REVISTA del INSTITUTO de CULTURA PUERTORRIQUEÑA ANTROPOLOGIA HISTORIA LITERATURA ARTES PLÁSTICAS TEATRO
MOsrCA ARQUITECTURA
OCTUBRE - DICIEMBRE, 1969
San Juan de Puerto' Rico
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DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES Guillermo Silva, Presidente Enrique Laguerre - Aurelio Tió - Elías López Sobá Arturo Santana - Esteban Padilla Milton Rua
Director Ejecutivo: Ricardo E. Alegría Apartado 4184 AÑO XII
SAN JUAN DE PUERTO RICO 1969
Núm. 45
OCTUBRE-DICIEMBRE
SUMARIO
Edgar Allan Poe y Puerto Rico por Lidio Cruz Monclova
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por J. Enamorado Cuesta oo. Concha Meléndez y el ensayo de crítica literaria por Angel Luis Morales
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Exposición de Jorge Rechany ,..
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Alfarero de la Goglia por J. l. de Diego Padró
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Etnias hispánicas por Enrique T. Blanco Lázaro ... .. , ...... oo. ...
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Martí y su concepto de la revolución por Manuel Maldonado·Denis
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Exposición de Borinquen 12
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El antiguo San Juan y el Teatro Tapia por Francisco Arriví ... ... oo.
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El arahuaco insular: Sustrato lingüístico de las Antillas mayores y menores por Manuel Alvarez Nazario ......
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La investigación histórica, arqueológica y folk.lórica en el Instituto de Cultura Puertorriqueña por Ricardo E. Alegría
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SEPARATA DE MÚSICA
TRES CANCIONCITAS DEL MAR IIl. - CANTARCILLO MARINERO Música de Jack Delano Letra de Carmelina Vizcarrondo
PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUE&A Director: Ricardo E. Alegria Ilustraciones de Carlos MarichaJ Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente . S2.50
Suscripción anual Precio del ejemplar
50.75
[Application for second class mail pri\"ilege pcnding at San Juan, P. R.]
DEPÓSITO LEG.\I.: B.
33-B· 1959
JMPRESO El\" LOS TALLERES GR.iHCOS UF '1 \:\1 El. P.\REJ\ B.~RCEL.O:-lA • PR1NTED Ji\" SP.\!'\ - 1~IPRESO EX ESP\;i(\
COLABORADORES
J. 1. DE DIEGO PADRÓ. Nace en Vega Baja, hijo del poeta Pedro R. de Diego González. Poeta, novelista, cuentista, periodista. En 1921 funda con Luis Palés Matos el movimiento vanguardista denominado diepalismo. Su obra poética figura en La última lámpara de los dioses (1950) y Ocho epístolas mostrencas (1952). Su novelística incluve: Sebastián Guenard (1924); En Babia (1940 y 1961); El tiempo jugó conmigo (1960); El minotauro se devora a sí mismo (1965) y Un cencerro y dos badajos (1969). Entre sus obras inéditas figuran: El yo disperso y otros poemas. Los
murciélagos de oro, Segundo libro de epístolas mostrencas, Caldo de perro y otros cuentos y Luis Palés Matos (Estudio bio!1;ráfico-crítico).
ARTURO V. DÁVILA. Nace en San Juan. Hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad de Madrid, donde se especializó en historia y obtuvo, en 1960, el grado de doctor en filosofía y letras. Su tesis doctoral se titula: La isla de Vieques y su historia. Ha publicado numerosos trabajos de investigación sobre la historia religiosa y el arte en Puerto Rico, además de su libro: Las encíclicas sobre la Revo-
lución Hispanoamericana y su divulgación en Puerto Rico. Dirige el Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Puer· to Rico.
MANUEL MALDONADO DENIS. Adscrito a la Facultad de Ciencias Sodales de la Universidad de Puerto Rico, cuya Revista dirige. Ha publicado numerosos artículos en Cuadernos Americanos de Méjico, entre ellos: "El intelectual y la política"; "Puerto Rico - Problemas y perspectivas del momento actual"; "Puerto Rico y la América Latina" y "Don Pedro Albizu Campos o El sacrificio del valor y el valor del sacrificio". En el homenaje a Pedreira ofrecido por el Ateneo Puertorriqueño leyó su estudio: "Visión y revisión de Insularismo". Publicó recientemente su libro: Puerto Rico: una interpretación
histórico-social.
LIDIO CRUZ MONCLOVA. Nació en Río Pie· dras. Fue durante muchos años profesor de historia y literatura puertorriqueñas en la Universidad de Puerto Rico. Su obra principal ha sido la Historia de Puerto Rico - Siglo XVI, publicada en seis volúmenes aparecidos entre 1952 y 1964. Es también autor de las obras Historia del año 1887, Luis Muñoz Riv~ra: diez años de su vida política y Baldorioty de Castro. Con Antonio J. Colorado es coautor de Noticia y pulso del movimiento político de Puerto Rico (1808-1890), y con Reece B. Bothwell, de Los documentos, ¿qué dicen? Es compilador de las Obras Completas de Luis Muñoz Rivera, que viene publicando el Instituto de Cultura Puertorriqueña.
J. ENAMORADO CUESTA. Nace en Yauco en 1892. Poeta y periodista. Su poesía, cuyo tema principal es el patriótico, figura en los siguientes libros: Pedernales (1931), Verano (1934), En tropel (1942), Con san· gre roja (1946), Euforia (1950), Tres banderas y otros poemas (1953), La Princesa y el Oso Blanco (1955), Salve Hispania (1958), Estampas del Vivac (1962). Entre sus obras en prosa figuran: Ensayos étnico-sociológicos (1931), El imperialismo yanqui y la revolución en el Caribe (1936 Y 1966), Yo estuve en "La Princesa" (1952), Manuel Corchado Juarbe, auténtico liberal puertorriqueño (1955) y Fuera de Ley ( 1957).
ANGEL LUIS MORALES. Catedrático de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, hoyes director del Departamento de Estudios Hispánicos. Uno de los más conocidos especialistas puertorriqueños en literatura hispanoamericana. Ha publicado numerosos artículos en revistas literarias y periódicos, entre ellos: "Juicio de Hostos sobre Ruiz Belvis y Betances", "Eugenio María de Hostos - Apuntes sobre su obra literaria", "Alfonso Reyes y su obra literaria" y "El naturalismo en los cuentos de Rómulo Gallegos". En dos volúmenes, publicó en 1967 su Literatura hispanoamericana: Epocas y figuras. Acaba de publicar La naturaleza venezolana en la obra de Rómulo Gallegos, tesis con la que obtuvo su doctorado en letras en la Universidad de Madrid en 1951.
FRANCISCO ARRIVÍ. Nace en San Juan. Dramaturgo, poeta, ensayista, director de escena y luminotécnico. Se recibió de Bachiller en Artes en la Universidad de Puerto Rico. Becado por la Fundación Rockefeller, estudia radio y teatro en la Universidad de Columbia. Fundó la sociedad dramática Tinglado Puertorriqueño. Es autor de las piezas de teatro: El diablo se humaniza, Alumbramiento, María Soledad, Caso del muerto en vida, Club de Solteros, Bolero y plena, Vejigantes, Sirena y Cóctel de Don Nadie. En poesía: 1sla y nada, Frontera, Ciclo de lo ausente y Escultor de la sombra. Ensayos: Entrada por las raíces, Areyto Mayor, Conciencia puertorriqueña del teatro contemporáneo. Dirige el programa de teatro del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
MANUEL ALVAREZ NAZARIO. Nace en Aibonito. Maestro en Artes por la Universidad de Puerto Rico, se recibe en 1954 de doctor en filosofía y letras en la Universidad de Madrid. Desde 1949 profesa una cátedra de lengua española en el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez, de cuyo Departamento de Español fue director. Dedicado a los estudios lingüísticos, ha publicado las obras El arcaísmo vulgar en Puerto Rico (su tesis doctoral) y El elemento afronegroide en el español de Puerto Rico (1961), premiado por el Instituto de Literatura y publicado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña.
RICARDO E. ALEGRÍA. Nace en San Juan. Estudió antropología en las universidades de Chicago y Harvard, como becario de la Fundación Guggenheim. Ha publicado diversos artículos sobre arqueología y folklore en revistas del país y del extranjero. Desde hace varios años es profesor de prehistoria en la Universidad de Puerto Rico y dirige, desde su fundación en 1955, el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Ha publicado los siguientes libros: Historia de nuestros indios - Versión elemental (1952 y 1969), La fiesta de Santiago Apóstol en Loíza Aldea (1955), Los renegados (1962), El Instituto de Cultura Puertorriqueña. Los primeros cinco aiios (1960), El tema del café en la literatura puertorriqueña (1965), Cuentos folklóricos de Puerto Rico (1967), The Three Wishes. A Collection of Puerto Rican Folktales (1969), Descubrimiento, conquista y colonización de Puerto Rico. 1453-1599 (1969) Y El Fuerte de San Jerónimo del Boquerón (1969).
INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUERA San Juan de Puerto Rico 969
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JACK DELANO Nació en 1914 en una aldea cerca de la ciudad de Kiev, Ucrania. A la edad de nueve años emigró a los Estados Unidos y la familia se estableció en Philadelphia, Pennsylvania. Continuó sus estudios musicales, que ya había comenzado' con su padre, en la Settiement Music School, con una beca. Allí, desde el 1923 hasta el 1932, estudió violín, armonía, teoría, composición y viola, con profesores del Curtis 1nstitute of Music. Luego formó parte, como violinista, de un cuarteto de cuerdas, mientras estudiaba arte con una beca en la Pennsylvania Academy of the Fine Arts donde recibió un premio de un viaje a Europa para estudiar y visitar los grandes museos. De 1940 hasta 1943 trabajó como fotógrafo-artista con la Farm Security Administration del gobierno federal y en 1941 fue asignado por dicha agencia para pasar tres meses en Puerto Rico para hacer un reportaje fotográfico de las condiciones sociales en la isla. Estas fotografías se encuentran ahora en la Biblioteca del Congreso. Después de tres años de servicio militar durante la guerra volvió a Puerto Rico con su esposa, habiendo recibido una beca de la Fundación Guggenhaim para continuar su labor fotográfica en la isla. Reside ,en Puerto Rico desde el año 1946. Ocupó el puesto de director de la Sección de Cinematografía en la División dé Educación de la Comunidad desde sus comienzos hasta 1953, donde aprovechó su preparación musical para componer la música de las varias películas que dirigió. Empezó a trabajar con la emisora del gobierno, la WIPR-TV, en 1957 y era Administrador General del Servicio de Radio y Televisión desde 1962 hasta mano de 1969. Además de las partituras para películas, sus' obras musicales incluyen:
1. Los ballets La Cucarachita Martina, La Bruja de Loíza, Sanjuaneras y El Sabio Doctor Mambrú. 2. Música incidental para el cuentu de Tomás Blanco "Los Aguinaldos del Infante". 3. Sonata para viola y piano (premio del concurso WIPR). 4. Cuarteto para cuerdas y piano. 5. .Las canciones: Oración de Jimena (del Cantar de Mio Cid), Nocturno (letra de Luis Palés Matos; premio del certamen Festival de Navidad del Ateneo) Esta Luna es Mía (letra de José P. H. Hernández; premio del certamen, Albertus Magnus College), Tres Cancioncitas del Mar (letra de Nimia Vicéns, Esther Feliciano Mendoza y Carmelina Vizcarrondo). 6. Sonatina para flauta y piano (premio de publicación del Ateneo). 7. Sonata 'para violín solo. 8. Ofrenda Musical a la memoria de Luis Palés Matos (para viola, trompa y orquesta· de cuerdas). 9. Arreglo para orquesta sinfónica de dos danzas de Juan Morel Campos (La incógnita y Laura y Georgina). 10. Tres tiempos para la suite "Fiestas Patronales" para quinteto de vientosmadera. 11. Cuatro Sones de la Tierra (letra de Tomás Blanco). 12. Concertino Classico para trompeta y orquesta. 13. Obertura "La Reina Tembandumba". Sinfónica.
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Edgar Allan Poe y Puerto 'Rico Por LIDIO CRUZ MONCLOVA
HACE UNOS CUANTOS AÑOS APARECIÓ EN ESTADOS UNIdos un libro intitulado Edgar Allan Poe in Hispanic American Literature, escrito por el ilustrado profesor y prestigioso hispanista norteamericano míster John Eugene Engelkirk. Este libro, fruto de largas investigaciones practicadas en numerosos archivos y bibliotecas de Estados Unidos, España e Hispanoamérica, contiene en sus cuatrocientas setenta y siete páginas de apretado texto, una amplia reseña histórica sobre la penetración y difusión de la obra del genial poeta norteamericano en las literaturas española e hispanoamericana, y valiosos comentarios críticos, amén de un extenso apéndice bibliográfico. Hay, sin embargo, dos puntos relacionados con el material informativo del libro que, por su alcance e importancia, tienen para nosotros, los puertorriqueños, particular interés, y que bien merecen especial atención. El primer punto se refiere a la primera versión de Poe publicada en Hispanoamérica, la cual, según el autor, tiene lugar en Argentina, el año de mil ochocientos sesenta y nueve. "Con toda probabilidad -escribe Engelkirk- y siguiendo las tendencias generales de desenvolvimiento de las antiguas colonias de España, las traducciones francesas y españolas de los cuentos de Poe, comenzaron a aparecer casi simultáneamente, alrededor de una década después de su bo"'! en la Península. Esto es, hacia los últimos años de la década de 1860. La base de esta afirmación la consti· tuye, la que parece ser, la primera traducción hispanoamericana. En 1869 -añade- la Revista Argentina ofrecía a sus lectores una versión anónima de "El Sistema del Doctor Tarr y el Profesor Fether". Esta afirmación -concluye- es cierta." La realidad, empero, parece hablar un lenguaje bien distinto. Pues, resulta un hecho histórico, tan
Edgar Afian Poe
categórico como elocuente, que ocho años antes que en Argentina, aparece publicado en la Gaceta de Puerto Rico, correspondiente al jueves 23 de noviembre de mil ochocientos sesenta y uno, el cuento intitulado El Corazón revelador de Edgar ABan Poe. Consecuentemente, cumple en justicia reconocer a Puerto Rico el particular servicio de haber presentado al mundo literario hispanoamericano la figura de Poe, quien, como dice Saintsbury, había sido la víctima de una injusticia extrema e incomprensible en su propio país. Y, de quien dice Menclen: "No deja, ciertamente, de tener significación
que se tomara varios años el reunir fondos bastan· tes para colocar sobre la olvidada tumba del poeta una lápida fea y barata que, no se erigió has(a vein· tiséis años después de su muerte; que ningún escritor norteamericano tomara parte en la propugnación del proyecto; y, que fuera Walt Whitman el único hombre de letras que asistiera a la ceremonia final." El segundo punto tiene relación con los apuntamientos del profesor Engelkirk sobre la difusión de la obra de Poe en Puerto Rico. En este orden, el distinguido investigador, no va muy lejos, circunscribiéndose a algunas referencias contemporáneas. No obstante, un recuento, que no pretende ser exhaustivo, de las fuentes documentales, revela claramente que la obra de Poe contó en la Isla, numerosos y entusiastas admiradores. A principios de 1873, la Imprenta y Librería El Comercio, de San Juan, publica en un folleto el cuento de Poe intitulado La Carta Robada. Y, ellO de abril del mismo año, en una amarga epístola dirigida a don José Pablo Morales, Baldorioty de Castro manifiesta que había salido de una situación tan tremenda, agonizante y fatídica que parece una pesadilla propia de Ult cuento de Edgar Poe. Hacia fines de febrero de 1875, el periódico La Prensa, editado en Mayagüez por don Antonio Ruiz Quiñones, inicia la publicación de las Historias Extraordinarias. Y otro tanto hace a principios del mes de marzo del mismo año, la revista La Azucena, editada en San Juan por don Alejandro Tapia Ri· vera. Bien pudo creerse entonces que, movidos por sus respectivos intereses, los dos periódicos se enzarzaran en litigios y controversias como los que habían tenido lugar en Francia entre Le Quotidien. ne y Le Camerce con motivo de la publicación si· multánea de The Murders in the Rue Margue. Pero, con ánimo más sereno y más cortés, los periodistas puertorriqueños, se pusieron de acuerdo. Y. La Prensa cedió generosamente a La Azucena el derecho de prioridad. "EI director de La Azucena -escribía Tapia Rivera- agradece a su apreciable amigo el de La Prensa, la deferencia que ha tenido a bien guardarle, al desistir de continuar la publicación de los cuentos de Poe que esta revista comenzó a publicq.r después que aquel periódico. La conducta de La Prensa no ha podido ser más generosa, y, La Azucena se complace en reconocerlo así. Siempre y en todas partes -añadía Tapia Rive· ra- se ve la punta del guante del caballero." El primero de los cuentos, El Gato Negro, publicado en La Azucena, el 15 de marzo de 1873, apare-
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ció precedido de un artículo de presentación en el que Tapia Rivera además de consignar interesantes datos biográficos del poeta, sugerir un paralelo en· tre las Historias Extraordinarias y los cuentos y narraciones de Hoffman y Veme, señala la significación de la obra literaria de Poe. Es una de recreo -comenta- y sin embargo, enseña: es una obra científica y, sin embargo, delei· ta: es una obra que pertenece al género más antiguo que registra en sus anales la historia de la literatura, y sin embargo, es una obra que inaugura un género nuevo, completamente nuevo." Posteriormente vieron la luz en La Azucena, en orden sucesivo, La Verdad de lo ocurrido con el señor de Valdemar, publicado en el número correspondiente al 31 de marzo de 1875; el Doble Asesinato, publicado en los números comprendidos entre el 15 de abril y el 15 de julio; y, El Escarabajo de Oro, publicado en los números comprendidos entre el 31 de julio de 1875 yel 15 de febrero de 1876. En 1879, don José Gautier Benítez y don Manuel de Elzaburu Vizcarrondo, insertan en las páginas de su Revista Puertorriqueña, dos obras de Poe, la novela Eleonora y el cuento La Cita. A principios del siguiente año, el director de El Agente publica un artículo en que se señala a Edgar Allan Poe como uno de los más grandes poetas de Estados Unidos y a Walt Whitrnan como su suce· sor. Mientras, disconforme con tal criterio, el director del Boletín Mercantil, replicaba en otro artículo que consideraba increíble el que se pretendiera colocar a Whitman a la altura de Poe. Hacia fines de 1887 la Librería de GonzáIez, de San Juan, ofrece a la venta las Historias Extraordinarias. Y, en 1895, al mismo tiempo que la Librería Otero, de Ponce, ofrecía a la venta los Cuentos y Novelas de Poe, don Manuel Fernández Juncos publicaba en las columnas de El Buscapié el cuento intitulado El señor de Valdemar. Hacia las postrimerías del siglo, el eminente orador y político español don Segismundo Moret ~e. claraba que a pesar de las relaciones sostenidas durante la centuria con Estados Unidos, era imposible buscar en la historia literaria de las Antillas las huellas de los grandes autores norteamericanos, ni una traducción de Edgar Poe ni un comentario de Emerson ni una imitación de Longfellow. Pero, si en cuanto a Puerto Rico y a Poe, según queda referido, la voz de la realidad desmiente la declaración del ilustre tribuno, lo mismo sucede respecto a Emerson y a Longfellow. De ello tendremos ocasión de hablar, Dios me· diante, en programas venideros. It
Lares
18(~8 -
Por J. ENAMORADO
CUESTA
A José A. Gonzd1ez Orona
D
La plaza: un, ¡alto, quién vivel, cortó el aire tensamente y la respuesta valiente de las cuatro carabinas ahogó el ¡Puerto Rico, Libre!
EL PEPINO la columna libertaria, repiquetearon los máuseres y sola quedó la plaza. E LARES BAJÓ A
Aquella noch~ El Leñero no regresó a la cabaña y en la polvosa vereda la brava tropa insurrecta descansó sobre las armas.
) lEY.. (
¡Viva Puerto Rico Libre! y Lares fue presa fácil: por Don Francisco Ramfrez, por Bruckman, Parrilla y Rojas fue la República en Lares. .. ¡A caballo y al Pepino, que ya amanece, muchachos!" y fue cantado el Te Deum, repicaron las campanas y se estremeció el camino bajo los inquietos cascos y el fugaz alpargateo.
La bandera iba primero -la que bordó Brazo de Oro-; abrió la marcha El Leñero y Bruckman iba a caballo, un relámpago en los ojos y sus galas de bombero.
¡Bajo el humo y al machetel, y Rojas cargó el primero, pero habló el máuser de frente y el plomo llenaba el aire con su mensaje de muerte. La sangre tiñe la plaza que el fuego español abrasa; los'milicianos son muchos y no hay yesca ni cartuchos; y sólo quedan tendidos los que no saben, vencidos, pisar el batey de casa.
De Lares bajó a El Pepino la columna libertaria, epiquetearon los máuseres y brotaron, encendidos de la sangre los rosales. ¡Viva Puerto Rico Libre! y el cundearnor, florecido,
se avergonzó en los yerbales, al reventar, encendidos, rojos claveles de sangre... Del libro Pedernales, 1932 3
Concha Meléndez y el ensayo de crítica literaria* Por
ANGEL LUIS MORALES
1. Introducción CONOCIDA YA EN ElJ .(AlBITO DE LA ERUDICIÓN Y LA
crítica hispánicas desde la publicación en 1926, por el Instituto de las Españas en Estados Unidos, de su monografía Amado Nervo, con la aparición de La novela indianista en Hispanoamérica (1934),1 Signos de Iberoamérica (1936)2 y Pablo Neruda. Vida y obra (1936),3 la ilustre profesora y escritora puertorriqueña, Concha Meléndez, pasa a ocupar uno de los más altos sitiales en el mundo de la crítica hispanoamericana actual. A esas cuatro obras se han sumado luego, además de numerosos ensayos, estudios, articulas, en las más diversas revistas profesionales y literarias, así como en periódicos locales y extranjeros,· cinco libros que constituyen una valiosísima aportación a la crítica de las letras hispanoamericanas: 1) Asomante. Estudios hispanoamericanos (1943),52) La inquietud sosegada. Poética de Evaristo Ribera Crevremont (1946),6 3) Figuración de Puerto Rico y otros estudios (1958),7 4) José de Diego en mi memoria (1966)8 y 5) Literatura hispanoamericana (1967).9 Completan su obra recogida en libro hasta la fecha, Entrada al Perú (1941 )10 bella y sentida visión de la tierra, el hombre y algunos aspectos de la cultura peruanas, y tres antologías del cuento precedidas de penetrantes estudios históricos o teóricos sobre el género: C u e n t o s hispanoamericanos (1953),11 El cuento. Antología de autores puertarriqueiíos (1957)12 y, finalmente, El arte del cuento en Puerta Rico (1961 ).13 El más leve análisis de estas obras pone de re· lieve el predominio en ella del ensayo de crítica literaria en sus más diversos matices: semblanzas • Ponencia enviada al XIV Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 24-28 de agosto de 1969, Taranta, Canadá.
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Concha Me/éndez y etopeyas de escritores, i. e., "Pedreira: Autorretrato en su autocrítica", "Pedreira: Discurso a la juventud", "Ana Roqué de Duprey: Biografía en cuatro tiempos" (Figuración de Puerto Rico y otros estudios); análisis de la obra total o parcial de un autor, i. e., "Jovillos y volantines. Homenaje a José de Diego", "Alfonso Reyes. Flechador de ondas" (Signos de Iberoamérica), Pablo Neruda, Vida y
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obra, "Muerte y resurrección de César Vallejo" (Asomante), "España en el corazón de Pablo Neruda", "El mundo es ancho y ajeno", "Solar Montoya: Novela de Enrique Laguerre" (Asomante); o estudios de asuntos y temas en uno o más autores, i. e., "Sor Juana y los negros", "El estetismo de Enrique José Varona", "La juventud en Juan Marinello" (Signos de lberoamérica), "Hostos y la naturaleza de América", "El mito de los ríos en dos novelas hispanoamericanas", "América Hispana en la poesía de Gabriela Mistral" (Figuración de Puerto Rico y otros estudios). Puede, pues, afirmarse;: -sin que ello implique en modo alguno menosprecio por el resto de su obra, valiosa toda- que Concha Meléndez es fundamentalmente ensayista, y que dentro de este género, el que mejor define su personalidad y su temperamento es el de crítica literaria. A un breve examen de .ese aspecto de su obra queremos, pues, dedicar estas breves consideraciones. 2. El ensayo de crítica literaria de Conc11a Meléndez Aunque toda la obra de Concha Meléndez, aún sus monografías l4 -con excepción de La novela indianista en Hispanoamérica, obra estrictamente eru· dita y de investigación, y por la cual, significativamente, su autora siente menos cariño-, tiene mar· cado carácter ensayístico, tanto por el predominio del acento personal, por la cercanía al lirismo, como por la ágil libertad de movimiento, ceñiremos nuestro comentario a los libros de ensayos estrictamente tales. Signos de lberoamérica, su primer libro de ensayos, recoge una serie de estudios en que se destacan los siguientes: 1) "Jovillos y volantines. Home· naje a José de Diego", primer estudio global sobre la poesía de nuestro gran patriota y poeta civil, único hasta la reciente aparición de la magistral obra de Margot Arce de Vázquez;15 2) "Alfonso Reyes: Flechador de ondas" estudia las diversas áreas temáticas -ondas clásicas; ondas de España; cruce de ondas: Góngoras y Mallarmé; ondas de América; y primores de más ondas- en la obra de Alfonso Reyes hasta 1933, partiendo de la ficción poética, justificadora del título del ensayo, de identificar a Reyes con el lírico Ilhuicamina, el flechador de es· trellas de un poema del gran polígrafo mexicano, iniciando así un procedimiento poético muy propio de su ensayística; 3) "Tres novelas de la naturaleza americana", lúcida síntesis de las esencias artísticas de La vorágine, Don Segundo Sombra y Doña Bárbara; 4) "Novelas del novecientos en la América Hispana" ofrece un concentrado panorama de la novela hispanoamericana desde 1915 (Barrios, Arévalo Martínez, Azuela, Prado), hasta la novela vanguardista de principios de los 30 (To-
rres Bodet), magnífica iniciación para principiantes en este campo; y, 5) "Revisión de Daría", que en 1931 señala ya los valores modernos de Daría, subrayando las geniales anticipaciones del nicaragüense. Otros estudios sobre Enrique Laguerre, Manuel José Othón, Son Juana Inés de la Cruz, Enrique José Varona, Juan Marinello y Jorge Mañach, completan -amén de una serie de reseñas bibliográficas- el volumen. Es fácil observar, para quien conozca la obra de Concha Meléndez, que algunos de esos estudios, como el de Alfonso Reyes y el de Sor Juana, apuntan a devociones permanentes de la autora, cuya raíz está en las afinidades espirituales y estéticas con los autores estudiados. No cabe afirmar lo mismo con relación a su fundamental estudio Pablo Neruda. Vida y Obra. Nada menos afín a la autora -de perfiles espirituales esencialmente apol{neos- que la dionisiaca vehemencia, el turbión emotivo, del neorromántico chileno; sin embargo, pocos estudios, más penetrantes y certeros, sobre Neruda, que éste. Luego de un panorama vital en que destaca los viajes del poeta, los autores influyentes en él -Maeterlink, Sabat Ercasty, Whiman y William Blake- y las categorías de su angustia, pasa a estudiar los diversos libros de Neruda, vién· dolos, poéticamente, como otros tantos barcos que el armador Neruda va lanzando a la aventura del mar de la literatura: La canción de la fiesta (1921), Crepusculario (1923), El hondero entusiasta (19231932), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) -"buque de brasa con hermosas velas verdes"-, Tentativa del hombre infinito (1925) -"navío blanco, limpio de gastadas resonancias"y, finalmente, Residencia en la tierra (1 y II) (19331935). En cada uno de estos libros -y de manera especial y con mucho más detenimiento en Residencia en la tierra- estudia los temas fundamentales y analiza, a veces mediante poéticas paráfrasis, los poemas más destacados y característicos. La parte más extensa del ensayo está dedicada a un minucioso y penetrante estudio del estilo: los símbolos (p. 22-28), el adjetivo (p. 28·35), el verbo (p. 35) Y el adverbio (p. 36). Estudio hecho con amor y admi· ración, pero también con el rigor de la más exigen. te crítica, este ensayo es lo mejor que conozcamos escrito sobre Neruda antes de la aparición del genial y extraordinario estudio de Amado Alonso. y será siempre una fuente indispensable de consulta para el estudio del poeta. Literatura l1ispanoamericana, aunque de reciente publicación, recoge doce ensayos -lecciones que la autora ofreció como conferencias de un cursillo de literatura hispanoamericana de abril a junio de 1939-: 1) "Sor Juana: cima de la cultura colonial (1651-1695)"; 2) "Sarmiento o el romanticismo válido (1811-1888)"; 3) "Marti o la poesía del deber (1853-1895)"; 4) "José Asunción Silva: poeta de 5
la sombra (1865·1896)"; 5) "La galera de oro de Rubén Daría (1867·1916)"; 6) "Rodó: triunfo y des· cendimiento de Ariel (1872-1917)"; 7) "González Prada: signo actual (1848·1918)"; 8)" Retorno a Alfonso Reyes (1889-1959)"; 9) "Rumbos de la. nove· la de hoy"; 10) "Sabat Erca.sty o el canto inabarcable"; 11) "Albas de Xavier Abril"; y, 12) "Camino y conversación de Pablo Neruda". Nuevos unos; ampliaciones y reelaboraciones de trabajos anteriores, otros -los estudios sobre Re· yes, Neruda, Abril-, estos ensayos armnnizan poe· sía y ciencia. imaginación y razón, en una exposición que se dirige tanto a la sensibilidad como a la inteligencia. Sobre el particular, nos dice la autora: "Una alegoría poética -como en la lección sobre Rubén Darío- o una definición formulada en el título. como en las lecciones sobre Martí y José Asunción Silva, sirven para dar la unidad neceo saria a la exposición.'6 A una distancia de tantos años de su concepción original, estos trabajos no siempre representan la visión actual que de Amé· rica tiene la doctora Meléndez; las ha conservado intactas, sin embargo, porque representan una modalidad de su enseñanza que en su tiempo fue eficaz. Asomante. Estudios hispanoamericanos, es libro de factura semejante a Signos de /beroamérica, di· vidido en tres secciones: 1) Estudios puertorriqueños; 2) Estudios hispanoamericanos; 3) Libros a la vista. Contiene estudios sobre Hostos. Pedreira. Laguerre, Andrés Bello, Vallejo. Ciro Alegría y Neruda. Se destacan, a nuestro juicio, "Hostos y la naturaleza de América" en los Estudios puertorri· queños, y "Muerte y resurrección de César Vallejo" y "España en el corazón de Pablo Neruda" en los estudios hispanoamericanos. En el ensayo sobre Vallejo. aplica a éste los mismos procedimientos utilizados antes en su análisis de la poesía de Ne· ruda, y logra con ello uno de los estudios que exis· tan sobre el autor de Trilce. . En "Figuración de Puerto Rico" y otros estudios desaparece la sección de reseñas bibliográficas, y el volumen queda constituido sólo por veintidós ensayos sobre autores y libros hispanoamericanos y puertorriqueños. La· parte puertorriqueña recoge estudios sobre Lola Rodríguez de Tió, Antonio S. Pedreira, Ana Roqué de Duprey, Abelardo Díaz Alfara, Enrique Laguerre y Luis Hernández Aquino. Cinco de los ensayos de la parte hispanoamericana -los dedicados a José Asunción Silva, Sabat Ercas· ty, González Prada, Alfonso Reyes y Xavier Abrilestán tomados, con alguna modificación a veces, de Literatura hispanoamericana, libro que a la sazón permanecía inédito. Entre los restantes se destacan "El arte de Jorge Isaacs en María", detenido y perspicaz de la técnica narrativa y el estilo de la célebre novela; "Ficciones de Alfonso Reyes" -su contribución al Libro Jubilar del eximio mexica6
no-, en que además de analizar los cuentos y novelas cortas de éste, rastrea sus aproximaciones a la ficción -en ambientes y personajes- en sus obras no narrativas; y "El crecer de la poesía de Martí", su aportación al Congreso de Escritores Martianos de La Habana. 1953, estudia el proceso gradual mediante el cual, desde Rubén Darío hasta Eugenio Florit, la belleza y profundidad de la poesía martia· na se va revelando a la crítica, al mismo tiempo que destaca los valores temáticos y expresivos más destacados de /samelillo, Versos libres y Versos sencillos. Por último, José de Diego en mi memoria reco· ge, con motivo del primer centenario de nuestro gran patriota y poeta civil, diez ensayos de la au· tora -comenzando por "Jovillos y volantines" ya recogido en Signos de Iberoamérica- escritos de 1935 a 1966 y dedicados a comentar diversas facetas de la obra y la persona de Diego. Escritos con emoción e inteligencia, estos ensayos, surgidos de la pluma de una de las personas que más le admiró constituyen un valioso homenaje a la memoria de De Diego.·?
