actú a lib re y abundant em e nt e para e liminar d e l a p epit a tod a sub st a ncia b a bo sa .

En "La E sp er a nz a" e l l a vado era un proc eso e n e l qu e se ponía mu ch a aten ci ón porqu e la ca lid a d d e l g r a no prov e nía m a yorm e nt e d e l a lim pie z a d e la p epit a de c af é Por eso, e l caracolillo , por ra zón d e es t ar b ie n l a v a do y bi e n sec o , t e nía tan bu e n a ac og id a.

Se i nici ab a el se ca do inmedi a tam e nt e d es pu és d e l l a vado , y p ara e llo e n l a h acie nd a se u sa b a n cu a tro t en dido s es paciosos d e c e m e nto ll a m a do s "g lacis. "

E l "glacis" e ra un a v i e ja y l ea l ins titu ción en la C olo n i a. El gra no se secaba d es p arra m a do a l a in t e m peri e, sin q u e e l sol int ervini era e n l o más mínimo . El "gl acis" servía, a d e m ás, p a r a c e lebra r r e u ni on es de todas clases : b a il es, p e l eas d e ga llo s y pa r a la fi es t a d e l aca b e c on la cual se d a b a fin a l a cosec h a. P ar ti ci p a b a en l a m isma l a p obl ación de la hacien d a , los vecinos y a migo s q u e l e r e ndí an cu lt o a l cafeta l. q u iso celebrar con hon ores l a b uena cosecha d e ese · año, a pesar de que l as condiciones económicas generalmente era n d ifíciles y el precio del café en el mercado había bajado considerabl emente. La agricultura iba perdiendo seguridad. Muchas haciendas habían dejado de existir debido a la falta de brazos, otras a las escasez de recursos , algunas al abandon·o y pobreza de las tierras, tal vez a la vejez y deterioro de las plantaciones, o a la carencia de recursos

científicos para mejorar las siembras, pero especialmente a que muchas de aquellas fincas que antes rendían tan buenas ganancias est aban o habían sido convertidas en siembras de azúcar, cuyo producto ahora reinaba como el principal en la Colonia.

"La Esperanza" no habría de cambiar.

La fiesta del acabe estaba en todo su apogeo . El grupo de músicos era dirigido, como siempre, por el viejo Molina, quien dominaba la guitarra como un maestro; pulsaba con mucha habilidad l a mandolina el hijo de Canuto Ortiz, quien vivía en la haci e nda " La Bonita," ·de don Calixto Bermúdez, en la guardarray a de Las M arías ; el acordeón pequeño y redondo, de voces sonoras, lo toc a b a P a co Torres y el güiro el famoso Bartolo, quien un a vez fue llevado a San Juan para participar en un concurso de güireros y se g a nó el pr emio, p ero tambi é n cargó con una paliza de padre y señor mío cuando , entrando a Vega Alta de regreso de San Juan , quiso "d a rse pi sto " d e concertista de güiro , y "pa que no se a p a rej ero e l cond e nao, " según comentó un guapo de barrio, le hicieron cargar con otro pr emio . El músico echó a correr como alma que lleva el diablo y no p a ró ha sta a rribar un p a r d e días d espués a May a güez.

Don F e rn ando había autorizado otr a s di vers iones ; en tre e ll as, p ermitió que los arrimados conc ertaran sus p e le as d e g a llos dur ante la tard e y los d em ás aficionados se a v entur a r a n c on a lg un a c arr er a de c a b a llos al día sigui ente.

El jib ar ío fem e nino m ás gu a po d e l b a rrio se d io ci t a en e l "glacis" centr a l d el batey.

La e d a d de los pr esent es se c ont a b a d esd e los quince ha sta l os se t en t a y p ico d e año s. D ep e ndía d e la b ra vur a d e l gaznate para tragar a gua r di e nt e y l a fort al eza d e l a s pi e rn a s p ara danzar el seis zapateado y las ma zurc a s.

P a r a q u e e l hol go rio tuvier a e l to n o d e toda fiesta de acabe, se de jaro n a lg u no s á rbol es de café sin recoger en las cercanías de los ranc ho s. C ua ndo se dio la orden d e comenzar en las primeras horas de la noche, a son d e campanazos primero y música brava luego, la gente se fue a co l eccionar ese café, y aprovechando un descuido, amarraro n al mayord o mo con los cinchos de las canastas. Lo trajeron preso en mitad del gentío, entre risotadas y empellones. La música irrumpió con un son caliente, y las parejas salieron a echar un pie a golpe de zapatos y tragos de ron caña

-Ejta fiejta ba a dura! dó día, asegún don Felnando -le arguyó el negro Carlos- a Monchile Cruz, mientras apuraban unos tragos.

-Dejta no me salba nadien pa coge! una juma.

Carlos se empujó otro trago peleón que pareció hacerle vomitar los pulmones.

-Maldito sea el pujo e coco, ejte ron ta endiablao . -Así e güeno, mano Cario. Me hoy a sampal otro pa cogel juelsa. -Po bamoj. Yo me lo doy también.

- Fernando y Maruja presidían la fiesta como era la costumbre y eran sus deseos.

La gente se divertía,. bebía y comía · a todo trapo.

En uno de ranchos se asaban a la vara dos nQvillos gordos y tres puercos magr.os de mediano tamaño. En varios calderos a carbón vegetal hervía el estofado de cabro , que las manos de la negra Micaela con las de otras ayudantes venían atendiendo, mientras empinaban sus buches de aguardiente a escondidas de las demás . Otra olla oüa a arroz con gallina; en las demás se cocían yautías , plátanos, yucas y otras viandas.

Fernando y su esposa se retiraron a eso de la una de la madrugada, después de despedirse de los fiestantes, quienes, sin el temor de la presencia de los patrones, le dieron ri1;mda suelta a la alegría, hasta que las primeras luces del amanecer empezaron a deslecharse por detrás del Salto .

Las grillas de gas y los quinqués que, colgados en hileras, alumbraban el "glacis" se habían adormecido sobre sus mechas cansadas, como muchos de los participantes, que sobregirados en tragos, en comida y en cansancio, se veían arrinconados por las esquinas, debajo de los árboles, sobre los sacos de café en el almacén , mientras alguno que otro más fuerte o más valiente remedaba con voz aguardentosa el gutural cloqueo de los múcaras en lo alfo de los guamás.

La fiesta del acabe se celebró en "La Esperanza" como nunca antes. Ni aun en la época de don Adolfo se vio cosa igual.

Despulpando el café a máquina.

El Instituto de Cultura Puertorriqueña le encomendó hace algunos años al artista Rafael Tufiño que preparara una serie de grabados en linóleo sobre la vida en las haciendas de café del centro de la isla.

Tufiño vivió durante varias semanas en la zona cafetalera, tomando apuntes para los grabados, cinco de los cuales son reproducidos aquí.

Además de sus grabados en madera y linóleo, Tufiño se ha destacado en la isla y fuera <le ella por sus pinturas, dibujos y carteles.

Esencia de la Illanaña y musaraña de la noche

UNA BUENA TAZA d e café con l e che e s, sin duda alguna , alimento nutritivo y excelente. Añádasele pan con m a ntequilla a discreción, y ello basta para un bu e n desayuno: el clásico desayuno regional.

Aún el café solo , "pri e to y puya" -sin leche y sin a zúcar- no deja d e ser útil alimento, en un amplio sentido fisiológico , como lo son l as vitaminas , l a s e speci a s, las sal es mineral es, e l vin a gre y e l vino.

Pero e l café , más que una b e bid a, a ntes que un alim e nto , e s olo r gr a to y fino , inimit a bl e aroma ce r e bral d e gr a n a ltu ra y , a l mism o ti e mpo e ntr a ñ a da, sensual, muy tierra-a-ti e rra d e l a ti e rr a nu es tr a.

Por eso, antes qu e n a da, lo que m á s importa e n e l c af é e s q u e hu e la como d e b e ol e r.

