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ENERO - MARZO 1968
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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES Guillermo Silva, Presidente Enrique Laguerre . Aurelio Tió . Teodoro Vidal Arturo Santana - Esteban Padilla Milton Rua
Director Ejecutivo: Ricardo E. Alegría Apartado 4184 AÑO XI
SAN JUAN DE PUERTO RICO 1968
Núm. 38
ENERO-MARZO
SUMARIO Luis Lloréns Torres dentro de la poesía hispanoamericana por José Luis Martín Román Baldorioty de Castro (1822-1889) por Benigno Fernández García
7
Francisco Matos Paoli y el vanguardismo literario por Julio César López . . .
9
Nocturno taíno por José Francisco Orlando
13
Exposición de Noemí Ruiz
14
El Precursor y Puerto Rico por Mario Briceño Pe rozo
16
Julia de Burgos, diosa del agua. - Puerto Rico en su poesía.· Apuntes por Anita Arroyo . . . . . . .
20
Otra versión de Raskolnikov. - Cuento por Emilio Díaz Valcárcel
2'4
Nuevas reflexiones sobre el modernismo puertorriqueño por Luis H ernández Aquino . . . . .
28
Las usuras de Fray Iñigo por Adám Szászdi .
38
Porque tu amor es siempre amanecida... por Olga Ramírez de Arellano de Nolla
45
Luis Palés Matos y su "Danza negra" por Antonio Oliver Belmás
47
Eugenio María de Hostos por José A. Mora
51
La sátira y el humorismo en el ensayo puertorriqueño por Mariana Robles de Cardona . . . .
54
SEPARATA DE MÚSICA:
NOBLEZA, danza para piano, de Jesús Figueroa
SEPARATA DE ARTE:
VISTA DEL INTERIOR DE LA IGLESIA DE PORTA COELI Museo de Arte Religioso de Puerto Rico, San Germán. Siglo XVII
PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE&A Director: Ricardo E. Alegría Ilustraciones de Carlos Marichal Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente Suscripción anual Precio del ejemplar
$2.50 $0.75
[Application for second class mall privilege pending at San Juan, P. R.]
DEPOSITO UlGAL: B. 3343· 1959
IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE "EDICIONES RVMBOS" BARCELONA • PRINTED IN SPAIN • IMPRESO EN ESPAÑA
COLABORADORES
JULIO CÉSAR LóPEZ nació en Cayey, Puerto Rico, en 1926. Es graduado de Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico, donde ha realizado también estudios para la Maestría en español. Realizó además estudios en la Universidad Central de Caracas, donde en la actualidad dirige una biblioteca. Trabajó en el periódico El Mundo y dirigió la Oficina de Relaciones Públicas del Departamento de Comercio de Puerto Rico. Es autor de las siguientes obras: Pasión de poesía (Jornada crítica) (1960); Temas y estilos en ocho escritores (1967); Peregrino de sombras (1967).
J OSÉ FRANCISCO ORLANDO naclO en Yauco en 1933. Cursó estudios superiores en la Universidad de Puerto Rico, donde obtuvo el grado de Bachiller en Humanidades, con especialización en Historia. Luego se trasladó a México, donde realizó estudios postgraduados en la Universidad Nacional Autónoma. Se ha dedicado también a la poesía y ha escrito los siguientes libros de versos: Semillero silvestre (inédito), que saldrá a la luz próximamente, y Tentativa desde la Nada, también inédito, su más reciente creación.
J OSÉ LUIS MARTíN es poeta, ensayista y novelista. Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Columbia, en Nueva York, ha sido profesor de las siguientes universidades: Universidad de Puerto Rico, Universidad Interamericana, Universidad de Columbia, Universidad de Nueva York, Hunter College, Universidad de Hofstra. Entre sus obras figuran: Meditaciones puertorriqueñas, Arco y flecha, Análisis estilístico de 'La Sataniada' de Tapia, Agonía del silencio y La poesía de José Eusebio Caro.
BENIGNO FERNÁNDEZ GARCÍA nació en Luquillo, Puerto Rico, en febrero de 1887. Estudió Abogacía en la Universidad de Georgetown, Washington. Fue electo representante a la Cámara por el distrito de Guayama en 1912, y fue Vicepresidente de ese cuerpo en el término 1929-32. Al constituirse el Colegio de Abogados de Puerto Rico, fue electo Presidente de la Asamblea Constituyente celebrada en di· ciembre de 1933. El presidente Roosevelt lo nombró Procurador General de Puerto Rico en 1935, y ocupó dicho cargo hasta 1939. Falleció en 1944.
MARIO BRIcEÑo PEROZO es natural de Trujillo, República de Venezuela. Es abogado y ha sido juez e inspector de instrucción pública. Fue gobernador del Es· tado de Trujillo antes de ocupar su actual cargo de Director del Archivo General de la Nación. Es miembro de la Academia Venezolana de la Historia y de la Sociedad Bolivariana de Caracas. Entre sus publicaciones figuran: Orígenes sociales, Función social de la Universidad, Pretérita inquietud (poesía), El Diablo Briceño, Historia Universal, Progl"ama de. Historia de Venezuela.
ANITA ARROYO GONZÁLEZ DE HERNÁNDEz, doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana, ha profesado cátedras de Historia de la Literatura hispanoamericana en dicha Universidad y en la Nacional Autónoma de México. Tiene a su haber una larga labor en el periodismo de Cuba, donde ocupó el cargo de presidente del Lyceum de La Habana y fue secretaria de varios patronatos culturales y cívicos. Es autora de diversas antologías de cuentos hispanoamericanos y del libro Raza y pasión de Sor Juana Inés de la Cruz (1952).
ADÁM SZÁSZDI es catedrático asociado de la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico. Natural de Budapest, cursó estudios secundarios en Europa y posee títulos de las universidades Western Reserve, de Tulane y de Madrid. Es especialista en historia hispanoamericana, sobre la cual ha publicado un libro y numerosos artículos en revistas como las siguientes: Revista de Indias, Joumal of Inter-American Studies, The Ar;'!ericas, The Florida Historical Quarterly y The Hispanic American Historical Review.
OLGA RAMíREZ DE ARELLANO DE NOLLA nació en San Germán. Hizo sus estudios superiores en el Colegio Goucher, de Baltimare, y en la Universidad de Puerto Rico, donde se graduó de Bachiller en Artes en 1936. Entre sus libros de poesía figuran: Cauce hondo, El rosal fecundo, La tierra de la diafanidad, A la luz del flamboydn, Te entrego amor y Mar de poesía. En su último libro -Diario de la montaña- que ha ilustrado ella misma, se ha vuelto a la prosa como medio de expresión.
EMILIO DfAz VALCÁRCEL nació en Puerto Rico en 1929. Desde 1949 publica cuentos en revistas del país. Su producción fue interrumpida varios años mientras servía en Corea con el ejército norteamericano. Ha publicado tres libros de cuentos: El asedio (1963); Proceso en diciembre, Ediciones Taurus, Madrid, 1963, y El hombre que trabajó el lunes, Ediciones Era, 1966. Sus cuentos han sido premiados por el Ateneo Puertorriqueño y algtillos han sido traducidos al inglés, holandés y portugués. Tiene inéditos una novela y otro libro de cuentos. Trabaja en la División de Educación de la Ca· munidad en San Juan.
LUIS HERNÁNDEz AQUINO nació en Lares" Maestro en Artes de la Universidad de Puerto Rico, en 1952 se recibió en la de Madrid de doctor en Filosofía y Letras. Director de las revistas Insula, Bayóan y Jaycoa y colaborador en numerosos periódicos, su labor literaria le ha merecido premios de diversas entidades culturales. Ha publicado los poemarios Niebla lírica (1931), Agua de rematlso (1933), Poema de la vida breve (1939), Isla para la angustia (1943), Voz en el tiempo (1952) y Memoria de Castilla (1956). Es además autor de varias antologías de poesía puertorriqueña y de la novela La muerte anduvo por el Guasio (1960). Pertenece al claustro de la Uníversidad de Puerto Rico.
ANTONIO OLIVER BELMÁS es poeta y crítico, nacido en Murcia, España. Se destacó en la poesía vanguardista española. Es catedrático de la Universidad Central de Madrid. Entre sus libros de crítica figuran: Este· otro Rubén Darío. Es Di· rector del conocido Archivo Rubén Daría, y con tal motivo fue invitado a reali· zar una visita a Nicaragua, cuna del poeta modernista. Hace algunos años visi· tó Puerto Rico junto con su esposa, la poetisa Carmen Conde. En la Isla dictó conferencias en el Instituto de Cultura Puertorriqueña y la Universidad de Puer· to Rico.
JOSÉ A. MORA fue hasta hace poco Secre· tario General de la Organización de Es· tados Americanos. Diplomático uruguayo. nacido en 1897. Realizó estudios en la Universidad de la República en Monte· video. Ha ocupado puestos diplomáticos en España, Portugal, Brasil y Bolivia. Fue Ministro de lo Exterior de su país en 1933-34. Ha recibido grados honoríficos de las universidades de Colgate, Pitts· burgh y Salamanca, y del Rollins Callege. Es autor de Sentido internacional del Uruguay y La organización judicial en la Conferencia de San Francisco.
MARrANA ROBLES DE CARDONA es Directora del Departamento de Español de la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, en cuya institución obtuvo la Maestría en Artes. En 1951 se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. Como requisito para el grado presentó la di· sertación El ensayo en Puerto Rico. Es autora de Búsqueda y plasmación de la personalidad puertorriqueña, estudio y antología sobre el ensayo puertorrique. ño, y de Lecturas puertorriqueñas, antología publicada en colaboración con Margot Arce de Vázquez.
Luis Lloréns Torres dentro de la poesía hispanoamericana Por Josl! LUIS MARTíN
1.
INTRODUCCIÓN
SON MUCHOS LOS CRíTICOS Y PROFESORES PUERTORRI-
queños que han escrito y hablado de Lloréns. Indudablemente que muchos de ellos podrían dirigirse a ustedes con más autoridad que yo en esta materia. Ejemplo de esto es la Dra. Carmen Marrero, fina poetisa e intelectual nuestra residente en Nueva York, quien, a mi juicio, ha escrito el más acabado y amoroso estudio biográfico-crítico de Lloréns, editado por el Instituto Hispánico de la Universidad de Columbia en esta ciudad,! Nue~ tro objetivo, sin embargo, es enmarcar a Lloréns Torres dentro del ámbito literario que como puertorriqueño le corresponde: la literatura hispanoamericana. Es realmente doloroso -y doloroso basta las entrañas- ver cómo se ha multiplicado la idea, tanto fuera de Puerto Rico como dentro de la misma isla, que la literatura puertorriqueña es o debe ser proyección de la española. Naturalmente, de esta idea no se han hecho partícipes muchos de los intelectuales contemporáneos de Puerto Rico. Sin menoscabar nuestras raíces hispánicas en todo lo que de alto valor tienen -como he expuesto en mi libro Meditaciones puertorriqueñas-, y sin restarle significación al hecho de que sobre una base hispánica está sentada nuestra literatura, hemos de reafirmar una vez más la gran verdad irrebatible de que nosotros, los puertorriqueños, somos hispanoamericanos en nuestra más característica médula. 1. Hay una tesis doctoral escrita por nuestra dilecta amiga 111 doctorll NlIda Ortlz de Lugo, sobre 111 personalidad 11 111 obra de Llorl!ns Torres.
En conferencias, charlas y tertulias en el Ateneo Puertorriqueño de San Juan, en la Universidad de Puerto Rico, en el Instituto de Puerto Rico en Nueva York, y en muchos otros centros culturales donde se han debatido problemas de nuestra literatura, he planteado siempre la tesis de que tenemos que enmarcamos literariamente dentro del mapa continental de la literatura hispanoamericana. No es tesis necesariamente original. Ya lo apun· tó el doctor Pedreira en su combatido cuanto esclarecedor ensayo lnsularismo. Ya dijo él que nuestra insularización, nuestro aislamiento. era más espiritual, más cultural, más literario que físico. Pero esta tesis por muchos sostenida, ha sido siempre desoída. Una vez más la repetimos y la subrayamos. Si antes del 98 nos sentíamos hispanoamericanos, no hay razón para no sentirlo ahora, después que nuestra tierra ha despertado a su consciencia de pueblo de idiosincrasia hispanoamericana. Doloroso es que los críticos e intelectuales de Hispanoamérica -hasta hace muy poco tiempo- no nos incluyeran en sus manuales y antologías, como si nuestra literatura fuese algo al margen de lo hispanoamericano. Este desconocimiento de lo nuestro por parte de los extranjeros, sobre todo de los cultos, nos ha punzado siempre en las fibras recónditas del alma. Pero aún más nos ha dolido y hasta avergonzado, que sea el mismo puertorriqueño culto, o semiculto, quien -dejándose arrastrar por su insularidad e ignorancia del tronco verdadero a que pertenecemos literariamente- haya propagado la idea de un Puerto Rico sin continente. Lo puertorriqueño, lo típicamente puertorriqueño en carácter, lengua, sentimiento e ideación, es
1
lo que nos vincula a sus correspondientes ramas hispanoamericanas. Este americanismo tlpico de
lo puertorriqueño es lo criollo: y es ésta la vena y esencia de la poesla de Luis Lloréns Torres.
2.
PANORAMA DE SU VIDA
Desde su origen terroñista en el valle de Collares, de Juana Díaz, en 1876, hasta su enfermedad en Nueva York en 1944 y muerte en Puerto Rico en ese mismo año, Uoréns no tuvo más que una cuerda definitiva: su vital criollismo puertorriqueñismo de enmarcación hispanoamericanista. Fue esta cuerda la que produjo todas las notas de su lira, o tal vez de su cuatro, como quizás él hubiera preferido decir. Su vida fue una continua afirmación de ese criollismo tropical nuestro, de típica raigambre nativista, pero nunca de aislado regionalismo. Mu· chos son los puntales que le elevan a esa afirma· ción y triunfo de 10 telúrico transmutado en arte, de 10 característicamente puertorriqueño, transformado en poesía eterna. Veamos panorámicamente algunos de esos puntales de su vida: Su nacimiento e infancia en una hacienda de café, en medios holgados, le permitieron sentirse cómodo e ingenuo, con feliz ingenuidad de niño, en el centro de una naturaleza repleta de llamadas a la imaginación, a los sentidos y al amor. Sus primeros estudios los realizó en Collares, luego en lo!' pueblos de Juana Díaz y Maricao, y por fin dejó su "valle de Collares" para ir a estudiar Leyes a Barcelona. Desde niño fue Uoréns un enamorado del amor y en consecuencia de la mujer. Más tarde, su amada eterna sería su propia tierra barinqueña. Y en aquellos días en que salió de Collares, dejó en él muchos corazones de niñas adolescentes que lloraran su partida. Pero en Lloréns el amor fue profundo y fue fugaz. Fugaz en los mil y un amorfos y aventuras que desencadenó en su vida; en sus galanteos y poemas de ocasión, y en sus conquistas de medio Tenorio (o Tenorio y medio, como algunos de sus biógrafos han apuntado). Pero profundo en su amor a Puerto Rico y a lo puertorriqueño, a la poesía y al arte, a lo hispanoamericano. Y no sin menos razón, profundo en su amor a una hermosa puertorriqueña de ojos verdes -María Caro Echevarrfa, su prima-, con quien se comprometió antes de partir para España. Como ha dicho la doctora Carmen Marrero, "el amor suplantó al amor", y en la Ciudad Condal, L10réns se enamora de la hija de uno de sus profesores, entra en líos con éste y termina el conflicto con la partida voluntaria del poeta ha· cia la ciudad de Granada, en Andalucía. Es aquí donde se hace abogado y a la vez doctor en Filo2
sofía y Letras, regresando a la isla en 1901. Venía con dos títulos y casado con una hermosa granadina de nombre Carmen Rivera, quien fue su esposa el resto de su vida, y de cuyo matrimonio nacieron tres hijos: Elio, Luis y Pepito. También traía dos libros publicados: América y Al pie de
la Alhambra. Monta en Ponce su bufete y ejerce su profesión, abandonando por un tiempo su dedicación a las musas y enfocando el periodismo. Habiendo salido de Puerto Rico bajo el dominio español, antes del 98, regresa en 1901, cuando ya ha pasado el cambio de soberanía y está la isla bajo el gobierno militar norteamericano y la Ley Foraker. Esto fue un impacto violento para L1oréns, quien inmediatamente recobrado del golpe, se alistó a la vanguardia política separatista de la isla, militando en las filas de Muñoz Rivera. La vida política de L10réns fue intensa y militante, pero no dramática ni de primeros planos. Esencialmente no era un político, aunque si un convencido independentista. A pesar de esto. L10réns fue retirándose lentamente de la vida pública hasta su final mutis político en 1932. No era indiferencia sino más bien lO desdén a las luchas de partidos". como ha señalado Luis Antonio Miranda. Su opinión de los políticos oportunistas y demagogos -no de los pollticos serios y creadoresla expresó en una entrevista periodística que se le hizo una vez y que apareció en El Imparcial de San Juan del 30 de julio de 1944. Se refiere él a cierta crianza de cerdos que tenía en su finca. Y el periodista, ingenuo, le pregunta: " ¿ Y cómo compagina usted tan raro sport con la espiritualidad poética?" Y Uoréns le respondió: "Vea usted... Los cerdos se crían en montones, en manadas, igual que los políticos; se revuelven en el fango. igual que los politicos; se ensucian el hocico ; gruñen y gritan cuando les falta la comida ; sorbe cada uno su ubre... igual que los politicos. Y quitando el padrote, los demás no sirven para nada, igual que los políticos." Todas estas contestaciones y anécdotas de Lloréns se han tenido como genialidades propias de su temperamento vital e independiente, y rebelde a sujetarse a norma alguna que chocase con su modo de ser. Ya casado y en Puerto Rico, y casi hasta poco antes de enfermar fatalmente. su vida se compartía entre su bufete, su hogar y la tertulia literaria en conocidos cafés de San Juan. Era hombre de tertulias, como Daría y como tantos. Como se ha señalado repetidas veces, se sabe que su esposa, doña Carmen Rivera, reconocía que su esposo, según la frase feliz de la doctora Marrero, "le pertenecía a medias". De sus meditaciones. de sus conversaciones en estas tertulias en donde era el guía
y maestro de toda una generación, de sus sueños
de redención patria, de sus rebeldías contra toda norma de escuela impuesta desde afuera, de sus correrías políticas por campos y pueblos, montes y valles de la isla, nació su rica producción literaria posterior a los dos libros que trajo de España: Sonetos sinfónicos, en 1914; El grito de Lares (drama), en 1927; La canción de las Antillas y otros poemas, de 1929; Voces de la campana mayor, de 1935, y Lecturas de América, de 1940. Amén de esto, una nutrida colección de artículos y ensayos sobre jurisprudencia, economía, filosofía, filología, agricultura, historia, administración pública, asuntos políticos, artes, ciencias y literatura. Todo esto desparramado en periódicos y revistas: La Democracia, El Imparcial, La Revista de las An· tillas (que fundó en 1913 y que ha sido considerada como la mejor de su clase en lengua española en su época), el semanario Juan Bobo, el mensuario 1dearium, y tantos otros nativos y extranjeros que acogieron su fértil pluma de poeta y es· critor. Gran parte de su producción literaria está, pues, sin recopilar, además de su epistolario que sigue inédito. Es hora ya de que los centros cul· turales de Puerto Rico se entreguen a la honrosa tarea de editar críticamente sus Obras Completas. Tal vez sea el Instituto de Cultura Puertorri· queña quien deba iniciar tan meritoria empresa, y en ello insistiremos continuamente. Pues como apuntó en 1945 Juan Antonio Corretjer en su li· brito Lloréns, juicio histórico, "si de algo debemos lamentarnos y avergonzarnos los puertorriqueños es de haberle dejado morir sin rendir a sus postreros años el homenaje que merecía". Habiendo enfermado en Puerto Rico ya a los 68 años de edad, hubo que trasladarle a Nueva York para atención médica estrictamente especializada. Todo fue inútil. Para complacer un deseo que siempre expresó y que subrayó al abordar el avión en la isla, se le regresó a Puerto Rico, a morir en su tierra tropical, junto a sus palmeras, junto a su mar, junto a aquel "sendero de mayas arropás de cundiamores". El Presidente Franklin Delano Roosevelt, a pesar de que la nación se encontraba entonces envuelta en los fragores de la segunda Guerra Mundial, y por no ser posible conseguir prioridad en aviones comerciales, a requerimiento del pueblo puertorriqueño por voz del licenciado Rafael Bosch, de don Jesús T. Piñero y del Sena· dor Dennis Chávez, puso un avión a la disposición del poeta moribundo. El 15 de junio de 1944 llegó a la isla en estado de coma, y en la madrugada del 16 de junio de 1944 entregó su vida y su alma al misterio de lo Cósmico, y su obra a la eternidad del arte. Momentos más tarde salía el sol en Borinquen, y en los corazones de todos los puertorriqueños palpitaban los versos vivos, sonoros, 010-
rosos a campo y a trópico, de nuestro poeta nacional, del Bardo de Collores, aquellos versos in· mortales que dicen:
Ya estd el lucero del alba encimita del palmar, como horquilla de cristal en el moño de una palma. Hacia él vuela mi alma, buscdndote en el vado. Si también de tu bohío lo estuvieras tú mirando, ahora se estar(an besando tu pensamiento y el mio.
3. Su
OBRA,
su
SITIAL, SU PERMANENCIA
La bibliografía crítica sobre la vida y la obra de Uoréns se va haciendo kilométrica. Aún en vida el poeta, y desde muy joven, sus contemporáneos le ofrecieron el homenaje cálido de su simpatía en periódicos, revistas, antologías, recitales, con· ferencias. Entre los nombres que vienen al recuer~ do en algún orden cronológico, de los puertorri· queños, está el de Lidio Cruz Monclova, en 1919, y luego los de Antonio S. Pedreira, Concha Melén· dez, Juan Antonio Corretjer, Carmen Marrero, Cesáreo Rosa-Nieves, Margot Arce de Vázquez, Manrique Cabrera, Luis Hernández Aquino, Palmira Cabrera de Ibarra y María Teresa Babín. Otros nombres más se agolpan a la lista: Antonio Cortón, Luis Muñoz Rivera, Roberto H. Todd, Domin· go Toledo Alonso, Romualdo Real, Coloma Pardo de Casablanca, Joaquín Monteagudo, Luis Antonio Miranda, Samuel Lugo, Alfonso Lastra Chárriez, Enrique Laguerre, Pedro Juan Labarthe, Rafael Ferrer, José Arnaldo Meyners, Isabel Cuchí Coll y tantos más. Entre las figuras extranjeras que le conocieron o que escribieron sobre él y su obra, hay algunos nombres de relieve: Santos Chocano, los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña, don Federico de Onís, Enrique Anderson Imbert, Ar· turo Torres Rióseco, Eugenio Florit, Gaetano Mas~ sa y Carlos Hamilton. La bibliografía llorensiana sigue multiplicándose, y son ya numerosas las tesis y disertaciones doctorales en Puerto Rico, His· panoamérica, España y los Estados Unidos, que se han escrito y continúan escribiéndose sobre el poeta nacional de Puerto Rico. Si damos una ojeada a sus libros para ver el contenido esencial de cada uno, podríamos tener una idea fundamenta! para enjuiciarle críticamen· te luego. Tituló América a su primera obra, publi· cada simultáneamente en Barcelona y Madrid, en 1898, y que lleva prólogo del insigne escritor puer· torriqueño del siglo pasado residenciado en España, don Antonio Cortón, a quien he dedicado varias conferencias y un ensayo en mi libro Arco y
3
Flecha. Esta obra, América, de Lloréns, es una colección de artículos y ensayos de temas históricos y filológicos. Es aquí donde plantea sus interesantes tesis sobre el nombre indígena de Puerto Rico, amén de otros trabajos sobre el descubrimiento de la isla. Su segundo libro, Al pie de la Alhambra, publicado en Granada, en 1899, es un tomo de versos en que hace un recorrido amoroso sobre escritores y tierras de Granada, de gran valor informativo y costumbrista. En 1913 publica La Canción de las Antillas, en San Juan, que es su primer libro de versos después de su regreso a la isla en 1901. Doce años de silencio y reanuda su labor literaria afanosamente. En este mismo año edita La Revista de las Antillas. Un año más tarde, 1914, publica sus Sonetos Sinfónicos, dedicado "a la juventud intelectualis· ta de las Antillas". Lleva su propio prólogo titu· lado Poética del porvenir, donde expone su tesis pancalista de que la belleza está en todo (doctrina de panteísmo estético), y su tesis panedista, de que la belleza está en toda palabra (doctrina de panteísmo linlrliísticol. Estas ideas las repite lue· go en el prólogo de su último libro. Cronológicamente, escribe después su drama El grito de Lares, que publicó en Aguadilla en 1927, prologado por Luis Muñoz Rivera. El drama se había estrenado en San Juan en 1916 y fue ovacionado calurosamente. Pero desde el punto de vista literario, técnico y escénico, deja mucho que desear. Fue su único intento serio de teatro y, como ha afirmado Corretjer, 10 que sentimos es que no nos hubiera de.lado otros diez dramas más. Fue en 1935 que publicó Voces de la campana mayor, su exquisito poemario, editado por su amigo el licenciado Juan García Ducós, dueño de la Editorial Puertorriqueña. Son poemas de amor y alegría, brotados de la campana del corazón. Su último libro publicado, Alturas de Am~rica, en San Juan, 1940, recoge muchos de sus meiores poemas de otras épocas. Es obra autoantológica. Se ha notado cierta incongruencia y desajuste en la selección de los poemas de este libro, pues junto a joyas literarias como La canción de las Antillas, Mare Nostrum, El valle de Collares, sus sabrosas Décimas, El patito feo y otros poemas selectos, hay poemitas de ocasión, dedicados, como dice Corretjer, "a malgastar espontaneidad y maestría lírica, en rimarle versos a señoritingas presun· tuosas, sin otro derecho a la inmortalidad que la inclinación del poeta a las ancas rotundas". Después de Alturas de América, su obra lírica está cerrada. Sólo nos dejó obra inédita que espera la mano amorosa de los puertorriqueños para que se publique, y aquella palabra misteriosa que 4
escribió y firmó en su lecho de muerte, y que decía: "Terminando". Como se ha afirmado más de una vez, esta palabra, "Terminando", de por sí, fue su último poema al sugerir tanto diciendo tan poco. Los temas que aparecen en la obra de Lloréns son monotemáticos, es decir, se agrupan alrededor del eje central de su obra, que es su tierra borin· queña. Enumeremos los temas capitales de su lío rica: Uno de sus temas controversiales y a la vez de contrastes, es el tema de los Estados Unidos, o como él mismo 10 denominara, el tema yanqui. Vinculado siempre este tema al problema políticosocial de Puerto Rico, los poemas que 10 recogen son escasos, ya que Lloréns prefirió la tribuna y el periodismo para desarrollarlo. En unos poemas satiriza severamente al llamado imperialismo nor· teamericano, y por otro lado en poemas como Recibo de intereses vencidos, bendice y admira al Presidente Franklin D. Roosevelt. También Daría tiene esta ambivalencia en sus poemas dedicados a los Estados Unidos. Fue algo típico de muchos escritores de esa generación. Eslabonado a este tema está el de Puerto Rico en su aspecto político-histórico. Tiene poemas dedicados a figuras patricias como Baldorioty de Castro, y otros a exaltar el sentimiento revolucionario, como su Himno de Lares y Mariyandds de mi gallo. El tema hispanoamericano y el antillano se uni· fican. en un haz de poemas integrados. Su soneto A Bollvar está considerado una joya literaria, poema antológico citado por don Federico en su famosa Antologla de poetas modernistas, así como por otros críticos y antologistas. Tiene también poemas dedicados a Sucre, a Uruguay, a Santo Domingo, a Venezuela, a Cuba. Son muy conocidas sus poesías a Martí y a Maceo, así como son populares, títulos como: El machete, Aviadores cubanos, Fuenteove;una lo hizo (de tema cubano), Trova guaiíra, Puntos cubanos, etcétera. El tema de América, también vinculado a éste, y de empuje y aliento continental, registra poemas como Velas épicas, Mare Nostrum, Canto a las Antillas, y no hay que olvidar que su primer libro se titu· ló América. A España, sin embargo, Lloréns le de· dicó pocos versos. El tema del indio, que aparece también en Velas épicas y en otros poemas, es trabajado al estilo rusoniano: como al buen salvaje de tipo romántico. Sin embargo, es en el tema del jíbaro en donde Lloréns se encuentra en mejores aguas. La filosofía sana y práctica de nuestro jíbaro, su lenguaje salpicado de picardía y también de la tradicional jaibería, su malicia y sus sospechas, todo está en la poesía de Lloréns. Sus décimas y
otros poemas del tema jíbaro revelan a un profun. do conocedor de la psicología de nuestro campesino típico. Es popular aquella décima que expresa la desconfianza que, como apunta la doctora Marrero, "yace agazapada en la apariencia de ton· to" del jíbaro. Dice: Llegó
Ult
ilbaro a San Juan.
y unos cuantos pitivanquis
lo ata;aron en el parque queriéndolo conquistar. Le hablaron del Tío Sam, de Wilson. de Mr. Root, de New York, de Sandy Hook. de la libertad. del voto, del dólar. del "Habeas corpus".... y el jtbaro dijo: "Njú".
Un tema que gustó mucho también en su ge· neración fue el de la mujer puertorriqueña. Conocedor de su psicología y eterno admirador de su belleza, Lloréns dedicó varios poemas a ella, además de los versos de ocasión regalados a damas boricuas en álbumes y abanicos. Famoso es su poema La mujer puertorriqueña, aquel que em· pieza: Mujer de la tierra mía. Venus y a un tiempo María de la India Occidental. Vengo a cantar la poesfa de tu gracia tropical.
En todos estos temas, el grito lírico de Lloréns se desbordaba en 10 crioUo típico puertorriqueño. Su criollismo es de raíces y enfoques universales. Siendo el movimiento modernista cosmopolita, Uoréns no se sujetaba a ninguna escuela ni forma. Se senda incómodo como Unamuno, al ser clasificado. Se sentía incómodo, en su genialidad crea· dora, ante reglas, pautas, pastiches y recetas literarias, ante escuelas y ante formulismos métricos. Se salió de la corriente modernista, en la que se había iniciado, para crear y seguir su propia inspiración original. Quería libertad en su vida y en su arte. Y logró así una poesía de recia persona· lidad crioUista puertorriqueña que, al desviarse del Modernismo, pero sin caer en regionalismos huecos o decadentes, yergue su voz en la lírica de América, como una trompeta única en su estilo y en su música. A LIoréns no le cautivó la temática modernista. Ni los cisnes, ni los lagos azules, ni los centauros, ni las palomas venusinas, ni las ninfas, ni los sátiros, ni las flores de lis, ni las jardinerías versallescas, ni las japonerías, ni los orientalismos extravagantes, ni los perfumes orientales, ni los bosques mitológicos, ni las bacantes, ni las Eula·
lias. ni las libélulas. Por 10 contrario, sus ojos y su corazón enfilaron a su bohío y a su jíbara y a sus palmeras, a sus ríos y montañas nativas, a sus colibríes y guaraguaos, a sus tamarindos y que· nepas, a su tabacal, a su cafetal, a su yautial, a su sabana y a su monte, a su cañaveral y a sus tra· piches, a su flamboyán, a su cocotero, a su tabanuco, a sus bambúes, a su cielo y su mar eterna· mente azules e intensos. No es pues a la princesa Eulalia de dudoso versallismo y de exóticas emociones a la que canta, sino a su campesina de carne y hueso y sangre: Ay, qué lindo es mi bohío,
y qué alegre mi palmar, y qué fresco el platanar
de la orillita del rfo. Qué sabroso tener frío y un buen cigarro encender. Qué dicha no conocer de letras ni astronomía. y qué buena llembra la mía cuando se deja querer.
