Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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REVISTA del INSTITUTO de CULTURA 'UERTORRIQUEÑA ANTROPOLOGIA HISTORIA LITERATURA ARTES PLÁSTICAS TEATRO MOSICA A RQUlTECTURA

JULIO - SEPTIEMBRE, 1967

San luan de Puerto Rko


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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES Guillermo Silva, Presidente Enrique Laguerre . Aurelio Tió . Teodoro Vidal Arturo Santana - Esteban Padilla Milton Rua

Director Ejecutivo: Ricardo E. Alegría Apartado 4184 A~O

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SAN JUAN DE PUERTO RICO 1967 JULIO - SEPTIEMBRE

Núm. 36

SUMARIO "Balsamias", un libro inédito de Manuel Elzabwu por Luis Hernández Aquino. . . . . . . En demanda de la isla de Baneque por Alba Vallés Formosa. .

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Un regalo de Isabel II a la isla de Vieques: la Virgen del Refugio, obra de José Piquer y Duart por Arturo Dávila . . . . . . . . .

6

Exposición: La Vida de Cristo, obra del santero don Florencio Cabán . . . . . . . . . .

10

El IX Festival de Teatro del Instituto de Cultura Puertorriqueña por Francisco Arriví . . . . . . . . .

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Vida y obra de Francisco Alvarez Marrero (18471881), poeta romántico por Cesáreo Rosa-Nieves . . . . . . .

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Isla Angustiada por Marina Arzola

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Agua de la mala suerte, agua de la buena suerte por Emilio S. Belaval. . . . . . . . .

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La iglesia parroquial de Aguadilla por Herman Reichard Esteves

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Exposición de Rutino Silva

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La colaboración del tiempo por Tomás Blanco

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Prospecto para regularizar a tasación las operaciones chirúrgicas que las ciencias médicas traen por necesarias en el cuerpo humano por el Dr. Francisco Oller . . . . . . .

60

PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEIi3:A

Director: Ricardo E. Alegría Ilustraciones de Carlos Marichal Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente S..scripción anual Precio del ejemplar

$2.50 $0.75

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DEPOSITO lJ!GAL: B.

3343· 1959

IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFIcos DE «EDICIONES RVMBOS» BARCELONA - PRINTED IN SPAIN - IMPRESO EN ESPAÑA


COLABORADORES


ARTURO V.. DÁVILA nació en San Juan. Hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad de Madrid, donde se especializó en Historia y obtuvo, en 1960, el grado de doctor en Filosofía y Letras. Es autor de la obra La isla de Vieques en la historia (su tesis doctoral), y de otros trabajos de investigación sobre la historia religiosa y el arte en Puerto Rico, algunos de ellos publicados en nú' meros anteriores de esta Revista. Ocupa una cátedra de Historia del Arte y la dirección del Departamento de Bellas Artes en la Universidad de Puerto Rico.

FRANCISCO ARRIVí nació en San Juan. Dramaturgo, poeta, ensayista, director de escena, luminotécnico. Se recibió de Ba· chiller en Artes especializado en Pedago· gía de la Universidad de Puerto Rico. Becado por la Fundación Rockefeller estudió Radio y Teatro en la Universidad de Columbia. Fundador de la sociedad dramática "Tinglado Puertorriqueño" (1944), es autor de las piezas de teatro El diablo se humaniza (1940), Alumbramiento (1945), María Soledad (1947), Caso del muerto en vida (1951), Club de Solteros (1953), Bolero y plena (1956), Vejigantes (1958), Sirena (1959), Cóctel de Don Nadie (1964). De poesía ha publicado Isla y nada, Frontera, Ciclo de lo ausente y Escultor de la sombra, y de ensayos el libro titulado Entrada por las raíces. Es Director de los Festivales de Teatro Puertorriqueño.


LUIS HERNÁNDEZ AQUINO nació en Lares. Maestro en Artes de la Universidad de Puerto Rico, en 1952 se recibió en la de Madrid de doctor en Filosofía y Letras. Director de las revistas Insula, Bayoán y Jaycoa y colaborador en numerosos periódicos, su labor literaria le ha merecido premios de diversas entidades culturales. Ha publicado los poemarios Niebla lírica (1931), Agua de remanso (1933), Poema de la vida breve (1939), Isla para la angustia (1943), Voz en el tiempo (1952) y Memoria de Castilla (1956). Es además autor de varias antologías de poesía puertorriqueña y de la novela La muerte anduvo por el Guasío (1960). Pertenece al claustro de la Universidad de Puerto Rico.

ÁLBA VALL"éS FORMOSA obtuvo el grado de Licenciado en Filosofía y Letras por la

Universidad de Barcelona, en 1966, con la exposición de su tesis "Sobre el léxico negroide utilizado por Luis Palés Matos en su obra afroantillana". Es autora de Literatura boliviana y de una edi· ción comentada de Los infortunios de Alonso Ramírez. Actualmente está curo sando el Doctorado en la Universidad de Barcelona.


CESÁREO ROSA-NIEVES nació en Cayey. En 1944 se recibió de doctor en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autó· noma de México. Poeta, ensayista, dramaturgo y crítico literario, ha publicado varias obras de poesía y proyectado en su producción teatral temas de la historia y el folklore puertorriqueños. Entre sus obras en prosa y en verso figuran: La poesía en Puerto Rico: estudio críticohistórico del verso puertorriqueño (1943), La lámpara del faro (1957), Tierra y lamento (1957), Siete caminos en luna de sueños, del mismo año, e Historia panorámica de la literatura puertorriqueña (1963). También ha compilado y anotado el Aguinaldo lírico de la poesía puertorriqueña, antología en tres tomos (1957). Pertenece al claustro de la Universidad de Puerto Rico.

MARI. -A ARZOLA nació en Guayanilla. Ingresa en la Universidad de Puerto Rico en el año 1957, donde obtiene su título de Bachillerato en Artes. Publica sus poemas en las revistas Bayoán, Guajana, Prometio y Surco. Entre sus libros, sin publicar aún, se encuentran: Tierra del eterno sueño, Piano altivo, Los almiares del tiempo y Palabras vivas. En preparación tiene: La sangre primitim y Estaciones de la espera.


HERMA!': REICHARD ESTEVES, natural de Aguadilla, hizo sus estudios superiores en los Estados Unidos, recibiéndose de bachiller y de maestro en Artes en la Universidad de Michigan, donde se especializó en Historia y Literatura. Es autor de la monografía titulada Luis Muñoz Rivera: his Political, Social and Intellectual Contributions to Puerto Ri· co, trabajo publicado en la revista "The Southeastern Americanist", de Estados Unidos, en ocasión del centenario del prócer. Se le deben también varias colaboraciones sobre temas históricos de Puerto Rico aparecidas en los principales periódicos del país. El profesor Reichard Esteves ha estado adscrito a los centros universitarios de extensión desde que éstos existen en Aguadilla, como conferenciante de la Universidad Católica, y desde hace algún tiempo es ade· más catedrático asociado de la Universidad Interamericana.

TOM.(S BLAJ.'lco, ensayista, crítico de Arte y Literatura, novelista e historiador, na-

ció en San Juan. Ha colaborado en varias revistas del país y del extranjero, y es autor de las siguientes obras: Prontuario histórico de Puerto Rico (1955), libro premiado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña; El prejuicio racial en Puerto Rico (1942), Sobre Palés Matos, Los Vates, La Dragontea (1950), Los aguinaldos del Infante (1954), Los cinco sentidos (1956) y Miserere (1959).


EMILIO S. BELAVAL, ensayista, cuentista y dramaturgo, nació en Fajardo y estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Puerto Rico. Ha ocupado diversos cargos en la magistratura y es actual· mente juez asociado de nuestro Tribunal Supremo. En 1940 fundó la Sociedad Dramática de Arte Popular "Areyto". Entre sus obras se destacan Los cuentos de

la Universidad (1927), Los problemas de la cultura puertorriqueña (1934), El tema futuro de nuestra música (1935), Cuentos para fomentar el turismo (1936), El teatro como vehículo de expresión de nuestra cultura (1940), y las obras teatrales Hay que decir la verdad (1940), La hacienda de los Cuatro Vientos (del mismo año) y La muerte (1953).



"Balsamias": Un libro inédito de Manuel Elzabum Por LUIS HBRNÁNDEZ AOUINO

MANUEL ELZABURU VIZCARRONDO (1851-1892), ADEmás de fundador del Ateneo Puertorriqueño, jurista, político y pedagogo, fue importante hombre de letras, que frecuentó el periodismo de su época, fundó revistas y se destacó por su oratoria, que aunque amplia y pomposa -no en balde fue discípulo y admirador de don Emilio Castelar- se caracterizó por las ideas. Nos interesa Elzaburu como hombre de letras. El escritor de gusto literario, con un ideal de belleza pamasiano, quien sacrificó mucha de su labor tratando de alcanzar la perfección formal. A este ideal perfeccionista se debe, y ello ha sido objeto de comentarios por su contemporáneo Manuel Fernández Juncos, que «hoy no tenga Puerto Rico ni siquiera un libro del más atildado y pulcro de sus prosistas lt • Aún adolescente, desde sus años de estudiante en el Colegio Episcopal de San Ildefonso de San Juan, Puerto Rico, comenzó Elzaburu Vizcarrondo a cultivar la poesía, si bien mantuvo inéditas unas pocas que hizo entre los diez y los quince años, lo que llevó al mismo Femández Juncos a aseverar que nunca escribió poesías originales, dedicándose a las traducciones de poetas franceses. A los diez años escribió Elzaburu una composición que llamó escena, en versos heptasílabos, en que los protagonistas son dos ,estudiantes, Agapito y Lucrecio. 'En verdad es una escena dialogada en verso, que tiene como tema ros estudios. Lucrecio, que se nos antoja ser el mismo Elzaburu, trata de convencer a su compañero Agapito, para que disfrute del colegio, los estudios y las fiestas escolares. Agapito desea la libertad, estar fuera de las aulas, lejos de la disciplina colegial. Prefiere estar en el ambiente hogareño, al lado de su madre. Lucrecio, en una parte de la escena reflexiona sobre la utilidad del estudio y dice a su amigo:

Amigo, es necesario que reflexiones ya que para valer algo es forzoso estudiar; que si hemos de ser hombres de alguna utilidad tenemos por ahora que aprender con afdn para poder mds tarde en el mundo brillar. También escribió Elzaburu, para la época de sus estudios en Puerto Rico, una oda titulada El 1


retrato de mi tía, en versos heptasnabos combinados con endecasilabos, y un poema titulado Esdrújulos, que lleva por lema CIClos juicios temerariosl>. Sigue Elzaburu en estos poemas la tendencia neoclásica de formular alguna lección moral. Elzaburu Vizcarrondo se graduó de Bachiller en Artes en el aludido colegio a los catorce años de edad. 'Como no pudo trasladarse a España para continuar estudios, se matriculó y asistió constantemente a las clases de sicología, lógica, filosofía, física, química e historia natural del curso académico de 1865·1866 del Semina,rio Colegio de Puerto Rico, que dirigía don José María' Lluch, presbítero de la Compañía de Jesús. Estos estudios le fueron convalidados en la Universidad Central de Madrid, cuando ingresó en ella en el año 1867. En Madrid se graduó de Licenciado en Derecho en 1873, formando parte del tribunal examinador don Laureano Figuerola, eminente abogado, en cuyo bufete hizo la pasantía el aventajado estudiante puertorriqueño. Sin embargo, lo más importante para el desarrollo de las letras puertorriqueñas, es la formación cultural literaria de Elzaburu en Madrid, donde se aficionó a las letras, frecuentó tertulias literarias importantes y comenzó a escribir unas prosas líricas con el título general de Balsamias, que publicó en el periódico literario La mesa revuelta, que dirigía en la capital española don Tomás de Asensi. Es, a nuestro juicio, Manuel de Elzaburu el iniciador en la literatura española de estas prosas líricas breves, de tradición germánica, comenzadas por Freiherrn Fredrich Van Hardenberg (Novalis) y seguidas en Francia por Baudelaire y otros poetas. A su regreso a Puerto Rico fue Elzaburu Vizcarrondo centro de atracción y aglutinante de los literatos de fines de siglo. Continuó la publicación de los poemas en prosa, utilizando los seudónimos de América Amador y Fabián Montes. En su bufete de abogado, en San Juan, se reunían los poetas y literatos, come~do de ese modo el núcleo de lo que habría de ser el Ateneo Puertorriqueño, bautizado entonces como Pamasillo, al estilo de las agrupaciones literarias españolas de la época. Es notablemente importante la tendencia de Elzaburu a la literatura francesa, a la que se aficionó desde temprano. De ahí que desarrollara una sensibilidad muy fina y un gusto por lo parnasiano. Su bufete estaba adornado con mucho gusto francés y su bjblioteca siempre estuvo atestada de"libros franceses: Lamartine, Daudet, Gauthier y otros. Aunque adscrito al romanticismo, que era lo de la época en España, rebasaba por su actitud y preferencias, esta escuela, lo que podía observarse en

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sus Balsamias, así como en la tendencia a traducir poetas parnasianos. Su estilo estaba dotado de cierta claridad francesa, era de elegantes giros, algo pictórico, conciso y frío. No se pareció a ninguno de los escritores puertorriqueños de la época. Podría decirse que hay en él aires del modernismo, y es para la prosa puertorriqueña lo que fue José de Jesús Domínguez, otro premodernista, para nuestra poesía. Al momento de casarse, supo también Elzaburu elegir como esposa a una mujer culta que, conocedora de los idiomas francés e inglés, fue buena traductora en ambos idiomas. Se llamó su mujer Manuela Femández Muñoz, nació en Arecibo y era hija del Marqués de Las Claras, don Fernando Fernández y de doña Manuela Muñoz. Escritora olvidada 'actualmente, debe recordarse por sus aportaciones a nuestra literatura. Fue una mujer intere· sante, que colaboró con su marido, estimulándole y ayudándole. A ella se debe, entre otras traducciones del francés, la de unas páginas de Anatole France tituladas La reseda del cura. La prematura muerte de Manuel Elzaburu nos privó de un gran escritor que prometía ser mucho más influyente en el desarrollo de nuestra literatura. Poco antes de morir había realizado Elzaburu un viaje de estudios a Francia, donde se puso en contacto -eran los finales del siglo (l891}- con las nuevas corrientes literarias francesas. Pablo Verlaine ya había superado el pamasianismo con la escuela simbolista, a la que se habían adscrito los mejores poetas franceses, seguidores a su vez del gran iniciador Charles Baudelaire. Interesaba a Elzaburu la figura de Verlaine, el Pablo Verlaine que venía de vuelta de sus pecados y cantaba a nuestra Señora la Virgen. Era el Verlaine del erépuscule du soir mistique, obra que esperaba traducir Elzaburu, según había comentado con sus amigos, a quienes la leía con mucha fruición. ¿Cómo traduciría Elzaburu a Verlaine, un poeta tan distinto a los otros que había traducido anteriormente: Gauthier, Daudet, Musset? Es nuestro interés dar a conocer la obra total de Manuel Elzaburu Vizcarrondo, incluyendo sus primeros poemas, .discursos, traducciones y las Balsamias, que tanto -entusiasmaron a José Gau· tier Benítez, su compadre, quien escribió unas impresiones sobre ellas y que en un cuaderno guardó Elzaburu aparentemente para ponerlas como pró' lago a sus prosas Uri,cas. Pacientemente hemos hecho acopio de la obra de Elzaburu, tanto en Puerto Rico como en España. Además de como literato, ofreceremos las otras facetas de este gran puertorriqueño, figura a quien tanto debe la cultura de nuestro país.


En demanda de la isla de Baneque Por

IMPORTANTE y CURIOSO EN EXTREMO ES EL DETALLA·

do estudio que Luis Lloréns Torres llevó a cabo, en el año de 1898, en su América, estudios históri· cos y filológicos,' sobre un supuesto primer descu· brimiento de la isla de Puerto Rico en el primer viaje de la flota colombina. Ateniéndonos a él, habríamos, necesariamente, de cambiar todos nues· tros conceptos históricos, biográficos y lingüísticos sobre dicho acontecimiento. La novedad parte de la cita hecha por el propio Almirante en su Diario 2 sobre la deserción del ca· pitán de la Pinta, Martín Alonso Pinzón: « •••Miércoles 21 de noviembre. - ...Este día se apartó Martin y Alonso Pinzon con la carabela Pinta, sin obedhmcia y voluntad del Almi7 rante, por cudicia, diz que pensando que un indio que el Almirante había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso... » (op. cit., pág. 65).

hecho que ha sido corroborado por Fernando Colón: 3 c_ •• Siendo avisado en este viaje Martín Alon· so Pinzón que algunos indios que llevaba en su carabela de que la isla de Bochio,4 que como hemos dicho así llamaban a La Española, había mucho oro: se alejó codiciosamente del Almi·

l. Luis Uor~ns Torres. Am~riclZ, estudios histdricos y filolágicos, Barcelona. 1898. 2. Crlstóbal Colón, Los cuatro viajes del Almirante y su testamen· to (relución compendiada por fray Bllrtolom~ de las Casas). Ed. Es· plisa Calpe, 4.• edlcióa, Barcelona, 1964. 3. Fernando Colón, His/orio. del Almirante de lfU Indias, dan Crist6bal Coldn, Colección ,4e libros raros o curiosos que tratan de Am&!rlca, tomo V, Madrid. 1892. 4. Puede muy bien ser una mala transcripción de la versión italiana. En cuyo caso se entenderla por Bah/o.

ALBA VALLm; FORMOSA

rante, a 21 de noviembre, sin fuerza de viento ni otra causa, antes viento en popa podía ·llegarse a él, mas no quiso, procurando adelantar su camino cuanto podfa, y era su navío muy velero..... (op. cit., pág. 127), Este hecho' trascendental ocurrió cuando la aro mada mantenía el rumbo oriental hacia la codiciada isla de Baneque, donde los indígenas habían asegurado se encontraría oro: « ••. Lunes 12 de noviembre. ... Partió del puerto y río de Mares al rendir del cuarto oe alba para ir a la isla que mucho afirmaban los indios que traía, que se llamaba Babeque. 5 adon· de, según dicen por señas, que la gente tle ella coge el oro con candel~ de noche en la playa, y después con martillo diz 'que hacían vergas de ello. y para ir a ella era menester poner la proa al Leste cuarta al Sueste... " (Los cuatro viajes -del Almirante y su testamento, pá· gina 57).

pero que, a causa de algunos vientos contrarios, el Almirante varió repentinamente el rumbo. reemprendiendo de nuevo su ruta occidental; no obstante la Pinta continuó su rumbo oriental. Esta separación repentina ha sido enjuiciada por diversos historiadores 6 con opiniones que van desde el afán de codicia de Pinzón, hasta el mero deseo de independizarse de la tutela del Almirante, con el fin de tener alguna gloria en el descubrimiento de nuevas tierras. Pero nosotros, en este momen· 5. La prlmcl';l vez que Colón cita esta isla es bajo la sraflll de BGbeque, más adelante serA siempre BGneque. 6. Juan Bautista Mullo% opina que Plll%ón .estimulado de su altivez, confiado en su pericia náutica y en el buea andar de la carabela. guió adelante con Intención de hacer por si este rico descubrimiento....

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to, prescindiremos de los motivos que impulsaron a este capitán español a la fuga, y también de averiguar si el hecho fue o no reprobable; sola· mente nos interesará saber las consecuencias que se desprendieron de ello. Desde la noche del 21 al 22 de noviembre, en que se llevó a cabo la fuga de la Pinta, hasta el amanecer del 6 de enero, en que volvió de nuevo a ponerse bajo las órdenes del Almirante, transcurrieron unos cuarenta y cinco días apro:timadamente. ¿Dónde estuvo Pinzón durante este tiempo? Sabemos que navegó por los mares que bañan las islas situadas al este de Cuba. La isla de Santo Domingo es la que se encuentra más próxima a ella en esta dirección. Luego le sigue la isla de Puerto Rico. Por lo tanto, podemos asegurar que Pinzón llegó a la isla de Santo Domingo, en donde permaneció varios días, y zarpó de este puerto oriental hacia la isla de Puerto Rico, de la que dista unas cuarenta leguas. Visitó la isla por su lado occidental, trató con los indígenas, y la abandonó luego de haberse cerciorado de que no existían las riquezas que había pensado encontrar. Cruzó de nuevo el canal que lo separaba de la isla de Santo Domingo, con la proa puesta hacia el O., navega'ndo por la costa norte, hasta que se reunió de nuevo con la N iiia, que venía en dirección oriental. ¿Estuvo, pues, Martín Alonso Pinzón en la isla de Baneque? Hagamos un estudio general de dicha isla, que el propio Colón ha mencionado varias veces en su Diario: u... Lunes 17 diciembre. - ... Tenía nuevas que allí a Baneqtle había cuatro jornadas... » (op. cit., pág. 92). Y que se sabe se hallaba situada al E. I/~ SE. de

la Gran Antilla. Por cuyo motivo no podía ser la isla de Jamaica, tal cual insinüa la relación de fray Bartolornc de las Casas: u... Nunca este Baveque pareció: por ventura ¿cra la isla de Jamaica? .. » ya que se encuentra al S. de la de Cuba; ni la de lnagua Grande, que se encuentra al NE. de la misma Antilla. Tampoco Tierra Firme, ya que Pinzón pudo comprobar que se trataba de una isla, y también porque de la costa norte de Santo Domingo distaría mucho más de cuarenta leguas. Algunos historiadores opinan que podría ser la isla Española; pero el propio Colón nos dijo que la visita a la Española se debió a que los indios le afirmaban ..que por allí se había de ir a la isla de Baneque», empezando a navegar en dirección E., por la costa norte. En uno de esos puertos un cacique Indígena le dijo que la isla de Baneque 4

estaba al E. y a dos días de navegación;' de lo que deducimos que el Almirante quizá habría llegado a la isla de Puerto Rico, si no hubiese acontecido la pérdida de la carabela Santa María, y el reencuentro con la Pinta. De todo ello, podemos concluir que la citada isla de Baneque coincide con las características de la de Puerto Rico, ya que no hay otra que reuna la condición, situación y distancia marcadas en el Diario del propio Almirante. Después de este primer viaje, la citada isla no vuelve a aparecer en ningún otro cronista ni en ningún mapa antiguo; interrogante que nos lleva a analizar la opinión dada por lrving de que udicho nombre debió de ser una de las numerosas tergiversaciones de palabras indianas». Estudiemos el caso. En el segundo viaje, Colón arribó a las islas Caribes, a las Vírgenes y a Puerto Rico, de cuyos originarios nombres se informó por los propios indígenas. Pero, a pesar de que estas lenguas tenían la misma raíz formativa que las lucayas, diferían en algunas alteraciones de tipo fonético o vocálico: De ahí que al consignar la llegada a Puerto Rico se hable de Boriquc, y no se relacione con la Baneque del anterior viaje. Pero al profundizar en las diferencias y analogías que median entre ambos dialectos, comprobamos que la raíz bo (caribe) tiene el mismo valor que la raíz ba (lucaya), que la sílaba que conserva en ambas igual significado, y que la r (de ri) sufrió una conversión en H (ne) en el dialecto lucayo, tal como se ha comprobado en otros casos parecidos.a De ahí resultaría que: Bo = Ba ri ne (r < n) que = que Bo-ri-que = Ba-ne-que

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Después de haber comprobado lingüísticamente que la isla de Baneque corresponde con la de Barique, que el Almirante visitó en su segundo viaje, podemos deducir que, entonces, ya Martín Alonso Pinzón la había descubierto en el primer viaje, después de la sepanlción de la nave del Almirante. De ello tenemos noticias ciertas, confirmadas por el propio Diario: e ... Después que Martín Alonso fue a la isla de BaJ1eqlle, diz que no halló nada de oro, y se vino a La Española..." (op. cit., pág. 124).

7. Washington Irvlng. en su Vida y lIía;e.s de Cristóbal Colón, !I~s dice: •.. De este caudillo (Guacanagar¡~) y de sus consejeros reCIbIó Colón otras nolidas accrca de la isla de Baneque, la que deeilUl no estaba a gran dist:lncill.... 8. Tal es el ea.so de cariba y calliba: r < 11.


aseverado también por Fernando Colón: «.•• Se apartó (Pinzón) del Almirante, en Cuba, con propósito de ir a la isla de Baveclle,9 porque los indios de su carabela le decían que había en ella mucho oro; pero cuando llegó y vió lo contrario de 10 que hablan dicho, vol· vió a la Española... lO (ap. cit., pág. 151).

Basándonos en todo lo expuesto, llegamos a la conclusión de que el descubrimiento de la isla de Puerto Rico habría sido efectuado por Martín Along. Vueh'e a comprobarse otra posible falsa transcripción de dicho nombre de )a \'erslón italiana. En eSle caso seria BQbeque.

so Pinzón en el primer viaje. Y que no sólo la vio, sino que desembarcó, tuvo contacto con los indígenas con el fin de informarse de la existencia del oro, e incluso hizo algún intercambio de baratijas con ellos. La fecha aproximada de ello sería el 30 de diciembre de 1942. Este ha sido el resumen de la audaz idea de Luis Lloréns Torres, la que, por lo visto, no ha tenido unánime aceptación; ya que se continúa celebrando el aniversario del descubrimiento de la isla de Puerto Rico a partir del 19 de noviembre de 1493, permaneciendo Martín Alonso Pinzón ,en el mismo anonimato. ¿Por qué no ha «cuajado» la teoría de Lloréns Torres? La respuesta nos la deben dar los mismos investigadores puertorriqueños.

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Un regalo de Isabel II a la isla de Vieques: la Virgen del Refugio, obra de José Piquer y Duart Por

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1964 SE CUMPUERON CABALMENTE cmN años de haber reconocido la Gran Bretaña la soberanía española sobre la isla de Vieques, adya. . cente a Puerto Rico y considerada territorio suyo desde el mismo siglo XVI. Un sartal de encuentros sangrientos, o al, menos violentos, con ingleses, franceses y daneses, matizan su historia desde los albores del siglo XVII. hasta la primera mitad del XIX en que comienza el proceso de población de la Isla, que se afianza en los días de juventud de Isabel 11, cuyo nombre lleva su capital. El establecimiento reciente de la parroquia y el habitat disperso de la isla, repartidos, sus poblado. res por los campos y riberas, la convertía a media· dos del siglo XIX en un campo 'difícil de acción pastoral. Por este mismo motivo la pidió para dedicarse en ella a una intensa cura de almas el que más tarde fuera obispo de Puerto Rico, Fray Pablo Benigno Carrión de Málaga, capuchino exclaustrado, cuyo pontificado abre un perlado nuevo en la historia de la Iglesia puertorriqueña. Conoció el entonces Padre Carrión uno de los momentos más duros en la vida de la nueva población, que fue la epidemia del cólera morbo del año 1856, dedicándose duran· te el tiempo de la plaga a la asistencia espiritual y material de los apestados hasta contraer la enfer· medad. Habiendo pasado a la Península al año siguiente, dejaba emprendida la fábrica de un templo 'parroquial, de cuya conclusión se ocuparía poco después, siendo ya Obispo.1 En su estancia en la Corte (1857-1858), se extendió seguramente en pormenores sobre su parroquia N EL AÑO DE

1. Vc:dlla de las Herns, Dc:lfln, Pbro.: Fray Pablo Benigno Carrldn de: Mdla,a, Obispo de: Puerto Rico. Vida, obra y ucri/os. Tomo l.

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ARTURO

DÁVILA

y la esplendidez casi proverbial de la joven reina encontró un motivo de prodigarse en favor de la población que llevaba su nombre. Se hallaba ya la Señora bajo la dirección espiritual del Arzobispo dimisionario de Cuba, el Ilmo. Sr. D. Antonio María Claret, canonizado en 1950, quien encauzaba en la medida de 10 posible la vida de aquella mujer im· pulsiva y generosa. El corazón compasivo de la soberana la inclinaba al socorro continuo de cuanta necesidad se presentaba a sus ojos, siendo una bella muestra de este regio desprendimiento lo ocurrido el Jueves Santo de 1854, cuando al servir la comida a uno de los pobres socorridos en aquella ocasión, se deslizó en el plato uno de los diamantes de su vestido. Vio la Reina el azoramiento del menesteroso que con la joya en la mano no sabía qué hacer y le dijo con su gracejo habitual: «Guárdatelo; te Iza caldo en suerte.»2 Necesitaba la iglesia proyectada de Vieques una imagen de María y aquí vino la esplendidez de Isabel 11 a ofrecer un obsequio regio, cuy~ conservá· ción hubiera significado hoy un preciado valor en el tesoro artístico de Puerto Rico. La imagen se hallaba lista para su envío en julio de 1858, pues con fecha·de cinco del mismo mes y año, ofició el Obispo al Capitán General en estos términos: Concluida la imagen de la Santísima Virgen, que la Reina nuestra señora se ha dignado regalar a la Parroquia de Vieques y construyéndose actualmente en Barcelona el retablo ,Y altar 2. Femdndez, Cristóbal. C. M. F.: El Beato Padre: Antonio Maria Claret. Tomo n. Capitulo I. La an~c:dotl1 sobre Isabel 11 que copiarnos la reCOle a su va el Padre Fem6ndc:z de la obra de Carlos Cambroncro: Isabel 11 Intima, pág. 178. Barcelona, 1908.


mayor que yo costeo para aquella iglesia, sólo falta que la fábrica matcrial de ésta reciba el impulso necesario para su pronta conclusiÓn.. .J Por las fechas de la estancia en Madrid del Obispo Cardón (1857·58), había pasado a ser Primer Escultor de Cámara de la Reina, José Piquer y Duart (1806·1871), quien lo fuera honorario desde 1844. Este interesante personaje, a quien llama un crítico el más romántico de los escultores españoles, merece unas líneas de presentación por ser el autor de la imagen de que tratamos.· Natural de Valencia, opta en 1832 al nombramiento de académico de mérito de San Fernando con un soberbio relieve: El sacrificio de la Hija de Jefté, inspirado en Flaxman pero anunciando ya, dentro de su admi· rabIe equilibrio, el ardido sentimiento de sus obras 3." Vecllla de las Heras, DeUln: O. C., pág. 90. 4. El doctor Scbaslián González Gart:fa nos comunicó en 1963 el dato de la presencia de la imagen del Refugio en Vieques, citado por el Marqués de Lozo~a en el Tomo V de su Arle hispdnico, pá· glnas 159·260. primera c:¡lici6n.

