Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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REVISTA del INSTITUTO de· CULTURA PU RTORRJQUEÑA ANTROPOLQGLf HISTORIA

ARTSS PLÁSTICAS TBlfTRO

MOSICA ARQUITECTURA

OCTUBRE ~ DICIEMBRE, 1965

San Juan de Puerto RiCo

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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES Guillermo Silva, Presidente Enrique Laguerre • Aurelio Tió - Teodoro Vidal Arturo Santana - Esteban Padilla - Wilfredo Braschi

Director Ejecutivo - Ricardo E. Alegría SAN JUAN DE PUERTO RICO

Apartado 4184 AÑO VIII

1965 OCTUBRE-DICIEMBRE

Núm. 29

SUMARIO Introducción a «Sinfonía de Puerto Rico» por Concha Meléndez 0.

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Desperation por Luis A. Rosario Quílez

5

Eugenio María de Hostos y la reforma de la enseñanza por José Emilio González ...

8

Exposición: Las Artes Plásticas en Puerto Rico: 1955-1965 ... Noche lejos del Jauca por Violeta López Suria

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La Tinaja Antigua por Abelardo Díaz Alfaro

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La escultura del siglo XVII en San Juan de Puerto Rico por Arturo V. Dávila oo.

La Gallera por Manuel A. Alonso

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Exposición del arte del retrato ... ... ... ... ... ...

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Exposición de esculturas de George R. Warreck ...

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Los libros parroquiales de la Catedral de San Juan de Puerto Rico. Siglos XVII y XVIII por Luisa Géigel de Gandía '" ... ... ... ... ...

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Infortunios de Alonso Ramírez, descríbelos don Carlos de Sigüenza y GÓngora.

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SEPARATA DE ARTE

La abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Mosaico en una de las pechinas del Capitolio de Puerto Rico, según boceto de Rafael Tufiño

PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE&A Director: Ricardo E. Alegría Ilustraciones de Carlos Marichal, Lorenzo Homar, Rafael Seco, Myrna Báez y M. Rodríguez Fotografías de Conrad Eiger, Jorge Santana y Jorge Diana Aparece trimestralmente Suscripción anual. Precio del ejemplar

$2.5( $O.7!

[Application for second class mail privilege pending at San Juan, P. R.:

IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE «EDICIONES RVMBOS» BARCELONA - PRINTED IN SPAIN - IMPRESO EN ESPAÑA


COLABORADORES


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JOSÉ EMILIO GONZÁLEZ, nació en Nueva York pero recibió su instrucción primaria y secundaria en Puerto Rico. Bachiller en Artes de la Universidad de Puerto Rico (1940) y Maestro en Artes de la de Boston (1941), realizó luego estudios superiores de Filosofía y Sociología en las Universidades de Chicago, Columbia y California del Sur. Ha ejercido cátedras de lengua y literatura española en la Universidad de Princeton y de Ciencias Sociales en la de Puerto Rico, donde es actualmente profesor de Humanidades. Ha publicado numerosos poemas y trabajos de crítica literaria en la prensa diaria y revistas de cultura y es autor de los poemarios Profecía de Puerto Rico (1954) y Cántico mortal a Julia de Burgos (1956).

VIOLETA LÓPEZ SURIA, nacIO en San Juan. Estudió en las Universidades de Puerto Rico y Columbia (Nueva York) y en la de Madrid, donde se recibió en 1961, de doctora en Filosofía y Letras. Ha publicado los poemarios Gotas de mayo, Elegía (1953), En un trigal de ausencia (1954), Poema de la yerma virgen (1956), Diluvio, Unas cuantas estrellas en mi cuarto (1957), Amorosamente, Hubo unos pinos claros (1961), La piel pegada al alma (1962), La resurrección de Eurídice (1963) Y Poemas a la Cáncora, del mismo año. La piel pegada al alma obtuvo premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña. Es además autora de las obras en prosa Sentimiento de un viaje (1955) y Riverside, también de 1955. Violeta López Suria es profesora auxiliar de la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico.


CONCHA MELÉNDEz,ensayista, crítica y poetisa, nació en Caguas. Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México (1932), dirigió durante varios años el Departamento de E stu· ·dios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, donde dicta cátedras de li· teratura hispanoamericana. Ha publicado las obras: Psiquis doliente (1923), Amado Nervo (1926), La novela indianista en Hispanoamérica (1933), Signos de Iberoamérica (1936), Asomante (1939), Entrada en el Perú (1941), La inquietud sosegada (1946) Y Ficciones de Alfonso Reyes (19Só).

LUIS A. ROSARIO QUfLEZ, naclO en Río Piedras en el año 1937. Estudió en la Universidad de Puerto Rico, y en la Universidad Central de Madrid, España, donde obtuvo licenciatura en Dere· cho. En 1958 publicó su primer libro de poesías La Vida que Pedí. Colaborador de revistas de Poesía de España y Estados Unidos. Actualmente es Director de la Revista Versiones.


ABELARDO DíAZ ALFARa Natural de Caguas, cursó estudios en el Instituto Politécnico de San Germán y en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Puerto Rico. Ha cultivado el cuento y la estampa de costumbres señalándose en su obra, como tema central, la figura del jíbaro ouertorriqueño. Durante varios años lJ.reparó para la radioemisora oficial WIPR un programa diario de escenas o estampas jíbaras, a la vez que colaboraba con frecuencia en los periódicos y revistas del país. Su libro Terrazo (1947) premiado por el Instituto de Literatura Puertorriqueña ha sido traducido a varios idiomas, entre ellos el checo yel alemán. Una segunda edición de la obra apareció en 1957.

ARTURO V. DÁVILA, nació en San Juan. Hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad de Madrid, donde se especializó en historia y obtuvo, en 1960, el grado de doctor en Filosofía y Letras. Es autor de la obra La Isla de Vieques en la historia (su tesis doctoral) y de otros trabaios de investigación sobre la historia religiosa y el arte en Puerto Rico, algunos de ellos publicados en números anteriores de esta Revista. Ocupa una cátedra de Historia del Arte y la dirección del Departamento de Bellas Artes en la Universidad de Puerto Rico.


MANUEL A. ALONSO, nació en Caguas. Hizo sus estudios secundarios en el Se· minario Conciliar de San Ildefonso, en San Juan, y se doctoró de medicina en la Universidad de Barcelona. Fue uno de los jóvenes puertorriqueños que en la Ciudad Condal editaron el libro titulado Album Puertorriqueño, primera obra importante de nuestra li· teratura. Ejerció por muchos años su profesión, primero en Galicia y luego en Madrid, a la vez que colaboraba en la prensa propagando la implantación de reformas liberales en Puerto Rico. A los cincuenta años regresó a su patria, donde continuó su actividad profesional, literaria y política. Militó en el partido Liberal Reformista y durante algún tiempo fue ctirector del periódico El Agente. Como ,escritor cultivó los estudios de costumbres, dedicándole gran atención a la vida del campesino puertorriqueño. Sus trabajos literarios se hallan recogidos en el libro titulado El Gíbaro, del que se han hecho varias ediciones.

LUISA GÉIGEL DE GANDÍA, nació en San Juan. Vivió muchos años en Barcelona, donde inició sus estudios de Arte, que continuó en Washington y Nueva York. Escultora y pintora notable, sus obras han figurado en exposiciones indivi· duales y colectivas en Puerto Rico y el extranjero. Desde 1958 enseña escultura y anatomía artística en la Universidad de Puerto Rico. Pertenece a la Junta de Gobierno del Ateneo Puertorriqueño desde 1940, habiendo ocupado en esta institución los cargos de directora de la Sección de Bellas Artes y de miembro de la comisión asesora del Teatro Experimental. Es autora de un ensayo sobre la personalidad y la obra del escultor australiano Lindsay Daen (Lindsay Daen, texto en inglés y espa· ñol, 1964) y del trabajo Campeche. Su genealogía, de próxima publicación en esta Revista. Tiene en preparación la obra Guía f?enealógica de las familias residentes en la ciudad de San Juan de Puerto Rico. Siglos XVII y XVIII, producto de años de ímproba labor investigadora en nuestros archivos eclesiásticos. El artículo que publicamos es la versión sumarizada de uno de sus Ca· pítulos.



Introducción a «Sinfonía de Puerto Rico» Por CONCHA Ml!llNDEZ

CONSIDERABA FRBUD EL TESTIMONIO DI! LOS NARRADO-

res de cuentos muy valioso porque con frecuen· cia «saben muchas cosas entre el cielo y la tierra que nuestra sabiduría académica no percibe ni en sueños.»1 Esas cosas que saben son intuitivas, irra· cionales, y al expresarlas viven un clima de fanta· sía que acaba por dotarlos de una mítica manera de pensar, un estar conscientes, como afirma Philip Wheelright 2 al indagar sobre la esencia del mito, «de fuerzas trascendentales asomándose por las grietas del universo visible». 2. Ester Feliciano Mendoza ha creado la Sinfonía de Puerto Rico organizando en sus mitos y le· yendas la visión imaginaria que le sugieren pájaros, instrumentos musicales, árboles y flores autóctonos en nuestra isla. La crítica moderna ha estudiado con atención el mito en todas sus áreas de significado; ha querido demostrar cómo se desarrolla de la historia, de la geografía, de las aspiraciones e ideales del hombre de ayer y de hoy. En la estructura de los relatos de Ester Feliciano, no encontramos diferencia notable entre sus mitos y leyendas. Los del bienteveo y el ruiseñor, por ejemplo, parten de leyendas trae dicionales, pero la invención de la autora las con· vierte en mitos o episodios mitológicos en la metamorfosis de hombre a pájaro que es lo irracional y fabuloso, imán de la fantasía. 3. El proceso creador de estas narraciones par· te de dos raíces entrecruzadas: lo indio y lo espa· ñol de los primeros tiempos, tiempos de don Juan Ponce de León, o de Cerón y Díaz en que sitúa la 1. En Delusion and Dream in Wilhem Jeuren'1 Gradiva. Citado en The Armed Vidan de Stanlcy Hymlln, Ncw York, Alfred A. Knopz J848 pp. 153·154. 2. Cita de Mark Sborer en lVél/iam Blake, Ncw York, Henry Helt :md Company J946, p. 28.

autora algunas creaciones. Sólo tres de ellas: GuaU· birí, Pitirre, Areito del maíz y El alma del tabonuco son encuadradas en atmósfera enteramente india de tiempos prehispánicos. Ninguna de las metamorfosis ovidianas de personajes mitológicos en pájaros: Cicno transformado en cisne, Coronis en corneja, Nictimene en lechuza, tienen la poética, doliente o graciosa motivación de las transformaciones del primer movimiento de la Sinfonía de Puerto Rico, al alegro de los pájaros. En la Biblioteca histórica de Puerto Rico de Alejandro Tapia y Rivera, lee la autora declaraciones de las ordenanzas sobre los indios tomadas por Tapia de la Historia del Nuevo Mundo (1793) de don Juan Bautista Muñoz:

!tem, que los niños y niñas indias menores de catorce años... mandamos que se les encargue a personas de buena conciencia que tengan cuidado de los hacer enseñar y doctrinar en las cosas de nuestra santa Fe...J 4. Esta escueta ordenanza enciende la imaginación poética de la narradora en la primera meta· morfosis: Las ro litas niñas. El procedimiento es el mismo en todas las que parten de un hecho históri· ca: una brevísima presentación de los pájaros que han sido niñas, indio traidor, indio rebelde de voz melodiosa, guerreros enemigos. Las rolitas niñas no empieza con un apunte legendario sino descriptivo: apenas tres líneas sugeridoras de travesura e infan· tilidad. En seguida el hilo histórico casi impercepti. ble: las indiecitas van a aprender la doctrina. Para ellas los dioses verdaderos son esclavos del Dios de los blancos así como toda su raza, es esclava de esos hombres. 3. Alejandro Tapia y Rh'era: Biblioteec hútdrica de Puerto Rico, InstitUID de Ul.Ilratura Puertorriqueftl1, 1945 p. 2I.l7.

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El movimiento es rápido, la decisión de las niñas, inmediata. La mitología organizada y central del mundo indio domina aún las almas simples. Yuquiyú, el dios bueno existe. Guaomanicón, Yocahú, sus dioses, están prisioneros y las niñas se van a buscarlos. Caminan por lugares desconocidos. Ca· minan al fin en la noche; trepan a la rama de un árbol y se duermen. Entonces el Dios único hace el milagro: durante el sueño, las niñas se han convertido en pajaritos inquietos y morenos. Una ternura nostálgica por la gente india y la destrucción de su mundo, alumbra este relato con suave claridad. En la transformación del indio traidor en bien· teveo, hubo evidente propósito de crear una leyenda con su carácter diseminador en un proceso oral que introduce variantes, omite o intercambia motivos con otras tradiciones. ·La presentación del bienteveo con su vocecita delatora nos neva al tema y propósito de crear el estilo de la leyenda en el «dicen que dicen las altas ceibas. indicador de la trasmi· sión oral. El hecho histórico lo encuentra la autora en La colonización de Puerto Rico (1907) de Salvador Brau: la persecución de los indios que se fugaban en canoas a las islas vecinas en busca de la libertad. El jefe indio delator de su gente se transforma en el bienteveo en un trance de arrepentimiento, alucinación y terror. El párrafo final lo describe como alma en pena, Caín fugitivo atormentado por su culpa para siempre. El mismo procedimiento se desenvuelve en La voz del ruiseñor. El apunte introductor recoge la leyenda de rebeldía del pájaro que muere, como el quetzal de Guatemala, cuando lo aprisionan los hombres. Todo lo que sigue es creación original, invención sostenida por una situación también imaginada que se va intensificando en los comentarios de servidores y soldados sobre la rebeldfa y el extraño canto del prisionero. Los oídos de la mujer del gobernador recogen el canto sobrenatural y sus ojos ven el cuerpo del indio encendido por interna luz. Su confesión de que ha perdido la paz acelera la orden de muerte para el prisionero. El hecho concluyente es conse· cuencia de las palabras y actitud de la gobernadora. Bajo el plenilunio la voz del indio se alarga en una nota ascendente, que no cesa cuando el centinela, obedeciendo una orden, abre la puerta de la prisión. No hay aquí metamorfosis del cuerpo que cae al dar los primeros pasos. Fue el alma en forma de ruiseñor lo que salió de la boca del cuerpo visible y caído. 5. Tono diferente tiene el gracioso relato del carpintero «joven, alegre y fanfarrón». En todas estas transformaciones es notable la precisión con 2

que se atavía al protagonista con vestidos y colores que, al trasmutarse en pájaro, pasan a ser los detaUes identificadores de su especie. La muerte en combate de Guatibirí y Guaraguao se sitúa en tiempos prehispánicos. El enemigo es la frecuente incursión de los indios caribes, destructores de los yucayeques, raptores de las dulces mujeres boriquenses. Como en La voz del ruiseñor, lo que reaparece después de la muerte de los dos guerreros son sus almas convertidas en pájaros, ene· migas hasta hoy. 6. Los relatos Don Juan Chivl y Don Zorzal de las calzas rojas se desenvuelven en ambiente colonial. En el primero, el bondadoso maestro de escuela español, es típico en su ·pobreza y anuncia vientos de rebeldía en los versos de descontento que compone expresando lo que muchos callaban. Este hecho es el motivo concluyente, bien ideado para explicar la emigración del pájaro a América del Sur y su vuelta cada año. En Don Zorzal de las calzas rojas, título que nos hace recordar el Don Gil de las calzas verdes de Tirso, el personaje tiene cierto aire de familia con aquellos hidalgos y escuderos empobrecidos de la novela picaresca española que ocultaban su hambre y desvalimiento bajo una apariencia de bienestar y digna altivez. Esta creación es una de las más perfectas del libro. Don Zorzal y las vecinas madrugadoras que lo espían conjeturando sobre si es poeta o naturalista, son figuras que se mueven como actores de una comedia que suma a la gracia sus puntos de misterio. Se abre una alta ventana al amanecer. El caballero asoma «mirando fijamente el cielo del Este». Em· pieza el misterio de su vida. Y más misterioso aún es la especie de ensalmo erSol, sal., que pronuncia. Las señoras han estado atisbando tras las celosías, curiosas ante el vecino de la alta ventana, in· quietas ante el extraño ritual de cada día. Les atrae por no saber su nombre, ni su origen, ni las cir· cunstancias que vivía. Otra vez el vestido del pero sonaje tiene los rasgos del pájaro que ya se anuncia en el color azul pizarra, las calzas rojas y el silbido idéntico siempre al salir a la calle. La metamorfosis sucede en una escena del par· que, tan bien compuesta, que, como toda la narración, podría representarse. Curiosas las señoras han seguido al vecino en su paseo. Lo ven en el parque buscando debajo de las hojas secas, los bancos y entre las ramas. Lo ven sentarse en un banco. Ven cómo extiende el pañuelo a su lado. El caballero las oye moverse detrás. Y levantándose erde un salto» huye desapareciendo entre los árboles de la alameda. El contenido del pañuelo reveló que el fugitivo, no era tan orgulloso como el escudero


de El Lazarillo de Tormes: salía a buscar sus propios alimentos. Mínimos, escasos, residuos de dulces dejados por los niños, pequeñas frotas de los arbustos, un trocito de pan... Su situación fue más difícil que la del escudero ante Lázaro. ¡Las preciosas vecinas habían descubierto su pobreza, su secreto! Por eso huyó y no lo vieron más. Los comentarios llovieron de nuevo deshaciendo las antiguas conjeturas. Pero uno perduró en verdad y creció en sentido. Cl ¡Tan misteriosol- Tan misterioso, que una de las vecinas, la que lo creyó poeta, la andaluza que lo llamó don Zorzal y lo amó por apuesto, quizás lo reconoció en el pájaro azul pizarra de rojas patas, buscador entre las hojas secas de su patio, que al verla se escondió en el ramaje de un árbol.

7. En dibujos animados podría dramatizarse El chic de la Mariquita. Doña Mariquita tiene la más larga presentación. También es presentado con . atrayentes noticias el joven de levita negra y espejuelos de oro que logra asociarse a doña Mariquita en su tienda. Como en Don Zorzal de las calzas rojas hay en el centro del relato una escena decisiva entre doña Mariquita y el vendedor de levita negra, que lo convierte en socio en la tienda de su amiga y a ella en poseedora de un codiciado chal amarillo. Sigue una escena tumultuosa que también podría representarse; la invasión colérica de los vecinos en la tienda para castigar a doña Mariquita y a su amigo por los engaños y falta de honradez de este último. El culpable huye, cobarde, el primero y tras él doña Mariquita, llevando de su chal amarillo «sólo dos jirones sobre los hombros•. El chango y la mariquita aparecen al final como -pájaros sin que se describa la transformación, ocurrida acaso, cuando los vecinos se alzaron pidiendo justicia. 8. El segundo movimiento es un corto andante donde resuenan los instrumentos músicos ancestrales y añade su vaivén al final la creación fantasística de la primera hamaca. En la descripción de 10s instrumentos; güiro, maraca, tambor, hay la intencionada mezcla del ritmo de la prosa con el del verso. El oído del lector descubre los versos dentro de la prosa: • El indio, comienza su areito de sollozo y lágrimas. El negro en las sombras florece su blanca sonrisa... Las maracas sonido de aguas aliento de viento y de playa, briosos arranques de danza castos susurros de lloro y de lágrimas.

He elegido algunos versos como demostración del intento de la autora de imitar el movimiento danzante y el resonar de los instrumentos que se enlazan, al fin, en la india y la negra, añorantes, volviendo abrazadas a la noche.

9. Cuento infantil es La primera hamaca sus cuatro personajes: madre, niño, sol y mar. dos últimos dialogan humanizados y el andante mina en el vaivén de la hamaca donde mece la dre al niño dormido.

con Los terma-

10. La tercera parte del libro vincula los mitos de la autora con la concepción repetida en mitología universal, de árboles y plantas como seres animados, ya por las almas de los muertos o por espíritus que los habitan. Encontramos el alma humana reapareciendo esta vez en forma de árbol, planta o flor: el cohitre, la maga, el tabonuco. En El areito del malz, El sueño del morivivi, Rojo y amarillo, cariaquillo, por el contrario, asistimos a la metamorfosis de criaturas humanas al mundo vegetal tal como se transforman personajes mitológicos. Dafne en laurel, Attis en pino, Narciso, en flor. Notas diferentes en sus elementos y realizaciÓD me hacen detener en La ceiba madre, La flor del pomarrosal, Areito del malz y Rojo y amarillo,

cariaquillo. 11. En La ceiba madre no hay invención mitológica ni intención narrativa, sino un elogio del árbol fuerte y gigante presentado como símbolo del espíritu maternal de la tierra. Pienso que esa corta pieza descriptiva estaría mejor situada al principio de la tercera parte como introducción al «minueto. de los árboles y las flores. La novedad en el conjunto de las metamorfosis está en La flor del pomarrosal en que objetos ma· teriales, pepitas de oro sacadas de las arenas de los ríos, son transformadas en un conjunto de árboles de pomarrosas en flor. Las entrelazadas raíces indias y españolas de los primeros tiempos de la colonización de Puerto Rico, se desenvuelven en una leyenda mitológica donde se presenta la manera cruel como se fue extinguiendo la raza vencida. La mitología india sirve de motivación y tema. El indio Guanoa decide devolver a la tierra lo suyo. Lleva el tesoro acumulado' a las altas tierras del dios Guaomanocón dejándolo escondido bajo su custodia. Las pepitas de oro germinando en árboles de pomarrosas florecidos, fue para los indios obra de su dios, y evidencia la fe en un dios o espíritu de la vegetación presente en todas las mitologías. Así, el espíritu del maíz origen de tantos rituales relacionados con la siembra y la cosecha, aparece en el libro en El areito del malz. Como en 3

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otras leyendas mitológicas, el espíritu del maíz está encarnado en forma humana en una india adolescente de cabellera castaña que adivina su parentesco con la divinidad regidora de la tierra y los sembrados. El hijo del cacique es el Apolo de esta metamorfosis en donde no hay persecución sino un acuerdo, una cita para la luna nueva siguiente. La niña ayuna, invoca a sus dioses y en la noche señalada los jóvenes con las manos unidas esperan la respuesta de lo sobrenatural. El monótono resonar del areito cercano acompañó la trasmutación de la indiecita en planta de maíz con su don de mazorcas de granos de oro. La metamorfosis se describe en dos -párrafos con más detenimiento que ninguna otra. El sentido del ser transformado se aclara con estas palabras: «la Madre Tierra la definió por fin entre los SUYOSlD. El relato del origen del cariaquillo introduce el tema de la esclavitud negra, la evocación fugaz del misterio de los ríos y selvas africanas; el buque negrero y el dolor de las vidas esclavizadas. La bondad y dedicación de las «mamas negraslD para las

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runas blancas bajo su cuidado se revive con la narración. El episodio central, la niña española bailando en traje nacional rojo y amarillo en la fiesta de los esclavos, revela el terror de los negros a los latigazos del amo, al sentirlo galopar de regreso al ingenio. En contraste con la descripción de la metamorfosis en el Areito del maíz, en ésta sólo cuatro líneas resuelven el conflicto: los indios arrodillados cantan sollozando alrededor de la planta florecida en rojo y amarillo. 12. -La sinfonia concluye en la creación imaginística del hombre puertorriqueño que empieza en el título: «... Y fue el hombre borincanolD. El movimiento de tres razas en la isla «funde a los hombreslD. Querubines indios, negros y blancos. guardan sus almas. En el segundo párrafo se intenta definir cómo somos. Lo cual podrá llevar al lector a aceptar o disentir. Pero sí podemos estar ciertos de que Ester Feliciano Mendoza tiene los pies enraizados en su tierra con raíces firmes de amor.


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Oesperation * Por

LUIS A. ROSARIO QUlLES

Al desconocido pintor Wak Bowart de Greenwiclz Village de Nueva York. Et comme un haut fnit d'annes en Marche par le Monde comme un de· nombrement de peuples en exode comme une foundation d'empieres par tumuIte prétorien... SAINT JOHN PERSE

Tornóse entonces escenario por descontento Mac Dougal Strcct y los paisanos rebelados por aburrimiento, dotados quedaron de modelo para sus reclamaciones en Mac Dougal Strcct. Todos apoyados al emblema de su unidad sintetizada impusieron con osadía la jerarquía de la noche y cedieron las horas de ,la calma en Mac Dougal Street. El emblema de la nueva generación analizada hasta la aorta y estudiada como gennen contagioso intervino en las soledades de los parques al final de Mac Dougal Street. Un estandarte elaborado sin piedad en las membranas del rostro desgastado por el miedo al miedo, por el error lamentable, por el pecado irremediable y escondido, tras las barbas con costras de tabaco, con rastros de ceniza y un orden enfurecido, establecia el nuevo reino de la ira en Mac Dougal Street. Se proclamó la dinastía de los profetas narcotizados y los coléricos escondían por temor los signos de serenidad de sus propias manos. La palabra rabiosa era insuficiente para testimoniar su fidelidad a estos Jueces embrujados de Mac Dougal Street, que no cesaban de predecir los terribles h~cbos. las mágicas ocasiones de venganza con un lenguaje que supero al sonido de las máquinas. Asi, estos profetas de la maldición, de barbas aburridas al nivel de los estanques de Mac Dougal Street condenaron al bennapo de la culpa irremediable, insultaron a los vecinos de más allá de Mac Dougal Street * Del libro

iD~dlto

.El temperamento de las estaciones••

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y convencieron con violencia a quienes escuchaban. Poco quedó del dominio de la espera porque los lideres de la intranquilidad forzaron la rendición del minuto posterior, acorralando con muerte los limites de la decisión de los paisanos rebelados en Mac Dougal Street. Con mue e intencionada y la propiedad de la muerte para sus oficios se man ' cturó el imperio de la ira en Mac Dougal Street. Se"forjó equilibrio de los ignorantes t tas v ces anunciado con violencia se consagró el hemisferio , violentada en los callejones de Mac Dougal Street.

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mo en festivo o como en siniestro Mac Dougal Street la manifestación de los coléricos ~~~~ lh poder de las muchedumbres artido en esta nueva ocasión de fe. ~;Y1J~la4" o el tiempo de a verdad verdadera y halagadora volución de las piedras intocadas de Mac Dougal Street, I jeres de medias negras hasta el cuello, veces poseídas en Mac Dougal Street. n una nueva definición estamental do tantas confesiones como las veces de sus aventuras e emejaban a las escenas de los felinos en deseo y satisfacción, la noches frias de los tejados de Mac Dougal Street. , tras, mujeres sin rigor, deshechas mujeres, " n fe' or de resistir la naturaleza . etuvi n sus galanterías imposibles , h cer público y escena en Mac Dougal Street. a~ se unieron los hombres de carmín en las mejillas, to: "C~. tos de cinta rosa en la cintura, I es de aluminio y collares con adornos de caoba a6 s el cuello y representando la renuncia al sexo. 1

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L'MI1\h1.ra atención aflojaron sus caderas en Mac Dougal Street IRWlIJ4j¡o'os, es un sexo confundido en la humedad. J~~~'sión de las tonalidades: los senos aplastados, Hlji\.lj ¡~LD'OS corregidas, el cabello arrancado de su forma. ill deras escondidas... 'llIOtror'\bivel en la impureza de las estaciones. ! t9ño adelantado o el invierno muy temprano I , ~ciPita cielos hasta consumir las ventanas. ~ s, es el espejo que da diferente figura.

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diga del solsticio irrazonable que se prende ;Jamantes de igual ofrecimiento de Mac Dougal Street. \ lenguaje que excita en la premura ograr el mismo lucero en las estaciones, villosamente repetido como un beso, ralun banco de Washington Square el d~ctor apaga en los senos de la hembra, y.l: e' brillo en la distancia

n: :: = nd~1;:~:~:s edades del amor, '~' ~a1u:s ff:: ~acer temperatura en los encantos que calientan incesantemente

j ·'en 1 'muchacha recogida en Mac Dougal Street.

Digamos, es dialecto sólo comprensible en los enfermos. Es sonido maldito de los géneros del agua en todos Jos idiomas de los ríos.

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Estaba como en festivo o como en siniestro Mac Dougal Street. Era celebración de movimiento y transición de idioma y adelanto del minuto posterior de los coléricos embriagados y soñadores. Era la manifestación advertida por los terribles profetas que en la espesa memoria de las épocas distinguieron el alcance tan generoso del suceso de Mac Dougal Street. Aquí. destino mencionado con frecuencia por ser prohibido su nombre, Mac Dougal Street, por la gloria de sus acontecimientos. Se efectuaron las transformaciones que complacieron a los iluminados insurrectos. y he aquí el poder y categoría de los paisanos rebelados afirmados en todo contenido de la energía obtenida con fraudulen haciéndose posible en Mac Dougal Street:

la modificación del calendario; la impresión de los colores; el cambio de la dirección del viento, del río, del mercado; la substitución de los periódicos. los tranvías y los decanos; se movieron las bahías. los cuarteles, los teatros; pero antes que nada se hicieron muy famosos... Así desapareció el territorio del ocio en Mac Dougal Street. Quedó un esquema ebrio y difuso en sus categorías.

Fue representación. ficción en Mac Dougal Street. Digamos fue tal vez teatro, diversión o accidente, fue. probablemente, la condenación de la fatiga de la raza, los golpes de los años en la nada insatisfechas de Mac Dougal

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Eugenio María de Bostos y la reforma de la enseñanza * Por JosI! EMILIO

GONZÁLEZ

Didlogo con tin ser vivo TODOS LOS AÑOS UN GRUPO DIMINUTO DE PUERTORRI-

queños nos reunimos a 'l"endir homenaje a Eugenio María de Hostos en el aniversario de su nacimiento. Mientras sus ideas yacen en el abandono, y, lo que es peor, su gran figura moral sigue siendo víctima de la indiferencia de sus coterráneos, unos cuantos fieles nos congregamos al pie de su estatua en la Universidad, a la vera del busto que se halla en ·la plazoleta de La Marina, en este Ateneo, como esta noche, a evocar su vida gloriosa ya meditar en sus doctrinas. No es -no puede ser- el nuestro un homenaje retórico, ocasión para grandes discursos vacíos o para líricas exaltaciones. Hostos recaba de nosotros una austera dedicación, viriles actitudes, y, sobre todo, sentido de responsabilidad alerta frente a los problemas de nuestra patria. Porque Eugenio Maria de Hostos fue un pensador, o, mejor dicho, en lenguaje unamuniano, un agonista. Nada más opuesto a su ánimo que el juego frívolo de las trivialidades ni el cómodo deslizarse por la pendiente de la vida burguesa, conformista y falaz. Su existencia - penosa, intensa, preocupada - fue 10 que hoy llamamos C1Cauténtica». La angustia de su espíritu resuena por toda su obra. Su capacidad de renuncia en aras de nobles ideales confiere singular dignidad a su vida. Si nos reunimos hoy, como lo seguiremos haciendo por cuantos años Dios nos permita, no es porque consideremos a Eugenio María de Hostos venerable reliquia de un pasado abolido. No venimos tampoco a llorar sobre unos restos. Venimos a dialogar con un ser vivo. Venimos a compartir la compañía de este hombre extraordinario, que no puede morir, que no morirá mientras exista Puer* Con!erem;ia dictada la noche del 11 de enero de 1966 en el Ateneo Pucrtorriqucllo.