Precursor en muchos sentidos de los virajes que el Modernismo dio después de la primera Guerra Mundial, y aun anunciador de poetas como Neruda, en su tratamiento de 10 telúrico, de ciertos elementos prosaicos de la vida y en el peligroso uso prosístico de la poesía -que LIoréns dominó a perfección-, nuestro vate es el más alto paladín de la ]frica puertorriqueña de autenticidad nativista de toda nuestra historia, y uno de los grandes líricos de América. Su poesía crioIlista vincula con 10 permanente en la literatura hispanoamericana. Sus palabras, sus giros, su acento de jibarismo estilizado en su esencia, sus metáforas y símiles, son de hermosa y espontánea frescura, de recia y viril vitalidad lírica. Es verdaderamente asombrosa la forma original en que engarza elementos de nuestro folklore al vuelo lírico. Al cantarle al Yunque, dice: Yunque, pico mandorico de ave que roba en los cielos sus manteles de arroyuelos, ¿quién te dio tamaño pico? Montaña de Puerto Rico: cuando el alba te saluda, y nieblas que el llanto exuda visten de atut tu paisaje, el sol te desgarra el traje para besarte desnuda.
Y en la culminación de su vena criollista esta· ba su exaltación del amor, siempre tropical, antillano, nuestro. No fue el amor al estilo modernista, mucho menos al romántico. Aunque no había asomos de pasión espiritualizada en forma cursi 5
o sentimentalista, la expresión lírica del amor en Lloréns fue completamente sensorial y erótica. No hay melancolía ni éxtasis místico del amor humano, sino éxtasis biológico estetizado. Lo feo y 10 tabú, 10 erótico carnal y lo repulsivo sensual se estilizan en su poesía hasta transmutarse en alada sutileza. Usa frases sexuales finas y vulgares, aceptadas y prohibidas, con un aliento erótico, pero con resplandor vital que las transubstancia en exquisita belleza. Alquimizó 10 telúrico hasta hacerlo vida íntima. Sus audacias y licencias y basta sus errores métricos le hacen aún más grande a nuestros ojos y a los ojos de la cultura hispanoamericana y de la eternidad. Tenía los defectos
geniales que todos los otros grandes poetas de América, Daría inclusive, tenían: pequeños errores de contaje silábico, sobreabundancia vital, audacias originales. Esto lo ha hecho universal y eterno, recreándolo ante nuestra admiración como el gran juglar folklórico de Puerto Rico. De él habrá que dejar incrustado en oro en el mármol eterno de nuestros corazones, aquellos versos que él mismo escribió para definir a Bolívar: Tenía la valentía del qu.e lleva una espada. Tenia la cortesla del qu.e lleva una flor. y entrando en los salones, arrojaba la espada. y entrando en los combates, arrojaba la flor.
Román Baldorioty de Castro (1822-1889)* Por
H
.W UNA VIRTUD OUE ENTRB TODAS DEBB PRBCONlZARSB
como la virtud cardinal del ciudadano: el valor moral. Sólo el valor moral hace posible el heroismo, y sin él descienden fdcilmente los hombres a las mds bajas acciones. Conocer la verdad, sentir el ideal, y esconderlos en la cobarcUa del silencio por temor a la hostilidad de los que sostienen opuestas ideas, es la mayor apostasía en que puede caer el hombre, y darle acomodaticio apoyo a principios en que no se cree es venalidad indigna, que implica la rendición de la propia personalidad. El creyente sincero, cualquiera que sea su dogma o su doctrina, merece el respeto del valor de sus creencias. El hombre que por sostener sus convicciones y principios renuncia a honores y sinecuras sociales que podría alcanzar rindiendo pleitesía a la mentira convencional de una sociedad, de UD grupo o de un partido, es un profesor de dignidad. El hombre blando que se plega acomodaticio a sus conveniencias personales, por grande que sea su talento, es un tipo bordeante con el traidor, y como el traidor deshonra la dignidad humana. Don Román Baldorioty de Castro fue alto profesor de dignidad, porque era un hombre de inmenso valor moral. Nacido en humilde cuna en la plácida aldea de Guaynabo, se trasladó muy niño con su madre a San Juan en donde fue discípulo del maestro Rafael Cordero, y del gran benefactor de nuestra instrucción pública, padre Rufo Manuel Femández. Inteligencia privilegiada, clarísimo talento, pronto descolló Baldorioty entre sus condiscípulos recibiendo en los exámenes los más altos premios. * Discurso en homenaje tributado en POllce a Román Baldorloty de Castro, El Mundo, 24 de marzo de 1934. p. 14.
BENIGNO FERNÁNDEZ GARCtA
La protección del padre Rufo lo llevó a España, y en la Universidad Central de Madrid recibió la U. cenciatura en Ciencias Fisicomatemáticas, pasando luego a Pans a ampliar sus conocimientos. En Madrid fundó, en unión de una pléyade de brillantes e inquietos jóvenes puertorriqueños, entre los que figuraban Betances, Ruiz Belvis, Tapia y otros más, una sociedad de investigaciones históricas puertorriqueñas, la que recopiló inapreciables datos y documentos de nuestra temprana historia colonial, que fueron luego publicados por don Ale· jandro Tapia y Rivera con el título de «Biblioteca Histórica de Puerto RicOlt. Estas inquietudes de Baldorioty por los orígenes históricos del lar nativo revelan el acendrado y puro amor patrio que siempre anidó en su corazón. Terminados sus estudios regresó a Puerto Rico, dedicándose a la enseñanza en la escuela de la Junta de Fomento y en el Seminario Conciliar, y desde entonces la preocupación de su vida fue labrar el bien y la felicidad de su pueblo. En 1869 entró de lleno Baldorioty en la política militante, siendo elegido diputado a Cortes por el Distrito de Ponce. Bn las Cortes Españolas fue Baldorioty el verbo de Puerto Rico, expresando los anhelos de UD pueblo que demandaba de la madre patria el reconocimiento de sus libertades, y el derecho a vivir su propia vida y a labrar sus propios destinos. Su voz era fuente que vertía las ano sias de reivindicación de un pueblo que llegaba a la plenitud de su personalidad, y fácil y hennosa en su fluidez quedaba enmarcada en la severidad del pensamiento sin desbordarse en decaimientos enfermizos de frondosa verbosidad, ni en estriden· cias inoportunas. Luchador infatigable, hombre de acción múlti. pie, varón de indomables arrestos cívicos, llena toda 7
su época con una labor variada como profesor, legislador, periodista, orador y político. Al caer la república en España, y con la restauración borbónica en el trono de Fernando el Ca· tólico, tuvo don Román que comer el pan del ostracismo en la acogedora República Dominicana. Vuelto a Puerto Rico en 1878 notó enseguida la ojeriza del grupo conservador que bajo un fementido españolismo había convertido la Colonia en factoría de su desmedida ambición de mando y lucro personal. Pérez Moris y Ubarri eran los corifeos del españolismo del momento, y pusieron cerco al Catón puertorriqueño impidiéndole dedicarse a su sacerdocio en el magisterio. Así perdió España los dominios del Nuevo Mundo descubierto por su genio, conquistados por aquellos gigantes varones que semejan titanes de la fábula, y probados por su raza que en las rutas humanas ha escrito páginas de inmortal grandeza. El prócer puertorriqueño no pudo en aquel momento ganarse el pan de cada día con el ejercicio de su noble profesión, porque era liberal, y porque tenía el valor de sus propias convicciones. Sus amigos le proporcionaron la administración de las Salinas de Cabo Rojo para que no perecieran de hambre él y su familia.
En esta ojeada panorámica de la vida fecunda e intensa de nuestro compatriota, llegamos a los días tristes del 87 en que, rompiéndose la cohesión política de la familia puertorriqueña apretada hasta entonces en compacto haz, se fundó en esta ciudad de Ponce el partido Autonomista, y fue don Román Baldorioty de Castro su primer presidente. Días después se desataron las persecuciones cobardes del malhadado don Romualdo Palacio, y don Román y otros patriotas puertorriqueños fue· ron presos en las bóvedas estrechas del Castillo del Morro. De ahí salió Baldorioty minada su salud, entristecido su espíritu, aunque indomada su férrea voluntad, y dos años después, al atardecer del día 30 de septiembre de 1889, caía en la tumba el adalid infatigable de nuestras libertades; y en este sitio, meca consagrada a la peregrinación del espíritu público puertorriqueño, descansan sus despojos desde aquella tarde gris y lluviosa de otoño en que los trajo en imponente manifestación de duelo todo el pueblo de la Isla. Baldorioty de Castro DOS ha dejado un legado informado por la honda sinceridad de su espíritu, imbuido en el más alto patriotismo, caracterizado y ejemplarizado en una vida de bondad, simplicidad e integridad para inspiración de todo buen 'Puertorriqueño.
Francisco Matos Paoli y el vanguardismo literario Por
ESTRUCTURA y SENTIDO
EL
"CANTO A PUERTO RICO" (SAN JUAN, 1952), DE
Francisco Matos Paoli, se divide en cuatro partes, como si cada una recogiera un particular ángulo de enfoque donde el poeta sitúa su afán exaltador de la isla que ha recibido por patria. Tracemos, antes que nada, el itinerario de visiones y sentimientos que configuran este Canto a Puerto Rico a fin de aclararnos un poco su es· tructura y desentrañar su sentido. El poeta con· quista a la patria en el recuerdo. Vence las categorías de tiempo y espacio. El impulso idilico forja la fusión de hombre y tierra. El evocador se transmuta en los propios elementos que convoca su imaginación. Recrea a la patria en una zona alada. Nutre sus visiones de una fuerte savia simbólica que sitúa su contacto con la patria en una comarca idealizada, ilesa en el tiempo y el espacio. El recuerdo tiene esta virtud transfiguradora: En isla ansiada, sol pulsador de los vuelos en isla por fervores dirigida, una inviolada comunión de algas perdura sobre el mar: y es el recuerdo.
Esta consustanciación, consumada por el "via· jera de sangre enamorada", libera de tristezas, salva de nostalgias por lo que a la vez se ama y no se alcanza. El ansia cristaliza en la identificación. Esta identificación propicia una atm6sfera de júbilo y claridad, sosiego y armonía, fragancia y dulzura. Un fervor evocativo signa a estos versos. Pero esa evocaci6n no se encauza plañideramente; ca· mina sobre rieles de alborozo; agita banderines
JULIO
Cf!SAR
LÓPBZ
de euforia. El amor a la tierra se vierte en pa· sión de retomo -desdoblado sobre la propia fuente de su nmez- que el poeta logra en su mundo ideal. Sacudido por visiones que recogen hermosas gradaciones simbólicas, el poeta va acumulando elementos para integrar esta sinfonía lírica al rescoldo del recuerdo como recurso salvador de distancias en el tiempo y el espacio. La imagen de la patria aparece segmentada, mediante la recreaci6n poética, en mar, tierra, aire y luz. En el proceso configurador van incidiendo, a modo de toques aleatorios, escenas de rondas infantiles, alusiones a nuestro pasado indígena (..Mar Caribe indio", "Canoas como espejos sigilosos", ..Adoncell6 la soledad indiana") y atisbos de algún episodio histórico (/1 Montaña, madre nuestra, liberada / en la evidencia de los héroes puros I que nacían a los blancos caballos I y en trote de tremendas luceradas"), que el poeta vincula al símbolo cuya fuerza central ha venido desgajándose en elemen· tos accesorios o vertientes de un mismo sistema expresivo. Se busca definir a la patria en las primeras visiones de la infancia. Pero, además de esta re· cuperación emocional de la patria, por vía de la retrospecci6n, el poeta pulsa su anhelo en otra vertiente: la lejanía física, la distancia que marca el mar, pero que también el recuerdo salvará como "una inviolada comunión de algas". El poeta se autocontempla como un Moisés que esparce y transforma ("oh Moisés invisible cedido por las olas") las aguas para abrirse paso en el tiempo y volver a la infancia donde hallará la pureza de la patria. Allí verá los árboles, los ríos, los pájaros, las mariposas, las flores, los gallos y sentirá la delicia del aire y la alegría de los colores. 9
La primera parte del Canto recoge esta sensación primaria de retomo. Ya en la segunda parte el poeta entra en plena posesión de zonas que contienen los elementos constitutivos del ser de la patria. En su lúcida trayectoria, el poeta va señalando los elementos cuya fuerza genésica justifican, le imprimen sentido, a su mundo; el mundo que él crea en su afán de ubicación terrígena. El poeta idealiza esta porción específica de la realidad y logra plasmar entonces una super-realidad mediante una singularísima, delicada y hermosa potenciación imaginativa. El poeta vislumbra una bahía y en tomo de ella -agua, luz, aire, colores, sonidos- hilvanará sus gozosos ensueños. El verso emproa su apoteosis hacia la bahía de San Juan, bahía que el poeta asemeja a la primavera. Ciudad portuaria, frente al Atlántico, San Juan le ofrece al poeta una dimensión marina en su percepción de la Isla amada y enhebra, con sutiles hilos, la relación de mar y ciudad, aludiendo a "tu vellón de atlántica marea", "el hijo incandescente de la espuma", "cinturón de júbilos", "cristales que viven del olvido", "cristal fosforescente", "aquella sed ligera de los bosques marinos". Crea también dos nombres para San Juan: San Juan Cordero, San Juan del Alba. El poeta trata esta relación de mar y ciudad con los colores más vívidos y el tono más entusiasta. En la tercera parte, el lente poético se desplaza del norte al sur de la Isla y el poeta se deslumbra ante el Mar Caribe, al cual llama "Padre Nuestro" y "Mar Caribe indio". Reflejos, fragancias, murmullos, voces ancestrales, brisas, ondas, toda la maravilla de este mundo marino incita la acuciosa pupila del poeta. Pero éste corona su fervor casi religioso ante el Caribe, asignándole un alto destino al declarar que "aguardas tu Eneas patriarcal y madrepórico". La exaltación se en· cumbra hasta imaginar al Caribe "soltando su racimo acendrado de islas / en el regazo boreal de Dios". Esa reunión de belleza, movimiento y color inspira versos tan exquisitos como los siguientes:
¡Qué jardín orquestal. elemental, en la sombra del oro convocado moviendo metas de metal insombre, impulsando a las plácidas estrellas los frutos musicales del estio, oh perlada ascendencia de fluir y fluir hasta agotar en besos esos maduros cálices del agua aparentes de espíritu en la espuma primera! (p. 15) La cuarta parte del Canto completa la parábola que el fluir poético inició con la convocatoria del recuerdo de la niñez. La vinculación de esa reminiscencia a 10 que pudo ser el haz de montañas del pueblo natal le da ahora el contorno de·
10
finitivo a esta apología de la Isla. El recuerdo de la montaña arrastra otros elementos: la lluvia, las calandrias, las rondas de niñas eo la noche ("la infancia tiene forma nítida de montaña"), la nube, la vereda, el arcoiris, la rosa, los cucubanos, los frutos, las torcaces, la ceiba, el café, los ríos, la miel, el rocío. Esta evocación germina en un arrobamiento tan intenso ante las cosas de la tierra que nace el anhelo de "requedarse en el rocío niño / amaman· tanda albas borinqueñas". En esta clausura del Canto, el poeta universaliza su visión de la patria, insertándola en un cosmos que su profunda espi. ritualidad hace concebible y en el cual se alcanza la eterna fusión de dos grandes símbolos: el mar y "los cielos". El poeta ve a todas las cosas de la tierra, no importa lo menudas que sean, como recipientes de infinita grandeza. Todo, para él, se trenza en una suerte de comunión cósmica. Así, la rosa tiene su cosmos; la nube es conver· sadora de" mariposas; hay una sinonimia de montaña y cielo; los días se deben abrir "como albas en la estrellada baya del café". Intuye, pues, una concatenación esencial.
FILIACIÓN: GBN:BRAL VAN:GUARDISTA
El Canto a Puerto Rico refleja el espíritu innovador de las escuelas de vanguardia. Traduce una inteligente asimilación de los recursos imaginativos que el vanguardismo instituye. Participa de la insurgencia contra el lenguaje untuoso, el machacante ritmo, el juego superfluo de sonoridades. Matos Paoli alquitara, sin embargo, los ingredientes de la extraña alquimia metafórica que cultivan los vanguardistas. La imagen asume en él giros muy novedosos, pero establece con diáfana espontaneidad una sucesión lógica en la constante superposición de imágenes. La libertad de formas expresivas se instala en su ámbito con caracteres peculiarísimos. Las innovaciones vanguardistas --centradas ma· yormente eo un denso vuelo de imágenes cerebralizadas- se depuran en Matos Paoli sin menosca· bo tanto de su audacia como de su espontaneidad. En Canto a Puerto Rico, la nueva expresión no escamotea en ningún momento la sublimidad de los sentimientos de cercanía real a la patria que el poeta quiere verter en estos versos. El cante· nido mismo de las imágenes se torna más perceptible al establecerse este vínculo, al aclararse este puente. El lazo afectivo se trasvasa así coo mayor transparencia. Es más suasorio entonces el lenguaje figurado como instrumento artístico. La fi· liación terrígena de este poema le atempera las
escabrosidades expresivas de un mundo poético tan cerradamente subjetivo. Por otro lado, el poema revela su índole vanguardista en el tipo de cadencia, aun dentro de cierta irregularidad tonal, que sigue esa sutil onda sonora de su lenguaje. Cadencia ajena al abejeo isócrono y meloso de la vieja rima. Los bloques expresivos tienen adecuada proporción; se suceden con exquisita economía de formas. Por el subsuelo de esta poesía divaga un tierno ritmo cuyo paso aligeran recursos como el de la aliteración: "Era la luna alucinada en flores." "Moviendo metas de metal insambre," "con fieles filos de filosa clámide." Si realizáramos un inventario de imágenes netamente vanguardistas, desde la viril o mecanizada complexión del futurismo hasta la truculenta o volatilizada del creacionismo, hallaríamos en este poemario ejemplos como los siguientes: donde el candor se instala / en un árbol de múltiple alegría; entre la piel remota de blan· cor; sí, viajero de sangre enamorada: viejos de luz los labios; el lancinante lirio de los días; los ríos absolutos del caqui en la blanca lunada; abeja de clausura de San Juan Carde· ro; el hijo incandescente de la espuma; son cinturón de júbilos, cristales / que viven del olvido; el solo caracol de la aventura; y en nombre de la aurora / talla colores de medusa frágil; aquella torre exacta de su vuelo; Qué arquitectas de aire aquellas lomas. fundando rumbos de corales móviles; siempre pensando sus bajeles, oye / la arena comprimir sus revuelos trigueños; en la blanca ciudad de la dulzura; canoas como espejos sigilosos; el tiburón ondula / en su tinta rabiosa de desdenes; ¡Cuánta atlética trama de suspirosl; geómetra de empíreos lloviznantes; el silente respiro de pañue.los amados; y en una torre ardua de luceros; soltando su racimo acendrado de islas; Un rosario de crestas / talla los huesos de tu lejanía; el pan rumoroso del agua; Oh nube a pie descalzo en la vereda; El arcoiris tiende su melena combada; novia orquestal de pozos en desvelo; y en el terso planeta de la orquídea; Ese vivir a curvas oleadas de cielo; fabrican el cendal de toda primavera; el aura alerta de la san~. Esta ebullición metafórica, que al aislar sus unidades se muestra más intrincada pero no menos sugestiva y hermosa, revela el alto grado de contorsión de la realidad que se deriva de los movimientos futurista, dadaísta, creacionista, ultraísta y de sus modalidades puertorriqueñas: die-
palismo, euforismo, noísmo, atalayismo. La dificultad en la captación del sentido de estas imágenes estriba en las múltiples asociaciones mentales que ellas imponen como mecanismo imprescindible de inteligibilidad, pero el nivel de belleza y la audacia creadora son impresionantes. Hay que templar las cuerdas más profundas de la sensibilidad para auscultar este mundo.
MATOS PAOLI y EL ATALAYISMO
Este poema, que tiene tangencias en su audacia metafórica, aunque sin alcanzar los extremos dislocadores, con el procedimiento atalayista como repercusión boricua del vanguardismo europeo (especialmente el ultraísmo español), encarna en su factura lo que Alfredo Margenat llamó "minutos pictóricos",1 pero se distingue, a contrapelo de lo que ese autor definió como poema atalayista, por la subordinación de ese "minuto" a un tiempo total. El poema recobra, pese a la diversidad de sus meandros, la unidad de motivos. La imagen central se toma diáspora que fragmenta imágenes accesorias y el poeta sigue internándose en un laberinto de símbolos, pero estos símbolos no pierden el eslabón con el punto de partida y siempre hay una reversión hacia aquella imagen primaria. Una de las muestras más representativas de este procedimiento podemos observarla en la descomposición del símbolo montaña, a la cual el poeta. por su puro mensaje de aire campesino, la identifica con la niñez y que él va fragmentando en varios elementos: aguacero, calandria, aire, luz. Luego, estos símbolos subsidiarios siguen desovi· llándose en otras imágenes. Así, el aguacero borda una "cola de pupilas dilatadas"; las calandrias se visten de lluvia y atraen a sus picos "el pan rumoroso del agua". La presencia de la montaña despierta el recuerdo de la niñez y el poeta interpola una copla tradicional de juegos infantiles: "Doña Ana no está aquí... " Igualmente, si en este poemario indagáramos el rumbo particular como símbolo que siguen los elementos sustentadores del mundo del poeta -agua, aire, tierra, luz-, veríamos a cada uno de ellos proliferar otras significaciones como un constante disparo de círculos concéntricos. Pero frente a los atalayistas, la disidencia de ese procedimiento en este poeta es que esos círculos nunca alcanzan plena autonomía y retornan al núcleo central. En este sentido, Canto a Puerto Rico supera el procedimiento atalayista de la expresión fragmentaria e instantaneísta. Sin embargo, se le empa1. Citado por Luis Hernández: Aquino. NucJlra aoctltunr literaria,
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renta en esa constante evasión del grafismo, rehuyendo "la copia del factor natural". En Canto a Puerto Rico parece cuajar una síntesis del énfasis en la nota astral de Clemente Soto Vélez, de las sacudidas metafísicas de Graciany Miranda Archi11a, del espíritu objetivador de Fernando González AIberty y... ¿por qué no?... de la tierna efusión de Luis Hernández Aquino en Niebla liriea. ¿No fue por ello que, al renovar la nómina atalayista, Graciany Miranda Archilla expresó su felicidad por haber escuchado, como un eco familiar, "las poderosas voces de Julia de Burgos, Francisco Matos Paoli, Samuel Lugo y tantos otros"... ? MAros
PAOLI y EL INTEGRALISMO
El poema responde en su primordial impulso afectivo al postulado integralista de la afinnación de los valores de la patria y de la identificación con los elementos que integran nuestra fisonomía de pueblo. No es un poema promulgador directamente de una idea política, sino de intención buceadora en el ser nacional y es indudable que esta búsqueda tendrá siempre consecuencias políticas, sobre todo mientras el marco colonial de nuestra vida colectiva enturbie el destino de Puerto Rico. Pero este telurismo esencial que el poeta rastrea es resonancia más lejana de aquella adscripción al nacionalismo que proclamó el Atalayismo y. por otra parte, es repercusión más directa de la exploración más profunda en nuestro ser que realizó el Integralismo representado especialmente en un libro tan fundamental para nuestras letras como Isla para la angustia, de Luis Hernández Aquino. Por esa inevadible gravitación de una atmósfera estética y la vigencia de la tradición de un tema, hallamos en Canto a Puerto Rico símbolos y giros expresivos con brillantes antecedentes en Isla para la angustia, libro publicado en el 1943 (Canto a Puerto Rico fue publicado en el 1952). Las coincidencias, es claro, son atingentes a facetas de procedimiento y a destellos de visiones, ya que la arteria central de cada poemario tiene dis-
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tintas pulsaciones. En Hernández Aquino, la imagen de la patria se tiñe, pese al alegre descripcionismo, de tonalidades tristes, angustiosas, hasta fatalistas, aun cuando allí cabalgan la rebeldía y la admonición. En Matos Paoli vibra un anhelo de fusión amorosa y esta proyección idílica se nutre de júbilo y lleva un gozoso ímpetu. Pero en ambos menudean símbolos comunes. Cuando Hernández Aquino 2 dice: "He madru· gado, cuando aún late el rocío sobre el campo, I y los gallos estrepitosamente vibran sus clariues metálicos, / para gozar tus ríos y tus albas radiantes", Matos Paoli3 expresa" ...ante un colmado aroma de cenit / y en un punto oloroso de rocíol", coincidiendo también en estos versos: "Tú, sideral de hojas, / ante la empresa de la rosa abierta, / persigues en sus vírgenes cauces / la madrugada de los gallos... ".4 La lluvia en las montañas, que a Matos Paoli inspira esta hermosa imagen: "Mirad a esas ca· landrias blanquinegras / vestirse de la lluvia en los recodos", a Hernández Aquino le había hecho expresar: "con las lluvias constantes que fatigan el monte para hacerle partir sus maravillas". Los dos poetas se extasían en los mismos elementos cuya elaboración poética ilumina esta imagen sublimada de la patria; los dos edifican sus mundos respectivos arrancándoles inusitadas sugestividades a los elementos terrígenos que suscitan el fervor evocativo y los esfuerzos sublimadores de identificación: montaña, aire, cielo, luz, ríos, mar, pájaros, árboles, mañanas, rocío, días, sol, tardes, colores, noches, luceros, madrugada, neblina. Pero en muchos recodos de la poesía de Hernández Aquino la visión de la patria tiene un acento más maternal ("Amamántame, Isla, con tu leche de siglos", y "Dulce tierra materna, blanda luz de mi antilla durmiente"), mientras que en Matos Paoli predomina el carácter idílico aunque este carácter se desdibuja en el espeso subjetivismo del poema. 2. Luis Hern'ndez; Aquino. Isla para la an¡usria. en p4&. :13. San Juan. Edlclone5 Insula. 1943. 3. Francisco Matos Paoll. Canto a Pu~to RIco. en P4S. 7. San Juan. 1952. 4.
Malos Paoll. op. cit. p4S. 9.
Nocturno taÍno* Por Josá
FRANCISCO ORLANDO
A Ricardo E. Alegria. Desde las tierras oscuras hasta el batey en desvelo surge el areyto cual vuelo que cruza por las llanuras.
Retumban por la hondonada y se remontan al cielo clamores en recio duelo de guazábara taína desde la costa marina hasta el batey en desvelo. Por la arcilla solitaria entre algarrobos distantes, bajo las ramas gigantes de la ceiba centenaria..., como rebelde plegaria que se desata en flagelo al esparcirse cual rielo de insomnio de estrella virgen: en canto we1to a su origen surge el areyto cual welo.
Cocuyos en desbandada parpadean entre las frondas como fugitivas sondas que vienen desde la nada. • Del poemllrlo lnédllo Semillero 5ilvllstrll.
El cañaveral despierta, preludia un arcano el río y entre sombras el bohío se alumbra en la noche incierta. Por la sabana desierta humedecida en blancuras de neblinas prematuras que traumaturga un bohique, lanza su grito el Cacique que cruza por las llanuras.
Yauco. 13
INT R S E
NOE Exposición de Noemí Ruiz NOEMf RUIZ NACIÓ EN MAYACÜEZ, DONDE CURSÓ ES,
tudios elementales y superiores. Obtuvo el Ba· chillerato, con especialización en Arte, en el Instituto Politécnico de San Germán (ahora Universidad Interamericana), y su Maestría en la Universidad de Nueva York. En la Universidad Central de Madrid, realizó estudios postgraduados en 1962·63. Actualmente es profesora de Arte en la Universidad Interamerica· na en San Germán. Sus obras han sido expuestas en el Museo de Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico; Museo de Bellas Artes y Centro de Estudiantes del Recinto Universitario de Mayagüez; Sala de Exposiciones de la División de Extensión, y Biblioteca General, del Recinto Universitario de Río Piedras. También ha exhibido en numerosas exposiciones colectivas. En 1966 obtuvo el Segundo Premio de óleos en la Exposición de la IBEC en Ponce. Una de sus pinturas fue adquirida recientemente por el Museo de Bellas Artes de Ponce. Aspecto de la Exposición
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El Precursor y Puerto Rico Por MARIO BRIcERo PBROZO
1 1795, EN PARíS, A 14 MEsSIDOR, AÑO TERCERO OH la República, don Francisco lanza un opúsculo intitulado Opinión de Miranda sobre la situación actual de Francia y los remedios convenientes a sus males, en donde tras analizar los diversos aspectos de la política francesa da precisos consejos para desarrollar un juicioso programa de gobierno, ten· diente a asegurar la estabilidad del régimen, la prosperidad de sus conciudadanos, las buenas relaciones con las naciones aliadas de Francia, y a limar las naturales diferencias que separaban al país de otros Estados con los cuales habían tenia do controversias en el pasado. En ese plan y para conjurar lo último, figu· raba un trueque de posesiones territoriales, como entregar a España dos plazas fuertes detentadas por los franceses a cambio de Santo Domingo y Puerto Rico. Argüía el exponente que los españoles no sacaban provecho alguno de estas islas carena tes de comercio e industria, siendo más bien gravoso a la Corona el mantenimiento de guarniciones en las mismas. El traslado de Puerto Rico y Santo Domingo n la órbita francesa no puede considerarse, en aqueo lla época y dentro de la conducta de Miranda, como un cambio de dueño; si las dos islas salían del dominio español claro que mejoraban su condi· ción política, pues iban a ser parte de una República, arrancadas a una monarquía absoluta, la de Carlos IV. Miranda quería el bien de ellas, por eso aspi. raba a sumarlas a la nación libre y soberana que él habia contribuido a formar, a esa nación que era un pedazo de su vida. AlIado de las enunciaciones programáticas, apa· EN
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recen en ese escrito trazos magníficos del pensamiento mirandino, algo así como los acápites lumia nosos de un código de moral y cívica que debían cumplir los hombres del nuevo orden en cuyas manos estaba el timón de la política francesa. De acuerdo con este ideario, ¿cuál sería la suerte de las comunidades que entranan a formar parte del territorio francés? El dice: La libertad, bajo la protección de la Francia, producird una mutación asombrosa en la dicha y prosperidad de esotos pue· blos.l ...La extensión de Francia les ofrece medios mds que suficientes para defender su libertad y su independencia. z y para los distraídos que puedan ver en esas sugestiones la afilada pezuña del conquistador, va· ya la advertencia tajante: La gloria de las conquistas no es digna de una república fundada sobre tl respeto debido a los derechos del hombre y a las sublimes mdximas de la filosofla... La verdadero. gloria de un pueblo consiste en su felicidad y seguridad, no en la arrogancia de las conquistas.:S En la Instrucción suscrita en París, el 22 de diciembre de 1797, en la que se recoge no sólo el pensamiento del Precursor, también el de don Pa· blo de Olavide, el de don Pedro José Caro y el de los otros indoamericanos interesados en la líber· tad de las colonias españolas en el nuevo continente, y deseosos de ganar para su partido a los gobiernos de Inglaterra y Estados Unidos, se babia de permitir la ocupación por parte de estas potencias de tres islas del archipiélago americano, mas 1. Archivo del General MIranda. Parra León Hermanos. Edl· torla! Sur·Am~rica. Cal"llClls. 1933. Tomo XIV. Páll. 395. 2. Ibldem. PAIl. 394. 3. Ibídem.
esto sólo es, como acertadamente opina Parra Pé· rez, ]a cesión eventual de algunas Antillas" Esas islas son Puerto Rico, Trinidad y Marga. rita; con cuya ocupación, vista a través de la meno talidad de la época, los presuntos aliados ingleses y norteamericanos derivarían las ventajas más con-
siderables.s
Ahora, ¿cuáles eran esas ventajas? No 10 dicen los patriotas que concibieron el articulado de la Instrucción. Empero, se sobreentiende que ]a afer· ta no era sino un cebo. ¿Acaso en el opúsculo de 1795 Miranda no pregona la pobreza de dos de estas islas? ¿Es que en el corto lapso de dos años se ha volcado sobre Puerto Rico y Santo Domingo la cornucopia de la fortuna y han ascendido a alturas extraordinarias los índices de su comercio y de su industria? Historiadores antillanos reprochan a Miranda estos proyectos,' empero no están en ]0 justo, ni en la exacta comprensión de la empresa emancipadora de] egregio combatiente. La permisión de ocupar algunas porciones territoriales de América era contingible, no definitiva, ni inevitable, ni eviterna. Las pretensiones inglesas y consiguientemente los ataques de la escuadra británica a na· ciones hermanas del Sur en 1807, tuvieron de parte de Miranda el más enérgico rechazo, y a 'iU vez, la actitud digna y valiente de los pueblos agredidos le arrancó los más altos elogios, hasta pedir para Buenos Aires y sus magistrados un monumen· to digno de rememorar tan glorioso hecho.7 Miranda, en todo tiempo y circunstancia, fue el más vehemente, esforzado y precipuo defensor ~e la independencia de América, y e] más certero y ob· secuente arquitecto de la unidad continental.
