Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

Page 1

.. ,.. , ABRIL路 JUNIO, 1970


R E

v

s

1

T A

DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES Guillermo Silva, Presidente Enrique Laguerre - Aurelio Tió - Elías López Sobá Arturo Santana - Esteoan padilla Milton Rua

Director Ejecutivo: Picardo E. Alegría Apartado 4184 A:til:O XIII

SAN JUAN DE PUERTO RICO 1970 ABRIL-JUNIO

Núm. 47

SUMARIO

Un texto literario del Papiamento documentado en Puerto Rico en 1830 por Manuel Alvarez Nazario oo.

oo'

oo.

Los Hombres-Islas por Enrique T. Blanco Lázaro El Exito de los derrotados por Marta Traba ...

: •••••

oo'

oo • • • •

.

o •••••

o ••

5

o ••

o •••••

8

Cóctel de don Nadie por Angelina Morfi ...

12'

El Barniz por Gustavo Agrait

15

Juan Ponce de León y la fundación de Puerto Rico por Manuel Ballesteros

22

Las casas-fuertes en América por Juan Manuel Zapatero

32

oo

oo.

oo • • • •

oo'

.oo

oo....

. . . . oo

En torno a una estética: La Poesía de Pedro Bernaola por Diana Ramírez de Arellano .oo

...

oo.

•••

...

37


Primera Exposición de los alumnos de la Escuela de Artes Plásticas del Instituto de Cultura Puertorriqueña

44 :

Una aventura francesa del siglo XVIII: El viaje del capitán Nicolás Baudín a Puerto Rico por Eugenio Fernández Méndez

47

La abuela por Manuel Joglar Cacho

53

La Casa del Callejón por Ricardo E. Alegría

54

oo • • • • • • • • oo

•••

...

...

...

...

...

...

oo.

oo.

oo.

Exposición de James G. Shine

oo • • • • • • • • • •

Bibliografía Pue*orriqueña 1969 (Segunda Parte)

oo.

oo.

59

oo.

61

oo.

PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑ:A Director: Ricardo E. Alegría Ilustraciones de Carlos Marichal Fotografías de Jorge Diana Aparece trimestralmente Suscripción anual Precio del ejemplar

oo

oooo • • • oo • • • oooo

$2.50 $0.75

[Application for second class mail privilege pending at San Juan, P. R.]

DEPÓSITO LEGAL: B.

3343 - 1959

IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE MANUEL PAREJA BARCELONA - PRINTED IN SPAIN - IMPRESO EN ESfAÑA


COLABORADORES


MAl DEL ALVAREZ NAZARIO. Nació en Aibonito. Maestro en Artes de la Universidad de Puerto Rico, en 1954 se recibió de doctor en Filvsofía y Letras de la Universidad de Madrid. Desde 1949 profesa una cátedra d~ lengua española en el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez, de cuyo Departamento de Español fue director. Dedicado a los estudios lingüísticos, ha publicado las obras El arcaísmo vulgar en Puerto Rico (1957) y El elemento afronegroide en el español de Puerto Rico (1961), Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña. Próximamente el Instituto de Cultura Puertorriqueña publicará su obra La influencia canaria en el español de Puerto Rico.

ENRIQUE T. BLANCO LÁZARO. Nació en Hato Rey, Río Piedras, el 31 de mayo de 1927. Ensayista y periodista. Realizó estudios en la Universidad de Puerto Rico, en la Universidad de Madrid y en la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander, donde estudió periodismo. Ha colaborado en periódicos y revistas de Puerto Rico, Santo Domingo y España.

MARTA TRABA es natural de Argentina. Escritora y crítica de arte. Fue Directora de Cultura de la Universidad Nacional de Colombia y del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Es autora de la novela Las ceremonias del verano, Premio de la Casa de las Américas de Cuba; y acaba de publicar La jugada del sexto día. Actualmente es profesora visitante de la Universidad de Puerto Rico.


GUSTAVO AGRAIT. Nació en San Germán en el año 1909. Cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Puerto Rico, recibiéndose de abogado en el 1933. Empezó inmediatamente a enseñar en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad, donde ha desarrollado cátedra de lengua y literatura españolas por más de 35 años consecutivos y desempeñado diversos cargos administra-, tivos. Ha dictado conferencias en universidades y centros culturall~s de casi todos los países latinoamericanos. Ha escrito y publicado en revistas y periódicos cuentos, ensayos y artículos sobre temas literarios y de otra naturaleza. Ha publicado el libro de poesía Variaciones sobre temas obsesivos (1969), que recoge su producción poética del período 1932-1966; y la Editorial de la Universidad de Puerto Rico ha publicado su obra El beatus ille en la poesía lírica del Siglo de Oro (1969), tesis que presentó como requisito para obtener el grado de Maestro en Artes, que obtuvo en la propia Universidad en 1939.

MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS. Es un historiador español contemporáneo. Nació en 1910. Es autor de las siguientes obras: Francisco Pizarro (1940), Historia Universal (1954), España y la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica (1956), La idea colonial de Juan Ponce de León (1960), publicada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, Historia de América (1962) y muchas otras relacionadas con la historia de América. Ha sido profesor de la Universidad de Valencia y profesor visitante en la Universidad de Puerto Rico. En la actualidad desempeña la cátedra de historia de América en la Universidad de Madrid.


JUAN MANUEL ZAPATERO es natural de España, graduado de doctor en Historia de la Universidad de Madrid y licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. Es autor de importantes obras de cartografía histórica y, de trabajos relacionados con la figura del General San Martín. Su formación histórico-militar le ha llevado al campo de especialización en fortificaciones históricas, a la que ha aportado numerosos trabajos publicados en diversas revistas tales como la Revista de Indias, la Revista de Historia Mili· tar de España y el Anuario de la Academia Argentina de Geografía. El Instituto de Cultura Puertorriqueña le publicó en 1964 su importante obra La Guerra del Caribe en el siglo XVIII.

DIANA RAMfREZ DE ARELLANO. Poeta, ensayista y crítica literari~, nació en Nueva York en 1919 y se educó en Puerto Rico. Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid (1952), ocupa una cátedra de lengua y literatura españolas en el City College de Nueva York. Ha publicado los siguientes poemarios: Yo soy Ariel (1947), Albatros sobre el alma (1955), An· geles de ceniza (1958), Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña, del Club Cívico de Damas y del Ateneo Puertorriqueño; Un vuelo casi humano (1960) y Privilegio (1965). Es autora, además, de las siguientes obras en prosa: Los Ramírez de Arellano de Lope de Vega: contri· bución al estudio de las comedias genealógicas (1954) y Caminos de la creación poética en Pedro Salinas: versiones primeras y autógrafas de "La voz a ti debida" (1956).

EUGENIO FERNÁNDEZ MÉNDEZ nació en Cayey. Realizó estudios superiores en la Universidad de Puerto Rico y en la de Columbia. Durante varios años fue presidente de la Junta de Directores del Instituto de t::ultura Puertorriqueña. Es autor de las siguientes obras: Salvador Brau y su tiempo (1950), Filiación y sentido de una Isla: Puerto Rico (1956), Crónicas de Puerto Rico (1957). Tras siglo (1958), La identidad y la cultura: críticas y valoraciones en torno a Puerto Rico (1959), Ensayos de Antropología popular (1961), Conceptos fundamentales de Antropología física (1964), Historia de la cultura en Puerto Rico (1964), Las encomiendas y la esclavitud de lo~ indios de Puerto Rico (1966), Antología de 7(1 poesía puertorriqueña (1968) e Historia cultural de Puerto Rico (1493-1968) (1970).


MANUEL JOGLAR CACHO. Poeta, nacIO en Morovis, el 20 de marzo de 1898, pero ha desarrollado su obra en Manatí donde siempre ha vivido. Autodidacta. Ha colaborado en diferentes revistas del país y . del exterior. Ha publicado los siguientes poemarios: Góndolas de nácar (1925), En voz baja (1944), Faena íntima (1955), Soliloquios de Lázaro (1956), Premio del Instituto de Literatu\a Puertorriqueña; Canto a los ángeles y\ Por los caminos del día, obras premiadas en los certámenes literarios del Festival de Navidad del Ateneo Puertorriqueño en 1957 y 1958, respectivamente; El último surco, Mención Honorífica del Festival de Navidad de 1960; La sed del agua (1965) y La canción que va contigo (1967).

RICARDO E. ALEGRíA. Nació en San Juan. Antropólogo e historiador. Estudió en las Universidades de Chicago y Harvard, como becario de la Fundación Guggenheim. Ha publicado diversos artículos sobre arqueología, folklore y cultura puertorriqueña en revistas del país y del exterior. Es autor de los libros Histori{l de ·nuestros indios (1952), La fiesta de Santiago Apóstol en Loiza Aldea (1955), Los renegados (1965), Cuentos folklóricos de Puerto Rico (1968), Descubrimiento, conquista y colonización de Puerto Rico (1969) y El Fuerte de San Jerónimo del Boquerón (1969). Desde hace varios años es profesor de Prehistpria en la Universidad de Puerto Rico, y dirige, desd.e su fundación en 1955, el Instituto de Cultura Puertorriqueña.



Un texto literario del Papiamento documentado en Puerto Rico en 1830* Por

MANUEL ALVAREZ NAZARIO

Después que los holandeses ocupan a Curazao, Aruba y Bonaire en 1634, apartando a estas islas del dominio de la Corona de España en el Caribe, las antiguas relaciones de dichas Antillas con la nuestra como territorios regidos por una misma metrópoli europea, quedarán reducidas, fuera por entero del marco de los contactos oficiales, al trato resultante del comercio de cqntrabando que con iniciales caracteres de actividad de manifestación

esporádica irá cobrando gradual intensidad entre estas islas y la· nuestra, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, centrada en buena medida dicha acción mercantil en torno al tráfico e¡¡cIavista. Dentro del ámbito del mar Caribe fueron los holandeses, después de su establecimiento en Curazao, y más adelante asimismo en otras islas cercanas a Puerto Rico (Saba, San Eustbquio, San Martín, Tórtola), los primeros europeos que organizaron la introducción clandestina de negros con direcdón a las colonias españolas. Desde sus factorías africanas en la Costa del Oro y luego durante el mismo XVII, también desde las del Congo y Angola, traían los neerlandeses a Curazao -donde radicaba su gran centro de almacenamiento y mercadeo en el Caribe- crecidos contingentes de esclavos que posteriormente repartían por los puertos españoles de las islas y la Tierra Firme, vendiéndolos a precios más favorables para los colonos que los que les exigía a éstos el tráfico legal. Las costas de Puerto Rico, particularmente por el oeste, sur·. oeste y sur, se veían asiduamente frecuentadas por los mencionados contrabandistas de bozales. Alude el historiador Morales Carrión en este sentido a una carta que escribe en 1670 el gobernador inglés de Antigua en la cual se refiere a "la vasta canti· dad de negros" que los holandeses de Curazao estaban llevando por entonces a Puerto Rico, y de cómo pensaban establecer un nuevo mercado de negros en Tórtola a los fines de auxiliar su comer· cio con nuestro país. 1 La extensión de dichas acti· vidades de tráfico ilegal, en correspondencia y acuerdo con personas influyentes radicadas en la Isla, hace crisis a fines de 1688. cuando se ve en·

* Comunicación presentada, el 14 de agosto de 1970, en el I Simposio Internacional del Papiamento, celebrado en WilIemstad. Curazao.

1. V. A. MORALES CARRIÓN. Puerto Rico and the Non Hispanic Caribbean: A Study in the Decline of Spanish Exclusivism. Río Piedras, P. R., 1952, pp. 38-42.

EL ESTABLECIMIENTO RECIENTE DE LA ASOSYASHON

pa Estudyo di Papyamentu y la consiguiente celebración en WilIemstad de este I Simposio Internacional del Papiamento presentan la coyuntura favorable para destacar un hecho histórico-literario-lingüístico de indudable interés para los hablantes y estudiosos del papiamento: la documentación en Puerto Rico, en el año de 1830, de uno de los textos escritos más antiguos -sino es el más antiguo- de esta lengua criolla del mar de las Antillas. Para poder comprender a cabalidad la aparición del citado texto en el medio puertorriqueño se hace necesario, en primer término, estudiar históricamente las relaciones que existieron en el pasado entre nuestra Isla y las Antillas holandesas de Sotavento, en consecuencia de cuyos hechos y circunstancias tomó arraigo y adquirió desarrollo en Puerto Rico un sector poblacional de origen antillano-holandés y más particularmente curazoleño.

A.

ViNCULOS HISTÓRICOS DE CURAZAO y PUERTO RICO ANTES DEL XIX

1


vuelto hasta el gobernador don Baltasar Martínez de Andino en una acusación pública que se levanta contra un pariente suyo como partícipe de comer· cio activo con Curazao en dos buques de su propie. dad. No obstante el escándalo que 'se produce entonces, el negocio clandestino de negros y de mercancías en general con la mencionada isla ha· landesa continúa durante el XVIII, resurgiendo con nueva fuerza bajo la administración del goberna· dar don Matías de Abadía (1731-1743), complicado personalmente en dichos tratos, y otra vez, hacia 1758, cuando la empresa mercantil conocida como la Compañía Catalana, creada para favorecer el tráfico legal entre algunos puertos españoles del Caribe, se desvía hacia el contrabando traído de las posesiones coloniales extranjeras, entre ellas la de Curazao.z Una Real Cédula de. principios de 1789 que permite la introducción por San Juan de Puerto Rico y otros puntos en las Indias de España de africanos comprados en puertos de otras naciones, debió de amparar la llegada a la Isla, durante los años finales del XVIII y primeras déca· dad del XIX, de esclavos procedentes de Curazao.3

B.

EL ESTABLECIMIENTO DE CURAZOLEÑOS LIBRES EN PUERTO RICO DESPU~S DE MEDIADO EL SIGLO XVIII

Aparte de las relaciones comerciales señaladas, resultantes en la incorporación al fondo poblacional de Puerto Rico durante el XVII y el XVIII de esclavos sacados de Curazao, se sabe además, como hecho comprobable documentalmente, que desde la segunda mitad del XVIII venía dándose entre nosotros el establecimiento como vecinos libres de un creciente número de personas -blancos, mulatos, negros- de cuna curazoleña. Los modero nos estudios de la doctora Loubriel sobre las corrientes inmigratorias que se asientan en suelo puertorriqueño en tiempos pasados nos permiten hoy conocer con veracidad absoluta algunos deta· lles relativos a esta vena de la población isleña. A la luz de tales investigaciones, por ejemplo, se nos presenta un tal Juan Bautista Endrich Doval como el inmigrante más antiguo procedente de Curazao, y quien en marzo de 1816, al obtener carta de naturalización que le otorga el gobierno español de la Isla, declara tener por entonces más de cin· cuenta años de residencia en Puerto Rico, lo cual señala su arribo al país antes de 1766. Otros hijos de Curazao acreditan también, al naturalizarse en 1816 o 1817, su antiguo arribo a Puerto Rico, en tiempos anteriores al inicio del XIX: Antonio Orza, quien llega en 1776; Fernando Vázquez, en 1791; 2. V. S. BRAU. Historia de Puerto Rico. Nueva York, 1904, pp. 149-150, m, 177-178. 3. V. L. M. Df.\z SOLER. Historia de la esclavitud ne· gra ell Ptlerto Rico (/493·/890). Madrid (1953), pp. 89·90.

'2

Juan Pedro Quirindongo o Gurindongo, en 1794; Germán, Juan Enrique y Nicolás Colberg, en 1796; Isabel Tufferet, también en 1796; Francisco Arroyo, en 1797, etc., etc.4 El arraigo en Puerto Rico de gentes de Curazao y de otros puntos en el Caribe quedará favorecido, tempranamente en el XIX, por la Real Cédula de Gracias que concede en 1815 a la Isla el rey Fernando VII, cuya medida gubernamental, atenta al convenieqte desarrollo poblacional del país, autoriza la libre admisión de extranjeros católicos oriundos de naciones amigas, con sus caudales y esclavos, e igualmente la de negros y pardos libres que deseen inmigrar en calidad de colonos o cabe· zas de familia.s De esta manera, veremos aumentar considerablemente durante esta centuria, a partir del año que se indica, el flujo inmigratorio con destino a Puerto Rico que se origina en Curazao (yen algún caso aislado, también de Bonaire). Los apellidos de los nuevos vecinos que por esta vía se agregan a la sociedad puertorriqueña, vistos junto a los que antes hemos mencionado, dan fe de las variadas venas nacionales y étnicas que entran en la composición humana de las islas de origen, revelando abundancia de nombres ibéri· cos (españoles y portugueses) al lado de otros de raíz germánica (holandeses y alemanes), franceses, italianos, etc.: Almeyda, Arreche, Arroyo, Bas, Basant, Bechman, Bento, Bertin, Brineti, Colbert, Coster, Curiel, Chirino, Derkes, Dilan, Dobal o Doval, Enrique o Henrique, Gámbaro, Goico, Gómez, Hansen, Heiliger, Huyke, Lacroix, Lafí, Levis, Maduro, Martínez, Monge, Monsanto, Petries, Rondón, Scarbain, Stamp, Vanderdy, Vázquez, Yansa, Yons, entre otros. Algún otro patronímico como Quirindongo parece sugerir claros orígenes africa· nos (cf. Ndol1go, moderno apellido bantú en lo que fUe la Guinea Española).6 Se distribuyen estos inmigrantes del XIX, de nombres catalogados, a través de casi todo el plano geográfico de Puerto Rico, con mayor concentra· ción en el área capitalina de San Juan, grupos menores en las ciudades de Mayagüez y Arecibo, y también, por el sureste del país, en el pueblo de Arroyo, y representaciones de menor monta numé· rica por las regiones isleñas meridionales que van desde San Germán, en el suroeste, hasta Guayama y Yabucoa, en el sureste.? Manuel A. Alonso, el primero entre los escritores costumbristas puer~ torriqueños del XIX, residente en la Capital durante varias temporadas de su vida, debió de conocer y 4. V. E. CIFRE DE LOUBRtEL. Catdlo/:o de extranjeros residentes en Puerto Rico en el siglo XIX. Río Piedras, P. R., 1962, pp. 18, 22, 23. 5. V. L. CRUZ MONCI.OV.\. Historia de Puerto Rico (Siglo XIX). Tomo 1 (1808-1868). [Río Piedras, P. R.]. 2da. ed., 1958, p. 107. 6. V. E. CIFRE DE LOUBRIEL, op. cit., pp. 18·24. 7. ·/bid., véase mapa en p. XLIV.


observar allí las fiestas que celebraban los que él llama "criollos de Curazao", indudablemente parte de la fuerte concentración de personas de dicho origen insular que radicaba en San Juan, a cuyos bailes particulares hace referencia de pasada en el trabajo que titula "Bailes de Puerto Rico" e incluye en su libro El Jíbaro (1849).¡ Por otra parte, sin embargo, el número de los "mulatos holandeses", según referencia de la época, residentes por el sur de Puerto Rico hacia el primer tercio del XIX, sería probablemente muchísimo más nutrido de lo que dejan ver los datos conocidos antes citados con cuya fuerza cuantitativa les seria dable ma~tener dentro del conjunto de la sociedad hispanopuertorriqueña de aquellos tiempos la identidad particularizante de "genti di Corsó" y de "julandeses" con que se calificarán a sí mism.os, en su propia lengua, en las estrofas del texto lIterario objeto principal del presente trabajo, conser· "ando vivo en su grupo, como elemento importantísimo de su conciencia insular privativa, el uso de su habla vernácula, el papiamento.~ Todavía en el presente siglo queda vivo en Puerto Rico el recuerdo de los curazoleños que habitaron antaño en el país y dejaron impresa la huella de su presencia en algunas manifestaciones de nuestro folklore. Así se aprecia en los calificativos de holandés, 110landés secó y 110landés cuarteado que aún se aplican a determinadas clases de bailes de bomba o de tambor (muy posiblemente los mismos a los cuales ya aludiera Alonso en 1849).1 0 Por otro lado, el empleo del papiamento en los cantos que acompañan a dichos bailes ca· racterísticos de los curazoleños y sus descendientes en Puerto Rico habrá de empañarse y desdibujarse con el paso del tiempo, a medida que estas gentes se van asimilando por su habla a los patrones expresivos corrientes en el español puertorriqueño, acabando por echar al olvido su lengua original como instrumento de relación entre sí. Desaparecidos de esta manera los hablantes que tuvo en el pasado el papiamento en Puerto Rico, se perderá de vista la relación de antaño de dicha lengua con los cánticos bailables que en ella se compusiera, cánticos de bomba holandesa estos repetidos todavía en la actualidad en trozos ya deformados y carentes de verdadera significación para quienes los siguen entonando, más bien como fórmulas rituales. Por natural asociación con el nombre del particular baile de tambor del cual son parte tales cantos, ha venido a tenerse al 8. V. M. A. AI.ONSO. El Jibaro. Ed. del Colegio Rostos. Rio Piedras, P. R., 1949, p. 40. 9. V. E. J. P,\S.\Rtll. Origen y des,!rrollo ele, la qficiól¡ teatral en Puerto Rico. Con ilustraCIOnes. [RIO Piedras, P. R.], 1951, p. 124 Y nola 30. 10. V.éansc M. L. MuÑoz. l_a IIllisica en Puerto Rico. Panorama '¡istórico,clIltural. Sharon. Conn.. 19~, p. SS. V F. lópl:z C'I<UZ. La mlisica folklórica de Pllerto RICO, Sharon, Conn.. "1967, p. 47.

presente la lengua en que están concebidos los mismos, no por papiamento o su reflejo debilitado con el transcurso de los años, sino por "remedo de holandés", según expresión que deja consignada el novelista Ll1guerre, en su obra La llamarada, en la cual se hace eco de impresiones a propósito de la bomba holandesa recogidas, antes de 1935, con toda probabilidad, por zonas de la costa orien· tal y suroriental de la Isla. 11 C.

CELEBRACIÓN EN PUERTO RICO DE LAS FIESTAS REALES DE

sos

1830

y COMPOSICIÓN DE UNOS VER-

EN PAPIAMENTO ALUSIVOS A DIC H OS ACTOS

En el año de 1829 Fernando VII, rey cie España y de Indias, contrae matrimonio con María Cris'tina de Barbón, princesa de las Dos Sicilias, de . cuyo enlace habría de nacer, en 1830, la infanta heredera de la Corona, la futura Isabel n. Tales acontecimientos motivan, en 1830, la celebración de sonadas fiestas reales en España y sus dominios de Ultramar. En Puerto Rico, específicamente, el alborozo público desemboca en festividades diversas en las cuales, como era ya costumbre establecida desde tiempos pretéritos en ocasiones seme· jantes, tienen parte todos los sectores de la sociedad colonial, tanto en el medio capitalino de San Juan como en los de las varias poblaciones del país. El relato global de las diversas celebraci~. nes que por entonces tuvieron efecto queda recogtdo en el folleto titulado Descripción de las Fiestas Reales en San Juan de Puerto Rico y otros pueblos de la Isla en 1830, impreso en la Oficina del Gobierno, año de 1831. Entre las composiciones en

verso que contiene dicho opúsculo, al~sivas a los hechos que se conmemoran, figura 'una canciór. papiamento, de autor anónimo, compuesta para que la entonara una comparsa callejera que integraban "mulatos curazoleños" pertenecientes al núcleo poblacional de estas gentes arraigado en aquellos tiempos por el sur del país. Dice como sigue el limitado trozo de dicha canción que hoy nos es dable conocer: 12 Tutur geuti di Corsó Celebrado Rey Fernandu Nambatindtl ha tambur Di conten!u boy bailandu. 11 V E A LAGUERRE. La llamarada (novela). San Juan' de P. R., 1950, p. 267. [La primera edición es de 1935.1 12. Citado de E. J. PASARELL, .loc. cit. Tuyo este _ i~. vesti¡¡ador a su vista, hace una vemtena ~e anos. el um· co ejemplar de la Descripción de las F,estas Reales de 1830 que se sepa haya sobrevivido en Puerto Rico a la destrucción del tiempo, el cual folleto, sin embargo, queda muy lamentablemente fuera del alcance de nuestra consulta a pesar de todas las di.'igencias y pesquisas que hemos desplegado para conseguirlo.

3


Comparsa di Julandés Celebra a Reyua Cristina Nan Princesa naroyna Novo astro boy miré. CH.

FORMA y LENGUAJE DE LOS VERSOS

Vistos en su aspecto formal, quedan montados estos versos en el molde métrico y estrófico del cuarteto octosilábico, con rimas que combinan consonancias y asonancias al modo de la copla -a b c b- y de la redondilla de tipo abrazado -a b b a-, respectivamente, en las dos estrofas citadas. El lenguaje en que están escritos, a pesar de evidentes inexactitudes de copia (tal vez esté ha por na en el tercer verso), contaminaciones del español (genti por hende,' Princesa por Prinses), y de algunas inconsistencias en la transcripción (reyua y royna, nan y na), responde sin duda a rasgos conocidos del papiamento antiguo y moderno, cuales son: cierre del timbre vocálico de e, o en sílaba átona (genti, di, Fernandu, contentu, bailandu), según se conoce en otras hablas afroportuguesas y afroespañolas del pasado y del presente, en Africa y América;1l empleo del adjetivo tutur, surgido de tttr 'todo' en papiamento, por efecto del procedimiento de duplicación que se registra en varias hablas negroafricanas y negroamericanas como medio de intensificar la idea que se expresa, con omisión de ·r en el primer elemento del compuesto explicable o por error de copia, o como reflejo de tendencia natural desde antiguo en este caso en el habla menos cuidada;14 uso de la forma pronominal de origen africano nan (escrita nam en el texto y sin separación respecto de la grafía del gerundio siguiente, batilldu);15 de na (también escrito nan) 'en el', 'en la', con valor de preposición y artículo combinados, según se' sigue dando en el papiamento moderno, posiblemente como -herencia del portugués. Por otra parte, la huella lusitana en el habla criolla de Curazao se presenta en este texto en el caso del adjetivo novo, con conservación de la -0- tónica que deviene en el diptongo -tle- del español. En la flexión verbal que ilustran los versos citados se aprecian dhrergencias respecto del papiamento moderno en el ya aludido gerundio batilldu 'bao 13. V. M. ALV,\REZ NAZARlO. El elemento afronegroide

en el espallol de Puerto Rico (Contribución al estudio del negro en América). San Juan de P. R., 1961, pp. 127·128. 14. [bid., pp. 185·186. A. J. M,\DURO, en Suplemento di Vocabulario Etimológico (Capitulo X) di Ensayo pa yegá na Wl ortografia uniforme pa nos papiamentu, Curac;ao, 1953, p. 17 Y nota 2, registra tu como pronunciación ro· ral de tur. 15. Véanse M. ALVAREZ NAZARIO, op. cit., pp. 165-166; H. L. A. VAN WIJK. O papiamento, um dIalecto crioulo de origem espanhola 011 portuguesa? Leyde, 1958, p. 7. 4

tiendo' y en el infinitivo miré 'mirar', en cuyas respectivas ·i· por -ie· y ·é por -á pueden enten· derse como errores de transcripción si es que no responden a vacilaciones antiguas en el vocalismo de tales verbos y de otros en iguales casos)6 . La identificación del lenguaje de los octosílabos que nos ocupan con el habla característica de Curazao se confirma en el mensaje de fondo de los mismos con tales expresiones 'particularizantes como genti di Corsó y comparsa di Julandés, escrita la palabra Julandés en la segunda de estas frases con uJ¡la j. inicial que aparentemente revela una vieja pronunciación de h aspirada hoy extra· ña en ese vocablo en el papiamento de uso culto moderno, probable retención en el mismo del sonido aspirado presente en "la denominación neerlandesa original de la cual deriva.