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to Rico. Porque él fue encarnación de las esencias más puras de la patria, en sus proyecciones de continente y universo. Eugenio María de Hostos fue maestro. Maestro de niños. Maestro de adultos. Maestro de maestros. Podemos llamarle los puertorriqueños el Maestro por excelencia. Escuela de vida es la suya, de cultivo y comprensión, de inteligencia. Tenemos nosotros mucho que aprender de él. Ahí están los veinte sólidos volúmenes de su obra. Ahí está su palabra, su gesto, su lección. Cada puertorriqueño debe internarse por esa obra, estudiarla, conocerla a fondo. Cada uno de nosotros debe establecer, mantener y cultivar el diálogo vivo con él. Al irlo conociendo en esa conversación perenne que es la lectura, como él mismo apuntara, nos iremos conociendo nosotros. Parte de la grandeza de Eugenio María de Hostos proviene de que siempre tiene algo que decimos sobre los problemas que agobian nuestro presente. Hoy, en Puerto Rico, la educación es tema de infinitos debates. Se ha iniciado -tímidamente, es cierto - una reforma en el sistema de instrucción pública. Se acaba de aprobar una nueva Ley Universitaria, al calor de un movimiento que pedía reformas en nuestra más alta institución docente. Mientras tanto, urge la creación de un pensamiento pedagógico puertorriqueño, cuyo punto de par· tida debe ser la conciencia plenaria de nuestras realidades pero cuyo punto de llegada debe ser la concepción de una sociedad ideal. Nos vamos dando cuenta de que es preciso poner fin a la copia servil de modelos extranjeros, a la repetición crasa de ideas importadas y a la puesta en práctica a ciegas de métodos y normas que pueden ser muy vá· lidas en otros .Jugares pero no aquí. Hostos nos señala el camino, puesto que se mantuvo al tanto del pensamiento más avanzado contemporáneo en


materia de filosofía, ciencia y pedagogía al mismo tiempo que no se limitó a reproducirlo lacayunamente. Supo adaptarlo a las condiciones de cada país adonde fue a ejercer su profesión de maestro y supo enriquecerlo con aportes originales. Si estudiamos sus ideas, no es para aprobarlas todas. Cada idea suya brinda la oportunidad para una meditación. Es un estímulo. Su suprema lección es que nos enseña a pensar por cuenta 'Propia. Tanto en el tiempo como en la calidad Hostos es nuestro primer pedagogo.

Esquema vital de una misidn Según nos informa Pedreira, 1 cuando Hostos pasó en 1857 de Bilbao a Madrid a cursar la carrera de derecho, «protestaba del método que seguían los profesores, del plan de los textos, de la tiranía del horario.... Podemos ver en ese momento el despertar de la conciencia pedagógica de Eugenio María de Hostos. Este abandonó sus estudios de derecho. El joven Rostos dedica sus próximos años, como es bien sabido, a la lucha política por las causas liberales y republicanas de España y a las ideas autonomistas paTa las Antillas. Ya conocemos su desilusión con el gobierno del general Serrano y su viaje a América, que será de ahora (1869) en ade· lante el escenario de su batallar infatigable por la independencia de Cuba y Puerto Rico y por el progreso del continente. En España inicia su labor periodística que con· tinuará hasta el fin de su vida. Sus numerosísimos artículos y ensayos, dispersos en periódicos y revistas del Nuevo y del Viejo Mundo, delatan una intención pedagógica. Tienen como propósito enseñar al lector a pensar inteligentemente sobre los grandes problemas de la época, enterándole de nuevas ideas brindándole toda clase de orientaciones y sensibilizando su conciencia crítica. En el periodista ya latía en germen el maestro. Esa vocación se hace más evidente cuando en 1872 pronuncia ante la Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile sus famosas conferencias sobre lA enseñanza científica de la mujer, da a la luz su Reseña histdrica de Puerto Rico y escribe sus famosos ensayos Pldcido y Hamlet. Desde ese instante, Eugenio María de Rostos es considerado ya un maestro. Prueba al canto, si ello fuera necesario, es que Vicente Fidel López le ofrece en 1874 una cátedra de filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Hostos no acepta. Se halla todavía intensamente concentrado en la brega por la liberación de las Antillas. Participa en la expedición de Agui1. Antonio S. Pedrelra, Hostos. ciudadCUlO de Amiric12. San Juan. Puerto Rico, In~tuto de Cultura Puertnrriquelill, 1964. p. 35.

lera. Conspira en Puerto Plata, junto a Betances y a Luperón. Es en Caracas, poco antes de contraer nupcias (1877) con la noble dama cubana doña Belinda Otilia de Ayala, que Hostos inaugura su carrera profesional de educador, enseñando en un colegio. Poco después acepta la dirección de un colegio en Puerto Cabello. La Paz del Zanjón (1878) introduce una pausa en los esfuerzos por libertar a Cuba y Hostos se traslada a Santo Domingo, donde organiza la revolución pedagógica decisiva en la historia de aquel país. Aporta las ideas, las doctrinas, las directrices de esa revolución. Establece escuelas por todas partes. Forma maestros. Combate con la plu. ma y la palabra a los reaccionarios. Funda la Escuela Normal, el Instituto de Señoritas -que dirigió la ilustre poetisa dominicana Salomé Ureña de Henríquez - y el Insti,tuto Profeshmal, con faculta· des de derecho, medicina, farmacia e ingeniería. Esto es sólo un esbozo pálido de su enorme obra. Du· rante diez años no se da paz alguna en su tarea de renovación cultural. Bajo su égida brotan nuevas generaciones con nuevas perspectivas e inquietudes. Cuando el general Ulises Hereaux (Lilí) se incauta del poder, Rostos, que no puede soportar la tiranía, renuncia. El gobierno de Chile lo había estado llamando con insistencia para que hiciera en aquel país la reforma que había realizado en Santo Domingo. En 1889 llega a Chile y se le encomienda la dirección del Liceo de Chillán. Es uno de los fundadores del Instituto Pedagógico. Dirige el Liceo Miguel Luis Amunátegui y desempeña la cátedra de derecho constitucional en la Universidad de Santiago. Contribuye a la reforma de la facultad de derecho. En 1894 preside el Congreso Científico de Chile y en 1895 disfruta de uno de los mayores placeres que pueda tener un maestro: vio graduarse la primera generación de sus discípulos en el Miguel Luis Amunátegui. El gobierno chileno propicia sus publicaciones y su labor pedagógica merece el elogio del senador Guillermo Matta en pleno Congreso (1897). Pero la Guerra Hispanoamericana se encimaba. Cuba ardía desde 1895. Desde ese momento ya Hostos no podía permanecer tranquilo en Chile. Reanuda de inmediato sus gestiones en favor de la causa cubana. Cuando ve que la guerra se acerca a Puerto Rico, Hostos decide abandonar un futuro de seguridad económica y de prestigio para venirse a las Antillas a hacer todo lo posible por su patria. Todos conocemos bien la historia. Su participación en las comisiones que fueron a Washington. Sus esfuerzos por salvar la dignidad del país. Puerto Rico se mostró indiferente. Muy pocos creyeron que una de las vías de redención de nuestra patria era la de la educación. La Liga de Patriotas que él fundó fue mal interpretada y mal acogi9


da. Su labor maravillosa en el Instituto Municipal de Mayagüez no obtuvo el reconocimiento público merecido. El marasmo intelectual y moral de la colonia expelió al Maestro, quien tuvo que pasar por el dolor de ver alejaTse una vez más las costas de la patria. emigrando a Santo Domingo, de donde sus antiguos discípulos lo Uamaban. Fue recibido entre aclamaciones. Su recorrido inicial del país, como Director de Enseñanza Pública, fue un paseo triunfal. Pero Hostos se hallaba demasiado inquieto con los problemas educativos del país, con el estudio de la situación, con el nuevo proyecto de ley de enseñanza que debía redactar, para demorarse en vanidades. Sin permitirse tregua alguna inició la reconstrucción. Es entonces que lanza el grito que resume su intención educativa: .Civilización o muerte.» Completamente entregado a su misión socrática. Eugenio María de Hostos fallece en Santo Domingo el 11 de agosto de 1903.

Los males de América Cuando Hostos empieza su labor más directamente pedagógica, desarrollo y ampliación de la batalla que había venido librando contra el colonialismo, encuentra que, en general, la cultura y la educación de nuestros países hispanoamericanos se hallan en manifiesto atraso. Ve la raíz histórica de los -males en aquel combate .desolador» que España tuvo que librar durante siete siglos, .combate armado de creencia contra creencia, de religión contra religión, de fanatismo contra fanatismo... » (OC, XII, 112).2 Y añade que el .fanatismo demente» de la Madre Patria .enfermó las Colonias» y fue también «la edu· cación de las sociedades coloniales... » (OC, XII, 113). Hostos señala tres males que agotaron a las sociedades hispanoamericanas: el fanatismo religioso, la pereza social y la perversión intelectual. (OC, VI, 292). Condena .la funesta influencia de todas las órdenes religiosas» y aunque reconoce ciertos méritos a la educación impartida por los jesuftas (OC, VI, 299), añade: .Pero también es verdad que la libertad, el de> recho, la justicia, el libre examen, la autonornfa individual estaban cautelosamente proscritas de aquella organización artificial en que el triunfo egoísta de una secta era resorte capital yen que eran meros instrumentos pasivos de esa secta los hombres y sus conciencias... » (OC, VI, 300). 2. Desde este punto en adelante utill:t:l~ las siglas -o C. p~rn designar las Obras completas. de Eugenio Marfa de Hoslos, EdicIón Conmemorativa del Gobierno de Puerlo Rico, 1839·1939, 1.11 Habana. Cuba, 20 volúmenes. El número romllnO Indica el número del valumen. El arábIgo Indica el número de la página en el volumell correspondiente.

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Sostiene que excepto una 'Sola J «todas las hoy naciones latinoamericanas son Españas trasplantadas.» (OC, XII, 115). En un discurso pronunciado en el Liceo de Chil1án, Hostos critica el sistema escolar de Chile, país que él mismo elogia por sus preocupaciones educativas. Pues bien, en ese inquieto país: cLos planes de estudio son añejos; los métodos, si se honra con ese nombre a la rutina, son caducos; ]a orga· nización, demasiado centralista.» (OC, XII, 166). De· nuncia la falta de libertad, la falta de lógica en los procedimientos didácticos y la falta de espíritu científico en la planeación. (Loe. cit.) La Universidad se ha convertido en un ..órgano pasivo de la enseñanza profesional... » (OC, XII, 167). En una Memoria elevada al Ministro de Instrucción Pública de Chile amplía esas críticas. (OC, XII, 203-247). Su primera gran andanada, sin embargo, contra la educación anticuada en la América Latina la disparó Hostos al discutir el problema de la educa· ción en la mujer. En uno de sus discursos de 1872 ante la Academia de Bellas Letras de Santiago con· dena la situación de inferioridad en que se mantenía a la mujer. La educación tradicional adulaba la flaqueza moral y corporal de la mujer: .. Se le ha enseñado a leer para que lea novelas; unas veces lee la novela del devocionario, otras veces se ampara en el devooionario de la novela; se le ha enseñado a escribir para que escriba la novela de su amor en las cartas que estereotipó el más estúpido de los educadores de amor que se hubo a la mano; se le ha enseñado a rezar para que invoquen sus labios maquinales lo que no entiende su espíritu consciente; se le ha enseñado a trabajar para que todos los días haga mecánicamente el mismo trabajo o lo dirija; se le ha enseñado a cantar para aumentar los anctivos de sus gracias; se le ha enseñado a tocar el piano, para que haga bailar a los ddgnos de bailar toda su vida; se le ha enseñado a maltrae tar un idioma extranjero para que olvide o mar· tirice el propio: se le ha enseñado a dibujar para que sepa bordar con perfección o entretenerse en sus ratos de fastidio delineando el ideal del hombre que no encuentra al derredor de si...» (OC, XII, 52). La mujer ha sido reducida al nivel de «un mamífero bimano que procrea, que alimenta de sus mamas al bimano procreado, que sacrifica a la vida de la especie su existencia individual ... » (OC; XII, 58), Es la voz de un libertador. Las mujeres de América deben a Hostos un monumento. 3. Probllblemellte ChUe. También POdrlll ser la Argentina.


Puntos de partida para la reforma

En sección que a la América Latina dedica Eu· genio María de Hostos, en su uHistoria de la Peda· gogía», el Maestro rinde tributo a aquellos países hispanoamericanos que se han esforzado en como batir los males susodichos, especialmente Chile, la Argentina, Colombia y Guatemala. (OC, XVIII, 248249). Pero tales tentativas eran insuficientes. Urge, pues, meter mano a estos terribles pro· blemas. En su artículo, «Ni un peso fuerte, ni nada,» esboza la tarea: uEs necesario ir demoliendo; pero no por me· dios violentos y brutales que son los medios de la barbarie, sino por evolución, por ordenación, por previsión. Por evolución: es decir, siguiendo ·la ley de transformación universal, y aplicando, adecuando, adaptando al desarrollo cuanto lo facilite, 10 asegure y 10 haga útil para la especie humana. Por ordenación: es decir, empleando, método, sistema y orden en la demolición del antiguo edificio de errores y maldades que dejaron o sostienen los explotadores de la esclavitud pÚo blica y de la ignorancia popular. Por previsión: es decir, aplicando a la obra de organización el principio de la filosofía política del positivismo comteano: Savoir c'est prévoir.» (OC, XIII, 147). Como todo educador genuino, Hostos es un transformador del mundo. Lo cambia para salvar· lo. En su polémica con el señor Luis Rodríguez Ve· lasco sobre la educación de la mujer (1873), Hos· tos se pregunta cómo será posible la indispensable reforma. u¿Cómo?», se pregunta: uDe la única manera que conduce al conocimiento de la verdad: patentizándola. Y ¿cómo se patentiza la verdad? Presentándola en su unidad elemental, en sus leyes, en sus aplicaciones, en sus efectos, en su acción continua. ¿En dónde está la verdad? Allí donde la demuestran los sen· tidos y la comprueba la razón y la contrasta la conciencia; en la realidad de las cosas y en la realidad de la ciencia que las estudia.» (OC, XII, 60). Su instrumento de redención humana será la ver· dad. En su discurso sobre uEI propósito de la Nor· mal» en Santo Domingo, Hostos anuncia: cDadme la verdad, y os doy el mundo. Vosotros, sin la verdad, destrozaréis el mundo, y yo, con la verdad, con sólo. la verdad, tantas veces reconstruiré el mundo cuantas veces lo hayáis vosotros destrozado.» (OC, XII, 138).

Educar es ir revelando en la conciencia del discípulo el orden de la verdad e ir formando esa conciencia en aquel orden. Educar es conducir: ces decir, que educar es como conducir de dentro a fuera; en cierto modo, es como cultivar, y, eme pIeando una comparación, educar la razón es hacer 10 que el buen cultivador hace con las plantas que cultiva... » Así nos dice Hostos en sus «Nociones de Ciencia de la Pedagogía. (OC, XVIII, 11). Y en otra ocasión declara: cEducación es la acción de conducir, guiar, dirigir al individuo humano o la especie humana del estado de ignorancia al estado de conocimiento de sí mismo o de sí misma.• (OC, XIII, 44). La razón del educando debe ser llevada a funcionar normalmente, ccon sujeción al orden natural de sus funciones.» Entonces se pone la razón en condiciones de conocer el cómo, el porqué y el para qué de las cosas (OC; XIII, 225). No se trata, ciertamente, de atiborrar la cabeza del estudiante con saberes muertos ni con fórmulas tradicionales. El propósito fundamental de la edu· cación es enseñar a pensar. Así lo dice Hostos en palabras que no dejan lugar a duda alguna: cEI objetivo esencial de la enseñanza es contribuir al desenvolvimiento de las fuerzas intelectivas, poniendo a funcionar los órganos de la razón, según la ley de la razón, a medida que van manifestándose y habituándose a intuir, inducir, deducir y sistematizar. En una palabra: se enseña. para enseñar a ejercitar ·la razón.• (OC, XII, 206). La nueva educación que Eugenio María de Hostos opone a la educación tradicional en la América Latina se funda en la ciencia. Puesto que esa educación ·será -la revelación progresiva de la verdad y la ciencia es «el conjunto de verdades demostra· das y de hipótesis demostrables en que el inceson· te operar de la razón humana se eleva al conocimiento de las leyes perennes de la materia y del espíritu.» (OC, XII, 48). Socráticamente, el conocimiento de la verdad conduce al bien: «Afirmación continua como es de un orden universal, porque lo ve en la realidad de la naturaleza física y moral, y no viendo en la realidad otra cosa que la envoltura y la evolución de la verdad, no puede dejar de ver que así como el propósito de la verdad es el orden, así el orden es el propósito del bien.• (OC, XII, 152). Por lo tanto, la moral es el fin último de la ciencia, así como -el bien es el fin de la verdad.• (Loc. cit.) 11


El nuevo plan de enseñanza El nuevo plan de enseñanza debe reflejar, por una parte, el orden de las verdades sistematizadas en la ciencia. Hostos admite francamente su preferencia por el método comteano o positivista. que le parece mejor que el de los encicIoredistas del siglo XVIII, ya que: «del examen de la clasificación comtista se desciende en no intexnunpida serie desde las leyes primeras a las últimas aplicaciones, contemplando a la par el universo físico y el moral, el movimiento de los mundos y de las sociedades, el orden uno, invariable, estable, que relaciona las leyes más abstractas a los hechos más concretos, los fenómenos que 'Parecen más lejanos a los que parecen más cercanos de las leyes generales del universo.» (OC, XII, 34). Según Bostas, la educación debe brindar una visión unitaria y sistematizada de la totalidad y esa visión sólo puede ser suministrada por la ciencia, con su arquitectónica de verdades. Pero ¿qué es la verdad? .Se la puede definir de varios modos», nos contesta: lo, verdad es lo que hay en el fondo de la realidad: 20 , es la causa de la realidad: 3°, es la razón o explicación de la realidad.» (.Tratado de lógica,» OC, XIX, 27). Y ¿qué es la realidad? La realidad es «toda cosa, tal cual es, o el conjunto de cosas y objetos con las propiedades, condiciones y caracteres con que se nos presenta a la percepción de los sentidos, o la percepción de la razón.»

(Loe. cit.) Hay una naturaleza física, como lo dice en el pasaje que hemos citado sobre el método comteano y además como él la define en el capítulo uno de su Tratado de Moral (OC, XVI, 5-6) Yuna naturaleza no-física o moral, que es .un vasto conjunto de realidades y fenómenos, tan positivo, tan efectivo y eficaz como el conjunto de realidades y fenómenos físicos que constituyen la naturaleza material. (Loc. cit.). El hombre es un compuesto de ambas naturalezas : «Dualidad perceptible mi naturaleza, distingo en ella de la parte corpórea, palpable, perceptible, por medio de todos mis sentidos, otra parte incorpórea, impalpable, imperceptible para tochi mis sentidos. Y me declaro espíritu individual después de haberme declarado un organismo individual. Ese espíritu... es una serie de funciones que corresponden a una serie de necesidades, y como el organismo funciona con sus órganos, el espíritu funciona con sus facultades.» (OC, XII, 57). 12

Nos dice con voz que recuerda a Descartes. En este sentido, no hay diferencia alguna entre el hombre y ]a mujer: «Hombre o mujer, podemos todos conocer las leyes generales del universo, ]05 caracteres propios de ]a materia y del espíritu, los fundamentos de la sociabilidad, los principios necesarios de derecho, los motivos, determinaciones y elementos de ]0 bello, la esencia y la necesidad de lo bueno yde lo justo. «(OC, XII, 14). Y añade: «La razón no tiene sexo, y es la misma facultad con sus mismas operaciones y funciones en el hombre y la mujer.» (OC, XII, 2B). Por 10 tanto, la mujer es tan educable como el hombre y no hay justificación alguna para seguirla manteniendo en estado de inferioridad. Queda, sin embargo, todavía el magno problema de cómo se va a realizar in concreto el proceso educativo. Este es un problema característico de la ciencia y el arte de la pedagogía. Hostos recomienda seis principios-guías para la enseñanza: «l.o Es necesario preestablecer los conocimientos que han de comunicarse, teniendo en cuenta las condiciones naturales de la razón humana, las diversas edades de los educandos, su desarrollo mental y corporal, la clase de conocimientos que este desarrollo permite y la calidad de los que aquéllos hayan recibido. 2.° Es necesario estudiar y conocer las funciones y actividades de la razón hasta saber si hay en ella un orden a qué atenerse, y del cual no pueda ni deba prescindirse en la enseñanza.

3.° Es necesario seguir el orden natural de la razón, el orden de su desarrollo, el orden de su operar y funcionar.

4.° Es necesario seguir

UD método, no arbitrario, sino concorde con el plan mismo de la naturaleza, al disponer que la razón humana perciba los conocimientos, no de pronto, sino siguiendo la aplicación sucesiva de sus varias facultades a los objetos de conocimiento que se le presentan.

5.° Es necesario, además de seguir el método que ]a misma naturaleza sigue en su modo de desarrollar la inteligencia, prefijarse un sistema. 6. Es necesario desarrollar el método natural de la razón y el sistema bajo el cual se han concebido ese método natural, en modos, medios o métodos particulares que son y deben ser en realidad los recursos prácticos a que se apele para aplicar el sistema filosófico que se haya concebido y para exponer y explanar el método natural, o 10 que tanto vale, el conjunto de medios de que la naturaleza se ha valido para organizar 8


el entendimiento humano y para dirigirlo en busca y adquisición de nociones y conocimientos.• (OC, XVIII, 9-10). Como puede percibirse fácilmente en lo antes dicho, Hostos postula la existencia de un orden natural, que funciona tanto en el plano físico como en el espiritual. Este orden constituye un sistema de operaciones regulares, con leyes propias, tanto en el universo como en el hombre. La analogía orgánica se hace evidente. Ahora bien, se trata, como dice Hostos en el cuarto principio, de seguir cel plan mismo de la naturaleza,» idea que nos recuerda a Rousseau. Pero Hostos no se reduce a éso. Admite la necesidad de medios auxiliares con su concepto de «sistema» y de modos, medios y métodos particulares (quinto y sexto principios). Por cuanto educar es llevar la conciencia a la comunicación con la verdad y dejar que ésta se forme a la luz de la ciencia, la razón es el vehículo principal de esta tarea. El concepto que Hostos tiene de la razón es también orgánico: «La razón es el organismo de los conocimientos, o lo que es ~o mismo, un conjunto de órganos o aparatos de cuya conjunta operación resulta la función de conocer.• (OC, XVIII, 17. Ver también OC, XIX, 25). Por lo tanto, como nos dice en el segundo principio, es preciso conocer a fondo las funciones y actividades de la razón, para poder enseñar.

Las cuatro funciones principales de la razón En sus «Nociones de Ciencia de la Pedagogía» Hostos distingue cuatro modus operandi principales de la razón: intuición, inducció \, deducción y sistematización. Entre otras cosas, la importancia de esta clasificación estriba en que va a servir cemo una de las bases del nuevo plan de enseñanza. La intuición es para Hostos .aquel conjunto de operaciones intelectuales que producen las prime. ras ideas o representaciones mentales de la rea· lidad.» (OC, XX, 9). Cuando el niño llegue a la es· cuela por primera vez, .el profesor cuidará expresamente, como del primero de los resultados que se propone, de comenzar su enseñanza general con las mismas nociones intuitivas que le suministran los educandos, y su lección de cada día con la intuición que tratará de fortalecer, despertar o esclarecer con la anterior. • (Loc cit.) La actividad intuitiva predomina en el niño (OC, XVIII, 29), pero naturalmente es más complicada de lo que parece, pues envuelve también la atención, la sensación, la percepción y la imaginación. (OC, XVIII, 27).4 4. Sobre estas opcraclonl!:!i ver 4Tratudo de 16¡lca., O C. XIX. 33, 35, 39, 40.

La inducción aparece como actividad necesaria .porque la verdad no puede presentarse, o más bien, no puede la razón percibirla, de una vez. «(OC, XVIII, 26). Es evidente que presupone la intuición (OC, XVIII, 28) Yla memoria (OC, XIX, 41). Además inducir exige comparar, clasificar y analizar. (OC, XVIII, 27).5 En el adolescente funciona principalmente la inducción, y por eso es la edad de los más vivos placeres intelectuales. «(OC, XVIII, 29). Se cae de su peso que el maestro de adolescentes debe tomar muy en cuenta el predominio de esta operación. Por lo tanto, se esboza otra eta· pa en la escala educativa. En el procedimiento de deducir, «la razón tiene que considerar en globo lo que ya ha considerado parte por parte.» (OC, XVIII, 26). No se puede deducir sin reflexionar, particularizar y sintetizar. e Una vez más, es patente que la deducción presupone actos intuitivos e inductivos. La deducción es más característica del joven ay por eso es la edad de vanas seguridades y jactancias.:. (OC, XVIII, 29). Si la razón deduciendo descubre las verdades concretas al descender de los principios generales (OC, XVIII, 28), es obvio que por insuficientes intuiciones e inducciones, el joven puede caer fácilmente en juicios precipitados y dogmatismos, faltos de reflexión. El maestro, sin embargo, debe aprovechar, la primacía de esta función en esta etapa. Por último y en cuarto lugar de esta escala, cada vez más abarcadora, la sistematización. Al sistematizar, la razón liga las partes con las partes y con el todo «para entonces ver la verdad que ha conocido o creído conocer». (OC, XVIII, 26). Se trata de una función sinóptica que opera mediante la asociación de ideas, la generalización y la ordenación. (OC, XVIII, 27).7 En esta actividad se emplean «todos y cada uno de los órganos de conocimiento que constituyen la razón:.. (OC, XVIII, 28). Y es la más propia de la edad madura. (OC. XVIII, 29). En esta coyuntura es preciso poner las cosas bien claras en su punto. La división de funciones que realiza Hostos, y que una vez más nos recuerda a Descartes, con su particular énfasis sobre una operación en cada etapa, puede dejar la idea de independencia de una función frente a las otras. Hostos se da cuenta de esta idea equivocada y se apresura a esclarecer. «Eso sería un error considerable,» nos dice, pues .hay que tener en cuenta que cuando hablamos del desarrollo sucesivo de las funciones antes mencionadas, no intentamos dar a entender que el intuir se anticipa de tal modo al inducir, éste al deducir, y éste al sistematizar, que S. Sobre estas operac!oDcs ver oTrntado dc lógica., O e, XIX, 42-45. a. ::laDre cstas opcmc!ones vcr oTrntado de 16g1ca-, O C, XIX, 45-48. 7. Sobre estas opcrocloncs ver .Trntado de 16g1<:a., O e, XIX, 48-49.

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no haya cooperación ninguna de estas funciones en· tre s1.. (OC, XVIII, 29). Y agrega: «En cada uno de 10s cuatro períodos funcionales de la razón, ésta se fortalece tanto mejor cuanto más perfectamente funciona aquel de sus órganos que está en el preciso momento de su desarrollo.. (Loe. cit.) Las cuatro funciones están íntimamente entrelazadas. pero en cada fase hay una que prevalece. El Diño -diríamos - es el que menos puede sistematizar. El hombre maduro, el que menos depende de su vida sensorial. Pero cada una de las funciones desempeña un rol indispensable en el desarrollo y progreso de la razón y contribuye al conjunto de la misma. Hostos recomienda que el maestro no viole el orden de desarrollo de las cuatro funciones capita· les y se esfuerce por conseguir que aoperen todas y cada una de las facultades que han de tomar par· te en una función, sin consentir que una operación prevalezca sobre otra y se realice a expensas de otra.• (OC, XVIII, 32). Con relación a esto advierte contra lo que llama dos vicios de la TaZón. El primero es TaZonar por medio de la memoria y el segun· do, razonar por medio de la imaginación. (Loe. cit.) El primero llevaría a la rnzón a un objetivismo excesivo; el segundo, a un subjetiviS'IDo irresponsa. ble. (OC, XVIII, 33). • La educación debe fomentar la armonía, el equilibrio de operación de las cuatro funciones.

Los métodos Así como de desprenden las ceso educativo, dos naturales a

las cuatro funciones de la razón se cuatro etapas !principales del proes evidente que sugieren los méto· ser empleados por el maestro.'

«Ningún medio artificial de conocer -nos dicepuede mejorar ni substituir los medios naturales de la razón. Y pues ésta tiene que conocer por intuición la realidad, para por ello inducir el orden y de ella deducir la ley, no puede haber más métodos que el intuitivo, el inductivo y el deductivo, ni se puede adquirir conocimiento exacto de objeto cualquiera de conocimiento, sino paso a paso...• (OC, XVII, 9). Con todo, al discutir los métodos, Hostos admite ciertos medios o auxilios artificiales. A éstos les llama «métodos artificiales.. Son tres. El primero es el «método objetivo •. Consiste en «evocar de 8. Ver también ~Tratlldo de lógica., O e, XIX, 52. 9. Hostos dcfinc a,f ..meltodo.: ..Método e, el conjunto de procedimientos quc se emplean para llegar al conocimicllto de verdades generales o particulares.. (.. Tratado de sociolotia., O e, XVII, 7).

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continuo los objetos naturales de conocimientos por medio de objetos artificales.... (OC, XVIII, 36). Este se divide, a su vez, en dos. El primero es el método objetivo «corpóreo. que emplea objetos na· turales o artificiales ccon el fin de despertar intuiciones en la ,razón o de ponerla en inmediato contacto con el objeto de conocimiento que se le va a proponer.• (OC, XVIII, 37). El segundo método objetivo es el «gráfico.• Emplea dibujos y trazados crque puedan representar el objeto de conocimiento que se trata de dar a conocer.• (OC, XVIII, 38). El segundo método auxiliar es el expositivo. cEI educador expone ante la razón de sus educandos, uno tras otro, los objetos de conocimiento que contiene una ciencia o rama de ciencia, un arte o rama de arte determinados.• (OC, XVIII, 39). El tercero es el método deductivo, derivado del anterior. También le llama sintético. «Este método, -aclaraen el cual se procede de principios ya conocidos y doctrinas preestablecidas a principios y doctrinas que de ellos se derivan, no puede emplearse al arbitrio del maestro, sino que tiene 'SU tiempo propio. (OC, XVIII, 39). Si nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que los tres métodos artificiales mencionados siguen el modus operandi de la razón en sus cuatro funciones. El método objetivo presupone la actividad intuitiva e inductiva del alumno. El método expositivo depende más de su capacidad deductiva. Mien· tras que el método que Hostos llama «deductivo. y más aptamente sintético. no sólo envuelve la deducción sino que se acerca también a la sistematización. De modo que, conforme a Hostos, el sistema escolar de cualquier país, no importa las variantes que haya que introducir para ajustarlo a las circunstancias nacionales, debe ser la concreción práctica del plan que es fiel a la estructura de la natu· raleza en el hombre y a las maneras regulares de operar de su razón. Se esbozan cuatro etapas en la vida del individuo - niñez, adolescencia, juventud y madurez - y a cada una de ellas corresponde el predominio de una función racional y el mejor aprovechamiento de un método. Todo el proceso educativo se orienta a la integración armoniosa de las facultades y potencias de la personalidad.