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posteriores. Para nosotros los americanos, tienen un interés particular los años que pasa Piquer en tierras de México. Marcha hacia l.a Nueva España en 1834, donde un revés económico inicial lo induce -no podía pedir menos su temperamento romántico- a un intento de suicidio del que sale con vida, dejando como testimonio de su paso las pinturas de las mujeres fuertes de la Biblia en San· ta Clara, un crucifijo y un busto. Pasa a los Estados Unidos, donde se ignora si dejó huellas de su talento y en 1840 vuelve a Europa, quedándose en París donde realiza s,:,- San Jerónimo escuchando las trompetas del Juicio Final, que mereció las alabanzas de David d'Angers. Esta escultura viene a ser el rompehielos que quiebra la costra del imperio neoclásico para dar paso a un momento nuevo en la escultura española. Vuelto a Madrid en 1841, los encargos regios y oficiales se suceden, distinguiéndose entre los retra· tos reales la estatua de Isabel JI (1855) que con la de don Francisco de Asís, obra de Pérez Valle, preside el vestíbulo de la Biblioteca Nacional. No fal·

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Plano de colocación del altar de la iglesia parroquial de Vieques. y proyecto del camarín de la Virgen del Refugio, por D. Mariano Bosc1z y Arroyo, alio de 1859

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ta el plagio en ese mismo año: el sepulcro de Es· paz y Mina en la catedral de Pamplona, copia del de Alfieri por Canova en Santa Croce, retorno momentáneo al neoclasicismo. Poco tiempo después de realizar la imagen para Vieques, se ocupó de un asunto muy decimonónico: la estatua de Colón para Cárdenas en Cuba, que fue inaugurada en 1862. En 1871 moría, no sin dejar junto a una producción abundante y desigual, el hermoso recuerdo de su esplendidez y generosidad en el establecimiento de pensiones vinculadas a las Reales Academias Es· pañola y de Bellas Artes de San Fernando para premiar y socorrer a escritores y artistas. En este escultor de mármoles y bronces se dio como una vena constante, algo que dice más con el asunto que nos ocupa: Piquer, fiel al arraigado gus· to ibérico por las piezas policromadas, ejecutaba con perfección ponderada por todos imágenes reli· giosas a la manera de los maestros del siglo XVII, cuyas técnicas conocía y aplicaba esmeradamente. Restauró con primor una Magdalena que creía obra de Cano y que luego cedió a la Parroquia de la Concepción, celebrándose la perfecta sustitución de una

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mano desaparecida por otra, obra de su destreza.' Volviendo. ahora a la isla de Vieques, con anterioridad al oficio del Obispo que citamos al principio, la jefatura de Obras Públicas de la isla de Puer· to Rico se ocupaba ya en mayo del mismo año 58 de la terminación de las obras del templo. El día doce oficiaba el Inspector del 8.° Departamento al Director en ese sentido, arguyendo, junto a los motivos morales y políticos, el de la próxima llegada de la imagen, en los términos que siguen: «.•• Adel1lds de estas razoues, lzay la de estarse esperando una imagen que regala a la Igle. sia de Vieques la Reyna Nuestra Seliora (Que Dios Guarde), la cual es preciso que encuentre decorosa colocación a su llegada a estas playas.»e

En el presupuesto que acompaña dicho inspec· tor, don Mariano Bosch y Arroyo, se advierte cómo el real obsequio altera los planos anteriores: ha de modificarse la ubicación del coro a espaldas del altar ti por necesitarse este sitio para colocar el ca. marín de la imagen de la Santísima Virgen que regala a la colonia la piedad de S. M. la Reyna (Q. D. G.}". Todavía en marzo del año siguiente de 1859 no pasaba de proyecto el camarín, pero se nos da una noticia interesante sobre el tipo iconográfico de la escultura. El camarín ha de construirse "para la imagen de Nuestra Seílora de la Concepción que regala a la Colonia nuestra piadosa Soberana (Q. D. G.)".7 El 7 de abril ya se encuentra en Vieques el altar que, procedente de Barcelona, regala el Obispo. Su solicitud llega hasta ocuparse personalmente del proyecto de instalación, junto con el párroco. Don Mariano Bosch presenta con la misma fecha una" Propuesta para la colocación del altar mayor y construcción de mI camarín para la imagen de Nuestra Seiiora" que nos da una idea cabal del aspecto del reconditorio. Dice así: « ••• A la altura en que debe situarse la imagen de nuestra señora de la Coltcepción que regala a la. Colonia S. M. la Reyna (Q. D. G.J, se esta· blecerá por la parte posterior un Tablado para colocarla, el cual se apoyará en lao; paredes laterales y e'l tres pilares que al efecto se ele· vardn, COntO indican los plallos; tres tabiques, también de madera, resguardarán la imagen por los costados y por lo alto; y una escalerilla adosada a la pared dará subida al camarin.»

Proyecto del Camarln. Detalle

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S. Tom¡¡mos 101 Informaci6n biográfica y crftlcll tlcl tomo XIX de Ars Hispanjae: Arte dcl siglo XIX, por Juan AntonJo Gll}"3 Nuilo, págs. 169·175, Madrid, 1966. 6. Todas las cilas documentadas sobre 101 llegada próxima de la Imagen, colocacl6n del altar. construccl6n del cam¡¡nn y abrils de la 19lesl¡¡ de Vieques que ap¡¡recen a partir de ésta. proceden del E.tpedjellle sobre COPlslruccióPI de IItII/ igles;1/ pl/ra el pueblo de San· la Isabel de l'ieques. A,los 11155 a 1863. Legajo lIIilll. 31. Expedien· te 73 de Edificios n:llgiosos. An:hivo General de Puerto Rico. 7. Oficio de don l.-IOIriano Bosch del 7 de marzo de 1859. dirigido al Director de Obras públic¡¡s. Cuatro cu¡¡rtillas. Expedienle sobre COtlslr//cciólI de IIl1a iglesia para el plleblo de Sallla Isabel de l'jeq//es. Atlas 1855 a 1863. Legaío lIIilll. 31. Expediente 73 de Edificios n:ligiosos. Archivo General de Puerto Rico.


va forma y entapizado del camarín para la Santísima Virgen». Vuelve a tapizarse en 1887 y en 1892;

por última vez en los documentos de la parroquia de la imagen de la Virgen del Refugjp. De ahí en adelante dependemos absolutamente de la tradición oral para co~pletar nuestras noticias. Dos estancias en Vieques nos han convencido, en primer lugar, de que la imagen desapareci6. scgún testimonio unánime, con posterioridad ~l año de 1941 en que los Padres Redentoristas se hi· cieron cargo de la Parroquia. Aunque escuchamos la especie de que había sido consumida por el fuego en una IlOguera santa de imágenes retiradas del culto, no hemos podido comprobar la afirmación, que esperamos se desmienta con la aparición de la imagen en alguna capilla rural de FajardO o Caguas. Si la desaparición es real, Puerto Rico ha perdido una pieza de arte nada común y Vieques cl esplJndido obsequio de su epónima, Isabel 11, la Reina de los tristes destinos. Como la búsqueda de fotografías de la Iglesia de Vieques o de su interior ha resultado infructuosa, no contamos siquiera con el aspecto último, después de barnices y retoques, de aquella imagen. La descripción de la talla, hecha por una señora que la recuerda, da la impresión de que fue una buena imitación de escultura barroca lo que confirma la afición de Piquer a seguir la manera tradicional de los grandes imagineros españoles. La altura, según un testimonio más concreto, era de unos cinco pies.- El por qué del título puede que lo revcle la documentación de Palacio. Como noti· cia de cierto interés conviene recordar que entre 1854 y 1868 visitó Madrid varias veces y estuvo en la Corte, recibido en audiencia, al menos. por don Francisco dc Asís. el canónigo de Bayona de Francia Luis Eduardo Cestac, fundador de la obra de Nuestra Señora dcl Refugio de Anglet. Pucde que despertara en la real pareja la devoción a esta advocaCión, si bien iconográficamente no parece tener la talla francesa relación alguna con el estilo de Piquer en imaginería.9

en el curso del primer semestre, se pagan cincuenta centavos a Amedée Bonnet «por vernis para la Virgen del Refugio», señal de que el clima tropical había iniciado el proceso de deterioro' de la imagen. Pam las mismas fechas se paga el arreglo etel camarín. Pasada la barrera del siglo nuevo, en el inventario del 10 de diciembre de 1907, se babIa

8. Nolicia tr:msmilltla por dclln Dolores Bonnct. viuda de Hcmán· dcz, n:llural de Viequcs y resldenle en R.jp Piedras, quien cuidó la Imagen por muchos años. • 9. Bord:1rl'llmpé. P.: Le Vérr¿rable Louis·Edouard Cestae. Fonda· lcur de NOlre·Darne-du·Refuge <1 Allglet (Diocese de Bayolllle) el de La COII~regatiotl des Sen-allles de Marie. So \I(e. son oeullrc d'apr~$ ses ¿crils el SOIl preces de béali/icalioll. (DeWticmc édilion), j'ágl.nas 334 V 335. Pall. 1936. • _

Más adelante se añade que es preciso «poner una claraboya en la fac1zada posterior para dar luz al camarín, poniéndole para la debida precaución un cierre fijo de cristales» cuyo color se dice luego que debe ser blanco. En el pliego de condiciones se especifica el largo del tablado: trece pies y se dice que no dcbcrá colocarse enteramente hasta que pueda ponerse en él la imagen para mayor facilidad. Al fin, en marzo de 1860, comunica el gobernador de Vieques al Capitán General que ya están terminadas las obras de la iglesia y el camarín listo para recibir la imagen. El examen de las obras, realizado en octubre por el Capitán de Ingenieros don Manuel Walls y Bertrán de Lis, demostró la imposibilidad de proceder a la cntrega del templo por las deficiencias comprobadas y aún hubo de desarmarse más adelante el altar mayor y hacerse un nuevo camarín. Pero las reparaciones ejecutadas según las instrucciones de Walls probaron ser insuficientes, entre otros hechos, por el derrumbe de la espadaña o campanario. Una agria correspondencia se cruza por entonces entre la Mitra y las autoridades del gobierno insular, que no atañe directamente a nuestro asunto. Aunque ignoramos el momento preciso de la llegada de la imagen a Vieques, el hecho es que en el Libro de Mayordomía de Fábrica de la Parroquia aparece inventariada en mayo de 1862 _(Folio 79) «una estatua de madera de la Santísima Virgen del Refugio donada por S. M. la Reína Nuestra Seíiora, calculada por quinientos pesos». Ya

está convenientemente alhajada y luce un par de zarcillos de oro regalo de Madama Boldt, una corona de plata y tres potencias para el Niño Jesús costeadas las dos últimas por la Junta Municipal y el Párroco. En enero de 1863 consta haberse pagado al carpintero Eduardo Yeso la mano de obra de «la nue-

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Exposición: La vida de Cristo, obra del santero don Florellcio Cabán

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Cartel de la exposición, obra de Lorenz.o Homar

El santero don Florencru Cabdn tallando una de las figuras de los tres Santos Reyes

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A ,I1\lAG~NERt.\ ES UNA DE L.\S PRTNCIPALE~ MANI-

(estacIOnes del arte popular puertornqueño. Desde los primeros años de la colonización de la Isla la dificultad en obtener imágenes religiosas para el culto hogareño obligó a nuestros campesinos a producirlas ellos mismos. siguiendo los modelos españoles tradicibnalcs que veían en -las iglesias y ermitas o copiando los grabados y estampas piadosas que nos llegaban de la Madre Patria. En las diversas regiones de Puerto Rico sur· gieron así santeros que imprimieron su estilo personal a las imágenes talladas en las duras maderas autóctonas. Algunos de ellos transmitieron su arte y estilo a sus hijos y nietos, formándose así las distintas escuelas de esta artesanía tan característica de la zona rural de la Isla. Fue en el año 1947, cuando inicié mi estudio del arte popular en Puerto Rico. que conocí al santero de Camuy, don Florencia Cabán. Era entonces don Flore el más destacado descendiente de un linaje de santeros que durante el siglo pasado había producido la mayor parte de los san· tos poseídos por los campesinos de todo el litoral noroeste de la Isla, y aún de lugares del interior como Utuado y Lares_ Tanto el padre de don Flore, Quiterio Cabán -otro conocida santerocomo las otros hijos de· éste, Florencia, Manuel y Ramón, habían practicado el oficio por años; sin embargo para fines de la década del 40 era don Flore el único que perseveraba en el arte, al que consagraba todo su tiempo. Como todos los genuinos santeros, se sentía impulsado al oficio por mandnto divino. Para él, fabricar «santos:o no era un negocio, sino una forma de apostolado re· ligioso. En el curso de nuestra firme amistad, don Flo· re me (reveló la ambición de su vida: poder re·


El descendimiento de la Cruz

LA matanza de los Inocentes

presentar la vida entera de Jesucristo, desde su nacimiento y adoración por los Reyes Magos, hasta su crucifixión y resurrección. Fue entonces. que, con el estímulo de mi esposa, me comprome· tí a comprarle a don Flore todos los episodios de la vida del Redentor que tallase. Durante más de tres años trabajó don Flore en esta empresa, visitándonos cada quince días para traernos las piezas ya hechas. En esta serie de figuras, cuya terminación tronchó la muerte de su autor, don Flore mantuvo el estilo tradicional heredado de su padre. Para la composición de las diferentes escenas se guió por las antiquísimas y populares leyendas sobre los Evangelios, que 'todos nuestros campesinos conocen. En toda la obra se puede descubrir el misticismo de aquel humilde santero, cuya ingenuidad y sinceridad religiosa da a su arte una fuerza y pureza que pocas veces alcanza el artista culto. Esta colección fue expuesta en los salones del Instituto de Cultura Puertorriqueña durante la Semana Santa, como un homenaje a la memoria de don Florencio Cabán, exponente sincero del fervor religioso de nuestro pueblo. RICARDO

E.

ALEGRiA

La pe.sea milagrosa

Jesús ante Pilatos

La ,Wima Cena

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El Noveno Festival de Teatro del Instituto de Cultura Puertorriqueña Por FRANCISCO ARRIv1

I. AREYTO MAYOR EN EL DECIMO ANIVERSARIO DEL INSTITUTO DE CULTURA PUER· TORRIQUE&A

EN

EL LIBRO DE AREYlO MAYOR, ENVIADO A IMPRENta por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en ocasión de celebrarse el décimo aniversario de la fundación de éste. se recoge un conjunto de artículos explicativos del desarrollo dramatúrgico del país a partir de 1938 y. especialmente. cómo se plasma con excepcional vigor a través de los ocho Festivales de Teatro Puertorriqueño llevados a efecto de 1958 a 1965. En su contenido. redactado antes de y durante el transcurso de estos sucesos escénicos, se da testimonio de varios fenómenos:

1) El carácter eminentemente socio-nacional del teatro puertorriqueño de la década de los treinta el cual culmina en las presentaciones de la sociedad Areyto (1940). 2) El afán de reforma escénica que acompaña a la aparición de dicho teatro socio-nacional la cual se manifiesta poderosamente a través del Teatro U}Jiversitario fundado en 1941, y asociaciones dramáticas como Tinglado Puertorriqueño, Teatro Nuestro y Teatro Experimental del Ateneo. 3) El crecimiento de la clase teatral puertorriqueña la cual se hace cargo progresivamente tanto de ilustrar la antología escénica extranjera como de afirmar una dramaturgia del país. (Véase el libro Con· ciencia puertorriqueña del teatro contemporáneo 1937 a 1956 conjuntamente con Areyto mayor). 4) La evolución de la dramaturgia puertorriqueña hacia un realismo poético durante 12

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las décadas de los cuarenta y los cincuenta, con lo que la literatura teatral del país se adentra profundamente en la problemática anímica del hombre borinquense, conflictivo en el choque crítico de dos culturas. El aumento hasta el desborde del interés público por la expresión escénica de la clase teatral puertorriqueña (incluidos autores, directores, actores, escenógrafos, figurinistas, iluminadores, maquilladores, exégetas, críticos) la cual lucha estrangulada artísticamente por falta de teatros donde prolongar los éxitos y, en muchos casos, donde manifestarse. La aventura de la clase teatral en expresiones de vanguardia mayormente a través de los Festivales de Teatro Puertorriqueño a partir del tercero. Penetración de la dramaturgia puertorriqueña en el ánimo teatral extranjero tal y como se revela en la inclusión de piezas escénicas del país en antologías de Hispanoamérica y Estados Unidos y la repercusión en revistas y aulas académicas. El advenimiento de un repertorio de obras puertorriqueñas definidoras tanto de ]a densidad nacional del país como de sus proyecciones universales.

9) El decisivo apoyo del Instituto de Cultura Puertorriqueña a la clase teatral a través de "asesoramiento técnico, ayuda económica, cesión de facilidades de ensayo, almace· naje y construcción escenográfica, seminarios, conferencias, circulación de un teatro de carácter popular a través de centros culturales afiliados al Instituto de Cultura Puer·


torriqueña, gestión de los Festivales de Tea· tro Puertorriqueño y publicación y circula· ción" de libros pertinentes. Consciente de estos significados y atenta a la celebración del décimo aniversario de la fundación del Instituto de Cultura Puertorriqueña (año fis· cal 1965-1966) y la expansión de éste en cincuenta Centros Culturales afiliados, la Junta Asesora de Artes de la agencia opta por recomendar como programa del Noveno Festival de Teatro Puertorriqueño una selección de piezas escénicas dentro de la gran selección que constituye el acervo de obras presentadas en los ocho Festivales de Teatro Puertorriqueño montados a mayo de 1965. Resulta tarea difícil pues no menos de veinte de las treinta y una piezas presentadas han obtenido un decisivo respaldo del público que desborda el Teatro Tapia durante estas manifestaciones de la dramaturgia puertorriqueña. Luego de estudiar el total de obras publicadas en la serie Teatro Puertorriqueño (volúmenes rela· tivos a los Festivales de Teatro Puertorriqueño), la Junta Asesora de Artes Teatrales se decidt: por el siguiente programa: TEATRO TAPIA 5 al 8 de mayo de 1966 Lds SOLES TRUNCOS drama en dos actos de René Marqués director: Joe Lacomba escenógrafo: Carlos Marichal 12 al 15 de mayo MI SERORIA farsa en tres actos de Luis Rechani Agrait director Angel F. Rivera escenógrafo: Pedro Luis Tasado 19 al 22 de mayo VEJIGANTES drama en tres actos Francisco Arriví director: Andrés Quiñones Vizcarrondo escenógrafo: Carlos Marichal 26 al 29 de mayo BIENVENIDO, DON GOYITO farsa en tres actos de Manuel Méndez Ballester

Esther Sandovul (M Inés") y Flavia Lugo ("Hortensia" J. en una escena de Los SOLES TRUNCOS, drama de René Marqllé,~. Dirección: José M. Lacomba. Escenografía de Carlos Maricllal

director: José Luis Marrero escenógrafo: Nina Lejet 2 al 5 de junio BALLETS DE SAN JUAN escenógrafo: Ana Garda y Juan Anduze El programa incluye, pues, obras del ánimo dramatúrgico puertorriqueño entre 1960 y 1965, ya que a Mi Señoría se le conoce estrenada por Areyto (1940), a Los soles truncos y Vejigantes por el Pri· mer Festival de Teatro Puertorriqueño (1958) y a Bienvenido, Don Goyito por el Octavo Festival de Teatro Puertorriqueño (1965). Lo mismo obliga a pensar que el Noveno Festival de Teatro Puertorri· queño no es sólo recordador de los diez años de vida del Instituto de Cultura Puertorriqueña, ya que se repone a Mi Señoría en el Segundo Festival (1959), sino de los veinticinco años, que al impul· so inicial de la generación de la década de los trein·

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ta, traducen un creciente teatro inspirado como nunca en la conflictiva espiritual del hombre y la comunidad del Boriquén. Mi Señoría es un documento de época insuflado del patetismo y del humor de Luis Rechani Agrait, quien nos da una tragifarsa sumamente expresiva del ser puertorriqueño a través de Buenaventura Padilla, político emanado de la mejor conciencia popular, finalmente traicionado por los fariseos y oportunistas que suelen empañar el triunfo de los idealistas generosos de corazón. La caracterización del personaje no acusa crueldad por parte del autor, sino todo lo contrario, amor y comprensión, pues el abultamiento de las defi.ciencias intelectuales de Buenaventura Padilla las utiliza Rechani Agrait, en verdad, con el propósito de revelarnos, por debajo de tosca cáscara, una nobleza y autenticidad de espíritu que por tales virtudes se hace trágica con la caída del político amante de su pueblo desposeído. Ha desplegado buen discernimiento el profesor chileno Halty, del Colegio Estatal de San Fernando, California, al incluir esta pieza teatral en una antología cronológica de teatro hispanoamericano. Al igual que Tiempo muerto resulta sintomática de la década de los treinta cuando toman gran vigor en el hemisferio americano movimientos de reforma política a la cabeza de los cuales marchan líderes fraguados en la angustia popular. Los soles truncos, otra pieza escénica puertorriqueña también incluida en una selección antológica de teatro hispanoamericano, se la representa en Puerto Rico, Estados Unidos, México y, Es-

Al ceutro, BenJamín Morales (" Buenavelltllra Padilla" J. en una escena de MI SEÑoRíA, farsa de Luís Recllani Agrait. Dirección: Angel F. Ri\'era. Escenografía de Pedro Luis Tosado

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paña con gran éxito artístico y de público. Como Mi Se;lofía, 'adentra en el ánimo de una época, la que toma contornos luego de la tragifarsa con fuerte acento costumbrista de Luis RechllI).i Agrait. Nos descubre la tragedia de tres hermanas, tradicionalistas y refinadas, en la ola gigante de una poderosa civilización industrial que arrolla viejos valores feudales e impone duros anonimatos uniformadores. René Marqués esencializa con la sombría peripecia de Inés, Emilia y Hortensia, las tres protagonistas de la intensa exposición dramática que proyectan Lo... soles truncos, la conflictiva nacional de Puerto Rico. Lo intenta al impulso de un realismo poético lujoso de conceptos e ingenioso de proyección técnica que indica la afirmación del nuevo estilo que a partir de los cuarenta ha hecho su aparición en obras como El diablo se humaniza y Maria Soledad, pero que se plasma con mayores relieves en piezas teatrales como Vejigantes y Los

soles truncos. La conclusión de René en esta y otras obras celebradas por su ambientación poética y su formulación técnica es rotunda: Borinquen muere trágicamente. Vejigantes, obra de la misma época, también incluida en una antología de teatro hispanoamericano, es en realidad una metáfora activa del alma puertorriqueña como busca redimirse de su caída del orden natural. Borinquen no muere, sino que lucha tesoneramente por afirmarse en su condición esencial, eri entendimiento de todas sus realidades anímicas y sociales. La vergüenza racial de lo afri· cano existente en Puerto Rico sirve a modo de panorama de conciencia pata explicar a través de él una -trascendencia espiritual del pueblo de Puerto Rico que 10 impulsa a vencer enmascaramientos y a finalmente afirmarse en verdad de naturaleza, es decir, en ser pueblo de cultura particular, descendiente de la española e influida por la taína, la del oeste de Africa y la estadounidense, pero d~fi· nida como borinquense. Vejigantes presenta en síntesis artística la trayectoria de tres generaciones alegorizadas a través de tres momentos: el estado natural, la caída y la reconquista del júbilo. Es claramente, ejemplo del realismo poético que informa a Los soles truncos. Ambas obras se han constituido en textos universitarios, tanto en Puerto Rico como en Estados Unidos. Bienvenido, Don Goyito, la farsa aparentemente ligera p'e Manuel Méndez Ballester encubre una seria preocupación del autor: el destino de la cultura puertorriqueña ante la evidencia de fuerzas que la disuelven no sólo en el orden de las coso tumbres, sino en el del lenguaje, vehículo el mayor de proyección espiritual. Méndez Ballester ha sido un señalador perma-


Beniamin Morales (H Buenaventura Padilla" J y Félix Antela (" Peñita" J, en una escena de MI SEÑORfA, farsa de Luis Rechani Agrait. Dirección: Ang!!l F. Rivera. Escenografia de Pedro Luis Tasado

mente de una crisis que parece robarle la capacidad de júbilo a la vida puertorriqueña. En El clamor de los surcos señala la crisis del terrateniente ante la expansión latifundista: en Tiempo muerto la crisis de la familia jíbara en un sistema económico indiferente a ella; en Encrucijada la crisis del emigrante puertorriqueño en la extranjeridad cultural y ambiental de Nueva York; en Bienvenido, Don Goyi(o, obra todavía en progreso creativo del ánimo del autor, plantea, en aparente despliegue liviano de humor, la crisis en el terreno sicológico, el más profundo de todos. La obra, en la superficie, es una sátira de costumbres aje· nas aceptadas con frivolidad por una clase media que se desarraiga vanamente de su cultura; en el fondo, una sentida acusación de un apocalipsis que avanza en el reino del ser puertorriqueño. Don Goyito, el personaje que da nombre a la farsa, representa el más característico símbolo de la comunidad puertorriqueña: el jíbaro. Al final de la obra, luego de su rebeldía contra la entrega del alma, Méndez Ballester lo constela en las alturas de Puerto Rico a manera de trasfondo y fuente de inspiración permanente de un pueblo definido ya en el siglo XIX y con afanes creadores hacia el futuro. En resumen: el Noveno Festival de Teatro Puertorriqueño ilustra con cuatro obras sobresalientes de los últimos veinticinco años (todas acomlJañadas de éxito en sus respectivos estrenos, tres de ellas contenidas ya en antologías del teatro hispanoamericano y la cuarta en proceso de desarrollo), momentos culminantes del devenir dramatúrgico de Puerto Rico. A través de ellas puede establecer-

se claramente la existencia de una conciencia teatral puertorriqueña evolutivas a partir de la década de los treinta tal y como se manifiesta con grandes relieves, primero, en Areyto (~940) y luego a través de la Sociedad General de Actores (1943), Tinglado fuertorriqueño (1945), Comedia Estudiantil Universitaria (1947), Teatro Nuestro (1950) y Teatro Experimental del Ateneo (1951) hasta culminar en areyto mayor en los Festiváles de Teatro Puertorriqueño (1958-1965). De Buenaventura Padilla, personaje central de Mi Señoría, sintomático líder emanado del pueblo como se estilaba en la década de los treinta, hasta Don Goyito, personaje central de Bienvenido, Don Goyito, más símbolo actuante en el ánimo que realidad, la dramaturgia puertorriqueña se ha enriquecido con una polémica sobre la identidad y el cambio de la cual resultan ejemplos Los soles truncos y Vejigantes. La identidad y la polémica del ser siguen vivas, por lo que las cuatro obras, como en 'el pasado Mi Señoría, como anteayer Los soles truncos y Vejigantes, como ayer Bienvenido, Don Goyito, aún cumplen con la más noble función del teatro, aquella iniciada por el clásico sacerdote de la tribu: propiciar el bien de la comunidad librándose de los demonios destructores, esto es, uniéndose a la verdad de la naturaleza para ser fértilmente creador por mandato de ella. Muy significativamente se dedica al Noveno Festival de Teatro Puertorriqueño, que incluye la participación de Ballets de San Juan, con tres estrenos y la reposición de Los Renegados, a la celebración del Décimo Aniversario del Instituto de Cultura Puertorriqueña y la fundación de cincuenta Centros Culturales afiliados.

Mercedes Sicardo (HClarila" j, Lucr. Boscana ("Mamá Toña") y Rosaura Atldrell (" !darta' j,. e.n u~a esppla de VP.JIGANTES, drama de FranCISco ArrrvI. Dtreccron; An~ dré.~ Quiñmte~ Vizcarrondo. Escenografía: Carlos Marichal

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11. CUATRO PERSONAJES A LA BUSQUEDA DE UN FESTIVAL En la búsqueda y rebúsqueda de las obras más representativas, o de las obras que combinadas podrían traducir el festival más expresivo de la ocasión, cuatro personajes de un fuerte carácter fisonómico hacen irrupción en el ánimo de la Junta Asesora de Artes Teatrales: Buenaventura Padilla, de Mi Sellaría; Mamá Toña, de Vejigantes,' Inés, de Los soles truncos, y Don Goyito, de Bienvenido, Don Goyito. Creo que subconscientemente. empujan ellos a la selección de las cuatro piezas como constitutivas del Nuevo Festival de Teatro Puertorriqueño el cual toma relieves antológicos. De hecho, a tres de ellas, Mi Sellaría, Los soles trun· cos y Vejigantes se las ha incluido en antologías de teatro hispanoamericano. Creo, también, que en gran parte, porque los redondos y enfáticos entes de ficción Buenaventura Padilla, Mamá e Inés han impresionado profundamente, como expresión simbólico-artística de lo viviente y anhelante puertorriqueño, a los es~udiosos de nuestro devenir dramatúrgico. Lo cierto es que Buenaventura Padilla, Mamá Toña, Inés y Don Goyito emergen de todas las fuerzas creadoras concentradas en cuatro obras de gran éxito en los Festivales de Teatro Puertorri· queño a tomar vida independiente, afirmadora de sí misma, y con ello hegemonía sobre las otras figuras escénicas que se agitan de acuerdo con sus

Rutlt Cains (M Sabina" J, Mercedes Menéndez ("Sussie Plep"), EUn Ortiz Reyes ("Don Cayito" J, Mercedes Sicardo ("Pat"J, Alicia Moreda ("Doña Carlota") y Alicia Bibiloni (U Pepita" J. en una escena de BIENVENIDO. DON GoYITO, farsa de Manuel Méndez Ballester. Direcci6n: José "Luis Marrero. Escenografia de Nina Lejet

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voluntades preponderantes. Se posesionan de la mente del espectador. lo acompañan a la vida cotidiana luego de terminadas las funciones; lo impulsan nuevamente al ritual mágico de la representación. Sabemos que se habla más de Edipo, Hamlet y Don Juan, como personajes, que de las respectivas obras de teatro a las cuales les dan el nombre. Con Buenaventura Padilla, Mamá Toña, Inés y Don Goyito en el grado una joven drama· turgia, sucede lo mismo: se manifiestan por 1a totalidad del mundo artístico del que emanan. Buenaventura Padilla representa al líder político primitivo, expresión de la más inmediata conciencia popular, profuso por los treinta. Se yergue con entera personalidad puertorriqueña, ajibarada honradez, sentido de convivencia con los afligidos por una grave situación socio-econ6mica, a redi· mir su grey. Vive la conciencia de su nacionalidad y la necesidad económica de ésta. Los eternos bui· tres, que acompañan a los limpios de ideas y generosos de corazón estimados por el pueblo puertorriqueño, le socavan el triunfo político y toman el poder por el poder mismo y la ambici6n de lucro, desprovistos de conciencia de patria y de humanidad. Mamd Toña es una abuela negra con hija mula· ta y nieta cuarterona. La ha seducido un español con el cual ha vivido en concubinato. Lucha por educar a la hija de estos amores la cual a su vez se casa con otro español y asciende dentro de la verticalidad de la sociedad puertorriqueña. Mamá Toña -continúa en estado de inferioridad, más abyecto ahora porque se la esconde en ocasiones «sociales». Rompe la vejigantada de hacer pasar .a la nieta por blanca pura ante el pretendiente esta· dounidense, al salir del cuarto de atrás y presen· tarse como abuela con toda su primitiva persona· lidad puertorriqueña, afirmada en una voluntad de sinceridad y de bien. Inés vive la tragedia de su familia hacendada venida a menos, totalmente desposeída"lie bienes, arrinconada en un sector arrabalero del antiguo San Juan. Sus dos hermanas viven la reclusión inerme de sus espíritus señoriales. Inés, como encarnación de un Puerto Rico incomprendido y sufriente, da la frente y el pecho a un mundo arrollado por una civilización industrial destructora de tradicionalismos. Su voluntad de ser firmemen· te en su naturaleza y en su destino la empujan a la tragedia. Don Gayito, jíbaro de la altura, nuevo rico por efectos de una sociedad opulenta, viene a vivir a barriada del Condado, frontera la más dramática de dos culturas. Lo arrastran frívolas costum· bres del extranjero: hasta la descomposición de la lengua materna al influjo de otra lengua. Termi· na rebelándose, afirmando una identidad puertorriqueña que debe absorber lo nuevo beneficioso,


pero jamás desnaturalizarse, perderse en el apocalipsis del desarraigo anímico. Buenaventura Padilla muere idéntico a su na· turaleza, 10 mismo que Inés. Mamá Toña y Don Goyito terminan por librarse de su «endemonio» y afirmar sus respectivas identidades sin chauvinismo, como acto puro de civilidad universal. Los cuatro, ya sea para la muerte o para la vida, afirman una esencialidad puertorriqueña.