11 No solamente en las obras venezolanas, ya se trate de biografías de Miranda o de Manua]es para la enseñanza de la historia, también en textos de pedagogos e historiadores puertorriqueños se mano 4. C. Parrn P~rez. P4,1inIU de Historio. y de PoUmico.. Lito· grafía del Comercio. Caracas. 1943. Pág. 127.
5. Mlr. Archivo. Tomo xv. Pág. 202. 6. Vid. LIdio CnlZ Atanclava. Historio. de Puerto Rico. Edito· rial Universitaria. UDiversidad de Puerto Ric:o. Río PlOOras, 1965. Tomo l. Pág. 56. Nunca ha dejado de tener actualidad la tinosa aprcc:laclón del historiador Becerrn. fonnulada en los allos finales de la última d~cada del siglo próximo-antecedente. Asienta: En todos los proyectos que Mirando. sugiriera. asl en Londres Q)mo en Washington. tU\lO siempre cuidado de res/:uo.rdar los intereses de los pueblos por cuyo. independencia trabajaba. y en punto a ofrecimientos y compromisos, no fue mds o.lId de lo que se acostumbro. en tales casos. Ofrecid las ventajas comercio.les. que luego otorgaran gro.ciosamente a los ingleses y norteamericanos los Gobiernos de las nuevas republicas... RIcardo Becerra••Vlda de don Francisco de Mlranda-. Imprenta Colón. Caracas, 1896. Tomo JI. página 277. 7. MIr. Archivo. Tomo XXI. Pág. 323.
tiene el mito de la prisión del Precursor en la fortaleza del Morro.La verdad de Miranda en San Juan Bautista de Puerto Rico es otra. Sin excluir la realidad de que el Generalísimo era un deportado del gobierno rea· lista, un reo de Estado, en la tierra borinqueña se le trató con guante de seda, se le miró con la con· sideración de un personaje de altura, tal como lo que era: el ex-jefe de la República de Venezuela. Un caballero, un señor, un guerrero de fama uni· versal, conocido y admirado por los españoles y los criollos de la isla, incluso por los que ejer. cían funciones gubernativas, merecía un tratamiento distmto al de los presos corrientes; por ello a Miranda se le aloja en una de las mejores habita· ciones de la Rea! Cárcel, que hoy forma un mismo cuerpo con la casa del cabildo, la que, aun cuando un poco modificada en su estructura, existe en la actualidad bajo el mote de casa del ayuntamiento, frente a la plaza de Armas o de Baldorioty, la que, ciento cincuenta y cuatro años ha, era la plaza Mayor. En esa morada Miranda departía de quien a quien con lOS hombres más importante de la urbe, y claro que bajo la normal vigilancia de la auto· ridad española, recorría hOigadamente las depen· dencias del edificio. Podria decirse que Miranda en Puerto Rico fue huésped de la capital provincial. La especie del encierro inconsiderado y vejatorio tuvo su origen en la forma en que se trató a] héroe en La Guayra y Puerto Cabello. El doctor José Francisco Velasco, Comisionado General de 13 Real Audiencia de Caracas para inspeccionar el castillo de San Felipe, los pontones y la cárcel ~n la segunda de las ciudades expresadas, al pasar revista de los procesados, informa: Don Francisco
Miranda, preso hace el espacio de ocho meses, o cerca de ellos, con grillos.' Era lógico pensar que en Puerto Rico no va· riarían las circunstancias, empero la verdad no es la que se ha derivado de aquel cuadro venezolano, es en cambio, la que surge con toda nitidez de la letra del documento. En su representación al Señor Presidente de las Cortes Generales y Extraordinarias de España, de fecha 30 de junio de 1813, 8. A guisa de ejemplo. citamos a un venezolano y a un puer· torriquefto de épocas diferentes, don Aristldes Rojas, asienta: Seu prisiones soportd Miranda: lo. COlUerjerfa y la Force en Parls: las lorto.levu de la Guaira y Puerto Cabello. en Vene%uelo.; la del Morro, en la Antilla española de Puerto Rico: y úllimo.mente /a prisidn de lo. Carraco. en EspailD. (.Leyendas Históricas de Venezuela- <Primera Serie). Imprenta de la Patria. Caracas, 1890. Pág. 110.) Jos6 Luis Vivas: El llder revolucionario Francisco Miranda fue hecho prisionero y traldo a los co.labo%Ds de San Felipe del Morro (-Historia de Pueno Rlco-. Las Américas Publlshing ca. New York. 1962. Pág. 131.) 9. M.B.P. Las Causas de InfidencÍD.. Ediciones GUlIderrama Madrid. 1961, P4g. 52..
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dice: El gobernador y capitdn general de esta Plaza -Salvador Meléndez- nos recibió con bastal1te humanidad... Le reconvine con la Constitución por los articulos 287, 295, 299 Y 300, pidiéndole permi. so para representar a V.M., y él con franqueza me lo otorgó, siendo esta la primera vez que después de la infracción de la capitulación por el señor de Monteverde, haya podido reclamar ante la suprema autoridad de la nación estos graves asuntos. IO Al hablar del lugar desde donde ha dirigido el documento, el sitio en que lo ha escrito, su mora· da en la isla, el peticionario no menciona la fortaleza del Morro, apunta, muy claramente: Prisión de la plaza de Puerto Rico. Esto significa que aludía a las salas altas de la Cárcel Real, que en el nuevo edificio del Ayuntamiento, sirven de asiento a la Asamblea Municipal, Junta de Comisiones y salón de sesiones. Allí, el 11 de marzo de 1964, el Concejo Municipal del Distrito Sucre, de nuestro Estado Miranda, con la anuencia del gobierno de la capital, hizo fijar una placa de oro, bronce y madera, que reza: A la memoria del Generalísimo Francisco de Miranda, Precursor de la Independencia Sudamericana, quien por sus ideas liberales estuvo preso en este sitio antes de llegar a su definitivo cautiverio en la Cdrcel de La Carraca. u 10. Ricardo Becerra. ob. elt. Editorlal América, Madrid, s.f. Tomo JI. Pág. 438. Las disposiciones Invocadas por el Precursor son: -Art. 287. - Ningún espallol podri ser preso, sin que preceda Información sumaria del hecho, por el que merezca según la ley ser castigado coIn pena corporal, y asimismo un mandamiento del juez por escrito, que se le notificari en el acto mismo de la prisión. -Art. 295. - No será llevado a la cárcel el que dé fiador en los casos en que la ley no prohiba expresamente que se admita la fianza. -Art. 299. - El Juez y el Alcaide que faltaren a lo dispuesto en los artlculos precedentes, serán castigados como reos de de· tención arbitraria, la que será comprendida como delito en el Código Criminal. -Art. 300. - Dentro de las veinte y cuatro hOr:1s se manifesta. rá al tratado como 1':0, la causa de su prisión y el nombre de su acusador, 51 lo hublere.Constitución Polltiea de la Monarqula Española (1812). Cap. III. (Dc la administración de justicia en lo criminal.) El Pensamiento Constitucional Hispanoamericano hasta 18JO. BI· blloteca de In Academia Nacional de la Historia. Colección Sesquicentenario de la Independencia. Ediciones Guadarrama, Ma· drid, 1961. Vol. N.o 44. Tomo V. Págs. 365, 367 Y 368. En el curso de la exposición cita otros artlculos, como el 262: Todas las callsas civiles y criminales se feneeerdn dentro del te· rritorio de cada Audiencia; y el 373: Todo español tiene derecJlo de representar a las Cortes o al Rey para reclamar la obstl'vancia de la Constitución. Col. cit. p. 360 Y 387. 11. Esta placa, artísticamente elaborada. tiene un tamaño de 45 x 30 cm. Fue colocada en acto solemne por Fernando Mane· gol, entonces Presidente de la Municipalidad de Sucn:, y Raúl Engelhardt, Administrador General de Rentas Municipales del dicho Distrito. De parte del Gobierno puertorriquefto estuvieron presentes doña Fellsa Rincón de (¡autler, Administradol':l del Gobierno de la Capital, su secretaria Uc. Catalina Palenn, y don Pedro Eduardo Pulg y Brull, director de la Oficina de Actividades Culturales; y asimismo, don Ricardo E. Alegria, director del Instituto de CuItUla Puertorrlquella, don Luis Manuel Rodrfgue% Morales, director del Archivo General de Puerto Rico, don Rafael W. Ramlrez. catedritico de Historia Nacional eo la l'niversldad de Puerto Rico,
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En 1810 llegaron a Puerto Rico, enviados de Ma· racaibo, los patriotas doctor Vicente Tejera, don Diego Jugo y don Andrés Moreno. El arribo fue el 1: de junio del dicho año y de inmediato se les encerró en el Morro, privados de comunicación. El 6 siguiente dirigen una instancia a la Regencia de España, en la que hablan de las tropelías, penas y aflicciones sufridas, mucho más que en sus personas, en su honor y estimación, y datan el docu· mento en el Castillo de San Juan.u Andrés Level de Goda, abogado, educador y po· lítico de garra, muy buen amigo y correligionario de Meléndez, escribe que éste le informó que esta· ba en la cárcel don Francisco Miranda, que le permitió su entrada -todas las veces que quiso- en la pieza del preso; discurre largamente en torno a las conversaciones que tuvo con aquel sabio anciano, que le tenía encantado con su don de gentes y su vasta ilustración, pues que en la cabeza de Miranda no vio más que una biblioteca ambulante. el doctor AureJio Tió, presidente de la Ac:ldemla Puertorriquella de la Historia, y otras personalillades representativas de las di. "ersas Instituciones clent!ficas, docentes y culturales de 111 Isla. 12, Vid. : José Félix Blanco, Documl!ntos para la Jlistoria dI! la vida pública del Libertador, Imprenta de -1.:1 Opinión Nacio. nabo Caracas, 1876. Tomo 11. Págs. 485-4g7.
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INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEl"lA San Juan de Puerto Rico
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SEPARATA DE MUSICA DEL NUMERO 38 DE LA REVISTA DEL INSTITUTO DE CULTURAPUERTORRlQUE~A
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Presenció la partida del detenido para España; la que estuvo rodeada de las mayores consideracio· nes por parte del Capitán General, quien se las encareció, igualmente, al comandante del bergantín encargado de la conducción. u Ni una sola vez habla Level del Castillo del Morro como el establecimien· to carcelario en donde estuviese Miranda. La salida de Miranda de Puerto Rico ocurre a finales de 1813, y para el 8 de enero de 1814 un vocero gaditano anuncia que el famoso conspirador se halla encerrado en La Carraca. 14 Cerca de seis meses había estado en la prisión de Puerto Rico, atenuados sus rigores por el noble comportamiento de los carceleros; le esperan ahora treinta meses más de cautiverio, esta vez en forma bastante diferente. Larrazábal, biógrafo del Libertador, al narrar los pormenores de la vida de Mi· randa en el arsenal de las Cuatro Torres de La Carraca, pinta el siguiente cuadro: He oído referir al oficial O'Dempsy, de la mnrina real inglesa, suJeto muy respetable, que habla visto varias veces al noble anciano, como él le llamaba (the good old man, the venerable and distinguished prisoner) con una cadena al cuello atado a una pared, ni más ni menos que como un perro.u Becerra, biógrafo del Precursor, tuvo la oportu· nidad de recoger preciosos datos de boca del ma· rino peruano Manuel Sauri, concaptivo de Miranda, y con base en tales informaciones, precisó que no era cierto lo de la cadena, mas sí que llevó grillos, los que, según dicho del ilustre preso, ~e pesaban menos que los que sus paisanos le remacharon en La Guayra.16 13. A. L. de G. Antapodosis. Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracóls. asosto-diclembre de 1933. Números 63 y 64. Tomo XVI. Págs. 541·543. 14. El anuncio lo hace cEI Redactor Gcncralo. WlIlIam Spence Robertson. La Vida de Miranda. Ediciones Anaconda. Buenos Aires, 1!l47. Pág. 44l1. 15. Felipe Larrazábóll, La vida dI! Bol/var, Libertador d" Colombia y del Penl, padu y fundador de Bolivia. Edición del Cenlenarlo. Andrés Cll5sard, New York, 1883. Tomo l. PlIg. 140. 16. Ob. cit. Tomo n. Pág. 445.
III Puerto Rico ha sido siempre tierra abierta, puer· ta franca, para los venezolanos de todas las épocas que han tocado en sus ribas en solicitud de amor y de paz. Un gran poeta de América nacido en Santiago de León de Caracas, que desde la niñez supo de las amarguras del exilio, llamó a Puerto Rico Rei· na de los vergeles del Caribe l7 y la eterna gratitud de su enorme corazón la talló en la mágica pie. dT"a de sus versos: rTierra de bendición! El alma 111la te lleva eternamente en la memoria, que mis tiempos de paz y de alegrías, las lloras mds felices de mi historia, llOras. ¡ay!. que pasaron para jamds volver, bajo tu cielo y al rayo de tu sol se deslizaron ... ¡Ay! ¡Quién pudiera el velo que separa el presente del pasado rasgar. y des1tacer una por una las largas vueltas del camino andado!... ¡Quién. ay, quién la fortuna indecible tuviera. de desandar el campo de la vida desde el punto presente al de partida!... I.
En la estrofa del eximio cantor venezolano vibra el exvoto del General Miranda y el de tantos Que, en diversas épocas. aventados por rachas de advtrsa suerte, han hecho de la tierra de boriquen l;U segunda patria. Allá en la cárcel gaditana. hundida la mirada en el azul intenso del Atlántico, el Precursor, como en el sueño del poeta, rasgaría, al filo de su pensamiento, el velo del pretérito, hasta volver por el camino desandado, a la hidalga San Juan, frente a otro mar zafíreo y cantarina, testigo de su aventu· ra y de su gloria. 17. J. A. Pércz Bonalde (1846.1892) en su poema 1Bendita sta51 lA Puerto Rico). «Poesías y TradIJcclones.. Biblioteca Popular Venezolana. Imprenta Nacional, Caracas, 1947. PlIg. 82. 18. Ibldem. P. 82·83.
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Puerto Rico en su poesía.-Apuntes
Julía de Burgos, diosa del agua Por
l. EMPEÑO. os
ASOMBRA Y ADMIRA LA RICA VETA PO~TICA PUER·
N torriqueña. No pretendiendo agotar el hermoso
tema, nos proponemos iniciar una serie de pequeñas crónicas -a manera de «apunteslt para un trabajo mayor- sobre Puerto Rico en su poesla. Quiere el título decir que intentaremos adentrarnos en la entraña de Puerto Rico a través de su poesía. Sien· do ésta la más genuina y alta expresión del alma de un pueblo, sus poetas resultan sus mejores intérpre. tes. A través de sus huellas podremos, pues, pero seguir el sentimiento de una nación que se afana por expresarse a sí misma. Sin un riguroso método, presentaremos indistintamente hombres y mujeres que han cultivado la poesía en esta isla paradisíaca en distintos períodos y en estilos diferentes. El único nexo que perseguiremos en nuestra pesquisa será el común denominador de la expresión de lo autóctono, lo propio de Puerto Rico, lo que 10 distingue del resto del mundo y le da carácter: su original personalidad como «individuolt histórico. y ya que ésta es una isla tan femenina -las islas suelen siempre serlo más que los continentes-, comencemos por algunas voces de mujer que le han cantado, con tiernos y hondos acentos a su Borinquen amado y bendecido. Sea la primera la voz de carne y hueso, de vibraciones viriles y profundas, de una poetisa de gran rango e inconfundible personalidad: Julia de Burgos, «criatura del agua», como ella misma se bautizara. Es curioso, comencemos por observar, cómo es el agua un elemento que predomina en la inspira. ción femenina puertorriqueña, como tendremos oca· sión de comprobar a 10 largo de nuestros «apuntes», como si la mujer, esponja sensitiva capaz de absor-
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ANITA
ARRoyo
ber las más íntimas esencias, estuviera mejor dotada para captar lo más tierno, entrañable y defini· dar del alma recóndita de las cosas y de los pueblos. Comencemos por advertir también que Julia de Burgos ha sido ya estudiada por numerosos y valiosos escritores y críticos del patio. El mismo Ins· tituto de Cultura Puertorriqueña. sin ir más lejos. le ha dedicado un magnífico volumen a la obra poética de la artista que nos ocupa. 1 Recopilada toda la producción por Consuelo Burgos y Juan Bautista Pagán, con un excelente estudio prelimi· nar de José Emilio González. acucioso crítico de rigurosos perfiles, ya nada nuevo se puede decir de Julia de Burgos. No vamos. pues. nosotros a descubrir el Mediterráneo. Sólo vamos a referimos en estos «apunteslt a la presencia de Puerto Rico en unos cuantos poemas de esta mujer, inteligente y sensible, cuyo cerebro y cuyo corazón registraron las vibraciones más entrañables de su patria. II.
LUGAR DE JULIA DE BURGOS EN LA
POEsíA
HISPA.
NOAMERICANA.
La vigorosa obra de la poetisa puertorriqueña la coloca a la cabeza de la producción Urica america· na. Su perfección formal es tan rotunda que la bo· rineana DO tiene nada que envidiarle ni a las rioplatenses -la Stomi, la Agustini o la Ibarbourou-. ni a las antillanas -Gertrudis Gómez de Avellaneda, Dulce María Loynaz-. Con todas ellas compite y a 1. Julia de Burgos, criatura del agulI, Obra poltica. Instituto de Cultura Puertorrlqucfla. San Juan de Puerto RIco. 1961.
muchas aventaja en vigor y fuerza. Como el de la Avellaneda, su verso es viril, pese a su honda femineidad, fuerte, de másculos perfiles. En ningún momento hay la blandeque ñoñería de 105 acentos femeninos al uso. Si por la vía erótica, tomada en su vertiente más humana, se liberan las poetisas his· pa'lloamericanas continentales -la trfade uruguaya, las chilenas y argentinas- y lanzan su grito de carne para rasgar la falsa gazmoñería del velo ano gelical que los románticos habían tendido sobre el alma femenina; si nuestras mujeres de Tierra Firme libran esas primeras batallas, en las que las había precedido la cubana Avellaneda -cEs mucho hombre esta mujer», la había calificado Juan Nicasio Gallegos-, para alcanzar la plena libertad de expresión, sincera y espontánea, las isleñas poste. riores, libres de prejuicios, adelantado ya el camino por sus predecesoras. descubren sin falsos rubores sus entrañas. Julia puede -darse por ello toda entera y ser símbolo vivo de su Isla.
III.
FACTORES DB LA PUBRTORRIQUEÑmAD.
Muchos y muy complejos de analizar serían si quisiéramos abarcarlos todos. Pero nuestro intento no puede ser tan ambicioso. Por el momento, sin lUl plan demasiado riguroso, vamos a explorar los factores geográficos, los más pegados a la tierra, sin meternos en la hondura de la dificil problemática poética y social. Vamos en pos de Puerto Rico y su paisaje telúrico. Quizás ello nos brinde la clave de penetrar en algunos repliegues del alma puertorriqueña, en clave de agonía por ser pueblo en profunda gesta de transfonnación en cuyo crisol en ebullición se mezclan, confunden y transfunden múltiples ingredientes. Tropicalismo, insularidad, los dos factores geográficos esenciales, serán caracteres generales definidores. Pero nos interesan, además, otros matices ambientales y estéticos, lu' minosidad, cromatismo. humedad -lluvias. río, mar- y cierta indefinible pero evidente promiscuidad característica del profundo mestizaje de la Isla que en lo artístico favorece la sinestesia o fusión de sensaciones, fenómeno que, trasbasando lo étnico -fusión de razas- produce lUla realidad social y lUla cultura eminentemente mestizas, y, en consecuencia, una expresión artística asaz defi· nidora y además de isleña y antillana, muy americana.
IV. RAZA
DB AGUA.
La mar en torno: agua; los ríos presurosos sur· cándola: agua; las lluvias, fugaces, intermitentes
pero constantes, cayéndole, empapándola y fecundándola: agua. La puertorriqueña es «raza de agua». y Julia es auténtica representante de esta flotante raza hidráulica: ¿Me sorprendiste acaso en algún aguacero violando claridades y callando suspiros, portavoz ambulante de una raza de agua que me subió a las venas en un beso del río?
Agua salada: su mar vivido, no .contemplado», mar en que se sumerge la isleña de carne y huesos y nada -observa José Emilio González cómo gusta del verbo nadar- y «naufragalll. Agua destilada en el cielo; la lluvia que luego es río, y más que una sola corriente, cuenca hidráulica, el sistema nervio· so de esta .criatura de agua», recoge todas las vibra· ciones telúricas de su tierra. Pero, sobre todo, criatura de un río, el río de su isla, el río de su infan· cia, el Río Grande de LoLza, diosa de un solo río. Jamás una vida ha estado más ligada a la de un río. Ni el desértico Egipto a su Nilo, ha pendido y de· pendido más de un río. Basta este único poema, Rlo Grande de Lolza, pieza mayor de su producción, para inmortalizarla. Toda Julia corre por él, diosa de un solo no, con· fundiéndose con su cauce que es Puerto Rico -la misma imagen que ha de usar Laguerre en su última novela, Callce sin río- y siendo ella misma su cálida, fervorosa y patética corriente. Su sangre corre por el río. En este río, ancha cuenca por la que circula la sensibilidad exaltadísima de la poeti. sa, nada ella como áureo pez y produce el mejor símbolo telúrico de la Isla, pedazo de tierra amasa· da de aguas y entre aguas tendida a todos los vien· tos: pueblo y Clraza de agua». ¿Me sorprendiste acaso en algún aguacero violandD claridades y callando suspiros, portavoz anhelante de una raza de agua 2 que me subió a las venas en un beso del río? ¡Río Grande de Lolza!... Yo lo fui contemplando desde la carne al alma: ese fue mi delito. Un sentimiento cósmico estremeció mi vida, y me llegó el amor... tu rival presentido.
V. EL Rto-StMBOLO. Con secuencia fílmica, en el río de Julia __mi manantial, mi río»- se suceden y 5uperponen todas las imágenes de su vida. Trenzado a la existencia anímica de esta mujer atormentada, plasma en él su gran símbolo poético. Ese es su mayor acierto. 2. El subr:l)'ado es nuestro.
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Primero su nmez, decurrida a sus orillas en 'la plácida campiña carolinense: y mi niiíez fue todo. un poema en el reo, y un río es el poema de mis primeros sueños.
Sigue la jovencita viajando por su corriente cantarina: Llegó la adolescencia. Me sorprendió la vida prendida en lo más anc110 de tu viajar etemo.
Cuando ama, prosigue el río enroscado al curso de su vida pasional, como mar proceloso. El río es la pureza frente al mar contaminado, el alma cris· talina en pugna con los turbios sentidos. En El encuentro del hombre y el río se superponen esos dos planos de su alma: Aparecía en el valle la luz de aquella niña que venia por las tardes a seguir las quebradas. La novia del Río Grande dibujaba a lo lejos su rostro hecho de plumas y caricias de agua. Volvia la amante suave, por los ojos del rio,
VI. EL
MAR, «SWBOLO DE SWBOLOS».
Para José Emilio González es el mar -este mar universal- «el símbolo donde se conjugan todas las experiencias vitales de Julia. Es un símbolo de símbolos. Del río-nacimiento.infancia, premarino. Del hombre-río-amor y variaciones. Del amor·ríohombre, finito ilimitado. De la vida, brote radical, espiga-pájaro, energía cósmica. Y de la muerte, sepulcro final, horizontalidad que punza el vertical clasel de la poesía.»3 Río-mar: he aquí el binomio de Julia de Burgos. El río: la Isla; el mar: la eternidad, seno de todos los misterios y cuna afrodisíaca de la Belleza. El río desemboca en el mar yel mar es «río regresando», orografía mágica. En estos «avatares del agua, que es símbolo del ser de Julia»,4 está el sentido tropical de su poesía. y en este tropicalismo suyo, siempre húmedo, siem· pre fecundo, hay, a su vez, un cromatismo iridiscente. Corporiza las aguas, tanto fluviales como mari· nas. En Río Grande de Loiza, éste es un ser vivo de carne al que ella se dirige imperativamente: «Alárgate»... «enróscate»... «apéate»... «confúndete»... : el río es un hombre. En sus numerosas composiciones sobre el mar, éste es igualmente físico, corpóreo:
Cuando perdi en mis pasos el impulso del rio, Recuerdo que algtín dla yo le hablé de mi rio.
Pasearon los dos amantes por la ribera del rival de otrora. Fue, quizás, el único momento en que Julia fundió las imágenes hombre·río:
Déjame amar tus brazos... Dame tu pecho azul, y seremos por siempre el corazón del llanto.
Todo lo corporiza. Esta es su fuerza. El dolor se hace carne:
Nunca tuvo más fuentes la bondad de mi amante... Es un dolor se/ltado más allá de la muerte.
Pero ya se intuye la insatisfacción, la frustración y la tragedia:
y a todo le da color. Azul, verde, blanco y negro es su gama favorita. Hasta el cielo pinta de verde:
(Tal ve~ en lo más intimo del corazón del río presenciaro,t los lirios una muerte del alma... )
Es allá cielo verde, como queriendo auparse llasta mis manos.
Símbolo de la tierra, de la naturaleza entera, de la patria, cauce de todos los amores, el río lo es también de la madre, del amante ideal, de la vida como rodante devenir poético... : por el cauce de Río Grande de Loiza -símbolo en definitiva de Puerto Rico- desemboca en el mundo. Por su río insular --cuenca-madre de la hidrografía puertorriqueña, síntesis del sistema fluvial de su Patriallega al Universo. A través de ese entrañable trozo de agua de su tierra, empapada en llanto, agarra y sostiene la poetisa trémola y tremante, la Eternidad: su Isla desemboca en el mar.
y en su magno río registra su vibrante paleta tropical, anota José Emilio González, «Tres colores nítidos, redondos»:
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¡Río Grande de Loiza! Azul. Moreno. Rojo. Espejo azul, caído pedazo azul de cielo; desnuda came blanca que se te vuelve negra cada vez que la 110clle se te mete el! el lecho,' roja franja de sangre, cuando bajo la lluvia a torrente su barro te vomitan los cerros. 3. José Emilio González. op. cit. 4. Jose! Emilio González, op. cit.
¿Podrá darse un sentido plástico de mayor relieve y cromatismo? Los poetas antillanos, y en general casi todos los escritores de esta cuenca del Caribe, suelen tener ese común denominador que los caracteriza como grupo: el plasticismo. Pintan con la pluma. El fuerte, penetrante relieve y cromatismo tan sen· suales de la naturaleza de esta región, se les cuela por los poros y sus sensibilidades recogen, como 5US retinas, el paisaje que se recorta nítido y se incendia de color ante nuestros deslumbrados ojos. Un español que nos visitaba con frecuencia solía decirnos cada vez que llegaba a la centelleante Ha· bana: «Pero si esto es de quedarse ciego ante esta borrachera de luz, verdadera fusilería cromática.» La frase es feliz. «Fusilería cromática»: los colores nos fusilan, se nos meten como balas en la carne y nos explotan dentro en chorros de luz. Por eso no nos extraña que el trópico exalte a estos escritores nuestros y los poetas, como los impresionistas en pi'ntura, se muevan generalmente en una atmósfera saturada de luz y, por ende, de color. En cuanto al otro factor geográfico apuntado: la humedad, Julia de Burgos es su hija antillana predilecta: "criatura del agua". Estos aguaceros tan sui generis que fecundan los jardines de la Isla, esporádicamente constantes, gei. sers al revés que brotan del cielo como manguerazas para disolverse casi instantáneamente entre los rayos abrasantes de un implacable sol, siempre en vela; estas aguas dulces que la poetisa que nos ocupa torna en saladas y funde, como en la realidad, en una misma agua: lluvia tenue que lIará crecer la ola,
esta agua, en fin, caracterizadora de la unidad telúrica de la Isla, agua en la que se disuelven todas las cosas y se fusionan senestésicamente todas las sensaciones, es el elemento natural, la sangre del alma de la poetisa. Por eso su poesía viva, fecunda·
da, como no lo fueron las entrañas de la mujer, decurre entre el río y el mar, dos brazos de un mismo cuerpo: su isla. Entre el río -la niñez, la pureza- y el mar -la pasión, la duda, el amor: la mujer-, su ciclo vital y poético es el mismo río -Río Grande de Loízay es el mismo mar -el que rodea su isla-: aguas todas, una y la misma, dulces y apacibles, o salobres y revueltas. Ella misma, Julia, la isla, atrapada entre sus brazos de agua y aislada a la vez por el mar, tonada entretenida de mis islas. Rto: «La canción del espacio refugiada en mi rio», MAR: «Desfiladero turbio de mi canción despedazada»,
Ambos sumados dan la punzante agonía de su alma atormentada. Porque, sin que hayamos pretendido zambullirnos en las abismales aguas de los hondones de su espíritu, Julia murió sola e incomprendida: grito de corazón vacío en la nave del mundo.
Ningún hombre, ni aun el que más amó, pudo comprenderla. Su gran amor constante e inefable tuvo que ser su río. Su anhelo de perfección y de pureza, corno el de todos los grandes espíritus, quedó frustrado. Es muy difícil que una mujer corno Julia -como lo fue Sor Juana- puedan llegar a ser cabalmente comprendidas por hombre mortal al· guno. Símbolos patéticos de la libertad y de la belleza, sus santuarios espirituales permanecen izhollados, sus íntimos enigmas, como el de la propia vida, insolubles ... Por eso no se marchitan. Por· que lo único que sobrevive y sobrevivirá siempre es el insondable misterio donde todas las almas se crean y se juntan: aquel del que sólo Dios y sus elegidos alzan el velo, aquel donde, tras su fugaz viaje terrenal, levantan para siempre su morada. y Julia, «criatura de agua», es uno de esos raros seres elegidos...