3. Algunos rasgos característicos de este ensayo crítico Aunque en los libros comentados se encuentra algún ensayo de arte, o de algún otro tema, resulta a todas luces claro que el género predominante en Concha Meléndez es el de critica literaria, y dentro de éste, el de crítica literaria hispanoamericana en su doble matiz general y puertorrique;ia. Un examen más cercano, revela una clara preferencia por la literatura del siglo xx y especialmente la contem· poránea, y dentro de ésta, predilecciones especiales: Alfonso Reyes, Pablo Neruda, César Vallejo, etcétera. Un examen de la elaboración literaria de estos ensayos nos enfrenta a un interesante tipo de en· sayo pOético-científico en que las ideas de Wilde sobre "el cr:tico como artista" hallan cabal realización, armonizada, por otro lado, con una rigurosa técnica de investigación estilística procedente del campo científico de la lingüística. Ensayo poético, tanto en el sentido lírico del término, por la emoción siempre presente ya que estos ensayos jamás son fríos e impersonales, como en el sentido creativo que se manifiesta en la invención de alegorías, símbolos e imágenes -la galera de oro de Rubén Daría; el flechador de ondas de Reyes; los hermosos barcos de Neruda; las albas Xavier Abril, etc.o en las definiciones de poetas -Silva, poeta de la sombra; Sabat Ercasty, el canto inabarcable; etc.-. Elaboración, además, en que la emoción artística y la imaginación creadora de ficciones poéticas, van de la mano con la mayor exactitud erudita de los
datos, y el más minucioso examen de los valores expresivos de la obra estudiada. Y en que la critica, subjetiva por la presencia destacada del acento personal -siempre escribe en primera persona; gusta de intercalar recuerdos de experiencias personales; yuxtapone, y a veces antepone, su interpretación personal a la del autor o el crítico- resulta, por otro lado, objetivamente apoyada por el análisis minucioso de la obra, especialmente de las categorías del estilo. Estructuralmente, la libertad se armoniza con el más riguroso orden. La composición suele estar cuidadosamente planeada, con clara arquitectura puesta de relieve por los acápites y la numeración romana o arábiga; pero ese orden tiene sus raíces, más que en criterios lógicos y objetivos, en un libre juego de la emoción. Intuición complementada por la reflexión, y orden estructural riguroso a partir de tal reflexión, que al finalizar la lectura nos deja un claro esquema en la memoria. Finalmente, hay que llamar la atención hacia el aspecto artístico de la prosa de Concha Meléndez. Con la excepción de La novela indianista en Hispanoamérica, obra impersonal, objetiva, erudita, de pura investigación científica, todo el resto de su obra, y especialmente sus ensayos, está escrita en una prosa que revela un poeta voluntariamente alejado del verso. Emoción, riqueza imaginística, ritmo, con mayor profusión en sus primeros estudios, con restringida contención y discreción en su prosa de hoy, son siempre rasgos caracterizadores suyos.
Sírvanos de ejemplo el pórtico del primer ensayo, de su primer libro de ensayos: Hace tiempo que José de Diego, con ademán lejano, me pide en las orillas del recuerdo, una interpretación de su obra poética. A ello me compromete la gratitud por el hombre que alzó mi curiosidad de niña al trepar la adolescencia, ofreciéndome el primer deslumbramiento de visiones artísticas. Estudios obligados en mi profesión; los viajes; conflictos íntimos que ponen barrocos intermedios en los trastelones de las apariencias más serenas, retardaron ese momento más allá de mi voluntad."
4. Conclusión Estos ensayos en que ciencia y poesía, emoción, imaginación y razón, armonizan tan perfectamente en· una exposición que le habla tanto a la sensibi· lidad como a la inteligencia y que constituyen el decantamiento de un profundo y riguroso conocimiento de las letras de nuestra América en los filo tras de una refinada sensibilidad poética, cristalizado en una prosa elegante cuyas glosas y comentos suelen ser paráfrasis líricas de valor autónomo, ofrecen al lector interesado una de las maneras más hermosas y eficaces de iniciarse en el estudio de las letras hispanoamericanas y en justicia con· quistan para su autora una posición preeminente en el campo de nuestra crítica actual.
NOTAS BIBLlOGRAFICAS 1. La novela indianista de Hispanoamérica, Monografías de la Universidad de Puerto Rico, 1934. (Segunda edición:
1961.) 2. Signos de lberoamérica, México, Editorial León Sánchez. 1936. 187 págs. 3. Pablo Neruda, Vida y obra - Bibliografía gía. Nucva York, Instituto de las Españas en los Unidos, 1936, 42 págs. 4. Los principales: Revista Hispdnica Moderna,
Manuel Antolo-
Estados
Revista Bimestre Cubana, Repertorio Americano, Revista Conferen· cias (Buenos Aires), Asomante (San Juan de Puerto Rico). La Torre (Universidad de Puerto Rico), lndice (Universidad de Puerto Rico). Brújula (San Juan de Puerto Rico), Puerto Rico lIustrado (San Juan de Puerto Rico). S. Asomante. Estudios hispanoamericanos, Universidad de Puerto Rico, 1943, 159 págs. 6. La inquietud sosegada. Poética de Evaristo Rivera Chevremont, San Juan, Puerto Rico. Junta Editora, Univer· sidad de Puerto Rico, 1946, 122 págs. (Estudio monográfico
de la obra del distinguido poeta nuertorriqueño.)
7. Figuración de Pllerto Rico y otros estudios, San
Juan, Puerto Rico, Instituto de Cultura Puertorriqucña, 1958, 251 págs. 8. José de Diego en mi memoria, San Juan. Puerto Rico, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1966, 195 págs. 9. Literatura hispanoamericana, San Juan, Puerto Rico, Editorial Cordillera, 1967, 359 págs.
10. Entrada en el Perú, La Habana, La Verónica, 1941, 179 págs. (Impresiones de viaje.) n. Cuentos hispanoamericanos, México, Editorial Orión,
1953.
12. El cuento, Antología de autores puertorriqueños, San Juan, Puerto Rico, Ediciones dr:l E. L. A. de Puerto Rico, 1957. 332 págs. 13. El arte del cuel1to en Puerto Rico, Nueva York, Las Américas Publishing Co., 1961, 395 págs. 14. Amado Nervo (1926) y La inquietud sosegada, Poética de Evaristo Ribera Chevremont (1946). Quedan fucra de
nuestro estudio. 15. Margot Arce de Vázquez, La obra literaria de José de Diego, San Juan de Puerto Rico, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1967, 673 págs. 16. Literattlra hispanoamericana, p. 7. 17. El libro consta de los siguientes ensayos: c1ovillos y volantines» (1935), «Poemas de amor» (1958), «Tristeza
final en los poemas de amor» (1959). «Tiempos de poesía de José de Diego» (1959), «Parábolas y siluetas heroicas» (s. f.), «En cuanto a José de Diego» (1960), «José de Diego y la poesfa» (1964), «La poesía de José de Diego» (1966), cJosé de Diego en mi memoria» (1966) y «Fusión de imágenes en un retrato_ (1966). Tiene además, valiosos apéndices con poemas y escritos inéditos o poco conocidos del poeta. 18. Signos de lberoamérica, p. 15. Y José de Diego en mi memoria, p. 11.
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Exposición de Jorge Rechany
E
N SU PRIMERA EXPOSICIÓN INDIVIDUAL EN ElJ INSTI-
tuto de Cultura, abierta al público el 12 de septiembre, Jorge Rechany expuso un conjunto de obras representativo de su producción pictórica de los últimos años y de las incursiones que en el mismo período ha venido haciendo en los campos del grabado, el mosaico y la talla directa en madera. .:.J
El pintor López Dirube 8
Mujer con flor
Jorge Rechany nació en San Juan en el año 1914. Estudió pintura en la National Academy oE Design, de Nueva York, bajo la dirección de Olinsky, Dickinson y otros reputados maestros. Becado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña tomó cursos especiales en el Centro Superior de Artes Plásticas y en la. Escuela de Escultura y Pintura del Instituto Nacional de Bellas Artes de México, donde aprendió las técnicas del mural y el mosaico veneciano. En 1957 fue designado miembro de la Comisión Asesora de Artes Plásticas del Jnstituto de Cultura Puertorriqueña. En el Ateneo Puertorriqueño desempeñó durante cinco años (1961-1965) la presidencia de la Sección de Artes Plásticas. En la actualidad es profesor y director del Departamento -de Arte del Colegio Universitario del Sagrado Corazón. Rechany ha expuesto en los principales museos y galerías de Puerto Rico, y en el exterior ha participado en la III Bienal Hispanoamericana de Barcelona (1955), en la I Bienal Interamericana de Pintura y Grabado de México (1958), y en la Galería San Marco de Roma -muestra personal-. en el año 1962, Oleas suyos figuran en los principales Museos y colecciones del país, y en colecciones particulares de Italia, España, México y los Estados Unidos. Ilust~amos, en estas mismas páginas, algunos aspectos de la exposición.
Mu.jer -
La esposa del artista
La Consulta
Alfarero de la Goglia* Por
E
J. l.
DE DIEGO PADRÓ
1921, YA LUIS PAL~S HABlA SUPLANTADO CON creces el asimplado aire pueblerino por la avispada vitola de la ciudad, y llamaba a todos de tú en los círculos de jóvenes y viejos intelectuales de San Juan. Y fue por ese año, entre las idas y venidas por calles y plazas, y las inacabables tertulias en los cafés, en el Ateneo, en cualquier sitio donde estuviéramos, que nació aquella extraña criatura que nosotros bautizamos con el nombre de diepalismo, al que dimos, a modo de óleo y crisma, la sílaba inicial de cada uno de nuestros apellidos paternos. Según he dicho anteriormente, constituyó éste un movimiento literario que no pasó de la etapa experimental. El primer ensayo diepálico lo hicimos Palés y yo en colaboración y se titulaba Dr· questación diepálica. Se publicó aquel mismo año, creo que en el periódico El Imparcial. Empezaba así: N EL
¡Guau! ¡Guau! Au-au, au-au, au-au, huuummm ... La noche. La luna. El campo... huuummm ... Zi, zi, zi-zi, zi-zi, co-qui, co-quí, co-co-quí... Hierve la abstrusa zoologfa en la sombra. ¡Silencio! Huuuuuummmmmm ...
y terminaba: Jud, ¡ud, ¡ud, ¡ud; uíshe.ó, uíshe-á, ufshe·ó... ¡Cúcurucu! ¡Quíquiriqui! ¡Cócoroco!
El segundo trabajo diepálico, también hecho en colaboración, se publicó un poco más tarde con el siguiente titulo ambicioso, que sonaba y aún suena como un porrazo en la coronilla: Intraobjetivismo de intención precubista. Luego, independientemente de Luis Palés, publiqué yo (El Imparcial, 1921) una serie de fugas, igualmente dentro de la estética del diepalismo. La • (Fragmentos de la obra inédita titulada Luis Palés
Matos y
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Sil
trasmundo poético. Estudio biogrdfico-crftico).
Luis Pa/és Matos undécima de estas fugas corresponde a una visión de exaltado y elemental primitivismo, a un cuadro evocador de los bailes y ritos de la Hotentotia, en el que rige un tucutún de tambores rebotante y monótono llevado a la máxima expresión. He aquí algunos versos de dicha fuga: ...Tún • tún • tún... cutúncuntún... Cutúncuntún... Claz-elaz ... cutúncuntún... tún ... Danzas en el corazón de las selvas oscuras. Dioses de paja... Nodrizas de basalto... Hombres de hollfn, como gorilas corpulentos,
Oscureciendo el sol flecha tras flecha; Mientras bailan furiosos: tún, cutúncuntún... [tún ... tún... Cutúncuntún... Claz-claz... Cutúncuntún... Claz[claz... Cutúncuntún ... Cutúncuntún... tún ... tÚn ...' Por aquellos días de la publicación de las Fugas diepálicas (no puedo precisar si un poco antes o un poco después) me mostró Luis Palés un par de paginitas en prosa, recién escritas, y tituladas Pueblo de negros. Esta breve composición, que más ade· lante él trasladó al molde poético, constituye, a mi juicio, el primer sesgo de Palés hacia 'los temas negros. Es significativo, sin embargo, que este trabajo, en su versión lírica, no fuese publicado, que yo sepa, sino hasta bien tarde. No figura en la primera ni en la segunda edición de Tuntún de pasa y grife· ría (l937 y 1950, respectivamente). Viene a sacarse a luz, supongo que por vez primera, en la obra antológica Poesía, impresa en 1957 por la Universidad de Puerto Rico. Aparece ahí con el título Esta noche he pasado (pág. 119), que son las palabras que dan principio al primer verso: "Esta noche he pasado por un pueblo de negros". A propósito de este poema, conviene aquí señalar lo siguiente. La poesía de Luis Palés que empieza .. Esta noche me obsede la remota... ", publicada en La Democracia el 18 de marzo de 1926 con el título Africa y después con el título Pueblo negro (Onís), no es ni puede ser la misma poesía Esta noche he pasado que tuvo sU origen en aquellas dos paginitas en prosa que he indicado más arriba, las cuales lle· vaban por título Pueblo de negros. Por consiguiente, resulta inadmisible que la otra poesía, Pueblo negro, sea una "transformación poematizada" de Pue· blo de negros, conforme asegura Tomás Blanco y creo yo haber interpretado. Por otra parte, me pre· gunto, no sin cierta piquiñosa curiosidad: ¿la poe· sía Africa (nunca la vi publicada) y la poesía Pueblo negro son realmente una sola y misma composición poética? Porque de lo contrario, de no ser así, bien que me arriesgaría a dar por sentado que la poesía titulada Africa corresponde a la verdadera "transformación poematizada" de Pueblo de negros, que empieza, como dije y repito, "Esta noche he pasado por un pueblo de negros", y que lleva actualmente por título las primeras cuatro palabras de ese su verso inicial. De todos modos, insisto en que este último tI:8bajo, tanto en su concepción original en prosa como en su forma versificada posterior, no es más que una anticipación, un preludio hacia lo "negro", y puede haber tenido una ligera repercusión lo mismo en Pueblo negro que en otras poesías palesianas de tipo negroide. 1. Ese mismo ccutúncuntún» diepálico, lo habría de utilizar el vate Palés unos años después, como recurso acústico, en su poema Candombe.
He hecho la precedente minuciosa relación de datos y fechas, y he ~acado a relucir en ella lo de la casi simultaneidad genésica de Pueblo de negros y la undécima de las Fugas diepálicas ya citadas, no con la torcida intención, como pudiera presumiese, de reclamar de mi parte prioridad alguna respecto a la temática negroide que tan admirablemente culo tivó Palés. Mi objeto no es otro que el de tratar de. orientar un poco a los panegiristas y exégetas del gran vate y el de ayudar dentro de mis alcances a dejar establecida la verdadera cronología del negroidismo o afroantillanismo en Puerto Rico. Pues bien; aunque Palés, innegablemente, derivó algo de nuestra estética diepalista (u onomatodiepálica, como.1a designó alguien) para la realización de sus primeras poesías de tema negro, el que estas líneas escribe -quien, dicho sea de pasada, nunca concedió importancia al diepalismo- se reintegró, tras la publicación de las Fugas, a su anterior modo poético y siguió su camino deslindado completamente de Palés. Para dar una idea de lo que nos proponíamos con el mentado diepalismo, publicamos entonces, al pie de la mencionada Orquestación diepdlica, una nota a manera de escolio, de la cual entresaco los párrafos que siguen: "Se trata de darle a ]a poesía cierta concentración sintética. ajustándola a la rapidez del siglo, de modo que las más altas concepciones de belleza, queden sustancialmente sugeridas. En una palabra, encarnar en formas ligeras y elementales de expresión la más sólida arquitectura ideal, suprimiendo ese voluminoso aparato sinfónico lleno de resortes y efectismos que inunda hoy con su berrinche melodramátito la moderna poesía. "Ahora bien, ninguna de estas novísimas escue· las z señala un modo sintético de expresión, utilizando la onomatopeya, y nosotros, con el fin de agilizar las actuales normas de poesía hemos intentado en el trabajo precedente dar la impresión de lo objetivo, por medio de expresiones onomatopéyicas, del lenguaje de aves, animales e insectos, sin recurrir a la descripción anchurosa y prolija que sólo viene a debilitar la verdad y la pureza del asunto. "Nuestro propósito, insistimos, es sólo levantar ambiente en este sentido, y de ningún modo significa que vayamos a permanecer fieles a esta modalidad poética en toda la crudeza que la presentamos. Pronto publicaremos un manifiesto dando más amplitud a estas ideas. "3 Palés, por su parte, tampoco tomó absolutamente en serio nuestro diepalismo, que, a raíz de su 2. Nos referíamos a las siguientes escuelas literarias: imallenismo, impresionismo, unanimismo, ultraísmo, cubismo, futurismo y dadaísmo. 3. El prometido manifiesto, como muchas cosas nuestras, se quedó en veremos.
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aparición, como todo movimiento intelectual nuevo, tuvo sus exagerados apologistas y sus irreverentes aristarcos. Entre estos últimos se le llamó «poesía de los gagos», «innovación ridícula», «soliloquio ininteligible de un demente» y otras lindezas por el estilo. Oigamos lo que el propio Palés explicaba años más adelante acerca de nuesiro diepalismo: " ...Diego Padró y yo hicimos varios ensayos con la onomatopeya, destacándola preeminentemente sobre los demás recursos expresionales y publicamos un programa anárquico que levantó acaloradas discusiones en nuestros cenáculos literarios. La estética del qiepalismo (así fue bautizado el expe· rimento) convertía el arte poético en una especie de amplificador radiográfico. Se prescindía del ele· mento anecdótico, e íbamos derechamente a la realización de un arte de sonidos, articulaciones y murmullos, arrancándoles toda su capacidad p]ástica. Ni Diego Padró ni yo permanecimos fieles al ensayo y después de unas cuantas cabriolas epatantes retornamos a nuestro modo origina]".• Así y todo, es bueno decir que de] diepalismo, que fue como antesala y preparación para sus pri. meros poemas negroides (1925.1926), heredó Pa]és, y no en escasa medida, los ritmos imitativos, los arrastres silábicos, las frecuentes aliteraciones, palabras y sonidos onomatopéyicos que prestan carácter y colorido al conjunto de su obra negroide.
* * * No sabría decir si por ventura o por desgracia, pero el hecho es que con las mudanzas del tiempo vinieron de igual modo cambios en nuestras personas. Nuestros espíritus se complicaron y fueron tomando trayectorias distintas. Así como nuestros paladares se habían refinado substituyendo e] rico y honesto café con tostadas por los licores bravos y sobreexcitantes, así también nuestras mentes, en plena ebullición de utopías, se lanzaron en vuelo majestuoso a la conquista de nuevos mirajes estéticos, de nuevos Eldorados artísticos. Y si bien continuábamos todavía unidos, nos íbamos inconscientemente separando. Nuestros intereses divergían y se multiplicaban en diferentes sentidos. Y, claro está, disentíamos en multitud de pareceres. Casi nunca coincidían nuestras opiniones literarias. A medida que se fueron diferenciando nuestras ]ecturas y nuestra orientación intelectual fue enfilando, por separado, un rumbo propio y definido, esta propensión a la disputa se fue intensificando hasta hacerse en circunstancias intolerable y ridícula. Antes, por ]0 menos, si diferíamos en los matices periféricos, en lo accesorio de un tema 4. Entrevista con Luis Patés Matos de Berna! Dfaz del Caney. Cica 1928.
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cualquiera, nos hallábamos relativametne de acuerdo en sus líneas generales, fundamentales. Pero ahora, ni eso. Discutíamos como dos energúmenos, con razón o sin ella, la estructura y los recovecos más profundos e insospechados de las cosas, y raramente llegábamos a términos conciliatorios (némine discrepante). Invadíamos, incluso, con el rumor elocuente de las palabras, no sólo las esferas de lo propio, de ]0 que concernía al conocimiento literario, sino aun los campos más escabrosos y ajenos a nuestro dominio. Ni siquiera en las objeciones que poníamos a las certezas más universales y abstractas, concordaban nuestros soliviantados criterios. Más que la discusión en sí, ]0 que nos importaba era blandir nuestras armas y no dar ni el uno ni el otro el brazo a torcer. En realidad porfiábamos por sistema, por vanidad intelectual, por ejercitar nuestras facultades dialécticas, por la mareante voluptuosidad de oírnos, y, sobre todo, por el ansia oculta de sorprendernos, de apabullarnos, de superarnos el uno al otro. No se cuentan las batallas verbales que libramos, ya solos, ya delante de terceras personas. Una de estas famosas batallas fue la que el periodista José Arnaldo Meyners, testigo presencial de la misma, denominó La batalla del páncreas. ¡Aquello resultó la de San Quintín! Cualquiera hu· biese dicho que se estaba ventilando entre los dos la salvación del género humano, o, menos ambiciosamente, que tratábamos de aducir, como dijo el otro, "setenta y siete silogismos" sobre aquello tan sugestivo y apasionante de si la gallina o el huevo... Francamente, lo que nos aferrábamos en aclarar acerca del páncreas está supuesto a saberlo cualquier prójimo de mediana cultura, aparte de que es fácil averiguarlo en una enciclopedia corriente o, mejor todavía, en un diccionario terminológico de ciencias médicas. En resumen: yo 50Sten~a que el páncreas, además de secretar jugo pan· creático, tiene una secreción interna; es decir, pero tenece al grupo de las glándulas endocrinas o ce· rradas. Palés me replicaba que no y que no; que el páncreas es un órgano como otro cualquiera, que segrega jugo pancreático, como el hígado bilis, y sanseacabó. (El enardecimiento de ]a disputa le hizo olvidar la insulina). ¡Dios de misericordia! ¡Cuánto fósforo cerebral derrochamos en aquella inútil y pedantesca discu· sión! Pero ninguno de los dos consiguió convencer al otro. Y ]a cuestión quedó así, como si hubiéramos hecho tabla; porque bien sabíamos por expe· riencia que no se nos ocurriría en la próxima reunión, luego de consultar uno y otro ]a correspondiente autoridad, ni a él confesar su error, ni a mí vanagloriarme de mi triunfo, o viceversa. Había, por lo demás, muchos interesantes temas sobre el tapete para que incurriéram'os en la tontería y el
mal gusto de lanzarnos de nuevo como dos gladiadores a defender los derechos del páncreas. Pero una de estas discusiones alcanzó resonancia pública. y fue la polémica que tuvimos desde las columnas de El Mundo. Promovió esta polémica la ya citada entrevista hecha a Palés por Angela Ne· grón Muñoz y publicada en El Mundo el 13 de noviembre de 1932. En dicha entrevista hablaba Palés sobre la posibilidad de crear en estas islas del Caribe una poesía auténticamente antillana. Palés te· nía fe en esta realización y laboraba personalmente hacia la consecución de ese ideal literario. Exactamente seis días después contestaba yo a sus manifestaciones, por supuesto en la negativa, con un artículo titulado Antillanismo, criollismo, negroidismo, publicado igualmente en El Mundo, en noviembre 19 de 1932. No tardó mucho el hermano vate en salir de nuevo a la palestra con otro artículo, Hacia una poesía antillana (El Mundo, 26 nov. 1932); yen seguida arremetí yo con otro, Tropicalismo, occidentalismo, sentido de la cultura (El Mundo, 18 dic. 1932), el cual vino de un modo ines· perado a cerrar la polémica entre los dos canten· dientes principales: Palés y yo. Incidentalmente, otros escritores intervinieron asimismo en la palpitante y cautivadora cuestión, entre ellos Luis Antonio Miranda (" El llamado arte negro no tiene vinculación con Puerto Rico", El Mundo, nov. 1932); Vicente Palés Matos ("Sobre una poesía antillana: Pueblos y paisajes", El Mundo, - - 1933) Y Gracia· ni Miranda Archilla ("La broma de una poesía prie. ta en Puerto Rico", Alma Latina, febrero 1933). Antes de seguir adelante sobre los extremos de nuestra discusión, es conveniente señalar que Luis Palés Matos era, d.e botones adentro, y acaso sin proponérselo, un aristócrata intelectual y un de· fensor a brazo partido de los valores de la cultura de Occidente. Llega a su "negro", no por los cami· nos de la realidad objetiva, de la observación e interpretación directas, sino por los planos resba· ladizos y controvertibles de una teorética imaginativa. Su negro no es un negro de carne y hueso, un negro "visto y oído"; es más propiamente, como acabo de enunciar, un negro quimérico, un negro amasado con gaseosos e inasibles materiales de su fantasía. Pero así y todo, es un negro que jamás hubiese cobrado vivencia poética alguna, y hubiese permanecido non natus en los territorios de las imágenes ideales, si Palés no le impone, por un lado, la dosis necesaria de tipismo folklórico africano y antillano, y por otro, los recursos expresionales y estéticos de la cultura de Occidente, juntamente con el vasto aliento de 10 universal y lo humano. De este modo, por tanto, podríase muy bien conceder que el negro palesiano es mitad real, y mitad ilusorio, ficticio, imaginario; un negro, en una palabra, medio importado y medio salido de la
Goglia5 interior de nuestro poeta. Pero vayamos con calma, y analicemos... La Goglia fantasmagórica que se creó el Palés niño, continúa existiendo, diversificada, en los cuetos y vericuetos psíquicos del Palés hombre. La Goglia palesiana es un mundo subterráneo y exótico, un gran taller de formas esenciales, básicas, primordiales, donde son estructurados originalmen. te sus quebradizos seres poéticos: tanto los de piel negra como sus otras "creaturas" de los versos blancos, creaturas parejamente hipotéticas, que tocan entre ratos los lindes supernaturalistas dél universo poeniano, o se diluyen en vaporosas delicuescencias que evocan remotamente -acaso por la vívida y difrangente imaginación, la intensa emoción y el sentido simbólico a la vez que musical y pictórico- a Dante Gabriel Rosseti, a Keats, a Shelley, a Swinburne; como también sugieren, pero en un grado más definido -por el tono gris y distante tan frecuente en las idealizaciones palesianas-, al poeta Jorge Rodenbach, el de las brumas desoladas y eternas. El negroidismo constituía un filón artístico pino toresco, relativamente poco explotado, y Palés, como es natural, en su ansiosa persecución de .. formas que no hallaba su estilo", toma ventaja de esta situación y lo explota literariamente. Era un tema atractivo que se prestaba a las frases latigueantes y sonoras, a las imágenes de escamas multicolores, a las aliteraciones, a las broncas cacofonías, a los ruidosos patinazos onomatopéyicos, a las bruscas ca~das sobre graves diptongos o agudas terminaciones en oes y úes; y, por otra parte, a la sátira, al trazo caricaturesco, a la burla sangrienta, al amargo humorismo. y he aquí lo paradójico: siendo Palés como era, un introverso, un. esquizoide, un habitante de su Goglia fantástica, su poesía es casi toda exterior, de superficie, de forma. El elemento subconsciente jugaba en sus creaciones un papel pasivo. La forma substanciaba en él una segunda naturaleza; había adquirido la fuerza, la prestancia de una categoría aristotélica. Es decir, la forma para él, como para el Estagirita, representaba el gran demiurgo, el alma universal, y la identificaba con la idea, con la esencia. que es a su vez una realiza· ción de la forma. Palés se creó en su subconsciente, en su Goglia subjetiva, su mundo negroide o' afroantillano, primero, como una transmutación exotizada de 10 nativo, y segundo, como un refugio, digamos mejor 5. País de geografla irreal inventado de niño por Palés para sus habituales errabundeos imaginativos. o en otros términos, para sus obstinadas evasiones de la realidad, del chato y local ambiente en que vivía y languidecfa rumiando sus sueños. En estas páginas yo hago repetido uso de ese nombre (la Goglia) dándole paralelamente un sentido de ficción ideal. pero tomándolo como representación simbóli· ca del trasmundo poético palesiano.
