Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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REVISTA del INSTITUTO de CUL~URA PUERTORRIQUEÑA ANTROPOLOG1A HISTORIA UTERATURA

JlJRTES PLÁSTICAS TEATRO MOSICA ARQUITEC11JRA

ENERO - MARZO 1967

San uan de Puerto Rico


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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE A JUNTA DE DIRECTORES Guillermo Silva, Presidente Enrique Laguerre - Aurelio Tió - Teodoro Vidal Arturo Santana . Esteban Padilla - Wilfredo Braschi Director Ejecutivo: Ricardo E. Alegría

Apartado 4184 Al'íO X

SAN JUAN DE PUERTO RICO

1967 ENERO-MARZO

Núm. 34

SUMARIO Miguel Meléndez Muñoz . . . . . . . . . .

1

Don Miguel Meléndez Muñoz, cedro de la cultura criolla por Abelardo Dial. Alfara . . . . . . .

2

Significación de la Vida y Obra de don Miguel Meléndez Muñoz por Margot Arce de Vál.quel. . . . . .

4

En torno a la obra de don Miguel Meléndez Muñoz por Enrique A. Laguerre . . . . . . .

6

Un velorio por Miguel Meléndel. Muñol. . . . . . .

9

Nuestra tierra se nos va por Miguel Meléndez Muñoz

13

Los «Cuentos del Cedro», de don Miguel Meléndez Muñoz por Manuel Zeno Gandia . . . . . . .

15

La personalidad puertorriqueña ·por Miguel Meléndez Muñoz

18

Palabras introductorias a los «Cuentos del Cedro» por Miguel Meléndez Muñoz. . . .

21

Dedicatoria - Al Jíbaro por Miguel Meléndez Muñoz

22


La obra literaria de Miguel Meléndez Muñoz por Josefina Lube de Droz . .

24

Homenaje a Miguel Meléndez Muñoz por Vicente Géigel Polanco

30

Exposición de Margot Ferra

32

La poesía negroide en Puerto Rico por Anita Anoyo . . . .

34

El centinela por Juan Antonio Corretjer.

37

Imagen histórica de Puerto Rico a través de las artes plásticas por Eugenio Fernández Méndez

38

Exposición de Osiris Delgado . . .

46

Un impreso puertorriqueño del año 1807 por Arturo Dávila . . . .

48

Tributo a la poesía de Clara Lair por Diana Ramírez de Arellallo

51

Bibliografía puertorriqueña 1966. .

56

SEPARATA DE MÚSICA:

GENEALOGIA (para canto y piano) Texto: José P. H. Hernández Música: José E. AntÚllez

PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE~A Director: Ricardo E. Alegría Ilustraciones de Carlos Marichal Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente Suscripción anual........ Precio del ejemplar

$2.50 SO.75

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DEPOSITO LEGAL: B.

3343· 1959

IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE «EDICIONES RVMBOS" BARCELONA • PRI. 'TED IN SPAIN • IMPRESO EN ESPA - A


COLABORADORES


MARGOT ARCE DE VÁZQUEZ, natural de Caguas, hizo sus estudios en la Universidad de Puerto Rico y en la Central de Madrid, donde en 1930 recibió el título de doctora en Filosofía y Letras. Desde el mismo ai10 es catedrática de Lengua y Literatura española en la Universidad de Puert.o Rico, cuyo Departamento de Estudios Hispánicos dirige en la actualidad. Su tesis doctoral, titulada Garcilaso de la Vega: una contribución al estudio de la lírica española del siglo XVI, fue publicada en 1931 por la Revista de Filología Española, y recientemente ha sido reeditada por la Universidad de Puerto Rico. Otros dos libros suyos, Impresiones (1950), y Vida de Gabriela Mistral (1959) han merecido premios del Instituto de Literatura Puertorriqueña.

ENRIQtiE A. LAGUERRE, natural de Moca (Aguadilla), cursó diferentes estudios hasta alcanzar, en 1941, el grado de maestría, desde cuya fecha es profesor en la Universidad de Puerto Rico. Viajero infatigable, ha dictado conferencias en el propio Puerto Rico, Estados Unidos, Brasil y España. Ha publicado La llamarada (1935), Solar Montoya (1941), El 30 de febrero (1942), La resaca (1949), Los dedos de la mano (1951), La ceiba en el tiesto (1956), El laberinto (1957), Cauce sin río (1962), así como diferentes ensayos, además de la obra teatral La resentida (1960), presentada por el Teatro Universitario y el Instituto de Cultura.


MIGUEL MELÉNDEZ MuÑaz, natural de Cayey, consagró su vida al estudio e interpretación de la clase campesina puertorriqueña, con propósitos sociales y literarios. Sobre el tema del jíbaro ha publicado numerosos artículos, dispersos en revistas y periódicos y varias obras de carácter costumbrista y sociológico. Entre ellas señalaremos las tituladas Estado social del campesino puertorriqueño (1916), Cuentos del Cedro (1936) y Cuentos de la Carretera Central (1941). En 1960 fue premiado con la Medalla de Oro del Instituto de Cultura Puertorriqueña, y recientemente el mismo Instituto publicó sus Obras Completas (1964). Falleció en Cayey en el año 1965.

ABELARDO DÍAZ ALFARa, natural de Caguas, cursó estudios en el Instituto Politécnico de San Germán y en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Puerto Rico. Ha cultivado el cuento y la estampa de costumbres señalándose en su obra, como tema central, la figura del jíbaro puertorriqueño. Durante varios años preparó para la radioemisora WIPR un programa diario de escenas o estampas jíbaras, a la vez que colaboraba con frecuencia en los periódicos y revistas del país. Su libro Terrazo (1947), premiado por el Instituto de Literatura Puertorriqueña, ha sido traducido a varios idiomas, entre ellos el checo y el alemán. Una segunda edición de la obra apareció en 1957.


ARTURO V. DÁVlLA, nació en San Juan. Hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad de Madrid, donde se especializó en Historia y obtuvo, en 1960, el grado de doctor en Filosofía y Letras. Es autor de la obra La isla de Vieques en la historia (su tesis doctoral) y de otros trabajos de investigación sobre la historia religiosa y el arte en Puerto Rico, algunos de ellos publicados en números anteriores de esta Revista. Ocupa una cátedra de Historia del Arte y la dirección del Departamento de Bellas Artes en la Universidad de Puerto Rico.

DIANA RAMÍREZ DE ARELLANO, poeta, ensayista y crítka, nació en Nueva York y se educó en Puerto Rico. Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid (1952), ocupa una cátedra de Lengua y Literatura españolas en el City College de Nueva York. Ha publicado las siguientes obras: Los Ramírez de Arellano de Lope de Vega: contribución al estudio de las comedias genealógicas (1954); Caminos de la creación poética en Pedro Salinas: versiones primeras y autógrafas de «La voz a ti debida» (1956); Albatros sobre el alma (1955); Angeles de ceniza (1958), primer premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña, del Club Cívico de Damas y del Ateneo Puertorriqueño, y Un vuelo casi humano (1960).


VICENTE GÉIGEL PaLANCa, natural de Isabela, se recibió de abogado en la Universidad de Puerto Rico. Cofundador de la revista cultural Indice (1929), de 1934 a 1940 figuró en la Junta de redacción de la Revista del Ateneo Puertorriqueño. Ha colaborado en la prensa del país con trabajos de diversa índole. Su obra prindpal la constituyen ensayos interpretativos de la realidad puertorriqueña y de crítica literaria. Se ha destacado como orador, conferenciante y legislador, y ha ocupado cargos de importancia en las esferas polí· ticas e intelectuales, entre ellos el de Presidente del Ateneo Puertorriqueño, fundador y secretario de la Academia Puertorriqueña de la Historia, catedrático de Derecho y 'Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico, senador y Procurador General de Puerto Rico. Actualmente preside la Sociedad de Autores Puertorriqueños. Entre sus obras figuran El despertar de un pueblo (1942), Valores de Puerto Rico (1943), ambos en prosa, y los poemarios Canto del Amor infinito (1962) y Bajo el Signo de Géminis (1963).

ANITA ARROYO GONZÁLEZ DE HERNÁNDEZ, doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana, ha profesado cátedras de Historia de la Literatura his· panoamericana en dicha Universidad y en la Nacional Autónoma de México. Tiene a su haber una larga labor en el periodismo de Cuba, donde ocupó el cargo de presidente del Lyceum de La Habana y fue secretaria de varios patronatos culturales y cívicos. Es autora de diversas antologías de cuentos hispanoamericanos y del libro Raza y pasión de Sor Juana Inés de la Cruz (1952).


JUAN ANTONIO CORRETJER, poeta, ensayista y periodista, nació en Ciales. Ha recogido gran parte de su obra poética en los libros Agüeybana (1932), Ulises (1933), Amor de Puerto Rico (1937), Cántico de guerra (1937), El lefiero (1944), y en la serie Imagen de Borinquen, de que han aparecido seis títulos (1950-1957). Es además autor de varios libros de prosa política, entre ellos La revolución de Lares, Nuestra bandera (1947) y La lucha por la independencia de Puerto Rico (1949).

E¡;GENIO FERNÁNDEZ MÉNDEZ, naclO en Cayey, y realizó estudios superiores en las Universidades de Puerto Rico y Columbia. Durante varios años desempeñó la presidencia de la Junta de Directores del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Es autor de las obras Filiación y sentido de una isla: Puerto Rico (1956), Tras siglo (poernario, 1958), Salvador Brau y su tiempo (1950), La identidad y la cultura: críticas y valoraciones en torno a Puerto Rico (1959), Conceptos fundamentales de antropología física (1964) e Historia de la cultura en Puerto Rico (Ed. Rodadero) P. R. (1964).


MANUEL ZEXO GA~'DfA, el primer gran no· velista puertorriqueño, nació en Arecibo en 1855. Cursó estudios de Medicina en Madrid, y al regresar a Puerto Rico se estableció en Ponce para ejercer su pro· fesión. Alternó sus ocupaciones científico· profesionales con las del escritor y el político, destacándose por su actividad pe· riodística y por su lucha en pro de la liberalización del régimen colonial de Puerto Rico. Durante algunos años ocupó cargos legislativos en nuestras Cámaras. De su conocimiento directo de la realidad puertorriqueña y su preocupación por los problemas sociales del país fueron fruto sus novelas La Charca (1894), Garduíia (1896), El Negocio (1922) y Los Redentores (1925), que agrupó bajo el título general de "Cró· nicas de un mundo enfermo». Con La Charca, cuadro de la vida rural puertorriqueña, se incorpora a nuestras letras el tipo de novela naturalista de que en Francia había sido exponente Emilio Zola. Zeno Gandía falleció en San Juan e·n 1930.

JOSEFINA LUBE DE DROZ nació en Guayama. Ha dedicado su vida a la labor docente. que inició como maestra rural y continuó en las escuelas secundarias hasta el año 1946, en que se incorporó a la Facultad de Estudios Generale - de la Universi· dad de Puerto Rico, donde dicta cátedra de espafiol. En la misma Universidad se recibió en 1944 de Bachiller en Artes y en 1951 de maestra en Artes, presentan· do, para optar a este título, la tesis titulada Miguel Meléndez Muííoz, Vida y Obra. La profesora Lube de Droz ha cultivado el cuento y el ensayo y colaborado en revistas como Puerto Rico Ilustrado (' Indice.



Imnemoriam

Miguel Meléndez Muñoz 1884-1966

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27 DE NOviembre de 1966 don Miguel Meléndez Muñoz, decano de los escritores puertorriqueños. Su muer· te pone fin a una actividad literaria ininterrumpida de más de sesenta años, orientada casi toda ella al estudio y divulgación de los problemas del país, particularmente los problemas económicos y sociales del jíbaro. . Meléndez Muñoz nació en Cayey en 1884. Terminada su instrucción primaria, a los catorce años comenzó a trabajar como dependiente en una pulpería. Aproximadamente un lustro después se tras· ladaba a San Juan para ocupar un puesto de tene· dar de libros. En la capital recibió el estímulo y la protección de Cristóbal Real, Vicente Balbás Capó y Luis Muñoz Rivera, quienes le orientaron en sus lecturas y le encaminaron al periodismo. A los veinte años publicaba sus primeros trabajos en la prensa. Aparte de innumerables artículos periocUsticos, su producción literaria abarcó ensayos, novelas, cuentos, estampas y cartas. Entre sus libros mere· cen destacarse Estado Social del campesino puertorriquei'ío, Fuga de ideas, Cuentos del Cedro, Cttel1~ tos de la Carretera Central, Retablo puertorriquei'ío y Una oración en Montebello. El Instituto de Cultura Puertorriqueña publicó recientemente sus Obras Completas. Hombre de gran actividad cultural y social, y conferenciante distinguido, Meléndez Muñoz brindó durante varios años su colaboración al Departamento de Instrucción Publica y al Ateneo Puertorrique. ño, q,ue presidió en 1943 y 1945. Varias generaciones de puertorriqueños han admirado y agradecido la fidelidad con que Meléndez Muñoz cumplió con su vocación de escritor profunN SU RESIDENCIA DE CAYEY FALLECIÓ EL

dainente preocupado por el presente y el deve:lir de su patria. Testimonio publico de estos sentimientos fueron los homenajes que le rindieron la Universidad de Puerto Rico, al conferirle en 1958 el grado honorífico de Doctor, y el Instituto de Cultura Puertorriqueña al otorgarle en 1960 ·la Medalla de Oro del Instituto. Como tributo póstumo a la memoria del distinguido escritor, el Instituto de Cultura Puertorriqueña le dedica este número de su Revista. 1


Don Miguel Meléndez Muñoz, cedro de la cultura criolla * Por

DON MIGUEL, PERM1TAME QUE LO LLAME MAESTRO.

Maestro en la querencia de la tierra, de la tala, de la vereda y el bohío. Usted me señaló el camino de la vereda -que no es la distancia más corta entre dos puntos, pero sí la que más presto llega al corazón-o Me pareció oírle decir al leer sus libros «terreros» que la redención de la patria vendría de sus cerros, de los bateyes, de la figura noble e hidalga del jíbaro. Su voz era la de la tierra hablando POI: sus farallones, taludes y riscales. Escuché contrito, su profundo Sermón de la Montaña. Hablaba usted como un profeta, como un vi· sionario, que esculpía sus palabras en el bronce de los siglos. Hablaba usted con autoridad de tao lento, conocimiento y corazón. El corazón que tiene su lenguaje más sutil y maravilloso que el de la mente. Ya lo decía un filósofo: «Razones tiene el corazón que la cabeza no entiende.• Usted, don Miguel, me enseñó a ver la isla no en su menguada condición geográfica, sino en su grandiosa dimensión de espíritu. Aprendí con usted a amar los tabacales rumorosos, los caña· verales empeñachados, los cafetales en florecida los hombres sencillos y estoicos del bohío. Y ha;. ta los bueyes pacientes adormecidos contra el azul radioso de estos cielos de leyenda. Estas palabras, don Miguel, se las digo muy en cogollo de corazón, de jíbaro a jíbaro, en la veta de una emoción sincera. Lo veo a usted como un cedro, uno de esos ce· dros de sus cuentos que levanta la copa airosa al cielo, señalando a los hombres del terruño el camino ascendente de la jibaridad. Camino que redime y que purifica, que nos «arrempuja» como su vereda hacia las rutas más anchas de la universalidad. • Trabajo leIdo en el homenaje D don Miguel Mell!ndez: Mu. ñcn en Cayey el dla 20 de dlclembre del :afto 1955.

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ABELARDO DfAZ ALFARa

El mundo, aunque es grande, comienza para nosotros en el batey. Su voz llegó desde las cumbres del Torito al llano. Era la voz del pitirre de alturas que voló desde el cogollo de la palma real hacia las plazas de las ciudades para despertar con su canto bélico a los hombres adormecidos. Llevaba usted en el pecho el noble rumorar de los tabacales, el albo flotar de los toldos de los semilleros de tao baca, la poesía sempiterna del piata deslizándose majestuoso entre las oquedades de estos cerros de milagro. Su voz era sincera, ·fresca aploma. da de hombre tallado en soles de altura y vientos abrales. Y cuando la tierra, el legado de nuestros mayores peligraba ante el impacto de otra cultu· ra, usted, como Matienzo Cintrón, gritó sibilante: «No vendáis vuestras tierras, la tierra se nos va de la mano.. Porque hombre y tierra son de una misma sustancia. Y cuando se vende la tierra, se vende con ella el patrimonio del alma. Su voz fue airada, cual el bramido del Torito a quien le arre· batan el padronazgo. Pero me enseñó -nos enseñó- a defender nuestras valías ante el impacto demoledor del más fuerte, con la ironía fina, con el humor sano, a pelear de «susquin susquineao», a defendeI:se con esa virtud elástica y maravillosa del «tirijala». En su cuento decía: «El pueblo que inventó ese dulce tiene un espíritu flexible, sutil y fino. Un pueblo así tiene asegurada su existencia. Será mal gobernado, torpemente dirigido, sus mentores podrán equivocarse, torcer la ruta de su destino, desviarla de su verdadera orientación; pero siempre le sal· vará la flexibilidad de su carácter, que como aqueo llos famosos aceros toledanos, se doblará, pero no se romperá.» Cuantas veces, como usted dice en


estas sabias palabras, hemos tenido que pelear ~n la historia de «susquin susquineao». Don Miguel, yo heredé el admirarle. Mi padre, que ahora reposa en la tierra santa de los difun· tos, guardaba en sus viejos armarios sus libros como joyas, como reliquias preciadas: «Yuyo», «Cuentos del Cedro», «Retazos», «Fuga de Ideas", «Retablo Puertorriqueño», «Lecturas Puertorrique. ñas», etc. Me los hizo leer porque era hombre de su talento y de su corazón. Leí con avidez sus li· bros, don Miguel, que su literatura también «arrempuja» como la vereda simbólica de su es· tampa. Fueron sus libros en el camino de vida, como la luz enceguecedora que torció el rumbo a Saulo de Tarso en el camino de Damasco... El tiempo -supremo innovador- me llevó un día a sus campos. Lo que había leído en sus libros 10 confirmé sobre la dura realidad del batey. Usted no es de los que engaña al escribir. Usted no es de los teorizantes de la tierra, de los turis· tas en el propio suelo. Que hay algunos que escriben y hablan del campo y nunca le encontraron la vuelta del matojo, ni sabrán jamás por qué al mojillo con ají no se le paran encima las moscas. ¡Usted me entiende, don Miguel! El destino me trajo a estas cuchillas de Cidra y Cayey. Escribió hace poco que me vio con mis pliegos de trabajador social deambular por estos tabacales, veredas y trillos. Los trillos de Manuel Alonso, de Matías González, de Virgilio Dávila, de Laguerre, de Manrique Cabrera, de Cesáreo Rosa-Nieves, Soto Ramos, Montegudo, etc. Y cuan· do escribí mi libro «Terrazo» me envió usted su extraordinario libro de sabor telúrico «Lecturas Puertorriqueñas» con una cálida e inolvidable dedicatoria que conservo como enseña, reto y de· voción: «A Abelardo Díaz Alfara, jíbaro nacido en la coIindancia Cayey-Caguas, a cuyas manos creado· ras traspaso la piqueta con la que cavé en las entrañas de nuestra tierra para alumbrar el alma del jíbaro a la contemplación de sus hermanos los cultos.» Tomé la piqueta en mis manos temblorosas. y desde entonces ha sido mi consigna desentra· ñar el alma del jíbaro. Pero no con su autoridad

y talento. El instrumento es el mismo. Pero su mano, su temple, su corazón y su mente, son superiores. He seguido su recado, su encomienda, he sembrado yeso basta. Hablar de su cultura, de su estilo poético, so· brio, sencillo -de una difícil sencillez-, estilo sin rebuscamientos pedantescos, huelga. Su prosa para mí tiene el aliento poético de la tierra de sembradura. Zeno Gandía decía de su estilo estas luminosas palabras: «Pinta la maravilla de nues· tra tierra, y es noción bien conocida, que toda maravilla es poética.» Y más tarde apunta: «Dice con valor la verdad.» ¡Qué elogio más grande pue· de hacerse al hombre que el unir a la poesía del estilo, el valor y la sinceridad! Prolijo sería hablar de las dotes culturales de don Miguel Meléndez Muñoz. Es usted para nosotros un blasón y un símbolo. Una cumbre del pensamiento y del coral zón que se yergue altiva sobre la mediana pretensión de truncos cerrilos intelectuales. Usted logró que se le admirase en el Ateneo, pero con· siguió a su vez que el tabaquero al golpe de la chavcta hablara de «Yuyo», de «Cuentos del Cedro», de «Retablo Puertorriqueño». El que esto alcanza ya transita veredas dc inmortalidad. Del llano regresó usted a las alturas de Cayey. Era el pitirre que retornaba al cogollo de la palma real. El plumaje encanecido, pero con el mismo ímpetu bélico, con la misma limpieza y altivez al cantar. Una y otra vez al visitar a Cayey lo he buscado como un remanso, como un aliento su hogar. Lo he visto en el balcón de su casa contemplando con los ojos claros, limpios, la plaza, la iglesia, el discurrir de las gentcs del pueblo que usted describe en páginas inigualables para la posteridad. Me habla como un padre. Y cuando a veces el desaliento, la indiferencia me obseden, le oigo decir: «Sigue con la piqueta, cavando hondo en la en· traña de la tierra, no te importe la ingratitud, ni el olvido. Siembra aunque no coseches.!> Habla y es a la tierra que escucho. Es éste, don Miguel Meléndez Muñoz, un cedro añoso de la cultura ,criolla. Los cedros están desapareciendo. Y la fibra de muchos hombres parece ser ahora de «pichipén». Maestro de la tierra, yo te saludo.

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Significación de la Vida y Obra de Don Miguel Meléndez Muñoz* Por

NI

UCHAS VECES HE PENSADO EN EL GRAN V,\LOR y SIG-

nificación que tiene para nosotros los puer· torriqueños de hoy, la vida y la obra de don Miguel Meléndez Muñoz. La lectura de esta selección de trabajos literarios suyos, realizados mientras ocupaba la presidencia del Ateneo, reanuda el hilo de esas reflexiones porque me ofrece, en imagen abreviada, una síntesis de! pensamiento del autor y de la calidad artística de su estilo literario. Con gozo he leído estas páginas y, a menudo, con emoción. En la espesa niebla de confusión y engaño que va haciendo irrespirable el aire de nuestra patria en este momento, ¡cuán consoladora la cero tidumbre de que hay personas, como don Miguel, fieles a sí mismas, auténticas, capaces de decir alto su verdad y de vivirla sinceramente hasta sus últimas consecuencias porque saben «que solo la verdad nos hará libres»! Me importa mucho -quizá sobre todo- buscar en las creaciones literarias, además de los puros valores estéticos la revelación del artista como hombre de carne y hueso y como testigo espiritual de su época. En don Miguel encuentro una conducta y un mensaje ejemplares; un juicio certero y valeroso sobre nuestro modo de ser y nuestra sociedad. Su testimonio me parece irrecusable. Podría decirse que, a la vez que decano de los escritores puertorriqueños, Meléndcz Muñoz es el maestro indiscutible de mi generación. Todos los • PróJo¡;o a la obra de: Manuel Me~éndcz Muñoz••Un profano en el Ateneo Puerlorrique:i'la.. Obras completils de: Mi¡¡ucl Mc:léndez Mudaz. Vol. IIl, pág. 7.

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MARGOl ARCE DE

VÁZQUEZ

que somos :parte de ella, reconocemos y aceptamos ese magisterio y escuchamos su voz rectora con respeto e íntimo sentimiento. Ninguno de nosotros podría decir que nos ha defraudado. Cuando nos sentimos abatidos por el desaliento. casi por la desesperanza, la lectura de su obra nos tonifica y nos devuelve la fe en el destino de Puerto Rico y de su cultura. Aunque don Miguel se ha preocupado constantemente del estado social y económico del campesino puertorriqueño cuya vida y sicología conoce mejor que ninguno de nosotros, y ha laborado por la educación del pueblo, por la libertad política, por el sistema democrático de gobierno, me resisto a darle el calificativo de sociológico por temor a limitar el alcance de su pensamiento e intenciones y, sobre todo, de su punto de vista. En don Miguel lo ontológico priva sobre lo puramente económico y social. En última instancia, le interesa la persona, cada persona, y el rescate de sus esencias espirituales y morales amenazadas hoy en todas partes por el totalitarismo del Estado, por el materialismo, la mecanización y mercantilización de la vida e incluso del hombre mismo. Desde «la tranquilidad sedante y fecunda de su pueblo», don Miguel, como el sabio de Fray Luis, ha mirado a sus paisanos con la clarividencia que sólo otorga el amor y corrobora la experiencia de una larga vida de trato diario con ellos. No los ha mirado como simples objetos de examen experimental y teórico, o como cifras de una helada estadística, o como curiosas muestras de laboratorio, sino como seres vivos. libres, sufrientes,


prójimos a quienes no se puede juzgar según la petulancia de intelectuales y sociólogos ni reducir a denominadores comunes ni leyes abstractas. Así 10 traslucen definiciones tales como: «democracia es ante todo demopedia», o aquella confesión de que «siente en su alma las dolamas de su pueblo». ·La caridad cristiana -no la filantropía, ni el servicio social e institucionalizado- ha sido el ver· dadero resorte de su conducta civil y literaria. No conozco una sola página suya que no vibre de amor y de sentimiento de projimidad. Y es así porque don Miguel no le teme, ni a la espontánea manifestación de la vida, ni a la naturaleza, ni a la libertad, ese miedo que se agazapa y se disfrazallt>ajo el farisaico disimulo de mii nombres delusorios, pero que, en realidad, constituye la base misma de la civilización industrial moderna, de las ideologías totalitarias, y quizá sea la verdadera y única causa de la terrible subversión de los valores que corroe hasta sus raíces la vida moral .de nuestro tiempo. Don Miguel tiene, por el contrario, fe en la vi· da, fe en el milagro de cada día y de cada ser viviente, y acepta lo que la vida guarda de riesgo y de imprevisto. No se conforma con las aspiraciones mostrencas ni entrega su primogenitura por el bienestar y la seguridad económica. Como todo poeta -don Miguel lo es en aIto grado cuando describe nuestro paisaje- conserva la capacidad de asombrarse ante la Creación, ante la vida: «cada día que 1lemos de vivir es un nuevo misterio que se repite diariamente 11asta el jin de uuestra existencia». Y estas palabras, según las entiendo, encierran el secreto de su perenne ju. ventud aún en sus sesenta años, de la entera lozanía de su espíritu. Porque aquellos que temen a la vida, a sus enigmas y peligros, han renuncia· do a la juventud y han renegado del ejercicio legítimo de su libertad que equivale a renegar de la plenitud de su condición humana. Don Miguel conoce la miseria del hombre, pero también sabe de su grandeza. No es de aquellos

que se regodean en representar el espectáculo de su indigencia fisológica y moral; porque si alguna vez la señala propone en seguida los remedios. En su eticismo y su pasión de justicia de fuerte raíz hispánica, muestra que respeta la dignidad del hombre y que para él cuenta sobre todo, su parte espiritual, aquella que lo hace imagen del Crea· dar. Cuando, forzado por la intención pedagógica. ha de poner el dedo en las llagas morales, atem· pera la crudeza del juicio con el óleo de la ironía. Esta concepción del hombre y del mundo ha determinado su acción y su vocación de escritor. Tal vez haya renunciado por ella a primores y melindres de la forma; tal vez ella 10 ha salvado de la peligrosa tentacióI1c...del e~teticismo. Y, sin embargo, la prosa de óon MIguel puede ofrecerse como modelo de pulcritud, de viveza y claridad expresivas, de dominio de los recursos del lenguaje. Se ha preocupado siempre por conservar intacta la lengua española -arca de nuestra tradición-, por sellarla con el timbre inconfundible de nuestra sen· sibilidad, por someterla a nuestra voluntad de estilo. Abreva en las aguas vivas del habla popular, en el folklore, en las obras de los mejores clásicos españoles y de este sabio maridaje surge la gracia castiza y viviente de su estilo, que a veces nos recuerda a Larra y otras a Cervantes. El Quijote parece haber sido el más frecuente y nutritivo de sus alimentos espirituales. Algo hay en la melancolía serena, en el entusiasmo templado por la experiencia y el desengaño, en la ironía bondadosa y sin amargura de don Miguel que 10 hermana con su genial tocayo, creador de su personaje favorito. Y todas estas hermosas cualidades de su pensamiento y de su estilo se realzan por leves toques poéticos, por un realismo noble y depurado que ilumina su visión de los seres y del paisaje con una luz tamizada, de matices sutiles y de una delicadeza discreta e insinuante. En ese limo pio espejo han de mirarse los puertorriqueños que deseen salvar la sustancia de su ser y de su culo tura.