El fin social de la educación Pero el proceso educativo no tiene como fin solamente conseguir el progreso moral e intelectual del individuo, el balance perfecto de su personalidad. Va más allá. Apunta hacia un ideal colectivCi de la vida social. A ese ideal, Hostos lo llama «civilización•. La civilización es para Hostos da suma de todos los esfuerzos y actividades hechos y des·


plegados por la sociedad humana en el desarrollo de su vida... » (OC, XVII, 33). Es «adecuación de las fuerzas y facultades de la humanidad a sus necesidades y a sus fines ... «(OC, XVII, 218). Ahora bien, es obvio que tales fuerzas y facultades de la hu· manidad no se pueden desenvolver plenamente si existen obstáculos que las repriman. De ahí que Hostos insista en que la libertad es la condición neo cesaria para el crecimiento y desarrollo de la sociedad: «Las sociedades son organismos vivientes que se forman, viven, crecen y se deSM1rollan según la regularidad o normalidad de las funciones de 6US órganos. El principio y el fin de las funciones es la necesidad de conservación de ese organismo. El medio de esa conservación es la libertad.» (OC, VII, 69).10 Sin la libertad es imposible el progreso social, y, por implicación, el ideal de sociedad civilizada. Porque «civilización» no es sólo el «conjunto de medios y elementos (materiales y morales, económicos y políticos) adecuados al desarrollo de ~as sociedades: es rtambién, y especialmente, juicio y oriterlo de esos elementos y medios.• (OC, VII, 318). La libertad es 10 que permite el cultivo y el despliegue de la conciencia, o sea, la educación auténtica. Esta es conditio sine qua non de la civilización: cEn proporción de la generalidad del juicio y de la rectitud del criterio social para apreciar los beneficios de la civilización está ella: y puebio civilizado es aquel que juzga bien y conoce y aprecia los beneficios que debe a la civilizaoión.~ (Loe. cit.) Es patente que no se ha llegado a ser un pueblo civilizado si ·los hombres que lo componen no disfrutan de la libertad ni han podido, por ello mismo, acceder a aquel nivel de conciencia que hace posible el percatarse de los beneficios -y, añadiría yo, las proyecciones- de la civilización. Aquí ve claramente Hostos la conexión entre el in· dividuo y su papel en la realización del ideal colectivo. Nos dice en su artículo «Crílica a la crítica». ~Para

que una organización de la enseñanza pública llegara a poder ser coeficiente efectivo de civilización, sería necesario que formara hom· bres; es deciT entidades sociales que, habiéndose desarrollado, en y por el conocimiento de lo

10. Agrega que In llbertad -es el modo naturul y necesario de satisfacer la necesidad de amservacJÓn or¡¡:1nica.... (l.Dc. cit.). En otra ocasión (. Retrato de Fran.!=isco Agullera.) critica a Jos conscr· vadores porque en todas partes olvidan das funciones de la libertad en el orgtlnismo sociaL... (O C, IX, 147).

demostrable, aplicable y practicable de las VeTdades, fueran después capaces de hacer real, viva y efectiva esa educación individual en la vida co· lectiva.• (OC, XIII, 64). De modo que el propósito último de la educación no es la posible satisfacción o disfrute del individuo en la coherencia de su personalidad sino el logro de un estado social superior. Hostos concibe muy lúcidamente el rol del individuo en la plasmación del ideal de sociedad civilizada. Como muy bien dice, la educación individual debe hacerse real, viva y efectiva en la vida social. A la postre, el concepto ideal de patria coincide con el de civi· lización. En su artkulo «El propósito social de la Liga de Patriotas» así lo explica claramente Euge· nio María de Hostos: «Se quiere una patria sana, fuerte y próspera: pero se aspira esencialmente a fonnar una sociedad civilizada. Y no sólo civilizada en el hojarascoso sentido en que hablan de civilización los pueblos educados en la cultura incompleta de una metrópoli estacionaria en su desarrollo y reaccionaria en sus costumbres: en el concepto de organización completa de los medios y fines de la vida colectlÍva.» (OC, V, 26). La sociedad civilizada, o sea la patria, cumple a cabalidad el ideal colectivo de la educación.

Actualidad del pensamiento pedagógico de Hostos Muchas de las ideas que acabo de mencionar parecerán viejas. No debemos olvidar, sin embargo, que cuando Hostos las emitió, en la segunda mItad del siglo XIX y en nuestra América, sonaron como nuevas, incluso como revolucionarias. Despertaron entonces esas ideas fieras oposiciones y provocaron encendidas polémicas con los defensores de la educación tradicional. Con ellas, Hostos con· movió a un continente. Qué duda cabe que muchas de esas ideas -sobre todo las que se refieren al estado de la ciencia en los días de Hostos - han sido superadas. Si el Maestro pudiera estar entre nosotros --de cuenpo y alma- seguramente las rechazaría. Pues Hostos fue un revolucionario, un refonnista de vanguardia. Pero es indiscutible que hay entre ellas algunas válidas, algunas útiles todavía. Y la actividad crítica y creadora del pensamiento de Eugenio María de Hostos no puede ser puesta en entredicho. Aprovechemos, por lo tanto, la ejemplaridad de esa acción. Aprovechemos todo aquello que sea de valor todavía. Si hoy no poseemos una fe (;ln como pleta en la ciencia como Hostos, también es ver15


dad que no estamos dispuestos a dar la espalda a los resultados de la investigación científica. Has· tos puso de relieve ante el espíritu de los hispanoamericanos la aportación de la ciencia. Nadie puede hoy hablar con responsabilidad sobre problemas educativos sin conocer a fondo lo que aa ciencia tiene que decir sobre ellos. Si es cierto que hoy no creemos en «las leyes perennes de la naturaleza» ni en que la sociedad y la razón son organismos, o se parecen a éstos, en cambio nos damos perfecta cuenta, como Hostos lo hizo, de que el conocimiento de la verdad - o de las verdades- es parte ineludible del proceso educativo. Hoy hay quienes niegan una «naturale· za. al hombre, un «espíritu» o un «alma.• Pero pocos serían los que se atreverían a sostener que han dicho la última palabra sobre la realidad humana, que a muchos nos parece tan enigmática, tan misteriosa. Hostos nos enseña a adentrarnos en ese misterio para arrancar a tal exploración sugestiones que pueden iluminarnos sobre las tareas de la en· señanza. La importancia que Hostos concedió a la sociología nos parece hoy exagerada; su insistencia en ei estudio de la vida social nos luce indeclinable. De enorme valor se nos antoja su vislumbre en lo que hoy llamaríamos «la situación proporcional» del educando. Aplaudimos con él la idea de Lan· caster de que el maestro tiene que ponerse imagl. nativamente -crempatía,» es la palabra en bogaen Ja situación del alumno, y de que lo que a éste se le enseña debe ser proporcional a sus recursos. El método intuitivo hostosiano envuelve lo que hoy llamamos «partir de la experiencia del alumno.» Hostos fue muy consciente del principio de motivación. Ningún procedimiento educativo puede cumplirse eficazmente si no toma en cuenta la experiencia concreta del discípulo. Este es un punto de partida, naturalmente. En cuanto a las fases del proceso educativo, correspondiente a las cuatro funciones de la razón. podemos discrepar de tal escala. Otras son muy posibles. Pero nadie podría negar que Hostos enfocó lo esencial y que no perdió la visión del conjunto. Su metodología -por lo demás, bastante descriptiva- abarca lo más importante de lo que se hace y se puede hacer en el salón de clases. Es evi· dente, por lo demás, que hay otros métodos concebibles y que han sido concebidos. No tenemos que creer en su concepto de la razón para darnos cuenta de que acertó con procesos psicológicos fundamentales. Lo que ha habido más bien es un refinamiento de sus concepciones. De particular interés es su condena del uso y abuso de la memoria mecánica. Califica a ésta de perniciosa al organismo intelectual y la acusa de desvirtuar y pervertir la imaginación. erEn ella se basa 16

la erudición inane, fofa, momia, que da apariencias de todo y realidad de nada a educandos... » (OC, XII, 400). En otras palabras, condena la mera acumu· lación de datos, mecánicamente evocados. Y contrasta esa práctica con «la verdadera, buena, útil y natural memoria de ideas; o lo que es lo mismo, desarrollo de la asociación de ideas, empezando en la lectura y concluyendo en las sinopsis.» (Loe. cit.) Nada más odioso para Hostos que el «repetir cotorrilmente palabras, frases, cláusulas, periodos, definiciones, axiomas, aforismos, enunciados y postulados más o menos aprendidos de memoria.» (OC, XIII, 54-55). Y, sin embargo, esta es una práctica general todavía en Puerto Rico. Puesto que una de las funciones medulares de la educación, según Hostos, es enseñar a pensar, el Maestro tuvo la anticipación del método dialéctico, del intercambio vivo en términos de preguntas y respuestas entre el maestro y el estudiante, de la discusión y de la conversación, tal como se ¡practica hoy en los Programas Especiales del Departa· mento de Instrucción Pública. Como parte de lo que él 'llamaba da refo~ re· dentora» concibió que la Universidad dejara de ser «órgano pasivo de la enseñanza profesional» -hoy se dice que su propósito es preparar servidores públicos- para convertirse en «organismo vivo de la cultura nacional... » (OC, XII, 167). ¡Qué contraste con la concepción de una crCasa de Estudios», indiferente e insensible a las preocupaciones, más hondas de nuestra patria y del mundo contemporá. neol Hostos se burla del profesor universitario que, según las palabras de Howerth, «no expresa jamás su opinión y hasta alardea de no tenerla... » El profesor universitario que, cuando tiene que afrontar una cuestión, le busca todos los pros y los contras y se queda inmóvil sin saber cómo o por qué deci· dirse.» (Palabras de Howerth, citadas por Hostos, OC, XIII, 47). De éstos conocemos muchos en Puerto Rico, sobre todo cuando se trata de problemas del país. Critica Hostos al catedrático universitario que da discursos o pronuncia conferencias para buscar aplausos, aunque tales discursos y conferen· cias crnunca han sido buenos para encontrar conocimientos.» (OC, XIII, 53). Para él es misión emi· nente de la Universidad enseñar a sus alumnos a formar verdad, «no a recibir verdad como se la dan.... (OC, XIII, 54). Es decir, una vez más, ense· ñar a pensar. De ahí que el concepto hostosiano de la educación sea raigalmente socrático. Como los maestros de la Grecia antigua, quiere Hostos que el proceso de la educación se cumpla en la integración armoniosa de todas las fuerzas de la personalidad: salud


tanto del cuerpo como del alma. Y ¿quién puede re· futar -su ideal de civilización que hoy, ante los pavo· rosos peligros que se ciernen sobre la humanidad, cobra mayor urgencia y relieve? Su énfasis sobre la libertad tanto del individuo como de la sociedad no ha podido ser invalidado. Su ideal de civilización no es otro que el de la armonía social: cooperación de todos los componentes del grupo para un sano equilibrio de la vida colectiva. Es un ideal de comprensión, de tolerancia y de auxilio mutuo. Rostos se sintió siempre movido por la fe de que la educación puede transformar y mejorar tanto al individuo ca· mo a la sociedad. Recordemos sus palabras: «Dadme la verdad, y os doy el mundo. Vosotros, sin la

verdad, destrozaréis el mundo, y yo, con la verdad, con sólo la verdad, tantas veces reconstruiré el mundo cuantas veces lo hayáis destrozado vosotros.• Hostos tuvo la visión profética de la encrucijada decisiva del siglo veinte, y así la expresó en los um. brales mismos de este siglo, con frase lapidaria: eqCivilización o muerte! •. Y la educación puede ser el factor que nos salve del desastre. Seamos capaces, como lo fue Rostos, de enfrentamos a los reac· cionarios, de combatir a las fuerzas de la ignoran. cia y del oscurantismo, de combatir por la libertad y la conciencia y de pensar audaz y creadoramente en aras de nobles ideales de personalidad humana, de patria y de civilización.

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Expos i(~i() n: L..s Artes PIl\sticas en Puerto Rico: 1955-1965

CON MO'rIVO bH LA CBI.EBRACldN DE SU D~CIl\lO ANIVERSA-

rio, el Inslituto de Cullura Puertorriquc:ña presentó una exposición de pintura. dibujo y escultura destinada a dar una idea del desarrollo obtenido en el país por las artes plásticas en el decenio 1955-1965. El esrucíLO c inlen.ís dc los propios artistas, la foro mación de un estado de conciencia que ha i¡Jo gestundo al coleccionista o compí..ldor de cuadros y escullurns, la actividad de un buen grupo de galeríus de " ..te" m.ecanismos que mueven la ·demanda y ofertu en este mercado- y el constante estímulo que a la producción artistica brindan diversas instituciones cultuídles públicas y privadas, se señalan entre las e.lusas del progreso y el desarrollo obtenidos. Ha de señalarse enlre Cl>tos oro ganismos al Ateneo Puertorriqueño, la Univcrsidad de Puerte Rico, el Museo de Arte de Ponce y el Inslituto de Cultura Puertorriqueña, creado en el uño 1955. Aparte' de su programa de exposiciones y concursos de arte, de la labor de sus talleres de escultura y artes gráficas, y de las becas que ha concedido, el Instituto ha venido laborando asiduamente en el programa de decoración de edificios y lugares públicos, obra que requiere la participación de muralistas y escultores. Unos 32 artistas concurrieron con sus obras a ~sta Exposición, que abrió sus puertas al público el 18 de noviembre de 1965. Ilustramos en estas páginas varios aspectos de la misma.

Majestad, Negra Grabado, por Rafael Tufiño

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Abstracto, por Rafael Colón Martlnez


Penelope, por Francisco Rodún

Niña de la Mariposa, por Augusto Marln

Aspecto de la E%posición

Paisaje de La Jurada


Noche lejos del Jauca por VIOLETA

LÓPEZ

SURJA

Iba a pensar tus cuencas esta noche, pedirte que me nazcas adherida a tus musgos, si soy en cuanto sueño este poco de algo, detenida ternura que me salva. Lluvia sol es tu esencia junco, guajana sepia, abrupto pedregal de pomarrosas. Despiértame perfume. Llévame toda en tus helechos, carro, hebras de lino, grotesco carro ileso. Si me hicieras estancia de pétalo resina hacia tu pozo leve que bebe en tu cascada, Iauca. Quiero verte y me cerca todo un riscal de alas . en fronda sin caminps, mis ventanas clavadas. Soy la pisada alicia si abro tu casa al aire en brasa de violetas por mi garganta tibia. Nunca supe de un río, me cercaron paredes de yedras sin quebrada. Si un río yo te diera sería una palabra. Mi inocencia en su tumba se enfría de gladiolas. Voy a veces a verla. Hoy no puedo cantarte, un cierzo despoblado me detiene y esta quietud que es prisa avanza en poros de tristeza. Te intradibujo a ratos con mis dedos caídos. 20


No pienso por vivirte y subo con mis ojos hasta tus piedras que caen en un vitral despedazado, gozoso de pestañas. Tu cáliz, pueblo cáliz a la 'sequía baja por mojarnos los pies con tu entraña. Es como si tocáramos la magia de mi tierra ignorada en su interna belleza. Salto hostial, madrugada Borinquen en tus brazos bautizada. En juncos hacia abajo las piedras consumadas, grisáceas de bam}:lúas sin recuerdo por tus flecos goteando se ablandan, Jauca si nadie te ha cantado deja que te recoja con terrones alisios hundiéndome en tus voces, tus apagadas voces hacia el canto. Quiero verte en mis pasos para que tú me lleves y contarte alegrías por dormir en tus aguas. Un sol terroso oscila sus verdes en la bruma. a.rota mi casa al aire, mis poemas sin techo con girasoles tuyos, transparentes de Utuado. Que en tus huestes resecas se enriquezcan mis huesos, cal violeta. Yo nunca tuve un río, créceme tú de agua. Moja al cielo de sombra para que nazcan pájaros. ¿Qué óleo de luciérnagas absorberá tu mundo? ¿Quién tallará tus luces en costados de aguja? ¿Qué poeta en tu entraña redimirá al silencio? Mientras tanto despiértame perfume si en mortajas de sol tu nombre se derrama al enterrarse. Ahora y en la hora de mi sangre, Jauca. 21


La Tinaja Antigua .41 brillallte letrado y escritor Manuel Rodrígue1. Ramos.

Por

yo

TENGO UN ALMA NOSTÁLGICA Y ESTAS COSAS DEL

pasado me obseden y atraen con la fuerza de un remanso. He contemplado con delectación melancólica una antigua tinaja, aprisionada en su rústko armazón de madera. Una de aquellas olvidadas tinajas que vi en asombro de mñez en el comedor reposado, amplio, claro, de la casa de mi abuela. y en la humosa cocina de doña Saturnina la de Caguas. La piedra 'musgosa en la parte superior, recubierta de un limo amoroso. El cóncavo labrado en medio. Colmado, rebosante, de agua de los cielos en con tinua dación, en ·infatigab1e oferencia. La gota se iba hinchiendo, palpitaba tréllllula, y cafa como perla derretida, en el OS'CW'O recinto, en la barriga adiposa, en el maternal regazo de la tinaja. Sonaba la gota ceremoniosa, suave, pausada. La sorbía con avidez aquella boca perennemente abierta, aquella garganta de barro transida de sed, en silenciosa espera, en consecuente súplica. Ese gotear sin descanso, isócrono, me traslada a otro tiempo neblinoso de recuerdos. El tieqtpo moroso y lento, del bazar de mi abuela en la calle Comería, de Bayamón. Gotereo sin prisa, sin apremio, sin afán de concluir, como demorado intencionalmente, en gozoso y plácido paladeo de los años, IC?s días, las horas, los minulos. Din. dan, din, dan, din. Marcando en 'ritmo solemne el correr de los dias. ¿Qué digo el correr? El andar, el pasear, del tiempo augusto. en su camino hacia la etemidad. Compás de otra época, quizá más tediosa, pero quién sabe si más proftmda y vivida. Una gota, .dos. tres, graves que parecfan fluir del tiwnpo suspendido, del mempo

ABELARDO DfAZ ALFARO

sin tiempo, que no ese sabe si avanza o vuelve atrás-o Hoy que los años avanzan procelosos, en vártigo de histeria, cómo añoro aquel palpitar sereno, interminable, de la añosa tinaja que se resistía a morir en su carcel de madera precaria. Una gota lenta. olra cansada, la atra ligeramente vivaz, que se fundían en el silencio augusto de la antigua ca· sona, con el tic-tac del reloj de péndulo que pre· sidía el conjunto de muebles de taJlada y olorosa caoba. de trenzada pajilla. Reloj patriarcal rigurosamente de luto, de esfera alba y jerárquica numeración latina. Con sus manecillas caladas, culmi· nando en flecha, que iba marcando, diciendo, el rodar del tiempo regulado por la constante oscila· ción de la lenteja, en un ir y. venir sin tregua, en vaivén incansable. como meciendo en su comba los años, los días, las horas, los minutos. Reloj que silenció misteriosamente el día que murió el abuelo. Se quedó plácidamente dormido sobre las sábanas de Uno bordadas. al realce, en hilos de oro y grana. En su cama alta, 4c hierro labrado, entre el chisporroteo leve de los cirios y el r.ezo apagado de las ancianas, que se fundfa allá al fondo del largo corredor con el silbo apacible de las reinitas en la benn~onada trinitaria y el gotear incesante de las piedras sobre la ánfora de barro. Péndulo de 'otra vida, de otra manera de- se!'~ pensar y soñar. Era como si la sintiéramos fluir gata a gota, lágrima a lágrima, del cántaro azul de los cielos. ¡Qué pura, qué limpia aqu~a agua, que COD el recipiente de higuera, arrancábamos del caudal inmóvil! Tenia un sabor distinto. a agua nunoro-



sa entre lajas violáceas y acunada entre uguindas» florecidas. La sorbíamos con avidez y fruición. Sosegaba la fatiga del andar, calmaba la garganta traspasada de sed, mitigaba el labio herido por la solana... y porque de los labios de mi padre. hombre de Dios hahía hcbidu de la linfa abundante y clara del hontanar biblku~ entendía el mensaje proft.!ndo del Maestro de los Huertos silenciosos al compa~ rar su evangelio con el agua que salta para vida eterna. Imagino, pudo ser, el agua arremansada, dócil, pen.umbrosa, de alguna cisterna '~ilenaria al aflorar a la lu~. a los bordes del brocal, ·reidora, deslumhmntc, cantarina, lo que le sugirió al dulce Rabí, la figura maravillosa, el t'TOpO magnífico ... Es...' gotear sín prisa, sin apremio, daba la sensadún de la hora demorada, cautelosa, tranquila, del discurril' consciente y perceptible del vivir. Ese fi i~lI' las horas, (;ontarlas, medirlas, le imprimían a la existencia, un sentido de continuidad, de plenitud, de cosa hilada amorósamell'te a la rueca sin tiempu de la eternidad... La vida parecía no depender tanto de la frágil vasija humana que aguardaba conf;iada la dádiva, como de la henchida y rebosante copa de los cielos que graciosamente la prodigaba... EJ"a un tiempo más en consonancia con el girar de lus astros, en la insondable esfera sideral, más en rilmo con la música inefable de lo Arcano. Tiempo ¡'cgulado por el Supremo Tinajero... Rujas Tollinchi, poeta de Yauco, con fina intui· ción de ungido del verso, comprende el místico predicamcnto de la tinaja. Prefiere ese tiempo sUlil, ccrnido, diáfano, que brota del cóncavo azul, pOnlsodc e~il'rellas...

",Noche y día se filtra, gota a gota, en la tinaja el aglla de la piedra, que el! el estrecllO abrazo de la hiedra, simula CIl verde nido, gris gaviota.» Iba envejeciendo la tinaja. La cubría una hiedra cariñosa y tierna, mientras las sienes d~ la abuela se iban poblando de madejas de plata como las quc hilaba su máquina de pedal, de alta rueda, que giraba al compás de las manecillas del reloj de ancha esfera.

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¿Por qué la abuela conservó tanto tiempo la tinaja? Ahora me lo exptico. El 'tiempo precisa contornos. Hace 'SUrgir de la neblina azul de la lejanía, Jos perfiles limpios, nítidos, de lo perdurable y apreciado, Los objetos, las cosas, adquieren a fuerza de cariño, de estar con ellas, una mística vigencia, una entrañable presencia. Se toman en sustancia misma de nuestro ser, en continuidad sensible de nuestra existencia. Los tiempos fueron cambiando. El ritmo de corazón de la.'vida, del reloj de péndulo en Ja pared de ladrillo, se fue acelerando, acelerando, hasta convertirse en 'tropel, en galope de años, de días. horas, en vertiginoso avance hacia la nada. Llegó el tiempo de la máquina. El hombre no podía escuchar ya más la gota persi'stente en el cántaro de barro, las manecillas del reloj fmg· mentar el tiempo, y sentir el pálpito generoso 'del corazón. en la cárcel del pecho. Din, don, din, don. Una dos, una dos. Se podían contar en las noches de insomnio. Era la tinaja, como el corazón alerta de la noche. El poeta parece conmovido con la hora dormida, con la hora casi estatuaria, que mueve la cuerda invisible del tiempo. uY gota a gota, la existencia mana ... Y vive en el tiempo sin memoria de la eternidad. Te he visto en la antigua cocina de ladrillo cocido, de hornillas de hierro, junto a la damajuana de barro esmerilada, las eSI..-udillas moradas, y la arrogante garrafa de pico, Y sentí que se removían en mi ·interior cosas ya muertas, dormidas, como el agua del aljibe con su enredadera de pasiona'rias. Pensé que debí haber vivido en otro tiempu, menos premioso, más pausado, más sereno, más en con· sonancia cun el ritmo de lo eterno. Tiempo de la c1cpsidra, del reloj de sol, del reloj de arena, del péndulo cadencioso y gnlvc, en la <Inusa pared de lad·rillo. ¿Acaso no mana la vida len lamente, guta a gota, hilo a hilo, de la piedra sin tiempo, ni memoria de la eternidad... ? La abuela reposa ahora para siempre bajo la sombra pensativa de los sauces. Su corazón se detuvo; como el bordonear de la gota en el recinto de arcilla... Y no sé por qué en estas noches de insomnio, de vértigo, quisiera poder escuchar como ayer, aquel din don. din don, nítido, adormecedor, sempiterno, de la gota volcándose en la tinaja, como se vuelca el tiempo inmutable en el cántaro de la vida...


La escultura del siglo

xvn en San Juan

de Puerto Rico Por

ARTURO

V.

DÁVILA

EL ASI'ECTO DE LOS TEMPLOS DE SAN JUAN EN EL

siglo XV] dista mucho de ser, naturalmente, el actual ni puede reconstruirse su interior por los escasos restos de imagineria, 'Piezas de ,plata o pintura que quedan todavía. El siglo XIX y sus preocupacion~s renovadoras barrieron en la segunda mitad de 'la centuria la mayor parte de los viejos retablos, desaparecieron a principios de este siglo las familias que cuidaban de las imágenes de v«.-s· tir o tallas de candelero y entre la polilla y el fue· go se consumió mucho de lo que había conseguido cnJzar intacto 'la ba.rrera del novecientos. Sin embargo, a pesar de las pérdidas que la· mentamos, quedan todavía 'Por estudiar y hacer conocer tanto entre entendidos como entre profa. nos, algunas piezas que por la nobleza del material en que fueron ejecutadas o por el culto que reciben, han resistido a todas las amenazas de destrucción. Descubrimos recientemente y publicamos con un estudio documentado una talla del Crucifijo del siglo XVI, existente en la Carolina y que es muy probablemente el Cristo original de los Ponces. Una nueva talla de Pasión enriquece el tesoro artístico de San Juan y viene a unirse a un conjunto expr-esivo de 'lo que fueron las manifestaciones de la piedad popula'r en la ciudad durante los tres primeros siglos hispánicos. Pero los hallazgos no han parado aquí. . Conocida de todos los que frecuentaban la Capilla del Hospital de la Concepción, colocada a los pies del templo, del lado de la epístola, quedó hasta los años cua enta y tantos perfectamente visible una escultura de Jesús Crucificado (mtu· ra: 1 m. por 24 m.) enclavada en una cruz de madera con cabezales, Inri, corona y clavos de plata. La desastrosa reforma que precedió a la colocación del retablo de 'la Beata Soledad Torres y Acosia, fundadora del Instituto de Siervas de Ma· ria, provocó o al menos coincidió con el traslado

Cristo de la Capilla de la Conccpc:iólI. Sil" hum

del Orucifijo al coro alto, 'Pen.li¿ndose materiai· mente de vista. Es la escultura una excelente mue!;· tra de escuela andaluza (¿Sevilla?) de fines del siglo XVI o primeros años del XVII, mostmndo en la soberbia anatomía de la caja torácícu así como en las piernas, la excelente gubia que le dio vida. La cabeza, entre -rasgos un tanto desmayado - por los retoques, recuerda la expresión del célebre Crucifijo del Perdón de la Sacristía de los Cálices de la Catedral de Sevilla, obra de Martínez Montañés (t 1649), aunque el relieve no resiste la comparación con el célebre encargo del canónigo Váz25


quez de Leca. Los brazos originales han debido padecer arreglos notables, que distáncian su factura poco vigorosa de la esmerada ejecución del tórax. La corona de espinas, a la manera de la empleada por los imagineros sevillanos -Monta· ñés, Juan de Mesa- a fines del XVI y principios del XVII, revela una preocupación erudita por re~ producir el aspecto supuesto del original. Es un entramado rugoso de troncos de arbusto espinario obtenido probablemente en su estado natural y colocado a manera de casco abierto. Distingue el carácter cinquecentista de esta escultura el rizo que desciende de la cabeza al pecho, particularmente cuidado y digno de un autor nada vulgar. La cruz original se perdió, como tampoco conser· vó la suya la imagen Hamada de los Ponces en la Iglesia de San José. De haberse conservado -cosa harto difícil en nuestro clima- probable. mente tuvo el aspecto de tronco rústico sangrado, como lo tienen aún las piezas similares de imagi· nería sevillana de .)a época. ¿Cómo llegó esta imagen a 'la ennita de la Concepción? Ayunos de documentación del si· glo XVI en su archivo, creemos que a falta de ella, puede aplicársele con las debidas reserva~ el texto siguiente de Torres Vargas en su Memoria; «El Gohernador don Agustín de Silva, en lo!> seis meses no cabales que vivió hizo a sus espen· sas en el hospital de Nuestra Señora de la Concepción, dos altares colaterales al de' Nuestra Senora, y cn el IlllO colocó un Santo Cristo muy devotu que illdccente estaba en la Sacristía y en el otro a Senara Santa Catalina mártir, de quien era muy devuto... lO (1) Por tenninar en breve este veterano de Flandes la carrera de su vida, no hay duda en cuanto a la fecha de colocación de los altares, pues don Agustín de Silva tomó posesión del gobierno de junio a julio de 1641, y falleció antes de los ~eis meses (2). Contamos ya con una fecha tope paTa la llegada de la imagen, anterior a la cuarta década del siglo XVII. conforme con lo que nos dice el estilo de la 'talla sobre el tiempo en que fue 'labrada. Una laguna documental apreciable --desde mediados del siglo XVII hasta principios del XIX- nos impide afirmar por ahora que el texto de Torres Vargas y la imagen hoy existente coinciden rigurosamente. Sin embargo, no deja de ser significativo que en las notas del primer libro de cuentas conservado en el Hospital, correspondientes al año de 1804, se menciona el altar e imagen de Jesús con relativa frecuencia. F.n diciem~ de 1805 se

dice haber empleado tres varas de linó en una toalla o paño de pureza para la imagen, cinco varas de encaje para guarnecel"la y dos varas de cinta para el lazo. Al mismo tiempo se compra una pieza de encajes para los manteles del altar de Jesús, una toalla y dos cornu altaris de estopilla, con guarnición de catatumba (3). La imagen se hallaba; al parecer, velada, costumbre de la época y medio eficaz para librar la encarnación del polvo y el reverbero del 501. En efecto, en la Se, mana Santa de 1806 se emplearon doce Hbras de cera para las estaciones y mallifestar a Jesús Cru· cificado. Y en la del año siguiente (1807), se cm· pican las mismas doce «para alumbrar a Jes,;s, el JlIeves SalllOlt. En 1806 era 'Su altar uno de los principales de la ermita, pues se pagan al Maestro Marcelo de Figucroa doce pesos por dos peanas, una para San Benito Abad y otra para Santa Catalina, «que están e,! el altar de. Je.nis-, encargándose de su pintura el maestro Miguel Campeche, por-la suma de ocho pesos. Para esas fechas había desaparecido el altar de Santa Catalina, 'cuyo retablo costó a don Agus-

3. Libro de r:opia de fas cuenlas de urro 'Y data del Hospital IIe Caridad, 'Y su Ermita de Nuestra Sellora de la Concel'd6n. , de los Autos que sobre ellas se dicten. Ms., 118 folios numerados. Archivo del Hospital de la Concepción. 'San Juan de Puerto Rico.

l. Tapia y Rlver.l, Alejandro: Biblioteca HistdrlCd de PuerlO Rico, segunda edición. San JUlln, 1943, página 498. 2. Gonzálcz Gorda, Sebastián: Notas sobre el ¡oblemo y los R0bernadores de Puerto Rico en el siglo XVII. Hisloria. Puerto Rico, 1962. pág. 74.

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Cristo de la Ermita de la Concepción. San Juan de Puerto Rico. Detalle.


lín de Silva seiscientos ducados, según TOITes Vargas, y ]a ~magen que recibía más culto junto con la de ]a Concepción, era por lo visto la del Cruci· ficado.. Los documentos del Archivo de la Concepción callan otras noticias 'sobre ]a talla que nos ocupa. Parece evidente que ,la imagen es la misma a que se refieren las cuentas de cargo y data que mencionamos. Las Siervas de Maria, encargadas del Has· pital desde 1886 encontraron ya la imagen a su llegada y como por su estilo demuestra una antigüedad coincidente con el dato transmitido por el canónigo Torres Vargas, salvo hallazgos documen· tales imprevisibles en contrario, podemos afinnar que se trata de la misma. Es el único recuerdo que nos queda, Junto con una que otra pieza de plata, de las esculturas y a]hajas de la vieja ermi· tao Si se encontraba en la iglesia en los últimos años del siglo XVI, la vieron los Beatos Jerónimo de Angelis y Carlos de Spinola, en su visita de 1597. y sin duda la encontró allí el venerable Fray Junípero Serra, en 1749, a su paso por Puerto Rico. Esperamos que la 'refornla 'litúrgica promovida por el ConcIlio Vaticano II permita apreciar al 'pueblo tan buena escultura en el T 'sbitcrio de la ermita, donde 'sea vilSible a todos. La imagen de la Candelaria del Santo Domingo

Convento

de

Nos ocupamos ahora no de una talla completa, siquiera retocada y con añadidos o sustituciones posteriores, como es el Cristo de la ConCL"Pc1ún, sino del resto de un grupo -Virgen y Niño- llamado de Nuestra Señora de la Candelaria, que hasta este siglo recibió culto en la antigua iglesia de Santo Tomás. De ella dice Torres Vargas en su memorial lo si'guientc: «También Ilay otra imagen más nueva, de bulto, que se trajo ha treinta y cuatro años de Sevilla, que es de la advocación de Nuestra Señora de Candelaria y estando el nal'ío para quedarse en aquella flota por la mucha agua que Ilacía, así como entró la imagen Santísima, estancó el agua y hiz.o el viaje hasta esta Ciudad sin 11acer ninguna y etl ella ha obrado muchos milagros•.. ,. (4) .

lmllge,t lid N/lío Je1rlls de la Virgen de la Call/lclaria. 19lesia de San José. San Juan.