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como un escape o fuga para. curarse del denso fastidio de las islas, de su pueblo. de las gentes. de sí mismo. Y plasmaba sus criaturas ideales, no para que trascendieran dI:: sus particulares señoríos interiores, no para que compartiesen su práctico y vacío vivir cotidiano, sino para paliar en sí mismo su perenne, su crÓnica angustia existencial, para llenar con ellas la oquedad de sus oei.os estériles, para que le espantaran, de paso, com!> a un califa, los hastíos del trópico, las m~scas del trópico, los calores del trópico, todas las pejigueras aborrecibles del trópico. Las plasmaba, meluso, para las . travesuras de su mente, para insuflarles vida y movimiento a todas y distraerse íntimamente con unas y con otras. Mas, no sólo las animaba por verlas danzar al son de los gangas y maracas y alrededor de las crepitantes fogatas; también para reirse de ellas, para hablar y bromear con ellas, ora ridiculizándolas, ora compadeciéndolas, ora sublimándolas. Así, verbigracia, es cruel y sarcástico cuando pinta en los salones de la aristocracia macaca al Condesito de la Limonada. "entre grotescos ademanes, multiplicando los orangutanes en los espejos de Cristobalón";tI o cuando caricaturiza a su "melado" Duque de la Mermelada, embutido en su casacón francés, mientras sus pies simiescos, desde sus botas ducales,. le gritan: "¡Babilongo. súbete por las cornisas del palacio!".7 . En cambio, se apiada de su negro cuando no ve en él más que: ...una remota tristeza cuadrumana, una pasión ardiente por los bravos alcoholes, el odio milenario al blanco, y lil i'tsaciable lujuria de las toscas urgencias primitivas.! y por último, eleva a su negro al ápice de lo ex· celso y lo poderoso, en Papá Ogún, dios de la guerra; en Changó, dios del rayo y el trueno; en Bom· bo del Congo, mongo máximo; en Macandal, caudillo haitiano; en el Gran Cocoroco, jefe supremo de tribus negras, y en la amazona Tembandumba. gran matriarca africana, reina de los jagas de la Quimbamba. En general, esta actitud de Luis Palés. veleidosa y rqída de tedio, explica la singularidad, el hecho casi increíble, de que de la misma cantera originaria, de los mismos intrincados repliegues y es· peluncas de .su Goglia, "de esos desconocidos horizontes internos",9 y utilizando idénticos moldes e idéntica argamasa estructural, pudiera emerger toda una multitud de carnaciones heterogéneas. tan arititéticas, tan disímiles en esencia y presencia, 6. Lagarto verde. 7. Elegia del Duque de la Mermelada. 8. Esta nociJe Ile pasado. 9. El dol9r desconocido.
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como son Ecué, el Cristo de los negros brujos cubanos, y Rabí Jeschona; Papá Ogún y San SabáS; el Gran Cocoroca y Karedín BarbarrQja; el dios ñáñigo Abasí y Timocles, el escéptico; la reina Tem· bandumba y la fabulosa Lepromonida o la "escapada" Filí-Melé.J° Y junto a estas "sombras interiores", los animales que nacieron y viven y se alimen· tan en ese ambiente de sueño y lejanía de su espíritu, donde "la lluvia danza al canto doliente de los grandes hastíos".1I Del seno de esa fauna recóndita, anímica, un poco acomodada a la realidad exterior, es que surgen los caballos que huelen a maleza y que se proyectan al fondo de su nostalgia; el cabro que nos saluda desde el monte y forma "el aderezo más noble de la tarde"; el toro que menea su "orgullo majestuoso"; el "perro con sarna: poesía"; el sapo. con "su grita de agua oculta que las sombras absorben como tragos"; el gallo, "energía engalanada de la cresta a la cola"; la "rana misántropa" que "agazapada sueña"; el cerdo que "en el fango gruñe: pru-pru-pru"; la "jirafa afeminada"; los caimanes que lloran "en el lejano aduar del Pongo"; el "compacto hipopótamo" que "se hunde en su caldo su· culentc"... En este sentido, observa atinadamente Gustavo Agrait: "Esta atormentada búsqueda de lo esencial y elemental no prostituido explica a mi modo de ver una especie de zoofilia en Luis Palés que lo lleva a asociarse a sí mismo con las bajas formas de vida... " La obra poética de Luis Palés, desde .U{l punto de vista global, puede dividirse en tres etapas. Sus . poemas de tema negroide forman el grueso interludio a parche y maraca entre los dos melodiosos adagios de su primera época de versos "blancos" y su tercera época de poesía del mismo tipo y entre blanca y negra. Desde los albores de esa interpolación de su se· gunda etapa creadora, Palés propendía a las cons· trucciones de exuberante colorismo y de rítmica sonoridad, fácilmente logrables con el barro pastoso y casi virgen del negroidismo o el afroantillanismo. Es posible que obrara con entera sinceridad artística; pero presumo que allá en las reconditeces de su .espíritu disconforme y exigente, no estaba plena. mente convencido del hallazgo, al igual que le acon· teció con nuestro diepalismo. En la tesis de su discusión pública conmigo propugnaba la necesidad de crear una poesía antillana, poesía que captara y expresara con absoluta preferencia el panorama netamente típico, las costumbres auténticas, el medio ambiente social, los módulos y nódulos, en fin, característicos de nuestras islas. Para esta heroica 10. Puerta al tiempo en tres voces y La búsqueda ase· silla. 11. La lluvia.
empresa proponía la aleación de los dos factores vitales y artísticamente aprovechables que componen el antillanismo, a saber: el criollismo y el neo groidismo. En su concepto, las Antillas -Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico- "han desarrollado un tipo espiritual homogéneo y están por lo tanto psicológicamente afinadas en una misma dirección", "Esta homogeneidad de tipo espiritual está perfectamente diferenciada de la masa común de los pueblos hispánicos y en ella el factor negroide, en· treverado en la psiquis antillana, ha hecho las veces de aislador, o en términos químicos, de agente precipitante." Aceptaba, sin embargo, "vagos matices, leves rasgos, tenues líneas de contraste entre el cubano, el dominicano y el puertorriqueño". "Pero -decía a renglón seguido- esto no alteraría el contorno general de ese carácter." "En el proceso original -continuaba Palés- de nuestra formación psicológica, nos encontramos con dos fuerzas cardinales en lucha: una, la actitud hispánica, huidiza, inconf0rnle, inadaptable; otra, la actitud negroide, firme, resueltamente afincada en el ambiente nuevo." "De ese vacilante estado espiritual del español, toman ventaja las potencias oscuras del alma negra para implantar en las Antillas modos, rasgos y ritmos peculiares, cuya realidad en el carácter antillano es imposible rebatir y que desvinculan nuestro pueblo de lo hispánico, forjándole una personalidad propia." Luego confiere posibilidades de trascendencia a lo autóctono cultural, a la obra de arte típica de un país o región, que no es precisamente la obra que se produce, como planta de carácter indeterminado, fofa y descolorida, en "ese inefable limbo utópico, de extensión ideal ilimitada, que denominamos cultura universal". Para Palés el tema artístico "es y ha sido siempre local". y el artista que acuciado por un falaz objetivo de universalismo, desdeña su genuino elemento y se dispara en vuelo hacia esas zonas de miraje, se pierde irremediablemente en un caos de palabras, de conceptos e imágenes, horras de toda significación humana". A estos argumentos de rabioso regionalismo y a varios otros que dejo sin anotar por no alargar exageradamente este escrito, yo oponfa mi criterio sobre la no existencia de un tipo cultural genuinamente antillano y sobre la imposibilidad por consiguiente de crear un arte auténtico de las Antillas deslindado completamente del factor europeo. Me fundaba en razones por demás obvias, que expondré lo más concisamente posible a continuación. Si revisamos y cotejamos -decía yo- las realizaciones de cultura que expresan a las Antillas, inmediatamente descubrimos en sus contornos fun· damentales el marbete de fábrica, los signos indu-
dables de procedencia; esto es, descubrimos un tono aislado de la cultura occidental. Es un hecho reconocido que la cultura dominan· te en las Antillas es una cultura trasplantada, una . prolongación apendicular de la actitud cultural ibérica, que es a su vez un complemento, una víscera de ese organismo que llamamos cultura de Occi· dente. Colectivamente hablando, la cultura es el resul· tado ideal de un largo proceso de acumulación y selección de lo mejor y más conveniente al hombre. Es decir; la cultura, en sus líneas generales, no es ese "limbo utópico" que dice Palés, sino, por el contrario, es un gran todo unitario, perfectamente organizado y articulado. Este organismo, como todo lo orgánico viviente, tiene un punto máximo de aspiración, una finalidad ontológica que cumplir: la de irse superando constantemente, para subsistir y preponderar. De suerte que la cultura, en el transo curso de sus etapas evolutivas, como guiada por una honda conciencia ecléctica, no hace sino rechazar y disolver las formas pasajeras o intrascendentes, y arrastrar consigo todo el arsenal de realizaciones que en su método de selección alcanzaron un valor de permanencia o de universalidad. . Este principio mecanicista general, acumulativo y selectivo, rigió asimismo como regla y norma en la germinación y desarrollo de la cultura de Occidente. Lá cultura de Occidente, que es una concepción espacial o geográfica en el mapa de la cultura universal, encama todos aquellos elementos que substancian y personifican a los pueblos de Occidente: pueblos que han escalado ya un estadio de adelantamiento mental y moral, como consecuencia del enunciado proceso de acumulación y selección. Ahora bien -seguía yo diciendo-, dctltro de un tipo espacial o geográfico de cultura, como la de Occidente, desenvuélvense tipos particulares de desarrollo intelectual, que pueden catalogarse como tipos de cultura no intrfnsecos, no intensivos, sino condicionados, diversificados entre sí por lo episódico y. nacional, no obstante estar conectados en sus lineamientos generales con el tronco cultural de que se originan. En lo episódico y nacional, naturalmente, estos subtipos de cultura -los denominaré asf- manifiestan vida propia e independiente. Pero no se puede negar que en sus capas más profundas palpita la experiencia de varios pueblos unidos por concomitancia histórica, que lucharon unos con otros y se cruzaron racialmente y atesoraron juntos el conocimiento de la realidad y de la vida. La cultura antillana, que intenta tipificar Palés desligándola de la cultura de Occidente, no es, a mi entender, sino uno de esos subtipos de cultura europea, diferenciada por lo episódico del medio, 15
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pero identificada con el carácter nacional de la cultura española. En los hondones de la psiquis antillana está impresa toda la historia de la personalidad española como pueblo y como representación de cultura, toda su idiosincrasia, todo 10 que caracteriza el iberismo y 10 diferencia de los demás subtipos de la cultura occidental. Y se encuentran además todas las fuerzas creadoras, los impulsos, estímulos, aspiraciones y deseos que se asocian y expresan la individuación psicológica hispánica. ¿Cómo pretender, pues, fijar un carácter integral antillano, prescindiendo, en particular, del factor hispánico, y en general, del factor occidental? ¿Cómo aspirar, por mor de proteger y afirmar una su· puesta personalidad antillana, a la' realización de un arte que no responda al ritmo de nuestras realidades internas, de nuestra conformación moral. de nuestra textura intelectual? A lo más, podríase crear una lírica aparentemente antillana venciendo determinadas resistencias de nuestra sensibilidad artística y cayendo, por de contado, en el &rtificio, en el amaneramiento, en la insinceridad. Por otra parte -proseguía yo-, todo autoctonismo artístico es el producto ideal de lentas y laboriosas evoluciones, y enraíza sus orígenes en fuentes de tradición que se borran en la noche de los tiempos, pero que subsisten potencialmente en el inconsciente colectivo. En las Antillas (hagamos abstracción del aborigen) tanto el conjunto racial hispánico (o europeo, si se prefiere) como el negroide que las pueblan y que son ganado de importación, obedecen a idéntico fenómeno. De ahí esas reviviscencias tradicionales y rituales que todos conocemos, entre negros, y aun entre blancos y mulatos antillanos, las cuales forman parte reminiscente y confusa -de nuestro fondo atávico. Ahora bien: cuando dos culturas, emigradas de sus regio· nes de formación, confluyen y se establecen en un país dado, es consecuencia histórica y hasta biológica que la que posea elementos superiores y domi· nantes absorba y disuelva a su contraria. Es el mismo caso de las Antillas. Estas fueron pobladas y colonizadas, originalmente, por españoles; esto es, por un "aspecto" de la cultura occidental. Más tarde se importa al negro, poseedor de una cultura disímil, rudimentaria, en las fases del primitivismo, pero, se entiende, cultura al fin. Y en la confronta· ción y barajamiento de estas dos culturas, una superior y otra inferior, fue debilitándose, como es natural, y perdiendo contenidos autóctonos la cultura negra. Hasta que el negro adoptó y asimiló a las mii maravillas la cultura que nos vino de Oc· cidente. Entre tanto, el hombre blanco, el descendiente' del tronco ibérico (o europeo), conservó en toda su integridad las líneas generales de su cultura, y no hizo sino adaptarse al medio tropical, que puede haber modificado ligeramente el color de su 16
piel, sus facciones y tal vez su hígado, pero no en forma; apreciable su psicología, su tradición, su ac· titud mental, sus reacciones· frente a la realidad objetiva... Resumiendo, pues, mis conclusiones sobre esta fascinante cuestión, consideré entonces y considero ahora que el quántum de población coexistente eJl las Antillas, pese a la diversidad de color y origen, es de estructura psicológica y de cultura eminentemente europeas. Y siendo esto como es una realidad palpable, estimo punto menos que imposible la construcción de formas culturales desarraigadas totalmente de la cultura occidental, o a lo menos del "aspecto" i,bérico de esa cultura. Yen remate de cuentas, tableau! Ni Palés quedó persuadido con mis argumentos ni yo con los suyos. Mas, como apunta muy bien Federico de Onís (Introducción, Poesía, Luis Palés Matos, 1957), cada uno de nosotros, y los demás que terciaron posteriormente en la polémica, teníamos nuestra parte de razón. A pesar de todo, a los veinticinco años largos de haberse suscitado la polémica,12 todavía yo me pre· gunto: ¿Existe una cultura, fuera de la aborigen, esencialmente antillana? ¿Es la poesía de Luis Palés realmente negroide o afroantillana? Me atrevo a responder que no. y ni por asomo se piense que intento menosca· 1:Jar la .grandeza poética de mi noble y viejo camarada. Pero me afirmo en la creencia de que Luis Palés comunicó vida a las criaturas de sus poemas negros con evidente espíritu de hombre blanco, supersaturado de occidentalismo. Su predilección por lo negroide fue accidental; debió de nacer, en principio, del ansia enfermiza de originalidad que alentaba en él, tan común, por otro lado, en nuestros tiempos, y enderezada sistemáticamente hacia el snobismo intelectual, hacia la extravagancia artística, hacia la explotación de los temas lejanos y exóticos. En su obcecada rebusca por sorprender y atrapar las formas estéticas verdaderas y generales, Palés perdió el pie y cayó improvisadamente en el abismo. En el tenebroso abismo de su Goglia primigenia, rudimentaria, selvática. Y así se da el ca· so de que aborda el tema negro por puro azar, de relance, como pudo haber abordado cualquier otro tema, siempre que no estuviese vinculado con la trivial y monótona realidad que rodeaba su existencia. Fue ello una fuga, ya 10 dije; una fuga de visionario explorador que le permitió descubrir nuevos y llamativos materiales para redecorar los espacios 12. El presente estudio fue escrito en marzo del año 1959. poco tiempo después de ocurrida la muerte de Luis Palés.
de su Goglia interior, y desalojada de viejos cachivaches sentimentales... y bien, apurando los términos, diré con toda franqueza que nunca he sobreestimado el negroidismo; nunca lo he considerado tan amplio venero de poesía como para prometer un movimiento poético que conmueva al mundo. Tampoco lo conmovió en la novela el indigenismo hispanoamericano, hoy en decadencia, pero que estuvo muchos años de moda y no logró rebasar la categoría de arte intrascendente, local, sin proyección alguna de universalidad, dedicado exclusivamente al servicio de la reivindicación social del indio. El negroidismo, según yo lo veo, no pasa de ser un sencillo y primitivo espectáculo, una escenificación vital más o menos pintoresca, a base de color, gestos, guturaciones y timbalismo. El ritmo desarticulado de su música, y el groserismo anecdótico o episódico, esto es, la tosca parte epidérmica, exte· rior, y no la decantada parte ideal, consciente, emotiva, íntegramente humana, es lo que se ha infiltrado en el arte poético de los que se parapetan en los baluartes del regionalismo o el antillanismo. Lo único que representa un relativo valor en el arte negro es la depuración y estilización que le impone el sentido extenso y superior de la cultura occidental. Los antillanos Guillén, Ballagas y el propio Palés, vástagos todos ellos, aunque de raza distinta, de la cultura occidental, 10 más que han logrado en su verso es aprovechar lo aprovechable del negroidismo, para entonarlo e incorporarlo a los valores poéticos esenciales de esa cultura. Es innegable que Palés en no pocas de sus poe· sías de tema negro o mulato, realiza una tónica, un ritmo, una modalidad de inconfundible sabor antillano. Pero estas poesías, en todos sus componentes primarios, ¿son legítimamente afroantillanas? No, exactamente. Palés ha podido cuajar tales realizaciones gracias principalmente a su sensibilidad de occidental y por los elementos de técnica y cultura que supo tan diestramente manejar. Porque, insistiendo en lo que expresé antes, su negro no es el negro de las Antillas, ni es el nativo de Africa, ni el de ninguna otra parte. Es meramente un negro-entelequia, pintado, disfrazado; un negro con alma de blanco, que juega a lo primitivo, a lo salvaje, a lo elemental, pero que, bien observado, resulta un negro que hace teatro, gesticulante, horriblemente trágico en sus masticaciones canibalescas del ñam· ñam, histriónico a ratos en el Condesito de la Limonada yen otros personajes análogos; un negro algo retórico y convencional --como son, pongo por ca· so, los pastores de Langa y aun de Virgilio--., confeccionado a la medida de las necesidades psicológicas y artísticas del poeta y con la misma arcilla plástica, el mismo caolín, sólo que teñido de oscuro, del resto de sus criaturas poéticas. Un negro, para
decirlo en dos paletadas, metafórico, subjetivado, surgido de las tinieblas de su Goglia original -de ese país inverosímil de "densa y sulfúrea atmósfera mental",13 donde alternan y se confunden, en una vasta visión de conjunto, al fondo de mudadizos paisajes de pesadilla, y entre gordos sonidos onoma· topéyicos o apartados rumores de cuernos de caza, los mongos y batucas de Nigricia o de Calabar o de las islas caribeanas, con los vivaqueantes guerreros nórdicos "que asan el jabalí, entre enormes risas aguardentosas",14 los rubicundos burgraves de las nieves, las pálidas Gretchens y Ulalumas, y las etéreas Walkyrias al lomo de sus potros voladores en rumbo hacia el brumoso Walhalla... Ya 10 supo entrever certeramente Fernando Ortiz, cuando, refiriéndose al temario afroantillano del poeta puertorriqueño, dice: "Muchos de estos poemas de Palés son realmente blancos." El tiempo, la preocupación continua del tiempo, directa o indirectamente, es otro factor importante en la poesía palesiana. Surge con una reiteración obsesiva en muchos de sus poemas. Pero no es el tiempo físico (matemático, astronómico, solar), sino su propio tiempo interior, personal, fisiológico y psicológico, el tiempo vacío y estéril que muéve los relojes de su Goglia y gobierna, a la par, el ritmo tumultuoso de su sangre, de sus órganos, de sus humores, de sus ideas. Como prueba de esa obsesión un poco boba y escéptica del tiempo, vayan las siguientes frases arrebañadas acá y allá en diversas poesías de Palés: "un reloj lleno de polvo octogenario-tictaquea sus horas áridas y 'vacías"; "las horas vacías de la tarde"; "el grave minuto de la alcoba"; "el sordo transcurso de los días"; "la fa· tiga de las horas largas"; "en el tictac eterno se consumen"; "yerba fresca a la hora del orvallo sincero"; "a lo largo de las horas que desnudas danzarán"; "la música de la hora que se va"; "días iguales-largos como caras sombrías"; "las horas caen aisladas, como gotas letíferas"; "danzan las horas inmortales en un quimérico vaivén..... Esta preocupación por el tiempo corre parejas en su espíritu con un secreto sentimiento de frustración y angustia, de negativismo, de autodesdén. El sentido de frustración lo muestra Palés desde temprano, desde sus primeros versos; nada más que aquí no tienen la autenticidad que en sus versos de la época de madurez. En la juventud, por el prurito de hacer literatura y de significarse, se dicen muchas cosas que en realidad no se sienten. Del grupo de sus Canciones de la vida media, obra de relativa madurez, son estos versos tomados de Topografía, los cuales expresan a lo vivo, y sinceramente, ese sentimiento de frustración y angustia de que vengo hablando: 13. Los animales interiores. 14. Sinfonfa nórdica.
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Esta es toda mi historia: Sal, aridez, cansancio, una vaga tristeza indefinible, una inmóvil fijeza de pantano, y un grito, alld en el fondo, como un hongo terrible y obstinado, cuajdndose entre fofas carnaciones de inútiles deseos apagados.
Es curioso en el mosaico alucinante de la obra poética de Palés la predominancia del color rojo y sus variadas tonalidades y asociaciones. Véanse algunos ejemplos: la "punzó escolopendra", "el rojo caliche veraniego", "caminos de almagre", "la joya virgen y escarlata", "vacas color rosa", "barbudo sol de lentas sangres tibias", "rojo pegote miserable", "fuego africano y bermellón de cólera", "la luna sanguinosa", "tierras rojas", etcétera. y en torno a esta escala de rojos, que va desde el róseo tenue hasta el detonante escarlata, flota una oleada de olores y hedores cálidos y urticantes, como en: "Este olor a brea me trae el puerto", el "relámpago hediondo a azufre", la "mañana de yodo y marisco", los "ásperos tufos de lodos y amoniacos", el "rugiente cebolHn", de su antilla mulata. A los que se unen ricas emanaciones de limón, tabaco, piña, alcanfor, sándalo, mirra, bergamota, jengibre, canela. El paisaje, tanto en los poemas negros como en los blancos de Palés, surge también de su Goglia intrínseca; es coesencial con su ego más íntimo, responde en todo momento a los módulos de su espíritu. Por lo general, a despecho de sus rojos pertinaces y de algunos esporádicos "molestos resoles verticales" del trópico, ostenta una sutil veladura exótica, de pluviosidad, de lejanía, de añoranza, de bruma. A este respecto, en muchas de las poesías palesianas que no son ni "negras" ni "blan'cas", sino de "tono gris", por clasificarlas así, se advierten acusadas reminiscencias de Jorge Rodenbach, el poeta belga de los horizontes nublosos, de los canales de aguas muertas, de las ciudades mudas y dolientes agazapadas en la niebla. Aunque, la verdad, el paisaje de Palés no es propiamente un paisaje nórdico, ni de las Antillas, ni de ninguna otra región del orbe. Es un paisaje único, fabricado por el poeta, sacado de sus limbos interiores, cribado en su imaginación de todas las brozas de la realidad, concebido exclusivamente para dar fono do a la ficción de sus criaturas poemáticas y escapar del fastidio vulgar y de la inconformidad que señorearon de continuo en su espíritu. Un paisaje, en suma, con todas las de la ley gogliana: con los monstruos de su hastío merodeando o durmiendo por allá; con sus espesas vegetaciones de otro mundo, entre las que alternan el "dulce abedul" cubierto de escarcha, el corpudo baobab africano, el grácil cocotero de nuestras islas: con sus montañas frías y distantes, sus landas silenciosas, sus mares 18
yertos, groenlandeses, o sofocantes de sol, cundidos de pescadores, de marineros, de p~ratas; sus ríos lodosos chapoteados de cocodrilos e hipopótamos; sus valles olientes a yerba fresca; sus aduares se· miborrados en la lontananza; sus llameantes fogatas circundadas de tuntunes de gongo; sus animales silvestres emergidos del caos de su Goglia; sus "epitafios de yeso sobre las tumbas de cal"; sus rosas expirantes, sus "demacradas violetas"; sus "lirios linfáticos y enfermos ..... ¡Cuántas cosas ocultas y sorprendentes ocurrirían en esos infinitos incógnitos de su universo interior, a las cuales él nunca consiguió darles forma externa! Porque trabajaba generalmente con una especie de material gaseiforme que a veces era obediente al trasteo de su mano, pero que a veces también era rebelde a toda plasmación, resbaladizo, casi intangible, y se le escapaba como un vivo azogue por entre los dedos. Esta condición se advierte todavía con más fuerza en esa pleamar difusa y espumeante de sus versos clasificados como blancos. Y es que Palés era en arte, como en todo lo demás, esencialmente culto, civilizado. Todo el fárrago tuntuneante y lóbrego de su Goglia negroide no fue más que un recurso novedoso del que echó mano la necesidad de expresión que bullía en lo más profundo de su verdadero mundo poético. Pero, si vamos a ver, este mundo suyo, más que blanco o negroide, era un mundo grisáceo, neblinoso, sin contornos precisos, sin espacio ni tiempo, un mundo oxidado por una angustia y un tedio sordos, primitivos, que parecían venirle de las lejuras de su ego ancestral, de los albores mismos del género humano. Su espíritu, en constante fermentación de ansiedades, encontró aquí, en los dominios macacos de su Goglia negra, un campo nuevo y propicio para holgar a sus anchas y gustar de lo humano exótico y grotesco en contraposición a lo humano ultracivilizado y convencional, que cordialmente detestaba. Este odio pasivo a los convencionalismos de todo género determinaba en él su desenfado ante las banalidades de la vida cotidiana, su desinterés por el dinero, su informalidad en las citas, su desmedida afición a los paraísos artificiales del alcohol. Luis Palés fue un intelectual puro, no contaminado por las chaturas del ambiente, por la vulgaridad de las circunstancias. Si bien su negro no es un negro de carne y hueso, un negro que pueda Uamarsé africano o antillano, es, en trueque, un negro ideal, sublimado, un poco literario y libresco a ratos, pero un negro que él sabía mover con portentosa destreza en sus poemas, imprimiéndole caracteres de ser vivo. Su horror a las formas trilladas, a las reminiscencias, a la repetición, fue tal, que se convirtió para él en una positiva obsesión. De ahí su lentitud
para producir, sus vacilaciones de última hora con lo ya escrito y terminado, sus reiteradas labores de adorno y pulimento a fuerza de estique y de lima, los inauditos esfuerzos que hacía para arrancar de la nada "algo distinto". De ahí también, como gran rumiador que era de cosas excelsas, que el escribir fuese para él "una de las funciones más penosas", Esta epopeya del estilo, este exagerado afán de perfeccionismo, lo llevaba en ocasiones, sin que él pudiera remediarlo, al excesivo decorativismo, a la afectación estilística, al empalagoso recargamiento de imágenes. "Me ha ocurrido -decía- estar atormentado largas horas, con la caña tendida sobre el agua lw:ninosa de las expresiones verbales, aguardando con resignación marinera la picada de un adjetivo de escamas brillantes, para traerlo a la superficie y fijar un matiz, ablandar un tono o agilizar un ritmo."15 ¡Triste e incomprendida misión! O como él mismo comentaba: ...y en resumen, tiempo perdido, que acaba en aburrimiento. Algo entrevisto o presentido, poco realmente vivido y muc110 de embuste y de cuento.J 6
Anota Tomás Blanco que u si nos empeñáramos en ir a rebuscar las determinantes, las fuentes, las influencias que operaron sobre Luis Palés al escribir sus versos de tema negro", él diría "que las constituyen todo lo que ha leído y ha vivido Palés". Es verdad; mas, según lo reconoce el propio Blanco, eso nos ocurre a todos. Somos el producto de lo que vamos espigando a lo largo de lecturas y experiencias en nuestro incierto senderear por la vida. Palés, lector omnívoro, lector múltiple y desordenado, tenía, naturalmente, sus preferencias librescas. Siempre he creído que en las dos modalidades de la lírica de Palés, la blanca y la negra, los ante· cedentes más inmediatos, los autores que más in· fluyeron en él, en'su tono poético, especialmente durante el período inicial de su formación literaria, fueron: en la primera modalidad, Edgar AlIan Poe, con sus destacados poemas (Las campanas, El cuervo, Annabel Lee, Ulalume) y con sus Aventuras de Gordon Pym e Historias extraordinarias; y en la segunda modalidad, la piedra de toque, la que le ayudó a "descubrir" el tema negroide que él ya había intuido en aquellas dos paginitas en prosa que originalmente tituló Pueblo de negras, fue Nicolás Vachel Lindsay, aquel juglar extravagante de la lírica norteamericana, con su poema de gran sano15. Entrevista con Bernal Diaz del Caney. 16. Preludio en boricua, Tuntún de pasa y griferia, segunda edición, 1950.
ridad rítmica The Conga, del cual ya he hecho mención en otra parte de este trabajo. También pudo influir en la sugestión ideal y hasta en la anécdota y el procedimiento del poema de Palés Jiláñigo al cielo -10 cual es harto difícil atribuir a una coincidencia fortuita-, otro poema, por cierto enteramente blanco, del citado autor, y que se titula General William BOOtll Enters into Heaven. 17 Fueron, asimismo, Poe y Lindsay, cada uno a su modo y en su esfera, quienes le suministraron las materias primas para su Goglia juvenil -distinta de aquella otra Goglia que se asentaba en su interior desde los tiempos infantiles abejeada por duendes y fantasmas y hadas malhechoras, y que más tarde, con la experiencia y el impacto de otras lecturas, habría él de repoblar con el atuendo de nue· vos seres y cosas extraídos de su imaginación, de la pristinidad de su ser, de la nada poética de su espíritu. De allí brotaron, en confusa sucesión, sus evanescentes figuras nórdicas y sus "cocolos de negras caras"; su fauna y su flora características; sus paisajes desconcertantes: "lejanías de nieblas y de fríos", "tierras de soledad y de agonía y arenales bermejos", "rocas de cal y caminos de almagre", "cielos cloróticos", "crepúsculos de azufre", "puertos sosegados". Y todo esto envuelto en persistentes tufaradas de catinga, de pantano, de brea y de marisco. Tal era su Goglia -esa Goglia simbólica que he venido nombrando en este examen de la poesía palesiana,- y que no representaba otra cosa que el universo subjetivo de Palés, un universo creado por él mismo y en donde todo ocurría extraordinariamente, como en un reino de maravillas...