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En torno a la obra de Don Miguel Meléndez Muñoz* Por

HAY

UN MOMENTO EN MI OBRA La resaca EN QUE IL protagonista, Dolorito Montojo, «tendió la mirada a la sierra y pensó en sus múltiples veredas, en sus breñales, en sus fatigosas pendientes... A través de la ternura soleada del nuevo día, a través de su pasado más tierno, parecía llegarle una voz cantando por lo divino y por lo humano•. Hubiera gritado a Dios: «Estoy transido de angustias!. ¡Hubiera deseado volverse una «ráfaga perdida.! Esto me recuerda a Miguel Meléndez Muñoz, don Miguel, como afectuosamente le he llamado desde que le conozco. Y le conocí por sus libros y artículos antes de conocerle y tratarle personalmente cuando convivimos en el antiguo hotel Roma hace trece o catorce años, mientras ambos trabajábamos en el Departamento de Instrucción, él en la División Vocacional y yo en la Escuela del Aire. No me recuerda, necesariamente, al don Miguel con esa «su figura al parecer tan urbana, tan al día en su manera de vestir, tan jovial, tan amigo», como escribí en 1941 cuando enjuiciaba su libro Retablo puertorriquejio,· sino al don Miguel de tierra adentro. tan amigo de exaltar lo bueno de nuestra tradición, sin dejar de vivir el presente y sin dejar de tender su mirada ·de hombre progresista al futuro. Tengo una deuda contraída con este don Miguel jíbaro, como jíbaro es el viento sobre las frondas y jíbara la china madura en el cafetal y los barran-

* Trabajo leido en el programa .Puntos de Partida-o Tr<m5milido por la cstaclón WIPR-TV el dia 22 de agosto de 1933.

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ENRIQUE

A.

LAGVnRRE

cos y las lomas y las décimas. Hace tiempo que deseo escribir con afecto y con reflexión, algo 'Sobre don Miguel. Lo que escribo hoy no es lo que me tengo prometido escribir, sino un modesto anticipo, más que sobre su obra, sobre su personalidad. Más adelante hablaré sobre sus ensayos, estudios, artículos y cuentos y novelas. Hoy deseo evocar la personalidad de don Mi· guel, toda caminos. Leo y releo trabajos suyos como El Camino, en Ctlel~tos del Cedro o Por los caminos de Puerto Rico, de Retablo puertorriquc. lio, sin duda alguna varias de las mejores páginas de don Miguel. Sobre todo, este Por los caminos de Puerto Rico, del que, en 1941, escribí 10 que si· gue: «En lengua clara y tersa, afirmando su in· tención de interpretar -Ia'S reacciones colectivas de nuestro pueblo, Meléndez Muñoz nos cuenta la sicología de los caminos abiertos por el pie del hombre. En este trabajo hay bella forma y bello fondo, observación perspicaz, figura elegante. fino humorismo, una casi imperceptible, pero inevitable melancolía y un sentido y mejor expresado puertorriqueñismo. Si alguna vez alguien se impusiera la tarea de hacer una antología de prosas de asunto e interpretación puertorriqueña. creemos no podría faltar Por los caminos de Puerto Rico. »Hayen él un humorismo encantador, salta a flor de expresión el alma escondida de la raza -tradi· ción hispánica- y sobre -la prosa afectiva, como viento que riza la superficie del mar, pasan la copla cantada, el clásico caminante, una invitación a emprender rutas hollando el corazón de Puerto Rico. Casi no podemos explicarnos -pero sí lo sentimos


hondamcntc-la insistencia con que se nos presentan lejanas evocaciones cervatinas. Para completar la impresión, no podía faltar la pulpería, posada de nuestros andariegos de tierra adentro. Y en el fono do, el alma de nuestro ser inconfundiblemente puertorriqueño con sus defectos y sus virtudes.» Pocos escritores han captado, como don Miguel, los momentos transicionales de nuestra vida colectiva, en lo que va de 1898 a 1940. Es en estos precisos momentos que esa transición está haciendo crisis y no sabemos a ciencia cierta qué salga de ello. La actitud de don Miguel no es romántica, sino realista, aunque en su expresión haya una porción de angustia. Pero por sobre sus cariños a la tradición está su preocupación social. Pudiera no agradarles a muchos patriotas líricos, pero él le dice: «La libertad empieza en la mesa», es decir, para que haya libertad precisa una mejor distribu. ción de riquezas, más fuentes de trabajo, menos hambres. Y es que don Miguel tiene su inquietud puesta en la situación del gran conglomerado rural y está sobre los conceptos de libertad que creó el romanticismo del siglo XIX. Recuerdo un incidente que me contó un sudamericano en México. Una institución de educación internacional envió un representante suyo a recabar respaldo del gobierno de un país de Sudamérica. Como sus representaciones no fueron acogidas con agrado, el enviado preguntó, en una reunión social, si no había interés en bajar el alto porcentaje de analfabetismo y de mortalidad infantil. Para sorpresa suya, la esposa de un ministro le respondió que las cifras eran erróneas por cuanto en ellas se incluía a la pobla. ción indígena, que no eran, según el criterio de la señora, verdaderos nacionales. Sin embargo, la opinión de la señora no podía borrar una realidad: el 75 % de la población del país era indígena. A don Miguel le parecería incomprensible e in· humana la actitud de la señora, porque él preferiría estar al lado del 75 % Y no del lado del 25 %, es decir, según el criterio de don Miguel, los verdaderos nacionales estaríllJl entre el 75 % Y no entre los del 25 %, burócratas sofisticados en su gran mayoría, Con un criterio minorista de nacionalidad, sin ninguna preocupación en los problemas de las muchedumbres. Traigo este ejemplo para explicar la posición social de don Miguel. Siempre ha estado del lado de quienes forman el grueso de nuestra población: los jíbaros, que tan abandonados estuvieron a la suerte hasta hace poco. Y sí, para defender sus ideales de mejoramiento social, tiene que ponerse de frente a la tradición. Así lo hace. No es de extrañarse que haya sido él el primer escritor que en Puerto Rico defendió, a principios del presente siglo, el control de na· talidad.

Su obra es un constante ejemplo de transcul1uración. En ella aparecen los cambios que sobrevinieron con motivo de los sucesos del 98, en las costumbres, en la política, en campos y pueblos, en la religión; lo que hizo el campamento Las Casas, el «boom» del tabaco, las relaciones con los soldados norteamericanos. En realidad, la obra de Miguel Meléndez Muñoz es una valiosa documentación sobre esos años transicionales que van desde 1898 hasta el presente año. Nuestras expresion,~s literarias jibaristas tienen límites bien marcados_ Desde 1849, con la aparición de uEI Jíbaro», de Alonso, hasta final de siglo, con la obra de Zeno Gandía, es el primer ciclo jíbaro, jibarismo de costra, mayormente costumbrista, pintoresquista, en el propio Alonso, en Méndez Quiñones, y en parte de la obra de tesis de Zeno Gandía. Pero Zeno Gandía es una notable exccpción dentro de ese pi.ntoresquismo jíbaro. Luego, con Matías González García se continúa esa tradición más o menos costumbrista. Nemesio R. Canales no escribe literatura jíbara, pero vive su obra en jíbaro, siempre zumbón y soca· rrero. Miguel Meléndez Muñoz reflexiona: su mejor expresión es el ensayo y el articulo, la preocupación económica y social. Tengo la convicción que en los trabajos de don Miguel está la base de esa preocupación actual por resolver los problemas de hambre de nuestra población rural No se puede hacer la historia de los planes de industrialización, de más oportunidades de vida, 'Sin que se llegue a la conclusión de que don Miguel coadyuvó poderosamente en la creación de esa conciencia social. Si alguna persona ilustre merece un homenaje de nuestro pueblo, ése es don Miguel Meléndez Muñoz. Todo el pueblo de Puerto Rico debe unir sus entusiasmos en el homenaje a don Miguel. Me parece verle sonreír, entre es· céptico y bonachón, buen jíbaro que es él. Pero es la verdad. Tengo muchos deseos de sacar unas vacaciones para irme a platicar a ratos con él y sentir su ancha cordialidad jíbara. Hasta su hogar de Cayey debe llegar el afecto público de Puerto Rico. En estos momentos estamos necesitados de puntales espirituales como este don Miguel de mis afectos. Me parece verlo. Anoche estuvo platicando en el batey 'hasta bastante subida la noche, pero, al amanecer, no dejó de oír el canto del zorzal. Huele a flores recién abiertas y a albahaca y a salvia. Don Miguel se asoma a la ventana y ve pasar a los campesinos hacia el trabajo. ,Por la carretera ca· mienzan a subir y a bajar los automóviles. Piensa don Miguel en los muchos cambios que han suce· dido desde el 98 para acá. Se duele de que desapa· rezcan ciertas tradiciones, pero se rinde a la idea de movimiento y progreso. Don Miguel no sabe si sonreír con angustia o con satisfacción. Lo cierto 7


es que esos caminos de ahora llevan al progreso. Desaparece el Puerto Rico de las veredas para darle sitio al Puerto Rico de las carreteras, al Puerto Rico urbano... Quiero escribir sobre don Miguel y su obra, con más reflexióll, con más reposo, y le he pedido que me diga algo sobre sí mismo. Y don Miguel, como siempre, me ha complacido, dejando constancia, como él dice, en «buenas manos cordiales». Sí, don Miguel, pues es cierto que le tengo mucho afecto a usted 'Y aprecio su obra de buen puertorriqueño. Su carta, que dice usted es extensa, a mí me pareció breve y me emocionó mucho al leerla. Sobre todo, me ha dado usted razón, sin proponérselo, en muchas de mis contenciones. Por ejemplo, cuando se lamenta usted de que desaparezcan los periódicos, de que quiso ser escritor profesional y no pudo serlo, de que upriva la mala y equivocada teoría de que al público debe brindársele lo que a su gusto le agrada y estimula sus bajos apetitos y se rechaza la idea .de que la misión monitora del escritor y del periodista debe dirigirse a educar el pueblo, a depurar sus gustos, canalizar su cultura e interesarle en los asuntos vitales del grupo social en que se halla ubicado, en que esté inserto». Sí, don Miguel, ha dicho usted una verdad como un templo. Basta echar un vistazo a la prensa, que ha abandonado los propósitos de cultura y educación para ceder espacio a eso que usted dice y a los temas sensacionalistas. Hace no más de tres ¡¡ños que esa prensa cedía algún modesto espacio a la educación y a la noticia cultural, y hoy ni eso. Es lamentable que ello suceda.

s

Viene don Miguel escribiendo para los periódicos desde el Heraldo Esparzol, de Balbás, y El Boletín Mercantil, de Pérez Losada. Siempre estuvo en las avanzadas liberales. Recientemente, en oca· sión de la desaparición de Puerto Rico Ilustrado, apareció un trabajo de don Miguel Melénde.z Muñoz en el último número de la Revista y se decía que don Miguel colaboró desde el primer número al último, en distintas etapas. Según me informa don Miguel, en el lapso de 42 años -duración de Puerto Rico Ilustrado- aparecieron bOl trabajos suyos en las páginas de la revista. Hay algo admirable en don Miguel: ha tenido siempre especial gusto en estimular al escritor no· vel. Suyos fueron los primeros estímulos sinceros que recibí y suyos han sido los estímulos que ban recibido muchos escritores noveles. Aunque quisiera no podría don Miguel ser un humanis ta académico, por lo mismo que lo practica con tanta conciencia. La juventud necesita poner su atención en este alto ejemplo de civismo, de acendrado puertorriqueñismo, de modesta sabiduría, de suave cordialidad. Jamás ha sentido deseos de moverse entre los nombres mitológicos y legendarios, prefiere moverse entre los jíbaros, adentrarse en el corazón de la tierra, tener los ojos puestos en el futuro y los pies fírmesen el presente, sin desmedidos amores por el pasado ni con alocadas concesiones a los ideale,s. Don Miguel, ¡salud! Permítame acampa· ñarle por los caminos de Puerto Rico.


Un velorio* Por

ANDA, BLASITO, VETE CORRIENDO AL PUEBLO Y DILE

al dotal que se venga seguía. El muchacho bajó de un salto la escalcra dcl bohio que albergaba a seña Juancito y a su prole, y se perdió de vista en una curva de la vereda que conducía al pueblo. Seña Juancito era un hombre de tez cobriza, quemada por el sol. De cuerpo ágil, fino, un tanto delicado y femenil por las CUI:vas que acentuaban en sus caderas el ancho cin turón que ceñía su cintura. Seña Juancito era un pobre labriego que fecundaba la tierra con su sudor, diariamente dejando en sus surcos pequeños jirones de su vida que en sus horas de reposo desdoblaba para que, por su parte, nunca faltasen hombres que la arañasen con sus manos y la abonaran, pOI: último, con los miserables despojos de sus cuerpos. El más pequeño de sus hijos, el último engen· dro de la anemia en las miserias del cubil, se moría. Todos los curanderos del barrio habían desfilado ante el infecto camastro en el que cubierto con sacos lavados, que suplían las sábanas, presentaba la criatura, como único punto visible de su cuerpo, su vientre hinchado y duro, en cuyas entrañas la endémica enfermedad prepat:aba un tierno despojo que arrojarle a la muerte. La ciencia médico-silvestre, en mortífero consorcio con la ·botánica cerril, ingirieron en el vientre del inocente enfermito caña fístula y melao, los tres aceites y la nuez moscada y cuantas pócimas aconsejaron los curanderos baratos, que se gastan en el campo para despachar inocentemente cuantos enfermos se ven privados del auxilio de la ciencia, o no se atreven a acudir a ella por atávicos prejuicios. • De la obra Obras Compltlas

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MIGUEL M[LÉNDEZ

MuÑoz

Seña Juancito se debatía, midiendo a grandes y descompasados pasos, el piso desigual del cuartucho en que agonizaba la criatura. -Caray, Fulgensia, el dotal no viene. Tócale la barriga al nene, a vel cómo sigue... -Muchacho, está como un palo. La tiene tesesita... a mí me parese que el pobresito se está jinchando ya. -¡Vaya! Ahí está el dotal... El médico entraba a la habitación, haciendo una cortesía ante la puerta, más baja que él. -¿Qué hay, señores? ¿Quién está enfermo aquí? -El nene, el más chiquito e la casa. Mírelo ahí. El médico se acercó a la cama. -Vamos, niño, enséñame la lengua. La criatura no se movía, y presentaba, en rígido escorzo, su vientre hinchado, tirante, como el parche de un tambor. -Este es un caso perdido... Este niño se muere de una indigestión que no fue atendida a tiempo... Y hay aquí otras causas, que han contribuido a determinar su estado actuaL.. Dígame usted, señor, ¿qué pócimas, o qué remedios... caseros han administrado ustedes al niño? ¡Con franqueza! -Eyo... dotaL.. nojotros, como sernas probes, vay, y no podemos jasel grandes gastos, ñamamos a una doña que es médica, acá, ¿sabe?, pa los del campo... y vio al nene... le prebó las aguas y... nos dijo que se le jabía metía en el cuelpo el espíritu e un presidente... que se ñamaba... ñamaba... -McKinley, Jefferson, Garfrield, ¿era america· no? -le interrumpía el médico, conteniendo a duras penas una imprudente carcajada. -No 5iñol, él es el pu ayá, e los mares ajuera, e otra isla grande, e ande vienen las macarelas en frascos y las aseitunas sin pepitas y los caramalos en su tinta... Ese hombre... se ñama, un apellido así como... ¡Chaveta!

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-Ah, sí -dijo el médico-, Monsieur Gambetta, presidente que fue de la República francesa. -El mesmo, dotal, un hombre muy malo por molde e la familia, helmano e Herode, el que mandó egoyal a los inosentes cuando diva Moisés rio aba. jo y lo atarrayó la hija de Faraón... -Pero -preguntaba el médico- ¿y qué demonios vino a buscar ese presidente en el estómago de esta pobre criatura? -Usté verá, dotal, dise la señora esa que cuando los muchachos están asina, enfelmos, se suelta el espirito de ese hombre y viene a impol· tunalos, pa matalos pronto, pues como aqui abajo no los pué egoyal su helmano, él se los yeba pa ayá arriba, pa egoyalos en espirito, ¿sabe? -Bien, bien -decía el médico tapándose la boca con ambas manos para que seña Juancito no advirtiera la risa u le retozaba por todo el cuero

po-. Pero todavía no me ha dicho usted cuáles fueron las medicinas que esa «médica» le administró, le dio al niño... -Esas médicas -interrumpió Juancito- no dan melesinas e botica. Curan con las yelbas el campo y poi los pases. A mijo le jiso tr,es cruces en el cueyo pa que botara el espirito de ese señal... del presidente que parese que usté conosi6, le jiso una grande en la barriga y ebajo e los sobacos. Espués quemó un chifle e toro pa que con la peste se acabara e dil ese hombre, y le dio a tamal sereipo con flor e cupey y de majagua y le puso dos lavativas e un caldo velde que no quiso disil cómo se ñamaba y después e tos esos jaropes dijo que era imposible, que el espirito no se diba y que el nene se moría, polque se moría... El médico se mordió los labios para no reírsele en la cara a seña Juancito, y tendiéndole la mano le dijo:


-Ya ve usted, entre la doña, como usted dice, y sus jaropes, le han asesinado al niño... Lo siento, pero le servirá a usted de experiencia para otra vez... Con que, al buen entendedor, con salud y palabras... basta, basta. El niño agonizaba. De sus labios violáceos se es· capaban débiles estertores y su cuerpecito se in· movilizaba en la serena rijidez de la muerte. En tanto que seña Juancito contemplaba, en la impotencia de su dolor, la agonía de su hijo que libraba su última batalla por la vida apenas iniciada, ]a madre -seña Fulgencia- se llabía abalan. zado sobre su cuerpecito rígido y, enloquecida, besaba nerviosamente sus labios lívidos y exangües que la muerte había sellado para siempre. Cuando seño Juancito consideró que debía po. ner término a la dramática situación que contemplaba, se enjugó las ~ágrimas que también corrían por sus meji11as copiosamente, y acariciando la hirsuta cabellera de su esposa, exclamó con voz entre. cortada por el llanto: -Vay, Fulgencia, no yores más. El nene se murió. Nojotros no podíamos atajal la muelte. Ya he· mos cumplío con él. Agora nos toca cumplil con los vivos, con los vesinos, con nuestra sosiedá, como dise el comisario... ¡Vay!, límpiate la cara y pensemos en otras cosas...

*** Con las primeras sombras de la noche, iban llegando a la casa de seño Juancito los convidados al velorio. Seño Juancito, sentado en la puerta, jibosa y estrecha, de su casa, correspondía a los saludos de los recién llegados, con la única frase que había hallado en su dolor: «¡Qué vamos a jasel, siñores!» La sala estaba preparada para el acto a que conceden gran importancia los campesinos. En los ángulos de ella no cabía un asiento más. Desde la silla destartalada que había visto pasar por su asiento varias generaciones hasta la caja vacía, fueron habilitadas como asientos para los invitados al velorio. Tres lámparas de gas alumbraban la estancia. En medio de la sala veíase una mesa cubierta con un lienzo blanco y sobre ella el cadáver del niño, a cuyo alrededor bailaban los espirales de humo fantástica danza. La madre de la triste criatura, que yacía en el improvisado catafalco, contemplaba, con sus ojos secos, porque se había agotado la fuente de sus lágrimas, el escorzo del cadáver de su hijito. Ni las súplicas de su esposo ni las insinuaciones de sus amigas, lograban separarla de aquel sitio. Mientras tanto, los invitados, que habían ido a

acompañar en su dolor al atribulado matrimonio, hablaban en voz alta, cuchicheaban y se reían a coro de los primeros chistes del gracioso cuentista ocasional que nunca falta en los velorios. Súbitamente, cesaron las risas apagadas y el creciente murmullo de la conversación. Tieso, derecho, marchando militarmente, se adelantaba seño Juancito hacia la puerta haciendo crujir el viejo maderamen del piso... Llegaba seño Mingo (Domingo) Rosas, viejo compañero y gran amigo suyo. -Compae, usté no podía faltal, cuando tos mis amigos vienen a yoral mis penas conmigo... -Compae, lo acompaño en su sentimiento. Pero no hay que apuralse: hoy el nene, mañana nojotros... en este asunto, no hay quien se aguante, cuando le yega su tulnio: el que le toca, no hay quien 10 aguante... y mire, compae, dejémonos de pasiones, el que se muere es dichoso, polque des~ cansa... Yo creo que no se ha dicho veldá más grande que esa... Conque, vamos a dalnos un palo a la salú del nene, y a vivil, que el sol cambea. Pasaron los dos compadres a una pequeña ha· bitación, dispuesta como cantina, y detrás de ellos todos los hombres que había en la sala, esperando que se presentase en escena un Rosas, o cualquier otro Mingo, con suficiente confianza con el dueño de la casa para tomar algo... «a la salt'í del nene muelto».

Los rayos de la luna penetraban por las ventanas de la casa mortuoria, fundiendo su luz argentada con los haces rojizos de las luces parpadeantes de los quinqués que iluminaban aquella grotesca re· unión. Mingo Rosas, Tito Ramos y Silvo Flores charlaban con diez o doce mozas que aún conservaban en sus ojos las huellas de las lágrimas que vertieron para acompañar a la familia en «su sentimiento», y que iban animándose con las continuas libaciones de los licores que seña Juancito había preparado para las mujeres. «Bebías» finas para paladares delicaos, anís, anisao, vino mistela y su poquito de ginebra pa las más apechaoras pa el licol. Mingo Rosas decía: -¡Muchachas, hay que refrescalse pa espantal el sueño! -Compac Juancito, aprevéngase un poco de ani· sao pa estas niñas ... -Sí, sí. Pero nos jase dos o tres cuentesitos, seña Mingo -decían las mujeres. Seño Juancito, provisto de una damesana y un vaso -el mismo vaso para toda la concurrenciaiba obsequiando, una a una, a las simpáticas doncellas. -Güeno, vengan los cuentos -exclamaba Silvo Flores, que estaba sentado en medio de dos rollizas muchachas. -Muchachas -decía el cuentista-, les voy a 11


jasel el cuento de los diablos y el amol, y dispués el compae Tito se jará el cuento de la Creasión. -Pues siñol -empezó Mingo Rosas-, había una ves una muchacha muy bonita que no había canosío nunca lo que era amol, jasta un día que se presentó en su casa un sagaletón, a las seis de la talde a pedil posá. El padre de la muchacha era un viejo muy desconfiao, que tenía sus economías. Malas lenguas desían que tenía el dinero gualdao en una botijuela ebajo de las raíces de un jigüero... Cuentan y no acaban de las raresas de ese viejo -proseguía Mingo Rosas-. Disen que un pasajero que pasó por allí a prima noche, se jundió en un joyo que ese condenao viejo había jecho frente a su casa y lo tenia tapao con matojos pa espIu· mal a to el que pasara puyí a deshoras... pues disen que ni la bestia ni el pasajero se güeIvieron a vel más nunca en la vida... -¡Ave Maria Purísima!, ño Mingo, ¿cómo se ñamaba ese hombre? -interrumpiéronIe, a coro, los oyentes. -Pues se ñamaba, se ñamaba... no me acucldo de su grasia. -Siga, siga, ño Mingo -le suplicaban algunas mujeres. . -Pué sí, llegó el muchacho a la puelta de la casa de esa muchacha y dijo: «A la pas e Dios, siñoresJl. Y el viejo lo convidó a subil. Estaban comiendo, lo envitaran y aseltó. Ya estaba escure· siendo y el viejo no encontraba cómo desile al muchacho que se juera, y como tenía sueño le dijo: «Mire, compae, ahí hay una jamaca guindá, acuéstese y jasta... que amanescaJl. Y echando la masa poI delante, se fue a dolmil. Allá a la medianoche, cuando no se sentía ni una cucaracha esculcando las yaguas, se oyeron unos quejíos muy jondos, como de vaca paria que le llevan el beserro. El viejo llamó: <qLuteria! ¡Luteria! (Eleuteria). ¿Qué es eso?» -¡Ay, papá, si tengo el diablo en el cuelpo! El viejo, asustao, le desia a la muchacha, sin salil del cualto: -Luteria, espántaIo... Jasle la eros y resa la manífica... -¡Ay, papá, si no hay cros que valga... ! ¡Si parese que son veinte, polque me andan poI to el cuelpo... ! -¡Jesús, seña Mingo, que usté es... l -decían las mujeres, soltando su risa incontinenti. -Bueno, vaya acabal, pero no me fastidien más con sus empeltinensias.

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Al otro día, cuando se levantó el viejo, jué a ver al hospedao y... ni el juma... -¿Y la muchacha, seña Mingo? -le preguntó Silva Flores. -¿La muchacha? Ella, caray, disen que dispués pedía al diablo poI señas, y que el viejo le dio una jinchera del disgusto que se jué a ponel colorao al siminterio. Requerido por seña Mingo, que, a su propio juicio, había estado mucho tiempo sin visitar la cantina, empezó Tito su cuento. Al decir de sus amigos, Tito era un cuentista muy versado en achaques de Historia Sagrada. -Ayá en Jos tiempos de Maricastaña, cuando se había acabao de jase) el mundo y no había hombres ni mujeres poI ninguna palte, que lo que ha· bía eran elefantes y elefantas, tigueres y tígueras y de tos los alimales que yevó Noé en el alea... Dios comprendió que jasian falta el hombre y la mujel pa manijal las cosas del mundo. Atonses jablaron Dios y San Pedro pa arreglal )a cosa. «No hay más -disia San Pedro-, hay que jasel dos creaturas que sepan mucho pa que ma· nijen todas las cosas de )a tierra y asujeten los animales a su selvisio.» -¿Y poI cuál empezamos, Perico? -desía el Criador. -Pues ... polla mujer -desía San Pedro. El Criador le pidió jilo a San Pedro y empezó a trabajal: cose que te cose. Y cuando ya iba a acabal, le faltó un canto de jilo. El Criador se calentó y le dijo a San Pedro: «Mira, agora que no falte el jilo, polque te va a yeval el diablo.JI San Pedro le dio la jebra de jilo bien lalga y el Criador empesó otra ves cose que te cose. Primero, la cabesa y dispués los brasos y asina por consiguiente, y cuando acabó le había sobrao una miajita e jilo... Uno a uno, iban desfilando los vecinos de siño Juancito ante el amarillento cuerpccita del niño, y todos exclamaban: -Pobresito. Un angelito más pa el sido. Y en los labios crispados de la criatura jugue. teaba un pálido rayo de sol que iluminaba su lívida faz, mientras la luz difusa del amanecer envolvía en su lampos a los amigos y vecinos del seña Juan· cito. que se retiraban a descansar de las fatigas del velorio.


Nuestra tierra se nos va * Por

P

ENJ3TRÉ EN UN ESTABLJ3CI1IlIENTO PÚBLICO y VI

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grupO de jornaleros que hacían sus compras. Uno de ellos me observaba con infantil y simpáti. ca curiosidad. Se sonrió, volvió a mirarme y, por último, vino hacia mí y me saludó cariñosamente. -¿No me conoce? ¿No se acuerda de mí? -me dijo, contrayendo nerviosamente el mentón-. ¿Se acuerda? No hace muchos años, cuando usted estaba colocado en el comercio de... yo tenía crédito allí, a cuenta de las ca e~has que recogía todos los años. Entonces era propietario, hoy soy jornalero... ¡Siempre hay que trabajar! La resignación connatural en estos hombres que han dejado atrofiarse su voluntad, que han pasado por las transiciones más dolorosas sin que se altere su temperamento humilde, puso en sus labios un rictus de conformidad cómoda y sumisa al pronunciar sus últimas palabras. -¿Ve usted? -prosiguió-, la mayor parte de aquéllos -y señaló al grupo- eran propietarios también, como yo. Vendimos las fincas que teníamos y somos jornaleros ahora. Y, menos mal que todavía hay trabajo ... Mi interlocutor me tendió la diestra. Correspon. dí a su saludo y volvió a incorporarse al grupo de que se había destacado. Yo me quedé contemplándolo un rato, desde el quicio de una puerta, y me pareció que la sombra venerable de nuestro gran Matienzo se erguía entre ellos, como la última vez que le vi ejerciendo su noble y patriótico apostolado en la tribuna pública, levantada por él a tan excelsa y gloriosa altura. La figura del inmenso tribuno tenía la misma arrogante y noble presencia con que se presentó en la tribuna la última ocasión en que lo oí: alta y levantada la frente, que albergó tan grandes y *

De la obra c.cctllTas Puertorriqucñas (1i-Jil}.