Por esta esencialidad, bajo sus potentes individuales hostigadoras entre nosotros, han conseguido juntarse a la búsqueda de un festival de teatro puertorriqueño e imponerlo en el ánimo de los asesores escénicos del Instituto de Cultura Puertorriqueña en los momentos que éste celebra el décimo aniversario de su fundación en progresivo ascenso con los cincuenta Centros Culturales afiliados.

VARIACIONES OH SCHUBERT. Ballet presentado p'or Ballets de San Juan. Coreografía de Ana Carda. Escenografía de Juan Anduze

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Vida y obra de Francisco Alvarez Marrero (1847-1881), poeta romántico Por CESWO

I. Apunte biogrdfico

HE

AQuí UNA VIDA HONRADA, DOLOROSA Y PASIONAL.

Temperamento inquieto que cruzara el sendero en una nostalgia pianísima. Una bella alma azul en un cuerpo enfermo desde sus raíces primigenias. Un buen corazón comido de sinsabores hondos y de ideales infinitos. puien así existe en ese muladar infiernalista de asidua terapéutica, con un penítent~ pensamiento, no puede llegar nunca. Su vi· vencia fue como una. sufrida sinfonía incompleta. Pasó por la vereda de la vida. leve y vertigin9samente. apenas treinta y cuatro años, muy joven, como sus hermanos, los poetas románticos: BYron (1788.1834). Shelley (1792-1822), Keats (1795·1821), Espronceda (1809·1842). Puschkin (1799-1837), Leopardi (1798.1937), Lenau (1810~1850) y Larra (1807· 1837). En su poemática de pequeña cosecha recogida a prisa, hizo relieve su dolorido padecer de tono gris. amén de su insistente crítica social de timo bres éticos. Duelo y protesta. como buen romántico, constituyeron sus dos direcciones temáticas en esa su pluma líricamente nerviosa. Vino al mun· do en plazo interino, con el equipaje en la mano, listo para el otro viaje. Porque como hemos dicho, éste es un hombre que había nacido enfermo. Casi no calentó el nido. Se fue una noche sin luna, una noche en que lloraban las estrellas. Nació Francisco Alvarez Marrero en la ciudad de Manatí, el 15 de diciembre de 1847. La premat~ra muerte de su padre, 10 sitúa desde la niñez, frente a la mala suerte. Abandona la escuela y entra de dependiente en una tienda de comestibles.

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ROSA·NIBVES

Fue un autodidacta y un desesperado lector sin mucho orden académico, sin una seria disciplina en sus estudios. En su romance a Damián Monserrat, nos canta: «Dame libros, sin curarte de qué pergamino~ seda, terciopelo o piel de Rusia den esmalte a sus cubiertas. No te importe su atavio si grave enseñanza encierran; que aunque la conc/la no brille siempre es hermosa la perla. y tú sabes que las flores san mds gratas por la esencia. Dame libros, dame libros que templen mis hondas penas, y esta sed que siente el alma de arte, luz" verdad y ciencia..

Desde esos primeros años, sellado por el bacilo de Kock y después por la lepra, son sus preocupaciones más grandes. el amor a la madre, que vivía en medio de una conformidad de pobreza extrema, un desgraciado amor que se quedó en crisálida, y el entusiasta deseo de perfeccionar el instrumento de la palabra poética. A Ella, le ha gritado viendo su amor frustrado: .Por otro amor positivo llegó a ser mi fe vendida. ¡Ay, tan honda fue la herida, que no sé cómo estoy vivo!.

A esta amada la selló con nombres líricos, como 10 hicieran con las suyas en el pasado, Petrarca, Dante, Garcilaso, Herrera. Cervantes, Lope. Alvarez


bautizó su adorada unas veces Filena, otras Silvia, Felisa, etcétera. Manuel Fernández Juncos nos hace el siguiente dibujo de sus primeros años: .Trabaji'lr corporalmente sin tregua durante el día y parte de la noche; estudiar luego sin método ni guía. impulsado por un irresistible deseo; sostener la lucha desesperada y cruel entre su profesión ruda y prosaica a la que se encontraba perfectamente ligado por el yugo de la miseria y su invencible vocación que le llevaba en alas del pensamiento a las purísimas regiones del arte y de la poesía: tal fue la vida de Francisco Alvarez Marrero en los primeros años de su penosa juventud.• (De: Prólogo, en: Obras Literarias. San Juan, P. R., 1882; página VII).

Compró a crédito una modesta tienda de pulpería y con esta humilde fuente económica, defendía las necesidades más imperiosas de él y de su sufrida madre. Compra libros y estudia. Aquella forma siempre rebelde del verso se va haciendo más dócil. más mansa, al reclamo de su foete, su espuela y su brida: ¡pegaso alado! Dentro de esta atmósfera penosa, su fe católica fue un puntal poderoso frente al positivismo militante de Augusto Compte y el desarrollo sistemático de las ciencias naturales, clima dubitativo que flotaba en el ambiente de su época generacional. A esa situación se refiere el apolonida, en su excelente soneto número 3, titulado A ... La ciencia audaz que hasta los cielos llega y en su soberbia exclama: -¡Dios no existe!la duda que acibara el pecho triste que a la maldita realidad se entrega,' el recóndito llanto en que se anega el corazón, que eterno luto viste por su ideal perdido; todo insiste en arrancar del alma la fe ciega. Tal vez mi vida de sufrir cansada termine pronto en el no ser su duelo, mas, antes de morir, de tu mirada, tan sólo un rayo bienhechor anhelo: ¡pues si tras de 1a muerte el cielo es nada, que sepa yo lo que en la vida es cielo! Esta misma posición de combate contra los librepensadores heterodoxos, la vuelve a exponer el escritor en su poema: A los modernos sabios materialistas. Como se observa, el hombre de la fe de carbonero, dispara desde su trinchera dogmática hacia el blanco de los nuevos cientificistas del positivismo pragmático. Poeta pesimista de angustia romántica. Sueña en él un afán por el cielo y un reproche furioso frente a la incredulidad de su cielo literario. La vi· dencia de su astro va vislumbrando su fin en aires

de la muerte. En su poema A la memoria de José Gautier Benitez, nos revela: .Y contempla mi alma dolorida, la esperanza, amor y dicha yerma, sufriendo por tu muerte y' por tu vida.

¡Ay, que también mi juventud se merma y ya en su cárcel habitar no quiere un alma melancólica y enferma.• Colaboró Francisco Alvarez Marrero en El Buscapié, de Manuel Fernández Juncos, en La Lira (1876), revista semanal, literaria, dirigida en San Juan por Genaro de Aranzamendi; y fundó en Ma· natí La Voz del Norte, semanario enciclopédico, dedicado a fomentar los intereses generales de la provincia, y principalmente los del primero a tercer Departamento. Se publicaba los doIningos. Tuvo una vida relámpago, pues salió el 6 de julio de 1879, y desapareció en abril de 1880. Los hombres de la generación del bordo de Manatí fueron: José Gautier Benítez (que nació un año después que Alvarez y murió un año antes que éste); Manuel María Sama, Eugenio Astol (padre), José María Monge, Manuel Fernández Juncos, Román Baldorioty de Castro, José G. Padilla (El Caribe), Francisco J. Arny, Genaro de Aranzamendi, Ramón Marín, Manuel Soler y Martorell, Manuel Padilla Dávila, Lola Rodríguez de Tió, Luis Muñoz Rivera y Vicente Palés Anés. A todos ellos estimulaba hacia nobles aptitudes el maestro de aquellos grupos del romanticismo y parnasianismo Manuel Fernández Juncos, el hermoso viejito alumbrador de rutas útiles y bellas. (Véase: Femández Juncos, Manuel -Ojeada retrospectiva- en: Ldgrimas y flores, Mayagüez, P. R., 1916; págs. 68 a 88). Devorado por la lepra y la tuberculosis, en la más desolada sufredumbre, muere Francisco Alvarez Marrero, el '4 de marzo de 1881. Dejó un drama postromántico, Dios en todas partes o Un verso de Echegaray, y un manojo de versos melancólicos bajo el epígrafe Flores de Iln retamal, creaciones que recogieron sus amigos en un tomo rotulado: Obras literarias (Prólogo de Manuel Femández Jun· cos), Tip. González, San Juan, P. R., 168 págs.

n.

Orbitas estéticas en Alvarez Marrero a)

Poesla:

El romanticismo fue una actitud estética y espiritual frente a la vida, y estuvo en plena lucha bélica defendiendo su posición platónica contra la oposición neoclásica de los aristotélicos (lel si· glo XVIII. Enarbolaban estos vates, entre otras, tres banderas temáticas: patria, amor y Dios, como motivo religioso. Esta escuela se armó de un desorbitado sentido de libertad en todo: en las costumbres, 19


en la política, en el pensar egolatrista, en el amor y en el arte en general. Dentro de estos nuevos filtros ochocentistas, lo subjetivo triunfó sobre lo objetivo, y el corazón se impuso a Jo inte1ectualista que nos vino de las frondas de la ilustración europea. Recreó un cristianismo a su modo. forjado con esencias eminentemente artísticas, y ubicó sus composiciones dentro de un marco histórico de gracioso color local. De la poesía de los cálculos matemáticos se pasó violentamente a la poesía del alma, por vere· das de las pasiones humanas y sociales. Triunfó lo temperamentalmente anímico a todo lo largo y a todo lo ancho de su expresión. Dos vertientes diáfanas: la tendencia hacia el musical colorismo de la forma (Espronceda y Zorrilla), y por otro lado, el verso de fragancias interiores, representada por Heine y Bécquer. El tedium vitae, el suicidio, y los personajes marginales (como el salvaje, el bandido, el corsario, la prostituta, el mendigo), se pusieron de rilada. El dolor fue un deporte dentro de aquel lienzo de lá· grimas, lamentos, insurgencias e ironías cáusticas contra la sociedad establecida. En las letras resplandeció el adjetivo de sonantes colores plásticos, a veces de contornos lúgubres, el símil sentimental y la metáfora abierta. La música luciendo sobre la idea en una especie de arte por el arte; en otras circunstancias, los románticos adoptaron un criticismo social de escépticos alfilerazos éticos. Desde Larra hasta Zorrilla y Espronceda, se extendió una programática estilística que pasando el tiempo nos vino tardíamente a América. . La naturaleza, que en el siglo XVIII había cobrado sitio presidente en la existencia del hombre, en el romanticismo toma enorme importancia. La literatura de estas brigadas incorporan en sus letras cuadros rústicos del beatus ille, y el paisaje es espejo del alma del portalira. En el tinglado del siglo XIX. el teatro hizo popular aquel «tormenta y empuje» que se iniciara en Alemania y que después siguiera Víctor Hugo, Dumas, Martínez de la Rosa, El Duque de Rivas, Hartzenbush y García Gutiérrez. Más adelante, de ello se encargará José Echegaray, poniendo el tema del honor en la escena, saturado de tragedias horripilantes; y todo ese truculentismó con la etiqueta de postromanticismo. El ciclo boricua de este período, corresponde más o menos, desde 1843 (que es la fecha del primer Aguinaldo puertorriqueño), hasta la guardarraya de 1880, año éste, en que muere el más alto poeta romántico del país: José Gautier Benítez. Esta es la atmósfera de vibración romántica en que se mueve el literato que tratamos. Respondiendo al pesimismo entrañal de sus cofrades, AIvarez Marrero explica su vida en dos versos sombríos:

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.El dolor en negra copa despiadado me brindaba...

Es un destino el suyo, sin sol ni lunas ni estrellas. Es una vida en duelumbres, en donde rara vez asoma una migaja de alegría. Sus mejores lograciones líricas son quejas lastimeras de penas indecibles, y sin solución humana. La sombra y la penumbra estrangulan la luz en su existir. Uno de los poemas suyos en donde mejor se retrata el estado perenne de su espíritu roto y alicaído es: Meditación nocturna, poesía en que además se nota que, a pesar de su impotencia vital, la fe religiosa no muere y permanece siempre verticalmente erecta y firme. Oigamos algunos preludios de esta composición: «¿Por qué. Señor, en medio de eriales y de abrojos, tallendo siempre un arpa me impeles a marchar, cansado y sin aliento, con ldgrimas mis ojos, mis pies fluyendo sangre, mi vida ya a exhalar? ¿Y sin cantar. sufriendo tan triste desventura, es el peregrinaje de mi destino cruel? ¿Por qué del mar que surco no clama la bravura, o llevas mds a prisa, Dios mío, mi bajel? ¡Acorta mi camino, o saludable el aura de vida 11az. que respire mi enferma juventud; mi cuerpo regenera, mi espíritu restaura; o dame, Dios piadoso, la paz. del ataúd! Que desde que en mal hora llegué a la adolescencia los físicos dolores mi ser minando van, y entre moral estrago camina mi existencia, cual nave combatida por hórrido huracdn. No soy yo de esos bardos que en pldcidos ensueños la vida les sonríe cual delicioso Edén, y lumbres y matices, y rostros halagüeños de mdgicas beldades en sus delirios ven.

¡Ay! no; yo sólo miro las tristes realidades de un mundo que sin tregua mi vida torturó y mi alma sólo habita las yermas soledades do nunca de la dicha la bella flor brotó. Que para la aurora se y duerme la que mienten

mí declina la tarde sin reflejos. levanta sin lumbres ni arrebol, laguna sin nítidos espejos a mis ojos campiña, cielo y sol.

La selva sin rumores estd a mis quejas muda. no tiene voz la fuente, ni ruidos el palmar, y en vano es que por trinos a la floresta acuda, que las canoras aves suspenden su cantar...

Es un desierto sin oasis ni orillas este espíritu cansado de sufrir del aeda de Manatí. Pero mientras más se agranda la desesperación del dolor. su fe inalterable se va agigantando dentro de su cuerpo llaga . por sus desgracias. Así termina su triste poema autobiográfico:


.Y. ¿adónde. oh Dios. la nave de la esperanza mía dirigirá su proa sin miedo a zozobrar, si hasta el divino faro que al cielo conducill incrédulo mi siglo, no ve ya rutilar?

y me recuerdan ¡ay! los mismos tules que en las tardes me holgaba de admirar allá en los campos de esmeralda y flores de mi pueblo natal.

Mas ¿dudo?, no, mi alma la eternidad presiente, Señor. y tras el negro, tristísimo capuz que vela ante mis ojos tu solio refulgente. mi espíritu vislumbra de tu Verdad la luz.

Se inclinan suavemente las acacias de la gárrula brisa al susurrar, auspira entre el ramaje mal vestido del mustio flamboyán céfiro amante, y los sonoros ecos que entre las hojas siente resonar, a mi oído murmuran dulces nuevas de mi pueblo natal.

y en esa fe. Dios mío, del orbe en el concierto, cual dtomo sonoro mi sistro haré vibrar, y llevaré cantando, mi roto esquife al puerto. sin miedo a los furores del Nora y ,de la mar.»

Esta poesía de Alvarez Marrero constituye una decidida y franca afirmación de su ideal cristiano. Sin dudas. sin titubeos. sin dialécticas: un católico en toda su potencia ,de tierra y cielo. Una ~fe pensada. soñada y sentida, sobre una base de seguridad espiritual, sin hipocresías ni subterfugios intelectuales. Menéndez y Pelayo sostiene que: .la Medi· tación nocturna basta para caracterizarle. y es. sin duda, su mejor poema». Dos poetas influyen de· cididamente en su vendimiario lirieo: Bécquer y Gautier Benítez, y acaso Bartrina. En A Filena, el poeta le ruega a la amada simbólicamente que no lo engañe más, que no le abra otra heripa sobre la vieja herida. Dialoga en esta décima: cAsi en mi dolor tirano déjame expirar, Filena, tú me has herido, y tu pe,la me irrit~ mds, y es en vano que quiera estancar tu mano la sangre que mi alma vierte, también yo, en mi mal tan fuerte digo como el ave herida: ¡no quiera darme la vida quien antes me dio la muertel. Cada hombre consciente de su realidad es hijo de su paisaje. Responde a él, se sumerge y se mira en él, como si fuera en el vidrio del agua de su propio hontanar. Su panorama es su centro, en donde sus circunstancias y sus orígenes sociales se mueven, impulsados por una sicología ética y geográfica. Alvarez Marrero vivió al norte de la isla de Puerto Rico, en Manatí, alli padeció su carne y transformó sus desgracias en verso. Su penuria incurable fue creciéndose allí en su tierra hasta su muerte, frente a la naturaleza verde, y cara a cara al Mar Atlántico, el bravo añil de los corales caribes, de los marullos inquietos, de las glaucas olas, y de las blancas espumas, que talladas en suave mármol movedizo parecen. En su poema Los recuerdos de mi pueblo natal, el saudádico juglar nos pinta el siguiente cromo de naturaleza animista: eMiro las nubes que del sol poniente velan la augusta y encendida faz. cuyos matices no llay pincel humano que espíe con verdad,

Llego a la playa. las rugientes olas miro agitarse con creciente afán: huyen. y cuando tornan. las saludo con júbilo sin par; porque las algas que en la costa dejan, la nacarada concha, y el fugaz como de espuma, son caros presentes de mi pueblo natal. Mas de pronto, estos plácidos recuerdos vienen otros distintos a evocar, que de mis penas y quebrantos abren el abismo fatal. y abandono la playa; los reflejos del sol ya no me place contemplar, esquivo las caricias susurrantes de la brisa fugaz.»

El paisaje puertorriqueño siempre en posición subjetiva, 10 encontramos además en sus poemas: La primavera en el campo, en: A FUena, y en su canto: A Borinquen. Alvarez Marrero fue un artesano insatisfecho de la forma sintáctica: lo que se le fugaba tantas veces de la pluma. En esa poesía pura casi siempre, nos deja bellas guirnaldas estéticas. Unas veces vacía su pensamiento en una sátira hiriente, como en el epigrama que sigue: .¿Cómo es que Don Serafln teniendo huero el magln, COII su botica acumula tanto oro? -dijo Tula; y con razón no tardía contestó Nepomucello: La cabe~a está vacla, pero el aljibe está lleno.»

Este buen humor de insecto que pica, deja roncha y se da al vuelo, nos recuerda la poesía jovial de Francisco Vassallo Cabrera y Manuel A. Alonso, el autor de El Gíbaro, de 1849. En otra ocasión feliz, desemboca su musa en el madrigal, esa delicada composición de origen italiano, que tan bien se ha cultivado en Puerto Rico, y que acaso nos viene a América con Gutiérrez de Cetina. Se trata de una magnífica composición de alta estética, en donde todo el bucoJismo cortesano de Versalles y Meléndez Valdés hace florencida en primorosa gracia y dulce inocencia apicarada. Dice así: 21


cFilena, codiciosa, de un nevado azahar, a un limonero

trepaba ya gozosa, cuando el coral purísimo de su labio hechicero una abeja picaba licenciosa. En ldgrimas deshecha, tras Lisardo, que a la entrada del bosque la esperaba, corrió triste la niña,' túrgido el labio a su amador mostraba y con graciosa pena: -¡Ay, sdcame este dardoldecfa llorosa la sin par Filena. Al punto un beso resonó en el valle, que Lisardo imprimió en el labio herido de su Filena pura: ¡prodigioso remedio!, pues alegre, con grdcil travesura vila muy presto hacia la selva umbrfa correr con pie ligero, y al sentido reclamo de su amante, of que respondfa: -¡Deja otra vez que suba al limonero!.l

La poesía de Alvarez Marrero pendula entre lo neoclásico y lo romántico, con una marcadísima tendencia hacia las aromas del romanticismo esencial de una angustia tétrica a 10 Espronceda y Bécquer. Las cinco obras cardinales de su creación lírica, ]0 capacitan para ocupar un distinguido puesto en el parnaso de los grandes románticos de la literatura hispanoamericana. Estos poemas son: Meditación nocturna, su Soneto 3, La ciencia audaz, el Madrigal, A'los modernos sabios materialistas y su canto A América. Una síntesis apretada de su poemática, toman. do en cuenta metros y temas, nos brindarla e] siguiente balance ilustrativo de sus preferencias técnicas y su insistir en ciertos motivos apuntados por nosotros en este ensayo. Ello se explaya así: Amor y paisaje anacreóntico es materia que se advierte en los poemas: A mi amada en sus Dlas (octavas menores y 'seguidillas); A Filena (décimas); Los recuerdos de mi pueblo natal (rimas becquerianas); La primavera en el campo (romance hep. tasilabo); el criticismo social de intención eticista, se halla en: Un angel caldo (estrofas a la manera de Núñez de Arce); El hijo del placer (redondillas); La corona de azahares (rimas becquerianas); Bom· bas (seguidillas populares); Lo que hace dudar (rimas becquerianas); y su poemita: Dos besos (rimas becquerianas). El asunto del cariño a Hispania se nota en las quintillas: A Cervantes,' la propensión a las meditaciones intelectualistas, la encontramos 1. Una de las fuentes de más afinidades armónicas con este modl'lgal de Alvarez Marrero, lo es sin duda. el que recilJl Amlnto a Tlrsl; en lo obra de TorcW110 Taso, titulada: Aminta, de 1573. Es fábula pastoril en S actos y en verso, traducida por Juan de Jduregul. e~ 1607. Espalla. Véase la edición eSleriotlplca de 1804 (Madrid); p;\. {lInas 19 a 21. Esta obra es el sennen de la ópera pastoril género IIricomusical. creado por el Renacimiento. y que a la vez le 'sirve de filón a la comedia del mismo matiz; Shakespeare. por ejemplo.

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en: El pensamiento (silvas); El Poeta (serventesios libres); Rimas (estrofas becquerianas); Sonetos 1 y 2; Ultimas cdnticos (poliestrofismo romántico), y en: ¿Dónde vive la Virtud?, poema redactado en silvas. El motivo proletario está expresado en: La tragedia social, escrito en serventesios libres; contra el materialismo cientificista es asunto que puebla el pequeño ámbito de dos poesías: A los modernos sao bios materialistas (en silvas), y en su Soneto núme· ro 3. La angustia de su vida desesperada y pesi. mista se signa en Meditación nocturna, presentada en cuartetos alejandrinos; su vena de sátira festiva, la vemos en sus Epigramas y Doloras; el duelo por el engaño de su amada, lo dice en sus versos: A Ella (en redondillas), y el tema hispanoamericano de clamor histórico, lo canta el poeta en su poesía A América, montada en octavas reales. b)

Teatro:

·La producción dramática en Francisco Alvarez Marrero se reduce a tres diálogos de ocasión: Did. lago, El Hombre y la Tierra, y Carmen Rosa y Flor del Carmen,' además de su mejor logro en este género, que es: Dios en todas partes o Un 'Verso de Echegaray, representado en el teatro Kiosco de Manatí, en los últimos días de su vida, el 19 de febrero de 1881. Es pieza en prosa y verso, en dos actos en vez de tres como era costumbre, porque la fuerza de su estado físico no le dio para poder ha· cerlo de más. Apenas un mes antes de su muerte, empezó a laborar su drama Dios en todas partes, que en este género es su obra maestra. Es una antítesis de En el puño de la espada (1875), de Echegaray, esto en cuanto a dirección de la trama se refiere. La ma· dre sacrifica honra y vida por salvar la felicidad existencial de su hijo, -mientras que en el drama de Echegaray, el hijo se sacrifica por salvar la reputación de la madre. En su contextura postromática está rico de pasiones contrariadas, sospechas sin fundamentos, de celos rabiosos, un amigo infiel. Nada, tremendismo trágico que al fin cobra una satisfactoria solución. Toda la fábula gira sobre el eje de un honor convencionalmente efectista y melodramático. Un honor detonante como en El Gran .Galeoto, algo así como un pálido remedo calderoniano en cuanto a la razonada arquitectura de la pieza teatiaJ.. Catorce días antes de su muerte, se representó su obra en Manatí. El autor fue llevado en brazos de sus amigos a presenciar el espectáculo, y a recibir el laurel de la victoria. En brazos de sus amigos retomó exánime a su lecho de Procusto, acompañado de un hilo de caliente sangre roja. Una compañía, llegada a ese pueblo providen. cialmente, montó su pieza dramática. Los papeles


principales estuvieron a cargo de la actriz Ana Bu· satti y de Eugenio Astol (padre). Este drama lo inspira en su fondo más íntimo una novia que lo abandonara por otro, y en la jornada del poeta constituye su último grito desesperado en contra de aquella mujer sin corazón, que lo sume en el erial del olvido. 'Rafael en Dios en todas partes, le dice a su madre Mercedes, resignadamente: «que la amo con creciente fuego, que la doy la mitad de mi alma, reservando para ti la otra parte; que siento no poder cumplir mi anhelo más ferviente de llamarla esposa, porque mi cuerpo enfermo no debe aspirar al dominio que s610 corresponde a mi espíritu, tan generoso para sacrificarse por ella, como grande para amarla con la pureza de los ángeles•. En el fuerte de la fiebre de la dolencia que lo martirizaba, y antes de morir cristianamente como lo hizo, sólo pensó en su anciana madre (que era la víctima que quadaba sola en el mundo), y escribe este parvo testamento: «este libro, es la última colección de mis poesías. que aspiro a publicar con un prólogo de mi buen amigo Fernál1dez Juncos, y una pequeña introducción en verso, alusiva a su título: Flores de un retamal. El producto de su edición será lo único que habré podido legar a mi pobr~ madre. Si mi enfennedad no- me pennite en vida realizar este deseo, cúmplalo por mí el que pueda, y me prestará el mejor servicio que agradeceré desde la tumba, si es que en la tumba se puede ser agradecido.• Este mensaje de tipo S.O.S., en el piélago de su desventurosa agonía, fue cumplido estrictamente. Manuel Femández Juncos, el buen asturiano, escri· bió un juicioso y documentado prólogo, y en 1882, un año después de su muert~, se publica la obra, que c;::ontiene sus poesías y su obra dramática, Dios en todas partes. (Véase: Breve bibliografia esencial en esta obra). . .

lII. A manera de coda En resumen, 'Francisco Alvarez Marcero fue un esforzado gladiador en su .breve vida romántica, en lucha abierta contra el bacilo de Kock, contra la adversidad y la pena, contra el fatum negro de su ilusión amorosa ,no correspondida. Desigual bao . talla, en donde, si el sol del triunfo nunca se astlmó con proligidad en su horizonté de desamparo triste, el fracaso, por otro lado, se cebó a sus anchas, mordiéndolo constantemente en su carne viva. Versos tristes, ideales truncos, una madre ator. mentada, un cuerpo que se come 'velozmente la tisis galopante, y unos ojos negros que lo desdeñan

siempre, constituyen su haber vital para su pobre testamento sin lámparas risueñas. Aquellos ojos femeninos, tan buenos para otros y tan desastrosos y trágicos para el poeta de Manatí. Sin embargo, en sus poemas, el cantor del paisaje del norte de la isla, inmortalizó aquella mirada pérfida que lo mortificara tanto. La cinceló en mármol de posteridad, en una hermosa venganza noble e iluminativa. Fue este poeta, como nuestra caña de azúcar, que endulza el filo del arma que la hiere. Tuvo en su espíritu un dolor y en su palabra una esperanza, y se fue del mundo abatido por el dolor y con la esperanza frustrada, truncalnente incumplida. IV. Breve bibliografia esencial (Obra y crítica) Alvarez, Francisco: Obras literarias. Prólogo de Manuel Fernández Juncos. Tip. González, San Juan, Puerto Rico, 1882, 168 págs. (Consta de un drama en dos actos: Dios en todas partes o Un verso de Echegaray, tres poemas y cincuenta y una poesías diversas, bajo el título: Flores de un retamal). Angelis, Pedro de, y Angelis, María Luisa de: Antología portorriqueña. Compilación completa de los poetas líricos, desde los comienzos de la llteratura en Puerto Rico hasta nuestros días. San Juan, Puerto Rico, 1918, 64 págs. Angelis, Pedro de: Partida de bautismo de Francisco Alvare, Marrero. En: Pro Patria, San Juan, Puerto Rico, 1903. Brau, Salvador: Otra victima. En: Ecos de la bao talla. Primera serie: Imp. de J. González Font, San Juan, Puert? Rico, 1886, 121 págs. Carreras, Carlos N.: Los poetas que fueron. Antología completa, Poetas portorriqueños. Tomo 1, San Juan, P. R., 1922; págs. 7 a 8. (Contiene dos poemas: Madrigal y Anhelos, que es el Soneto 3: «La ciencia audaz que hasta los cielos llega.• 'Fc#mánd~z Juncos, Manuel: Antología portorri· queña. Prosa y 'Verso. Nueva York, 1952; págs. 176 a 183. (Ediciones desde 1907, para uso escolar). Contiene biografía crítica y su poema América. La Voz del Norte: Manatí. Semanario Enciclopédico, dedicado a fomentar los intereses generales de la provincia, y principalmente los del primero y tercer Departamentos. Se publica los domingos. Fundador: Francisco Alvarez Marrero. Administrador: Juan González Suárez, que luego fue director. Salió el 6 de julio de 1879. Desapareció en abril del 1880. Menéndez y Pelayo, Marcelino: Historia de la Poesía Hispanoamericana. Tomo I, Madrid, 1911, página 348.