'" '" '" La aparición en Puerto Rico, antes de cumplir-

se el primer tercio del XIX, del texto anónimo aludido en el presente trabajo ofrece pruebas de pri· mera mano que establecen el arraigo definitivo y cIaro en nuestro suelo por entonces de sectores poblacionales usuarios del papiamento, con raíces que se remontan posiblemente en el tiempo a los siglos XVII y XVIII (según permiten deducir los arribos a Puerto Rico desde aquellas centurias de gentes numerosas procedentes de Curazao), cuan· do este instrumento expresivo va definiendo y consolidando históricamente sus caracteres de lengua criolla del Caribe. No cabe duda que este manejo del papiamento en nuestra isla hacia 1830 presentaba rasgos fisonómicos de habla ya cuajada con esencia y tradición propias, nutrida en el uso cotidiano de varias generaciones de hablantes crio· llos, difcrenciable de las diversas modalidades que mostraría la rudimentaria "habla cangá" afrohis· pana de los bozales de llegada todavía reciente al país por iguales tiempos, a pesar de los puntos de contacto que en algunos detalles pudiera tener con ellas, y en el marco total de la población de color de la Isla. también distinta del hablar de los negros y mulatos de cuna puertorriqueña, acomodados ya por su expresión dentro de los moldes del español corriente de la colonia en los niveles socioculturales en los cuales desenvolve· rían éstos sus vidas. La capacidad de esta rama decimonónica del papiamento en Puerto Rico para servir de medio de factura literaria al anónimo autor de los versos que nos han ocupado, no empece los humildes alcances estéticos de los mismo~, ofrece incuestionables señales del aplomo de madurez con que se asentaba la citada lengua criolla entre sus hablantes del país en época tan relativa. mente temprana de su historia. 16. V. E. R. 1953, pp. 80, 81.

GOlLO. Gramdtica

papiamentu. Curac;ao,


Micro-ensayo de interpretación puertorriqueño

Los Hombres-Islas Por ENRIOUE T. BLANCO

L

SEG(ÍN SU EMPLAZAMIENTO GEOGlÚFICO, SUS características propias de tamaño, recursos y riquezas, accidentes orográficos, tradición histórica y condición política, producen determinados tipos de hombres. Así, por ejemplo, las islas británicas, principal. mente Inglaterra y Escocia, claramente diferenciadas de Irlanda, por las condiciones geopolíticas his· tóricas tan diversas de esta última, en relación con las anteriores naciones. Un tipo de hombre, el inglés, aferrado a unos moldes, unos patrones, conceptos e ideas, aptos para desenvolverse en un me· dio circundante hostil, dispuesto siempre a lanzarse a la conquista de las rutas marineras, verdaderos caminos de la mar, por donde le vendría la grandeza y la gloria, así como la ruina y la miseria. Otras islas, me~os importantes por su condición geopolítica y caracterología propia, han tenido un valor o preeminencia superior por su anécdota histórica. El caso típico de Santa Elena, minúscula porción de tierra, es suficientemente esclarecedor. Siempre se la recordará por haber tenido a Napoleón Bonaparte en su suelo, hasta el instante mismo de su fallecimiento. Islas hay, como Malta, encruci· jada de pueblos, colocadas sobre las rutas más transitadas de unos mares "interiores", cuna de civilización y de cultura, reductos militares, puertos de recalada para todas las flotas guerreras y mercantiles. Y también las hay abandonadas, perdidas en la inmensidad del océano, paradisíacas, edénicas, salvajes y primitivas, para pensarlas en sueños de placidez y. evasión de la civilización. Las Antillas, rosario de islas de todos los tamaños, por su posición geográfica, en el otro mar "in· terior" de América, réplica, a escala diferente, más reciente, del "Mare nostrum" europeo, tienen una importancia en la historia del Nuevo Mundo, poco AS ISLAS,

UZARO

valorada en los escritos ordinarios, y acaso peor conocida por el vulgo. De las Antillas podría escri· birse varios volúmenes, todos ellos interesantes, sobre su importancia vital en la Historia de la América Española. Primeras en ser descubiertas por los intrépidos navegantes al servicio de la Corona de Castilla y de Aragón; primeras en servir de refugio, contacto inicial, fusión y crisol de razas, en el pri· mer gran proceso humanizadar de la unión hispanoafroindígena, primer intento, a escala mayor, de integración racial que se cqnoce en estas tierras americanas; primeras en servir de eje, nódulo, tramo polín y base, para la "descubierta" de la Tierra Firme americana, donde todo fue primero: desde el primer hogar hispanicoamerindio, hasta el primer caballo y la primera yunta de bueyes, uncidos a un yugo, símbolo representativo, por histórica coin· cidencia, de aquellos Reyes don Fernando y doña Isabel, portadores del arado cristiano, roturador de tierras vírgenes; primera simiente de la semilla germinal europea-hispanocristiana, que nos llegó con el aliento espiritual amoroso de una Fe y de una Moral. Entre estas Antillas, mayores y menores, una, la más pequeña de las cuatro grandes, es el objeto de mi pensamiento. Puerto Rico, la mimada por los vientos, la oreada por las brisas alisias, la re· frescada con yodo y sal de propicios céfiros, la azotada y castigada por las turbulencias atmosféricas, la verde y la azul, la blanca, colores predominantes de su geografía. Isla suave, mansa, tierna, murmu· radora y jugosa, exuberante; isla-pan, para comer en hogazas de hogareñeidad. como la comían sus indios taínos, en el casabe de su cotidiano discurrir; isla-hembra, como sus primitivas indígenas, taínas de hermosas proporciones, cultivadoras del amor, hacendosas y buenas, enamoradas del cielo 5


y de los ríos, de los árboles y las flores. Esta isla antillana que produce hombres·islas, aún en medio de la trepidante civilización que nos envuelve y rodea, y los lanza por los caminos del aire, más que por las rutas de la mar. En Puerto Rico, el hombre-isla -por su tamaño más bien pequeño y reducido, que apenas si llega a los nueve mil kilómetros cuadrados-, por su posición avanzada, espolón del bajel antillano, apuntando hacia el continente perdido, eslabón entre el Afríca y la América, destinada a servir de enlace entre unas razas que se fundirían al calor del ímpetu pasional hispánico; por su condición es tratégico-logística, llave de ese mar "interior", o seno del golfo mejicano; encrucijada entre el Atlántico y el Caribe, guardián celoso de unas islas hermanas, a retaguardia del cortejo isleño, el hombre-isla, decíamos, adquirió proporciones de gesta, de gesto y de épica. Gesta que fue su conquista y colonización, luchando contra su limitación isleña -tanto, que ya en los albores de su civilización hispánica, cuan· do aún florecía el concepto de lo mítico y misterioso, ya los pobladores y colonos de aquel Puerto Rico, intentaban, desesperadamente, escapar de la isla, en busca de las riquezas del "Pirú", el Perú del mundo, e incluso se tuvieron que adoptar drásticas medidas por parte de las autoridades, ordenando quemar la planta de los pies a todo el que intentara escapar y fuese cogido en flagrante" delito" evasor, para evitar que la isla se despoblase, arruinando los intentos colonizadores llevados a cabo con tanto esfuerzo y tesón. Gesta y épica fue su formación in· cipiente, guarnición militar, refuerzo antillano, foro taleza codiciada por todos los depredadores -pira· tas, corsos y bucaneros-, presa codiciada por las "hennandades de la mar", surgidas al socaire de los enredos políticos de la distante Europa, y al calor de los rincones paradisíacos, brindándoles el refugio acogedor y el placer gozoso, de la impuni· dad anárquica a los ladrones del mar. Ahí quedan esos hitos señeros, gloriosos, de sus invasiones re· chazadas: Drake, Clifford, Hendricksz, Abercromby -como nombres que jalonan su historia militar-, gestos y gesta de renombre épico, en donde España forjó el temple de sus soldados americanos, tan notables, como aquellos legendarios Tercios que en Flandes y Alemania, en Italia y en Francia, realizaban proezas sin cuento. Estos otros "tercios" americanos, sin tanto nombre, ni renombre, fueron la réplica digna de aquellos centauros europeos. Su brevedad, su limitación, su posición estratégico-militar, fueron moldeando un hombre.guarnición, un hombre·isla, aislado, válgame la redundancia, no sólo geográfica, sino moral y sentimentalmente. Un hombre-isla que se forja en solitario, solitario él mismo, luchando contra viento y marea -y nunca mejor empleado el dicho-, arriscado en la roca, en el peñón, en el islote de un San Juan 6

Bautista, el antiguo Puerto-Rico, capital y plaza fuerte de la isla. Un hombre-isla, rodeado, no sólo de agua por todas partes, que es lo propio de todas las islas del universo mundo, sino rodeado así mismo, por un cerco de aislamiento espiritual y hasta cultural, eco de otra cultura que le venía por "los caminos duros y difíciles, de las embravecidas olas marineras; rodeado de soledad, cercado de incom· prensión y de abandono, ¡cuántas veces no!, dependiente de un subsidio económico --el famoso "situado"-, procedente de la Tierra Firme del Reino de la Nueva España, o esperando, paciente, que llegara la flota de España, la dota del oro, con su cargamento en lastre, de bienes europeos: desde la delicada pieza del atuendo femenino, hasta el reloj, o el mobiliario, el detalle suntuoso y de buen gusto, que vendría a endulzar un tanto, la amarga . nostalgia del destierro forzoso del europeo en América. Hombre-isla, nostálgico y morriñoso, impregnado de "saudade", y hombre-isla, aventurero, galán y enamorado, espadachín y conquistador, eterno "don Juan", arrojado al fuego de la lucha, en el fragor del combate, y al otro fuego de las pasiones, verdaderos "quemados" -y no en la e:;;taca de la Santa Hermandad, sino en el palo ardiente de su sensualidad concupiscente. Hombres·islas retraídos y tímidos; hombres·islas, pendencieros y osados; hombres-islas sometidos y dóciles; hombres·islas valerosos e indómitos; en el crisol de la fragua antillana, se moldearon sus temperamentos, caracteres, vidas y muertes aunadas, con el fuego de los soles antillanos y la pasión de sus debilidades humanas. El hombre-isla puertorriqueño, es un cúmulo, una suma, un compendio de virtudes y defectos hispánicos y afro-amerindios, matizados, permeados, moldeados por las características étnicas, geográficas, sociales, políticas, religiosas y morales, educativas y culturales, que han contribuído a su creación. Pero sobre toda otra característica, priva y manda, pesa y cuenta, vale y conforma, ejerciendo su decisiva influencia, la soledad y el aislamiento, la limitación de espacio y de medios, la escasez de recursos y riquezas, la brevedad y la pequeñez territorial, así como la impronta primigenia de la mansedumbre isleña, autóctona y nativa, caracte· rológica, que impuso el sello de su tono e impartió la norma de su tónica, a los hombres criollos: mezcla de pasividad e indolencia; de abandono y entrega; de "dolce·far·niente", y de apetencias sensuales; de orgullo y soberbia mal entendida; de primogenitura criolla y segundogenitura peninsular hispánica. La combatividad, el belicismo, el temple militar, quedaba relegado para el hombre-guarnición, para el hombre·fortaleza, para los hombres de los "tercios" americanos, centinelas alertas de las garitas isleñas. Los otros, los hombres de la gleba, los que se enraizaron en los predios labrantíos, los agri-


cultores -herederos de una tradición pacífica, la mayor riqueza de un suelo virgen y paridor, fecundo y fértil-, los que iniciaron una vida ciudadana, entregados a las tareas de la mente y del espíritu, de las letras y de las artes; los caballeros y los estudiosos, esos fueron perdiendo el ímpetu y el empuje, el espíritu castrense de los " tercios", para irse tornando en pensadores y filósofos; moralistas y dómines; artistas y literatos, y en su proceso diferenciado., quedaron diluídas muchas de las in· natas virtudes de la Raza, la impetuosidad indomeñable, el arriscamiento belicoso, la dureza del temple militar, acentuando la disociación humana puertorriqueña. El hombre-isla puertorriqueño -un hombre rodeado de agua por todas partcs-, rodeado de escasez, cercado por el hambre y la pobreza; rodeado de incomprensiones europeas, y americanas. espa· ñolas y sajonas; cercado por marimandones y seña· res feudales, conmilitones de la eterna colonia; rodeado de falta de comunicación y de diálogo. de intercambio y de fusión cultural; cercado, espino· so, de soledad -una vez más la constante de su vida isleña-, fue creando un modo de ser introver· tido, recluido y suyo, acaso tímido en apariencia, luchador en su fuero interno, sumido en la estrechez de su pequeña jaula de oro y verde, de mar y cielo, montaña y playa, en los que· encontraba el dulzor que le negaba la civilización y la cultura importada. Y a esa blandura tropical, a ese ensueño crepuscular, a esa paz idílica, bucólica y eglógica, geórgica y edénica se entregó, mecido por el suave arrullo de sus brisas alisias, metido en .su interior, refugiado en el "bohío" campesino y montañero, dormido por la parla embaucadora de las montaraces aves, hundido en el sopor de la canícula ·vespertina, amodorrado en la "hamaca" aireada y expedita, muchas veces, debilitado por el hamo bre y la anemia de las endemias tropicales. De ese hombre-isla, hay que esperarlo todo; o no esperar nada. Sus reacciones resultan imprevisibles e improvisadas en muchos casos, lo primero, secuela de lo segundo, porque no tiene un norte,

una meta, una estrella polar que le guíe, y fía a su destino, a su imprevisión e improvisación, a su suero te o a su azar, a su desorientación en suma, el fruto y el porvenir de su persona y de su pueblo. Por eso, actúa tan imprevisiblemente, tan improvisada, tan esporádica, tan anárquica y tan caóticamente, a veces, demasiadas, para poder regular el flujo de su historia. Y otras, cuando surge en él el espíritu ardiente y combativo, ardoroso y entusiasta del guerrero hispano; cuando recuerda que por sus venas corre sangre de héroes y santos, sintiendo el llamado imperioso, el reclamo angustiante de sus voces; cuando se siente impelido por la fuerza atávica de los recuerdos históricos y vibra, entusiasta, la Fe de los paladines militares, entonces se encrespa, se crece y se alza, alcanzando proporciones heroicas, míticas y legendarias, como un héroe de leyenda medieval, como un Amadís de Gaula. Es el hombre-isla puertorriqueño, el cantor de su gesta, y de su gesto, de su épica y de su lírica, bardo de voz bien templada, pero de poco alcance por su misIl10 aislamiento -metido en la Isla de su encanto-, un poco encantado él mismo, mirándose, contemplándose, en narcisista delectación, cuando debería estar buscando otros espejos universales en que mirarse, falto de misión ecuménica, perdido en la contemplación de su ser -postura un tanto oriental, budista, que le asemeja en muchas reacciones peculiares, con el que se cree el ombligo del mundo. En su limitación geográfica anidan los sue· ños de su porvenir, como un airón al viento, ten· dido al sopor de la canícula estival, que se hace anualidad en el Puerto Rico caliginoso. De él esperamos el grito airado y de protesta, la voz desgarra. da del conductor y dirigente, el acto de valor, el gesto honrado, la fuerza innata de su pasado histórico, la luz y el viento, para que ilumine y alumbre su sendero, para que lo haga vibrante, ensordecidamente, como cumple al caballero sin tacha ni miedo. Que sea el guerrero y el maestro, el pensador y el soldado, la pluma y la espada, otra vez -una vez más- en esta reconquista de su ser puertorriqueño.

7


El Exito de los derrotados Por MARTA TRABA

L

A PRIMERA

BIENAL DE SAN

JUAN

DEL

GRABADO

latinoamericano, organizada en enero de 1970 por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, permite una reconstrucción válida de las corrientes dominantes donde se mueve el arte actual del continente. Seiscientas veintiuna obras clasificadas en el catálogo representan, con muy pocas omisiones, los valores de la década emergente que culmina en 1970. Es curioso comprobar que no' todos los resultados de la década fueron buscados expresa~ mente por los artistas, ya sea como creadores individuales o como partes de un grupo local; más aún, aparece claraménte marcada la paradoja de que aquellos que más enérgicamente se separaron de la idea de identidad -caso claro de los argentinos y venezolanos-, alcanzan. por esa misma posición negativa, tan inequívoca identifi· cación como los mexicanos, por ejemplo, cuyo nacionalismo inmerso o explícito figura sellando cada una de sus obras. Este problema de la negación o afirmación de identidad constituye. a mi juicio. el mayor desvelo de la década y se convierte en un pleito sordo que nunca se plantea con la estridencia infantil de las discusiones que le preceden y -que levantaron o derribaron el mexicanismo, el indigenismo, el nativismo. la técnica, el retorno a los orígenes culturales, etc., pero que no por eso deja de poner, una vez más, el dedo en la llaga. A comienzos de la década las artes plásticas latinoamericanas se mueven con una indiscutible facilidad entre todas las técnicas. El aprendizaje de cómo hacer las cosas se llevó a cabo, no con el ritmo mesurado de las influencias europeas, que ingresaban al continente sin avidez, sin premura. conquistando casi a pesar suyo la adhesión de los acólitos nativos, sino con el ritmo de conquista y 8

apertura de mercados impuesto por el arte nor.te· -americano, cuya dinámica natural imprimió la mayor velocidad receptiva que se conozca en nuestra larga historia de movimientos derivados. Como nuevo centro emisor de ideas artísticas, desplazando a los finiseculares y modernos centros emi· sores europeos, Estados Unidos se encargó de informar. en el acto. acerca de cada cambio que determinaba su estética del deterioro; de explicar con amplitud cada nuevo proyecto creativo y de demostrar su aplicabilidad; de devolver un programa concebido en otro lugar (como pasó con el pop·art primitivamente inglés). mejorado, amplia. do y transformado de tal manera, que pareciera cosa propia, y desde esa inequívoca identidad comenzara su poder de expansión. El "american way of arts" concedió generosamente la maestría en arte a todo artista latinoamericano que aceptara sus principios, e incluso a aquellos que los resistían; la comunidad artística latinoamericana quedó involucrada dentro de la norteamericana, en una integración relámpago que también incluía Europa y el oriente moderno, es decir el Japón. El "american way of arts" se llevó a cabo bajo el signo de la técnica. El caballo de Troya para que la técnica ganara esta batalla incruenta fue indiscutiblemente el diseño. La neutralidad del diseño, su poder de penetrar la vida cotidiana, de expandirse por los utensilios de uso común y de ingresar triunfalmente a la vida publicitaria; su voluntad de coerción sobre el protagonista de la sociedad de consumo en países altamente industrializados; su aparente inocuidad y el carácter inofensivo de sus avances sobre la retina, los órganos de los sentidos y en seguida la mente y corazón del hombre, fueron otras tantas razones por las cuales la técnica se valió de él. El diseño


Aspecto de una de las salas de la Bienal.

encarnó dos nuevas instancias, las principales bases sobre las cuales se apoyaría el "american way of arts"; una, destinada a enderezar la creación artí~tica hacia las "definicione~", sacándolo delterreno impreciso y romántico en donde se había desplazado gracias a sus dos grandes escuelas iniciales, la escuela de San Francisco y la pintura de acción centrada en Nueva York; la segunda instancia del diseño fUe la de ejecutar grandes sin tesis, llegar a los significados netos y ampliar así el radio de acción del arte, equiparándolo al producto de consumo capaz de ser digerido por audiencias mucho más vastas y distintas que los anteriores cenáculos europeos. Es indiscutible que ambas instancias constituyen el remate de una revolución artística que Estados Unidos inicia des· pués de la segunda guerra mundial, y cuyas sorprendentes innovaciones, que exigen una revisión total de los tradicionales conceptos de estética y creación artística, le dan el pleno derecho a dirigir el estilo del siglo xx, llenando el vacío que deja Europa después del fin de los formalismos. Durante los años que insume para llegar' al tope de esa revolución, Estados Unidos consigue emparejar los conceptos de arte y técnica, e imponer a las pequeñas sociedades idealistas latinoamericanas la pasión por una técnica que, vista desde lejos y en la imposibilidad de aplic~rla por falta de materiales correspondientes, se va transformando

lentamente en otro ideal. A comienzos' de la década 60-70, esa pasión por la técnica y las perentorias exigencias definitorias del dise.ño, ponen a los artistas. latinoamericanos contra la pared. La velocidad del cambio que Estados Unidos imprime a las artes plásticas, les impide comprender el fen<>' méno del arte estadinense como lo que realmente es y que constituye su mayor y más fuerte virtud, o sea como un arte folklórico urbano en el sentido más estricto de la palabra, es decir como un arte rigurosamente adherido a formas de vida local, a pintoresquismos ambientales, a sistemas de vida ligados obligatoriamente a una comunidad con nombre y apellido. El hecho de que el folklor saliera del supermercado confundió a la gente, le produjo el mareo fatídico que la impele a alejarse de los motivos reales de la expresión artística para irse acomodando en una nebulosa llamada vaga:· mente "universalismo". En dicho universalismo, el único asidero son palabras abstractas, carentes de contexto y desprendidas del hecho real. En tal forma, la técnica que en Estados Unidos ~enera formas artísticas tan orgánicas como el "op art", el "hard edge", el "minimal art", dirigidos a la vista o al tacto, produce en manos de los artistas latinoamericanos nuevas formas idealistas que persiguen una belleza abstracta apoyada en ritmos y relaciones cromáticas. Al emplear la técnica y el diseño como nuevos 9


elementos formales, por la imposibilidad real de usarlos, como en Estados Unidos, como las expresiones necesariamente correlativas al desarrollo de una sociedad altamente industrializada. los latinoamericanos experimentan vivamente el vacío de significados. No pudiendo explicar la rápida adopción de sistemas expresivos que nada tienen que ver con la realidad histórica y social de sus respectivas comunidades, entran en la coartada perfecta de la universalidad. La voz de orden afirmando que el arte es universal y no debe caer en inaceptables provincianismos en la era atómica y espacial, tranquiliza las áreas experimentales que se van instalando siempre más firmemente en Amé· rica Latina. Las bases norteamericanas artísticas en nuestro continente se ubican, lógicamente. en aquellos países cuya historia cultural es muy débil o discontinua, por una parte, y, por otra, cuyas invasiones inmigratorias fueron más densas y o,riginaron una mayor anarquía étnica. Parece elemen· tal que el universalismo de la década 60·70 ataque, por consiguiente, países como Argentina. Uruguay y Venezuela, es decir, zonas abiertas, de desarrollo económico o cultural, con exiguas reservas de tradición. El resultado se lee en la Bienal de Grabado de San Juan, como en un libro abierto. Todos los representantes de Venezuela son ópticos, abstrac· tos y geométricos y la única expresionista, Luisa Richter, parece haber sucumbido ante la arra· lladora fuerza del "universalismo venezolano" -denominación que no puede eximirse de las comillas-, hasta dejar sobre el papel huellas tan débiles como para disolver en la extenuación de contenidos, cualquier intención subyacente de significar, de decir algo. El !epresentante premiado por el Uruguay. Luis Camnitzer, expresa su home· naje a la técnica haciendo la irrisión de los significados. La palabra deja de ser el signo por medio del cual se establece el valor de un código general, y se vuelve una forma. Este combate del letrismo contra la semiología, combate que los letristas "dadá" abandonaron hace medio siglo por considerarlo juego inoperante, es revivido por Camnitzer con aparente éxito, pues borrar unas letras y equiparar la palacha CHE a la "Reconstrucción de un salame", le valió un premio de dos mil dólares, así como la inocenci'a llevada a la beatitud y expuesta en tan inofensiva condición por la argentina Liliana Porter, en siluetas realzadas con algún punto cruz de lana, le fUe gratificada con un premio similar. Resulta tragicómico, en la misma exposición que sirve de marco a estas reflexiones. comprobar la violencia con que se enfrentan las áreas que aceptan dócilmente las reglas del juego y sacrifican los significados a las técnicas (caso de Vene· zuela-Argentina), con las áreas que sostienen a ultranza y por fuerza de una tradición rotunda10

mente nacionalista, la primacía de lo significado sobre la forma. El ejemplo descollante de esta segunda actitud es México, que polariza la Bienal con obras que. con una terquedad estólida y digna de mejor causa,' siguen encarnando el peor arte panfletario donde no solo se convierte la historia en anécdota prostituída, sino que se escribe para que el texto duplique la fuerza panfletaria de la descripción; pero independientemente de estos errores crasos siempre previsibles en una "revolu· ción institucionalizada" como es el Estado mexi· cano, todos los artistas, sin excepción alguna, inter· pretan un interiorismo (Belkin, Corzas, Góngora, Toledo), o un neo·figurativismo (Tamayo·Cuevas), que practica la resistencia beligerante contra el arte norteamericano, con la suerte de manejarse entre un talento sorprendente como el de Rufino Tamajo y un creador genial como José Luis Cuevas. En los demás países el pleito de la década refleja las penurias de la falta de gente, de las con· diciones adversas para la creación artística, de la ausencia de estímulos, de la situación insular del creador, cuyas conmociones no son seguidas por comunidades excesivamente deterioradas por la inseguridad política y la miseria. Pero a pesar de que el mayor flagelo de nuestras sociedades, o sea la falta de una conciencia de comunidad. es trágicamente perceptible en ese debate solitario del artista, es también evidente que la década 60-70 forzó, quizás oscuramente empavorecida por la invasión norteamericana, la voluntad de identificaciones. De una manera irreflexiva y casi subconciente, se asumieron las defensas de valores creativos que en alguna manera tipificaban la expresión latinoamericana. Es innegable que dicha expresión parte de la base exactamente contraria a la estadinense, es decir del subdesarrollo real de nuestros pue· bIas, así como de una relación conflictual, por ende escapista y romántica, del artista con su medio. La percepción del caos y de la desorganización imperante, la presencia constante de la irracionalidad en los comportamientos colectivos e individuales, son advertidos por el artista como otros tantos elementos formativos que alineados siempre en la zona del desorden, configuran el barroco natural, antisistemático, el barroco primario que un escritor como Carpentier se em· peña en verter en forma culta y otro escritor como Gabr-iel García Márquez traduce en apoteosis de lo imponderable y lo mágico. Para los artistas plásticos dispuestos a reconocer los términos naturales de identificación, la alternativa era más difícil que para los escritores, puesto que debían moverse por fuera de la anécdota. La irracionalidad cromática de un Rufina Tamayo o de un Matta, se ve abocada en las generaciones siguien-


tes a precisarse con mayor fuerza; es el momento en que el peruano Szyszlo homologa las artes plás. ticas peruanas a una inmensa oración fúnebre por la bárbara destrucción de los imperios indígenas y el colombiano Alejandro Obregón primero y Fer· nando Botero en seguida, resuelven mitificar la geografía y la historia nacional, por la vía poética, caso Obregón, por la vía iconográfica neo-colonial, caso Botero. Mientras estos intentos de identificación se convierten en bastiones cada vez más asediados por la fuerza aluvional del arte norte· americano, la explosión de técnica y diseño gana rápidamente terreno. Anegados por la "cosificación" que propone el "americ~n way of arts", los artistas jóvenes que comienzan a surgir en la última década comienzan a marcar y nombrar un mundo material que en definitiva sigue siendo muy poco importante, pero que desplaza los valores irracionales y mágicos. En cambio de con· centrarse sobre tales valores y sustentars~ en ellos, como lo hace la literatura nueva, los artistas plásticos se dispersan en la falsa ilusión de nomo brar, con propiedad, eficiencia y buen humor, los datos materiales del mundo externo. Trasladada de órbita, la creación permanece suspendida y girando como una parodia, sin poder cuestionar, por inexistente, al mundo enajenante de los productos manufacturados; sin poder competir con los medios masivos de comunicación todavía dé· biles y desarticulados; sin justificar sus investigaciones con el pleno empleo de infinitas líneas de nuevos materiales audiovisuales, por carecer de ellos; en una palabra, lanzados al espacio sin haber partido de una plataforma que los proyectara, y por consiguiente, sin posibilidad alguna de alcanzar una órbita propia. Este desmoronamiento de las defensas se advierte muy bien, dentro de la Bienal de San Juan, al recorrer las obras de los países intermedios entre la polarización Argentina-México. Colombia, por ejemplo, excepción hecha de Ornar Rayo, que pertenece a la legión extranjera del arte actual, por voluntad propia, desde hace ya muchos años, aparece pobre-

mente tironeada por la necesidad de "decir" -necesidad perentoria si se tiene en cuenta el estado de profunda crisis por el cual atraviesa la vida nacional-, y el estancamiento en formas neofigurativas terriblemente nostálgicas del .. experimen. to". La misma falta de convicción por perpetuarse en formas post-incaicas, asola las obras de los' peruanos asistentes a la Bienal. Brasil se sostiene por sus ocultas fuerzas primitivas; las dos gran· des corrientes irrigatarias, la negra y la japonesa: siguen nutriendo un arte bueno para las elipsis (por la parte japonesa) y para síntesis ingenuas y poderosas (por la parte negra). Los grandes, Lasansky, Frasconi, Matta, Morales, golpean en el vacío, se resienten de sus individualidades, las llevan como una carga que pesa más de lo que aligera. Es amargo, pero objetivo, consignar que esta Bienal está llena de éxitos de derrotados y que marca, también, el fracaso de los talentos resistentes.