El canónigo de la Catedral portorricense menpor su valor taumatúrgico, como imagen de culto. La fecha bas.tante precisa. ubica su llegada en la primera década del siglo XVII, correspondiendo la obra a un taller sevillano, por mención

expresa del mismo cronista. Su fama milagrosa decae en la centuria siguiente, pues no la meno ciona Miyares en sus noticias, a pesar de 9U preocupación por ·recoger esta clase de prestigios, medio simplista para su tiempo. En el inventario de 1858, redactado al entregarse la iglesia a ]os padres jesuitas, el altar de la Candelaria parece ubicado cerca de la puerta que da a la plaza, donde hoy se encuentra la imagen de Santa Teresa de Lí· sieux (5). Allí se encont,raba ]a talla de la Candelaria hasta que fue retirada del culto y consumida por el fuego en los años veinte de este siglo. Según noticias fid~ignas 'la imagen era de las

4. Tapia y Rivera, Alejandro: Bibliotl:ca Histdrica de Puerto Rico, I.e:.

5. Acta de In enlreg:¡ de la Ig!esln de Sanlo Domingo, h«ha por el P. Fr. Joaquln dI! Aldea a los P.P. de In Compaftla de Jesús. Año de 1858. Archivo Eclesiástico. Varios.

cion~

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llamadas de candelero o de vestir, reducida la figu. ra al t'ronco, cabeza y brazos, datos que parecen eliminar la posibilidad que se tratara de la mi-sma mencionada por Torres Vargas. Bsta dificultad aparente se resuelve al tener en cuenta que una ima· gen contemporánea' 'llegada a nuestros días y que estudiamos en estas páginas: 'la de San José, de las Madres Carmelitas, regalo del maestre de cam· po don Diego de Aguilera y Gamboa en 1651, fue odesbastada y mutilada para convertirla en figura pe vestir posteriormente, lo que pudo ocurrir pero fectamente con aquella de que -tratamos. Cuanto queda del grupo es la imagen mutilada del Niño Jesús, que tendrá a lo sumo unos 24 cm. de alto. La fotografía que reproducimos permite observar el énfasis en la musculatura, propio de la escultura sevillana de fines del siglo XVI y princi. pios del XVII, mientras la frente, algo abombada y los tres pompones de cabello a manera de potencias relacionan la imagen con los Niños montañe· sinos. Hace años sabíamos que la pieza mencionada se había salvado de 'la hoguera y en el curso del año 1962 encontramos en un cajón de la sacristía, junto a otras imágenes sin valor, esta que indudablemente lo tiene. (6) Bajo la frente amplia que ex· presa majestad, Se abren los ojos cargados de triste· za, característicos de los Niños de Martínez Monta· ñés, que tanto ha ponderado Germain Bazin. (7) El resplandor de picos o rayos -de plata que figura en estas páginas, es, según parece, el exvoto humilde de una tal Candelaria Heraso a la imagen y el último -recuerdo de su fama milagrosa, cele· brada por Torres Vargas. Contemporáneas de esta imagen son las dos de San FeUpe y Santiago que ejecutó en 1610 el imaginero sevlillano BIas Hernández Bello, por orden del Gobernador don Gabriel de Rojas Páramo, pero de las que tan sólo nos queda esta escueta no-· tlicia. (8) Mientras preparábamos estas notas, el examen de algunas fotografías de las obras de Montañés, en concreto el San Pedro de Jerez y el San Bruno de Sevilla (Museo), nos hicieron pensar en una de las tallas existentes en el Museo de Porta Coeli de San Germán. un San Vicente Fet1reT (1'23 cm.) que procedente, según tradición, de la antigua iglesia de los Padres Dominicos de San Juan, pasó a la palIToquial de la Santa Cruz de Bayamón, a principios de este siglo, cuando tomaron posesión de ella 10s dominicos batavos. En el inventario de

6. Por notida verbal de don Enrique T. lJI.llll:o. comunicada en el curso del ailo 1956, sablamos de la conserv:od.in de esta pieza_ 7. Bazin. Germain: Le Visage de la Míocrl\:orde.. Le. oeur. Etudes Cllrmélitllines. Dcsclée de llrouwer, 1950. Pp. 3Z9-339. 11. Angulo lñlgue.t, Diego: Historia del Arte H"PlllltJlJlIlJ:r;~llrllj T. n, página 267.

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1858 anteriormente citado figura una imagen del mismo santo, en altar, en 'los términos siguientes:

«El de San Vicente Ferrer con La Imagen del Santo. Está a cargo de los Señores Agrisones.• Las calidades de esta expresiva cabeza, con la rizada corona poblada de cabellos de la tonsura monacal, la mano izquierda, que sostiene el libro con violencia contenida y el tratamiento dado a los paños del hábito, en particular a los pliegues de las bocamangas, nos colocan ante una gubia excepcional, y dentro del margen de conjeturas que la ausencia de documentos permite, nos sugiere la atribución de esta pieza al taller montañesino, o al menos de algún maestro sevillano del primer tercio del siglo XVII, tal vez ese Martín de Andújar, autor en 1632 del 'San Cri'stóbal de la Catedral de La Habana, cuya cabellera se acerca tanto en fac· lura a la de nuestro San Vicente (9). Debió sufrir algunas mutilaciones en la parte poslerior, pues suena a hueco en algunas parles, y la capa parece claramente recompuesta. Extraña, sobre todo, la total ausencia de policromía, y estofado en los hábitos, pues a la vista se aprecia que la pinlura que hoy los cubre es casi de estas fechas. Un examen de la madera permitirá determinar el tipo empleado y aumentar las escasísimas noticias quo sobre esta imagen elCisten. Puerto Rico contó seguramente, si bien dcsapa·

9 AIlllUlu ¡¡;¡IlU'-.I, ni",:u O,,, ¡hid.. pass 260·"7 1',11., 1.. tul(l¡!ralía ele 1~ cuh"la ~'er 1.. lisur.. 219 en la p"¡p"a 2(~ de 1" mi.uUl uhra " huuu,

Resplandor de picas de la imagen de la Candelaria. Iglesia de San Jose. San Juan.


recida hoy, con una obra de Juan Martínez Montañés. En esta ocasión, la constancia documental existe y la pieza no. En Ja Ga'Zette des Beaux-Arts de febrero de 1960, Beatricc Gilman Proske, publicó un trabajo titulado: Juan Martínez Monta1iés, a commissioll tor Santo Domingo (10). Entre los manuscritos de la biblioteca de la Hispal1ic Society de Nueva York, encontró la autora las cuentas de una considerable cantidad de obsequios re· gios para las iglesias de Indias, consistentes en tabernáculos o sagrarios para reservar la Eucaris· tía, -desde tiempos de Felipe JI hasta los iniciales de Felipe 111. Allí aparece junto a los concedidos a otros monasterios pobres del Orden de Predicadores ~I de La Habana y el de la ·isla Margarita-, un tabel1náculo destinado al monasterio de Santo Tomás de San Juan de Puerto Rico. Las rea· les órdenes respectivas, con fecha 3 de septiembre y 17 de octubre de 1605, \Se ejecutaron rápidamen·te, pues t.'1 contratu con Martínez Montañés se fecha enlre una y otra, el diez de octubre. Los embarques se efectuaron en el curso del sigU'ienle año, siendo de supo;1er que el sagrario 'indicado pasó junto con el de la isla Marga-rita al galeón Santa Cru7.. I..'n la flota al mando de don Jerónimo de Portug411 .v Córdoba. Era el tabernáculo de tamaño mediano, su costo de cien ducados según los do· cum.:nto.., ya juzgar por la descripción de los orden~\dtl~ en 1604 para conventos franciscanos de la Nue\'a Granada, debía ten~r seis palmos y medio de alto. Probablemente ornaba su puerta algún rclicvL' dL'] Niño Jesús o la representación de un A~I/I¡s Dei, como en el .de la Parroquial de San Lo· renzo de Sevilla, guarnecido por una moldura con g.lIloncs. Cuatro columnas dóricas, colocadas conI rn pilast ras sin base ni capitel, constituían los elcm.:ntos ,'xentos decoratÍ\Too; dcl primer cuerpo en lus sagrarios -indicados y en el segundo una base rectangular decorada con mutilas, .coronada por una comisa con su plinto en que se asentaba la cúpula. La descripción que copiamos pcnnite hacerse una idea apl"Oximada de la pieza de que tratamos. Entre las tallas del -siglo XVl1 que hemos meno cionado ha quedado una tan sólo -la más reciente, al menos por la fecha de su aparición- que ha conservado su documentación y en tomo a la cual cX'isle una lradición sólida. Es la imagen de San José, que Ifccibió culto en el convento de las Ma· dres Carmelitas en San Juan desde las fechas de la fundación y desbastada bárbarament<: en año~ posteriores 'Para vestirla con moarés y brelañas .1

(;illllbh 1"IJ~kc, Il.,..url·c JU:III Marl/llcr. MOlllañé._. n um· 1lIÍ>~ltlll ... r S 1I1u I)cUlIill~u Reprilllc" lrum lhe GI1:elle ele.. 1I<'lltlt· A"., l~hnJaT\' 1960 by .Th" lIisl',mic Sudety "r America'. N".v Yu..k. 1~/'oI.1. 11'

la moda de la época, se conserva todavía en el locutorio del Monasterio. En el primer inventario fechado el 15 de julio de 1653, encabeza la relación de lo pel'tcneciente a iglesia y sacristía en los t~rminos que siguen: ..Primeramente en el Alta,. Mayor la Imagen del Señor San Joseplt de taUa elltera eOIl el Niij() Jesús, que dio de /illto.ma el Maestro de Campo Dn. Diego de Aguílera )' Gambaa GOI'énlado,. .v Capitán General de esta Ciudad... (1l)

La Identificación y la fecha no pueden ser más claras, Vinculado poco después a la poderosa fa. milia de los Menéndez de Valdés -por su matrimo· nio con doña Elena -10 de septiembre del mismo año- prima de la fundadora del monasterio, Sor Ana de Jesús, el soldado de Flandes no podía menos que obsequiar la imagen del titular de la fundación. De la primitiva figura apenas qucilil una cabeza basta, estropeada por numerusos re· pintes -sucesivos y los pies, que 'Prohahlemcnle tampoco 'Son los primeros. Sólo la gmcios¡\ figura del Niño, a quien no alcanzaron los cortes que de lal fOl"ma reduj~ron al Santo, puede ayudarnos a fechar aproximadamenle la pieza. Si 1ue un en· cargo d~ don Diego de Aguilera, debió ejecutarla un imaginero arcai.... ante y sin duda americano. pues el juego de los paños sabe más bien a fac tura del siglo XVI que a mediadus de la centuria posterior. La cabecila, vuelta en torsión ingenua hacia atrás, buscando la mirada de San José, coloca al grupo dentro ·de la sel'ic icónica de los primeros pasus de J sUs, tan frecuente desde el siglo XIV en la representación de los misterios de la Santa Infancia. La ejecución de la pieza ·no es ni mucho )TI ' . nos esmerada. Dos toscas espigas sujetan el -tronco a Jos pies, de los que sabemos que no son los originales y la superficie inferior no ha sido labra· da, sino que permanece sin puli-r, en el estado en que fue cortada y ensamblada la pie7.a. El curioso estofado en forma de hoja d'e acanto parece bastante antiguo y al raspar en algunos puntos ha aparecido inmediatamente la madera, señal de que o es el original o se quitó el primero o primoros para la aplicación del presente. ¿Quién es el 'imaginero ejecutor del grupo? No existen noticias hasta el momento sobre la presen·

11, In\'Cntariu de Orn:lIncn!u., y 1<> <lcmá. I'cI1cnedcIIle a IlIle.in \- Sa< hd,ti:. en 15 <lc Juhu <le 1653 años, Iln: U/"" "11 que ..e ('1m· ;h.."el1 '"'~. Re'alC!\ (;du/,~"; .lc' .'t .\1.. etc IJCrttlisu para la cr~rcir~" }~ IUlldlJcuiu dd (tm,·en'., ./1 R,~II~I.uus dLI Seno,. S. Jw"~,,lr ./e IIJ "'l:uifJr uh.'c·t,'utl"a de! 11 ~t ti del CGrnu·u "'O(d:.adll'i ,',' f'~/fl C,tlda'" d.! S Juan d~ JlI'" ,'u HIn> IUrlJudCj 4J. /t1 ... lulJf..'i".... de !J.,,,~~ "'Ul t.1 l,a,uch • •-jada l/fW 11t:1 f·"'JlIlcln ¡'edro dl' \';Ilulc! IL,'~H'·l·,J(.

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~ . .II"'JI" "rolc.•a que (,w ~",-/, .17M. Folio 52 vuchu_ Archivu del MUII:lsleriu de las Carmelilas. San Juan.

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cla de maestros escultores en Puerto Rico a :rIlf> diados del siglo XVII. Una muy tardía, de 1690, nos revela la existencia de un escultor por aquellas fechas en el Castillo de Araya, en Cwnaná (12) lugar con el que no Tesultaba difícil la comunicación des'de Puerto Rico, mencionado con ocasión del situado en los documentos del siglo XVII. Pero no hay por qué suponer imposible la existencia de algún dmaginero en San Juan. Cuando el es tu.dio de la escultura en América amplie el margen de conocimientos en esta materia, puede que aparezcan talleres en las Antillas que nos permitan una atribución más aproximada. La imagen del Santo se vio adornada durante los siglos XVIII y XIX con toda clase de alhajas, entre ellas una corona real cubierta de oro, un ramo de azucenas tembladeras y un ceñidor del mismo metal con piedras preciosas, hoy desapareo cido. Por la cuenta que presenta al Mayordomo del monasterio el maestro carpintero Felipe Laza en 23 de marzo de 1810, nos consta que los pies y los dedos del Niño fueron renovados en aquella ocasión y que el cuerpo del santo fue recompuesto al mismo tiempo. El maestro Miguel Campeche barnizó y doró ambas figuras (13). La altura actual de la imagen (1 metro 58 cm.), debe sobrepasar -ligeramente la original, 'pues en la recomposición· de urgencia que lo libró de desaparecer, ha quedado algo desproporcionado respecto a las dimensiones del Niño, que mide solamente 76 centímetros. Probablemente obedezca este efecto a la ri· gidez frontal que lo deforma desde que ca-rece tanto del cuerpo primitivo como del movimiento que debieron imprimir a su silueta las telas ricas con que se le vestía. En Puerto Rico no existe 12. MIIr.llcs Padre'm, Francb(.. ~ TlÍnídad en el . illlll ~VII, "n: Atlllarí" dI! Es/udio" Amer "lJtl"~, Turnu XVII. Sevilla. 1%0. I'1ÍII_ JJ. 13. Dávila, Arluro: José Campeche y sus hennnnus en el Cunvento de las Carmelitas. Revista dI!/ 111./í/rtlo de Cu/lura l'uulOrriqul!' ña. Enero·marzo, 1959, núm. 2, páginas 12-17.

JO

mejor ejemplo de las consecuencias de las muti· laciones que ,sufrieron las imágenes de talla con el propósito de vestirlas, que este enigmático maniquí. Podríamos extendemos sobre el tema, tan abundante en América, de la iconografía inmaculista, pero preferimos dejarlo para otro trabajo por requerir la inclusión del siglo XVIII. En la documentación del siglo XVII se hallan todavía algunas alusiones a imágenes existentes en San Juan, hechas con toda probabiHdad en aquella centuria. Son, por lo visto, tallas ,procesionales que recorrían las calles de la ciudad en los días de la Semana Mayor. En carta al Rey de 10 de diciembre de 1684, don Francisco Mcnéndez de Valdés, mayordomo de la Cofradía de Animas, dice que los cofrades sacan el Miércoles Santo el paso de Jesús Nazareno ca quien sigue la devoción

cristiana en procesión con cruces 11aciendo penitencia» (14). Don Gaspar Martínez de Andino, en otra carta a S. M. del S de mayo de 1691, menciona como existentes en la Capilla de la Virgen de la Soledad de la iglesia de Santo Domingo los altares que él mandó erigir de la Virgen de Gloria y del Resucitado, imágenes que seguramente se empleaban en la procesión del Encuent'ro, que todavía ;.Se celebra en nuestros pueblos en la mañana del día de Pascua (1S). La pobreza de noNcías 'Sobre nuestro siglo XVII, más hija de un olvido sistemático y de un cliché de miseria, que de -la ausencia real de material de investigación, queda al menos salvada en el aspecto que estudiamos con estas notas, que r~velan algo más de lo que comúnmente se creía conocer. 14. Archivo Gene",1 de ludias. &villa. Sun'o Domingo, legajo 171. Ram" 4. Ailos 1669·95, 15. A. G. l., Sanlo Dominllo, lcgajo 159. Ramo (r. Años ICI9O-91. Los dalos que corresponden n la nuln número 14 y n !!SIn se han oblenido del fichero de documenlos del Archivo de Indias aistlCD~ en el Instituto de Cullur.l Puerluniqucful.


Página... de Nue..,tru Literatura

La Gallera* Por

pUEDB PASAR UN

PUI!lJI.O

DE LA

ISLA

DE

PUERTO

Ricu sin espectáculos públicos de toda clase, y si fuera preciso sin alcaldc, regidor, ni nadic que gobernase en él; pcro jamás pasaría sin un ranchón grande, cubierto de teja yagua o paja, en cuyo centro hay un circulo dc ocho a diez pasos de diámetro formado de tablas, con una gradería alrededor, hecha dc lo mismo. Cuando se trata de fundar una nueva .población no es extra· ño ver ·que aparece estc edilicio mucho antes q.ue la iglesia, y en no pocus parajes en que el número de casas de campo es crecido, es landa a alguna distancia de los pueblos, se ve también que le hay, si bien falta una ermita o capilla. Esta entidad que preside en todas partes, esta uvam:ada de la creación de nuevas sucicdades en sitios hasta en lances inhabitados, este lugar al parecer de un culto idó' latra, es la Gallera. Examinaremos en esta cscena su objeto e influencia moral, y dc aquí la necesidad de hablar primcro de los gallos, los galleros y los jugadores, como act~res principales, y después, de las peleas, desafíos, etc. El gallo, animal célebre desde la más remota antigüedad, ídolo de algunas religiones, y de cuyo canto se valió nuestro Redentor para recordar a uno de sus discípulos su pecado, en ninguna parte es tan querido como en las Antillas; hay una clase sobre todo, Uamada gallo inglés, que es el compañero inseparable del gíbaro. Antes de salir del cascarón, ya se ha cuidado <le legitimar su origen, poniendo a la madre en la imposibilidad de ser infiel: un platanal, un bos· que u otro sitio apartado, es el teatro de los di· chosos amores del sultán, que después de haber muerto en el combate a su ·terrible adversario, viene cubierto de honrosas cicatrices a reinar en medio de sus odaliscas. De allí es trasladada la • De El Glb4tO.

MANUEL

A.

AI.ONSO

clueca, y su nido se coloca en la casa en el sitio más a propósito, cuidasela con mucho esmero, y el día en que sale rodeada de sus polluelos es un día de gozo para la familia. Empiezan entonces las discusiones sobre el scxo, color y demás cualidades; los amigos y conocidos averiguan los gradus de parentesco que tienen los recién nacidos con los gallos de más nombre de todos los pueblos cercanos; recorriendo las líneas colaterales, con más afán, que un hidalgo pobre que desea acercarse a un título de Castilla. Hechas de este modo las debidas averiguaciones, conserva el dueño en su mente la ejecutoria, y los gallos van creciendo hasta dejar la madre; en lances es el momento de separarlos dejando las hembras en casa y poniendo los machos en otro sitio, lo cual no es de tan poca importancia como pudiera parecer; los gíbaros saben muy bien que un terreno en que los animalitos pueden escarbar, fortalece mucho sus patas y su pico; así como el criarse en el bosque les hace más vigorosos en el vuelo; circunstancias no despreciables, puesto que de ellas depende más adelante la probabilidad de la victoria. Es también de notar el cuidado que tiene todo criador inteligente en impedir que se mezcle con los pollos, cuando son ya crecidos, alguna gallina; porque reñirían hasta matarse; y si por una casualidad no sucediera así, perderían mucha pujanza, siendo más débiles en el combate; cada día les muda la comida y el agua, cuando no la -hay en el criadero, y se asegura muy a menudo del estado de la salud de los futuros gladiadores. Estos cuidados duran año y medio o dos, hasta que entran en la escuela práctica, bajo la dirección del gaJlero; éste es un hombre blanco, negro, o mulato, gordo o flaco, alto o pequeño, por lo regular de alguna edad, que es capaz, por su mucho conocimiento en la materia y por su acrisolada pa31


ciencia, de instruir a un gallo, sacando todo el partido posible de las disposiciones que presenta, desconocidas a los profanos en el arte; mal¡ que para él son el objeto de un estudio continuo. Debe además ser vir probus en toda la extensión de la pa· labra, pues a su rectitud se fian grandes sumas, como veremos después. Hacerse cargo de la completa filiación de su pupilo es la primera diligencia del gallero, que en dos minutos sabe si aquél es rubio, giro, pinto, cenizo, canagiiey, gallina, ala de mosca, jabao, blanco o negro, si es pava, rosón o guilleo,' si es patio negro, pati-amarillo o pati·lJlanco, si es cinquefío, bajo o alto de espuelas, si tiene la canilla larga o corta, o si es largo o al/ellO de cuerpo, si aletea con fuerza, si tiene la pluma madura, etc.; no olvidándose nunca de oírlo cantar. para conocerlo después por ]41 madrugada; y es tal la habilidad de aquellos hombres. que entre centenares de gallos que cuidan y aCQl/diciollal/, conocen a cada uno por el canto, sin que se engrlñcn jamás. Desde este día. hasta aquel en que está en disposición de jllgarse, pasa el gallo por una serie de pruebas )' ejercicios continuos, sujeto siempre a un régimen severo, todo lo cual reunido forma ]0 que se llama darle condición; o. lo que es 10 mismo. ponerle en disposición de reñir con las mayo· res ventajas posibles de su parte. CÓl'tale el gallero la cresta y las barbas, le pela con unas tijeras el pescuezo y la parte posterior del cuerpo. le re· corta la cola a unos cuatro traveses de dedo de la mbadilla. y lo mismo hace con la punta de las plumas del ala; le pone una cabulla por sobre la es· puela para que no pueda soltarse, ni le oprima la pata; teniendo cuidado de mudarla de una a otra, y le coloca en el lugar que debe ocupar en una casa grande, alquilada expresamente, y que toda está llena de gallos atados, de modo que no puedan alcanzarse, a un clavo fijo en las tablas del piso, o encerrados en jaulas grandes de madera, con su división para cada uno. Al salir el sol los sacan al corral o frente de la casa, atando a cada uno en su estaca clavada en tierra, para que puedan escarbar; antes de esto lo Tosían con buches de agua y aguardiente, y los tienen allí hasta las diez o las once de la mañana. Por la tarde vuelven a sacarlos, y al ponerse el sol les dan el maíz y cl agua graduados según su peso y el n~~ultado de la última prueba. Estas pruebas son las botas y los coleas; las primeras ~un~isten en echar a reñir dos gallos de igual Pl:1W, con las espuelas emboladas, o envueltas en trapo u p.lpcl de estraza, de SUCl-tc que nu puedan d<liiarsc: el ~t111cro obsel'va atentamente a cada uno, si pelea alto u bajo, si pica a la cabeza, al pesCUI!ZO. al buche, a la caheza del ala o dcbajo de ella. I>i es de carrera. si juega la calJe~(l. si pelea ele

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afuera o apec1mga, si ellgrilla o voltea, etc.; y según lo que nota, coje a uno de ellos en la mano y le maneja delante del otro con tal habilidad que, siguiendo éste sus movimientos, se acostumbra a pelear, corrigiendo sus defectos. Esto es lo que se Uama coleo. Si el 'gallo se cansa en estos ensayos por exceso de gordura, se le rebaja la ración diaria, y si está débil, se le aumenta; habiendo tal variedad, que unos pelean mejor estando gordos, y otros estando flacos, de lo cual resultan su división en gallos a la vista, y gallos al saco. El gallo que pelea bien 'teniendo muchas carnes, bajo de patas. ancho de cuerpo, y que puesto de pie no eleva mucho la cabeza, debe jugarse a la vista; esto es, comparándole al descubierto con su adversario; cuando el que pelea bien con pocas carnes es alto de patas, largo de cuerpo y tiene la cabeza alta. debe jugarse al saco, esto cs, equili· brándole en una balanza con su competidor .dentro dc dos sacos que pesen lo mismo. . Cuando el gallo está acolldido'lQdo, lo cual se conoce por las botas y coleas y por el hermoso color rojo de su cuello y de la pal-te postcrior del cuerpo, se lleva a la gallera para jllgarLo con má$ o menos dinero, según las cualidades que ha rnani~ festado: y aquí es muy interesan te el papel de gallero que, durante la riña se Harna colcador,' casa la pelea conforme a las r~glas establecidas, salvo algunas ligeras modificaciones, como el enseñar la cabeza del gallo, para conocer por la cicatriz dc la cresta, si los dos son de una edad. el medir las espuelas. el dar en el peso alguna media onza de wntaja, etc.; y hecho esto, Los agusall, los rusían y si ey dia es abansao Les dall tres o cuatro granos De maíz medio mascaD.

Recortan además las alas. según la estatura del contrario y el pelear de su gallo. entrando ufanos en la valla o taLanquera; retirase la gente que hay en ella, y puestos en el centro los acercan. teniéndolos en las manos hasta que sc pican. y separándolos después los sueltan; dejando a cada uno sobre una de las dos rayas paralelas Jll!chas en tie· rra on algunos palmos de intermedio. Empieza entonces la riña, durante la cual los calcadores están fuera de la talanquera o Jiangotaos junto a ella. No hay palabras para pintar la fiereza de aquellos animales: al principio no llegan a picarse, sino que se hieren al vuelo; a estos primeros golpes es a los que llaman tiros bolaos; pero no tardan en va dar, y c.lda picolazo va seguido de una p"íiala. da, que el contrario evita con destreza, o recibe con heroico valor; sus cuerpos se cubren de san·


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y polvo, pierden la vista, y apenas pueden tenerse; llegando muchas veces a quedar después de algunas horas rendidos de fatiga, sin que ningunu de los dos haya vencido: a esto se llama ell/{¡blar la pelea; al ras huye uno, II}uere o queda fUera de cumbate, siendo el otro veñcedor. Hay gallos que tienen golpes favoritos; tales cumo picar a la cabeza del ala, clavando la espuela debaju de clla, dan en el yunque, que así llaman a la nuca, elc. La carrera es también un grandísimo rccurso; los hay que corren alrededor de la valla delante del contrario, que si no tiene también esta cualidad se cansa persiguiéndolos, y entonces es vencido fácilmente; llegando algunos a tanto, que, si conocen desventaja por su parte, se detienen sin correr, hasta que el airo vuelve a seguir riñendo. El ojo de lince del coleador sigue todos los movimientos de su gallo, mientras que los espectadores de las gradas publican en aIta voz la cantidad que quieren apostar a su favor, y le animan con Jas exclamaciones más originales: Pica gayo, ellgriya jira, Mueide al ala rellegao, Juy que pwialóll de baca, etc.

que se repiten a cada nuevo encuentro. Cuando los combatientes dejan por un momento de lidiar se da un careo, los cojen los caleadores, los limpian chupando la sangre de todo el pescuezo, examinan sus miembros; y con estos cuidados les vuelven a veces la vísta y los reaniman para volver a la reyerta. Un número determinado de careos sin que ninguno de los combatientes embista al otro entabla la pelea. Con 10 dicho se tendrá una idea del objeto de la gallera; pero no sería muy completa, sin añadir algo que venga a confirmar 10 establecido al comenzar este artículo: bastará decir, que muy raro es el gibara que no cría gallos de buena casta, que, muchos pasan todo el oomingo en la gallera, y que

algunos vuelven a su casa por la noche, sin llevar la carne que habían ido a comprar al pueblo para toda la semana siguiente, porque les tentó algún pati-amarillo o coli-blanco; mas ¿a qué detenernos en otras cosas, cuando una simple relación de un desafío basta y sobra a nuestro propósito? Los desafíos, que no son más que la reunión en un pueblo de los gallos más famosos de muchos de los circunvecinos, se anuncian con grande un licipación, y se verifican en dfas señalados. Algunos antes empiezan a llegar los campeones, conducidos con grandísimo cuidado: un hombre lleva una vara al hombro, y de ella penden cuatro, seis u ocho gallos, en su saco cada uno; así son trasladados hasta ocho y diez leguas de distancia, LIega por fin el dfa deseado: toda la población se inunda de gente, una gran parte de la cual no tiene otro objeto que ver jugar un gallo conocido y para esto ha hecho a pie muchas horas de camino. En la [,e/ea se sigue las mismas reglas que en los casos ordinarios, con la única diferencia que se atraviesan ma yores cantidades, y que el concurso es mucho más numeroso. Hemos llegado al punto en que el lector aguar· da que le diga mi modo de pens'lr acerca de la gallera: yo reconozco la oportunidad de su deseo; pero no puedo complacerle cual quisiera, porque es cuestión más dificil de resolvcl' de lo que al pronto parece. En decto; ¿qué puede cuntcstnrse a la pregunta de si el juego de gallos es útil o no? Diremos, que como causa de la comunicación de unos pueblos con otros, y como mero pasatiempo en Jos días festivos, puede. serlo; mas como ocupación, como camino' que· puedc' conducir a otros vicios, y como ocasión dc perder ~I dinero destinado al sustento de una familiay Ss altamente perju.dicial. El tiempo resulverá el problema, y yo me atrevo a esperar que cuando haya otras diversiones públicas y a medida que adelantemos, se irá perdiendo esta costumbre hasta desaparecer completamente. 5


Exposición del arte del retrato

D ESDI! SUS INICIOS EN EL tlLTIMO TERCIO DEL SIGLO XVIII

la pintura puertorriqueña ha contado con retra· tistas de talla, entre los que se han destacado principal· mente José Campeche (1751-1809) y Francisco Oller (1833-1917), y, en las primeras décadas de este siglo Ramón Frade (1875-1954) y Miquel Pou (n. en 1880). La tradición del retrato ha sido mantenida por la mayor parte de nuestros artistas contempóraneos. Para brindar nuevos estímulos a esta importante modalidad artística el Instituto de Cultura Puertorriqueña desde su funda· ción en 1955 ha organizado diversos certámenes de retratos de hombres ilustres y celebrado varias exposi. ciones que en su oportunidad han sido reseñadas en las páginas de esta Revista. El 8 de octubre se abrió al público en nuestras salas de Exposición de Retratos que a invitación del Instituto presentó un numeroso grupo de artistas locales. La muestra, integrada por unas 52 piezas, de las que cinco eran esculturas, constituyó una demostración del aprecio con que se cultiva en el país este aspecto del arte, así como de la presencia en nuestro medio de dispares conceptos y tendencias estéticas. A la Exposición concurrieron los siguientes artistas: Julio Acuña, José R. Alicea, Alfonso Arana, Myma Báez, Tomás Bautista, Rafael Buscaglia, Isabel Bernal, Félix Bonilla, Fran Cervoni, Compostela, Margot Ferra, J. Ferré, Osiris Delgado, Domingo Garda, Manuel Her· nández Matos, Luis Hernández Cruz, Lorenzo Homar, Santos René Irizarry, Antonio Maldonado, Carlos Ma· richal, Antonio Martorell, José R. Oliver, Carlos Osario, Mauricio Pretto, Mil!Uel Pou, Jorge Rechany, Francisco Rodón, Félix Rodríguez Báez, Julio Rosado, Samuel Sánchez, Roberto Smith. J. A. Torres Martinó, Rafael Tufiño, J. S. Viera VeJá%quez y George R. Warreck.