Cuento
Otra versión de Raskolnikov Por
1STER CHARLES TOCÓ A LA PUERTA. DESPU~ DE ES-
M perar un rato, entreabrióse y asomó una cara estropeada, una luna flotando en la sombra. El casero me presentó: Mister Ríos, el nuevo inquilino del piso que quedaba sobre la morada de la anciana. Mistress Dugas no hizo un solo movimiento. Me escrutó. Tenía los ojos claros, jóvenes aún, enrojeci. dos en los bordes y sin pestañas. Ese fue mi primer encuentro con quien tantos dolores de cabeza me habría de ocasionar. Ya en mi apartamento, míster Charles me ex· plicó, en su entrecortado español, que hacía veinte años que aquella extraña mujer vivía enclaustrada. Sólo salía algunas tardes a tomar el sol. Mi mujer y yo decoramos precariamente el apartamento. No teníamos dinero, y yo rehusaba trabajar en otra cosa que no fuera mi novela. Había· mas esperado diez días a que los restauradores terminaran de enjalbegar las paredes y cubrir con trozos de zinc los agujeros del piso. Uurante ese tiempo hubo escaleras de mano en el pasillo, latas de pintura, trapos, etc. A veces llegaban temprano, otras no llegaban. Una vez, molesto por tanto desorden, bajé las escaleras rumbo a la calle. Descubrí que Mrs. Du· gas había seguido mis pasos y calculado el momento exacto en que podría encararme. Su puerta se entreabrió, y emergió su óvalo empolvado y falto de sol. De inmediato se quejó del olor a pintura, tildó a los restauradores de borrachines. -Pero si me quejo al casero no me hará caso -dijo--.. Quiere que me vaya porque pago poco. La ley está conmigo. Es judío, ¿sabe? Pero no me voy. Uevo veinte años aquí, no voy a permitir que me eche como a un perro. A propósito, ¿sabe que su vecina tiene un perro asqueroso? Está prohibi. do tener animales y niños en el edificio. Si no me 24
EMILIO
D1AZ VALC.(RCEL
equivoco usted tiene un chico. Lo he sentido corretear todo el día. Sería conveniente que 10 lleva· ra al parque para que hiciera ejercicio. Dos días después de terminada la restauración, mientras trabajaba en mi manuscrito, tocaron a la puerta. Abrí. Mrs. Dugas me pidió que controlara al niño, quien hacía Cldemasiado ruidolt corretean· do, lo que le producía dolor de cabeza. Le aseguré que haría lo posible, que no debía de preocuparse en lo sucesivo. Se marchó satisfecha, con su fru fru de satenes. No volvería a llamarnos la aten· ción: le compramos zapatillas al niño. Pero no bien la criatura emprendía carrera, sonaba el timbre de la puerta. Uegó hasta a abrir el buzón para de· jarnos notas en las que declaraba que era una pa· gadora de impuestos y que, por lo tanto, tenía derecho a vivir tranquilamente su vida, que no con· sentía que su intimidad fuera violada aun en las formas más sutiles. De todos modos, aunque comenzamos a preocuparnos, consideramos que la situación tenía remedio. -¡Peores cosas pasan en esta ciudadl -afinnaba mi mujer. Decidimos dejar el chico ante la reja de la ventana para que se entretuviera todo el día viendo desfilar los automóviles. Yo trabajaba tediosamente en la novela, frecuentaba el cine, curioseaba, irrumpía en los museos y en los bares, hojeaba la prensa, visitaba ami· gas, hacía contactos que suponía provechosos, escribía a Puerto Rico, rechazaba flojamente algunas ideas para unos cuentos, entraba a supermercados fríos y sin moscas, me asfixiaba en los trenes atestados, me preocupaba el paso del tiempo, escucha· ba con avidez las noticias de mi país (los estudiantes habfan incendiado un auto de la policía), deam· bulaba manzana tras manzana con los pérfidos,
enclenques personajes de mi novela atropellándose en mi cerebro, descorazonándome, robándome la paz. Cuando regresaba pasaba sobre aquellas hojas de papel sin mirarlas. Pero un día no pude resistir la tentación, me incliné y recogí el mensaje lanzado como un guante. La odiosa mujer, Mrs. Dugas, insistía en que el chico no la dejaba vivir, que le alteraba peligrosamente los nervios. -¿Qué pretende -chilló mi mujer-, que no juegue, que no se entretenga como un niño? -Es una maniática -respondí. Y añadí falsamente-: lo mejor es no hacerle caso. Supongo que será siempre así, con ruido o sin ruido. -Yo no creo que alborote tanto -dijo mi mujer-. Se ríe y llora, como todos los niños. ¿No te parece que es cuestión de opinión? Me consolaba pensando que, a la postre, saldría ganando. Ahí había un personaje, una atmósfera, utilizaría ese estado de cosas en un relato. Aconsejaba a mi mujer a que olvidara esos momentos de disgustos, pero, a decir verdad, me sobresaltaba con sólo escuchar unos pasos por el pasillo. Yo me recriminaba, maldecía mi cobardía ante lo que consideraba una amenaza. Después reía, pretencUa tomarlo a broma, me desquitaba con palabras cargadas de ironía, palabras que mi mujer no aceptaba del todo. Sin darme cuenta, hice el hábito de ponerla de tema central de conversación. Me desahogaba, abuma a mis amigos. Inconscientemente, había empezado a caminar en puntas de pie. Cuando me sorprendía el hecho, rompía en diatribas. -¿Por qué tenemos que caminar en puntas de pie en nuestro propio apartamento? ¿Acaso no pago alquiler como todo el mundo? ¿Qué derecho tiene la maldita momia a importunamos? ¡Juro que la estrangulo, le abro la cabeza en dos, le pego un tiro I Mi mujer bajaba la cabeza y se iba a cocinar, a lavar, a planchar, cuidando que la plancha no golpeara duro sobre la tabla. -Es que estamos nerviosos - me dijo mi mujer una noche en que no podíamos pegar los ojos-o No es nada extraordinario. En realidad se trata de una pobre ancianita maniática y solitaria. Debe· mas comprenderla y no preocuparnos mucho de lo que piensa. Recuerda que no es con nosotros sola· mente, también pelea con los vecinos y con los muchachos que juegan en la calle. Vamos a hacernos el propósi to de no prestarle atención. Si insiste en sus majaderías, pues que reviente, a nosotros ¿qué? Cada uno tiene derecho a vivir su vida. Aquí nadie le hace caso, ¿por qué tenemos que ser nosotros los únicos? Pasamos unos días de tranquilidad. Yo no sabía que la endemoniada acorralaba a mi mujer algunas veces, cuando su oído mágico, digno del héroe na-
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cional Superman, la registraba bajando las escaleras. -No me refiero sólo a los puertorriqueños -le dijo una mañana-o También los americanos son unos ruidosos. Yo no acostumbro a donDir de noche, sino de día. Mi mujer le sugirió genialmente que dunniera como todo el mundo: por la noche. -De todos modos no soporto el ruido a ninguna hora del día -dijo Mrs. Dugas. -Señora, debe reconocer que vive en una ciudad de ocho millones de habitantes, y de paso, una de las más ruidosas del mundo -concluyó mi señora. Una mañana, como otras muchas, repicó el timbre de la puerta. Abrí. Mi enemiga me pidió muy zalamera permiso para entrar. Atónito por su cama bio de actitud, creyendo estúpidamente en la convivencia pacífica, Se lo permiti. La mujer se fue directamente al baño, lo revisó, y arguyó que el agua se filtraba hacia su aposento, que si yo pretendía que ella, pobre, desamparada anciana, pescara un resfriado, o en el peor de los casos, pereciera ahoga. da. Con una pasta que no podía sino asombrarme, me sugirió que no usara la ducha, sino la bañera. No pude soportar su intromisión, le hice claro que no debía meterse en asunto tan privado. -¡Uame al plomero, señora, a los bomberos, a la policía, a Brick Bradford, pero, por favor, deje de importunamos! Se excusó, desapareció mansamente. Transcurrieron días sin que tuviéramos señales de su existencia. Yo pasaba ante su puerta y me sorprendía acercando el oído, ansioso por saber qué sucedía en el interior, en aquella penumbra que seguramente olía a moho, a trapos viejos y a naftalina. ¿Se habría muerto, la habría asesinado una pandilla de gangsters? Sin duda la televisión, el cine y las tirillas cómicas habían dejado sus huellas en mi imaginación. Los recuerdos flotarían en aquella oscuridad veinte años vieja. ¿No era un ambiente propicio para Drácula? ¿La salvaría Batman? -Mi discurso no vino mal -me jacté ante mi mujer-o Tuve que hablarle fuerte, ¿sabes? Era lo que necesitaba. Una tarde la tranquilidad, nerviosa todavía, saltó como un muelle. El timbrazo fue largo, la ten· sión regresó, acumulada durante días de sonoro silencio. De ah! en adelante el chico, motivado por una majadera intuición, ideó su desquite. Cada vez que sonaba el timbre, empezaba a repicar los pies, correteaba, martillaba el suelo con cuanto objeto caía en sus manos. La respuesta de Mrs. Dugas no se hacía esperar, el timbrazo era interminable, más tarde lloverían las misivas.
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Un día, poseído por una furia descomunal, toqué a su puerta. Se entreabrió de inmediato, como si hubiese estado esperando mi visita. -¿Qué usted pretende? -dije-. ¿Quiere acabar con mi paciencia? -¡Es imposible, imposible, tanto escándalo! ¡Vaya tener que hacer algo, no quiero terminar en el manicomiol -Haga lo que crea conveniente, señora. -He tenido que tomar más somníferos de la cuenta. ¡Dieciocho dólares en píldorasl -Señora, tal y como le aconsejó mi mujer, ¿por qué no cambia sus horas de sueño? ¡Trate y verá, sería una solución estupendal O tal vez Dale Carnegie haya escrito una obra maestra dedicada a los que padecen de insomnio: «Cómo dormir en tres lecciones», no importa el título, señora, léalo, es muy probable que mister Carnegie resuelva su problema. Me dio con la puerta en las nances. Con el correr de los días el chico inventó otra felonía: se paraba en la ventana y chillaba, chilli· dos breves y continuados que me producían una rabia exagerada. Me tenía que contener para no zurrarlo. Como si fueran pocas las molestias del día, por las noches se me hacía dificil conciliar el sueño. La imaginaba en su vigilia, reinando entre sus cachivaches, pulsando los ruidos de la ciudad medio dormida. Pensé mudarme, pero me dije que renunciaba a mis derechos, que no debería dejarme vencer por una vieja puntillosa. Algunas tardes la veía por Broadway, con sombrerito y velo, tomando el sol con UD grupo de ano cianas. Pasaba de prisa mirándola con el rabillo del ojo, pero fingía no verme. Después la veía tocar con el codo a su vecina y juntar las cabezas. Una madrugada un timbrazo me hizo saltar de la cama. Abrí la mirilla de la puerta y la vi, como una aparición diabólica, mirándome directamente a los ojos. Grité, aullé, me tiré de los cabellos. Corrí al teléfono. Antes de que me diera cuenta me
comuniqué con la Policía. Poco después llegaron dos agentes. Les expliqué el caso. Bajaron la escalera, escuché cuando tocaron a su puerta. Esperé. A poco, los dos agentes estuvieron ante mí. -¡Es una pobre ancianital -dijo uno. -No veo como se le ocurre quejarse de ella -dijo el otro. -Si tendrá ya setenta años. ¿Crees que llegará a los ochenta, Mac? -Quién sabe, Joe. Puede que su amante esposo fuera muerto en una guerra contra los Rotos. -Vive solita y desamparada. ¿Podrá dejar en paz a la pobrecita abuela? -Lo meior que puede hacer -dilo Mac-. No se ve bien que un hombre joven y fuerte se queje de una pobre abuelita en ese estado. ¿Usted comprende? ¿Me hago entender? -Te comprende, Mac. Seguro que te comprende. Los vi alelarse hablando entre sí. No sé cuánto tiempo ouedé clavado observando el pasillo, el piso más sonoro del mundo bato el que se guarecía una maldita broja. Corrí a mi cuarto v me sumergí furioso en las páginas de mi manuscrito. A los dos meses de haber comenzado a vivir en aquel infierno, ya pocos amigos me visitaban. Cuan· do aparecían, escamados, me apresuraba a derra· marles. como cubo de agua fria, mi desdichada experiencia. Hablaba con calor, rara vez secundado por mi muier, quien había comenzado a mirarme a hurtadillas, con extrañeza. Los visitantes se aburrían, se largaban molestos, hastiados de mi apasionado monólogo. Al cabo, mis amigos terminaron por esfumarse. Mi mujer y yo solíamos pasar largas
Nuevas reflexiones sobre el modernismo puertorriqueño
Por LUIS HERN¡{NDEZ AQUINO
E
L TEMA DEL MODERNISMO EN LA LITERATURA PUER-
torriqueña ha sido examinado en diversas ocasiones. Enrique A. Laguerre, Adriana Ramos Mi· moso, Josefina Rivera de Alvarez, Francisco Manrique Cabrera, Cesáreo Rosa-Nieves y Modesto Rivera, se han ocupado con espíritu diligente de esta interesante parcela de nuestra literatura. Hace poco, y con motivo de mi curso universitario sobre el modernismo en Puerto Rico, la Editorial Universitaria publicó, precedida de una introducción, mi antología de poetas y prosistas modernistas. En la introducción de esa obra realizo una serie de nuevos enfoques sobre el terna, encaminados a revisar conceptos establecidos que se venían repitiendo sin ulterior examen y que era necesario aclarar. En otros casos reafinno conceptos que juzgo correctos como aportes a los estudios literarios puertorriqueños sobre el asunto. En esta conferencia ofrezco ahora, además, algunas aportaciones reveladoras, fruto de una investigación reciente, que arrojan luz para el esclarecimiento de tan apasionante período de nuestras letras.
PREMODERNISMO
El caso de José de Jesús Domínguez (1843-1898) como poeta premodernista, ha sido mencionado va· rias veces. Desde que Francisco Matos Paoli lo reveló hace años en sus cursos de literatura puertorriqueña, se le prestó atención a este extraordinario poeta, quien no importa su tara romántica, supo asimilar el espíritu de la cultura francesa durante sus años de estudio en París, y trasmitir
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algo de las nuevas corrientes de la poesía francesa en la suya. El Ateneo Puertorriqueño publicó el año 1963, una antología de su poesía con prólogo de Ana María Losada, quien incluyó selecciones de sus libros, además de algunos poemas inéditos. Es urgente que siendo José de Jesús Domínguez no sólo precursor del modernismo en Puerto Rico, si que también en América, se realice un estudio minucioso de su poesía para situarle debida· mente en el lugar de preeminencia que le corresponde dentro de la pléyade del primer momento modernista o premodemismo americano: José Martí, Gutiérrez Nájera, Díaz Mirón, Julián del Casal y José Asunción Silva. De Jesús Domínguez publicó tres libros de poemas: Poesia de Gerardo Alcides (1879), Odas elegiacas (1883) y Las 1lUrtes blancas (1886). Estas tres obras poseen elementos del parnasianismo y algo del simbolismo francés, los dos movimientos que más influyeron en la poesía modernista, dotándola de visión, imágenes, musicalidad y símbolos. Sin embargo, 10 importante radica en que José de Jesús Domínguez, como innovador, se anticipa a poetas modernistas sudamericanos, especialmente Rubén Daría, no sólo en algunos temas sino que en la elocución del verso y su musicalidad, así como en la manera de emocionarse. En el año 1879 y en las Poesías de Gerardo Alcides, un año antes de que Rubén Daría publicara sus primeros versos (1881), seis años antes que Rubén publicara sus Primeras notas (1885) y veintiséis años antes de que diera a la estampa Cantos de vida y esperanza (1905), publicaba José de Jesús Domínguez su poe· ma Una pdgina póstuma, en muchas de cuyas estrofas corre un aire musical y un tanto de emoción
parecidos a los versos de Yo soy aquel que ayer no mds deda, rubeniano de Cantos de vida y esperanza. El que recuerde Yo soy aquel que ayer no mds deda, con su Pan bicorne que va tras ]a hembra, con su hora de ocaso, embeleso y suspiro y su estatua bella de alma sentimental, sensible y sensitiva, evocará e] cuadro rubeniano al escuchar estos versos de José de Jesús Domfnguez: Era Pan, que de estrellas coronado, tras el diáfano tul que lo cubría en el seno del aire perfumado derramaba su canto de armonía.
Era aquella la hora fugitiva de la e:ctrai'ia impresión: ese momento en que el alma, como una sensitiva, se irrita, se estreme con el viento.
La en la el
hora de los éxtasis benditos que vibra, en el ánimo del hombre, voz de los espacios infinitos, eco de una incógnita sin nombre.
Símbolos, visiones, conceptos que más tarde consagrará Rubén Daría en el modernismo hispanoamericano, aparecen ya en la poesía del poeta puertorriqueño hacia 1879. Escuchemos sólo una estrofa de La polka, de José de Jesús Domínguez, para evocar algunos versos de Juventud, divino te· soro: Ella, sus dedos de celeste armrno meció en el arpa con febril pasión, y yo, sencillo, pero ardiente niño, vagaba en Ella con el corazón.
Yen el poema anteriormente citado, Una pdgina póstuma, de Domínguez, aparece la concepción de Edgard AlIan Poe sobre e] sueño y la imaginación, tan fundamental en el modernismo hispanoameri. cano: He venido por eso. Aquí sentado, con la frente desnuda, la Sibila me hablará del Destino, y a su lado vagaré en la creación con la pupila.
Yo también, como Edgardo, lle proclamado los derechos, los lauros halagüeños de la Imaginación, y lle declarado que toda realidad está en los sueños.
Las huríes blancas, publicado en 1886, dos años antes de que apareciera Azul de Rubén Daría (1888), es el libro que con más justeza acredita a José de Jesús Domínguez como poeta premodemista de América, pese a que su nombre haya sido ignorado
por los historiadores y críticos literarios hispanoamericanos. Reúne Las hurtes blancas la mayoría de los elementos estéticos que habrían de prevalecer en la poesía modernista: belleza plástica, musicalidad, color, sensorialismo, sentido cosmopolita, exotismo y evasión. El caso de Manuel Elzaburu Vizcarrondo (18511892), cofundador del Ateneo Puertorriqueño, es de sumo interés para el estudio de nuestro pre· modernismo. Su actitud hace evidente e] interés de escritores y poetas puertorriqueños por las letras francesas. Elzaburu es e] primero de una serie de escritores y poetas puertorriqueños que se interesaron por estudiar y traducir ]a poesía francesa de románticos, parnasianos y algún que otro simbolista. La nómina puede contar con José Gautier Benítez, Federico Degetau y Gonzá]ez, Luis Muñoz Rivera, Manue] Fernández Juncos, Vicente Palés Anés y José A. Negrón Sanjurjo. Sería de gran uti· lidad hacer un estudio de ]a influencia de la cultura francesa en las letras puertorriqueñas durante el siglo XIX, tomando como punto de partida a éstos y otros escritores. Nos interesa Elzaburu como hombre de letras. El escritor de gusto literario, con un idea] de belleza parnasiano, quien sacrificó mucha de su labor tratando de alcanzar ]a perfección formal. A este idea] perfeccionista se debe, y ello ha sido objeto de comentarios por su contemporáneo Manuel Fernández Juncos, "que hoy no tenga Puerto Rico ni siquiera un libro del más atildado y pulcro de sus prosistas". No solamente tradujo Elzaburu una serie de poemas parnasianos de Teófilo Gautier. Vertió al castellano también algo de Alfredo de Musset y de Alfonso Daudet. Traducciones que decía Menéndez y Pelayo "eran muy lindas y debían figurar en las antologías de poesía puertorriqueña". Antes de su muerte hizo un viaje Elzaburu a Francia, donde se puso en contacto con las corrientes simbolistas de la poesía francesa. Interesaban a nuestro escri· tor ]a figura y ]a poesía de Pablo Ver]aine, quien venía de vuelta de sus pecados y cantaba a nuestra Señora ]a Virgen María. Era el Verlaine de] Creo ptlscule du soir mistique, obra que esperaba tra· ducir E]zaburu, según había comentado entusiastamente con sus amigos. Su muerte temprana nos privó de leer sus traducciones del creador del sim· bolismo. Además de ser Elzaburu animador de] grupo de poetas y literatos que frecuentaba su bufete, bau· tizado entonces con el nombre de Parnasillo, al estilo de los que había en España, que eran un remedo del Parnaso francés, fue iniciador en Puer· to Rico, y quien sabe si en España, donde colaboraba en revistas y periódicos, de unas prosas líricas al estilo de las que usaba en sus poemas en prosa 29
Baudelaire, que tienen sus antecedentes en el romántico alemán Novalis. Este tipo de prosa poe· mática fue utilizado por los modernistas hispanoamericanos y la intentaron algunos puertorrique· ños. A las suyas dio Elzaburu el nombre de Notas de mi cartera, en un principio, y luego pensó recogerlas en un libro titulado Balsamias, que nunca se publicó, y el cual llevaría un prólogo de José Gautier Benítez. EL T~RMINO MODERNISMO y RUBi1N DAlÚO
El término modernismo, aplicado literalmente, fue utilizado por primera vez en Puerto Rico en el año 1889 por el crítico Manuel Fernández Juncos. Es sorprendente que esta fecha coincide, más o menos, con la misma en que Rubén Darío utiliza el término en hispanoamérica. Lo utilizaba el crítico puertorriqueño para elogiar a un joven que daba a la estampa su libro Violetas. Decía de José Gordils. su autor, don Manuel, lo siguiente: "Trae a la Ifrica puertorriqueña una nota de modernismo digna de aprecio y una tendencia subjetiva en la cual nadie babía insistido tanto entre nosotros... tienen además las composiciones de Gordils una melodía penetrante." Sin embargo, la poesía de Gordils no era poesía modernista como ésta se entendió más tarde en América. El término. según 10 utiliza Fernández Juncos. se refiere a algo nuevo, que no existía en la vieja poesía. Darío lo utilizaba en sentido equivalente a modernidad, refiriéndose a tendencias seguidas por los poetas y escritores. Volvió Fernández Juncos a utilizar el término tres años des· pués, refiriéndose a Rubén Darío. de quien decía en su periódico El Buscapié: "Rubén Daría es el poeta admirable que ha sabido fundir en molde griego la gallardía de la escuela clásica española y las exquisitas delicadezas del modernismo francés." Otro crítico, el traductor y poeta de ideas políticas asimilistas Francisco J. Amy, hizo uso de la palabra modernismo en 1895. en sentido de movimiento poético francés de "extravagancias fin de siglo, producto de la especial civilización parisiense, el cual no tiene razón de ser en ninguna otra parte y menos en esta Virgen del Mundo", refiriéndose a Puerto Rico. La palabra modernismo casi fue una mala pala. bra. En 1895, seis años después de usarla Fernández Juncos, quedó incorporada en el Diccionario de la Real Academia, tras largos debates, y así figura hoy día como: "Afición excesiva a las cosas modernas con menosprecio de las antiguas, especialmente en artes, literatura y religión". No en balde di·
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ría Rubén Daría en un famoso poema más tarde: "De las academias, líbranos Señor". Sobre Rubén Daría y sus relaciones con Puerto Rico, lo que implica el advenimiento temprano del modernismo en nuestro país, se ha dicho muy poco. El desconocimiento de estas relaciones ha movido a muchos a decir que el modernismo vino tardíamente a Puerto Rico. Es 10 cierto que para el 1890 el periódico El Buscapié, de Fernández Juncos, reproducía Arranques, La ninfa y Un marco humilde para un lienzo de oro, del poeta de Nicaragua. Posteriormente la Revista Puertorriqueña, dirigida también por Fernández Juncos, publicaba El pd;aro Azul y La risa, y el periódico El Clamor del País, publicaba en 1892 la Sinfonía en gris mayor y Rosas andinas, del poeta nicaragüense. Otros periódicos locales reproducían para la misma época poesía y prosa de Rubén y de poetas del premodernismo hispanoamericano. Un becho importante, que nos acerca más al primer Rubén Darío, demostrativo a la par de la curiosidad y afán del poeta nicaragüense por conocer la geografía y los hombres de América, fue la visita que realizara a San Juan el 3 de diciembre de 1892. En El Buscapié dio don Manuel Fernández Juncos la noticia de la visita, señalando que el va· por correo en que venía de España Rubén Daría, acompañado de don Ernesto Restrepo, se detuvo sólo algunas horas en el puerto de San Juan, sin haber tenido tiempo para hacerles conocer a los dos viajeros los escritores y hombres de ciencia más distinguidos de San Juan. Aunque Daría no volvió a pisar tierra puertorriqueña, estuvo pre· sente en sus colaboraciones a las revistas y periódicos, en sus libros futuros y en el epistolario amistoso que sostuvo con Fernández Juncos y mucho más tarde con Luis Lloréns Torres. En febrero, 11 de 1895, El Buscapié publicaba la noticia siguiente: "Un periódico, de Alajuela, Costa Rica, llegado hoy, trae la noticia de haber fallecido en Buenos Aires el inspirado poeta y cultísimo literato Rubén Daría, muy querido amigo nuestro y colaborador de El Buscapié y la Revista Puertorriqueña. Esperamos que no se confirme tan triste nueva." La noticia, que resultó falsa, se divulgó por toda América del Sur. Un crítico puertorriqueño, José Contreras Ramos, quien se hallaba en Santo Domingo y colaboraba en la revista El Hogar, de aquel país, escribió a razón de dicha noticia una página sobre Rubén Daría y su poesía, en que en· juiciaba el desarraigo rubeniano de la tierra de América, anticipándose en algunos puntos a la crítica negativa que posteriormente se haría contra el autor de Prosas profanas, libro publicado en el año siguiente, y que habría de ser la biblia del movimiento modernista.
Decía Contreras Ramos, entre otras cosas, lo siguiente: "Valera lo ha dicho. Ningún hombre de nuestra raza hubo nunca más saturado del espíritu galo que Daría. Ese fue a un tiempo su error y su acierto, su Calvario y su Tabor. Nació en América, en estas tierras criollas tan dignas de ser amadas, y fue traidor a la patria intelectualmente ha· blando. ¡Cuántos hay como éll ... No es tiempo ni oportunidad de hablar de escuelas literarias ante el cadáver de un ilustre escritor. Naturalista, romántico o decadentista, ¿qué más da? Pero hay que ser criollos, americanos. Los que como Casal y Daría reniegan de la pobre patria criolla por aquel París, sol que brilla allá lejos, serán grandes, pero si pueden ser sentidos, jamás serán amados... " LITERATURA DE ENTRESIGLOS
En 1887 se lamentaba Manuel Fernández Jun· cos de que "en Puerto Rico hay literatos y no hay literatura". Y el crítico puertorriqueño antes meno cionado, José Contreras Ramos, exhortaba dos años después a los poetas a "cantar, puesto que vivimos en este siglo forjador de libertades, la naturaleza ebria de sangre y radiante de luz; hay que burilar lo grande de este siglo en la forma poética, sus glorias, sus martirios, sus pequeñeces y sus radiantes amores de eterna libertad; puesto que somos de América, de esta tierra hermosa y pura sobre la cual han caído tantas lágrimas de reconocimiento y tantas maldiciones de inmensa amar· gura". Incluía Contreras Ramos como posibles temas, lo indígena, las hazañas de los conquistadores y de los fundadores de América. En tono amanes· tativo exclamaba: "Ah, vosotros, los que teniendo naturaleza tan brillante e historia tan dramática, estáis aún en la época del clasicismo bucólico, no tenéis perdón de Dios; y ya que no queréis cantar ni historia ni naturaleza, dadnos la estrofa nerviosa de un Teófilo Gautier, la dulce tristeza de un Musset, la plasticidad de Sully Prudhomme o la canción científica de Leconte de Lisie, y si nada de esto sabéis hacer, enmudeced; no sois dignos de la luz." Lo cierto es que a pesar de las señeras figuras literarias que había producido Puerto Rico, desde el inicio de sus letras, desde mediados del si· glo XIX -Alonso Pacheco, Alejandro Tapia, Gautier Benítez, Salvador Brau, Lola Rodríguez de Tió, José Gualberto Padilla, Francisco Alvarez, Manuel María Sama, Rafael del Valle Rodríguez, José de Jesús Dominguez y Manuel Elzaburu-, unos distantes y otros cercanos en el tiempo, todavía nuestra poesía andaba a finales del siglo atada al carro de las reglas de la literatura peninsular, y la poesía oscilaba entre el Escila y Caribdis del neoclasicis· mo y el romanticismo español.
Es precisamente dos años antes de que salga el siglo, cuando Puerto Rico va a entrar en una nueva etapa de su vida política, que ocurre la invasión norteamericana para aplastar el espíritu de creación artística puertorriqueña. Sin embargo, la creación modernista insular daría señales de vida en 1899, produciéndose así las primeras manifestaciones del modernismo, mucho antes de lo que han señalado algunos críticos. El proceso de invasión y nortearnericanización de Puerto Rico fue elemento que actuó de inmediato contra el desarrollo de la poesía modernista, que fue lento durante los primeros años del siglo, hasta que en 1911 comenzó a tomar auge. Al desarrollo moroso de esta lite· ratura contribuye además el ciclón de San Ciriaco, ocurrido en 1899 también, costando centenares de vidas y millones de pérdidas de dólares a la agricultura puertorriqueña. La crisis económica y el derrotismo puertorriqueños fueron evidentes. No en balde se lamentaba el escritor Sebastián Dalmau Canet, un mallorquín acriollado, de la si· tuación literaria de Puerto Rico en 1903. Se diri· gía al poeta don Manuel María Sama en los siguien· tes términos: "¿Ha notado usted señor Sama, por qué rara coincidencia a raíz del régimen americano se ha efectuado un descenso intelectual visible en todas las manifestaciones de la cultura literaria del país? ¿Por qué no escriben los grandes literatos? ¿Será que faltos de atmósfera y de estímulos que los alienten han dejado el paso franco a la juventud naciente, que según el señor Fernández Juncos, ¡fíjese bienl, es la única que hace el gasto de papel y tinta?... Quienquiera que haya leído la historia literaria de la Isla habrá visto con inmen· so dolor cómo una sombra parecida a la noche siniestra, tapa los horizontes de esta Antilla... Exa· minando el parnaso de ayer, comparándolo con el de hoy, salvo grandes excepciones, no es posible desconocer que su literatura está herida de muer· te, yace como aletargada esperando de la mano invisible que la levante."
PRIMEROS MODERNISTAS
Se ha dicho que hubo una pugna entre pamasianos y modernistas en Puerto Rico durante los comienzos del modernismo. La aseveración es tao jante. No creo que se pueda sostener sin probarse. No había tantos parnasianos del todo a finales de siglo, no empece los traductores de poesía francesa y el interés de algunos de nuestros poetas por el parnasianismo. La primera crítica antimodernista fue anónima. Apareció en el año 1903 en una edición del semanario artístico y literario Los domingos del Boletín, que dirigía en San Juan el periodista español don 31
José Pérez Losada. Alguien que se escudaba en el seudónimo de Luis Falcato arremetía contra los poetas modernistas: Que se llaman modernistas para distinguirse en algo del resto de los mortales que nada modernizamos. ¡Decadentistas insignes! Poetillas de vuelo bajo que la luz de un candil toman por los fulgores del astro. Que rompiendo antiguos moldes al ecl1ar los pies por alto hacen tritoas el buen gusto sin dejarle un hueso sano. Más tarde, en 1907, el escritor y poeta romántico con influencia parnasiana Félix Matos Bernier, dedica en su libro Isla de arte dos ensayos -Modernismo y decandentismo y Musa moderna, así como algunas otras críticas y comentarios, al modernismo. Comenta los poemas Helios y Leranlas de Nues· tro Señor Don Quijote de Rubén Daría adversamente, considerándolos estupros literarios. Prefiere a los modernistas españoles Francisco VilIaespesa y Eduardo Marquina, así como a los hispanoamericanos Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón, que se le antojan superiores a Rubén Darío. Lo que mortifica al crítico en la poesía de Rubén es lo que denomina "extravagancias incomprensibles, fuera de toda regla, que abaten las fuerzas del idioma, violan las leyes materiales del ritmo y ponen en conflicto el sentido común de los poetas verdaderos". Veía también Matos Bernier en la poesía una misión educativa, por 10 que la ponía al par con la ciencia, el industrialismo y la política. Tengo para mi que Matos Bernier no criticaba tomando la poesía desde el punto de vista de la creación artística pura. Su apego a las reglas es visible a través de estos ensayos y su crítica de los poetas de aquellos años. Pero es consolador leerle cuando dice en su ensayo Musa moderna, lo siguiente: "El decadentismo no cuenta con adeptos. Realmente hay innovación, novedad, reacción, pero no puede acusarse a nuestros poetas de haber seguido las corrientes maleantes de la corrupción literaria, si· no que ellos han procurado avanzar, sin caer en las charcas del camino, sin estrellarse en los escollos." Son notables asimismo los elogios que hace de la prosa de Rubén Darío, de la que dice: "En la prosa Rubén Daría es otro hombre. Brilla en su trabajo el escritor sereno, observador, minucioso, colorista. No hace prosa rimada y sin embargo hace versos que son pura prosa... Entre la prosa y el verso de Rubén Darlo hay una sima profunda."