u


Cóctel de don Nadie Guiñol absurdo de la actualidad puertorriqueña Por ANGELINA MORFI

CON Cóctel de don Nadie,

UNA DE sus l1LTIMAS OBRAS de teatro, Francisco Arriví remata dentro del tcatrQ del absurdo una larga trayectoria dramática que se inicia en 1940 con la representación de Club ele solteros (guiñol absurdo también), por un grupo de estudiantes de la Escuela Superior de Ponce (publica la pieza en 1953 luego de reescribirla). En Club de solteros enfrenta al hombre con sus fórmulas vaCÍas y lo anima a afirmarse en la vida lo que promete en Jaíbol de serpientes, la tercera pieza de la trilogía Guiñol absurdo, por redondear de bosquejo. Del año 1940 es, además, El diablo se llUmaniza en que Arriví demuestra preocupación por el hombre esencial. En Alumbramiento (1945) interpreta la vida a través de una realidad transfi· gurada, incógnita para el ojo sensible. El título de la obra que nos da a conocer ·en 1947 es María Soledad (versión de "Cuatro sombras frente al cerní", 1946), que es también el nombre de una protagonista cuya concepción oscila entre un concepto platónico y un complejo freudiano sin que la empañe el problema del ser que le da substancia y poesía. Cuento de hadas es una obra inédita que presenta, en 1949, como requisito de una beca de la Universidad de Columbia, pieza que se expande temática, estilística y técnicamente en Ccuo del muerto en vida (1951), las cuales no hemos tenido la oportunidad de leer. Publica luego Arriví un grupo de obras que amparadas en un realismo poético abordan problemas sociales principalmente de fundamento racial destacando al hombre alienado de su ser por el enmascaramiento acorde con vanidades sociales; Bolero y plena en 1956, Vejigantes en' 1958, y Sirena en 1959, las que constituyen la trilogía Máscara puertorriqueña. Más de cinco lustros dedicados al quehacer dramático en las que reescribe cuatro veces a María So-

12

ledad (Cuatro sombras frente 'al cerní, 1946; María Soledad, 1947; Una sombra menos, 1953; María Soledad, 1961) nos demuestran en Francisco Arriví un empeño acendrado, una vocación que se lleva alma adentro y un espíritu de lucha que conmueve y despierta admiración, ya que demuestra ser un artista de afán renovador buscando la originalidad en los enfoques temáticos, estilísticos, técnicos, etc., visibles en cada obra dramática que escribe. Los críticos no han estado ajenos a sus logros en este sen· tido. Así cuando se estrenó María Soledad, Francisco Matos Paoli expresó que "marca una nueva etapa en el desarrollo de nuestro teatro nacional"; Piri Fernández ha visto que "la mística se entran. ca en Arriví con el existencialismo... ", y Carlos Solórzano, crítico guatemalteco residente en Méjico, refiriéndose a Vejigantes afirma que es el hallazgo más logrado en tema, tratamiento y evocación poética, del nacionalismo en Puerto Rico. Dentro de ese espíritu renovador y alerta a señalar los males sociales está Cóctel de don Nadie, presentado en el Séptimo Festival de Teatro del Instituto de Cultura Puertorriqueña. En esta obra nos presenta una alegoría de la transculturación en Puerto Rico. Dramatiza con aires de farsa y melodrama el mundo absurdo que vive el puertorriqueño en proceso de desintegración de sus r:ostum· bres, lenguaje, alma. Y todo por no afirmarse con responsabilidad a su destino. A través de la imagen matriz del cóctel hace evidente que la cultura tradicional de Puerto Rico se disuelve a manera de los ingredientes de la bebida alcohólica, sumando, cap la misma imagen, la idea de evasión a la de . disolución. Aunque Arriví esconde los nombres de Puerto Rico y Estados Unidos con los de Babia y Quim· bamba respectivamente, es fácil aunque no diverti-


do sustituirlos ya que las referencias a las actitudes de ambos países los identifican obviamente. Don Nadie, como anfitrión del cóctel será el intermediario que utilice Arriví para hacer desfilar los guiñoles que probarán su tesis. Recuérdese que el muñeco está hecho a imagen y semejanza del hombre. Pero añádase sus propiedades mecánicas, la falta de dirección, su dependencia para adquirir movimiento. Es significativo que el lugar donde se celebra el cóctel es un condominio, construcción de última hora en la Isla, pero está situado sobre la Nada. Se nos sugiere la falta de solidez en un país que hace alardes de progresos materiales. y esta greca que puede ser una bomba atómica, ¿no nos señala la fuerza del mal unida a ]a del bien en ]os descubrimientos científicos? ¿No puede el hombre que ambiciona un progreso sin medida desaparecer bajo su mismo impacto? Está Don Nadie con misión de infinito; no hace más que apuntar. Personaje de procedencia tras· mundana, su personalidad aparece ambigua, sin intereses, compromisos o deseos humanos que en· torpezcan su oficio de informar al más allá. Co~o ser indefinido, neutral, capaz de aparecer como hombre o como mujer pero sin compromisos gené· ricos, es posible verlo también como el hombre que no puede definirse en un mundo absurdo en demasía. Responsable de sus observaciones al Ciego del Limbo, sus primeros informes carecen de impacto dramático para el espectador en el teatro si bien lo tienen para el ser humano corriente, el hombre histórico: "Que esta gente no sabe la hora que es, el sitio donde está, la direcciÓ'1 a que camina, con quién se acuesta y con quién se levanta, si se acuesta o se levanta. Por 10 que pude observar en mi primera inspección, a Babia le importa un bledo la identi· dad. Aquí ha penetrado como en ningún sitio, la cultura quimbdmbica." , Nos sentimos más interesados cuando ya el desfile de personajes dramatiza lo antes expuesto. Arri· ví divide su obra en cuatro espantos y cada uno tiene un protagonista femenino: Remedios, Rosa, Brunilda y Virginia. Cada una cuenta el problema pital de su vida. Remedios es la representante de la clase social oprimida; sirvienta o cocinera es la que también representa la savia popular. Arriví parece decirnos que en ella está simbolizada la esperanza de salva· ción del país: Remedios al final de la obra pide socorro al público. Aunque en ella se vean algunos efectos desnaturalizadores se afirma estoicamente frente a las adversidades de la vida.

ea·

Quizás el dramaturgo responsabilizó mucho a este personaje como vehículo de mensajes que adulteraron un poco su espontaneidad y gracia. Opina sobre cuestiones políticas, económicas, educativas,

el tiempo. Pero en los comentarios que hace sobre asuntos de su experiencia, la confusión que demuestra ante un mundo que no comprende y el anhelo de vivir y sobrevivir en ese mismo mundo en que se sabe víctima, encontramos su mayar encanto. Como contraste el resto de los personajes son sombras de sombras. Rosa es la "pileta viva sin voluntad", ejemplo de la influencia cinematográfica hollywoodense con su alerde sexual y poses sofisticadas. Revela el relajamiento de las costumbres y el conflicto con la generación conservadora representada por sus padres. Su alarde de libertad desemboca en la desilusión y deseos de morir. Brunilda presenta el problema de la mujer dominada por la líbido y un marido indiferente y como consecuencia fácil presa de la neurosis. Virginia es de la última generación, no tiene las preocupaciones de las visitantes que la precedieron al cóctel. Su vida es del instante, sin recuerdo del pasado ni orientación ideal que se proyecte al futu· ro. No sabe de dónde viene ni adónde va. Vive ambiguamente la am.bigüedad del momento como lo demuestra su indumentaria y proceder. Los hombres están ausentes del cóctel; sólo se mencionan sus ejecutorias como "pisaicorres", "pi. quijuyes" o "potalas inertes". Las mujeres han sido abandonadas por ellos. Las mujeres tratan de seducir a Don Nadie porque quieren que éste asuma el papel de los ausen· tes. Pero Don Nadie no pertenece a este mundo y son los hombres del país los que tienen que enfrentarse a la lucha: ..... el país necesita mds hombres. Con mujeres, no basta para salvarlos de la extinción. Esto, sin duda representa un grave problema, si es que el país no desea volver a la Nada o quedarse en el Limbo, o lo más trágico, explotar como un bendito. Hay que inducir en los hombres restantes la idea de contribuir a crear hombres, comenzando por ellos mismos y en caso extremo, inducir a las mujeres que se los inventen. Hombres, más hombres, debe ser el grito de batalla de 10 finito entre los dos in· finitos. -Hombres que no cometan la estupidez de morirse en vida y no anden como zombis, vacíos de alma..." La gravedad de los problemas presentados en la obra exige la exhortación de Don Nadie. Si algo ha sugerido muy bien el autor dentro de unos problemas particulares femeninos es la radiación en éstos del ámbito colectivo y universal y el reflejo de la colisión histórica de un poder político absorbente con un país de débil constitución para resolverlo. Los problemas amorosos de los protagonistas y sus desajustes de personalidad tienen, pues, referencia más amplia y profunda para su interpretación. El desajuste es colectivo, más aún, universal; peró a Francisco Arriví le interesa sobre todo de13


-

--------

mostrar la problemática nuestra cuyas raíces agarran en la naturaleza política del país. Clara está expuesta (quizás demasiado recalcada pa~ el efecto artístico, aunque no para el político) la intervención de Quimbamba (Estados Unidos), en Babia (Puerto Rico) y sus consecuencias, como la entra· da abrumadora de intereses extranjeros (caballos de Troya) y el absentismo ("sanguijuelas a larga distancia"), el latifundio, la enseñanza en quimbám· bico (inglés), influencia de Hollywood en las costumbres y modas con la consecuente corrupción moral (ejemplo de Rosa), la prensa deformadora, el comercio con la religión, el dominio e inercia de la burocracia, la subordinación del espacio geográ· fico y otros aspectos patrios al interés turístico, etcétera. Todos los problemas se resumen en una visión desalentadora: .. Si es que Babia llega a mañana, aunque si llega a mañana sin futuro, de qué le valdría el pasado, y si llega sin pasado, queda sin futuro," Po~ otro lado, hay problemas que no se circunscriben a la isla y que demuestran la preocupación universal: los temas políticos comunista y democrático en pugna ideológica en el presente, la posibilidad de la desaparición del mundo por las aro mas nucleares, el pacifismo a base del armamento, el hombre vacío de Dios, etcétera. Por lo antes explicado se comprenderá que la obra está cargada de elemento ideológico. Muchas veces el diálogo se usa como vehículo para exponer estos problemas, lo cual lo convierte en varios momentos en una enumeración de ideas lo que estanca en vez de adelantar la acción.

14

Creemos que en este aspecto está el error más grande del dramaturgo, que logra, por otra parte, efectos extraordinarios en la obra: una estructura en que cada espanto tiene valor como unidad, ena· jenando al lector o espectador del embelesamiento en una acción lineal progresiva (muy de acuerdo al objetivo del autor comprom~tido, como se da, por ejemplo, en BertoIt Breckt), espanto integrado luego al desarrollo orgánico de la obra dentro de un movimiento rítmico circular a intensificadas velocidades (cuatro); una similaridad dentro de los con· flictos que los remiten a una causa central; una creación de personajes a toner con la tesis planteada, así también como una escenografía de acuerdo a un diseño interplanetario intencionado a creación de atmósfera del momento en que vivimos, los efectos luminotécnicos, sobre todo el recurso de hacer luz con la presencia de cada personaje; los sonidos, que pueden ser delicados cuando provienen del arpa en contraste con los grotescos producidos por la greca o el disparar ensordecedor de Virginia; los efectos vivenciales que la obra provoca: sátira, ironía, humor blanco y negro, angustia, hasta sedati· vidad con las nanas del arpa, y la intención de que el tiempo de la acción esté de acuerdo con el tiem· po de los espectadores qu~ es un intento raro y que vemos por primera vez en Puerto Rico. Cóctel de don Nadie no deja de ser una aportación interesante a la dramaturgia, en las múltiples reacciones que despierta su fondo contradictorio y en la satisfacción que experimentamos al observar la labor dramática de Arriví, que no importa fallas, se afirma como artista consciente y responsable en su tiempo.


El Barniz Por

e

UANDO ME DIJERON OUE DESElÚA VOLVER POR UN

día a la vecina isla y país, me alegré. Después de todo, el vuelo solamente toma una hora exacta y encima de eso, por razón de meridianos, uno llega allá a la misma hora en que ha salido de aquí. Yo había estado muchísimos años sin poder ir debido a que había publicado unas cosas que ca· yeron mal al Caudillo. Y como el Caudillo era persona dada a despachar sin mayores miramientos a quienes no le caían bien, muchos amigos me recomendaron que nunca fuese. Si los amigos me hubiesen recomendado lo contrario, tampoco hubiese ido porque no soy persona valiente y mi vocación de héroe y de mártir es prácticamente nula. Pero al Caudillo lo habían despachado meses antes unos cuantos de sus obligados colaboradores del pasado y el campo estaba libre. Me alegré por lo del Caudillo y por poder ir a ver de nuevo aquella buena tierra poblada por mejor gente todavía. Este viaje sería como el número diez que habría dado en poco tiempo por razón de unos negocios que estaba ayudándole a empujar a un buen ami· go mío que era quien me llevaba y traía. Me gustaba, por otra parte, estar con ese amigo que era persona seria, honrada y, como tuve ocasión de descubrir más tarde, de valor personal. De todos modos, a las diez de la mañana estábamos ya metidos en el avión y hube de caer sentado al lado de un colombiano que, encima de ser eso, era, además, filólogo. Articulaba los sonidos con gran circunspección y exagerada tensión muscular y, como suelen hacer los de ese origen, comenzó a explicarme lo bien que él y sus compatriotas ha· blan el español. Que si aspiraciones, que si inspiI

GUSTAVO AGRAIT

raciones, que si leísmos, que si vibraciones apio cales y qué se yo cuántas majaderías más que ni me iban ni me Venían. Todo lo cual terminó en que un cubano, simpatiquísimo y malhablado, que haciendo que dormitaba había venido escuchando la perorata, súbitamente se inclinó y pasando la mitad de su cuerpo sobre el del colombiano para alcanzarme mejor, me dijo: "No le hagas caso; este colombiano, como todos, es un soberano pendejo." El colombiano hizo como que no oyó y yo' quedé estupefacto y satisfecho, al mismo tiempo que un tanto incómodo, porque me reprochaba no tener el valor de decir lo mismo. Sin embargo, me animó lo del cubano y con el mayor desparpajo terminé por decirle al colombiano, quien era miem· bro corresponsal de la Real Academia Española, aparte de lo que le había imputado el cubano, que yo también era filólogo -lo que, por supuesto, no soy- y estaba preparando un estudio sobre la obscenidad del sonido ch en la lengua popular puertorriqueña. Con tal pretexto le solté unas cuantas obscenidades que le hicieron terminar el viaje todo ruborizado. Nos esperaba un amigo que sin dilación nos llevó al restaurant donde había de celebrarse la entrevista que motivaba el viaje. Confieso que almorzar en ese restaurant era uno de mis alicien· tes principales para esos viajes. Había unas carnes muy buenas y el chef solía preparar, cuando estaba de humor, un tournedos Rossini realmente bueno. Para colmo de bienes, el patrón, que 'era persona de pocas luces y buen carácter, vendía ~bviamente por error- un Taster Romanee Sto Vivant del 1959 como si fuese un tinto cualquiera. A veces me daba un poco de pena, y hasta de vergüenza, pero a la segunda copa se me olvidaba 15


todo y siempre insistía en comprar otra botella. Por la segunda íbamos cuando una persona que estaba almorzando solo le hizo una seña a nuestro amigo, quien se levantó y fue a su mesa. Cuchichearon cosa de dos o tres minutos, que bastaron para crear, más bien que crear, revelar un clima de tensión y expectativa. Al regresar nos dijo que se rumoreaba que en aquellos precisos instantes estaba ocurriendo un golpe y que el Gobierno, si no había .caído, estaba tambaleándose. Seguimos comiendo en silencio y se acabó la conversación sobre el negocio y otras cosas que se le habían ido incorporando. Ya yo sabia lo que nos iba a ocurrir, por la fatalidad que he tenido de encontrarme siempre en jaleos de esle jaez. Pero no decía nada, aunque me hubiese gustado volar del restaurant al aeropuerto. El amigo de nuestro amigo se levantó dos o tres veces y la última, se detuvo en nuestra mesa y le dijo a nuestro anfitrión: "Yo tú que me los llevaba al hotel." "Al hotel no, al aeropuerto", articulé precipitadamente, aunque no antes de atragantarme el último sorbo de vino que me quedaba en la copa, que había sido, a su vez, el último que quedaba en la botella.

Efectivamente, nos metieron en un automóvil y ya hervía algo en las calles. El chófer nos fue llevando por unas zonas de arrabal, eludiendo conflictos, pero al llegar al gran puente que unla la ciudad a la carretera del aeropuerto, no había remedio. Hubo que detener el automóvil porque la gente :....-ar· mada en su mayor parte de improvisados instru16

mentas contundentes, cortantes y punzantes- tenía invadidos sus accesos. Por suerte, o porque se dieron cuenta que éramos extranjeros, abrieron camino y nos dejaron pasar. Pero siempre supe que esa tarde no saldríamos de la ciudad. Llegambs al aeropuerto y cambiamos nuestros pasajes para un vuelo anterior, pero yo sabía que todo era inútil. Efectivamente, poco después una voz gangosa dijo por los altoparlantes: "Avisamos a los señores pasajeros que el aeropuerto, por orden de la autoridad superior, está cerrado i~definidamente a todo tránsito. Se pide a los pasajeros que regresen a la ciudad antes de las siete de la noche, que es la hora en que entra en vigor la orden de queda." Durante el trayecto me entretuve imaginándome lo peor: el hotel congestionado e inten'enido por policías o soldados, sin agua, sin aire acondicionado, sin luz; en fin, el infierno. Una vez más comprobé que la mejor manera de poder ser optimista es imaginándose lo peor. El amplísimo ves· tíbulo de aquel hotel, especie de mausoleo erigido por y para la vanidad del Caudillo, estaba igual ,que siempre: especie de islote de tranquilidad y confort en medio de una ciudad pobre, inquieta y problemática. Los botones saludaban a uno con la simpatía auténtica de siempre y los caballeros de industria y capitanes de ídem seguían buceando como tiburones en pos de escuelas de sardinas en aquellas aguas revueltas que era el país para aqueo llos días. Después de inscribirnos traté infructuosamente de comprar en el propio hotel alguna ropa. Sólo pude conseguir cepillo y pasta de dientes y navaja de afeitar. Pensé en bajar a la ciudad y comprar allá, pero todo el mundo me dijo que las tiendas estaban cerradas y que había más animación de la que era saludable por las calles. Por fortuna la camisa y demás prendas más íntimas que tenía puestas eran de esos géneros artificiales que se lavan y se secan en un santiamén y se planchan solos. A eso de las cuatro de la tarde subí a mi habi· tación, lavé, con la maniática escrupulosidad con que suelo hacer ese tipo de cosas, ropas y calcetines, me bañé, me acosté envuelto en una toalla hasta las siete, hora en que ya la ropa estaba seca y planchada debajo de la corriente de aire acondi· cionado en que había tenido la precaución de colocarla. El vestíbulo estaba animado con un aire de vida un poco ajada, pero de fiesta al fin. Había alH reunida un poco más de gente que en otras ocasiones debido a que no sé. qué grupo de profesionales de mi país se había antojado de ir a celebrar su asamblea anual a ese hotel. Pero no se podía hablar de congestión; se podía transitar, sentarse, hablar. Huyéndole a todo eso me fui inmediatamente al bar. Fui a sentarme en mi sitio preferido y sin ha·


ber mediado palabra ni gesto, Jerry, el bannan, a poco colocó frente a mí el dry martini de mi gusto. Jerry es el cantinero perfecto. Para empezar, sabe la diferencia precisa que hay entre una gota y dos. Es amable sin ser zalarilero~ sabe hablar cuando uno lo necesita y sabe escuchar a los parroquianos que le caen bien. Yo le caigo bien. Al servirme el segundo cóctel me dijo que las cosas no andaban nada de bien, que no le hiciese caso a nadie porque nadie sabía nada, empezando por el Gobierno y los que estaban dando el golpe. Los hechos demostraron que tenía toda la razón. Le pregunté por Pedro. Pedro era un analfabe-, to, seguramente -de menos años de lo viejo que se veía, muy combatido por la vida, seco y fuerte como un cáñamo, testarudo y malcriado, quien sabe si como medio de expresar una protesta con· tra la dura suerte que tenía que saber que con toda injusticia le había acompañado desde antes de nacer. Era, aunque analfabeto, inteligente, y aunque malcriado, generoso y también noble. Más por ayudarlo que por otra cosa, Jerry había pedido a la gerencia que se lo asignasen a la cantina. AlU hacía de todo un poco, menos preparar cócteles, porque decía que todos aquellos olores, sabores y colores no eran sino porquerías que enfermaban del corazón y, cuando no del corazón, del Wgado. y tenninaba recomendando a los parroquianos unos apestosísimos rones que, por supuesto, no había en la cantina y que según él pr~venían del asma y del cólico miserere. Así que Jo que había tenninado por hacer era lavar la cristalería, que dejaba con un brillo y una transparencia increíbles, cargar el hielo y limpiar el' mostrador que había estado hecho de una durísima madera negra con incrustaciones de otra madera color oro viejo, no menos dura, que olía muy bien. Toda aquella pieza brillaba y relucía con los constantes frotamientos a que Pedro la sometía, acariciándola como si fuese un ser vivo. El mostrador fue l~ causa de la desaparición de Pedro del bar del hotel. Son esas cosas en que nadie tiene culpa y todo el mundo pierde. Ocurrieron las cosas en la siguiente forma: alguien le metió en la cabeza a la gerencia que aquel bar era demasiado lúgubre, que la ola juvenil nunca iría a él y que el futuro era de los jóvenes. Resultado de toda esa indoctrinación fue que la gerencia decidió redecorar el bar a base de luces sicodélicas y 'colores claros. Y el' resultado neto de todo esto fue que los jóvenes nunca fueron y los viejos se alejaron, un tanto escandali· zados de todos aquellos colores y luces cambian.' tes que los hacían sentir borrachos antes de' es- . tarlo. Cuando se llevaron el viejo mostrador Pedro se puso de peor humor que nunca, particularmente cuando descubrió que la madera que revestía el

nuevo bar no era madera en absoluto, sino una. especie de fotografía en una placa de: material plástico. Lo que más le molestó fue que aquello no había manera de limpiarlo, ,porque siempre estaba limpio; pero tampoco había manera de pu· lirIo, porque mient~as más Pedro frotaba con sus puños, paños y bayetas más iba desmereciendo aquella superficie hecha en Wichita, U.S.A., o Kawasaki; Japón, cuando no en Cangas de Narcea, Asturias, España, Península -Ibérica, Europa (aunque los franceses no lo crean). En resumidas cuentas, que Pedro, cuya carne y. espíritu parecían hechos de aquellas centenarias maderas de la barra desplazada, no pudo tolerar aquellos plásticos, buscó un pretexto para pelearse con Jerry y no hubo más remedio que ponerlo a hacer lo que quisiese. Y lo que quiso hacer fue pasarse puliendo y repuliendo aquellas viejas y maravillosas maderas del mostrador descartddo. Allí lo encontré hablando solo. Al principio hizo como que no me había visto entrar y siguió rezongando mientras destornillaba ciertas piezas del viejo mueble con la misma meticulosidad con que un cirujano operaría un corazón. Después se dignó subir ,up tanto la voz, no para dirigirse directamente a mí, sino para permitir que oyese lo que se estaba diciendo a sí mismo. Saqué en claro que lo que una cosa sea depende de lo que le' salga de dentro; que lo, que hace que una madera sea o no buena depende que se le pueda mirar el interior con solo rodar la mirada por su superficie, y que pulir, lo que se dice pulir, es sacarle la verdad de dentro a las cosas. Las maderas malas, como las mujeres malas, andan siempre pintadas y barnizadas, porque no tienen nada bue nq por dentro, y cuando menos se imagina uno no sirven ni para basura. En fin, que el pecado original del hombre era haber inventado el barniz, que es un engaño, aunque' a la larga se le descubre. Todo esto tomó algún tiempo y algo de mi ayuda para ir clarificando. Le hice un préstamo a Pedro de cinco dólares que ni me había solicitado ni quería tomar y regresé al bar a encontrarme con mi amigo para ir a cenar. Allí no estaba. Tampoco en el vestíbulo. Por fin lo encontré prestándole dinero a una norteamericana en la sala de juego. Dándome cuenta de que tendría que comer solo, volví al bar donde me encontré ·con UD compatriota al que apenas recoñocí porque había perdido las dos cejas y la mitad del bigote con que siempre, lo había conocido. Me hizo no sé qué historia de un incendio en que a poco más hubiese perdido la vida, que en aquellos momentos me pareció de lo más dramático e interesante. Y posiblemente lo fuese. Tuvo que irse a buscar a su mujer y me fui a sentar solo en una mesa desde la cual dominaba 17