Mi Hija, por Osiris Delgado

DOII

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lvliglld /'0//, por CmllpO~/ela

Tu/ilio, dibujo por J. A. Torres MurliJllf


Mi I;sposa, por Sclllc/lI!l. r'dilh:' Myrna, por Francisco Rodli/l

Flavia, por Carlos Maridwl

AlIIllrrClrt/(n. por M(/r~(}1 Perra

EslIlclitmle de .-\rlt',

por Félix BUl/ilIil

H tClller de (;rúfÍL'1l por Lorell:o /lol/ltlr

LOl'ell;;O l/DilUIr, por Rafael TI/filio

Autorretrato, por Myma Báez

Retrato, por Domingo García


Exposición de escplturas de George R. Warreck

EL 17 DE DICIEMBRE TUVO

LUGAR EN EL INSTITUTO DE CUL-

tura Puertorriqueña la apertura de la Exposición de obras de George R. Warreck más conocido de nuestro público en su carácter de profesor de Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico --cátedra que ha ejercido durante muchos años- que en su condición de escultor de fina y profunda sensibilidad. Con excepción de tres piezas de bronce. la exposición estuvo compuesta por unas 25 tallas en madera ejecutadas en laurel sabino. capá, prieto. moralón. caoba, cóbana negra y otras variedades de maderas puertorriqueñas y norteamericanas. Del arte de Warreck, quien fue discípulo del catalán Jase de Creff, dice el profesor William Sinz: «Amor a la materia plástica, manejo de una técnica específica llevada firmemente al nivel de excelencia profesional, V un compromiso apasionado y total' con el dinamismo de las formas naturales de este país: he aquí lo evidente y esencial cn su obra. Su técnica dominante es la talla directa. sin modelos. dcdicada a impartir realidad a la fantnsía del artistn. Esta se hace palpable y evidente con la elocuencia de las cosas sencillas... Warreck capta y caza la gracia en el movimiento de todas las cosas, desde el helecho hasta la nube. La rpnlabra final de este arte, no siempre articulada, es un delicado senti· do del humor, una invitación a no tomar la sensibilidad muy en serio: se busca una sonrisa, no un aspaviento. En esto participa de lo mejor del arte moderno...

Cartel de la Exposición, par,. Rafael Tufiño 36

Múcaro


Cuerpo y Alma

Alcanzando el Sol

Aspecto de la Exposici贸n


Los libros parlooquiales de la Catedral de San Juan de Puerto Ricoo Siglos x,rIl y XVIII * Por

LUISA GÉIGEL DI! GANDfA

Estudio y arreglo de los libros

E

1961, CON L\ AUTORIZ,\CIÓN DE MONSEÑOR MAriano ,Vasallo y del Vicario Ecónomo don Tomás Maysonet, me di a la tarea de rebuscar y poner en orden los libros parroquiales de Bautismos, Confirmaciones, Matrimonios y Defunciones de la Catedra'l de San Juan pertenecientes a los siglos XVII y XVIII, dispersos, olvidados y polvorientos entre la baraúnda de libros y documentos del archh·o y que años atrás, acumulados sin orden ni concierto, habían sido sometidos al proceso de fumiga. ción. Lo primero que hice fue colocar separadamente los libros llamados de «Blancos» de los de «Pardos y Esclavos ... Reorganicé los estantes y los coloqué según su clase en orden numérico, anotando cuidadosamente el número y fechas de los hallados y el número de los que fa'itaban. Hallé varios libros enteramente ilegibles, destrozados por la acción del tiempo y calados por la comején, y otros mutilados por personas poco escrupulosas o ignorantes de su valía. Revisé los legibles guiándome por la fecha que encabeza las partidas, encontrando de esta suerte, folios pertenecientes a un determinado libro inter. calados entre los folios de otro; y folios de un mis. mo libro en completo desorden por estar el tomo desencuadernado y sus hojas sueltas. Hice una segunda revisión guiándome esta vez no sólo por la fecha y contenido' de cada partida, sino que también por el número original, que en algunos folios ·se salvó de ser roído por ,la comején, pudiendo así

N

E~lraclo

de uno de los cal'rtulos del libro en preparación; Gil/a de /Q.j familia" ru;dcntcs c.. /a ciudad de Sil.. J"an de Puerto Rico. Si¡:/os XVII y XVIII, por Luisa G~igcl de Gandlll.

¡¡enca'ó~icll

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darme cuenta de los folios que faltaban y también de los errores incurridos en la numeración de éstos por quienes asentaron dichas partidas hace dos siglos. Ordenados cronológica y numéricamente los folios correspondientes a cada libro, volví a releer y cotejar una y otra vez el contenido de cada folio con el objeto de hacer varios índices a los libros de Bautismos, Matrimonios y Entierros que comienzan desde 1653 hasta aproximadamente 1800 y que carecen de eUos. Estos índices, que incluyen la 01'· denación cronológica, la numérica, la alfabética, y otras de diversa índole tales cerno de militares, cargos de gobierno, etc., se publicarán en la Guia Genealógica. El estado actual de los libros parroquiales de la Catedral de San Juan, correspondientes a los siglos XVII y XVIII es el siguiente:

LIBROS DE BAUTISMO

Libro 1 de Bautismos de Blancos El Libro 1 de Bautismos de Blancos, original o copia, no aparece. Solamente encontré en el arclúva catedralicio un folio perteneciente a un libro original y que contiene cuatro partidas de 1654. A tiempo para ser incluidas en este artículo, mi distinguido amigo don Aurelio Ti6 y Nazario de Figueroa, Presidente de la Academia Puertorriqu~­ ña de la Historia, ha tenido la gentileza de proporcionarme partidas bautismales que en 1944 él tuvo la oportunidad de consultar en el archivo episcopa'l de San Juan y que previsoramente copió te~


tualmente de un «Cuaderno en que se encuentran varias Partidas de Bautismos de todas Castas, así de blancos como de Mulatos y Negros, libres, escltLo vos, testimoniadas de varias foxas sueltas que estaban en el Archivo de esa Santa Yglesia que princi. pia en el mes de Diciembre de 1625, y concluye en once de Enero de 1715.• Dicho cuaderno contenía las siguientes partidas: Una de 1625, una de 1627, una de 1631, treinta de 1632, veinte de 1633, veintiséis de 1634, veinticuatro de 1635, ocho de 1636, nueve de 1637, veintisiete de 1638, seis de 1639, trece de 1640, veintitrés de 1641, veintiséis de 1642, treinta y seis de 1643, y catorce de 1644, la última fechada en 15 de agosto de 1644. Al margen de esta partida se lefa en el original: «Nota: Aquí se pasa,! muchos años y existe el original». Desde esta partida y escrito de corrido en la misma página saltan las partidas al año de 1662, de las cua,les hay solamente dos correspondientes a diciembre; a éstas siguen cuatro de 1663 y cuatro de 1694. Estas y las anteriores son casi todas de blancos. De aquf en adelante, aunque las partidas siguen escritas de corrido las lagunas entre unos años y otros son mayores; siguen: treinta y tres de 1673, seis de 1674, y cuatro de 1700 que corresponden todas a esclavos y libertos; cinco de 1705, ocho de 1706 y seis de 1707, que al parecer correspondieron al original 'Libro 2 de Bautismos de Blancos y que por estar deterioradas no pudieron copiarse de dicho libro según se verá más adelante. Por último, las partidas de 1714 y 1715 corresponden todas a libertos y esclavos, de las cuales el señor Tió se limitó a tomar nota únicamente de los padrinos, de los dueños de los esclavos y de algunos sacerdotes. En la Biblioteca del Congreso en Washington D.C., en la sección de documentos de Puerto Rico (Latin America, West lndies, Puerto Rico -AC DR A354, A355), se hallan varios folios que contienen cuatro partidas de bautismos de 1645, dieciséis de 16%, quince completas y una incompleta de 1647, todas de blancos, de las cuales poseo fotocopia. Algunas de estas partidas llevan la firma y rubrica del canónigo don Diego de Torres y Vargas. Sin lugar a duda, el folio único de 1654 que encontré en el archivo de la Catedral y los folios que se hallan en la Biblioteca del Congreso, pertenecen al libro original a que se refiere la nota antes mencionada, libro que al parecer, salvo esos folios, ha desaparecido. En cuanto al Libro 1 de Bautismos de 1672 a 1702 que menciona haber visto en 1960 Fray Lino Gómez Canedo I sin especificar a qué clase pertene1. .l.os Arcllivos Históricos de Puerto Rico - Ap"rtles de 11114 visird (Enero - Md}'O 1960)-. Institulo de Cultura Puer.lorrlqucila, Archivo General de Puerto Rico, San Juan de Puerto RICO, 1964.Página 15.

ce, debe ser el Libro 1 de Bautismos de Pardos y Esclavos de 1672 a 1706 original y copia que existen aún, pero si el que él vio fue el libro de Blancos de entonces acá dicho libro se ha extraviado. Hemos de agradecer a la previsión del señor Tió el que el siglo XVII no esté falto de partidas bautismales de blancos correspondientes a la parroquia más antigua de la Isla, la Catedral de San Juan Bautista de Puerto Rico.

Libro Z de Bautismos de Blancos (1706 a 1723) Este libro está compuesto de tres partes: la primera parte comprende desde el folio 1, de 19 de marzo de 1706, terminando al folio 6, cuya última partida comienza al folio 5 vuelto, de 23 de agosto de 1706. Los folios de esta primera parte son las copias que el Obispo Arizmendi ordenó se hicieran por estar los folios originales en mal estado. Las copias se hicieron a principios del siglo XIX. Estos folios son más pequeños que los de la parte central del libro, el papel está amarillento y la tinta bastante borrosa. Como se verá por la fecha en que comienza la primera parte así como también la segunda parte o central, faHa un número considerable de partidas que entonces no pudieron copiarse pero que afortunadamente copió el señor Tió del «Cuaderno» antes mencionado. La segunda parte de este libro comprende desde el folio 7, de 1 de abril de 1707 al folio 88. de 25 de octubre de 1717. Estos folios pertenecen al libro original y no se copiaron por estar en buen estado. Los folios son más grandes, el 'Papel está bastante oscuro y el texto difícil de leer y en mal estado los folios 83 al 88, particularmente los folios 87 Y 88, ambos rotos y a cada uno de los cuales falta por ello una partida. La tercera parte, copiada del original, comprende desde el folio 89, de 2 de noviembre de 1717, al folio 150 que termina el 22 de septiembre de 1723. Le siguen varios folios en blanco, -garabateados con la letra «B».

Libro 3 de Bautismos de Blancos (1723 a 1738) El libro comienza elIde octubre de 1723 y termina el 6 de diciembre de 1738, según dice en su primera página, y es el libro original. Algunas partidas de este libro están ilegibles; en otras falta, por estar roídas o porque no se anotó, el nombre del bautizado o de uno de sus padres o de ambos. Hay unas partidas en los folios 113 Y 113 vuelto, que por alguna razón volvieron a asentarse en los folios 115 y 115 vuelto. La última partida es de 25 de noviembre de 1738, faltando las subsiguien. tes hasta diciembre. 39


Libro 4 de Batitismos de Blancos (1738 a 1757) A! igual que el anterior, es el tibro original. Comienza el 4 de diciembre de 1738 y termina el 30 de octubre de 1757. Le faltan los siguientes folios: 25, 63. 68. 173 Y 208. En muchos folios está roto, o ilegible. o deja. ron de anotar el nombre del bautizado y el nombre o el apellido de uno o de ambos padres. También se encuentra alguna que otra partida repetida. En este libro, en el folio que debiera ser el 246, el presbítero don Pedro Rodríguez de Salas. al intitular el folio «Marzo de 1755-, se confunde y nu· mera el folio «255. en vez de 246. Al examinar los folios subsiguientes noté que la equivocación pasó inadvertida o no fue corregida. ya que dicha nume. ración, la 255, continúa ininterrumpidamente hasta el final del libro, pudiéndose comprobar esto con los folios que aún conservan su número original. Con autorización expresa del Vicario Ecónomo don Tomás Maysonet, decidí continuar el índice cronoló. gico adaptándome al original. es decir, saltando del folio 245 al 255, para evitar la confusión que naturalmente pudiere surgir de numerarse de nuevo Jos folios con un número que no corresponde al del fo. lio que lo conserva. Repito: No faltan folios entre el 245 y el 255: 10 que hay es un error en la numera· ción del libro original, error que se decidió respetar y que se advierte a los lectores mediante una nota del Padre Maysonet consignada al efecto en la contraportada del libro.

halla casi en su totalidad pegado en bloqu~ por la humedad y roído por la comején. Pueden verse en él algunas anotaciones hechas en diferente clase de tinta ·10 cual lleva a creer que su estado actual de deterioro es bastante reciente. Si todos aquellos que poseen copias de partidas tomadas de este libro cuando estaba legible me enviasen fotocopias de las mismas, podría formarse un nuevo libro 6 de Bautismos. que guardase para la posteridad el nombre y la filiación de los nacidos o bautizados en San Juan durante esos años.

Libro 7 de Bautismos de Blancos (1785 a 1796) Libro 8 de Bautismos de Blancos (1796 a 1807) Estos dos libros están en relativo buen estado y ambos y los que los continúan tienen su propio {no dice; además, hay dos libros de índices que cubren varios libros del siglo XIX a partir del Libro 10 de Bautismos de Blancos. Algunos libros del siglo XIX están muy deteriorados y deberian copiarse antes de que se desintegren totalmente. Los índices hechos -por mí corresponden a los Libros 2, 3, 4 Y 5 de Bautismos de Blancos. A éstos habré de añadir el correspondiente a las partidas bautismales del siglo XVII, gracias a las copias que de ellas hizo don Aurelio Tió y que tan generosamente ha puesto a mi disposición.

Libro 5 de Bautismos de Blancos (1757 a 1771) LIBROS DE CONFIRMACIONES Por estar rotos los folios, no constan las fechas exactas de comienzo y fin de este libro. El libro está en condiciones deplorables por la acción de la comején y de la humedad. Los folios 190 al 195 están casi completamente roídos y sólo algunas partidas son parcialmente legibles. A partir del folio 195, los que quedan están ·totalmente ilegibles y pegados a la tapa posterior del libro. A! folio 40 (que ha sido laminado para su pre. servación por el Instituto de Cultura), se halla. entre otras, la partida de bautismo del primer obispo puertorriqueño, don Juan Alejo de Arizmendi y de la Torre. En este libro se encuentra por primera vez una partida que consigna los nombres de los abuelos del bautizado, ya que entonces sólo se requería el nombre de los padres, el del padrino o madrina y de los dos testigos.

Libro 6 de Bautismos de Blancos (1771 a 1785) Este libro está inutilizado para el uso y perma. necerá inservible a menos que se le restaure. Se 40

Libro 1 de Confirmaciones. No ha sido hallado en el archivo. Libro 2 de Confirmaciones (1750 a 1791) Este libro y el siguiente suplen en cierto modo al Libro 6 de Bautismos de Blancos (1771 a 1796)" puesto que el nombre, filiación y época aproximada de nacimiento pueden determinarse por la de otros hennanos nacidos antes o después de dichas fechas. El libro está mutilado. Las mutilaciones. hechas . con un instrumento cortante, ocurren en aquellos folios en que lógicamente debe figurar la firma y rubrica de los señores obispos. Como las entradas se suceden unas a otras, se han perdido. por consi. guiente, las partidas consignadas en la cara o al vuelto del folio mutilado. Afortunadamente no todas las firmas han sido sustraídas. Los folios 111 al 116 están en pésimo estado e ilegibles algunas entradas.


Estos libros se distinguénde los demás en cuanto a que las partidas de confínnación no se asientan individualmente {salvo en contadísimas ocasiones por circunstancias especiales), sino que se asienta de una vez a todos los confinnados. sus padres y pa. drinos y la fecha y lugar en que se llevó a efecto la ceremonia.

Libro 3 de Confirmaciones (1791 a 1817). En buen estado.

LIBROS DE MATRIMONIOS

Los índices cronológicos que he hecho de los primeros cuatro libros de Matrimonios de Blancos son un resumen de cada una de las partidas, que suman en total 2,728.

Libro 1 de Matrimonios de Blancos (Z6 de marzo de 1653 a 14 de febrero de 1725). Este libro no es el original sino copia hecha en el siglo pasado. El original no ha sido hallado en el archivo de Catedral, pero en la Biblioteca del Congreso en Washington hay dos folios que contienen cinco partidas matrimoniales de 1653 pertenecientes al libro original, y de las cuales poseo fotocopias. Dos de dichas partidas, quizás por estar extraviadas desde entonces, no fueron copiadas en dicho libro. La copia el Libro primero de Matrimonios está en regular estado: el papel es excelente pero la tinta está muy borrosa y los márgenes roídos por la come· jén, muchos folios están sueltos y el libro desencua· dernado. Algúnas partidas están completamente ile. gibles, otras las encontré subrayadas y anotadas y en otras tanto el anotador como el copista del libro incurren en errores que luego se echan de ver en partidas posteriores. A'este libro le falta actualmente un número con· siderable de folios a partir del 26 de abril de 1694 a 1700, o sea, desde el folio 252 al 281 inclusive, que no han sido hallados en el archivo. Don Aurelio Ti6 quien tuvo la oportunidad de consultar dicho libro años atrás, cuando estaba más completo, me ha pro. porcionado también algunas partidas correspo,ndien. tes a estas fechas. de las cuales tomó nota. Por úl. timo, en el libro faltan también lo,;; folios 388 y 3a9. Al hacer el índice cronológico y para facilitar la búsqueda de partidas, numeré los folios a lápiz, con la autorización de los Monseñores Vasallo y Maysonet. El libro primero, tennina propiamente al folio 463 vuelto, con un Auto por el cual se ordena re·

visar las partidas desde 1721 al 1723 por crno haber habido Secretario de Cabildo». A continuación de este Auto, desde el folio 464 hasta el folio 465 inclu. sive, se encuentran asentadas tres partidas corres. pondientes a abril y junio de 1725, que propiamente corresponden al Libro 2 de Matrimonios de Blan. cos, en el cual se encuentran espacios en blanco en los folios correspondientes a estos dos meses, sin que ni en este libro ni en el otro se dé razón o ad. vertencia de ello.

Libro 2 de Matrimonios de Blancos (12 de marzo de 1723 a 23 de junio de 1748). El libro segundo está. en relativo buen estado aunque anotado y subrayado. En los folios 10 vuelto y 11 (once), se encuentran espacios en blanco en donde debieron asentarse las partidas co'rrespondientes a abril y junio de 1725, las cuales, repito, se encuentran asentadas en el Libro 1 de Matrimonios de Blancos a los folios 464 y 465. Las 'partidas asentadas a partir de agosto de 1733 al folio 80 hasta la de 31 de agosto de 1733 al folio 81 vuelto, fueron invalidadas, según dice la Nota que se lee al folio 82. Dichas partidas se encuentran asentadas de nuevo en los folios 82 al 83 vuelto. Le falta a este Libro 2 de Matrimonios el folio 111 (ciento once). Es de notar a través del libro que no se regis. traron matrimonios de personas blancas por perío. dos considerables de tiempo. Por ejemplo, desde el . fdlio 85 vuelto al 87 vuelto, se hace constar crque no hubo matrimonios correspondientes a este libro_ desde diciembre de 1733 a abril de 1734. y durante todo el año de 1740 sólo se asentaron seis partidas.

Libro 3 de Matrimonios de Blancos (1 de julio de 1748 a 14 de febrero de 1790) La mayor parte de los folios de este libro están sueltos. Algunas partidas están casi ilegibles por lo borrosas y las correspondientes a los folios 267 vuelo to, 268, 300 vuelto, 301 y 301 vuelto, están absoluta. mente ilegibles. Por olvido natural o por otras causas que se hacen constar, aunque no invariablemente, se en. cuentran partidas asentadas fuera de lugar, tanto en este libro como en los demás.

Libro 4 de Matrimonios de Blancos (21 de febrero de 1790 a 22 de marzo de 1817). Se encuentran en este libro, algunas partidas que por la fecha en que se celebró el matrimonio c?rres· 41


ponden al -Libro 3, pero que por ciertas razones no se asentaron entonces. También, en virtud de Autos correspondientes, se trasladan a este libro algunas partidas asentadas equivocadamente en los libros de Pardos y Esclavos y otras de las que se ordena testar, por Auto, la expresión de «pardo libre». A partir de este Libro 4, con rarísimas excep. ciones, todos los demás libros de Matrimonios tie. I nen sus índices, aunque en algunos casos dichos índices están incompletos. El total de Libros de Matrimonios es de dieci· séis.

LIBROS DE ENTIERROS Cuarenta y nueve son los libros parroquiales de Entierros de la Catedral de San Juan, y en ellos se asientan las partidas de todas las personas sin distinción de raza o clase. En los más antiguos, la información acerca del difunto y sus familiares es desesperantemente parca; por el contrario, en los , más próximos, se incluye toda suerte de información acerca del difunto, sus familiares, testamento, legados, mandas pías y en ocasiones hay referencias incluso ¡hasta al estado del tiempo! El libro de Entierros más antiguo que se conserva en el archivo catedralicio está marcado con el número 27, correspondiente a la numeración que se llevaba anteriormente, pues en los subsiguientes, se ve que comenzaron una nueva serie. Este libro comienza elIde abril de 1747 y termina en octubre de 1754. Salvo una que otra partida legible, los folios están casi todos pegados unos con otros o tan calados por la comején que resultan ilegibles o indescifrables. El siguiente libro más antiguo que ha sido haUado es el Libro 5 de Entierros (1762 a 1766). Es posible que el libro 27 que he mencionado antes, corresponda en la nueva serie, al tercero o cuarto. Sea como fuere, 10 cierto es que entre uno y otro se ha perdido un considerable número de partidas; más aún, si antes hubo veintiséis libros, la pérdida es proporcionalmente mayor. Media un siglo de diferencia entre el Libro 1 de Matrimonios de 1653 al primer libro -legible de Entierros de 1762 y que es el:

Libro 5 de Entierros (1762 a 1766). A este libro le faltan los nueve primeros folios, comenzando a leerse sus partidas al folio 10, de - - (roto) diciembre de 1762 y termina el 22 de diciembre de 1766.

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Libro 6 de Entierros (1766 a 1769). El libro está ilegible y pegado en bloque casi en su totalidad. También está incompleto pues las partidas sólo alcanzan hasta el año 1767. El Libro 7 de Entierros (1769 a 1777), Y demas libros subsiguientes hasta el Libro 14 de Entierros (1799 a 1802) inclusive. están en relativo buen es. tado, pero no tienen índices. Los índices que he podido hacer hasta ahora, incluyen los siguientes libros de Entierros: 5, 7, 8, 9, 10, 11 Y 12. Los demás libros de Entierros del siglo XIX tienen sus índices más o menos completos. También hay un Libro de Indices, encuadernado, que cubre los libros 40, 42, 46 Y 48. El último libro es el 49" (1897 a 1920). Desde 1907 los entierros registrados son esporádicos, pues, ya se había establecido desde 1885 el registro civil y desde 1930 el registro demográfico. Al ordenarse el archivo parroquial de la Catedral de San Juan, en 1961, a partir del Libro 5 de Entierros sólo faltaba el Libro 38 (1862 a 1864) y antes de q.ue pudiera establecerse la adecuada vigilancia, falta, desde 1963, el Libro 29 de Entierros (1834 a 1837). El Libro 32 de Entierros (1834 a 1840) está en estado deplorable y no debiera usarse a menos que fuera para copiar lo poco que queda. En parecida condición se hallan los libros 6, 29 Y33 de Entierros y podrían copiarse y restaurarse ahora, antes de que sea muy tarde. LIBROS DE PARDOS Y ESCLAVOS Los Libros de Pardos y Esclavos de la Catedral de San Juan están muy incompletos y deteriorados.

Libro 1 de Bautismos de Pardos (1672 a 1706). Encontré tanto el .libro original como la copia. Ambos están legibles. En la copia olvidaron de {:o· piar algunas partidas que se hallan en el original y el copista incurre, además, en errores fácilmentecotejables con la ayuda del libro original. La copia, aunque borrosa, es más fácil de leer pues está escri. to todo por la misma mano. En el original, por el contrario, además de la ortografía de la época, la caligrafía de algunos señores curas es difícil de des. cifrar y el uso incesante ue abreviaturas hace aún más penosa su lectura. De la copia hice el índice cronológico incluyendo en el mismo las partidas que no se copiaron del original. La lectura de estos libros de Pardos es sumamen· te interesante por cuanto dejan entrever más clara· mente que los Libros de Blancos, la sociedad puertorriqueña de esa época. Estos libros dan a conocer otros miembros de algunas familias que figuran en


los Libros de Blancos; invariablemente indican el lugar de la isla o el lugar remoto de donde proce. dían los esclavos, refiriéndose a éstos, por ejemplo, como de cnación Tarb, cGogÓl>, .t..uangol>, cAngola», cBosal», cCarabalí», etc.; detallan hasta las se· ñas del esclavo, como la que se encuentra al folio 37, de 4 de agosto de 1688, de .Domingo, negro libre de la Isla de Astacio y tiene por seña una herida en la nariz»; mencionan los esclavos de algunas Madres Carmelitas y los de varios sacerdotes; asimismo los traídos por los corsos 2 Miguel Henrríquez, el Capitán Simón de Lara, el Marqués de Mijares, etc.; consignan el grado de pureza o mestizaje de sangre seilalando individualmente a los blancos, indios, pardos, cuarterones, mestizos, grifos, mulatos, morenos y negros, si libres, libertos o esclavos; también mencionan el oficio o profesión de algunos de los dueños o padrinos del esclavo, como armeros, sastres, plateros, maestros, etc. Libro 2 de Bautismos de Pardos (1704 a 1714)

El libro está legible. Cosida a él hay copia de las partidas dañadas. Libro 3 de Bautismos de Pardos (1714 a 1729)

El libro está casi ilegible, la tinta muy borrosa y muchos folios pegados y calados por la comején. Libro 4 de Bautismos de Pardos (1729 a 1735)

En igual estado que el anterior. Libro 5 de Bautismos de Pardos (1735 a 1739)

Legible. Libro 6 de Bautismos de Pardos (1739 a 1747)

Falta del archivo. Libro 7 de Bautismos de Pardos (1747 a 1754)

En mal estado, roto y pegado en partes. Tiene algunas partidas legibles, entre ellas la del pintor José Campeche. Libros 8, 9, Y JO de Bautismos de Pardos

Faltan del archivo. Libro 11 de Bautismos de Pardos (1773 a 1783)

Pegado en bloque, excepto los folios, roídos, de media docena de partidas. 2. Cólpil.llnes

G

propietarios de buques armados en corso.

Libro 12 de Bautismos de Pardos (1783 a 1791)

En relativo buen estado. Libro 13 de Bautismos de Pardos (1791 a 1796)

Bueno. Libro 14 de Bautismos de Pardos (1796 a 1800)

Muy deteriorado. Siguen varios libros más, pertenecientes al si· glo XIX.

LIBROS DE MATRIMONIOS DE PARDOS Libro 1 de Matrimonios de Pardos y Esclavos

Falta del archivo. Libro 2 de Matrimonios de Pardos (1734 a 1747)

Este libro está inútil por estar pegado en bloque. Libro 3 de Matrimonios de Pardos (1748 a 1775)

Exceptuando un pequeño bloque de folios en buen estado, que contienen copia de 85 partidas de 1748 a 1749, los demás folios del libro están pegados y roídos. El índice del libro se conserva bien, afortunadamente. Libro 4 de Matrimonios de Pardos (1775 a

1797)

De este libro sólo quedan los márgenes sanos. Lo demás es un tremendo agujero en cuyo fondo reposa un puñado de minúsculos pedacitos de papel roído. Cómo se salvó su índice, que está en buen estado, resulta inexplicable, a menos que pertenezca a la copia del libro, copia que no he encontrado en el archivo. Libro 5 de Matrimonios de Pardos (1797 a 1818)

Legible, pero bastante deteriorado. Libro 6 de Matrimonios de Pardos

Falta del archivo. Libro 7 de Matrimonios de Pardos (1836 a 1858)

Los folios están muy quemados en distintas partes del libro; por 10 demás, está en buen estado y legible. Este ,libro termina con un Auto dando cuen· ta de la abolición de la esclavitud. Desde esta fecha en adelante, los matrimonios y bautismos de pardos dejan de llevarse en libros por separado. 43


INFOllTVNIOS Q.VE

ALONSO RAMIRE Z NATVRAL DE LA CIVDAD DE S. JUAN DE PVERTO RICO

tI"' lo 4pre¡;'r~tJ en las lslfJS Phi/ipin4s

FlldecioJtllfi enpotler ele 1nglefesPir4tlll

como navegando por fi folo,y 6n derrotl,hafla varar en la Cofta de lucatan: Configuiendo por eRe medio dar vuelra al Mundo DE SCRIV ELOS

D. Carlos de Siguenzay Gongora Cof,!,ographo" Cathedratico de tMathematiclI-.t ¿el R#y N. S,ñor en'" Ac.rJemu. ~lxi'Anll.

CON LICENCIA :EN MEXICO por l05Hercdcros de la Viuda de Bt"rnardo CalderoD: mlacaUe "e S. A¡uftin. Ano de ;¡6go.


Infortunios de Alonso Ramírez* DESCRÍBELOS

DON CARLOS DE SIGOENZA y GONGORA**

Aprobación del Licenciado don Francisco de Ayerra Santa Maria, Capellán del Rey Nuestro Señor, en su Convento Real de Jesús María de México.

A sí

,POR OBEDECER CIEGAMENTE AL DECRETO DE V. S., en que me manda censurar la relación de los Infortunios de Alonso Ramirez. mi compatriota, descrita por Don Carlos de Sigücl1za y Góngora, cosmógrafo dd Rey nuestro señor y su catedrático de matemáticas en esta Real Universidad, como por la novedad deliciosa que su argumento me prometía, me hallé empeñado en la lección de.. la obra, y si al principio entré en ella con obligación y curiosidad, en el progreso, con tanta variedad de casos, disposición y estructura de sus penodos agradecí como inestimable gracia lo que traía sobreescrito de estudiosa tarea. Puede el sujeto de esta narración quedar muy desvanecido de que sus infortunios son hoy dos veces dichosos: una. por ya gloriosamente padecidos, que es lo que encareció la musa de Mantua en boca de Eneas en ocas~ón semejante a sus compañeros troyanos: Farsan di hoec olim meminisse iuvabit: y otra porque le cupo en suerte la pluma de este Homero (que era lo que deseaba para su César Antonio: Romanusque tibi contingat Homerus) que al embrión de la funestidad confusa de tanto suceso dio alma con lo aliñado de sus discursos y al laberinto enmarañado de tales rodeos halló el hilo de oro para coronarse de aplausos.

• Reproducido del tomo xx de )a C(l/e~ción de libro.~ que trRtan de AmériCl, publicado en Madrid en 1902, con prólogo de Pedro Vindel. La primero edición de los Infortunios fue impresa en México, en 1690. •• Eminente erudito y pollgrafo mexicano (1645·1700,. capellán del Hospital del Amor de Dios y catedrático de matemáticas de la Universidad de Méxlco. Fue autor. entre otros numero!os escritos. de. las obras Primavera indiana. Las glorias de Querétaro, Libro utnmúmico, Historia del Imperio de los Chlchimecas, llistoria de la' rJniversid4d de Múico y Elogio fúnebre de la cl!lebrll poetisa muú:ana Sor JuCUf4 Inés de la Cruz.

~o

es nuevo en las exquisitas noticias y laboriosas lograr con dichas cuanto comprende con. dilIgencIas: y como en las tablas de la geografía e hldro.grafía tIene tanto caudal adquirido. no admiro que sahese tan consumado lo que con estos principios se llevaba de antemano medio hecho. . Bastóle ten.er cuerpo la materia, para que la exce· dIese con su .hma la obra. Ni era para que se quedase solamente dicho lo que puede servir escrito para observado, pues esto reducido a escritura se conserva y aquello con la vicisitud del tiempo se olvida, y un caso no otra vez acontecido. es digno de que quede para memoria estampado. ¿Quis mihi tribuat ut scrífatlga~ .del ~utor

bantur sermones mei? ¿Quis míhi det ut exarentur in libro st?,l ferreo. vel saltem sculpa,;tttr in scilice? Para eternIzar Job lo que refería deseába quien lo escribiera y no se contentaba con menos di: que labrase en el pedernal el buril cuanto él habia sabido tolt;rar: dura quoe sustínet, non vult per silentium tegt (dIce. la ~l~sa) .sed exemplo ad notitíam pertrahi. Este: QU1S mlhl trrbuat de Job halló (y halló cuanto podía desear) el sujeto en el autor de esta relación q!'1c para noticia y utilidad común por no tener cosa dIgna de censura, será muy conveniente que la eternice la prensa.