32
Eran aquellos primeros años momento de transición en que los poetas de mayor edad habrían de ver ciertas innovaciones y reformas métricas con bastante pesadumbre y en que barajarían los tér· minos decadentismo y modernismo como una misma cosa. No condenarían del todo al modernismo. No lo hizo Luis Muñoz Rivera. José de Diego lo hizo en cuanto al desarraigo y los malos imitadores de Rubén. Y cuando el poeta y escritor José A. Negrón Sanjurjo lo hizo en 1904, fue para decir, entre otras cosas, lo siguiente: "La literatura puer· torriqueña está contaminada con la lectura, o reflejo de la lectura de los Rubén Daría y los Vargas Vila, de quienes sólo imita los alambicamientos y los extravfos, pudiendo imitar muchas buenas cua· lidades de fondo y de expresión que en esos autores latinoamericanos es preciso conocer." El mismo Negrón Sanjurjo, cuyo afán de perfección poética le sitúa en los lindes parnasianos, presenta rasgos modernistas, y sintetiza en su poesía El torbellino, aquel ideal simbolista llegado a Baudelaire por inspiración de Ricardo Wagner, y que el poeta francés expresa en su soneto Las correspondencias: El vals y mi emoción a un tiempo vibran: luces y ritmos por el aire ondean, colores y fragancias se confunden, arpegios y fulgores se entremezclan. Se ha dicho que el primer poeta modernista, cronológicamente hablando, fue Jesús María Lago. Antes que Lago, cuyos primeros poemas modernistas aparecieron en 1904, Arfstides Moll Boscana habia compuesto en 1899, justamente a los catorce años de edad, el poema Jubilate, una salutación a la primavera, de corte modernista, en que aparece la siguiente estrofa, donde el recurso de la sinestesia es evidente: Viene ya con su canto el azulejo como primer violeta del sonido que deia su perfume en el aEdo y roba al cielo azul su azul reflejo. Era Arístides Moll Boscana (1885-1964) un adolescente prodigio como lo había sido Rubén Darlo. En el año 1905, a los veinte años de edad, publicó en la imprenta del Boletín Mercantil, en San Juan, un libro con título y temas modernistas, en que aparece el poema mencionado anteriormente. Mi misa rosa, que es el titulo del libro, tomado de Prosas profanas, 1896, de Rubén, revela el culto dariano del poeta nativo. Había dicho Darío en el prólogo de Prosas profanas: "yo he dicho en la misa rosa de mi juventud, mis antífonas, mis se· cuencias, mis prosas profanas... " Mi misa rosa contiene sesenta y un poemas, algunos escritos en 1899 y otros de 1900 a 1905, fecha en que el poeta publica la obra. Sorprende en
este poemario la variedad de temas modernistas y los metros utilizados, que fueron los de preferencia del modernismo: eneasílabos, dodecasílabos, tercetos monorrimos, decasflabos, versos alejandrinos y versos con unidades tetrasilábicas, al estilo de las del Nocturno de José Asunción Silva. El tratamiento de la mitología va de lo clásico a lo modernista y circulan por su poesía cisnes, efebos, bulbules, góndolas, marquesas, todo bajo el imprescindible azul. El libro de Moll Boscana no fue comentado en su época, que sepamos. El poeta no publicó ningún otro libro, pero siguió escribiendo poesía que permanece inédita. Después de desempeñar algunos cargos escolares y puestos en el servicio de aduanas, marchó a Estados Unidos, donde se dedicó al ensayismo científico. Pedro Henrfquez Ureña le cita en su obra Las corrientes literarias en la América Hispana como ensayista de temas médicos y hace referencia a su obra Esculapio en Latinoamérica. Murió MoU Boscana en Berkeley, California, el 5 de marzo de 1964, después de haber visitado Puerto Rico años antes, por última vez. Siguió a Moll Boscana como poeta modernista Jesús María Lago (1873-1927), quien comienza la publicación de su poesía, dentro del modernismo ya, hacia el año 1904. Lago no publicó un libro de conjunto como 10 hizo tan tempranamente Moll Boscana, sino veintitrés años más tarde, cuando editó Cofre de sándalo (1927), título que tomó del inventor y poeta francés Charles Cross. En este libro aparece seleccionada su mejor poesía, labrada y pulida durante más de veinte años, si· guiendo el ejemplo del autor de Los trofeos, José María Heredia, cuya influencia es evidente en al· gunos de los mejores poemas del libro. La producción de Lago en revistas y periódicos fue abundante, pero no quiso editar ningún otro libro. Viajó por Europa y las Antillas. Fue presidente del Ateneo Puertorriqueño. Tuvo un hijo malogrado a quien puso el nombre de Rubén Daría. Murió repentinamente el mismo año de la publicación de
Cofre de sándalo. Otro joven poeta de los años -Guillermo AtiJes Garcfa (1882-1955)- se afilió a la corriente modernista y publicó algunos poemas laudatorios a Rubén Daría y Díaz Mirón. En 1904 preparó el libro de prosa y verso titulado Kaleidoscopio, donde aparecen dichos poemas. Esta obra fue publicada en 1905 y contiene también fervientes elogios a Jesús María Lago y una alabanza al libro Pomarrosas de José de Diego. Atiles García se lamentaba en Kaleidoscopio de la situación literaria en la Isla. Decía que: "Existen muchos metrificadores, pero los poetas no pasan de diez; la inconsciencia escritoril, la adulación escasa de vergüenza y el propio reclamo que inmoralidad acusa, han dado nombra-
día de eximios poetas en este país a más de quince alcapurrias literarias, pitanza innoble para los dioses del Olimpo." Atiles Garcia elogiaba el nuevo arte modernista y a Rubén Dario del modo siguiente en su soneto: Aurora deslumbrante es el de Francia, arte como un dios nuevo en una cima en cuyo vaso escultural escancia: Paul Verlaine la belleza que reanima, lo exquisito Pierre Louis de la elegancia y Rubén el diamante de la rima. Atiles Garcfa no fue muy consistente con el modernismo. Publicó otros libros posteriormente, en donde figuraron algunos buenos poemas modernistas entre versos que hacían concesiones al romanticismo ramplón.
EL CASO DE "SOR ISLA": LUIS LLOImNS TORRES
Se ha dicho que Lloréns fue un precursor del modernismo puertorriqueño. Se toma para esa aseveración su libro Al pie de la Alhambra (1899), publicado en Granada, España. En esa obra tan sólo hay ligeros atisbos del modernismo en uno o dos poemas, lo que no le da carta de precursor. Lloréns será modernista mucho más tarde, y tratará de superar el modernismo con sus tendencias panca1ista y panedista. Al pie de la Alhambra era un pequeño devocionario de amor, con un fondo granadino y una protagonista, la novia del poeta, que fue luego su mujer, doña Carmen Rivera, a quien iba dedicado el libro. En el prólogo aparecieron las ideas estéticas del autor, dadas en un estudio que hizo de Granada y sus principales literatos. El libro, de treinta y tres poemas, contiene sonetos y octavas reales, décimas y seguidillas. Se revela en él el post-romanticismo becqueriana y tiene un tanto de sentido popular, por la influencia misma de lo inmediato andaluz, que se expresa por medio de la seguidilla. Para el año 1900 estaba Luis Lloréns Torres. en Ponce, ejerciendo de abogado, carrera que había hecho en España. Abrió bufete en la Plaza Princi· pal. También estaba en Ponce el escritor Nemesio Canales, quien había estudiado la carrera de Leyes en Estados Unidos. Su bufete estaba en la calle Pujals. En el prólogo de un libro de Mariano Abril, de esa misma fecha, titulado Amorosas, hace Uoréns una defensa del cosmopolitismo de la poesía, y subraya que "aquí cultivaremos siempre la poesía aunque seamos absorbidos por el pueblo norteamericano". Y como el libro llevaba un subtítulo, poesías cortas, aprovechaba Lloréns para aseverar que «Campoamor dice en dos versos lo que Gautier 33
Benítez no podría expresar en quinientas estrofas». Polemizó Lloréns Torres por aquellos años en la prensa local de Ponce, con el seudónimo de «Sor Isla. y no «Un crítico Incipiente», como asevera Antonio 5. Peclreira. «Sor Isla. se hizo temible por· que censuró a los poetas consagrados y a las figu· ras importantes de nuestras letras, entre ellos Gau· tier Benítez y Fernández Juncos. El Carnaval de San Juan dedicó un número completo para respon· der a lo que se suponía que eran injurias de parte de Uoréns a la memoria de Gautier Benítez. Además del editorial colaboraron escritores que admi· raban a Gautier. Un periódico de Manatí salió en defensa de «Sor Isla», que tuvo otros defensores. Me parece que estas fueron las primeras reacciones de Lloréns Torres en el ambiente literario de la época. Más adelante nos referiremos a su gran labor dentro del modernismo.
EL
CASO DE
J0511
DE DIEGO
El caso de José de Diego en lo que se refiere al modernismo es de excepción. Si es cierto que anticipa metros que usarán los modernistas, en su poesía del Madrid Cómico y otras revistas madrileñas (1885-1889), la cual recoge tardíamente en su libro Jovillos, publicado en 1916, no llega a ser un poeta ideológica y sentimentalmente modernista. En la primera edición de Pomarrosas, 1904, apareció su poema Génitrix, del cual dijo De Diego en 1918 en una entrevista a Ribera Chevremont: "En 1901 escribí Génitrix, página 197 de la prime. ra edición de Pomarrosas, ya en campo abierto del modernismo." ¿Significaba con esto que había sido el iniciador del modernismo en Puerto Rico? Yo creo que no. Sin embargo el poema es muy sigo nificativo dentro de lo modernista, y creo que a eso se refiera el poeta: metro heptasilábico en sextillas, de rimas esdrújulas asonantadas y rimas agudas en consonante; adjetivación rara, vocabula· rio culto y selecto; sonoridad y sensaciones visua· les y auditivas. De Diego fue admirador de Rubén Darío, pero no se podía conciliar con los modernistas hispanoamericanos que se enfrascaban en el arte por el arte, escapando hacia un mundo de princesas, cis· nes, hetarias y abates, y olvidándose de su circunstancia histórica y telúrica. Pensó en la nacionalización del arte. Estas ideas aparecen esbozadas en la conferencia que dictó en el Ateneo Puertorriqueño el 21 de febrero de 1905, en ocasión de orga· nizarse la Asociación de Escritores y Artistas de Puerto Rico. Entonces aludió al credo del arte por el arte y se refirió al asunto de la nacionalización artística, pidiendo a los poetas nativos cantar a la mujer puertorriqueña «no porque sus líneas sean 34
reproducciones de las purísimas líneas de la \lÍr. gen griega, sino porque de esos senos purísimos ha de surgir la nueva generación que salvará la patria". Poco antes, en el prólogo de Pomarrosas (1904), hablaba del «ideal sufriente y moribundo de su patria en sus versos-, y se lamentaba de las luchas intestinas de los países de Centro y Sud América, por lo que proponía una federación de pueblos para que se elevaran a la altura y se midieran en la fuerza de la gran República del Nor· te, y así existiera el respeto recíproco, el mutuo afecto y se realizara la reconciliación de las razas. Se lamentaba de la pérdida de España, de no tener patria y no crearla con la vida. Su expresión era pesimista y dolorosa. Este pesimismo se nota también en el año 1907. Había convocado el Casino de Mayagüez unos Jue· gos Florales. Formaban el jurado José de Diego, Martín Travieso, Eliseo Font Guillot, y como secretario Tomás C. Vera. Concurrieron al certa· men sesenta y seis poemas. El laudo del Jurado decía en parte: «Nuestra impresión general es que atraviesa una honda crisis la literatura puertorriqueña, y que esta crisis emana y es reflejo del estado sociológico de nuestro pueblo... La nota predominante es de inquietud y angustia, sin que ninguno de los poetas haya alcanzado todavía la visión clara y decisiva de nuestra conciencia nacional, en los confusos horizontes del porvenir. Algún destello se vislumbra ya. Los tiempos y las cosas avanzan y no debe estar muy remoto el día en que, saliendo nuestra isla de su dolorosa evolución, el nuevo ideal cante en las almas y repercuta gran· diosamente en la lírica puertorriqueña." En 1913 y en 1918 repitió De Diego su idea de la nacionalización del arte en entrevistas cedidas a la prensa. Ya se iba aclarando el camino de la poesía puertorriqueña. Entonces condenó De Diego el aspecto evasivo y exótico de algunos poetas hispanoamericanos, y aseveró que da poesía en Puerto Rico debe ser puertorriqueña en estos días creadores del ideal patrio». En 1916 publicó su li· bro Cantos de rebeldía, poemas escritos desde 1898 hasta la fecha. El título evoca Cantos de vida y esperanza, de Darío. La temática de la obra es política. El libro es apasionado y la poesía comprometida, pero comprometida con el ideal libertario del poeta. Y como Darío, que prologaba cada uno de sus libros con un nuevo y jugoso mensaje, tamo bién prologa De Diego este libro rebelde, insistien· do en los aspectos negativos del modernismo his· panoamericano «que apartó de la tierra, del ambiente de los sentimientos e ideales patrios la inspiración y el afán de los poetas nacidos en aquellos dolorosos países, tan necesitados del con· curso de sus filósofos y sus artistas.. Exaltaba a la vez los valores de Rubén, defendiendo su sentí·
do de universalidad y señalando lo grandioso de aquellos sus poemas en que cantaba a las ínclitas razas ubérrimas y su campo de la Nicaragua natal. Más optimista habla De Diego del caso de Puerto Rico «que sufrió también la racha de aquella banal literatura y goza también ahora del renacimiento de su poesía; viejos y jóvenes líricos -decíamarchan a la cabeza del movimiento naciona". Se consideraba el último de esos poetas, que ahora lanzaba sus Cantos de rebeldla, sus gritos de prcr testa y de combate contra el tirano de su patria «a los vientos y el corazón del mundo-o Cantos de pitirre, obra para la cual De Diego había prescrito un formato en cuarto prolongado y ampliado, análogo a la primera edición de Cantos de vida y esperanza, según sus propias pala. bras, fue su última obra publicada, que no llegó a ver, con motivo de su muerte, acaecida en 1918. Libro melancólico e irónico a veces, se resuelve en un fino lirismo esencial. Libro oracional diríamos, que al final de la vida del poeta, da la medida de integridad del patriota, el poeta y el hombre. Un aspecto he dejado para lo último de la poe· sía de De Diego: la cuestión métrica. Sin duda que en 10 que respecta al aspecto formal de la poesía fue un poeta modernista. Desde los juveniles poemas de Jovillos, reconocido en el aspecto métrico por Daría, hasta Cantos de pitirre, en el uso de metros olvidados en la poesía española y las inncr vaciones métricas de De Diego, hubo aportaciones al modernismo. Pomarrosas (1904), libro más conservador en cuanto al metro, presenta no obstante, además del ya discutido poema Génitrix, metros y formas del gusto del modernismo: sonetinos, decasílabos, cuartetos alejandrinos con cesuras esdrújulas y un poema dodecasílabo en tiempo de seguidilla. Cantos de rebeldía es una caja de sorpresas métricas: sonetos de versos de trece sílabas, alejandrinos y polimétricos, como Ultima actio, hecho a base de unidades métricas pentasílabas; sonetinos, pareados, versos alejandrinos y otros versos que van desde las trece hasta las veinte sílabas. Todas estas combinaciones, por supuesto, supericr res a las combinaciones métricas ideadas por Ricardo Jaimes Freyre, el gran poeta modernista y teorizante revolucionario de la métrica, autor de Castalia bdrbara, 1897. En Cantos de pitirre, a pe· sar de las formas populares y tradicionales que emplea De Diego, surgen innovaciones métricas modernistas y el poeta emplea el verso octonarlo y el de veinte sílabas en combinaciones polimétricas. Usa también De Diego en Cantos de pitirre, una novedad métrica, el soneto de diecisiete sílabas con rima consonante aguda, en el poema titulado Ida y vuelta, dedicado al patriota y patricio Ramón Emeterio Betances. Es por lo expuesto anteriormente, que conside-
ramos a José de Diego un caso excepcional dentro del modernismo puertorriqueño, superador de metros, reinstaladar del tema patrio en la poesía y aportador de temas como el latinismo, el hispanismo y el hispanoamericanismo, que habrán de flcr recer en la poesía modernista puertorriqueña. Mar· got Arce, en un excelente libro próximo a ver la luz pública, titulado La obra literaria de José de Diego, hace un amoroso y exhaustivo -perdonad el anglicismo- estudio de este poeta, situándole en su justo lugar. Los
AÑOS CREADORES
Fue hacia el año 1911 cuando empezó el mo· dernismo a cobrar fuerza con un grupo homcr géneo de poetas que colaboraban en la revista El Carnaval, editada en San Juan, quienes se intere· saban por la prosa y el verso modernista. Luis Lloréns Torres, residente ahora en San Juan, Evaristo Ribera Chevremont, Luis Samalea Iglesias, Rafael H. Monagas, Jorge Adsuar, Gustavo Fort, Antonio Nicolás Blanco y José de Jesús Esteves, premiado éste en el certamen del Casino de Mayagüez de 1907, tertuliaban en la redacción de El Carnaval. Se destacaban Esteves y Lloréns por las novedades modernistas. Lloréns había escrito desde 1910 y continuó haciéndolo hasta el año 1913, poemas originalísimos, algunos de los cuales eran piedra de escándalo, como Alyna Lina, Barcarolas, Rapsodia criolla, Visión del auto y La canción de las Antillas. El año 1913 es de mucha importancia para el modernismo. Lloréns Torres funda la Revista de las Antillas, publica Visiones de mi musa, con su manifiesto pancalista y panedista, donde expone ideas estéticas sobre la preponderancia y supremacía de la belleza en la vida y el arte, y sobre la métrica, declarando lo absoluto del verso y la inexistencia de la prosa. Hace Lloréns que la r~ vista sea centro cohesor literario, donde igualmente figuren, junto a los jóvenes, poetas y escritores conservadores. Ese mismo año de 1913 ocurre algo que estimula a los jóvenes: la visita del poeta peruano José Santos Chocano, autor de Alma América. Seis años más tarde será la de Francisco Villaespesa, que también hará vibrar el entusias· mo de la grey modernista. Del papel relevante de la Revista de las Antillas en nuestras letras, nos hemos ocupado en otra ocasión. Revista ecléctica de valor fundamental en el proceso de la cultura puertorriqueña, solamente duró de mayo de 1913 hasta noviembre de 1914, publicándose catorce números, todos ellos de gran importancia. Fueron sus colaboradores eminentes figuras de España y América, entre ellas Rubén 3S
Darío, Francisco Villael:pesa, Rufino Blanco Fombona V Ventura Vega Calder6n. entre otras. De la Editorial Antillana, editora de la revista, sali6 la Biblioteca Americana, que imprimi6 para difusi6n gratuita entre los suscriptores los poemarios modernistas El lardln de Pierrot, de Antonio Nicolás Blanco, Bronces, de Antonio Pérez Pierret, el libro en prosa Osear Wilde, estudio y traducciones de Miguel Guerra Mondrag6n, Puerto Rico Lírico V otros poemas, de José Santos Chocano y Sonetos sinfónicos, de Luis LIoréns Torres, poemario que en su proemio recoge sus nuevas ideas bajo el nombre de Poética del porvenir, ampliando los conceptos del pancalismo y el panedismo poéticos. Estas ideas de LIoréns no tuvieron la acogida que él pretendía entre los poetas puertorriqueños y los antillanos. Al final. Lloréns volvi6 por los caminos de la creaci6n popular criollista, en que dio sus mejores frutos, convirtiéndose así en el poeta nacional puertorriqueño, con un justo sitial al lado de Gautier Benítez y José de Diego. Alturas de América y Voces de la campana mayor, que fueron sus últimos libros, dan idea de la grandeza de LIoréns. En los años 1913 y 14 todavía era objeto de rechifla el modernismo. También lo era Luis LIoréns Torres. Se insistía en llamar a los poetas modernistas decadentes, melenudos y diamantinos. El 23 de agosto de 1913 sali6 una Parodia modernista en Puerto Rico Ilustrado, bajo la firma del seudónimo de «Anticuario Agridulce», que decía:
Modernistas melenudos del rincdn de las cabañas, oierosos seguidores de una escuela inmemorial vuestros versos simbolarios, vuestras pldticas extrañas son huma"las alimañas ' que apolillan de las gentes la masilla cerebral. Modernistas buenos mozos, modernistas diamantinos... ¿Nadie sabe do venís? Desde el suelo de un imperio de hombres brutos y que coronan con castillos argentinos [pollinos su país... Estos ataques y otros, explican las tres cartas de Nemesio R. Canales a Lloréns Torres, en que el crítico y poeta Canales elogiaba la poesía de Lloréns y pasaba juicio condenatorio sobre la crítica de «torta de casabe, los copleros acartonados. y los «poetas ramplones, que a fuerza de amontonar rimas y más rimas como quien amontona ladrillos, llegaban a componer sobre cualquier fruslería ki. lométricas odas de un falso lirismo altisonante y chill6n: odas que luego eran leídas en la botica y premiadas en certámenes y para siempre le aseguraban a sus autores nombre de eminencias literarias, de cuyo genio nadie podía dudar sin cometer irreverencia•. 36
En el año 1914 salía José de Jesús Esteves en defensa del modernismo. Dict6 una conferencia en la Biblioteca Insular, titulada El modernismo en la poesfa. Definía Esteves su posici6n dentro del movimiento modernista y asumía una actitud de equilibrio. Consideraba que el modernismo era tanto una cuesti6n de la forma poética. del significante. como del contenido o significación. Defen· día el arte por el arte, pero rechazaba los extranjerismos y pedía a los poetas cantar el ambientt' puertorriqueño. Combatía a los clásicos puertorri· Queños. excepci6n hecha de Gautier Benítez. Condenaba la pronaeanda y al poeta prooagandista. Pedía orilrlnalidad. En fin. era el modernismo nara Esteves. como una nueva estética cuyo fundamen· to era la espiritualidad. Esteves ofrecía una nómina de los más activos moderni~tas del momento: Ribera Chevremont, Antonio Pérez Pierret, Jesús Maria Lago. Antonio Nicolás Blanco. Luis Lloréns Torres. Rafael H. Monaeas, Manuel Osvaldo García, Rafael Martínez Alvarez v Arturo G6mez Costa. Si a éstos se añade Virlrllio Dávila, con su modernismo moderado. fi· fZUra apartada de cenáculos y grupos. y otras dos figuras que vinieron después -José P. H. Hernández y Luis Palés Matos-, tendremos una buena representaci6n del movimiento modernista puertorriqueño. La prosa modernista fue cultivada en menor escala que el verso. La cr6nica, el ensayo. la estampa lírica, el poema en prosa y la narraci6n. sirvieron de vehículo a los prosistas del modernismo. algunos de los cuales figuraban entre los poetas. En mi libro reciente -El Modernismo en Puerto Rica- he hecho figurar algunos de esos escritores: Nemesio R. Canales. Lloréns Torres. Miguel Guerra Mondrag6n. Miguel Meléndez Muñoz, Rafael Ferrer Otero. Jorge Adsuar Boneta, Samalea Iglesias. Rafael Martínez Alvarez, Luis Villaronga, Evaristo Ribera Chevremont, Luis Palés Matos y Antonio OJiver Frau, estos dos últimos de un modernismo tardío. Ninguno de nuestros escritores modernistas descoll6 en la prosa con los relieves de un Rubén Da· río, un José E. Rodó o un Valle-Inc1án de los pri. meros tiempos; pero es innegable que en algún que otro caso floreci6 la prosa artística de manera excepcional. No se puede decir tampoco que las tendencias esteticistas alejaron a nuestros escritores de las realidades puertorriqueñas. Como la hispanoamericana, fue nuestra prosa modernista con· cisa, lírica, de adjetivación novedosa, de frase ligera, imaginista, pero reflexiva al mismo tiempo. Su tono y su ritmo distintos, superaban la lenta y pesada prosa anterior.
REFLEXIdN' FINAL
Cabe afirmar que el modernismo no llel!Ó tardíamente a Puerto Rico. El problema consistió en que tuvo un lento desarrollo, con motivo de poderosos factores históricos y de otro tipo, que fueron responsables de la indecisión política V la precariedad económica de los años finales del siglo XIX: cambio de gobierno hacia el disfrute de la sobera· nía, 1897; invasión norteamericana de la Isla, con los consiguientes regímenes militares y la devaluación de la moneda (1898); el ciclón de San Cj· riaco, destructor de la agricultura, y por ende, la economía agrícola, 1899, y la creación de nuevos partidos políticos desde 1900 en adelante, que pusieron en pugna. frente a frente, a los integrantes de la familia puertorriqueña. El modernismo se extendió hasta los años treinta, a pesar de que en contra de él reaccionaron movimientos de vanguardia literaria, iniciados ha-
cia el 1921, pero que fueron de vida efímera, como el diepalismo, el euforismo y el ?toísmo. Es a nuestro iuicio el atatayismo, movimiento de vanguardia de más duración, iniciado en 1928, quien da el ~olpe de muerte a la poesía modernista en Puerto Rico y echa las bases de una nueva poesía puertorrioueña. como 10 demandaba Antonio S. Pedreira en lnsutarismo. Lo importante es concluir finalmente Que nuestros poetas y escritores modernistas lograron, como han apuntado algunos críticos de este período de nuestra literatura, dar impulso y renovación a las letras patrias, despertar la conciencia puertorriqueña, defender la tradición y la lengua en momentos cruciales de nuestra historia y co· brar un sentido de universalidad, todo ello en un arte que, a pesar de seguir al modernismo hispanoamericano, ofreció matices originales, que deter· minan y afirman la personalidad puertorriqueña.
Las usuras de Fray Iñigo * Por ADAM SZÁSZDI
ElÚA DIFíCIL CONTAR A FRAY MANUEL JIMÉNEZ
S Pérez
entre los mejores Obispos de Puerto Rico, aunque indudablemente hay motivos para considerarlo entre los más célebres. Tal celebridad tiene dos causas: el carácter bilioso de Su Ilus· trísima, y Fray Iñigo Abbad y Lasierra, confesor y favorito del Obispo. Fray Manuel probablemente procedía de buena fe, pero su celo inquisitorial lo llevaba a veces demasiado lejos. Es 10 que se podría decir de la información que promovió sobre el concubinato -verdadero o supuesto- de doña Clara de la Vega, hacendada de Bayamón y viuda del sargento Mayor Díez de Bonilla, con Francisco Dacosta Pra· ta, administrador de su propiedad. La misma falta de caridad cristiana se puede ver en otra informa· ción que promovió el Obispo contra don Pedro Vicente de la Torre, debido a los insultos que éste profirió contra su Ilustrísima. Todo había em· pezado con un pleito de divorcio entre don José de la Torre -hijo del anterior- y su esposa doña Juana de Lara. Parec-e que Fray Manuel favorecía a ésta, y -según la escasa evidencia a mano- parece que obraba bien. Empero el pasado del suegro de doña Juana no tenía que ver con el caso, a pesar de que -según averiguó el Obispo- fuera un pasado «interesante.. Pues resultó, que don Pedro Vicente no era sobrino del Marqués de la Torre, vecino de Cádiz, como 10 daba a entender a veces, sino hijo de una panadera holandesa, quien -por encima de todo- «babía venido pre· ñada del don Pedro a su casa., Que de la Torre • Est~ trabajo s~ basa en los docwnentos contenidos en el Legajo 2359, Real Audiencia de Santo Domingo, del Archivo General de Indias, copiados por don Generoso Morales Mutloz y puestos a la disposlcl6n del presente autor por la doctora Isabel Gutlém:z del Arroyo.
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vino a Puerto Rico alrededor de 1723 en un barco de registro destinado a Miguel Enrique, mulato mercader y ex-zapatero. Perico de la Torre (que así se lo llamaba) se quedó de dependiente en la tienda de Enrique, entonces la única en San Juan donde vendían telas. Que Enrique le hubiera apa· leado con la misma vara de medir. Que, además, el dicho don Pedro, alias Perico, trató varias veces de estafar la Real Hacienda. Como las autoridades civiles favorecían a De la Torre, hubo aquí un nuevo motivo de desavenencias entre el Gobernador y el Obispo. Por cier· to, esos motivos, justos o no, sobraban. Por ejem. plo, ellO de enero de 1777, el Gobernador José Dufresne escribía al Ministro de Indias, José de Gálvez: Esta Isla, con estar tan poco poblada en los parajes, que titulan pueblos, y po lo son por estar dispersas las chozas o bajíos de paja en los montes que a cada cual acomoda, tendrá más de treinta clérigos, curas y tenientes de cura, y algunos otros sueltos sin destino ni asignación. y exceptuando uno u otro, todos por 10 general no viven sino del trato furtivo y otras granjerías y negociaciones. Y en el día se halla una causa pendiente contra un cura, por tratante con extranjeros, cuyas resultas hace meses tiene peno diente el juzgado eclesiástico, a quien para su castigo se pasaron los autos; siendo escandaloso, que este mismo eclesiástico y muchos otros -porque hay número excesivo de ellos, dispersos por toda la Isla- se mantenga con su curato, y los demás por las costas en distintos partidos, sin aplicación ni utilidad del vecindario...