MIGUEL MELÉNDEZ MuÑoz

hermosos ideales, que no lograron prender sus raíces en el alma de nuestro pueblo, amplios y mago níficos sus ademanes de sembradox: infatigable. Y creí oír otra vez su verbo sonoro que se dirigía a aquel grupo de «propietarios_ insolventes. Su verbo que tuvo la caricia de un murmullo, el ím· petu de una cascada fragorosa, el ronco bramar de la tempestad, el chasquido del látigo sobre el rostro de los tirano , la gracia sutil de la sátira culta, el zarpazo del epigrama sangriento, la persuasiva admonición de un apóstol, las revelaciones de un profeta y las sabias y severas reconvenciones de un padre que se dirige a sus hijos, decía a aquellos hombres que fueron «propietarioslI>: «¿Qué habéis hecho de vuestra patria, insensatos? ¿Por qué cedisteis vuestras tierras al capital exó' tico?» ¡Quién sabe si más de una vez el ilustre Ma· tienzo tuvo que cortar súbitamente algún hermoso período de un discurso, mientras dos o tres de estos desgraciados, haciendo caracolear sus brillantes caballos, pasab.lO frente al sitio en que le hablaba a la multitud I Tal vez estos hombres, después que la multitud se dispersaba, impresionada por las últimas frases del tribuno, agregarían sus comentarios a los del "analfabetismo illtelectuala de muchos «notables» del villorrio, exclamando con ellos: «Oratoria pirotécnica... Una cosa es predicar y otra es dar trigo... ¿Por qué no voy a vender mis fincas, si me las pagan bien? Pretende este hombre que estemos recluidos en ellas trabajando como bestias, mientras que él y otros intelectuales, siguen «CD· rriéndola» de pueblo en pueblo y pronunciando discursitos así? ¡Este viejo está chiflado: el espiri. tismo lo ha trastornado! Y el apóstol se marchaba, con una amable son· risa en sus labios, que dijeron tantas verdades amargas, y que trataron, tantas veces, de trazar a JI)

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nuestro pueblo el camino de su redención. Se ausentaba tranquilo, 'Sereno, sabiendo que sus pa· labras habían sido escuchadas con indiferencia, que la semilla que lanzara sobre la conciencia del pueblo no fructificaría jamás. Todas sus profecías se han realizado en el transcurso de la década pa· sada. El capital exótico vino a la conquista contractual

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de nuestro suelo algunos años después de haberse firmado cl tratado de Pads. Dcsplegó sus absor· bentes cualidades adquisitivas con fácil y calculada «diplomacia». Primero, pasaron a manos de sus agentes los pequeños predios, colindantes con las fincas de gran extensión, codiciadas por él; dcs· pués, hicieron las ofertas para la compra de esas fincas. Eran fabulosas. Los yanquis estaban locos, trataban de reproducir en Puerto Rico la leyenda de El Dorado. ¿Cómo no iban a vender estos ilusos sus tierras, si les pagaban por ellas más dc lo que valdrían, si contuvieran en sus entrañas grandes yacimientos de oro? De este modo se cfectuó la expropiación volun· taria por cuyo proceso nuestras tierras, mejor si· tuadas y más fértiles, pasaron a manos extrañas, y los pequeños propietarios y algunos que poseían extensas fincas, descendieron a la humilde condi· ción de jornaleros. Estos parias cobran hoy sus salarios en las cajas de los «trusts». Mañana irán sus hijos a cobrar sus jornales en las contadurías de esas compañías poderosas. Y más tarde, cuando la creciente den· sidad de nuestra población haga descender el salario y acrezca el pauperismo, sus nietos emprenderán el éxodo hacia otras tierras, en busca del pan cotidiano que no podrán ganar en su patria. Aquellos hombres que, cediendo a la tcntación del oro, vendieron sus tierras, purgan hoy su dcli· to en la insolvencia y la miseria. Y todavía, cuando se escriba la crónica dolorosa de esta época, la historia emitirá su veredicto condenatorio sobre la conducta de estos hombres que contribuyeron con sus inconsultas transacciones a la desmembración de su patria. ¡Puertorriqueños: esas masas que van al trabajo en las primeras horas de la mañana y regresan a las últimas horas de la tarde, son el «ejemplo» que pasa! Y cuando el oro tentador trate de sugestionar vuestras conciencias, acordaos de Maticnzo Ciotrón. El gran tribuno enmudeció ayer. El eco de sus palabras sublimes resuena aún en nuestras plazas públicas y en los salones de conferencias.


Los «Cuentos del Cedro», de DOll Miguel Meléndez Muñoz* Por M,\NUEL

FELICES y

REGOCIJADOS

TIEMPOS AQUELLOS EN QUE

los ingenios, antes que la alegría, contra el mundo circunstante, esgrimían la sátira! En esta soledad de isla en que vivimos y en que son los poetas, como Tácito, hombres de silencio y retiro, es la risa piadosa y el humorismo bienhechor. Norabuena nos acorra su influencia. Para personificar nuestro mundo social, mejor que sollazas sean el epigrama, la ironía, la sátira, la estocada del caballero de la Tenaza. Detrás de la risa suele esconderse acíbar y ¡cuántas veces en lágrimas se condensan carcajadas! A los umbrales de nucstro parnaso lIcga Mc· léndez Muñoz con sus «Cuentos del Cedro». ¿Te. nemas parnaso? Cuento que sí le tenemos, con almas aladas, aunque a las veces con liras mudas e invadido por pedantes de los que de su parnaso un día arrojara Moratín. Ante el manuscrito de «Cuentos del Cedro» escribo estas líneas. Nada diré del autor porque harto le conocemos, y aunque de la medida del pie de Hércules dicen mitologías que pudo inferirse su fuerza, la obra conocida de este escritor dio ya la amplia medida de su ingenio. Diré sólo de su libro. Cuando leí en el prefacio explicada la novedad del título, me asaltó el recuerdo de un hecho que con «Cuentos del Cedro» tiene identidad alegórica. Una vez, en Cuba, enterró el acaso una piedra pulida de esas que la antropología estudia. En la tierra, debajo de la piedra, la semilla de un árbol brotó en crecimiento, y al encontrarse ca· mino del sol la piedra, la empujó al exterior, se desarrolló en torno y, haciéndola suya, la abarcó en el interior del tallo. Cuando el arbolillo fue árbol grande, al derribarle, se encontró la * Prólogo de la obro Cuentos del Cedro.

ZENO

GANDfA

piedra pulida que vivió siglos dentro del tronco. El cedro de los cuentos de Meléndez, al surgir del feliz talento de éste como el árbol de Cuba, de la tierra cubana, estrechó entre sus maternos brazos los pulidos cuentos. En la originalidad de este título, la ideación que le inspiró es de suma delicadeza y embellece y encomia el lib¡:o antes de leerle. Es éste, libro costumbrista. Aparte de su prefacio y los primeros capítulos, que son himnos a Puerto Rico, y de la dedicatoria a los jíbaros, viejo tronco arrugado y flagelado por los años, todos los cuentos fueron escritos con tinta de sarcasmo. Percibense en ellos los estremecimientos de nuestra alma social y son vivisección sin sangre en que el disector ríe. Crea escenarios que en todas las primaveras y en todos los inviernos florecen, pero los contornos y los horizontes son trágicos. Alturas en este libro parecen convertirse en abismo; luz de sol en relámpagos. Un pobre pue· blo mirase en los cuentos tendido sobre la mesa e~perimental, eventradas las recónditas entrañas y, como lúgubre concepción de Edgardo Poe, aún el cadáver sonríe. Esboza en sus cuadros remedios a los males, bálsamos a las amarguras y, cuando no los ofrece, se vislumbran, se adivinan, como esas veredas montañosas que se pierden en la altitud de las cumbres; y es diestra la pluma que escribe, capaz de allanar escarpas y de llanuras hacer montañas, paseando la mirada por las maravillas de nuestra isla y oyendo lamentos de mortal pesadumbre. ¿Pero cómo pudo en el buen humor inspirarse ese libro? Sí, pudo: el talento realiza paradajaso Están los cuentos escritos en lengua jíbara, en el folk-Iore de nuestros campesinos, y da de

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su léxico la más completa idea que escritor alguno dio en Puerto Rico. No viéronse nunca temperamentos literarios y filosóficos más análogos que los de don Francisco de Quevedo y Meléndez Muñoz en sus «Cuentos del Cedro». Parecen éstos duplicidad de arte, duplicidad de ingenio, duplicidad de estoicismo. Momentos tiene el libro en que parece revivir a Quevedo, y en que, entre esplendores del in· tertrópico, sobre campos en flor, bajo ambiente de pesimismo, mírase discurrir a la tia fingida, al amigo complaciente, a la virgen renovada, al padre mistificador, al bravucón, a los lindos, a los narcisos, a los tahures, a los múltiples tipones que inmortalizara el pícaro ingenio de don Fran· cisco. Como éste, ve Meléndez, detrás de las burlas, el cáncer. Ríe y su risa es doliente: burla y su sátira es piadosa. Muestra infernales retratos de almas que, como las b~jas de Banquo, discurren medrosas. Denuncia y burla en tal personaje tal vicio o defecto, como Quevedo hizo hiriendo con filos de su sátira a Góngora por galiparlante culo tísimo (a nuestros gongorinos se les puede burlar por tontos); a Lope por fecundo; a Montalván por negociante; a Alarcón por contrahecho; a medio mundo, en suma, por medio y por ser mundo. Si como se ha dicho, cosas hay que no pueden salir más que del corazón de un hombre honrado, «Cuentos del Cedro», no pudo surgir más que de un generoso corazón. En ocasiones, Petrarca parece escribir en esos cuentos, pero casi siempre escriben Juvenal y Quevedo; y el trabajo del léxico jíbat:o acopiado en la penosa situación en que literatura y lengua castellanas se hallan aquí, comprueba ese léxico de un lado, la fortaleza de la segunda, conservan· do aún arcaísmos que la expresión verbal modero na echó al desuso, lo que denuncia el arraigo que tiene; y de otro lado, toda la riqueza que necesitan destruir los que, imponiendo la lengua inglesa, destruyendo ídolos y códices como los fanatismos de la conquista destruyeron, quieren que para siempre enmudezcan el acento de nuestra dicción y se apague el brillo de oro de nuestros ingenios. Pero, ¿qué país es ese que Meléndez pinta? ¿Ese? Ese es una colonia. En la marmita de los siglos, al fuego de la codicia, ese es el filtro de los Borgias que envenenó nuestro paraíso. Ese que tan conmovedoramente describe Meléndez derramando risas sobre él su sátira, es el pueblo que infamia y menosprecio sufre resignado. Presenta como la mina de oro el filón, y todos gol· pean sobre la vena, persiguiendo la preciosa chulla. Ese es el buen Puerto Rico, bueno para los demás y para sí mismo indigente. Somos del coloniaje histórico residuo. Reyes y 16

emperadores y bandoleros ejercieron sobre esta cumbre andina su poderío; saciamos su hambre que nuestras generaciones heredaron. Sufrimos al enorme Carlos V, al complejo Felipe n, al galante Luis XIV, al decadente Felipe IV; pero pelearon, al fin, un trono decadente y un imperio codicioso, y he aquí ahora que nuestros poetas y filósofos, los que no vendieron el alma al diablo de la necesidad o de la traición o del hambre, he aquí que aedas y prosistas claman todavía por felicidad. y de esa marmita es de donde surgen los pueblos que buscan amo; los pueblos que por no morir de hambre, viven de oprobio; los pueblos a los que puede decirse lo que a los licenciosos sitiadores de Numancia dijeron «llenaos de lodo, ya que no osasteis Henaros de sangre». «Cuentos del Cedro» son cuentos que el autor no relata. Son los mismos protagonistas quienes los refieren en diálogos peculiares a la vista de las montañas. Son ellos los que hablan, los que exornan la tragedia, los que alarman las conciencias y conmueven los corazones. Alegre, picaresco ingenio preside a esa expresión dialogada; otras veces domina el risueño lamento del estoico. Son, esos diálogos, prueba de fino arte y bien vigilada observación; y en algunos, parece que los que hablan son Rinconete y Cortadillo, Cipión y Berganza. Meléndez, como Cervantes, debió ver «pasar ante sus ojos, al recorrer los caminos, pernoctar en los mesones y cambiar constantemente de horizontelll, las variadas escenas que la cordillera le mostrara. Son de la vida real esas escenas. Martilladas parecen sobre granito; tan vivas y abarcables en su realidad. Aumenta el léxico jíbaro su viveza y su verdad, y no hay en el libro una línea que denote convencionalismo ni prejuicios. Todo es allí luz de observación, luz que el espectro de un pueblo refracta. Dominó mucho tiempo el petrarquismo las musas del mundo; y las nuestras, en prosa y verso, rindieron idolatría a aquel dios. Fue como una epidemia propagada entre humanistas. Ya no. Rompió un día Emilio Zola la cadena y ahora la naturaleza es dios. Meléndez practica su culto. El lingüismo, por mucho tiempo dueño de la expresión literaria hispanoamericana, pertenece ya al pasado. No escribe Meléndez ante sí mismo, no como Narciso se mira en el cristal de las aguas. Escribe para los demás. Sabe que pasaron los tiempos en que prioratos literarios y estéticos quisieron imponer sus cánones, quisieron que el mundo fuera suyo; sabe que el mundo es del genio. Mucha obra intelectual ideó el hombre más antigua que la fábula, que el cuento, que el mito, que las escuelas estéticas. No en su libro entré-


gase Meléndez a orgías retóricas sin retórica, ni ensalza a musas lóbregas, ni arrumba divinas voces de su lengua para inventar desabridos neologismos; ni violenta la forma de su estilo para producir asombros y preciosismos; ni se arriesga en la tarea de mostrar originalidad sin talento. El buen gusto de este virreinato débele en este libro respeto y devoción. Como hay abismos que parecen llanuras, hay modernidades que son antiquisimas. Grecia y Rama presenciaron algunas. Desde Terencio, el sensual comediógrafo, se conocen aptitudes sacrificadas al empeño de mostrar originalidad sin tenerla, porque es sólo el innatismo quien la inspira. Y he ahí como esos modernos antigüistas, cómplices en la destrucción de bellezas y lenguas, haciéndose dignos de los yambos de la crítica, se anegan en la propia obscuridad, en los tremedales de una producción caótica. Como en los campos después de la lluvia levántanse neblinosas condensaciones, así al trashojar las páginas de .Cuentos del Cedro", sombríos y dolorosos problemas se levantan. ¿Es ése un pueblo que, vivi~ndo dentro de un marco de oro, es prolífica yuxtaposición de seres víctimas de antagonismos y prejuicios? Creyérase que para él no fueron escritas las leyes de solidaridad, y no es la solidaridad ley quimérica. Es la sociedad conjunto de solidaridades entrelazadas, y es fuerza progresiva. ¿Acaso ante las fuerzas de la Naturaleza, no tiene ese pueblo ansias de felicidad, amor a la vida, repugnancia al dolor, valor en el peligro, energía en la lucha? Yesos problemas abisman. No es libre ese pueblo, y la idea de libertad debe tener en la mente del hombre un refugio, porque es idea de suprema defensa y de supremo bien. Es bien sabido que no se cultivan los campos en razón a su feracidad, sino en razón a su libertad, y en

donde la solidaridad que la logra no vive, la e.x· paliación que llena los anales del mundo es tirana y dueña. La expoliación monopoliza, restringe, desvía naturales cauces, menoscaba, hiere, crea precanas situaciones, ofende el orgullo de los caracteres, hace inminentes las crisis, empuja las bancarrotas, borra la noción de lo justo, hace al hombre endeble y pálido. Cuando, sin escrúpulos, es la ley la que expolía, acaba la expoliación por convertirse en sabia teo ría, por elevar templos como Faraón elevó pirámides, por crear maestros y legisladores y sutilezas y sofismas, y hasta por crear partidos políticos en· vilecidos por el servilismo. En la vega de esos ríos y en el declive de ~sas vertientes, bajo el peso de los tributos, ataauras que enlazan la política con la economía social, pa· rece que impera el ucada uno para sb, escuda de egoísmo, y que fue borrada la antigua divisa uuno para todos, todos para uno». Y ante los postulados palpitantes en el libro, contempla el lector la neo blina de problemas que obscurecen el sol y flotan insolutos sobre las esperanzas y ante las incertidumbres de lo porvenir. Ese es un libro, un verdadero hora. Obra de arte, de sensibilidad, de patriotismo. Es una actividad pue¡:torriqueña: actividad honrada puesta al servicio del honor y del bien. Las nubo en Puerto Rico que lesionaron a Puerto Rico. Las hay agresaras de su derecho y su justicia, que le sacrifican y le traicionan. Levántase «Cuentos del Cearo» en generoso apostolado y la mentira desgarra y la verdad solemniza, y en aras de filial cariño, dora el nimbo de su nativa tierra y con talento de artista besa la planta, la augusta planta de su inventurado país. Diciembre, 1927.

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La personalidad puertorriqueña * Por MIGUEL

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N TODO ESTUDIO PROFUNDO Y EXHAUSTIVO, O EN

ef mero y simple ensayo que se realice para analizar y definir la personalidad puertorriqueña, hay que partir de la primera base finisecular: El gibara, del doctor Alonso. Enjuiciado por todos los críticos y comentaristas que se han ocupado de este libro corno la primera obra «costumbrista» de nuestra literatura, ese juicio permanece fijo, inalterable entre la gente letrada de nuestro país. y ese mismo concepto final se ha continuado transo mitiendo a todas las generaciones que han sucedido a su autor. Así el doctor Manuel Alonso es nuestro primer escritor clásico y «costumbrista». Si prescindimos de esta apreciación, convencio· nal y acomodaticia, ¡qué fácil, placentero y reve· lador es descubrir rasgos, perfiles y contornos logrados de la personalidad puertorriqueña, bajo el estrato «costumbrista» que utiliza el autor graciosamente y, a veces, con triste ironía! Cuando el doctor Alonso recoge en su obra con fina intuición y donosa intención las actitudes del jíbaro que trabaja, canta, baila, se divierte, se lleva su hembra a caballo o se casa por la Iglesia; que cree en brujos, hechiceros y curanderos, el escritor se despoja de su investidura literaria «costumbrista». Y surge el sociólogo que nos ofrece, con lúcida claridad, las características del puertorriqueño de su época; y el cómo se manifestó, actuó y reaccionó la personalidad puertorriqueña. Pues el doctor Alonso es, además, un fino y perspicaz sicólogo que nos revela, bajo el velo sutil de su costumbrismo, el alma del puertorriqueño con su profundo acento telúrico. El día que se desvista a El gibara de su ropaje «costumbrista» habrá que reconocer y acreditar al doctor Alonso los primeros atisbos, las .. leido por su autor en la Quinta Asamblea General de los Centros Culturales, celebrada en el Instituto de Cultura Puertorri. quefia, el dla 21 de febrero de 1965.

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MEL~NDEZ MuÑoz

primeras tentativas logradas para fijar los contornos de nuestra personalidad, ¿Qué representa, qué significa el jíbaro en sen· tido demográfico cuando el doctor Alonso publica su obra? Es el 80 % de 'nuestra población, confinado, geográficamente en barrios aislados de sus pueblos respectivos, sin más comunicación que pésimos caminos vecinales, intransitables en los períodos estacionales de lluvias. Socialmente se halla en la misma proporción respecto del resto de nuestra población en aquel tiempo. Políticamente... no ,hablemos, porque no cuenta si no es contribuyente, no importa que sea analfabeto. Pero, con excepción del grupo limitado de profesionades, burócratas y clase castrense residentes en la Capital y en otras ciudades de secundaria importancia populosa, ¿qué son los comerciantes, industriales «nativos» y obre· ros, vecinos de los pueblos del interior y del lito· ral de la Isla? Pues... son individuos que saben leer y escribir -aunque leen muy poco-: jíbaro! semiletrados con un ligero barniz social que en mu chos aspectos de su conducta actúan y reacciona. como sus coterráneos campesinos. Pero con mayo: malicia y más picardía. No hay que buscar solamente en el cultivo di las bellas artes por ilustres puertorriqueños lo~ factores que van integrando la personalidad puer· torriqueña a través del transcurso del tiempo. Po· líticos, historiadores, hombres de ciencia contribuyen a modelarla, a imprimirle las características diferenciales que 'habrán de constituirla, tras largos años de decantación hasta plasmar su presencia. Los historiadores -mencionemos sólo a Fray Iñigo Abad, Salvador Brau, doctor Coll y Toste, Navarrete, Angel Paniagua y Cruz Monc1ova- al estudiar y desentrañar los orígenes de la colonización y población de nuestra isla, cimentan los primeros lineamientos y el desarrollo creciente de nuestra


cultura. Antrop610gos como el doctor Agustín Sthal, el mismo Coll y Toste y el doctor Zeno Gandía, estudian y analizan al «hombre puertorriqueño». En sentido político sería prolijo e interminable aún resumir cuánto laboraron, cuánto padecieron y su· frieron en sus vidas y haciendas los puertorrique· ños que lucharon por la consecuci6n de los derechos civiles y un trato igual a los súbditos de la Monarquía española para los habitantes de esta ca· lonia, mantenida en la ignorancia -analfabetismoy explotada por un sistema semifeudal de producci6n agraria. El año 1894 publica el doctor Manuel Zeno Gandía La charca, ~u primera novela, que es, asimismo, la primera novela puertorriqueña. La crítica de su época no le fue del todo favorable. To+ más Carri6n Maduro, polígrafo, conferenciante y orador de fácil y amena palabra, le niega todo valor ·en una serie de artículos publicados en la prensa y recopilados, más tarde, en su obra Ten con ten. Han de transcurrir muchos años para que se aprecie la primera novela puertorriqueña sin prejuicios. sin parcialidades y con amplio criterio justiciero. Lo hará Samuel R. Quiñones en su ensayo Zeno ·Gandía y la novela puertorriqueña. Zeno Gandía subtitula La charca .Cr6nica de un mundo enfermo",_ El autor es médico. Pulsa, ausculta y examina a su pueblo y lo halla enfermo. Su enfermedad es sicosomática. Del cuerpo y del alma. Y nos ofrece en su obra la vivisecci6n del ·cuerpo social puertorriqueño en un momento dado de la existencia de nuestro pueblo. Las enfermedades corporales endémicas, cr6ni· ·cas y las taras morales existen en la mayoría del ·cuerpo social puertorriqueño -campesinado- no porque éste se las haya procurado. goce y se refocile con su indeseable y maligna tenencia, sino por·que son consubstanciales con el estado político, social, econ6mico y educativo que regimenta su vida: la colonia. Ausencia de servicios públicos ele· mentales, instrucción pública limitada en pequeña ·escala a las zonas urbanas. pésimos sistemas de comunicación entre los barrios, densamente poblados y los pueblos, casi presuntuosas aldeas. Y explotación del labriego en jornadas de trabajo ago· tadoras con salarios de hambre. Este fue el cuadro sombrío que tuvo ante su visi6n de hombre de ciencia y novelista, nuestro doctor Zeno Gandía. Y logr6 trasladarlo con su ambiente social, con toda la belleza constrastante de sus paisajes y con la existencia de los seres que actúan en tan maravilloso escenario en La charca, discutida ayer, incomprensible ayer, malquerida ayer y apreciada hoy como la primera 'Dovela puertorriqueña. con incuestionable prioridad. Si, como venimos sosteniendo, tanto en la época de El gi~aro (1849·1884) como en la de La charca

(primera edici6n: año 1894) el campesino integra. ba el 80 % 'henchido de nuestra poqlación, nuestra personalidad sale muy mal parada en la naveta- de Zeno Gandía. De su «mundo» s6lo valen, como seres humanos conscientes que se destacan sobre la promiscuidad y ,la amoralidad de los tipos de la obra, el doctor Pintado, el padre Esteban y Juan del Salto. Lareacci6n del doctor Zeno Gandía, igual que la de ·Luis Muñoz Rivera en sus tercetos de Nulla est redemptio y Antonio S. Pedreira en lnsularismo, es la del hombre culto de ideas liberales y pro· gresistas ante la masa amorfa, ignara, tratada y mantenida como gleba servil, que con mayor progreso social y un poco más de cuitura cuando se publica la obra de Pedreira, constituía la gran mayoría de nuestra poblaci6n contemporánea con aquellos dos ilustres varones. Aquellos hombres necesitaban un pueblo para iniciar la cruzada cívica-incruenta, desde luego -para que se le concediesen los derechos que les negaban... Para que recibiesen los beneficios de la civilización y la cultura crease en su alma ansias de progresivo perfeccionamiento... Pero no había pueblo que pudiera oirlos, ni entenderlos, ni secun· darlos en sus empeños redentores y libertarios... y 10 condenaron sin el debido procedirnienlto. de ley. Sin embargo, veintiséis años antes de la publicaci6n de La charca, en la revolución de Lares, el 23 de septiembre de 1868, un grupo numeroso de habitantes de ese mundo enfermo, vecino de las zonas en que por su posición topográfica, por su aislamiento, por sus condiciones mesol6gicas, predomi· naban con mayor intensidad las dolencias corporales y las taras síquicas, dirigido y conducido por unos pocos hombres que ansían la .Jibertad de nuestra tierra, «decretal> la independencia de nuestra Patria, declara la guerra al poder colonial constituido en ella y se bate con las tropas disciplinadas españolas en combates desiguales y suicidas... Movimiento de vívida expresi6n subversiva que se anticipa al Grito de Yara, lanzado el mismo año por el pr6cer cubano Carlos Manuel de Céspedes. Aquellos «pálidos» tiñen con el tinte rojo de su sangre enferma la personalidad puertorriqueña en su primera tentativa libertaria. La contribución de sangre del jíbaro a la Revolución de Lares no puede aquilatarse hoy en todo su exacto valor, porque empeñados los que escribieron la primera narración de ella en ridiculizarla y menospreciarla, la califican de asonada, sedición abortada, etc., de acuerdo con su criterio conservador, incondicional. Y los puertorriqueños iiberales de la época, testigos de aquellos acontecimientos, por causas en que se impusiera su instinto de coa· servaci6n -su libertad y su vida sobre su devoci6n 19


a la verdad, y a su amor a su patria- trataron también de empequeñecerla, de restarle méritos. de disminuir su acento, de soterrar su intención, de anular y desvirtuar su transcendencia posible en la política futura del país. De estas víctimas la historia que se hizo ha conservado los nombres. Fueron los héroes de la Revolución en realidad. Para unos, los ilusos, los ob· cecados o los insensatos. Para otros, 'los insurrectos, los sediciosos o lo traidores. Como quiera que se aprecie "Su conducta, 10 cierto es que vertieron su sangre por una causa que estimaron justa, noble y patri6tica. y desde el doctor Alonso, mucho más que ces· critor regionalista-, como hemos insinuado; desde nuestro primer novelista. el doctor Zeno Gandía, ~l grupo ilustre de historiadores. escritores, novelistas, poetas y ensayistas que le han sucedido en el tiempo y en el ferviente amor a nuestra Patria. han venido develando nuestra personalidad, enriqueciéndola con su saber y su cultura hasta lograr su definitiva plasmaci6n. ¿Qué somos hoy? Un pueblo diferenciado por su cultura, originada en nuestro patrimonio hispánico, con profundas raíces telúricas. Que se expresa en su español. matizado por cadenciosos modismos, que cree en Dios, ya por medio de diferentes profesiones de fe, que va superando las limitaciones de sus recursos naturales y de sus límites geográ· ficos. Que ha continuado desarrollándose contra el impacto de una civilización distinta oe la nuestra. inspirada en un concepto pragmático de la vida -mal llamado filosoña- que si le ha impuesto ciertas modalidades exóticas en su vida de relació;l social, de inevitable presión, no han desintegrado

todavía totalmente su personalidad, sobreviviente por sus factores defensivos intrínsecos. No obstante, han de contribuir a que se verifiquen profundas transformaciones en su identidad los fen6menos tanto de carácter económico como de condici6n social politizante que se iniciasen, en acelerado acontecer, a partir del año 1940, como: la trasmutación de una economía de exclusiva estructura agrícola en un vasto complejo industria1. El éxodo, en continuo fluir, del campesino hacia las ciudades. La escasez de brazos para ciertas faena de la a~cu1tura que aún prometen relativos bene· ficios. El crecimiento desorbitado de nuestra po' blación, verdadera hipertrofia demográfica. La pro· gresiva incapacidad económica del Estado para atender servicios públicos: instrucción, sanidad, policía, tránsito, delincuencia en sus diferentes mani· festaciones. La reincorporación de emigrantes puer~ torriqueños, atraídos por la publicidad del desarrollo industrial, con toda la viciación adquirida en su contacto con ,las bajas capas sociales de las grandes ciudades norteamericanas en que residieron: narcomanía, propensiones antisociales. gangsterismo, pandillismo, delitos contra la propiedad, delincuencia juvenil, adulteración de nuestro idioma, jeri· gonza bilingüe, etcétera. Pero esperemos y confiemos en que nuestro pueblo...

En tan tristes condiciones emerja incólume y fiel a su inviolable destino, como el Profeta Daniel del antro de los leones, y prosiga su camino...

BIBLIOGRAFIA CARRIóN MADURO, TOMÁS: Ten con ten, 1906. ALONSO, MANum. A.: El Jíbaro, Ed. de F. Manriquc Cabrera y José A. Torres Morales, 1949. MELÉNDEZ, CONCHA: El cuento en la edad de Asomallte, Asomante, núm. 1, 1955.