Tocante a la poesía de tema negro, después de Vachel Lindsay, los blues y la música del sur de los Estados Unidos, los antecedentes e influencias que obraron más específicamente sobre Palés, fueron: En el país de los bubís, obra de José Más; el Decamerón negro, de Frobenius; Batuala, de René Marán; el libro de Seabrook sobre Haití: Magic Island; tal vez Magia negra, de Paul Morand; Antología negra, de Blais Cendrars; y Emperor lones, de Eugene O'Neill. A estas obras hay que añadir otras que el mismo Palés se encarga de anotar en el Vocabulario que pone al final de la segunda edi· ción de Tuntún de pasa y grifería: Black Haití, B. Niles; En las márgenes del Muni, F. Carbonen; Los negros brujos, F. Ortiz; El mulato enamorado, P. Reboux; Advelltures of an Afrícan Slaver, T. Canot; Ecué, Clzangó y Yemayá, J. Luis Martín; Yamba-O, Alejo Carpentier; etcétera. 17. Nicholas Vachel Lindsay, General William Booth Enters into Heaven, And Other Poems (1913).
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De estas lecturas añascó Palés cuanto necesitaba su instinto poético para establecer la composición de lugar de su Goglia negroide, Para dotarla de cierta objetividad dentro de.su trasmundo de nie· bIas. Y como por arte de magia, llenaron los dila· tados ámbitos de aquel reino informe y subterráneo, hombres de piel retinta (congas, cafres, ñáñigas, cocolos); torvas divinidades totémicas (Bombo, Changó, Ecué); grandes bestias fantásticas y reales; hechiceros y sacerdotes (bocores, chitomes, jujúes); muñangas y zombíes, remotos cabañales de sueño, r:os ignorados, montañas, bosques, junglas, llanos, mares y cielo, una "luna podrida" y un "sol de hierro" como el que arde en Tombuctú. Luego, para completar el milagro, la providencia del lenguaje:
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invasiÓn de voces negras africanas y antillanas, de frases y vocablos imitativos, de agudos contrapun· tos onomatopéyicos (caqui, cocó, cucú, tocotó, tumcutum), adquiridos unos de esas fuentes literarias y otros dim,anados del cuño personal de Palés; Y finalmente, la zoomímica de los rostros de bembes caídos, los chillones adornos del cuerpo, los atributos rituales, el funche y el calalú, los tambores, las maracas, los junjunes, el fuego original... Lo demás era cuestión de levantar el brazo, con el impulso de un dios creador; y lanzar un fuerte y ancho aliento de cíclope, para que todo aquel frangollo de somo bras cobrase vida y se pusiera en acción. Y así fue... así se alzó de la nada la ,Goglia negra palesiana...
Orfebrería en el Convento de las Carmelitas Por
ARTURO
V. DÁVILA
1956, PREVIAMENTE AUTORIZADAS POR el Ordinario, las religiosas Carmelitas del Convento de San José, fundado en San Juan el año de 1651, concedieron permiso para realizar el breve estudio que sigue. Tres siglos de vida ininterrumpida se han sucedido, dejándonos como recuerdo de su paso este conjunto que bien merece el nombre de Tesoro de las Carmelitas. No se trata de piezas de plata y oro conservadas como un testimonio muerto de la piedad de otros tiempos. La gracia de estos objetos reside en el hecho de que todos los años, siguiendo el curso de una liturgia siempre nueva, cobran vida al servicio del templo. Conservadas en el interior de una clausura, se publican ahora por primera vez. Artífices puertorriqueños trabajaron más de una de ellas y al valor de su belleza se añade su calidad inapreciable de testimonio de una orfebrería del país. La esplendidez de la fundadora de las Carmelitas de San Juan, no alcanzó a proveer convenientemente la sacristía que, según el primer inventario apenas contaba con 10 indispensable para la cele· bración de la Misa.' Ni siquiera aparece consignada una custodia, a pesar de ocurrir la fundación mediado el siglo XVII, siglo de afirmación eucarística en el mediodía de Europa y de manera especial en España: Sacramentum amoris Austriaci.2 No EN EL AÑO DE
1. Ynventario de ornamentos y lo demás I perteneciente á Yglesia y Sachristra I 15 de julio de 1653 años. (Libro en que se contienen las reales cédulas de S. M. de permiso para la Erec I cion y fundación del Convento de Religiosas del Señor I S. Joseph de la regular observancia de la Virgen Santísima I del Cannen Calzadas de esta Ciudad de San Juan de Puerto I Rico... cte.; folio 52.) Archivo del mismo monasterio. 2. Recordamos una mala pintura de principios del siglo XVII, colocada en el arranque de la escalera interior del Colegio del Espíritu Santo de Salamanca. donde aparecen Felipe 111, su mujer Margarita de Austria y sus hijos ofreciendo sus corazones ante una custodia entre nubes. Al pie está la leyenda que citamos.
Ramo de azucenas de oro 21
fue así en lo sucesivo y pasado el tiempo de penuria -no daba para más el siglo en Puerto Ricolas alhajas de la sacristía superaron con creces su anterior ausencia. Los sucesivos traslados de la comunidad y los apuros económicos de la misma. nos han privado de algunas, No obstante. podemos decir que des· pués del tesoro de la Catcdral de San Juan, no hay en toda la Isla un conjunto superior de objetos de cuila de tanta antigüedad y riqueza. Siguiendo un orden cronológico tenemos en pri· mer lugar la cruz procesional de plata, bella pieza de fuerte sabor renacentista. Los clásicos botones filipinos y el festón dc perillas y roleos que decora los bordes de la cruz, permiten fijar aproximada· mente la fccha de su fabricación entre finales del siglo XVI y principios del XVII. Totalmcnte desprovista de punzones, sin rastro documental de ninguna especie, su origen nos es hasta ahora absolu· tamente dcsconocido. La cruz se ensancha en los extremos. sirviendo las elipses quc se forman para enmarcar cuatro cabecitas de querubines. copiadas de modelos grutescos y rematadas con decoración de palmetas. El crucifijo, de rmigos anatómicos bastante fie· les, es un logro del artífice. Recuerda modelos sevillanos, sobrc todo si tomamos en cuenta el paño de pureza quc no se ciñe estrictamente a las foro mas del cuerpo, sino que flota ya con cierta li· bertad. Dos placas rectangulares del mismo metal, adosadas respectivamente a las partes antcrior ccn· tral y posterior de la cruz, completan la decoración. En la placa del anverso aparece el escudo dcl Carmen Descalzo,J surmontado por una corona 3. El I:scudo de los Carmditas con~ta tic tlos e.Jmpos. siendo el inferior netlru, E.,tc h:rmina con cúspide. dividien· tlo en dos el campo superiUl', de plal'l. En el t:entro tic catla uno dI: estos trl':; cuarteles ha\' ulla eslrcll'l de ~é'Í~ puntas. Los DeltC;ll1.os ..ñadierun lIna cruz. a finales dd si·
Cinturón de oro y pedrería
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real cubierta. La del reverso ostenta en el centro un relieve de la Concepción de más de medio cuerpo, con las manos juntas al pecho y la cabellera partida en dos. que cae sobre los hombros y llega hasta la allura de los codos. Sin duda recuerda la Inmaculada de Juan de Juanes, que a su vez nos remite a grabados de principios del siglo XVI.· Ambas placas lI~van en los bordes el mismo tipo de decoración que describimos al referirnos al contorno de la cruz. El nudo, compuesto por dos casquetes semies· féricos, lleva una profusa decoración repujada de mOlivos \'egctales. Diríase posterior a la cruz. Guarda notable parecido con la decoración del pié de una cruz afiligranada existente en el mismo con· vcn to. que estudiaremos luego. Como piezns si no iguales, al menos similares y de faclura más acabada. pueden citarse las cru· ces procesionales de la Iglesia de Nuestra Señora de la Luz. en Los Silos (Tenerife), y la de Montscrrat en San Andrés y Sauces (Isla de la Palma).5 La primera, fechada hacia 1580,~ es labor de artifi· ce canario. La última, fue labrada en Trujillo de Perú hacia 1672.7 La total ausencia de nOlicias sobre la pieza quc estudiamos, única en su género en la Isla. nos ¡llu x\ t (Cfr. AnaJccta Ordinis CarmcJitarum IlI. pá¡,!s. 52-55: V111, págs. 330.331: X111. pá~s. 149- ISS. > 4. Son numerosos los Ilrabadol; tic este tipo dl:sde fines tlel :.iglu X\. No~ rderimos aquí al qUé aparl!'cc en las Horac B. Mariac Vir¡dnis de Monte Carmclo. Lyon, 1516. (L'lmmaculéc tlanlt I'lcunographic du Carml!l. Bruno Bor· chert, O. Carm. Carmclus, \'01. 2. 1955, pá~. 85+) S. Véase J. Hernántlc7. Pcrera - Orfebrería d~ Canarias. C. S. 1. c., Instituto Die¡!o Vclá7.que7.. M:ldrid, 1955. Lámina XLVII, Hg. 79. lámina XLIII, rig. 72. 6. Véase J. Hcrmintle7. Perera - Orfebreria de Canaria5. C. S. 1. C., Instituto Diego Vclá7.quez, Madritl, 1955. Lámina XLVII. fig. 79, l¡imina XLIII. rig. 72. 7. Véase J. Hern;indez Pl:rera - Orfl'brcría de Canarias. C. S. f. c., In.slitutu DiellU VcI¡j7.qul:7.. Madritl. 1955+ Lámil1l1 XLVII. fig. 79, lámina XLIII, lig. 72.
19lesita de plata
impide aventurar opiniones sobre el taller y lugar de origen. Sin embargo, hay un detalle que no puede pasarse por alto: el escudo del Carmen Descalzo. La presencia del mismo parece indicar que la cruz no se hizo en un principio para el monasterio de San Juan, de Carmelitas Calzadas, y sí tal vez para otro de la anterior observancia, ya que aparece claramente especificada en todos los documentos que hemos consultado, la filiación del de Puerto Rico.· La anchura de las planchas de 8. En 1863, se refugiaron las Carmelitas Descalzas de Bogotá en el Convento de San Juan, al scr cltpulsadas por la Revolución del General Mosquero. Si perteneció a la
plata y cieTta rudeza que se advierte en la ejecución, hacen pensar en algún taller americano (¿Méjico?, ¿Perú?) que copiaria modelos peninsulares y concretamente, sevillanos. La caldereta, que también se utiliza en las funciones de culto, tiene el cuenco gallonado y lleva Comunidad expulsada la cruz procesional de Q,ue tratamos en este artículo y fue vendida o cedida a las monjas de San Juan, se explica claramente la presencia del escudo del Carmen Descalzo. En 1606 se dio comienzo a la fundación de Santa Fe de Bogotá, autorizada por el Arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, en 22 de abril del mismo año. Dado el estilo de la cruz no sería extraño que procediera de aquel Convento fundado en fecha tan temprana del XVII. Por el momento no pasa de ser una mera con· jetura.
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en los extremos del asa dos cabecitas de querubes, que guardan parecido notable con las de los re· mates de la cruz. Sin data alguna que arroje luz sobre su origen, hay en el convento una cruz de plata calada que usan las religiosas en la procesión claustral del Domingo de Ramos. Tendrá unos 35 centímetros de alto. Sigue de cerca la traza de los trabajos de filigrana, sin alcanzar la finura de éstos por el espesor de la plancha. Su aspecto, sin embargo, no deja de ser vistoso. La decoración, de tipo simétrico, es idéntica en el árbol y brazos de la ~ruz. Recuerda los hilos de la filigrana que se enroscan y disponen entre sí. Una corta base cil'ndrica le sirve de nudo o sustentáculo, repitiéndose en ella los mismos motivos, En el extremo superior tiene este pequeño cilindro dos endentados o festones paralelos y en su parte inferior, otro igual. A su vez, descansa sobre una base semiesférica de plata repujada, con decoración de picos o rayos y ramas. Cruces de factura similar se hicieron en Méjico hacia la segunda mitad del siglo XVII. Tenemos referencia de una existente en la Iglesia de Santiago, de Realejo Alto en Canarias, fechada en 1677.9 Hay en Puerto Rico otras dos prácticamente iguales, una en la Catedral de San Juan y la otra en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Pilar en Río Piedras. Las de la Catedral y las Carmelitas llevan en el centro una medalla de corte renacentista con los perfiles del Salvador y la Virgen, troquel muy difundido desde el pontificado de Paulo V. La de Río Piedras lleva, en cambio, las cabezas de San Pedro y San Pablo. Las diferencias estriban en el pié, siendo el de la Catedral mixtilíneo, con decoración cincelada de grutescos y los de las Cara melitas y Río Piedras de tipo barroco. La delicada factura de estas cruces no cede en belleza a tra· bajos de artesanía sacra de la Península en esta época. El culto a Santa Teresa de Jesús, arquetipo de perfección en la piedad católica del período barroco, tuvo su momento de esplendor en el monasterio de San José, durante el siglo XVIII. En el libro de las visitas de los obispos hay constancia de que, junto a las solemnidades del Triduo Sacro, era la fiesta más celebrada en la comunidad. Se conserva aún un juego de sacras de plata -chapas sobre armazón de madera-, un atril y seis candeleros. Estos y las sacras, por su sencillez, contrastan con la pieza principal del juego: el atril. Es una pieza rococó, en la que se prodigan los elementos del estilo, con la profusión decadente de la última etapa. En el centro, sobre un fondo punteado a martillo y en un marco mixtilíneo, se destaca el corazón transverberado de la Santa, copiado de algún grabado de la época. Una rica decoración 9. Véase Hemández Perera, o. e., lámina LU, fig. 90.
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de rocallas y tornapuntas da forma al atril. Por carecer de punzón no podemos determinar su lugar de procedencia. La calidad de la plata y del repu· jada revelan su origen americano. La fecha de su fabricación parece indicarla un letrero en el re· verso de la sacra central del que fuera altar de Santa Teresa en la antigua capilla de las monjas en San Juan y que dice así: Pertenece al altar de Santa Teresa de Jesús del Conv-10 de Monjas Carmelitas de Puerto Rico. Año de 1801. Entre los objetos que pertenecieron a la ima· gen de Santa Teresa, que figuraba en su altar en la iglesia de las Carmelitas de San Juan, existen todavía una paloma de plata, una pluma y una curiosa ig]esita con su espadaña y campanillas, todo de] mismo metal. La capilla o iglesia es digna de nota por la gracia tosca de la miniatura. Su ábside, sus puertas, recuerdan un templo románico, mientras que el campanario, con el gracioso detalle de las campanillas que suenan al menor movimiento, es de pura estirpe barroca. Nada nos indica el ori· gen de estas piezas, que suponemos obra de finales del siglo XVIII, puesto que la imagen de la Santa, con cuyo rostro guarda algún parecido la pintura de Campeche de que ya tratamos en otro artículo, no parece remontarse más atrás. En un "Ynventario de ]0 que pertenese (sic) a Santa Teresa de Jesús", sin fecha aunque por el tipo de letra idén· tica a la de otros documentos fechados, suponemos posterior al año de 1850, aparecen consignados estos objetos junto con un pectoral de plata con piedras blancas, que no merece mención, y una vara de plata con su cruz (patriarcal, sin duda) hoy desaparecida. Esta última y la capillita son los atributos de fundadora que ostentaron hasta el siglo XIX muchas imágenes de la Santa. Conocida de todos es la especial devoción que profesó Santa Teresa de Jesús a San José. En el y tomé por abocapítulo VI de su Vida dice: gado y señor al glorioso San José, y encomendéme mucho a éL.. No me acuerdo hasta ahora, haberle suplicado cosa que ]a haya dejado de hacer..." y añade luego, con la ingenua gravedad del conque a otros santos parece les dio el vencido: Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas ... " La rápida difusión de sus escritos contribuyó en forma decisiva al incremento de la devoción al Santo. Omitimos la relación detallada del proceso histórico de su culto porque no es el asunto que nos ocupa. Basta saber para nuestro intento, que en los siglos XVII Y XVIII alcanzó un auge extraordinario en América del que dan testi· monio las esculturas y las numerosas pinturas de asuntos referentes a su vida procedentes sobre lO . . .
lO •••
todo de talleres cuzqueños. No se quedan atrás las artes del oro y de la plata. Es en América sobre todo donde la orfebrería crea piezas ostentosas para decorar las imágenes de San José. Y es también en nuestras tierras donde se extiende la coso tumbre de coronar con coronas reales e imperiales las imágenes del Santo, de manera especial en el siglo XVIII. IO Habiéndole escogido como titular del Convento de Puerto Rico, la noticia de su imagen encabeza el primer inventario del Monasterio de esta manera: "Primeramente en el Altar Mayor la imagen del Señor San Joseph de talla entera! con el Niño Jesús, que dió de limosna el! Maestro de Campo Dn. Diego de Aguilera! y Gamboa, Governador y Capitán! General "de esta Ciudad".'! No es pues extraño que las religiosas Carmelitas y los fieles se esmeraran en su culto. Así han llegado hasta nosotros tres piezas de oro pertenecientes a la imagen del Santo, habiéndose perdido un ceñidor del mismo metal, que según referenci~s de una religiosa, se vendió estando las. monjas en San Germán. Quedan una corona, un cetro y un ramo de azucenas que sirve de remate a la vara. La corona es muy sencilla. Rocallas y tornapuntas constituyen su única decoración, si exceptuamos algunos contados adornos de filigrana. La forman dos brazos o asas, que se juntan en el centro, al que se ha atornillado una esfera recubierta de filigrana, coronada por una cruz del mismo trabajo. Una cuenta que encontramos en el archivo del Monasterio y que publicamos al final de este artículo, documenta perfectamente dicha pieza. La hizo el maestro platero Antonio Ximénez y cobró por ella y por el aumento de la vara 25 pesos. Fechada 10. Tal fue la fama de los orfebres americanos y su pericia en estos preciosismos ornamentales que con gran frecuencia se encuentra constancia documental de los encargos que se hacían desde la misma España. Por relacionarse con las piezas que estudiamos citamos a continuación un caso concreto: en 23· de enero de 1775 el presbítero de Torres y Esquivel otorgaba testamento en Huelva, haciendo constar textualmente «que mi cuerpo sea sepultado en la Parroquia del señor San Pedro de dicha villa a el pié del altar del patriarca mi señor San Joseph... y en él colocado el Santo Patriarca con díadema de plata y pedrería, y vara de pla!a con ramo de lo mismo, labrado en Indias•. (Huelva. Archivo de protocolos, n. 315, foI. 54.) Revista Josefina, Valladolid 1955 - julio a diciembre: Huelva Josefina, por Diego Díaz Hierro, pág. 191. 11. En 10 de septiembre de 1653, a los dos meses esca· sos de este obsequio, casaba don Diego de Aguilera y Gamboa con doña Elena Me1éndez de Valdés, hija del Contador don Alonso Meléndez de Valdés, tlo de doña Ana de Lanzós, que lo constituye en heredero del Patronato del Monasteno en la escritura de fundación hecha en San Juan de Puerto Rico el 25 de junio de 1645. (Libro en que se contienen las Reales Cédulas... etc., foI. 9.) Era por tanto doña Elena prima hermana de la fundadora. Sacamos la noticia de este enlace del primer libro de matrimonios del Archivo Catedral (foI. 3 vtoAol. 4), citado por don Generoso Morales Muñoz en la revista.
dicha cuenta en 23 de marzo de 1810, nos hace creer con fundamento que la corona se estrenó el día 19 del mismo mes y año, en la festividad del Santo. El cetro, que no sabemos a ciencia cierta si perteneció a esta imagen o a alguna de Nuestra Señora, lleva también un sobrio adorno de filigrana y parece contemporáneo en factura y estilo de la corona antedicha. Por último, tenemos el ramo de tembladeras de la vara de San José. En una espiga de oro en cuyo extremo se cimbrea sobre un largo muelle una paloma de filigrana, figura del Espíritu Santo, se han insertado unas trece azucenas y varias hojas del mismo metal provistas de otros tantos muelles que simulan el gracioso balanceo propio de un ramo cargado de flores. Es éste un trabajo de orfebrería muy corriente durante todo el siglo XVIII. La pieza que nos ocupa se distingue por su tao maño (c. 40 cms.); creemos poder afinnar que es casi única en su género. Probablemente para soportar su peso se encarga al mismo maestro platero citado arriba el aumento de la caña. No nos es posible incluir en este trabajo una buena fotografía de la imagen para cuyo adorno se hicieron estas piezas. Atrozmente desbastada para vestirla con ropajes de muaré y brocados en el siglo XVIII y aplicados literalmente en tiempos recientes los decretos de la Congregación de Ritos sobre imágenes de vestir, se retiró del culto y apenas quedan unos restos desfigurados por sucesivos repintes, tan frecuentes en los conventos, pero a través de los cuales se adivinan todavía unos perfiles de gran carácter. Incluimos en su defecto un fragmento de una pintura cuzqueña del siglo XVIII que representa el tránsito de San José, sobre cuya cabeza sostienen dos angelotes una corona y además un relieve miniatura en madera procedente de talleres indios de la misma ciudad, que copia seguramente una imagen de talla del Santo,. igual. mente coronada. Junto a la corona del Santo, hay otra menor, también de oro, que pertenece a la imagen del Niño Jesús, que acompaña a la de San José, pare· cida en el estilo y la calidad del metal al cinturón del Niño Jesús durmiente, que tienen las religiosas en una urna en el coro bajo. Nada notable ofrece la decoración de esta corona, a no Ser los engastes de topacios que lleva en el aro, alternando con pequeños prismas del mismo precioso metal. La cruz que remata el globo, del que pende una paloma de filigrana, lleva un ~opacio de regular tamaño. El festón de los bordes de las' asas es igual al del ceñidor que pasamos a describir. Creemos que pue· de fecharse alrededor del año 1845, en que se hace la pieza citada, y que probablemente ha s.ido hecha por el mismo orfebre. Hablamos ya de la imagen del Niño Jesús durmiente. Lleva ésta por cinturón, la pieza más rica
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de todo el Monasterio. Se trata de una gruesa plancha de oro, endentada en los bordes, con un fino relieve a cincel inmediato a ambos. En la banda central lleva nueve o diez cercos de aljófares, en cuyo centro aparecen alternativamente un rubí y una esmeralda. Del borde inferior cuelgan infinidad de preciosos dijes: tintinábulos, topacios, esmeraldas y rubíes poliédricos en finísimos marcos de oro, miniaturas de porcelana y oro. Cierra la pieza, en la espalda, un gran topacio. Ño conocemos el nombre del orfebre, pero en cambio sabemos ]a fecha en que se estrena y e] nombre de] donante. En el cierre junto al topacio se lee: Sor Rosa de Santa María Ponce de León lo dió de regalo: 25 de Diciembre de 1845.12
Cruz procesional de plata
Omitimos por innecesaria y prolija ]a enumera· ción de los anillos con piedras preciosas y aljófares que en crecido número guardan las religiosas adornando con algunos los dedos de la imagen, como puede apreciarse en ]a fotografía. Según testimonio de la anterior Priora, Madre María Angélica de la Cruz, era costumbre que cada religiosa regalara uno a la imagen del Niño Jesús el día de ]a profesión solemne. Son todos ellos preciosas y menudas reproducciones de anillos mayores, distinguiéndose por su abundancia los que llevan aljófares.
12. Sor Rosa de Santa María Ponce de León. fue natural de Hormigueros e hija de don Clemente Ponce de León y doña Baltasara del Toro y Quiñones. Recibió el hábito de monja de coro el 30 de octubre de 1814 d~ manos de Fray Juan Lázaro de Santa Teresa. Carmelita, Capellán del Convento. por delegación del provisor y Vicario General capitular. don Nicolás Alonso Andrade y San Juan. (Ver Archivo del Monasterio de San José: Libro de recep· ción de hábitos y profesiones de las madres Cannelitas. año de 1814, fol. 19.) Tuvo por muchos años el cargo de Maestra de Novicias. Enseñaba labores y piano a las educandas. Profesó gran devoción a San José. que la curó de una parálisis. (Crónicas del Monasterio, redactadas recientemente a base de las noticias transmitidas por las religiosas más ancianas.)
APENDICE DOCUMENTAL 1
Cuenta del costo que ha tenido la compostura que se! ha hecho de la Ymagen del Señor San José y Niño, con! mas el del nicho que se hizo nuevo para su colocación! en el Altar Mayor de las Ma· dres Monjas! Carmelitas por 10 que respecta al Maestro Carpintero Felipe Laza.
A saver:
Pesos Reales Ms.
Por quatro tablas de cedro a razón de 12 reales! cada una.
6
Por ]a hechura del Nicho tornillos, cola/ y clavos . .
44
Por la compostura del cuerpo del Santo, piés y dedos! que se pusieron al Niño. .
25
Platero/ al Maestro Antonio Ximénez por la Ca/rana y aumento que hizo a ]a caña del Santo. . • • .
25
Pintores/ al Maestro Ignacio Campeche por dorar y/pintar el nicho del Santo igualmente que meter co]ores/ al primer cuerpo del retablo. . . . .