En la misma carta se queja el Gobernador de que los eclesiásticos no quieren «satisfacer de sus ganados que mantienen en las tierras cuya propiedad es del Rey, con sólo el amparo de la posesión usuaria que se les ha concedido, aquella parte de
pesa que se necesita para la subsistencia de esta Plaza, como lo han acostumbrado y lo cumplen los demás vecinos... » Tampoco querían colaborar con los alcaldes de barrio, establecidos por el coronel Dufresne para la mejor aclministración del campo. La actividad económica de los sacerdotes no constituye sorpresa alguna. Hay que tomar en cuen· ta, que en un medio carente de metálico -como la sociedad puertorriqueña del siglo XVIII- los eclesiásticos eran capitalistas natos, ya que disponían de su congrua, de su herencia, de otros in· gresos clericales, y además estaban exentos de los gruesos desembolsos correspondientes a la vesti· menta de una familia numerosa, principalmente ruinosos si en ella predominaba el elemento femenino. Por esto, en los archivos se encuentran con la mayor frecuencia documentos de índole económica en que intervienen sacerdotes, parecidos al que sigue: .Digo yo, Miguel Traviesso, vezino de Puerto Rico, que rezivf prestados del Padre Fray lñigo Abbad Ja cantidad de quinientos y veinte y cinco pesos, los que me prestó por hacerme merced. y me obligo con mi persona y bienes a pagárselos sin pleyto ni contiendas, siempre que sea requerido con este mi papel de obligación. Y para que conste lo firmo en Puerto Rico, a treinta de Zeptiembre de mil setecientos setenta y cinco años. Miguel Traviesso••
Lo que más sorprende en todos esos documen· tos en la ausencia total de intereses, ya que el dinero se presta cristianamente con la única fina· lidad de "hacer merced". Evidentemente, tan notable caridad ejercida tan universalmente no puede dejar de despertar las sospechas, aún de aqueo llos que nunca oyeron hablar de la duda cartesiana. Y, precisamente el documento que acabamos de citar nos permite, por el pleito que luego susci· tó, iluminar aquello que los protocolos trataron de encubrir. A base del proceso, aparece la historia más o menos de la siguiente manera. Allá, para fines de septiembre de 1775, el comerciante Miguel Tra· vieso, natural de San Juan y de edad de treinta y cinco años, se encontraba en una malísima situación económica. Probablemente por la mañana del último día de septiembre se hallaba en su tienda, sentado en el mostrador, mientras el Presbltero don José del Rosario Jiménez conversaba con José Polanco «sobre reales». Esto habría sido el motivo de que Travieso, luego de haberse despedido el Padre Jiménez, fue tras él y lo encontró en la calle. Según el Padre, "poco le faltó para hincarse de rodillas, diciéndole, que se hallaba muy atrasado, y que le buscase unos reales, o que le
dijese quién los tenía". Jiménez le indicó entonces que los reales los tenía Fray lñigo. Por la tarde se encontraron de nuevo Travieso y el Padre Jiménez. El primero venía muy alegre, y de acuerdo con el Padre le hubiera dicho que consiguió el dinero, «y que sólo le daba de gratificación una pieza de olan, y que había reconocido que el P. Fray Iñigo era muy caritativo y piadoso•. Y Jiménez le respondió que «Dios no faltaba a ningún pobre•• Bien hizo Travieso de darse prisa, ya que poco después llegó José Polanco con la esperanza de conseguir los 500 pesos de Fray Iñigo. Al parecer el Padre Jiménez, quien hacia de intermediario y también recomendó a Travieso al Padre Abbad, le contesto: «Ya Vmd. no los puede tomar, porque Travieso los ha llevado a pagar un 5% mensual.• Lo que en términos actuales significa un interés anual de 60%. Además, el deudor firmó el vale por 525 pesos en lugar de 500, porque si se le caía un mes de los intereses, el prestamista 10 haría eje· cutar inmediatamente y al mismo tiempo cobra· ba el rédito caído. Lo del 5% mensual parece suficientemente probado, ya que el mismo Padre Jiménez lo contó a un número de personas. Además hubo testigos que vieron a Fernando, criado del Obispo y quien vivía en casa de Abbad, venir a casa de Travieso a buscar los 25 pesos del interés mensual. Por algún tiempo Travieso pagaba religiosamente los premios mensuale~. Pero Fray Iñigo tu-
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va que acompañar a Fray Manuel Jiménez Pérez en su visita pastoral de la Isla. Encargó al Padre Jiménez de sus intereses económicos. en cambio de pequeños favores que estaba en posición de dispensar. Valga de ejemplo la siguiente carta. suscrita en San Germán el 5 de mayo de 1776: cS. S. I. concede a Vmd. la licencia que solicita para predicar las Pláticas de que está encargado, en inteligencia de que deberá enseñar los quademos al señor Provisor antes de predicarlas. Aprecio la diligencia que hace por cobrar a Travieso. pero temo mucho que 10 ha de engañar. pues a mi me ofreció en septiembre que me pagaría la primera partida de los 237 pesos, y que de antes de salir haria todo empeño por darme por 10 menos la mayor parte de 525, y con estas promesas me llevó hasta el dia en que salimos, sin haberme dado más que 25, como se lo dixe a Vmd.• y creo que tendremos pleito; vea de pedirle con buenos términos la primera partida de los 127 (sic) pesos. y que para mi arribo me tenga prevenidos los 500, y si no lo hace por bien. execútelo ante el señor Auditor y aviseme de todo.»
Todo no está claro en esta carta; pero aparentemente no se trata de los intereses. sino del prin. cipal, que -según se trasluce de la carta- debería pagarse en dos partes iguales, para con los 25 pesos ya pagados, completar la suma de 500 pesos. Entretanto Travieso dejaba de pagar los intereses, hasta que por fin el Padre Jiménez pudo sacarle 220 pesos, cometiendo la imprudencia de darle un recibo por esta cantidad a Travi~so. Más tarde Jiménez y Abbad alegaron, que los 220 pesos correspondian a otro préstamo que Fray Iñigo le hubiera dado a Travieso con anterioridad a los 500 pesos, y que a esto mismo haría alusión su carta de San Germán. Sin embargo. no pudieron, al parecer, presentar documento alguno en que Travieso hubiera reconocido esa deuda supuesta. De todos modos. al volver Abbad de la visita pastoral, procedió judicialmente contra su deudor. El 20 de noviembre de 1776 Travieso tuvo que entregarle 50 pesos por mano del Teníente de Gobernador Monserrate. Pero, como Travieso no pagaba el resto. el 13 de diciembre Fray Iñigo le exigió formalmente el pago de 475 pesos, más las costas de ejecución. Tres dias después compareció el deudor. En su alegación afirmaba que sólo recibió de Abbad SOO pesos. aunque el vale dijera 525; que tenía del Padre Jiménez un recibo por 220 pesos; que además de esto dio al mismo Padre 25 pesos al irse Abbad a la visita pastoral; 50 pesos entregó en dos partidas al mismo Abbad; dio 50 pesos en dos partidas al criado Fernando; y acababa de pagar 50 pesos por mano del Auditor de Guerra Monserrate: en total 395 pesos. El 18 de diciembre, acusando a Travieso de "proceder inchristianamente", Abbad pedía al Tribunal
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que librara mandamiento contra la persona y bienes del deudor. Se le notificó a éste. que pagara dentro de tres días la deuda y las costas. Dos días d~pues Travieso apeló, pidíendo que interrogaran al Monje sobre las circunstancias del préstamo. El 23 de diciembre Abbad exigió de nuevo la prisión de Travieso. El 9 de enero de 1777 contraataca Travieso. pidiendo interrogatorios, y presenta además el recibo que el Padre Jiménez le había dado el 12 de agosto del año anterior. por 220 pesos. Se lucieron los interrogatorios. con la consiguiente merma en la reputación del Confesor de Su Ilustrísima. Por Orden Reservada del 12 de junía de 1777 se mandó que se remitiera a Abbad a España. Como el Obispo procrastinó. se repitió la orden el 31 de enero de 1778, exigiendo que se 10 enviara csin demora alguna»; lo que fue comunicado al Gobernador Dufresne el 24 de febrero. Por cierto, Fray lñigo Abbad y Lasierra no era el único religioso prestamista. Doña Juana de Andino testificó. que Fray Manuel, lego de Su Señoría Ilustrisima. le había prestado 200 pesos. con un interés mensual de 6%. Tampoco fue Travieso el único beneficiado de los préstamos de Abbad. Por lo menos. los testigos presentados por Travieso atribuyen al monje la reputación pública de prestamista, y señalan concretamente los nombres de Ventura Marcos de Paz, don Francisco de Assis y Agustín Sánchez. como personas quienes re· cibieron de él dinero a interés. Es' verdad que el primero depuso. que aunque Abbad le hubiera prestado dinero en tres ocasiones, nunca le cobró interés alguno, excepto que la tercera vez "le hizo una contribución voluntaria"; y que oyó decir, que Fray Iñigo ofreció dinero sin interés alguno a su paisano don Francisco de Assis. Del otro lado, José Palanca había oído a Ventura Marcos de Paz lamentarse de los crecidos réditos que le llevaba Abbad. Esto lo confirmó Manuel Pérez. El caso mejor conocido, sin embargo, es el del zapatero madrileño analfabeto Agustín Sánchez. La historia remonta al año de 1772, cuando Sánchez -en un botecito de la costa. con otros mari· neros- se trasladó a la isla danesa de San Tomás. y volvió con ropa para vestir y un negrito, que podía tener entonces trece años. Un año después se publicó un Real Indulto para los que hubit:ran introducido clandestinamente esclavos. pero el zapatero no se aprovechó de ello. Algún tiempo después Sánchez se encontraba en una situación económica muy difícil. Yendo a casa de Abbad para calzarlo, obtuvo de él 200 pesos. Según el maestro zapatero, el préstamo era por 12% mensuales, es decir, un 144% anual. El ya mencionado criado del Obispo, Fernando, hubiera ido todos los meses a cobrar los 24 peso~ corres·
pondientes a los réditos. Según Abbad, el présta· mo era por 225 pesos, de los cuales Sánchez le otor· gó recibo (parece, que se trata de la misma técnica usada en el caso de Travieso, de exigir en el vale 25 pesos más de la cantidad prestada). Dice el monje, que no le exigió "interés alguno, sino que le fijó un plazo de tres o cuatro meses; que al pasar ese plazo, se lo extendió por dos meses más, y aunque Sánchez le hubiera ofrecido media docena de pa· ñuelos, él no aceptó; que al expirar el nuevo plazo, convinieron en que el zapatero pagara doce pe· sos mensuales para pagar así el principal; mas que Sánchez sólo llegó a pagar dos meses, y al resistirse a pagar más, Abbad se presentó judiCIalmente ante el Auditor de Guerra, quien "le mandó que dentro de un breve término pagase la expresada cantidad...: y efectivamente, por orden de dicho Señor Auditor se me entregó un Negrito que se va· luó en 125 pesos". Abbad se consideraba sumamente generoso, tanto por haberle prestado dinero a Sánchez, como por haberse contentado con un esclavo que sólo valiera 125 pesos, cuando se le debían 200. Por lo menos, es lo que expresa en su informe al Obispo del 22 de febrero de 1777. A primera vista, se podría aceptar esta historia, aún cuando hay motivos para mostrarse es· céptico frente a la generosidad del monje, encontrado culpable de usura en el caso de Travieso. Pero hay más. Un esclavo de unos dieciséis años valía, por lo menos, unos 250 pesos. Además, Fray Iñigo mentía al afirmar que recibió al esclavo por sentencia judicial del Auditor de GUerra. A este respecto no debe haber duda razonable, ya que existe el testimonio negativo del alguacil que intervino en este asunto. Según el alguacil Manuel Martínez, le llamó un día el Padre José Segovia, quien vivía con el Au· ditor de Guerra, en la misma casa, y le dijo que trajera a Agustín Sánchez en nombre del Auditor Monserrate; lo que hizo, efectivamente. Al llegar allí, según lo cuenta Sánchez, apareció el Padre Segovia, y le dijo: "¡Conque Vm. debe al Padre Fray Iñigo 114 pesos!" Pues según el zapatero ya le hubiera pagado, en los diez meses anteriores, 100 pesos a Abbad. Le contestó a Segovia, diciendo que era hombre de bien, que pagará lo que debía como hasta alli estuvo pagando, y que además le daba a Fray lñigo un 12% mensual. Segovia replicó: c¡Eso no es 10 que se le pregunta a Vm., sino si le debe al Padre Fray lñigo los ciento y catorce pesos!. Sánchez contestó que sí, y que los debía del rédito. En esto llegó Abbad, y refiriéndose al interés, Segovia le hubiera dicho: «¿Padre, cómo tiene Vm. alma para eso? A lo que Fray Iñigo hubiera contestado, que se trataba de un rédito para el dotecito de una monja. En esto salió de su despacho Monserrate, y al preguntar de qué se trataba, Se-
govia le informó que Sánchez le debía 114 pesos a Abbad. Entonces el Auditor de Guerra le ordenó al zapatero que pagare dentro de cinco días. Sobre este último punto están conformes las partes. Sin embargo, la evidencia contradice la alegación del monje, de haber obtenido al esclavo mediante sentencia judicial. Según el alguacil Martínez, Abbad le encargó que requiriese a Sánchez para el pago. Martinez así lo hacía, aparentemente sin éxito. Pasando una vez por la casa del monje, le preguntó si Sánchez le había pagado ya; a lo cual Fray lñigo contestó: "Ya estamos compuestos" y le dio al alguacil una propina de dos pesos fuertes. En su primer testimonio, Miguel --el escla\to de quien se trata- declaró que Ignacio García, cuñado de Sánchez, le contó que por orden del Auditor de Guerra se lo traspasaba a Fray Iñigo. Garcia, sin embargo, declaró que nunca tuvo conocimiento de la supuesta sentencia; y en su segundo testimonio, Miguel se retractó, diciendo que el mismo Abbad le había instruido en el sentido de su primera deposición. En cuanto a Sánchez, su versión es la siguiente: Que tras su ida a la casa de Monserrate, trató de vender el esclavo, pero no lo consiguió, pues siendo de contrabando, no estaba marcado. Abbad le decía, que si no vendía al negro o el solar que poseía, lo haría meter en la cárcel. Según Abbad, en su informe al ObiSpo, el zapatero rápidamente hubiera puesto su solar a nombre ajeno, para sustraerlo a una acción judicial. De cualquier manera, consta que al pasar un día por la zapatería Felipe de la Espada, mulato libre de veintitrés años, lo llamó Margarita Garda, mujer de Sánchez, "y le pidió por favor fuese a llevarle el negrito Miguel al Padre Fray Iñigo Abbad, y que le dijese de su parte, le mandase seis pesos más de la cantidad que le debía su marido, por ser una pobre". Es lo que declaró el dicho Felipe de la Espada; y añadió, que Abbad recibió a Miguel y en cambio le dio seis pesos y un recibo. El recibo era por 132 pesos y cuatro reales, según testimonio del zapatero. Resumiendo, aparte de los intereses, que probablemente cobró, Abbad recuperó lo que quedaba del principal de su préstamo, y bastante más, ya que el esclavo tendría un valor mínimo de 250 pesos, lo que representa una ganancia de más de 90 pesos, es decir, de 45% del principal. 1 Además, no poseía título legal del esclavo, ya que éste era de introducción ilícita, no existía documento notarial alguno en su favor, y la supuesta sentencia judicial, a parte de adolecer del defecto de que no constaba en ningún documento-- ya que diz que l. SAnchez alegaba haber pagado. entre intereses y principal, 440 pesos, ClI decir, una ¡anancla neta de 120 % para Abbad.
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era oral- según toda la evidencia nunca fue otor· gada. Monserrate le dijo a Sánchez que pagara dentro de cinco días; pero esto en sI no transfería al esclavo del zapatero a! monje. Por lo tanto, Fray Iñigo resulta a todas luces culpable de proceder maliciosamente y sin honradez al afirmar lo contrario. Aun así, Sánchez se quedaba privado de su esclavo y bien escarmentado para la próxima oca· sión en que necesitara dinero. Empero, parecía que le llegaba la oportunidad de recobrar algo de lo perdido, al suscitarse el pleito entre Abbad y Travieso, pleito en que intervino el zapatero en calidad de testigo presentado por Travieso. Inspirado en el ejemplo de éste, de enfrentarse al monje, hizo redactar un memorial con el cabo Joaquín Hurtado, el S de febrero de 1777, en el cual exponía su caso al Obispo. Los familiares de éste no lo dejaron entrar, pero si entregaron su escrito a Fray Manuel Jiménez Pére.z:, quien -en documento fechado en 6 de febrero- ordenó a su confesor, contestara las acusaciones del zapatero. Al no recibir contestación del Obispo, el 18 de febrero se dirigió Sánchez con su queja al Gobernador, quién acudió dos días después a Fray Manuel en busca de información. La carta de Dufresne surtió efec· to, ya que el 22 de febrero Fray lñigo rindió su informe al Obispo, en que negaba los hechos, no del préstamo, sino de la usura, e insinuaba que Sánchez era mero instrumento de la "apasionada malicia" de un tercero. El Obispo no iba a dudar de la palabra de su confesor y hermano de religión, y en tal sentido contestó a! Gobernador el 24 de febrero, remitiéndole el informe de Abbad y pidiendo que no se castigare a Sánchez, "pues no es él, sino algún malicioso papelista de los muchos que hay en Puerto Rico, el autor de estos memoriales". En consecuencia, al día siguiente Dufresne emitió este decreto: Respecto a que estoy cerciorado de la impos· tura calumniosa de este individuo, devuélvasele su memorial, apercebido para que en lo sucesivo se contenga, omitiéndose por ahora su condigno castigo por otras justas consideraciones. A pesar de este rechazo categórico y violento, Sánchez no se dio por vencido, y el 1." de marzo pidió que le entregaren copia de los documentos, para apelar a! Consejo de Indias. Su pedido fue concedido por el Gobernador en decreto del 6 de marzo, añadiendo, sin embargo, que «no se admitirán jamás de esta especie ningunos /recursos/ en este tribunal». Evidentemente, el Coronel Dufresne no quería romper la armonía entre «los dos cuchillos, pon· tificio y regio» por causa de Sánchez, aun cuando el Presbítero Silvestre de Jesús Echevarría no hu·
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biera dicho exactamente la verdad al describir a su cliente Abbad como «Sacerdote de ejemplar vida y noble nacimiento», y a su adversario como «zapatero vil en linaje y operaciones». Pero es significativo lo que el 9 de marzo escribía el Gobernador al Ministro de Indias, José de Gálvez: Aunque estoy persuadido que en este correo se quejará Agustín Sánchez de injusticia en no ha· berle oído, y he penetrado su razón en este reclamo, conociendo que cuanto expone en sus memoriales es verídico y constante, pero me he visto en la indispensable necesidad de suspender toda la fuerza que debía tener la acogida del mismo reclamante a la Real protección en mi amparo, con la firme esperanza que la poderosa mano de V. S. l. se servirá poner a todo el remedio... En cuanto a! monje, Dufresne se expresa de la siguiente manera: ...sin duda puede y debe reputarse por un ci· zañero perturbador de la paz, y aun infidente ca· lumniante a su Prelado, a quien por medios los más astutos de la inventiva, hace creer que aquí le capitulan y forman swnaria, valiéndose acaso dicho Padre de algunos o algún paje de la propia familia..• Agustín Sánchez sí elevó una petición a Gálvez, 2 el 17 de marzo, mas naturalmente el Ministro de Indias tenía otras cosas que hacer. El asunto hubiera quedado enterrado para siempre, si no hubieran ocurrido otros incidentes que movieron al Gobernador y a su Teniente a revivir el caso a fines del mismo año de 1777. De un lado, al inclinarse el pleito con Travieso en contra de Abbad, éste y el Obispo trataron de chantajear al Auditor de Guerra Monserrate con la amenaza de revelar el secreto de su matri· monio, incurrido sin licencia regia. Al fracasar es· ta maniobra, Fray Manuel Jiménez Pérez hizo público el matrimonio, el 13 de junio. Este hecho podría considerarse como una declaración oficial de guerra entre las dos autoridades. Del otro la· do, ya en carta reservada a Gálvez, del 12 de mayo, Dufresne pedía la expulsión de Abbad de Puerto Rico; y en este sentido se emitía un Real Decreto el 13 de octubre.1 Sin embargo, Abbad estaba a punto de embar· carse en la balandra uSan José», como comisiona· do para llevar el cuerpo de San Celestino Mártir a Barcelona (Venezuela). Ya que se les escapaba la presa, el Gobernador y su Teniente probable2. A Sánchez le aslstla en estas papeleos el amante de su mujer. el subteniente Francisco Xavler De Resa. Favorablemente impresionado, el Auditor de Guerra se wmunicaba con B a través del escribano de GobIerno, don Martln Campderros. 3. Ya en Cl!dula dada en AranJucz el 12 de Junll) de 1m se le ordenó al Obispo que enviara a su confesor a Espada, mll5 la voluntad real no tuvo cumplimiento.
mente movieron a Sánchez para que éste se denunciara, el 8 de noviembre, por haber introducido clandestinamente al negro Miguel, añadiendo además, que Fray Iñigo estaba a punto de llevárselo consigo, sin licencia, y que 10 había carimbado clandestinamente, con marca falsa. Entre tanto Abbad -tras haber alquilado a Miguel al capitán José Rubalcoba, quien a su vez lo mandaba a Miraflores para que le ganara el jornal- traspasó el esclavo a poder del obispo, después del 29 de septiembre de 1777, probablemente para extraerlo a cualquier acción judicial en su contra, aun cuando no hay constancia que el traspaso hubiera sido oficial. Es del palacio episcopal que se trajo a Miguel para que fuera reconocido por las autoridades. Los Oficiales Reales pudieron constatar que el esclavo «estaba marcado en el hombro, o espaldilla derecha»; pero esta marca no correspondía ni a la que estaba en uso entonces. ni tampoco a las dos antiguas que se guardaban en la Real Contaduría. El mismo 10 de noviembre Miguel fue sometido a interrogatorio, y declaró que 10 habían marcado en casa de Sánchez, pero que no sabía quién 10 hizo, ya que estaba dormido. Hay que suponer que dormía muy profundamente. Declaró además Miguel que desde que 10 marcaron, sólo pasó un día en San Miguel. Sin embargo, dijo que Abbad, al ad· quirirlo, se 10 había llevado a la visita pastoral, durante la cual fue bautizado en Cabo Rojo. No se les escapó a las autoridades que desde el comienzo de la visita pasaron dos días de San Miguel. El esclavo se retractó entonces declarando que fue marca· do después de la visita, en una casa junto al Santísimo Cristo de la Salud. En su segundo testimonio, el 12 de noviembre, Miguel confesó que fue por instrucciones de Abbad que dijo que 10 marcaron en casa de Sánchez. Completó su primera declaración sobre la forma en que lo carimbaron. Según este testimonio, una noche Abbad lo envió a buscar algo junto a la capilla. Al acercarse a ella, un hombre vestido de camisa y calzón largo 10 llamó y lo hizo entrar en una casa. Salió a encender un cabo de vela, y llevando luz, puso a calentar en ella un hierro. Desabrochó la camisa de Miguel y la viró. Luego estuvo tanteando el hombro en busca de la parte más blanda, que untó con aceite tomado de un pozuelo. Le puso el hierro poco a poco, y después le dijo que fuera a su casa, pues aquél era el mandado a que iba. Cuando Miguel llegó a la casa, Abbad estaba platicando con otros sacerdotes y no 10 vio. Miguel le enseñó la marca al negro cocinero de Abbad, diciéndole: «Mira, hombre, qué picardía han hecho los blancos conmigo.. Al otro día Fray Iñigo se le acercó, preguntándole: «¿Qué tienes ahí?- A lo cual contestó el esclavo: .¿Pues su merced no me ha
mandado hacer esto? Abbad se rió, y no pasó más. Miguel no pudo identificar la casa en la cual 10 herraron, excepto que era terrera y a mano derecha, caminando hacia la capilla. El 6 de diciembre el escribano de Real Hacienda, Juan José Cestero, certificó que en la última cuadra de la calle del Cristo, del lado indicado, había una sola casa terrera, que era la cuarta casa desde la esquina, y pertenecía a los presbíteros don Silvestre y don José Echevarría. Al primero de ellos se refiere Dufresne como paniaguado de Fray lñigo, y al salir éste de la Isla fue su apoderado. A la luz de la evidencia presentada no queda duda razonable de que fue Abbad quien hizo mar· car clandestinamente a Miguel, tanto más que Sánchez presentó como testigos a varias personas a quienes había ofrecido en venta al esclavo a bajo precio, y no quisieron comprarlo por no haber sido carimbado. El 12 de noviembre el Gobernador y los Oficiales Reales declararon por decomiso al esclavo. El día siguiente se dictó auto para que el obispo entregare al negro y se detuviere al monje. Hubo un intercambio de autos entre las dos autoridades. Al final Miguel fue depositado en casa del escribano don José de Reyna, Abbad quedó en libertad, y Sán· chez estuvo en la cárcel hasta el 26 de noviembre, en que salió bajo fianza y se le señaló su casa como cárcel. Miguel le dijo al escribano Reyna que no le importaría volver a casa del obispo, pero no quería estar de nuevo al servicio de Abbad. Fue vendido en pública subasta, pero el monje volvió a adquirirlo de segunda mano. Se lo llevó consigo, al salir por fin de Puerto Rico, en mayo de 1778, tras dos Reales Ordenes, de 31 de enero y 24 de febrero, que nuevamente exigían su vuelta a España. En España, donde no se conocían los detalles del proceso, Abbad obtuvo una Cédula, de 19 de agosto de 1778, que ordenaba que se le devolviera el esclavo hasta que se feneciere la causa. La Cédula estipula además, que Miguel volviera al ser· vicio del obispo, «con tal de que aquél afiance con persona lega, llana y abonada su valor y las resultas del juicio». Es evidente la mala fe de Abbad, ya que el es· clavo estaba en su poder y, además, supuestamente lo había traspasado al obispo, en cuyo caso había que devolvérselo a éste. Aunque la Cédula asigna el esclavo al servicio del obispo, esto no podía cumplirse, ya que Miguel estaba en España. Al llegar esta Real Cédula a Puerto Rico, el Padre Silvestre de Jesús Echevarría, apoderado del monje, presentó el correspondiente reclamo. El Gobernador denegó su cumplimiento el 23 de octubre, alegando que la Cédula había sido obtenida su· brepticiamente, y que estaba remitiendo los docu43
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mentos del proceso a España. El 2 de diciembre el obispo reclamó ante el Rey contra la negativa del Gobernador. El 23 de julio de 1779, el fiscal del Consejo de Indias dictaminó -en ausencia de los autos del proceso que no habían llegado- que se debía devolver a Fray Iñigo el importe que se pagó por el negro en la subasta. Medida equívoca, ya que al mismo tiempo debía otorgar fianza por el valor del esclavo. Y, como ya dijimos, Fray Iñigo y el obispo habían alegado, en noviembre de 1777, que Miguel pertenecía a Su Ilustrísima. Fray Iñigo Abbad no carecía de conexiones en la Corte, entre ellos «un hermano acaudalado. de Fray
Manuel Jiménez Pérez, según aparece de una carta de Dufresne a Gálvez, del 19 de octubre de 1778. Según la doctora Isabel Gutiérrez del Arroyo, quien se basa en el testimonio de José J. Acosta, por Real Cédula de 29 de junio de 1780, se declaró inocente a Fray Iñigo del delito de falsificación de la marca. También cuenta la doctora Gutiérrez del Arroyo - en su estudio preliminar de la Historia de Abbad - que Fray Iñigo, hermano del Inquisidor General Manuel Abbad, fue nombrado abad mitrado de San Pedro de Besalú, y en 1790 consagrado obispo de Barbastro. Eran los «buenos tiempos. que pronto llevarían a España al lamentable episodio de Bayona.
«Lofza Aldea» (grabado), por Rafael López del Campo
Porque tu amor es siempre amanecida... Por
OLGA RAM1REZ DE ARELLANO DE NOLLA
Certamen de poesía Sociedad de Autores Puertorriqueños, 1966 Primera mención honorífica
Esta isla de mi alma está mirando la Isla de mis mares y mis cielos separada de un mundo de montañas y dejada a las olas ya los vientos. Ala posada, pecho de turpial subido a los ramales de mi verso para decirme en una voz de fronda purezas de jazmín y de silencio. Estrella temblorosa e inocente con ojos luminosos y andariegos caída en el regazo de las aguas. Diamela adormecida, alzado pétalo con un temblor de aroma rebosante derramado en el pálpito del viento. Catedral de azucenas levantada contra mi corazón, naciendo rezos. Catedral de la mar, amurallada en danzantes vitrales de luceros. Donde tu ser me toca, en la entrañable sonoridad y amor de mi sustancia, por esta orilla mía donde rompen cantigas misteriosas y profundas, te descuelgas hermosa y coruscante hasta la piel de espejo de unas aguas. Paraíso irisado como un sueño que soñaron cristianos y argonautas. Paraíso en mi sangre, donde ascienden arcángeles y voces perfumadas.
Paraíso en mi esencia que transmuta tu belleza en canción enamorada. En ese mar de voces susurrantes, me naces otra vez alta y lozana con tus brazos de frondas armoniosas y tu cuerpo de arcillas delicadas. Naces hermana y madre en cuyo pecho apoyo mis ocasos y mi~ albas. Bebo la dulce leche luminosa que emerge de tus Uricas entrañas y llora sobre ti mi pobre gleba una lágrima estática de ansias. Eres como la alondra de mis venas en sencillez de pulso, claro ritmo surgiendo por sí solo, cual el aire que va besando pomas y enramadas. Radiosa, con la lumbre voladora que destilan estrellas y tonadas, te veo por mi espejo, cariciosa abriendo amaneceres y esperanzas. Esta isla de mi alma, cantarina, entre mundos extraños y lejanos, te siente más hermana que los ríos que entraron por los valles a surcamos. Te siente más hermana que la brisa cuando corre descalza por los llanos 4S
y besa nuestros senos rumorosos y se acuesta en el pecho de algún árbol.
Te siente más hermana que los nidos -donde nacen cantores nuestros pájaros y llaman nuestros nombres por la luz para que Dios nos mire al despertamos. Dos ínsulas, hermanas y graciosas con pájaros, montañas y anchos prados... El agua de tu arena corre alegre a abrazar la humildad de mis peñascos. El agua de tu mar me baña en tera y somos dos gaviotas en un lago, y somos como rosas que perdieron las raíces, las hojas y los tallos.
y somos ambas nuevas, cual la aurora; de Dios, hechas de arcilla y oceano.
La ínsula dorada de tu alma me habita entre espejismos ancestrales, y voy siendo el sueño de ti misma en infinitos e íntimos lugares. Pétalos frescos suben a mis ojos pensándote rosal y transparencia; pensándote pureza en que se baña la paloma reidora de mi sangre. Sabiéndote montaña y universo florecido en la hondura de mis valles... Porque tu amor es siempre amanecida canción eterna y cristalinos aires.
Luis Palés Matos y su «Danza negra» Por
LA
eDANZA NEGRA» DBL PUERTORRIQUEÑO LUIS PAL~S
Matos, desde que se editó por vez primera en 1937 el Tuntún de pasa y grifería ha sido la composión más popular y celebrada de este poeta que fue enterrado envuelto con la bandera independentista de su país. La popularidad de la Danza negra, sobre todo en América, puede parangonarse con la que el Romance de Antoñito el Camborio del gran Federico García Lorca tiene en España. Palés Matos la publica por primera vez en La Democracia de San Juan, el 9 de octubre de 1926. Y cuando surge el diepalismo, movimiento de vanguardia creado por J. I. de Diego Padró y Luis Palés Matos y cuyo título se forma con las primeras silabas de los dos apellidos -Diego y Palés-, es el último el que sueña con una poesía antillana y representativa entre la que incluye la poesía negra. La poesía negra del blanco Palés, según el mismo declara al principio de su célebre libro, es pa· ra él algo entrevisto o presentido, poco realmente vivido 'Y mucho de embuste 'Y cuento.
Lo cual es una receta algo parecida a la que usaba don Ricardo Palma para hacer las tradiciones peruanas y que conviene ahora recordar: "La tradición es romance y no es romance; es historia y no es historia. La forma ha de ser ligera y regocijada; la narración, rápida y humorística. Me vino en mientes platear píldoras y dárselas a tragar al pueblo, sin andarme con escrúpulos de monja boba. Algo y aún algas, de mentira y tal cual dosis de verdad, por infinitesimal que sea; mucho de esmero y pulimiento en el lenguaje; y cata la receta para escribir tradiciones."
ANTONIO OLIVER BBJ.M.(s
El mucho de embuste y cuento de Palés es como el algo y aun algos de mentira en el peruano. Pero, con embuste o mentira, tanto uno como otro supieron crear genuinos géneros literarios hispanoamericanos. Precisamente la gracia de ambos radica en lo que aportan con su invención, de personal y diferente a la narración en prosa o a la poesía negra. Palés no ha estudiado las lenguas africanas, como lo hizo el esclavo de los esclavos, San Pedro Clavero Si a veces puede tener dialectalismos negros, la mayoría de ellos los inventa, y crea innu. merables jitanjáforas que casi siempre ofrecen un evidente valor onomatopéyico, de acuerdo con la doctrina diepalista. Este tipo de poesía entre exótica y de color local es la que le ha dado la fama y popularidad a Luis Palés Matos, como el Roman· cero gitano fue el que dio el éxito a Federico García Larca. El profesor Miguel Enguídanos, sin embargo, en La Poesía de Luis Palés Matos, afirma que el verdadero poeta no es el de los temas negros, sino el de los temas universales. Algo semejante respecto a Federico García Lorca declaré yo, en la Revista de Avance de La Habana, creo que en 1928, cuando exalté por encima de los romances gitanos al cantor de la Oda al Santísimo Sacramento del Altar y de otras composiciones lorquianas de este corte. Sin embargo, tanto Enguídanos como yo debemos reconocer con lealtad que lo negro y lo gitano, si no lo universal, es al menos lo diferente en ambos poetas. Angel Valbuena Prat, en su prólogo al Tuntún de. pasa y grifería, escrito en Barcelona el día de la Cruz de Mayo de 1933, señala cómo Palés conoció después de escribir su Danz.a negra, los motivos ne47
gros en lengua inglesa: poemas de Lindsay o Langston Hughes, prosa de Seabrook, populares Worksongs y negro spirituals. Al mismo tiempo, advierte Valbuena como antecedentes los motivos actuales o actualizabIes de nuestro gran teatro del siglo XVII, o sea, los temas de danza negra en las comedias de Lope, como Ja que copia de El capellán de la Virgen y el que alude de La limpieza no manchada. Asimismo, aporta Valbuena Pral un ejemplo de danza negra de la Comedia de los engaños de Lope de Rueda. Indica además el sabio catedrático, como posibles antecedentes, el Entremés de los negros de Santo Tomé, anónimo de 1609, y el Entremés de los negros, de Simón Aguado, 1602, si bien no aduce textos. Cita también a Góngora, aunque no aporta ningún ejemplo, como sí hace con Lepe y Lope de Rueda. Por su parte, Luis Hemández Aquino, en Nuestra aventura literaria, asegura que J. 1. de Diego Padró en sus Fugas diepálicas se anticipa a la poesía negra de Palés Matos; en la fuga undécima, dice Hernández Aquino, es «donde por vez primera se presenta en nuestra poética el tema de la poesía negroide desde el punto de vista del ritmo y la anomatopeya», tema y módulo en que culminará feliz. mente la poesía negroide de Luis Palés Matos: Timbal y platillos: Tún·tún·tún-eutún-euntún . Cutúncuntún... claz-elaz... cutúncuntún... tún . Es la Hotentocia. Tribus de ébano: mandingues. asanteos, y yelofes... Tierras dsperas y candentes... ceremonias diabólicas... Pintorescos tatuajes••• taparrabos... Danzas en el corazón de las selvas oscuras... Dioses de paja... Nodrizas de basalto.•• Hombres de hollin, como gorilas corpulentos oscureciendo el sol flecha tras flecha; Cuntúncuntún... claz-claz... cutúncuntún... claz-elaz CUnlÚnCUnlÚn... cuntúncutún... tún... tún...