Así lo siento, salvo, etc. México, 26 de junio de 1690.

Don

FRANCISCO DE AYERRA SANTA MARÍA "**

••• rronclsco de AyeTTll Sanla MarIa nació en Sa.'l Juan de Puerto Rico en el afio 1630. Muy joven se trasladó a Mblco en cuya Universidad se recibió de licenciado en derecho canó~ico. Presbl!ero secular al i.gual que don Carlos de Sigüenza y GÓngora. de qUien fue gran amigo, OCUpó cargos Importantes en la curia de la Nueva Españll, entre ellos los de visitador del Arxoblspado y n:ctor del Seminario Tridentino. Según el doctor Cesáreo RoSIINieves es el primer poeta puerklrriquelio de nombre conocido. Se conservan de él poemas culteranos y eplgramllS latinos, algunos, de los cuales reproduce Rosa·Nlcvcs en su opúsculo Francisco de Ayerra SimIa MarIa, poeta puertorriqueño (1630.1708), publicado en 1948 por 111 Editorial de 111 Universidad de Puerto Rico.

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Infortunios de Alonso Ramírez Motivos que tUYO para salir de su patria: Ocupaciones y Yiajes que hizo por la Nue· va España, su asistencia en México hasta pasar d las Pltilipinas. § I

Q por algunas horas con las noticias de lo que á mi UIERO OUE SE ENTRETENGA EL CURIOSO OUE ESTO LEYERE

me causó tribulaciones de muerte por muchos años. y aunque de sucesos que solo subsistieron en la idea de quien los finge, se suelen deducir máximas y aforis· mos que entre lo deleitable de la narración que entretiene cultiven la razon de quien en ello se ocupa, no será esto lo que yo aquí intente sino solicitar lástimas que, aunque posteriores á mis trabajos harán por lo menos tolerable su memoria, trayéndolas á compañía de las que me tenía á mí mismo cuando me aquejaban. No por esto estoy tan de parte de mi dolor que quiera incurrir en la fea nota de pusilánime y así omitiendo menudencias que á otros menos atribulados que yo lo estuve pudieran dar asunto de muchas quejas, diré lo primero que me ocurriere por ser en la série de mis sucesos lo más notable. Es mi nombre ALONSO RAAÚREZ Y mi patria la ciudad de San Juan de Puerto Rico, cabeza de la isla, que en los tiempos de ahora con este nombre y con el de Bo. rriquen en la antigüedad entre el seno mexicano y el mar Atlántico divide términos. Hácenla célebre los re· frescos que hallan en su deleitosa aguada cuantos desde la antigua navegan sedientos á la Nueva España; la hermosura de su bahía, lo incontrastable del Morro que la defiende; las cortinas y baluartes coronados de artilh:· ría que la aseguran. SilViendo, aún no tanto esto, que en otras partes de las Indias también se halla, cuanto el espíritu que á sus hijos les reparte el genio de aquella tierra sin escasez á tenerla privilegiada de las hostilidades de corsantes. Empeño es este en que pone á sus naturales su pundonor y fidelidad sin otro motivo, cuando es cierto que la riqueza que le dió nombre por los veneros de oro que en ella se hallan, hoy por falta de sus originarios habitadores que los trabajen y por la vehemencia con que los huracanes procelosos rozaron los árboles de cacao que á falta de oro provicionaban de lo necesa.;o á los que lo traficaban, y por el consiguiente al resto de los isleños se transformó en pobreza. Entre los que esta había tomado muy á su cargo fueron mis padres y así era fuerza que hubiera sido porque no lo merecían sus procederes; pero'ya es peno sión de las Indias el que así sea. Uamose mi padre Lúcas de Villa·nueva, y aunque ignoro el lugar de su nacimiento cónstameporque varias veces se le oía que era andaluz, y sé muy bien haber nacido mi madre en la misma ciudad de Puerto-Rico y es su nombre Ana Ramírez, á cuya cristiandad le debí en mi niñez lo que los pobres solo le pueden dar á sus hijos que son consejos para inclinarlos á la virtud. Era mi padre carpintero de ribera, é impúsome (en cuanto permitía la edad) al propio ejercicio, pero reconociendo no ser continua la fábrica y temiéndome no 46

VIV1r siempre, por esta causa, con las incomodidades que aunque muchacho me hacían fuerza determiné hurtarle el cuerpo á mi misma patria para buscar en las agenas más conveniencia.


Valime de la ocasión que me ofreció para esto una urqueta del capitán Juan del Corcho que salfa de aquel puerto para el de la Habana, en que corriendo el año de 1675 y siendo menos de trece los de mi edad me recibieron por paje. No me pareció trabajosa la ocupación considerándome en libertad y sin la ,pensión de cortar madera; pero confieso que tal vez presagiando lo porvenir dudaba si podría prometerme algo que fuese bueno, habiéndome valido de un corcho para princi· piar mi fortuna. Mas; ¿quien podrá negarme que dudé bien, advirtiendo consiguientes mis sucesos á aquel prin. cipio? Del puerto de la Habana (célebre entre cuantos gozan las islas de Barlovento, así por las conveniencias que le debió á la naturaleza que asi lo hizo, como por las fortalezas con que el arte y el desvelo lo ha asegurado, pasamos al de San Juan de Ulva en la tierra firme de Nueva España de donde apartándome de mi patrón subí á la ciudad de la Puebla de los Angeles, habiendo pasado no pocas incomodidades en el camino, así por la aspereza de las veredas que desde Xalapa corren hasta Perote, como también por los fríos que por no experimentados hasta alIf, me parecieron intensos. Dicen los que la habitan ser aquella ciudad inmediata á México en la amplitud que coge, en el desembarazo de sus calles, en la magnificencia de sus templos y en cuantas otras cosas hay que la asemejen á aquélla; y ofreciéndoseme (por no haber visto hasta entonces otra mayor que en ciudad tan grande me seria muy fácil el conseguir conveniencia grande, determiné, sin más discurso que este, el quedarme en ella, aplicándome a servir á un carpintero para granjear el sustento en el fnterin que se me ofrecía otro modo para ser rico. En la demora de seis meses que allí perdí experi. menté mayor hambre que en Puerto Rico y abominando la resolución indiscreta de abandonar mi patría por tierra á donde no siempre se da acogida á la liberalidad generosa, haciendo mayor el número de unos arrieros sin considerable trabajo me puse en MmcICO. Lástima es grande el que no corran por el mundo grabadas á punta de diamante en láminas de oro las grandezas magníficas de tan soberbia ciudad. Borróse de mi memoria 10 que de la Puebla aprendí como gran' de desde que pisé la calzada, en que por la parte de medio día (á pesar de la gran laguna sobre que está fundada) se franquea á los forasteros. Y siendo uno de los primeros elogios de esta metrópoli la magnanimidad de los que la habitan, á que ayuda la abundancia de cuanto se necesita para pasar la vida con descanso, que en ella se ,halla, atribuyo á fatalidad de mi estrella haber sido necesa,rio ejercitar mi oficio para sustentarme. Ocupóme Cristobal de Medina, maestro de Alarife y de arquitectura con competente salario en obras que le ocurrían, y se gastaría en ello cosa de un año. El motivo que tuve para salir de México á la ciudad de Huasaca fué la noticia de que asistía en ella con el titulo y ejercicio honroso de regidor D. Luis Ram(rez, en quien por parentesco que con mi madre tiene, afiancé, ya que no ascensos desproporcionados á los fundamentos tales cuales en que estrlvaran. por lo menos alguna mano para subir un poco; pero conseguí después de un viaje de ochenta leguas el que negándome con muy malas palabras el parentesco, tuviese necesidad de valerme de los extraños por no poder sufrir despegos sensibiUsimos por no esperados, y así me apli" qué á servir á un mercader traginante que se llamaba Juan Lopez.. Ocupábase éste en permutar con los indios Míxes Chontales y Cuicatecas por géneros de Castilla que les faltaban, los que son propios de aquella tierra, y se reducen á algodón, mantas, bainillas, cacao y grana.

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Lo que se experimenta en la fragosidad de la Sierra que para conseguir esto se al 'aviesa, y huella continuamente, no es otra cosa sino repetidos sustos de derrum. barse por lo acantilado de las veredas, profundidad horrorosa de las barrancas, aguas contínuas, atolladeros penosos, á que se añaden en los pequeños calidísimos valles que allí se hacen, muchos mosquitos y en cualquier parte sabandijas abominables á todo vivient¡e por su mortal veneno. Con todo esto atropella la gana de enriquecer y todo esto experimenté acompañando á mi amo, persuadido á que sería á medida del trabajo la recompensa. Hicimos viaje á Chiapa de Indios, y de allí á diferentes lu· gares de las provincias de Soconusco y de Guatemala, pero siendo pensión de los sucesos humanos interpolarse con el día alegre de la prosperidad, la noche pesada y triste del sinsabor, estando de vuelta para Huaxaca enfennó mi amo en el pueblo de Talistaca, con tanto extremo que se le administraron los Sacramentos para morir. Sentía yo su trabajo y en igual contrapeso sentía el mío gastando el tiempo en idear ocupaciones en que pasar la vida con más descanso, pero con la mejoría de Juan Lopez se sosegó mi borrasca á que se siguió tranquilidad, aunque momentánea, supuesto que en el siguiente viaje, sin que le valiese remedio alguno, acometiéndole el mismo achaque en el pueblo de Cuicatlan, le faltó la vida. Cobré de sus herederos lo que quisieron darme por mi asistencia, y despechado de mí mesmo y de mi fortuna, me volví a México, y queriendo entrar en aquesta ciudad con algunos reales. ~nt.enté trabajar en la Puebla para conseguirlos, pero no hallé acogida en maestro alguno y temiéndome de lo que experimenté de hambre cuando allf estuve, aceleré mi viaje. Debfle á la aplicación que tuve al trabajo cuando le -asistí al maestro Cristobal de Medina, por el discurso de un año y á la que volvieron á ver en mi cuantos me conocían, el que tratasen de avecindanne en México, y conseguflo mediante el matrimonio que contraje con FRANCISCA XAVIER, doncella, huérfana de Doña María de Poblete, hermana del Venerable señor Dr. D. Juan de Poblete, dean de la 19lesia metropolitana, quien renunciando la mitra arzobispal de Manila, por morir como Renix en su patrio nido, vivió para ejemplar de cuantos aspiraren á eternizar su memoria con la rectitud de sus procederes. Sé muy bien que expresar su nombre es compendiar cuanto puede hallarse en la mayor nobleza y en la más sobresaliente virtud, y así callo, aunque con ~pugnan­ da por no ser largo en mi narración, éuanto me está sugiriendo la gratitud. Hallé en mi esposa mucha virtud y merecfle en mi asistencia cariñoso amor, pero fué esta dicha como soñada, teniendo solos once meses de duración, supuesto que en el primer parto le faltó la vida. Quedé casi sin ella á tan no esperado y sensible golpe, y para errarlo todo me volví á la Puebla. Acomodéme lIJar oficial de Estevan Gutiérrez, maestro de carpintero, y sustentándose el tal mi mae<¡tro con escasez ¿cómo lo ¡pasaría el pobre de su oficial? Desesperé entonces de poder ser algo, y hallándome en el tribunal de mi propia conciencia, no solo acusado, sino convencido de inútil, quise darme por pena de este delito la que se da en México á los que son delincuentes, que es enviados dester:-ados á las Filipinas. Pasé, pues, á eUas en el ga~ón Santa Rosa, que (á cargo del general Antonio Nieto, y de quien el almirante Leandro Coello 48

era piloto) salió del puerto de Acapulco para el de Cavite el año 1682. Está este puerto ,:o altura de 16 gr. 40 m. á la banda del Septentrión, y (uanto tiene de hermoso y seguro para las naos que en él se encierran, tiene de desacomodado y penoso para los que lo habitan, que son muy pocos, así por su mal temple y esterilidad del paraje, como por falta de agua dulce, y aun del sustento, que siempre se le conduce de la comarca, y añadiéndose lo que se experimenta de calores intolerables. barrancas y precipicios por el camino, todo ello estimula á solicitar la salidad del puerto.

Sale de Acapulco para Philipinas; dícese la derrota de este viaje y en lo que gastó el tiempo hasta que lo apresaron ingleses.

§II Hácese esta salida con la virazón por el Oesnoroeste ó Noroeste, que entonces entra allí como á las once del día; pero siendo más ordinaria por el Sudoeste y sao liéndose al Sur y Sursudueste, es necesario para excusar bordos esperar á las tres de la tarde, porque pasado el sol del Meridiano alarga el viento para el Oesnoroeste y Noroeste y se consigue la salida sin barloventear. Navégase desde allí la vuelta del Sur con las virazones de arriba (sin reparar mucho en que se varien las cuartas ó se aparten algo del Meridiano) hasta ponerse en 12 gr. ó en algo menos. Comenzando ya aqui á variar los vientos desde el Nordeste al Norte, así que se reconoce el que llaman del Lesnordeste y Leste haciendo la derrota al Oessudueste, al Oeste y á la cuarta del Noroeste se apartaran de aquel meridiano quinientas leguas, y conviene hallarse entonces ¡en 13 gr. de altura. Desde aquí comienzan las agujas á nordestear y en He ando á 18 gr. la variación se habrán navegado (sin las quinientas que he dioho) mil y cien leguas, y sin apartarse del paralelo de 13 gr. cuando ge reconozca nordestea la aguja solos 10 gr. (que será estando aparo tados del meridiano de Acapulco mil setecientas y setienta y cinco leguas) con una singladura de veinte leguas ó poco más se dará con la cabeza del Sur de una ·de las islas Marianas que se nombra Guan, y corre desde 13 y 5 ·hasta 13 gr. Y 25 m. Pasada una isletiUa que ·tiene cerca se ha Qe meter de 100 con bolinas aladas para dar fondo en la ensenada de Humata que es la inmediata, y dando de resguardo un solo tiro de cañón al arrecife, qUie al Oeste arroja esta isletHIa, en veinte brazas, ó en las que se quisiere porque es bueno y limpio el fondo se podrá surgir. Para buscar desde aquí el embocadero de S. Bernardino, se ha de ir al Oeste cuarta al Sudoeste, con advertencia de ir haciendo la derrota como se recogiere la aguja y en navegando doscientas y noventa y cinco leguas se dará con el Cabo del Espíritu Santo que está en 12 gr. 45 m. y si se puede ·buscar por menos altura es mejor, porque si los vendavales se anticipan y entran por el Sursudueste ó por el Sudueste es aquí sumamentIe necesario estar á barlovento y al abrigo de la isla de Palapa y del mismo Cabo. En soplando brisas se navegará por la costa de esta misma isla, cosa de veinte leguas, la proa al Oesnoroeste, guiñando al Oeste porque aquí se afija la aguja, y pasando por la parte del Leste del islote de San Bernardino, se va en demanda de la isla de Capul que á distancia de cuatro leguas está al Sudueste. Desde aquí


se ha de gobernar al Oeste seis leguas hasta la isla de Ticao y después de costea:- ·las cinco leguas yendo al Noroeste hasta la cabeza del Norte, se virará al Oessu· dueste en demanda de la bocayna que hacen las islas de Burias y Masbate. Habrá de distanoia de una á otra casi una legua, y de eUas es la de Burias la que cae al Norte. Dista esta bocayna de la cabeza de Ticao cosa de cuatro leguas. Pasadas estas angosturas se ha de gobernar al Oesnoroeste en demanda d,e la bocayna de las islas de Marinduqe y Banton, de las cuales está esta al Sur de la otra tres cuartos de legua, y distan de "Bu..-ias diez y siete. De aquí al Noroeste cuarta al Oeste se han de ir á buscar las isletas de Mindoro, Lobo y Galvdn. ·Luego por ,entre las angosturas de Isla Verde y Mindoro se navegarán al Oeste once ó doce leguas, hasta cerca de la isla de Ambil y las catorce leguas que desde aquí se cuentan á Marivelez. (que está en 14 gr. 30 10.) se grangean yendo al Nornoroeste, Norte y Nordeste. Desde Marivelez. se ha de ir en demanda del puerto de Cavite al Nordeste, lICsnordeste y Leste como cinco leguas por dar resguardo á un bajo que está al Lesnor· deste de Manvelez con cuatro brazas y media de agua sobre su fondo. Desengañado en el discurso de mi viaje de que ja. más saldría de mi esfera con sentimiento de que muo chos con menores fundamentos perfeccionasen las suyas, despedí cuantas ideas me embarazaron la imagi. nación por algunos años. Es la abundancia de aquellas islas, y con especialidad la que se goza en la ciudad de Manila en extremo mucha. Hállase allí para el sustento y vestuario cuanto se quiere á moderado precio, debido á la solicitud con que por enriquecer los sangleyes lo comercian en su Parlan, que es el lugar donde fuera de las murallas, con penniso de los españole's, se avecindaron. Esto, y lo hermoSo y fortalecido de la ciudad, coadyuvado con la amenidad de su río y huertas, y lo demás que la hace célebre entre las colonias que tienen los europeos en el Oriente, obliga á pasar gustosos á los que en ella viven. Lo que allí ordinariamente se tragina es de mar en fuera, y siendo por eso las navegaciones de unas á otras partes casi continuas, aplicándome al ejercicio de ma."¡nero, me avecindé en Cavite. Conseguí por este medio, no sólo mercadear en cosas en que hallé ganancia y en que me prometfa para lo venidero bastante logro, sino el ver diversas ciudades y puertos de la India en diferentes viajes. Estuve en Madrastapatan antiguamente Calamina ó Meliapor, donde murió el apostol Santo Tomé. ciudad grande, cuando la poseían los portugueses, hoy un mono te de ruinas, á violencia de los estragos que en ella hicieron los franceses y holandeses por posee~la. Estuve en Malaca, llave de toda la India y de sus comercios por el lugar que tiene en el estrecho de Syncapura, y á cuyo gobernador pagan anclage cuantos 10 navegan. Son dueños de ella y de otras muchas los holandeses, debajo de cuyo yugo gimen los desvalidos católicos que allí han quedado, á quienes no se permite el uso de la religión verdadera, no estorbándoles á los moros y gentiles sus vasallos, sus sacrificios. Estuve en Batavia ciudad celebérrima, que poseen los mismos en la Java mayor y adonde reside el gobernador y capllán general de los Estados de Holanda. Sus murallas, baluartes y fortalezas son admirables. El concurso que aIli se ve de navíos de Malayos, Macasares, Sianes, Bugifes, Chinos, Armenios, France·

ses, Ingleses, Dinamarcos, Portugueses y Castellanos, no tiene número. Hállanse en este emporio cuantos artefactos hay en la Europa, y los que en retomo de ellos le envía la '\sia. Fabrícanse allí para quien quisiere comprarlas, excelentes armas. Pero con decir estar alH compendiado el Universo lo digo todo Estuve t"!mbién en Macdn. donde aunque fortalecida de los portugueses que la poseen, no dejan de estar' expuestos á las supercherías de los Tártaros (que dominan en la gran China) los que la habitan. Aun más por mi conveniencia que por mi gu5'to, me ocupé en esto, pero no faltaron ocasiones en que por obedecer á quien podfa mandármelo hice lo propio, y fué una de ellas la que me causó las fatalidades en que hoy me hallo, y que empezaron así: Para provisionarse de bastimentas que en el presi. dio de Cavite ya nos faltaban, por orden del general D. Gabriel de Cuzalaegui que gobernaba las islas, se despachó una fragata de una cubierta á la provincia de llocos, para que de ella, como otras veces se hacía, se condujesen. Eran homb:-es de mar cuantos allí se embarcaron, y de ella y de ellos que eran veinticinco, se me dió el cargo. Sacáronse de los almacenes reales y se me en· tregaron para que defendiese la embarcación cuatro chusos y dos mosquetes que necesitaban de estar con prevención de tizones para darles' fuego por tener quebrados los serpentines: entregáronme también dos pu· ños de balas y cinco libras de pólvora. Con esta prevención de armas y municiones, y sin artillería, ni aun pedrero alguno, aunque tenía portas para seis piezas, me hice á la vela. Pasáronse seis días para llegar á llacas; ocupáronse en el rescate y carga de los bastimentas como nueve ó diez, y estando al quinto del tornaviaje barloventeando con la brisa para toma:- la boca de Marivelez para entrar al Puerto, como á las cuatro de la tarde se descubrieron por la parte de tierra dos embarcaciones, y presumiendo, no solo yo, sino los que conmigo venían, serían las que á cargo de los capitanes Juan Bautista y Juan Carvallo habían ido á Pangasinan y Panay en busca de arroz y de otras cosas que se necesitaban en el presidio de Cavite y lugares de la comarca, aunque me hallaba 47"u sotavento proseguí con mis bordos sin. oecelo alguno, porque no había de qué tenerlo. No dejé de alteranne cuando dentro de breve rato ví venir para mí dos piraguas á todo remo, y fué mi susto en extremo grande, reconociendo en su cercanía ser de enemigos. Dispuesto á la defensa como mejor pude con mis dos mosquetes y cuatro chuzos, llovían las balas de la escopetería de los que en ella venían sobre nosotros, pero sin abordamos, y tal vez se respondía con los mosquetes haciendo uno la pwltería y dando otro fuego con un ascua, y en el ínterin partíamos las balas con un cuchillo para que habiendo rmmición duplicada para más tiros fuese más durable nuestra ridícula resistencia. Llegar casi inmediatamente sobre nosotros las dos embarcaciones grandes que hablamos visto, y de donde habían salido las piraguas y arriar las de gavia pidiendo buen cuartel y entrar más de cincuenta ingleses con alfanges en las manos en mi fragata, todo fué uno.. Hechos señores de la toldilla, mientras á palos nos retiraron á proa, celebraron con mofa y risa prevenoión de armas y municiones cuando supieron el que aquella fragata pertenecía al rey, y que habían sacado de sus almacenes aquellas armas. Eran entonces las seis de la tarde del día martes cuatro de Marzo de mil seiscientos y ochenta y siete.

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Pórtense en compendio los robos y cruel· dades que hicieron estos piratas en mar y tierra hasta llegar d la América. § 111

Sabiendo ser yo la persona á cuyo cargo venía la embarcación, cambiándome á la mayor de las suyas me recibió el capitán con fingido apdo. Prometióme á las primeras palabras la libertad si le noticiaba cuáles lugares de las islas eran más ricos, y si podrla hallar en ellos gran resistencia. Respondíle no haber salido de Cavite, sino para la provincia de Hacos, de donde verna, y que así no podía satisfacerle á lo que preguntaba. Instóme si en la isla de Caponiz que á distancia de ca· torce leguas está Noroeste Sudeste con Marlvelez po' dría aliñar sus embarcaciones, y si había gente que se lo estorbase; díjele no haber allí población alguna y que sabía de una babia donde conseguirla fácilmente lo que deseaba. Era mi intento el que si así lo hiciesen los cogiesen desprevenidos, no solo los naturales de ella, sino los españoles que asisten de presidio en aqueo Ua isla, y los apresasen. Como á las diez de la noche surgieron donde les pareció á propósito y en estas y otras preguntas que se me hicieron se pasó la noche. Antes de levarse pasaron á bordo de la capitana mis veinticinco hombres. Gobernábala un inglés á quien nombraban maestre Bel, tenía ochenta hombres, veinte y cuatro piezas de artillería y ocho pedreros todos de bronce, era dueño de la segunda el capitán Donkin, tenía setenta hombres, veinte piezas de artillería y ocho pedreros, y en una y otra había sobradísimo número de escopetas, alfanges, hachas, arpeos, granadas y ollas llenas de varios ingredientes de olor pestífero. Jamás alcancé -por diligencia que hice el lugar donde se armaron para salir al mar, sólo si supe habían pasa-

do al del Sur por el estrecho de Mayre, y que imposi. bilitados de poder robar las costas del PerlÍ y Chile que era su intento, porque con ocasión de un tiempo que entrándoles con notable vehemencia y tesón por el Leste les duró once días, se apartaron de aquel meri. diana más de quinientas leguas, y no siéndoles fácil volver á él, detenninaron valerse de lo andado pasando á robar á la India que era más pingüe. Supe también habían estado en islas Márianas, y que batallando con tiempos desechos y muchos mares, montando los cabos del Engaño y del Boxeador, y habiendo antes apresado algunos juncos y champanes de indios y chinos, Begaron á la boca de Marivelez, á donde dieron conmigo. Puestas las proas de. sus fragatas (llevaban la mfa á remolque) para Caponiz comenzaron con pistolas y alfanges en las manos á examinarme de nuevo, y aun á atormentarme; amarráronme á mi Y á un compañe:-o mio al arbol mayor, y como no se les respondía á propósito acerca de los parajes donde podían hallar la plata y oro por que nos preguntaban, echando mano de Francisco de la Cruz, sangley mestizo, mi compañero, con cruelisimos tratos de cuerda que le dieron quedó desmayado en el combes y casi sin vida; metiéroome á mí Y á los míos en la bodega,. desde dcmdc percibí grandes voces y un trabucazo; pasado un rato y habiéndome hecho salir afuera, vide mucha sangre, y mostnindomela, dijeron ser de uno de los míos á quien habían muerto, y que lo mismo sería de mí si no respondía á propósito de lo que preguntaban; dfjeles con humildad que hiciesen de mí lo que les pareciese, p<rque no tenía que añadir cosa alguna á mis primeras respuestas. Cuidadoso, desde entonces, de saber quién era de mis compañeros el que habían muerto, hice diligencias por conseguirlo, y hallando cabal el número, me quedé


entalingada con un cable de guamutil de cincuenta brazas. Crecía el viento al peso de la noche y con gran pujunza y por esto y por las piedras del fondo poco después de las cinco de la mañana se rompieron los cables. Viéndome perdido mareé todo el paño luego al instante, por ver si podía montar una punta que tema á la vista; pero era la corriente tan en extremo furiosa, que no nos dió lugar ni tiempo para: poder orzar, con que arribando más y más y sin resistencia, quedamos barados entre muca;;as en la misma punta. Era tanta la mar y los golpes que daba el navío tan expantosos, que no s610 á mis compañeros, sino aun á mí que ansiosamente deseaba aquel suceso para salir á tierra, me dejó confuso, y más hallándome sin Jancha para escaparlos. Quebrábanse las olas, no sólo en la punta sobre que estábamos, sino en lo que se vía de la costa con gran' des golpes, y á cada uno de los que á correspondencia daba el navío, pensábamos que se abría y nos tragaba el abiS'JIlo. Considerando el peligro en Ja dilación, haciendo fervorosos aclos de contricción y queriendo merecerle á Dios su misericordia sacrificándole mi vida por la de aquellos pobres, ciñéndome un cabo delgado para que Jo fuesen largando, me a'lTojé al agua. . Quiso concederme su piedad el que llegase á tierra donde lo hice firme, y sirviendo de andaribél á los que no sabían nadar, convencidos de no ser tan dificil el tránsito como se lo pintaba el miedo, conseguí el que (no sin peligro manifiesto de ahogarse dos) á más de media tarde estuviesen salvos.

Sed, 11ambre, enfermedades, muertes con que fueron atribulados en esta casta: hallan inopinadamente gente católica y saben es· tar elt tierra firme de Yucatan en la Septemtrional América. § VI

Tendría de ámbito la peña que lerminaba esta punta como doscientos pasos y por todas partes la cercaba el mar, y aun tal vez por la violencia con que la hería se derramaba por toda ella con grande ímpetu. No tenía arbol ni cosa alguna á cuyo abrigo pudiésemos repararnos contra el viento, que soplaba vehementIsimo y destemplado; pero haciéndole á Dios nuestro Señor repetidas súplicas y promesas, y persuadidos á que estábamos en parte donde jamás saldríamos, se pasó .la noche. Perseveró el viento, y por el consiguiente no se sosegó el mar hasta de allí á tres días; pero no obstante, después de haber amanecido, reconociendo su cercanía nos cambiamos á tierra firme, que distaría de nosotros como cien pasos, y no pasaba de la cintura el agua donde más hondo. Estando todos muertos de sed y no habiendo agua dulce en cuanto se pudo reconocer en algún espacio, posponiendo mi riesgo al alivio y conveniencia de aquellos míseros, determiné ir á bordo, y encomendándome con todo afecto á María Santísima de Guadalupe, me arrojé al mar y Jlegué al navío, de donde saqué un hacha para cortar y cuanto me pareció necesario para hacer fuego.