Monge, José M.; Sama, Manuel M.; y Ruiz Quiñones, Antonio: Poetas puertorriqueños. Mayagüez, Puerto Rico, 1879; págs. 3 a 14. (Contiene los poe· 23


mas: Meditación nocturna, A América, ¿Dónde vive la Virtud?, Un angel caído, A Soneto, y Madrigal. Pérez Losada, José: Francisco Alvarez Marrero. En: Plumas Amigas. Primer fascículo, Imp. Can· tero, Fernández y Ca., San Juan, Puerto Rico, 1912; págs. 44 a 55 ., Rivera de Alvarez, Josefina: Diccionario de Literatura Puertorriqueña. Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, Puerto Rico, págs. 177 a 179 Rosa·Nieves, Cesáreo: La Ldmpara del Faro. Ensayos, Tomo l. Editorial Club de la Prensa, San Juan, Puerto Rico, 1957; El Madrigal en Puerto Ri· co; págs. 168 a 170. Rosa-Nieves, Cesáreo: La Poesía en Puerto Rico.

El Fanquito~ (serigrafía), por Manuel Herndnde:. H

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Segunda Edición. Editorial Campos, ·San Juan, Puerto Rico, 1958; págs. 66 Y 192. RosayNieves, Cesáreo: Aguinaldo Lírico de la Poesía Puertorriquella. Tomo 1. Editorial Campos, San Juan, Puerto Rico, 1957; págs 213 a 217. (Con· tiene breve estudio .biográfico y selecciones; Medita· ción nocturna, Soneto y Madrigal. Rosa·Nieves, Cesáreo: Los temas Poéticos en la Lírica Puertorriqueiia. (Edición en mimeógrafo; Universidad de Puerto Rico, 1946; págs. 17 a 19). Contiene Madrigal y Meditación nocturna. Sáez, Antonia: El Teatro en Puerto Rico. (Notas para su Historia). Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, Puerto Rico, 1960; págs. 28 y 29.


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Isla Angustiada Por

en rumbos, asesinas. Tormenta azul turquesa de ~os años reflorece las sangres voraces de los pechos, alientos de la aurora y de los copos de la lejana floración vetusta. Las flores de los brazos y 'los sueños vacuan el finnamento en tintes negros. Azulosas bocas de dientes aureos treman en las campanas de las Furias desatadas en entrañas remotas de la piedra. Abismos y desvelos de cruceros, fronteras de la nada a vaciarse, presagian primavera: los panales antiguos y devotos, la caracola del ensueño triste; amapolas de América: blancas, rubias, jóvenes, morenas. Los caracoles trepidan en su canto y las masas de conchas caen cual los copos de nieve de canteros.

M,\RINA ARZOLA

El café de la India y la tamaiba dan al Parque del mar, los lagos de alhelíes, las bromelias rojizas, los cafetos azules, los helechos violeta, vuelcan multicolor esencia de las grutas, almendros multicolores cantan en el Paseo de Covadonga, frente a jardines descubiertos de frutos y de estatuas; el árbol de maría, las palmeras, sus cocos eruditos en quintaesencia de trópicos amantes brindan su fresca tela y sus aguas transparentes y puras. Dunas y pinos bellos danzan compases de la nada en la Isla. La duna refresca al caminante en el baldío seco, estrecha miopía del trópico alelado. Isla angustiada en lozanía de trópico maldito, le duelen las entrañas de sus gritos. El panal, la miel de alma adentro. recoge los coquíes selva adentro. Como un árbol de espumas echar alas, volar hacia infinitos azulasos, eternos, ..

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II

Angustia Molusco que muerde la sed dura, la vorágine eterna del cautivo trepida, traspasa la matriz del hueso, la sangrante célula, inquieta llaga viva en el cerebro, calcinantes presagios de quimeras, asolantes y ardientes cantos de culpables, de pichones enhiestos murmurantes, que da en el hombre atroz... Células de estopas, sangre de cada boca negra y escupida, amante tierno de la flor en semilla, dolor de culpa ajena y de pelícano silvestre que devora el pez azuloso y rápido de la muerte que trepa la onda dura y la traspasa, magnetizándola. El pez azul de la nevada repta por las paredes acuosas y marinas, temblorosas y apretujadas sienes del recuerdo, muda, voraz angustia que se asila por los troncos sibilinos de mar, azules, negros, verde salina de la boca sola enhiesta y pensativa, asolado, movible e imposible de5velo de los pinos que azotan contra el mar sus alas rotas. Recubiertos de musgo y guayacanes-sorbos de manos y de pies que corren a la puerta desierta del sentido, rompen contra la costa en procesiones de olas, 'humeando el carbonato y sodio de la pena. La pena: arena de la envidia y yodo del calvario azul de cada hombre, Tántalo de la espuma y de la Gracia, desata esta virtud de aborrecida perla en los jardines...

1967.

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Teatro

Agua de la lnala suerte, Agua de la buena suerte Comedia en un acto original de EMILIO S. BELAVAL

Bastante 1le cavilado sin hallar el sentido de es!e tiem1?o sin tiempo que jamás es vivido; etermdad fltUda que yace en mi presente, sin flor ni plenitud; el tiempo se me antoja crisálida demente asomada a la vidriera de la infinitud. E. S. B. Perso/lajes: LA NIETA

MATUSALENO CAINITO ABELILLO FAUSTINO EL PASEANTE EN CIUDAD ESTRECHA

San Juan Bautista de Puerto Rico, víspera de tut alio sin cabeza, como descabezadas son las cosas que aqul se narran. Segunda p!anta de la casa de don Matusaleno Rastronuevo y de sus tres herma· nos, don Cainita, don Abelillo y d011 Faustino. Los cuatro viejecitos tienen ya vividas varias generaciones, y de tanto vivir casi parecen niP'ios y andan también un tanto sin cabeza, 10 mismo que las llOjcs del otoño, las pesadillas de las campanas, las estrellas que cambian de rodilla al moverse en la infinitud,' también vive en la casa un lucero llacen· doso que cuida de los viejecitos con extremado amor: la nieta. La casa es una embrujada casa sanjuanera eOll cuatro puertas al fondo y un descansillo de zaguán postinero. Muebles suntuosos de colores demacrados,' lámpara cabalística con lágrimas de dos siglos. Cerca del fondo, una mesa con un rojo copón de cristal de Bohemia, una mayólica azul con jeroglí. ficos negros, una poncllenta de plata para remojo de barba, vasija de vidrio con esmalte cuarteado y una jarra de loza; son los cacharros sacramentales, para tirar a la calle el agua de la mala suerte al sonar las tílti17las campanadas del a110 viejo.

ABELILLO (asomando al balcón). - Exprime la noche su última hora. ¿Por qué tardará la nieta? CAINITO. - Estará esperando en la repostería a que se esponje el bizcocho de pasas. MATUSALENO. - O las rosquillas le pongan anillos a su gula. FAUSTINO. - Tendrá alguien que salir a buscarla. ABELlLLO. - Yo no sé andar por la calle. CAINITO. - Será que no quieres encontrarte a solas con el año viejo. MATUSALENO. - Si te confunden con él, pueden apa· learte. FAUSTINO. - Si es necesario, irá en su busca nuestro hermano don Matusalén. Tiene todavía entero el bigote. CAINITO. - Pero su corcova es más de limosnero que de caballero. ABELILLO. - Haremos turno para esperar su llega. da. Ve y asómate al balcón, hermano Faustino. FAUSTINO (dirigiéndose al balcón). - La niña dene trenzas y será fácil hacerla volar por los aires.

(Haciendo una reverencia grotesca para alguien que pasa). Adiós, don Teodorín, teodorero; esconda usted ese ceño de sepulturero. ABELILLO (mirando por encima del ltombro). - El vejete se ha enfurecido. FAUSTINO. - Ahora tendrá que meterse en el nido a sudar rabias de mandarín. CAINITO. - Cada día tu rima es menos feliz.

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FAUSTlNO. - Recuerde usted, con Caín, que aquí no hay quijada de burro. CAINITO. - Pelearé contigo cuando quieras. FAUSTINO. - Propóngote un duelo a almohadazos. ABELILLO. - No, por favor; dejarán el aire lleno de plumas de ganso. FAUSTINO. - Ten, don Abel, tu lengua de cascabel. ABELILLO. - Debo defender a mi hermano, aunque buena fama no tenga. MATUSALENO. - Ha de llegar la niña sin que en· cuentre algo de su fiesta preparado. ABELILLO. - ¡A trabajar! ¡A trabajar! MATUSALENO. - ¿Quién traerá el agua? CAINITO. - Tendré que ser yo por ser el más fuerte. MATUSALENO. - Yo tengo las manos más avezadas a los ovillos del tiempo. FAUSTINO. - Llevo tanto tiempo sin morirme que se me ha olvidado cómo pasa junto a nosotros el tiempo. MATUSALENO. - Caminando hacia atrás aun cuando creamos que camina hacia adelante. ABELILLO (moviendo los cascabeles de su guasa). Atención, señores; acaba de abandonar el andén un nuevo pasajero. Casi no se oye su pisada. CAINITO. - Pega bien la oreja al suelo y oirás su suela de guano caminando por tu desvelo. ABELILLO (pegando la oreja al suelo). - No se oye nada. El silencio se ha puesto hueco. F,\uSTINO. - Procura adiestrar tu oído. El tiempo tiene su paso acolchado entre las arañas de los siglos. MATUSALENO. - ¿Has oído alguna vez resbalar una . lágrima por los párpados de piedra de una qui. mera? . FAUSTINO. - ¿Vibrar un cuerpo etéreo al desapareo cer en el fondo del aire? CAINITO. - ¿El rumor que deja tras de sí una visión al quitarse sus guantes de fantasma? AnELILLO (desolado). - El tiempo nos ha abando· nado. MATUSALENO. - Pega tu oreja en la pared, si quieres encontrar el eco de una pisada. Las paredes suelen ser más fieles. ABELILLO. - Sólo se oye un diálogo de amor entre dos polillas. CAINITO (intrigadi,llo) . ......:: Me gustaría escucharlo. Las cosas del amor son siempre sabrosas. ABELILLO (con trabc.josa malicia). - La polilla dama ha quitado la colcha árabe de su cama. CAINITO. - ¿Y qué más? ABELILLO. - El polilla varón, ¡qué incorrecto!, aca· ba de ponerse el casacón. CAINITO. - ¡Oh, no! MATUS,\LENO. - Mira hacia el techo, por si acaso el tiempo se ha pegado a las resinas del cielo raso. ABELILLO (con un pescuezo bien estirado). - Sólo veo una araña peluda que saluda cual si fuera la lUna. MATUSALENO. - ¿Cuándo nació el tiempo, Fausto? FAUSTINO. - El tiempo aún no ha nacido, don Matusalén.

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CAINITO. - Entonces, ¿por qué apurarse por el año que ha de morir esta noche? FAUSTINO. - ¿Cuándo es esta noche? ¿De qué estre· lla fría se desprendió esa arista del milenio que ahora tú llamas esta noche? CAINITO. - Un calendario le prestó su última arruga. FAUSTINO. - ¿Y qué? La noche es eterna. ABELILLO. - Todos los años el almanaque le presta doce escaleras. FAUSTINO. - ¿Para qué necesita una escalera ,:¡uit:n puede saltar de nube a nube? ABELILLO (confuso). - No sé. FAUSTINO. - Echa a volar la última hoja del calen· dario, rompe la escalera del almanaque y tendrás, alrededor tuyo, un tiempo que no camina hacia adelante o hacia atrás. ABELILLO. - ¿No existe, pues, el presente? FAUSTINO. - De repente, te has quedado sin pre· sente. Tu presente es sólo la última sílaba de la palabra que todavía no has tenido tiempo de pronunciar. CAINITa. - Voy por el agua antes que me coja el pasado. (Sale)

FAUSTINO. - Pega un salto, don Caín. Ahora mismo está pasando tu pasado. MATUSALENO (con legítima curiosidad de viejo). ¿El tiempo es joven o es viejo? . FAUSTINO. - Como el cielo está virado al revés, cuando morimos, renacemos. Mientras más viejo, más niño. MATUSALENO. - ¿No es así en la tierra? FAUSTINO. - No es así; aquí, el tiempo es cual un anciano reumático, armado de dos temblorosos prismáticos, poniéndose unos botines sin saber si son de jueves o de domingo. ABELILLO. - Trabajoso destino. FAUSTINO. - Tiene que esperar que las campanas de la Catedral lo metan en el casimir, si quiere ir a rezar o a morir. MATUSALENO (cmoscado). - Tú eres pariente del diablo, doctor Fausto. ABELILLO (persigtlándose). - Yo le he visto pintarse las cejas con azufre. MATUSALENO. - Vade retro. FAUSTINO. - Llegando está el caballero de la mala suerte y nada hemos preparado. CAINITa (entrando). - Aquí está el agua. ABELILto. - Partirla debemos, hermano, mientras improvisamos coplas a la gobernación. FAUSTINO. - Va un sombrerazo de copa por la se· ñora Gobernadora: Doña Inés, linda mano, lindo pie... Si linda tiene la mano Quien tiene tan lindo pie, Puede sentir el amado Cierto estupor cortesano, Y en vez de besar la mano Se postre a besar tu pie.


ABELILLO. desa:

Va un copetillo por la señora AlcalDoña Felisa muerta de risa se asoma al balcón; abanicando sus risas con un pericón.'

(Risas y loores por la improvisació/l del ga· lante doctor y el manso ABa)

MATUSALENO. - No viene la niña. Me siento intranquilo. FAUSTINO (con c:erta tristeza). - Este año no trajo amores para la niña. ABELILLO. - Ya tendrá amores el año que viene. Echa agua aquí, don Caín, para que se asom~ en el fondo de la jarra tu cara de querubín. CAINITO. - Te voy a dar un golpe... ABELILLO. - No sería la primera vez, hermano. ¡Ayl Acabo de recibir una mordida en esta mano. ¡Ay! ¡Ay! Te he de castigar, condenado sapo. Restrayaré tus aguas sobre el empedrado y saldrás cojeando hacia la muralla. (DON ABELILLO se dirige al balcón y vierte st/s aguas sobre el empedrado. No es sapo, sino saltamontes, el que se escurre del torrente de agua. Quien se queja abajo es EL PASEA~TB EN CIUDAD ESTRECHA, caballero que a juzgar por el percance, lo persigue la mala suerte.) EL PASEANTE (vociferando desde la calle). - Maldito aguador, subiré a darte unos azotes.

ABELtLLO (alarmado). - Le cayó la ponchera ente· ra sobre las hombreras. CAINITO. - Escóndase, don Abel, antes de que llegue el basilisco. ABELILLO. - Nada ganaríamos con cambiarle la so· tabarba al mojicón. (Sube el PASEANTE EN CIUDAD ESTRECHA Y al ver la estatura meuuda y el medroso SUSqUfll de los viejecitos, se queda uu tanto perplejo.)

EL PASEANTE. - ¿Qué es esto? ¿Hay duendes en la calle de San Francisco? MATUSALENO (con cierta menuda altivez). - Se equivoca el señor caballero; ni cintura de sal'Piche ni sangre verde, tengo. FAUSTINO. - El último duende que había en esta ciudad, se 10 llevó a España la princesa Eulalia. EL PASEANTE. - Quiero saber quién es el que res· ponde en esta casa. MAruSALENO. - Yo soy el mayor y de algo debe servirme el nombre. EL PASEANTE. - ¿Cómo os llamáis? MATUSALENO (enfático). - Matusalén Rastronuevo, jefe de esta familia que de tanto envejecer nos hemos visto menguados al tamaño que aquí veis. Tengo propiedades; las tres últimas puertas con trampas de verdura del Pasaje Matienzo son condominio mío; tengo amén que bien, cua· tro bastones con puño de oro, un paletó con guarniciones de piel de Rusia, anteojos de ná<::ar y filigrana de plata en bolsillo de piel de ante. Todo puede quedar sujeto a la indemni· zaciÓn. EL PASEANTE. - Un momento, don Matusalén. Ando más en busca de un duelo que de vuestros di·

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neros. ¿Qué estatura tiene quien tiró el agua desde el balcón? ABELILLO (con delicado remordimiento). - Yo fui, señor Paseante, y como veis apenas tengo cuerpo que brindar a vuestro enojo. EL PASEANTE. - Yo no puedo batirme con vos. ABELILLO. - Lamento ser tan chupedillo de cuerpo. Tal vez podríais apalearme. EL PASEANTE. - ¿Cómo explicar vuestra absurda conducta? ABELILLO. - Vi nadando sobre el agua un sapo, que para burlar mi venganza se convirtió en saltamontes, y a fin de evitarnos el susto a la media-

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noche, tiré a la calle el agua de la mala suerte a prima noche, con tan mala suerte... EL PASEANTE. - Con tanto desatino... que me abrió una riada en el peto. FAUSTINO. - Si el señor no tiene prisa, podemos plancharle el pantalón y aplancharle la camisa. EL PASEANTE (un tanto extraiiado). - ¿Sabéis planchar? FAUSTINO (agarrándose a su solución). - He planchado las nubes del estío, las hojas del yagrumo en el desvío, las arrugas del viento. Podría, además, aplanchar vuestro sombrero y en su copa poner a brillar el firmamento. EL PASEANTE. - ¿Y si me resfrío? CAINITa (ensayando en la poética). - Le serviremos -globulones de aceite de bacalao como si fueran bombones de miel. FAUSTINO. - O si prefiere la terapéutica sueca, juntos podremos bailar un rigodón: -A bailar, petrimetres, a bailar, Este es el rigodón De la plancha con la artesa, Del añil con el botón; Del azufre con la bora, De la hila y el borlón. A bailar, pelrimetres, a bailar. EL PASEANTE (empezando a sucumbir al mal llUmor). - No quiero ofender a los pimpinetos aquí presentes; prefiero debatir este asunto con un hombre completo. FAUSTINO. - Caballero enchumbado, sois bastante osado. EL PASEANTE. - Sólo puedo escoger el insulto. FAUSTINO. - Y yo escojo batirme, ahora mismo, con el caballero. Traiga usted mi sable, señor Caín. CAINITa. - ¿Y con qué arma se batirá él? FAUSTINO. - Le basta con la que lleva en la boca. Tiene en la lengua su mejor florete. CAINITO. - Procuraré remediar las armas. No sé... si al menos encontrara una quijada de burro.

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MATUSALENO. - Un hombre joven hubiera simplificado el debate. ABELILLO (con mansa culpa). - Si el señor Paseante atendiera a mis razones, todo esto podría evitarse. Entre el señor Faustino y yo podríamos aviarIo. MATUSALENO. - Quítese el chaqué y hagamos la prueba. EL PASEANTE. - Bien, acepto, pero todo debe quedar aplanchado antes que llegue el año. ABELILLO (casi le arranca el chaqué, corriendo lzacia las planchas). - Diez minutos antes, estará usted más aplanchado que un redingote de palacio. FAUSTINO. - Además, le daré una gota del agua de colonia que me regaló doña Concha Berrocal para ir a recibir el General Weyler. EL PASEANTE. - No debo despojarme de mis pantalones ante estos señores.


FAUSTINO (señalando a un lateral). - Entre usted en esa habitación y tendrá a su disposición tan· tas mamparas como las que suele tener un mano darín.

CAINITa. - En manos del doctor Fausto debe haber quebrado ya la tintorería.

(Entra el PASEANTE el1 rma estancia que parece estar preparada para un sortilegio. De pronto, alguien se da cuenta que se !la !lec!lo algo inconveniente.)

EL PASEANTE. - Bueno, por lo menos, tengo ya puestas dos medias a poco mojar y unos calzoncillos secos. MATUSALENO. - Ha sido un lance poco afortunado.

MATUSALENO. - San Bias, prepara un grito que deje al pecador contrito. Hemos metido al huésped en el único sitio en que no ha debido entrar. FAUSTINO (cae en cuenta y corre llacia la puerta). Señor Paseante, tenemos que mudarlo de es· tancia. EL PASEANTE. - Demasiado tarde.

(Empieza a avivarse elt la calle el juego popular del a;io viejo y el año lluevo.)

(Saca una mano y tira los pantalones.) FAUSTINO (agarrando los pantalones). - Trae acá, soy yo quien debe achicharrarse las manos.

(Sale corriendo hacia el cuarto de plancha.) (Sale CAINITO con dos troncos de almdcigo que Ila encontrado en la carbonera, que lo lUismo pueden servir de ases de bastos que de floretes.) MATUSALENO (hablándole al Paseante, dentro). Señor caballero, hemos cometido una licencia que no se estila ni en el teatro clásico. Tiene usted que salir de esa alcoba inmediatamente. EL P,\SEANTE (dentro). - No puedo; estoy casi en cueros. CAINITO. - ¡Hombre impúdicol MATUSALENO (suplicando con energía). - Cúbrase con lo que tenga antes que regrese... EL PASEANTE. - ¿Antes que regrese quién? ¿Tendré la suerte de toparme esta noche con una persona cuerda? CAINITO. - Muy cuerda y muy dura de genio. EL PASEANTE. - Apremie usted al planchador y yo me aplicaré en exprimir los hiladillos. Es lo más que puedo hacer. MATUSALENO. - Estamos frente a un problema ma· cabro. Tendremos que pegarle fuego a ese hombre. Se explicaría mejor la situación, el haberse despojado de la ropa, el haber arrastrado nosotros el cadáver hasta la alcoba. CAINITa (con las de Caín a punto de sulfurar). Salga usted de ahí, so mangante. EL PASEANTE. - Después de mirar ciertas casillas me voy explicando mejor la situación. ¿Es aquí donde duerme el hombre de la casa? MATUSALENO. - Huelgan las burlas, señor mío. Salga usted de ahí. EL PASEANTE. - Saldré, saldré; mientras yo me avento el perfume de la estancia, mándele usted una súplica a mis pantalones. MATUSALENO. - Vaya usted, señor Caín, y mire a ver cómo andan esos pantalones.

(Sale corriendo, claro estd.)

EL PASEANTE. - ¿Qué ruido es ese, señor? MATUSALENO. - La calle se prepara para despedir al año viejo. EL PASEANTE. - Todos los años es 10 mismo. CAINITO. - En las casas donde ha habido felicidad, se vitorea el paso del año viejo; en las otras tiene él que taparse la cara para que no le vean el bochorno. EL PASEANTE. - Bochorno, ¿por qué? MATUSALENO. - Allí quedan las viudas del año, las enamoradas que han roto amores, las enfermedades, los billetes de la lotería sin premio. EL PASEANTE. - Y desde arriba el agua que se tira para fastidiar a los viandantes. MATUSALENO (severo). - Se tira el agua para que al correr el agua se lleve la mala suerte con ella, señor. FAUSTINO (saliendo con un panta16n que bota fuego). - Siete minutos antes llegó. Todavía pue· de lucir este pantalón cinco minutos del año viejo. ABELILLO. - Aquí está el chaqué. MATUSALENO (de vuelta a su miedo). - Apresúrese, que siento pasos. EL PASEANTE. - Tengo casi cerrado el pantalón. FAUSTINO. - Salga y acabará de vestirse en el cuar· to de los roperos. EL PASEANTE. - Deje colgarme, al menos, el detente y recoger el portamonedas.

(Sale la NIETA como Wl bólido en busca de su traje de tafeta, y sigue para su cuarto sin pararse a tomar aliento. Los viejecitos se persignan y se vuelven de espaldas a esperar la tempestad.) LA NIETA. - ¿Quién es usted? ¿Cómo se ha atrevido entrar en esta alcoba? EL PASEANTE. - Señorita, yo...

(Amoscado por el furor de la nUla.)

LA NIETA. -

Mal caballero es el que violenta el recato de la alcoba de una señorita. Fuera, miserable, ¡fuera!

(Primero vuela un zapato; después vuela el cin· turón; sale con igual premura el chaqué, el cuello de celuloide, un plastrón. Por último, rOJo de cólera, sale EL PAsEANm) EL PASEANTE. - ¡Condenada pecorital Chilla su gar· ganta más que la sirena del vigía. ¿Quién es esa rabiscosilla?

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ABELILLO. - No debe usted irse sin tirar su agua a las doce de la noche. Podría tener mala suerte todo el año. EL PASEANTE (mirando para la alcoba de la nieta).No quiero exponerme a la tentación de tirarle el agua a alguien que yo conozco dentro de la casa. ABELlLLo (Coll tímido reproche). - No diga usted eso; podría dejarnos a todos cubiertos por la desgracia. El remordimiento lo haría enfla· quecer. EL PASEANTE. - Bueno. señor don Abel, tendré que tirar el agua. Ojalá moje a algún borracho bono dadoso. FAUSTINO. - Cuando hay canciones y mojigangas en la calle, todos aceptan la costumbre. EL PASEANTE. - Por lo menos ya tengo los i1:apatos puestos, por si acaso hay que correr. FAUSTINO. - ¡Niña! ¡Niña!

Apura la horquilla; ¡NUia! ¡NUia!

Aplasta el bandós; Si no tienes tiempo Ponle a tus dos trenzas Cintas amarillas y a tus dos mejillas Un polvo de arroz. ADELILLO. - ¡Niña! Ya está el año nuevo asomando su nariz por la esquina.

(Se abre la puerta y sale la

NIETA.

Los rizos

y las tafetas preparados están para conti.2z.ar el sortilegio. Los viejecitos se acercan a ella cual si fuera una mwieca de cuerda enviada a un cumpleaños. Cuando la niña mira al joven caballero, tiene ya la mirada refulgente. Aprovecha DoN ABa la coyuntura para dejar al PASEANTE con mejor figura.)

MATUSALENO. - Ese es el hombre de esta casa. EL PASEANTE. - Cualquiera se mete con ella. ABELILLO (mansa modestia). - Con su trabajo nos mantiene; con la dureza de su genio nos protege. CAINITO. - Aunque sean de seda sus calzones. EL PASEANTE. - Por lo visto, me quedaré sin repa· ración. FAUSTINO. - Comprenderá usted que su presencia en la alcoba de esa doncella, era menos que inexplicable. EL PASEANTE. - Bien, sólo me falta ponerme los za· patos y salir.

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ABELILLO. - Aquí, el caballero quiere presentarte sus respetos. LA NIETA. - Algo he visto ya de él. EL PASEANTE. - A los pies de la señorita, presentaré mis excusas. ABELILLO (deteniendo la cortesanía con la mano).El caballero fue víctima de un descuido mío. FAUSTINO. - Un saltamonte con más trinchante que un caramoncillo, iba a morderle la mano, y al tirar el agua hasta la calle... ABELILLO (mansamente contrito). - Vertí sobre su chaqué la poncherita del remojo de barba. LA NIETA. - Ahora comprendo el uso de la alcoba... EL PASEANTE. - A pesar de saberme en el paraíso, mantuve mis ojos cerrados. LA NIETA (desentendiéndose). - Prepara agua tamo bién para el caballero. Apenas· tendrá tiempo para formular un deseo. EL PASEANTE. - Ayúdeme usted en el desear... LA NIETA. - ¿Qué desea usted? EL PASEANTE. - Saber correspondido durante dos siglos un amor que nació hace dos minutos.


(La NnrrA recibe el escopetaz.o con cierta tierna sorpresa. Suena la primera campana de la Catedral, como si pretendiera sellar con doce obleas santas una promesa matrimonial. El did+ lago del amor se pierde entre el retozo de los viejecitos, quienes se revuelven con la furia de unos niños supuestos a celebrar un juego completo en un corto asueto.)

ABEULLO (entregdndole a la Nieta el copón de cris'tal de Bohemia). - Toma, niña bella, este florón. LA NIETA (besando a don Abelillo). - Para ti será mi primer beso. ABBLILLO (madrigalesco, a su modo). - Huy, ¡qué envidias se llevarán las arañas hasta las cañas del techo! FAUSTINO. - ¿Quién quiere la mayólica azul con jerogUficos? EL PASEANTE (cogiéndola del aire). - Yo; por si tengo que entretener un desvelo. MAruSALBNO. - Vamos todos, que ya sonó la sexta

campana. (Cada uno de los viejecitos, con NIETA y 'PAse dirigen al balcón. Empiez.an a restrallar las alabanz.as y las rechiflas de los vecinos al año viejo, coreadas en parte por los viejecitos de la sala.)

SEANTE,

Voz (fuerte y jubilosa de hombre con suerte, en J¡;z calle). - Adiós, año bueno. Ayude Dios tu carga de santo. ' FAUSTINO (coreando, desde arriba). - Adiós, año bueno, ayude Dios tu carga de santo. Voz (de roña con carantoña en la calle)'1 - Espero que te descabeces en el primer barranco que e,cuentres, año viejo usurero. CAINIIu í coreando, arriba). - Espero que te descabeces..• Voz (de anciano, todavía con voz completa, en la calle). - Gracias por no llevarme la cuenta. MATUSALENO (desde arriba). - Ese coreo me corresponde. Gracias por no llevarme la cuenta, buen año. Voz (de vieja atiplosa, desde la calle). - No te debo ni un caramelo, año usurero. FAUSTINO (burldndose desde arriba). - A su edad, madama, vale lo mismo chupar caramelos que limones de cabro. ABELILLO (contando lentamente' mientras las tres úl-

timas campanadas del año viejo dan vuelta en la misma cuerda). - Diez, once, doce; ¡año nuevo! (Tirando su cacharro de agua a la calle junto con los demd.s). ¡Agua de la mala suerte, corre en busca de la muerte!

(El didIogo que sigue es simultdneo.) FAUSTINO. - Agua de !a suerte buena, saca mi alma de pena. LA NIETA (dando vueltas alegres). - ¡Feliz año! ¡Feliz año! EL PASEANTE. - Feliz año, estimados amigos. FAUSTINO (asomado al balcón). - ¡Feliz año, vecinos!

CAINITO (abrazando a su hermano Abel). - ¡Abelillo! ABELILLO. - ¡Cainito! FAUSTINO (abrazando a don Matusalén). - Que siga resollando en tu pecho de buey la energía imperecedera, querido Matusalén. MATUSALENO. - Gracias, don diablo. Unamos todos las manos para un voto solemne. Hacemos votos porque en esta casa nunca muera nadie.