Efectivamente, como asegura Hemánde:z Aquino, aquí está anticipado el tema negroide; pero -agregamos nosotros- no el ritmo. Sucede lo que a los Sonetos fechas al itdlico modo, por el marqués de Santillana: que tenían la estructura del soneto pero no la música. Por eso eran disonantes. Para quien no conozca los ejemplos aducidos por Valbuena Prat en su magnífico prólogo, los copiamos a continuación a fin de que, asimismo, se vea que nada tienen que ver con la Danza negra palesiana, a no ser la coincidencia de género poético, en el que caben amplias zonas ni siquiera colindantes: El hocico de vosa mesé, ¡I¡e, I¡e, he!, me tiene periro, de amare venciro,' ¡ay, ay, he; ay, ay, hel
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¡que me moriré, que me moriré! El hocico neglo, ¡he, he, he! y lo diente dentro, ¡ay, ay, he! blanco sobre prieto; ¡ay, ay, he! neglo tiene muerto; ¡he, he, he! Si non da remedio, ¡triste yo! ¿qué l¡aré? El hocico de vosa mesé, ¡he. he, he! me tiene periro, de amare venciro; ¡ay, ay, I¡e, que me moriré!; ¡ay, ay, hel Hocico mi dama, ¡he, he, he! ánima me saca, ¡ay, ay, he! sino sama ingrata, ¡he, he, l¡e! con eya me casa,' ¡ay, ay. ¡¡e! . . No queremo branca. aunque quere a me. El hocico de vosa mesé, ¡he, he, he! me tiene periro, de amare venciro ¡ay, ay, he, que me moriré, que me morirél De El Capellán de la Virgen, de Lope de Vega.
Observemos que se trata de un tema amoroso, subrayado con gran acopio de interjecciones. El otro ejemplo de Lope, aducido por Valbue· na, es: De culebra que pensamo mordé a Maria lo pi, turo riamo. turo riamo, ¡ he. I¡e. he! y a bailar venimo de Tumbucutú y Santo Tomé. ¡He, he, he! Jesucristo no consiente en su templo andar luría, que vende mercadería. que le azota bravamente, ¿cómo sufrirá serpente mordé a Maria el pé? ¡Turo. riamo, he, he, hel Que a bailar venimo de Tumbucutú y Santo Tomé. ¡He, he, he! De La limpieza no manchada, del mismo autor.
Este ejemplo está más próximo de haber inspirado a Palés. aunque lo dudo, un solo verso de su célebre composición: Es el sol de hierro que arde en Tombuctú.
Por lo demás la motivación religiosa católica nada ofrece de común con la Danza negra palesiana. El antecedente de la Comedia de los engaños, de Lepe de Rueda, que finalmente propone Valbuena Prat, parece más bien una canción de amigo en negro y, por tanto, es el ejemplo más distante: GUa Gonzalé de la vila yama; no sé yo, madres,
si me l'abriré. GUa Gonzalé yama la torre. -Abrimela vos, fija Yeonoré, porque lo cabayo mojaba falca ne. No sé yo, madres, si me l'abriré.
Copiemos ahora, para que el lector tenga testi. monio de nuestra tesis, la Danza negra de Luis Pa. lés Matos: Calabó y bambú. Bambú y calabÓ. El Gran Cocoroco dice: tUoCU·tú. La Gran Cocaroca dice: to-co-tó. Es el sol de hierro que arde en Tombuctú. Es la. danza negra de Fernando Poo. El cerdo en el fango gruñe: pru-pru-prú. El sapo en la charca sueña: cro-cro-cró. Calabó y bambú. Bambú y calabó. Rompen los junjunes en furiosa ú. Los gangas trepidan con profunda ó. Es la raza negra que ondulando va en el ritmo gordo del mariyandd. Llegan los batucas a la fiesta ya. Danza que te danza la negra se da. Calabó y bambú. Bambú y calabó. El Gran Cocoroco dice: tUoCU-tú. La Gran Cocoroca dice: to-co-tó. Pasan tierras rojas, islas de betún; Haiti, Martinica, Congo, Camerún; las papiamemosas antillas del ron y las patualesas islas del volcdn, que en el gran son del canto se dan. Calabó y bambrt. Bambú y calabó. Es el sol de hierro que arde en Tombuctú. Es la danza negra de Fernando Poo. El alma africana que vibrando estd en el ritmo gordo del mariyandd. Calabó y bambú. Bambú y calabó. El Gran Cocoroco dice: tUoCU.tú. La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.
Magnífica • danzalt la de Palés. Danza el verso, danzan las metáforas, danzan las onomatopeyas. Danza, sobre todo el estribillo: Calabó y bambú Bambú y calabó,
con esa inversión de palabras que se parece al retruécano, pero que no es retruécano. Los únicos que no danzan, majestuosos, son los jefes tribales, el Gran Cocoroco y la Gran Cocoroca. Es curioso ob· servar que las consonancias se reducen a u-u, 0-0 y a-a o an, es decir a tres vocales, dos abiertas y una cerrada. Esta limitación de sonidos favorece el son negroide de la composición. Además, desde el punto de vista métrico, toda la danza está compuesta con grupos prosódlcos hexasilablcos que pueden escandiese en el estribillo citado y que se doblan en los versos más largos, que son dodecasílabos: Las papiamentosas/islas de betún. Es la danza negra/de Fernando Poo. El Gran Cacaroco/dice: 1. U-cU-IÚ, etc.
Efectivamente, en la Danza negra de Palés hay mucho de popular, de imaginativo y de antillano, pero no faltan los elementos cuitas bien notorios en la versificación por grupos prosódicos, heredada del Modernismo, y especialmente de Santos Choca· no y, más estrictamente todavía, el cultismo popularista está visible en el estribillo. Al nombrar a Góngora como antecedente de la poesía negra de Pales, le faltó al maestro Valbuena Prat aducir los ejemplos oportunos. Nosotros los vamos apresen· tar ahora en relación con la Danza negra. Toda Sor Juana Inés de la Cruz está llena de reminiscencias gongorinas en sus villancicos y coplas que, muchas veces, pone en labios de los negros. Los creadores del diepalismo no estaban horras de lecturas, sino todo lo contrario. Tanto De Diego Padró como Palés observaban la vida en tomo, pero, al mísmo tiempo, leían y leían. Entre esas lecturas no le faltó a Palés la de los romances gongorinos. El Barroco es una literatura de contrastes. Con Quevedo se abre en desmesuradas carcajadas; con Góngora, en suaves y dulces sonrisas. Recordemos, para probarlo, la letrilla de don Luis Al Nacimiento de Cristo Nuestro Señor, escrita en 1615 (pág. 386 del volumen de .Obras Completas. de don Luis de GÓngora. Edición de Juan e Isabel Millé Giménez, Madrid, S. A.), en la que dialogan sobre el Misterio de la Natividad la negra Magdalena y su primo, también prieto: ¡Oh, qué vimo, Mangalenal ¡01l, qué vimol ¿Dónde. primo? No partalo de Belena. ¿E que fu? Entre la hena mucho sol con mucha raya. ¡caya, cayaJ Por en Diosa que no miento. Vamo ayd. Toca instrumento.
Elamú, calambú, cambú, elamÚ.
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Tu prima será al momento escravita da nacimento. ¿E que serd, prima, tú? Será bu, Se chora a menln 1 esú.
Elamú, calambú, cambú, elamú.
En esta deliciosa letrilla del gran poeta cordobés, se imita el lenguaje de los negros transformando los nombres propios: Mangalena por Magdalena, Belena por Belén, Diosa por Dios, y los comunes, portalo por portal, hena por heno. Los negros de esta letrilla eran, sin duda, portugueses, pues los gallego-portuguesismos de su lenguaje están bien patentes en el verso
Luis PaIés Matos, repito, leyó, sin duda a GÓn. gora. Todavía más, leyó esta letrilla al Nacimiento de Nuestro Señor, bien en el volumen citado, que aunque no tiene fecha de edición, debió aparecer por las lindes de 1927, fecha del centenario de la muerte de don Luis, y que tan buenos estudios promovió en España y América, sobre todo en Dámaso Alonso y Alfonso Reyes. Sí; el Elamú, calambú, cambú, elamú,
es el antecedente directo del
se chora o men!n 1esú,
Calabó y bambú, bambú y calabó,
portuguesismos aprendidos, sin duda, en Galicia, durante la estancia del poeta en dicha región.
eje maravilloso del giro de toda la Danza negra de Palés Matos.
Eugenio María de Hostos *
Por Josli A. MORA
UGENIO MARtA DE HOSTOS PERSONIFICA LA PROYEC-
E ción
de Puerto Rico en el Continente americano. El ilustre hijo de Mayagüez pertenece a la pléyade de hombres que plasmaron, con su vida y acción, la idea de un continente destinado a imponer nuevas nociones de justicia y de moral en el mundo. Ese grupo de hombres, en el que se destacó Rostos, supo crear, a mi modo de ver, un sistema de pensamiento americano, precursor del Sistema Interamericano actual, que es el marco dentro del cual se desenvuelve la solidaridad y el orden jurídico, como supremos objetivos de nuestra convivencia. Hostos es del linaje de Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, Alberdi, José Martí, José Cecilio del Valle, Montalvo o José Enrique Rodó, que mantuvieron un permanente contacto con todos los movimientos intelectuales de América Latina en el anhelo de fortalecer la conciencia común de nuestros pueblos; pueblos que con auténtica visión, estaban prontos a asumir su responsabilidad, como herederos de las culturas que les habían precedido. Para exaltar a la América, Hostos no tomó nunca en cuenta las fronteras o divisiones políticas que fragmentaron lo que debió ser desde un principio una sola y grande nacionalidad. Desde el comienzo de su vida pública -época juvenil en la que "los imposibles se • Palabr.ls del doctor Jos6 A. Mora, secretario general de la Oro ganizaclón de los Estados Americanos. en ocasión de recibir el • Euge. nlo Marúl de Hostos one Amerlca award. olorgado por la socledad de amigos de Puerto Rico, en Nueva York.
ven posibles en la imaginación y en el ensueño", según él mismo dijera, más tarde-, llevó a todas partes su esfuerzo de educador o de americanista. Entre todos los pueblos hermanos distribuyÓ su talento inagotable; no puede sorprendemos, por ello, que Hostos haya tenido tan vasto radio de acción para dotar unas veces al Derecho de bases sociológicas u, otras, para crear una Moral Social, o para predicar nuevas doctrinas constitucionales. Al mismo tiempo, pudo dedicarse al Magisterio y establecer escuelas normales o dirigir casas de enseñanza en cualquiera de los países a que fue llamado o al que llegó, en su intenso peregri· naje de luchador político. El quiso un continente que escalase posiciones en todos los frentes del progreso humano. Al mismo tiempo que proclamaba modernas ideas filosóficas se entusiasmaba con la iniciativa del ferrocarril transandino que uniría a la Argentina con Chile. Fue el primero en promover aquel proyecto. No era, pues, hombre de laboratorio, de elaboraciones abstractas o de torres de marfil. En uno de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós aparece la estampa de Eugenio María de Hostos, polemista en los corrillos del Ateneo de Madrid. "Allí analizaba la bárbara trifulca, un antillano llamado Hostos, de ideas muy radicales, talentudo y brioso". Así vio Pérez Galdós al joven puertorriqueño. Hostos recorrió la América Latina de norte a sur, en campañas históricas, como se ha dicho, para llevar la imagen de un Puerto Rico, todavía ensimismado en el ca·
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pullo colonial: pero dispuesto ya a ofrecer sus virtudes profundas para servir al Continente y para avudar a comnrender y a resolver problemas comunes de América. La po~ición de 'Puerto Rico. desde aquellas primeras horas inciertas. me neva a pensar en las causas históricas y geOlrráficas Que han influido para crear en Puerto Rico el alma y la actitud tan características de su pueblo. Siempre he nota· do en esa Isla privilelrlada un esofritu de hosoltalidad V un impulso hacia la amistad Que son inconfundibles con los de cualquier otra tierra. Diría que la amistad de Puerto Rico tiene luminosidad y perfume propios. El alma está identificada con la vegetación y con el cielo de la Isla. Nn deja de sorprender que en medio de las aJn1as de Las Antillas. área llamada a tantas luchas de conquistadores y de potencias rivales: escenario de inmensas ambiciones de dominio; teatro abierto a la aventura de audaces navegantes; mar de corsarios. transitado por los más famosos almirantes de la historia: en medio del cruce de razas y de culturas. haya podido mantenerse, con toda su personalidad, una hidalguía puertorriqueña anima· da siempre por una caridad tal como la que predicaba San Pablo a los Corintios, cuando la en· salzaba por encima de cualquier otro don. y aun la estimaba en más alta excelencia que a las otras virtudes teologales. Esto explica que a Puerto Rico hayan acudido, en busca de ambiente acogedor y democrático, poetas. músicos, escritores y artistas. Llegaron así, Juan Ramón Jiménez. Pedro Salinas (que quiso ser enterrado en San Juan), Federico Onís. el pintor Cristóbal Ruiz y Pablo Casals, que es hoy gloria de Puerto Rico. Junto a ellos. han recibido hospitalidad muchos refugiados políticos y hombres en el exilio. Frente a la variedad de los pueblos de América y ante las vicisitudes que han atravesado tan diversos grupos étnicos y sociedadc:s políticas, el mi· lagro de Puerto Rico surje corno un producto de circunstancias propicias al buen suceso. Es Puerto Rico una aventura de América llevada a feliz desenlace. Desempeña una misión que ningún otro pueblo en el Hemisferio Occidental puede realI· zar en parecidas condiciones. El Estado Libre Asociado de Puerto Rico llamado a una confrontación y a un diálogo continuos entre las corrientes culturales latina y norteamericana, entre el poderío tecnológico y las ideas humanísticas, ha logrado responder satisfactoriamente para la integración de fuerzas encontradas, dentro de un ámbito adecuado al equilibrio que es necesario alcanzar. El desarrollo y el progreso ascendente que contemplarnos en Puerto Rico puede servir a todos los hombres del Continente, porque ha permitido a
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sus dirigentes, a sus Uttiversidades y a sus centros de estudios. promover planes de cooperación donde se traspasan las experiencias de la Isla y 105 conocimientos que se derivan de su progreso. En ese sentido. Puerto Rico ha ofrecido constantemente su contribución a muchos programas de la Organización de los Estados Americanos. Vivimos momentos de interés dedsivo para el futuro de los pueblos del Caribe. En esta zona la emancipación del dominio europeo comenzó casi con el shdo xx. fuera de los casos de Haid V la Repúh1ica Dominicana, qut' va tenían muchos años de independencia. Recibimos hoy a los nuevos Estados que han venido a incorporarse con la plenitud de su capacidad a nuestra comunidad continental. La Orga. nización de los Estados Am("ricanos, expresión de un sistema construido para regir la convivencia relrlonal. se acaba de enriquecer con el ingreso de Trinidad V Tobago V de Barbados. Sin duda. a ellos sesroirán otros países Que ya están en condiciones de entrar en nuestra Organización. El grupo -de los Estados del Caribe tendrá así. cada día. más poderosa influencia en nuestras decisiones. Su presencia está acelerando la cooperación creciente del Canadá a nuestras actividades. Al haber ahier· to nuevos horizontes para la Organización de los Estados Americanos los pueblos del Caribe con· tribuven a llevar adelante la idea de una solidaridad americana totalmente integrada desde Alaska hasta la Patagonia. Dentro de este esquema continental. Puerto Rico seguirá siendo un elemento esencial para alcanzar nuestros obietivos y para nuestro intercambio espiritual. Frente al avance de las ideas integracionistas, especialmente en Jo económico. Puerto Rico desempeña un papel positivo y habrá de gravitar con su inmensa capacidad de metr6poU en el ámbito de Las AntitIas. Deseamos que, cuanto antes. lle¡:ruen a término los acuerdos que se buscan para una fórmula de entendimiento económico entre la República Dominicana y Puerto Rico. El acercamiento de las banderas de Santo Domingo y de Puerto Rico al· canza también a Haití. La Isla Española se vería beneficiada si Puerto Rico pudiera hacer llegar a ella sus energías económicas y culturales, para cooperar en el desarrollo urgente que reclaman los pueblos de la República Dominicana y de Haití. A su vez, la economía de Puerto Rico puede ser un factor preponderante para contribuir al desarrollo del resto de islas del Caribe. Cabe afirmar, pues, que en las próximas déca· das, Puerto Rico asumirá mayores responsabilida· des en la obra interamericana, colaborando, cada día más, al progreso educacional, cultural yeconómico de todas las regiones que integran nuestra
América. Tal es el destino -a mi modo de verde Puerto Rico. Un destino de entendimiento y de amistad. Así cumplirá con la misión a que ha sido llamado, en forma, casi diría, única, por las circunstancias en que le ha tocado vivir. Ha llegado el momento de renovar el interés por las ideas de Hostos, expuestas en sus campañas en favor de una Federación antillana, como fórmula de promoción del desarrollo y del forta· lecimiento de una comunidad de gran potencial humano y político. En 1939, cuando comenzó el Centenario del nacimiento de Hostos, Puerto Rico
donó a la Unión Panamericana el busto de su hijo insigne. En nuestra sede se custodia la figura romántica y recia del "arrogante hombre del Trópico", como 10 describió el secretario de Estado, Mr. Day, cuando Hostos llegó a Washington para reclamar el derecho a la libre expresión de la voluntad de Puerto Rico. En cada una de las nuevas etapas de nuestro porvenir, todas las naciones de América se unirán a Puerto Rico para recordar a Hostos como a uno de los hijos de la Isla que más luchó por el engrandecimiento del Nuevo Mundo.
La sátira y el humorismo en el ensayo puertorriqueño Por MARIANA
A
MODO DB DESUNDE. 1
S
H HA DICHO QUE LA RISA ES TRIBUNAL SOCIAL QUE
juzga y condena con inusitada efectividad. En su conocida obra The Origins 01 Witt and Humor. Albert Rapp sostiene que la risa es un eco de los días de la jungla, de aquellos días en que el hombre primitivo -todavía incapaz de los nexos amables de la convivencia- creía ver en cada uno de sus semejantes un enemigo potencial. Súbita y espontánea mueca expresiva, la risa fue. en su raíz primaria, anuncio explosivo de superioridad, afirmación de victoria inmisericorde del que descubre de improviso la debilidad o el error en su adversario. Es, pues, por su génesis, expresión rotunda de autoafirmación que va siempre asociada a aquella sensación de seguridad que se adueña del que de súbito se sorprende a salvo de un inminente peligro. Por eso para Hayworth. la risa, símbolo salvaje de triunfo. fue signo vocal que precedió al lenguaje. Dice al efecto: cLaughter was originalIy a vocal signa! that meant tbat one migth relax with safety.:D Es altamente significativo que fuera de lo que es propiamente humano, no nos topemos con el ridículo o la comicidad. Sólo el hombre suscita la risa en el otro hombre. Para Bergson, el paisaje nunca podrá ser ridículo ni cómico. Sólo nos reímos de un animal cuando sorprendemos en él una 1. Esle inlenlo de ~lInde es pllrle de la introducción de una obra anlO16¡ico-crílica en prepDr Ión sobre In sátlra y el humorismo en nuestra literatura desde sus comienzos hnsta el momento actual.
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ROBLES DH CARDONA
actitud humana; del mismo modo, nos causa risa un objeto, únicamente cuando el capricho humano le da una forma ridícula o cómica. De aquí, que Bergson propusiera definir al hombre «como el animal que hace reír». Coincidiendo con el filósofo francés. dice Benjamín Jarnés: «El humorista es el creador verdadero -el más personal- porque él solo puede manejar totalmente, jugar con ella, esa magnífica lira ---casi siempre destempladaque vibra sobre la tierra: el hombre.» Vástago del apareamiento de la hostilidad y la agresión, la risa fisiológica primitiva. exhibe aún sus garras y dientes a pesar de que se ha ido esti· lizando a través de los siglos. No obstante, constituye aún una temible sanción social, punición muchas veces frustradora y destructiva por su potencial crueldad síquica. No en vano, Shelley, idealista indomable, sostuvo siempre: el aro convinced that there can be no entire regeneration of mankind uotil laughter is put down.» Desde luego, que el poeta inglés no se refiere a la risa jovial que es expresión de una naturaleza generosa que la usa para transmitir. cordial, el gozo sano de vivir, sino a la risa vindictiva. La primera es tónico de consi· derable valor para mantener la salud mental; la última posee poderes no comunes para el mal. Por poco que nos esforcemos. nos será dable oír, más o menos lejana, las resonancias de la risa primitiva en lo satírico, en 10 grotesco, en 10 iró. nico, en lo sarcástico, en 10 bufo, en 10 cómico. Todas estas llamadas modalidades poseen innegable virtud terapéutica. ¿Quién no teme la sanción peyorativa y aniquiladora de la risa? Lo grotesco se
sacia en lo anormal o chocante del hombre, en su mal gusto o extravagancia; la sátira -picardIa en doblez»- posee casi siempre un trasfondo de agresión, unida a una notable ausencia de caridad. Tan cruel como disimulada, la ironía se nos presenta comúnmente acompañada de «megalómana» superioridad. El sarcasmo _agresividad nacida de la propia desesperación»- maltrata las más de las ve· ces, con crueldad despiadada e innoble. Por otro lado, la bufonada busca casi siempre «derivar un beneficio por haber disfrazado de chuscada la ano gustia del complejo del bufón»; mientras que lo epigramático, «agudeza retorcida., conlleva casi siempre la opinión despectiva. Todas ellas poseen indubitable misión didáctica pero ejercida, las más de las veces, con impertinencia y con notoria ausen. cia de caridad cristiana. Por lo general evidencian, ya de una manera, ya de otra, el origen hostil de la risa. Su crueldad genésica queda más o menos latente en todas y cada una de ellas. El humorismo ha sido deplorablemente confundido con las modalidades arriba enumeradas. Cuando el hombre arriba al humorismo da prueba irrefutable de ascensión espiritual. El dios de la venganza, tan vivo aún en las primeras, se ha con· vertido en dios de amor en este último. Quizás por ello, Thackeray afirmaba que el humorismo cees una especie de predicación laica». El humorista usa la risa parcial: la sonrisa. Pero la sonrisa del humorista es camaradería, tolerancia, benevolencia, comprensión. Por eso la historia de la sonrisa se funde con la historia de la cultura. Cabría afirmar que el humorista logra lo que tanto anheló el alquimista medieval: convertir los metales innobles en oro. Y el trueque lo logra en el reino del espíritu que vale aún más: trasmuta una experiencia negativa, ridícula o dolorosa, en cariñosa llamada al orden, usando como catalitico la sonrisa hermana. La risa se caracteriza por su explosiva rapidez; no puede graduarse. La sonrisa es reposada, ponderada; hace potable el cáliz más amargo. En una palabra, el humorismo es técnica derivada de la regla áurea: cno hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti». El humorista es un especta. dar cuyo corazón rebosa «pathos» ante la miseria humana de la cual se sabe parte. Empieza por reconocerse afín con la humanidad, partícipe de su lacería. El humorista aprende a sondear al prójimo, porque antes se esforzó en ver claro en si mismo. De ahí su comprensión. El humorismo es, pues, flor de climas de alta espiritualidad. ceEl humorismo es más que ingenio» sostiene significativamente un refrán inglés. «Witt is as sharp as a stroke of lightning; whereas humor is diffused like sunlighb, ha declarado sabiamente Charles S. Brooks de Yale University Press. Cono·
cedor intuitivo, ya en su época, de este deslinde, don Miguel de Cervantes Saavedra en su Viaje al Parnaso, rechaza, con los aclaradores versos si· guientes, la contención de que su obra El Quijote fuera da más eficaz sátira. a los libros de caballería: Nunca voló la humilde pluma mla Por la región satírica, bajeza Que a infames premios y desgracias guia.
Sería pertinente subrayar que para podemos reir de nuestros semejantes es indispensable echar por la borda todo equilibrado autoanálisis. y en muy buena parte, todo sentimiento de confraterni· dad, de comprensión, de cariño, de caridad. Ya Platón definió la risa como parte de un vicio que se empeña en asumir la actitud opuesta a la condi. ción cardinal propuesta en la inscripción de Delfos: «Conócete a ti mismo». Bergson, por otro lado, compara el sentimiento con la música. Nos invita a cerrar el oído a los acordes de la música -léase sentimient~ y al punto nos parecerán ridículos los danzantes. Y es que, para poder reírnos de nues· tras semejantes, es imperativo, como apunta Berg. son, «una anestesia momentánea del corazón». El medio natural de la risa del puro ridículo es la indiferencia. Por ello se ha sostenido que si nos conver. tirnos en espectadores indiferentes, los dramas se convertirán en comedias. Opuestamente, el humorismo sonríe con sus semejantes. Por ello hay grao daciones del humorismo: a mayor grado de amor, mayor tolerancia. El humorismo pertenece a todas las literaturas. Es más bien un estado de alma que un carácter. En su más excelsa acepción -aquélla en que el sujeto se convierte en objeto al someterse a sí mismo al escalpelo de su propio autoanálisis- es tan extraordinario que el hombre sólo puede disfrutarlo en pequeñas porciones. Quizás Revilla alu. dió a esta etapa, cuando sostuvo que el humorismo es «el punto álgido del lirismo, su exageración: es el momento en que el poeta afirma con energía su pura objetividad». Al alcanzar estas latitudes, el humorista se ha transformado ya en filósofo.
EL HUMORISMO EN NUESTRO ENSAYO.
«Hecho al aprendizaje temprano de la expresión combativa -Puerto Rico canalizó por el terreno jurídico y político la lucha liberalizante que tomó carácter de rebelión armada en el resto del imperio español american~ el puertorriqueño se ha visto constreñido desde entonces a esgrimir la palabra, su única arma de combate, con singular ingenio y 55
maestría.» 2 Ya Pedreira señaló al efecto: «...fuimos abordando los problemas con táctica defensiva, ca· minando por peligrosos atrechos; disimulando con palabras numerosas el gesto agónico de nuestras rebeldías... en la hojarasca protectora fuimos escondiendo amorosamente la cápsula de nuestro pensamiento magro.» «¡Admirable jugarreta verball Si bien es verdad que esa técnica defensiva acuñó nuestro verbalis. mo, no es menos cierto que nos entrenó en el uso temprano, no sólo del ensayolt,3 sino también de la ironía, de lo cómico, de 10 festivo, de lo burlesco, de 10 satírico, y como corolario, del humorismo. De esta suerte, nuestra conciencia colectiva se va plasmando alrededor de la palabra de nuestros mejores hombres. En ese loable empeño, nuestros escritores han tenido que sostener una lucha de carácter dual: con el gobierno en poder, y con el pueblo, a quien desean librar de la incultura, de la superstición, de la irresponsabilidad ciudadana, de la apatía, de la corrupción; en fin, de toda falla ética o social. Como consecuencia de la primera, ha surgido la sátira política embozada unas veces: mordaz, hiriente, personal, inmisericorde, otras; del segundo -enraizado en el amor, y por lo tanto, penetrado de más o menos amorosa comprensión- ha surgido eventualmente el humorismo. Así, todos los géneros -la poesía, el artículo, el discurso, la carta, la obra teatral, el cuento, la novela, el ensayo- han sido otros tantos proyectiles con que disparamos «la cápsula de nuestro pensamiento magro». De entre todas las estructuras literarias enumeradas, nos dedicaremos en el presente estudio al ensayo, ya que ha probado ser el más idóneo, por su índole expositiva y combativa, para este menester de elaboración patria. Vigilante y batallador, no hay preocupación que no haya recogido, escollo que no haya avizorado, peligro que no haya combatido... Del mismo modo que un molusco cultiva una perla «mediante un mal interior», el humorista estructura su obra literaria alrededor de su dolorida melancolía, infortunio o error, ajeno o propio. El humorista es, por lo tanto, un hombre insatisfecho. Su descontento se traduce en un ansia de ideal, de mejoramiento tanto individual como colectivo. Así, en el señalamiento de nuestros defectos, varios de nuestros ensayistas usan aquel tipo de humorismo que los tratadistas de hoy denominan parent.child relationship. Hasta cierto punto se sienten un poco padres de su pueblo a quien consideran un hijo bien amado que, muy a su pesar, necesita un co-
:z. Mariana Robles de Cardona, El ensayo QJ Puerto Rico, (Tesis doctoral In~lta. Facultad de Filosofía y Letras en Madrid, 1951); Mariana Rablca de Cardona, Bdsqued4 y plasmacidn de nuestra per$Onalldad. 3. Ob. cit.