Y, por eso, h a st a c omo d esayuno , e l ca f é es, sobr e todo , m a gn íf ica fr a g a n c i a y a nimoso olo r . Es l a ese nci a d e l a m a ñ a n a e n dobl e m o d o : -un a e ng a ll a d a y d es r e buj a dora es enci a m a tutin a y, a l a vez, por i g u a l, Ja quinta ese ncia mism a d e nu es tras m a ñ a n as: La enca m ación sen si bl e d e un m e t a fó r ic o c onc epto y e l ex tr a cto incorpóreo, e l a lma d es nu da d a, d e unos a ce it es a rom á ti c os o o o

E l ca f é no e ng aña a n a d ie. No p re sum e d e va lo res fictici o s. Es .a jen o a l as fa lsas o m ni p ot encia s y o mn isap i e n c i as, a e sa engañosa aut osuficiencia despec ti va q u e produce en m u chos ca sos el alcohol. Comp l etamente lib re y li mpio pe los fraudes y t rampas de las drogas heroicas, no c on d uce a paraísos ar t ificia l es. No hace ver l o que no existe. No cul t iva la ilu sión de dar lo que no se tiene. Si los fis iól ogo s le descubren efecto estimulante, es porque

aprovecha y aquilata el potencial existente de energías, aumenta el rendimiento de los recursos latentes, sin desgastes mayores, sin estragos, aberraciones ni agotamientos.

Por eso, desde que se empieza a oler, es sencilla y francamente reconfortante. El bienestar que exhala· es real y efectivo, tónico, y -por así decirlo- normal. Combate el decaimiento y la fatiga, aclara la mente, ensancha el corazón, despeja las modorras, hace respirar hondo y provoca a pensar largo y tendido.

o o o

Al despertar, después de las comidas, en la merienda y como tente-en-pie, desde la madrugada hasta la tarde, la taza y el pocillo de café tienen puesto indicado en el horario de la antillana convivencia y vida diaria.

Después de puesto el sol, cerrada ya la noche y dentro de ella -hasta las altas tantas- el café muéstrase fiel y ameno camarada del trasnochador y del noctámbulo, del aficionado a la querencia de la Antilla ennochada, amante voluptuoso de sus honduras , munificencias y secretas penumbras ...

Y el pocillo -repetido en este o en aquel cafetincito- es incitante guiño de la noche, ardoroso enemigo de la indiferencia y el cansancio. o o o

Mientras con manos lentas el reloj desgrana las más menudas y apagadas horas -la una, las dos, las tres, las cuatro- el café sigue siendo cómplice entre la noche y su amador.

De pronto, un soplo trae, no se sabe de donde, una flecha de aromas que pasa rectilínea. Otras veces, un vaivén de fragancias, mecido por la brisa, aumenta y disminuye en permeaciones suaves: son bucles de airecillos perfumados por hálitos de flores que, en la sombra nocturna, permanecen ocultas. Sólo de cuando en cuando se revelan algunas a la vista, al par que nos da el alto un enjambre de olor. -¿Damade-noche, acacia, madreselva, jazmín, mirto, azahar, gardenia, hilánhilán?

Aquí, en esta isla, el perfume es casi monopolio exclusivo de las flores perfectamente blancas o de aquellas que, en blancura indecisa , son algo verdeantes o amarillean un tanto. Las de colores vivos y vistosos, en general, huelen muy poco o nada; siempre bastante menos que en otras latitudes.

Pero las blancas, en la noche, son estrellas de olor. De caprichoso olor, a la vez delicado y contundente, denso y volátil , provocador . y esquiv o . . . Y, el café, como grano de almizcle fijador e n un pomo de esencia, lo recoge y retiene mejor en el sentido . o o o

Mariposa nocturna : insecto iridiscente, alerta y avispado, hu·

llidor y brillante, es el café; en tanto que en sus horas -una a unadeshójase la noche ...

Sin prólogos ni epílogos de nublazones y lloviznas, en repentino dos por tres de sorpresas, ha pasado un chubasco. El aire queda blando, húmedo, quieto. Dentro del ambiente remojado se insinúan más modestos olores, algunos casi imperceptibles : emanaciones de la tierra, de la yerba, vahos de la humedad en sí. O el trasudar de arenas , asfaltos y mamposterías; recalentados en las horas soleadas, que aún sueltan su calor.

Intermitentemente, bajo el aliento espeso de la mar encelada, el litoral levanta sus efluvios salitrosos de savia de palmera de coco, de humores de sargazo y caldo de mariscos.

Hay una calma. Es un momento en que todo queda pospuesto o en suspenso: - La noche está en sus últimas. Y, a l a orilla del mar es desde donde mejor se puede contemplar como se esfuma.

La vía láctea hormiguea entre copiosa siembra de estrellas y luceros. Sobre el mar, al oriente, apenas si se nota un trasunto de bruma . Por allá se suceden, en rara coincidencia, tres ritmos astronómicos: Primero es Venus, la estrella matutina , que se eleva esplendorosa de las aguas, casi como una luna, más pequeña pero más rutilante, más blanca y azulada. No ha pasado una escasa media hora cuando sale tambi é n la luna misma . La claridad lechosa se acentúa. Todavía no e s el alba. Pero poco después, ya lo es , brevísima. En seguid a , la aurora. E inmediatamente, el sol , por fin , asoma: -Amanec ió .

Lu e go se despereza madrugadora ronda de la brisa . Ya están en a lgún sitio tostando buen café. Su aroma se entremezcla con cheros de marismas .

Ha empezado de nu evo l a mañana.

El cafetal

EN EL MONTE riqueño, de la base a la cumbre, las eurítmicas copas de las guabas se ven, y debajo de ellas, cual soldados en filas, los preciosos arbustos del precioso café.

Los arbustos florecen, y las albas corolas a los ojos similan del que ve el cafetal mariposas enfermas, si en el suelo han caído , estrellitas de nieve, si en las ramas están.

Se hacen frut'os las flores, y las bayas jugosas a los ojos simulan del feliz labrador esmeraldas joyantes, las que verdes se encuentran, y joyantes rubíes , las que están en saz6n.

En e] monte riqueño, de la base a la cumbre, las eurítmicas copas de las guabas se ven , y debajo de ellas, cual soldados en filas , los preciosos arbustos del precioso café.

Es la tropa bizarra que se apresta a Ja luch a para d a r a Borinquen bienestar y esplendor, e scalando los muros de la gran fortaleza donde el oro domina con su brillo de sol.

Canción del cafetal

VAMOS al cafetal, amada mía, . en ·esta tarde en que los dos queremos el verde campo y nuestras almas sienten deseos de estar a solas: amar la tierra, cual si el mundo fuera: un mundo inhabitado.

A tu carne sedienta de ternura, la besará la lumbre de un sol único: hecho para tu pulpa solamente.

La fronda cantará para ti sola, y el arroyo su vena de agua tierna la llevará a morir sobre tus labios ...

Vamos al cafetal, amada mía, para que te desnudes poco a poco de todas esas cosas que la Vida ha ido dejando en ti ...

Y así desnuda seas: bajo los árboles un pétalo dormido en la hojarasca.

Montaña en flor

EN LA HACIENDA de Don Manuel Martínez hay una montaña; en la montaña, un cafetal; en el cafetal, abundantes guamás, guineos, bucares. Muy cerca de la montaña hay un glacis donde se seca .el café al sol; junto al glacis está la despulpadora; más allá se levanta majestuosamente la casona de maderas del país cortadas en menguante. La casona tiene una sala muy limpia y ordenada; en la sala hay cuadros de todos los asuntos de la cristiandad, una hamaca de maguey con cabuyera verde, algunos floreros de yeso, muchas zarandajas y cuatro sillones con "antimacasares ."

Al cantío de un gallo de la casa hay una vereda que da a la "quebrada" y un huerto donde crece la exuberante habichuela colorada, el tomate de Jayuya, el empurpurado pimiento, el ají picante, el recado casero, la verdolaga lozana.

Ustedes conocen el cafetal. Se ve enmarañado y "enmalezado" desde fuera, pero en su seno hay orden y sistema. Tiene "calles" alfombradas de "cojitre." En fin, la montaña es un pebetero, la "quebrada" es cantarina y juguetona. Los bohíos son alegres. De noche se "enciende" de súbito la orquesta estridente de los coquíes en celo. El día es para el trabajo; la noche , para el descanso bien ganado y la tertulia y las coplas "ayleloleras" y los cuentos de fantasmas. Ustedes conocen el cafetal . ..

Aquel año no fue buena la cosecha. El múcaro "espepitó" el café, "baneó" el grano; abundó el caritoso; el descumbre no se hizo como Dios manda; algunas piezas se "ajorcaron"; los pobres cafetos apenas resistieron la mordida del hongo. No embargant e , a su debido tiempo ,

los generosos arbustos se cubrieron de perfumadas estrellitas blanc as y luego se encendieron con las uvas en sazón.