(Ruido y mds ruido, aunque sin pandereta.) FAUSTINO. - Siento otra vez el hormigueo de la improvisión. El motivo tendrá que ser el agua. Em· pieza tú, Matusalén. MATUSALENO. - Por lo fino, voy.

(Declamando: ) Alberca de yerbaluisa, Brocal de los caballeros, ¿ Por qué siempl1e van tus aguas Imaginando luceros? FAUSTINo. - Retozo de cistemillas, Riada de San Francisco, ¿Dónde cierra sus varillas Tu tembloroso abanico? CAINITO. - Charca con panckl de música De la Plaza de Santiago, Tiende tu pontón al lodo Hasta que se caiga el diablo. LA NIETA. - ¿Hacia dónde va la cdntiga De tu calado de hierro? Gota a gota la tinaja Sueña con ser sonajero. ABELILLO. - San José y San Justo, Quien bebe tus aguas Se cura la rabia y muere de gusto. EL PASEANTE. - Un solo chubasco Tendrd tu fortuna: Sí vives en Sol Te arropa la Luna... Sí vives en Luna Te levanta el Sol. EL PASEANTE. - ¡Señorita! LA NIETA. - ¿Contento el señor? EL PASEANTE. - Embalsamado está mi pecho por una pasión. LA NIETA. - ¿No es acaso la noche nueva propicia a la fantasía? EL PASEANTE. - Necesito que -me escuche usted seis palabras y me conteste cuatro. LA NIETA. - Con tan escasas palábras es difícil condenarse. EL PASEANTE. - Quiero casarme con usted. La adoro. LA NIETA (un poco animada por la dulzura del absurdo). - ¿Sabe usted lo que significa casarse conmigo? . EL PASEANTE. - La más grande ventura que pued::l esperar un hombre afortunado. 33


LA NIETA. - No, amigo. Tendrá usted que casarse conmigo y cuatro más; cuatro angelotes, que han aprendido a no morirse. EL PASEANTE. - Cuando se complete el milagro, juntos estaremos todos. Con usted entra la casa, los cuatro ancianos que son las cuatro flores más bellas de la projimidad, la virtud de la fa· milia, la dulce gracia del vivir. Escuchad, señores de Rastronuevo. MATUSALENO. - Parece que nos Uaman. ¿Serán los ,ángeles? EL PASEANTE. - No; es un simple mortal que aspira a casarse con la niña de la casa. ¿Podrán ustedes compartir conmigo su amor; un sitio en la mesa, un banco en la iglesia, un antepecho' de la casa, y cuando venga un niño compartir con ella y conmigo los mimos y los cuidados? AnELILLQ. - ¿Un niño, dice? Será como un regalo del año nuevo. FAUSTINO. - ¿Con que vas a tener novio, nieta mía?

CAINITO. - ¿Cuántos refajos necesita una mujer para casarse? MATUSALENO. - Yo seré el padrino de la boda. Ten· go una larga experiencia en esa clase de ceremonias. ABELILLO. -:- Habrá que abrazar al novio, me imagino.

(Se dirigen todos a abrazar al novio.) FAUSTINO. - Tanto quejarse del chapuzón, y el agua que le tocó era la de la buena suerte. CAINITO. - y habiendo llegado el fin, Sin que suene un bandolín O se asome un serafín, Baja el telón, don Caín. (Todos rien. Los novios, como se estila en tal

ocasión, se toman de la mano, se buscan cada

(Empiezan los besos.)

uno en ojos del otro y sonrien.)

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La Iglesia Parroquial de Aguadilla Por HERMAN REICHARD ESTEVES

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NOTICIAS MÁS ANTIGUAS QUE HAY ACERCA DB LA primitiva Iglesia Parroquial, son al efecto de que ésta se albergaba provisionalmente en una casa de madera situada frente a la plaza de recreo, hatia el lado opuesto al que actualmente ocupa el templo católico, y estaba regentada por los frailes franciscanos.' En 1773 los vecinos solicitaron licen· cia para la erección del templo, la que fue otorgada a principios de 1774. Sabido es que los vecinos del poblado de Agua Chica tenían gran interés en formar una comunidad aparte, ya que para fines del siglo XVUI habían sobrepasado en población y riqueza a la villa ma· triz de la Aguada. En 1774 se solicitó autorización para la fundación, la cual se concedió en 1775 -fe-cha que fue grabada en las primeras campanas que tuvo el templo- y probablemente se dio comienzo a la construcción del mismo, si no se había iniciado antes, pues el gobierno civil no autorizaba la constitución de un pueblo que careciese de sólida Iglesia Parroquial. En ~cho año informa el capitán don Fernando Miyares, en la relación de los pueblos de la Isla visitados por él en su calidad de Secretario de Gobierno, que e10s nuevos pobladores (de Aguadilla) se dedican incesantemente a la conclusión de la iglesia, cuya fábrica siguen de piedra.•l Esta, sin embargo, aún no estaba termi· nada en 1t16, según nuestro primer historiador, fray Iñigo Abbad.3 Los terrenos, desde el Cerro de las Animas hasta la hoy llamada Plaza Degetau, fueron donados por doña Luisa Orjales. Tal era el entusiasmo AS

l, Stahl. Agustln. Fundación de Aguadilla. San Juan, 1910. p¡\. glna 14. 2. Miynres González, Fernando. Noticias particulares de la islll y plata de SIU1 Juan Bautista de Puerto Rico, U. P. R.• 1954. p¡\g. 72. 3. Abbad y Lasierra. fray ldigo. Historia geogrdfica, civil y na· tural de ltl isla de Puerto Rico, 3.' ed•• 1886. pág. 286.

que reinaba por ver terminada la construcción, que hasta las damas principales del pueblo cargaron piedras para la obra. Una de ellas, doña Rosa Portalatino, hizo los primeros donativos en valiosas joyas e imágenes. Doña Jacinta de la Rosa regaló la cruz parroquial, que aún se conserva. Al fin, en 1780 se erigió la parroquia bajo la advocación de San Carlos Borromeo y Santa María de la Victoria. Los acaudalados catalanes del alto comercio de Aguadilla regalaron la imagen de la Patrona con dorado camarín barroco que fue adosado en alto nicho tras el altar mayor. Aún se conserva esta imagen. La antigua imagen del patrón fue remplazada por la actual, de mayor tamaño y más fina factura, gracias a la generosidad de la dama española doña Sofía Pretel de Amell, en 1902. . Las primeras partidas de bautismo, matrimonio y defunción son todas del año 1780. Durante algún tiempo, sin embargo, no hubo párroco propio, por lo cual el de Aguada seguía prestando sus servicios en esta parroquia. En la descripción que del pueblo hace en 1788 fray Iñigo Abbad en su Historia, dice: cEn el centro de la arboleda... está la Iglesia, que es pequeña, pero hermosa, y sirve de parroquial a esta población, que consta de 58 casas, situadas a lo largo de la orilla del mar...• En 1797 tres buques de guerra ingleses atacaron a Aguadilla, resultando averiadas la Iglesia y unas veinticinco casas. El obispo fray Juan Bautista de Zengotita: quien se hallaba aquí a la sazón en visita pastoral, recorrió el pueblo infundiendo valor y serenidad a los defensores. Luego elevó una instancia al Primer Ministro dando cuenta de los hechos, exaltando la heroicidad de los combatientes y pidiendo recompensa para los que se habían distinguido en la lucha. Según la Lcda. 35


Cristina Campo Lacasa,4 el distinguido prelado contaba nuestra iglesia como una de las cinco Clmás bonitas, mejor construidas y más ricamente alhajadas», de las treinta y ocho iglesias parroquiales de su diócesis. En 1830, según el Secretario de Gobierno, don Pedro Tomás de Córdoba.5 «la Iglesia es muy regular y se ha recompuesto últimamente: se ignora el año de su erección... Tiene cura propio, sacristán y mayordomo... el valor de sus alhajas 1,836 (pesos). El párroco disfruta de. una capellanía de 225 ps... También disfruta la parroquia de una cuerda de tierra a su espalda, donación de doña Luisa Orjales. En el pueblo había establecidos tres eclesiásticos». Nuestra Iglesia Parroquial, a pesar de las alteraciones que ha sufrido en el transcurso de los años, especialmente después del terremoto de 1918, que tan seriamente la damnificó, conserva los rasgos típicos del estilo románico: la solidez de sus recios paredones, la arquería interior que separa las tres naves, y la bóveda vaída sobre el ábside. Las columnas interiores, en las cuales se· apoyan los arcos de medio punto que sostienen la bóveda, eran ochavadas, forma que perdieron al ser reforzadas en ocasión de haberse aumentado la altura de las paredes exteriores, allá para la dé4. Campo Lacasa, Cristina. Notas generll1es sobre Id historid eclesitbtiaJ de Puerto Rico en el siglo XVl1l, E.E.HA., Sc:Villll, 1963,

pág. 51. 5. Córdoba. Pedal Tomás. Memoruu gWl:rdficdS, histdricu, u;o.. ndmicu y estadistialS de Id islQ de Puerto Rico, S:m Juan, 1831.33, tomo 11, pág. 169.

L,~

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iglesia hacia 1860, cuando lucía su única torre. (Foto cortesia del Ledo. J. J. Zamora)

cada del '80. Muy modesto era el aspecto exterior del edificio, La torre del reloj no formaba parte de la construcción original, aunque sí sabemos que dicho reloj fue instalado hacia 1862,6 para cuyá fecha debió haberse erigido la segunda torre, de igual altura y mayor solidez que la primera. En la fachada principal había una sola puerta, de arco semicircular, sin la cornisa y las columnas que hoy forman el pórtico. Un pórtico más sencillo, de dos altísimas columnas, figura en uno de los dibujos hechos por M. Auguste PIée en 1822, en el transcurso de su expedición científica al Nuevo Mundo? Es lo más probable que al construirse la torre del reloj se adosara el pórtico de estilo clásico, terminando la puerta principal en arco apuntado y abriéndose dos nuevas puertas, también de arco ojival, en el frente. Estos tres arcos ciertamente no armonizan con el conjunto de estilo románico. En 1826 se hicieron reparaciones montantes a 3,227 ps., Srs, 17 mrs.8 y ya para el año 1863 se expuso la necesidad de construir una nueva iglesia parroquial. En 1874 se repararon la vieja torre y el atrio.9 En 1878 Ubeda y Delgado 10 se refiere a nuestro templo como «de antigua construcción». A consecuencia del terremoto de 1918 la torre primitiva quedó tan averiada que fue necesario despojarla de las pesadas campanas y derribar la parte superior, que amenazaba desplomarse. La Central Coloso proporcionó los medios para realizar esta obra de demolición parcial. Utilizando la misma base de la antigua torre, hasta la altura del cuerpo del edificio, luego se levantó un nuevo campanario de concreto, por el mismo estilo del anterior, pero más pequeño, de manera que pudieran soportarlo los viejos cimientos. Por tal razón hoy día las dos torres no lucen la misma altura. Hasta que se terminó la construcción del actual cementerio urbano, en 1814, el camposanto estuvo situado a ambos lados de la iglesia, siguiendo la antiquísima costumbre europea, como lo fue también la del enterramiento de personas principales dentro del templo, en criptas bajo las baldosas de mármol, según consta en antiguos documentos. u La verja del atrio data de la primera dé6. Añeses Morell, Ramón. Apuntes para CQ historia de AgUadilll2, RIo Piedras, 1949, pág. 35. 7. Copia en la Biblioteca del Colegio de Agricultura y Artes Me· cAnicas. 8. Gutiérrez del Arroyo, Isabel. El reformismo iluslmdo en Puer· to Rico, Asomante, México, 1953, pág. 143, núm. 264, cil:1ndo 11 Cór· daba. 9. Arr.hivo del Deparmmento de lo Interior, hoy en el Instituto de Cultul1l PUC:r1orriqueña. 10. Ubeda y Delgado, Manuel. Isl4 de Puerto Rico, SIIn Juan, 1878, pág. 176. 11. Archivo nomri:ll de Aguadilla. Tomo III (1806-1807). Don Francisco del Vlllle ~isponc en test:unento del 4 de abril de 1807 que se le dé sepultura _en el primer tramo al pie del almr de Nuestra Señora de los Dolores o al del Santlsimo Cristo>, (l. 21).


La

1~/es;a

parroquial en la actualidad

cada del presente siglo, y la vieja casa parroquial anexa, de la segunda. A raíz del cambio de soberanía, comenzaron tiempos difíciles para nuestra Iglesia Parroquial. Primeramente, los daños producidos por el ciclón de San Ciriaco. Luego, la pérdida de la capellanía y de la subvención gubernamental para el sostenimiento del culto y clero. Finalmente, la penuria en que se desenvolvía la comunidad, que era un mero reflejo del desajuste imperante en toda la economía insular. Para encarar tales dificultades, y previa autorización episcopal, se sacrificaron muchos valiosos objetos del culto, por ser todos de plata sólida, como los ciriales, el monumental atril del misal, etc.; y también las hermosas arañas de cristal que pendían del techo.

Muy poco es, pues, lo que nos resta de las gen,erosas ofrendas, de las exquisitas piezas de orfebrería que legaron nuestros antepasados a su amada Iglesia Parroquial. Sólo quedaron, además de la citada cruz parroquial barroca, el manifestador, el guión y las varas del palio, de factura dieciochesca, y el hermoso cuadro de Animas, lienzo de Campeche que servía de retablo al altar del Crucificado. Aún se conservan las bellas imágenes que datan de mediados del siglo pasado hasta principios del presente siglo, cuya donación se debe a la acendrada piedad de aguadillanos ejemplares, o de peninsulares devotos que con nosotros convivían, como los acaudalados catalanes, los señores Juliá y Silva y las señoras Pesquera, Amell, 'Pretel, Abril y Ferrari.

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Exposición de Rufino Silva

D

Aspecto de la exposiciólf

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EUIDO A

sus

LARGOS AÑOS DE RESIDENCIA EN EL EXTE-

rior, el pintor puertorriqueño Rufino Silva es poco conocido en su propia tierra. Nacido en Humacao en 1919, en 1938 recibió del gobierno de Puerto Rico una beca para estudiar artes plásticas. Cuatro años después se graduó del Art Ins· titute, de Chicago, que le otorgó el John Quincy Adams Travcling Fellowship. Pasó entonces a l'Ecole de la Grande Chaumiére, de París, y posteriormente a la Universidad de Perusa, donde cursó estudios sobre etruscología e historia del arte. En Roma trabajó en los estudios de artes gráficas de la Stamperia Nazionale y en el Studio Hinna. En 1955 le fue concedido ·el premio Clusman de pintura al óleo. De de el año 1959 Rufino Silva es instructor de pintura y dibujo en el Art Institute de Chica· go. También ha enseñado las mismas materias en la Layton School of Art, de Milwaukee, y en otras instituciones docentes de los Estados Unidos. Sus obras han sido expuestas en París, Roma, Chicago, Nueva York, San Francisco y Minneapolis. En el catálogo de su primera exposición en Puerto Rico, abierta en el Instituto de Cultura Puertorriqueña ellO de febrero de 1967, el propio pintor definió así el carácter de su arte: «Mis pinturas están pobladas de un sinnúmero de personajes extraños; personajes que apun· tan con sus dígitos y se hacen señales los unos a los otros; que se levantan, se sientan, caminan y se suspenden en el aire desobedeciendo las leye~ de la gravedad... Al así hacerlo, al jugar con el significado que implica la imagen y utilizar sus indicaciones simbólicas, sugestivas, comunicativas y poéticas, señalo un aspecto del arte de una dimensión más escondida, que nada tiene que ver con la técnica, el realismo o la literatura; que no se encuentra en la superficie del lienzo, y que trasciende la sustancia plástica para transportarnos a otras regiones más íntimas y personales.Ilustramos estas páginas con algunos aspectos de la Exposición.


Figuras que hacen sel铆ales

Acontecimiento co,t fot贸grafo

Testigos de una suspellsi贸lt illfantil COIl Madona

Matrimonio de Rober! y Dorothea Parrish

Muerte ae un personaje important铆simo


La colaboración del tiempo (Narración) Por ToM,(s

1 U!o<A RISUEÑA MARANA DEL MANSO Y AGRADABILíSIMO

invierno antillano, bajo el dintel de la puerta mayor de nuestra provinciana catedral, un curita muy joven rodeado de sacristán y acólitos -cruz alzada entre cirios, fumanles de incienso, rocíos de agua bendita- entonaba con madura buena voz los últimos responsos del oficio de difuntos: -Requiescat in pace... Domine exaudi orationem mean. Desde dentro, de lo alto de un coro al fondo de la nave abovedada, salían resonantes las respuestas:

-Amen... Et clamor meus ad te veniat. Con grave solelIlTlidad y escasa concurrencia, acaba de celebrarse una misa de réquiem por el alma de Ildefonso de la Cruz Pérez y Gutiérrez que, de cuerpo presente, yacía en su ataúd. Era un alto' en el camino del cementerio: La parroquia despedía con los tradicionales ritos de la Iglesia a su difunto feligrés. Sobre el umbral del portalón, al tope de la escalinata que desde allí bajaba hasta la cal1e, la. eclesiástica escena de la despedida tenía induda· ble grandeza; derivada en buena parte, quizás, de la manifiesta pequeñez y miseria del hombre ante la muerte...

C..• el horror de sentirse pasajero, el horror de ir a tientas en intermitentes espantos 40

BLANCO

hacia lo inevitable, lo desconocido y la pesadilla brutal de este dormir de llantos del cual no hay mds que Ella que nos despertardJ_) [a]

Cuando empezaron a cargar el féretro para llevarlo al coche fúnebre que esperaba, abajo, en la calle, un pequeñín monago dejó caer -nervioso


y turulato- el acetre, con hisopo dentro, que a su cargo y deleite tenía. El ruidoso staccato de la plata hueca contra la piedra escalonada, produjo un momentáneo desconcierto de la comitiva. Pronto se recobraron todos y prosiguió el descenso. Un tenue hilo de agua derramada escurríase de peldaño a peldaño, con minúsculas prisas, tras el cadáver inalcanzable que, en su hermética caja y por alto, se llevaban seis hombres. 11

La radioemisora más prestigiosa y progresista de la Isla había inaugurado hacía poco un novedoso programa. Novedoso, entre otras cosas, por estar completamente a cargo de aficionados -estudiantes universitarios los más de ellos- pero con tan acertada capacidad para el asunto, que el resultado semejaba ser consecuencia de veterana maestría, obra de profesionales. Se trataba, sencillamente, de un noticiario: Capitaleñas se llamaba. Según su nombre lo dejaba entender, en sus reportajes se ceñía a personas, cosas y casos de la Capital, únicamente. Mas era encomiable, excelente, noticiario por la buena pro· sodia, sin afectación, de los locutores; por la limpieza y propiedad del idioma, sin poner melindroso ni firulístico al vernáculo; por la gracia ágil y el sutil humorismo de ciertos enfoques; por el inte· rés de los temas escogidos y la recién nacida ac· tualidad de las noticias; por lo escueto y conciso de las informaciones, cuando así convenía, y !a riqueza de significativos detalles cuando el darlos profusos era de rigor. Por tales y otras parecidas razones, aquel notiticiario, libre de anuncios y limpio de monsergas, causó inmediata sensación entre personas de buen gusto y alcanzó, también pronto, un sorprendente éxito entre el público grueso. Sobre todo, era favorecido con asiduidad máxima por escritores, artistas, actores, catedráticos y otros heterogéneos amigos de las musas: porque, dentro de la brevedad -duraba once minutos- de Capitaleiias, algo siempre cabía concerniente a las letras, las cien· cias o las artes. Pues bien, fue desde ese programa que un despierto muchacho -Antón Martín de Medrano-propagó por el aire la noticia del fallecimiento de Ildefonso: «del vate don Ildefonso de la Cruz y Pérez Jl , dijo, con su pizca de errores; porque lo de la Cruz -por ejemplo-- era parte del nombre de pila de Ildefonso, por haber nacido, según no sé quien me aseguró, un dieciséis de julio: Por lo ta'nto, no había lugar a la «YIt; o, cuando más, de· bía ponerse después del Pérez y antes de un no mencionado Gutiérrez, apellido materno del fene· cido. Pero toda esta precisión de nombres propios

a que he llegado, ha sido después de indagaciones que hice a raíz del entierro. Y, eso que yo le conocía de mucho tiempo atrás. No es de extrañar en nada, pues, la leve confusión del locutor. De cualquier modo, para mí, como para muchos entre sus conocidos, bastaron los pocos datos biográficos que se dieron por la radio para comprend~r a cual Ildefonso se refería la nota necroló' gica. Es curioso que el haberle Uamado vate -a pe· sal' de que ésta fue la segunda y penúltima vez que alguien se lo llamó públicamente- nos confirmó, sin lugar a dudas, la identidad de la persona. La primera vez -única en vida- le llamó vctJte, hacia ya sabe Dios cuantos años, un jovenzuelo que pa· saba por amigo suyo; pero lo hizo burlándose, con muy torpe y muy burda ironía; y, con tan fría y desapasionada crueldad como sólo en la infancia o temprana niñez suele manifestarse en he· chos... Fue un muchacho pecoso, enclenque, lar· guirucho -un tal Alejandro Balmaseda- que, impaciente por significarse, logró publicar en cier· ta revistilla de mal vivir un artículo, sobre el pobre Ildefonso, titulado: Apología de un vate que nunca lo ha sido ni lo es ni lo será jamás. Y todo esto, sin originalidad; pues parodiaba a otro amigo que en anterior y distinta ocasión, y refiriéndose a muy diferente persona, escribió El Elogio de un Poeta Malo: Cosa que suscitó numerosos comenta· rios en pro y en contra; los más, abrumadoramente, en pro del maldiciente y contra el aludido. (<<del puñal

COIl

gracia, ¡líbranos, Señor!",) [b]

111 (¿He dicho, antes, 10 que para nosotros -en el habla de mucha gente urbana de esta antillasignifica vates? -Creo que sí: «amigos heterogé· neos ·de las musas",. Pero vamos por partes: Se empezó por usar familiarmente la palabra con va· ga aproximación a su origen latino, mas sólo en el escueto carácter de poeta. Un muchacho que hacía versos -y, casi todos los hacían- era un poeta, un bardo, un vate. Lo de bardo persiste aunque muy postergado, arrinconado. Poeta conserva más o menos rigurosamente el sentido que le dan los diccionarios. Lo de vate hizo fortuna y se popularizó. Se aplicó a los maestros lo mismo que a los aprendices; sin mayores distingos entre los unos y los otros que, a 10 sumo, rara vez, un cariñoso diminutivo para los segundos o la añadi· dura de un adjetivo encomiástico, como muestra especial de admiración o de respeto, para los primeros. No obstante, igual suele decirse, saludando a un joven compañero: «¡Hola, mi querido vate!» que «¡Hola, vatecitollt O por el otro extremo, refe-

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rirse al «vate Caledrón de la Barca» -digamosque, indistintamente, al «gran vate don Pedro Calderón». Como posibles sustitutos de gran, se usan otros varios calificativos de repuesto. No muchos: Eximio se dice; pero tomándose a sí mismo, quien habla, un poco en broma, un poco como si anduviera por el idioma deliberadamente en zancos: se sienten demasiado los retóricos ecos del vocablo. En cambio, excelente, magnifico, estupendo, se usan con naturalidad, sin sorna alguna, como meros juicios del entusiasmo y del aprecio. De significar poetas -mínimos, medianos y máximos~ vates se extendió hasta incluir, en general, a escritores y artistas. Luego fue adquiriendo más y más amplio sentido, abarcando no sólo a los cultivadores de las artes creadoras sino también a los de las interpretativas. Además, a este respecto, la noción de las artes se hizo elástica; y, hasta las musas se multiplicaron. Pasaron a ser vates algunos intelectuales y científicos ajenos a las letras y las artes. Por fin, bastó ser amigo asiduo de los vates para contaminarse de vaticidad. En un librote que es ya bastante viejo y anticuado sin, por eso, poder todavía presumir de antiguo, encontré estos dictámenes referentes al tema:«No es imprescindible que se manifieste en obra intelectual o artística -buena, mediocre o mala- la calidad de vate para alcanzar la calificación de tal: con la intención basta muchas veces; y, los hay hasta sin ésta, sólo en virtud de remota afinidad con los genuinos o por la mera frecuentación de ellos... La concesión de ese título, a más de enteramente popular y espontánea, es desde luego honorífica»... [c] Todo lo cual es verdad, salvo que la consagración del vate -bien que el título no 10 conceda un jurado ni lo otorgue un congreso- es obra de sus pares, al establecer la costumbre de llamarle así; y, sólo luego es identificado como tal popularmente, por moda imitativa al principio y, después, llega a ser usanza que el pueblo cree nacida de su anónima espontaneidad. La concesión es in· dudablemente honorífica en su origen; aunque no siempre honrosa por necesidad, sobre todo al entrar el concepto en potestad del vulgo farisaico. Hay quienes obtienen la gracia de ser reconocidos como vates aun cuando sería difícil, si no imposible, comprenderlos dentro de las más amplias y generosas definiciones de esa designación. Sin embargo, otros hay que teniendo obra hecha y publicada, a nadie se le ha ocurrido jamás llamarlos vates. Esto, que en la superficie parece sumamente arbitrario, no lo es tanto. El hecho es resultado de un intríngulis complicadísimo: pro-

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dueto, no de un absurdo capricho, sino de sutil discernimiento subconsciente. En el fondo ae los fondos, el acierto y la razón de ese proceder se confirman siempre por la opinión general, que lo acepta implícitamente, que tácita e instintivamente 10 aprueba. Intentar el análisis de las causas matrices de tales paradojas, me arrastraría a "terreo nos para mí imposibles; como el de la mecánica sociológica de la Sicología o, a la inversa, del mecanismo sicológico de la Sociología. ¡Vade retro! Baste, pues, anotar -con todo lo que ello significa- que, en el revesado criterio que priva al otorgarse el título de vate, se juzga y se falla indeliberadamente (valga decirlo así) por méritos del ser antes que por merecimientos del hacer. Y, pudiera ayudamos a comprender algo mejor lo susodicho -guardando, desde luego, todas las distancias- una frase del más innovador y mejor conocido pintor de nuestro tiempo, del genial ma· lagueño a quien se ,le atribuye haber dicho en su segunda lengua: --le ne e/lere/le pas, je trouvell ... Pero volviendo a los llamados vates nuestros y al intrincado criterio que los bautiza con tal nombre, la tendencia a imaginarlos como predominantemente más deudores al milagro casi gratuito del ser, o al mero azar del existir, que a los afanes la· boriosos del hacer, quizás explique -entre otras causas posibles- por qué se les considera más idóneos recipientes de honores que de honra... Pero, al encarnar la palabra vate, ella sola, todo el complejo ideológico cpoeta-igual·vate·igual-eteé. 'terall -según se ha visto- parece haber colmado su aventura semántica local mediante sorprendentes e impensados contactos laberínticos con sus antecesores clásicos: con los etimológicos progenitores de poeta y de vate. El término poeta, implícito ahora en vate, digerido por éste, fue por ocultos vericuetos recobrando -y, hasta, quizás, ampliando- progresivamente las valencias perdi· das de la griega poiesis h.acedora: De modo, entonces, que vate -como sinónimo de poeta y de otras varias cosas, y no obstante todo lo antedicho sobre méritos y merecimientos relativos del ser y del hacer- no se aplica exclusivamente a los adorna· dos con el don y la gracia de escribir versos o tragedias, componer música, cincelar esculturas o pintar óleos y frescos, etc.; sino también a ciertos señalados trabajadores o simples artífices de di· versas etcéteras. A veces, inolúyese además, entre otros, aquellos que sencillamente hacen obra de contemplativa estima o labor de generosa comprensión ante los que frecuentan el trato de las musas... aunque esa obra y esa labor no conlleven otras tareas ni quehaceres de ninguna clase... Todo lo cual quedaba, ya, antes indicado o sugerido; pero está bien recalcarlo. Por otra parte, de igual modo pero más misteriosamente aún, el propio vocablo vate, con anteriori·


dad desnudado, despojado, de sus pretensiones de profeta y adivino, exorcizado contra oscuros númenes y falsas..deidades -como cuidado previo para mejor Adentificarse con poeta- fue, en seguida, atrayéndose de nuevo resonancias y evocaciones de su antiguo abolengo latino; reabsorbió, poco a poco, insensiblemente, algo de lo que antes había expurgado y expulsado; y, por ahí le vino -en digo nas ocasiones- el mágico prestigio adicional de {;onsiderársele inspirado, visionario, iluminado... En presunta convivencia, casi, con la Divinidad... ) (<<¡Torres de Dios! ¡,Poetas! Pararrayos celestes... ») [d]

No sé si con el gordo paréntesis que antecede, tan cebado en imprecisa semántica menuda, he logrado dar alguna idea -como era mi intención y propósito- de por qué, cuando Medrana lanzó a los treinta y dos vientos de la radio aquello de «el vate don Ildefonso de la Cruz», fue -para nosotros- como si de repente se encendiera una antorcha en las tinieblas; como si tremolaran, de pronto, banderas en el aire; como si alguien blan· diese a pleno sol una espada de acero refulgente. Porque aquel mencionado artículo de Balmaseda nos había puesto un dique a llamar vate a al· guien -a Ildefonso de la Cruz- que era uno de nosotros, uno de los nuestros ..• No porque coin· cidiéramos en 10 más mínimo con 10 que se decía -y menos con lo que se insinuaba- en el articuleja. Ni porque los empeños de Ildefonso no hubieran granado en obra. No fue por nada de eso ni nada parecido. Nos movió a callarnos una extraña manera de ampararle. Quisimos contradecir tácitamente a Balmaseda sin exponer a Ildefonso a nuevas burlas y sarcasmos: cosas que si se desa· taran, si diéramos pábulo a que resurgieran, no serian en ningún modo reparables después. Conociendo a Ildefonso y sabiendo, no la lucidez, sino la sinceridad de su introspección, dábamos por cierto que todo cuanto en t.al caso hiciéramos sería empeorar las cosas. Ningún remedio de hecho o de palabra aplicado por nosotros, luego, hubiera conseguido sino ruborizarle: y, tal vez, perturbar ilusiones preciosas en su espíritu. El sabía que la única. respuesta posible a llalmaseda era darle, algún día, el rotundo mentís de publicar, él, obra madura y apreciable. Esto, porfiadamente, en el más íntimo hondón de su ser, siempre lo esperaba. Acudir nosotros con otra respuesta -de cualquier índole que fuera- le habría de- parecer un acto de poca fe: dudar de la posibilidad de su futuro meno tís, de su definitiva respuesta terminante. Tratamos pues, de anular por completo aquel artículo a fuerza de silencios: De aniquilarlo a ultranza, de darlo por nunca escrito ni jamás publicado. Y casi lo conseguimos. Lo conseguimos

hasta el punto en que tales cosas son posibles, hasta donde -son factibles tales imposibilidades. Y todo sucedió como si lo hubiéramos logrado totalmente. Y pasaron años. Luego vino la muerte inesperada de Ildefonso. Entonces, el vate Antón Martín de Medrana con una sola palabra -rayo sin trueno- iluminó la redondez del horizonte: de nuestros afectivos horizontes ¡claro está! Naturalmente... Pero, al fin y a la postre, fue el mismo Alejandro Balmaseda con subsiguiente sigilo y continuado buen callar; y, luego, en virtud de sus propias sanas palabras ante la tumba abierta de Ildefonso, quien dio por nunca pensado, por inexistente e inimaginable aquel su vanidoso, vacuo y despectivo articulucho.