todo el restaurant de lujo de aquel hotel. Era un salón tapizado con unos damascos rojos qúe, aunque lo fuesen, parecían -en aquella hora, en. aquella ciudad, en aquel país- ersatz. Encaramado en aquella especie de cofa en que me colocó la última propina dada al maitre d'h6· tel podía dominar todo aquel espectáculo de gen· tes prisioneras de una situación de la cual no tenia la mayor parte el menor cono~imiento y no hu· biese podido entender aunque se le explicase. Veía a unos centroamericanos embutidos en sus smokings. Veía al colombiano a que ya me referí asegurándole a unas señoras maduras, madres y tías de unos adolescentes que con ellas estaban, que nada iba a ocurrir. Todo ocurre para lo mejor en el mejor de los mundos posible, decía. Pero por desgracia yo sé que no todo ocurre para lo mejor y que el mundo en que vivimos no es necesariamente el mejor de los mundos posibles. Había mucha poÜtesse desparramada por todo aquel salón, mucho por favor; pase usted primero;

de ningún modo, señora; pues no faltaba más; qué ni;10 más mono; no, no nos sirva todavía, tomaremos un tercer aperitivo; magníficos entre· meses, ¿no le parece, señora?, lástima que -esté hoy un poco inapetente; ¡qué alcachofas las de la Rótisseri~ Périgourdine!; 'Yo, señora, por un niño soy capaz de dar la vida; y otras delicadezas y embustes por el estilo. Aburrido, cansado, desconfiado y receloso, comí maquinalmente, aunque con gusto, y me fui a dormir. Dormí bien. y, podría decirse, profundamente, pero alguna intranquilidad había porque desperté cuando menos dos horas antes de lo que suelo. No creo que a nadie interese ni importe la hora, baste decir que los demás huéspedes no se habían levantado todavía. Hice mi calistenia. Procedí a mi ducha mati· nal. Noté que no había agua caliente, pero en junio y en pleno trópico puede uno gastarse el lujo de bañarse con agua sin templar. De todos modos era raro. Bajé a desayunarme al comedor de confianza, junto a la piscina, y no pude dejar de notar que me sirvieron únicamente un tipo de mermelada y sólo dos en vez de las cuatro tostadas acostumbradas y ninguna mantequilla. Me explicó el mozo que había cierta escasez de comestibles en el hotel. Despaché rapidísimamente mi frugal desayuno, subí a mi piso y agarré la primera mesa rodante que encontré. frente al ascensor y recorrí de un extremo al otro el kilomé· trico y cavernoso pasillo apropiándome de todas las sobras que los huéspedes que habían comido en sus habitaciones habían sacado fuera. Tuve la precaución de desechar todo alimento susceptible a fácil descomposición. Así, abandoné a su putrefacto destino a una lívid~ ostra -con todo lo que me gustan- y un pedazo de carne un tanto 18

tornasol; recogí, en cambio, cuanto mendrugo, mano tequilla, quesos, frutas, mermeladas, bizcochos y cosas por el estilo pude acopiar. Sólo me faltaban los alcoholes,. necesarios e imprescindibles. Tenía la certeza que aparecerían. Creo que de las nueve de lª mañana en adelante hubo sus pequeños problemas con el desayuno. Yo me encontraba a esa hora camino al pueblo a visitar a un amigo que me proveyó una botella de whisky. De esa caminata me queda el recuerdo de un persistente y denso cántico de cigarras que lo envolvía todo. Caminando por las calles me encontré con mi compañero de viaje quien estaba arriba y abajo como si allí no pasase nada. Nos juntamos para seguir observando aquel para nosotros inusitado espectáculo. Comenzaron a escucharse unas un tanto lejanas detonaciones que provenían de un mismo sitio, sobre el cual comenzaron a elevarse unos plumachos de nubes blanquecinas: la avia· ción nacional, es decir, tres pequeñas avionetas estaban bombardeando el puente que conectaba la ciudad con la carretera principal del país. La calle era un hervidero de personas armadas y muchos más noveleros pululando entre ellos, como si estuviesen en un carnaval O, algo por el estilo. Pocas horas después muchos de esos mirones serían cadáveres, pero nosotros no lo sabíamos en esos momentos. Sólo una leve sospecha debió cruzar nuestras mentes cuando, al tomar un ascensor para ir a una oficina que, por supuesto, estaba cerrada, vimos tres ametralladoras en un rincón de la cabina. El ascensorista nos dijo que alguien las había dejado ahí. Allí estaban. Lo único sensato era regresar al hotel y así lo hicimos. Al llegar nos encontramos a los huéspedes un tanto nerviosos, algunos sin afeitar, otros tratando de llamar a sus respectivas embajadas p;r~~ Sih;'bía medios de sacarlos de aquel paí~ o protegerlos si las cosas pasaban a mayores. A todo esto el hotel seguía llenándose de refugiados de la ciudad que parecían no tenerlas todas consigo en lo que respecta a los planes que pudiesen tener en relación con sus personas los que habían dado el golpe. Llegaban algunos en taxi, otros en automóvÍles privados, en camionetas y a pie. Ya no era cómodo transitar por el vestíbulo, la gente estaba apretujada, cada cual metiéndose más adentro de su grupo familiar o de sí mismo. Ya abundaban las caras de preocupación, si no de angustia. Había ya, además. ese vaho que se crea donde hay mucha gente perspirando, y perspirando con miedo. Era el olor a miedo que los animales reconocen con gran facilidad y que el hombre termina por descubrir en situaciones como aquella. Enemigo de muchedumbres y pestes, decidí irme a mi habitación. Traté de leer, traté de dor-


mir, pero las periódicas detonaciones del bombardeo del puente y las nubecillas blancas que poco después de cada una ascendían por el cielo clarísimo y que podía observar perfectamente desde el balcón de mi cuarto, no fueron los mejores somníferos. Bajé a la hora del almuerzo y el comedor de confianza era un pandemónium. Niños berreando, gentes empujándose por sillas y espacios en mesas que realmente no existían dado el número de personas que se las disputaban. Mi amigo estaba en medio de todo aquello, sentado con cinco más en una mesa para dos, comiendo un bocadillo de jamón y queso, que fue lo único que pudo conseguir, con el detalle adicional de que el jamón se perdió en algún momento del trayecto de la cocina a su plato. Esperé y esperé mientras alternativamente Hamaba, hacía gestos amistosos o de cólera, gritaba o persuasivamente trataba de que alguien se apia-

dase ,de mí. Pero nadie ni nada. El ruido y las vociferaciones eran espantosos. Un niño gritaba y gritaba y gritaba junto a los padres que comían como perros, mirando con temor y desconfianza a todo lo que les rodeaba y totalmente ajenos a los alaridos de aquella criatura que me hubiese complacido en degollar o, cuando menos, estrangular lentamente, lentamente y provocándole. el mayor dolor posible. Así de primitivamente bár. baros eran sus gritos. La razón de la falta de servicio se me hizo obvia tan pronto desistí de conseguir comida y decidí ir por mi cuenta a buscar un vaso de agua. Muchos de los huéspedes habían invadido la cocina y allí estaban, o por soborno o por violencia verbal y física, arrebatándose unos a otros lo poco que quedaba. Cuando me estaba sirviendo una copa de agua escuché la primera ráfaga de metralla. La ~egunda, ya más cercana, cuando iba de regreso al


comedor. Y ya allí pude ver como iban corriendo cuatro soldados en traje de campaña con sus mea' tralletas en plan de hacer fuego. Decidí regresar a mi habitación dada mi ya advertida nula vocación para el heroísmo. Sabía que cruzando la cocina se llegaba a un pasillo de servicio que comunicaba con el vestíbulo, junto a los ascensores. No sé por qué -¿capricho, nervios, impavidez real o fingida?- llevaba la copa cogida por la base, con gesto de catador, cuando escuché una treo menda algarabía producida por la muchedumbre del vestíbulo, de quien me separaba la puerta a la que me dirigía, e inmediatamente después se abrió esa puerta con gran violencia y aparecieron en el pasillo, encañonándome con sus metralletas, otros soldados. No pestañeé, no abrí la boca; se detuvieron, me miraron unos momentos y siguieron corriendo hacia el fondo del pasillo. Se me ocurrió que aquella salida podía ser peligrosa si hubiese otros soldados armados al otro lado y volví sobre mis pasos decidido a entrar por la puerta de servicio del comedor de lujo para de ahí pasar a un vestíbulo que a su vez comunicaba con el principal. Atravesé el cOll1:edor un tanto a tientas, pues estaba a oscuras, 'llegué a la puerta, que esperaba abierta y resultó cerrada, y en esos momentos escuché de nuevo el tableteo staccato y atropellado de las metralletas. A continuación un ruido tumultuario de espanto y. estampida.- Por los cristales de la puerta podía ver perfectamente 10 que ocurría sin que nadie me pudiese ver a mí. Aquí, precisamente por esto, e!¡tá el peligro -pensé automáticamente- y llegué al vestíbulo vía el comedor de donde había salido siglos antes en pos de una copa de agua que acababa de dejar sobre una mesa en un comedor desierto y lúgubre sin haber probado gota. Ahí estaba mi amigo arrodillado junto al cuerpo tendido del colombiano que se estremecía en grotescas contorsiones a la par que lanzaba lastimeros quejidos. Supuse que el desdichado estaba herido y crucé 10 más apresuradamente que pude para ir a ayudar en lo que me fuera dable a mi amigo a bregar con aquel caso. Ocurrió que no había ocurrido nada y el propio colombiano terminó diciendo: "No me pasa nada, no me pasa nada; es que mis nervios son muy delicados." Tendido allí y envuelto en su propio ridículo dejamos al infeliz y nos fuimos a meter en un pequeño espacio junto al cuadro telefónico. Allí, relativamente al amparo del maelstrom humano que giraba incesantemente por aquel enorme espacio. ya pequeño, pudo explicarme de qué se trataba. Se trataba de que decían que una de las personas más odiadas por los del golpe había salido hacia' el hotel disfrazado de no recuerdo ya de qué -soldado, sacerdote, mujer, enfermoy todos aquellos tiros se disparaban cada vez que 20


alguno de los enviados a matarlo o capturarlo creían verlo. Unas veces lo habían visto en el techo, otras en el comedor, otras por los alrededores y pasillos, aparte de en cada una de las habitaciones de los distintos pisos que daban al exterior. Por eso se aconsejaba a los huéspedes que. no estuviesen en sus habitaciones, pues podían ser confundidos, y un tiro rebotado puede alcanzar a uno en cualquier parte. Llevado otra vez de mi fobia por las grandes aglomeraciones y el desorden, convencí a mi amigo de que a pesar de todo lo mejor era retirarnos a ,descansar en nuestras respectivas habitaciones. Comimos algo de lo que yo había tenido la .previsión de acopiar, y cada cual se echó en su cuarto a tratar de descansar. De la, cama nos hizo saltar otro tableteo de metnilla, breve y muy cercano. Salí al pasillo donde me encontré con mi compañero de viaje y un mexicano que estaba sentado en el suelp del corredor con una cámara cinematográfica, un enorme bulto de cuero y una botella de tequila a la cual atacaba de vez en ,cuando. Tal espectáculo me hizo recordar mi botella de whisky y por ella volví al cuarto. Me senté frente al mexicano, recostado contra la pared, y me dediqué a imitarlo. Mientras tanto nos llegaban a los tres los zumbidos de un rosario que unos compatriotas míos habían organizado y al cual me invitaron a sumarme, de lo que me excusé lo mejor que supe porque no supe hacer otra cosa. El cuadro que representaba aquel pasillo ha debido haber tenido algo de esperpento y surrealismo: mi amigo, vestido de punta en blanco, de pie, como si estuv!ese en un cóctel elegante, pero, por fortuna, negándose a participar de mi botella; el mexicano y yo, casi echados en el piso, cada cual con su pared por espaldar, mirándonos amigablemente' y sonriéndonos de vez en cuando, pero sabiendo que las palabras sobran en ciertas ocasiones y, mucho más, el ponerse a intercambiar tragos, y, al fondo de todo esto, algo así como un coro improbable, un grupo de hombres apiñados, .rezando con ejemplar y envidiable devoción, sin dejarse interrumpir por nada, salvo por el ruido que hadan al dar unas con otras las cuentas de, cuando menos, la docena de- rosarios que allí aparecieron en forma" para mí, inesperada. De vez en cuando pasaban frente a nosotros grupos de soldados buscando incansable' e infructuosamente a su víctima, a la víctima que no acababan de encontrar por la sencilla razón de que no había llegado nunca al hotel. Llegó al día siguiente, cuando ya los soldados se habían ido, y fue evacuado del .hotel y del país, junto con todos nosotros, sin mayor problema.

El día de la evacuación fue que pude ir averiguando qué era lo que había pasado. Habían pasado cosas importantes y dejado de pasar cosas no menos importantes. Entre las primeras, que Estados Unidos, sin encomendarse a nadie y sin consulta previa con ningún otro país, había invadido y ya se estaba haciendo cargo de mantener el llamado orden, que básicamente consistía en evitar que determinados grupos llegasen a cons· tituirse en poder. Entre las segundas, que la figura política nacional a quien la mayoría de aquel país esperaba y que incontestablemente hubiese podido aglutinar la fuerza popular necesaria para quedarse con el poder a pesar de la presencia de los marinos norteamericanos, no acababa de llegar, ni llegó nunca. Cosa que a mí no me extrañó en lo más mínimo, porque lo había observado y sabía que le faltaban tres cosas para llegar. Una de ellas, la real voluntad de poder. En lo que toca a la evacuación, no había ómnibus para tanta gente. Lo único que estaba a la orden del día ~ra el desorden. Varios señores que habían estado intercambiando tragos y galanuras la primera noche, habían terminado por abofetearse, sin haberse podido averiguar por qué motivos específicos. Las señoras, entre sí, andaban tratándose como comadres de la peor laña. Y toda aquella tensión de los adultos se traducía en que pa: dres y madres daban, sistemáticamente y con un cierto orden impuesto por sabe Dios qué circunstancias en función con ciertos imperativos psicológicos -cuando no fisiológicos- que no era aquél el mejor momento para detenerse a analizar, violentos coscorrones y mojicones a sus hijos, que ,gimoteaban ahora en silencio, totalmente confundidos en aquella confusión. Dentro ya del ómnibus en que me metí sin saber si me correspondía' traté de poner en orden mis impresiones y recuerdos, sin logra.rlo. Lo último que recuerdo es, antes' de que se iniciase la lenta y larga caravana hacia el puerto ~quivoca­ damente fuimos a parar a otro primero- es a Pedro, de pie e incólume en ~na acera, con su cara al nivel de mi ventana. Nos reconocimos y me dijo: "Cuando vuelva le devolveré los cinco pesos." Se quedó callado un buen rato, como queriendo decir algo sin atreverse -no por miedo, sino por delicadeza- a seguir adelante. Por fin se decidió a abrir la. boca y me dijo: "¿Usted ve lo que yo le decía?" Pensé si estuviese borracho o un tanto' delirante por todo lo que había debido haber pasado. Pedro no me había hablado de nada. Es decir, de nada en particular, salvo el barniz.


Juan Ponce de León y la fundación de Puerto Rico Por

E

L TEMA QUE VOY A EXPONER

LO HE TRATADO YA

ampliamente en un libro editado por el Ins· tituto de Cultura Puertorriqueña: "La idea colo9ial de Ponce de León". No me hago la ilusión de que todos hayan leído este libro, y por eso me atrevo a hacer una síntesis de él, de mis ideas sobre este particular. He de hacer todavía otra advertencia preliminar, y es que para los puert9rriqueños voy a repetir muchas cosas, fechas, acontecimientos, tensiones internas_de los primeros años de la historia hispánica de Puerto Rico que les son completamente conocidas. Porque si hay un pueblo-que estudie su historia con más ahínco, con más interés y con , más dedicación que el puertorriqueño, no lo conozco. Sin duda en ninguna Universidad se da tanta atención a la historia de Puerto Rico como en la Universidad de aquella Isla hermosísima: No va, pues, dirigida mi información sólo a los puertorriqueños sino quizá en la segunda parte, en que hago el juicio que a mí me merece la funda· ción, no de la ciudad de Puerto Rico, sino de la Isla, y la vida civilizada, de módulo occidental, en aquellas tierras. Va mi información dirigida a aqueo llos otros menos informados que hayan querido acercarse a estos temas, para tener noticia de lo que es el origen de Puerto Rico. Vamos a tratar, pues, de Ponce de León y de la fundación de Puerto Rico, entendiendo por fun· dación algo tan importante como es el estableci· miento de una serie de cánones, patrones o módulos, que es lo que quiero poner de manifiesto. Es

* Conferencia pronunciada en el Seminario de Cultura Puertorriqueña de Madrid. 22

MANUEL BALLESTEROS


DANZA

sara por

ANGEL. MI8LAN

INSTJfrulfO DE CULTURA PUERTORRlQUEfiยกA San Juan de Puerto Rico


"Sara" Danza. por Angel Mislán.

Piano.

1)

t <

Jl

fl

..

:>

,

~~

:7

#~~"b"

..

··

e.

~

Jl

~

..

, ··

<

f1

~

··

• < ··

1) Jl ~

I

..

••

c.... ~

..

<

~

·

.

.

L..--

.

-4'~~

1

I

~

t:: ¡¡;

~

-

Illl=iilíl"""

.

~

.

.

!=

-

1'"

(f!:.;",,;, .

lo

-c::;,;;:,¡

¡,.

~

· ,.

Iii'"""

~

.,.----;.

.~

..

~;,.

~

Iiii"'"

~~ Izo

- .,., ..

,.~

-

~

......-:-----.-

~~ I-'t .,..

.

~

r

'-.-;¡¡¡¡;

.~

~

~

.

. . ..;.';"~

. ;. ji.

.

~

",

.

.

}

~

~~ ~

.

1/

;~~

~

I

,..

..

r

r

11 2

~

,

..

I

1

,

··

~

.....,...,.-

f.

.....,"-.-. ;,. -

#

11

-

,

lIf

p

..

Jl

f

-

1-

... h

~~

~ 11

..

~

~

..

~

~~

~

~

.;.~ F-

.

í

.

~

------.

~.,..~.~

-~ ¡¡¡.-


ANGEL MISLAN 1862 -1911 La fama de este compositor se deriva principal. mente de sus danzas Sara y Tú y yo, que se han in· corporado definitivamente al repertorio puertorri. queño como dos de las má.s bellas obras del género. Sin embargo, Mislán desplegó mayormente su actividad como instrumentista y como director de bandas de baile. Nacido en San Sebastián del Pepino en 1862, des· de niño. recibió clases de música de su padre, quien le enseñó el solfeo y la mecánica del clarinete 'y el bombardino. Fue en este último instrumento donde descolló su virtuosismo. Según Fernando Callejo, le caracterizaba la «dulzura de expresión y corrección del fraseo» y «emitía los sonidos con tal privilegio, que sobrepasando la extensión del registro agudo con claridad y robustez deliciosa, de no presenciarse la ejecución lo que parecía oírse eran los sonidos de una flauta». De las danzas antes mencionadas, que fueron las únicas que publicó, Sara" es, según Calleja, la de mejor construcción armónica. En ella «aplica la técnica con 'elegantes dificultades para el bombardino... y revela en el ritmo la faz bohémica de su carácter». Otras de las principales composiciones de Mislán son Pobre Borinquen, Recuerdos y lágrimas y Ojos de delo. La presente edición de Sara se publica con motivo de la dedicación del busto del compositor en su pueblo natal, obra realizada a iniciativa del Comité Pro Busto a Mislán, con la colaboración del Instituto de Cultura Puertorriqueña.


M. PAREJA路 Printed in Spain Dep贸sito Legal: B. 19.360-1971

SEPARATA DE MUSICA DEL NUMERO 47 DE LA REVISTA DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUERA


interesante observar que desde el comienzo de la organización colonial. de la redacción de la partida de nacimien to, o como queramos llamar a los documentos que se van escribiendo y firmando para la acción española de Puerto Rico, no se prevé en ningún momento la conquista. No está hecha la previsión española para la población de Puerto Ri· ca, que es la palabra que se utiliza preferentemente, en modo alguno con la guerra. Se nombrará, naturalmente, un Capitán de las gentes de guerra, se prevendrá la defensa, llegará un momento en que habrá que hacer la guerra, pero no precisamente de un modo directo contra los habitantes de Puerto Rico, pero esto es inevitable. Mas lo que está claro es que todo el planteamiento inicial es sólo colonizador, civilizador, de exploración de la riqueza, de asentamiento de gentes, y de convivencia con los que ya estaban allí. Vaya hacer, en primer lugar, un esquema de la acción vital de Ponce de León. Ponce de León ha pasado al conocimiento general que todos tienen de la historia, más por la fama de sus sueños de explorador de la Florida que por su acción constante y duradera en Puerto Rico. Los \'isilantes de la ciudad de Miami quizá recuerden ese monumento pintoresco en que aparece el conquistador español en piedra blanca policromada dando el brazo a una elegante bañista actual. Esta es la impresión que quizá se tiene un pO,eo de la vida de Ponee de León: la ilusión por la Florida, por la Fuente de la Eterna Juventud, la ilusión de vivir. Pero esto no es todo, ya que lo importante en él es su con· dición y su acción comu colonizador; Juan Ponce de León, ganará la inmortalidad ante las generaciones futuras, no a través de la alcurnia de su nacimiento, sino de sus importantes hechos. Nacido probablemente entre 1460 y 1470, pues no hay precisiones exactas sobre ello, porque, aunque se hacen conjeturas de que si fue paje o servidor, o de si acompañó a éste o al otro, no se puede 'más que colegir su edad, lo cierto es que no existían todavía registros de nacimiento en aquel tiempo. Es un hombre que, emparentado quizá con los Guzmanes, quizá con los Ponces, que son tan frecuentes en el norte de Castilla, no tenía claramente una progenie noble. La nobleza es la de su persona, la de sus actos. Este hombre pasa a las Indias en el momento en que éstas son todavía un sueño, en cierto modo romántico, cuando se les llama por algunos "tierras de perdición" y para otros todavía tienen la aureola dorada de las promesas de Cristóbal Colón. No parece creíble que él pasara con Cristóbal Colón en el segundo viaje, como algunos dicen, porque una personalidad dinámica, activa e incansable como Ponce de León, sería extrañísimo que viviera diez años sin hacer nada. Es más creíble que a principios del siglo XVI pasara con Frey Nicolás tIe

Ovando en aquella exploración que, en cierto modo quería renovar todo lo que se hubie"ra hecho mal, restaurar los daños que se hubieran producido y que vino a sustituir el gobierno de los Colones en las Antillas. Es un hombre nuevo que llega con una organización nueva y, como tal, se incorpora, des· de el primer momento a las gestiones que haya que hacer en la Isla Española, a donde él va. Y allí, aparte de su intervención en la conquista de Figué, vemos su actuación futura ya perfilada en que, mientras todos los otros españoles se ocupaban, más o menos, de la vida y de las modas y modos de las gentes de la isla Española, él es el primero que construye una casa de piedra. Se hablará muo cho luego, de estas casas de piedra que él había construido. Es, desde el comienzo de su estancia en las Indias, un constructor, tin hombre sólido, que no se contenta con vivir en un sitio, sino que, como hacían los viejos hidalgos castellanos, fun. daba un solar. Las casas solariegas no son más que esto: el apuntamiento en un lugar. Es en estas condiciones cuando este hombre, que se ha distinguido en la guerra india, es destinado a Borinquen. Borinquen, en nombre de los indios, isla que habría de llamarse de San Juan. Es curiosa esta coincidencia del nombre propb del colonizador con la advocación a San Juan que se da a la Isla. Ha habido pues -es una curiosa anécdota o comen. tario- una transposición: lo que era la isla de San Juan ha pasado a calificar a solamente la ciudad, y lo que era Puerto Rico, que era lo referido concretamente a un lugar, ha venido a definir a la Isla toda. Entonces era la Isla de San Juan, y allí va nuestro hombre, aproximadamente hacia 1508, con una misión bien concreta de Ovando: va a dar noticia de cómo es la isla y a intentar poner en explotación sus riquezas. No se había visto hasta ahora -creo que soy yo el primero que lo ha puesto un poco de manifiesto- cuál era la misión de Ponce en esta exploración. Parece a simple vista que es una misión de Ovando, cuando, en realidad, lo que va es como socio del rey. Este Hato-Rey que hay en Puerto Rico parece que es un poco la pista que nos hace identificar la acción primera de Ponce de León· con los intereses del Rey Fernando. El Rey Fernando quería una persona de toda su confianza que pudiera allí, en sociedad con él, poner las tierras en cultivo, explotar las minas, sacar algún provecho; e iban -esto es importante- al cincuenta por ciento, como veremos después en la serie de liqui. daciones que tiene que hacer en tiempos posteriores, con la reseña de lo sacado en oro y también en productos de la tierra, en cada uno de los años: la mitad le corresponde a él y la otra mitad al Rey. Esta asociación con el Rey, esta fidelidad muchas veces en duda y hasta calumniada, pero de la que el Rey nunca dudó, ya que le ratificó su confianza


en cada momento, es lo que quizá explica cómo Ponce de León, a pesar de la serie de avatares, de disgustos, altos y bajos, que tiene en su vida política y en su vida pública, va a conservar siempre el favor del Rey, que constantemente le encarga misiones de responsabilidad y de confianza. Cuan· do está poniendo en conocimiento de Ovando las riquezas de la Isla, es nombrado Virrey de las In· dias Diego Cofón. Ha habido un primer pleito entre los Colones y la Corona, y el Rey Católico, con esta gran habilidad que a él le caracterizó, sin prejuzgar el" resul· tado del pleito, por gracia -dice textualmente en su designación a Diego Colón-, le concede el Al· mirantazgo, que es el título en que aparece siem· pre Colón en los documentos, de aquellas tierras. Es decir, todo lo que llevaba su padre Cristóbal inherente en las Capitulaciones de Santa Fe. La lIe· gada de un nuevo gobernante, el fin del régimen de Ovando, significa un cambio en la situación de Ponce en la Isla. El ha sido, al mismo tiempo, un representante del gobernador nombrado para las islas por el Rey y, por otra parte, es el administra· dar de sus bienes. Todo esto entra en un momento de confusión cuando Diego Colón acuerda nombrar Alcalde Mayor de la Isla a Cerón. Hay una serie de tiranteces entre los gobernantes nombrados por Diego Colón y la actitud de Ponce, hasta que éste comprende que 10 mejor es cortar por 10 sano, y embarca para la Península a aquellos con que gene· ralmente choca, porque su nombramiento es de una autoridad menor que la del Rey de quien ema· nan los nombramientos, las autorizaciones que él tiene. Y así se queda de señor de la Isla. Este es un dato que es importante para entrever la personalidad de Ponce de León. Es un hombre que actúa con energía y dinamismo, que toma soluciones originales para resolver un problema, cual es el de enviar a la superior justicia del Rey el problema y enviarle, además, a todos los que le molestaban allí, apoderándose de sus varas y de sus insignias, de su mando, pero, al mismo tiempo, para tener manos libres para continuar la acción que se había impuesto. Había entonces -y seria muy largo detenernos en la exposición de ellouna actitud que no podemos llamar de corrupción, pero sí de intereses en España por las Indias, y es conceder en aquellas tierras bienes, indios, posibilidad de explotación a aquellas personas a quienes se quería hacer merced. Y entre ellas estaba un tal Don Cristóbal de Sotomayor al que los Reyes -ya había muerto la Reina, pero todavía se sentía Don Fernando vinculado a ello- debían bastante. Era Don Cristóbal de Sotomayor, procedente de la familia de los Condes de Camiña, que se habían su· blevado en los tiempos primeros de la monarquía unida de Aragón y Castilla y que habían dominado por medio de la expulsión del territorio y la entre24