Don Manuel Martínez es un jíbaro " tostao '.' y de pelo en pecho . Tiene la sobriedad y el orgullo de un lejano antepasado castellano y la socarronería del campesino serr a no . Doña Teresa , su esposa, "pechugona" y pequeñita, es buena como el pan de Ponce. En fin, parece una santa mujer, y lo es en efecto. La " trujo" don Manuel de la Capital, doi:ide era orgullo de una familia con ínful a s y antepasados. A la única hija la llaman Flor de Café.

La Voz de la Montaña

Descansan las cogedoras. . . El cafetal tiene jugu e tonas veredas de luz y nerviosas alas entre las ramas de los guamás frondo sos. Es la hora cálida de las abejas laboriosas ... Flor de Café rasguea la guitarra.

-La flor del café se abrió como se abre una estrella . ..

. Mientras canta a sus anchas, Flor de Café deja ver con muy poca coquetería un par de pantorrillas desnudas y de muy buen año , dicho sea de paso.

Y el bobalicón del mayordomo que la contempla "embelesao" le dice a la que tiene ce rca , sin parar mientes en lo que fan a la vista está:

-¡Qué "ojazos" · se gasta l á' hija del padrino para mi tormento! Y tú, lector amigo, seguramente has entrado en sospechas muy bien fundadas. O el hombre es tonto de capirote o está enamorado hasta más no poder. Pero dejemos esto para mejor ocasión porque de súbito se reanuda la faena en las calles perfumadas del cafetal. Canastillas al cinto y en los labios una copla, las cog edoras desgranan la noble sangre del cafetal cuajada en perfumados rubíes .

Una cogedora:

-Ahí viene el "m a yordomo " a dominarle los p a lo s .

-Es la hija del dueño, e sta niña - com e nta otra cog edor a puesta e n jarr as.

-El flor prim e ra , mal hablá ... Y está como tigü e rito e n flor.

-Si lo dejan al "mayordomo" le vend e e l c a f é e n .flor a l a mo .

-Pue s qué t e cr ee s d él .. . Sus bu enos c afe t a l es los t ení a é l su v ie jo , y es ahijado d e l pat r ón . Y "contimás" sa b e mucho d e l e tra s .. .

- Ya ve r án cómo l e to ca e l enrama do en el a ca b e, q u e es co sa de señores.

-Silencio, m u chachas -d ice e l mayora l con sonrisa bu.r lonaque lo s dime s y diretes suelen t erminar en d ares y t oma r e s .

En el mediodía bochornoso el cafetal es hormigu e ro d e esp eranzas y aleteo de coplas. Las bayas ensangrentadas se amontonan en las canastillas rústicas de las mujeres c omo por arte de encantamiento .

Los hombres a los glacis , a los lavaderos . ..

Los muchachitos " jip a tos" a cog er granos "'esp epitaos" . . .

Y la montañ a a pedumar .. .

Llegó el acabe, recibió el mayor a l la enramad a como los se ñores . . . Se bendijo la montaña y el trabajo con gran solemnidad y mayor contento. Y comenzó la tar e a del d es yerbo , del l eva nt e .

Así pasaron meses de constante ajetr e o . Y mucho tard a b a la "floreada. "

Sombras en la Montaña

En el glacis sil e ncioso donde tod a vía quedan r estos del. e nchaqu e tado y d e l cu esco , bajo las estr e llas moj a d a s, Flor d e C afé y e l mayoral pl a tican misteriosam e nte.

-Nos vamos . . . Papá quiere vend e r el cafet a l. . .

-Para casart e con ese ricacho.

-¿Quién pi e ns a e n c a sorio s ?

-Tu pap á y otra per sonit a qu e me s é

-Pues yo no , "d e saborío " ...

-D e sde que t e hacen la ru e d a e r es otr a.

-No digas e so , Alfr e do , qu e e sto y sufri e ndo d es d e q u e lo sup e. Flor d e Café cont empl a e n sil e ncio l a d a n za lumino sa d e l os cucubanos .

En l a sa la d e l a cas ona h ay t a mbi é n c uchi c h e o s y s us pir o s. Don Manuel se p a se a n e rvios a m e nt e a lr e d e dor d e l a es t ancia . Doña

T eresa l e vant a a pena s l a v is t a d e l a co stu ra y co nt em pl a a su espos o c on el rabillo d el ojo.

-No ve ndas , Manu e l -dic e tr a s un l a r g o si l en cio y u n corto su spiro .

-Pe ro es qu e l a s cos as no es t á n co mo emp ezaron . La última cose ch a cas i nos a rruinó . Se h a p e rdido e l m e r ca d o e uropeo .

- N o vend a s, M a nu e l. El c afé es nu est ra v id a.

- N u es tr a v id a es t á ahora e n l a Capi t al. Es m e jor r e tir a rs e a ti e mpo.

-Como l as ra t as, Ma nu el.

-Razón ti e nes d e so bra , vie ja ; p e ro no t e e n can dil e s .

Con ést as y seme jantes razones a nd a b a n lo s c ó nyu ges, c u ando se Je metió en men t e a d on Manu e l u n endi a bl a do es tribill o.

Poda t u ca f é en menguante , q ue se te da rá abu ndante.

Doña Teresa cont e mpló un in st a nte la car a pelada de los "tumbaderos" de un pedazo de montaña encuadrado en la ventana , y de pronto dijo:

-Ay Manuel , yo no concibo la v ida , nuestra vid a, ·Sin cafetal. Quien abandona la montaña le hace traición a l a islit a .

Y así iba ensartando los suspiros con un a " mi a jita" d e romanticismo y su poco de lógica. Y suspiro va y suspiro vi e ne , continuó de esta suerte:

-Ay mi Puerto Rico del a lma . .. Ve rd e cuerpo de cañ a verales ...

Roja sangre de cafetos. Arom á ticos su e ños de tab a cales

Y sin que supiera de dónd e le v enía el recu erdo , y a pes a r de que met erse en coplas en aquellos momentos era punto m e nos que h erejía, andaba la siguiente por los recovecos d e su m e nt e:

-Cariño , no hay m e jo r caf é qu e e l d e Pu erto Rico.

Y mi e ntras espantab a la copla , p e r sist e nt e y p e g a jo sa como un mos c ardón , doñ a T e re sa l e d e cí a a su marido :

-Ay vi e jo , dejar todo esto .. . Todo s los a ño s e l milagro d e la "florecida, " la a legría del a c a b e . Todos lo s esfu erz os p a ra la montapa , tod a la montaña p a ra l a vid a . . .

-Sí, m i vi e ja, estoy e n un t e n c on t e n de mil d e monios . . .

Don Ma nu e l se ras có l a coronill a, to sió n e rvio sa m ente y salió por peten eras:

-Qu e oo qui e ro lo qu e y o qui e ro e s lo qu e m e p a sa, v i e ja .

Y co m o l a bu e n a muj er se le qu e do mir a ndo un tanto esc a m a d a, Don M a nu e l se metió e n e xpli ca cion e s qu e é l mismo no e nt e ndía

-C a mp esino soy, y d e fo s "br aga o s," y no qui e ro a mi hij a c am - · pesin a He vivido si empr e p en di ent e d e l a flor d e ca fé, qu e es l a flor de mi vid a, y no la qui ero a e ll a flor d e c af é . Flor d e los "s ob e r a os " má s rumbo sos d e l a C a p i t al l a q, ui ero. Y no creas q u e l e he c ogido in q ui na a l cafe t al. . . ¡Ay v ie ja , si lo quier o m ás que a l as e nt re t e l as d e l a lm a ! Po n t e, p u es, a p en sar e n lo q u e es t á p asan do por nú . Si l e di go, vie ja , que no m e -du el e esta d ecisió n, mi ento c o mo u n "c on d ena o. "

En l a p u lp er ía d e d o n Serafín lo s h om b re s se "cas tig a n" e l gaznate con "cañita brava ." Tienen e l "romo" ma lo y l as p a l abras to rtu o sas.

-E sto se acaba, compa e . Ahora sí que en t orchó la p u erca el rabo. Ño Serafín, otro palo del " enganchao ."

-Mala voluntá que le tienen los amos a la montaña . Ay benditci., ya no tienen "reaños."

-Enantes era otra cosa. Nos "salsiábamos" en el acabe. Pa las Navid a d es t e níamos lechón " asao" y buen vino de pasas . . Hoy si t e v e o no m e a cuerdo . Se acabó el p a n de piquito .