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ROBLES DH CARDONA, MARIANA: Búsqueda y plasmacióll de nuestra personalidad, 1958. PEDRElRA, ANTONIO S.: lnsularismo, 1942. QUIÑONES, SAMUEL R.: Temas y Letras, 1941. ZENO GANDtA, MANUEL: La c1larca, Ed. Instituto de Literatura Puertorriqueña, 1954.


Palabras introductorias a los «Cuentos del Cedro»* Por

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N LA PRIMERA PARTE DE ESTE LIBRO, INTENTO DES-

cribir el paisaje, la luz, los bosques, el cami· no, el bello y maravilloso escenario en que viven los personajes que han inspirado estos cu~ntos. He profesado siempre un amor. acendrado a nuestros paisajes, sutilizado y acrecido por cada nueva contemplación. Y he deplorado, muchas veces, que nuestros artistas no les rindan el culto y la admiración que merecen. Tal vez, porque vemos todos los días el mismo amanecer, porque nos embriagamos todas las noches de luna con la poesía, dulce y tibia, que se adentra en nuestra alma inclinándola al ensueño y al éxtasis, es porque no vemos la belleza de nuestros paisajes. Es, por eso, que no les profesamos el amor y la admiración que inspirarían en ojos extraños que no disfrutaron nunca de la contemplación de tan sorprendentes aspectos de la Naturaleza. . Sin embargo, yo no he podido substraerme, ahora que vaya publicar estos cuentos, a la idea de hacerlos preceder de esta serie de rápidos boceo tos, sabiendo que no he descubierto nada nuevo. Porque mis «apuntes de paisajes», pueden ser vie· jos, de una caduca vejez, para mis compatriotas. Al ahondar con el escalpelo del sociólogo en las carnes enfermas de nuestro pueblo y descubrir sus vísceras más nobles, atrofiadas por la miseria e hipertrofiadas por la explotación y el dolor, el artista, más o menos sensible, que hay en todo escritor, tiene que llegar, por el hallazgo ines· perado del contraste, a la triste conclusión de que

MIGUEL MELÉNDEZ

MuÑoz

no hay sobre el haz de la tierra un sol más ra· diante y fecundo que alumbre con su luz esplen~ dente un estado social de mayor miseria y de más re~ugnante abandono. Este pueblo que se inclina, diariamente, sobre el mismo surco abierto en una tierra que no es suya, tan hosca e inhospitalaria para él como si no le hubiera visto nacer, luchar y padecer en ella misma, se muere un poco todos los días de hambre, de pena y de la nostalgia de bienes, de comodidades y de ideales perdidos a través de las oscuras etapas de su interminable coloniaje. Sus protestas, sus rebeldías pretéritas, son ya páginas olvi· dadas de su historia política. Y actualmente, se condensan en el prolongado e inofensivo bostezo de una horda famélica que la necesidad, la Ley y la cobardía -que se estima más fuerte que la Leyobliga a labrar la tierra, que fue suya, para quienes la captaron en las redes de turbios negocios y torpes concesiones. Contemplamos, desgarrada nuestra alma, no de «patriotas», sino de hombres, simplemente, la ago· nía de un pueblo que pasó por el dolor de ver en crisis todos sus ideales; en horrorosa bancarrota su heredad, y que vive en bochornoso 'Precario los últimos días de su vida en uno de los más bellos rincones de la tierra, donde pudieron asen· tarse el placer, el bienestar, la felicidad y todas las comodidades que un suelo pródigo y fecundo y un sol enamorado de él, pueden brindar a sus hijos...

• La primera edición de esta obra se pubUcó en 1927.

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Dedicatoria* AL JIBARO (Palabras de admonición) Por

AH,

POBRE, HUMILDE, MANSO Y TRISTE JIBARO ... 1 Cuando haya quien tenga el valor de escri· bir la emocionante tragedia de tu vida, se verá que una civilización hipócrita y convencional no se detuvo a observarte, que no tuvo para ti una mi· rada compasiva y que viviste al margen suyo tu existencia sórdida... como una cosa despreciable en tu explotada inferioridad, como la casta de los Sudras en la India de las leyendas y de las estupendas fantasías místicas y poUticas... ! De tu patria, que tampoco antes fue tuya, sólo te queda el azul de su cielo y las rumo(osas can· ciones de sus alisios. Lo has perdido todo, tú que tuviste siempre tan poco que perder. La tierra se te fue debajo de los pies. La pisas seca, caliente y dura en el estiaje; húmeda y fecunda en la primavera, como hembra que acaba de recibir la caricie: del agua, pero es tan extraña para ti, como las estepas de Rusia o la Pampa argentina. Con tu esfuerzo se han levantado magnificos palacios, viviendas de ensueño en los sitios más bellos de nuestras costas que tienen ya el matiz de los valles aristocráticos y suntuosos de la Riviera, o el plácido y confortable ambiente de felicidad y bienestar de los grandes balnearios europeos... Tú vives como las águilas, en nidos inverosímiles, colgantes de las faldas de nuestras montañas... Pero no tienes alas y no puedes elevarte sobre la infamia de tu vida, ni puedes ascender, fuerte y altivo, a tu nido escondido... Y tu nido es... una frágil imagen poética, y la realidad 10

* Cuentos

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del Cedro (1927).

MIGUEL MEL~NDEZ MuÑoz

convierte en lo que es: en una infecta madriguera, donde el hambre, la miseria y las enfermedades se perpetúan en tu prole como una interminable visión de pesadilla. Hay quien se atreve a decir que vives, que existes; y el que te observe fríamente, serenamente, sólo podrá asegurar que te hallas en una lenta y cruel agonía, y que tu vida es una pavorosa mueca macabra que no acaba nunca. . La potencialidad de tu esfuerzo, digno de más humana recompensa, sólo ha tenido en la escala del trabajo dos términos de legítima y justa comparación: el mujik ruso y el cooli chino... Tú no te has hallado en la esclavitud que soportó el mujik, ni has trabajado bajo el estímulo cruel del látigo del capataz. Pero el flagelo de la necesidad, de una necesidad tenaz y apremiante, que no puedes satisfacer nunca, restalla perpetuamente sobre tu cuerpo de ciudadano libre, elector y elegible... El que conoce tu dieta habitual, el que puede darse cuenta de su potencia alimenticia, no acierta a explicarse tu resistencia física para el trabajo: eres un fantasma que z:ealiza la labor de un cíclope. Eres el hazmerreir de la gentecilla culta, el héroe obligado de todo cuento hilarante y el nervio de todo chascarillo nativo. De tu vida se conocen los aspectos que regocijan y divierten a una civilización, a un estado de cultura que no ha querido comprenderte, que ha sido indiferente ante tu dolor y tu incultura, y que desempeña muy bien el papel de Gargantúa entre los pueblos de nuestra raza. Cuando tus brazos no puedan sostener una aza·


ni manejar un machete, ni levantar una piqueta, no tienes siquiera un asilo en que uacomodar. la ruina de tu cuerpo. Sales de los molinos de acero del tx:abajo exprimido, exhausto, arruinado físicamente y, como última etapa de tu tragedia, te aguarda la meno dicidad, fatalmente, para darte el espaldarazo del oprobio y de la ignominia. Vives de milagro y mueres de limosna. y más allá, te aguardan la grotesca y repugnante tragicomedia del uveloriolt y la ccaja de las ánimas., uno de los pocos elementos que ha creado la piedad civil para ti. Se te exige valor, y, muy pocas veces, recibiste ejemplos que imitar. Se te habla. de civismo, de patriotismo, de panhispanismo, de iber... ismo... y siempre te han dejado en el cdstmolt, como quien dice: un poco más allá del limbo... y hay quien se extraña, todavía, de que de tan pocas enseñanzas, únicamente, hayas aprendido _y practiques el panterismo, cuando eres el elemen~a,

to más inofensivo e inocente en nuestra sociedad. Sin embargo, eres grande en tll humildad. Honorable en tu pobreza. Fuerte, muy- fuerte, en tu debilidad. Eres el viejo tronco, arrugado y flagelado por los años, que aún produce savia, jugosa y nutri· tiva, para que todo nuestro parasitismo social me· dre de ella...; todavía su cálida corriente corta los mares que nos separan de otras tierras, muy dis· tantes de nosotros, en todos sentidos, y va a contribuir, a sostener la vida de placer, de molicie y de holganza de algunas clases privilegiadas extranjeras. Yo espero que las necesidades que te acosan; q4e los brutales abusos que se han cometido conti· go en toda época; que la misma miseria en que vi· ves, te lancen un día contra los lobos voraces e insaciables de la explotación y con un gesto de be· 110 y resuelto heroísmo los venzas y los abatas para siempre... Entonces habrá llegado el día de tu libertad y podrás ser el amo de tu tierra...


La obra literaria de Miguel Melélldez Muñoz* Por

I.

CARÁCTER

La obra de Meléndez Muñoz no se limita a los n~~ve

libros que lleva publicados. Escritor que ha VIVIdo en tensión periodística durante casi medio siglo, atento al pulso de la vida insular desde el" cambio de soberanía, ha utilizado todas las formas propias de la prosa para llevar a cabo el programa q~~ se trazara desde que empezó a escribir. El prinCIpIO rector de donde arranca su programa se sirve del discurso, de la conferencia, de la novela, de la dramatización, del cuadro de costumbres, del en· sayo, del cuento y del artículo para hacerse presen· cia viva. Cualquiera que sea el género del cual se sirva para su expresión, su obra tendrá carácter literariosocial. Su literatura será siempre literatura comprometida; primero con su medio social, y luego, con sus propias preocupaciones sociológicas. 1 El estudio de su obra total -que no intentamos en este trabajo- requeriría el rastrear centenares de artículos periodísticos, conferencias y discursos que han aparecido durant~uarenta y siete años en la prensa del país. * Parle eJel Prefacio a las Obras Completas de Miguel Mel~ndez Muñoz. Instituto de Cultura Puertorriqueflll. SlIn Juan, 1963. l. El carácter de 111 obra de Meléndez Mul\oz no es un rasgo poco común en la literatura hispanoamericana. De ésta dice Arturo Uslar-Pielri en UD ensayo que titula .1.0 criollo de la literatura. (C/llIdernos Q/Ilericlmos, Méxlco, 1950, 1, pág. 276) que «está predo: minllDtemente concebida como instrumento. Lleva un propósito que va más allá eje lo literario. Está determinada por una causa y diri· gida 1I un objeto que estlÍ fuera del campo lUcrarlo. Causa y objeto que pertenecen al mundo de la acción••

24

n.

JOSEFINA LUBn DE DROZ

OBRAS

1. Retazos

Meléndez Muñoz ImCla su obra con una serie de articulas que publica en El Heraldo Español, La Correspondencia y La Democracia durante los años 1903 a 1905. Los seudónimos Amilcar Barca y Judith Drummont encubren sus primeras andanzas litera· rias. En 1905 recoge estos artículos en Retazos. Este libro, enjuiciado por el propio autor, es "una co· lección incolora"2 de su obra primigenia. La colección íntegra, en su mayoría, es una serie de artículos de costumbres, crónicas sobre temas diversos y algunos intentos que no traspasan la intención de pequeños ensayos sociológicos. Esta obra primeriza señala ya los temas que han de circular luego por casi toda la obra de Meléndez Muñoz. Aunque ha de considerársele más tarde como un autor costumbrista, desde el primer momento de su producción puede verse que rebasará el mero costumbrismo para penetrar más a fondo en la realidad humana, social y económica que lo rodea. Se presenta ya como un autor comprometi. do, de dentro hacia fuera, con ese contorno dentro del cual viven él y sus paisanos. El libro se inicia con una novelita pueril, Fuerzas contrarias, en la que el autor demuestra las consecuencias de una educación deficiente. El in· 2. Cana a la aulora,

.


cípiente sociólogo señala que hay una serie de fuerzas, buenas y malas, pero siempre controlables, que operan sobre la sociedad determinando su destino. En Fuerzas contrarias se señala la educación como una de esas fuerzas. En los otros articulos y crónicas que componen la colección, Meléndez Muñoz trata de crear conciencia cívica pintando el abandono total en que viven los desheredados. En Retazos, Meléndez Muñoz rompe sus primeras lanzas en pro de "los de abajo" ,3 y hace, sin método y con vestidura romántica, sus primeras incursiones en el campo de la sociología.

2. Yuyo Yuyo es una novela costumbrista, de marcada intención social. En ella el autor logra penetrar los patrones de vida de un pequeño núcleo campesino típico del campesinado puertorriqueño de la primera década del siglo, cuando aún la influencia de la nueva cultura no había penetrado las zonas rurales. El asunto es la mala vida del campesino puertorriqueño en la época en que se desarrolla la obra. Dentro del marco del paisaje, de las costumbres y del habla del campesino, el autor presenta la red de circunstancias que hacen de éste un esclavo de la gleba y una víctima de la malicia urbana. La obra se centra en tomo a la vida angustiosa del "agregado", equivalente, en nuestro sistema económico de entonces, al siervo adscrito a la tierra del sistema feudal. Este y su familia, enraizados dentro de un ámbito cercado de prejuicios e indiferencia, se debatían agónicamente, contra fuerzas que en aquel momento eran irreductibles. Completan el cuadro tipos e instituciones urbanas de las cuales el campo no podía desvincularse: el comerciante, el amo, el picapleitos, el juez, la Justicia, símbolos -en Yuyo- de la explotación, el engaño y la venalidad.

A la luz de las teorías de estos escritores y de eminentes naturalistas y economistas que contribuyen a su formación, Meléndez Muñoz visualiza su con· torno con un claro sentido pragmático. Partiendo del concepto de que la sociedad evoluciona constantemente, Meléndez Muñoz plantea la tesis que sostiene en este ensayo: siendo el campesino un factor de la sociedad, debe seguir el mismo ritmo evolutivo que ésta. Sostiene que es un error considerar que el campesino es un núcleo que se desarrolla como una realidad ajena a la de los otros habitantes de Puerto Rico. Señala la influencia del clima y la fertilidad del suelo como "factores externos" que han influido en la psicología del campesino. Puntualiza los males que han convertido al cam· pesino en un hombre "en un estado submental";4 el trabajo en condiciones inadecuadas en cuanto a tiempo, medida y lugar, la falta de equilibrio entre cantidad de trabajo y alimentación, la ausencia de higiene y servicios de beneficencia municipal, el pauperismo con su secuela de consecuencias, el al· coholismo y el analfabetismo, con su lastre de ignorancia y superstición. Cree que el analfabetismo de nuestras clases campesinas es un problema de igual trascendencia que el pauperismo, la anemia constitucional, la anemia social, la ilegitimidad del matrimonio y el alcoholismo. Preconiza que todos estos males tienen remedio si hay voluntad y si se hace el esfuerzo por eradicarlos. Entre los remedios que propone Meléndez Mu· ñoz, están algunos que hoy, después de treinta y cinco años, o se han realizado o se reconoce que urge su realización. Pide la jornada de ocho horas -para que el campesino pueda asistir a escuelas nocturnas- y lo que él llama "el sueño futurista de un sociólogo":s la creación de aldeas rurales que tengan agua corriente. facilidades educativas y ser· vicios médicos.

4. Lecturas puertorriqueñas 3. Estado social del campesino puertorriqueño Este ensayo consta de una introducción y dos partes. En la primera parte señala los males sociales que minaban la vida campesina en el momento en que se escribe el ensayo; en la segunda sugiere pautas para el mejoramiento de tales condiciones. Este estudio es el primer intento científico para presentar, desde todas sus vertientes, la realidad campesina puertorriqueña. Se trasluce claramente a través de El estado social del campesino puertorriqueño la frecuentación del autor a la obra sociológica de Hostos y Spencer.

La cuarta obra de Meléndez Muñoz en orden cronológico es Lecturas puertorrique,ias. Recoge en ella una serie de trabajos -ensayos y articulos de costumbres en su mayoría- que había publicado en la prensa del país. El libro consta de un prólogo -escrito por el autor- y tres partes a las que da los subtítulos de Desde la revuelta de la Gut1sima, Desde una orilla de nuestra vida y A,ioram:as. Los trabajos de la primera parte tienen como fondo el paisaje o el ambiente rural. En la segunda parte el autor presenta temas que trascienden el ambiente 4. E.ludo social del campesino puertorriqueño. pág. 27.

3. Tflulo de una novela de MlIriano Azuelll, Los de abajo, 1927.

5. Ob. cit.• pág. 106.

25


rural y hace observaciones sobre la vida de los pueblos pequeños. En Añoranzas ]a narración autobiográfica se incorpora a la escena de costumbres. La intención social refonnista predomina en estas Lecturas puertorriqueñas. El autor utiliza los aspectos de la realidad geográfica, social o humana que presenta -hombre, vida, instrumentos, paisaje- para insistir en su tesis: la refonna del campo ti~ne que partir de las clases educadas y no del propio campo -que vive en completo aislamiento-; y el porvenir de un pueblo depende de la duración y de la intensidad de sus esfuerzos. La refonna a la que aspira el autor no se reduce al. ámbito económico. Señala y censura los vicios de orden moral como la inconciencia en la selección de los jurados -Un jurado-, la superstición y la ignorancia -El cheismo y Un pueblo de ayer- y la negligencia: Nuestra tierra se nos va.

5. Ensayos Este libro contiene tres ensayos: El niño, la es· cuela y el hogar, El pauperismo en Puerto Rico y Ventajas e inconvenientes del lujo. El libro contiene, además, un prólogo de Juan B. Huyke en el cual se explican los motivos que tiene el Departamento de Instrucción para iniciar con dicho volu· men un proyecto de publicaciones educativas. Estos ensayos responden a esa pedagogía social que se desprende de casi toda la obra de Meléndez Muñoz.

a)

El pauperismo en Puerto Rico

Este ensayo consta de una introducción y cinco breves ensayos q1;le titula Causas del pauperismo, El trabajo y la vida de los obreros, La economía poUtica y los obreros, La miseria y el cardcter de nuestro pueblo y Orden de los remedios. En la Introducción plantea la situación a base de sus observaciones. Busca los remotos orígenes 6. EnsAyoS. p4¡. 25.

26

c)

Ventajas e inconvenientes del lujo

En este ensayo el autor abandona la temática 'Ouertorriqueña para entrar en un tema de vigencia universal. Casi todo el ensayo descansa sobre citas de Spencer y de Leroy Beaulieu en las que se explican los posibles orígenes del lujo'y se expone el valor económico de éste. Menciona entre los inconvenientes del lujo las críticas usuales que le hacen los sacerdotes y Jos refonnistas para quienes el lujo es "un mal social, un azote para el organismo social, un diluente fatal para la moral y disolvente de las buenas y rectas costumbres El autor n~ comparte estas ideas. Cree, como Leroy Beaulieu, que el lujo es uno de los principales agentes del progreso humano y que "la supresión del lujo· restringiría el progreso social".9 H

.'

El niño, la escuela y el hogar

En este ensayo el autor plantea un tema viejo que no ha perdido su vigencia: la necesidad de acoplar la acción de la escuela y la del hogar en nuestra sociedad. Esta necesidad -dice el autor- ,ha dado origen a las asociaciones de padres y maestros. Pero éstas carecen de programa. Y se convierten en "meras sociedades benéficas, reafinnando lazos materiales entre las escuelas y el hogar".6

b)

de este mal social y culpa a la sociedad de muchos. males que redundan siempre en su propio perjuicio. Señala -dentro del panorama de Puerto Ricolas causas del pauperismo: el desgaste fisiológico. la insuficiencia del jornal y las condiciones inadecuadas para el trabajo. El autor hace descansar la responsabilidad ante la realidad social de aquel momento en tres fuerzas tlistintas. La primera de estas fuerzas -dice- "tiene que sacarla el proletariado de su propia flaqueza. En segundo lugar invita a la sociedad a .. concurrir con las clases depauperadas a trabajar por la emancipación y libertad económica de éstas".7 La otra fuerza radica en el gobierno, en 'sus ramas legislativa y ejecutiva.

6. Cuentos del Cedro Cuentos del Cedro está precedido de un prólogo de don Manuel Zeno Gandía, escrito en 1927. Como introducción adicional a la obra hay unas palabras, Al lector y una Dedicatoria al Jíbaro En las primeras el autor explica por qué al tratar los temas que aparecen en su obra, su arte ha de ser inevitablemente arte comprometido, al servicio del contorno social y humano que lo rodea. En la Dedicatoria, que subtitula Palabras de admonición, además de increpar a los que han pennanecido indiferentes ante la ignorancia y el desamparo del campesino, exalta a éste, a su increíble resistencia física y moral y ¡;l ~us virtudes. , El libro está dividido en dos partes. Dedica la primera -Paisaje y ambiente-, compuesta por siete ensayos, a la pintura del paisaje de fIla altura", 7. lbi4•• P'I. 73. 8. lbid.• plil. 19. 9. lbid.• Dota al calce, P'I. 117.


GENEALOGIA para canto y piano TEXTO

lOSE P. H. HERNA NDEZ MrSIC."

lOSE E. ANTUNEZ

INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE San Juan de Puerto Rico 1967


Genealogia Texto: José P. H. HERNANDEZ

Música: José E. ANTUNEZ ASTOL

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SEPARATA DE MUSICA DEL NUMERO 34 DE LA REVISTA DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE~A Offsel RVMBOS - Printed in Spain


7. Retablo puertorriqueño y de la peculiar atmósfera de los campos de estas regiones y de los pueblos del interior. Exalta la soEn esta obra Meléndez Muñoz ha recogido "una ledad y la belleza del paisaje de campo ac!entro. serie de cuadros de auténtica fisonomía nativa en Fuera de esta órbita de rica y densa vegetación que se esboza con perfiles maestros los contornos donde la mano del hombre aún no ha profanado el de ese tipo complejo y llano que se llama nuestro paisaje, el autor advierte la "tristeza campesina" y jíbaro",1° Continúa en este libro la obra que impone la "tristeza de nuestros pueblos" y trata de penetrar desde joven de presentar las. formas de vida de en los factores que las motivan. nuestro jíbaro. Los jíbaros de Retablo son esenEn la segunda parte, que el autor titula Contricialmente los mismos de Yuyo. Pero, mientras los buci6n al folklore puertorriqueño, las composiciopersonajes de esta novela parecen inexorablemente nes que el autor clasifica como cuentos, caen más atados a un mundo estático y hostil, los de Retablo bien, en términos generales, en el cuadro o escena dan la impresión de sentirse ciudadanos de un munde costumbres. Repre.sentan éstos la incorporación do que, malo o bueno, va de paso. a nuestra literatura de sucesos culminantes ocurriLa obra está dividida en dos partes: la primera dos durante el primer cuarto de siglo, vistos desde incluye dramatizaciones; ]a segunda incluye cuadros el ángulo de la mentalidad y sensibilidad campesina. y artículos de costumbres. A pesar de la variedad El cuento inicial, Dos cartas, recoge el problema de géneros que aparecen en la obra, ésta no carece personal y de familia de la campesina abandona· de unidad; su costumbrismo no se sale de la órbita da por un soldado americano después de una perirural o de pueblo pequeño. La última trulla recoge pecia amorosa. El último, Un día de campo, presen· las peripecias de una parranda de Reyes; desde sus ta el contraste entre 10 que espera la imaginación preparativos hasta su etapa final, que en este caso y lo que es la realidad en un campo del interior. resulta violenta. El comisario "cacique político, Uno y otro suceso, tomados fielmente de la rea· repartidor de justicia y benefactor de barrio",lI lidad, están a una distancia de un cuarto de siglo. certeramente trazado por Meléndez Muñoz en su complicada misión de conservar electores sin me· En este lapso de tiempo ocurren numerosos sunoscabo de los fueros de la ley, es ya una figura cesos que han pasado a la historia. Meléndez Mu· desaparecida de nuestro retablo típico. ñoz al recogerlos en sus cuentos y cuadros de cosLa segunda parte consta de siete trabajos -cua· tumbres, registra el perfil de las épocas correspondros y artículos- y un vocabulario. En estos tra· dientes expresados a través de la lengua y de las bajos el autor intenta fijar perfiles puertorriqueños reacciones de testigos auténticos. La vida moderna captados a través de actitudes colectivas y a tray El baile reflejan la perplejidad con que los viejos acogen los cambios que vienen de fuera. La si. ' vés del enfoque interpretativo de vocablos de auténtica raíz nativa. tuaci6n describe un periodo angustioso después de De susquín, susquineao es un curioso ensayo de una de las frecuentes crisis del tabaco. En El créinterpretación de un rasgo de la conducta puertodito aparece el agricultor que no se deja alucinar rriqueña reflejado en estos vocablos. En La cáscara por las ofertas de los bancos. La experiencia es un de guineo interpreta el sentido de esta frase en delicioso cuadro de costumbres en que dos campenuestra habla. Esto mismo hace en Coqueando. sinos filosofan en lenguaje sencillo y pintoresco y Don Cac/to, el hombre íntegro es un cuadro de en. términos no exentos de sabiduria. La trilogía costumbres de aldea en el que un ignorante, operande ,Portalatn tiene dos aspectos: la confusión del do sobre la superstición e ingenuid~d de gentes más campesino leal ante las complicaciones de un paso ignorantes que él, se entroniza en la vida de la político que no entiende -la Alianza-, y la expecomunidad. El premio mayor es una evocación riencia real que tiene al sentirse alucinado por la costumbrista que tiene como fondo el ambiente escolar de los tiempos de España. Este artículo y falsa 'prosperidad de los años 1919 y 1920 para lueProhibicionismo y transgresi6n, Picá a picd, Mordía go caer en el remolino trágico de la "danza de los a mordía y El ciclo de regresi6n tienen tm fondo millones". histórico costumbrista. En ellos el autor trata iróTambién tienen su sitio en este libro la lucha nicamente el tema de que la historia se repite, de religiosa, como la entienden nuestros campesinos, que se vuelve inexorablemente a la época del geney el concepto que éstos tuvieron de la prohibición. ral L"\ Torre y su célebre gobiemo.1z Tirijala -el mejor cuento de esta colección, y el mejor de su autor- recoge la flexibilidad de la ID. Rafael Montatlc:z, • Una nueva obra de Meléndc:z Mutloz-, en manera de ser puertorriqueña, la habilidad que tiePuerto Rico Itus/nulo, 26 "de abril de 1941. ne el puertorriqueño para asimilar las influencias 11. Loe. cit. extrañas sin que en esta asmilaci6n quede sobor12. Al gobierno del general Miguel de la Torre, quien' gobernó 11. Puerto Rico de 1822 a 1837, se le llamó el de las tres B (baile. nado el acento propio. botella y baraja). La teoría del 8eneral La Tone era que • mientras

27


En Una sesión de loterla -subdividido en tres cuadros: El pueblo, La vida social y Una sesión de loterla-, se describe la vida social pueblerina de antaño. En El pueblo -dice Laguerre- hay la misma intención en prosa, que tuvo Virgilio Dávila al escribir Pueblito de antes. "Pasan las figuras del cacique, el boticario, el médico, el maestroescuela, el leguleyo, el sacerdote: todas esas figuras familiares de nuestra vieja vida pueblerina. Meléndez Muñoz describe -más bien insinúa- la situación política para la época auton6mica".u Retablo puertorriqueño, en conjunto, señala un nuevo enfoque en la obra de Meléndez Muñoz. Aunque la temática es más o menos la misma, se nota en esta obra la ausencia de la temperatura social que es tan intensa en sus obras anteriores. Tanto en las dramatizaciones como en los ensay6s de interpretación de la conducta puertorriqueña, o en los de recración de una época, como Una sesión de loterla, el autor está más atento a la pura recrea· ción artística que las consideraciones de índole social o económica.

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8.

Cuentos de la Carretera 'ce'ntral

En el 1914 Meléndez Muñoz publica dos libros: Retablo puertorriquelio y Cuentos de la Carretera Central. Consta éste de una larga introducción, cuatro cuentos y ocho artículos. En la introducción traza la historia de la Carretera Central enlazando a ésta a nuestro desarrollo político, económico, religioso y social. El autor emplaza la acción de los cuentos y de los sucesos mencionados en los artículos en el "pe. ríodo de transición, de fuga qesordenada y de tímida evasión de nuestra personalidad que ocurre a raíz del cambio de soberanía y se impone y priva en Puerto Rico durante algunos años».14 La incertidumbre, los nuevos valores tratando de desplazar a los viejos, las proyecciones del impacto de las dos culturas, crean un nuevo tipo de "sicología accidentada y extravagante".!! Este, producto Justificado de un medio y de una civilización que sólo ha de preocuparse por medrar, es el que Meléndez Muñoz emplaza en la cuenca de la Carretera Central. Terminada ésta después del cam· bio de soberanía, se convierte en una arteria donde se vuelca la vida económica del país. Y, en alguna medida, ha de estar relacionada con todo cambio que ocurra.

..

el TJueblo se divierte no piensa en conspirar.. Al erecto. fomentó toda clase de entretenimientos, aun los lICellOS. (Véase Salvador Brau. HistorIa de Puerto Rico, Nueva York. 1914. pág. 241). 13. PorfoUo de impresiones, en Retablo puertorriqueño, (segunda edición). págs. 17.18. 14. Cuento$ de la Carretera Central, p4g. 40. 15. lb/d., pág. 39.