IV Los amigos que oyeron la noticia, enseguida se pegaron al teléfono: -Aló, haló, jaló! -¡Ah ¿Eres tú? ¿Oíste, ahora, Capitaleñas? -¿No? Pues, chico, te acuerdas de Ildefonso? -Sí. El mismo. Pérez Cruz...

-Eso es, de la Cruz Pérez. Acaba de morírsenos de un ataque cardíaco; dicen... -Según Capitaleñas, andaba por los treinta y tres o treinta y cuatro. Diego Santos porfía que tenía más ... yo le calculaba menos ... Habrá misa de cuerpo presente en Catedral. A las nueve. Mañana por la mañana. -Sí; yo también, desde luego. Iré ... A pesar de mi anticlericalismo inconmovible... -No. En ninguna clínica. Parece que murió bastante pobre. Y de repente... -Yo telefoneé a Capitaleíias pidiendo ampliación de informes. No habrá autopsia. No se sabe que tenga parientes cercanos ... No, ni padres ni hermanos. No sé quién ha firmado el certificado de defunción... Pero alguien ha cuidado ya de todo... -No, no sé quién... No tengo la menor idea... No parece que haya necesidad de nada, sin em· bargo... -Sí. Estoy seguro: Se han tomado todas las disposiciones precisas. Pero con la menor interven· 43


ción posible de agencias funerarias. Y nada de pompas fúnebres ni embalsamamientos... En todo eso insistieron, con algo de misterio, los de Capitaleñas...

-Bueno, lo del misterio fue una mera impresión mía. ¡Nada más! Tú sabes como son en Capitaleñas: les gusta complacer ampliando informes: Se desviven por satisfacer, fuera del programa, todas las consultas... Pero son muy discretos. Y hacen bien... -El entierro sale del aposento donde se alojaba: \ln miradorcito en la azotea de una casa teITera en la Caleta de los Frailes: el número 15. La casita, por más señas, está pintada de rosa pálido, ya muy desvaído... -¿No te dije? Saldrá como a las nueve menos veinte de la casita. Como la Catedral queda 'tan cerca, la misa empezará a las nueve... -Entonces, nos veremos. Hasta maña... ¡Espera! ¡Oye! Díselo, por si no lo ha oído a Toñito. También al vate Jorge, hazme el favor... -Me comunicaré ahora mismo con Miguel Osario. El doctor Posnet ya está avisado. Adiós... Adiós, hasta mañana. Así, ocho o diez conversaciones telefónicas, en menos de tres cuartos de hora. Esta viva reacción ante la muerte de Ildefonso, entre detenninado grupo de personas -casi ninguna íntima del difunto- es difícil de explicar a e"traños; pero es cosa clarísima, de manifiesta naturalidad, para todos los del «grupo_: Un grupo de fronteras muy vagas; indefinible, hasta inconexo en algunos aspectos. Casi todos varones -salvo una que otra mujer, pOI" excepción. Todos entre los treinta y los cincuenta años de edad... poco más o menos. La mayoría, o escritores o artistas, músicos y poetas incluídos; uno o dos médicos, algún abogado, algún actor, un político... Y hasta un relojero... ¡Todos vates! Ninguno -sin mediar impedimento insalvabledejó de asistir al sepelio: AUí nos encontramos unos quince. Casi nadie más llegó a la misa ni acudió al entierro. Nosotros formábamos el grueso de la concurrencia. De este modo tan triste quedó bien claro que Ildefonso no había dejado de ser uno de los nuestros, uno de nosotros. Sin embargo hacía meses de meses que ni le veíamos ni sabíamos de él.

v En la misa me distraje muchas veces recordando el mocetón lleno de bríos que llegó solo, de

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no sé que campos, a conquistar la Capital, hacía unos diez o doce años. En todo este tiempo no había variado mucho. Tenía la apariencia o contextura física de esos españoles norteños que han heredado más de los celtas que de los íberos: Vigoroso, alto, fornido; pelo rufo, roji.zo como el achiote; los ojos grises con cambiantes azulados y verdosos, como el mar; la mirada dulce y risueña casi siempre, en ocas~ones abstraída, grave, honda; la piel muy encendida, más que tostada, por el sol de los trópicos. La voz profunda, rica en matices y modulaciones que, podía sonar tan suave e insinuante como seca y enérgica. Llevaba con frecuencia enredada por los labios y el bigote una expresión levemente humorística, entre bondadosa y burlona. En el carácter o el temperamento se mostraba orgulloso, firme de voluntad; sagaz, mañoso, algo evasivo. En el fondo, era excelentísima persona, serio, noblote; poco amigo de bullas, bullicios ni bullangas... Todos los presentes en la misa bajamos, luego, hasta el cementerio, extramuros, no lejos; al pie de los baluartes del noroeste, junto a la mar. Aparte la principal razón, el día fresco yapacible convidaba al camino: apenas cinco cuadras -cuesta arriba- por calle pavimentada con los característicos adoquines azules de la antigua ciudad amurallada; casi en línea recta desde el atrio de la Catedral hasta el principio de la rampa curva y empinada que, horadando espeso lienzo de muralla, se precipita, entonces, cuesta abajo y cae junto a la puerta del cementerio, a orillas del Atlántico. La presidencia del duelo (¿quién 10 dispuso así?) la formaban tres personas: Una señora, más an ticuada que anciana, magra de volumen y madura de años; pero muy entera y elástica, con soltura y mesura. Lucía primorosa cruz de oro rojo, de buen peso y gran estilo ochocentista, sobre la cándida espuma de una especie de chambra llena de menudas alforzas, encajes de bolillo y entredoses calados y bordados. Llevaba falda de gro larga, amplia, negra; y una rica mantilla española, también negra, cubriéndole la cabeza y los hombros. Al compás de su paso rítmico y majestuoso, se me· cía larguísimo rosario, todo de nácares y platas, cuyas cuentas iba pasando y repasando interminablemente. Sus manos atareadas, una con el rosario, la otra con un gran abanico de tul gris y varillaje de ébano, estaban semiprisioneras en mitones blancos. Todas esas arcaicas galas parecían lujos de familias venidas a menos, alhajas que se sacan sólo ceremoniosamente, cuando debe honrarse una ocasión extraordinaria y hay que quedar bien... Ahora, al sol de la mañana y al aire de la brisa marinera, esparcían leve aroma de cedro y pachulí; como si acabaran de desentrañarse de algún secreto doblefondo de arca. -Nadie supo


decirnos quien era la dama; aunque después, al~ guien teorizaba que era madre o abuela (o quizás madrina) del sacerdote que cantó la misa; dueña de la casita rosada donde murió Ildefonso... Pero todos convinimos en que, ésto no era sino figura. ciones.- A la derecha de la incógnita dama, iba Antón Martín de Medrana, el muchacho de Capitaleñas que trasmitió por la radio la nota necrol~ gica; y. aunque caminaba muy entonado, el contraste de su persona con la figura de la dama llamaba la atención: Muy joven, robusto y quemado de intemperies; con la cabeza melenuda al descu· bierto y el pelo alborotado. Desgalichado en el ves· tir; y, no obstante, con el aire seguro y despreocu. pado de quien cuenta -de quien siempre cont~

con muchos más recursos económicos de los que, a primera vista, por su porte y atavío, pudiera uno a la ligera imaginar. Fijándose mejor, se apre· ciaba la excelente calidad de las prendas que tan mal traía: La guayabera que, en vez de camisa y chaqueta tenía puesta, era de hilo finísimo, corta· da a la medida, pero estaba ajada; sus zapatos ingleses valdrían no sé cuantos jornales de un buen ebanista, pero estaban manchados. Induda· blemente era hijo de familia rica; pero su vanidad no estaba hipotecada a la indumentaria. Al otro lado de la dama, a su izquierda, marchaba cabiz· bajo aquel Balmaseda, autor de aquella mal peno sada Apología de un vate... Hombre muy hecho ya, con su sombrero de Jipijapa, grandes lentes oscu· ros, traje gris, corbata y zapatos negros; éstos, pulcramente lustrados. Con nadie cambió palabra más de breves saludos. Pero fue él quien, más tarde, despidió el duelo. Lo hizo con sobrias y justas frases cariñosas, al parecer sentidas, con gran naturalidad de expresión y muy dueño de sí. Tam· bién fue el último en separarse de la fosa y salir del cementerio, a la zaga de aquella única dama del entierro. Esta y Medrana desaparecieron dentro de un minúsculo auto de fabricación europea, que esperaba arrinconado entre las rejas del camposanto y las murallas de la ciudad (el automóvil era, ni que decirse tiene, propiedad de Antón Mar· tín). A don Alejandro Balmaseda le esperaban su chofer y su hiperbólico Rolls-Royce. Con algunos que se requedaron visitando tumbas de amigos o parientes, tuvo la cortesía de darles pon: de rogarles que aceptaran subir al automóvil para llevarlos a sus respectivas residencias u oficinas: -Tendria sumo gusto en que me acompañaran. Todos cabrán cómodos. Yo iré delante, guiando, al lado del chofer, como muchas veces acostumbro... ¡Qué disparate! ¡No es ninguna molestia! Al con· trario. Además, casi nunca nos vemos: será un placer ~a compañía... ¡Lástima que se deba a una ocasión como ésta! No; de verdad, no me sacan de mi camino. Encantado. No llevo prisa. Les agradeceré la compañía... (cUn golpe de ataLíd en tierra es algo perfectamente serio ..) [el

Los demás, todos buenos amigos y conocidos de muchos años, regresamos juntos, a pie, hasta la Plaza de Armas, en pleno corazón de la ciudad murada, donde nos ·despedimos y nos dispersamos; unos en busca de ta'tis o autobuses -guaguas, que dice todo el mundo en la isla-; otros siguiendo a pie por las viejas caIles de la capitaJ. Habíamos aprovechado la caminata para cambiar impresiones y comentarios. Pero el tema de fondo y casi único -naturalmente- fue I1defonso de la Cruz...

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(aY ttÍ Si'l sombra j'a, duerme y reposa, larga paz a tus huesos... Definitivamenle, duerme Hll suelio tranquilo)' verdadero») [f]

VI El pobre Ildefonso bien merecía reposar en plena paz, tener sueño tranquilo y verdadero. Toda su vida adulta -desde la adolescencia, quizás- habia sido una larga, sorda, ciega y callada lucha, pero desgarradora y extenuante, entre su cerrera carencia de dotes para las letras y su obstinada, alucinante, pertinaz vocación de escritor y poeta. Esa fue la enorme y terrible tragedia de Ildefonso: Tal el tema preciso de nuestra conversión, de vuel~ ta de su entierro: -He conocido varios, estoy por decir que muchos, casos similares -insistía yo- pero todos en grado muchísimo menor. Por comparación, casos menudos, aunque no siempre leves. -Su drama tuvo la grandeza de las tragedias griegas -sentenció Toñito Lugo, cultivador y amante del teatro. -Pero una tragedia gniega (si fue eso) a prueba de bomba y de Deus ex machina -intercaló Miguel Osario, sin ironía, sólo con melancólica conmiseración, pues había tratado mucho al difunto 11defonso. El doctor Posnet, endocrinólogo y siquiatra, y, por lo tanto algo literato; persistía en el hilo de sus explicaciones: -Lo peor de ese enorme fracaso, aparte el sufrimiento personal, es que la obsesiva y falsa vocación hizo que se perdieran, que se desperdiciaran dotes y habilidades de otra índole... predominantemente, creo yo, grandes capacidades para la mecánica... -¡Es la pura verdad! -interrumpió Juanito Sotomayor, el relojero-. Por ejemplo, de relojes no sabía nada; pero con unas cuantas veces que me vio trabajar en el taller, de sopetón, un día, se puso a hablar como un maestro, comparando el regula~ dar de un reloj de bolsillo con el péndulo de uno de pared... Dijo cosas de relojería en que nunca había pensado yo. -A mí me arregló una antigua cajita de música, descompuesta, rota, que yo daba ya por inser~ vible... -A mí, un ventilador eléctrico: Lo puso a funcionar como nuevo... -Era muy curioso. -¿Curioso? -Quise decir habilidoso, cuidadoso... -¡Ahl -Lo que pasaba -volvía a hablar Juanito el relojero- es que tenía afición a descubrir el secre46

to de los mecanismos. ¡Yo lo sé muy bien! Cuando estaba sobre la pista de algo que no entendía del todo, casi nunca preguntaba nada: Era como un perro de presa husmeando el rastro. Hasta dar en el clavo. Como la brújula que siempre encuentra el Norte... -Lo que en realidad pasaba, creo yo -reanudaba su discurso el estudioso especialista Posnetera algo que aún no se encuentra recogido en los textos de Patología: un equívoco grave, gravísimo, de la vocación. La gravedad (sin la cual el caso no tendría interés ni mayor importancia) debida, quizás, a una predeterminante constelación o conjun. to de factores en desequilibrio, en desbalance: factores sicosomáticos o neuroglandulares... de esos que matizan lo que llamamos la personalidad... probablemente... Pero esos factores y ese desequi. librio; ¿obedientes a qué? Cosas como éstas merecen un análisis minucioso y profundo... ¿Quién ca· nace a ciencia cierta la subterránea relación entre las aficiones y las capacidades? Con suficiente fun· damento, quiero decir, para poder sentar plausibles generalizaciones. Por detrás y por debajo de todo cuanto presumimos; la armonía o el antago· nismo entre la directriz consciente y el señuelo inconsciente, entre la voluntad deliberada y los lla· mados caprichos ... ¡Ah! ¡No! ¡Pobre IIdefonso! Dejemos todo eso. Estoy improvisando demasiado. A todos nos ha afectado mucho la muerte de este amigo ... Mi brújula está dando volteretas, mi querido Juanito Sotomayor... y mi perro de presa -hoy por hoy- no es martillo capaz de dar en ningún clavo... -Doctor, hablando muy en serio; ¿por qué no escribe algo, una monografía, un simple ensayo, sobre esas grandes equivocaciones de la vocación? -¡Ojalá pudieral Pero una base de hipótesis y vagas teorías no es suficiente, amigo Jorge. Se neo cesitaría la escrupulosa investigación de una larga serie de casos concretos: ¡La clínical Y, ¡quién va a consultar un médico por achaques de vocación? A gente adulta y, por lo demás, normal, me refie· ro... Habría también que considerar, en capítulo aparte, la posibilidad de una normalidad especial, diferente, en los creadores... ¡La vocación!

(aErase de un marinero que hizo Wl jardín jllnto al mar y se metió a jardinero. Estaba el jardín en flor, y el jardinero se fue por esos mares de Dios.») [g] VII

Sin tener -la verdad sea dicha- por qué, sin sabérmelo explicar satisfactoriamente, tanto me


impresionaron la muerte de lIdefonso y nuestras conversaciones sobre él, que el resto de aquel día lo pasé turbio, susuvano; y, la noche, casi de claro en claro, con un bullir de fuegos fatuos en la imaginación... Mi pensamiento estaba como entre zalilas embreñado, sin poder desespinarse de las lástimas del infortunado Ildefonso de la Cruz; de su sino: de las constelaciones deslumbrantes que hicieron a su vida guiños y señales siniestros: de los raros y sicosomáticos misterios o brujos maleficios que des· orbitaron el zodíaco de su esfera... ¿No nos contó Posnet algo por el estilo? ¿Ofuscada codicia de ser Alguiell? ¿Terca y ardua pasión creadora? ¿Oscuro instinto de perduración? ¡Nunca mero prurito de significarse! (<<Double, double toil al1d 'trouble,' tire, bum,' altd, caIdrou, bubble..• «Eye

o/ llewt and toe o/ trog,

1\1001

o/

bat al1d tongue

o/

dog...

«Double, double toil and trouble... ») eh]

Se pasó el mediodía y no almorcé. Entretuve la hora del almuerzo ambulando por los muelles y malecones de la bahía, metido entre trajines del puerto sin darme cuenta exacta de lo que a mi alrededor pasaba. Junto a una farola estuve largo rato inmóvil, absorto, la mirada perdida por la superficie de las aguas. Unas toronjas naúfragas sobrenadaban en el remanso de la dársena: globos amarillos entre la turbia imagen del claro añil del cielo. Súbitamente, dos cabrias de vapor entraron en función. El dúo de sus ruidos acompasóse al ritmo de un retruécano que andaba dando vueltas dentro de mi cabeza: -«vúcaciones-de-la-equivocación, equivocaciones·de.la.vocación¿Fue al vate Jorge Zamorano o al doctor Posnet, a quien se le ocurrió una frase como ésta, al regresar del entierro? Me sacudí aquel abracadabra. Subí de la Marina. Pero el insensato sonsonete no me abandonaba del todo, tratando de marcarme el paso como un ostinato de tambores ... Por la tarde, cumplí como Dios me dio a entender con mis obligaciones rutinarias; pero aplacé para mejor día el único asunto de importancia que tenía pendiente. Reacio a quedarme solo, invité a cenar, en un recién abierto hotel «de gran turismo», a Miguelito Osario y su mujer, Antonia -novia suya desde la adolescencia y vatisa de siempre por derechos pro-

pios- que llevaban tres años de casados y aún',no tenían hijos. Ambos aceptaron complacidos. Antonia, además de hacer versos muy apreciables, haber estudiado a fondo la obra de Machado -él su tocayo- y dirigir una revista de modas con ingenio y lucro de hábil busiuesSlVOman¡ era notable cordon bleu en su cocina. Miguel era arquitec. to, ex estudiante en Roma y en París; y, ahora, ya establecido en firme, reputado de trabajar con sólida pericia y extremado buen gusto. Era el benjamín del «grupo» y siempre le mostramos jovia~ predilección mezclada de condescendencias. Bastante tiempo atrás, había intimado con el pobre Ildefonso -años mayor que él- manifestándole invariablemente en su trato aprecio, estima y, hasta algo muy parecido a la admiración limpia y sin· cera; cosa, esta última, que pocos supieron comprender. Antonia no fue nunca ajena a estas deferencias de Miguel hacia Ildefonso; al contrario, demostraba simpatizar con ellas. No obstante, sólo una sola vez, hacía ya meses, encontré a Ildefonso de comensal en casa de Miguel y Antonia; a pesar de que a mí me invitaban a comer con regular frecuencia. Nadie pensó -ni Antonia, ni Miguel, ni yo- que mi invitación fuera deuda de reciprocidad o ca· rrespondencia por la repetida y cariñosa acogida que gozaba yo a la mesa del joven matrimonio. Aparte de que nuestra amistad no llevaba libros -ni Diario ni Mayor- para saber nunca quién pu· diera haber estado en deuda con quién; consideré la inmediata aceptación de ellos como un favor ver· dadero, casi como una obra de caridad: eficaz pa· liativo -su compañía- al perturbado sosiego de mi espíritu. Pero, ¡es que a ellos les pasaba tres cuartos de lo mismo! Adivinaban mi necesidad de acompañamiento; y, por idénticas razones a las mías -la muerte y el entierro de Ildefonso- sentían también algo parecido a lo que yo sentía. Por la similitud de nuestros respectivos estados de áni· mo, agradecían ser precisamente ellos, y no otros, los escogidos por mí para pasar juntos la velada. Con generosidad juvenil, no sabían como mejor mostrarme su agradecimiento. Nunca conmigo tuvieron tantos y tan innecesarios cumplidOS... Yo tenía buenos motivos para que fueran ellos mis invitados de esa noche; aunque mi elección fue hecha impulsiva y repentinamente: Bien sabía yo que Miguelito fue siempre el más allegado, entre todos nosotros, a Ildefonso. Pero, por el momento, eso no pasaba de ser una semiolvidada circunstancia dentro de la conmoción de ánimo aquel día por mí sufrida. Indudablemente la base de mi prefe· rencia fue algo inherente a la situación y al carácter de Miguel y de Antonia que, mal podría definir y analizar en su totalidad; pero el equilibrio de juicio junto a la sana juventud de la pareja pesa-

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ron, probablemente, mucho más que ninguna otra cosa en mi invitación... VIII Nos sentamos a la mesa bajo las estrellas tem¡praneras <lel anochecer, en el ambiente agradable de un gran patio interior, excesivamente tropicalizado y antillanizado, quizás, a fuerza de artificios decorativos y exuberancias jardineras; pero defendido y aislado, por espesas paredes antiguas, del hailable alboroto que reinaba en los principales comedores del hotel: salones recargados de lujos meretricios y provistos de prisionero clima artificial. Aparentemente fue un error habernos sustraido del acoso sonoro de orquestas y combos,' porque, una vez desmayada la espuma de la inicial alegría que surgió burbujeante al encontrarnos juntos; el sitio, adecuado a la conversación, subrayaba con su rumorosa quietud la taciturnidad que nos apa· bulló en seguida. Yo, como anfitrión, me esfonzaba, torpe, voluhle y desanimado, en suscitar conversaciones de presunto interés para Jos otros: Critiqué algunos extremos de los postizos arquitectónicos del patio, señalé el buen .tiempo que nos hacía para comer al aire libre, comenté la moda femenina que pre· dominaba entre las mujeres allí presentes, hice .algún reparo a la cocina del hotel e intenté hablar algo de la culinaria en general... Pero todo lo abordaba con desgana... Mis temas, como ineficaces salvavidas dejados caer en el agua sorda de nuestra tendencia al mutismo, se hundían entre un leve chapoteo de murmullos afirmativos y corteses frases sueltas. Cuando, desesperado, me sumí yo también en el silencio, Antonia, sonriendo levemente, nos sorprendió con la inesperada noticia de que tenía cau· sas suficientes para creer que por fin, iba a ser ma·dre. La sorpresa estribaba, más que en ninguna otra cosa, en el proceder tan dispar a la manera usual de ser Antonia; pues era mujer recatada y muy discreta. Ninguna de las presentes circunstancias autorizaba, en modo alguno, el revelarle a su marido confidencia tan íntima en presencia de tercero. Pronto me di cuenta de que quiso someternos a una deliberada sacudida para hacernos olvidar los sombríos pensamientos que en nosotros se aga· zapaban palpitantes. Y lo consiguió por una escasa media hora. Pero cuando la noticia no daba ya para más enhorabuenas, felicitaciones ni comentarios, Antonia, con súbita transición, se desbordó hablando de Ildefonso. Por primera vez, aquella noche, nos sentimos acompañados verdaderamente. Nos libramos de la incómoda tensión que nos causaba el pretender 48

hablar de otras cosas, cuando un único asunto absorbía nuestros pensamientos. Hablar de ese asun· to -de la vida y la muerte de Ildefonso- era la honda razón por la cual habíamos querido reunirnos. Antonia tuvo la sana y sensata iniciativa de sacarnos bruscamente esa verdad a flote. Y, pronto terciamos todos en normal coloquio. Estuvimos hablando hasta muy tarde: -Su vida era aparentemente equilibrada. -Difícil, si no imposible, imaginarle en vida como víctima agobiada de un destino implacable... -Cuando menos a mí no se me hubiera ocu· rrido. -Jamás le oí quejarse de su suerte. -Ni nadie. -Nunca cayó en la dejadez, en la desidia de los acoquinados, de los atosigados... -En verdad, a su destino, todo lo trágico que se quiera, no puede llamársele brutal, feroz... -Ni aun despiadado. -Es cierto. Yo creo que algo más cruel aún había en sus adentros; pero no 10 demostraba... -Todos sabemos que era pobre; eso sí... -Pero no era él, el único. -Uno de los más pobres ... -No creo que eso le perturbara demasiado... -¿Cuántos, entre nosotros, son ricos, ricos? ¿Cuántos lo han sido desde siempre? -Nadie. Ninguno. -Tampoco puede decirse que en ningún ma. mento hubiera estado en la miseria. Eso, nunca. -Sí. Vivía una pobreza aburguesada y lleva· dera... -Una pobreza limpia; de discretos zurcidos y disimulados remiendos... -Siempre le admiré por su repugnancia a la bohemia desmelenada de :los que, ante el fracaso, se creen genios incomprendidos. -Detestaba cualquier clase ,de bohemia: la sentimentaloide y artificiosa, la teatral, la innecesariamente desaseada; la que utilizan los badulaques y botarates para disfrazarse de artistas ... -¡Esa mascarada es la peor! -Ildefonso no podía congeniar con esa clase de bohemios: Era un hombre de firme y genuina va· cación. -jClaro! -Era un hombre sincero. - y de su siglo... De su tiempo... -Pero hay que admitir que vivió la única bohemia meritoria: La que por dedicación, por consa· gración al métier, al oficio de su arte -a su «mes· rter_, se abstrae de casi todo lo demás; sacrifica, desde luego, su propio bienestar material si le impide atender a lo suyo, si le obliga a distraerse de su vocación... -Desgraciadamente, bien sabemos que su vaca·


ción andaba de pI tada; y, no reconocer ese despiste a tiempo es siempre un desastre. -Yo creo que 'Su vocación, en algunos aspectos de importancia, le sirvió para mucho; precisamente por ser genuina y sincera: Le prestó ecuanimidad, una cierta especial dignidad, un agarre, una razón de vida... ¡qué sé yo! -Pero por ser tan firme y acaparadora le robó penetración, le cegó; no tuvo la visión de sus limi· taciones. -Lo malo no fue que fuera finne ni avasalladora ni sincera y genuina... -Ya sé. Todos hemos convenido en que la desgracia fue una desarmonía... -Y, no obstante; ¿es posible tan grande disparidad entre dotes y "'ocación, si es ésta tan sincera y genuina como sabemos que la de Ildefonso era? -¿Cómo no habíamos pensado antes en eso? Sobre todo sabiendo que Ildefonso no era nada torpe, nada tonto.. ni necio... A lo mejor... -¿Quién sabe? -Sí. Y, sin embargo... Pero, ¿para qué darle más vueltas a lo que tantas le hemos dado ya? -Además pudiera ser que todas esas vuelta') fueran meras volutas de humo. -De 1lUmos: de nuestros humos. -Sí; creo que presumimos demasiado. -Desde luego. Por ese camino, cabría también la presunción de que el pobre Ildefonso tenía va· cación de poeta frustrado ... Hay vocaciones, como decia un maestro mío, hasta de pordiosero... -y hasta de víctima... Pero no debemos bromear a costa del amigo muerto... -La verdad, no bromeaba: ni sarcasmo, ni burla, ni frivolidad; ¿cómo podría ser? Si acaso, sólo quise reducir al absurdo, con alguna ironía, nues-tras vanas especulaciones sobre Ildefonso. - y ¿quién puede asegurar que no ha dejado escritos de valor? -A todos se nos ha desquiciado un poco la bue· na comprensión. -Tenemos los nervios algo alborotados. -Es la emoción que se nos ha salidó de madre: como un río crecido. -Y, ¡de qué manera! -De manera muy perturbadora... -Hasta el pobre Posnet, con sus ilusiones de objetividad, con su empaque de sabio taumaturgo, no ha podido ocultar su alteración, su perturbación. Casi llegó a gaguear en su perorata sabionda esta mañana; ¡qué raro! -Pero; ¿por qué nos habrá afectado, a todos, de tal modo, la muerte de Ildefonso? -¡Ah! Y nos envolvió otra vez la brumazón del silencio; levemente punzada, a "eces, por breves frases, monosílabos, exclamaciones...

(<< La luz ignora que luce. El agua no tiene sed. y en el tondo del espíritu nuestro ser ignora al ser») [i]

Empezamos a pensar en marcharnos a casa. Pero se nos hacia muy cuesta arriba separarnos. Aplazábamos indefinidamente el dar por termina· da la reunión. Hacía horas que habíamos acabado de comer. Yo invité a una ronda de coñac: -La copa del estribo. Un night cap. La «sosie· ga... » -No tuve que esforzanne en convencer a nadie. Todos bebíamos lentamente, casi gota a gota, y entre largas pausas, un excelentísimo licor del Charente. Largo rato después, ya a punto de las despedidas, volvió Antonia a desensimismamos: -¡Nadie se ha acordado de Juana! -exclamó. Yo, sí, me había acordado; pero siempre pen~é que había de ser precisamente Antonia quien nos la recordara. Y dije: -¡Es verdad! -¿Qué hacer? -Un cablegrama sería brutal... -¿Un telefonema? -Si les parece, yo le escribiré esta misma noche una carta larga y cariñosa, contándoselo todo. Se la enviaré mañana, a primera hora, por vía aérea. Antes de dos días la tendrá en sus manos. -¡Magnífica idea! -Es lo mejor: Una carta de Antonia: de mujer a mujer. -Sí, sí; está muy bien pensado. -Pues vámonos; no quiero amanecenne escribiendo. Quedan menos de tres horas para salir el sol. No es mucho para una carta larga y bien medida... Sin contar el amén de echar un sueño ¡que bien lo necesito! ¿Nos vamos?