-Tien es más razón que na. Se acabó lo que se daba A lo mejor nos tenemos que "dir" pa "jurutungo." Quien quita no vive lejos . . .

En e l cafetín hay olor a azúcar moscabado , a bac a l a o, a ceboll a .

D e la c umbrer a ahumada cuelgan racimos de guineos manzanos y guin e os niños . En e l soberao las gallinas picotean los gr a nos d e a rroz y d e m a í z qu e se d erraman d e los hinchados sa cos . El air e es tá s atur a do d e ese pi ca nte olor a trópico enc e ndido, a Antilla lujurios a .

Y mi e ntras don Sera fín e nvuelv e e n pap e l de estr a za un trozo d e t asa jo , dic e c on a ir e prof é tico:

-En cu a ntito se v aya a la ciud a d , se acaba el vi e jo como c abo d e v e la . M ételo entre cojines blandu c hos y sedas y espejos , y c á tale mu e rto e n un dos por tr es Múcaro que "esp epita" caf é no viv e " enja ul a o. " Es e bueno de don Manu e l tir a al monte "desque" le olí a el ombli go a d e rm a tol. A templao y "m ac uquero " no le g a n a ba "n a id e n ."

Ll eva l a m an cha d e pl á tano d e n a ción . Siempre le e nco n tró l a "vir azón" d e ntro d e la torment er a. Y s e nos h a acobardao así d e p ron t o

A la sombra d e l ranchón d e la "p e on a d a" un a viej a l e hace cue nto s a lo s niño s "d esinqui e tos. "

Lo s mú ca ros en los c afetal es chup a n mu cho c a fé . U no d ecía : c on az ú ca ro , con a zúcaro. L a guine a d e cía : tost a o, to st a o . Y la cabra d ecía: b eb e, b e b e. Y a sí apr e ndi e ron los indios a tom ar caf é.

L os ni ñ os r epit en: "con azúc a ro , con a zúc a ro " con g randí sim o co nt e nto y a lboro zo

La h ora d e la ver dad

Alfr e do no l as t e nía tod a s c on si g o. Había lle g ado l a hora de la verd a d. C osas d e l <:l "co nd e n á" vid a. Ay, l os amos no sabían el mal que ca u sa b a n. P or mor d e uno s c ochin os pesos o po r p u ra cobardía, abando n a b an l & mon t aña. La haciend a d e d on Manue l Martínez de Cuatro Call es, P u erto Rico, es t a b a en ven ta y ya comenzaba el desfile fatal hac ia la cos t a engañ osa. Toca b an a ret ir ada y la montaña se estremecía y los jíbaros, olvidando sus dolamas, hacían sus motetes y liaban sus petates apercibiénd ose para la ominosa fuga . Pero él se quedaría en la montaña . Le gus t aba vivir de par en par y no era como la hoja del yagrumo, ni bailaba al son que le tocaban. Como buscando · razones para sus rebeldías, Alfredo recordaba s us tar ea s del cafetal y los c ambios que traían las difer e ntes estacion e s del año . Sí , se había criado en el cafetal y conocía todos sus s e cretos . En julio y agosto los guineos daban buena sombra y las guabas se es-

parcían como gigantescos paraguas . En septiembre el cafetal se vestía de rojo, se encendía, y era mismamente una llamarada. Ya en octubre la cosecha llegaba a su punto de sa zón. En el cafetal se trabajaba todo el año. Las· calles se repasaban cada quince díis. En noviembre era el raspe ; se recogían los granos "maúros ," los "pintaos" y los verdes . . . Para las N a vidades le traía de la tahona a Flor de Café un saco del mejor caracolillo.

Alfredo repasaba las cuentas de su rosario del cafetal con señales de melancolía que bi en a la vista estaban. D e sd e muy pequ eño aprendió a se l e ccion a r las bayas mejor cuajad a s en la "m a durada " mayor del caf é. Y sin qu e n a die se lo dijera, se mbraba los guineos a dos varas conuqu eras unos de otros p a ra cubrir los sitios soleados. Arrancaba con muy buena m a no los arbolitos de los semilleros dentro d e los tr e s prim eros día s de la lun a nueva. Le gustaba se car el c a fé al sol como Dios m a nda y no en las "vaporadoras." Sí , él sabía sin m ás ni más dónde e l je jé n pu so e l hu evo . ¿Qui é n le dijo qu e sembr a ra los á rbol e s d e guam á a l norte y al est e y e n las partes a ltas? Buena punt e ría que tiene -d ec ían los jíbaros cuando les ordenaba sembrar bucar es y guabas en l a s hond a das y mocas e n las colinas . Alfredo se sabía d e memoria e l c afetal y est a b a en todo En fin, no d es c a n sab a de día . D e noch e e r a otro cant a r . Cu a ndo no comí a " jiguillo" c on Flor d e Caf é, qu e es un a man e ra muy "bori c u a" y muy sabro sa, poi c i e rto, d e p e lar l a p a v a, se iba a Cuatro Call es a e ch á r sel a s d e ca p a t a z rumbo so . Y se l as ec h a ba a la s mil m a r a villa s, pu es gustaba d e l as bu e n as m ozas, d e l bu e n v ino y d e l b a il e d e g a rab a to. Con lo cual q u ere mo s d ec ir qu e t a mp oc o d es c a n sab a d e no ch e.

E l r ec u er d o g r a t o d e s u s tr api sond as se emp e ñ a b a con l a r e alidad d o lor osa d e l cafe t a l. Se nt ía a veces vag os d ese os d e pr e di ca r a todos los v ien t os l a vu e lt a a l a m o nt a ñ a . Bi e n es t a b a l a indu stri a liz a ción si empre q u e se mant uv i er a v iva a sang r e d el cafe t a l. El ve í a l as co sas como d eb en ser. Ab a jo., e l ro n c o tr e p id a r d e l as m á quin as , el humo d e l as fábricas. Ar rib a, en l a m o nt añ a gen e ro sa, l as estr e ll it as bl a n cas y los rubí es en va rill as d e l c afet a l.

P e ro é l n o serví a p a r a re d ento r. Cu a ndo lo saca b an de su ga llin er o se vo lvía una " jir ibill a" y n o p odí a di simul a r su con di ción de va ll ao Tenía po r neces i da d q u e p er m a n ecer c omo un manganzón y un p a jua t o m i entras sus compañeros b a jaba n d e l a mont aña p o r u n camino t or tuoso que terminaba en la "pr á n ga n a."

La Montaña en Flor

Y una mañana milagrosa amanecieron florecidos los cafetales . Pascua Florida y Navidad y Sábado de G loria en una sola mañana per-

fumada. Era en verdad una gloria la mañana radiante y una maravilla de ·maravillas el traje- de novia de la montaña en flor. Y don Manuel sintió una alegría muy honda, muy honda, como si a él le florecido el alma.

-Está la pieza como una sábana - dijo muy orondo. La naturaleza, muy adornada y radiante, celebraba las fiestas precursoras de la roja ofrenda de los cafetos generosos. Y reían las guabas y las mocas y los pájaros. Había en toda la montaña un perfume nupcial. Era la hora de la luz recién nacida, del "rosidu" arcoirizado, del despertar de los nidos.

-La florecida . . . La primera florecida del año. El cafetal se pobló de alas · de mariposas. Caía de los cielos una luz dorada y tibia que se perfumaba en el regazo verde de la montaña encinta. El polen fecundante volaba en alas del viento, en las patitas rosadas de los pájaros, en el terciopelo multicolor de las mariposas, en los vellos rojizos de las abejas. Agentes invisibles y sagrados trabajaban generosamente en la noble tarea de la fecundación.

Y dori Manuel, con voz temblorosa, le dijo a Teresa:

-Fíjate en la montaña, vieja, tiene ya aspecto de recién parida.

-Hombre de Dios , qué vulgaridad , si parece que acaba de hacer la primera comunión.

Don Manuel se secó con muchísimo disimulo una indiscreta lágrima y exclamó con grandes muestras d e la emoción que le andaba por dentro:

-No puedo, mi vieja, no venderé el cafetal. . .