28

Variada y pintoresca es la humanidad que cir· cula por los cuentos y anécdotas de Cuentos de la Carretera Central, peninsulares que tratan de mantener su equilibrio después del cambio de soberanía por servir a los ideales de su partido, políticos. jíbaros castaos, campesivas recatadas y hogareñas, padres de agrego, agregados, mayordomos, jueces, secretarios y toda clase de vividores de oficio. De los cuatro cuentos sólo Binipiqui se desarrolla en un lugar ubicado en la Carretera. Pero en los otros, aunque podrían desarrollarse en otros sitios, se advierte el mismo clima moral de Binipiqui, punto de parada en la Carretera, avanzada en la foria de los nuevos valores. En La muerte del Cabro Ma· neeo los humildes agregados de todos los tiempos rechazan el procedimiento habitual de zanjar las cuestiones de honor cuando el que ofende es el amo, y se toman la venganza por su mano. En El secuestro de unas eajas el campesino abandona su vacilación y timidez y burla a quienes vienen con intención de maltratarle. En el cuento dramatizado y se llevaron la rena el jíbaro acaba por aceptar el derecho de su hija a casarse con quien quiera. Son estas nuevas actitudes las que justifican que Meléndez Muñoz emplace estos cuentos en la Carre· tera Central: símbolo ésta para él de la atmósfera característica de los nuevos tiempos. Los temas recogidos en los artículos incluidos en este libro no guardan relación directa con la Carretera Central. La tienen si se piensa en términos de época: anteriores o posteriores a la apertura de esta vía de comunicación. Casi todos los sucesos a que alude son posteriores a este acontecimiento. Y los tipos mencionados muestran en su ....ocabulario, sus intereses y sus reacciones ante la vida. que pertenecen a la nueva hornada que se va formando al contacto con la Carretera. La niquilisidn v l.a amortisación -efecto en la vida del jíbaro del sistema de pignoración o gravamen de sus bienes semovientes- son calamidades que Jlevan el sello de tiempos que no nos quedan muy lejos. En Don Faustina lsana el autor expone la probabilidad de que el hombre puede ser influido en su expresión por fuerzas sobrenaturales. Se advierte en este artículo la influencia de las teorías del espiritismo. cuya difusión cobra fuerza en Puerto Rico en los comienzos del siglo. En Navidad y Reyes comenta la duplicidad de fiestas con motivo de que las dos naciones cuya influencia sentimos no ceden en imponer sus idearios. En Los acróbatas llegan o El in· conveniente de llamarse Pére4 el autor toma de pretexto la llegada de unos acróbatas para censurar nuestra proverbial xenofilia. Hay tres trabajos -es· tampas- que llevan el seBo inconfundible de nuestra vida de antaño: El buye sabio, Don Carnaval y Los judas.


9. Fuga de ideas Fuga de ideas es el último libro de Meléndez Muñoz. El libro se inicia con una cita de Kempis que no aparece completa. Sicut nubes, cuasi naves, velut umbra.16 En la página final hay unas palabras de un epitafio griego: "Aquí yace el ruido del viento, que pasó derramando perfumes, color y si· mientes""7 Las citas con que se inicia y se cierra el libro señalan que el autor se ha colocado en un ámbito filosófico. De ahí el nombre -fuga- apuntando hacia la escasa permanencia de todo lo temporal. Ante la perspectiva de la fugacidad de toda circunstancia, interna o externa, que afecte o no afecte al hombre, el autor parece creer que es ¡nma16. Como las nubes, como las navés. como IIIS sombr.lS. 17. Fuga de ideas, páS. 173.

.terial decir poco o mucho. La fuga es suficiente. De ahí tambiéri esa serenidad, esa ausencia de pa· sión con que Meléndez Muñoz nos habla en este libro de temas trascendentales. El libro contiene ochenta y seis fugas además de la inicial. Estas fugas son pensamientos que el autor logra expresar, a veces, en una oración corta; a veces la expresión se extiende y llega a un breve ensayo. El autor nos habla de la filantropía, de la ingratitud, de las leyes, de la vanidad, de la plebeyez moral e intelectual, de la sociedad, del sentido del tiempo. Temas sobre los que no pudo dete· nerse en su obra anterior por la naturaleza de ésta. Un tono de melancolía da coherencia a estos pensamientos. Todo pasa -da a entender el autorpero la naturaleza humana, en sus aspectos peores -ingratitud, maldad, venganza-, parece ser inalterable.

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Homenaje a Miguel Meléndez Muñoz Por VICENTE GÉIGEL POLANCO

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A SOCIEDAD DE AUTORES PUERTORRIQUEÑOS SE HON-

ra hoy patrocinando este homenaje de públi-<:a estimación a don Miguel Meléndez Muñoz, decano de las letras patrias. Una larga vida -acaba de -cumplir 84 años- consagrada al noble menester .del pensamiento en tarea de recta, digna, creadora ·e iluminan te orientación de nuestro pueblo, sin tregua en la función, sin flaqueza en el empeño de ediÍicante encauzamiento, sin canto de palinodia, sin mengua en el vigor de las ideas, con más ardida fe en ]a labor a medida que maduraba la reflexión y las observaciones, y experiencias y lecturas ponían más al desnudo las causas de los problemas sociales: tal la figura humilde, sencilla, afable, del compatriota que señalamos en este día como merecedor de la gratitud y el respeto, de todo Puerto Rico; tal, en síntesis de unas breves líneas, la hoja de servicios del intelectual, autodidacta, forjado por propio esfuerzo de una voluntad tesonera en afanoso ano helo de abrirse brecha en la vida, desde los oficios más humildes, hasta ganar el conocimiento, la cultura y la visión esclarecida para servir al destino de su Patria mediante el estudio de los graves problemas que la aquejan, desde las páginas orienta· doras del libro, la revista, el periódico, la conferen· cia y la docta tribuna del Ateneo Puertorriqueño~ La conducta, en el hondo sentido de direcciÓn, modo de proceder, define a los hombres con más propiedad y justeza que las catalogaciones arbitra· rias o acomodaticias, o simplemente fundadas en apariencia o en valores perecederos. El l1der políti·co de alharacas y pirotecnias de recursos demagógicos, no es el mejor servidor de la comunidad. El -escritor de ideas fluctuantes al vaivén de los inte· reses creados, tampoco es el mejor orientador del * Palabras Iniciales del homenaje que la Sociedad de Autores Pucrtorriquel'los rindió al distinguido escritor el 30 de julio de 1966.

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pueblo. El hombre preocupado por vanaglorias y bastardías, tampoco es el ciudadano ejemplar. La calidad que destaca excelencias válidas para todos los tiempos, hay que buscarla en otros hondones de la personalidad. La grandeza de alma no está en el ruido que se hace, ni en el desplazamiento de va- cuidades, ni en los alardes ampulosos del estilo, ni en el aplauso oficioso, ni en las posiciones vistosas que se ocupan. Los valores genuinos no se pregonan en el mero cado, ni se lucen en las plazas, ni queman chisp~ rrotes en las ferias pueblerinas. Precisa ahondar en la conciencia, penetrar en los silos profundos de la con'CIucta, asomarse a la entraña del pensamiento, seguir el curso fecundo de la acción iluminaria, observar el quehacer en las horas de infortunio, cali:t>rar la abnegación en el firme cumplimiento del deber, aquilatar el patriotismo, escudriñar a fondo ]a hoja de servicios, para poder lograr la imagen limpia, cimera, auténtica, del patriota, del escritor, del ciudadano, dignos de tales nombres. Por esa vía estrecha de rigurosa exégesis, alcanza· mas ]a visión esclarecida del patriota en Román Baldorioty de Castro, del pensador en Eugenio María de Hostos, del ciudadano en Rosendo Matienzo Cintrón. Así, con ese mismo rigor de enfoque y enjuiciamiento, nos acercamos hoy a la figura humilde, n~ ble, inteligente, inmaculada, servicial, de Miguel Me· léndez Muñoz. De la significación de su vida y su obra han hablado ya voces insobornables: Manuel Zeno Gandía, Nemesio R. Canales, Antonio Pedreira, Carmen Gómez Tejera, Manuel Martínez Plée, Margot Arce. Hoy también señalarán sus merecimientos otras voces insobornables de nuestro tiem· po: el escritor Enrique A. Laguerre, el periodista Emilio Delgado. Alerta a todo el panorama de la vida puertorriqueña, Meléndez Muñaz cumplió a plenitud su mi-


sión de escritor en plan de orientar a su pueblo hacia el logro de sus más altos destinos. La tarea no ha sido fácil, sino positivamente dura, difícil, fatigante, persistente, enojosa las más de las veces por chocar el recto encauzamiento con sórdidos in· tereses económicos y poderosas fuerzas políticas. que en modo alguno han logrado aminorar el brío de su empeño, ni la honestidad de su juicio. ni la firme posición en defensa de lo que es de justicia y de derecho para el lar nativo. Pedagogo sin licencia universitaria para enseñar, pero con hondo saber. clara vocación y palabra con· vincente para esa alta función. D. Miguel ha sido uno de los más eficaces y virtuosos maestros con que hemos contado en las últimas seis décadas: ma· gisterio ejemplar el suyo, que más allá del salón de clases, desde el libro. la revista, el periódico. la conferencia. la tribuna y la plática íntima y cordial, ha estado en perenne llamamiento a la conciencia del puertorriqueño para fijarle las directrices de su sino entrañado. Su siembra de ideas creadoras ha sido abundante. Su señalamiento de yerros, flaquezas y desvíos ideológicos, siempre claro, preciso, sin dureza en la expresión, pero sin titubeos ni cobardías en la denuncia. Como maestro de estirpe hostosiana, ha llevado en el tuétano de la conducta esta norma ejemplar: .Cumple con todos tus deberes y gozarás de todos tus derechos. Tu primer deber es ser hombre. Tu primer derecho es el de gozar la armonía de tu ser con todo 10 que existe. Perfecciónate. es decir, so-

métete al deber. y la armonía será. Perfección no es otra cosa que cumplimiento del deber.» El respeto a sí mismo ha sido pauta constante de Meléndez Muñoz en su hacer, en su sentir, en su pensar. Por eso escribió en su enjundiosa Fuga de Ideas: «M~s que el temor a la sanción pública, o el miedo al castigo. puede librarnos del vicio y del mal el respeto a nosotros mismos. El hombre que no tenga un concepto cabal del valor de su personalidad, será una víctima fácil de todas las pa· siones y un instrumento dúctil de la influencia o del capricho de· los demás.» El respeto a sí mis· mo ha llevado a Meléndez Muñoz a defender, sin ambages, sin vacilaciones, con firme criterio, sólida doctrina y cálida dedicación, las causas fundamentales de nuestro pueblo en su aguerrida lucha por conservar la personalidad histórica: el amor patrio, la libertad, la lengua vernácula, las tradiciones de auténticas vivencias, la justicia social, los valores humanos, la conservación y aprovechamiento de la tierra como asiento y base insustituible de la na· cionalidad, la educación como instrumento de liberación del espíritu. Del ejemplo magnífico de la fecunda vida de D. Miguel Meléndez Muñoz como escritor, como pa· triota. como ciudadano, queda viva esta lección para nosotros y para la posteridad: fuerza es que el puertorriqueño que se respete a sí mismo defienda con entrañado calor de alma esas mismas causas fundamentales de nuestro pueblo que él ha servido con tan devota consagración.

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Exposición de Margot Ferra

Autorretrato.

La pintora Margot Ferra ha presentado en el Instituto de Cultura una exposición de collages -inaugurada el 4 de noviembre- en la que sin abandonar totalmente la temática de su obra ante· rior, o sea, los aspectos del arrabal sanjuanero, ha enfocado con igual acierto rincones antiguos de la serranía puertorriqueña. Tanto en estos collages como en los que figuraron en su primera muestra individual en Puerto Rico -abierta en nuestros mismos salones en 1944-, Margot Ferra no sólo ha logrado lo fundamental de las formas y de la gala cromática, sino lo que es más importante. el «color del aire». En su obra el habil trabajo del artesano deja de ser para aparecer el artista. Residente en Puerto Rico desde hace varios años, Margot Ferra tuvo una preparación artística que se inició en los años de su infancia, en la Academia Teatral de Berlín. Lejano ya su oficio de act:iz, del que formaban parte integrante el dibujo y la costura, welca hoy en el collage su pasión artística, y todo ello se echa en la obra lograda, pues aunque el teatro y la pintura son artes distintas, los conceptos primarios de la cosa artística, independientes del modo de expresión, son los mismos: la sensibilidad emotiva obedece a los mismos impulsos.

J. R. O.

Fruta.

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La FinqllĂ­ta.

Ropa al sol.

Colmado Rivera.

Zocos de La Perla.


La poesía negroide en Puerto Rico Por

E

RIco Ho\bría que anotarle al tema, debemos mencionar siquiera algunos otros intentos de manejarlo con más o menos fortuna. Uno de ellos corresponde al poeta Francisco Negroni Mattei, objeto de una tesis para obtener el título de Maestro en Artes del puertorriqueño Francisco Lluch Mesa.1 Negroni Mattei escribió entre 1923 y 1928 siete composiciones de tema negro, «intento modesto, pero en el que ya se observa el factor onomatopéyico negroide que tanta importancia tiene en Tuntún de pasa y grifería. Las composiciones del poeta de Yauco, sin embargo, no son una mera recreación onomatopéyica, sino que son ya poemas negros en toda la extensión de la palabra.1O~2 Es durante la década del veinte al treinta que se ·sus· cita todo este movimiento dentro de la lirica puertorriqueña en el que participan varios poetas. Del veintiuno al veinticinco es el momento de inicia. ción que impulsan De Diego Padró y Francisco Negroni Mattei, además de Palés. El llamado «die· palismo., primer «ismo. que surge en Puerto Rico en esa década, originado el vocablo en la contr,ac. ción de los apellidos de los creadores del mismo -De Diego y Palés- trata de suplantar lo lógico por lo fonético y «sin recurrir a la descripción ancha y prolija que sólo viene a debilitar la verdad y pureza del asunto. -según' expresan los autores en su exposición de propósitos-, parte fundamen· talmente de la onomatopeya para dar más importancia a la realidad objetiva. Un poema, que fir.man ambos poetas, 01;questación di~pdlica, es el heraldo de este nuevo movimiento.J Vicente Géigel Palanca, quien estudia muy parNTRE LOS ANTECEDENTES QUE EN PUERTO

J. Francisco Uuch Mesa. Vida '1 abril de Francisco Negroni Ma· ttei. tesis para el grado de Maestro en Artes. Universidad de Puerto Rico. 2. Francisco Uuch Mesa. Op. Cit. 3. El Imparcial. 7 de Nov. de 192.1.

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ANITA

ARRoyo

ticularmente los .. ismos. en la década de los veinte,4 se refiere así a este interesante movimiento literario: «La brega afanosa y triunfal con el tema negro lleva a Palés Matos más tarde a anunciar la necesidad de una poesía antillana.• Este respecto nos parece muy sugeridor porque plantea el hecho, para nosotros especialmente importante, de si existe o no una poesía antillana con caracteres propios que la permitan distinguirse con suficiente autonomía del resto de las demás de Hispanoamérica como para considerarla con autonomía propia. Nosotros creemos que sí, que existe en efecto, por lo menos, un vigoroso intento, de crear una forma de expresión original y definidora de nuestro pequeño submundo antillano. Este tazón de agua hirviente que 'bulle en nuestro mar mediterráneo americano, tiene su regusto propio. Es como un café caliente y aromoso, con un típico sabor Jocal... La tesis de una poesía propiamente antillana plantea en Puerto Rico un interesante debate, señala el propio Géigel y reseñan todos los historia· dores de la literatura puertorriqueña, que se alarga por varios años: _Evaristo Rivera Chevremont, De Diego Padró, Luis Antonio Miranda, José An· tonio Dávila, Jorge Pastor y otros escritores entran en la apasionante polémica, que todavía suscita argumentos en pro y contra en nuestros círculos literarios.• Negroni Mattei, no habrá alcanzado, ni con mucho, el éxito formal y consagratorio de su como patriota Palés, pero, no cabe duda, que es un antecedente digno de consideración cuando escribe poemas como el que sigue: 4. Vicente Géigc:i Polanco. Los .ismas- en la dl!cad~ de los vein. te -21 conferencias. Instituto de Cultura Puc:rtomquelia- San

Juan. 1960.


Baila la negra el son al ritmo de la plena, se escuchan los coquíes, las maracasa. B"aMa la negra el son con el vientre desnudo y las nalgas redondas. Baila la negra el son al ritmo de la plena en medio de la noche ponceña. Saltan raudos al aire los brazos. Las caderas se mueven en firme oleaje. Baila la negra el son baila, mientras el ritmo crece y prende sus diamantes en la carne. Baila la negra el son, sulamita noctdmbula, en la noche ponceña. Baila... cLa sensibilidad de esta composición ~ice muy bien el autor del estudio de Negroni- es típicamente de una nueva orientación poética.» ...«El negrismo está plenamente logrado aunque no haya la maestría que reveló Palés Matos en el lenguaje..... Cúpole el honor de expresar el tema negro en un rango universal al gran poeta antillano, el puertorriqueño Luis Palés Matos quien no ya por ser cronológicamente el primero en la etapa actual en divulgar la vida y el lenguaje del negro, sino por sus méritos artísticos intrínsecos, merece una consideración especial. Antes había existido 10 que pudiéramos llamar una· moda, a la que sirvieron de estímulo los es~ tudios e investigaciones de León Frobenius y el tema negro ha'lló simpatizadores en distintas litera· turas -Vachel Lindsay publicó su poema The Congo en 1915-; pero no es hasta la ·publicación de Pueblo negro (La Democracia, San Juan, marzo de 1926), y a continuación, Danza negra (1926) y Candombe (.1927), que este tema alcanza su verdadero cenit expresivo, desde el doble.punto de vista artístico y social.

PALES MATOS

Poeta a secas. Ni blanco ni negro, un poeta, pero Poeta con mayúscula es el puertorriqueño Luis Palés Matos. Poeta a secas. Pero, qué pocos versificadores me-

recen a cabalidad ese título que implica el de: ccreador•. -AfortUlTadamente, la Editorial Universitaria de la Universidad de Puerto Rico ha recogido en un tomo .la obra poética de este máximo poeta borin· queño y, para mayor fortuna, el juicio autorizado de don Federico de Onis prologa el libro Poco hay que añadir a lo que allí se dice. A pesar de interesarnos esencialmente esta llpersana poética origina!», vamos a considerarlo especialmente en su aspecto de cultor del tema negro, para los fines de este capítulo, y de expresión de lo americano. PaIés supera 10 que inicialmente fue una cmoda. y, cuando la cultiva, crea un amado., original y antillano, como él se proponía. Nadie mejor que Margot Arce 5 ha señalado y estudiado cel supremo acierto de la poesía de Palés. que es el ritmo. Este es un aporte importantísimo del negro al arte americano, lo mismo en la música que en la danza que en la poesía. Es un gran factor formal que nos da carácter, sobre todo a los an tillanos. El sentido del ritmo en Palés, como su poderoso poder de sugestión, corre paralelo a su rara especie de artístico sensualismo. Palés es, ante todo, un gran sensual. Olores, sabores, colores son paladeados por él con peculiar regusto poético: los convierte en materia plástica de sus obras que cobran, por ello, una vigorosa fuerza' expresiva. La palabra en este poeta se hace carne y baila. El vocablo se corporiza. Aunque sicológica y estilísticamente se mueva entre extremos: centre el barroquismo y el prosaismo, la emoción y la ironía, lo espiritual y lo físico, lo soñado y lo real, Ío exótico y lo local, todo 10 cual es en él uno y lo mismo.;6 aunque él sea un ser de esos profundamente agónicos -dramáticamente divididos-, la pa· labra en el artista -que es él sobre todas las cosas- es siempre la tabla de salvación. Rey del verbo, como Daría, lo modela como fresca arcilla y pone en su conformación la verdadera maestría, que le ha señalado la crítica. Se exige siempre el poeta originalidad y perfección formales. Es el artista preocupado por la forma que rinde incesante culto a la palabra: No tanto el sentido intelectual de ésta como su poder sensorial, su fuerza sonora, como instrumento poético, es lo que constituye su preocupación principal. Dijérase que se goza con el ritmo y sonoridad, con el jugo y porosidad, con la carne -valga la paradoja- de la palabra. La desnuda, la apresa, la amasa y le extrae su jugo. Y ese extracto sabroso es su poesía. Nadie como él ha hecho ritmo S. Margal Arce. 6. F,ederico de Onls, Introducción B Pocsla de Luis Palés Ma· tos, Edlt. Universitaria, Universidad de Puerto Rico Rlo Piedras. 1964. '

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y vibración, sabor y olor, color y luz la poesía negra. El negro de Palés ha sido muy discutido. Plu· mas muy autorizadas, como la de Margot Arce, han afirmado que no es un tipo puertorriqueño, sino un teórico, abstracto, desencarnado de la realidad, especie de ente universal o entelequia de lo negro, un elaborado producto sintético, señala Ildefonso Pareda que el negro de Palés no ha sido visto como 10 han hecho los cubanos Guillén o Ballagas «desde abajo, desde dentro y en negro», sino fuera del espacio: «desde afuera y en blanco», pero -como conviene Margot Arce- -su interpretación es objetiva y distanciada, persistente y agudísima».7 En Palés hay mucho más que todo esto, con ser ya mucho. Hay presencia, además de lo negro, de otros muchos elementos antillanos -y por ende americanos. En este poeta capital de nuestro mun· do antillano está, como en pocos otros, presente el mar, ese mar que nos cerca y que nos une, cantado por el español Salinas desde Puerto Rico como el Contemplado,' y que muchos autores in· sulares olvidan, quizás por tenerlo siempre delante. En varias de sus poesías Palés canta al mar y sorprende -en apuntes a veces luminosamente impresionistas- al sol que «corre en las ondas arisco como extraño cangrejo de oro», o -la goleta en el puerto sosegado» -«espectro gris de pesadum· bre, que con largo crujir se balancea~ o -el olor a brea» que le trae el puerto, en el que «un pueblecito blondo que se aúpa sobre el miedo del mar" tiene su asiento... Siempre sensaciones. En el último poema aludido es el olor a brea que evoca el puerto. «Este olor a brea me trae el puerto». es el verso titular y ritornel1o de la composición. En este mismo poema vemos muy caracterís· ticamente ese sentido de senestesia 9 que le es pe· culiar al poeta. Las sensaciones en él se funden y confunden en un todo poético, ese todo misterioso que es nuestra propia naturaleza y producen el efecto de amalgama, de mezcla, en definitiva de mestizaje espiritual. Cuando Palés dice:

Se se se se

humedecen humedecen humedecen humedecen

de .llanto de llanto de llanto de .llanto

'las los las las

campanas, rosales, palmeras, orillas,

7. Margol Arce. 8. Pedro Salinas. El contemplado. 9. Sencslesill- fusión de diversas impresioncs sensoriales en la expresión linguIstica.

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humedecen de llanto las llanuras, se humedecen de llanto las montañas, se lzumedecen de llanto los amores, se humedecen de llanto los recuerdos, y todo el puebllecillo se humedece de llanto como un gran paño de lágrimas tendido a la piedad de un gran dolor.

se

Palés está sintiendo y expresando la gran unidad universal que todo lo -humedece». Está uniendo en una sola -unitaria, infinita- todas las sen· saciones. Es el pueblo de Arroyo. pero puede ser, y de hecho es, cualquier pueblo y cualquier puerto -el mar todo- del mundo... Lo autóctono se hace en este puertorriqueño universal. No importa que sean pescadores borinqueños, ni paisajes de Puerto Rico. ni siquiera «Jíbaras» -como su poema así llamado-; no importa que sea la noche tropical la que él cante; no importa tampoco que topográficamente descri· ba su árida región natal -como en su composición Topogratía- ... siempre está el Poeta de cuerpo entero que expresa lo universal, por vía de lo nacional, porque, como muy bien ha fijado Onis: «La poesía de Puerto Rico, como la de cualquier otro sitio, ha sido, es y será nacional, trate del tema que trate, siempre que sea poesía original y tenga por lo tanto valor universal al mismo tiempo que individua!.» Por todo ello es que Palés es puertorriqueño, antillano, americano y universal, todo en una pieza. Uno de los extremos más sugeridores que apunta Onís en su mencionada introducción es la humanización del arte en Hispanoamérica. Al asignarle a la evolución que le es propia a la poesía americana en su Antología de la poesía iberoamericana, este carácter durable que define nuestro arte de «nativismo», regionalismo o realismo, como quiera lIamársele, que «humaniza» nu~stra expresión aro tística. El fenómeno ya señalado por Ortega y Gasset de -la deshumanización del arte», ClnO se le puede atribuir -afirma Onis- a la poesía hispanoamericana ». y he aquí que en Palés se dan el vaho caliente de nuestro aliento. el color violento de nuestro trópico, el sensualismo de nuestros hijos de las Anti· llas. Todo en Palés es muy carnal, muy universa y muy humano... Esta humanizacíón del arte americano, con h que queremos poner -puntos suspensivos. -no po dría ser final- a estos meros «apuntes», es producto de su profundo y singular mestizaje.


El centinela Por

JUAN ANTONIO CORRETJER

En un solo sentimiento puso amor todo su sol. -S铆.y a mi coraz贸n desierto

traje yo todo ese amor. -Para ti.Solamente en unos ojos puso el cielo todo azul. -De tus ojos en la luz.y en la noche larga y .fr铆a

mientras duerme el batall贸n hay un hombre solitario avivando un resplandor.

-Yo.Guaynabo julio de 1966

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Imagen histórica de Puerto Rico a través de las artes plásticas Por EUGENIO FERNÁNDEZ

Q descriptiva y literaria de como los artistas de distintas épocas han visto la historia de Puerto UEREMOS HACER EN LO QUE SIGUE UNA EXPOSICIÓN

Rico. Así resumiendo las distintas imágenes históricas en cortes sucesivos, llegaremos, como en un film, a tener un.a visión o imagen total de la historia de Puerto Rico a través de las artes plásticas. Las tierras sin historia están cubiertas por una falsificación que impide el contacto con las verda· deras raíces del ser propio como proceso normal. Por otra parte, las falsas interpretaciones de la his· toria no están luchando por la libertad, sino por la negación de la libertad. El conocimiento histórico es tan sólo una extensión lógica del primer axioma del saber filosófico de lo humano: Gnothi Seauton (conócete a ti mismo). El conocimiento histqrico nos lleva al conoci· miento de la propia alma y el propio espíritu y de la imagen histórica del pueblo del cual formamos parte. Misión, pues, primerísima del historiador o del artista consciente, es la de interpretar el pueblo que hace historia a sí mismo, lo que en el plano de la conciencia individual equivale a la búsqueda desapasionada, pero moralmente imperativa, de ha· llar la verdadera imagen de sí mismo el hombre. El hombre vive siempre en un espacio y tiempo determinados. Cierto es que podemos recobrar el tiempo perdido. Ya' ensayó hacerlo Marcel Proust en su admirable obra narrativa A la recherche du temps perdu, donde nos dice: «El universo aspira confusamente a ponerse en contacto con nosotros. Depende de nosotros romper el encanto que tiene prisioneras a las cosas, traerlas hasta nosotros e impedir -que vuelvan a caer en la nada para siem·

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M~NDEZ

pre». Esta lucha afanosa contra el olvido es partede la condición original de nuestro espíritu, de nuestra conciencia, y es una condición indispensable de toda verdadera creación; es la frenética lucha del hombre por elevar lo efímero a lo eterno. Intelectualmente la primera gran tarea del historiador o el artista con conciencia del pasado, es la reconquista de la verdad histórica. El creador de grandes lienzos históricos ha de tener la limpieza de mirada que le revele la verdad de los hechos. A diferencia de la fría versión del cronista que entrega escuetamente los hechos desnudos, el historiador, como el artista con conciencia de la historia, ha de valerse de la imaginación para presentar del pasado una imagen viva. Para ser justo en los juicios no deberá juzgar hechos e instituciones arcaicas con ojos modernos. Cada época, cada he· cho, cada acontecimiento dederá ser visto desde sus presuposiciones. Las maneras de pensar, sentir y actuar de los hombres -las particularidades y genio de cada cultura- cambian con la historia y esto deberá ser tomado en cuenta por el historiador que remonta el cauce de los tiempos. El historiador, sin apartarse de las verdades y coordenadas de los sucesos que estudia, deberá tener la viva imaginación del artista, capaz de descubrir con su mirada, el idioma de las cosas mudas, como quería Baudelaire. La historia viva es el venero de lo más profundo y clásico, de lo más perdurable en la conciencia del hombre. De ahí, la importancia de la autenticidad, la exactitud en el conocimiento. La fidelidad en la reconstrucción histórica es el punto de partida de toda obra imaginativa, de toda verdadera creación. La libertad creadora del hombre y del artista ten-


drá más profundidad, mayor calado y resonancia afectiva, cuanto más ligada esté a sus verdaderas raíces. Sólo en el suelo de la verdad histórica, se hace fuerte el hombre, como el Anteo mitológico al contacto con la tierra madre. El verdadero historiador, el verdadero artista consciente de su deber, evita la falsificación con la misma escrupulosidad con que evita el pintoresquismo. La apelación a lo pintoresco, contrario a la apelación legítima a lo popular, a lo folklórico, significa que se está padeciendo de una profunda incapacidad colectiva para crear lo nuevo. Necesitamos entroncar la obra de imaginación con la historia viva, sin perder ni un ápice de autenticidad. Necesitarnos comprender, interpretar en su adecuada perspectiva tanto el pasado como el presente. Esto exige ante todo veracidad. Si en un plano superficial puede creerse que lo que distingue a un arte nacional es la referencia a temas especificos del país, lo que en verdad le caracteriza es el sentimiento de la identidad. La búsqueda de la identiad en los temas históricos, la búsqueda reparadora del pasado, cuando se debe al olvido involuntario, o a la deformación intencional que se haga o se intente hacer de lo acontecido, es doblemente legítima. Por una parte nos bñnaa una visión del proceso de que formamos parte, por otra nos provee con el suelo vivificador desde donde nos hacemos el juego arriesgado de nuestra elección.