.

ga de los bienes a sus hijos. De esta manera los Reyes querían premiar la lealtad del hijo de los Condes de Camiña dándole tierras. Estos Sotoma· yor eran tío y sobrino, y es indudable que fueron gente que abusaron de los indios. Los indios de Puerto Rico eran gente pacífica, muchos de ellos agricultores, productores -había pocos recolecto· res-, y estaban luchando constantemente contra otros indios más fieros, caníbales, que eran los ca· ribes. Ellos habían admitido con docilidad lo que llamaríamos en términos modernos "el cambio de soberanía". Habían admitido el mando español, mientras los españoles, siguiendo las directrices de -Ponce de León, hacian una administración y una organización de tipo humano, de hacer que produjeran más los indios, pero sin sobrecargar excesivamente su trabajo ni tampoco desarticular su vida tradicional. Les obligaban a trabajar, sí, pero no deshacían los poblados. Don Cristóbal y su sobrio no no fueron lo mismo. Abusaron, se les advirtió que no lo hicieran por medio del intérprete indio que tenían, que les dijo que no volvieran a Ablala que, era donde había ya una resistencia indígena bastante grande, y cuando llegan allí son muertos por los indios sublevados. Realmente los indios odiaban a aquellos que habían ocupado sus tierras patrimoniales y que habían abusado de ellos. De esta manera se encontraba Ponce de León ante un problema nuevo, que era que, no habiendo habido capitulación alguna que previniera la gue· rra, no habiendo habido ninguna indicación de que se conquistara por la fuerza de las armas la Isla, tenía que hacer llamada general para que acudie· ran todos e ir a dominar a estos indios. Hay en toda acción represiva dos momentos; uno, el de la guerra, el de la campaña punitiva, que va contra todos; después 'hay un segundo momento, que es el buscar a Jos jefes. Ponce demuestra en estos dos instantes de la guerra la cualidad de su espíritu y, además, la inteligencia de su conducta como go· bernante, porque actúa con eficacia como jefe, como capitán de armas de la Isla y, finalmente, castiga y reprime la sublevación. Después, pensan· do que los que habían cometido los atropellos y la sublevación eran, unos directamente y otros por simpatía, todos los caciques de la Isla, determinó que la búsqueda de los cabecillas hubiera sido quizá el mantener un estado constante de guerra, una si· tuación de intranquilidad. Y vemos, 10 que algunos cronistas han dicho de los miles .de indios subléva. dos, que no los había tantos en la Isla; simplemen. te pensamos en aquellos agricultores que habían llegado a soportar las vejaciones de unos cuantos y que se habían levantado contra ellos. Reprimidos, vueltos a sus alteas y vueltos a su vida tradicional, los indios quedaron ya pacificados y no se harían represalias totales contra los jefes. Hay después en la vida de Ponce de León nu~


vos avatares que le hacen pensar qUj:! se ha enrare· cido el ambiente de la Isla, que vienen nuevos gobernadores y que quizá, (pensando también en un refrán, que ya debía existir también en Castilla, de que cara del hombre hace milagros y en que se habían producido distintos escritos contradictorios), lo mejor sería que él se desplazara a España. Para ello, Ponee de León, después de muchos años de estancia en las Indias, pasa a España para exponer al Rey la situación de su hacienda, y lo confuso que era todo lo que allí sucedía y, quizá con el deseó de obtener algunas reivindicaciones persona· les que le parecían justas. Ponce había fundado en Caparra una casa de piedra. Los que hemos estado en Puerto Rico he· mas ido con devoción a aquel santuario que son las piedras fundamentales, el cimiento de la casa de Ponce, en lo que hoy se llama "Caparra-Heights" en una mezcla anglosajona-hispánica, que suena realmente mal: "Los Altos de Caparra". Allí para evitar las humedades del lugar, de que tanto se quejaron los primeros pobladores, él había levantado, no un bohío, no una cabaña al estilo de tantos colonizadores, sino como había hecho antes en Santo Domingo, una casa de piedra. Muchos pensaban -el mismo Cabildo de Caparra- que aquel lugar no era bueno. Quizá no era bueno -hoyes uno de los sitios más bellos de Puerto Rico- entonces, pero lo cierto es que no era seguro. Pensaban probablemente muchos de los ocupantes de la ciudad de Caparra que, enfrente tenían un lugar más se· guro en una isleta, que era fácilmente defendible. Hay que decir que aquellos pobladores tenían una gran previsión de 10 que en el futuro iba a ser esta isleta para la defensa de la Isla, la inexpugnabilidad que iba a tener frente a los ataques de los holandeses, y de todos los que quisieron apoderarse de ella. Es evidente que tenían plevisión estratégica los que pretendían el cambio de la capitalidad des· de Caparra. Para defender esto y algunas otras cosas, pasa, hacia el año 1514, Ponce a España, y hace una serie de capitulaciones con el Rey. Renovación de lo anterior pactado con el Rey, a pesar de todos los in· formes adversos que venían de la Isla, consecuencia de las luchas institucionales y sociales de los españo. les que la habitaban. El Rey le da el nombre de Adelantado y Justicia Mayor de Florida, que él, en un primer viaje, en 1513, .había descubierto. Todavía creería durante mucho tiempo Ponce que esto era una isla, y así se la nombra en los documentos. Con esta nueva había llegado ante el Rey, y éste le con· cedía su confianza para que hiciera una expedición más amplia, con un nombramiento que le daba toda autoridad. Pero, como en todas las capitulaciones que hacía la Corona, en .éstas firmadas entonces se echaba todo el peso sobre los hombros del particular. En efecto, el Rey daba autorización, conce·

día cargos y sueldos, pero no con cargo a la Corona, sino a las rentas que se obtuvieran de la tierra. El Rey daba todo género de facilidades para que se extrajeran de las tierras españolas o americanas, caballos y hom\:)res, y que se pudieran construir barcos si necesario fuera. Pero todo lo demás, las obligaciones de poblamiento, de evangelizar, de ga.rantizar la justicia y el orden, de evitar que la \'ida de los pobladores estuviera en peligro, para lo cual tenían que construir defensas suficientes, todo re· caía sobre el colonizador. Este generalmente lo admitía con gusto porque la obligación llevaba apa· rejada una gran responsabilidad pero también suponía una libertad de acción completa. Tenemos, por tanto, que.a los diez años de haber hecho sus primeras armas en La Española, victoriosamente, contra los indios, quedaba Ponce investido de esta autoridad de Adelantado y Justicia Mayor. Adelantado era en Castilla el cargo gubernativo, de todas las regiones limítrofes y fronterizas con tierras hostiles desde la época de la Reconquista; Justicia Mayor quería decir que tenía, en cierto modo, la representación de una de las fun· ciones más alta del Rey, que es la de la justicia. Igualmente se le ordenaba en estas capitulaciones, que se expiden en septiembre de 1514, la obligación de proceder a la población. A mí me ha emociona· do siempre el leer, hasta 1580 en que Felipe 11 hace sus ordenanzas definitivas para la pacificación y para la gobernación de las Indias, de qué manera se reitera la palabra población. Parece como, sin saberlo, de modo inconsciente, reviviera en el carácter de los españoles l~ vieja palabra romana de "colere". Colere, poblar. Por eso se llamaron colonés las agrupaciones de hombres que iban a un determinado sitio a hacer esta población. Se insiste, por lo tanto, no sólo en que se organice la tierra y en que se extraigan las riquezas de ella, sino en la obligación de poblar. Como si España entonces, hubiera sido una península sup~rpoblada, como si hubiera sido una necesidad, que no la ha· bía, de colocar en algún sitio los excedentes huma· nos, se ponía esta indicación de crear hogares, solares, para los que se desplazaran a las Indias. Investido de esta manera, Ponce de León va a volver de nuevo a Puerto Rico, además con una misión relativa a la Isla. Siempre va a ser Puerto Rico el centro de su preocupación. Esta investidu· ra era de la mayor responsabilidad. Va como capitán de la Armada contra Caribes. No se ha destacado lo suficiente la importancia de esta decisión real. Los caribes eran el peligro tremendo que tenían todavía los españoles. Cuando no habían aparecido entonces los piratas ni la enemistad armada de las naciones europeas, eran eUos el peligro primordial. Y así como más adelante se dejaría. cuan· do se constituyen los Virreinatos, la defensa del país en manos de los propios moradores, se iban

25


a organizar las milicias, y a construir las fortalezas con las propias gentes y los propios recursos del país, antes de la muerte del Rey Católico, es decir, en el tiempo mismo del Monarca descubridor de América. La Corona española organiza una Armada y aporta sus fondos para repeler las agresiones de los caribes. Se indica ya entonces la diferencia de la acción contra el indio agresivo, flechero, caníbal, canoero, que es la figura del invasor caribe, frente al indio dócil, agricultor, capaz de ser reducido a la quietud y con cuya colaboración se contaba. Ponce regresa a San Juan y sigue siendo en la Isla Capitán de la guerra, lo que le crea una serie de dificultades con el que actúa como gobernador de ella, Velázquez. Surgen una serie de pleitos que son penosos de leer, porque p,once exhibe credenciales del Rey, pero los oficiales reales no hacen caso de ellas, como si la firma del Rey no valiese lo mismo en un sitio que en otro, porque ellos no han recibido aún el traslado o comunicación. Y esto incita a Ponce a un segundo viaje a España. Este viaje es promovido también porque su socio en la explotación económica de la Isla ha muerto. El Rey muere, y hay auras nuevas en la gobernación de aquellas islas. Todavía no se habla más que de islas en aquel momento. Estas auras son las que Jiménez Fernández ha llamado el Plan Cisrzeros·Las Casas, la gobernación de las Indias por padres jerónimos, verdadera utopía que se intenta realizar en pleno siglo XVI; utopía medieval, pero también muy cercana al pensamiento de un Campanella o de un Moro. Utopía era pretender que unos frailes, sin experiencia política, ni social, ni económica, pudieran ser los administradores de aquellos territorios que habían sido, al fin y al cabo, dominados por ras armas y por la superior cultura de las gentes de Europa. Tiene Ponce que aprovechar esta coyuntura y pasa a España y está -aunque no haya documentos sobre ello- en contacto con los frailes jerónimos. Coincide en Sevilla con ellos cuando van a partir. El reclama una serie de sueldos que se le deben de años; los oficiales de la Casa de Contratación se niegan a pagárselo, pero llega en un momento dado una orden de los frailes jerónimos diciendo que, efectivamente, él no ha cesado en su cargo de Capitán de la Armada contra el caribe y que se le deben abonar. Y -extraño en la administración es· pañola-, inmediatamente se le' entregan. Es entonces cuando una serie de nombramientos, concesiones y prescripciones y también -y esto me parece que soy yo el primero que )0 ha notado- se le entregan los papeles para que los haga llegar más lejos. Entre estos papeles lleva nada menos que el nombramiento de Vasco Núñez de Balboa, para el adelantamiento de la Mar del Sur. Aparte de los papeles que le envían directamente a Balboa, él es el portador de las copias oficiales, y esto, en cierto

26

modo, pone de manifiesto cómo el cambio de la situación, la muerte del Rey, no ha hecho perder en los oficiales centrales de la administración me· tropolitana la confianza en el colonizador Ponce de León. . Después de algún tiempo en España, en 1517 llega nuevamente a Puerto Rico, liquida la Armada y entonces se dedica, en 1518, a la organización de la nueva fundación. Tiene que tomar parte en la polémica· del traslado de la capitalidad desde Capa. rra a Puerto Rico, a lo que hoyes San Juan, de las tensiones de los propietarios que no quieren abandonar Caparra, de los que ya, sin embargo, tienen explotaciones en la Isla. En ellas interviene personalmente el propio Diego Colón -hay una sesión del Concejo a la que asiste Diego Colón- que ha vuelto nuevamente a las Indias, ganado su pleito por laudo del Consejo. De esta manera decide salir a ocupar las islas, en busca de la fuente de la Eterna Juventud. Digamos, ciertamente, que en ningún documento, en ningún papel oficial, se hace refe· rencia a esto que acabo de mencionar, pero los cronistas lo refieren después. Es curioso cómo todavía aletea en la mente, en la ilusión de aquellas gentes, una utopía plenamente medieval. Pensaban con la misma mentalidad que los alquimistas de los siglos XIV y xv, que buscaban la trasmutación de los metales, pensaban en la posibilidad de que existiera aquella fuente, aquella agua que podría devolver la perdida juventud. Y así es aunque no figure oficialmente, quizá por rubor de los que redactan las instrucciones a Ponce. Pero el hecho de que los cronistas después lo. mencionen hace pensar que, por lo menos en el ambiente, figuraba de un modo oficioso ]a idea. Se conoce de qué modo va a terminar esta misión. Pero sin que haya hecho algunas cosas impar. tantes antes Ponce de León. Ha enterrado su honor en Puerto Rico; ha casado a su hija con el licenciado De La Gama, que es uno de los hombres que más importancia va a tener en este momento inicial de la transferencia del eje, de los descubrimien. tos al istmo de Panamá y, por lo tanto, del Pacífico, y que va a intervenir, como sabemos, de un modo decisivo, en todo este movimiento. Y está ya su segunda hija comprometida con Troche, que va a ser después el albacea testamentario y el heredero, con su hija, de los bienes de Po.nce. Después sal~ para la Florida, allí al primer desembarco, ~s herido; probablemente una herida que hoy sin duda, con unas inyecciones de antibióticos se hubiera curado fácilmente, pero que, sin" embargo, a él le va a causar tan alta fiebre que se da cuenta de que ya no puede volver a su amada Puerto Rico. y hace que enfile su barco la proa hacia Cuba, donde muere. De esta manera vemos la trayectoria, que no es de muchos años, de la estancia de Ponce de León


en Puerto Rico. Sin embargo, esta estancia estará llena de quehacer, es tan intensa que podemos decir que todo lo que es Puerto Rico después está ya preformado en este planteamiento de fundaciones, de explotación, de tratar de levantar el estado de los indios, del gran colonizador que es Ponce de León. Analizando lo que es la acción de Ponce en Puerto Rico, tenemos que ver, en primer lugar, qué es o cuál es la actitud de él frente a la Corona, que le ha concedido su confianza. El Rey ha tenido tanta confianza que le ha. entregado la administra· ción de sus propios bienes. El Rey dará en uno de sus escritos, una instrucción a Diego Colón, dicien· do: " ...porque sobre la población de la isla de San Juan se tomó cierto asiento por mi mandado con Juan Ponce de León y mi merced y voluntad es que en aquella no haya innovación, hasta que yo mande proveer otra cosa sobre ello, por ello Yo vos mano do que en todo 10. que vos recibiéreis le favorez· cáis así para las cosas que el hubiere menester sao car de la dicha isla de San Juan, como para cual· quier otra cosa que convenga para el acrecentamien· to y población de la Isla. Pero se entiende requi. riendo vos él para ello y no de otra manera". La confianza completa de todo, incluso extraer de la isla Española todo aquello que él necesite. No "por. que vos se 10 digáis", sino "requiriéndoos él", la iniciativa libérrima del colonizador. 'En otro sitio se dice más claramente a Ponce, después de todos los sucesos con Cerón, en 1511: "Os vendréis a donde yo estoy dejando a buen recaudo nuestra hacienda y se verá con vos en que se podrá emplear según vuestros buenos servicios." En otro lugar, en 1512, en una carta a Sancho Velázquez, se le dice: "Atendiendo a que Ponce no pudo apartar su granjería de la nuestra y la aparo tó poniéndonos a sí a muchos indios, y la nuestra también, ved si deberá pagarnos la mitad de 10 gran· jeado en la suya." Es decir, que se declara claramente la sociedad del cincuenta por ciento que hay entre los dos,' Rey y Ponce. Esta confianza que es personal, en la honradez, en la honestidad, en los buenos servicios y en el buen recaudo que Ponce de León pone en la hacienda del Rey, viene confirmada cuando teniendo aquel mando en la Isla, Fer· nando el Católico le nombra "para que hagáis las veces de Gobernador". No le nombra Gobernador; no quiere confundir una funci.ón gubernativa con una función privada que lleva y por eso se resiste a darle un cargo oficial. Le nombra para que lleve, en tanto se provee, la gobernación. de la Isla. Algu. nos historiadores en la actualidad, dicen que el primer Gobernador de Puerto Rico fue Ponce, cuando en realidad fue el primer gobernante, el primero que tiene el mando político, pero no existe ni se ha encontrado la credencial de Gobernador. Pero actúa como Gobernador y es gracias a su función

como tal de la manera con que se salvan las situaciones que ya hemos visto. Pero sí será Capitán de la Isla por el Rey. Esto es otra cosa: ia confianza que pueda tenerse en la acción de armas de un hombre ya probado, si podría darse. Y así dirá el Rey: "Les mandamos a los Concejos, Justicias, Re· gidores e ames buenos de esa Isla que de aquí adelante le hayáis o tengáis al dicho Adelantado Juan Ponce de León por tal Capitán como sus altezas, por re~es provisiones, lo mandan": es la orden de que se le acepte como tal jefe. Del mismo modo, para que sus merecimientos y autoridad como Capitán de la Isla no rocen, con las que puedan deri· varse del Capitán de la Armada contra Caribes, se dirá en 1512 también: "Y esta partida que vos ahora movéis, otra persona me lo había movido, que era suficiente, (está refiriéndose al hermano de Cristóbal Colón, al tío de Don Diego). No tenia buen caudal para lo poder hacer y conviene a nuestro servicio que se haga. Para los hacer merced y porq].le vengais que tengo gana se os manda tratar bien por hacer lo que hicisteis en San Juan, por mi mandado." "E acordado de os lo da;r a vos antes que a otra persona ninguna e porque sobre 10 uno e lo otro os dará luego de mi parte el dicho Pasamonte.. dadle entera creencia." Del mismo modo, y fortaleciendo su autoridad, el Rey Fernando dice que "agora y de aquí adelante y en toda vuestra vida seades mi Adelantado en la Isla Florida y Bimini, que vos habéis descubierto". Las llama islas a las dos. "Yen la otra isla e tierras que en aquellas partes descubriéredes por nuestro mandado, que no h'4yan sido descubiertas por otra persona alguna e podáis usar e uséis de dicho oficio en todo 10 que a él anexo e conveniente, según e como lo usan los nuestros Adelantados en estos Reinos de Castilla." Adelantado, Capitán de la Armada contra Caribe, Capitán de la Isla, la ~onfianza en Ponce para aquellos momentos últimos en que hubiera que echar mano del recurso final, que es el de las armas. Pero Ponce no seria el hombre que estamos ponderando, si solamente sus movimientos fueron de descubridor y gobernante en nombre del Rey, en una situación interina, por otra parte, con una gran docilidad y sumisión a las órdenes reales cuando éstas le eran adversas y cuando se registra su resistencia a Cerón, al que tiene que devolverle la vara cuando nuevamente Diego Colón quiere inter· venir. No sería más que un descubridor, un conquistador (y además, sin fortuna, sin éxito, porque como descubridor apenas descubre La Florida, pe· ro no la ocupa; como conquistador, como no era tierra de conquista la isla de Puerto Rico, no había hecho nada más que ocuparla y apenas. someter o dominar la sublevación). Su verdadero renombre tiene que pasar, y pasa, a la historia como fundador, como civilizador. Ponce es realmente el fundador de la vida civilizada en la Isla, y se reconoce desde

27


el descubrimiento en documentos bien claros. Se dirá en 1509: "Vos doy licencia e facultad para que podáis vos, e todas las personas que con vos quisieran ir e lleváredes, poblar y estéis y pobléis en cualquier lugar o parte que mejor vos pareciere de toda la Isla de San Juan, 10 cual todo habéis de tener con las condiciones y según el uso en la isla Española." Se echaba naturalmente mano de la experiencia que ya existía. Y después se le dice: " ... y todo lo demás". Que cuide de que otros no hagan cosas contrarias al criterio de fundador y poblador que él tenía. Y así, cuando habla de Soto· mayor, dice que es su imprudencia lo que le lleva a la muerte, como hemos visto, producida porque no llevaban aparejo de poblador, salvo espada y broqueles. Estas son palabras de Ponce de León explicando el porqué de tal fracaso. Lo había recibido porque creía que venía en misión de poblado. Ponce había leVantado poblaciones tie españoles en varios puntos bien claros de la Isla, incluso San Germán, nombre de una fundación atribuida a Sotomayor, en memoria de Germana de Foix, la segunda esposa de Fernando el Católico. Viene la catástrofe, y él dice bien claro: " ... y esto sucede porque aquellas gentes no llevaban aparejo de pobladores, sino espada y broqueles." Está bien clara su idea de que no se puede ir solamente con las armas a ocupar la tierra y sacarle, sobre todo, un rendimiento. El Rey escribe a Ponce eh esta ocasión, en 1510: "Porque yo tengo mucho deseo de que esta Isla de San Juan se ennoblezca e pueble como es razón, pues con ayuda de Nuestro Señor yo espero que será muy- abundosa en todo. Yo os ruego e encargo que por servicio mío, con el cuidado e diligencia que yo de vos confío y espero, que lo haréis, trabajéis como la dicha Isla se pueble lo más antes mejor y antes que se pueda, que yo envío a mandar al Almirante Gobernador de esas Islas que vos dé todo el favor e ayuda que para ello menester hubiéredes, en lo cual mucho placer e servicio me haréis." El Rey, al mismo tiempo que se hacía eco de los deseos poblacionales de Ponce de León, quería distinguir bien claras las jurisdicciones y que el Almirante Gobernador de todas las Islas, manejara con respeto las actividades de Ponce de León, y viniera obligado a darle todo lo que se le pidiera. Todavía Ponce tiene otro intento, cuyo resultado es la primera fundaci6n importante, la de la ciudad más antigua, pudiéramos decir, después de la Es-· pañola, que es la fundaci6n de Cap'arra. De él dirá, en un párrafo muy expresivo, el cronista Fernández de Oviedo (que fue contemporáneo suyo, y que además vivió muy cerca de los Reyes Católicos), y en relación a esta fundaci6n: "Era hombre -Ponce- inclinado a poblar y edificar. Mas este Pueblo -se refiere a Caparra-, por la posici6n del asiento, fue malsano e trabajoso porque estaba entre mon28"

tes e clenagas y las aguas eran aquijosas e no se criaban los niños. Antes, dejando la leche, adolescían que se tornaban de la color de la pique y hasta la muerte siempre iban de mal en peor, y toda la gente andaba descolorida y enferma:' Pero en su defensa, aunque hace una crítica adversa de la población, del lugar donde estaba el poblado, empieza reconociendo que era hombre inclinado a poblar y edificar. Las dos notas que venimos destacando como propias de Ponce de Le6n. En 1519, Fray Luis de Figueroa dice: "E pocque el Adelantado -ya había sido Ponce nombrado Adelantado en la Florida- Ponce de León ha gastado mucho en hacer y edificar una casa de piedra que tiene hecha, permiti6 que el dicho Adelantado pueda vivir en la dicha su casa todo el tiempo que quisiere con tanto que el solar o solares que le fueren dados en la dicha nueva ciudad los tenga cerrados e tenga en ellos su casa pública e acuda e vaya todas las veces que fuere menester a Cabildos e a prever todo lo que demás se refiere como Capitán e Regidor que es de la dicha Isla e ciudad." Este era el problema que había planteado Ponce cuando se habl6 de abandonar Caparra: si se traslada la ciudad a lo que hoyes San Juan, él tendrá dificultades para asistir al Cabildo, del que era miembro regidor, no podría cumplir con sus funciones de Tesorero, pues era en su casa donde se guardaban los fondos como, según estos razonamientos, Ponce no podría hacer ninguna de las cosas que le eran obligadas, los Padres Jer6nimos acuerdan que conserven su casa en Caparra, pero que admita tener casa y solar cercado en la nueva ciudad y que éste no sea un baldío entre las demás construcciones, y quede formando una especie de lunar en la nueva población. Por esta razón le ordenan que edifique en él, que tenga la casa poblada y que, además, garantice que puede acudir a las reuniones del Cabildo. Ponce se atendría a estas órdenes, pues coincidían con sus propias ideas. Ponce piensa que el poblador ha de tener casa, familia y llevar una vida ordenada como en Castilla. Ya este problema se le había planteado como gobernante, en el tiempo que fue Gobernador interino de la Isla en nombre del Rey. Era ésta siempre la primera dificultad que se les presentaba a todos los gobernantes españoles de la primera hora, y para resolver la cual, la legislaci6n castellana, no tenía nada previsto, puesto .que ésta era la primera acci6n colonial que se intentaba. Es precisamente por causa de las circunstancias nuevas de las que van a nacer las leyes que luego se llamarían "de Indias", que las futuras leyes son hijas quizá de una serie de disposiciones puramente casuísticas, que van resolviendo los problemas que se suscitan. Es Ponce de León uno de los primeros gobernadores de Indias que tiene la clara visión de esta dificultad, y por ello, actuando canto Gobernador, expide las


primeras ordenanzas de convivencia, de relación con los indios, de explotación del terreno, que se hacen en la Isla y en América. Son unas ordenanzas realmente sabias y muy breves: "Primera. QUe los vecinos que tengan más de dos mil castellanos de hacienda para arriba construyan casas de piedra (esta es su obsesión), con lo -que las ciudades estarán mejor defendidas de los ataques; Segunda, que los vecinos que ten· gan indios asignados en encomienda y sean casa· dos. en el término de dos años lleven a sus esposas o pierdan los indios." Nada de dejar las esposas en Castilla y gozar de plena libertad en las Indias, en· riqueciéndose con el trabajo de los indios de encomienda. Aquellos que quieran realmente poblar, podrán edificar su hacienda, podrán hacer su pequeña fortuna que les permita traer a las esposas. Ahora bien, si son aventureros simplemente, entono ces perderán los indios y se les quita la razón fundamental que podría avalar el que ellos se instalaran allí. "Tercera. Que nadie tome indios naborías de los caciques que estén encomendados a otras personas, so pena de multa de cincuenta pesos de oro," (Cincuenta pesos de oro era--realmente una pena muy grande). Gran parte de los conflictos que habían surgido nacían de que cuando alguien, que tenía indios, se trasladaba a Santo Domingo, o se le removía del cargo y venía a España, o moría, se hacia reparto de sus indios entre los que quedaban. Para evitar todas estas cuestiones. zanjaba, a priori, todo posible pleito, diciendo: nadie podrá tomar estos indios hasta que no se resuelva una nueva distribución, y Cuarta ordenanza: "que los vecinos planten determinadas clases de árboles frutales". No pensaban solamente en la explotación del te· rreno, sino en convertir aquello en lo que debía ser: en un vergel, en una tierra que produjera. Bajo las palabras "determinadas clases de árboles" se adivina una ordenación, la idea de una planificación. En sus relaciones con los indios se nos muestra humano e inteligente. El comprende que la riqueza de una tierra no es lo que hay debajo de ella, las minas, como muchos creían, ni Jo que se pueda sao car cada año de las cosechas, que la verdadera riqueza de las naciones son los hombres que las pu~blan, las gentes que las trabajan. Y las gentes que trabajaban y poblaban aquellas islas eran los indios, y a ellos tiende toda su acción, a su con· servación, a que no se alterara su régimen de vida, que su incorporación fuera una incorporación y asi· milación lenta, en que los indios fueran penetrando en los modos de vivir del europeo. Hay un texto real que se ve claramente está inspirado y apoyado en ideas de Ponce; es del año 1514, y dice: "En lo que decís que la guerra en esa Isla ha habido y el mal tratamiento de los indios, y que esto ha sido causa de se alzar, porque no ha habido quien de ello tenga cuidado y que la declaración de las ordenan·

zas se procurase hacer que ellas se _guarden, pues vos, ciertamente, con la justicia, sois ejecutores para la hacer guardar, que con esto se remediará lo presente y lo porvenir." Había unas Ordenanzas, éstas prohibían abusar de los indios, lo que había sido motivo de "se alzar", como dice este escrito, que indudablemente está dictado por Ponce, cuan· do estuvo en España y que hace referencia a pala· bras suyas. En relación con el indio, a Ponce preocupa de un modo primordial ]a conservación de los contingentes indígenas y de ello se ocupa en una serie de ordenanzas, más completas, que a este res· pecto dicta. Su esencia es que los indios vivieran conforme a buena política junto a las casas de los españoles, construyendo bohíos y teniendo hama· cas para que no duerman en el suelo; que se les garantice la ayuda y manutención, ya sea propúrcionándo las labranzas de donde la saquen o por raciones en las que ha de figurar la carne los domino gas para los campesin'os y una libra a los mineros; se les facilitará vestido y plantación de algodón, para que tengan materia prima. Este es un resumen que hago yo de todas estas ordenanzas, muy completas, y con la reiterativa del tiempo. Se mantenía la jerarquía de los caciques y el orden de sus fami· Iias; se proporcionaba a los indios enseñanza religiosa; instrucción de las cosas de la Ley divina y también medios para cumplir los oficios dominica· les y festivos para lo que se ordenaba la construc· ción de iglesias, y los Obispos -no los había todavía allí y Ponce se refería a los sucesivos Obispos de la diócesis americana- procurarían curas para ellas. Se procuraría que los indios viviesen dentro de la ley cristiana, abandonando la poligamia, mano teniendo su esposa sin cambiar y casándose por la Iglesia cuando sepan lo que hacen. "Cuando sepan lo que hacen", frase que ~ncierra todo un tratado de evangelización y de buen hacer colonial. Ningún indigenista de hoy mejoraría este criterio. No imponer las cosas sin saber lo que hacen. Bautizar indios. Debe darse a los encomenderos protección al indio local y al esclavo caribe o caní· ~al apresado en guerras, procurando que entre ellos salgan algunos que sirvan de maestros. El trabajo se regulará en el campo, estableciéndose un descanso,- aparte de los dominicales, de turno entre los indios que tenga cada encomendero, que si tienen esclavos los trataran mejor que a los esclavos que hasta entonces habían tenido. Recordemos, in· sistiendo, que aunque la esclavitud no existía legalmente en las Indias, estaba permitido hacer esclavos a los indios caribes, los indios caníbales, los indios de flechas envenenadas. Según las ordenanzas de Ponce, ningún indio, varón o hembra, podría trabajar hasta haber cumplido los catorce años. La legislación inglesa no incorporó la prohibición de trabajo a los niños hasta fines del siglo XIX. Las mujeres embarazadas no han de trabajar. y des·