Hice segundo viaje, y á empellones, ó por mejor decir, milagrosamente, puse un barrilete de agua en la misma playa, y no atreviéndome aquel día á tercer viaje, después que apagamos todos nuestra ardiente sed, hice que comenzasen los más fuertes á destrozar palmas de las muchas que am había para comer los cogoJlos, y encendiendo candela se pasó la noche. Halláronse el día siguiente unos charcos de agua (aunque algo salobre) ent"e aqueJlas palmas, y mientras se congratulaban los compañeros por este hallazgo, acompañándome Juan de Casas, pasé al navio, de donde en el Cuyuco que allí traíamos (siempre con ries' go por el mucho mar y la vehemencia del viento) saca· mas á tierra el velacho, ·las dos velas del trinquete y gavia y pedazos de otras. Sacamos también escopetas, pólvora y municiones y cuanto nos pareció por entonces más necesario para cualquier accidente. Dispuesta una barraca en que cómodamente cabíamos todos, no sabiendo á qué parte de la costa se había de caminar para buscar gente, elegí sin motivo especial la que corre al Sur. Yendo conmigo Juan de Casas, y después de haber caminado aquel día como cuatro leguas matamos dos puercos monteses y escrupulizando el que se perdiese aquella carne en tanta necesidad, cargamos con ellos para que los lograsen los compañeros. Repetimos lo andado á la mañana siguiente hasta Uegar á un río de agua salada, cuylt ancha y profunda boca nos atajó los pasos, y aunque por haber descubierto unos ranchos antiquísimos hechos de paja, estábamos persuadidos á que dentro de breve se hallaría gente, con la imposibilidad de pasar adelante, después de cuatro días de trabajo nos volvimos tristes. Hallé á los compañeros con mucho mayores aflicciones, que las que yo traía, porque los charcos de donde se proveían de agua se iban secando, y todos estaban tan hinohados que parecían hidrópicos. Al segundo día de mi Jlegada se acabó el agua, y aunque por el término de cinco se hicieron cuantas diligencias nos dictó la necesidad para conseguirla, excedia á la de la mar en la amargura la que se hallaba. A la noche del quinto día, postrados todos en tierra, y más con los afectos que con las voces, por sernas imposible el articularlas, le pedimos á la Santísima Viro gen de Guadalupe el que pues era fuente de aguas vivas para sus devotos compadeciéndose de los que ya casi agonizábamos con la muerte, nos socorriese como á hijos, protestando no apartar jamás de nuestra memoria. para agradecérselo, beneficio tanto. Bien sabeis, madre y señora mía amantísima el que así pasó. Antes que se acabase la súplica, viniendo por el Sueste la turbonada, cay6 un aguacero tan copioso sobre nosotros, que refrigerando los cuerpos y dejándonos en el cayuco y en cuantas vasijas allí temamos provisión bastante, nos di6 las vidas. Era aquel sitio, no sólo estéril y falto de agua, sino muy enfermo, y aunque así lo reconocían Jos campa' ñeros, temiendo morir en el camino, no había modo de convencerlos para que ]0 dejásemos; pero quiso Dios que lo que no recabaron mis súplicas, lo consiguieron Jos mosquitos (que también allí había) con su molestia, y eJlos eran, sin duda alguna, los que en parte les habían causado las hinchazones que he dicho con sus picadas. Treinta días se pasaron en aquel puesto comiendo chaobalacas, palmitos y algún marisco, y antes de salir de él por no omitir diligencia pasé al navío que hasta S9


entonces no se había escatimado, y cargando con bala toda la artillena la disparé dos veces. Fué mi intento el que si acaso había gente la tierra adentro podía ser que les moviese el estruendo á saber la causa, y que acudiendo allí se acabasen nuestros tra. bajos con su venida. Con esta esperanza me mantuve hasta el siguiente día en cuya noche (no sé cómo) tomando fuego un cal" t,ucho de á diez que tenía en la mano, no sólo me la abrasó, sino que me maMrató un muslo, parte del pe· cho, toda la cara y' me voló el cabello. Curado como mejor se pudo con ungüento bJanco, que en la caja de medicina que me dejó el condestable se había hallado, y á la subsecuente mañana, dándoles á los compañeros el aliento, de que yo más que ellos necesitaba, salí de aIlf. Quedóse (ojalá la pudiéramos haber traido con nosotros, aunque fuera acuestas, por 10 que adelante di· ré), quedóse, dígo, la fragata, que en pago de 10 mucho que yo y los míos servimos á los ingleses nos dieron graciosamente. Era (y no sé si todavía 10 es) de treinta y tres codQs de quilla y con tres aforros, los palos y vergas de excelentísimo pino, la fábrica toda de lindo galibo, y tanto, que coma ochenta leguas por singladura con viento fresco; quedáronse en ella y en las playas nueve piezas de artillena de hierro con más de dos mil balas de á cuatro, de á seis y de á diez, y todas de plomo, cien quintales, por 10 menos, de este metal, cincuenta bao rras de estaño, sesenta arrobas de hierro, ochenta bao rras de cob;-e del Japón, muchas tinajas de la China, siete colmillos de elefante, tres barriles de pólvora, cuarenta cañones de escopetas, diez llaves, una caja de medicinas y muchas herramientas de cirujano. Bien provisionados de pólvora y municiones y no otra cosa, y cada uno de nosotros con escopeta, comen· zamos á caminar por la misma marina la vuelta del Norte, pero con mucho espacio por la debilidad y fla' queza de los compañeros, y en llegar á un arroyo de agua dulce, pero bermeja, que distana del primer sitio menos de cuatro leguas, se pasaron dos días. La consideración de que á este ·paso sólo podíamos acercarnos á la muerte, y con mucha priesa me obligó á que, valiéndome de las más suaves palabras que me dictó el cariño, les propusiese el que pues ya no les podía faltar el agua, y como vfamos acudía allí mucha volatena que -les aseguraba el sustento, tuviesen á bien el que, acompañado de Juan de Casas. me adelantase hasta hallar poblado, de donde protestaba volvetia cargado de refresco para sacarlos de alU. Respondieron á esta proposición con tan lastimeras voces y copiosas lágrimas, que me las sacaron de lo más tierno del corazón en mayor raudal. Abrazándose de mí, me pedían con mil amores y ternuras que no les desamparase, y que, pareciendo imposible en lo natural poder vivir el más robusto, ni aún cuatro días, siendo Ja demora tan corta, quisiese, como padre que era de todos, darles mi bendición en sus postreras boqueadas y que después prosiguiese, muy enhorabuena, á buscar el descanso que á ellos les negaba su infelicidad y desventura en tan extraños cli· mas. Convenciéronme sus lágrimas á que así 10 hiciese; pero pasados seis días sin que mejorasen, reconociendo el que yo me iba hinchando, y que mi falta les aceleraría la muerte, temiendo, ante todas cosas la mía, conseguí el que aunque fuese muy poco á poco se prosi· guiese el viaje. Iba yo y Juan de Casas descubriendo lo que habían

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de caminar los que me seguían. y era el último, como más enfermo Francisco de la Cruz. sangley, á quien desde el trato de cuerda que le dieron los ingleses ano tes de llegar á Caponiz, le sobrevinieron· mil males, siendo el que ahora le quitó la vida dos hinchazones en los pechos y otra en el medio de las espaldas que le llegaba al cerebro. Habiendo caminado como una legua hicimos alto, y siendo la' llegada de cada uno según sus fuerzas; á más de las nueve de la noche no estaban juntos, porque este Francisco de la Cruz aún no había llegado. En espera suya se pasó la noche, y dándole orden á Juan de Casas que prosiguiera el camino antes que amaneciese, volví en su busca; hallelo á cosa de media legua, ya casi boqueando, pero en su sentido. Deshecho en lágrimas, y con mal articuladas razones, porque me las embargaba el sentimiento, le dije lo que para que muriese conformándose con la voluntad de Dios y en gracia suya me pareció á propósito y poco antes del medio día rindió el espíritu. Pasadas como dos horas hice un profundo hoyo en la misma arena, y pidiéndole á la divina majestad el descanso de su alma lo sepulté, y levantando una cruz (hecha de dos toscos maderos) en aquel lugar. me vol· ví á los míos. Hallélos alojados delante de donde habían salido como otra legua, y á Antonio González, el otro Sangley, casi moribundo. y no habiendo regalo que poder hacer· le ni medicina alguna con qué esforzarlo, estándolo consolando, ó de triste, ó de cansado, me quedé dormi· do, y dispertándome el cuiqado á muy breve rato, lo hallé difunto. Dímosle supultura entre todos el siguiente día. y too mando por asunto una y otra muerte, los exhorté á que caminsemos cuanto más pudiésemos, persuadidos á que así sólo se salvanan las vidas. Anduviéronse aquel día como tres leguas V en los trl'!S siguientes se grangearon quince y fué la causa que con el ejercicio del caminar al paso que se sudaba se revolvían los hinchazones y se nos aumentaban las fuerzas. _ Hallóse aquí un no de agua salada muy poco ancho y en extremo hondo, y aunque retardó por todo un día un manglar muy espeso el llegar á él, reconocido después de sondarlo fallarle vado, con palmas que se cortaron. se le hizo puente y se fué adelante, sin que el hallarme en esta ocasión con calentura me fuese estorbo. A] segundo día que allí salimos, yendo yo y Juan de Casas precediendo á todos, atravesó por él camino que llevábamos un disforme oso, y no obstante el haberlo herido con la escopeta se vino para mí y aunque me defendía yo con el mocho como mejor podía. siendo pocas mis fuerzas y las suyas muchas·, á no acudir á ayudarme mi compañero, me hubiera muerto; dejárnoslo alU tendido. y se pasó de largo. Después de cinco días de este suceso llegamos ¡\ una punta de piedra, de donde me parecía imposible pasar con vida por lo mucho que me había postrado la calentura, y ya entonces estaban notablemente recobrados todos, ó por mejor decir, con salud perfecta. Hecha mansión, y mientras entraban en el monte adentro á buscar comida, me recogi á un rancho. que con una manta que llevábamos, al abrigo de una peña me habían hecho, y quedó en guarda mi esclavo Pedro. Entre las muchas imaginaciones que me ofreció el desconsuelo, en esta ocasión fué la más molesta el que sin duda estaba en las costas de la Florida en la Amé· rica, y que siendo croelfsimos' en extremo sus habitado-


res, por último habíamos de reunir las vidas en sus sangrientas manos. Interrumpióme estos discursos mi muchacho con grandes gritos, diciéndome que descubría gente por la costa y que venía desnuda. Levantéme asustado, y tomando en la mano la es' capeta me sali fuera, y encubierto de la peña á cuyo abrigo estaba, reconocí dos hombres desnudos con cargas pequeñas á las espaldas, y haciendo ademanes con la cabeza como quien busca algo, no me pesó de que viniesen sin armas, y por estar ya á liro mío les salí al 'encuentro. Turbados ellos mucho más sin comparación que lo que yo lo estaba, lo mismo fué verme que arrodillarse, y puestas las manos comenzaron á dar voces en casteUano y á pedir cuartel. Arrojé yo la escopeta, y llegándome á ellos los abracé, y respondiéronme á las preguntas que inmediata· mente les hice, dijéronme que eran católicos y que acompañando á su amo que venía atrás y se llamaba Juan González, y era vecino del pueblo de Tejosuco, andaban por aquellas playas buscando ambar, dijeron también el que era aquella costa la que llamaban de Bacalal en la provincia de Yucatan. Siguiose á estas noticias tan en extremo alegres y más en ocasión en que la vehemencia de mi tristeza me ideaba muerto entre gentes bárbaras el darle á D103 Y á su santisima Madre repetidas gracias, y disparando tres veces, que era contraseña para que acudiesen los compañeros, con su venida, que fué inmediata yace· lerada, fué común entre todos el regocijo. No satisfechos de nosotros los Yucatecos, dudando si seríamos de los 'Piratas ingleses y franceses que por allf discurren, sacaron de lo que llevaban en sus mochilas para que comiésemos, y dándoles (no tanto por retomo, cuanto porque depusiesen el miedo que en ellos víamos) dos de nuestras escopetas, no las quisieron. A breve rato nos avistó su amo porque venía siguien· do á sus indios con pasos lentos, y reconociendo el que quería volver aceleradamente atrás para meterse en lo más espeso del monte, donde no sería faciI el que lo hallásemos, quedando en rehenes uno de sus dos indios fué el otro á persuasiones y súplicas nuestras á ase· gurarlo. Después de una larga plática que entre sí tuvieron, vino, aunque con sobresalto y recelo. según por el rostro se le advertía, y en sus palab:-as se denotaba. á nuestra presencia; y hablándole yo con grande venebolencia y cariño, y haciéndole una relación pequeña de mis trabajos grandes. entregándole todas nuestras armas para que depusiese el miedo con que lo víamos. conseguí el que se quedase con nosotros aquella noche, para salir á la mañana siguiente donde quisiese llevarnos. Díjonos, entre varias cosas que se parlaron, le agradeciésemos á Dios por merced muy suya, el que no me hubiesen visto sus indios primero. y á largo trecho. porque si teniéndonos por piratas se retiraran al mono te para guarecerse en su espesura. jamás saldríamos de aquel parage inculto y solitario. porque nos faltaba embarcación para ·conseguirlo.

Pasan á Teiosuco, de allí a Valladolid. donde experimentan molestias: llegan á Mé· rida,' vuelve Alonso Ramlret, á Valladolid,

y son aquellas mayores. Causa porque vino a México y 10 que de ello resulta.

§ VII

Si á otros ha muerto un no esperado júbilo, á mí me quitó la calentura el que ya se puede discurrir si sería grande; libre pues de ella salimos de allí cuando rompía el día, y después de haber andado por la playa de la ensenada una legua, llegamos á un puertecillo donde tenían barada una canoa que habían pasado; en' tramos en ella. y quejándonos todos de mucha sed, haciéndonos desembarcar en una pequeña isla de las muchas que allí se hacen. á que viraron luego, hallamos un edificio, al parecer antiquísimo. compuesto de solas cuatro paredes, y en el medio de cada una de ellas una pequeña puerta. y á correspondencia otra, en el medio, de mayor altura (sería la de las paredes de afuera como tres estados). Vimos también allí cerca unos pozos hechos á mano y llenos llenos de excelente agua. Después que bebimos hasta quedar satisfechos, admirados de que en un islote que boxeaba doscientos pasos, se hallase agua. y con las circunstancias del edificio que tengo dicho, supe el que no solo éste, sino otros que se hallan en par· tes de aquella provincia, y mucho mayores. fueron fábrica de gentes que muchos siglos antes que la con· quistaran los españoles vinieron á ella. Prosiguiendo nuestro viaje, á cosa de las nueve del día se divisó una canoa de mucho porte. Asegurándonos la vela que traian (que se reconoció ser de petate ó estera que todo es uno), no ser piratas ingleses como se presumió. me propuso Juan González el que les embistiésemos y los apresásemos. Era el motivo que para cohonestarlo se le ofreció el que eran indios gentiles de la Sierra los que en ella iban, y que llevándolos al cura de su pueblo para que los catequizase, como cada día lo hacia con otros, le haríamos con ello un estimable obsequio. á que se añadía el que habiendo traído bastimentas para solos tres. siendo ya nueve los que allí ya íbamos, y muchos 105 días que sin esperanza de hallar comida habíamos de consumir para llegar á poblado, podíamos y aun debía· mas valernos de los que sin duda llevaban los indios. Parecióme conforme á razón lo que proponía, y á vela y remo les dimos caza, Eran catorce las personas (sin unos muchachos) que en la canoa iban, y habiendo hecho poderosa resistencia disparando sobre nosotros lluvias de flechas, atemorizados de los tiros de escopeta que aunque eran muy contínuos y espantosos iban sin balas, porque siendo impiedad matar á aquellos pobres sin que nos hubiesen ofendido, ni aun levemente, dí rigurosa orden á los míos de que fuese asf. Después de haberles abordado le hablaron a Juan González, que entendía su lengua, y prometiéndole un pedazo de ambar que pesaría dos libras, y cuanto maiz quisiésemos del que allí llevaban, le pidieron la libero tad. Propúsome el que si asf me parecía se les concedie. se. y desagradándome el que más se apeteciese el amo bar que la reducción de aquellos miserables gentiles al gremio de la iglesia católica, como me insinuaron. no vine en ello. Guardóse Juan González el ámbar. y amarradas las canoas y asegurados los prisioneros. proseguimos nuestra derrota hasta que atravesada la ensenada, ya casi entrada la noche, saltamos en tierra. Gastóse el día siguiente en moler maíz y disponer bastimento para los seis que dijeron habíamos de tal" 61


dar para pasar el monte, y echando por delante á los indios con la provisión, comenzamos á caminar; á la noche de este día, que1'Íendo sacar lumbre con mi escopeta, no pensando estar cargada, y no poniendo por esta inadvertencia el cuidado que se dcbía, saliéndoseme de las manos y lastimándome el pecho y Ja cabeza, con el no prevcnido golpe se me quitó el scntido. No volví en mi acuerdo hasta que cerca de media noohe comenzó á caer sobre nosotros tan poderoso aguacero que inundando el paraje en que nos alojamos, y pasando casi por la cintura la avenida, que rué improvisa, perdimos la mayor parte del bastimento y toda la pólvora, menos la que tenía en mi graniel. Con esta incomodid:lt'l. y llevándome cargado los in· dios porque no podía moverme dejándonos á sus dos criados para que nos guiasen, y habiéndose Juan Gon· zález adelantado, así pa..-a solicitarnos algún refresco como pa:t:a noticiar á los indios de los pueblos inmediatos, adonde habíamos de ir, el que no éramos piratas, como podían pensar, sino hombres perdidos que íbamos á su amparo. Proseguimos por el monte nuestro camino, sin un indio y una india de los gentiles que, valiéndose del aguacero se nos huyeron: pasamos excesiva hambre, hasta que dando en un plantanal, no sólo comimos hasta satisfacernos, sino que proveídos de plantanos asa· dos, se pasó adelante. Noticiado por Juan González el beneficiado de Tejozuco (de quien ya diré) de nuestros infortunios, nos despachó al camino un muy buen refresco, y fortalecidos con él llegamos al día siguiente á un pueblo de su feligresía, que dista como una legua de la cabecera y se nombra Tila donde hallamos gente de parte suya, que con un regalo de chocolate y comida expléndida nos esperaba. Allí nos detuvimos hasta que negaron caballos en que montamos, y rodcados de indios que salían á vernos como cosa rara, llegamos al pueblo de Tejozuco como á las nueve del día. Es pueblo no solo grande, sino delicioso y ameno, asisten en él muchos españoles, y entre ellos D. Melchor Pacheco, á quien acuden los indios como á su encomendero. La iglesia parroquial se forma dc tres naves, y está adornada con excelentes altares y cuida de ella como su cura beneficiado el licenciado D. Cristóbal de Muros, á quien jamás pagaré dignamente lo que le debo, y para cuya alabanza me faltan voces. Saliónos á recibir con el cariño dc Padre, y conduciéndonos á la iglesia nos ayudó á dar á Dios Nuestro Scñor las debidas gracias por habernos sacado dc la opresión tirana de los ingleses, de los peligros en que nos vimos por tantos mares, y de los que últimamente toleramos en aqueHas costas, y acabada nuestra ora· ción, acompa,ñados de todo el pueblo, nos Hevó á su casa. En ocho días que allí estuvimos á mí y á Juan de Casas nos dió su mesa abastecida de todo, y desde ella enviaba siempre sus platos á diferentes pobres. Acudióseles también y á proporción de lo que con nosotros se hacía, no solo á los compañeros sino á los indios gentiles, en abundancia. Repartió éstos (después de haberlos vestido) entre otros que ya tenía bautizados de los de su nación para catequizarlos, disponiéndonos para la confesión de que estuvimos imposibilitados por ·tanto tiempo, oyéndonos con la pacicncia y cariño que nunca he visto, consegui. mas el día de Santa Catalina que nos comulgase. En el ínterin que esto pasaba, notició á los alcaldes

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dc la Villa de Valladolid (en cuya coma=ca cae aquel pueblo) de lo sucedido, y dándonos carta así para ellos como para el guardián de la Vicaría de Tixcacal que nos recibió con notable amor, salimos de Tejozuco para la villa, con su beneplácito. Encontronos en este pueblo de Tixcacal un sargento que remitían los alcaldes para que nos condujese, y en llegando á la villa y á su presencia, les dí carta. Eran dos estos alcaldes como en todas partes se usa; llámase el uno D. Francisco de Zelerun, hombre á lo que me pareció poco entrcmctidp, y de muy buena intención y el otro D. Ziphirino de Castro. No puedo proseguir sin referir un donosfsimo cuen· to que aquí pasó. Sabiéndose, porquc yo se lo había dicho á quien lo preguntaba, ser esclavo mío el negri. llo Pedro, esperando uno de los que me habían examinado á que estuviese solo, 'llegándose á mí y echándome los brazos al cuello, me dijo así: -¿Es posible, amigo y querido paisano mío, que os ven mis ojos? ¡Oh, cuántas veces se me han anegado en lágrimas al acordannc de vos! ¡Quién me dijera que os había de ver en tanta miseria! Abrazadme recio, mi· tad de mi alma, y dadle gracias á Dios de quc esté yo aquí. Preguntele quién era y cómo se llamaba, porque de ninguna manera 10 conocía. -¿Cómo es eso, me replicó, cuando no tuvistéis cn vuestros primeros años mayor amigo, y para que conozcáis cl que todavía soy el que entonces era, sabed que corren voces que sois espía de algún Corsario, y noticiado de eHo el gobernador de esta provincia os hará prender, y sin duda alguna os atormentará. Yo por ciertos negocios en que intervcngo tengo con su señoría relación estrecha y lo mismo cs proponerle yo una cosa que ejecutarla. Bueno será grangearle la voluntad presentándole ese negro, y para ello no será malo cl que me hagáis donación de él. Considerad que el peligro en que os veo es en ext:-emo mucho. Guardadme el secreto y mirad por vos, si así no se hace, persuadiéndoos á que no podré redimir vuestra veja. ción si lo que os propongo, como tan querido y antiguo amigo vuestro, no ,tiene forma. No soy tan simple, le respondí, que no reconozca ser Vmd. un grandc embustero y que puedc dar lecciones de robar á los mayores corsarios. A quien me rllga· lare con trescientos reales de á ocho que vale, le regalaré con mi negro, y vaya con Dios. No me replicó, porque llamándome dc partc de los alcaldes, mc quité de allí. Era D. Francisco dc Zelerun no sólo alcalde, sino también teniente, y como de la de· c1aración que lc hice de mis trabajos resultó saberse por toda la villa lo que dejaba en las playas, pensando muchos cl que por la necesidad casi extrema que padecía haría baratas, comenzaron á prometerme dinero porque les vendiese siquiera lo que estaba en ellas, y me daban luego quinientos pesos. Quisc admitirlos, y volver con algunos que me ofre.cieron su compañia, así para remediar la fragata como para poner cobro á lo que en ella tenía; pero envián· dome á notificar D. Ziphirino de Castro cl que debajo de graves penas no saliese de la villa para las playas, porque la embarcación y cuanto en ella venía pertenecía á la cruzada, me quedé suspenso, y acordándome del scvillano Miguel, cncogí los hombros. Súpose también cómo al encomendero de Tejozuco D. Melchor Pacheco le dí un criz y un espadin mohoso que conmigo traía, y de que por cosa extraordinaria se aficionó, y persuadidos por lo que dije del saqueo de Cicudana á que tcndrían empuñadura de oro y diaman-


Danle libertad los piratas y trae d la memoria lo que toleró en su prisión. § IV.

Debo advertir antes de expresar lo que toleré y sufTf de trabajos y penalidades en tantos años el que solo en el condestable Nicpat y en Dick quartamaestre del ca· pitán Bel hallé alguna conmiseración y consuelo en mis contínuas fatigas, así socorriéndome sin que sus campa. ñeros lo viesen en casi extremas necesidades, como en buenas palabras con que me exhortaban á la paciencia. Persuádome á que era el Condestable católico sin duda alguna. Juntáronse á consejo en este paraje y no se trató otra cosa sino que se haIj'a de mí y de siete compañeros míos que habían quedado. Votaron unos y fueron los más, que nos degollasen, y otros, no tan 'crueles, que nos dejasen en ~ierra. A unos· y otros se opusieron ~l Condes~able Nlcpat, el Quartamaestre Dick y el capitán Donkm con los d~ su séquito, afeando acción tan indigna á la generosidad inglesa. . -Bástanos (decia éste) haber degenerado de qw~ nes somos, robando 10 mejor del Oriente con circunstancias tan impías. ¿Por ventura no están .clamando al delo tantos inocentes á quienes les nevamos lo que á costa de sudores poseían, á quienes les quitamos la vida? ¿Qué es lo que hizo este pobre español ahora 'Para aue la pierda? Habernos servido como un ~sclavo en agradecimiento de lo que con él se ha :hecho desde que lo cogimos. Dejarlo en este río d0!1de J~zgo no hay otra cosa sino indios bárbaros, es mgratJtud. Degoliarlo como otros decís, es más que impiedad, y porque no dé voces que se oigan .por todo el mundo su inocente sangre, yo soy, y los míos, quien los patrocina. Llegó á tanto la controversia, que estando ya para tomar las· armas para decidirla, se convinieron en que -me diesen la fragata que apresaron en el ~stre~ho de Syncapura, y con ella la libertad p~ra que dispu.slese de mí y de mis compañeros como mejor me estUVIese. Presuponiendo el que á todo ello me hall~ presente, póngase en mi lugar quien aquí negare y diScurra de qué tamaño sería el susto y la congoja con que yo estuve. Desembarazada la fragata que me daban, de cuanto había en ella, y cambiado á las suyas, me obligaron á que agradeciese á cada uno separadamente la libertad y piedad que conmigo usaban, y así lo hice. Diéronme un· astrolabio y agujón, un derrotero holandés una sola tinaja de agua y dos tercios de arroz; pero ai abrazarme al Condestable para despedirse, me avisó cómo me había dejado, á excusas de sus compañeros, alguna sal y <tasajos, cuatro ~arriles de pt?lvora, muchas balas de artillería, una caja de medicmas y otras diversas cosas. Intimáronme (haciendo testigos de que lo oía) el que si otra vez me cogían en aquella costa, sin que otro que Dios lo remediase, me matarían, y que para escu· sarlo gobernase siempre entre el Oeste y Noroeste. donde hallaría españoles que me amparasen, y haCiendo que me levase, dándome el buen viaje, ó por mejor decir mofándome y escarneciéndome, me dejaron ir. AI~bo á cuantos, aun con riesgo de la vida, solicitan la libertad, por ser sola ella la que merece, aun entre animales brutos, la estimación. Sacónos á mi Y á mis compañeros tan no esperada dicha copiosas lágrimas, y juzgo corrían gustosas por

nuestros rostros por lo que antes las habíamos tenido reprimidas y ocultas en nuestras penas. Con un regocijo nunca esperado suele de ordinario embarazarse el discurso, y ·pareciéndonos sueño lo que pasaba, se necesitó de mucha reflexa para creemos libres. Fué nuestra acción primera levantar las voces al cielo engrandeciendo á la divinal misericordia como mejor pudimos, y con inmediación dimo~ las gracias á la que en el mar de tantas borrascas fue nuestra estrella. Creo hubiera sido imposible-mr libertad si continua. mente no hubiera ocupado la memoria y afectos en María Santísima de Guadalupe de México, de quien siempre protesto viviré esclavo por lo que le debo. He trafdo siempre conmigo un retrato suyo, y temiendo no le profanaran los hereges piratas cuando me apresaron supuesto que entonces quitándonos los rosarios de los cuellos y reprendiéndonos como á impíos y supersticiosos, los arrojaron al mar, como mejor pude se lo quité de la vista, y la vez prímera que subí al tope lo escondí allí. Los nombres de los que consiguieron conmigo la libertad y habian quedado de los veinticinco (porque de ellos en la isla despoblada de Poliubi dejaron ocho, cinco se huyeron en Syncapura, dos murieron de los azotes en Madagascar, y otros tres tuvieron la misma suerte en diferenJtes parages) son Juan de Casas, español, natural de la Puebla de los Angeles, en Nueva Es' paña, Juan Pinto y Marcos de la Cruz. indios pangasinán aquel, y éste pampango, Francisco de la CnJZ, y Antonio González, sangleyes; Juan Diaz, Malabar, y Pedro, negro de Mozambique. esclavo mío. A las lágrimas de regocijo por la libertad conseguida se siguieron las que bien pudieran ser de sangre, por los trabajos pa· sados, los cuales nos representó luego al instante la me. maria en este compendio. A las amenazas con que estando sobre la isla de Caponiz nos tomaron la confesión pa=a saber qué navíos y con qué armas estaban para salir de Manila, y cuáles lugares eran más ricos, añidieron dejarnos casi quebrados los dedos de las manos con las llaves de las escopetas y carabinas, y sin atender á la sangre que lo manchaba nos hicieron hacer ovillos del algodón que venía en greña para coser vejas, continuose este ejercicio siempre que fué necesario en todo el viaje siendo distribución de todos los días, sin dispensa alguna, bal· dear y barrer por dentro y fuera las embarcaciones. Era también común á todos ·nosotros limpiar los alfanges, cañones y llaves de carabinas con tiestos de lozas de China, molidos cada tercero día; hacer meollar, colchar cables, faulas y contrabrasas, hacer tamo bién cagetas, embergues y mojeles. Añadiase á esto ir al timón y pilar el arroz que de continuo comian, habiendo precedido el remojarIo pa' ra hacerlo harina y hubo ocasión en que á cada uno se nos dieron once costales de á dos arrobas por tarea de un solo día con pena de azotes (que muchas veces toleramos) si se faltaba á ello. Jamás en las turbonadas que en tan prolija navega· ción experimentamos, aferraron velas, nosotros éramos los que lo hadamos, siendo el galardón .ordinario de tanto riesgo crueles azotes; ó por no eJccutarl? con toda priesa, 6 porque las velas, como en semejantes frangentes 'Sucede, solían romperse. El sustento que se nos daba para que no nos falta· sen las fuerzas en tan continuo trabajo, se reduda á una ganta (que viene á ser un almud) de arroz, que se sancochaba como se podía; valiéndonos de agua de la

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y al Oesnoroeste me hallé cercado de islotes ent::'e dos

grandes (5) islas. Co~tóme notable cuidado salir de aquí por el mucho mar y viento que hacía y corriendo con sólo el trino quete para el Oeste, después de tres días descubrí una isla .(6) grandísima, alta y montuosa; pero habiendo amanecido cosa de seis leguas sotaventando de ella para la parte del Sur, nunca me dió lugar el tiempo para cogerla, aunque guiñé al Noroeste. Gastados poco más de ot:'os tres días sin rematarla, reconocidos (7) dos islotes eché al Sudoeste, y después de un día sin notar cosa alguna ni avistar tierra, paro grangear 10 perdido volví al Noroeste. A! segundo día de esta derrota, descubrí y me acerqué á una isla (8) grande; vide en ella, á cUanto permitió la distancia, un puerto (9) con alguno·s cayuelos fuera y muchas embarcaciones adentro. Apenas vide que salían de entre ellas dos balandras con bandera inglesa para reconocerme, cargando todo el paño me atravesé á esperarlas, pero por esta acción Ó por otro motivo que ellos tendrían, no atreviéndose á llegar cerca, se retiraron al puerto. Proseguí mi camino, y para montar una punta que salía por la proa goberné al Sur, y montada muy para afuera volví al Oeste y al Oesnoroeste, hasta que á los dos días y medio llegué a una isla (lO) como de cinco ó seis leguas de largo, pero de poca altura, de donde salió para mí una balandra con bandera inglesa. (5) San Bartolomé y San Mllrtln. (6) La Española. (7) Beata y AltobeJo. (8) (9) (lO)

X:lml1ica. Puerto Real. CayrnllD grande.

A punto cargué el paño y me atravesé, pero después de haberme cogido el barlovento, reconociéndome por la popa, y muy despacio se volvió á la isla. Uaméla dispamndo una pieza sin bala, pero no hizo caso. No haber llegado á esta isla, ni arrojádome al puerto de la antecedente era á instancias y lágrimas de mis compañeros, á quienes apenas vían cosa que tocase á inglés cuando al instante les faltaba el espiritu y se quedaban como azogados por largo rato. Despechado entonces de mi mismo y determinado á no hacer caso en lo venidero de sus sollozos, supuesto que no comíamos sino Jo que pescábamos, y la provisión de agua era tan poca que se reducía á un barril pequeño y á dos tinajas, deseando dar en cualquiera tierra para (aunque fuese poblada de ingleses) varar en ella navegué ocho días al Oeste y al Oesudueste, y á las ocho de la mañana de aquel en que á nuestra infructuosa y vaga navegación se le puso término (por estar ya casi sobre él), reconocí un muy prolongado bajo de arena y piedra, no manifestando el susto que me causó su vista, orillándome á él como mejor se pudo, por una quebrada que hada, lo atravesé, sin que hasta las cinco de la tarde se descubriese tierra. Viendo su cercanía, que por ser en extremo 1?aja, y no haberla por eso divisado, era ya mucha, antes que se llegase la noche hice subir al tope por si se descubría otro bajo de que guardarnos y manteniéndome á bordos lo que quedó del día, poco después de anochecer dí fondo en cuatro brazas, y sobre piedras. Fue esto con solo un anclote por no haber más, y con un pedazo de cable de cáñamo de hasta diez bro· zas ajustado á otro de bejuco (y fué el que colchamos en Poliubí) que tenía sesenta, y por ser el anclote (mejor lo Uamara rezón) tan pequeño .que solo podría servir para una chata, lo ayudé con una pieza de artillería


entalingada con un cable de guamutil de cincuenta brazas. Crecía el viento al peso de la noche y con gran pu· junza y por esto y por las piedras del fondo poco des,pués de las cinco de la mañana se rompieron los cables. Viéndome perdido mareé todo el paño luego al instante, por ver si podía montar una punta que tenía á la vista; pero era la corriente tan en extremo furiosa, que no nos dió lugar ni tiempo para: poder orzar, con que arribando más y más y sin resistencia, quedamos barados entre mucanlS en la misma punta. Era tanta la mar y los golpes que daba el navío tan expantosos, que no sólo á mis compañeros, sino aun á mí que ansiosamente deseaba aquel suceso para salir á tierra, me dejó confuso, y más hallándome sin Jancha para escapados-o Quebrábanse las olas, no sólo en la punta sobre que estábamos, sino en lo que se vía de la costa con grandes golpes, y á cada uno de los que á correspondencia daba el navío, pensábamos que se abría y nos tragaba el abi9IDo. Considerando el peligro en Ja dilación, haciendo fervorosos aclos de contricción y queriendo merecerle á Dios su misericordia sacrificándole mi vida por la de aquellos pobres, ciñéndome un cabo delgado para que Jo fuesen largando, me arrojé al agua. . Quiso concederme su piedad el que llegase á tierra donde lo hice firme, y sirviendo de andaribél á los que no sabían nadar, convencidos de no ser tan dificil el tránsito como se lo pintaba el miedo, conseguí el que (no sin peligro manifiesto de ahogarse dos) á más de media tarde estuviesen salvos.