Por eso, debemos restituir su legítima estampa al pasado sin aumentarlo ni disminuirlo. Hoy por hoy, el sentimiento y conciencia de la propia identidad es el índice más claro de la libertad y del tipo más apreciable de libertad de una comunidad en el mundo. Cierto que podemos ser universales y eternos, pero seremos tanto más universales cuanto más de nuestro tiempo y nuestro pueblo seamos. Como bien decía Hostos: «la patria es un punto de partida•. Así como no hay hombre sin historia. sin antecesores, no hay hombre sin patria. Tal vez en el futuro lejano haya hombres que sean conciudadanos del mundo. Tal vez ésta sea una meta apreciable. Pero pretender vivir como ciudadanos de un mundo irreal en nuesrto tiempo, es una cómoda manera de IVÍvir sin responsabilidad. E, pues, máximo irresponsabilidad. No existe tal cosa como una lealtad universal, precisamente porque no existe entidad mayor que la de pueblos y hombres concretos. Tampoco existe un arte puro, precisamente porque es máxima irresponsabilidad, deshumanización; es no tener conciencia del hecho primario de que somos ante todo, por naturaleza, seres sociales, seres con una responsabilidad colectiva. Es por eso, que cuando el verdadero artista ha buscado expresarse a sí mismo, ha recurrido siempre a los fondos de su alma que son los fondos del alma de su pueblo. En poesía nos ilustran esto "hoy los mejores artistas: Machado, Vallejo, Alberti, Lorca, Neruda; en pintura de Cézanne, Picasso, Rivera, Tamayo. El fin de la historia yel arte son los mismos: «Encontrarse a sí mismo el hombre•.

Dos representaciones del Arte Taíno. A la izquierda, el dios del Fuego; a la derecha, el dios de la Muerte. 39


Diego Rivera, el indio redivivo, era un apasio. nado estudioso de las antigüedades de México. Leía los libros ~e dibujos o códices que dejaron los aztecas y mayas en su tierra, con el mismo fervor y recogimiento con que un sincero creyente cristiano lee las páginas del evangelio. Por eso su conocimien· to de lo indígena llegó a ser tan veraz y tan íntimo, como lo confirman los recientemente descubiertos murales de Bonampak, tan gemelos iC¡énticos de su arte. El sentimiento de la propia identidad es el caracterís~ico temple que adquiere un pueblo a causa de su tensión con el medio histórico y el paisaje natural en que se désenvuelve el drama de su existencia. La meta de la conciencia de lo propio es la libertad del hombre integral, la total integridad física y anímico-espiritual del hombre. El mundo americano del cual formamos parte, ha sido siempre visto -con contadas y honrosas excepciones- tanto por los europeos como por los propios americanos, desde un punto de vista desarraigaqo, extranjerizante. Esto ha dado pábulo a un complejo de inferioridad que afloja el ánimo y disminuye los ímpetus, creando una psicología pe· diguera y depreciadora de lo propio. La contraparte visible de ello es el escapismo cosmopolita, o el piti-indigenismo, piti-hispanismo, piti-negrismo o entre nosotros actualmente el piti-yanquismo. Con tanto negativismo de las raíces existenciales, con tanto piti-exotismo psicológico, se fortifica en el ánimo individual, una disención interna cada día más aguda, cada día más destructora, paralizante y estéril, que mantiene vulnerable, débil y dividida la nacionalidad, a la identidad colectiva. Son pues, todos esos exotismos psicológicos, guerras civiles solapadas, sordas, disipadoras de la energía de un pueblo. Son, pues, negaciones de la verdadera libertad. Libertad que es más que la suma mecánica de las partes, o que el idolático y enfermizo arrastre de los padres muertos. Estas versiones dicotómicas o tri-polares son enormemente responsables de la invertebración; de la crisis perpetua de la concien· cia del país. Ocultan 10 real, 10 auténtico, lo vivo. la identidad plural de historia y de destino, para seguir arrastrando el lastre de un pasado muerto. El indio, el negro, el español sólo tiene sentido cuando se hayan fundido en Puerto Rico para engendrar algo nuevo, orgánico, vivo: lo puertorriqueño. Al estudiar la historia, al aludir al pasado, debemos inter.pretar el rico aporte de dichas razas y culturas, pero sin olvidar que el proceso histórico de la formación de una nacionalidad es un proceso de transculturación, de mestizaje físico y espiritual. Todo se funde en el proceso como en una gran crisol: las pictografías de los indios, la prosa viva y la poesía de los grandes escritores españoles, los tambores y dioses del Africa. 40

Retrato de Juan Ponce de León, segUn la obra de Herrera. Siglo XVI. Autor desconocido. ~

hispánico, nos da el cristianismo con sello ibérico que está en nuestro pasado: el monasterio. la hacienda, el cortijo, y más al fondo, la dama de Elche, el estoicismo de Séneca, el sentimiento caballeresco de la Edad Media, y lo árabe, lo judío o lo morisco de la Reconquista. También la geografía de Estrabón, el griego que nos describe el pasado remoto de nuestros antepasados iberos y celtas o el arte de las cavernas de Altamira o el genial vigor de Goya, Velázquez, el Greco, Zurbarán, Picasso, o Dalí. De otra parte, nuestros antepasados autóctonos fueron los indios. Indios que representaban plásticamente a sus dioses en los cernís de piedra o en sus pictografías. Obras escultóricas de un arte que sólo lograremos interpretar si comprendemos el pensamiento y religión que le daban su prístino sentido. Sabemos por el estudio de los primeros cronistas: Ramón Pané, Pedro Mártir, Las Casas, Oviedo, que los indios tenían dioses del fuego, del aire. de la lluvia y las aguas, del huracán, y la muerte; dioses de la fertilidad masculinos y femeninos. Una diosa madre, Guabancex, gestadora y progenitora de los fenómenos atmosféricos, y un dios padre, Yocahú, dios del fuego, invisible y benefactor; que constituyen una de las primeras fuentes de nuestra imagen histórica de Puerto Rico. A través de las


representaciones artísticas de nuestros indos, se nos revela el alma y el espíritu de una raza, de un pueblo, de nuestros abuelos taínos. El arte y la mitología de los taínos nos ofrecen el primer medio de acceso al pensamiento y cultura de los indios. Los materiales que usaban en sus creaciones, el oro, las plumas, la concha, el barro, la piedra. la madera, son motivos plásticos que en manos de artistas creadores ofrecen posibilidades aún inexploradas. Las actividades económicas: la pesca, la siembra de plantas como la yuca, el ají, el maíz, el tabaco, el maní, son formas de acceso a su cultura que han dejado un saldo vivo en nuestra historia actual. De Jos corrales de pesca de los indios he escrito un artículo en el número nueve de la Revista del Insti· lUto de Cultura Puertorriqueña. De sus maneras de cazar y sembrar nos ofrecen magníficas descripciones los cronistas. Entre ellos los hombres preparaban la tierra desmontando y rozando con el fuego los bosques o arcabucos y las mujeres sembraban y cultivaban el maíz y la yuca, que luego molían y rayaban para preparar el casabe y ciertas bebidas fermentadas de yuca y maíz, como la chicha. Los indios eran de estatura mediana y piel cobriza. Usaban el pelo largo atrás y recortado al frente. También se deformaban la frente, en parte por motivos religiosos y sociales, y en parte, por aparecer feroces ante sus tradicionales enemigos los indios caribes de las islas vecinas. Las tierras de cultivo las preparaban levantando pequeños montones o montículos de tierra cónicos, de un metro de diámetro y poco más o menos de alto en que ponían a crecer la yuca. Los sembra· dos, llamados en su lengua conucos, eran cuidados por los niños para que los insectos y pájaros no les hicieran daño y normalmente tenían en sus sem· brados advocaciones de los númenes protectores o cemís que favorecían las cosechas. Cazaban, además, tortugas, pájaros, y aves como el pato salvaje, la cotorra, el guacamayo, y güimos o conejillos de india, coatís o hutías, estos últimos pequeños roedores menores en tamaño que un conejo. La cotorra, el coatí, el güimo, el pato lunarejo y otros animales los tenían domésticos en el conuco o batey de sus viviendas. Los jueyes, los pescados y reptiles como la iguana, reservada o los grandes señores y caciques; la piña, el mamey, el corazón, el guamá, la guayaba, así como el maní tostado completaban su dieta. Sus casas eran simples ranchos de paja plurifa· miliares, de forma redonda a los que llamaban ca· /teyes, o rectangulares a los que llamaban bohíos. En su interior tenían un fogón de tres piedras, y el menaje casero compuesto del duho o banquillo de madera o de piedras para sentarse los reyes y señores principales y ]a hamaca para descansar y dormir, así como objetos de cerámica, de higuera

o de cestería que elaboraban con gran destreza, adornándolos con dibujos geométricos o representativos que con frecuencia tenían algún significado simbólico. Políticamente los indios estaban ~rganízados en cacicazgos, cada uno con su territorio, y éstos en confederaciones bajo el mando del gobierno de un cacique mayor. Los caciques menores tributaban al cacique mayor a cambio de la protección política y guerrera que éstos les brindaban. Usaban en sus guerras el arco y flecha y la macana o maza de madera. El cacique o jefe guerrero llevaba al pecho un disco de oro (guanín), símbolo de su parentesco con los dioses solares y una corona de plumas y oro como emblemas distintivos de su rango. La población indígena estaba dividida en tres clases: Jos caciques o jefes guerreros, los nobles o nitaillus, y los naburias, o plebeyos labradores y guerreros de fila. Heredaban sus títulos, rango y propiedades en la línea materna, pero estaban organizados en clanes matrilineales y las mujeres tenían muchas prerrogati\'a~ como depositarias de las propiedades del clan. A pesar dI: esu, los varunes podían tener varias espusas y lus caciques y hombres principales hasta veinte o treinta. Sus danzas y ceremonias culectivas, tal comu los areytos, se celebraban de acuerdu cun un calen· dario, o p.ara festejar una boda, una muerte. un nacimiento o una victoria en la guerra. Cantaban y respresentaban en sus bailes motivos de su' rdigión o mitología y genealogías de sus caciques. Así las viejas generaciones transmitían sus memorias y tradiciones a los jóvenes. También de acuerdo con un calendario y con fines religiosos celebraban juego!> de pelota, golpeando los equipos contrarios la pelo. ta en el batey, con el pie. el muslo, la cadera, el hombro o la cabeza. Frecuentemente celebraban sacrificios a sus dioses incluso de cautivos tomados en guerra. Un estudio comparativo de las costumbres, mi· tología, arte y religión de los indios de Puerto Rico nos revela su estrecho parentesco con tribus de Ve· nezuela, y Centroamérica. Usaban grandes canoas para sus viajes interinsulares y a veces llegaron hasta Yucatán, el Sureste de los Estados Unidos y México, desde donde introdujeron nuevos elementos de cultura. ¿Cuáles son las posibilidades plásticas de lo indígena para el artista moderno? La historia cierta de América es un libro casi en su totalidad en blan· ca. Todo está por descubrirse. El artista puede imaginar la Apoteosis del Dios del Fuego, el dramaturgo el Areyto Mayor, el arquitecto su caney o su bohío. Así el historiador necesita del artista para entroncar su narración en cuadros plásticos y el artista necesita del historiador para descubrir 41


el drama del pasado. Hay una pluralidad de moli· vos históricos que aguardan la mirada amorosa del artista capaz de crear con ellos la imagen viva de la historia; las frutas indígenas: la piña, el mamey, la guanábana, el maíz, la yuca, el guamá o la hoja tornasol del yagrumo; y entre los árboles el cedro, la ceiba, el tabonuco y el guayacán o palo santo. Tapia, nuestro primer poeta romántico cantó a la piña; Oller, nuestro gran impresionista, pintó la vía da campesina en su Velorio o la vida de nuestras haciendas azucareras en El Trapiclle. Campeche pintó la vida de San Juan, sus soldados, sus eclesiásticos y las jóvenes amazonas elegantes que en los días de fiesta montaban caballos primorosamente adornados con lazos, jaeces y trenzas, como las describe con admirable agilidad literaria la pluma del viajero francés Pierre Ledrú en su conocido libro Viaje a Puerto Rico. Nuestra es la tarea de reconstruir el pasado, su clima histórico, con significado para el hombre del siglo xx. Las raíces y concomitancias económicas ' y políticas de nuestra geografía, el mundo isleño del Caribe, tienen también exponentes dignos de recor·

dación en la obra de los cronistas franceses de los siglos XVII y XVIII: Pierre Labat, Franc;ois Charlevoix, Du Tertre, o Abby Raynal. La historia de nuestro ingenio azucarero, tiene raíces en el pasado social de las islas Canarias, Cuba, Valencia y Andalucía. La conquista significó duro trabajo, esclavitud y asimilación cultural para el indio y el negro. Puerto Rico ha sido en los primeros siglos de su historia campo de explotación del indio y del negro. Aún no hemos contado los artistas e historiadores el drama del hombre de esta tierra. Aún no tenemos en Puerto Rico una imagen definitiva de nuestro pasado, nuestro presente o nuestro fututro. He aquí pues la gran tarea del poeta, el novelista, el filósofo, el historiador, el político y el hombre de ciencia. Tanto artistas como historiadores, corno estadistas o pensadores, debemos rechazar en Puerto Rico el reaccionarismo narcisista y esquizofrénico del arte por el arte. La voluntad de crear un arte, un pensamiento y una literatura con sello propio para una comunidad formada, sí; pero en riesgo ae permanente disolución; es un gran compromisohistórico.

Mapa de Puerto Rico, según la obra de Champlain, siglo El autor fue un cartógrafo inglés.

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XVI.


No podemos renegar de lo indígena pues que lo llevamos dentro. Es preciso amarlo y dignificarlo. igual con lo -negro, e igual con lo europeo. Pero, no somos indios, no somos negros, no somos europeos: somos puertorriqueños. No podemos continuar unilateralmente a España, ni lo indígena. ni lo negro, o cualquier otra cultura que se desee invocar, porque no somos ni europeos, ni indígenas, ni negros. Somos europeos desterrados en tierras de América, indios violados, encomendados y esclavizado.;. somos negros desarraigados con un pasado en el Africa remota. Nuestro común destierro exige como programa la formación de un estilo propio, auténtico, personal. Entonces nos podrá ofrecer nuestro pasado indígena, africano o europeo, los más ricos y esclarecedores aportes. Lo puertorriqueño hemos de buscarlo en la fusión criolla de esos elementos, en el fondo común de un mestizaje de siglos. Tan simbólico de lo autóctono son los animales indígenas: el pitirre, el guaraguao, la iguana o la cotorra, como la espada del conquistador, o la décima de nuestro jíbaro o asimismo la plena y la bomba del negro. Lo que nos define por ser de nuestro suelo y nuestro tiempo, es lo criollo. Es esto lo que somos por ley inexora· ble o no somos nada. Si como dijera Juan Ramón Jiménez al procla· mar un axioma de su ética-estética: aspiramos a ser «universales y eternos!>, no por ello dejamos de ser ]0 que somos. Por una de esas vueltas de la suerte Juan Ramón tuvo que expresarse en español y lo que dijo en su poesía no es fácilmente traducible. A fin de cuentas Juan Ramón es tan universal español como Velázquez. San Juan de ]a Cruz o Cervantes. Lo que tiene personalidad la tiene a pesar suyo. porque tiene nervio, es decir raíz vital, solera, tempIe. La raíz de] espíritu es el estilo de ]a lengua, ]a luz del sol que nos calienta, el color de la vegetación que nos estimula o adormece, el cielo que nos sugiere formas, todo lo que tiene en cada rincón del planeta, una especial matización, un gusto, una pátina especial. En España es universal lo español, en Puerto Rico. lo puertorriqueño. De lo mucho que va y viene en el arte de cada ¿poca, perdura lo que tiene genio. Pero, como bien dijera Edison, el genio es noventa y nueve por ciento paciencia y esfuerzo y uno por ciento inteligencia y alma. Igual con el Arte. El genio es disciplina, artesanía, concentración. El arte es emoción y con· ciencia; pero emoción y voluntad encauzados por hábitos motores y conceptos con un fondo social. Lo americano de nuestro ademán -lo puertorriqueño- es la suma de las partes, y la suma de las partes, aunque parezca máxima paradoja, es siempre más que la suma de las partes. Sólo una vez que han logrado definirse, una vez que han conquistado su propio estilo, pueden los varios pueblos de América volverse 'hacia su pasado y aceptarlo

Retrato de Joho Hawkins. Hawkins murió en el ataque inglés a Puerto Rico en 1595.

serenamente como pedestal y base. Lo otro, lo otro es cscapismo. exotismo, visiones deformadas e inauténticas que no podrán nunca perdurar. Como puertorriqueños somos europeos desterrados de Europa. Nuestros son, Garcilaso y Quevedo, y Cervantes y Ortega, o Picasso y Dalí, pero somos también indios violados y negros arrancados de su solar en la costa de los esclavos. Y por una ley biogenética, todo el que quiere vivir con alma propia. todo el qu~ aspira a la libertad, tiene que cometer el tolémico parricidio, pues sólo después de] sacri· ficio podrá reconciliarse con los padres muertos, en la comunión, y aceptar ya asegurada la identidad, desde otro plano -vital y fecundo- a los padres deificados, y ]a residencia espiritual originaria. sin tensión ni violencia. La definición de ]a identidad es estar en paz el hombre consigo mismo, aceptarse cada cual como es. En cualquier época histórica podemos apropin· cuar lo que tiene vida, lo positivo, lo creador, a la democracia. Así es democrática la rebelión de Urayoán cuestionando la inmortalidad de los cristianos, o la prédica de Fray ·Bartolomé de las Casas sobre la crueldad histórica del sistema de encomiendas y despojos de· la conquista. La fuga desde los compromisos vitales hacia una débil copia de lo ajeno, es cobardía: sea piti-exotismo, cosmopolitismo, o colonialismo en cualquiera de sus múltiples

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disfraces. Posiciones cómodas de quien no se atreve a ser, de quien prefiere ser otro, sin dignidad ni esfuerzo propio. Son muchos los factores que trabajan en contra de la comtmidad de sentimientos de un pueblo: el esfuerzo humano limitado a lo económico, el pitiexotismo, el arte por el arte mismo. El verdadero ,artista puertorriqueño está obligado a conocerse. Conocer su pasado indígena; la riqueza de motivos del arte y las culturas negras del Africa; las insti· tuciones, las armas, los vestidos y las actividades sociales y económicas de la conquista; en otras palabras el arte y la cultura de su caribe hispánico. Todo ello encierra una gran riqueza potencial de motivos, todo ello define el temple y ánimo de nues· tro ser propio. La historia de la colonización de las tierras del Caribe, mare nostrum, por Francia, Es· paña, Inglaterra y Holanda, es un campo descuida· do de investigación que recompensa con largueza a quien se vea motivado a conocerlo. El indio rebelde • -o cristianizado, el contrabandista, el pirata, el hateo ro, las flotas y sus desertores, el jíbaro agregado y sus fiestas, los negros cimarrones y sus cánticos, .son todos motivos relacionados con el crecimiento colonial de nuestra sociedad y nuestros pueblos. El gobierno del Reformismo ilustrado en España y América ofrece considerable interés por la influen· cia liberadora que Francia tuvo en el nacimiento del pensamiento moderno. Los movimientos emano .cipadores de Estados Unidos o Hispanoamérica de· jaron un saldo de aspiraciones incumplidas en ;Cuba, Santo Domingo.o Puerto Rico del cual nuestro siglo XIX da buena cuenta. La vida social de las haciendas azucareras y ca· fetaleras, la cultura de nuestros campesinos, la vida provinciana de nuestros pueblos y ciudades, el compadrazgo, las fiestas y parrandas de nuestra navidad isleña, son hitos en nuestro proceso histórico del cual puede extraer la imaginación moderna del artista profusión de motivos para la creación de un arte con raíces. Y no se trata de buscar aquí lo pintoresco, se trata de la vida auténtica, de un pasado que nos importa conocer. De igual modo, el burgués y el proletario urbano y rural de nuestros días, la fábrica moderna, la urbe y sus problemas, el comercio y el cultivo del agro, el destino'Y suerte de nuestro pueblo en el presente son temas de nuestra historia que requieren interpretación. ¿Cuáles son los propósitos más hondos de nuestra vida colectiva? ¿Qué somos? ¿Cómo somos?, preguntaba angustiado hace ya unas décadas nues· tro gran Antonio Pedreira, y la pregunta tiene los más nobles ascendientes en la filosofía de todos los tiempos y países. En toda época y lugar, el artista necesita enjui· ciar lo decadente, lo postizo y lo inoperante del

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pasado y el presente. Su más vivo compromiso es con la libertad integral del hombre. Por eso deberá tener no sólo una visión del pasado y el presente, un esquema de las vivencias de su comunidad sino también deberá definir y elucubrar sus proyectos del futuro. He aquí una pregunta obligada: ¿Educa o deseduca el arte? ¿Qué persigue el artista al crear? ¿Es acaso el arte narcisismo y neurosis, o debe el aro tista enfrentarse conscientemente a lo constructivo y lo destructivo en el arte? La ciencia y la psicología tienen su papel que desempeñar en el arte moderno. Todos los movimientos del arte contemporáneo, dadaísmo, surrea·

Ingenio azucarero antillano. Siglo Autor desconocido.

XVII.

lismo, futurismo, fauvismo, impresionismo, cubismo, creacionismo, o Pop·art, son búsquedas de una respuesta. Pero es necesario encarar el papel de la razón y lo irracional en la creación. Es necesario valorar el conformismo y la disidencia. El cinismo y el nihilismo tienen una larga historia en el arte, pero los artistas cínicos son los derrotados de la historia. No olvidemos el famoso nihilismo ruso de fines del siglo XIX. Para ser1 artista lo mismo que para ser historiador o poeta es necesario ser hombre primero. El hombre se posee a sí mismo en la medida en que salva para sí mismo y para los demás su integridad, su identidad humana. ¿Por qué vio Ortega en el arte moderno un arte deshumani· zado? Cierto que el arte y el artista no tienen fácil cabida en el mundo de los negocios. En el arte hay valores cotizables y no cotizables. Pero recordemos que los mejores artistas: Van Gogh, Cézanne, Gaug-


hin, o el mismo Francisco Oller, fueron por encima de todo fieles a sí mismos. Y no olvidemos además que para que Picasso o Tamayo fueran posibles, fue necesario que vivieran primero los artistas primi. th'os que tanto han influido en el arte moderno, o Rivera y Orozco, que buscaron sus recónditas

fuenh~s en el arte antiguo de México. No olviden Jos ¡¡rtistas que desprecian las pesquisas y la conciencia histórica, que el arte que perdura es leal a su tiempo y vive a la altura de sus compromisos. A fin de cuentas, el hombre es inescapablementc un animal histórico.

El Velorio, cuadro de Francisco Ollero Escena de la vida campesina o

"jíbara" (1894). Original en el Museo de Arte e Historia de la Universidad de Puerto Rico.

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Exposición de Osiris Oelgado-

E Cartel. La Hija del Pintor.

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N SU PRIMERA EXPOSICIÓN INDIVIDUAL, ABIERTA EN

el Instituto de Cultura Puertorriqueña el 16 de diciembre, el pintor Osiris Delgado presentó un con· junto de obras representativas de su trabajo de la última década. La muestra comprendió 22 óleos, un dibujo a tinta y un detalle de proyecto mural ejecutado en cerámica. Nacido en Humacao en 1920, Osiris Delgado ha tenido una equilibrada formación artística, que comienza en Puerto Rico con López de Victoria, Frade, Howanietz, Sánchez Felipe y otros artistas; continúa en Florencia (Academia de Bellas Artes, Instituto de Porta Romana); París (Academia Vavin y Grand Chaumiere); Madrid (Academia de San Fernando); Nueva York (Art Students League). Bachiller en Artes de la Universidad de Puerto Rico (1951). en 1954 se recibe de doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. Desde hace varios años es catedrático de arte en la Universidad de Puerto Rico, donde ha desempeñado el cargo de Director del Departamento de Bellas Artes yactualmente ocupa el puesto de Director del Museo Luis Muñoz Rivera. Ha publicado las obras Luis Paret y Alcázar, pintor espaliol y Picasso ante su obra. Describiendo el arte de Osiris Delgado como una aspiración a 10 velazqueño que toma como punto de partida «un ámbito de luz musical antípoda del ciclo de Castilla», el crítico doctor José R. Oliver afirma que pese a la fuga de líneas expresionistas que en Delgado observan otros críticos, su pintura re· presenta el propósito de «llegar en el realismo a un arte ajeno a la descripción imitativa, a ser sólo pintura sin desdeñar lo abjetivo, sin aislar el hecho plástico». Reproducimos algunas de las obras que figuraron en la Exposición.


Escena Hogarelia.

La Chupa.

Pintora.

Cristo de Buena Suerte.


Un

illl.prp~O

puertorriflueño del año 1807 Por

E

ARTURO DÁVILA

archivos de la Isla y particularmente en el de la antigua Vicaria de San Germán y el Monasterio de Madres Carmelitas de San José de San Juan, dImos con frecuencia con pequeños impresos de carácter piadoso o administrativo, españoles. hispanoamericanos y puertorriqueños, de cuya publicación en forma de catálogo nos ocupamos. Siempre escapan, a pesar del empeño natural del estudioso, muchas noticias a los comienzos de una tarea de investigación y sobre todo si se trata de objetos de interés menor o al menos así considerados. Por este motivo escapó a la curiosidad científica de Pedreira, por cierto voluntariamente, esa flora menuda de los novenarios, relaciones piadosas, etc. que forman un considerable número en la estadística total de la producción de nuestras prensas en el pasado siglo" En los primeros días de enero, preocupados por terminar un catálogo de este tipo de literatura de carácter popular, revisamos de nuevo los ejemplares existentes en el convento de 111s Carmelitas, hallando junto a los ya conocidos y catalogados varios nuevos, entre los que nos llamó la atención por su temprana fecha una Novena a San Juan Bautista que publicada según el pie en el año de 1807, viene a aumentar el escasísimo material impreso que de ese año ha logrado localizar la investigación. En efecto, en su nota documentada sobre La Gaceta de Puerto Rico,2 Antonio Rivera demuestra la existencia de la imprenta y su funcionamiento en el curso del año 1807 con una circular del Gobernador don Toribio Montes de 30

de agosto del 1808 en que se habla de otras dos, una de marzo de 1806 y otra del mismo mes del año 1807, que trataban de Clun arbitrio para el pago de la Gaceta», más un aviso de 31 de diciembre de 1807 en que se anuncia la remesa a los pue· bIas de unos ClAlmanaques calculados según el me· ridiano de esta Isla». Demostrada suficientemente por el mismo autor con aportación de otras pruebas la existencia de la imprenta en 1806 y la apari. ción de la Gaceta en el curso de dicho año, queda todavía una laguna entre la aparición del libro de Rodríguez Calderón: Ocios de Juventud, en 1806, primer impreso puertorriqueño de aquel año llegado a nuestros días y los papeles del año ocho.3 Ignorándose hasta ahora el paradero de ejemplares de las Gacetas del siete, la Novena de que tratamos se convierte, a pesar del escaso relieve de su contenido, en un valioso testimonio del primer año de la imprenta en Puerto Rico, vale decir, un inclL~ nable puertorriqueño. El formato: 14 X 9!'Í cms., es ligeramente menor que el de las novenas y prácticas piadosas que se imprimieron copiosamente bajo la cura de don Valeriana de Sanmillán en la segunda y ter· cera década del XIX. Los tipos son dieciochescos y un dato revelador: la desaparición del nombre de D. Lamberte & C. que aparece en el libro de Rodríguez Calderón, indica seguramente que ya lo había sustituido el último en la dirección de las prensas. Unas iniciales: J.M.D.A., que se repiten bajo la protesta reglamentaria de ortodoxia en la página última indicarán tal vez el primer ,pro.pietario.