Y se sintió de súbito más joven, como un niño maravillado ante la montaña en flor. 9

0 Oído a un cuent ista po pular de Barros. Navarro Tomás , El español en Puerto Rico , 1948 .

Solar Montoya

EN EL CAFE1AL volaban las mariposas oscuras, perdiéndose, muchas veces, en el cohitre morado. El albayalde y la plumilla hostigaban a las cogedoras y a los chicos, produciéndoles ronchas en el cuello. Unas moscas pequeñas y dormilonas volaban sobre las panas maduras en el suelo. El algodón saturado de dulces de la guanábana se ofrecía a los pajaros glotones. Helechos de tallo negro, los bejucos, los pega-palos y las mayitas de flor roja crecían hasta en los agujeros de las piedras. El cacao, la china, el anón y otros árboles frutales encontraban asilo generoso en la humedad del abra. A las matas de guineo, pálidas, siempre con avidez de sol, se les caían las pámpanas cardenales. Una sensación de tranquilidad inundaba el espíritu.

Las mujeres hablaban sin descanso; sobresalía el tableteo de palabras de Emilia. Casi todas ellas llevaban la cabeza envuelta en un paño. Los muchachos removían la hojarasca podrida en busca del grano perdido, y descubrían un semillero de gusanos y caracolillos. Ocasionalmente los hombres entonaban coplas. Junto a los troncos de los árboles los sacos de henequén se iban tragando el rojo contenido de los cestos.

A mediodía llegaban rapaces Y mozas con el almuerzo; hombres, mujeres y niños abandonaban el laboreo para sentarse sobre las piedras a engullirse las viandas. Entonces salía Gonzalo para la Casa; regresaba una hora después a proseguir el trabajo que no se interrumpía hasta que sucedía el desgaje de luces moribundas sobre las montañas y la sombra empezaba a llenar los valles.

En días de lluvia la labor se hacía más difícil. La gente trabajaba bajo el chipichipi, muchas veces calados hasta los huesos, pero si la lluvia era persistente suspendían la faena de la tarde. Los hombres cargaban el café hasta los glacis.

Los días pasaban sin que Gonzalo se resintiera por la tarea incesante. En cerros y laderas se aromaba de albahacas, poleo, salvia y saúco . Los camaroncillos y los yagrumos se movían llenos de gracia al soplo de las brisas. La campiña olía a cariños inolvidables.

En las noches de los días acostábanse todos más temprano para poderse levantar al llamado de los pitirres, ·al que se ade-

lantó muchas veces don Alonso para barrer los glacis con escobas de palma. Confiaba a Gonzalo la dirección de las abras mientras él permanecía dirigiendo el despulpe de los granos. Siempre estuvo dispuesto a meter la mano en todo trabajo.

Un peón vigilaba el café tendido; frecuentemente lo removía con el rastrillo. Si se amontonaban nubes oscuras hacia el sur, se le unían dos o tres peones más para recogerlo en grandes sacos y llevarlo al almacén. A pesar de la lluvia, el caritoso era dejado en las esquinas del glacis, protegido con escobas terciadas en sus flancos.

La cosecha es la esperanza de estos jíbaros que viven vida tan puertorriqueña en la Cordillera. Todos -hombres, mujeres y niñosse entregan con fervor al laboreo de la recolección. La ·cosecha es la salvaguardia de sus obügaciones. Entre ellos es frecuente oír este emplazamiento: "Pagaré pala cosecha " El terrateniente pequeño y el poseedor de alguna "manchita" hacen negociaciones a base d e l "café a la flor " ; fe en lo porvenir, seguridad ... Una fe ing e nua que a veces se transforma en tragedia en días tormentosos , en tien:ipos malas cosechas y de bajos precios. El jíbaro goza cuando las varillas de los arbustos se enmilagran con un millón de estrellitas albas y p erfumadas. Durante los meses d e la florecida vive en perpetua zozobra y sufr e por las sequías persistent es, los vientos importunos o los aguaceros que "jienden las abras. " Los llovizneros delgados en los mes e s d esde enero hasta mayo son una bendición r efr e scante para su espíritu serrano. "Blanca como velo de reci én casada" decí a don Alonso qu e era la maravillosa florecida .

Desde que empezaban a "cuajar" las flores , don Alonso era todo obs e rv a ción. Admitir qu e "e l ca fé v a n ea" e ra ll enars e d e pr e oc upacion e s sin nombr e . Pasaba l a s hor a s muertas bajo el rumor de frondas de guab as, moc a s, guamas y bucares deseoso d e qu e no entraran rayos p e rm a n e ntes d e sol que luego producirían ench a quet a do.

Si sorpr e ndía es tos "cl a ros ," su ansi e dad qu e ría t e nd e r r a mas prot ectoras sobr e lo s a m a dos arbusto s . Su vida er a do sel d e cariño sobr e la s abra s, enmara ñami e nto d e ve rd e s sobr e lo s va ll es. El g r an jíb a ro poní a ex tr e m ad o celo e n pro vee r nu e v a sombra dond e se n eces it ase y e n h acer e l a d ecuado d e scumb re .

Todos lo s qu e tr a b a jab an ju n to a don Alo ns o se ntía nse sub y ugad os por su in sob orn a ble d ev oció n al cafe t a l. Gon za lo p a rti c ip a ba ac tivamente d e sus d esve los y co nf ianzas . D e lo s p eon es d e l a es t ancia, eran Ñ'o Pancho y Pac o qu i enes más ident if icados es t aban co n l a Casa. Sobre todo, Ñ'o Pancho Casillas, con su volunta d recia y nu d osa y su firme devoción serrana . Eustaquio pensa b a más en l a s "foguera s" que en otr a cos a .

Durant e la cosecha, además de los peones que tradicionalmente trabajab an para don Antonio, también venía alguno que otro jíbaro desempleado. El correcosta no era bien ·mirado en la sierra. Vida altureña, de amor seguro por la tierra, vivían los hombres , mujeres y niños que estaban al amparo del solar de Montoya.

Con íntimo dolor comprendía Gonzalo que, según pasaban los años, la pobreza iba amenazando la seguridad material de don Alonso. A veces , no tenía ni para pagar las contribuciones al gobierno. El no quería reconocer la inevitable "fuerza mayor" y se parapetaba en sus devociones de tierra en pie. Par a los de la Casa era una consigna el nr¡ mencionarle jamás las posibilidades de la derrota. Al contrario, todos levantaban el espíritu para sostener el suyo. Hablaban con optimismo del laboreo. En particular, doña Ana no desperdiciaba oportunidad de demostrarle su segura adhesión. Aquella admirable mujer, Pancho Casillas y Gonzalo rebatían toda manifestación agorera de los visitantes pesimistas y flacos de voluntad. Todos temían a Taquio, que una vez vendió su finca para establecer un friquitín en las afueras del pueblo .

Pero don Alonso tenía una voluntad inagotable: encontraba apoyo en sus árboles, en sus siembras , en su casa; hasta en los bejucos que al llegar la primavera traían guirnaldas de flores amarillas para adorno de los cerros donde crecía la pomarrosa, el roble, el camaroncillo, la santamaría del milagro azuloso. . . Sentíase poderoso en aquella fo r taleza de amor por la montaña que 'era P e ña Clara. Tal fortal e za trasmitíase a los demás .

Don Alonso hacía esfuerzos inefabl e s por mantener la fe d e l os jíbaros . Procl a maba su propia fe con palabras y hechos: amor a lo g rand e y a lo pequ e ño , que todo fortalecía la estabili d a d. Amor a los p ic os más altos de l a montaña, vestidos de ni e blas vol a ndera s ; amo r a la s m atas , a la cab e cita hirsuta d e l achiot e, a l morivi ví . . . D estruirían se los yerbajos sólo cuando hubi ese necesidad. ¿Par a qué a r ranc arlos vici osam e nte? Por lo menos , sus raíces pr eserv a b an e l su e lo d el arra stre de las lluvias . . .

Aqu e lla dispos i ción de P a co P é rez po r ap r ove c h a rlo todo e ra result ado d e l a educación de a mor d e don Alo ns o. Los pá ja ro s habían nece sidad d e a lim entos ; bi e n , urgí a pr es ervar las negram or a s, la s p omarrosas, l as g ua sá b a r a s, l a s f ru tas d e l cu ndeam or con sus entraña s abiert as Lo qu e no d a ba ut il id a d mater i al embe ll ecía. El yagrum o, liviano y res ist en t e, ofre cía su s ta ll os p ara fac ii t ar el cargamen t o de los jíbar os. Ad emás, l as laderas se platean con el revés de sus hojas . ..