40
Al Maestro Miguel Campeche por bar/nizar y dorar el Santo y Niño. . . . . . . . .
42
Telas! por diez varas y quarta de Mue azul flo!reado para la capa del Santo a 22 reales vara . . . . . • . . . .
28.4
Por cinco varas y quarta de Mue morado para la túnica a 20 reales vara. • • . . . • • . .
13.1.
Por 5 varas de Bretaña para el forro! de dicha túnica a 4 reales vara. . . • . • •
2.4
Por 14 varas de galón para/ guarnecer ]a túnica y capa a . . •. 2 pesos vara . Sigue a la buelta.
28 254.1
27
Suma de la buelta. . . .
254.1
Sastre al Maestro Manuel Carbanás por la hechura de Capa y Túnica. . . .
6
, Al Cordonero Victorino San· senón por 2 varas de galón para forrar el cordón del Cíngulo a 2 pesos vara. . .
4
Al mismo por dos borlitas de hilo de! oro que puso en los extremos de dicho! Cíngulo .
4
Total . . . . . . .
Cruz de plata calada
De cuyo total se abate la li· mosna de cinquenta pesos que para dicha obra dexó legada en su testamento la religiosa Sor Marga/rita de la Concep. ción Calderón . . .
268.1
50
Yu. la de veinteyseis pesos que dio la Maestra de Novi· cias Sor María del Sacramen· to Dávila para el propio in· tento • . . ..
26
Líquido que ha suplido el Santo Patriarca de su pe· culio. . . . . . . . . .
192.1
Puerto Rico. 23 de Marzo de 1810.
V.B.bo
No/a. - Sor Margarita de la Concepción Calderón era hija legitima de don Francisco y doña Maria de la Cruz Prieto vecinos de San Ju~n, Tomó el hábito de religiosa de coro en }." de enero de 1809. (Libro de recepción de hábitos y profesiones de las Madres Carmelitas.) Sor María del Rosario del Santísimo Sacramento Dávila era natural del partido de Bayamón e hija legitima del capitán de Caballeria don José Casimiro y de doña Josefa Dávila. Recibió el hábito de coro de manos del señor don Miguel Martínez de Andino, Vicario General de la Diócesis el día 20 de enero de 1799. (Libro de recepción de hábitos y profesiones de las Madres Carmelitas.)
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Micro-ensayo de interpretación puertorriqueño
Etnias hispánicas Por
POCOS PUEBLOS DEL MUNDO HAN TENIDO LA GRANDEZA
del pueblo hispánico, por lo que a fusión de razas concierne, tanto, que el mejicano Vasconcelos, pudo acunar el vocablo de «Raza Cósmica», para la que surgió en el antiguo Virreinato de la Nueva España, al amor de una conjunción engendradora de pueblo y nación. En' Puerto Rico, la presencia de lo español -el español, como ser humano, como persona e individuo, como hombre, encarnado en la raza taína vernácula, y posteriormente, en la raza negra importada de Africa-, supuso un elemento engendrador de vida, enriqueciendo el aporte esencial fundamental, forjador de las etnias hispánicas. Jamás en el transcurso de la conquista y coloni· zación, se mantuvo criterio alguno de tipo discriminatorio, por lo que a fusión de sangre suponía. Jamás el español sintió desprecio o manifestó re· pugnancia alguna por el ayuntamiento racial. Su filosofía de vida, su concepto abierto, ancho, generoso, no discriminaba por color de piel más o menos oscuro, cobrizo y achocolatado, porque el color, la pigmentación de la piel, no suponía una barrera, ni un elemento lastrante, y por el contrario, si acaso, un motivo más de palpitante sentido de vida humana. Los españoles en América, y en Puerto Rico en particular, no sintieron ningún motivo de repulsión, no experimentaron ninguna fobia racista, no crearon ningún concepto o sentimiento discriminador, porque en su fuero interno, ha venido anidando de siempre, la idea de ]a hermandad, de la convivencia, de la participación comunitaria, de la auténtir.a democracia hispana e hispánica, que no repara en fronteras raciales, sino que las remonta con espíritu de generosa liberalidad. En ese sentido liberal, la fusión de razas fue una génesis, una creación, un inicio y un comienzo de vida, trasplantado el germen fecundante y fecundador a los suelos vírge-
ENRIQUE
T.
BLANCO UZARD
nes de América, el germen y la simiente del amor sin fronteras, sin barreras, sin límites, sin ese sentido clasista y clasificador, de otros pueblos autolimitados, empobrecidos, por su propia estrechez mental, reducidos por su mezquino concepto egoísta de la existencia, encerrados en sus prejuicios raquíticos y estrechos, tarados por su inconsciencia humana, por su soberbia cicatera y prejuiciada, por su impotencia humana, deshumanizadora, inhumana, para poder crear, dando origen, a nuevas fuentes de vida. Las etnias hispánicas en Puerto Rico -los estratos más profundos de nuestra personalidad y características puertorriqueñas-, se fundaron, fundiéndose en el crisol de una actuación espontánea y desinteresada, donde no privaba ningún prejuicio preconcebido de antemano, sino que afloraba, espontánea y generosamente, el espíritu cristiano aprendido por siglos de convivencia con numerosos pueblos de las más diversas procedencias y heterogéneas etnias. Tenemos así, que el español, conquistador, con ánimo esforzado -con tesón y coraje, valor y empuje, brioso y decidido-, ya había depurado, decantando su carácter y su persona, en las invasiones de la Península, en las que por siglos y generaciones, los más diversos pueblos de Europa y Africa, habían sentado sus plantas, intermezclando genes y cromosomas, forjando pueblo y nación, sin otro inconveniente que los naturales y lógicos de toda invasión armada, mientras el amor, conseguía borrar las diferencias, y la convivencia, reemplazar las antipatías naturales, limando las asperezas que surgen en todo proceso de interrelación, trasmutación y ambivalencia de distintos pareceres. Por eso, por este trasfondo de vida desbordante, de conjunción y fusión de etnias en el suelo de España, aquellos extremeños, andaluces, vascos y castellanos que se lanzaron a la más grande em29
presa que han conocido los siglos, desde la Encarnación del Hijo de Dios, según López de Gomara, pudieron a su vez, fundir sus sangres celtas, iberas, fenicias, tartesia, etrusca, helénica, romana, cartaginesa, árabe, sueva, alana, vándala, goda, visigoda y ostrogoda -sangres de toda la Rosa de los Vientos europeos-, nórdica, escandinava, germánica. eslava y hasta rusa caucásica -pueblos como el vasco que tienen un origen caucásico indiscutible-, con las otras sangres del Africa de aquende y de allende los Montes del Atlas. Pueblos con solera y tradición, con decantada historia a sus espaldas; pueblos que habían aprendido en la milenaria Asia, los saberes de antiquísimas civilizaciones; pueblos que heredaban de Caldea y de Sumeria, de Etruria y de la Hélade, del Egipto faraónico y de la Judea hebrea, los hondones del conocimiento, la grandeza de la civilizaciÓn trasfundida en hechos ricos en cultura; pueblos, todos ellos, aculturados, incul· turados y trasculturados, por el cúmulo de invasiones y por la denodada defensa de su patrimonio histórico-culturaI. Sobre España, convergen las coordenadas trazadas por las rutas migratorias de toda Europa y del Africa. España es el crisol ideal donde se funden esas etnias distintas, creando la Raza Hispánica. Raza que tenía encomendada la gesta -gracias al gesto- heroica, de la conquista y colonización de América. En Puerto Rico, el español no manifestó fobia contra el hecho de la fusión racial. Los mismos caudillos y jefes militares daban el ejemplo, cuando no amancebándose, tomando por esposa a una indígena, o dejando con el desplante propio de la raza hispánica, hitos y jalones humanos, regueros de vidas nuevas, en las nuevas patrias germinadas. Sin el reparo separador del anglosajón; sin su clá· sica postura clasista; sin su tonto y necio orgullo de ser superior; sin ningún concepto preconcebido de superioridad racial; sin absurdas teorías filosóficas o sociales, el español, los españoles quisieron comportarse como seres humanos, fundiendo su sangre, con la nueva sangre -que no hay mejor conquista, que la impuesta por la fuerza de la unión racial-, al compás de una pasión humana, o al calor del amor impulsivo y arrollador. La típica vehemencia española, ha podido siempre más, que cualquier razonamiento, frío y calculador, cerebral o interesado, que pudiera distanciar a los seres humanos llamados por Dios a unirse y procrear. Las etnias hispánicas, nacen, por lo tanto, bajo el imperio de la humanidad, con el respeto debido a la persona humana, aunque pudiera ser un tanto anárquico, en los ~omienzos, su mismo proceso de humanización poblacionaI. Los seres humanos, cuando actúan como tales, no pueden rehuir los pictados connaturales con las Leyes Divinas, humanas y naturales, impuestas sobre la especie ho30
mínida. A esas leyes, respondían los españoles con la integridad total de un concepto unitario, que no disgregador, dando origen al primer intento de fusión, de integración racial, que se haya podido llevar a cabo en América. No eran leyes integradoras, antidiscriminatorias, integracionistas o de defensa de los derechos humanos y civiles, las que participaron en ese proceso inicial paridor de pueblos. No. Ni tampoco legislación especial que in· tentara corregir los estragos de funestas prédicas, de absurdas posturas, de ensoberbecidas acciones, como se intenta hoy, cuatrocientos años largos, después de aquella integración racial, imponer por Decreto-Ley, en los estados de la Unión Federal norteamericana. Fue, eso sí, un movimiento espontáneo de humanidad extravertida, volcada, entregada de lleno, a aportar. con su virtud innata y geJ,lerosa de humanización personal, la fecunda' concepción de la vida trasfundida, trasmutada, por obra y gracia de un l:!cto de voluntad, que no de razón tan sólo, y en virtud a un sentido humanístico, que forjó los pueblos de la "Raza Cósmica", vasconceliana, y que dio pie al nacimiento de las naciones iberoamericanas de nuestro Hemisferio Continen· tal Novomundano. Los males. que surgieron -porque en todo proceso histórico-cultural donde se funden los conceptos étnicos, ha de haberlos, irremediablemente-, fueron siempre de un carácter social y político, con imbricaciones religiosas, desdé el punto de vista de la relación y sentido de jerarquización de la existencia. Pero en el fondo de esos males, incluso, latía siempre un inevitable movimiento humano, que no rehuía, porque no quería rechazar metafí· sicamente -por espiritual y anímico-, el concepto de fusión integrador de las diversas etnias represen· tadas en el suelo americano. En el caso peculiar de Puerto Rico, el hecho de que la población autóctona taína no fuera tan nu· merosa como para poder resistir el choque prime. ro inicial de ambas civilizaciones y culturas -que según cálculos aproximados, podemos cifrar entre los 50.000 y los 60.000, sin que en ningún momento, llegara a rebasar cifras superiores a los 75.000 indígenas-, y los demás factores de índole social, político, religioso, sanitario y ambiental, supuso una pronta desaparición de esos representantes genuinos de la población isleña, sin que por ello, no hubiera un proceso humanizador, no sólo por leyes dispuestas en favor de la conservación de los indios -Leyes que no siempre se podían cum· plir, por imperativos y condiciones' de carácter in· dividual, o temperamental, por quienes tenían la misión de hacerlas cumplir-, sino porque el español habíase encargado de antemano, de fusionar su sangre con la nativa, sin repulsión, asco, repug· nancia o naúsea metafísica, física o biológica, meno
tal o psíquica. Por el contrario, su bien dispuesto natural humano, le había permitido comportarse como un hombre normal, sin fobias ni complejos, como diríamos hoy, sin dis~ingos separadores o prejuicios clasistas, sin corrupción sexual alguna, sino con la naturalidad propia del hombre que no conoce de aberraciones, ni responde a conceptos artificiales del comportamiento sexual. Las etnias hispánicas, respondieron, pues, a conceptos humanos de gran fuerza y trascendencia histórico-cultural, porque fueron los mismos con· ceptos que permitieron a un pueblo occidental europeo, por vez primera, crear en la América virgen, el proceso más ennoblecedor del hombre, respondiendo al Mandato Divino del "Creced y multipli. caos". La misión cristiana, cristianizada por la actitud, por el gesto y la gesta, por el comportamiento español, de difundir la buena nueva del Evangelio, a la vez que iba tejiendo la madeja de un mundo nuevo, recreando en su suelo, la vida europea, con todo lo que este proceso supone en la historia americana, es símbolo significativo de una entra· ñable actitud única entre los pueblos colonizadores. Ningún otro pueblo, ni antes, ni después de aqueHa gesta americana, ha podido influir de manera tan vital y decisiva, en el proceso evolutivo de unos pueblos y unas naciones, creadas con amor y con sangre, con alegría y dolor; paridas con igual sentimiento de placer y sufrimiento, que ennoblece la vida humana, engendrada por un acto voluntario de creación, que nunca destructor y aniquilador de vida. Cuando Dios creó el Universo y en el Génesis, trazó las líneas maestras de su maravillosa Obra, pensando en una Humanidad homogénea y estable, unida y trabada, vinculada por los lazos de hermandad y de afecto, de cariño y de amor cristiano, no
creó conceptos diferenciadores de razas antagóni. cas, enemigas, opuestas entre sí, sino que quiso hermanar a todos los descendientes de los prime. ros Padres de la Humanidad, a los herederos de Sem, Cam y Jafet, a los que continuaron la descendencia de las primitivas Doce Tribus de Israel. Pero el hombre pecador, egoísta, ambicioso, lúbrico y rencoroso, dio pie y margen a su propia destrucción. Desde el Pecado Original, siguiendo por el crimen perpetrado por Caín contra su hermano Abel, hasta llegar a la soberbia de la Torre de Babel, el signo de la destrucción, del aniquilamiento, ha seguido como la sombra al cuerpo, al hombre y a la Humanidad. Pues bien. Sólo en la concepción cristiana de la vida; sólo en los principios, doctrina y prácticas cristianas, ha podido el hombre superar su lado flaco, su naturaleza pecadora. su signo destructor. Y en medio de los pueblos cristianos, ha florecido, siempre, la idea de la her· mandad primitiva, origen de la Creación Divina. el pensamiento de convivencia, la práctica de como partir con el otro hombre -el prójimo, el veciho-, la misma vida que Dios quiso comunitaria para todos los hombres. Por eso, en un pueblo como el español, pueblo cristiano. de honda raigambre y fundados pensamientos, pudo darse la conjunción redentora de la Cruz y la Espada -un Madero, sím· bolo de redención humana, y un acero, conquistador de selvas vírgenes, bosques y tierras, hombres e instituciones-. a la espera de la simiente de salvación. Las etnias hispánicas, son el producto de un Amor. de una Fe; sobre todo, de una Manera de Ser, postura y concepción de la vida, que resume toda la Doctrina Cristiana de la misma; la doctrina que ha sido Faro de Luz de la Humanidad Hispánica.
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Martí y su concepto de la revolución * Por
Compañeros universitarios:
E
N EL DtA DE HOY TODA LA AM~RICA NUESTRA CONME-
mora el nataliCio de uno de sus más grandes hombres, de una de. las cumbres del pensamiento y de la acdón en nuestro continente. Cubano de naci· miento, es, no obstante, símbolo ejemplarizante de la lucha de nuestros pueblos por su liberación. Hispanoamericanista e internacionalista, siente y experimenta como suya la afrenta que representa para nuestros pueblos la presencia perenne del colonialismo - no importa las múltiples formas que éste pueda tomar. "En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que recibe cualquier mejilla de hombre", dirá en su famoso discurso conocido por el título de "Con todos y para el bien de todos". He ahí la más cabal afirmación de su ideario trascendente de las fronteras nacionales, he ahí su filiación definitiva con el espíritu Bolivariano que puso fin a la esclavitud de un continente. Porque de su obra puede decirse aquello que él mismo exclama en su testamento político:, "Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación, o de humanidad." La vida toda de Martf se halla dedicada al empeño de liberar a Cuba ya Puerto Rico y de lograr el ideal de la confraternidad Antillana e hispanoamericana. En su elogio a Baldorioty de Castro deja sentado el principio de la fraternidad antillana cuando escribe: ..No parece que la seguridad de las Antillas, ojeadas de cerca por la codicia pujante, dependa tanto de la alianza ostentosa y, en lo material, insuficiente, que provocase reparos y justificara la
* Conferencia pronunciada el 28 de enero de 1970 con motivo del 117 aniversario del natalicio de José Martf y auspiciada por el Centro ~e A.ctivida~es Culturales }' el ~on. sejo de Estudiantes de Ciencias Sociales de la UnIversidad de Puerto Rico.
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MANUEL MALDONADo-DENIS
agresión, como de la unión sutil, y manifiesta en todo, sin el asidero de la provocación confesa, de las islas que han de sostenerse juntas, o juntas han de desaparecer, en el recuento de los pueblos libres. Por la rivalidad de los productos agrfcolas, o por diversidad de hábitos y antecedentes, o por el temor de acarrearse la enemiga del vecino hostil, pudieran venir a apartarse, en cuanto ca. yese en forma cerrada su unión natural, las tres islas que, en 10 esencial de su independencia y en la aspiración del porvenir, se tienden los brazos por sobre los mares, y se estrechan ante el mun. do, como tres tajos de un mismo corazón san. griento, como tres guardianes de la América cordial y verdadera, que sobrepujará al fin a la América ambiciosa, como tres hermanas.» Al igual que Hostos, Martí ve a las Antillas como el "fiel de la balanza" en la lucha por la libertad de la América nuestra. La lucha por la libertad de Cuba y de Puerto Rico es también la lucha por la libertad de todos los pueblos del continente que se extiende "desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego". Con toda claridad percibe Martf el peligro que se cierne sobre las Antillas ante la presencia en el continente del "Norte revuelto y brutal que nos desprecia" y en palabras admonitorias nos dice en Patria del 17 de abril del 1894 en su artículo "El tercer año del Partido Revolucionario Cubano": -Nulo seda, además, el espectáculo de nuestra unión, la junta de voluntades libres del Partido Revolucionario Cubano. si, aunque entendiese los problemas internos del país, y 10 llagado de él y el modo con que s.e le cura, no se diera cuenta de la misión, aún mayor, a que lo obliga la época en que nace y su posición en el crucero universal. Cuba y Puerto Rico entrarán a la libertad con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos hispanoamericanos. Es necesario tener el valor de la grandeza: y estar a sus deberes. De frailes que le niegan a Colón la posibilidad de descubrir el paso nuevo está lleno el mundo, repleto de frailes. Lo que importa no
es sentarse con los frailes, sino embarcarse en las carabelas con Colón. Y ya se sabe del que salió con la banderuca a avisar que le tuviesen miedo a la locomotora -que la locomotora lIegó, y el de la banderuca se quedó resoplando por el camino: o hecho pulpa, si se le puso en frente. Hay que prever, y marchar con el mundo. La gloria no es de los que ven para atrás, sino para adelante... En el fiel de América están las Antillas, que serían si esclavas. mero pontón de la guerra de una republica imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, mero fortín de la Roma americana -y si libres y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora-; serían en el continente la garantía del equilibrio, la· de la independencia para la América española aún amena· zada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrolIo de su territorio -por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones has· tiles- hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo...
Por su visión preclara de la verdadera naturaleza del colonialismo puede considerarse al Apóstol cubano como un precursor, un adelantado· de la lucha antimperialista de nuestros días. Palpando con entera claridad el problema de lo que hoy Fanon ha puesto en boga con su término "los colo· nizados", Martí combate el apocamiento producido sobre el espíritu de éstos por las dos fórmulas sustentadas por cubanos y puertorriqueños def~n sores del autonomismo y del anexionismo y sus· tenta de manera radical que la única solución capaz de curar de raíz los males del colonialismo es la independencia de todos los pueblos americanos. Para el Apóstol tanto el autonomismo como el anexionismo son totalmente insatisfactorios como posibles soluciones para el problema de las libero tades Antillanas. Así, "quebrará su copa" en el brindis en honor al periodista Márquez Sterling si es que "no planteamos con todos sus elementos el problema, no llegando, por tanto, a soluciones in· mediatas, definidas y correctas", puesto que es menester tener claro que "el hombre que clama, vale más que el que suplica; el que insiste hace pensar al que otorga. Y los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan." La esencial pusilanimidad, el espíritu contemporizador del autonomismo, frustra toda auténtica solución libertadora porque suplica en vez de clamar. porque pide los derechos en vez de tomarlos. De ahí su carácter esencialmente pernicioso para el curso de la lucha libertadora, puesto que al crear falsas ilusiones re· trasa la lucha y al retrasar la lucha cimienta aún más la pesada baldosa de la colonia. El autonomismo -como dice en su elogio de Baldorioty de Castro- sólo puede entenderse cuando es un paso
hacia la independencia. De lo contrario su propia naturaleza 10 condena a la esterilidad. El anexionismo es aún peor en términos de sus consecuencias. Pues los incondicionales, los "ultras" pretenden refugiarse en el seno de un pueblo más poderoso aún que España y que tiene puestas sobre las Antillas "miras de factooa y de pontón estratégico". El anexionismo es un peligro aún mayor que el autonomismo, ya que "en Cuba ha habido siempre un grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios para abominar la domina· ción española, pero bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combate. Esta clase de hombres, ayudados por los que quisieran gozar. de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su sangriento precio, favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Todos los tímidos, todos los irresolutos, todos los observadores ligeros, todos los apegados a la riqueza, tienen tentaciones marcadas de apoyar esta solución, que creen poco costosa y fácil. Así halagan su concien· " cia de patriotas, y el miedo de serlo verdaderamente." Desde una edad muy temprana -a los dieciocho años es encarcelado en Isla de Pinos por el gobierno español por el delito de infidencia-- Martí se halla convencido de que el único camino franco para la liberación de Cuba es la revolución que conducirá " a"la independencia. En su abrazo magnánimo acoge desde ~l primer momento a la hermosa isla de Borinquen, aquella misma de quien dirá en un artículo significativamente titulado "¡Vengo a darte Patria!" y publicado en la revista del mismo nombre el 14 de marzo de 1893: "La patria es Cuba y Puerto Rico es la voluntad viril de un pueblo dispuesto al . triunfo de su emancipación, a un triunfo indudable por el arranque unido y potente de la libertad contra el corazón inmoral y arruinado de los opresores." Y cuando funda el Partido Revolucionario Cubano dejará consignado en su cláusula primera que éste luchará por la independencia de Cuba y "auxiliará y fomentará" la de Puerto Rico. Compréndase aunque sólo sea a vuelo de pájaro cómo las circunstancias mismas de la época no de· jaban otro camino al gran Antillano que no fuese el de la revolución libertadora. Es apenas un niño cuando es aherrojado en las ergástulas que España tenía reservadas para sus opositores. En El Presidio Político en Cuba (1871) despunta ya ante nuestros ojos el ejemplar revolucionario, el "místico del deber" de que nos ha escrito Félix Lizaso. Brilla en esas páginas aquella enorme humanidad, aquel acendrado amor por el prójimo que le hizo exclamar en una ocasión que las revoluciones debían ha· cerse "con sangre y con cariño". Una gran dolencia, consecuencia de su trabajo en las canteras de los presos, le aquejará el resto de su vida. No obstante,
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llevará a manera de recuerdo un anillo hecho de un eslabón de la cadena que le aherrojaba. Ezequiel Martínez Estrada en su libro Martí, Revolucionario, ve en esta experiencia del Apóstol el trauma forzoso que fijará ~e ahí en adelante su trayectoria revolucionaría. Nos dice Martínez Estrada que: . ..Como punto de arranque para una empresa libertadora, la experiencia viva de la opresión que recoge Martí en el presidio, no puede compararse con la de otros prohombres de la independencia de América. No se engañará en adelante confun· diendo lo que dicen los libros de historia con lo que es realmente la historia que viven los pue· bIas; 10 que es el producto historiográfico de la materia viva histórica. En su ánimo la libertad política de Cuba es un fin secundario tras el de la libertad del ser humano, allí reducido a la condición de esclavo sin derechos individuales ni sociales. Y, confirmando lo que ya pensara, concibe que no es posible pactar ni aceptar reformas, sino que es preciso ir al fondo de los males, atacarlos en la raíz y arrancarlos de cuajo. De ahí su actitud intransigente, su línea inflexible de conducta y de acción, que a muchos pareciera fanatismo obstinado. Toma partido por los infe· lices y perseguidos; su campaña será de redención cuanto de independencia, y el tono constante de sus exhortaciones; a partir del folleto que el presidio le inspira, será moral y humanitario y no político y jurídico.• Del presidio Martí sale deportado para España en 1871. Su postura meridianamente anticolonialista puede notarse en el momento en que se proclama la primera República española el 15 de febrero de 1873. Martf, hallándose en Madrid a la sazón, publica su folleto La República Española y la Revolución Cubana donde, con meridiana claridad, desentrañó la contradicción envuelta en el mantenimiento por parte de un régimen republicano de sus colonias de ultramar. Como de costumbre no se llamaba a engaño por el hecho de que hubiese habido un mero cambio en materia de régimen. Su -aguda percepción le indio caba que España -republicana o monárquicanunca cedería a Cuba y a Puerto Rico voluntariamente. Su folleto concluye diciendo: "No se -infame la República española, no detenga su ideal triun· f~nte, no asesine a sus hermanos, no vierta la sangre de sus hijos sobre otros hijos, no se oponga a la independencia de Cuba. -Que la República de Es-' paña será entonces República de sinrazón y de ignominia, y el gobierno de la libertad sería esta vez gobierno liberticida." Poco habría de durar la República Española. Poco había que esperar, de cual· quier modo, de sus intenciones hacia Cuba. Pues en última instancia, fuesen liberales o conservadores, los españoles que regían a España eran ante todo imperialistas. Y Martí -que no escuchaba cantos de sirenas como los autonomistas cubanos y. puertorriqueños- no se dejaba engañar por re-
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formas más o menos cuando de la libertad de su Patria se trataba. La guerra, que había estallado en territorio cubano el' 10 de octubre de 1868, le había sorprendido a edad muy temprana. Luego la cárcel, el exilio... Pero la llama encendida por Céspedes aquellO de octubre en La Demajagua continuaba ardiendo. Cuba con sus gloriosos mambises combatía palmo a palmo el territorio que pretendían arrebatarle los españoles. Antes de que esa revolución estallara, ¿qué era Cuba? Escuchemos al Apóstol: ..Sobre espectáculos del mayor horror bri· liaba impasible el sol de Cuba antes de la Revolución de 1868. En vano se había desenvuelto, a sangre de hombre, la civilización universal; en vano, a las puertas mismas de la Isla, había sur· gido de la lucha de los dos componentes rivales de la nación norteamericana, del burgués pos· puesto y el caballero hacendado, la emancipación de la raza negra; en vano habían pedido los cu- banas ilustres la cesación de la esclavitud, que no pidieron jamás los españoles. España, sorda, era la única nación del mundo cristiano que mantenía a los hombres en esclavitud. El hecho tremendo estaba allí, y no había quien hiciese desaparecer el hecho. El hombre negro era esclavo allí. El látigo; lo mismo que el sol, se levantaba allí todos los días. Los hombres, como bestias, eran alli arreados, castigados, puestos a engen· drar, despedazados por los perros en los caminos. El hombre negro vivía así en Cuba, antes de la revolución.. .