1. • ,..Para hacerla mds manejable hemos eliminado adrede las copiosas novenas )' lihros de oraciones... y todo material Impr/!So en Puerto Rico que por 5Il Indole abstracta ofrece escasa ayuda al historiógrafo>, Pcdreira. Antonio S,: Bibliografla puertorriqueña (1493·1930). Madrid. 1932, página XVll. 2. Revista Historia. Tomo l. Número l. :lbril de 1951. pági. nas 68-76.

3. Tan sólo se conservan en la Colección Puertorriqueila de la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico (oto<:opi:lS de ejemplares de La Gaceta del ailo ocho, siendo el más antiguo el suplementario correspondiente al mién::oles 17 de ago$to del mismo año. En los archivos parroquiales, e. g" Vega Baja, suelen en· contrar~e circulares de este año.

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N EL CURSO DE NUESTRAS INVESTIGACIONES EN LOS


El texto de la novena es probabilísimamente peninsular. 'A pesar de la abundancia de impresos de este tipo, que procedentes de México o de las reimpresiones de Boloña en La Habana llegaron a Puerto Rico por aquel entonces, no hemos encono trado aún ninguno dedicado al Bautista, confirmándonos en nuestra opinión la nota de la página 2:

Por cada Oración de las que se dicen en esta Novena, á todos los que la hicieren, ha concedido el Eminentísimo Señor Carden!11 Borja cien días de Indulgencia y cuarenta el Illustrisimo Se· iior Obispo de esta Diocesi Dr. Juan Alexo de Arizmendi.

Don Carlos de Borja Centellas Ponce de León. hijo del IX Duque de Gandfa, era ya capellán ma· yor de Felipe V en 1708 y es el único purpurado de esa célebre casa en el siglo XVIII, por lo que la novena tiene que ser anterior al año de su muerte (1773). Por el estilo crespo y la profusión enfática de vocablones, debe ser obra de la primera mitad del siglo y aún podría contraerse a su pri. mer tercio. Por ser, a pesar de sus' ripios, un elemento que fácilmente pudo incorporarse. a la tradición popular, reproducimos aquí los Gozos con que finaliza la novena y que van de la página 18 a 21, última de este impreso.

GOZOS, QUE SE dirán al fin, ti fe quiere obligar mas al Santo

NOVENA DEL GLORIOSO el

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J.DAN COMPUESTA

POR

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á fin de que todos logren, con fu exempl0:l y prOlec(ion, la prallica de las Virtudes ... dejlerrando, en la. pa¡-te que Je pueda, las juprrjliciones, g/te el Demonio ha introducido en Ju Fejlividad, para privarnos del fruto de .fu Devocion.

PUERTO RICO 1807_

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.EN LA 1 MPRElIITA DE LA CAPITANIAGENIRAL

Pues qual Precurfor Sagrado Anunciafteis Redempcion, Dénos vueftra protección La remifion del pecado. Tu Nacimiento gloriofo Por un Angel tué anunciado, y antes de él fantificado Os confiefan portentofo, Quantos baña el Sol hermofo,' y pues fois tan celebrado. Dénos vueftra protección, &c. Si falo efcribir tu Nombre Pudo hacer que un Mudo hablafe, Efpere quien te invocafe, Que fu dicha al Mundo afombre; y afi dirá todo hombre Juftamente efperanzado, Dénos vueftra protección, &c. Por fer bello Menfagero De todo un Dios humanado, Su venida has anunciado, Como de tal Sol Luzero; y pues naciendo primero Su camino has preparado, Dénos vuestra protección, &c. Publique de tu grandeza La mas difcreta eficacia, Sois mas hijo de la Gracia, Q~ de 'la Naturaleza; Pues ella con tér empieza La Voz del Verbo encarnado, Dénos vueftra protección, &c. 49


Confiefo, que no eres Dios, Aunque os tengan por Mesías y aunque en altas primacías Seais el mas grande Vos; Mas ti diftirttos los dos Haceis Coro feparado, Dénos vueftra protección, &c. Predicando Penitencia, Los hombre no te atendían; Pero los Montes fabían Acreditar tu eloquencia; y afi á todos tu prudencia A predicar há enfeñado, Dénos vueftra protección, &c. Sin temores, fin recelo Reprendifte d las Coronas. Pues no exceptúa perfonas Ningun abrafado zelo; y quien amdre afi el Cielo,

so

El temor tendrá olvidado, Dénos vueftra protección, &c. Bidió á Herodes tu Cabeza Vengativa una muger, y él fe la dió, atiñ con taber El horror de efta fiereza, Rendido de fu flaqueza, Por haverlo afi jurado, Dénos vueftra protección, &c. No la muerte, la impureza Hizo tus ojos cerrar, Quando en Mefa, fJ.ue era Mar De impia ciega torpeza, Entraron vueftra Cabeza, Que aún muda nos ha enfeñado, . Dénos vueftra protección, &c.

Pues qual Precurfor Sagrado Anunciafteis Redempcion, Dénos vueftra proteccion La remifion del pecado.


Tributo a la poesía de Clara Lair* Por DIANA

y

A EN EL AÑO DE 1933, PEDRO SALINAS PUBLICA!JA

La voz a ti debida en la soledad de su recuerdo, recuerdo elevado a poesía casi pura, atrofiados los sentidos como cinco ventanas cerradas, para mejor ascender la alta escalera del intelecto, difícil pero certera, que habría de colocarle en un puesto único entre los grandes poetas de nuestra época. Para el año 1936 Juan Ramón experimentaba un acontecimiento que en su vida fue decisivo: salida de España, y segundo viaj~ a América. El andaluz universal estaba en La estación total y en su Canción... segunda plenitud, verso ya de 'Virtuosísimo, ingrávido, tenue, desnudo; casi ,de 'perfecto, imposi. ble; auténticamente sencillo, Juan Ramón ya era un profesional de la Belleza. Para ese año también se nos queda, como por arte de magia, magia negra, el perfil vital y humano de Federico, prendido, como una «brisa leve y triste por los olivos». . En Puerto Rico, de entre el paisaje puro de la montaña barranquiteña, claro está, emigrado ya a este viejo San Juan, ~urge un sonido de cristal. Arras de cristal, bodas de Clara Lair con la poesía insular, unidos alma y pueblo, por un símbolo leve, musical, armonioso, y... frágil, como la juventud tan prontamente ida, como el amor siempre tan irrevocablemente perdido. A -la literatura preferirá la música, y -la idea, como Daría. ¿Recuerdan?: su horror confesado por la literatura, mera, artificial palabrerí~ de Ila elocuencia sin idea, sin proporción y sin medida: Por eso ser sincero es ser potente,' de desnuda que está brilla la estrella; el agua dice el alma de la fuente en la voz de cristal que fluye de ella. Tal fue mi- intento, hacer del alma p'ura mía~ una estrella, una fuente sonora, con el horror de la literatura, y loco de crepúsculo y de aurora. .. Palabras leidas en el homenaje a Clara Lalr en la SociedAd de Autores Puertorrlquefios en el Instituto de Cultura Puertorriqueña.

RAM1REZ DE ARELLANO

La voz de cristal de sus Arras nos dirá con recorte modernista lo que Más allá del Poniente se confirma: No creí en hacer versos, ni acato la tarea de buscar consonantes y métrica y compás... Cuanto escribí dictdmelo inquietante la idea, y el ansia de armonía hizo en mi 10 demás.

(Credo) En 1950 ve la luz Trópico amargo. La alta crítica acompaña con su juicioso aplauso, la perenne soledad de Mercedes Negrón Muñoz. 'Su pueblo, en el desconocido hermano, se le acerca para hacerle inmensa compañía a su par de quimeras destrozadas: Inepta para dar ecos diversos al saber que me halague o que me riña, escribo a veces por aquella niña que llord un día al escuchar mis versQs. y por aquel desconocido hermano .-lector de Pardo Adonis- que una tarde me halló en la via, y me extendió la mano, balbuceó un poco... y se alejó cobarde. ¡Ay, la emoción de aquella voz quebrada

por la crueldad de siglos, todavia la llevo a mi memoria encadenada como el mejor tributo a mi poesía!

(Credo) He aquí, pues, lo que mejor podemos hacer en esta noche de homenaje como tributo grato a nuestra Clara: emoción, primera forma de conocimiento, único- criterio ~a estas palabras. No venimos aquí para con el saber halagarla o reñirla; 10 primero, mereciéndolo, no le agradaría; lo segundo, sería totalmente inmerecido. (<<Acaso al deponer en estos momentos la toga doctoral con que tú nos conoces-, yo diría a Clara, «aparezcamos frente a ti casi desconocidos, y así con el «desconocido her51


manolO, ofrecerte también nuestra emoción, no para quitarle a él el premio de tu verso testigo de tu entusiasmo, sino acaso para merecer que tú nos digas: «Acepto este tributo a mi poesía,,; y aceptes también la alegre compañía de este nuevo aplauso.) EL MAR DE LOS SENTIDOS Vamos a entrar en el mundo poético de Clara por el ancho mar de los sentidos. Para el marullo rumoroso de profundidades, llevemos flamboyanes de sangre, y hagamos esta entrega una noche de luna, luna llena. Albergaremos la regia borrachera bajo la preciosa manta musical de coquíes, y allí adormecidos con su flauta de oro, panteísta, con su vino raro, nos sorprenderá esta otra Clara sarcástica y grandiosa, para cambiamos el paraíso artificial del sueño y del ensueño, en pesadilla taumatúrgica, y vernos, de repente, pobres seres, cubiertos en este' trópico amargo con un «verde sudario de coquíeslO. Todo tiene su precio. Sigamos esa ruta' mágica que nos abre «el candelabro erran· te de sus eucubanos", y ¿qúé importa que su tenue luz desemboque en procesión funeral donde ellos sólo juegan el tétrico papel de «vagabundos cirioslO, y nosotros, tal vez, los enterrados? ¡Qué mar, señores! ¡Qué mar de los sentidos! ¡En esto fue en Puerto Rico la única y primera! Por la vista penetra con sus luces y sombras, sus colores, oros pálidos, lunas llenas, sangre hecha rubí con el brillo de estrellas. Por el tacto nos ata a su carne de nube y a sus sedas. Por el oído, oímos sus violines, su arpa, sus sonidos, sus sílabas. Por el olfato somos dueños de crisantemos y de rosas, dueños de su perfume en alhelies. Por el sabor gustamos de un licor tan sumamente suyo. ¿ Qué importa que en este Rubaiyat el dedo de repente escriba hiel, veneno, sílaba de lamento, miasma, éter, epitafio, tumba? Lección moral que cabe tanto en la poesía como en la 'Vida. Y además entronca dentro de nuestra tradición hispánica con aquella Tragicomedia de Caluto y Melibea con la Epístola Moral a Fabio, y ya en pleno Siglo de Oro, con el Quevedo de:

cional, intelectual, lingüístico al lector y al poeta_ Difícil vida. lograda estética... Vida que desemboca en muerte, amor en olvido. pasión en deslealtad, compañía en soledad, juventud en vejez, primavera en invierno, espuma en lodo. llamarada en ceni-· za, exaltación en abatimiento, fortuna en miseria, claridad en sombra, verdad en mentira. ¿Que así es la vida? Sí, pero ¿quién aquí lo ha dicho mejor, lo ha sentido más angustiosamente, y 10 ha dejado.como ofrenda a la patria, eternizado? ¿Quién ha sido si no ella, ese «oculto caqui despavorido»? ¿Quién, sino es ella, con dos adjetivos como dos ejes contradictorios, enmarca ese «caqui» que está oculto y, sin embargo, al mismo tiempo, vemos moverse «despavorido», presa del temor, del pavor. Esta es Mercedes, y además es Clara: de ahí el acierto, porque en poesía lo que no sea -auténticoperece. Atrás queda la voz de las demás. Atrás quedan, por ejemplo, los ecos de Delmira, la desmesurada ansia de un amor sobrehumano que busca un cara· zón imposible de estatua para estrellar su voluntad contra un latido perfecto que no se puede hallar, y en Clara sería un ansia de «amante extrasexual y supercósmico». Esa estirpe uruguaya «sublimemente loca", en Clara bajará para alzar al gusano,. no para perpetuar esta locura, nutriendo la simiente: Que tapiada mi boca, enclavada mi mano, le llevaré en prestigio al hambre del gusano la cola de mi estirpe tendida por la caja... (Orgullo) y atrás quedó Gabriela con su mole de pena, alzada como cruz que la redime; atrás aquellos celos. y miedos y egoísmos, revelados en los Sonetos de la

muerte que para siempre grabaron su nombre en los frisos inmortales de la historia literaria. En Clara. ya sin resignación religiosa, pero sí con auténtica y honda meditación: ¡Porque no amara a otra, que ni a mí misma amara! ¡Que la tierra por siempre sus brazos desquiciara! ¡Ay, sr no despertara! (Lullaby Mayor)

¡polvo será, mas polvo enamorado!

CONTRASTE El enorme contraste entre la alegría y la tristeza, ejemplifica una constante en el estilo de esta lírica. Contraste en las ideas, y por ello, en la lengua; contraste de una especial manera de ser que informa un pensamiento bifurcado dolorosamente hacia dos rutas completamente irreconciliables. Dos ejes que someten a un constante ir y venir emo-

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¿Por qué ese deseo de que erel sueño de la vida con la muerte se expandalO? ¡Ah, lo dijo Gabriela! Porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna baiard a disputarme tu puñado de huesos. (Gabriela Mistral - Soneto 1) y los dedos de Juana, sembrados en la tierra crarañando las sombras estrujadas y prietas», dan paso a los dedos-estrellas de nuestra Clara, que en la noche:


... arañaratt el lodo por raspar fuegos fatuos de tus huesos

(Nocturnos «Del amor y la muerte..) y el alma-cuerpo recobrada en tallo que se asoma a la tierra a contemplar «la lámpara salvaje de los ocasos nuevos» (porque Juana se resiste a <lesaparecer como testigo clave de la luz), será en Clara del Trópico, sangre de flamboyanes bajo un rayo de luna. Su alma, asida siempre al cuerpo, se incendia con afanes.

y se prende a los rojos potentes flamboyanes

(Angustia) .Ha de exclamar: ¡Oh, trópico! ¡Deja siempre bajo la luna al flamboydn! (Nocturno. Trópico)

.Porque a la luz no es precisamente a lo que aspi.ra eternamente Clara. Para su pena, sombras: ¡Mis ojos quiéren sombra! ¡Mis ojos quieren resplandor! Mi pena quiere alfombra y cortinaje negro... (Pardo Adonis)

.su pena arranca de la pérdida de la juventud; Cia· ra se apega al amor: como último símbolo, causa j ' efecto, de esa primavera arrebatada. Por eso se encuentra en su poesía la imagen de una Clara sembrada, toda ella envuelta en tierra: Tierra rebelde de donde el otoño casi no puede echar la primavera.

.Luego no será sólo el otoño, será el invierno, será la muerte la que casi no pueda desterrar la vida. Pero las leyes de ésta, inexorablemente se irán imponiendo poco a poco. Surgirá entonces en el últi· mo poema de 'Trópico amargo, aquel segundo «soneto de lo irreparablel>, dedicado a su cuerpo. La vegetal contextura del árbol se epvidia; parece abe surdo, injusto, increíble que un árbol, un mero ár.b ol, pueda durar más que el cuerpo del poeta: ¡Ah, si fuera posible el milagro perenne del drbol que se seca y retoña en verdor, en esa arcilla tuya, y tornaras indemne a ser como en la hora del aroma y la flor...!

Nótese que la aspiración no es sólo a volver a vivir; la aspiración es a vivir la juventud, «la hora ·del aroma ry la florl>. La angustia prende en el .ánimo cuando se palpa ~a contradicción de que estamos hechos. Mientras la carne dice, tiene sino .de rosas, vida frágil de ilusión y perfume, ry luego, la muda quietud de cosas destmidas, el alma tiene sino de hiedra,

...cuando el otoño hiere sigue como fantasma impregnada en la piedra.

(Dobles) Cuesta mucho 'Someter el alma con sus eternas inquietudes a las terribles vicisitudes de la carne. El alma de Clara no conoce más que la primavera. El cuerpo se va por el camino sin nosotros, como un esclavo que obedece a otro dueño. Y nos quedamos, nosotros-alma '1lamando inconsolablemente al cuerpo que no responderá a la llamada. Su obra, como una sonata valleinclanesca, agrupa ,las cuatro estaciones: primavera, estío, otoño e invierno. Acudimos a cuatro paisajes del alma; a un concierto en cuatro tiempos trenzados. La primavera, con su alegría, su ilusión, su promesa, su estreno de amor, de risa, de belleza, de mimos. Casi, casi como jugando a todo, en un mundo que no podía durar de tan perfecto. Luego, el estío, con su madurez, y plenitud, y sobria satisfacción. La hora responsable de todo hombre en que se sabe que se ha perdido mucho y se aprovecha lo que aún no se ha perdido. La uva no está exhausta todavía, guarda aún maravilla. (Véase su poema Yo). Dirá: ¡qué de extraño que al ritmo de los prados ondule en suave paz mi corazón!

El último esplendor, el magnífico ocaso que semeja el amanecer, irrumpe con 'los últimos sueños posibles a pesar de la pesada carga de recuerdos, de desHusiones, de lecciones, de sospechas, de duo das. Este es también un doloroso callejón sin salida. Hacia atrás no puede volverse el poeta, la pérdida es irremediable, y además, tal vez, duela mucho revivir el pasado; 'hacia mañana, mejor es no volver la faz. ClMañana será otro díal> ha pasado a ser un pensamiento insoportable. Ayer todo problema, toda desilusión, toda ansiedad podía remediarse con el consuelo de un mañana mejor. En atona es mejor no pensar en el invierno; ya llegará. ¡Del amor ya no se espera mucho! (Véase Arras). y esta cita: . Es mi puro presente el que te dono. Tú frívolo, yo frívola... So:v tu igual camarada. ¡No has de quitarme todo para dejarme nada!

Pero el cálculo, éste ir sobre seguro, apaga la ale· gr,ía. de las últimas ilusiones. Ser camarada es ,no ser amada; y en el amor siempre se recibe mucho menos de lo que se da. El tedio ·hace su obligada visita al instinto. Y en el amor físico hay ya un no sé qué.de menoscabo. Va poco a poco triunfando la nostalgia, la pesadumbre, el arrepentimiento. Se desemboca en ese deo inviernol> tan temido. No queda absolutamente nada, ni siquiera el presente que es todo lo que tenía el esplendor del otoño. Silencio y soledad, todo ha escapado y no se sabe

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a dónde. Un enorme vacío apaga el horizonte. Que· da sólo la aceptación del sueño. Es también el ciclo completo que recorre el amor, desde el encuentro hasta el olvido, con sus altos y bajos, descendentes hacia el final. y cuando llegue el sueño ¡duerme con el olvido de la bestia rendida ...! Se pasa revista al ayer, y como resumen de la vida, dice Clara, con sinceridad absoluta: ¿Y yo? .. Yo 10 he tenido todo, de la gloria a la herida.

tendrán un eco tropical en la poesía de Clara. Su. ánimo, también como -la Storni, ansia soledad; escapar de la turba, de todo O}O inferior y mediocre~ de apagar ~u estridente presencia: ¡Sueño de recibir tenue. apagado, el eco de las gentes y de las cosas!

Porque: Voz ni verso de amor tu angustia salda cuando el mundo soez cuenta a tu espalda las monedas de oro de su precio.

...................................................................................

(Trazos del vivir sombrío)

Yo estoy plena y vada de nada, como la vida.

(Perdón) Hay sospecha que si se tuviera otra oportunidad de vivir, se viviría la 'Vida de otra manera: ¡Volvar a revivir, fuerte, dura y fornida, y caminar atlética y autómata la vida! ¡Ay, sólo quisiera vivir las mismas cosas de distinta manera!

y concluye ese poema, Letanía egoísta, con ese brus· ca cambio en que era maestra Alfonsina Storni: ¡Mirar el mundo todo como brusca humorada, y, a cambio de su nada, darle también mi nada! La agudeza, el ingenio, el rápido desenlace epigramático de ironía y desdén de Alfonsina, se recoge en Clara, descartando lo que para ella no podía. servir por la gran distancia entre sus personalidades. Muy en particular, por ejemplo, podríamos apuntar la actitud ante el hombre. El poema de Clara titulado Perdón, en donde expresa: «Tú no me comprendías, ¿qué te asombra?» está siglos de -luz en 'distancia psíquica de aquellos versos de Hombre pequeñito: Digo pequeñito, porque no me entiendes, ni me entenderds.

Pero hay, ¿qué duda cabe?, grandes y fuertes tan· gencias, que surgen de ciertas afinidades emoti· vas. 'En Clara, hasta vemos esa capacidad de autodemolición que tuvo la 'argentina; ciertas contra· dicciones también de temperamento, reflejadas en el estilo de la poesía de ambas; y 'las dos vierten en sus versos sus desilusiones, sus amores, sus tormentos, sus angustias,.su lamento, y, sobre todo, esa inmensa soledad. punzant~. Aquellas almas cuadradas que reflejan y se reflejan a su vez en sus casas y en sus lágrimas todo cuadrado, la gente que pasa por Buenos Aires ante los ojos azules de :Alfonsina: Ideas en fila .y angula en la espalda

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«La vida es una cueva», dijo una vez Alfonsina, y

Clara en Insolencia: Las cuevas de la muerte y de la vida. y es que esa inquietud nerviosa que en la argenti-'

na la hace confesar: Se me tornan los nervios hilos electrizados

la comparte Clara, y la confiesa también: Pero tú, Clara Lair, fibras en vilo: A ti te punza todo leve filo y te fustiga todo ruido recio...

(Trazos del vivir sombrfo) Hay otro punto de común sensibilidad, comparten también ,la admiración ante la fuerza del hombre; casi un culto, aun en ,la -metáfora coinciden: el pecho es piedra, y el hombro prepotente. Sienten el contraste de su 'Personal suavidad femenina contra el pétreo físico masculino. En Clara, la mujer es rosa y hiedra, hiedra que se enmaraña y. se adhiere al pecho-hombre: Y tronchada y marchita, cuando el otoño hiere sigue como fantasma impregnada en la piedra.

(Dobles} En Alfonsina: _el pétreo torso desde mi asiento, inexpresiva espio...

(Storni, Uno) Clara se fijará en la anatomía masculina: «Sus al· tos hombros recios-; y Alfonsina escogerá también para enfocar su atención sobre: «los anchos hombros, su 'brazada heroica-o Alfonsina admirará al hombre con cierto resentimiento y hasta envidia. Clara le admi~rá gozosamente, su culto es pagano, no hay recelo ni vergüenza en su reacción. Se acepo


ta plenamente ser mujer. En Alfonsina es una atracción, a pesar... ; una ruta dolorosa. La lección que extrajeron de la vida podrá parecerse en- lo que rtiene de tristeza y de dolor, pero las hazañas en donde se monta la arquitectura d~ sus vidas, trama que nutre y sostiene la poesía, no corren de ningún- modo, paralelas.

beranía; y habrá falsedades para abrirle un infierno. Pero nosotros, los responsables, respetaremos siempre su altivez y su orgullo, su voluntad y su diferencia. La dejaremos ver las cosas a su lnodo; porque ésta fue nuestra fortuna inmensa.

El escuálido río que es como mis hazañas cintajo de rumores encerrado en montañas.

Hubiera 'Sido fácil a ella ser igual a todos los de· más, pero, su inmensa y honda diferencia la obligó a ser poeta. Queremos contestarle en esta noche la inquietante pregunta:

Ha dicho Clara, y con ello pone e impone, como debe de ser, silencio sobre su vida. ¡Que no hay derecho nunca a violar la humanidad del poeta! y no porque sea grande en la dádiva que entrega a su pueblo y al mundo. pueden los que reciben ser menos generosos. Habrá siempre aquel pobre de alma que no sepa respetar esa montaña que puso siempre Mercedes Negrón Muñoz entre ella y su poesía, porque hizo arte; y entre éstas y el mundo. porque era un ser humanisimo. Y habrá leyenda y mito para llenar con algo sus silencios y acercarla a aquéllos que no pueden subir al alto cielo de la poesía donde ella ejerce plena so·

mientras la turba pasa compacta a su destino...

por qué TIa de estar mi mano orlada en la cadena de darle ritmo y gracia al grito de la pena.

Porque el destino colectivo de la patria reclamaba este destino tuyo excepcional. Clara, aquí en tu trópico amargo, nadie está más segura de permanencia que tú. los trazos de tu pluma serán puros y tersos cuando ya sean tus manos abono de palmeras ...

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Bibliografia puertorriqueña 1966

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nafoux, Salvador Brau. F. Manrique Cabrera, Maria Cadilla de Martfnez, Nemesio Canales, Cayetano Coll y Toste, Antonio Cortón, José A'. Daubón, José de Diego, J. I. de Diego Padró, Abelardo Díaz Al faro. Ester Feliciano Mendoza, Edwin Figueroa, José L. González, Eugenio M. de Hostos, Enrique A. Laguerre, Washington L1oréns. René Marqués, Concha Meléndez, Miguel Me· léndez Muñoz, Luis Palés Matos, Antonio S. Pedreira, Monelisa Pérez-Marchand. C. Rosa·Nieves, Rubén del Rosario. Pedro J. Soto. Alejandro Tapia y Rivera, Sal· vador Tió. Nilita Vientós Gastón, Manuel Zeno Gandfa.

AGRAIT, Tomás:' Juan Sanabria Rodríguez (Nico) y La ceiba de la libertad: San Germán, P. R., 13 págs. El primer trabajo es un "perfil biográfico y juicio ·crítico" de la obra de Sanabria Rodríguez (1866-1927) como poeta y músico; el segundo es un "relato his· tórico".

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ARRIVf, Francisco: Arerto mayor. San Juan. Instituto de Cultura Puertornqueña. 324 págs. El autor se ocupa en una serie de trabajos, de "la trayectoria de un teatro nacional según repercute en el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1956, fecha desde la cual se le ampara y se lucha por él". hasta la creación y desarrollo de los Festivales de Teatro Puertorriqueño. Como apéndices figuran dos trabajos de Emilio S. Belaval y Piri Fernández de Lewis y el Proyecto para el Fomento de las Artes Teatrales. ASOCIACIÓN PRO MUSEO HISTÓRICO DE PUERTO RICO: Album de Amalia Paoli, 56 págs. Precedido de una relación de la historia de la Asociación y de la biografía de Amalia Paoli, por Angela Negrón Muñoz. Reproducción facsimilar del álbum de autógrafos de la cantante puertorriqueña nacida en el segundo tercio del siglo XIX. hermana del tenor Antonio Paoli. Figuran, entre otros, autógrafos de: Baldorioty de Castro, Ramón Marín, Manuel Corchado, José J. Acosta, Manuel Elzaburu, Manuel Fernández Juncos. José A. Negrón Sanjurjo, Luis Muñoz Rivera. Lola Rodrfguez de Tió. ATENEO PUETORRIQUEÑO: Nonagésimo aniversario. Puer· to Rico. Junio de 1966, s. p. Además del programa de actos y lista de presiden· tes de la institución, contiene el trabajo: "Algunos certámenes del Ateneo Puertorriqueño, 1877-1965", por An· tonio Paniagua Picaza. AyoROA SANTALlZ, José Enrique: PavesCl5 en tiempo ltonda. Ponce, 1966, 65 págs.; prólogo de Hugo Vázquez y Almazán. Primer poemario del joven abogado ponceño, nacido en 1939.


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Edición que incluye los cuatro volúmenes enumerados en la ficha anterior, juntados en un solo tomo. Figuran entre las realizaciones de fndole 'permanenteefectuadas por el Instituto de Cultura dúrante el· año del centenario del patricio.

D,(VILA, Angela Maria, y LIMA, José María: Homenaje al ombligo (Poemas y dibujos). Puerto Rico. Talleres Gráficos Interamericanos, 95 págs. Obra c.onjunta en que se alternan poemas y dibujos de ambos jóvenes poetas y artistas.

qui; la vergüenza del siglo; Independencia frente al neocolonialismo; La revolución se hard..

la plaza de Puerto Cabello.