IX Juana Maria de las Nieves Andrea de Fuentesaúca y Poniatovski era interesantísima mujer. Joven, amable, de genio placentero y sosegadamente alegre; mas, a veces, sumida momentáneamente en honda, absorta reflexión. De estatura mediana, pero esbelta, con bellas formas armoniosas y elásticas. El rostro, en su conjunto, tenía el atractivo de lo que llaman en francés beazDté du diable: cara res· plandeciente, fresca, expresiva, como la de un re· voltoso muchachuelo; con naricilla perfectamente modelada. El iris de los ojos: dos enonnes tachones -de azabache; y, la mata de pelo: madeja de luz negra. Su cutis era extraordinario, uniforme y leve· mente matizado por tenue viso o reflejo indescrip49


tibIe, entre dorado y sonrosado. Bajo ciertas luces, parecía una morena de ámbar cálido. Pero a la luz indirecta del sol, difusa y tamizada por los altos aposentos encalados de las viejas casonas de mampostería, 'Su piel se transfiguraba hasta adquirir un blancor láteo y mate. Por sobre todo, era Juana una de esas mujeres con muy sabios instintos femeninos; de quienes, ya, sin arrimárseles, sabe todo varón cumplido que son --en amor- como la sulamita del Cantar. (<<¡Cuánto mejor que el vino tus amores! miel y lec1te debajo de tu lengua..• nardo, azafrán, caña aromática, canela..• 1tUerto cerrado... fuente sellada... pozo de aguas vivas.») [j]

• Pero era ella, además, a un tiempo mismo, mujer valiente, brava hembra con temple de Judith... si hiciera falta. (<<Montesina erala garza

y de muy alto volar») [k] La conocí cuando, entre los 21 y los 22 años de edad, empezó a tratarse con Ildefonso; y, fuimos buenos amigos: camaradas -no más- porque así me lo fijó ella -desde un principio. Procedía de los campos del sudoeste de la Isla; y, por aquel entonces, recién llegada de las grandes capitales europeas. Vino prestigiada de encomios y alabanzas como mujer moderna, culta, elegante, inteligente; y fabulada de incógnitas, misterios y leyendas. A mi me pareció llana, simpática, graciosa, de buen gusto y muy dueña de sí... Su padre castellano-Ieonés, hijo de un médico de pueblo en la provincia de Zamora, arribó a estas tierras cuando apenas contaba diecisiete años; e hizo fortuna y casó aquí, luego, con linda muchacha, hija y nieta de estancieros. Esta señorita -Sofya Andrea, madre que fue de Juana- descendía de una familia ruso-polaca: los Poniatovski, uno de los cuales, amigo y favorito de la gran Catalina de Rusia, fue impuesto por la voluntariosa emperatriz -con deplorables consecuencias- como rey de Polonia. Desde fines del siglo XVIII aparece una rama de esta familia -gente hacendada, grandes terratenientes- en la zona de Cabezas Bermejas, al oeste y al sur de nuestra antilla. Juana quedó desde muy niña huérfana de madre; y, rica. Su padre, viudo, no volvió a casarse; y, al morir, catorce años más tarde, repartió el grueso de su fortuna en dos partes casi equivalentes: una mitad en bienes raíces y moblajes de cedro, granadillo, ébano, caoba; y joyas y dinero

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contante, para la que él llamaba Vanitaudreya, su hija única. La otra parte, en valores y enseres y bienes semovientes, más un predio rústico en la sierra con casa, habitación y establos, se la adjudicaba a un hijo natural, en nuda propiedad, pero a la madre de este hijo en usufructo de por vida; amén de algunas mandas legadas directamente en pleno dominio a cada uno, madre e hijo. El hijo -también único de su sexo- fue habido en una jibarita de los montes de Alturas Frias, llamada por el eufónico nombre de Rainelda: una niña rubia de asombrados ojos azules, y de remota ascendencia galaica; quien le dio ese hijo del amor primerizo muchos años antes de casarse Fuentesaúco con la madre de Juana. Frisaba él, por esa época, en los diecinueve años; y la dulce doncella campesina andaba por los quince o poco menos. Amenazado de muerte por los tíos y primos de Rainelda (el padre ya no vivía ni había tenido hijos varones) que, con sañuda altivez irracional no admitían otra reparación sino la sangre; el mocito español -tuvo que huir de aquel contorno tras inútiles mediaciones de hombres buenos, despreciadas ofertas matrimoniales y frustradas tentativas de rapto. La tierna muchachita, sin comprender nada de todos estos bretes de honra y quiebras del amor, fue víctima inocente de tanta y tan maligna altanería; y, como si fuera poco, forzada fue a creer, además, en las vilezas que al padre de su hijo se achacaban. El niño se pasó la infancia en sus montañas, pero maduró lejos de allí. Se hizo necesaria una dilatada y prolija gestión de jurisconsultos y albaceas para el intento de localizar a la madre y al hijo; y, poder ponerles en el disfrute de la herencia. Pero todo fue en vano. Ni aun por los barrios de Alturas Frías, de donde eran natura:les los parientes y allegados de Rainelda, se averiguó, en firme, nada; sino que, hacía años, se habían ido de aquellas vecindades madre e hijo; acompañados de la abuela materna del niño, mujer -entonces- todavía relativamente joven y en posición económica bastante desahogada. De que todos tres vivían aún, nadie parecía dudar. Pero ·tampoco nadie supo dar señas de su paradero. Sin embargo, del cauteloso y extraño proceder de algunos de los parientes más ancianos, se traslucía que celaban herméticos secretos. Sólo hubo una comadre, algo insensata, que dijo haber oído -no recordaba a quién, ni dónde, ni cuándo- que los desaparecidos andaban por Colombia o Venezuela... Como era de esperarse, pesquisas hechas sobre esta pista tampoco dieron fruto. En claro, no quedaron sino cosas de otra índole: el solapado antagonismo, la disimulada malquerencia rayana en odio ciego que hacia Rainelda sentían muchos entre su parentela; y. el general recelo y desagrado que despertaba en los vecinos toda indagación del caso. Y, el imberbe maestro de escuela de un vi-


Harria cercano, dio fe, muy reservadamente, de las barrocas y terribles maldiciones que algunos repetían a menudo contra Fuentesaúco y su cría toda. Estas cosas me las confió Juana en vísperas de regresar a Europa. Los antecedentes de su desconocido hermano se los explicó su padre en grave y afectuosa conversación -pocos días después de haber cumplido ella los quince años. Recordaba cómo la exhortó, vehemente, a que guardara limpia memoria de Rainelda y de su hijo -de quienes no tenía ·la menor noticia ni el menor indicio de su paradero, a pesar del afán y el tesón que había puesto en su búsqueda. Le pidió que no olvidara -nunca a su hermano; que, cuando llegara la ocasión, si es que llegaba, tratase a ambos con justicia y caridad... con solicitud y con benevolencia. Se lo pedía, no corno un deber de hermana, sino corno una muestra de cariño filial para con él... Los demás detalles los supo ella, luego, por informes de abogados y agentes testamentarios; a quienes incitaba a no desmayar en la busca de su hermano. La herencia de los desaparecidos quedaba, desde lue· go, a disponibilidad de ellos; y, mientras no se encontraran, bajo administración judicial. Juana, al llegar a la mayoría de edad y a la libre disposición de sus haberes, se esforzó por su cuenta en buscar al hermano. Siempre perdía el rastro cuando más cerca creía estar de hallarle. No llegó ni a saber cómo se hacía llamar; pues aunque estaba reconocido por el padre común, no 'Parecía haber usado jamás el común apellido. Tampoco el de su madre... Por fin alcanzó a comprender -con dolorosa amargura- que madre e hijo se le hurtaban de estudiada manera eficacísima. Privado de su primogénito, Fuentesaúco encono tró lenitivo a esa pena -durante los años de viudez- en prodigar esmeros y dineros, tiempo y cavilaciones, para el mejor logro de la crianza e instrucción de su hija Juana. Tuvo ese gusto y opor· tunidad hasta su muerte, entre los cuatro y dieciocho años de ella. Primero fueron niñeras, ayas e institutrices venidas de su tierra castellana, de la Vasconia francesa y del cantón suizo de Friburgo. Luego se añadieron maestras y preceptores especiales. Más -tarde se escogieron cuidadosamente escuelas y colegios del ¡país y del extranjero ... Al propio tiempo derrochó cuidados en protegerla y halagos en mimarla y festejapla; sobre todo durante las temporadas vividas juntos en la estancia, o cuando -con inagotables pretextos- hacía, él, sus frecuentes visitas a los colegios de la niña en Europa. Se dio la jovencita cuenta desde muy temprano que el hondo amor del padre hacia ella -sereno, considerado, comedido, en ocasiones; alegre, apasionado, irreflexivo, en otras circunstancias- estaba compartido: no era sólo ella, la hija, la cuidada

y atendida y halagada tan extremosamente; sino también la imagen y el recuerdo de la esposa, la cual lo fue por menos de seis cortos años... Y, ¿quién sabe si otras imágenes juveniles, además?, ¿recuerdos de amante desgraciado?, ¿añoranzas de una perdida novia adolescente, de un hijo desaparecido? ¿Quién sabe? Ni este singular ambiente afectivo con fondo de zozobras en donde se crió, ni la muerte de su madre en la niñez temprana, ni la instrucción educativa poco metodizada, -plurilingüe y trasegante,

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malograron la sana y bien dispuesta personalidad de la muchacha. En cuanto a la educación, en sí: tenía lindos modales, vestía con tino, se expresaba regularmente bien, hablaba con superficial soltura cinco o seis idiomas; era excelente nadadora, bailarina, esgrimidora y amazona. De ciencias no adquirió sino nociones generales. Hacia las artes plásticas y la literatura no sentía atractivo y fueron descuidadas; pero, en cambio, se aficionó profundamente a la música -a la gran música- para la cual mostraba mucha disposición, entendimiento e interés. Tenía fino oído y voz de contralto suficiente para satisfacer sin esfuerzo las máximas deman· das del sóifeo. No dominaba, sin embargo, ningún instrumento; sólo 10 imprescindible del piano para apoyar en él sus estudios teóricos, sus ejercicios de composición, de armonía... Los hondos entusiasmos musicales no la impulsaron hacia la disciplina de la ejecución. Pero ¡cosa rara! la incitaron a volver, más tarde, con estudiosa curiosidad y arduos empeños, sobre la Física, la Historia y las Matemá· ticas. (De lo cual, salvo en el único capítulo de la ciencia del sonido, yo no logré entender nunca la razón). En cuanto a las antiguamente llamadas la· bares propias de su sexo, supongo que sabría pegar bien un botón y planchar sin riesgo de quemarlo, un pañuelo de seda. Presumía de saber cocinar sólo dos cosas: un souftlé parisién y el fondue a la suiza... Sin dar por terminada su educación formal -y menos sus estudios musicales- regresó a nuestra tierra con intención de estar aquí unas cuantas semanas. Entonces conoció a Ildefonso. Simpatizaron en seguida. A ojos vistas, llegaron muy pronto a sentir redproco afecto, apego mutuo. Fueron inseparables. Siempre andaban juntos. Casi todos no· sotros los teníamos por novios en proceso de formalizar el noviazgo en matrimonio. Algunos llegaron a suponer que eran libérrimos amantes... Con el correr del tiempo, esto último parecía tener más visos de verdad que lo otro... De pronto, al cabo de casi dos años, hubo un aparente rompimiento en la estrecha amistad de Juana e Ildefonso. Pasados unos días de no vérse· les juntos, Ildefonso se nos perdió por completo de vista; y, Juana andaba siempre sola y siempre pensativa. Entonces le brindé yo mi amistosa y asidua compañía, que ella aceptó. Esto duró sólo breves semanas; pero en ellas, Juana me contó toda su vida; salvo sus relaciones con lldefonso, a quien nunca nombró. Naturalmente, yo, discreto, reSlpeté ese silencio; lo cual pagaba ella con manifestaciones de aprecio y confianza. Hasta que una tarde se despidió de mí y me encargó la despidiese de los amigos mutuos, encomendándome una frase personal y amable para cada uno de los más íntimos. Al despedirse, Juana, me explicó que se marchaba al día siguiente con destino a Viena. Había im-

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pulsivamente, decidido aceptar cierta propuesta pendiente desde hacía meses, para colaborar en los trabajos preparatorios de una nueva y sabia edición monumental de los grandes maestros de la música. Iba, me recalcó, casi de «meritoria», como discípula-ayudante, en los trabajos más rutinarios de su ex profesor de contrapunto: -¡Un excelente maestro! Acá -me dijo-, acá no me retiene ya -nada en que pudiera hacer falta -y se apresuró a añadir, con voz y gesto de excusa-: Falta que, en mi mano estuviera poder suplir-o Esta fue la única alusión que hizo a la evidente ruptura con Ildefonso. Y aprovechó la frase para confirmarme corno camarada y cerrarme toda otra perspecth'a respecto a ella. En seguida me miró inquiridora; y, al comprobar en la mustia actitud mía que le había comprendido, me abrazó. Y, rápida, se marchó a su casa. Al siguiente día, muy de mañana, cuando fui a despedirla al aeropuerto, no repitió el abrazo. Pero yo me incliné y le besé la mano con artificiosa prosopopeya. Luego, dos Q tres veces, me escribió desde Vie· na. y 311á -en Europa- pennanecía atareada con su música, cuando, meses después, recibió la noti· cia de la muerte inesperada de Ildefonso.

x Pensando en Juana e Ildefonso salí del gran hotel donde acababa de cenar en compañía de Miguel y Antonia. Ellos se fueron en un ta'Xi; pero yo, que no vivía lejos, tan sólo a un cuarto de hora de re· posado caminar, al otro extremo de la Cornisa del ANántico; rehusé la invitación que me hicieron de llevarme hasta casa; y seguí a pie, paso entre paso, a todo lo largo de la Cornisa, sobre los viejos mu· rallones, al norte del caserío; hasta llegar a mi re· sidencia en la Calle del Mar esquina al Postigo del Sol. Hacía una luna desbordante de luz -entre áu· rea y ebúrnea- que había despejado el cielo de estrellas, salvo unas cuantas grandes luminarias: sobre todas, el ·lucero Júpiter en trance de má.ximo esplendor. Soplaba un brisate fresco que, sin perturbar la lenta transformación de algunas altas y algodonosas nubecillas, desmelenaba en un raudal de crines y colas de potrancas en fuga la cresta de los altísimos marullos, antes de romper, éstos, y desplomarse con afrodisia efervescencia al ,pie de los baluartes. Las aguas eran verdaderamente azul marino, azul enturquizado de profundidades; y, era el cielo -por encima de las vela· duras metálicas del resplandor plenilunar- de un heráldico azur. Al ras del horizonte, una ronda de invisibles guardacostas encendían y apagaban, a capricho, las luces de sus descocados proyectores,


causando apanclones momentáneas de redondo y eléctrico fulgor: blancos y fugitivos discos, como traviesas lunas jóvenes que se hubieran quitado el transparente oro y marfil de sus túnicas y, desnudas, jugaran al esconder por los lejos del mar. Todo en mi derredor lo envolvía una salobre bruma opalescente que, difuminaba el contorno de las cosas cercanas: polvareda finísima de salitre yagua recién desprendida del tumbo de la mar por la ventola. El profundo bullicio del oleaje también borraba o apagaba la nitidez de los sonidos; y, no obstante, desde una imprecisa lejanía, me alcanzaba clara, estridente, perseverante la aguda voz mecanizada de una vellonera escandalosa... Una vez dentro de mis habitaciones, agoté todos Jos pretextos para posponer el momento de acostarme. Queriendo burlar un tanto al insomnio en acecho, me sumergí, un buen rato en baño de agua tibia. Pero seguía pensando en Ildefonso. Luego, listo para acostarme, sentado al borde de la cama, puse una admirable grabación de insigne música alemana en el aparato fonográfico que tenía al inmediato alcance de la mano; y me metí entre sá· banas. En seguida me cautivó la belleza de la música, doctísimamente ejecutada. Sentí, por fin, re· lajarse poco a poco la hipertensión de mi cuerpo y de mi espíritu. Fascinado, transportado a otros ámbitos distintos a los de tiempo y lugar en que me encontraba, olvidé la tragedia que venía rumiando: quedé envuelto en la música como en una atmósfera de maravillas... Pero durante la pausa pronunciada vinieron a mi recuerdo historia, antecedentes y detalles de aquella grabación, de aquella partitura y de aquel eminentísimo maestro que tocaba. Y fue como una brecha, como una vía de agua abierta en un navío: -¡Aquel maestro, aquel gran músico, aquel genio indudable! Hombre que pudo equiparar su arraigada vocación con sus extraordinarias dotes; su disciplina y su dedicación ejemplares con su naturalísima disposición, con su innato talento; la gracia plenamente concedida con el tesón asiduo de su esfuelilo... ¡Qué suerte! ¡Qué gran suerte! De ese modo, la fervorosa vocación convertía el trabajo en máximo placer: La :virtud de las dotes aseguraba la excelencia de los logros, la certidumbre, casi, del triunfo ... ¡Milagros de armonías! - y caí nuevamente, por contraste, en triste conmiseración del desventurado Ildefonso.

(<<Un labrador salió a sembrar un día, y sembrando, una parte de su simiell'te cayó encima del camino y fue 1tollada. ...Y otra cayó sobre pedregales pobres de humedad,' y, nacida, se secó... y otra parte cayó entre los abrojos; y los abrojos la ahogaron.

y u/ta última parte cayó en buena tierra, y cuando fue nacida floreció y llevó cuantioso y excelente fruto.») [1] Un artista logrado y consciente, sabe distinguir en sus adentros lo mucho que le debe al don gratuito que le cupo en suerte; y, lo que, de su parte, tuvo él que poner en esfuerzos, estudios, constancia, para cosechar el fruto de sus dotes en obra meritoria... Por eso, en su carácter suele haber un noble y candoroso orgullo íntimo y una genuina y honda humildad, que conviven, no sólo sin antagonismo, sino fortalecidos mutuamente... En los casos afortunados, el vínculo eficaz entre los vivos gérmenes de las aptitudes y la feliz culminación y tino de la obra, es la vocación. Ella aporta la voluntad y la diligencia necesarias al trabajo constante y esmerado ... Su naturaleza es como ,la de un gusto, un reclamo, un apetito, una urgencia... Pero es muy posible que las disposiciones naturales, con su previa .presencia, influyan en d despertar de la inclinación vocacional: Quizás la vocación dependa del antecedente de las facultades favorables, adecuadas... Entonces, ¿sería posible que pudiera haber -como en Ildefonso- una verdadera y firme vocación sin contar de antemano con dotes naturales? ¿No estaríamos todos desorientados al juzgar el caso de Ildefonso? ¡Quien sabe! Claro está que hay muchos otros factores que pueden influir de un modo u otro en la posibilidad de la fértil labor o en la eficacia de la dedicación: ;la buena o mala salud, el ambiente benéfico o adverso, la oportunidad, los caminos abiertos o ce· rrados; estímulos o desalientos fortuitos, esperanzas, frustraciones... Cualquier intervención del cie. go azal·... Por negligencias, por carencia de energía, por debilidad de carácter ¡por tantos otros obstáculos! puede haber dotes y vocaciones improductivas, desperdiciadas, perdidas ... Ante todo, desconfiemos de la simplista fórmula mágica -tan típicamente estadounidense, tan ingenuamente mecanicista. de tan engañosa apariencia matemática- que prt'dica que el genio, o la genial obra maestra, es puro resultado de «one per cent inspiratiolt plus /tillet)'nille per cent perspiration... » Para llegar a ese polo de optimismo iluso, mejor es quedarnos en nuestro tradicional extrema contrario: «Si Natura no da, Salamanca no presta»; pues ésto (aunque algo se resintiere de simplificación) parece más conforme con la palpable realidad; y, mucho menos equívoco... y si tácitamente admite que pueden existir, quizás, vocaciones sin dotes; también parece insinuar tácitamente que, en tal caso, sólo se tra· taría de falsas vocaciones: en el fondo, engaños de una ambición superficial o, al menos, despistada... Pero, volviendo a la inocente fórmula estadounidense; ¿a qué cantidad debe ascender, como

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mmUllo suficiente, aquel, al parecer, insignificante uno por ciento de inspiración que lo genial re· quiere? Y, ¿a cuántas toneladas de sudor equivale el noventa y nueve -por ciento restante? Todas estas cosas pasaban en tropel -por mi cabeza, siempre relacionándolas -naturalmente- con el pobre Ildefonso. En la febril cerebración del prolongado insom· nio, me sorprendí, de pronto, intentando establecer ecuaciones de un álgebra extravagante, para aplicar a la práctica - 3 la realidad de la vida de Ildefonso, por ejemplo- la fórmula yanqui de la con· secución de lo genial. Como la dicha fórmula es sólo relativa o proporcional, ¡pues no se expresa en unidades de medida alguna, sino en porcentajes; había empezado yo por postular que:Zeta era equivalente al ciento por ciento de la obra genial. Pero, ¿a qué común unidad habría que reducir las cantidades de inspiración y de sudor o esfuerzo necesarias para el logro de la obra? Elijamos, pensé en seguida, el erg o ergio: la unidad de energía. Si suponemos que la cantidad de energía síquica necesaria para la inspiración es igual a equis ergios; entonces, la cantidad de energía sudorífica alcanzaría a noventa y nueve veces equis ergios de inspiración más noventa y nueve equis ergios de sudor. O sea: Zeta, igual a cien veces equis ergios. Pero, ésto, sólo vendría a reducir la obra genial a una incógnita cantidad de energía multiplicada por cien. Lo cual, en el mejor de los casos, no sería sino decir que, en el trabajo necesario para la creación se utilizaron o se transfirieron o transformaron, equis número de unidades de energía multiplicado ¡por cien; el uno por ciento del total representado por ener:gías síquicas, y, el noventa y nueve, por energías sudoríficas. Pero, es el caso que, esto ya lo sabíamos desde un prinCipio; pues así se postulaba de antemano en la susodicha fórmula mágica. Y, además, en fin de cuentas, nos quedábamos in albis en todo lo relativo al «valor genial» de la obm que, no puede traducirs~ a ergios (energía, trabajo) sino que debe expresarse en méritos. Volvamos, pues, a empezar, atacando la cuestión por el lado de los méritos: -Si los méritos de la obra deben ser igual a zeta para que llegue a lo genial; entonces, los méritos de la inspiración, deberán ser (como mínimo) igual a zeta dividido por cien. Y, los méritos del sudor serían, por lo tanto, igual a ... ¿Pero es que el sudor tiene méritos calculables, en abstracto? Y, ¿cuál es la unidad de medida de los méritos? Aquí me di cuenta cabal de que nada, en estas fantásticas y absurdas ecuaciones, era válido; de que andaba dando vueltas dentro de un laberinto de extmños disparates, de lucubraciones insensa· tas... Mientras tanto, me había ido tomando varias dosis de píldoras somníferas; pero seguí sin con·

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ciliar el sueño en toda la noche; entregado a una serie de fútiles divagaciones, siempre viniendo a dar en el mismo, inevitable, retornelo de Ildefonso: -¿Qué pasaría por los adentros de aquel vate? Y ¿Juana? ¡Pobre Juana! ¡Pobre Ildefonso! (<<¡Qué dolor de penumbra iluminada!») [m]

Los cambiantes rubores de la aurora reflejáronse en grises medias tintas dentro de mi aposento empersianado; y yo busqué refugio contra mis cavilaciones bajo una ducha fría.

XI Siete días después del entierro de Ildefonso recibí una llamada telefónica desde Berlín. Era Juana. Lo primero que dijo -sin otra salutación que identificarse- fue preguntarme si era cierta la muerte del amigo mutuo. No, no había recibido aún la carta de Antoñita: Estaría en Viena esperando su regreso, según las órdenes que había dejado de guardarle, allá toda su correspondencia. Hablaba con aparente serenidad, sin alteraciones de la voz, con una extraña calma. -¿ Cómo había sabido la noticia?- Por una serie extraordinaria de casualidades: Ella andaba de viaje por bibliotecas, archivos y museos de Alemania, hacía tres semanas, recopilando no sé qué datos. Empezó por Berlín. Sus últimas paradas debían ser Bay. reuth, Nuremberga y Munich. Pero en Nuremberga, terminada su gestión allí, un motivo de bastante interés para sus investigaciones musicales, que surgió de pronto, la decidió a volver a Berlín por segunda fez. En el avión que acababa de traerla de Nuremberga se encontró con un paisano nuestro que la conocía de vista. Había coincidido COil ella, acompañada de Ildefonso, en una exposición de pinturas en nuestra Escuela de Bellas Artes, hacía ya más de un año. AHí habían entablado un superficial conocimiento. Al parecer, no se enteró de que Juana e lldefonso andaban juntos. Y no se volvieron a ver. Pero, en la media hora larga que estuvieron hablando Ildefonso y él, mostraron sim· patía recíproca, se dijeron sus nombres y se ofrecieron sus respectivos domicilios. Este señor se llamaba Jaime Alaix. El mismo día que salió de la Isla, oyó en Capitaleñas la noticia de la muerte de Ildefonso. Venía, ahora, de la cercana ciudad de Furth, donde tenía negocios con unos exportadores de orfebrerías ... -Al llegar a este punto la historia de Juana, la interrumpí: díjele, algo en broma, que la conferencia telefónica le iba a coso tar una fortuna en marcos, si me seguía dando tantos detalles innecesarios; y, le pregunté qué pensaba hacer y en qué podía servirle... Ella, sin prestar atención a mis palabras, prosiguió con el hilo


de su tema: -Este señor Alaix, entró el último en el avión, y me reconoció y saludó ceremoniosa· mentt: en cuanto entró. Tenía los modales un poco a lo germánico. Por casualidad le tocó un asiento junto a mí. Se sentó, y, en seguida, me recordó las circunstancias en que me conoció. Me dijo que de· bía oda agradable sorpresa» de volver a verme a una «feliz alteración» de sus planes. El no había terminado sus asuntos en Furth, y no debía salir para Berlín (en automóvil, por cierto, no por vía aérea) sino dentro de unos días. Pero sus negocios le re· clamaron perentoriamente en Berlín, con anterioridad a lo que tenía pensado. Volvería a Furth antes de regresar a América. Luego comenzó a hablar de los festivales wagnerianos de Bayreuth. No sé cómo se enteró <por algo que yo dije, quizás) de mi in· terés por la música. De repente, me preguntó si CIlaquel caballero con quien coincidimos» en Bellas Artes, era músico o pintor. Yo, inexplicablemente, le respondí que no lo sabía. -Por lo bien que se expresaba -dijo él- sobre el arte pictórico, creí, entonces, que era pintor o, quizás, crítico; de todos modos, artista o escritor... -Entonces pareció re· cardar algo; y, me soltó a boca de jarro la noticia: -Por cierto, que, unas horas antes de dejar la Isla, me enteré de su muerte repentina. Dieron la noticia por un noticiario radiado que llaman Capitalelias. ¿Se llamaba Ildefonso Cruz? ¿No es eso? -Yo creí perder el conocimiento. Pero él no se !lio cuenta de la impresión que me causaron sus informes; y, siguió hablando al azar, de ésto y lo otro. Yo le dejé hablar y sólo con monosílabos le contestaba. Al rato, cambió de idioma: conversa· ba con la azafata del avión... En cuanto Uegué a Berlín, no hace una hora, pedí inmediatamente esta comunicación telefónica contigo. Saldré para Viena lo antes posible. Creo que pasado mañana estaré allí. Leeré la carta de Antonia. Con seguri. dad estaré en esa, con ustedes, muy pronto. Te suplico me esperes en el aeropuerto. Te mandaré un radiograma dándote la fecha de mi llegada y el número del vuelo. Iré probablemente vía Nueva York. Creo es lo más e~edito... Bueno, adiós, adiós, adiós. Hasta la vista. Gracias, muchas grao cias. ¡Adiós! Y, cortó la comunicación. Por Ia casi morbosa relación de tantos detalles insignificantes, por la aparente intención de recalcar las intervenciones de la casualidad o -la coincidencia; y, sobre todo, por la abrupta manera de despedirse, me di cuenta, por fin, que lejos de estar serena, mostraba un íntimo trastorno... ¡Pobre Juana!