El jíb aro ti ene que resis t ir en la m o ntaÍía. Si no se puede tener la vaca, se tiene la cabra, vaquit a del pobre; si no hay para el chiringo, ¡qué rayos !, se anda a pie. Hacer de la vida doméstica un culto ; no a-

bandonar la tala, la manchita, la galüna ... Muchos de los males del jíbaro le vienen a causa de su abulia. Conviene, pues, no declararse vencido sin luchar. Don Alonso habfa conseguido que muchos jíbaros se mantuviesen en un puesto de avanzada cuando ya estaban a punto de capitular.

El alza de los precios del café por motivo de la guerra fue una inyección de optimismo para don Alonso. ¿Pensaba en las consecuencias trágicas de la guerra? Sentía horror, pero Puerto Rico estaba lejos de Europa y él esperaba que Rodrigo no tuviese que salir hacia Panamá, según se había anunciado más de una vez. Sin embargo, posiblemente Gonzalo entraría en el próximo reclutamiento. Después de todo, aunque nadie sabía por qué se mataban aquellos civilizados sal\rajes, el hombre es hombre y nunca sabe el camino que ha de andar.

El café

COLUMPIASE del cerro en la pendiente con sus múltiples globos de esmeralda, el café, que descuelga su guirnalda, matizada de púrpura viviente.

Pobre en hojas, de brillo reluciente, va creciendo del cerro por la falda, _ hasta que el tallo, ceniciento y gualda; dóblase al peso de su carga ingente.

Tendido al sol, el rayo que le orea hace que salte su corteza dura, como un casquillo, que al crujir chasquea;

Tuéstase el grano y de su capa obscura , disuelto el polvo que en la taza humea nos brinda el néctar de su esencia pura.

Ferdinand R . Cestero

El acabe

FRANJÓ . el azur fronteneño el Camino de Santiago dos veces más, y una más volvieron los Reyes Magos.

En sus jaquitas pintadas, con sus tiples de aguinaldos, sus espuelas eran seis horquetitas de guayabo ¡Qué gusto verlos llegar a la vez por doble plano : ·de puerta en puerta eran gente y en los cielos eran astros!

Llegaban por las ver edas entre güícharos y cantos y ven ían po r los cielos sobre los mo n t e s b rillando . Y lo recuerdo .. ._En enero, con el ripio t ermina do , aso m ado a la vent ana m i p a dre d i jo: - Este año q u e vi ene, "La G u ar d arraya" su mejor fr u t o irá dando . Haremos más grande "Acabe" que se ha hecho en el pasado.-

Y fue . ¡Ver la florecida que nevó, copioso , marzo! Parcas lluvias, luz de abril, la florecida plenaron.

¡Leche que llovió en el bosque, sobre el verde, en cada árbol, esa vaca de los cielos que pace al lado de Tauro!

Ver granar junio y mirar las orillas ir dorando , y cargando hasta el agobio e ncapsular sol los granos.

L a guitarra correcostas regresada de los llanos.

Ver fin a r julio , trayendo , al cu e llo ya los canastos , nu evos su e ños a la luna, nu ev as copl a s a los labios .

Claros triunfos d e l esfu erzo , a legrías del trabajo, que v an por la vida arriba, vien e n por la vida abajo , como la lín e a m e lódica del po em a d e los campo s .

¡El "Acabe " ! ¡Qué ilusiones

l a s d e l "Acab e" ! ¡Qu é ancho vu e lo de ja r ana ! ¡Trémulo són qu e v ol a ndo d e l c uatro en un potro d e piropos l a n o vi a se ira rob ando!

¡Sueños que su eña la m u sa d e aqué l q u e v a i m p ro visan d o con madrese l va y lu cero sueñ o l1 eva d o en los bra z os!

¡El "Acabe"! Y a su nombre todo se va iluminando.

¡Cuando, e n se pti e mbre, una tarde , sobre e l monte se h a formado

tan rara nube! ¡Era un hombre de ancha espalda y muy anciano!

¡Llevaba el hombre a la boca sostenido entrambas manos un gran fotuto, y de pronto se oyó el caracol sonando!

Tremó el campo como trema el zarzal si está quemando , Una ráfaga tremenda vibró al monte, plegó el prado.

Luego, en el mundo, el silencio .

Huyeron los cúcubanos, los coquíes; cuanto vuela, cuanto se mueve arrastrando.

La última luz del crepúsculo fue como un lienzo morado

Lo rasgó el viento . Girones de nocturn a somb ra. Harapos de panor a mas d e sh echos y luc e ros d est r ozad os .

Desde su cuenca leja na se trasladó al o cea n o derram á ndo se en la tierra como un aljibe sonámbulo.

Luego , un remedo de d ía qu e no ll egó a ser creado .

Lívid a s mutil a ciones e n t r e e l silbid o satánico de u n e jército inv is ib le desh aciéndo se en disparos.

Y es to lo vi. Sobre el cerro que el viento dejara calvo, bailaba un monstruo gigante con dos molinos de brazos, en un solo pié. ¡Ese pié sobre la tierra clavado lo hundía en la tierra! Escarbaba en loco giro, bailando .

El fango subía en un chorro enloquecido, girando.

Y cuando el gigant e monstruo fue del cansancio ganado , al derribo de su cuerpo quedó la tierra temblando.

Lo aplastó todo . Ni un trino . Ni una sobra. Era el amplio horizonte sin árboles.

Desde Cerro Gordo al Paso de Yunes. Todo horizontes.

Y en medio los ríos cargados de escombros . Tremendos ríos. Todos los ríos sangrando.

¡Padre mío! ¡La "Guardarraya"!

¡Todo "El Cariño" ! Y andando, solo, entre troncos caídos, miré sus ojos!

Pasaron sobre las ruinas sus ojos.

Y ya diciembre, salvado lo salvable, ya rehecho lo que rehac e r fu e posible , llorado ya lo llo r ado , la afirmación d e l a vid a re afirmaba su mandato!

¡Nadie lo cr e yó, d e súbito!

¡N adí e lo creyó , y en ca mbio era ci erto 1 Todo e l gl aci s h ab í a sido p re p ara do y e l fe st iva l de "El Acabe"

D on D ie g o va a celebrarlo .

( Alr ed ed or, como un fan ta sma del huracán el estrago . )

Sonó la guitarra triste. Seco y duro cantó el cuatro.

Y una a una las muchachas a bailar fueron sacando .

¡Sueño que sueña la musa de aquél que va improvisando con madreselva y lucero, sueño que lleva en los brazos, y en la jaca del piropo un corazón va robando!

¡Claros triunfos del esfuerzo, alegrías del trabajo , que van por la vida arriba, vienen por la vida abajo , como la línea melódica del poema de los campos!

¡Acabó alegre el "Acabe" !

Y con el pecho alegrado volvió el hombre a su faena.

¡Marchó al recuerdo el pasado!

¡Nueva s guavas de "El Cariño"!

¡Cafetal nuevo sembrado!

¡Guardarraya que creciste nuevamente de sus manos!

¡Ahora que huérfano vuelvo a la sombra de tu árbol , bien sé que mi larga deuda mal con estos versos pago 1

.Aquella noche en la sierra

QUELLA NOCHE EN LA SIERRA, el jíbaro que hay dormido en mi corazón se despertó ... fue cuando mi padrino Pancho, cogiendo las escopetas, me metió una en la mano, mientras me picaba:

-¡Anda, muchacho, déjate de "embelesos" y vámonos para la Sabana a "guardear" los plátanos! ...

Hacía tres días que yo había llegado a la est:;incia, y me pasaba las noches contando las estrellas y runruneando fantasías, mientras sobaba el lomo de un gato que me hacía compañía.

Y dicho y hecho ... Mi padrino Pancho era así ... Nos fuimos a los pesebres, y se ensillaron los caballos; el potro "Lucero" para él, la jaquita "Aurora" para mí. Para Goyo Martínez, el arriero, la mula "Avispa," que era brava y estrellera. Y para la Sabana nos fuimos . . .

Respingaban, briosas, las bestias, entradas en las sombras, orientándose en la obscuridad del cafetal ... La noche estaba dormida y prieta, y en el cielo se ariscaban las estrellas ...

Mi padrino Pancho picó a "Lucero:" y el lomo despiert ·. ! caballo se hizo masa de azabache, confundido con las tinieblas de la noche ... Y hasta la mula "Avispa" me dejó rezagado. Ya - al partir -mi padrino me había fiVisado de sus planes:

-Te voy a dejar solo en el campo raso, para que te busques el camino .. . El hombre "macho" debe de buscársela solo en la vida, contra vientos y tempestades .. . Vete aprendiéndote esas cosas que son parte de la ley nuestra .. .