29


pués de dar a luz se ocuparán, hasta la edad de tres años, de sus hijos y de criar a éstos. Igualmente, las mujeres de indios encomendados o las solteras no sujetas a servicio, si trabajan 10 harán mediante el pago de jornal. Los indios podrán realizar sus fies· tas según su costumbre. El indigenismo actual pre· viene que el indio debe ser incorporado a la vida comunitaria de la nación, pero conservando en 10 posible sus tradiciones y sus formas de vida y esti· lo, la celebración de culto, etc. Pues ya Ponce ordenaba que los indios podrían organizar sus fiestas y ritos según sus costumbres, y que se trate con respeto a los indios, a los que no se podrá insultar, c:on penas de palos o azotes. Se llevaría un registro nominal de ·indios, así como éstos no podrán ser arrendados por un encomend~ro a otro. Existirían visitadores que girarían visitas periódicas y depositarían a los indios perdidos en manos de confianza. Los indios finalmente han de ser enterrados en cristiano. Vemos por todo esto, que el punto de vista de Ponce de León es perfectamente de conservación del indio tal como es, incorporándolo al trabajo del es· pañol, anexionado a éste, en 10 que hoy llamaríamos una promoción social y cultural que puesto que se buscara de entre ellos mismos algunos que pudieran servir de maestros de los otros, hasta que, finalmente, solamente la convivencia y el ejemplo sea lo que los salve e incorpore. Desde el punto de vista de la colonización material, Ponce de León comprende que no puede fundamentarse ninguna colonia próspera pensando solamente, como pensaban los señores de la Casa de Contratación, en el comercio. Que no puede sustentarse en la explotación de las riquezas minerales exclusivamente. Que todo esto, con lo cual Ponce de León se adelanta, con mucho, a teorías económicas modernas, no son más que signos de riqueza, pero no la riqueza misma. Que las riquezas de las naciones viene del trabajo del campo y del asentamiento de la población, nutriéndose de lo que el mismo terreno produzca. Por ello, su gran preocupación es poner en cultivo el mayor número posible de tierras y el aprovechamiento de los pastos, para que surja, por un lado, la agricultura, y por otro lado, la ganadería. Las cuentas de Ponce de León son unas cuentas ejemplares. Lleva minuciosamente relación de los conucos que tenían los indios, de lo que les correspondía a ellos para su sustento, de lo que correspondía a la Hacienda del Rey, del resultado que va teniendo la introducción de plantas europeas desconocidas en las Indias, como el trigo, ql,1e tanta dificultad tendría para criarse en Puerto Rico. De esta manera Ponce va procurando que la Isla sea suficiente a sí misma y que no haya de importar ni la carne ni los alimentos de otras islas. Tenemos, en cuanto a la labranza, algunas cartas

3D

del mismo Ponce que nos hablan con su propio lenguaje. "Hice hacer dos pedazos'de labranza, el uno junto al pueblo, que tenía cuatro mil o cinco mil montones para los pobladores, según en la capitulación se contiene. E el otro, a cuatro leguas en el dicho -Río de E... (?) Y de estos dichos conucos se hará para Su Alteza porque hasta aquí no he podido hacer más, ni mandar labrar en casa de los caciques para Su Alteza, que son cinco caciques los que mandé que labrasen sus casas para Sus Altezas." Vemos que, al tiempo que da cuenta de cómo cuida de la hacienda 'del Rey, va mostrando cómo se preocupa de un modo minucioso y pormenorizado, de que se distribuya en toda la Isla la labranza. En otra ocasión nos dirá: fIque los conucos de yuca que se crían en la dicha Isla de San Juan y en todas las otras indias, que son nuevas, son de poco valor, porque hasta de ser de edad para comer es mucho peligro de costa e de 10 que los conucos estén de por comer antes los de yuca de año y medio arriba hasta dos años, que es cuando se comen, son de mucho más valor e que valen un millar de la dicha yuca más que tres de los de nuevo e los mismos hacen". Aquí tenemos un estudio económico completo de la producción agrícola. Del mismo modo' se preocupará Ponce también de introducir el azúcar, una de las riquezas más grandes de Las Antillas. Nos lo dice claramente Fernández de Oviedo, al referirse a un ingenio de azúcar que fue Tomás de Castellón, ginovés, y dice que es "gentil heredamiento". Este Ginovés es uno de los que reciben permiso de Ponce para establecerse en la Isla. De igual manera se ocupó, como ya he dicho antes, de la ganadería, y habla de cómo cerca de Caparra tiene en derredor de sí .. muchos pastos e egidas e ríos para se abrevar de espacio de una legua para todo género de ganados de carnicería e bestias de carga". Estamos frente al primer español que va a utilizar este lenguaje en las Indias. El lo había hecho antes en Santo Domingo, y él lo está haciendo luego en Puerto Rico. Hemos ido consiguiendo, a lo largo de este examen una idea bastante clara de cómo Ponce es un hombre completo, porque es gobernante, militar activo y valiente explorador; pero que al mismo tiempo, es un colonizador, un fundador, con una verdadera obsesión per el levantamiento, no de bohíos, sino de casas de piedra, para que las ciudades puedan se mejor defender, como nos dice en su lenguaje. Tenemos por lo tanto, que la colonización de Ponce es a la romana más que a la fenicia. Es una colonización de asentamiento, de explotación de las riquezas del suelo, y no una explotación de tipo mercantil, de factoría. Ya vimos que su obsesión fue la de poblar y fundar, que fueran a las Indias, a la Isla, españoles que tuvieran que vivir y que, al mismo tiempo, poseyeran sus casas


y sus pastos, así como las poblaciones tuvieran sus ejidos y bienes comunales. Pensó en conservar al indio en su integridad y que hubieran poblaciones de indios junto a poblaciones de españoles, pero con su independencia, porque, además, comprendía que era mucho mejor la independencia de los caciques que proporcionarían los indios de servicio, los naboríos y los encomendados, que entenderse directamente con el individuo indio. Podríamos, -pues, decir que, en los momentos de una economía precapitalista, como era la economía del siglo XVI, Ponce de León se nos aparece como un honesto labriego castellano que piensa que otros podrán extraer las riquezas del subsuelo, pero que lo que él debe hacer es facilitar que los españoles que van a poblar ya asentarse trajeran a sus

familias. El es quizá uno de esos héroes civiles que merecen el respeto más que esos otros héroes brillantes de las batallas y de las conquistas. En la tumba de Ponce de León en la catedral de San Juan se expresa realmente un canto a cómo se puede ser león, ganando batallas civilizadas: "Hic iacent ossa leonis"; aquí descansan los huesos del león,' Fue un león valiente, decidido, que supo lo que es la entereza del hombre que lucha por la justicia, con la verdad y con la honradez, y por eso, cuando en Cuba rindió su viaje final que le procuró la herida infectada del desembarco en Flo· rida, seguramente descansó tranquilo, sabiendo que había cumplido su deber, que es un deber que to. davía alienta en todos los habitantes del mundo.


Las casas-fuertes en Alnérica Por

LAS "CASAS-FUERTES", COMO OBRAS DE DEFENSA, INAU-

guran en la Edad Moderna de la Fortificación, la larga serie de las que surgirán en los siglos XV, XVI Y después en el siglo XVIII. Durante el XVII escasearon estas defensas, probablemente, por la decisiva valoración de los "fuertes" regulares con flanqueo. Las "trazas" más primitivas de las "casas-fuertes", aun guardando la base cuadrada, son irregulares y están acomodadas preferentemente a las neo cesidades. Concepto defensivo que será fielmente seguido al paso de los tiempos, y cuyo origen hay que buscarlo en la Antigüedad clásica, como dice La Llave y Garda: "Al principio, en la antigua Galia, los nobles francos habitaban en las villas o casas de campo que habían pertenecido a los patricios romanos, y para defenderse en caso de necesidad, las rodeaban de un recinto de foso con una empalizada al interior.'" Los romanos hicieron sus tiendas generalmente para ocho hombres, y su atrincheramiento consis'tía en un foso y un parapeto formado con las tierras que resultaban de la excavación, a veces los re· vestían de tepes y los reforzaban con estacadas.z Esta construcción se generalizó a los campamentos, "en sus primeros tiempos campaban por cuerpos separados, como ·los demás pueblos bárbaros, sin guardar orden en la colocación de las barracas o chozos de que servían para resguardarse, pero no tardaron en reunir y ordenar sus campos y cubrirles con atrincheramiento".3 Polibio,· nos describe 1. La Llave y Garcla. Joaquín de••Lecciones de Fortifi· cación_. Madrid. año 1898; cit. págs. 32·33. 2. Ferraz, Vicente. -Tratado de Castrametación o Arte de Campar•. Madrid: año 1801; cit. págs. 19·20. 3. Idem. ídem; Cit. pág. 8. 4. Polibio Megapolitano. .Historia.. Edic. Madrid, año 1789 (traducida del griego por A. Rui Bamba).

32

JUAN MANUEL ZAPATERO

la evolución tan comentada por el Duque de Urbino, por Justo Lipsios y Claudia Salmasio en el Renacimiento. La defensa de la "casa", persistió en la Edad Media, su seguridad se basaba en la consistencia, por eso se revistieron con piedra labrada o muros de aparejo, defendidos por obstáculos: almenas, matacanes, etc. La "traza" cuadrada se conservó y se aplicaron en los ángulos, de manera irregular, torreones o cubos para los flanqueos. Precisamente en la aplicación de los cubos o torreones para los flanqueos, se basa la condición o característica para diferenciarlos de los "Reductos" o "Fuertes", de semejante base y relativamente de mejores proporciones para la comodidad defensiva. Esencialmente, las "casas·fuertes" están muy cerca de los "fuertes cuadrados" con baluartes, pero les distingue la irregularidad de las líneas, la distribución interna, su principio táctico y ser obras más reducidas. Fueron llevadas estas obras de defensa a las tierras americanas, justo en los primeros tiempos del Descubrimiento. Son, los firmes lugares de asen· tamiento y en ellas radicaría el impresionante despliegue de la actividad exploradora, de los espa· ~ ñoles. "Casa·fuerte" y "fortaleza" son obras sinónimas, apenas diferenciadas en los primeros tiempos del asentamiento hispano en América. Por ejemplo, en La Española (Santo Domingo), se construyó la "for· taleza" dispuesta por el almirante Colón en su pri. mer viaje, con la madera de la nao "Santa María", que denominó "Villa de la Natividad", levantada en diez días, a la que se rodeó de fosos -se trata de la primera defensa construída por los españoles 5. ~Justi Lipsi de Militia Romana. Libri Quinque, como mentarius ad Polybium-. Año 1598.


en el Nuevo Mundo. A la que siguieron las "forta. lezas" o "casa~-fuertes" de Santo Tomás, "La Mag. dalena", "La Concepción" en la Vega Real y la de "San Cristóbal" a orillas del río Jayna, con las "ca. sas-fuertes" de "Santa Catalina" y "La Esperanza" en la ribera del Yaquí. Después, las construídas en los primeros años del siglo XVI, también en La Española, bajo la gobernación de Ovando, en Higuey6 y la del Yaquino por Diego Velázquez; la de Puerto Rico, levantada en 1509 por Juan Ponce de León, en el lugar que el gobernador Ovando denominó "Caparra", en recuerdo de la ciudad romana extremeña en la que había nacido: "Fice una Casa-fuerte mediana con su terrado e pretil e almenas e su barrera delante de la Puerta," 7 •

Que sería el "fuerte" para lá defensa de los primeros vecinos pobladores y base de la expansión en la isla de PUerto Rico.' La "casa·fuerte" construída por Cortés en 1519, para asegurar la "V.illa Rica de la Vera-Cruz"; la levantada por Francisco de Montejo en 1526, en la isla Cozumel (Yucatán); las edificadas en la isla Margarita (Venezuela), por Villalobos en 1525; en Trinidad, por Antonio Sedeño 6. «Memoria del V Congreso Histórico Municipal Interamericano.. Santo Domingo. Año 1952. 7. Alegria. Ricardo E. «Descubrimiento. Conquista y Colonización de Puerto Rico, 1493-1599•. San Juan. Año 1969; cit. pág. 38. 8. Jcfem. ídem; cit. pág. 40.

en 1532;9 las del Río de la Plata por Sebastián Ga· boto en 1526, a orillas del río que llamó San Salva· dar y la "casa-fuerte Gaboto" en 1531, destruida por los indios guaraníes y reconstruída en 1546 por Francisco de Mendoza en el lugar conocido por Cabo Blanco. Se identificaron en tal modo la "casa-fuerte" y la "fortaleza", que las reales cédulas de los monarcas don Fernando y doña Isabel y hasta las del propio emperador Carlos 1, designaron una y otra vez estas fábricas, interpretando el sentido de poseer un lugar de defensa y resguardo, de sostén para las empresas de adelantamiento. Son muchos los ejemplos que aseguraron la extraordinaria actividad exploradora y conquistadora en los primeros cincuenta años del siglo XVI. En el siglo XVII, hemos ya advertido, que son más bien escasos los ejemplos, principalmente en América, porque pronto se impuso la ordenación de sistema de las fortificaciones con arreglo a las nue· vas técnicas, estudiadas en la corte de Felipe 11. Los proyectos recomendados por el Comendador Tiburcio Espanochi, hemos de ver, como se ajustan a las "trazas regulares" de la fortificación renacentista, Solamente en el siglo XVIII, en el resurgimiento de los ideales del "clasicismo", nace en la ingeniería militar, curiosamente, la atención por las obras fuertes ajustadas a las "trazas" cuadradas con aplicación de "piezas" para los flanqueos. Así, para la 9. Herrera. A. «Descripción de las Yndias Occidentales., Madrid, año 1730; cit. Década 5.", pág. 25. columna 2."

La "casa·fuerte" de San Gre. gorja, Soria, con tres torreones o cubos para el flanqueo. Siglo xv. 33


Ú(/'({l l/l

I

'061"( el t, ·/u.' . ::.. l. l'!/{{t/ I 'J l (1/ ((},JIt{ ¡, " 1 , \ • 1( , •• , 17 ti .;~.i" .'all::a. 1" l (O 1/. lit Il/ I

('(

rI (

/:>fJ'lI

••

t

.,'<. \'¡Ii<J. . !\.( 1((t/6. /(~ bty{,It.J~"I}·(;:l(,l'

I I

1'1(.

.. :,

r.

,. ~\...~ -

• ":' •

•.

_ 'l..... .,.

/;.~.,

.~

I ;.<r

1" ¿, J$ l.;,·." J''''''' ti .2110..)'..,.e.

l.

"Plano, Perfil y elebadón de la Casa Fuerte que se debe de cOl1stmir sobre el terreno del Rio Chucunaque en el frente de donde se le incorpora el Rio Yabiza, para la contención de los Yndios Rebeldes que bajan por aquellas partes. Panamd d 28 de Octubre de 1761. Joseeph Antonio Birt." El proyecto de Birt, con la disposición de aspilleras en los lados y las troneras en los "ejes", es un ~uen ejemplo de Casa·fuerte a finales del siglo XVIII. Quizás, la Puerta, letra A sin protección aparente podía ofrecer excesiva libertad para la aproximación del enemigo, con· trariamente a las clásicas "casas·fuertes" medievales defendidas por obstáculos o por fosos y puertas. Al igual que las precedentes de Portobelo, revela una regularidad más propia del momento "neoclásico" del arte de la fortificación, que no de la obra propiamente dicha. (Serv. Geog. del Ejército, Madrid; signatura: LM·9.··l."·a n.- 50)

"Plano, y Perfil de Una de dos Casas-fuertes construidas can las mismas medidas sobre él alto S.n Fernando, la una; y sobre él Fuerte de Santiago, la otra, en PortoveZo, para impedir que los enemigos se apoderen de las alturas y dominen los dos Fuertes dltos. Portovelo 9 de Mayo de 1760. Manuel Hernandez." Ideal ejemplo de una "casa·fuerte" del neoclasicismo en América. Los "clásicos" fundamentos de las construidas en la antigüedad y en la Edad Media, están aquí, con las necesidades que implicaban lógicamente el alcance de las armas de fuego a fines del siglo XVIII. La falta de obras de flanqueo y su misma regularidad, hacen pueda ser considerada como "Reducto", y revela la interpretación de las básicas características de tales obras. (Serv. Geog. del Ejército, Madrid; signatura: LM.-9..·1.··· n." 56)

.1


defensa de estratégicos enclaves y como obras no costosas, que podían amparar con eficacia a las cortas guarniciones que generalmente se disponía en los Dominios de Ultramar, se piensa en las "casas·fuertes" remozadas con aplicaciones técnicas, bien concebidas como defensas capaces de resolver los planteamientos defensivos y políticos. En definitiva, la "casa-fuerte" es puente entre la fortificación regular y la irregular, posiblemente es . la obra de mayor atractivo histórico, dentro de sus reducidas proporciones, que le dieron tan maravillosa continuidad a lo largo de toda la Historia de la Fortificación, y especialmente en el esplendor de la Fortificación Abaluartada. Son, a este respecto, ideales ejemplos, las" casas· fuertes" de Portobelo (Panamá), construídas entre 1753 y 1760 por el ingeniero militar don Manuel Hernández, siguiendo las recomendaciones estratégicas del célebre tratadista don Ignacio Sala, uno de los más grandes ingenieros de nuestra historia militar, en aquellos tiempos gobernador de Cartagena de Indias. Dichas "casas-fuertes", fueron levantadas para asegurar las alturas o "padrastros" dominantes de la Bahía y de los fuertes de su custodia, San Fernando y Santiago, figura 2. 10 Las dos "casas-fuer10. .Plano y Perfil de una de las dos Casas·fuertes construidas con las mismas medidas sobre el alto Sn. Fernando, la una, y sobre el Fuerte de Santiago la otra, en Portovelo, para impedir que los Enemil!os se apoderen de las alturas. Portovelo, 9 de ma}/o de 1760. Manuel Hernández•. (Serv. Geo51:. del Ejército, Madrid; signo LM·9.".t."·a·56).

tes:' edificadas, semejantes, de "traza" cuadrada no tenían empero ninguna "pieza" de flanqueo en los ángulos, por lo que aparentan "Re~uctos", salvo por sus reducidas proporciones -7 varas de lado. u Es de admirar en las "casas·fuertes" de Portobelo, su perfecta distribución con un reducido patio ceno . tral bajo el que" se disponía el aljibe -letra D-; "expurgador" de aguas de lluvias en el centro; la azotea o plataforma con parapeto atronerado para cañones pedreros; y el foso -de una vara de altitud- no muy profundo pero sí escarpado, demostraban su buena técnica. Otra "casa-fuerte", importante en Panamá, la proyectó y realizó el ingeniero ,Birt en 1761, ilustre hombre de ciencia que después trabajaría en el Castillo Real Felipe del Callao, en Lima, como ejecutor de los proyectos del Virrey don Manuel de Amat y lunient (1761·1766), en la confluencia de los ríos Chucunaque y Yabiza, fig. 3,12 obra que se ajusta" a las "trazas" de las "casas-fuertes" medievales, sin contar claro está, con esa sorprendente y bella galería aspillerada para la fusilería y las troneras para los cortos cañones pedreros colocados en los ] 1. Vara del márco de Castilla, equivalente a 0,835 m. ]2. .Plano, Perfil, y elebacion de la Casa Fuerte que se debe construir sobre el terreno del Río Chucunaque en el frente de donde se le incorpora el Rio Yabiza, para la contención de los Yndios Rebeldes aue baian por aquellas partes. Panamá, á 28 de OctlJbre de 176).. José Antonio Birt. (Serv. Geog. del Ejército, Madrid; signo LM-9."&1.·,,;¡ n." SO). •

La Casa4uerte de San Fernando, en PortCJbelo (Panamci.).

Vista tomada desde el glacis y arista del ángulo Sur, estado actual de las importantes obras de fortificación. Todavía en pie la garita del estilo que pudiéramos denominar "neoclásico militar", enseñorea el tupido horizonte de la selva panameña. Afortunadamente los· proyectos de restauración, salvarán para la Historia, tan bella píeza uno de los pocos ejemplares que quedan en América. (Fotografía, doctor Castillero Calvo, A. Panamá)

3S


Puerta de la Casa·fuerte San Fernando, en Portobelo (Panamá).

Otra vista de la Casa·fuerte de San Fernando, que protegía por el Norte la banda septentrional de la Bahía donde estaban emplazadas las dos Ba~ terfas, Baja y Alta del Fuerte San Fernando, proyectado por el mariscal de campo don Ignacio Sala en 1753 y construida por el ingeniero militar don Manuel Hernández entre 1753 y 1760. Delante de la Puerta bajo los maderos provisionales para el acceso, está el Foso que :a circunda. Apréciense las aspilleras para la fusilería, y el parapeto para cañones pedreros. La Garita, suple en parte, la necesidad del "flanqueo", caracterfstico de estas im· portantes fábricas de la fortificación de todos los tiempos. (Fotografía, doctor Castillero Calvo, A. Panamd)

ejes del recordado clásico trazado, las inalterables "kardo y decumano" romanos. Y con esas "piezas" para el flanqueo, que Birt designa "garitones" -le· tra B-, que recuerdan los torreones que en los ángulos recomendaba la castrametación romana. El amplio zaguán a manera de patio cubierto, con es· calones para subir a las "abitaciones altas" y el balcón corrido, aspillerado, son ciertamente expo~ente y ejemplo de las "casas·fuertes" en América. También constituye un ejemplo curioso -que consideramos ser el último proyecto de "casa·fuerte" en los antiguos Dominios de Ultramar-, el hecho por los ingenieros militares, don Manue"l de Reyes y don Valentín de Ampudia en 1817 y en el

36

Virreinato de Nueva España (Méjico),1J su "traza" cuadrilonga, con los mediobaluartes recostados en los ángulos y en una disposición, que dadas las proporciones de 45 por 15 varas castellanas, supe-rior a las de cualquier "casa·fuerte" conocida en el siglo XVIII, admite poder interpretarse como un "Fuerte", salvadas las piezas de distribución interna tradicionales en las citadas "casas-fuertes", inclui· das las primeras del siglo xv en América, que alber· garon a los grandes aventureros de la Epopeya Hispana en América. 13. .Plano. Perfil y Vista de la Casa Fuerte de Sn. Fernando de Cordova•. Manuel Reyes y ValenUn de Ampu· d!a. 1817. (Serv. Geog. del Ejército, Madrid; ref. 4.989; slgn. K·b·S-46).


En torno a una estética: La Poesía de Pedro Bernaola Por DIANA RAMfREZ

N0

ASPIRAMOS, AL ESCOGER VARIAS POSIBILIDADES DH

aprehender algunos hilos del universo poético de Pedro Bernaola, a redondear la silueta in· finita de su mundo. El infinito rechaza los límites. Además, la obra de un poeta vivo está en constante movimiento creador y por eIJo evade un proceso crítico que tienda a aprisionarJo. Sin embargo, resultan útiles y necesarios los estudios parciales que enfoquen la curva evolutiva que va desarrollándose de poema en poema, y de libro en libro, en la obra de cualquier autor. :roda estudio serio debe de tener como prime· rísima meta el encender el interés y el entusiasmo por la obra y el escritor bajo consideración. Así 10 creemos, y más en este caso en particular, porqtl~ Bernaola resulta ser además de poeta, puertorriqueño, y encima. amigo entrañable de la infancia. Pero sea como sea el interés de la obra poética que al leerse ha incitado a la lente crítica a sorne· terla a ciertas pruebas es ya de por sí un prejuicio. El crítico literario arranca siempre de ese pre.juicio positivo y práctico: un interés a veces muy personal. Lo que importa es que ese interés se traduzca en estudio objetivo y serio, porque eso sí, el interés puede prestar una luz de entusiasmo pero no debe convertirse en elogios; como tampoco la crítica debería de ser comentarios negativos. La crítica requiere un enfoque tal que contagie el interés del iniciado hasta el punto de que éste sienta la necesidad de leer directamente la obra en discusión, bajo una luz reveladora, y hasta le obligue a recoger algún ángulo de esa obra que le disponga a estudiarlo. La crítica no es pues labor de divulgación. Es labor de amor, amor que busca su correspondencia hasta encontrar eco y continuidad. Entonces la crítica logra su caracte· rística más positiva: la fecundidad.