XII Juana llegó a los pocos días. A media mañana de un espléndido domingo. Yo la esperaba, fiel, en el aeródromo. Le tenía habitaciones reservadas en

el mejor y más moderno de nuestros hoteles, no lejos de mi casa. Aterrizó el avión, y ella fue la segunda de los pasajeros en pisar tierra. Me divisó en seguida, entre la gente que esperaba enchique. rada detrás de unas barreras; y, corriendo, se lanzó a mi encuentro. Le tendí la mano y ella me la estrechó con las dos suyas. La encontré algo pálida y un poco adelgazada; sobria y muy elegante de atavío, gaUardísima de porte. Después de haber cuidado de su equipaje, la acompañé hasta dejarla instalada en su hotel. En el camino casi no hablamos nada, salvo las frases indispensables. Al despedirme, no aceptó mi invitación para almorzar juntos. Me dijo que neo cesitaba descansar un rato; que, además, no tenía apetito todavía. Pero me suplicó que la acompaña. ra, esa misma tarde, al cementerio, a conocer la tumba de lldefonso. Le prometí venir a buscarla corno a las cuatro. EUa me lo agradeció con una sonrisa; y, girando en redondo, se alejó. Cuando horas después, entramos en el cementerio, todavía casi sin hablar más de lo indispensable, nos dirigimos -ella muy pensativa- al sitio donde yo creía que había sido enterrado Ildefon· so, no había señal alguna que marcara su tumba en todos los alrededores. Había, sí, cerca de allí, dos lugares donde aparecían indicios de sendos en· terramientos recientes. Pero los nombres que figuraban sobre ellos nada tenían que ver con nuestro amigo. Un sitio tenía su lápida de mármol, aunque muy nueva. El otro, sólo tenía una provisional cruz de madera con un nombre pintado en el travesaño: José Joaquín Sánchez Decoust. En la lápida del primero se leía una brevísima inscripción: Decia simplemente, EDELMIRO; y, debajo, Ia palabra PAZ; pero de tan imprecisa manera hilvanada al nombre Edelmiro, que hacía imposible la certidumbre de saber si figuraba como apellido o sólo como abreviatura o condensación del usual Descansa en Paz o de su equivalente latino R.I.P. La pequeña y hermosa palabra estaba muy por debajo del nomo bre propio, y flanqueada por tres pequeñas Crucedtas: una abajo y una a cada lado. Eso era todo. Evidentemente, ninguno de los dos sitios podría ser el de la sepultura de Ildefonso. Recorrimos cuidadosamente toda la vecindad de aquellas tumbas, sin encontrar la que buscábamos. Imposible me parecía no haber dado con ella; pues yo estaba plenamente seguro de que allí -allí mismo, en aquel lugar del cementerio- fue donde, hacía poco, habíamos enterrado a Ildefonso. No obstante, ampliamos el área de nuestra búsqueda, pero sin fruto alguno. Un subencargado del cementerio nos ayudó entonces, inclusive poniendo a nuestra disposición el Registro de Sepelios: un gordo volumen donde se anotaban, día a día, los nombres de los difuntos enterrados, más otros ex· tremas y particulares relacionados con cada en· 55


terramiento. Pero no encontramos lo que buscá· bamos. ¡Nada! Los restos mortales de lldefonso Cruz, y la fosa donde fue sepultado, habían des· aparecido de modo incomprensible... «Oficialmente», Ildefonso no había sido enterrado allí. ¿Cómo podía ser tal cosa? Yo insistía con el funcionario que nos prestó ayuda: Expliqué exactamente las circunstancias del entierro de Ildefonso; el día, la hora, los nombres de varios entre los concurrentes, el lugar aproximado donde le dimos tierra. Pero el señor suben· cargado porfió -y, en esto, le daba la razón el Libro de Registros- que quien había sido enterrado allí, aquel día, era un tal Edelmiro de la Paz. La tumba habla sido arrendada por treinta años; el acanon» de arrendamiento había sido pagado por adelantado, en su totalidad, mediante recibo a favor de doña Carmen R. Vda. de Gutiérrez, ma·

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dre del fenecido; cuya «dirección permanentelll era, sólo, «al cuidadolll de un importante banco en Asun· ción, capital del Paraguay. Mi mayor insistencia sólo dio por resultado un cambio en la actitud del funcionario: su cortesía se fue trasformando en frialdad mezclada de sor· ,presa; luego, en reserva y en progresiva desconfianza sospechosa. Comprendí que empezaba a tomarme por un desequilibrado... O algo peor: -¿ Có· mo podía dudar, yo, de lo que decían los pape· 'les oficiales? ¿No me había dejado examinar, él, su Registro de Sepelios? ¿No estaba todo ello Clava· lado» por firmas, rúbricas y sellos?- Indudablemente, su sensiblidad de buen funcionario, su fidelidad al documento, al expediente, le hacían poner en duda mi sanidad mental o, de estar yo cuerdo, la rectitud de mis intenciones ... Tuve, yo también, que rendirme, por de pronto, al menos, ante la inconmovible evidencia del pa· pel escrito y el registro oficial. Pero, .no salía de mi asombro. Mientras tanto, Juana lloraba a boro botones, con el desconsuelo empavorecido de una pequeña muchachita extraviada, perdida, que ha llegado a creerse por siempre abandonada de sus familiares; pero, también, con la honda amargura adulta de los desesperanzados ante 10 irreparable. Cuando logró serenarse, empezó a distribuir sobre las tumbas de Edelmiro y de José Joaquín, y sobre varias otras que le parecieron olvidadas, la enorme cantidad de rosas rojas -importadas del Norte y adquiridas a gran costo por mediación de su hotel- más los voluminosos brazados de varas de nardo, comprados al pasar bajo los soportales de la Plaza del Mercado: flores que, en desmesurada profusión, yo le había ayudado a traer, para cubrir con ellas la tumba de Ildefonso. Ese gesto de Juana, el arrebatado modo como lo llevaba a cabo, y la nunca vista abundancia de rosas y olorosos nardos que llovió sobre las tumo bas de los desconocidos, confirmaron al subencar· gado del cementerio en la peor de sus sospechas: No cabía duda, tanto yo, como mi acompañante, éramos locos de remate, un par de trastornados, fugitivos probablemente, de algún manicomio... ¿Locos peligrosos?... O, a lo mejor ¡sabe Dios qué! Debía dar parte -por si acaso- a las Autoridades. No dimos tiempo a que «las Autoridades- fue· ran informadas; pues decidimos irnos al hotel, a tratar de buscarle solución a caso tan incomprensible, tan extraño, tan imposible, verdaderamente... Pero, llegados al hotel, todo pasó de otra manera. Juana insistió en que la dejara sola. Prometió volver a venne pronto. Prometió llamanne por teléfono si algo necesitase de mí. Prometió no ha· cer ningún disparate, velar por su salud, avisar a un médico, si fuera necesario....Ahora no tenía cabeza para hablar... Menos para pensar... E-Ua me buscaría, dentro de breve tiempo, para volver


sobre todo ese asunto... No, era mejor que yo no la llamara antes. Pronto nos veríamos... Con evidentísima impaciencia, quiso quedarse sola. Y regresó a su cuarto: Caminaba como por resortes, pero sin perder la firmeza del paso. Yo me alejé como un sonámbulo; pensando, sin lucidez, en todo lo ocurrido. XIII Cuando varios días después, a prima noche, se presentó Juana, de improviso en mi casa. No vino a comparar conmigo conjeturas ni a buscar, entre los dos, aclaración al rarísimo suceso que en el cementerio nos había ocurrido. No venía a que le ayudara a pesar y medir indicios y probabilidades, a tratar de resolver ---'los dos de acuerdo- los misterios del caso. Su visita no era en solicitud de mi concurso activo para ver de encontrar alguna pista y seguirla juntos... Desde un principio noté que su actitud era casi como la de un juez de primera instancia. O como la de uno de esos típicos detectives inventados por la novela policíaca. Yo era testigo estrella de los hechos. De mi veracidad no dudaba; pero, quizás tendría yo, sin darme cuenta, la clave de aquella pesadilla. Necesitaba interrogarme, procurarse todos los detalles útiles que yo pudiera revelarle. Mi ayuda se limitaría a eso: a suministrar datos que ella desconociese y yo no había sabido inter· ·pretar... Ella poseía otros datos que yo no conocía: Sólo ella podría hilvanar unas cosas con otras... Quería llegar, a toda costa, hasta la verídica realidad; más allá de las apariencias inadmisibles. Se proponía penetrar la balumba de falsedades, romper el aparato de artificiosos misterios que encubrían los hechos verdaderos... En el transcurso de su larga visita me di cuenta de que llevaba hechas otras indagaciones. Pero pa· recía confiar en que era yo quien podía revelarle el hilo de la trama. Aunque yo, desde luego, no me había dado cuenta de tener a mi alcance la solución de aquel extraordinario jeroglífico. Había, Juana, al parecr, recobrado por comple. to la tranquilidad. Firme, sin titubeos, entró en materia tan pronto aceptó mi invitación a sentarse, apenas cambiados los saludos de rigor: -Vengo a que me cuentes e por b como fue el entierro. Además de los que se enteraron de su muerte por Capitalejias,' ¿quiénes concurrieron? Y, esos, ¿cómo lo supieron? ¿Conoces los nombres de todos los que fueron? Por favor expIícamelo todo. Quisiera que me dieras la mayor cantidad de detalles posibles. Por insignificantes que te parezcan... Te lo agradeceré infinito... Empieza .por el principio; ¿cómo te enteraste tú? Todo se lo relaté con el mayor lujo de detalles

posible, y ordenadamente, empezando por la notícia necrológica que dio Medrana por la radio. Ella me escuchaba atenta. Solo en dos casos me interrumpía: o para que le repitiera más por lo menudo algo que yo estaba diciendo o, casi con im· paciencia, para ratificar algún detalle; añadiendo, a veces, el nombre de la persona por quien lo había sabido. Cuando le dije que Alejandro Balmaseda había despedido el duelo; sin poder reprimir, yo, al nombrarle, cierto vago gesto de extrañeza, ella me interrumpió: -Sí, yo hablé con él. No es mala persona: no tienes por qué admirarte. Espontáneamente fue donde Medrano, en cuanto supo la noticia, a pe· dirle que intercediera con quien correspondiese pa· ra que le permitieran despedir el duelo. En ello puso mucho empeño; pues dijo que quería reme· diar cuna injusta travesura» suya, del pasado. Es· toy muy segura de que sus palabras en el cernen· terio fueron sinceras y sentidas. Me dio copia del papel que allí leyó... Pero sigue tu historia... A pesar de que también había hablado ya con Medrano, con el doctor Posnet y con Antonia; no había caído en cuenta de quien era la dama que presidió el duelo. Parecía haber dado por sentado que era una persona a quien no conocía. Quizás la dueña de la casita en cuyo mirador murió IIdefon· so. Era natural que así pensara, sobre todo cuan· do esa suposición fue la teoría más aceptable y aceptada por nosotros, los concurrentes al en· tierra. Iba yo haciendo un vivo y circunstanciado re· trato de aquella dama y una minuciosa desoripción de su atavío (pues desde el primer instante en que la vi, me fijé detenidamente en ella por parecer· me mujer algo misteriosa y de acusado y singular carácter) cuando advertí un brusco cambio en el semblante y en la actitud de Juana. Se puso inten· samente pálida, se le dilataron las pupilas y un momentáneo estremecimiento le trepidó en los la· bios. -¡Mitones blancos! -exclamó sorprendida. Y luego murmuró muy por lo bajo-: La Kangura... La Kangura..• Alarmado me le acerqué; pero ella se calmó en seguida. Perfectamente normalizada ya, me rogó que repitiera, «con todos sus pelos y señales» la descripción de aquella a quien, casi sin advertirlo, había llamado «La Kangura». Al terminar yo mi repetida y pormenorizada descripción; se puso en pie y, como hablando con· sigo misma, dijo por 10 bajo: -¡es ella!-. Fue una terminante transición de punto final. Inmediata· mente pretendió marcharse sola; pero no se hizo rogar demasiado para acceder a que yo la acompañara hasta su hotel. Rehusó, no obstante, mis rue· gos de llevarla en taxi. Caminamos con regular lentitud las cinco o seis cuadras que nos separa57


ban de su hotel. Durante el trayecto, no rompió el silencio; pues ni siquiera oía, tan abstraida iba, las reflexiones, ofertas y recomendaciones que, yo, atemorizado, preocupadísimo, insistía en hacerle. Al llegar al hotel atolondradamente se despidió; aunque no sin que yo antes le hiciera prometer que volvería a verme muy pronto. Lo antes posible.

XIV Efectivamente. Volvió Juana a verme. Pero no tan pronto como yo hubiera deseado. Antes tuvie· ron que escurrirse por el sumidero del tiempo unos treinta y pico de días. Pero -por esta vezel usual y rápido sumirse de los días me pareció un lento destilar gota a gota, hora a hora, minuto a minuto... Mientras tanto, ella había estado perseguiendo el rastro de la dama de los mitones blancos, hasta dar con ella. Tuvieron, al parecer, una en· trevista borrascosa y trágica; según deduje de las mal hilvanadas frases conque Juana me dio cuenta del lance. Con voz entrecortada por una reprimida iracundia que llevaba por dentro, con profunda alteración de ánimo, me contaba detalles que me parecían poco significativos y carentes de ilación y lógica. Por fin, mostrando en el acongojado ros· tro y en el tono de voz, íntima y cruel laceración; atropelladamente se expres6 de este modo: -Le requerí que explic.ara lo ocurrido con la tumba de Ildefonso..• Se negaba a contestar... Llegué hasta amenazarla... Prometí llevar el caso a los tribunales... Agotar todos mis recursos y mis influencias... Entonces 'habló... ¡OjaIá no lo hu· biera hecho! Dijo sólo una cosa... Con ella me tapó la boca... Allí me destrozó, me aniquiló... M~ contestó con una pregunta ladina... Secamente me preguntó si yo no conoda las maldiciones abru· madoras que se acumularon en Alturas Frías contra toda la descendencia de mi padre... Se regodeaba en repetirlas: «Que nadie de su casta en· cuentre sepultura honrada: que no se sepa nunca donde paran los huesos de sus descendientes!»... y terminó gritándome exaltada: «No me eches la culpa de las culpas ajenas!. Juana, balbuceante, atajó -adivinándolas- las reflexiones que iba a hacerle yo. -No creo en maldiciones ¡No es eso! No soy tan imbecil. Además, estoy segura que es una em· bustera, una farsante ... Y una de esas mujeresmarsupiales que embolsican a gente hecha y derecha... ¡Y así fue con él/... Pero, yo, ahora, no sé que hacer ya... No sé qué pueda hacer... Estoy perdida. Se me ha llenado el alma de amarguras... de zozobras ... de terrores. Sí, de terrores... Es ha· rrible, horrible; ¡horrible! Tú no podrás nunca comprender... Es atroz. ¡No sabes quién es ella! 58

Ella fue la culpable de que I1defonso huyera con horror de mi lado... ¡Le dijo 10 mismo que, ahora, me quiso hacer creer a mí! Sobreponiéndose a la angustia que le nublaba los ojos y le apretaba la garganta; venciendo -imperiosa- mi empeño en no dejarla sola, se marchó cabizbaja, desolada, rota.

(.Corazón, ayer Sallara, ¿ya no suena tu monedilla de oro?») ("Eran ayer mis dolores como gusanos de seda que iban labrando capullos; lzoy son mariposas negras.») [n] Y, ésta fue ]a última vez que ]a vi. La última vez que oí su voz. Pues se me desapareció como un chubasco que se ahoga en el mar...

(<<Túmulo tanto debe agradecido Amor a mi pie errante,' liquido, pues, diamante calle mis ltuesos, y elevada cima selle sí, mas no oprima, esta que le fiaré ceuiza breve.•) • [o]

XV Se me perdió sin dejar huellas: como un aguacero sobre el mar... ¿Sin dejar huellas? -Es un modo de hablar, no muy exacto: En mí dejó recuerdos numerosos, turbadoras añoranzas: huellas imborrables que, en mi espíritu, marcó el cruce de su paso por mi vida... y un fascinador abismo amargo y negro como las profundidades más hondas de la mar... De diversos modos, otras huellas dejó en otros, con sólo su existir Entre ellas, el arrepentimiento casi póstumo que expresó como última disposición testamentaria la extraña mujer que, por primera y única vez, vi 'presidiendo el entierro de Ildefonso. Pocos días antes de morir, en un codicilo final de su testamento, declaraba, muy por lo menudo y detallado, lo que aquí sigue en abreviado resu· men:«Yo, la susodicha María del Carmen Rainelda Riveirense y Pérez de Trives, viuda desde hace diez años de don Alonso Gutiérrez y Oquendo (q.s.g.h.) hacendado y ganadero que fue en el Paraguay (también conocida, después de mi matrimonio. por Carmen R. de Gutiérrez; y, de mozuela, por Rainel· da Riveirense y Trives) requiero y exhorto encare· cidamente a mi único hijo, Eugenio Pedro (de apellido Gutiérrez, por adopción) que, con prontitud y diligencia lleve a cabo lo que a continuación enumero:-


llQue sin escatimar esfuer.zos ni recursos inda· gue el paradero de su hermana paterna Juana Ma· fía de las Nieves Andrea Fuentesaúco y Ponia· tovski. «Que a la mayor brevedad posible se comunique con ella y con las personas que más abajo nombro; dándose a conocer por quien es, y solicitando verse personalmente con ella, cuanto antes; y, en su defecto, con las dichas personas que más adelan te especifico como las amistades más allegadas de la tal Juana Fuentesaúco. «Que presente ante ella copia certificada de los documentos por mí puestos en manos de mis albaceas, donde se prueba ser él, Eugenio Pedro, no sólo hijo único mío, sino también el desaparecido hijo natural de Juan Pedro Fuentesaúco, originario, éste, de Zamora, España, y por muchos años vecino y propietario en la zona de Cabezas Bermejas de nuestra tierra natal; casado que fue con doña Sofía Andrea Poniatovski (ambos difuntos)... «Que, asimismo, informe a la mencionada Juana de mi arrepentida y pública confesión, donde me acuso de haber insinuado fraudulentamente que, el difunto Edelmiro Ildefonso de la Cruz Pérez (q. en p. d.) era el hijo natural desaparecido de Fuentesaúco, padre de Juana. Añadiendo que ésto lo intenté en tres ocasiones distintas; valiéndome de mi personalidad disimulada bajo el nombre de Carmen Gutiérrez y, utilizando maliciosas insinuaciones y perversas medias palabras; llegando hasta falsificar, en parte, los datos aportados por mi en ocasión de la muerte y entierro de Edelmiro Ildefonso de la Cruz Pérez; quien nunca usó su primer nombre de pila y, por el cual, le conocían sóJo escasas personas... «También debe presentar mi hijo, a Juana, los documentos probatorios de que el difunto Edelrniro Ildefonso era un sobrino segundo mío -por parte de los Pérez de Trives- huérfano desde muy niño, y ahijado de bautismo de mi señora madre... Y, por lo tanto, sin parentesco alguno, en ningún grado, con los Fuentesaúcos ni los Poniatovski. .. Contrario a lo que yo logré meterle a él en la cabeza... (Etc., etc., etc.)

XVI Entre las personas que la viuda de Gutiérrez consideraba necesario que fueran infonnadas de este trágico asunto, mi nombre figuraba en segundo lugar. De todo ello me dio cuenta cabal su único hijo, el hermano paterno de Juana, Eugenio Pedro. Además me entregó copia fidedigna -palabra por palabra- de la última voluntad de su madre expresada en el codicilo que acabo de resumir. Tales palabras, profundamente acerbas bajo la superficial y conmovedora serenidad de las disposiciones testamentarias, fueron -después de graves trastornos y al cabo de largos años- las palabras finales de aquella niña rubia, con azules ojos asomhrados, que -ajena a todos los bretes de honra, inocente de todas las quiebras de amor- se entregó, dulcemente, a un sencillo muchachote, de ella enamorado con pasional exaltación juveniL.. -«¡La Kangura! ¡La Kangura!(<< que ésto y más cabe en la escena de los teatros del tiempo») [p]

FIN NOTA LAS VOCES DEL CORO

Ua5 palabras citadas son de:(a) (b) (e) (d) (e) (E)

(1) (h) (1) (j)

(k) (1)

(m) (n) (o) (p)

Daría. Illem Mathos Bon Lac. Rubén Darlo. Antonio Machado. Idc:m. Idem. .... ¡Jllam Shakespeare. Antonio Espina. Cantar de los Cantares de Salomón. Juan de la Encina. Mateo XII, Lucas VIII, Marcos IV (libre referencia). Federico Garcfa Lorca. Antonio Machado. Luis de adogora. Calderón de la Barca. Rub~n

San hlalr de Puerto Rico 1966

59


Prospecto para regularizar a tasación las operaciones chirúrgicas, que las ciencias lllédicas traen por necesarias en el cuerpo hlunano* Por el DR. FRANCISCO OLLER Puerto Rico, 12 de Marzo de 1829.

INTRODUCCION

E

= MUCHAS VECES sucede que los enfermos o interesados se niegan por varios pretextos a satisfacer al Profesor los honorarios de las visitas, curas y operaciones que éste ha executado, en cuyo caso ponen la cuenta ante de una Autoridad para evadirse del pago, considerándola exorbitante; en éste creo no estará de más el dar aquí noticia de las circunstan· cias que se deben tener presentes para una tasación. Estas serán: primero, la habilidad que haya puesto por su parte el Profesor, y así una enfer· medad de difícil diagnóstico y curación, merece en general mayor recompensa. Las operaciones de cirugía que piden más destreza y son más difíciles y trabajosas de ejecutar, merecen mayor reconocimiento, que las ordinarias en la misma proporción. Generalmente hablando un Profesor, que por su sagacidad se haya valido de planes anatómicos, fisiológicos, y de otros medios, por los que ha vencido mil dificultades, ha adelantado el tiempo de la curación, y ha restablecido al enfenno sin pérdida de mayores estipendios, etcétera, será digno de mayores honorarios, que otro que por un método menos a propósito haya dado lugar a una dilatada curación, con pérdidas considerables, y con dolores crueles. De esto resulta, que los honorarios deben ser en razón directa de la importancia del mal, y de la habilidad y método que el Profesor haya empleado. La evaluación de los honorarios es relativa. XMO. SOR. CAPITÁN GENERAL

* Documenlo c:.,lslenle en el Archivo General de Puerto Rleo.

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1.0 A la importancia del servicio. 2.° Al tiempo que ha durado la asistencia. 3.° A la habilidad que haya empleado. 4.° A la fortuna del sujeto que haya cu· rada. El justo reconocimiento que se debe a un Profesor, y el premio de sus servicios, es preciso se reunan bajo de un agradecimiento. La vida, y la salud, son bienes inestimables. Así pues, no les dan el valor de la cosa, sino el precio de su trabajo, y el de haberse dedicado con sus conocimientos a la asistencia del paciente, y abandonado por éste, otros negocios; y lo que se paga no es el servicio, sino su pericia y ejecución. Creer que todo trabajo está suficientemente pagado, calculando el tiempo y los esfuerzos que el Profesor emplea de un modo directo y al individuo, que es el objeto de la recompensa, es un error. Deben entrar en cuenta los antecedentes necesarios de este trabajo, sin los cuales el Pro· fesor no hubiera podido hacer lo que hace en ventaja del individuo obligado, adquiridos a costa de tantos sacrificios para desempeñar su profesión. El uso de la Sociedad jamás se ha fundado en la evaluación de los honorarios, cuando los pa· cientes conocen el servicio que el Profesor les dispensa, que no tan sólo la salud, sino la vida depositan a su confianza, y una y otra les son los más interesante. En otros países, toda visita hecha a un enfermo en las ciudades o poblaciones, se satisfacen a cuatro pesos, y se pagan en dinero efectivo de contado, pagando la primera doble, porque cuando el enfenno se cree hallarse convaleciente, deja de pa-


MEDICINA OPERATORIA 1." Clase

La operación del Trépano: ciento y cincuenta pesos. La operación de la catarata: doscientos pesos. La amputación de un ojo: sesenta pesos. La operación de los Ptirigios de un sólo ojo: treinta y dos pesos; de los dos, doble. La operación de la Túnica conjuntivita y parpebral de un ojo: treinta y dos pesos; de los dos, doble.

LAS OPERACIONES DE LIGAR LOS POLIPOS

gar la visita del día; si tiene que salir fuera, recibe además del precio dicho, doce pesos por legua, y si asiste a una parturienta, le pagan ciento y veinte y cinco pesos por la operación manual o instrumental, y si es amputación de los miembros, se pagan hasta cuatrocientos pesos. Cada país, cada ciudad y cada pueblo tienen sus usos en punto a los honorarios; y teniendo presente este, se debe buscar un medio y prudente término para que quede recompensado el talento, sin proteger la ingratitud que tan frecuentemente experimentan los Profesores. Cuanto más elevadas en dignidad, o más ricas son las personas, exigen del Facultativo más suje. ción, más visitas, etcétera, y por otra parte están obligados a prestar gratis todo auxilio al que no puede pagar, considerándose que también las horas del día, y de la noche, las distancias. los malos caminos, y la estación, sop otras tantas circunstancias en que se le debe recompensar, concluyendo con el arreglo que creo más equitativo en la parte de Medicina operatoria que se me encarga.

De las narices: veinte y cinco pesos. De los senos frontales: veinte y cinco pesos. Del conducto auditivo: veinte y cinco pesos. Del seno maxilar: veinte y cinco pesos. De la faringe y del esófago: cincuenta pesos por cada uno. De la laringe de la traquiarteria y bronquios: veinte y cinco pesos por cada una. Del útero: cincuenta pesos. De la vagina: veinte y cinco pesos. La operación del labio leparino: veinte y cinco pesos. La amputación de un pecho: cincuenta pesos. La amputación del brazo por su articulación con el omoplato: ciento y cincuenta pesos. De los huesos del carpo y del metacarpo: veinte pesos. Las amputaciones de los miembros superiores; tomando un término regular, su precio cada una: ochenta pesos. La de los dedos: diez pesos. Las amputaciones de los miembros inferiores: ciento veinte y cinco pesos. Las amputaciones de los huesos del tarso y metatarso: veinte y cinco pesos. La operación del Empiema: ochenta pesos. La operación por la punción de la Paracentesis: veinte y cinco pesos. La operación por la Escisión en la cavidad toráxica: ochenta pesos. La operación del bubonocele: doscientos pesos. La operación del hidrocele por la Escisión, siendo simple: cuarenta pesos. La misma, siendo complicada: sesenta y cuatro pesos. La misma por la simple punción: diez pesos. La misma por la inyeción: treinta pesos. La amputación del miembro viril: cuarenta pesos. La operación de la talla por todos los aparatos en el hombre: trescientos pesos. 61


La operación de la talla en la mujer: ciento y cin· cuenta pesos. La operación de pasar el sedal en los costados: diez y seis pesos. La operación de la fístula a la margen del ano: cuarenta pesos. La operación obstetricia instrumental: cien pesos. La operación obstetricia manual: ochenta pesos. La extracción de la placenta: veinte pesos.

De los dedos, su reposición: cuatro pesos. De las costillas, su reposición: doce pesos. Del muslo, su reposición: veinte y cinco pesos. De la rótula, su reposición: doce pesos. De la pierna, su reposición: veinte pesos. De los huesos, del tarso y metatarso, su reposición: ocho pesos. De los dedos, su reposición: cuatro pesos.

DISLOCACIONES 2." Clase de Operaciones Por la aplicación de cada ventosa sanguínea: cua· tro reales. Por la aplicación de cada ventosa seca: dos reales. Por la operación del sedal a la nuca: cuatro pesos. Por la sangría de la vena frenética: cuatro pesos. Por la sangría de las venas yugulares: cuatro pesos. Por la sangría en las demás partes del cuerpo: cuatro reales y de noche un peso. Por la extracción de una muela, un peso, y de un diente, cuatro reales. Por la aplicación de un solo vegigatorio: cuatro reales, y progresivamente: dos reales por cada cura que se la haga de uno sólo, y por dos, tres, o más, cuatro reales por cada curación. Por la aplicación de ocho sanguijuelas, hasta diez y seis: cuatro reales. Por la aplicación de mayor número en un solo acto: ocho reales.

1." Clase Fracturas Complicadas

Fractura complicada de la clavícula: diez y seis pesos. Fractura complicada del brazo: su reposición: trein· y dos pesos. Del antebrazo, su reposición: treinta y dos pesos. De los huesos del carpo y metacarpo: diez pesos. De los dedos: seis pesos. De las costillas: veinte y cinco pesos. Del muslo, complicada su reposición: treinta y dos pesos. De la rótula: diez y seis pesos. De la pierna: treinta y dos pesos. De los huesos del tarso y del metatarso: diez pesos. De los dedos: s'eis pesos.

2." Clase Fracturas Simples Fractura simple de la clavícula, su reposición: ocho pesos. Del brazo, su reposición: diez y seis pesos. Del antebrazo, su reposición: diez y seis pesos. De los huesos del carpo y metacarpo: ocho pesos. 62

De un lado de la mandíbula inferior, su reposi· ción: ocho pesos. De los dos lados: doce pesos. TortícoIi o del cuello: treinta y dos pesos. De la clavícula: ocho pesos. Del brazo con el omoplato: diez y seis pesos. Del brazo con el antebrazo: diez y seis pesos. Del antebrazo con la mano: doce pesos. De los huesos del carpo y metacarpo: seis pesos. De los dedos: dos pesos. De las costillas: doce pesos. Del muslo con la articulación del trocántex:: veinte pesos. Del muslo con la pierna: diez y seis pesos. De los huesos del tarso y metatarso: seis pesos. De la rótula: ocho pesos. De la pierna con el pie: diez y seis pesos. De los dedos: dos pesos. Cuando los profesores son llamados para las amputaciones, fracturas, dislocaciones que aquí se marcan, tienen precisamente que emplear mucho tiempo en hacer que un ayudante prevenga lo neo cesario que omito describir y además dirigirlo en preparar la clase de vendajes y apósitos que sean necesarios, aplicar a cada operación, fractura o dislocación que ocurra, y no puede hacerlo sin el preciso e indispensable estudio en el arte de ven. dajes, para que arreglado a los que se necesitan en el cuerpo humano pueda disponer con pronti. tud él del caso que tenga que socorrer. Además que el basto campo que ofrece la me· dicina ciencia chifÚrgica en las operaciones que diariamente se presentan, no están sujetas a cál· culos, y corno que el cuerpo humano está dispuesto al desarrollo de cánceres y tumores de diferentes sustancias que según la parte donde vegetan y vasos sanguíneos de su nutrición que haya que dividir, tanto más, o menos tienen los profesores que estudian particularmente sus situaciones y complicaciones, y en estas circunstancias nadie podrá valorizar el trabajo ni recompensar a que se haga acreedor, sin la exposición clasificada de las complicaciones ocurridas en semej:mtes casos. Del mismo modo las fracturas de las mandíbu· las no están expresadas, porque pueden ocurrir de


un sinnúmero de casos, y cada uno puede traer distintas atenciones: también las fracturas del cuerpo humano, pueden ser hechas del golpe de balas o por otros motivos que piden más detención, más reflexión y más asiduo trabajo. Está recibido generalmente satisfacer por una visita de día, de mucha o poca detención en las circunstancias de las enfennedades, a cuatro reales en los poblados; haciendo presente, que se ofrecerán casos, en que ni con mucho más quedaría satisfecha; pero se seguirá este establecimiento, y las de noche, se pagarán hasta las diez de ella, a ocho reales, y pasada de esta hora, se pagarán a dos pesos cada una. Sería muy del caso, que las visitas ordinarias, estipuladas a cuatro reales, y las comunicadas que deben los interesados abonar doble, se pagasen en el acto, entendiéndose las diferencias del día, y las horas de la noche; asimismo las consultas de día, y de noche según el orden establecido para las visitas ordinarias; porque de este modo se evitarán las quejas, y quedarían recompensados los profesores, sin necesidad de que experimenten estos, atrasos en sus honorarios, y aquellos conozcan el deber en que están de corresponder al talento de los que en ellos depositan su vida y la salud. En otros países en donde los caminos son cómodos, se paga la legua triplicada que en éste, pero ya que la costumbre es pagar cuatro pesos, debe entenderse de día, y de noche, ocho pesos. Si el paciente pidiere que el facultativo pase la noche en su observación, o los interesados, por cada una se le pagarán ocho pesos.

En todas las operaciones de mayor consideración, se necesitan además del operador, otros conprofesores porque son varias las atenciones que hay que satisfacer y a cada una será muy justo se les pague, arreglado a las circunstancias, porque sin este requisito o auxilio, no pueden practicarse lo mismo que a uno, dos, o más ayudantes: y que para las curaciones ordinarias son indispensables; y debe pagárseles arreglado a sus trabajos corporales. Las operaciones del aseo y hennosura de los dientes, son puramente de lujo, y no de necesidad absoluta; y atendiendo a los dilatado y engorroso de ellas, deben pagarse a cuatro pesos. Las reduciones de las hernias hipostrocele, etcétera deben estar sujetas a la habilidad y recursos que el Profesor haya empleado para verificar su reducción; y siendo éstos de más o menos trabajo, quedan sujetos a un término regular que es imposible valorizar sin la e....plicación de cuanto haya tenido el Profesor que vencer para su logro, y las distinciones específicas deben establecerse según los caracteres diferenciales, y especialmente según los que derivan de la' disposición y forma de los tejidos sobre que haya de operarse. Las heridas complicadas y las simples hechas con instrwnentos punzantes y cortantes y lo mismo las causadas con cuerpos contundentes, no pueden ser valorizadas sin el exacto conocimiento de ellas y sus complicaciones; y en caso de no con· venirse las partes por la relación del Profesor y doliente, se podrán justipreciar.

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