y es la revolución, ese ejemplar catacIismq histórico que estremece los cimientos del orden esta· blecido, lo que logra en el decurso de unos años lo que no había podido obtenerse en siglos de luchas lentas y aún pertinaces: ..Y se alzaron en guerra los cubanos, rompie. ron desde su primer día de libertad los grillos de sus siervos, convirtieron a costa de su vida la indignidad española en un pueblo de hombres libres. La revolución fue la que devolvió a la humanidad la raza negra, fue la que hizo desapa. recer el hecho tremendo. Después, en-los detalles, en las consecuencias, en las costumbres puede haber quedado algo por hacer, con problema tan profundo y difícil, en el espacio insuficiente de una generación. Después, en los tiempos mejores, luego de dado el gran tajo, pudieron los hombres fáciles y de segunda mano aprovechar la obra de los padres, de los primeros, de los fundadores. Después, por la vía abierta, por la vía teñida con la sangre de los cubanos de la redención, pudieron criollos o españoles, forzar a España a las consecuencias inevitables de la abolición de la es· clavitud, decretada y practicada por la revolución cubana. Pero ella fue la madre, ella fue la santa, ella fue la que arrebató el látigo al amo, ella fue la que echó a vivir al negro de Cuba, ella fue la que levantó al negro de su ignominia y lo abrazó, ella, la revolución cubanll. La abolición de la esclavitud -medida que ha ahorrado a Cu· ba la sangre y el odio de que aún no ha salido, por no abolirla en su raíz, la república del Nor·
te-, es el hecho más puro y trascendental de la revolución cubana. La revolución, hecha por los dueños de los esclavos, declaró libres a los esclavos. Todo esclavo de entonces, libre hoy, y sus hijos todos, son hijos de la revolución cubana.• En esas páginas elocuentes, vivientes, se nos muestra en todo su esplendor Martí el revolucionario, Martí el hombre de profundísima conciencia social. Y en esa su evaluación del fenómeno revolucionario que estremeció a Cuba captamos su singular devoción par "los pobres de la tierra" con quien "quiere su suerte echar". Lejos de creer en la acción redentora del "hombre providencial" el Apóstol le adjudica a las masas el papel esencial en toda revolución. En su primer discurso del exilio, pronunciado en Steek Hall de Nueva York el 24 de enero de 1880, deja claramente sentada su fe en las masas al exclamar: "Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones; y acarician a aquella masa brillante que, por parecer inteligente, parece la influyente y directora. Y dirige, en verdad, con dirección necesaria y útil en tanto que obedece --en tanto que se inspira en los deseos enérgicos de los que con fe ciega y confianza generosa pusieron en sus manos su de~tino. Pero en cuanto, por propia debilidad, desoyen la encomienda de su pueblo, y asustados de su obra, la detienen; cuando aquellos a quienes tuvo y eligió por buenos, con su pequeñez lo empequeñecen y con su vacilación lo arrastran -sacúdese el país altivo el peso de los hombros y continúa impaciente su camino, dejando atrás a los que no tuvieron bastante valor para seguir con él. La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio." Es precisamente por el hecho de que "la libertad cuesta muy cara y hay que pagarla a su justo pre· cio, o resignarse a vivir sin ella" que Martí -una vez concluida la guerra de los diez años (l868-1878}comenzó su labor conspirativa con el propósito de aunar los esfuerzos de los veteranos de la guerra del 1868 y de los "pinos nuevos" para comenzar de una 'vez el proceso revolucionario definitivo que . habrá de liberar a Cuba y Puerto Rico del yugo es· pañol mientras con la premonición de los iluminados mira con aprensión hacia los Estados Unidos que quieren "ponerse sobre el mundo". Los vaivenes del exilio le llevan a la incesante peregrinación por Europa, la América nuestra (como él habría de llamarla) y los Estados Unidos. Presenciará angus· tiado las rencillas personales entre los jefes mili· tares del 68, la frustración de la expedición de 1879 capitaneada por el General Calixto Garc:ía y conocida como "La Guerra Chiquita", la traición que hace fracasar el Plan del Fernandina, la maledicen-
cia y la pequeñez de quienes le rodeaban. Nada de ello le arredra en su empeño de liberar a Cuba y a Puerto Rico. Con el exilio cubano de Nueva York, Tampa y Cayo Hueso, trabaja infatigablemente para la revolución. Ve con toda claridad que los esfuerzos disper. sos de los cubanos exilados y de los patriotas que se hallan dentro de Cuba deben armonizarse en un organismo único que lleve a cabo de manera siste· . mática y disciplinada el proceso revolucionario. En las bases del Partido Revolucionario Cubano, redac. tadas definitivamente el 5 de enero de 1892 queda claramente establecido que dicho Partido se constituye concretamente para lograr la independencia absoluta de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico. El 20 de julio de 1882 Martf había escrito al General Máximo Gómez que "ya llegó Cuba, en su actual estado y problemas, al punto de entender de nuevo la incapacidad de una política conciliadora, y la necesidad de una revolución violenta". Toda su trayectoria a partir de ese momento confirmará su aserto tantas veces citado: "es criminal quien promueve la guerra que se podría evitar y quien deja de promover la guerra inevitable". Y la hora de la guerra inevitable había llegado. Es menester allegar todos los recursos, aunar todas las voluntades, agenciar todos los medios humanamente alcanzables para lograr la liberación de Cuba y auxiliar y fomentar la de Puerto Rico. Martí trabaja hécticamente. Viaja, escribe, pronuncia discursos, conspira, conspira... Se le elige Delegado del Partido Revolucionario Cubano, es decir, su más alta autoridad civil. Máximo Gómez es designado General en Jefe de las fuerzas revolucionarias. Martí decide ir a ver al viejo combatiente. Le visita en su hacienda de Montecristi. De allí surgirá esa esplendorosa declaración de independencia que se conoce como "El Manifiesto de Montecristi", dado el 25 de marzo de 1895. En el famoso documento queda consignadC? sin ambages la necesidad de la guerra. «La guerra sana y vigorosa desde el nacer con que hoy reanuda Cuba, con todas las ven· tajas de su experiencia, y la victoria asegurada a las determinaciones finales, el esfuerz.o excelso,' jamás recordado sin unción, de sus inmarcesibles héroes no es sólo hoy el piadoso anhelo de dar vida al pueblo que, bajo la inmoralidad y ocu· pación crecientes de un amo in.epto, .demigaja o pierde su fuerza superior en la patna sofocada o en los destierros esparcidos. Ni es la guerra el insuficiente prurito de conquistar a Cuba con el sacrificio tentador, la independencia polftica, que sin derecho pediría a los cubanos su brazo si con ella no fuese la esperanza de crear una patria más a la libertad del pensamiento, la equi. dad de las costumbres, y la paz del trabajo. La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno
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que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones america· nas, y al equilibrio aún vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso hall de caer sobre el crucero del mundo.» Ahora bien, para Martf no bastará la mera declaración de independencia. Porque no puede aceptar honradamente que quien invoca la revolución no esté dispuesto a inmolarse en ella. Y ello es así porque como dice en su famosa carta a Federico Henríquez y Carvajal del 25 de marzo de 1895, "un pueblo se deja servir, sin cierto desdén y despego, de quien predicó la necesidad de morir y no empezó por poner en riesgo su vida". y luego añadirá:
"Yo envaqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mi, pa· tria, no serd nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora Itay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio; ha)' que hacer viable, e inexpugnable, la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, que· darme, me quedo en ella; si me manda, clavdndo· me el alma, irme lejos de los que mueren conto yo sabría morir, también tendré ese valor. Quien piensa en sí, no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por más que a veces se lo disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que el interés de sus representantes ponen al curso na· tural de los sucesos. De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo seria pegarme am, al último trono ca, al último peleador: morir callado. Para mi, ya es /zora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas li· bres salvardn la independencia de nuestra Amé· rica, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerardn y fijardn el equilibrio del mundo." Toda la obra Martiana se halla imbuida de esta tónica que no es sino la expresión más alta de su profundo sentido del deber. "Otros lamenten .la muerte necesaria" -dirá en un discurso alusivo 'a la conmemoración de los ocho estudiantes de medio cina en 1871«Yo creo en ella como la almohada, y la leva· dura, y el triunfo de la vida,..
Cuando toca suelo cubano con las fuerzas expedicionarias, el Apóstol experimenta la alegría de aquellos que van al encuentro del deber. Esta ale· gría puede notarse con, toda claridad en su Diario de Campaña, documento realmente impresionante que revela la extraordinaria figura de este hombre arquetípico.
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Martí va al encuentro con la muerte. El 19 de mayo de 1895 muere, "de cara al sol" en Dos Ríos al enfrentarse frontalmente al fuego granado de los españoles. Tenía a la sazón 42 años. No había rehuido el reto que él mismo se había lanzado. Estaba consciente del hecho de que con toda seguridad -como dijera en una ocasión- no cobijaría su casa con las ramas del árbol por él sembrado. Pero ese es el destino de los precursores, de los adelantados, de los grandes hombres que en un determinado momento histórico marchan muy por delante de las corrientes de su época. Como diría sobre el Apóstol el Maestro Enrique José Varona "Martí vio más hondo que topos los suyos, porque sentía más hondo". Es esa la fibra del revolucionario. Pues le es dable sentir más hondo, ser más hondo que todos los demás. De ahí su radicalismo, pues como decía el Apóstol en una frase que lo autodefinia: "Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo." El día antes de caer Martí en Dos Ríos su visión profética le señalaría que nuevos peligros se cernían sobre Cuba y sobre las Antillas, nubarrones que amenazaban con sumir a todo el continente latinoamericano, y a las Antillas en particular, bajo el imperio naciente de los Estados Unidos. Ya lo había él advertido años antes en carta al Director de La Nación de Buenos Aires: "Cambiar de dueño no es ser libre, sobre todo cuando hay un pueblo que comienza a mirar como privilegio ·suyo la li· bertad, que es aspiración universal y perenne del hombre, y a invocarla para privar a los pueblos de ella." Pero nada tiene el carácter profético de su carta a Manuel Mercado, escrita en Dos Ríos el 18 de mayo de 1895 y que dice en parte: .Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y mi obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que rechazarl~ de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de procla. marse en lo que son, levantaría dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin. "Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos -como ese de Ud. y mío, más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los Imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia- les habían impedido la adhesión ostensible y ayuda
patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos. •Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: -y mi honda es la de David.• Ningún lugar más propio -cuando de rendir honor a Martí se trata- que esta nuestra Universi· dad que es hoy escenario gloriaso de la lucha tenaz y firme de una juventud que ha conocido desde dentro "las entrañas del monstruo" y que se halla, hoy por hoy, a la vanguardia de la lucha antimpe. rialista que fecundara con su esfuerzo y con su sangre José Martf. Su semilla no ha muerto, sino que ha fecundado una y mil veces en la Cuba de sus amores, en la Quisqueya que le acogió en su peregrinar Antillano, y en el Puerto Rico que comienza
José Mart"
a desperezarse de la coyunda colonial y de los vicios de la mentalidad colonialista. "Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cariño, 10 que por el fondo del mar hace la cordillera de fuego andino", escribió Martí a Henríquez y Carvajal. Es~ era su manera poética de decir que su brazo libertador se hallaba presto para defender a las Antillas, y a cualquier otro país de esta América Nuestra. Su mensaje fue escuchado cual sonoro aldabonazo por su contem· poráneo Betances y por su discípulo Albizu Cam· pos. Hoy la juventud puertorriqueña que resiste el colonialismo ve en toda su auténtica dimensión in. ternacionalista el llamado revolucionario del Apóstol. Porque han comprendido a cabalidad su famosa sentencia: .. La Patria es ara, no pedestal. Se la sirve; no se le usa para servirse de ella."
Exposición de Borinquen 12
27 DE junio la exposición organizada por el grupo Borinquen 12, entidad cooperativa que reúne a artistas puertorriqueños y extranjeros residentes en el país con el objeto de promover una mayor unión entre los artistas. Con la muestra cerró Borinquen 12 su primer ciclo de actividades, encaminado a dar a conocer en el país la obra de sus integrantes. En correspondencia con los referidos fines, la exposición se caracterizó por la heterogeneidad y diversidad de géneros, conceptos, estilos y medios represen tados. Pinturas al óleo, acuarelas, acrílicos, dibujos, monotipos. esculturas en metal, tallas en madera y construcciones figuraron entre las piezas expuestas. EN EL INSTITUTO DE CULTUR,\ SE INAUGURÓ EL
Cartel anunciador. obra de Colón Morales
Visita parcial de la Exposición
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La representación de Borinquen 12 en la mues· tra estuvo compuesta por Ernesto Alvarez, John Balossi, Carmen Inés Blondet, Félix Bonilla Norat. Carlos Campbell. Rafael Colón Morales, Osiris Del· gado, Lope Max Díaz Rivera, Carmelo Fontánez, Antonio Gantes, Rolando López Dirube, Alfredo Lozano, Antonio J. Malina. Alberto Ortiz Collazo, Ra· fael Rivera García, Myrna Rodríguez y Edwin Fran· cisco Rosario. Ilustramos estas páginas con algunos aspectos de la Exposición.
Oleo de FĂŠlix Bonilla Norat
All'arez Balossi
Molilla
RhJcra Garcla
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El antiguo San Juan y el Teatro Tapia Por
A L TIEMPO
~UE SAN JUAN SB ENCASTILLA, ABASTIONA
Y amuralla contra caribes, ingleses, holandeses y franceses, adelantada ciudad de España en la ruta hacia la conquista de las Américas vía México y Perú, prende en su ámbito desde el siglo XVI lo que avanza ya en el ánimo ibérico a darle capital y definitivo carácter nacional: la autorrepresentación escénica. Esta autorrepresentación escénica, fuertemente medieval, aunque ya dispone de un Lope de Rueda para la época de la colonización, ha de suplantar a los areytos taínos que desapa· recen con los Agueybana. Posiblemente la conociera Caparra antes que San Juan puesto que si hubo tan gran casa de mampostería y explanada frente a ella es de pensarse que no faltarían actos ceremoniales, ciertamente, vigilados desde la selva próxi. ma, y rudimentarias representaciones acompañadas de vez en cuando por carcajadas de cotorras y de múcaras en las tupidas frondas a través de la cual irrumpieron los indios muchas veces a luchar vanamente contra el afincamiento español. Se deduce que durante el siglo XVI los pobla. dores de Caparra, ya mudados a San Juan desde el 1521, se fundieran en una representación solem· ne o en la alegre, pero de lo mismo no hay noticia histórica hasta el siglo XVII y nombre de obras hasta el XVIII cuando todavía se montan autos sacramentales dentro de la Iglesia Catedral, la Iglesia de Santo Tomás (hoy San José) y el Convento de Santo Domingo así como en los atrios donde se les permiten o se les prohíben espectáculos profanos a los sanjuaneros, según refrenan o liberan su paganía sublimizada, pero no aniquilada por el largo proceso catequista de la Edad Media que España sostiene y defiende herméticamente. La autorrepresentación escénica española crece en el siglo XVIII y principios del XIX dependiente
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FRANCISCO
ARRrv:t:
de la que han OrIginado Lope de Vega, Tirso de Malina, Calderón de la Barca, Morelo, Ruiz de AIarcón y demás dramaturgos del Siglo de Oro español a los que se suman entre el Siglo de la Razón y el Siglo Romántico, Ramón de la Cruz y Leandro Femández de Moratín a través del cual penetran aires de Francia al gigante cerco medieval de San Juan. De las naves y atrios de la Catedral y Santo Tomás y del patio de Santo Domingo se mueve la re· presentación a la Plaza de la Constitución frente a la cual se ha mudado el Cabildo a mediados del siglo XVIII o a la Calle del Sol donde se escenifica con levantar plataformas en un extremo de manzana y cobrar entrada por el otro lo que toma nomo bre de El Corralón, primer teatro de algún nombre que se conoce junto al breve erigido por la Sacie· dad Amigos del País en la Calle del Hospital (antiguo trecho de los Ponce de Casa Blanca a Santo Tomás y Santo Domingo) todos los que sucumben ante la inclinación de la ciudad de concentrarse ha· cia la Puerta de Santiago o de Tierra (puesto que se comunicaba con el gran Puerto Rico) y construir allí el Teatro Municipal, sueño de un siglo. Queda claro que a medida que la muy noble y muy leal ciudad. de San Juan se extiende hacia el este a partir de su antiquísimo encastillamiento en Casa Blanca, Fortaleza y San Felipe del Morro, de su eclesiástica Calle del Cristo donde se caneen· tran de un extremo al otro el Convento de Santo Domingo, la Iglesia de Santo Tomás, el Obispado, el Convento de las Monjas Carmelitas, la Iglesia Catedral y la Capilla del Cristo, de su Civil Casa del Cabildo frente a la más antigua plaza de la ciudad donde se reunieron sus primeros habitantes a esperar galeones o a gozar de juegos, bailes y comedias, la representación se desplaza acorde hacia
la Plaza de San Francisco o debilitando los intentos de ubicarla en la Calle del Sol o más arriba, en la Calle del Hospital. Unánime voluntad de cultura termina por erigirle un hermoso teatro frente a la Plaza de San Francisco y junto al abanico de murallas de la Puerta de Santiago, ubicación equilibradora de la ciudad de tres siglos con el caserío allende las murallas, aristocrático luego del Puente de San Antonio, en Miramar, portal de la "morena" Isla de Cangrejos, preludiadora de Loiza por el Camino Real entre palmeras y del gran Puerto Rico por el Camino Real saltador de mangles sobre el puente de Martín Peña. Queda el orgullo de arte, cultura y civismo de la totalidad de San Juan impedido de navegar más allá del cerco almenado de mampostería, de la estrechez de la Puerta de Tierra abierta sobre doble foso; de la ciclópea vigilancia del Fuerte de San Cristóbal. Se conforma edificación de sobrio exterior neoclásico y jerárquico interior de tres pisos (platea con palcos, palcos y paraíso o "gallinero") dispuestos a estilo de herradura a partir de majestuoso proscenio donde ha de soplar tempestuosamente la ráfaga ,romántica que impulsa el ánimo dramático en Don Alvaro o la tuerza del sino, El Trovador y Don Juan Tenorio, pasión y rito de españolidad la última obra, y donde ha de efectuar lenta, pero segura aparición y confirmación una patria que parecida a la española lleva dentro de sí la trágica historia del indio y la vergonzosa del negro; indio y negro que desde el siglo XVI se transforman entre los encastillamientos, abastonamientos y amurallamientos en mestizos, zambos y mulatos y terminan por traducirse, a través de la capilaridad de la dominante sangre española en el egregio plasmador de mundo puertorriqueño de fines del siglo XVIII y principios del XIX, José CamA peche, quien anuncia lo que ha de pugnar en el Teatro Municipal con Felipe Gutiérrez, autor de la ópera nacional Guarionex, con Alejandro Tapia y Rivera, autor del drama nacional La Cuarterona y con Salvador Brau, autor de otro drama nacional importante, La vuelta al llagar. En su descender de los alrededores de la Calle del Cristo a las cercanías de la Puerta de. Santiago la representación teatral traspasa, pues. los siglos XVI, XVII, XVIII Y parte del XIX. Este último siglo bate desde el interior las defensas que levanta la Ciudad Murada contra los ataques por tierra. Se desbordará sobre El Abanico a ocupar ambos lados del Camino Real que partiendo del escudo so· bre la Puerta de Tierra, junto al cual frunce el ceño formidablemente el dieciochesco Castillo de San Cristóbal, avanza, primero, a salvar los cangrejales de Santurce (jueyales en taíno puertorriqueño) para serpentear luego por el cuerpo cordillerano del Borikén a la búsqueda del Castillo de Ponce alrededor del cual la Madre Patria cree sorprender desobe· diencias en los ojos soñadores de criollos hacenda·
dos en ardiente llanura empenachada de guajanas o fresco cresteno cuajado de frutillas de café. El Teatro Municipal, como se llama al descendiente de patios, atrios y plazas del más antiguo San Juan, de El Corralón y del· Teatro de la Sociedad Amigos del País, se yergue en el extremo sureste de la Ciudad Murada, no tan aIto de cuerpo como se le quiso para permitir el avizoramiento de San Cristóbal sobre él, pero sí lo suficiente para superar la altura de las murallas que le rodean por dos lados y sentirle gravitar hacia el resto de Puerto Rico. Contrasta su neoclásica arquitectura, agraciada por el propósito de cultura, hija del renacimiento italiano vía la sensibilidad de España, con la pesada hinca del fuerte en altura próxima, plan. tado de frente y pecho contra los posibles ataques del inglés que en 1797 intenta infructuosamente rendir la plaza con lo que gana ésta título de muy noble y muy leal. El Municipal, por otro lado, descuella hacia el este, sur y oeste 'del hercúleo abanico de murallas que sesga detrás del teatro en di rección a la Puerta de San Justo a defender la ciu· dad de posibles violadores de su amplia bahía en la cual han penetrado los holandeses a sangre y fuego. Revela al perimetro de la gran rada en anfiteatro de montañas, cuya belleza alabara Juan Ponce de León y donde han emergido en semicírculo de tupidas frondas Santurce, Río Piedras, Guaynabo, Cataño y Bayamón (todos engalanados con voladoras aves de marismas y de bosques), que dentro de la dura entraña de la instalación imperial se hace cuerpo un afán humanístico trascendedor del mili· tar encuadre de una ciudad fundada para empuñar férreamente el Istmo de Panamá, corazón de las gigantescas alas continentales extendidas de polo a polo. Si la Ciudad Murada influye un tanto en la fachada firme y seriota del Teatro Municipal. introvertida si se quiere por efecto de las ingentes defensas, la ubicación, como resultado de la tendencia de la ciudad a convertirse en el siglo XIX, humil· demente en Puerta de Tierra y arbóreamente romántico en Miramar, acusa el desbalance que ya domina a San Juan hacia 1832 y que ha de llevarlo malrazonadamente a fines de siglo, empujado por la belIe époque, a destruir la Puerta de Santiago y a plantar en el lugar del sacrificio su obra cumbre: el Casino de Puerto Rico. El Teatro Municipal ha de mirar sobre El Abanico hacia el Hospital de San Rafael, construido para servirle equidistantemente a San Juan ya Santurce, hacia el Colegio del Sagrado Co.azón, con arbolado gigante, epítome de re· sidencias con jardines multicolores sombreadas por inmensas enramadas, hacia el Instituto de Segunda Enseñanza, peticionario inútilmente de gran plaza frente a sí, hacia el Palacio Condal de la familia Ubarri. dominadora de gran hacienda trabajada por negros, hacia la iglesia en el Alto de San Mateo, descollante sobre la tumultuosa vegetación. avizo41
ra de la isla con faldeo de mangles recamados de jueyes. Será voluntad del Teatro Municipal sino des. plazarse, pues guarda lealtad a los habitantes de las tres veces secular ciudad, sí multiplicarse por el Camino Real que a mediados del siglo XIX ha de llamarse Carretera Central (y comenzando el xx, hasta Río Piedras, Avenida Ponce de León) la que al final de evoluciones de concha de caracol por territorio jíbaro desemboca en la Calle Mayor de Ponce. No pueden responderle a esta voluntad de arquitectura liberalizante del medievalismo sanjuanero, tocado de gótico isabelino en Catedral y Santo Tomás, ni la Alcaldía Pedánea de Cangrejos, ni R'o Piedras, ni Caguas, ni Cayey, ni Aibonito, ni Coamo, ni Juana Díaz, aunque se conozca la representación en estos pueblos del Camino Real en atrios, plazas y patios interiores, hasta en construcciones especiales de madera. Los medios económicos no les permiten lo que a Ponce, pues resume éste todo el café y todo el azúcar del sur y trafica a través de su gran puerto real abierto a todas las direcciones del Mar Caribe. Riposta la capital de la costa caribeña con la construcción del Teatro La Perla, el cual intensifica la polaridad norte·sur del Borikén que en San Juan concentra la voluntad de España y en Ponce la voluntad criolla de Baldorioty de Castro y Luis Muñoz Rivera. _ Esta última voluntad ha comenzado a fraguarse puertorriqueña a lo largo de los siglos XVI, XVII Y XVIII Y a conocerse a sí misma como tal a lo lar· go del XIX durante el cual se sentirá producto de la geografía donde se han mezclado el español, el indio y el negro; de la experiencia social, positiva o negativa, de tres siglos; de la heroica contra in· vasares, repetidamente rechazados, primero por puros españoles, luego, como en la gran batalla de 1797, por cañoneo e incursiones de éstos desde los fuertes de San Jerónimo, San Antonio y Mirafiores, y guerrilleo de milicias puertorriqueñas blancas y negras desde los terrenos imposibles a lo largo de la Laguna de San José y el Caño de Martín Peña. Ha de pugnar la voluntad criolla por revelarse en el Teatro Municipal guardado celosa y peligrosamente por las censuras del Gobierno Militar, del Gobierno Eclesiástico y del Gobierno del Cabildo. Felipe Gutiérrez se atreve inspirarse en la figura rebelde del cacique Guarionex como personajeprincipal de su ópera del mismo nombre. Alejandro Tapia y Rivera ha de disfrazar el mismo sentimiento de Gutiérrez en la obra de clave Roberto D'Evreaux, y Salvador Brau en Héroe y mártir, tamo bién drama encubierto donde el literato puertorri· queño deja sentir las emociones que han estallado en el Grito de Lares en 1868. En Ponce, Morel Campos•.a través del arte me· nos comprometedor de la música hará valer la puer· torriqueñidad de la danza amparado en su orquesta que interpreta en el gran ámbito del Teatro La 42
Perla o en salones donde ya la mujer tiene una gracia y una suavidad atribuídas por los poetas al mar y al sol tropical y unos prejuicios de sangre que lastiman el corazón del romántico mulato. Oca. sionalmente vestirá su alma boricua con el aparato de zarzuelas inofensivas, como Un día de elecciones, para conmover el ánimo criollo que llega a traducirse con histórica erupción en la Asamblea Autonomista de 1887. La voluntad de cultura que concreta la cons· trucción del Teatro Municipal de San Juan, no sólo estimula la aparición del Teatro La Perla, sino la de teatros de categoría en varias cabeceras admi· nistrativas del país tales como Mayagüez, Arecibo. Aguadilla. Guayama, Humacao y ciudades impar· tantes como San Germán, Cabo Rojo, Yauco y Ca· guas los que terminan por constituir un circuito de representación a nombre de los Reyes de España y la provincia de Puerto Rico como anteriormente se constituyeron, a estilo del parque ceremonial de Caguana, a nombre de los caciques del Borikén y sus taínas region~s. La autorrepresentación puertorriqueña que ejemplarizan Alejandro Tapia y Rivera (conocido como el padre del teatro puertorriqueño), Salvador Brau, Morel Campos y Felipe Gutiérrez a los que debemos sumar a Ramón Méndez Quiñones por fuerza de autoctonía costumbrista, se desarrolla de la re· presentación española que domina los escenarios del país hasta las primeras décadas del siglo xx. Se le puede encontrar temprano en pasos de come· dia, hasta en un libreto de ballet en celebración de la victoria contra Abbercromby. Aflora con vena patriótica en La Cruz del Morro, drama de Babiana Ben:tez, al que siguen las obras más significativas de los compositores de comedias, dramas, zarzue· las, operetas y óperas ya mencionados. Muchas obras de la evolutiva onda de autorre· presentación puertorriqueña han de estrenarse por compañías españolas, tal lo indican varias de las impresas y tan tarde se efectúa como en 1929 cuando Margarita Xirgu interpreta el papel de Ma· riana Bracetti según lo concibe Luis LIoréns Tares en su drama El grito de Lares, el que conmueve al público desde el escenario del Teatro Olimpo, pie. za arquitectónica de la belle époque, pero hija del Teatro Municipal por propósito de cultura, como lo será en 1940 el Teatro de la Universidad y en 1968 el gran teatro del Centro Cultural Eugenio María de Hostos de Mayagüez con el que se resti· tuye el Teatro Municipal de esta ciudad, arruinado por el sismo de 1918 y mendicante de salas de cinematógrafo hasta su rescate por el alcalde Baudilio Vega. La voluntad de representar obras puertorrique· ñas por parte de puertorriqueños existe desde el mismísimo siglo XIX y se le ha fijado larga historia en Orígenes y Desarrollo de la Afición Teatral en Puerto Rico, de Emilio Pasarell y el Teatro en Puer·
10 Rico, notas para su estudio, de la Dra. Antonia Sáez. Abrirá el camino el Teatro Municipal de San Juan, donde de no visitar compañías españolas aparecerán compañías sanjuaneras de corta vida, pero auxiliadoras, a impulsos de su cálido aficionadismo, de la autorrepresentación puertorriqueña. Resultan las antecesoras de la clase teatral que hoy ocupa el teatro municipal Alejandro Tapia y Rivera con un promedio de treinta producciones anuales para cuatro salas escénicas más. Tanto dramaturgia como representación puertorriqueñas han de traumatizarse con ]a invasión militar estadounidense, con ]a gobernación ídem de los primeros cuatros años y los cuentagotas de go· bierno propio de 1902 y 1917. No otra cosa indican los estrenos fuera de Puerto Rico de Un hombre de cuarenta alios, de Antonio Coll Vidal, y El 11éroe galopante, de Nemesio Canales, dramas en que asoman los espíritus libertarios de Ibsen y Bernard Shaw respectivamente -la primera obra proclama
la independencia de ]a mujer, ]a segunda, desacredita las virtudes de] machismo obligatorio. ·El afán de expresarse literariamente en la escena y de hacer carne de representación las palabras han de resurgir, por fuerza del choque mismo, con· sumada la pendulación negativa, con mayor energía y más profundidad en la década de los treinta cuando relampaguea el drama social La razón ciega de Gustavo Jiménez Sicardo, lo que funde al Club Dramático del Casino de Puerto Rico con los con· cursos dramatúrgicos del Ateneo Puertorriqueño frente a las primeras ondas de la voluntad de autorrepresentación estadounidense que a principios de la década de los veinte ha logrado establecer con Eugene O'Neill a la cabeza, un teatro nacional que ha de influir en y chocar con el teatro nacional puertorriqueño en la sala escénica donde reinara la autorrepresentación de la Madre Patria de 1832 a 1936. La consolidación de las fuerzas del Casino de
Teatro Tapia. en el viejo San Juan
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Puerto Rico con las del Ateneo Puertorriqueño se llamará Areyto y tendrá por zapata histórica los bateyes de la isleta de San Juan, los atrios, plazas y patios interiores de la naciente ciudad imperial. a El Corral6n y al Teatro de la Sociedad Amigos del País y, finalmente. a la vista y bajo su sombra, a la gran sala de representación paridora de teatros hacia todos los Caminos Reales del Borikén o Puerto Rico, convertida en esos momentos en almacén de alúmina de los servicios de la muy noble y muy leal ciudad de San Juan y de su hija espiritual, Santurce del Cangrejos, invadida arrolladoramente por el cine parlante donde ha sucumbido el Teatro Olimpo a la moda de llamarse Teatro Paramount, luchadora en vano por plaza centralizadora y sala de representación dignificante. La Sociedad General de Actores, Tinglado Puertorriqueño y la Comedia Estudiantil Universitaria recogen la bandera de Areyto, deceso en 1941 luego de sus sonados triunfos con Tiempo Muerto y Mi Señoría, precedidos, a nombre del Club Dramático del Casino de Puerto Rico y del Ateneo Puertorriqueño, de los triunfos de Esta noche juega el joker y El Clamor de los surcos, HilariÓn, Nuestros días, Alumbramiento, Maria Soledad, Nuestra enemiga la piedra y Romdn Baldorioty de Castro, constituyen representaciones de los sucesores de Areyto, acompañados por el montaje de La resentida, producción del recién fundado Teatro de la Universidad, y El camino del silencio, producción del recién fun· dado Teatro de la Universidad, y El camino del silencio, producción personal del autor, que promoverán entre 1947 y 1948, con acuciamiento de la producción musical Unidos vencerán, y los sainetes de la Farándula Bohemia, una campaña proreconstrucción del Teatro Municipal encabezada por los escritores José S. Alegría, Emilio S. Belaval, Vicente Géigel Palanca,' Manuel Méndez Ballester, Julio Marrero Muñiz, Juan Luis Márquez y quien suscribe, la que Doña Felisa Rincón de Gau· tier, Alcaldesa de San Juan, estimulada también con el esfuerzo heroico de Arturo Somohano por mantener abierto el "viejo coliseo", lleva victoriosamente a la consideración de la Asamblea Municipal. En 1948 se comienza la reparación de la estructura en que concretara en 1832 la voluntad cultural de la Ciudad Murada y se abriera como enorme flor de piedra hacia el Puerto Rico fraguado jíbaro
de lo dominante hispánico y lo influyente taina y africano. El Teatro MunIcipal, marginado por el creci. miento de San Juan hacia Cangrejos por vía del cual ha influido en todo Puerto Rico, se ha manteo nido neoclásicamente firme sobre el medievalismo del Antiguo San Juan. Por ánimo de amantes de la representación no se le deja destruir, a fines del siglo XIX, de la belle époque que crece como un hongo dentro de la Ciudad Murada y que destruye la Puerta de Santiago y El Abanico en busca de grandes jardines arbolados y paseos frente al mar como los del trunco Parque Muñoz Rivera que debió unir, vía la Laguna del Condado, la isleta de San Juan con la isla de Santurce. Tampoco se deja destruir, protegido por este mismo ánimo, del funcionalismo que se expande como una explosión atómica frente a la Plaza Baldorioty y se multiplica a troche y moche por el sur y sureste de ésta con tendencia hacia la bahía por donde entra en leviatanes humeantes el poder comercial de Estados Unidos. Resiste, amparado en su historia, en su ubicación al principio de la línea de transportación pública y en un profundo agradecimiento de Puerto Rico, tiempos aciagos en los que incluso se intenta destruirlo para erigir en su lugar el Edificio de la Lotería. Lo último motiva la epopeya rescatadora de sus enamorados que.al reabrir sus puertas en 1950 lo llamarán Alejandro Tapia y Rivera, con lo cual comienza no sólo la afirmación definitiva del teatro nacional puertorriqueño que toma ingente fuerza con la aparición del Instituto de Cultura Puertorriqueña y su aprobación del Proyecto para el Fomento de las Artes Teatrales, traducido consecuentemente en el Primer Festival de Teatro Puertorriqueño, sino también se inicia la restauración del Antiguo San Juan, fundamento histórico de Puerto Rico, y se hace valer, por ejemplo de la ejecutoria en él de la clase teatral puertorriqueña, la reclama· ción de un Centro de Bellas Artes para Santurce del Cangrejos, histórica y dinámica hija, receptiva a todas las direcciones de la rosa de los vientos por cuerpo de naves voladoras, admirativas de los encastillamientos, abastionamientos y amurallamientos dentro de los cuales traspasó edades la autorrepresentación española a florecer en la autorrepresentación puertorriqueña.