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rrectivo. El descontento, la pena que suscita su flaqueza, alimenta las raíces de este tipo de humo. rismo que se traduce en amorosa comprensión y tolerancia. A veces sonríen, pesarosos, ante los traspiés de su pequeño. Nos es dable descubrir a veces en sus rostros la misma sonrisa iluminada que Homero pone en la cara de Júpiter cuando éste descubre elas ridiculeces de Diana, su hija predilecta lt . Como diría Albert Rapp: eH is smiling a little at some one you lave a lot.» Nos topamos con este tipo de humorismo en el mismo umbral de nuestro ensayismo. Manuel Alon. so (1822-1889), nos invita a conocemos desde las páginas de El Gibaro. lCómo es tierna su sonrisa y suave su crítica! Doctor de almas como lo fue del cuerpo, su obra apunta a una finalidad terapéutica innegable. Se detiene, bondadoso, y ausculta dolen· cias intimas y diagnostica las enfermedades típicas de su momento: analfabetismo, superstición, ignorancia, incultura, mal gusto... Pero sus manos pa· ternales descubren nuestras lacerías con mano leve, que al mismo tiempo que cauterizan, consuelan. A su contacto, el lacerado no siente vergüenza ni dolor por sus miserias. Y como buen médico, señala el remedio. Su receta en Perico Paciencia -personificación profética de nuestra penosa gestación de autonomía politica- ha sido amarga para el orgullo latino que corre en las venas del boricua: humildad, paciencia, tesón, cordura, y sobre todo, instrucción si desea eir al baile y casarse con la hija del alcalde». Dicho cuento-ensayo bifurca su finalidad crítica: por un lado, la sátira política embozada, envuelta en leve ropaje de corte irónico y satírico que le lleva a la exhortación-súplica siguiente: «Somos religiosos, somos leales, somos honrados, somos hospitalarios; sólo nos falta que nos permitáis ser sabios.. Por el otro, el humorismo de buena ley que sonríe con el desmañado Perico Paciencia por su bonhomia que a veces raya en simpleza y por su buena fe tan candorosa. No sabe aún que la aceptación se apoya la más de las veces en valoraciones de periferia. La selección anteriormente aludida pertenece a la segunda parte de El Gibaro. Los cambios políticos favorables de 1882 le ofrecen al doctor Alonso más libertad para tratar asuntos que antes no hubiera podido abordar: aunque existe aún la censura, dista mucho de ser tan severa como la imperante en los cuarenta. Por eso, la segunda parte de su obra apunta más a la crítica política que a la crítica social. Se vale para la primera de una galería de tipos: cada uno representa una mácula del en· granaje gubernamental de su tiempo. Aunque en La negrita y la vaquita esgrime una sátira mordaz COD.tra el cacique pueblerino, en el Sueño de mi compadre chispea, más de una vez, la fulguración del
humorismo, al exponer las formas de combatir los ardides con que se tiranizan los pueblos pequeños. El humorismo nunca se desconoce a sí mismo. Que el doctor Alonso tenía el propósito consciente de curar su pueblo, pero con piadoso cauterio, se desprende de su siguiente cita: .Siempre es arriesgado el oficio de censor; nada prueba tanto los buelilas sentimientos como el juzgar a los demás con benevolencia.» Estas palabras prueban que nuestro Alonso conoce ya la alquimia maravillosa del humorismo. Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882) nos dice al comienzo de su deliciosa obra Mis memorias: «Existe un motivo poderoso para que yo asocie mis memorias a la tierra en que naci: aquéllas son mi vida y ésta me la dio. Desde entonces, el vinculo de amor que a eUa me liga, tal vez contra todas mis conveniencias y acaso como fuente de todas mis pesadumbres, parece obra de una imperiosa fatalidad... A veces he creído que mi amor a ese pedazo de tierra tenía algo de fatídico y misterioso como el de Cuasimodo a la campana grande de Notre Dame de París, cuando abrazado a ella parecían hombre y cam· pana convertirse en una misma cosa, en un sólo cuerpo con dos almas o en alma con dos cuerpos... En 10 físico hubiera preferido otro clima menos variable y ardoroso y húmedo; en lo humano otra gente; y sin embargo, encuentro no sé qué atractivo singular en uno y en otro. Nací todo vida y actividad; mi país es todo hielo y negligencia. Yo idolatro la luz; él parece bien hallado con sus obscuridades; yo anhelo el volar del rayo; él camina a paso de tortuga; y sin embargo, no he podido vivir sin él, y me quita el sueño; deseo no amarlo, y se mete dentro de mi alma.» He aquí una confesión que ubica al .padre de nuestras letras» en el siquismo típico del humorista. Su patria es en muchos aspectos la antitesis de la que él hubiera querido para sí. De este choque entre el ideal y la realidad, surge siempre la pena que subyace tras la sonrisa del humorista. Tapia vendrá obligado a emprender la gravísima tarea -el humorismo es menester muy trascendental y muy serio- de criticar con sonrisa melancólica a aquellos a quienes ama tanto como a sí mismo. Su obra poética -que abarca el epigrama-, sus nove· las, algunos de sus cuentos, sus articulas y ensayos, recogen esta labor de finalidad correctiva que se traduce, ora en sátira, ora en humorismo. Basta recordar su cuento El loco de Sanjuanópolis. Usa el conocido recurso literario de poner en boca de un desequilibrado mental unas cuantas verdades. Su obstinado clamor de luz y progreso para un amo biente tan urgido de mejoramiento, como 10 es el nuestro, es mal comprendido: sólo cosecha vejámenes e insultos. EII1 Puerto Rico visto sin espe-
juelos por tm cegato -composición literaria muy cerca de lo que los tratadistas modernos clasifican como cuento-ensayo- Tapia usa asimismo la critica indirecta para señalar nuestro atraso crónico. La visión defectuosa del «cegato» le hace ver piado!as excelencias donde sólo existe la mediocridad; ade. lantos donde sólo existe lo obsoleto; cconfort» donde sólo se ofrece lo incómodo; modernidad donde sólo se encuentra lo decrépito. Usa aquel tipo de ironia que en el humorismo viene a ser el disfraz del sentimiento. Se trata de la ironía piadosa que, cerne dijera Benavente: cEs una tristeza que no puede llorar y sonríe•. Se esconde t:unbién en este cuento-ensayo la sátira política soterrada que fus· tiga al gobierno en poder, con el sarcasmo, no por encubierto, menos ingenioso y agudo. El hambre de progreso -que recoge el mismo anhelo de mejoramiento patrio- resulta inolvidable por su mali· ciosa ironía, por su gracia desenvuelta y su inge· masa vivacidad. Aunque la actuación de NadelAmud, como la de El loco de Sanjuanópolis, resulta fallida y un tanto cómica, sus figuras engendran en nosotros irresistible simpatia al mismo tiempo que sentimos el fracaso de sus infructuosos empeños. En Don Alsino, sátira agudísima, señala el trágico resultado de la falta de instrucción en los seres que actúan avergonzados por sus asociales equivocaciones, comportamiento inadecuado, «que no era culpa de Don Alsino, sino de la lactancia». Ironía mordaz contra un gobierno que no nos proporcionaba adecuada .lactancia» -léase educación- intelectual y cultural. Antonio Cortón (185+1913) es más bien un satirico que un humorista. Llega a veces a la sátira hiriente y personal en articulas y ensayos como los siguientes: López Bago, novelista, y Pérez Galdós, diputado,' Sépase quién es Clarín; Carta de un puer. torriqueño, vecino de Madrid; Manuel Ferndndez Gonzdlez. Es justo declarar que Cortón manejaba la sátira con agudeza extraordinaria, atento a des· tacar, con implacable dureza salpicada de gracia chispeante y apabullar con ingeniosas caricaturas, los perfiles ridículos, las ruindades, hipocresías y bajezas del panorama social. Sin embargo, encono trarnos atisbos de humorismos cuando su crítica se vierte sobre cla tierra del mejor café» como él solía llamar a su terruño, siempre tan amado, pese a los treinta años que vivió en España. Así encono tramos la nota tolerante, la comprensión; en una palabra, el amor que nutre siempre la raíz del humorismo. Desaparecen la acrimonia y la mordaci· dad que tan bien supo manejar; la sátira pierde al mismo tiempo su proyección personal. Y cuando ve a Puerto Rico atacado por España, surge el férvido elogio por su desvalida patria chica como sucede en A mi pariente el cura de Aibonito, No hago el prólogo, Claros y nieblas. Si en éstos encontramos el 57
señalamiento de fallas, su amor es pararrayos para la acrimonia, para la mordacidad, para la critica personal. Corrige, pero con comprensión. Busca el efecto de la gracia y el humor en recursos más depurados y eoooblecedores que en su producción típicamente satírica. En Mi único amigo usa el humorismo un poco sombrío y pesimista, pero bajo todo ello, corre soterrada una aspiración ideal por todos los valores positivos: verdad, justicia, amor, belleza. Luis Bonafoux (1855-1918) es el más alto exponente de la sátira puertorriqueña. Su dilatada producción satírica ofrece un tono cruel y despiadado que denota a ratos ausencia total de simpatía o piedad hacia lo criticado. Recordemos sus atroces invectivas y sangrientos sarcasmos en sus siguientes obras de artículos y ensayos: Yo y el plagiario Cia. rin, Bilis, Bombos y palos. Sin embargo, es pertimente aclarar que desde el punto de vista estrictamente literario, su prosa posee siempre interés extraordinario por su ingenio y su agudeza y por su personal1simo «vigor expresivo» no exento muchas veces de una gran fuerza cómica. Su lenguaje, lleno de aceradas frases y de equívocos burlescos, llega en ocasiones a verdaderos prodigios de ingenio y expresividad. Ya Azorío dijo de él: «Es uno de nuestros espíritus fuertes que se ocupa en dar la batalla a lo falso.• Cuando se refiere a las personas que ama -Ramón Emeterio Betances, Rubén Darío, Dicentanos sorprende por la sinceridad afectuosa y las más delicadas pruebas de amorosa confraternidad hu· mana. Cuentos como El señor estd servido, cuyas páginas corren a ratos por la vertiente del humorismo, son escasos en su labor literaria. Aunque en dicha selección fustiga con despiadado ingenio el egoísmo humano, descubre la exacerbada sensibilidad moral de Bonafoux que le impulsa a denunciar con implacable dureza y desenfadado ingenio -en este caso particular usa la crítica colectiva- la inconsciencia criminal del egoísta, imperturbable eo su feroz y absorbente narcisismo. Del mismo modo, defiende eo artículos y ensayos a los olvidados, a los desamparados, a los incomprendidos y al paria social, víctima de una sociedad indiferente y cruel. Hay un Bonafoux agrio, excéptico y satírico; un Bonafoux que exalta, aunque con violencia, la justicia, la verdad y las virtudes cristianas, y un Bonafoux capaz de hirientes ataques, que sin respeto para la condición humana del criticado, llega a las más atrevidas caricaturas, y en ocasiones, a insul· tantes ataques personales. Nemesio R. Canales (1878.1923) es el humorista nato. Detrás de su crítica -recogida en su mayor parte en sus famosos Paliques- se esconde siem. pre el poeta. Veamos lo que nos dice en uno de ellos:
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«Para empezar a ser buenos y perder la costra grosera del salvajismo que llevamos todos más o menos oculta, lo primero que hay que hacer es aprender a soltarle un piropo, un piropo salido del fondo del corazón, a una flor, a una puesta del sol, a una fuente, a la visión azul de una lejana y amable colina.» La más superficial lectura de la cita anterior nos llevará a descubrir que Canales se ha auscultado a si mismo y ha llegado a la conclusión de que con él toda la humanidad lleva dentro, más o menos oculta «la costra grosera del salvajismo». Por el camino de la belleza arribaremos a la bondad.
Oigamos nuevamente a nuestro jayuyano: «Muchos fracasan porque no saben sonreír, porque no han aprendido a contemplar la vida con ojos de bondad y de ironfa, con mirada latina burlona e indulgente... Tanta cuestión por tratar, tanto entuerto por enderezar, tanta cui· tada doncella burlada por vengar, tanto y tanto gigante ensorbecido por desollar... Yo he sentido a las piedras de la calle quejarse y llorar, compadecidas de tantos dolores... Sólo pido que me dejen seguir mundo arriba cantando mi cap lita, una copla sencilla... muy irónica, pero también muy tolerante... He vivido y viviré siempre en poeta con mi vieja costumbre de llevarme a mí mismo la contraria.» Bn las citas anteriores hace profesión de fe: es poeta, y por consiguiente en él impera la emoción y el sentimiento; siente en su propia carne toda suerte de injusticia; ironiza, tolerante, las flaquezas humanas; sonríe melancólicamente ante el infortunio suyo y ajeno. Hay momentos en que nos recuerda el humorismo del Arcipreste y se toma a burlas a sí mismo como cuando traza, consciente de su fealdad física, su autorretrato: «pequeño hombre de cara gorda, irregular y aburrida». ·Los Paliques de Canales -cuyas páginas corren en su mayoría por el cauce del ensayo- constitu· yen en conjunto un repertorio de pequeñas obras maestras que acreditan a Canales como uno de los grandes valores del humorismo hispanoamericano. Recuérdese, si no, Hombres de resorte, La seriedad de mi tio, Los gallos, Rique4a y pobreza, Cosas de muerto, Mi vara de majagua, Robespierrismo, Po. niéndome precio... A veces su humorismo linda peligrosamente con el sarcasmo y la sátira. Son aquellos momentos en que su generosa naturaleza se llena de ira ante «el gigante ensorbecido» que hay que e desollar». Así arremete contra los cazadores de gazapos en su ensayo crítico Bobería. Sócrates Nolasco, el conocido crítico dominicano, que tuvo el privilegio de tratar a Canales pero
sonalmente, nos dice en su libro Escritores de
Puerto Rico: • En Nemesio R Canales, como en Quevedo, asoman varias fisonomías, menos la del amargado. Resplandece su humorismo regocijado que suelta burlas, cuando es don engendrador de gracias gratuitas: el que desfrunce el ceño, reanima, alegra, y momentáneamente alivia o cura. El humorismo sano, el buen humor, fresco y natural brota y bulle y mueve a refr.» Epifanio Fernández Vanga (1880-1961) es otro de nuestros escritores, a ratos ensayista, cuya pluma se surte a veces en la corriente satírica o humorística. Su ensayo El crepúsculo de una literatura, prólogo al libro Allá va eso, de Jorge Adsuar, ocupará siempre lugar destacado entre nuestros mejores ensayos humorísticos en Puerto Rico. A! criticar en el referido ensayo la ausencia del hábito de la lectura en el grueso de nuestra población, propone que se le cobre una multa al que tenga .la manía de leer». Dice al efecto: .Cuando se les censura algo (al puertorriqueño), y más todavfa cuando se les prohibe, todo se vuelve ingeniarse de mil maneras para hacer aquello mismo que se les prohibe y censura. Una contribución alta sobre los que publican libros y una multa fuerte sobre los que los lean, y hétenos convertidos otra vez en una fa· milia capaz de codearse con las otras familias de la tierra; amén del provecho que todo ello significaría para las arcas del Tesoro.» La obra ensayfstica de Fernández Vanga, aunque
restringida, es digna de ser recordada por su vena satirica y humorística. Se caracteriza por sus inesperadas cabriolas de ingenio; por la gracia con que disfraza su actitud irónica, adoptando un tono de severísima austeridad; por la agilidad y rapidez de pensamiento y por sus certeras y agudas observaciones. EvidelIlcian nuestro aserto al ensayo aludido cuando al efecto de nuestro problema lingüístico del primer cuarto del siglo presente, nos dice: Algún viajero del porvenir que sea, como Humboldt, sabio filólogo, escribirá en llegando a Puerto Rico: encontréme con un pueblo vivo cuyo idioma habia muerto. Y será piadoso el tal viajero, y se valdrá de un benévolo eufemismo, al escribir que el idioma habia muerto, porque la realidad es que lo habfan matado; como a la tribu india de la cuenca del Amazonas. ¿Pero es posible que un idioma esté vivo, habiendo muerto el pueblo que lo hablaba? Humboldt dice que sí. ¿Y es posible que un pueblo esté vivo después que ha muerto su idioma? El Gobierno de los Estados Unidos se propone contestar afirmativa· mente a esa pregunta. Es asunto que reposa ex·
clusivamente en las manos de ese Gobierno. Lo único que podemos hacer es desearnos mutuamente longevidad de guacamayos para asistir al desenlace; porque, eso sf, el proceso, aparte de que es penoso, es lento. Don Miguel Meléndez Muñoz (1884·1966) es uno de nuestros grandes ensayistas que sabe manejar el humorismo cordial. Su exquisita pulcritud espiritual le impide caer en el ataque personal. Su crítica, constructiva siempre, está inspirada en un patriótico impulso de regeneración. Paladín de nuestras esencias patrias, su obra presenta una enorme riqueza de matices -éticos y sicológicosque constituye una acabada sfntesis de aquellas costumbres y formas de ser que definen al espíritu puertorriqueño. Su crítica surge siempre sin en~ cono. A veces una maliciosa, aunque benévola socarronería, corre por las páginas de sus cuentos y ensayos que se traduce en sonrisa jovial que nos lleva a menudo a reflexionar en nuestra vida ordinaria. Parodiando a Jarnés podríamos decir que lo extraordinario en Miguel Meléndez Muñoz es 10 ordinario, pero 10 ordinario limpio de toda trivialidad que logra elevar a categorfa artística. El primer ingrediente de su humorismo es la ternura, de la que brota la sonrisa comprensiva que hace desarrugar el ceño de nuestro pesimismo. Aunque la actuación de sus personajes resulten a veces francamente cómicas, las figuras engendran en nosotros un movimiento de comprensiva simpatía. Nunca cae en el pesimismo negativo. Afirman nuestra contención, entre otros ensayos: En torno a la rueda, En torno a nuestra lengua, La cdscara de guineo, De
susquín, susquineao, Por los caminos de Puerto Rico. Emilio S. Belaval (1903) ha derramado su vena humorfstica en la corriente narrativa más que en la del ensayo. Su obra Cuentos para fomentar el turismo y su libro más reciente Cuentos de la plaza fuerte constituYelIl pruebas fehacientes de nuestra afirmación. Sus últimos cuentos se deslizan por la vertiente caricaturesca que a veces linda con el esperpento. De gran valor estilístico, demuestran un extraordinario dominio de los recursos del idioma. Es una lástima que Belaval no haya llevado al ensayo su aguda vena humorística. A veces brota el amago humorista en los ensayos que comprenden su serie titulada La intríngulis puertorriqueña. Convendría tener en mente que el humorismo es una mezcla equilibrada de dos cualidades conflictivas: el amor y la censura. La última nace del anhelo de perfección que el humorista añora para aquél a quien ama. Hay, sin embargo, un punto bajo el cual el balance se rompe: el humor se pierde por el deseo excesivo de corrección. Nadie tan urgido de amor como nuestro nunca bien llorado
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Antonio S. Pedreira (1899-1939). No obstante, su ingente anhelo de corrección redunda en la pérdida del balance señalado, convirtiéndose entonces -re. cuérdese Aclaraciones y crEticas- en ceñudo dómine, en agrio censor. En Insularismo, encontramos aquí y allá, la fulguración humorística, que evidencia su potencial acervo para el humorismo de más difícil acceso: aquél en que el humorista se ríe de sí mismo. Recuérdese cuando critica nuestro retoricismo y nos dice al propósito en su ensayo ¿Puertorriqueño o portorriqueño?, que «echa su cuarto a espadasll por haber incurrido en el mismo vicio -«fuego artificiala siempre obligado en nuestras celebraciones- que él mismo critica a propósito de nuestra literatura. Alrededor de este tipo de humorismo ha dicho Juan Pablo que «burlarse de sí mismo es ya el colmo del humor y su verdadera fórmula». Tomás Blanco (1900), escritor de muchas facetas, camina a veces, con su dominio habitual, por los senderos de lo satírico y lo humorístico. Ejemplarizan la aatterior afirmación su ensayo Los aproo ches del puente y su composición literaria Tres pasos y un encuentro, magnffico ejemplo este últi· mo de la actual confusión de géneros, ya que parti. cipa del cuento, del cuadro de costumbres y del ensayo. El primero constituye una sátira cuya sutil ironía -patente ya desde el título- hace añicos el pretendido «puente entre dos culturas.. Como en el caso de Pedreira el equilibrio entre amor y censura se rompe y surge la sátira que no nace de rencor, silno precisamente de su convicción moral y de su aversión a lo inauténtico, uno de los ejes en que descansa buena parte de su obra literaria. En Tres pasos y un encuentro usa el humorismo en los dos primeros pasos. Menegildo Cruz y ~a Belén están presentados con amor. La descripción de ambos hace brotar a nuestros labios la sonrisa cordial y comprensiva. Pero en el tercero, la des· cripción de la joven pareja de la capital -él vaselinado y finústico»; ella «cursi, depilada y pince· lada_ despierta en el lector la risa del puro ridículo. Un personaje cómico, ridículo, lo es en la medida exacta en que se desconoce a sí mismo. La risa castiga la inautenticidad. Hay un aspecto de rigidez, de automatismo en la figura de la pareja que indefectiblemente nos lleva a reír. La vida exige cierta elasticidad del cuerpo y del espíritu. Se nos antojan ambos, fantoches articulados. Sus gestos, su actitud es risible toda vez que nos hacen pensar en un simple mecanismo. Cuando la negra ~a Belén y el jíbaro Menegildo tropiezan con la pareja y se deshacen en excusas, se nos hace más patente la injusticia social que sufren; por el contrario, la ridiculez y la inconsciencia de la pareja capitalina sube de punto cuando
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comentan: «¡Jíbaro tontol ¡Negra imbécil! ¡En este país no hay culturalEntre sus últimos ensayos cabe destacar Miserere (1959) -meditaciones alrededor del álbum Mi. serere de Georges Ronault-, que pone de manifiesto su bien cimentada cultura filosófica que ya nos fue dable atisbar en Los vates. En este ensayo nos topamos con una nota menor de cierto desolado escepticismo típico de todo verdadero humorista, escepticismo que es expresión del choque surgido entre las aspiraciones ideales y 10 que la realidad encierra. Washington Lloréns (nació en 1900) es otro de nuestros buenos cultivadores del humorismo, aun. que a veces cae en la sátira cuando en sus ensayos de crítica literaria -recuérdese Un intruso en el jardEn de Acaderno- se deja llevar por su anhelo de corrección lingüística. Es sin embargo, sátira sin rencor, ya que nace, como en los casos anteriormente señalados, del excesivo deseo de perfeccionamiento. Su cuento-ensayo Entre manos anda el juego, su ensayo Dos mujeres del Quijote: la mujer de Sancho y Maritornes, su obra Catorce pecados de humor y una vida descabellada, así como muchos de sus prólogos, constituyen otros tantos ejemplos de humorismo de buena ley. En casi toda su obra corre una finísima nota cómica, maliciosa y socarrona unida a una ironía ágil que entronca con las páginas del picarismo español. Creador en nuestro ámbito literario de un mun· do de humor de inconfundible originalidad, Salvador Tió (nació en 1911) se dio a conocer desde sus primeros artículos y ensayos periodísticos como cronista innovador e inimitable. Su profunda serie· dad de preocupación -revisión de los valores esenciales de nuestra vida colectiva con propósito constructivo- se disimula entre chispeantes agudezas, irónicas cabriolas y divertidas sátiras sin resenti· miento. Humorista para quien considerar la vida desde diversos ángulos constituye un trascendente juego mental, Tió nos invita a sacudir la rutina ya cancelar lo agotado en nuestro ambiente insular. Su ingenio agudo y ágil le faculta para atinar con certera precisión con la cara cómica, festiva, abo surda, o ridícula de cualquier aspecto de nuestro mundo. Su obra A fuego lento: Cien columnas de humor y una cornisa (1954) -compilación de sus mejores crónicas- apoya bien las afirmaciones ver. tidas al mismo tiempo que nos prueba cómo su humorismo, en apariencia risueño e intrascendente, trata los más sutiles matices de nuestra problemá· tica. Pone de manifiesto, asimismo, ciertos aspectos coincidentes que prestan a su labor periodfsticOliteraria gran efectividad: el audaz juego de ideas, el estilo paradoja! e incisivo, la brevedad y concisión que refuerza el efecto deseado.
En la obra ensayística de Rubén del Rosario (nació en 1907) se vislumbra un humorismo latente que se queda muchas veces en fulguración o leve temblor -acaso por la índole lingüístico..cientifica de sus temas- que acusa un chispeante ingenio bien dotado para la faena satírico-humorista. Recuérdese, si no, ensayos como La influencia del inglés en Puerto Rico, que, pese a su carácter de rigor científico, exhibe aquí y allá su ingenio humo· rístico, arriba señalado: Gramáticos y maestros, políticos y poetas y aficionados, con clara unanimidad, han visto en ello (la influencia del inglés) el punto neurálgico de nuestra cultura, el costado escandaloso del espíritu puertorriqueño. Ningún otro tema se ha prestado como éste para bordar amenas charlas de café. Ninguno ha hecho derramar más toneladas de tinta... Más que en la realidad, la grao vedad del problema está en la fantasía y en la telaraña mental de ciertos intelectuales. Si somos capaces de modificar nuestras ideas sobre arte, sobre medicina, sobre alimentación, ¿por qué no rehacer nuestra visión sobre el lenguaje? El asi· milar voces extranjeras es un índice de vitalidad, no es un síntoma de muerte... Ahora se ven cuán equivocados están los que suenan el timbre de alarma anunciando la defunción próxima del es· pañol en Puerto Rico si no acude pronto el maestro con su frasco de sales gramaticales... Pero es en el delicioso ensayo Carta a Lope de Vega, donde encontramos la juguetona escapatoria de Rubén del Rosario al campo de la imaginación y del humor. A través de esta interesante cartaensayo fluye un humorismo suave y retozón, ema. nación de una ironía amable muchas veces teñida de cierta ternura delicada. La tarea de Enrique A. Laguerre (1906) es una de las más concienzudas y serias empresas literarias que aquí se han intentado. No hay sector de la vida puertorriqueña que escape a su mirada enjui. dadora y crítica. Cabría sostener que Laguerre ha difundido -quizá más que ningún otro autor- el conocimiento de nuestra Isla en sus esencias, en sus costumbres, en sus tipos. Observador sagaz y penetrante de nuestra realidad, ha aprendido a ver en el hombre y en sus hechos, su verdad y, como es natural, no puede muchas veces divertirle 10 que ve. De aquí que una novela, un ensayo, un artículo suyo sea casi siempre un vehículo para el fino alfilerazo de su humor muchas veces amargo. Su humorismo un tanto sombrío nace de su entusiasmo reforma· dar y contrapuntea el asomo sentimental que pueda brotar de aquel amoroso anhelo. Por eso, tras su excepticismo zumbón, corre siempre soterrada una cálida corriente humana. En El pulso de Puerto Rico y en sus Hojas libres -rebosantes de muchedumbre de ideas acusadoras
de riqueza mental y de percepción zahorí para los más diversos y sutiles matices de nuestra proble. mática- nos topamos con numerosos artículos y ensayos que acusan su vigilante conciencia social. Recuérdese entre otros, los titulados Qué hacen los intelectuales, Historia y Leyenda, El viejo San Juan, La educación como niveladora social, Algunas ideas sobre crítica en El pulso de Puerto Rico. En innu· merables Hojas libres encontramos, asimismo, nu. merosos ejemplos que en conjunto constituyen una protesta iJIltegral -política, moral, social, espiritual y cultural- contra todo aquello que, a su juicio, es nocivo o negativo para el mejor desarrollo isleño. Ejemplarizan también los asertos arriba enunciados, numerosos pasajes de sus novelas, entre los que cabe destacar el análisis implacable del Puerto Rico del último tercio del siglo XIX que nos presenta en su «bionovela» La resaca. Ingeniosa fiscalización de los vicios. abusos y desórdenes de aquella época colonial es don Felipe Santoro el símbolo del «señoritingo» holgazán y licencioso, cínico pe· ninsular que floreció en aquella época, cuyos des· mames pavimentaron el sendero para el advenimien· to de El Reino del Terror -23 de agosto hasta el 10 de diciembre de 1887- bajo el gobernador Pa. lacio. 'La inversión del juicio moral que Laguerre pone en boca de don Felipe en desavenencia cruel con las normas que en el orden social y moral acatamos como ley, constituye un torneo de cínica ironía, fina observación y chispeante ingenio. Dicho pasaje -como veremos- puede equipararse con las me· jores páginas clásicas de la picaresca. Don Felipe selecciona a Balbino Pasamonte -pobretón penin. sular que acaba de arribar a la colonia, añorada Jauja para sus ensueños arribistas- con la siguiente «calurosa apología de la virtud», según Laguerre: .Tienes que aprender a esperar la mejor opor· tunidad. Tú eres listo. Nosotros los españoles tenemos unas cuantas famas y leyendas y tú debes hacer uso de ellas. Hazte pasar por hidalgo aun· que hayas venido a la Isla en alpar~atas -las mujeres de las colonias sienten debilidad por los extranjeros. Luda no puede ser excepción. Don Juan pertenece a nuestra tradición; es posible que no te conformes con una sola mujer: haz que se te entreguen. Aunque no des una limosna a un pobre. de vez en cuando aparenta desprendimiento. Es parte del negocio. Ve a la iglesia. Arrodmate. Gana la voluntad de los curas. El cielo no cuesta tan caro. Hay que ganarlo desde la tierra. Por ahí dicen que lo que hace tu mano derecha no debe saberlo la izquierda, pero esos son cuentos de camino. Todo el mundo debe enterarse de tus actos de piedad. La virtud tiene su precio: vende tus virtudes. Haz creer en público que eres dechado de virtudes... En privado entras al retrete y eres todo porquería. A propósito, cuando el
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poder y la riqueza de alguien te turbe, piensa que quien las posee no puede escaparse de la innoble tarea. Imagínatelo en cuclillas y se te quitará la turbación... Lástima que tengas un nombre tan feo. Suena mal eso de Balbino... No he pensado una historia romántica para ti; lo de Lucía es puro negocio y cuando tengas dinero y poder lo de Balbino sonará a gloria. ¡Nadie compuso mejor mú' sica que el tintín del dineral Dicen que más vale pájaro en mano que ciento volando. No te conformes con uno solo. Utiliza el que tienes en mano de carnada para los otros. Dice el jíbaro del hombre listo: es uno de los que sacan los huevos a la paloma y la dejan echá. Bien, pero si puedes llevarte la paloma, llévatela también... Dios está muy lejos, y la verdad es que los hombres son dueños del mun· do....
COMENTARIO FINAL:
Por lo anterionnente expuesto, podemos concluir que es tarea harto difícil -por no decir impo. sible- el definir el humorismo. Es calificación literaria que no se pliega dócilmente a ser identificada con trazos definitivos. Como en todo género híbrido, las fronteras con sus aledaños -lo festivo, 10 burlesco, lo cómico, lo irónico, lo sarcástico, lo salí. rico-, quedan desdibujadas, imprecisas y, muchas veces, elásticas hasta el máximo, cuando no, entremezcladas, colindando peligrosamente entre sí. El somero deslinde que inicia este estudio sólo pretende esbozar una configuración: tenemos pleno conocimiento de que nos aventuramos por terrenos que apenas aparecen en el catastro de nuestra geo. grafía literaria. Amigo de la mezcla y de las posiciones antitéticas y, como tal, enemigo de los «sabores puros., el humorismo ha sido tildado de «cocktaih> literario. Así, su rasgo más característico es ese movimiento pendular, ese vaivén que va, ora de la ter-
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'nura a la intención satírica, de la ironía a la piedad, de lo sublime a lo ridículo, de la sonrisa al llanto... El humorista es tolerante porque se ha auscultado a sí mismo y conoce, por lo tanto, la dualidad característica humana. Rehuye la tipificación: sabe que el ser humano no es ni ángel, ni demonio; es decir, ni enteramente bueno ni enteramente malo. El humorista usa también la ironía, pero aquella ironía que es más bien un disfraz del sentimiento, aquélla que Benavente ha definido como «una tristeza que no puede llorar y sonríe». Usa también la sátira, pero la sátira despojada de su ángulo hiriente: el ataque personal. Es sátira que no osa ÍD. dividualizarse. Alguien ha sostenido que el humorismo es «nube preparada de aurora». Tengo para mí que quien la definió así pensaba precisamente en sus cualidades conflictivas: de un lado, el amor, la tolerancia, la comprensión: del otro, la censura sin resentimiento -sin «pajarilla., como diría Que. vedo- y no por general, menos constructiva. El hwnorismo -la criba más inteligente del fenómeno vital- nunca hiere, porque transita por los caminos del sentimiento. La diferencia fundamental entre la sátira y el humorismo se sintetiza en la siguiente cita de Charles S. Brooks de Yale University: «Humor never points BlIl impertinent finger into my defect; satire sets a snake where humor goes off whisling without a victim.lt Si se nos pidiera caracterizar los momentos más significativos en la evolución de nuestro humorismo a lo largo del desarrollo de nuestro ensayo, cabría apuntar que aquél se inicia balbuceante con Manuel Alonso y Alejandro Tapia y Rivera; se torna amargo y sombrío con Antonio Cortón y Luis Bonafoux; y pisa nuestra cumbre más alta con Nemesio R. Canales y Salvador Tió; todo ello transitando por una variadísima gama de positiva valía y originali. dad: Epifanio Fernández Vanga, Miguel Meléndez Muñoz, Emilio S. Belaval, Washington Lloréns. Rubén del Rosario, Enrique A. Laguerre, entre otros.
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