DEMAR, Carmen: Lucideses de angustia. Barcelona. Ediciones Rumbos, 112 págs. Proemio de José S. Alegría. Al final del poemario figuran Algunas opiniones acerca del poemario "Alturas del Silencio", libro ano terior de la autora. DE INSTRUCCIÓN PtlBLICA: Puerto Rico y su historia. Lecturas escogidas. Volumen 11. Con-

DEPARTAMENTO

quista y. Civilización. Estado Ubre Asociado de Puerto Rico. Departamento de Instrucción Pública. División de Currículo, 102 págs. Colección de crónicas, ensayos, piezas literarias y otros documentos "de significada importancia para el entendimiento de nuestra historia". Recopilada pOr los doctores Eugenio Fernández Méndez y Arturo Santana. La serie constará de cinco volúmenes. - - - : Tema!; lingülsticos (Guía para el Maestro). Estado Ubre Asociado de Puerto Rico. Editorial del Departamento- de Instrucción Pública, 121 páginas; prólogo, selección y glosario, por Armando Torres León. Contiene selecciones de Pedro Salinas, Mario A. Pei, Ramón Menéndez Pidal, Amado Alonso, Angel Rosenblat y Rubén del Rosario. DfAz MEsóN, Juan (Monseñor): Escúchame. Pórtico de Arturo Gómez Costa. San Juan, 188 págs. La primera parte contiene trabajos en prosa, entre ellos algunos dedicados a autores puertorriqueños, como Pedro Bernaola, padre Juan Vicente Rafael, Josefina Guevara Castañeira y Ernesto J. Fonfrfas; la segunda parte es en verso. DfAz VALCÁRCEL, Emilio: El hombre que trabajó el lu· nes. México. Alacena. Ediciones Era, 144 págs. Nueva colección de cuentos por el autor de El Asedio (1958) y Proceso en diciembre (1963). DIEGO, José de: Jovillos (Coplas de estud;.ante). Prólogo de Concha Meléndez. San Juan. Edit.orial Cor dillera, 142 págs. - Pomarrosas: Prólogo de Con· cha Meléndez. San Juan. Editorial Cordillera, 201 páginas. - Cantos de rebeldía: Prólogo de Concita Meléndez. San Juan. Editorial Cordillera, 153 ])á· ginas. - Cantos de pitirre: Prólogo de Concha Meléndez. San Juan. Editorial Cordillera, 114 págs. Edición conmemorativa del centenario Jel poeta. Los prólogos son tomados de la conferencia "Tiempos en la poesfa de José de Diego", que la doctora Meléndez preparó para el Circulo de Estudiantes Agua· dillanos. Uevan los titulas: Tiempo de Jovillos (18861890); Tiempo de Pomarrosas (1885-1904); Tiempo de rebeldía (l916); Tiempo de las pardbolas. - - - : Obras Comaletas. Poesfa. Tomo l. San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 550 págs.; prólogo de Concha Meléndez. 58

ENAMORADO CUESTA, José: El imperialismo yanqui y la revolución en el Caribe. Segunda edición. San Juan. Talleres Gráficos Interamericanos, 254 págs. La primera edición es de 1936. La nueva lleva cuatro capftulos adicionales al principio: La invasión yan-

FLEMING, William: Artes e ideas. Tomo l. Holt, Ri· nehart and Winston y la Editorial Universitaria,. 323 págs. Edición revisada. Versión española por Etbel Ríos de Betancourt y Esteban Tollinchi; editor: George N. Aityeh. Obra sobre historia del arte para uso de los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico. FONFRtAS, Ernesto Juan: Razón del idioma español etr Puerto Rico. San Juan. Universidad de Puerto Rico. Editorial Universitaria, 89 págs.; pr610go de Augus-· to Malaret. Contiene dos ensayos: "Mística y realidad del lenguaje", pronunciado en 1963 en Nueva York, cuando el autor fue seleccionado Ciudadano del Año; y "Geo. grafía, voz y espíritu de Puerto Rico en el idioma español", tesis presentada ante el Cuarto Congresode Academias en Buenos Aires en 1964, como miembro de la Academia Puertorriqueña de la Lengua. FORTAS, Abe: A Mission for Puerto Rico. Washington, D. C., Office of the Commonwealth of PuertoRico, 6 págs. Puerto Rico BookIets. N.o 4. Es el discurso pronunciado :por el Juez del Tribunal Supremo de Estados Umdos como represen-" tante del presidente Johnson en las ceremomas del Dfa de la Constitución, 25 de julio de 1966, en Sao Juan. FRANCO OPPBNHEIMBR, Félix: Estas cosas asl fuerotr (Poemas). Puerto Rico~ Editorial Yaurel, 69' págs. El propio J,oeta diseñó y elaboró este volumen,. en la TipograI1a Porvenir de Río. Piedras. FRBIRE, Joaqufn: Presencia de Puerto Rico en la historia de Cuba. (Una aportación al estudio de la historia antillana). San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 212 págs. Estudia las contribuciones puertorriqueñas a la vida cubana, incluyendo, entre otras, las figuras deJuan Rius Rivera, Lola Rodrf~ez de Tió, Paclún Marfn, Betances, Hostos, De Diego y otros. El autor es cubano, adscrito al Departamento de Instrucción Pública de Puerto Rico. : Próceres puertorriqueños. Tomo l. San Juan. Estado Ubre Asociado de Puerto Rico. Departa· mento de Instrucción Pública, 177 págs. "Incluye trabajos tomados del Semanario Escuela sobre: Hostos, Baldorioty de Castro, Ramón Marfn Solá, Segundo Ruiz Belvis, Rafael Cordero, Ram6n' Power, Alejandro Tapia y Rivera. GARctA MARTtNEz, Alfonso l.: Forma de las leyes. Con·

sideraciones sobre el uso de los vocablos ATtlcu1O' y Sección en nuestras leyes y sobre otros temas relacionados. Colegio de Abogados de Puerto Rico, págs. 202-208.

Es un sobretiro de un articulo aparecido en la" Revista del Colegio de Abogados de Puerto Rico. Va-lumen 26. Número 3.


-GARDóN, Marprita: La alondra se fue con la tarde. Tres cánticos en la aurora. San Juan. Ediciones Juan Ponce de León, 68 págs.; prólogo de Jorge Luis Morales. Primer poemario, dividido en tres partes: Lloraron los lirios blancos (exaltación de valores humanos y paisajes puertorriqueños): En lo alto de la montaña el yagrumo (exaltación del símbolo del yagrumo): Una jlor de caridad (nota intensamente lirica).

HBRNÁNDEZ, José P. H.: Obra poética, con un estudio biográfico-crítico de Manuel Siaca Rivera. San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 396 págs.; segunda edición. Se publica en un solo volumen la edición en tres volúmenes que hizo la Editorial Coqui en 1965. In· cluye los libros "Coplas de la Vereda", "El Ultimo Combate" y "Cantos de la Sierra", y poemas no recogidos del poeta, nacido en 1892 y muerto en 1922.

~BIER.NO DE

HERmNDEZ

LA

CAPITAL

(MUNICIPIO. OH

SAN

JUAN):

Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico, 173()..1750. Publicación oficial del Gobierno de la capital, 367 pá~s.: presentación por Felisa R.

de Gautier, admimstradora de la capital: prólogo por F. M. Zeno, historiador de la capital. Técnica de la modernización, por Aida R. Caro Costas y Luis M. Rodríguez Morales. - Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico; 1767·1771, 1965, 277 págs.; presentación por Catalina Palerm, secretaria municIpal. - Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico, 1774-1777, 328 págs; transcripción, redacci6n de notas marginales, índi· ces y revisi6n del trabajo de imprenta por Aida R. Caro de Delgado. - Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico, 1777-1781, 220 págs.: transcripción, etcétera, por Afda Caro de Delgado. - Ac·

tas del Cabildo' de San. Juan Bautista de Puerto Rico, 1781-1785, 227 págs.; transcripción, etc., por Aida Caro de Delgado. Anterionnente se habian publicado dos volúmenes .de estas actas: las de 1751·1760, publicadas en 1950, :y las de 1761.1767, publicadas en 1954. También, en conjunci6n con el Instituto de Cultura Puertorriqueña, se public6 en 1965 la obra "El Cabildo o Régimen Municipal Puertorriqueño en el siglo XVIII" (Tomo l. 'Organización y Funcionamiento), por Afda R. Caro de Delgado.

-GoNúLEZ, Antonio Juan: La economia y el status po. titico. Sobretiro de la Revista de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. Vol. X, núm. 1, 49 páginas. Ciclo de tres conferencias dictadas en el Aleneo Puertorriqueño en octubre de 1965.

Carmela. (Novela puertorriqueña). Tercera edici6n. San Juan. Editorial Coqui. Ediciones Borinquen, 122 págs.: nota introductoria por Emilio M. Colón. Tercera edición de la novela publicada originalmen· te en 1903 y luego en 1925. Se corunemora el centena· rio de este ilustre escritor puertorriqueño (1866-1938) ~njuntamente con "Matías González Garda: Vida y -Obra", de Concepci6n Cuevas de Marcano (v.). -<JoNÚlJ!Z GARdA, Matfas:

<iUEVARA CAST~BIRA,

Josefina: Los encadenados (novela). San Juan, 233 págs.; introducci6n por Luis Manuel Morales, M. D.; ilustraci6n de la portada por Félix Bonilla Norat. La novela se desarrolla alrededor del tema de los .adictos a las drogas narc6ticas en Puerto Rico. Al final, un _glosario con la jerga de los traficantes y .adictos. . -GUI~,: Rosario: Gotas de rocio. San Juan, Puerto

Rico, 217 págs. . La autora recopila aqui un escogido de las columnas que ha venido publicando en el suplemento sao ba~o del periódico El Mundo. HANNAu, Hans W.: Puerto Rico. Munich, Germany. An· dermann Publishers, 60 págs. La obra, en inglés, es parte de la serie Panorama Books. Contiene informacion sobre Puerto Rico y viene ilustrada con 30 láminas fotográficas a color.

AOUlNo, Luis: Nuestra aventura literariD (Los Ismos en la poesEa puertorriqueña: 1913-1948).

Segunda edici6n. San Juan. Universidad de Puerto Rico. Ediciones La Torre, 268 págs. Incluye los capitulos: Pancalismo y panedismo; Diepalismo y euforismo; Evaristo Ribera Chevremont y el vanguardismo: Noismo; El atalayismo; Integra· lismo y trascendentalismo; Conclusiones; Antología; Manifiestos y documentos. - - - : Poetas de Lares. AntologEa. Selecci6n V prólogo de Luis Hemández Aquino. Instituto de Cul· tura Puertorriqueña y Centro Cultural de Lares, 123 páginas. . Incluye a los poetas: Francisco Acevedo Herná.Jl.. dez, Jesús M. Quiñones, Antonio Coll ~ Vidal, Antonio Oliver Frau, Lucia T. de Bermúdez, Bienvenido Varo gas Hemández, Samuel Lugo, Jesús D. Rodriguez Torres, Clemente Soto Vélez, Francisco Lamourt Segarra, L. Hemández Aquino, Gaspar Gerena' Bras, Obdulio Bauzá, José Parilliticci, F. MatosPaoli, Luis A. Maceira, GuiUermo Bauzá, Juan M. González Olmo.

Hosros, Adolfo de: Historia de San Juan: Ciudad Mu· rada. San Juan. Instituto de Cultura Puertorri· queña, 590 págs•. Es una segunda edición de la obra publicada. lleva el subtítulo: Ensayo acerca del proceso de la

en la ciudad española de San Juan Bau· tista de Puerto Rico (1521·1898).

civili~ación

PUERTORRIOtJBlh: Fiestas y coso tumbres de Puerto Rico. (Una selecci6n de la prosa

INSTITUTO DE CULTURA

costumbrista del siglo XIX. San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 48 págs.; ilustraciones de Carlos Maricha1; colección "Libros del Pueblo". Número 1. Con esta antología empieza el Instituto. su serie "Libros del Pueblo", la cual, "de un carácter aún más difusivo que nuestra 'Serie Popular', llevará al pueblo gratuitamente en forma de folletos, monografías sobre temas de interés general y trabajos de literatos puertorriqueños del pasado y del presente". - - - : Ocho cuentos de Puerto Rico. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 48 págs.; ilustraciones de Carlos Marichal; "Ubros del Pueblo". Núm. 4. Incluye cuentos de Emilio S. Belaval, Abelardo Dfaz Alfaro, Tomás Blanco, José Luis González, Emi· lio Díaz Valcárcel, René Marqués, Pedro Juan Soto y Edwin Figueroa• - - - : Die~ poetas puertorriqueños. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 40 pá.gs.: "Libros del Pueblo". Número 2. Incluye poemas de lloréns Torres, Palés Matos, Julia de Burgos, Ribera Chevremont, Muñoz Rivera, José de Diego, VicIarte, Clara !.air, Gautier Benftez y Lola Rodríguez de Tió. Ilustraciones de Homar, Tufi· ño, Torres Martin6, Marichal, Augusto Marin, Samuel Sánchez y Alfonso Arana. JIMmmz DE BABz, Yvette: Julia de Burgos: Vida y poesfa. San Juan. ~ditorial.Coqui. Edi~.ones Bo-

rinquen, 210 págs.; mtrodUCClón por Emilio M. CoIón, editor.

S9


Primer libro que estudia la vida y tisa puertorriqueña nacida en 1917 y mente en Nueva York en 1953. Tesis partamento de Estudios Hispánicos dad de Puerto Rico. :

obra de la poe· muerta trágica. sometida al Dede la Universi·

KAIDEN, Nina; Soro, Pedro Juan,' y VLADIMIR, Andrew (Editores): Puerto Rico: La nueva vida: The New Life. New York. Renaissance Editions, s. p.; prólogo por Ricardo E. Alegria. Colección de reproducciones de pinturas y de tex· tos literarios de algunos de los principales pintores y escritores del Puerto Rico contemporáneo. Patrocina· na por la Housing Investment Corp. LBwIS, Oscar: La vida: A Puerto Rican Family in the Culture of Poverty: San Juan and New York. New York. Random House, 669 págs. Este estudio antropológico sobre una familia puer· torriqueña en la cultura de la pobreza obtuvo el Pre· mio Nacional del Libro (National Book Award) del año 1966, en la categoría "Ciencia, Filosofia y Reli· gión". LdpEZ DE VICTORIA y FERNANDEZ, Magda: Clarinadas en tiempos de mi isla. Poemas. Granada. Gráficas del Sur, 150 págs. La poetisa puertorriqueña dedica el libro a cantar a Puerto Rico y España. MALDONADO DENts, Manuel: Don Pedro Albizu Campos (1891-1965), o El sacrificio del valor y el valor del sacrificio. Sobretiro de Cuadernos Americanos. Nú' mero 1. Enero-febrero de 1966, 38 págs. Dividido en tres partes: Un breve exordio; Vida, pasión y muerte de Pedro Albizu Campos; El ideario de Albizu Campos y su significación para la lucha por la independencia de nuestra América. MARIN, Rosa Celeste (Editora): Compilación de casos administrativos. Río Piedras. Universidad de Puerto Rico. Editorial Universitaria, 107 págs.; obra pa· trocinada por la Escuela de Trabajo Social. "La ,Presente compilación de casos administrati· vos -dice la autora- representa un primer intento de coleccionar situaciones que escenifiquen el buen y mal uso de las técnicas de planificaCIón, organización, dirección, coordinación y control dentro del método propiciatorio de la administración de agencias de bienestar social." MARl1N, José Luis: La poesía de José Eusebio Caro. Contribución estilfstica al estudio del romanticis· mo hispanoamericano. Bogotá. Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, XXII, 510 págs. El autor puertorriqueño, catedrático de la Universidad Interamericana, analiza la poesta del poeta roméntico colombiano. MARl1NEz Avum, Emiliano: En la tierra de nadie. San Juan. Cooperativa de Artes Gráficas Romualdo Real, 316 págs. "Recopilo en este libro -dice el autor- una buena parte de mi prosa de combate durante los cuaren· ta años de mi mejor vida dados a la poUtica parti. dista." MELóN PORTALAl1N, Esther: Pablo Morales Cabrera: Vida y obra. San Juan. Editorial Caqui. Ediciones Borlnquen, 145 págs. . Se publica conjuntamente con las obras "Cuentos criollos" y "Cuentos ~opulares", de Morales Cabreo ra (v.) en su centenano. La obra, tesis de maestría, está dividida en las siguientes partes: Vida y momen· 60

to histórico de Pablo Morales Cabrera; Morales Chbrera, periodista; Algunas obras de Moralel¡ Cabrera; Los cuentos de Morales Cabrera; Estilo. MORALES CABRERA, Pablo: Cuentos criollos. San Juan. Editorial Caqui. Ediciones Borinquen, 170 págs.; introducción por Emilio M. Colón. - Cuentos populares: San Juan. Editorial Coqui. EdiciQnes Barinquen, 165 págs.; sexta edición. En el centenario de Morales Cabrera la Editorial Coquí publica sus dos principales obras. La primera edición de "Cuentos criollos" es de 1925; la primera de "Cuentos populares" es de 1914. MORALES OTERO, Pablo: José Pablo Morales: Apuntes biogrdficos. San Juan. Editorial Coquí, 15 págs. Breve biografia del periodista y poUtico puertorri· queño (1828-1882), escrita por su nieto. MORÁN, Robertn E.: Lecturas sobre la educación del retardado mental y otros te,mas. Rfo Piedras. Universidad de Puerto Rico. Editorial Universitaria, 268 páginas. Libro de método dirigido a los maestros de los niños retardados. MOUNIER ROMAN, Rafael: Sofía. Barcelona. Ediciones Rumbos, 151 págs. . La primera parte contiene poemas del autor. La segunda es una antología de 29 sonetos con retruécano, de diversos poetas de habla hispana. Mu~oz,

Maria Luisa, y PálEZ DE MámEZ PEÑATE. Isis: Mis primeras canciones (Guia para kindergarten). Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Editorial del Departamento de Instrucción Pública, 51 págs.; Antonio Salcedo, copista; introducción por Carmen Alicia Cadilla de Ruibal. Un cancionero escrito expresamente para los niños de kindergarten de Puerto Rico. MUÑoz, María Luisa: La música en Puerto Rico. Panarama nistórico-cultural. Sharon, Conn., The Troutman Press. Número 3 de la serie Puerto Rico: Rea· lidad y Anhelo, 167 págs.; dibujos por J. A. TorresMartinó. La obra contiene cinco partes: Nuestro panorama indígena; Influencia española;, La cultura africana; El siglo XIX; El siglo xx. NAVARRO TOMAs, Tomás: El español en Puerto Rico. Contribución a l~ geografia lingüística hispanoamericana. Rfo Piedras. Universidad de Puerto Rico. Edi· torial Universitaria, 346 págs. "Los materiales utilizados en el presente estudio -dice el autor en un nuevo prólogo- fueron recogi· dos en 1928. La publicación del libro se retrasó hasta el año 1948. Después de casi otros veinte años vuelve a aparecer sin haber supera~o sus originarias limita· ciones. Sigue siendo en substancia una mera represen· tación geográfica de las diferencias observadas en el habla popular de Puerto Rico, como contribución, según indica el subtítulo, a la geografía lingüística hispanoamericana... NICLAS, Yolla: Pedro Angel, a Boy from Puerto Rico. Commonwealth of Puerto Rico. Department of Edu· catíon Press, s. p. La obra, ilustrada con fotograffas, narra la historia de un niño puertorriqueño en la ciudad de Nueva York. NIEVES APoNTE, Miguel: La sociedad y la educación (Dos ensayos). Rfo Piedras. Universidad de Puerto Rico. Editorial Universitaria, 84 págs.


Contiene dos trabajos: Parte 1: Bases para las fundamentaciones sociales de la educación. Parte II: Fundamentaciones didácticas de los estudios sociales. NtlÑEZ MEúNDEZ, Esteban: Farmacognosia moderna. Materia médica de origen vegetal y animal. Madrid. Imprenta S. M., 299 págs. El autor, catedrático de farmacognosia en la Uni· versidad de Puerto Rico dedica la obra "a la clase médico-farmacéutica" del país, señalando a la vez que' "son escasas las obras de farmacognosia en caste· llano". O'NEILL DE PUMARADA, Celeste: La gramdtica en la transcripción. Sexta edición, impresa en México, 195 pá· ginas (primera parte); 98 págs. (segunda parte). Sexta edición de esta obra pedagó~ca para estudiantes de transcripción. La primera ediCión es de 1957.

Es un manual sobre elJ'uego del dominó en el cual se utiliza algún material el libro de M. Rielo.

RBYES JIMéNEz, Rosa María: Acordes. San Juan. Talleres Tipográficos Impresos Antillanos, s. p. Es el primer libro de poemas de la autora. RIBERA CHEVREMONT, Evaristo: Nueva antologia. Selección de Concha Meléndez; ordenación del autor; prólogo de Luis Antonio Miranda. San Juan. Editorial Cordillera, 152 págs. Incluye obras posteriores a la Antología publicada por la Universidad de Puerto Rico, y que son: Inefable Orilla, Memorial de Arena, Punto Final, El Semblante y Principio de Canto.

ORTIZ GARCtA, Angel L.: La enseñanza de los estudios sociales en la escuela elemental. Objetivos, progra· mas, metodolo~a. Río Piedras. Universidad de Puer· to Rico. Editorlal Universitaria, 103 págs. Trabajo dirigido a los estudiantes del Seminario de Currículo y Enseñanza, del Colegio de Pedagogía.

RIVERA, Modesto: Manuel A. Alonso: su vida_y su obra. San Juan. Editorial Caqui. Ediciones Borinquen, 144 págs.; introducción por Emilio M. Colón. Obra dedicada al autor de El Gibara. Contiene dos partes: La vida y su upresión (Entronque, advenimiento y proyección; Educación; El hombre y su expresión), y La obra: arte, estética y estilo (Estética romántica; La obra y su expresión).

PARTIDO NACIONALISTA DE PUERTO RICO: Manifiesto. El Partido Nacionalista de Puerto Rico .ante la nación uertorriqueña. San Juan. Publicaciones del PNP., 2 páginas. Publicado al cumplirse un año de la muerte de don Pedro Albizu Campos, en abril de 1966.

RIVERA-RIVERA, Pedro José: General Studies as a Preparation for College Work. Commonwealth of Puerto Rico. Department of Education Press, 102 págs. Obra de investigación pedagógica sometida a la Fa· cultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chicago para el grado de Doctor en Filosofía en 1965. '

POLIANA (Seudónimo de Pauta Collazo): Versos del amor amargo. Brooklyn, N. Y., Fancy Press Editors, 71 pá. ginas. La autora, cuyo primer poemario fue Forma Clara (1954), reside en Nueva York.

RODRíGUEZ, César: Bilingual Dictionary of the Graphic .4.rts. Diccionario bilingüe de las artes grdficas. New York. Geotge A. Humphrey, Publisher, 447 págs. Esta edición nueva y revisada de la obra del autor puertorriqueño, ya fenecido, ha. sido revisada y au· mentada por George A. Humphrey, editor de El Arte Tipogrdfico.

f

QUINTERO RAMOS, Angel M.: Moneda y banca (Segunda edición revisada). Con la colaboración de Francisco Sánchez Arán, Carmen Delia Rodríguez de Ortiz, Aquilino Figueroa Ocaña, Norma Colón de Villafañe y Ramón Chinea Padilla. Prólogo de Rafael Picó. San Juan. Ediciones Ponce de León, 664 págs. La primera edición se publicó en dos partes en 1963 y 1964. El autor dirige el Departamento de Finanzas del Colegio de Comercio de la Universidad de Puerto Rico; los colaboradores son miembros de ese departamento. QUIÑONllS-VIZCARRONDO, Samuel René: ¡Vamos, Platero! San Juan. Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 88 páginas; prólogo de Evaristo Ribera Chevremont. Primer poemario del joven autor, cuyo padre, Samuel R. Quiñones -hoy Presidente del Senado-- pu· blicó en esa misma editorial "Temas y Letras", hace veinticinco años. . RAM1REZ DE ARELLANO DE NOLLA, OIga: Cada ola y Escucha mi alma en un canto. San Juan. Ediciones Juan Ponce de León, 75 págs.; Umbral por R. N. P. Contiene dos breves poemarios en un volumen. En el primero, el prologuista ve una proyección de "Mar de Poesía", obra anterior de la poetisa. - - - : Orbe. Poema. San Juan. Ediciones Juan Ponce de León, 51 págs. La obra, que según la autora, "quiere ser una forma de épica moderna", fue premiada en el Certamen de Libros de Poesía del año 1965, del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York. RENGEL ARZUAGA, José: Dominó: Aprenda a jugarlo. San Juan. Cooperativa de Artes Gráficas Romualdo Real, 108 págs.; prólogo por J. C. Villariny.

RODRíGUEZ VILLAFAÑE, Leonardo: Catdlogo de mapas y planos de Puerto.Rico en el Archivo General de In· dias. Municipio de San Juan, 134 págs. El autor recopiló su material cuando asistió en 1961 al Curso de Archivística Hispanoamericana que ofre-

ció el Archivo General de Indias. Aparecen los mapas y planos localizados hasta 1962.

ROMERO, Alfred: La orquesta (Historia >' descripción de los instrumentos). Puerto Rico. Editorial del Departamento de Instrucción Pública, 100 págs. Obra' destinada a las escuelas públicas de Puerto Rico, dentro del programa de Educación Musical. RUSCALLEDA BERCEDONIZ, Jorge María: Posesión de plena permanencia (Sonetos). Aguadilla. Editorial "Los Quijotes", 57 páginas. Primer poemario del joven escritor, natural de Aguadilla. SÁEZ, Antonia: La lectura, arte del lenguaje. Río Piedras. Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 401 páginas. Tercera edición (póstuma) de la obra. Las dos edi· ciones anteriores son de 1948 y 1961. SÁNCHEZ, Luis Rafael: En cuerpo de camisa. Puerto Rico. Ediciones Lugar, 93 págs. Primer conjunto de cuentos del joven dramaturgo, en el que figuran dos premiados: Tiene la noche una raíz, premio de Cuento, Ateneo Puertorriqueño, 1965; y. Memoria de un eclipse, premio de Cuento Asomante (Puerto Rico), y Cuadernos Americanos (París), 1963. 61


1'mRNo GALvAN: Enriquc: La rUJ1idad como resultado. Río Picdras. Universidad de Puerto Rico. Editorial Universitaria. Ediciones La Torre, 106 págs. El escritor espadol señala que la primcra im~resión de este trabajo se hizo en S8lamanca en 1951.

Edición c;special para la Facultad de Estudios Generales. Editorial Universitaria, 329 págs.; introducción por Mariana Robles de Cardona; introducción de secciones por Rafael A. González Torres, Nonna Urrutia dc Campo y Luis Rafael Sánchez.

TODO, Roberto H.: Desfile de Jobemadores de P~rto Rico, 1898-1943. Segunda edición. Madrid. Ediciones Iberoamericanas, S. A., 201 págs. Contiene la historia de los 18 gobernadores que por nombramiento del Presidente de Estados Unidos tuvo Puerto Rico. La primera edición es de 1943.

Incluyc los si¡prlentes autores puertorriqueños: Tomás Blailco, Enrique A. Laguerre, Margat Arce de Váz~ gucz, Ester Feliciano Mendoza, José A. Dávila, Samuel Lugo, José de Diego, Luis Palés Matos, Francisco Ma·. tos Paoli, Evaristo Ribcra Chvremont, Luis Hernández: Aquino, Eugcnio M. de Hostos, M. Jo~ Cacho, Joséde Diego, Félix Franco Oppenheimcr, Juan Martfncz Capó, Laura Gallego, Luis Muñoz Rivera, Jorge Luis Morales y Violeta López Suria.

Jaime: Encuesta sobre el personal que tra· baja en criminologla en Puerto RICO. Río Piedras. .Universidad de Puerto Rico. Facultad de Ciencias Sociales, Centro dc Investigaciones Sociales, Programa d~ Criminología, 43 págs.; prólogo dc Franco Fcrracutl. La encuesta se dirigc a ayudar a proyectar un programa de adiestramiento para personal que trabaje con delincuentes.

TORO CAIJ)ER,

TORRBS DE RoMERO, Conchita: El desempleo en Puerto Rico y sus principales cambios estructurales. 1950 a 1964. Río PIedras. Editorial Universitaria, 132 págs. En el trabajo, adcmás de presentarse los cambios estnlcturales en cl desempleo, se analizan las causas. La autora enseña Economía en la Universidad de Puerto Rico. UNIVERSIDAD DB PuERTO RIco: Antologla de Lecturas (Lecturas dc:l Curso Básico de Español). Vol. 11.

62

V.(zQUBZ CRUZ, Ruperto: Elementos de matemdtica comercial. Río PIedras. Universidad de Pucrto tUco. Editorial Univcrsitaria, 316 págs.; prólogo de Antonio Laberas-Sanz. El autor, catedrático asociado de la Facultad de Administración Comercial, expone como motivación "la inexistencia de un texto apropiado en español ¡nu-a nuestros estudiantes y profesionales". ZIlNo GANDiA, Manuel: La charca. San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña. Serie Biblioteca Popular,_

226 páginas; precedida de un estudio de F. Manrique Cabrera y un apunte biográfico.

Nueva edición de la novela clásica puertorriqueña que con Garduña y El Negocio, forma parte de la trilogía Crónicas de un mundo enfermo. J. M. C.


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