DE ARELLANO

Los estudios de contenido y continente de una ·poética,. a su debido tiempo, irán a parar a un centro vital en donde se reconstruirá no ya el aura del poeta que ha merecido el alto privilegio de la crítica seria, sino que su labor, una vez terminada; dará significado a su época. y a su nación, y por ende las situará comparativamente dentro de la órbita universal de la historia de la lírica. Allí situada esa obra, junto a las otras obras que forjó ese pueblo, se revelará la antelación o el retraso, la contribución o la deuda, las limitaciones o las gran· dezas, no ya de un poeta en particular, sino de la nación a la que pertenece y a la que necesaria· mente representa. Son las obras de arte las que revelan la síntesis nacional y las que apuntan la dirección de un destino y el punto en que se en· cuentra, el pueblo representado, de esa meta. La obra de Pedro Bernaola merece cuidadoso estudio; y esto por varias razones, entre eIJas por· que Bernaola ha ejercido cargos de responsabilidad en una época deficiJísima en la historia de Puerto Rico. De hecho, la persona del poeta ha sufrido quebrantos físicos como resultado de esa labor. Su poesía resulta interesantísima desde ese punto de vista por cuanto deja constancia de ese trauma. Su poesía, sin embargo, posee la cualidad de todo verdadero arte: vitalidad y dinamismo. El arte es una forma de vida; tal vez, en verdad, la más alta. Vivir es estar dentro de un proceso de renovación constante. La poesía de Bernaola acude a la batalla, como él lo estuvo personalmente, sólo' que ella sigue tomando nuevas posiciones en un perpetuo movimiento hacia adelante. No se trata en este caso de nuevas posiciones de continente; se trata de adelantos en el contenido; evolución del enfoque. La lucha del poeta está en la actitud que asume el hombre; por eso son los problemas vi-

37


tales y la solución que propone, lo que interesa sobremanera en su poética. Los estudios qt1e tiendan a apreciar el dinamismo del contenido, el hondo secreto de su esperanza, iluminarán la zona más auténtica de esta lírica, porque Bernaola no es un experimentador de formas; es un experimentador de los estados anímicos. La técnica en el Bernaola de 1962 a 1967, fechas que incluyen ]a publicación de los cinco libros que hasta ahora ha publicado, es ]0 de menos; el movimiento suyo radica en el alma, ]a gama sutilísima de los estados anímicos de que es capaz el ser humano que posee e] finísimo instrumento de una sensibilidad extraordinaria. En cuanto a técnica, recursos y forma, baste decir que Bernao]a repudia los "special sales", las gangas de la moda porque su in· tuición va hacia 10 seguro: el aprovechamiento de] siempre legítimo producto ya bien establecido y garantizado. No nos sorprenda el uso reiterado de] soneto que en él permite el adelanto de su movi· miento anímico. Digamos de pasada que de un total de 234 poemas, 192 están construidos con el endecasHabo (casi todos sonetos); 36 están hechos a base' de alejandrinos; 3 composiciones echan mano de combinaciones de alejandrinos y heptasílabos; 1 poema en dodecasílabo; 1 en eneasílabo; y 1 poema de arte menor heptasilábico. Es, pues, evidente que Bernaola no es un experimentador de la forma métrica; es evidente su preferencia por el metro clásico. ¿Que Bernao]a es un poeta de endecasílabos? Recordemos que la mejor poesía hispánica ha sido hecha con estos bloques mágicos como materia prima. E] endecasílabo de Bernao]a es ]0 que siempre ha sido, material noble, como ]a piedra; con él se han hecho los más duraderos edificios de nuestra lírica. ¿Que Bernao]a no es un revolucionario en poesía? Claro que no; ¡si por temperamento no ]0' es, cómo habríamos de pre· tender que su obra fuera ajena a él! El mismo contenido de la obra, y lo que propone como solución al problema personalísimo del hombre, -iría muy mal en una forma que le negara a gritos desde afuera. Precisamente la lucha interior del poeta y del hombre estriba en e] conflicto que le plantea una rebeldía interior que él siente como inferior, y a ]a que en todo momento trata de conducir por caminos de dolorosa y rigurosísima disciplina. Porque la poesía de Bernao]a va de lo fáustico hacia lo apolíneo; de ]0 embriagadóa lo sobrio; del ornamento hacia la severidad. Esa es su ruta. Hacia el final del período, que abarca cinco años, se escucha más claramente su mensaje: propone como solución al problema del hombre la vía de la Fe, la Esperanza y la Caridad. Así, con letra mayúscula. Bernaola no se permite violencias, precisamente en una época en que se impone la fuerza.' Esta poesía paradójicamente resulta una poesía de vanguardia por cuanto aparece en un momento 38

en que la frase lírica se extravía reveladora de gritos, retorcimientos y amenazas. Cuapdo todo ello encuentra su hora y su expresión literaria, llegan a nuestro escritorio estos cinco libros de Bemaola para proponer la hondura reposada de la conciencia, la voz en tono menor, el aprovechamiento y la utilidad de la tradición, la fe inamovible en el perdón de "los pecados, la aspiración al cielo deseado; en total, el conocimiento de sí mismo. He aquí uno que cree en el sacrificio de la carne, en la redención por amor de los que nos ofenden y sentencian. Obra ejemplar que dice: "Este es el camino", y nos señala, alargand9 el brazo endecasílabo, una vía purgativa. Y allí donde pone el verso, Bernaola pone el verbo, lo que equivale a' decir que él mismo echa a andar por la difícil senda donde se expía toda culpa. Dentro de un Puerto Rico materialista, Bernaola surge indicando la meta que ha de redimirnos, el ideal del espíritu. y habla sabiamente quien sabe de luchas sordas y abiertas con el ambiente y con las circunstancias hostiles que azuzaron y azuzan su rebeldía siempre juvenil; sabe de luchas hondas y secretas consigo .mismo. Y porque sabe en carne propia esos dolorosos caminos no puede sinceramente proponérselos al prójimo como última y definitiva res. puesta. La generación rebelde que nos rodea, y que algunos sienten hoy como, una amenaza peligrosa, gustará más que ninguna otra de esta poesía cuando se templen los ánimos con la experiencia y la edad. Porque a fin de cuentas esta poesía acusa una sensibilidad como la de ello, una sensibilidad herida mortalmente por la grosera realidad que hinca sus espinas; qué duda cabe que en el fondo esta poesía revela un temperamento tan román· tico como el que más; y a nadie puede dolerle más irreversiblemente la agobiante miseria del presente. Pero lo que esta poesía propone para alivio, ya que no cura, dé este dolor, necesita de ánimos bien templados, como el suyo, y además, tai vez, de experiencia y de edad. Cuando la mocedad que educamos hoy haya vivido algo más, pasará los ojos por esta lección lírica y comprenderá el acierto y la validez de su proposición.' Porque si hoy se propone la tortura y el asesinato del que nos hiere; mañana aceptaremos el mensaje de esta poesía de Bernaola. Mañana se aprovechará la antigua y eterna verdad del perdón. A fin de cuentas el único que no puede perdonarse es uno mismo; por eso Bernaola, corazón sangrante, aspira en un sube y baja cada vez más alto, a abrazarse al piadoso rostro de Dios. Ahí está la grandeza moral de esta poesía, poesía sincera y humana, llena de contradicciones como la vida, pero constante en su mensaje perdurable: Madrugada de júbilo perfecto.


¿Que no es nada nuevo? Y ¿se quiere algo más antiguo que la venganza .. del ojo por ojo y diente por diente"? Y sin embargo, ¡está tan vigente ese precepto bíblicol En nuestra época el dejar en las manos divinas el juicio' definitivo resulta tan nue· va que debería ser la pri~era lección que ense· ñáramos. Y como la lección es dificilísima de aprender llevamos camino de eliminarla del libro de la vida. He ahí la posición ética de esta estética. He ahí un poeta que golpeado por "los potros de bárbaros atilas" que diría el Vallejo de Los heraldos negros, ha oído crepitar "a los Cristos del alma". Bernaola viene de welta de "los problemas y dolores del mundo material y atiende solamente a la angustia cósmica que informa el dolor de vi· viro A fin de cuentas existe la íntima sospecha de que los latigazos recibidos en la feroz resaca de la experiencia han sido índice de alguna culpa propia; y, en ese ajuste de cuentas se alberga la esperanza de que alguien superior nos vigila y de que su dedo salvador nos ha elegido. Los temas de la poesía de Bernaola revelan una muy difícil ascensión por la vida. Se marcan subidas y bajadas al amor material; subidas y bajadas al amor divino. Pero de esas bajadas se welve siempre a una profunda y sabia meditación. La caída que sigue no será nunca a nivel inferior a la anterior, y, en cambio, la subida a la fe será siempre más alta y duradera que la que la ha pre· cedido. En ese constante latido, vive el corazón de esta poesía. El pulso lírico da muestras no sólo de vitalidad sino de juventud. Se aspira a la serenidad de la madurez, en la esperanza de que los impulsos sensoriales sean cada vez menos fuertes, y, en cambio, el alma logre más sostenidos diálogos con Dios. Interesa sobremanera este ir y venir hacia el ser humano; este ir y venir hacia el cielo. Este movimiento pendular "de la carne y el alma da unidad y significado a la experiencia poética por cuanto parece ser una constante de la personalidad. En la poesía de Bernaola se recorre el camino que arranca desde el sensualismo más acuciante hasta el ascetismo más riguroso y exi· gente, pasando por los diálogos entre los apetitos sensuales y el sentimiento religioso. Se va desde el desenfreno erótico hasta la más dolorosa privación. La nota más alta radica en el sacrificio de la carne que se siente como condición imprescindible para llegar hasta Dios. La exótica y erótica experiencia oriental revelada en Aziyadé (de su primer libro, Trémolo de angustias), que dicho sea de paso, en la prestidigitación lírica se welve algo que no es (divina flor de nardo), se va gradualmente convirtiendo en un puro símbolo: mi musa entre las musas preferida. Y como en todo gran poeta, cualquier parte de la obra puede contener la semilla de lo que el poeta va a ser capaz de entregar en el futuro, así Aziyadé, tercera parte

del primer libro de Bernaola, revela desde un principio toda la evolución anímica de su poética. Del realismo en enfoque y expresión (hay una identificación visible y palpable del poeta con su realidad) se va por la ausencia y el recuerdo, a la evasión del mundo, azuzado por el "tedium vitae", por el amor atormentador, por la pérdida irremediable de los seres que amamos, por la intensifi· cación de'la angustia vital. Se desemboca siempre en la muerte, igual qu~ en la vida. La muerte es en la poesía de Bernaola tema, preocupación y respuesta. Hemos notado varias insinuaciones de sui.cidio a través de sus cinco libros, por cierto. La presencia de la muerte en la poesía del puertorriqueño revela su relación con el misterio del más allá. Fiel a su posición filosófica no cree que la muerte ponga fin a la existencia, por eso es capaz de entablar un diálogo con la madre muerta a quien reconoce como residente en un país de luz, de belleza y de verdad absolutas. De esta manera enfoca siempre el tema de la muerte de los demás seres queridos, perdidos y encontrados nuevamente. Su presencia transita esta lírica; y de hecho, prestan una luminosidad a la lírica que no poseen los temas eróticos o sus consecue~cias angustiosas. Estos proyectan su sombra; aquéllos, su luz; tal vez por ello hay en la poesía de Bernaola un juego constante entre la oscuridad y la luminosidad. Entre estos dos polos pasa la paleta cromática que recorre el rojo con todas sus gamas -granate, escarlata, carmesí, fuego, sangre, llama, lumbre-; el amarillo -topacio, dorado. Mucho menos el azul y el verde. El blanco yel negro se reunirán " a veces en zonas grises, opacas, empañadas de ópalo y ceniza. Alguna vez el color púrpura y ama. tista dejarán sentir el enfoque lírico del mundo. No hay ninguna duda de que se trata de una concepción idealista de la vida, yesos mundos se welcan plenamente en el tema de la muerte, y de ahí se comprende la simpatía del poeta por el tema de CI1sto. Si Cristo, en la concepción cristiana de la vida, es el salvador del hombre, y su muerte humillante el instrumento que garantiza la vida eterna, la lírica de Bernaola necesariamente habría de ir irrevocablemente hacia ese manantial. Aparecerá entonces el manto religioso que arropa los últimos libros del poeta, y que dará un fondo trascendente a su poesía. El tema de los santos, valiosa aportación, por cierto, a la temática puer· torriqueña, acusa una religiosidad que acepta las vías purgativas y ascéticas, y hasta la mística revelación. La actitud es siempre una aspiración de Dios; de hecho la presencia de Dios se da' como una verdad indiscutible, y su constancia va en crescendo según se desarrolla la curva evolutiva de esta poesía. Estamos más allá de la poética; el tema revela una meta vital y personal. Así se llega no sólo a comprender lo sufrido, sino que

39


-f

..........--'-......,..--:.

se llega a aceptarlo, y hasta a desearlo. En Sirimiri y Madrugada, los dos últimos libros de Bernaola, la sensualidad se ha batido ya en retirada, aunque, insistamos, la vena erótica de Trémolo de angustias, su primer libro, sigue escuchándose aunque tímida e insegura. La evasión primera, su exotismo de forma y fondo, nombres, ambientes y motivos, el disfraz de lo fantástico usado poéticamente para encubrir un atormentador amor erótico, da paso a otros mundos milagrosos, que a fin de cuentas podrían entroncar con los primeros, al indicar, entre otras muchas cosas, la falta de adaptación al ambiente vital, la incapacidad de lograr ]a plena dicha por vía de lo que el mundo tiene que ofrecer. Por 'eso surge siempre e] rechazo, o de parte suya o de parte de los otros. Se insiste en la angustia y se insiste en el sueño. De primera intención podría alegarse que en la poesía de Bernao]a se encuentra a Dios para luego perderse, y luego volverse a encontrar; podría alegarse también que ]a poesía revela una eterna cadena de búsqueda, encuentro, pérdida, lamentación, arrepentimiento, confesión y promesa, que se repite a lo largo de 10l¡ cinco libros. Con este criterio en mente no se podría ver lo que en cada una de esas "aventuras" perdura para la próxima, que se desarrolla siempre en otro plano. En otras palabras, la evolución ascendente de la curva es gradual, leve y sutil. Y en verdad, ahí está el valor de la poesía -su tono y contenido- que resulta ser un valiosísimo estudio de los estados anímicos del ser humano; son variaciones sobre el mismo tema de luz y sombras, en donde se estudia con un detalle asombroso los detalles de un mundo en azabache, enlutado, ensomorecido, sombrío, oscuro, tenebroso, negro, siniestro, apagado; un mun40

-

-

do, a veces, de penumbra y crespón; y luego, el otro, encendido, brillante, luminoso, iluminado, diamantino, resplandeciente, límpido, incendiado, clarísimo, radiante, inmaculado. En un estudio que hemos preparado precisamente sobre la paleta cromática de Bernaola, hemos contado para el primer libro veintisiete palabras sugeridoras de sus mundos de plata, perla y alabastro contra veinticuatro signos de penumbra y sombras. ,En el segundo libro, Brechas, hemos contado treinta y nueve voces que encienden el fulgor de su lírica, versus treinta y seis que lo enlutan. Las palabras usadas arriba, todas, han sido usadas varias veces en su poesía. De modo que en un estudio serio se revelarían las ricas variaciones del tema mediante la riqueza de los tonos que proyectan el sube y baja del ánimo. Por eso habíamos dicho que Bernaola era un experimentador de los estados anímicos. El contraste de sus mundos, ·la contradicción y ano títesis como recursos estéticos magistralmente usa· dos, apuntan al oficio de Bernaola, pero también indican una sensibilidad que enfoca la vida y el arte de manera romántica. Tono y contenido de su poesía, desde el pesimismo, hasta la concepción idealista que va a parar a la seguridad de su paraíso católico, son fieles al enfoque romántico que le convierte a ambos, obra y persona, en un tejido de alta sensibilidad y delicadeza. Pasión y temperamento dionisiaco, es capaz de embriagarse con el amor humano, y con el amor divino; es capaz de registrar. mil sutiles variaciones sobre el eje de una misma angustia, y de un mismo éxtasis. Su órbita se inclina predominantemente hacia lo emocional, y, sin embargo, su ideal es lograr enderezar el eje hacia un centro perfecto y absoluto, lo que equivale a decir que la lucha radica en buscar la


armonía. Parece como si se eXigIera li perfección del detalle, de la mínima sutileza, y no tolerara la más mínima desviación de la norma impuesta por él mismo. Parece como si supiera que el ideal le será negado; que su hora está precisamente en esa madrugada que surge de la noche. Muy simbólicamente su primer libro se titula Trémolo de angustias; el último, Madrugada. y una vez asida la estructura de su lírica es fácil comprender el enigma que evade la personificación de la amada. Por ejemplo, jamás tenemos noticia de la anatomía del ser amado. Ha\ ulgo vaporoso y vago en este ser, como si no se pudiera asir totalmente. Pasa como una sombra en la noche. En su cuarto libro, Sirimiri, el velo dé las cosas se resuelve en el símbolo de la llovizna, en el sirimiri vasco, que plantea un mundo envuelto en la gasa espectral de la lluvia y la niebla. Entonces, cuando al poeta, el plano físico de las cosas, con su contorno limitado, le está vedado, la huida ocurre hacia el plano espiritual. Entonces la luz irrumpe en un alba en donde se recortan los. mundos astrales. La evasión de la forma escoge pues dos caminos. Por otro lado, como elementos que contribuyen a la comunicación lírica, encontramos la fragancia inasible, intangible de sus jardines interiores que el poeta reduce a rosas, nardos, jazmines, gardenias; lotos, azucenas y lirios. Tampoco nos da la anatomía de la flor particularizada. Sólo el yo que percibe la fragancia se individualiza. El otro elemento que indiscutiblemente juega un papel importantísimo en la estética de Bernaola, es la música. La música como elemento temático, la música como constante referencia sugeridor~, y la música como elemento constitutivo del poema. Chopin, Bach, Beethoven, nocturnos, sinfonías, violines, piano, inundan de sonido el contenido de la lírica, mientras la palabra y la rima, los acentos, y las sílabas, bien atendidos todos, van comunicando al ánimo del lector, las innumerables variadones del propio ánimo del poeta, las inmensas sutilezas de sus colores blanco y negro, representaciones estéticas de su mensaje doloroso y esperanzador a un mismo tiempo. Por todo ello podemos asegurar que del primer libro al último hay una curva evolutiva evidentísima y que esta curva poética es un avance grandioso. Pues si atendemos al escenario, por ejemplo, del primer libro, Trémolo de angustias, y lo comparamos con el escenario de Sirimiri, veremos lo que va de la artificiosidad a lo genuino. Es que el poeta se desviste de lujos y suntuosidades y va quedándose a solas con la poesía. como decía Juan Ramón en su credo de arte. desnuda y mía para siempre. Es de hecho lo que debe de ser el trayecto de una estética: un viaje del exterior hacia el interior. Esto en arte es crecer; esto en vida es madurar. La decor.ación propia de los mundo~ orientales revelan una etapa en la evolu-

ción de la estética, y un nivel de experiencia sensual. Estamos en el escenario propio a la temática de un momento inicial. Era el escenario apto para la evasión hacia afuera; los sentidos de la vista, el olfato, el oído, el tacto, el gusto jugaban un papel predominante. Terciopelos, sedas, joyas, alfombras, etc., todo apuntaba a 10 que se asocia a la fuga hacia los mundos modernistas. Luego el viaje hacia el interior comienza. Los materiales que se manejan, más nobles y auténticos, menos decadentes, y mucho más capaces y -aptos para comunicar el viaje hacia una nueva verdad espiritual. Sirimiri tendrá el grandioso' paisaje vasco como fondo. Ahora será 'la piedra (ya en Diario se exaltan las antiguas murallas,.los garitos, centinelas del viejo San Juan), .la piedra de los montes de Vizcaya, su Vizcaya ancestral. La piedra levantada en las altas torres de las iglesias que simbolizan y resumen la historia espiritual de un pueblo que súbitamente revelada el poeta hace suya. Sirimiri es un libro logrado; motivo y forma exhiben una plenitud gozosa. Los jarrones de porcelana y alabastro, dan paso al contenido del agua y de la rosa; las joyas darán paso a la verdadera luz del alma intuida en el cielo vascongado que inspira tan hondamente al poeta. Lo grande de repente se halla insignificante, porque lo pequeño tiene una gran· deza eternamente válida. Se entiende el espíritu de los santos, entre los que se encuentra principalmente aquel que hizo de su vida el poema de lo nimio. Cuando se abre la cortina del escenario se· remos testigos de un paisaje, el norte de España abierto a la rosa de los vientos, que ya no cabe dentro del limitado marco en donde se recortó el salón oriental de Aziyadé. Es que el poeta va hacia su verdad, y mientras más se acerca, más acierta con la estética que ha de élevarle la más genuina y sincera voz que posee. Raíz y razón del hombre, y por eso pudo ver el poeta el grandioso exterior que iba a llevarle hacia la ruta interior de sí mismo. Bajo el cielo que hizo posible un Loyola, se hace posible otrp vasco también, Bemaola poeta. En Sirimiri encuentra Bernaola su meridiano de luz. Alma y voz tan verdaderas que no podía fallar el hallazgo que siempre representa la poesía. Bernaola se convierte en el intérprete de la naturaleza vasca. En España muy pocos son los poetas que hayan dejado una constancia más emocionada, depurada y luminosa frente al paisaje. El puertorriqueño, de sangre vasca, además estaba en la pri. vilegiada posición de revelar el_ hondo sentimiento de un asombrado encuentro. En Puerto Rico esta vertiente de la lírica de Bernaola debería de estudiarse no sólo por el logro estético que representa Sirimiri, sino porque en ella se re-encuentra Puerto Rico con su alma hispánica. De modo que no ya por el elemento nuevo que aporta esta. poesía a la temática de la poesía 41


lírica de la isla. sino porque en un momento de crisis y confusión en la historia insular, esta poesía restituye la irreversible verdad de un origen; y esto precisamente hoy. por las difíciles circunstancias políticas, conviene, y más que convenir, urge. reafirmar. España, anticipo y hallazgo. está presente en la poesía de Bemaola como lo está para todo puertorriqueño que se acerca a su ori· gen español -sea Vasconia, sea Castilla, sea Galicia, Cataluña, Baleares, Andalucía, Extremadura, Alicante, Valencia, etc. España está en todos nosotros por los dos costados, si no por los cuatro, como es el caso de Be~aola. Pero sea como sea la hispanidad de Puerto Rico es un hecho, y esta verdad, como toda verdad, al fin y al cabo será nuestra salvación. Por ello "entroncamos con toda Hispano-América. El libro Sirimiri llega en bu~na hora porque ahondar en las rafees hispánicas es lo que le conviene a Puerto Rico en esta hora crucial de su historia como pueblo. ¿No es revolucionario Bemaola? No hay más que leer sus poe· mas a Nueva York y luego leer sus poemas a Es· paña para constatar cuál es su posición social, culo tural y política. Y esto aupque no se 10 proponga; el poeta es así, a veces siente las verdades que a otros, menos sensibles a los infinitos de verdad, les están vedadas. Por eso dije que el poeta es el ser más representativo de un pueblo; que es él quien, quieras o no, indica la orientación de un destino, que, colectivo, él siente e intuye como personalísimo. En su primer libro el eje central lo presta un país artificial; y de él sale el poeta ano gustiado, atormentado, vacío y desolado.' El eje central de Sirimiri radica en España, y de él sale el poeta ennoblecido, seguro, dignificado. El alma hispánica de Bernaola sella toda su obra, pero en los primeros libros. se iba hacia la órbita hispánica por contraste. Descubría, por ejemplo en Diario, su tercer libro, que en Nueva York la lengua, el paisaje, la cultura, todo le era, cuando no ajeno, francamente hostil. ·Los sonetos enfocados en París dejan una marcada, dolorosa huella de traición y desamor. El mundo desde ese ángulo, en realidad, no se entiende. En San Juan. tras larga ausencia, recobra su verdad, la infancia, la adolescencia, sus años de ventura. su pasado. Entonces observa los símbolos de su fortuna, y encuentra que el tiempo y la historia han dejado crecer musgos de otras culturas destructivas de lo propio. Los catorce sonetos a San Juan no sólo son misterios gozosos, son voces de alarma. Canta y llora Bemaola un ayer totalmente asido a lo hispánico que va dolorosamente desapareciendo hoy ante los ojos de los indiferentes e ignorantes, y más peligroso aún, con el visto bueno y el estímulo de los aprovechados a quienes les conviene montar sobre el sólido prestigio de nuestra hispanidad, el estafermo del mal llamado progreso norteamericano (muy mal 42

entendido por ellos, y peor aplicado por nosotros quienes estamos fuera de su órbita geográfica y espiritual), y otras cosas que nadie osaría calificar de progresivas, sino de todo lo contrario. La hispanidad de Bernaola rompe lanzas por un San Juan, y un Puerto Rico, tan hispánicos como ayer. Y lo dice un puertorriqueño a quien nadie podría tildar de insularista. Este Bernaola que conocimos de niño en la señorial Ciudad de Ponce, "la Sevilla del Caribe" que le llamamos nosotros, nacido en Aibonito, bajo el dulce paisaje tropical, descendiente directo de españoles, viajero infatigable que fue, revela en toda su lírica una hispanidad, que, cuando sale a flote en tema y ambiente, logra en él la estética más cumplida. ¿Cómo no habría de sentir el paisaje del norte de España, si era puertorriqueño; cómo no habría de escuchar las voces más representativas de la hispanidad: Santa Tere· sa y San Juan de la Cruz, si era Bernaola puertorriqueño; cómo no habrá de defender la hispanidad de Puerto Rico si es poeta y además caballeo ro? Bernaola, a través de su poesía que es el arma más efectiva que tiene a mano, seguirá de· fendiendo un hecho de consciencia: la hispanidad de nuestra lengua, religión y tradición. Porque él sabe, como todos sabemos, que o éstos se salvan en Puerto Rico o todo un pueblo perecerá víctima de una mutación absurda y degenerada. Y si esto ocurriera, más que de los políticos, seria la responsabilidad de los poetas. El destino de un pueblo lo orienta el que mejor sabe manejar la palabra -y la mejor palabra es la poesía. Por eso insistimos en que el elogio a España, los sonetos a San Juan, la infancia en la calle Isabel de Ponce recordada y sugerida de muchas maneras en su lírica, todo esto no es otra cosa~que fortalezas erigidas por manos hispánicas para proteger a su pueblo y donde se escuda el alma y se repone para sopor· tar el dolor de ver cómo se mutila alevosamente una hispanidad tan merecidamente nuestra. Bernaola será recordado por estos poemas: los sone· tos a San Juan y el libro Sirimiri, aunque no escriba nada más. Por ellos pasará a la lírica puertorriqueña con dos títulos que merecidamente le honran al honrarnos: el cantor del viejo San Juan, y el intérprete lírico de la naturaleza vasca. y. re· sulta simbólico el que estas dos cosas Bernaola logre haber sido; y que las una así, Puerto Rico y España, una misma persona. El mensaje es definitivo. ,El aniquilamiento de su estética tendrá que empezar por estos dos puntos donde se encuentra una misma corriente. La dimensión hispánica suya, la más alta puesto que es, en efecto, la más válida y necesaria en el Puerto Rico de hoy, constituye la clave de su posición ante el arte, la tradición, la historia, y la moral. Es pues en él, ética y estética, filosofía de la belleza y filosofía de la moral, los dos


pilares que sostienen la verdad del Hombre en la tierra. La condición de 10- bello elevado al arte está entrelazada al paisaje, historia y tradición hispánicas; su facultad de conocer, a través de la poesía, poesía como estructura y sistema de la revelación, se revela en un conocimiento de sí, y de aquello que lo constituye comd puertorriqueño. Y lo propio exalta y ·se resalta. El mismo fondo romántico de su temperamento que como un substrato del alma rezuma su influencia y permea toda la obra, es una posición eminentemente hispánica; de hecho, es el meridiano espiritual de la raza; su constante aspiración ascética, que arranca de las lecciones bien aprendidas en su hogar familiar, entronca en Santa Teresa y San Juan de la Cruz a quienes admira y a quienes les dedica sonetos de acusada inspiracién; su constante preocupación y medita· ción respecto a la muerte está dentro de la órbita españolísima que nos permite asegurar que nadie como el alma hispánica ha meditado más y' mejor sobre el tema, mientras otras culturas adelantan por la senda de las técnicas que subyugan la materia; (quieran que no Rodó es para nosotros sumamente válido); su devoción por Cristo y la Vir-

gen María, su concepto de Dios, su cielo y gloria, todo tan hispánico que sería imposible asociar a Bernaola con ninguna otra cultura; y hasta se le siente sacudir el polvo de otras culturas con las que ha estado largamente asociado. No sorprende que las dos ciudades no hispánicas hayan dejado un malestar en su ánimo ya que el alma deja traslucir su desengaño en otras latitudes incapaces de comprender ni respetar lo nuestro. Los goces estéticos se comunican y contagian cuando tocan zonas propias vitales y urgentes. Entonces el alma henchida de satisfacción ante el reencuentro, se siente segura; el pasado, lo conocido, lo seguro, vuelve a casa. Y ya los buques atracados en el puerto no representan una verdadera amenaza porque hay armas para combatirlos, las más efectivas y duraderas: el arte, la poesía y el espíritu:

Porque al ver en tu puerto extraños buques no me tientan los brillos, los estuques, de otra nueva Gomarra desgarrada... y suspiro feliz ... Y en ti me acojo. y a tu puerta, San Juan, echo el cerrojo, con el alma en azules, liberada...