Mi jaquita "Aurora" era mansa al parecer, pero si la picaban espuelas, se tragaba los caminos en "cantíos de gallos" ... Me lo había dicho Manolo el mulero, un día de brega en los potreros , mientras ' me explicaba las "mañas" de las distintas bestias; y yo me lo sabía y me lo callaba, para demostrarle a mi padrino en ocasión propicia , que todavía estaba un jíbaro durmiendo en el corazón de su ahijado predilecto . . .

En "Cuchilla Fría" se me apareció un hombre, con farol en mano ... La luz, sobre el camino, era como un reguero de rosas, que rompía con sus cascos mi jaca "Aurora," anhelosa de riendas ... Le hablé al aparecido y me contestó con "unju" . . .

Parecía un fantasma . . . Usaba un gorro de saco, que le colgaba desde la cabeza hasta la cintura, donde lo remataba amarrándolo a la barriga, que la traía escurrida ...

Le pregunté que para dónde iba y me contestó con rezongo; ''Pa ahí alantito"...

La cosa fue que me "aluzó" el camino. Y a pesar de ser tan medroso y feo, mi jaquita "Aurora" no se espantó . . . Parece que lo conocía, y hasta lo despidió con relinchos cuando desapareció

Se me escurri6 de los ojos aquella luz como si fuera un "cucubano" . . . Se tiró por una boya de café, entre revueltas de la jorna da , a punto que yo llegaba al caserío de los Canales - dos horas de distancia - donde me esperaba mi padrino, fiestero y alegre . . .

Mi tío me repasaba el camino, y sorprendido de verme sin las costillas rotas, me azuzaba:

-¡"Hombre", "hombre"! Y yo que "creíba" que tendría que salir a buscarte .. . ¿Cómo te has salido con la tuya , muchacho, montando esa jaquita "Aurora" tan resabiosa bajo la espuela . . . ?

Yo me sonreía, socarronamente, sacando las espuelas del mochilo y mi padrino me decía aguzado :

-¡Y yo que te "creíba" perdido, muchacho , desde qu e te fu i ste! ¡Semos el "mesmo" diablo esta "partía" de jíbaros! .. . P ero y el camino obscuro ¿quién te lo aluzó . .. ?

Le conté la historia del "aparecido, " con gorro y farol , y m i padrino Pancho lo tomó como cosa natural y sabida:

-Esas son cosas de "El Duende," me difo . . . Ap a r e ce d e n o c he y desaparece de madrugada , farol en mano , pa e l "a l u c e" d e l camino . . . Dicen que tiene parte con Dios y part e co n e l Di a blo, q u e le prenden y le apagan la luz con sus con v eni e n c i a s

Y r e mató, chispero :

- Yo digo que é sa es l a lu z "e lé ctr ec a " de "n ojotros" los jí b ar os . . . Y se re v entab a d e risas , a lto y a n cho , com o un coloso, contra e l fo n d o d e la no ch e . . .

Pero ya llegaban hasta nosotros los agregados de la estancia, que vivían en el caserío, y don Sixto Ortiz, grandote y fuerte, que era el mayordomo y se presentaba metido en "palos" nos hacía envite para la entrada ...

Me desmonté de la bestia. . . Bajo la luz apagada de los luceros y de las estrellas, el sudor de la jaca, burbujeaba perlas que le resbalaban por ijares . ..

Nos trepamos a la casa... Brindamos cervezas en vasos de coco, y una mocita, respingona y coqueta , nos sirvió agua fresca , de la tinaja cercana ...

Mi padrino P·ancho se entró en honduras y conversaciones sobre bregas agrícoias de don Sixto ... Yo oía qtie hablaban y hablaban de quintales de café, inesperados, que bajaban de las "piezas altas del cafetal" pues la floreada de abril había dado una sorpresa que se calculaba en cien nuevas fanegas con las cuales no se contaba en sus cálculos. Mi padrino y don Sixto echaban planes y planes para la futura vida del cafetal. . . Los cocos de cerveza se vaciaban y se llenaban y volvían a vaciar en un santiamén. . . A mí se me iba un poco la cabeza ...

De la loma cercana donde se amatojaba un bohío nos vino la desgracia de una copla adolorida:

Casi, casi, me quisiste. Casi, cast, te he querido; si no fuera por casi, casi, casi me caso contigo

Y se murió la copla así:

Toíto lo consume el tiempo, con el tiempo .to se acaba; se acab6 nuestro querer, lo que yo nunca pensara . .. ,

La mocita me picó los ojos, y yo 111e le arrimé. Era coqueta y retrechera como ella sola ... Para .mí que también había tomado sus cocos de cerveza, porque tenía los ojos brillosos, y le relumbraban como dos azabaches bajo la luz del velón

Se me subió una ráfaga de locura Y de ilusión a los labios, y le hablé de amores y de quereres, que prenderíamos en una casita blanca, a la orilla del río, viendo las palomas, ebrias de sol, echarse en desbandadas y en parejas bajo el cielo azul de la Sierra, y sobre el vaivén aterciopelado de los pajonales ...

Me parece que ella me creyó un poco ilusionado y embustero, porque me dijo, espuelada:

-¡Mire, don, guinde su hamaca en otro rancho , taos ustedes dicen siempre lo "mesmo" . .. 1

Don Síxto daba manotazos sobre la mesa del aposento, y decía y repetía que su departamento "tenía las piezas de caf é más paridoras de la hacienda" . . . Se le crecía la mirada en los ojos, y de la cerveza sacaba confianza suficient e para darle palmadas en las rodillas de mi padrino que lo e scuchaba alborozado, y le decí a:

- ¡Ya tú verás, Si xto, qué bien vienen las cosas para este año entrante! . . .

Ya la noche estaba entrando en madrugada, y no llegábamos a la Sabana, para "guard e ar" los plátanos. . . A mí hasta s e me había olvid a do un poco para donde íbamos , hasta que mi padrino me dio un cant a zo , con el foete por l a espalda , y m e dijo:

-¡Anda, hombre, despierta, que tú parece que siempre andas "adormía" ! .. .

Y montadas las cabalg a duras par a la Sabana seguimos de nuevo . . . A la orilla de los caminos l a s mayas eran madrigueras de ratas. Se oían, en la espesur a d e los ca fetal e s, los múcaras que desgranaban el fruto maduro El frío se nos metía por las espaldas , y nos hací a cosquill as . . . Mi padrino me pullaba los ánimos:

-¡And a , muchacho, ya te v i entusiasmado con la mocita Candel a r ia, qu e e s hembra de e mpuj e, y cort a m á s que el fr ío! . ..

Y luego me dijo , se nt e ncioso:

-¡ N o te dejes pi s ar de a mor e s por hembra alguna , muchacho! ¡La ley d e "nojotros" es qu e h a y siete muj e r e s pa ca hombr e , y si t e apura s un poco , e ncuentras un a oct a va! . .".Yo, para comb atir sus teorías, le r ecordé a la tía Francisca , tan buena para él , y por po c o me come

-Pe ro , ¿ y qui é n habl a d e Francis c a? . .. ¡Es a es otr a clase d e muj e r! . .. P e ro , ¿y qui é n te mete a habl a r d e eso? .. . Yo me c all é y me tr a gu é e l rega ño . .. D e mi tío se d e cí a qu e "cu a ndo l e daba la lu na" se beb ía lo s v i e nto s; p e ro que pasad a l a r á fag a, e ra e l homb re m e jo r de l mun do . . . Yo lo e nt e ndía , Y l a s dificult a d e s sobr a ban entre n osotr o s . . .

En es o a p areció l a S a b ana ... Anch a ... Dilat a d a .. . Como un pañ u el o ve rde q u e s e a br ía a los ho rizont e s, r e pleto s d e vie ntos y mu rm ullo s . . . Se echaba tod a l a ll anura b a jo e l ci e lo e str e ll a do , p ar id a de p l atana r es, fron dos os y espesos . .. Ech a mo s pi e a ti e r ra y no s cob i jamos bajo un ra n c hó n d e pajas . .. M i pa d r in o rev isó las esc op e t a s, y nos repar ti mos las guardias. Yo esta b a medi o d orm ido, pero m e ntí a á n imos, y a C oyo Martínez, el ani·e ro , se le. sobr a b a l a volunt ad p ara l a "vel a," atosigado de ron vie jo, pues no q u iso probar l as cervezas, po rque d e cía que aquellos " me junjes son para nenes recién naci d os" ...