El arahuaco insular: Sustrato lingüístico de las Antillas mayores y menores* Por MANUEL ALVAREZ NAZARIO
A.
EL MUNDO ARAHUACO INSULAR AL MOMENTO DEL DESCUBRIMIENTO COLOMBINO.
1. LA PREHISTORIA DE NUESTRA ISLA DE PUERTO RICO correspondiente a los siglos y milenios ante· riores al descubrimiento colombino ha de verse forzosamente, para su mejor inteligencia y más adecuada- valoración, en el marco de conjunto del desarrollo general en el tiempo del archipiélago todo de las Antillas, mayores y menores, esa guirnalda de ínsulas desplegada como un arco flechero, entre el océano Atlántico y el mar Caribe, desde el canal de Yucatán, que la acerca a México, hasta el golfo de Paria, al norte del territorio venezolano del delta del Orinoca. Los investigadores modernos del lejano pasado antillano se enfrentan a un respetable caudal de datos e interpretaciones de natural diverso y validez variable, a veces contradictorios entre sí, acumulados hasta hoy por arqueólogos, antropólogos, historiadores y lingüistas afanosos de disipar las brumas de misterio que velan el ama· necer y desenvolvimiento paulatino de la presencia del hombre en las islas del mar de las Antillas antes del arribo a éstas de los descubridores, conquistadores y colonizadores europeos. 2. Por los tiempos cuando las naves de Cristóbal Colón, en sus sucesivos viajes al Nuevo Mundo, revelan a la curiosidad auropea la existencia de nuestras islas antillanas, se encontraban éstas ha· bitadas predominantemente, desde Cuba y las Lucayas hasta Trinidad, por gentes de entronque racial arahuaco, fundido tal vez el elemento poblador de origen arahuaco, en los eslabones septentrionales de la cadena insular antillana que van desde • Extracto del capitulo 1: .EI sustrato prehispánico» del libro en preparación Historia de la lengua española en Puerto Rico.
Cuba y las Bahamas hasta Vieques y algunas de las islas Vírgenes, con el anterior sustrato de indígenas cavernícolas, primitivos pobladores de estas islas, de probable origen. floridano, y cuyos últimos sobrevivientes, los llamados guarlahatabibes o guarlal1atabeyes, llegaron a conocer los españoles en el extremo occidental de Cuba.' En las Antillas menores, desde Vieques hasta Trinidad, la primigenia población arahuaca se verá sometida a los conquistadores caribes de ulterior llegada a aquellas ín· sulas, y cuyos descendientes, los llamados caribes insulares, habidos en la unión con las mujeres autóctonas de las islas luego que exterminan los vencedores a los hombres, quedarán así vinculados, por línea materna, con el viejo tallo sanguíneo de los arahuacos antillanos, cuya lengua y otros ras· gos culturales habrán de conservar en adelante.2
B.
PROCEDENCIA CONTINENTAL DEL ARA HUACO INSULAR.
3. La gran familia étnica arahuaca se extiende geográficamente desde la remota antigüedad precolombina por vastos territorios en la América meridional del nordeste, ribereños de los caudalosos ríos entre el Negro (que nace en Colombia y se vierte en el Amazonas) y el Orinoco y Amazonas hasta sus respectivas desembocaduras, regiones éstas de la Amazonia central y las Guayanas que los antropólogos señalan como puntos de origen y fo1. Véanse R. E. ALEGRtA, .. La tradición cultural arcaica antillana-, Misceldnea de estudios dedicados a Fernando Ortiz por sus disclpulos, colegas y amigos..., I, La Habana, 1955. pp. 43-62; F. PICHARDO MOYA, Los aborígenes de las Antillas, México-Buenos Aires, 1956, pp. 32, 36-37, 48, SO. 51-53. 2. Véanse D. MAcR. TAYLOR, .EI tarno en relación con el caribe insular y el lokono», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, 1961, IV, núm. 11, pp. 22, 23, Y del mismo autor, su libro The Black Carib of British Honduras, N. Y., 1951, pp. 41-54.
4S
ca de dispersión de las tribus de la citada clasifica· ción, y desde donde los arahuacos se esparcieron hasta las Antillas menores y mayores, por el Nortp., y hasta los límites del Chaco y del Río de la Plata, por el Sur.3 La ocupación de las Antillas por inmi· grantes arahuacos, de procedencia suramericana enclavada en la región de las Guayanas y la Ama· zonia, debió de efectuarse a través de varios siglos en oleadas sucesivas de pobladores de clasificación tribal diversa dentro de su tronco cultural común. El estudio moderno de las hablas indígenas antiA llanas dentro del marco general del conjunto lin· güístico arahuaco permite establecer el parentesco inmediato del arahuaco insular con las ramas continentales de la familia que se extiende por terri· torios del noroeste, nordeste y centro septentrional del continente, ramas que comprenden tribus de denominación varia, a saber: las de los guajiros o uáira y sus parientes próximos los paraujanos, ha· bitantes de la península de Guajira y riberas occi· dentales y meridionales del lago de Maracaibo; la de los caquetio, situados al este del citado lago hasta la desembocadura del Yaracuy, emparentados con las gentes de igual nombre que habitaron anti· guamente en las islas de Aruba, Bonaire y Curazao; la de los uarao, uaraúno o guaraúno, pobladores del delta del Orinoco y territorios circundantes, y así también de zonas del noroeste de Guyana; la de los antac o aroaqui (nombre tal vez derivado de aroa "jaguar"), es decir, los arahuacos propiamen· te dichos, por quienes se denomina toda la familia étnica y lingüística, cuyos hablantes se llaman a sí mismos con el gentilicio de lokono o lukkunu "el pueblo", situados hoy por las zonas costaneras de Surinam y de Guyana (antigua Guayana británica), pero que en tiempos pasados estuvieron extendidos por territorios más hacia el oeste, hasta el delta del Orinoco; la de los aruá, en la desembocadura del Amazonas, tribu la más oriental del grupo; los marawa, subdivididos en tribus de hablas palikur, okawa, rukua, localizados en la Guayana francobrasileña. Por la región del río Branco, al sur de Guyana y Surinam, se encuentran los hablantes de los dialectos wapisana, amariba, mapidi; pero es por las comarcas centrales que riegan el alto Orinoca y los ríos Negro, Yapurá y Putumayo, afluentes septentrionales del Amazonas, donde se encuentra hasta el día presente el núcleo más compacto de pueblos arahuacos, entre los cuales cabe meno cionar a los guinaú o temomeyeme, los maipure o amonta (cuya importancia numérica en el conjunto familiar todo parece haber dado origen a la clasificación de aralwaco-maipure que dan en general algunos estudiosos modernos -así, por ejemplo, 3. Véanse A. MEIllET ET M. COHEN. Les langues du mOlIde, nouvelle éd., Parfs. 1952. p. 1102; A. TOVAR. Catálogo de las lenguas de América del Sur..., Buenos Aires. 1%1, pp. 11ll-133.
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C. H. de Goeje, en obra citada en la próxima nota al calce- a toda esta rama septentrional-central de la familia lingüística), los piápoco, los yavitero, los achagua, los tegua, los milIta, etc., etc.4 4. Véanse A. MEIllET lIT M. COHEN. op. cit., pp. 1102-1104. 1107; A. TOV,\R, op. cil.• pp. 122-125. Cuenta la investigació~ cientlfica de la lingüística indígena suramericana con dl' versas obras que estudian varias de las hablas de la familia arahuaca, entre las cuales se refieren específicamente a lenguas y dialectos arriba mencionados las siguientes: BRINTON. D. G.•The Arawak Language of Guiana in its Linguis~ tic and Ethnological Relations-. Transactions 01 1111! American Pllilosopllícal Society, Philadelphia. 1871, XXI?,. pp. 427-444; CREVAUX. J., S.\GOT, P. lIT L. ADAM. Grammalres el vocabulaires ROl/couyenne. Arror,a¡::e. Piapoco et d'aUlres langues de la region des Guyanes. París, 1882; ORA MAS, LUIS R. .Contribución al estudio de la lengua guajira., Gaceta de los MI/seos Nacionales. Caracas. 1912, tomo I~ 1913. tomo II: RIVET. P.••Les indiens Marawan-. Joumal de la Sociét.é d,trs Americanistes de París. 1921. v. XIII; NUIENDAJU, C.. DIe Palikur·/lldíaner...• Gi:iteborg, 1926; ]Al-lN, H •• Los aboríge-
nes del Occidente de Venezuela; su Ilistoría, etnografía y afinídades língüfsticas.... Caracas, 1927; OLEA, P. BONIFAclO
4. De acuerdo con el dinamismo viajero de estos pueblós indígenas de la Amazonia y las Guayanas, condición que en tiempos precolombinos parece haber determinado continuos desplazamientos territoriales de las diversas tribus, poniéndolas en relación con otras naciones indias de lenguas de estructura diferente, participan las hablas arahuacas de ]a índole de idiomas aglutinantes (tal como muestran serlo en la América meridional las lenguas aborígenes del tipo andino por el estilo del quechua, en las cuales las relaciones gramaticales se encadenan por medio de la juntura efímera en un solo término de varios morfemas o elementos diversos que poseen, cada uno de ellos con personalidad singular, una carga semántica inalterable), y a la par de la de lenguas incorporantes (cuyo tipo se observa por el noroeste de la América del Sur en los dialectos de la familia pano, de la región selvática del este central peruano y bolsillo oeste brasileño colindante, en los cuales se incorporan o fusionan en un vocablo, mediante la sufijación, elementos semánticos y de relación gramatical, viniendo así a coincidir muchas veces los límites de la frase con los de la palabra). Juegan también papel de importancia en la formación nominal en arahuaco las variaciones resultantes del empleo de los recursos de la derivación y la flexión tal como se conocen en las lenguas del tipo fIexivo. s C.
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OLEADAS POBLADORAS VARIAS DE ARAHUACOS EN LAS ANTILLAS y DIVERSIDAD 1¡INGtifSTICA y DIALECTAL.
5. Hacia los finales del siglo 11 A. D. ya se habrían asentado en el territorio de las Antillas menores y en el de Puerto Rico, desde donde pasarían a las otras islas mayores del archipiélago -La Española, Jamaica, Cuba- ya las Bahamas, los primeros estratos de indios arahuacos de cultura fundamentada en la pesca como medio de subsistencia y así también en la agricultura --conocieron el cultivo de la yuca, de la batata, de la yautía, del tabaco, del algodón-, dueños además de una desarrollada técnica para trabajar ]a cerámica. Su presencia en nuestra isla se atestigua mediante restos arqueológicos encontrados en lugares varios a lo largo de la costa norte -Isabela, Loíza, LuquilIo-, fechados los de Hacienda Grande, en la penúltima de las localidades -citadas, por el método radioactiva del carbón 14, en el de 370 A. D. (con un margen de MA. DE, Ensayo gramatical del dialecto de los indios gJlaraú· /lOS, Caracas, 1928; GOEJE, C. H. DE, Tll1~ Arawak Lal1gllage
01 Guiana, Amstcrdam, 1928 (obra ésta que contiene la
utilísima sección titulada "Comparative Vocabulary ofi Arawak·Maipurc Languageslt, pp. 215-235). Véase también, de S. PERa y ALONSO, Filología comparada de las lenguas y dialectos arawak, l, Montevideo, 1942. 5. Véanse A. TOVAR, "Bosquejo de una tipología., en su Catdlogo antes citado, pp. 194-199; S. P¡¡REA y ALONSO, Filología comparada de las lenguas y dialectos arawak, 1, Montevideo, 1942, pp. 545-684.
error que oscila entre los ochenta y ciento veinte años antes o después). Los arqueólogos e historiadores han dado a la cultura característica de estas gentes el nombre de iñeri o igneri, )'gneri, eyeri, ieri, voz surgida de eiéri, palabra del lenguaje de las mujeres arahuacas de las Antillas menores que sobrevivieron la matanza de los hombres cuando la invasión caribe de estas islas, de designación usual del "hombre" (frente a la caribe uógori, de igual sentido), todavía oída de labios femeniles por los primeros misioneros franceses que residieron en Dominica y San Vicente entre los caribes insulares, antes de mediar el siglo XVII, con referencia particular a los anteriores pobladores exterminados por l~s caribes victoriosos.6 Los indios iñeris de 6. Véanse trabajos de nota 2.
TAYLOR
citados en la anterior
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Puerto Rico quedarían absorbidos dentro de la ulterior oleada pobladora taína, también de en· tronque arahuaco, que se adueñó del territorio insular. Alguna referencia, aparentemente conocida por mediación de los caribes insulares, a ciertas gentes de habla eyeri residentes aún por zonas del oriente de Puerto Rico en los comienzos de los tiempos históricos,7 tal vez se fundamente en la presencia por tales lugares del país, o de unos resi· duos últimos no asimilados de los habitantes ge· nerales de la Isla anteriores a los taínos, o del arraigo por allí, en consorcio con mujeres naturales de nuestra tierra, de refugiados iñeris que lograron escapar a la masacre caribe del elemento masculino en las conquistadas Antillas menores.8 En el mar· co más amplio de las isla:: todas del mar de las Antillas es posible que por el tiempo del arribo inicial de los españoles a nuestras playas correspondieran al mismo tronco racial y pareja antigüe. dad cronológica de los iñeris los indios arahua· cos de Jamaica y de las Lucayas o Bahamas, así como los restos del pueblo siboney que quedaban en Cuba por entonces, aborígenes de unas y otras islas de desarrollo cultural claramente inferior res· pecto del que alcanza el conglomerado poblador taíno extendido por Puerto Rico, La Española y el oriente de Cuba. El arqueólogo cubano F. Pichardo Moya llama la atención hacia la probabilidad de que la clase social de servidores campesinos que existió entre los taínos -los llamados naboriasresultase en su origen del sometimiento de los ara· huacos primitivos o iñeris a los posteriores invasores de nuestras islas, razonamiento éste inspirádole sin duda por el caso conocido históricamente de los siboneyes que al momento del descubrimien· to y la conquista estaban aún ubicados en algunos lugares de Cuba -por la costa sur de la provincia de Camagüey, litoral de Guacanayabo, y por el norte de la de Las Villas-, y quienes, una vez sojuzgados por los taínos que pasaron desde La Española a Cuba, hab:an quedado sometidos a la servidumbre de éstos.9 7. Véanse A. BACHILLER y MORALES, Cuba primitiva: origen, lenguas, tradiciones e historia de las indIOS de las Antillas Mayores y las Lucayas, 2.. ed. corro y aum., Habana, 1883, p. 389; P. MoRALES CABRERA, Puerto Rico indfgena. Prellistoria y protollistoria de Puerto Rico, [San Juan, 1932], pp. 12. 109, 332·333. 8. Concuerda esta última posibilidad con detenninada creencia aún prevaleciente en islas como San Cristóbal, Guadalupe, Dominica a mediados del XVIl, según el P. BRETON. en el sentido de que todavfa sobrevivfan iñe{.is en regiones apartadas de esta sección del mundo insular anti· llano. desde donde salían a veces para atacar a los caribes. 9. Véanse R. E. AlE.GRtA, «La población aborigen antillana y su relación con otras áreas de América.., Actas y Documentos del 1/1 Congreso Histórico Municipal. San Juan. 1948, pp. 232·246; F. PICHARDO MOYA. op. cit., pp. 9-10, 36, 42, 48. 53, 54, 56. 57, 72. 80-81, 83, 86-87. 117, 128; A TIt1, «Etnologfa tafna de Boriquén-, en Dr. Diego Alvarez. Chan. ca (Estudio biogrdlicoJ, [San Juan·San Gennán], 1966. p. 274.
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6. A la luz de las anteriores consideraciones relativas a la población pretaína de las Antillas clasificada como iñeri cabría deducirse con amplios fundamentos que a la llegada de los españoles al Caribe la vieja lengua de aquellos indios sobrevivía a través de las diversas islas en distintos niveles- y circunstancias de conservación. Tal vez representaba por entonces en el conjunto total de los pobladores antillanos de raíz arahuaca la etapa más antigua del habla común la que correspondía a los siboneyes del centro de Cuba -cuya remota filiación arahuaca queda hoy establecida en definitiva mediante la cerrada semejanza de ciertas evidencias arqueológicas de los citados indios cubanos con hallazgos parejos resultantes de los trabajos de Osgood y Howard en Venezuela, por zonas del lago de Valencia y regiones de Sucre, Anzoátegui, Tocorónlo- y de los indios pescadores, de cultura análoga a la siboney -según testimonio de Las Casas- que habitaban las isletas o cayos adyacentes al sur de la gran Antilla integrantes del grupo microinsular que Colón llamara Jardines de la Reina, aborígenes los unos y los otros de desarrollo cultural más primitivo por comparación con el de los indígenas de las otras Antillas. Dice el P. Las Casas que los siboneyes hablaban una lengua inte· ligible para los indios arahuacos de las demás islas, pues que cuando navegaba Colón por entre los cayos de los Jardines de la Reina pudo entenderse con los habitantes de ellos a través de los intérpre· tes, naturales de las Lucayas y de La Española. que llevaba consigo. Muy lamentablemente, no nos han llegado hasta el presente. aparte de las anteriores observaciones del fraile cronista, otros in· formes más amplios y específicos sobre el habla de los aludidos indios cubanos que la consignación del gentilicio que se aplicaban a sí mismos, dato que recoge también Las Casas: "llamábanse en su lengua siboneyes". Por otro lado, representaba al arribo de los es· pañoles un grado diferente de conservación del habla iñeri en las islas del Caribe la lengua que manejaban los habitantes de aquellos territorios como las Lucayas y Jamaica, de probable carácter cultural iñeri menos contaminado por influjo de los pobladores posteriores, situadas las tales islas en la periferia del núcleo arahuaco central en las Antillas -Puerto Rico, La Española, el oriente de 10. Véase F. PICHARDO MOYA, op. cit., pp. 9·10, 36. 53-55. 56-57, 72·73. En Cuba l aparte de las regiones antes señaladas donde todavía habItaban los siboneyes al iniciarse los tiempos históricos, se han encontrado además huellas arqueológicas de estos indios en la región de Zapata, Las Villas, y en Cayo Redondo, provincia de Pinar del Rfo. Fuera de la gran Antilla han aparecido también restos arqueológicos de segura o probable identificación siboney en territorios al centro y sur de la parte haitiana de La Española -Couri (región de Fort Liberté), Baie de Conche, Cabaret-, Santomas -en Krum Bay- y Trinidad -en Savanetta, cerca de Claxton Bay.
Cuba-, donde la civilización arahuaca había alcan· zado, bajo el dominio de los taínos, su más elevado nivel de evolución. Dentro del caudal expresivo común entre los arahuacos antillanos de una y otra demarcaciones culturales, quizás serían índices de rasgos dialectales propios del iñeri de fuera del círculo interinsular privativo de los tainas, usos como la denominación lucaya de nozay "oro bajo" que registra la literatura de Indias (así en Colón, diario de 1492, y en Las Casas) como propia de Guanahaní o San Salvador, frente a la de caona, de igual sentido, en el arahuaco general de La Es· pañola, y también en el habla de las Bahamas, las variaciones fonéticas que ilustran los topónimos de Baneque y Caniba (así en el diario colombino de 1492), nombres con que se refieren los aborígenes lucayos a islas situadas al este-sureste de su archipiélago, donde dicen que abunda el oro y de donde proceden los caribes antropófagos, respectivamente, el primero probable equivalencia de Borique o Boriquén, y el segundo denominación alternante de la de Cariba que oye Colón en La Española con igual fondo semántico, y por cuyos términos queda evidenciado el uso lucayo de -n- en casos donde aparece -r- en el taina haitiano y boriquense, y asimismo se hacen patentes diferencias de timbre vocálico -a por o, e por i - entre lo que serían dos de las modalidades dialectales del arahuaco de las islas. u Estas divergencias conocidas y otras posibles en el lenguaje interinsular granantillano y de las Bahamas, sin embargo, no impidieron la comunicación entre los naturales de unas y otras islas, pues abundan los testimonios históricos que dan fe de cómo era "universal" la lengua y "toda una en todas estas islas de Indias, y todos se entienden" (así en Las Casas, haciéndose eco de palabras tomadas del Almirante descubridor): los in· térpretes lucayos y quisqueyanos de Colón se comunican perfectamente con las indias y muchachos taínos de Puerto Rico que encuentran los españoles en Sibuqueira, prisioneros de los caribes, y asimismo pueden los lucayos que acompañan a Colón conversar en distintas ocasiones y lugares con indios naturales de La Española y de Cuba; los espa· ñoles Juan González y Juan de León, quienes prestan muy útiles servicios a Ponce de León como "lenguas" o intérpretes en sus tratos con los indios del Boriquén, habían aprendido el taíno en La Española; Bernal Díaz del Castillo deja constancia de cómo él y muchos de los soldados españoles que lo acompañan, y quienes habían aprendido el lenguaje arahuaco en Cuba, pudieron entender muy bien en Cozumel a una india que .. comenzó a hablar en la lengua de la isla de Jamaica, ...que es 11. Véase L. LLo1UtNs TORRES, América (Estudios históricos y filológicos), Madrid-Barcelona. 1898 (citllIllOs por la 2." ed., San Juan, 1967, pp. 154-167).
como la propia de Cuba". Estas mismas atestaciones prueban, de otra parte, cómo el as~ntamiento de los taínos en las islas grandes de las Antillas donde llegan a desarrollar al máximo su cultura no había alterado en lo esencial el orden lingüístico prevaleciente desde antes de su arribo entre los iñeris, a cuya habla evidentemente se asimilan por encima de los rasgos diferenciadores que pudieron haber traído consigo originalmente en su paso del continente a las islas. 7. Una situación parecida a la de la absorción por parte de los arahuacos taínos de la lengua de los arahuacos iñeris a quienes someten a su dominio, si bien comprobable este otro caso a la luz de la historia y del estudio lingüístico in vivo, se cumple en las Antillas menores al sureste de Puerto Rico, donde los conquistadores caribes acabarán por abo sorber el habla de los anteriores pobladores iñeris, a cuyas mujeres retienen vivas como esclavas después de masacrar a los hombres.u Esta antigua 12. Fueron los indios caribes los últimos invasores y conquistadores de origen suramericano en el área del loar de las Antillas -al cual han legado su nombre- antes de la llegada de los españoles. Su paso desde las hoyas del Amazonas y del Orinoco -donde ocupan territorios vecinos del dominio arahuaco- hacia las islas menores del archipiélago antillano se cumple en el siglo xv (menos de una centuria antes de la negada de los españoles al Nuevo Mundo, de acuerdo con la tradición local corriente en las islas caribes al tiempo de su descubrimiento por los europeos; quizás durante la segunda mitad del xv, según algunos estudiosos). extendiéndose desde Trinidad y Toba· go. pero arraigando con mayor estabilidad en las islas desde Granada a Guadalupe, a todo lo largo de la sección oriental del arco insular hasta Vieques y puntos en la parte este de Puerto Rico, isla la nuestra que continuarán hostilizando aún después de iniciada la colonización española en el XVI. (Algunos rastros arqueológicos de identificación caribe que se han encontrado en Daguao. barrio de nuestro mumcipio de Naguabo, revelan datar, por el método radioactivo del carbón 14, de hacia 1400. lo cual, a tono con el margen de error de ochenta a ciento veinte años antes o después que se concede en las citadas mediciones cronológicas, permite concordar este testimonio con la realidad histórica y tradicional sobre la llegada de los caribes a las Antillas que alcanzaron a conocer los europeos en el XVI y el XVII de labios de los habitantes mismos de las Islas, descendientes de aquéllos.) Estos caribes, de condi· ción belicosa y asentamiento inestable en los territorios que ocupan, enemigos tradicionales de sus parientes los arahuacos, de carácter pacífico y tendencia pobladora se· dentaria. exterminan en las islas que con~uistan en el archipiélago antillano a la población mascuhna arahuaca, pero conservan a las mujeres, por donde los caribes insulares de generaciones sucesivas vendrfan a descender de los invasores continentales -de origen galibi o kaliña- ., del elemento femenino iñeri -de raíz arahuaca- sometido a la servidumbre de los conquistadores. A la comunidad de rasgos culturales diversos entre caribes y arahuacos que se fundamenta en los arranques respectivos de ambos pue· blos de un mismo tronco étnico, se agregará entre los caribes de las Antillas menores el abundante aporte de tipo cspcclficamente arahuaco recibido a través de sus esposas y madres en cuanto a métodos agrfcolas. técnica alfarera, preparación de las comidas. cuidado del cuerpo y cura de enfermedades, creencias y costumbres religiosas, etc., siendo tal vez por esta vía uno de los legados de mayor importan· cia el que constituye la lengua. Tras la unión de los caribes con las aborígenes iñeris de las islas se irá apagando gradualmente el habla de los conquistadores frente al ara· huaco femenino, que así prevalecerá, en un principio, como lenguaje de las mujeres y de los niños, y. con el tiempo, como expresión vernácula de los caribes insulares de ambos sexos, de estructura morfosintáctica típicamente arahuaca
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lengua arahuaca de las islas menores que sobrevive en boca de los hijos y nietos de los conquistadores caribes sería común con toda probabilidad a la del fondo poblacional de igual estrato cronológico en las islas mayores ! salvando, claro está, naturales diferencias de tipo dialectal entre las varias ínsu· las) absorbida por los inmigrantes arahuacos taínos de ulterior llegada a nuestros países. Así permiten deducirlo tentativamente las coincidencias y estre· chos parecidos de tipo fonético y semántico que se desprenden del estudio comparado del léxico arahuaco que recogieron los cronistas de Indias antes de la extinción del taíno en el XVI, vocabulario aún vivo parcialmente en multitud de denominaciones en el español antillano del presente, con las formas correspondientes en el léxico del llamado caribe insular (en verdad, más propiamente, arahuaco insular),1J habla que queda documentada antes de mediar el siglo XVII en las obras del misionero francés, P. Raymond Breton,14 y la cual sobrevive en la reserva caribe de la isla de Dominica hasta los alrededores de 1920 y aún hasta nuestros días entre los "caribes negros" de Honduras Británica, gentes de sangre mixta caribe insular.negroide, de antepasados originarios de la isla de San Vicente, en las Antillas menores. 15 La conservación del caribe insular hasta el presente cumplida de esta manera aporta a la ciencia lingüística, en vista del y conscrvación mayoritaria de su léxico original, pero rete· niéndose a la par, rcspecto de alrededor de un tercio de las palabras, vocablos equivalentes en la desaparecida lengua kaliña de los invasores, mantenidos vivos en el uso de los hombrcs. (Véanse F. PICHARDO MOYA, op. cit., pp. 9-10, 40. 79, 82-83, 85·86, 87, 93; D. MACR. TAYLOR, TIte Black Carib 01 British Honduras, pp. 15, 32; J. W. FEWII.'ES, The Aborigi· nes of Porto Rico a'ld Neigllboring lslands, Washington, D. C., 1907, pp. 27-28; A. Tló, op. cit., p. 274.) 13. Véanse los trabajos de DOUGUS MAcRAE TAYLOR que se citan cn la nota 2. 14. El P. BRETON, quien conviviera con los caribes insu· lares de Dominica desde 1641 a 1653, fue autor, sucesivamente, de un Petit catécllisme ou sommaire des trois pre· mitres parties de la doctrine cllrestienne traduit du Fran· rois en la langue des Caraibes insulaires (1664), de un Dic· tionnaire caraibe-franrois (1665) y su complemento, Diction· naire fra/tf;ois·caraibe (l666), y de una Grammaire caraibe (1667). 15. Los antepasados de los llamados ecaribes negros. de Honduras Británica, hablantes vernáculos del caribe insular (antiguo arahuaco iñeri), se vieron deportados en 1797, por disposición del gobierno inglés, desde la isla de San Vicente a la de Roatán, frente a la costa hondureña, desde donde se han extendido con el tiempo por el litoral centroamericano próximo. D. MACR. TAYLOR, antes citado en las notas 2 y 13, ha estudiado con amplitud y detenimiento el habla caribe insular de estas gentes que sobrevive hasta el día de hoy: véanse, aparte de su libro antes aludido, la serie de trabajos que ha publicado en el [nternatio· nal Journal of American LingUlstics, Nueva York -e In· f1exional System of Island Carib., 1951, XVII, pp. 23·31; .Sex Gender in Central American Carib., 1951, XVII, pp. 102·104; ePhonemes of the Hopkins (British Honduras) Dialect of Island Carib., 1955. XXI, no. 3, pp. 233-241; -Island Carib 11: Word·Classes, Affixes, Nouns. and Vcrbs., 1956, XXII, pp. 1-44; -Island Carib Morphology 111: Locators and Particles., 1956, no. 2. pp. 138-150; -Island Carib IV: S>,n. tactic Notes, Tcxts., 1958, XXIV. no. 1, pp. 3~ y también en lVord, Nueva York -eA Diachronic Note on the Consonantal S'ystcm of Island Carib., 1955, 11, no. 2, pp. 245-253; -An AdditlOnal Note on the Consonantal System of Island Carib., 1955, n, no. 3, pp. 420423.