Sed, hambre, enfermedades, muertes con que fueron atribulados en esta costa: 1zallan inopinadamente gente católica y saben estar en tierra firme de Yucatan en la Septemtrional América. §

VI

Tendría de ámbito la peña que rterminaba esta punta como doscientos pasos y por todas partes la cercaba el mar, y aun tal vez por la violencia con que la hería se derramaba por toda ella con grande ímpetu. No tenía arbol ni cosa alguna á cuyo abrigo pudié· osemos repararnos contra el viento, que soplaba vchementísimo y destemplado; pero haciéndole á Dios nuestro Señor repetidas súplicas y promesas, y persuadidos á que estábamos en parte donde jamás saldríamos, se pasó Ja noche. Persevero el viento, y por el consiguiente no se sosegó el mar hasta de allí á tres días; pero no obstante, después de haber amanecido, reconociendo su cercania nos cambiamos á tierra firme, que distaría de nosotros como cien pasos, y no pasaba de la cintura el agua donde más hondo. Estando todos muertos de sed y no habiendo agua dulce en cuanto se pudo reconocer en algún espacio, posponiendo mi riesgo al alivio y conveniencia de aquellos míseros, determiné ir á bordo, y encomendándome con todo afecto á María Santísima de Guadalupe, me arrojé al mar y llegué al navío, de donde saqué un hacha para cortar y cuanto me pareció necesario para hacer fuego.

Hice segundo viaje, y á empellones, ó por mejor decir, milagrosamente, puse un barrilete de agua en la misma playa, y no atreviéndome aquel día á tercer viaje, después que apagamos todos nuestra ardiente sed, hice que comenzasen los más fuertes á destrozar palo mas de las muchas que aHí habia para comer los c~ gallos, y encendiendo candela se pasó la noche. Halláronse el día siguiente unos charcos de agua (aunque algo salobre) entre aquellas palmas, y mien· 'tras se congratulaban los compañeros por este hallaz· go, acompañándome Juan de Casas, pasé al navío, de donde en el Cuyuco que allí traíamos (siempre con riesgo por el mucho mar y la vehemencia del viento) sacamos á tierra el velacho, -las dos velas del trinquete y gavia y pedazos de otras. Sacamos también escopetas, pólvora y municiones y cuanto nos pareció por entonces más necesario para cuaJquier accidente. Dispuesta una barraca en que cómodamente cabía· mas todos, no sabiendo á qué parte de la costa se había de caminar para buscar gente, elegí sin motivo especial la que corre al Sur. Yendo conmigo Juan de Casas, y después de haber caminado aquel día como cuatro leguas matamos dos puercos monteses y escrupulizando el que se perdiese aquella carne en tanta necesidad, cargamos con ellos para que los lograsen los compañeros. Repetimos lo andado á la mañana siguiente hasta llegar á un río de agua salada, cuyé! ancha y profunda boca nos atajó los pasos. y aunque por haber descubierto unos ranchos antiquísimos hechos de paja, está· bamos persuadidos á que dentro de breve se hallaría gente, con la imposibilidad de pasar adelante, después de cuatro días de trabajo nos volvimos tristes. Hallé á los compañeros con mucho mayores aflic· ciones, que las que yo 'tra1a, porque los charcos de donde se proveian de agua se iban secando, y todos estaban tan hinohados que parecían hidrópicos. Al segundo día de mi llegada se acabó el agua, y aunque por el ténnino de cinco se hicieron cuantas di· ligencias nos dictó la necesidad para conseguirla, ex· cedia á la de la mar en la amargura la que se hallaba. A la noche del quinto dia, postrados todos en tierra, y más con los afectos que con las voces, por sernos -imposible el articularlas, le pedimos á la Santísima Viro gen de Guadalupe el que pues era fuente de aguas vivas para sus devotos compadeciéndose de los que ya casi agonizábamos con la muerte, nos socorriese como á hijos,protestando no apartar jamás de nuestra memoria, para agradecérselo, beneficio tanto. Bien sabeis, madre y señora mía amantísima el que así pasó. Antes que se acabase la súplica, viniendo por el Sueste la turbonada, cayó un aguacero tan copioso sobre nosotros, que refrigerando los cuerpos y dejándonos en el cayuco y en cuantas vasijas allí teníamos provisión bastante, nos dió las vidas. Era aquel sitio, no sólo estéril y falto de agua, sino muy enfermo, y aunque así lo reconocían los compañeros, temiendo morir en el camino, no habia modo de convencerlos para que lo dejásemos: pero quiso Dios que lo que no recabaron mis súplicas, lo consiguieron los mosquitos (que -también allí había) con su molestia y ellos eran, sin duda alguna, los que en parte les ha· bían causado las hinchazones que he dicho con sus picadas. Treinta días se pasaron en aquel puesto comiendo chaohalacas, palmitos y algún marisco. y antes de salir de él por no omitir diligencia pasé al navío que hasta

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entonces no se había escatimado, y cargando con bala toda la artillería la disparé dos veces. Fué mi intento el que si acaso había gente la tierra adentro podía ser que les moviese el estruendo á saber la causa, y que acudiendo allf se acabasen nuestros tra· bajos con su venida. Con esta esperanza me mantuve hasta el siguiente día en cuya noche (no sé cómo) tomando fuego un cal'· t.ucho de á diez que tenía en la mano, no sólo me la abrasó, sino que me maltrató un muslo, parte del pe· cho, toda la cara y' me voló el cabello. Curado como mejor se pudo con ungüento blanco, que en la caja de medicina que me dejó el condestable se había hallado, y á la subsecuente mañana, dándoles á los compañeros el aliento, de que yo más que ellos necesitaba, saU de allí. Quedóse (ojalá la pudiéramos haber traido con nosotros, aunque fuera acuestas, por lo que adelante diré), quedóse, dígo, la fragata, que en pago de lo mucho que yo y los mios servimos á los ingleses nos dieron graciosamente. Era (y no sé si todavía lo es) de treinta y tres codos de quilla y con tres aforros, los palos y vergas de excelentísimo pino, la fábrica toda de lindo galibo, y tanto, que corría ochenta leguas por singladura con viento. fresco; quedáronse en ella y en las playas nueve piezas de artillería de hierro con más de dos mil balas de á cuatro, de á seis y de á diez, y todas de plomo, cien quintales, por lo menos, de este metal, cincuenta barras de estaño, sesenta arrobas de hierro, ochenta bao rras de cob:-e del Japón, muchas tinajas de la China, siete colmillos de elefante, tres barriles de pólvora, cuarenta cañones de escopetas, diez llaves, una caja de medicinas y muchas herramientas de cirujano. Bien provisionados de pólvora y municiones y. no otra cosa, y cada uno de nosotros con escopeta, comenzamos á caminar por la misma marina la vuelta del Norte, pero con mucho espacio' por la debilidad y fla· queza de los compañeros, y en llegar á un arroyo de agua dulce, pero bermeja, que distaría del primer sitio menos de cuatro leguas, se pasaron dos días. La consideración de que á este paso sólo podíamos acercarnos á la muerte, y con mucha priesa me obligó á que, valiéndome de las más suaves palabras que me dietó el cariño, les propusiese el que pues ya no les podía faltar el agua, y como víamos acudía alli mucha volatería que les aseguraba el sustento, tuviesen á bien el que, acompañado de Juan de Casas, me adelantase hasta hallar poblado, de donde protestaba volvda caro gado de refresco para sacarlos de allf. Respondieron á esta proposición con tan lastimeras voces y copiosas lágrimas, que me las sacaron de lo más tierno del corazón en mayor raudal. Abrazándose de mí, me pedían con mil amores y ternuras que no les desamparase, y que, pareciendo imposible en lo natural poder vivir el más robusto, ni aún cuatro días, siendo Ja demora tan corta, quisiese, como padre que era de todos, darles mi bendición en sus postreras boqueadas y que después prosiguiese, muy enhorabuena, á buscar el descanso que á ellos les negaba su infelicidad y desventura en tan extraños cli· mas. Convenciéronme sus lágrimas á que así lo hiciese; pero pasados seis días sin que mejorasen, reconociendo el que yo me iba hinchando, y que mi falta les aceleraría la muerte, temiendo, ante todas cosas la mia, conseguí el que aunque fuese muy poco á poco se prosi. guiese el viaje. Iba yo y Juan de Casas descubriendo lo que habían

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de caminar los que me seguían, y era el último, como más enfermo Francisco de la Cruz, sangley, á quien desde el trato de cuerda que le dieron los ingleses antes de llegar á Caponiz, le sobrevinieron' mil males, siendo el que ahora le quitó la vida dos hinchazones en los pechos y otra en el medio de las espaldas que le llegaba al cerebro. Habiendo caminado como una legua hicimos alto, y siendo la-llegada de cada uno según sus fuerzas; á más de las nueve de la noche no estaban juntos, porque este Francisco de la Cruz aún no había llegado. En espera suya se pasó la noche, y dándole orden á Juan de Casas que prosiguiera el camino antes que amaneciese, volví en su busca; hallelo á cosa de media legua, ya casi boqueando, pero en su sentido. Deshecho en lágrimas, y con mal articuladas razones, porque me las embargaba el sentimiento, le dije lo que para que muriese conformándose con la volun· tad de Dios y en gracia suya me pareció á propósito y poco antes del medio día rindió el espíritu. Pasadas como dos horas hice un profundo hoyo en fa misma arena, y pidiéndole á la divina majestad el descanso de su alma lo sepulté, y levantando una cruz (hecha de dos toscos maderos) en aquel lugar, me volví á 105 míos. Hallélos alojados delante de donde habían salido como otra legua, y á Antonio González, el otro Sangley, casi moribundo, y no habiendo regalo que poder hacerle ni medicina alguna con qué esforzarlo, estándolo consolando, ó de triste, 6 de cansado, me quedé dormi· do, y dispertándome el cui~ado á muy breve rato, lo hallé difunto. Dímosle supultura entre todos el siguiente día, y tomando por asunto una y otra muerte, los exhorté á que caminsemos cuanto más pudiésemos, persuadidos á que así s610 se salvarían las vidas. Anduviéronse aquel día como tres leguas V en los trf!S siguientes se grangearon quince y fué la causa que con el ejercicio del caminar al paso que se sudaba se revolvían los hinchazones y se nos aumentaban las fuerzas. . Hallóse aquí un río de agua salada muy poco ancho y en extremo hondo, y aunque retardó por todo un dia un manglar muy espeso el llegar á él, reconocido después de sondarlo faltarle vado, con palmas que se cortaron. se le hizo puente y se fué adelante, sin que el hallarme en esta ocasión con calentura me fuese es· torbo. Al segundo día que allí salimos, yendo yo y Juan de Casas precediendo á todos, atravesó por él camino que llevábamos un disforme oso, y no obstante el haberlo herido con la escopeta se vino para mí y aunque me defendía yo con el mocho como mejor podía, siendo pocas mis fuerzas y las suyas muchas, á no acudir á ayudarme mi compañero, me hubiera muerto; dejá. maslo allí tendido, y se pasó de largo. Después de cinco días de este suceso llegamos ñ una punta de piedra, de donde me parecía imposible pasar con vida por lo mucho que me había postrado la calentura, y ya entonces estaban notablemente recobrados todos, 6 por mejor decir, con salud perfecta. Hecha mansión, y mientras entraban en el monte adentro á buscar comida, me recogi á un rancho, que con una manta que llevábamos, al abrigo de una peña me habían hecho, y quedó en guarda mi esclavo Pedro. Entre las muchas imaginaciones que me ofreció el desconsuelo, en esta ocasión fué la más molesta el que sin duda estaba en las costas de Ja Florida en la Amé· rica, y que siendo cruelísimos en extremo sus habitado-


res, por último habíamos de reunir las vidas en sus sangrientas manos. Interrumpióme estos discursos mi muchacho con grandes gritos, diciéndome que descubría gente por la costa y que venía desnuda. Levantéme asustado, y tomando en la mano la escopeta me sali fuera, y encubierto de la peña á cuyo abrigo estaba, reconocí dos hombres d~snudos con cargas pequeñas á las espaldas, y haciendo ademanes con la cabeza como quien busca algo, no me pesó de que viniesen sin armas, y por estar ya á tiro mío les saH al 'encuentro. Turbados ellos mucho más sin comparación que lo que yo lo estaba, lo mismo fué verme que arrodillarse, y puestas ,las manos comenzaron á dar voces en caste'llano y á pedir cuartel. Arrojé yo la escopeta, y llegándome á ellos los abra' cé, y respondiéronme á las preguntas que inmediatamente les hice, dijéronme que eran católicos y que acompañando á S\l amo que venía atrás y se llamaba Juan González, y era vecino del pueblo de Tejosuco, andaban por aquellas playas buscando ambar, dijeron también el que era aquella costa la que llamaban de Bacalal en la provincia de Yucatan. Siguiose á estas noticias tan en extremo alegres y más en ocasión en que la vehemencia de mi tristeza me ideaba muerto entre gentes bárbaras el darle á DIOS Y á su santísima Madre repetidas gracias, y disparando tres veces, que era contraseña para que acudiesen los compañeros, con su venida, que fué inmediata y acelerada, fué común entre todos el regocijo. No satisfechos de nosotros los Yucatecas, dudando si seriamos de los piratas ingleses y franceses que iJar alU discurren, sacaron de lo que llevaban en sus mochilas para que comiésemos, y dándoles (no tanto por retomo, cuanto porque depusiesen el miedo que en ellos víamos) dos de nuestras escopetas, no las quisieron. A breve rato nos avistó su amo porque venía siguiendo á sus indios con pasos lentos, y reconociendo el que quería volver aceleradamente atrás para meterse en lo más espeso del monte, donde no sería facil el que lo hallásemos, quedando en rehenes uno de sus dos indios fué el otro á persuasiones y súplicas nuestras á asegurarlo. Después de una larga plática que entre sí tuvieron, vino, aunque con sobresalto y recelo, según por el ros' tro se le advertía, y en sus palab:-as se denotaba, á nuestra presencia; y hablándole yo con grande venebolencia y cariño, y haciéndole una relación pequeña de mis trabajos grandes, entregándole todas nuestras armas para que depusiese el miedo con que lo viamos, conseguí el que se quedase con nosotros aquella noche, para salir á la mañana siguiente donde quisiese lle· vamos. Oljonos, entre varias cosas que se parlaron, le agra· deciésemos á Dios por merced muy suya, el que no me hubiesen visto sus indios primero, y á largo trecho, porque si teniéndonos por piratas se retiraran al monte para guarecerse en su espesura, jamás saldríamos de aquel parage inculto y solitario, porque nos faltaba embarcación para conseguirlo.

Pasan d Teiosuco, de allí a Valladolid, don· de experimentan molestias: llegan á Mérida; vuelve Alonso Ramfrez á Valladolid,

y son aquellas mayores. Causa porque

vino a México y lo que de ello resulta. § VII

Si á otros ha muerto un no esperado júbilo, á mí me quitó la calentura el que ya se puede discurrir si sería grande; libre pues de ella salimos de a1U cuando rompía el día, y después de haber andado por la playa de la ensenada una legua, llegamos á un puertecilIo donde -tenían barada una canoa que habian pasado; entramos en ella, y quejándonos todos de mucha sed, haciéndonos desembarcar en una pequeña isla de las muchas que allí se hacen, á que viraron luego, hallamos un edificio, al parecer antiquísimo, compuesto de solas cuatro paredes, y en el medio de cada una de ellas una pequeña puerta, y á correspondencia otra, en el medio, de mayor altura (seria la de las paredes de afuera como tres estados). Vimos también alH cerca unos pozos hechos á mano y llenos llenos de excelente agua. Después que bebi· mas hasta quedar satisfechos, admirados de que en un islote que boxeaba doscientos pasos, se hallase agua, y con las circunstancias del edificio que tengo dicho, supe el que no solo éste, sino otros que se hallan en par· tes de aquella provincia, y mucho mayores, fueron fábrica de gentes que muchos siglos antes que la conquistaran los españoles vinieron á ella. Prosiguiendo nuestro viaje, á cosa de las nueve del dfa se divisó una canoa de mucho porte. Asegurándonos la vela que traian (que se reconoció ser de petate ó estera que todo es uno), no ser piratas ingleses como se presumió, me propuso Juan González el que les em· bistiésemos y los apresásemos. Era el motivo que para cohonestarlo se le ofreció el que eran indios gentiles de la Sierra los que en ella iban, y que llevándolos al cura de su pueblo para que los catequizase, como cada día lo hada con otros, le haríamos con ello un estimable obsequio, á que se añadía el que habiendo traído bastimentas para solos tres, siendo ya nueve los que allí ya íbamos, y muchos los días que sin esperanza de hallar comida habíamos de consumir para llegar á poblado, podfamos y aun deblamas valemos de los que sin duda llevaban los indios. Parecióme conforme á razón lo que proponía, y á vela y remo les dimos caza. Eran catorce las personas (sin unos muchachos) que en la canoa iban, y habien· do hecho poderosa resistencia disparando sobre nosotros lluvias de flechas, atemorizados de los tiros de escopeta que aunque eran muy continuos y espantosos iban sin balas, porque siendo impiedad matar á aquellos pobres sin que nos hubiesen ofendido, ni aun levemente, dí rigurosa orden á los míos de que fuese así. Después de haberles abordado le hablaron a Juan González. que entendla su lengua, y prometiéndole un pedazo de ambar que pesaría dos libras, y cuanto maiz quisiésemos del que aIlf llevaban, le pidieron la liber7 tad. Propúsome el que si así me parecía se les concedie7 se, y desagradándome el que más se apeteciese el amo bar que la reducción de aquellos miserables gentiles al gremio de la iglesia católica, como me insinuaron, no vine en ello. Guardóse Juan González el ámbar, y amarradas las canoas y asegurados los prisioneros, proseguimos nuestra derrota hasta que atravesada la ensenada, ya casi entrada la noche, saltamos en tierra. Gastóse el día siguiente en moler maíz y disponer bastimento para los seis que dijeron habíamos de tar-

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dar para pasar el monte, y echando por delante á los indios con la provisión, comenzamos á caminar; á la noche de este día, queriendo sacar lumbre con mi escopeta, no pensando estar cargada, y no poniendo por esta inadvertencia el cuidado que se debía. saliéndoseme de las manos y lastimándome el pecho y Ja cabeza. con el no prevenido golpe se me quitó el sentido. No volví en mi acuerdo hasta que cerca de media noche comenzó á caer sobre nosotros tan poderoso aguacero que inundando el paraje en que nos alojamos, y pasando casi por la cintura la avenida, que fué improvisa. perdimos la mayor parte del bastimento y toda la pólvora, menos la que tenía en mi granie1. Con esta incomodid.u!. y llevándome cargado los in+ dios porque no podía moverme dejándonos á sus dos criados para que nos guiasen, y habiéndose Juan Gon· zález adelantado. así pa.-a solicitamos algún refresco como paJ.;a noticiar á los indios de los pueblos inme· diatos, adonde habíamos de ir, el que no éramos piratas. como podían pensar, sino hombres perdidos que íbamos á su amparo. Proseguimos por el monte nuestro camino, sin un indio y una india de los gentiles que, valiéndose del aguacero se nos huyeron: pasamos excesiva hambre, hasta que dando en un plantanal. no sólo comimos hasta satisfacemos, sino que proveídos de plantanos asa· dos. se pasó adelante. Noticiado por Juan González el beneficiado de Te· jozuco (de quien ya diré) de nuestros infortunios. nos despachó al camino un muy buen refresco. y fortalecidos con él llegamos al día siguiente á un pueblo de su feligresía, que dista como una legua de la cabecera y se nombra Tila donde hallamos gente de parte suya. que con un regalo de chocolate y comida expléndida nos esperaba. Allí nos detuvimos hasta que llegaron caballos en que montamos. y rodeados de indios que salían á ver· nos como cosa rara, llegamos al pueblo de Tejozuco como á las nueve dcl día. Es pucblo no solo grande. sino delicioso y ameno. asistcn en él muchos españoles, y entre ellos D. Melchor Pacheco. á quien acuden los indios como á su encomendcro. La iglesia parroquial se forma de tres naves, y está adornadn con excelentes altares y cuida de ella como su cura beneficiado el licenciado D. Cristóbal de Muros, á quien jamás pagaré dignámente lo quc le debo, y para cuya alabanza mc faltan voces. Saliónos á recibir con el cariño de Padre, y conduciéndonos á la iglesia nos ayudó á dar á Dios Nuestro Señor las debidas gracias por habernos sacado de la oprcsión tirana de los inglescs, de los peligros en que nos vimos por tantos mares, y de los que últimamente toleramos en aquellas costas, y acabada nuestra ora· ción, acompañados de todo el pueblo, nos llevó á su casa. En ocho días que allí estuvimos á mí y á Juan de Casas nos dió su mcsa abastecida de todo. y desde ella enviaba siempre sus platos á diferentes pobres. Acudióseles también y á proporción de lo que con nosotros se hada. no solo á los compañeros sino á los indios gentiles. en abundancia. Repartió éstos (después de haberlos vestido) entre otros que ya tenía bautizados de los de su nación para catequizados. disponiéndonos para la confesión de que estuvimos imposibilitados por tanto tiempo. oyéndonos con la paciencia y cariño que nunca he visto, conseguimos el día de Santa Catalina que nos comulgase. En el ínterin que esto pasaba, notició á los alcaldes

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de la Villa de Valladolid (en cuya coma:-ca cae aquel pueblo) de lo sucedido, y dándonos carta así para ellos como para el guardián de la Vicaría de Tixcacal que nos recibió con notable amor, salimos de Tejozuco para la villa. con su beneplácito. Encontrónos en este pueblo dc Tixcacal un sargento que remitían los alcaldes para que nos condujese, y en llegando á la villa y á su presencia. les dí carta. Eran dos estos alcaldes como en todas partes se usa; llámasc el uno D. Francisco de Zelernn, hombre á 10 que me pareció poco entremetido. y de muy buena intención y el otro D. Ziphirino de Castro. No puedo proseguir sin referir un donosísimo cuento que aquí pasó. Sabiéndose. porque yo se lo había dicho á quien lo preguntaba, ser esclavo mío el negri. llo Pedro, esperando uno de los que me habían exami· nado á que estuviese solo. negándose á mí y echándome los brazos al cuello, me dijo así: -¿Es posible. amigo y querido paisano mío. que os ven mis ojos? jOh, cuántas veces se me han anegado en lágrimas al acordanne de vos! ¡Quién me dijera que os había de ver en tanta miseria! Abrazadme recio, mitad de mi alma. y dadle gracias á Dios de que esté yo aquí. Preguntele quién era y cómo se llamaba, porque de ninguna manera 10 conocía. -¿Cómo es eso, me replicó, cuando no tuvistéis en vuestros primeros años mayor amigo. y para que conozcáis el quc todavía soy el que entonces era, sabed que corren voces que sois espía de algún Corsario, y noticiado de ello el gobernador de esta provincia os hará prender, y sin duda alguna os atormentará. Yo por ciertos negocios en que intervengo tengo con su señoría relación estrecha y lo mismo es proponerle yo una cosa que ejecutarla. Bueno será grangearle la voluntad presentándole ese negro, y para ello no será malo el que me hagáis donación de él. Considerad que el peligro en que os veo es en extremo mucho. Guardadme el secreto y mirad por vos. si así no se hace. persuadiéndoos á que no podré redimir vuestra vejación si lo que os propongo, como tan querido y antiguo amigo vuestro. no ·tiene forma. No soy tan simple. le respondí, que no reconozca ser Vmd. un grande embustero y que puede dar lecciones de robar á los mayores corsarios. A quien me r,:galare con trescientos reales de á ocho que vale, le rega· laré con mi negro. y vaya con Dios. No me replicó, porque llamándome de pdrtc de los alcaldes. me quité de allí. Era D. Francisco de Zelerun no sólo alcalde, sino también teniente, y como de la de· c1aración que le hice de mis trabajos resultó saberse por toda la villa lo que dejaba en las playas. pensando muchos el que por la necesidad casi extrema que pade. cía haría baratas. comenzaron á prometerme dinero porque les vendiese siquiera lo que estaba en ellas, y me daban luego quinientos pesos. Quise admitirlos. y volver con algunos que me ofr~ cicron su compañía. así para remediar la fragata como para poner cobro á lo que en ella tenía; pero enviándome á notificar D. Ziphirino de Castro el que debajo de graves penas no saliese de la villa para las playas, porque la embarcación y cuanto en ella venía perten~ da á la cruzada, me quedé suspenso, y acordándome del sevillano Miguel, encogí los hombros. Súpose también cómo al encomendero de Tejozuco D. Melchor Pacheco le dí un criz y un espadin mohoso que conmigo traía, y de que por cosa extraordinaria se aficionó, y persuadidos por lo que dije del saqueo de Cicudana á que tendrían empuñadura de oro y diuman·



tes, despachó luego al instante por él con iguales penas,. y noticiado de que quería yo pedir de mi justicia, y que

se me oyese, al segundo día me remitieron á Mérida. L1eváronme con la misma velocidad con que yo hufa con mi fragata cuando avistaba ingleses, y sin permitirme visitar el milagroso santuario de Nuestra Señora de Ytzamal, á ocho de Diciembre de 1689, dieron conmigo mis conductores en la ciudad de Mérida. Reside en ella como gobernador y capitán general de aquella provincia D. Juan Joseph de la Bárcena, y después de haberle besado la mano yo y mis compañeros y dándole extrajudicial relación de cuanto que~a dicho, me envió á las que llaman casas reales de S. C:1Stóbal y á quince, por orden suyo, me tomó declaracIón de lo mismo el Sargento mayor Francisco Guerrero, y á 7 de Enero de 1690, Bernardo Sabido, escribano real, certificación de que después de haber salido perdido por aquellas costas 'me estuve hasta en10nces en la ciudad de Mérida. Las molestias que pasé en esta ciudad no son ponderables. No hubo vecino de ella que no me hiciese relatar cuanto aquí se ha escrito, y esto no una, sino muchas veces. Para esto solian llevarme á mí y á los mios de casa en casa, pere¡> al punto de medio día me despachaban todos. . Es aquella ciudad, y generalmente toda )a provmcia, abundante y fertiJ v muy barata, y si no fué el Licenciado D. Cristóbal de Muros mi único amparo, un criado del encomendero D. Melchor Pacheco que me dió un capote y el Ilmo. Sr. Obispo Don Juan Cano y Sandoval que me socorrió con dos pesos, no hubo pero sana alguna que viéndome á mi y á los míos casi desnudos y muertos de hambre extendiese la mano para socorrerme. Ni comimos en las que llaman Casas Reales de S. Cristóbal (son un honrado mesón en que se alber. gan forasteros), sino lo que nos dieron los indios que cuidan de él y se redujo á tortillas de maíz y cotidianos fríjoles. Porque rogándoles una vez á los indios el que mudasen manjar diciendo que aquello lo daban ellos (póngase por esto en el catálogo de mis ben~fac· tares) sin esperanza de aue se lo pagase quien allí nos puso, y que así me contentase con lo que gratuitamente me daban, callé mi boca. Faltándome los frijoles con que en las reales casas de S. Cristóbal me sustentaron los indios, y rué esto en el mismo dia en que dándome la certificación me dijo el escribano tenía ya libertad para poder irme donde gustase, valiéndome del alférez Pedro Flores de Ureña, paisano mío, á quien si á ca ondencia de su pundonor y honra le hubiera acudido la fortuna, fuera sin duda alguna muy poderoso, precediendo información que di con los míos de pertenecerme, y con declaración que hizo el negro Pedro de ser mi esclavo, lo vendí en trescientos pesos con que vestí á aquellos, y dándoles alguna ayuda de costa para que buscasen su vida, permití (porque se habían juramentado de asistirme siempre) pusiesen la proa de su elección donde los llamase el genio. Prosiguiendo D. Ziphrino de Castro en las comenzadas diligencias para recaudar con el pretexto frívolo de la cruzada lo que la Bula de la Cena me aseguraba en las playas y en lo que estaba á bordo, quiso abrir camino en el monte para conduci:- á la villa en recuas 10 que á hombros de indios no era muy fácil.

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Opúsose el beneficiado D. Cristóbal de Muros previnienuu era facilitarles á los corsantcs y piratas q"e por allí cruzan el que robasen los pueblos de su feligresía, 'haJlando camino andable y no defendido para venir á ellos. L1evóme la cierta noticia que tuve de esto, á Valladolid, quise pasar á las playas á ser ocular testigo de la iniquidad que contra mí y los míos hacían los que por españoles y católicos estaban obligados á ampararme y á socorrerme con sus propios bienes, y Uegando al pueblo de Tila con amenazas de que sería declarado por traidor al rey, no me consintió el alférez Antonio Zapata el que pasase de allf, diciendo tenia orden de D. Ziphirino de Castro para hacerlo así. A persuasiones, y con fomento de D. Cristóbal de Muros volví a la ciudad de Mérida, y habiendo pasado la Semana Santa en el Santuario de Ytzamal llegué á aquella ciudad el miércoles después de Pascua. Lo que decretó el gobernador, á petición que le presenté, fué tenía orden ael Excmo. Sr. Virey de la Nueva España para que viniese á su presencia con brevedad.. No sirvieron de cosa alguna réplicas mías, y sin de· jarme aviar sali de Mérida domingo 2 de Abril. Vier·' nes 7 llegué á Campeche, jueves 13 en una balandra del Capitán Peña salí del puerto. Domingo 16 salté en tierra en la Vera-Cruz. Allí me aviaron los oficiales reale con veinte pesos, y saliendo de aquella ciudad á 24 del mismo mes llegué á México á 4 de Mayo. ' El viernes siguiente besé la mano á Su Excelencia y correspondiendo sus cariños afables á su presencia augusta, compadeciéndome primero de mis trabajos y congratulándose, de mi libertad con parabienes y plácemes escuchó atento cuanto en la vuelta entera que he dado al mundo queda escrito, y alH solo le insinué á Su Excelencia en compendio breve. Mandóme (ó p()r el afecto con que lo mira ó quizá porque estando enfermo divirtiese sus males con la noticia que yo le daría de los muchos mios) fuese á visitar á don Carlos de Sigüenza v Góngora ,cosmógrafo y catedrático de matemáticas del Rey nuestro señor. en la Academia mexicana, y capellán mayor del hospItal Real del Amor de Dios de la ciudad de México (títulos son estos que suenan mucho y valen muy poco, y á cuyo ejercicio le empeña más la reputación que la conveniencia). Compadecido de mis trabajos, no solo formó esta Relación en que se contienen, sino que me consiguió con la intercesión y súplicas que en mi pre· sencia hizo al Excmo. Sr. Virey, Decreto para que D. Se· bastian de Guzman y Córdoba, factor veedor y provee· dar de las cajas reales me socorriese, como se 1117."). Otro para que se me entretenga en la Real Armada de Barlovento hasta acomodarme y mandamiento para que el gobernador de Yucatán haga que los ministros que corrieron con el embargo ó seguro de lo que estaba en las playas y hallaron á bordo, á mí ó á mi oelatarío, sin réplica ni preteXito lo entreguen todo. Ayudóme para mi viaje con lo que pudo, y disponiendo bajase á la Vera-Cruz en compañía de D. Juan Enriquez Barroto, capitán de la Artillería de la Real Armada de Barlovento, mancebo excelentemente consu· mado en la hidrografía, docto en las ciencias matemá· ticas y por eso íntimo amigo y huésped suyo en esta ocasión, me escusó de gastos.



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LA ABOLICION DE LA ESCLAVITUD EN PUERTO RICO Mosaico en una de las pechinas del Capitolio de Puerto Rico, según boceto de Rafael Tufiño. Aparecen representadas las figuras de los abolicionistas Román Baldorioty de Castro, Julio de Vizcarrondo y Coronado, Ramón Emeterio Betances, Segundo Ruiz Belvis, josri Julián Acusta y Francisco Mariano Quiñones.

SEPARATA DE ARTE DEL NUMERO 29 REVISTA DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE~A

Offset RVMBOS - Printed in Spain


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