Mi padrino Pancho me dijo que saliera yo del ranc ho y d iera una

"volteada" en lo que él se dormía un poco. . . Para mí que lo hizo para probar la altura de mis ánimos ... Goyo Martínez se fue por la punta opuesta del platanar ...

La escopeta se me escurría de las manos, pero levanté valor y me adelanté en la Sabana ... El campo estaba como prendido de luces de muertos, y el viento dentro del platanar quebraba conversaciones ... De pronto yo vi un hombre que salía, campo afuera, con una bestia cargada de plátanos. Disparé la escopeta cuantas veces pude, y en eso despertó mi padrino y también comenzó a disparar su arma ... Ladraban los perros del vecindario . . . Chirreaban, asustadas, las guineas sabaneras, y mi padrino y yo seguimos la batalla. Por poco nos cruzamos los cuerpos a tiros . . . Mientras tanto Goyo Martínez no aparecía por sitio alguno . . . Luego se presentó, fatigado, diciendo que había perseguido al pillo, sin poderlo alcanzar . . . Para mí que Goyo estaba metido en la "combinación" del robo de los plátanos ...

Le comuniqué mis sospechas a mi padrino, y casi quería darme. -¿Qué sabes tú de "eso"? -me decía-. Goyo es peón de confianza, y ahora vienes tú con "esas cosas" ¡Y ser tú el que lo dices, cuando que él te cargó en hombros cuando eras mocoso!. ..

Luego mi padrino se calló. Siempre me pareció que era un poco filósofo. . . Ahora riendo me dec fl(;

-Es un poco gracioso lo que ocurre en estos "episodios " del pi. llo . . . Todas las noches salgo a cogerlo y todas las noches se me escapa ... Parece que el diablo me trastoca los planos ...

Yo tenía deseos de preguntarle si no tendría la culpa de todo aquello las entradas a la casa de don Sixto, y el asunto de los cocos de cerveza, pero no me atreví. . .

Mi padrino Pancho, dio remate a la conversación, y me dijo sentenciosament e :

-¡Pero qué diablos! ... Esa tierra que ves toa es de " nojotros, " y verdá es que yo mando a sembrar los plátanos, pero ella es la que l os pare ... ¡Vamos a dejar que el pillo viva también! ...

Y terciando las escopetas en los hombros, nos volvimos de regres o a la estancia, dejando atrás la Sabana , arropada de sol y de neblinas , bajo las primeras luces del amanece r . ·

Canto al cafe

CoN mi cuatro borinqueño véngole al café a cantar <leste mi amoroso lar, que ha de prestar al empeño su recio perfil sureño y fuego a la inspiración, para que sea mi canción, ante el café florecido, el heraldo enardecido de la inmortal tradición .

El blanco cendal que sube como espuma de la mar, que eleva el viento al pasar, finge er copo de una nube o el traje de algún querube que han los cafetos tejido, para que vaya vestido a l a Gloria del Señor, con la pompa y el olor del festival revivido.

Donde nace el Ynabón te despeñas florecido, alud de azahar caído, desde la abrupta región. Alfombra de evocación, del lírico cuento alado que a Blanca Nieve, embrujado el corazón le dejó y un príncipe despertó, con .su beso apasionado.

La tu niña baya verde de su verde se despoja y cambia a casaca roja cuando el múcaro la muP r de

Entre el ramaje se pierde el múcaro borincano, de la noche el Soberano que villano se desvela, para comer la candela embriagante de tu grano. La sombrilla de la guava con su amplia capa te arropa, cuidando tu verde ropa cuando el sol su fuego clava .

En la canícula brava arrogante te alzarás cuidándote a diario más el jíbaro borincano, a cuya callosa mano tinto en sangre te darás .

Cuando en las tempranas horas templa el galán ruiseñor la cítara de su amor, ll e gan las recogedoras hum edecidas de auroras. Y en la cálida emoción , qu e h ay en la recolección , bull ent e, qu e e n c h a rl a es talla , tú v as d ando en ca da b a y a sa ngre d e tu cora zón.

De Ya uco a San Seb a stián, d e Lar es a L as Marías , r ep e chando Indi er a F r ía , t e r omp es c omo un vol cá n. E n las h acie nd as es t á n en e l seca do a fano so y a t u secre to a ro moso llega el sol en su de smay o

imprimi endo e n cada rayo su fértil b eso ardoroso

San Lorenzo en el pilado ya tiene el perro a cadena , rabiando su dura p e n a porque se sabe amarrado y al zumbón viento han solt a do . Viento de ráfaga avara, de :m a no ligera y rara muy cómplice del pilón que en su recio pon, pon , pon el traj e te d esc as cara .

El final de la co se cha se desbord a en un fes tín sobre e l montaraz confín.

El jibarito le ap e ch a con su mir a da de fl e cha a la jibarita suav e, qu e ti e rna le da la ll ave, en un sí todo em oción , t emblándol e e l co razón e n la fiest a d e "el aca be. "

Cu a ndo a úll a e n e l b ohío e l p e rro d el Aquilón , y e n e l pi so de t a blón clav a su s di e nt es e l frío

que está húmedo d e río , las tres piedras del fogón e ntran en tórrida acción , y eres en la m a drug a d a jugo pri e to en l a colada que reviv e el corazón

Al hombre de la ciudad das la magia de tu aliento , y enciend es su pensamiento con ardores de ansi e d a d, bulles e n su actividad. Lates en su cor a zón. Prestas lírica expresión a su alma trajinosa mientr a s de spi e rt a s l a h ermosa ros a de su inspiración.

A ti v a ya mi po esía , café telúrico y ri c o, orgullo de Pu e rto Rico , que con tu pri e t a a l e gría , mat a s l a m e la ncolí a .

El jíb aro por ti s u e ñ a; e l d e la ciud a d t e e nsu eña, pu es sab en qu e h a y e n tu a rdor la bra va ese n cia y sa bor de l a patri a borin q u e ñ a.

Esta serie, LIBROS DEL PUEBLO, e s publicad a por el Instituto de Cultura Puertorriqueña Núm. 5 Agosto de 1967

CREDITOS

Pág. 6: capítulo IX de la novela La charca; pág. 9, tomado de la revista Escu e la (7 de octubre de 1958), publicación del Departam ento de Instrucción Pública; pág. 10 : de La revista del café, San Juan, junio de 1954; pág. 13: publicado en la revista Puerto Rico ilustrado; pág. 17: tomado de Alturas de América, Editorial Librería Cultural, Río Piedras, 1954; pág. 19: del Almanaq11e de Pu erto Rico, Imprenta de Acosta, San Juan, 1856 ; pág. 24: de Huella , sombra y cantar, Imprenta Venezuela, San Juan , 1943; pág. 27: de Raíz y esp iga (fragmentos del capítulo XIV), Editorial Calenda, Madrid, 1963 ; pág. 33: de Los cinco sentidos, Pan American Book Co ., San Juan, 1955 ; pág. 36 : de Aromas del terruño, Tipografía P. Romero, Bayamón, 1916; pág. 37: de Las hogueras de cal, San Juan , 1947 ; pág. 39 : de La revista del caf é, San Juan, junio de 1954 ; pág. 46: de Solar Montoya (fragmento del capítulo IV), Biblioteca de Autores Puertorriqueños, San Juan, 1941; pág. 50: de Lira y corazón, Tipografía Cantero, Fernández y Co ., San Juan , 1929; pág. 56: de Cuentos y leyendas del cafetal, Yauco , 1938 : ·

E ste folleto forma parte de la serie Libros del Pueblo que publica el Instituto de Cultura Puertorriqueña. La serie, de un carácter aún más difusivo que la Serie Popular del Instituto, se reparte gratuitamente, en forma de folletos, monografías sobre ternas de general y trabajos de literatos puertorriqueños del pasado y del presente. Los folletos ayudarán al lector a iniciarse en la lectura de las mejores obras literarias de Puerto Rico y a adquirir conocimientos de la historia, las artes y las ciencias.

Las personas interesadas en adquirir ejemplares de estos folletos podrán solicitarlo en el Departamento de Instrucción Pública, principal

• encargado de la distribución, en los Centros Culturales de los pueblos, o en las oficinas del Instituto en San Juan.

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