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común arranque etnohistórico y estrechas tangencias de esta habla con el taíno granantillano, un punto de referencia de inestimable valor para el estudio del lenguaje de los desaparecidos aboríge. nes del Boriquén y demás islas de colonización es· pañola en el Caribe, permitiendo a los investigadores de nuestro sustrato expresivo prehispánico superar los ceñidos límites que presenta el caudal hoy conocido del taínb, circunscrito en su totalidad, fuera de algunas frases de registro histórico, al conjunto léxico que igualmente recogieron los cronistas del XVI, parcialmente vivo en el vocabulario del español de hoy en la zona del mar de las An· tillas. 8. Algunos restos arqueológicos que se han en· contrado en distintas localidades de Puerto Rico -Loíza, Luquillo, Cabo Rojo-, fechados según el método científico antes aludido, permiten establecer en nuestro país la presencia de otros pobladores pretaínos, de original extracción arahuaca, durante los siglos IV, VIII Y XI de la era cristiana. J6 Estas gentes quedarían luego asimilados, como los iñeris, dentro del estrato poblacional ulterior de indios taínos que arriba al Caribe y se extiende por las Antillas mayores y las Bahamas, sin que quedaran en Puerto Rico, al momento de la llegada de los españoles, restos diferenciados apreciables en la población indígena de tales habitantes anteriores de la Isla. En el territorio más extenso de La Española, sin embargo, hallaron los conquistadores todavía núcleos de indios distintos por su lengua y otros rasgos culturales -los ciguayos y/o macoriges- de la población general de dicha isla. Es muy poco o casi nada lo que sabemos hoy sobre el habla de estas antiguas venas poblaciona· les pretaínas de Puerto Rico y otras Antillas. Los testimonios que nos ofrecen los cronistas de Indias de fines del xv y primeras décadas del XVI en rela· ción con. las minorías indígenas no taínas, ya en retirada numérica, de La Española, apenas consignan nada más, tocante al lenguaje de las mismas, fuera del hecho de establecerse la diferencia expresiva entre unos y otros pobladores autóctonos de la isla, y aun estos informes resultan confusos y a veces contradictorios. Dice así el P. Las ~asas, en su Apologética historia de las Indias, cap. 197; "Tres lenguas había en esta isla distintas, que la una de la otra no se entendía; la una era de la gente que llamamos del Macorix de abajo [en la costa norte, donde se encuentra Montecristi], y la otra de los vecinos del Macorix de arriba [la región que hoy se llama de San Francisco de Macorís] ; la otra lengua fue la universal de toda la tierra ". Antes, en el capítulo 3, había expresado que macorix "quiere decir como lenguaje extraño, cuasi bár16. Véase A. TIÓ, op. cit., p. 274.
baro, porque eran estas lenguas diversas entre si y diferentes de la general desta isla". Ya Colón había registrado en el Diario de navegación de 1492 su encuentro en La Española con ciertos indios que llevaban "todos los cabellos muy largos y encogi. dos y atados atrás, y después puestos en una redecilla de plumas de papagayos", los cuales había juzgado ser caribes, a lo que anotara posterior. mente Las Casas que éstos debían ser los que Ha· maban ciguayos "porque traían todos los cabellos muy luengos como en nuestra Castilla las mujeres", habitantes "en las sierras y costas del Norte de La Española, desde cuasi Puerto Plata hasta Higüey inclusive". Sin embargo, en la Historia de las Indias, cap. 67, ya no se muestra seguro el fraile cronista sobre si los ciguayos y los macoriges eran o no una misma gente, de igual habla: "Un gran pedazo de esta costa... [nordeste y este] era poblado de una gen te que se Hamaban macoriges y otros ciguayos, y tenian diversas lenguas de la universal de toda la isla", agregando luego que "no me acuerdo si diferían éstos en la lengua, como ha tantos años, y no hay ninguno a quien lo preguntar puesto que conversé hartas veces con ambas generaciones, y son pasados ya más de cincuenta años... ".t7 Informa asimismo el futuro obispo de Chiapas que el fraile Ramón Pane, designado por Colón para registrar datos sobre la religión de los indios de La Española, "de la lengua deBas no supo sino la de una chica provincia que arriba dijimos Hamarse de Macorix de arriba, y aquélla no perfectamente, y de la universal supo no mucho... ". Curiosamente, mientras no se vuelve a hacer mención de los macoriges por dicho nombre a lo largo de las primeras décadas del desarrollo colonial en la Isla, sí se sigue hablando de los ciguayos, y todavía en 1527 cita Las Casas la sublevación de un bravío ciguayo quien secunda por entonces la rebelión del famoso Enriquillo. Varios historiadores modernos identifican a los macoriges con los cigua· yos, indiferenciablcs de los taínos, por otra parte, según las evidencias arqueológicas que se han recogido en el territorio que ocuparon. Lovén, por ejemplo, descarta la creencia de Colón, repetida después por Mártir de Anglería, de que fuesen ca· ribes los ciguayos, afirmando en cambio que eran éstos arahuacos de lengua distinta a la de sus 17. Aparte dd reducido territorio Que ocupaban los ma· coriges por las zonas oriental 'Y norte de La Española, como residuo dc un dominio antcnor aparentemente más exten· 50. es probable que .también hubiera existido otro pequeño grupo aislado en el sur oriental de la Isla, según hace notar HENRíOUEZ UREÑA, porque los indios llamaban Macorix al río que confluye con el Higuamo y en cuya desemboca· dura Queda la moderna ciudad de San Pedro de Macorls. Por otro lado, los macoriges dcbieron también de haberse extendido a la vecina isla de Cuba, donde a fines del XVI sobrevivía aún un grupo de ellos por la región de Matanzas conocida desde antiguo como Macurijes. (Véanse P. HENRi· OUIlZ UREÑA, El español en Santo Domingo, Buenos Aires, 1940, p. 122 Y nota 1; F. PJCHARDO MOYA, op. cit•• p. 35.)
contemporáneos los aborígenes tainas de La Española y de otras islas, aunque mutuamente como prensibles una y otra, según se desprende del hecho de que los intérpretes lucayos del descubridor pudieron entenderse fácilmente con los cigua. yos, como así taJ1lbién se entendían éstos con los taínos quisqueyanos. con quienes consta en los cronistas que sostuvieron lazos de alianza politica.l8 Del habla de los macoriges y/o ciguayos de La Española, ya extinta desde antes de mediar el siglo XVI, sólo han quedado dos palabras, desprendidas sin duda de las conversaciones de los españoles con aquellos indios en sus búsquedas tras el preciado metal áureo: tuob "oro bajo" y bae~a "expre· sión negativa", esta última de aspectos formales y fonéticos coincidentes con el elemento negativo ahitsa, aitsa, alisa, maisa en hablas arahuacas como la de los indios cauixanos o cawisiana, de las regiones amazónicas entre los ríos Yapurá y Xingú.19 9. Antropólogos e historiadores han venido aplicando desde antaño el nombre y clasificación de taíno -voz que significa "hombre de bien" o "noble" en la lengua aborigen de las Antillas- al pueblo arahuaco que habitaba nuestra isla de Boriquén cuando Colón la. descubre en 1493 y el cual, además, predominaba numéricamente en La Española y Cuba. El asentamiento de estas gentes en las Antillas mayores se remonta en el tiempo a épocas muy antiguas probablemente entre los si· glos XII y XIII de nuestra era. Los restos arqueológicos de identificación cultural pretaína de edad menos arcaica en Puerto Rico -los del barrio Ostiones, de Cabo Rojo- corresponden, de acuerdo 18. Véanse F. PJCHARDO MoYA, op. cit., pp. 34, 35·36; S. LoVl!N. O,.igins o/ the Tainan Culture, West llldies, Goteborg. 1935. p. 46. Afirma por otro lado el antropólogo puer· torriqueño ALEGRi,\ que la cultura de los ciguayos es esen· cialmente arahuaca en sus rasgos característicos. y que parece representar la misma en La Española la última fase del complejo arahuaco que se movió desde Sur América hasta las islas antes de que la invasión caribe hubiera roto.> el puente de contacto entre el continente meridional y el mar de las Antillas. (Véase R. E. ALEGR{A, op. cit., p. 241.) 19. V~ase S. LOV~N, op. cit., p. 46 Y notas 5. 6. Tal vez sea indicio de la remota emigración de los antepasados de los ciguayos desde un posible territorio de origen en la Ama· zonia hastn Ins Guayanas el dato Que recoge DE GOI!JE rela· tivo a Sábayu, nombre de linaje o de familia entre los arahuacos (Iokonos) de la antigua Guayana británica. cuyos portadores dicen descender de indios que «no eran ni ara· huacos ni caribes_o y quienes en los tiempos borrascosos cuando estos pueblos estuvieron en guerra continua abandonaron su lugar de residencia ancestral en Saba (?) y se mezclaron con los arahuacos (Iokonos). (Véase C. H. DE GOEJE, Tlle Arawak Language o/ Guíalla, Amsterdam. 1928, p. 251.) Por otra parte, podría además ser indicativo del paso ulte· rior de los antepasados de los ciguayos hacia las islas del Caribe la constancia histórica de haberse documentado en la isla de Trinidad. por los finales del XVI. algunas palabras de una lengua indígena de indudable entronque arahuaco. de nombre recogido como sllebayo, sllcbaio. salvaio, hebaio, etc., de aparente estrecho parentesco fonético con la denominación de cíguayo. (Véase D. MACR. TAYLOR. «Languages and Ghost Languages oE the West Indies». lnternatiol1al Journal of American Lil1guistics, New York, 1956. XXII. pp. 182. 183.)
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con el método radioactivo de fechar, al lOSO A. D., seguidos después en antigüedad decreciente por vestigios que ya pertenecen a pobladores taínos -descubiertos en los barrios Santa Elena, de Toa Baja, y Capá, de Utuado-, fechados en 1210 y 1270, respectivamente. En Cuba, donde la oleada invasora taína llegó más tardíamente que a Puerto Rico y La Española, se ha calculado una antigüedad de dos siglos y medio con antelación a la conquista española -es decir, de mediados del XIII- a pro· pósito del espesor que muestran los residuos extraídos de sitios de población taína en la región de Banes, lo cual, unido a los anteriores datos temporales que se citan relativos a los taínos de nuestro país, situaría cronológicamente la llegada previa de estos indios a La Española y a Puerto Rico en aquel mismo siglo XIII o cercanamente ano tes en el XII.20 La cultura taína -agrícola y alfarera-, de des· arrollo al nivel del neolítico, se asienta en nuestras islas, fundiéndose con ella, sobre la precedente de los iñeris, de igual tronco racial arahuaco amazónico y guayanés, con cuyos rasgos principales parece haber coincidido en lo general y específico, según se revela a la experiencia directa de los descubridores y conquistadores europeos que observaron de cerca y trabaron comunicación, tanto con los aborígenes de islas como las Lucayas o Bahamas, ciertas partes de Cuba de población pretaína, Jamaica, sitios donde hoy estiman historiadores y antropólogos que se conservaba aún vigente el estrato cultural de los iñeris, como con los que poblaban los otros territorios antillanos -Puerto Rico, La Es· pañola, oriente de Cuba- donde arraiga con caracteres de difusión absorbente el señorío de los in· vasores taínos, y donde la cultura de éstos alcanza además niveles de máxima evolución, enriquecida con algunos influjos materiales más avanzados procedentes tal vez de civilizaciones indoamericanas en Yucatán y la América Central.21 En el terreno de la lengua, tal como dejamos indicado antes, los arahuacos taínos se asimilarían al ambiente expresivo prevaleciente entre los iñeris (suponiendo que el habla de estos invasores taínos representara en su origen abiertas diferencias lingüísticas o dialectales respecto del habla de los iñeris), absorción idiomática ésta de los conquistadores en el fondo de los conquistados que pode. mas comprender perfectamente a la luz del caso comprobable que representa la desaparición ulterior de la lengua caribe continental de los conquistadores últimos de las Antillas menores (salvo cier· tas retenciones léxicas para uso masculino) frente 20. Véanse A. TIÓ, l(}€'. cit.; F. PICHAROO MOYA, op. cit., p.78. 21. Véanse S. LOvtN, op. cit., pp. 58-61; F. P1CHARDO Mo. YA, op. cit., pp. 7, 9, 17, 30, 48. 64, 70, 71, 73, 74, 76-77.
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al habla arahuaca de las mujeres iñeris conquistadas que conservan aquéllos como compañeras. La adaptación de los invasores taínos al nuevo medio lingüístico insular donde se imponen se cumpliría con mayor facilidad y rapidez que en el caso aludi· do de los caribes que se apoderan de las Antillas menores ya que las divergencias del habla, según cabe pensarse, serían de muchísima menor monta entre arahuacos taínos y arahuacos iñeris, ramas germanas de un mismo tronco étnico y cultural. Esta acomodación a la lengua de los conquistados, por otra parte, no impediría la sobrevivencia de rasgos expresivos aislados, con mayores probabilidades variantes fonéticas y menciones léxicas, precedentes del habla del pueblo conquistador. Los estudios de De Goeje y de Taylor en tomo a la realidad lingüística indoantillana ponen de relieve casos diversos en los cuales el léxico arahuaco granantillano guarda más estrecha relación con el arahuaco continental que con el iñeri de las Antillas menores hoy conocido como caribe insular: así, por ejemplo, la voz taína canoa, que repite exactamente la pronunciación del lokono kanóa, contrasta con la forma correspondiente al caribe insular (meri). kanáua,' el taíno papaya se relaciona por linea directa con el lokono papáia, el guaji. ro papaya y el paraujano papayo, manteniéndose en nuestro vocablo arahuaco insular el sonido oclusivo sordo de p que en el arahuaco de las Antillas menores -abábaí- da paso a la variante sonorizada de b, aparte de otras divergencias fonéticas; la forma taína axí "ají" que documentan desde temo prano en el XVI los cronistas de Indias, en la cual x representa el valor fonético palatal de sh (como en inglés) que correspondía a dicha grafía en español antiguo, sonido anterior al de j velar castellana (o de h aspirada en el Mediodía de España, Canarias y América) de evolución más tarde en este caso, . enlaza con las pronunciaciones de los términos equivalentes en lokono -haci- y en guajiro -jashi-, en las cuales también se da un sonido palatal intervocálico -eh, sh-, mientras el iñeri de las Antillas menores presenta la forma ati "ají", con sonido oclusivo sordo de t igual al del vocablo paraujano correspondiente, atiti. Z2 • Estos y otros muchos ejemplos que señalan hacia cerradas coincidencias de tipo léxico, fonético y morfológico entre el taíno y el arahuaco del continente, marcando a la par divergencias respecto de los usos correspondientes al modo del arahuaco de las Antillas menores, tienen su explicación con toda probabiJi22. Véanse C. H. DE GOEJE, .Nouvel examen des langues des Antilles avec notes sur les langues Arawak·Maipure et Carames et vocabulaires Shebayo et Guayana (Guyanne)>>, ¡ournal de la Société des Americanistes, París, 1919. XXXI, pp. 1.120; D. MAcR. TAYLOR, su articulo antes citado, .EI taíno en relación con el caribe insular y el lokono», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan. 1961. IV, núm. 11. pp. 22-25.
dad a base de la retención en el arahuaco de las Antillas mayores de formas expresivas que pertenecieron al habla de la oleada invasora taína, pro· cedente del continente, que se sobrepuso por la conquista a la masa de pobladores insulares previos para a la larga quedar disuelta lingüísticamente en ella.
* * • En síntesis: al arribo de los descubridores, con· quistadores y colonizadores españoles a la región del mar Caribe tenían como vernáculo de difusión más general los aborígenes que poblaban el ancho coro de ínsulas antillanas varias modalidades de lo que denominamos unitariamente en el presente trabajo como arahuaco insular, habla traída al ám· bita de las Antillas por los inmigrantes surameri· canos que desde el siglo 1I A. D. en adelante se desplazaron a nuestras islas desde los territorios que ocupaban por las regiones selváticas de la Amazonia y las Guayanas. Constituye la base de esta lengua indígena antillana el habla de los indios de clasificación cultural iñeri, pobladores arahua· cos de llegada más temprana a las islas, entre los cuales cabe señalar variedades dialectales diversas, a saber: la que representa el habla de los indios ,siboneyes y los indios pescadores de los Jardines de la Reina, localizados por el centro de Cuba y cayos al sur de dicha isla, respectivamente (si es que esta habla, hoy prácticamente desconocida
para los investigadores modernos, no es por sí una lengua aparte dentro del complejo idiomático ara· huaco); los dialectos posiblemente paralelos de las Lucayas y de Jamaica, islas éstas situadas en la periferia del núcleo central granantillano que inte· gran Puerto Rico, La Española y el oriente de Cuba, en cuya zona central el iñeri primitivo parece haber absorbido más directa e intensamente el asenta· miento de la oleada de invasores arahuacos poste· riores clasificados desde el XVI como taínos; el dialecto de las Antillas menores, islas en las cuales el arahuaco iñeri original sobrevive en sus funda· mentas esenciales tras, la conquista caribe, permaneciendo a la larga como vernáculo de los descendientes de los vencedores que juntaron su sangre con la de las mujeres de los vencidos. Esta última variedad del arahuaco insular sobrevive en la re· serva caribe de la isla de Dominica hasta los aIre· dedores de 1920, y aún en nuestros días se mantie· ne viva en labios de los llamados "caribes negros" de Honduras británica, descendientes mestizos de indios antillanos y de negros africanos allí trasla· dados en 1797 desde la isla de San Vicente. Docu· mentada desde mediados de] XVII, por el P. Breton, en las Antillas menores y hoy estudiada en detalle gracias a los trabajos de Taylor, aporta esta modali· dad del arahuaco de las islas, conocida como caribe insular, un punto de referencia de valor incalculable para el entendimiento moderno de lo que fue el arahuaco granantillano o taíno que se apagó ha· cia la mitad del XVI en el uso vivo de las islas es· pañolizadas del Caribe.
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La investigación histórica, arqueológica y folklórica en el Instituto de Cultura Puertorriqueña Por
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ESDB QUE EL INSTITUTO INICI6
sus
FUNCIONES CO-
nocíamos la necesidad urgente que había de realizar investigaciones y estudios metódicos sobre diversos aspectos de la cultura nacional. Con este fin se comenzó un programa dirigido al estudio científico y sistemático de diferentes manifes·taciones de la cultura puertorriqueña, enfocando especialmente por el momento, aquellos campos que más lo requerían por su propia importancia o por constituir paso previo y obligado para el estudio de otros ámbitos de interés cultural. El resultado de las investigaciones realizadas figura en nuestros archivos y museos, a disposición de todos los investigadores y estudiosos del país y del extranjero; y se refleja en todas nuestras pu. blicaciones.
Investigaciones históricas El estudio e investigación de la historia de Puerto Rico constituye una de las grandes preocupaciones del Instituto, que viene realizanao, en forma sistemática, la catalogación de la documentación histórica referente al país que se conserva en los archivos públicos y privados de España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra e Hispanoamérica. El acceso a estos fondos documentales ha facilitado ya a muchos de nuestros investigadores, la preparación de ediciones críticas de los clásicos de nuestra historia y de monografías sobre diversos aspectos de la literatura, las artes plásticas, la música y la historia política de Puerto Rico. Historiadores del Instituto han venido trabajando en la catalogación de todo el rico material histórico que a principios de siglo fue trasladado a los 54
RICARDO ALEGRíA
Archivos Nacionales de Washington y que ahora, en virtud de una ley del Congreso de los Estados Unidos, habrán de ser devueltos al país. Investigadores del Instituto están realizando la catalogación de la documentación sobre Puerto Rico existente en los archivos de España. Del Archivo de Indias, de Sevilla, ya poseemos el fichero completo de la documentación correspondiente a los siglos XVI y XVII, Y trabajamos actualmente en la del siglo XVIII. Del Archivo Histórico de Madrid, del Archivo de las Cortes y del Archivo del Palacio Real se han catalogado centenares de legajos con valiosa información del siglo XIX referente a Puerto Rico. En el Archivo Militar de Segovia se han estado copiando interesantes documentos sobre las fortificaciones y la historia militar de la Isla. En nuestra última visita a España trabajamos en el catálogo de los planos de Puerto Rico existentes en el Archivo del Servicio Histórico Militar. Tam· bién se han hecho investigaciones en otros archivos españoles. El Instituto con la colaboración de estudiosos de la Universidad de Sevilla, ha preparado un catálogo de todos Jos planos y grabados de Puerto Rico exis· tentes en la Biblioteca Nacional de París, en el Museo Británico y en el Museo Naval de Madrid. Distinguidos historiadores puertorriqueños y españoles han sido comisionados por el Instituto para realizar estudios sobre diversos aspectos de nuestra historia, particularmente sobre la vida y obra de nuestros hombres ilustres del pasado. Algunos de estos estudios biográficos se han publicado y otros están en preparación. La Revista del Instituto ha venido recogiendo las primicias de muchas de estas investigaciones sobre diversos aspectos de nuestra historia y cultura.
En las investigaciones históricas auspiciadas por el Instituto han de señalarse las que han tenido por objeto las artistas puertorriqueñas de los siglos XVIII y XIX, Y las referentes a la arquitectura colonial española en Puerto Rico. Las mismas han facilitado las obras de restauración de las zonas históricas y de los principales monumentos histéricos del país.
Investigaciones Arqueológicas A través de los años hemos venido realizando in· vestigaciones arqueológicas en varios yacimientos de las culturas aborígenes de la Isla y en depósitos de la época de la conquista. Los principales trabajos se han llevado a cabo en el Centro Ceremonial Indígena del barrio Caguana de Utuado. El lugar ha sido excavado sistemáticamente, sus calzadas de piedra han sido restauradas a su disposición ori· ginal, y sus monolitos con petroglifos han sido le· vantados y colocados en su posición y emplazamien· to ori$inales. En colaboración con la Universidad de Yale, representado por el doctor Irving Rouse, realizamos excavaciones en diversos yacimientos arqueológi'cos del país, habiéndose podido obtener por primera vez, mediante el procedimiento del carbón ra· diactivo, la cronología de las diversas culturas precolombinas que poblaron la Isla. Se han realizado excavaciones de prueba en diversos lugares del país, descubriéndose nuevas plazas ceremoniales indígenas y valiosos pelroglifos, que el Instituto se ha ocupado de proteger contra la destrucción, tomando medidas adecuadas. El estudio que se ha venido realizando de los petroglifos indígenas se ha recogido en una película documental que al presente preparamos.
Enterramiento en el convento de Sallto Domingo
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· 1!¡/i('/(JI/(J.
'!urou) ti" /111 ,.10 Ik,.o, Nuestras investigaciones arqueolugicas se han extendido hasta la isla de la Mona y la República Dominicana, donde hemos comprobado la existen· cia de depósitos de la cultura igneri. que hasta ahora se creía que no había llegado a la vedna isla. En relación con la arqueología colonial hemos reexcavado toda el área de Caparra, descubriéndose valioso matcrial de la época de la conquista. Tam· bién hemos realizado excavaciones junto a las ruinas de la ermita del E!>pinal en Aguada y en el lugar donde se levanta el edificio del antiguo con· vento de los dominicos, en San Juan. En este lugar, se han encontrado, en el antiguo basurero del Con· vento, valiosas piezas de cerámica, cristal y metal que pertenecieron a los frailes. Gracias a este hallazgo tenemos ahora un mejor conocimiento de la cerámica que se usaba en Puerto Rico para la época de la Conquista. En el Convento de los dominicos también hallamos un valioso yacimiento de los indios igneri que vinieron a Puerto Rico durante el siglo 11 de nuestra era. Simultáneamente con estas labores el Instituto ha realizado un estudio y catalogación de la valiosa colección arqueológica adquirida por compra a la Sucesión Jungham, y que desde su adquisición se ha ido enriqueciendo con nuevas y valiosas piezas. El Instituto ha olorgado becas para estudios arqueológicos a dos de sus empleados, que han venido a formar parte del personal técnico que requieren estas investigaciones.
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¡Ilvesligaciones Folklóricas
Investigadores del Instituto desplazándose a distintos puntos del país, han recogido en cinta magnetofónica una considerable cantidad de material folklórico consistente en cuentos, leyendas, canciones, décimas, romances, coplas, adivinanzas y refranes, e igualmente información sobre juegos, costumbres, creencias, supersticiones y medicina popular. El arte popular, en todas sus manifestaciones, ha sido también objeto de estudio, habiéndose formado una valiosa colección representativa. A través de los Centros Culturales del país el Instituto ha estimulado el estudio y la investigación de nuestro folklore, y varios centros recogen actualmente el folklore local con el propósito de publicarlo. El Instituto ha aportado además becas y ayudas económicas a jóvenes interesados en estudiar la técnica y metodología de la investigación folkIórica. Se ha estimulado el desarrollo de las artes populares, especialmente a través de concursos de fabricación de instrumentos musicales típicos como el cuatro, el tiple y la bordonúa. Recientemente publicamos un método para aprender a tocar el cuatro, y a través de ferias y exposiciones de artesanías hemos estimulado el interés por este aspecto de nuestra cultura. El Instituto ha ido formando una rica y extensa colección de imaginería popular así como de otras expresiones del arte popular puertorriqueño.
Canilstero de Aguadilla
El Santero Norberto Cedeño
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