43


Primera Exposición de los alumnos de la Escuela de Artes Plásticas . del Instituto de Cultura Puertorriqueña

DESDE

sus

COMIENZOS, EL INSTITUTO DE CULTURA

Puertorriqueña ha dedicado especial atención a la investigación, fomento y divulgación de las artes plásticas en Puerto Rico. A través de diversos medios hemos venido lle· vando a cabo un dinámico programa que es en gran parte responsable del auge que hoy manifiesta este aspecto de nuestra cultura nacional. Una de nuestras primeras iniCiativas fUe el establecimiento de Talleres de Artes Plásticas, cada uno de los cuales fue puesto bajo la dirección de

Aspecto de la Exposición, mostrando óleos y esculturas. 44

un artista de renombre, quien además de dirigir su respectivo taller ofrece asesoramiento y ense· ñanza a cuantas personas dedicadas al arte -profesional o estudiantes- lo han solicitado. El resul· tado de la obra de los talleres es hoy motivo de orgullo para el Instituto y para Puerto Rico. Muchos de nuestros más destacados artistas, grabadores y escultores se formaron en ellos. Los talleres, sin embargo, por su naturaleza, no permitían la formación de un gran número de artistas en el campo general de las artes plásticas.


Fue por esto que en el año 1966 decidimos fundar una institución en la que nuestros jóvenes pudieran iniciar su formación en el campo de las bellas artes, con vistas a su preparación profesional. Así surgió la Escuela de Artes Plásticas del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Desde sus comienzos la idea de la Escuela recibió el apoyo del Departamento de Instrucción Pública que ha ofrecido ayuda económica para su sostenimiento.

Pintura

Diseños Taínos (Mosaico)

El 23 de mayo se efectuó en nuestro domicilio el acto de apertura de la primera exposición de los alumnos de la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico. La exposición ilustró, a través de la obra de los estudiantes más sobresalientes, los logros al· canzados por la primera promoción de la Escuefa, que dirige el doctor Antonio R. Oliver, y de cuya facultad forman parte los profesores Lorenzo Homar, Luis Hemández Cruz, Fran Cervoni, Rafael Ríos, Augusto Marin, José Alicea, Arturo Dávila, Eugenio Femández Méndez, Julio Naman y Arnaldo Maas y otros destacados artistas y críticos de arte. La muestra comprendió pinturas, dibujos y grabados, esculturas, murales, mosaicos, cerámica y vidrieras policromadas. . Las fotografías que ilustran estas páginas muestran algunos aspectos de la Exposición.


Otros aspectos de la Exposici贸n


Una aventura francesa del siglo XVIII: El viaje del capitán Nicolás Bandín a Puerto Rico Por EUGENIO FERNÁNDEZ MÉNDEZ

L os

DESCUBRIMIENTOS y EXPLORACIONES DE LOS SIglos XVI y XVII modificaron la visión que de nuestro globo tema el hombre europeo. La geografía, la náutica, la física, la astronomía, todas eran ciencias que transformaban el orden tradicional. Las viejas ideas y los viejos sistemas ya no se sosteman y así, en F57, aparecieron en Francia los primeros volúmenes de la radical, nueva y famosa Enciclopedia de las ciencitJS,. de las artes, y de los oficios. Un nuevo espíritu, el espíritu de la razón, se había apoderado del hombre francés. Al frente de esta singularísima edición, estaban el filósofo Diderot y el matemático D'Alembert. En ella colaboraron también eminentes escritores franceses. como Voltaire. Rousseau, economistas como Quesnay. y pensadores políticos comó Montesquieu. Lo característico de esta obra trascendental fue su marcado racionalismo y su espíritu inconform~ y antitradicionalista. Fue este espíritu de la enciclopedia el que impregnó por todo un siglo las capas de aire hi~tóricas del pueblo francés. La Enciclopedia, era un compendio del saber: contenía prolijas descripciones de las diversas producciones de Francia, de la manufactura. la agricultura y los oficios. También, como hemos dicho, jugaba en ella un papel importante la ciencia. que apuntaba con optimismo hacia el creciente dominio de la natural~za por el hombre. Hasta los poblados más humildes de Francia llegó este ómnibus cargado de ciencia y de sabor a heregía. Lo leyeron abogados, físicos o doctores en Medicina. naturalistas, capitanes de navío. y aún miembros de la nobleza y de las casas reales europeas. Era el triunfo, más bien la apoteosis, del espíritu ilustrado francés, pero, por contraste con esta pujanza espiritual. materialmente. Francia declinaba. En 1713. la paz de Utrecht había fupdado de una vez, y por mucho

tiempo, la hegemonía naval de Inglaterra. y, en 1763, la Paz de París. que cerraba el episodio de la guerra de los Siete Años, hizo que Francia perdiera casi todas sus colonias, viéndose forzada a ceder Nueva Escocia. Canadá, Cabo Bretón y las islas de Granada, San Vicente. Dominica y :robago a Inglaterra. y el inmenso territorio de la Louisiana a España. confirmando así el tratado de fecha 3 de noviembre de 1762. Sin embargo, con la decadencia que sobrevino a Francia después de 1763, no se perdió el interés por la ciencia y el conocimiento científico. Al contrario, los franceses movidos a disputar una vez más su sitial fronterizo entre los grandes poderes, reconocieron en la ciencia y la investigación científica un poderoso aliado. Los viajes de exploración a distintas partes del mundo, capítulo interesante de la historia de la ciencia, continuaron o se reactivaron en Francia, y aún en la época de la Revolución francesa el provisional gobierno del Directorio. no dejó de comprender lo importante que para la fortaleza de un país moderno es el conocimiento de los recursos y de las situaciones geográficas de todos los rincones de la tierra. La situación interna de Francia, como es notorio, era por entonces y sería cada vez más, en extremo delicada, y su papel principal en el mundo podía perder su interés y su brillo de faltarle fuerzas y sabiduría a los franceses para mantenerse al nivel de los tiempos. Las trabas impuestas por el absolutismo al comercio. la industria y las finanzas, la opresión de los terratenientes sobre los campesinos, la competencia industrial de I.nglaterra. la crisis financiera. todos eran obstáculos al progreso, que coadyuvaron a acrecentar la crisis interna del país; crisis que muy lógicamente tuvo expresión en la revolución de 1789. Demasiado conocidos son los sucesos de la revolución para que ahora nos veamos precisados a

47


repetirlos. Bástenos recordar aquí, que la primera República pasa por un momento inicial de exaltación seguido por el reinado del Terror, que impuso el notorio fanático Robespierre. Luego sigue el gobierno de la reacción thermidoreana, que estableció de octubre de 1795 a noviembre de 1799, el gobierno del Directorio en que las cámaras alta y baja elegían cinco directores encargados del poder ejecutivo, y en el que aseguraron su dominio los grandes burgueses, y finalmente el Consulado y la dictadura militar de Napoleón que depuso al Directorio tras el golpe de estado del 9 de noviembre de 1799. Desde 1789 año de la Revolución, Francia entró en una época de guerras que había de durar más de 20 años. Por lo común fueron guerras dinásticas de los reyes feudales absolutos dé Europa contra la Francia republicana, asustados aquellos por el Incendio revolucionario ocurrido en este último país. La Revolución Francesa si bien había significado, luchas, crímenes, y desconcierto en algunos instantes, significó en su instancia última, la libera· ción de poderosas fuerzas económicas, las mismas que usaría Napoleón en su ambicioso plan imperia. lista. Durante el gobierno del Directorio, Francia

resurge impetuosamente y comienza a hervir la vida de la nueva sociedad liberal democrática. La fiebre de las empresas comerciales. la pasión por el enriquecimiento, el florecimiento de la especulación, la fe ilustrada en el progreso, y el reconocimiento de la necesidad de la ciencia, fueron otras tantas manifestaciones de la vitalidad renovada de la historia francesa. Esta vitalidad se manifestaba entre otras cosas en la curiosidad general que demostraban los franceses por las cosas y las situaciones de América, Asia y Oceanía~ tierras vírgenes y promisorias que ejercían considerable atracción sobre la mente y la sensibilidad francesa. Un índice de estos tiempos en Francia, de entre los muchos que podríamos destacar, es la siguiente casual observación: en la advertencia de un popular almanaque francés sobre América -Almanach Americain-, que vio la luz en París en 1783, se decía: "El interés que inspira hoy la América (toda la América, la del Norte y la del Sur) y el papel importante que ella se prepara a jugar en los anales del género humano, son motivos poderosos que deben determinarnos a estudiar sus fuerzas, población, sus leyes, sus institu-

/

. , /....

-"'.:.;.'?

"'."-

.,. " t'


ciones, sus usos y costumbres."! Fue esta faústica curiosidad, aparte la emulación comercial que siempre impulsó a las principales naciones europeas a emprender arriesgados viajes de exploración, o expediciones científicas a ultramar, la responsable de los numerosos viajes que hicieron los franceses en esta segunda mitad del siglo XVIII. Los viajes de exploración ya lo hemos apuntado antes, forman una importante rama de la historia de la ciencia. Son como un reflejo de la vida humana a través de los siglos. Los móviles que los inspiran, la manera de realizarlos y su modalidad, cambiaron con los tiempos, pero sus resultados, fueron siempre'los mismos: ayudaron a conocer viejos países y regiones poco conocidas o desconocidas. Lo distintivo de estos viajes de la segunda mitad del siglo XVIII, fueron los métodos científicos em· pleados, precursores de las exploraciones sistemá· ticas que en el siglo XIX, después de 1870 hicieron, por juzgarlas necesat:ias, las distintas petencias cl5loniales de Europa. El capitán Nicolás Baudín, de la armada francesa, fue uno de esos viajeros franceses de la época, otros bien conocidos lo son Bougainville, Jussieu, La Condamine, etc., que en el siglo XVIII acometie· ron arriesgadas empresas por adelantar el conoci· miento de determinadas zonas geográficas. Al patrocinar estos viajes los gobiernos, ¿obedecían a motivos de comercio y de industria, a razones políticas, de equilibrios de poder y de expansión colonial; a la curiosidad de viajeros y hombres de ciencia; o simplemente a los hábitos del espíritu ilustrado de la europa del siglo XVIII? El examen de las obras de viajeros del siglo XVIII, demuestra que hay algo de todo ello,2 pero la inclinación americanista y extranjerizante en general, del espíritu del siglo se explica además por cierto cansancio que el hombre europeo de aquella época siente con respecto a su propia civilización,J máxi· me en el caso de Francia, que sentía pesarle muy de cerca, el sabor de la derrota y la decadencia política que siguió a 1763. El viaje de la urca Bella Angélica a las Antillas en 1797, comandada por el ya aludido capitán Nicolás Baudín, tenía por objeto recoger en la isla de Trinidad los restos de su preciosa colección de plantas, aves, frutas, etc., coleccionados pacientemente por el capitán en su último reciente viaje a la China, Islas de Sonda, el Indostán y el Cabo de Buena Esperanza; colección que se habia visto obligado a abandonar allí a causa de los destrozos ocasionados a su buque por un huracán tropical del Caribe, en 1796. Aprovechando este viaje, se disponían además los viajeros estudiar las islas visitadas, desde 1. Citado en Silvio Zavala, América en el esp/ritu francés del siglo XVI/l. México, 1949, p. 130. 2. Zavala, op. cit" p. 15. 3. lb/d., p. 15.

los puntos de vista geográfico, geológico, botánico, zoológico y etnográfico. A propuesta. de los profesores del Museo de Historia Natural de París, de su director Monsieur Antaine Jussieu, el ministro de Marina Conde Laureano Francisco Truguet aprueba el que los cuatro naturalistas recomendados y un físico salgan con el capitán Baudín en su viaje. Con tal motivo, pide a Monsieur Jussieu que dicte las instrucciones correspondientes a los naturalistas, y notifica a Ledrú que él ha sido elegido para que en calidad de botánico, se embarque con la expedición del capitán Baudín. Las personas que participan, en el viaje científico como enviadas del Museo de Historia Natural son: André Pierre Ledrú, botánico; Anselmo Riedler, jardinero; Valentín H. Tuffet, físico o médico del buque, y Alejandro F. Advenir, hijo, discípulo de la Escuela de Minas, es decir, geólogo. También se enrolaron los naturalistas Benjamín S. Le Villain, J. Louis Hogard y Louis Legras, este último además ingeniero, y el pintor, probablemente español, An· tonio González. De todos los expedicionarios antes mencionados, nos interesan particularmente: uno, por ser el director de la expedición de estos sabios: el capitán Nicolás Baudín; y otro, por ser el autor de esta relación o memoria de viajeros sobre Puerto Rico, que ahora glosamos: el naturalista André Pierre Ledrú. Del capitán Baudín, es poco lo que sabemos. Nació en la isla de Ré en 1750, y murió o más probablemente fue enterrado en la Ile de France en 16 de septiembre' de 1803. Piloto de la marina mercante francesa, entró en la guerra como segundo teniente de navío en 1786. Llevado de su afición al estudio de las ciencias naturales hizo viajes científicos a distintos lugares, siendo el primero, su viaje a los Mares del Sur entre los años de 1786 a 1789. Su segundo viaj~ a hl China, Indonesia y la India, lo emprendió entre los años de 1793 a 1795, teniendo en dicha ocasión, en el mar Caribe, el percance que dio la excusa o motivo de su tercer viaje a las Antillas y consiguientemente a Puerto Rico. En esta ocasión, para nosotros la de mayor interés, la expedición se hizo a la mar desde el puerto del Havre, el 30 de septiembre del año·1796. De allí pasó la urca Bella Angélica a Tenerife, donde por averías del navío estuvieron los naturalistas 129 días. Final· mente, se vieron en la necesidad de abandonar la urca Bella Angélica y se trasladaron al bergantín americano Fanny, zarpando con rumbo a Trinidad el 15 de marzo de 1797. Puesto que Trinidad se había rendido a los ingleses ellO de febrero de ese mismo año, el general inglés a carp;o, Thomas Picton, se negó a entregar a Baudín los objetos de su colección allí depositados, ordenándole por el contrario abandonar inmediatamente la isla. Algo desorientados y desilusionados por el percance, el 29 49


de abril de 1797, llegaron los viajeros a la espaciosa y segura rada de la isla de Sto Thomas. Allí escucharon entre sorprendidos y curiosos el relato del ataque de la flota inglesa del almirante Ralph Abbercromby a Puerto Rico y de la valerosa resis- . tencia de los criollos y. españoles. Decidieron pues recalar en Puerto Rico. En Saint Thomas cambiaron nuevamente de buque, pues el otro oportuno bergantín Fanny era pequeño para sostener los numerosos tesoros científicos que habían ido acumulando con buena fortuna en las islas Canarias y en las Antillas danesas. Una fragata inglesa de cuatrocientas toneladas, El Triunfo, apresada por un cru· cero francés, sirvió ahora de transporte a los expe· dicionarios hasta el fin de la jornada. El 17 de julio de 1797, a mediodía, echó ancla El Triunfo, en la espaciosa rada de la bahía de San Juan de Puerto Rico. , Después de su viaje a Puerto Rico, Baudín regresó a Francia donde André Pierre Ledrú, publicó en dos volúmenes una relación del viaje, de gran valor histórico, titulada: Voyage aux [sles de Tene· rife, la Trinite, Saint Thomas, Saint Croix et Porto Rico. Ed. Arthur Bertran, Paris, 1810. Las magníficas colecciones ,de plantas, aves, reptiles e insectos recogidos durante este viaje a las Antilla,s, fueron a parar al Museo de Historia· Natural de París y al Jardín des Plantes de la capital francesa. En 1800, Napoleón Bonaparte que había depuesto al Directorio y era entonces primer cónsul de Francia, le en· cargó al capitán Baudin la exploración de la Nueva Holanda (Australia), confiándole dos corbetas: Le geographe, cuyo mando asumió y Le Naturaliste, cuyo capitán Emmanuel Hamelín iba bajo sus órdenes, lo mismo que el naturalista Fran~ois Perpn y los hermanos Henri' y Louis Freycinet. En ésta, su última expedición científica, exploró Baudfn las tierras de Edels y Endracht, levantando el plano de la bahía de los Lobos Marinos, las costas meridionales de Australia, entre los grados 130 y 145 de longitud, a las que dio el nombre de Tierras de Napoleón, cambiado por el de Adelaida por los geó~afos ingleses; el estrecho de Bass, y la costa este de la Tierra de Van Diemen. Por desgracia, y tal pare:e que parte importante de la culpa fue el propio Baudín, estallaron desacuerdos. muy graves en· tre él y sus compañeros, disgustos que unidos a las privaciones y fatigas sufridas durante tan largo viaje, minaron la existencia del intrépido capitán que falleció en su viaje de regreso en 1803, siendo ente· rrado en la Ile de France, después de los cuarenta y un mes de ausencia que había durado el viaje. El naturalista Perón y Louis de Freycinet publicaron el diario de aquella expedición con el título de Voyage de decouvertes aux terres australes pedant les annes 1800·1804 (París, 1807-1816.) El otro viajero, cuya vida nos interesa, el botánico André Pierre Ledrú, nació en Chantenais, cero ¡

so

ca de Nantes, Francia, en 1761. Fue profesor en la ciudad de Le Mans, donde fundó un jardín botáni· co y se dedicó a escribir sobre historia local, biografía y arte. Murió en esa ciudad en 1825. Fue además miembro de la ·sociedad de Artes de Le Mans, de la Academia Celtica de París, del Museo de Tours, y exprofesor de Legislación en la Escuela Central de la Sarthe. Los honores pues no le falta· ron al autor del Viaje a Puerto Rico, como tituló ~l señor Julio de Vízcarrondo la traducción de la parte o fragmento del viaje que trata sobre nuestra isla, que es la única parte de la obra publicada en es· pañol y cuya primera edición se hizo en 1863. Ledrú contaba al llegar a Puerto Rico, unos 36 años. Era pues aún un hombre joven. La relación que nos hace de su Viaje a Puerto Rico, si bien no está exenta de imperfecciones, es no obstante fuen· te abundante de meditaciones y de instrucción. Es interesante advertir, pues ella es claro índice de la preocupación científica de la Francia de su tiempo, 10 minuciosas que fueron las instrucciones dadas al naturalista por los organizadores de la expedición. Recordaremos que se encargó al profesor Jussieu, director del Museo de Historia Natural de París: "redactar las instrucciones que sirvan a cada cual para llenar mejor su cometido, a fin de que no se omita de cuanto pueda interesar a la ciencia y sacar el mayor partido de sus ilustradas excursiones". Las instrucciones de Jussieu son un buen ejem. plo de sobriedad y claro juicio. Los naturalistas. habrían de llevar un diario en el que consignarían todos los datos de historia natural y otras observa· ciones que pudiesen recoger. No se limita por tantc el carácter de las observaciones a lo estrictamente profesional, con lo cual las memorias o relatos ganan en viveza y utilidad, sin que sufra por ello el puro interés científico. Se pedía a los expedicionarios, también con acierto, que hicieran comprender a la gente, oficiales y habitantes de los países visitados que su verdadera y única misión era de carácter científico. Es asimismo interesante la instrucción que se da a Ledrú para conservar los frutos: "colocar los frutos en un barril perfectamente cerrado, el cual se coloca dentro de otro mayor lleno de agua" -pues revela cuan próximo estaba el siglo XVIII del conocimiento del enlatado al vacío. La naturaleza de estos viajes, por lo común de· masiado cortos y demasiado embargados por las circunstancias y por la necesidad de volver a partir, dejan frecuentemente observaciones imperfectas y a veces errores. El doctor Alexander Wetmore. expresa por ejemplo, la opinión de que de las 83 especies de aves informadas en la obra de Ledrú, un gran número de ellas nunca existió en la isla. Asimismo, de las 46 especies de insectos informados, el doctor George N.. Wolcott, naturalista norteamerica-


de nuestros días, sólo ha podido identificar diez;. El propio doctor Carlos E. Chardón,5 nos advierte el detalle curiosp que erradamente consigna Ledrú en el sentido de hallarse el picacho de El Yunque coronado de nieve, cosa imposible en esta lati· tud a esa altura, es también posible que en este <;aso se trate de una errata, y que se escriba nieve (neige) por nube (nuage), en cuyo caso eximiríamos de culpa a Ledrú. No obstante tales defectos, creo con Silvia Zavala, que semejante literatura de viajes, abre una serie de ventanas sobre las sociedades americanas, a través de las cuales se pueden vislumbrar aspectos curiosos o desconocidos de la vida social y económica. Más aún, cuando el viajero logra conocer a fondo la región que describe, el documento alcanza un valor perdurable. Tal es el caso de los clásicos viajes del Barón de Humboldt. ' Conviene ya en este punto advertir, que al entrar en la literatura de los. viajes, nos confrontamos necesariamente con dos realidades: primero, la del espíritu del viajero, y segundo, la del país visitado. Así, para conocer a Ledrú veamos cómo procede y para comenzar: ¿ Cómo describe el propósito de su obra? Ha llegado a Puerto Rico, nos dice: "con el objeto de hacer indagaciones relativas a la historia natural; conteniendo observaciones sobre el clima, suelo, población, agricultura, comercio, carácter y costumbres de sus habitantes". "Mi primer cuidado -advierte- al llegar a las islas que recorrimos fue siempre investigar el nombre de las personas cultas que en ellas residían, y procurándome su sociedad, oír de su propia boca los informes que me eran necesarios." Además leyó obras bien escogidas, tales como la Historia geográfica, civil y natural de la Isla de Puerto Rico, del fraile bene. dictino Iñigo Abbad y Lasierra, a quien confunde Ledrú con Antonio Valladares, el editor del libro. El mismo, en las giras y excursiones botánicas prin. cipalmente por la costa nordeste y noroeste del país, tuvo buen cuidado de informarse acerca del orden institucional, gobierno, economía, etc., de Puerto Rico. Entre los amables informantes que le suministraron datos de importancia sobre el país, menciona al señor París, comisario francés, y al doctor Raiffer, médico francés residente en la isla. Como buen hombre culto de su tiempo, al hacer las observaciones sobre la sociedad sigue el dictum de Montesquieu de que "la herencia y el ambiente de una nación son los principales responsables de sus instituciones". En su apreciación de las costumbres y el carácter del pueblo puertorriqueño, es generoso y en ocasiones 10 vemos alcanzar en su rclato una emoción auténtica de viajero que ~omuni-

uO

4: CarlC?s E.. Chard9n. Los Naruralistas en la América Latma, Edlt9ra del Caribe, Sto. Domingo, 1949, pág. 311 Y ss. 5. Op. CIt., p. 310.

ca a sus páginas una impresión de animación. Son, por ejemplo, de aut~ntico valor y gracia literaria las descripciones que hace de las éarreras de caballos que se celebraban en San Juan a la llegada de los viajeros. La descripción de las bellas amazonas puertorriqueñas de quienes dice, "dudo que nuestras bellas de París puedan disputar con las amazonas de Puerto Rico el arte de manejar un caballo con tanta gracia como atrevimiento", cuadra con todo rigor con los retratos que de ellas hiciera nuestro primer pintor José Campeche. Su estadía en el campo produce el mayor número de observaciones valiosas. Su descripción de la hacienda azucarera de San Patricio en la carretera de Bayamón cuyo plan describe, o su visita a la hacienda de "Don Benitof e~ la zona de Fajardo, son de gran valor histórico. Cuenta pormenorizildamerite los detalles de un baile que daba el mayordomo de dicha hacienda para celebrar el nacimiento de su primer hijo. Ofrece curiosos datos de los vestidos, los alimentos, las clases sociales, los instrumentos musicales, etc. En su descripción de San Juan destaca las diferencias que se advierten entre las casas de los ricos, los vecinos de mediana for'tuna, y las chozas de la gente pobre que se encuentran en los barrios externos de la ciudad. Describe los monasterios, la catedral, los castillos del Morro y San Cristóbal y finalmente los pueblos de la costa en orden de norte a sur, en cuyas descripciones sigue de cerca la narración de Fray Iñigo Abbad. Luego hace un breve recuento de los principales sucesos históricos. de Puerto Rico, siguiendo aquí también de manera poco -imaginativa a Fray Iñigo y añadiendo sólo contados datos de otras fuentes contemporáneas o de la propia observación. No obstante su racionalismo, del cual da repetidas pruebas, como es el caso de su fe ilustrada en el progreso, no se nos muestra ni antirreligioso, ni antiespañol. "He sido testigo -nos dice- de mUA chos abusos, y estaba casi en el deber de señalarlos y apuntar las reformas que a mi juicio debieran introducirse en varios ramos de la administración pública; pero he tenido un especial cuidado en no manchar mi pluma, como lo han hecho no pocos escritores, con sarcasmos e ironías contra el carácter español y su culto religioso." Cuando menos su genuino agradecimiento por la hospitalidad recibida le contiene en sus críticas. Sobre los puertorriqueños nos dice: "Los habitantes de Tenerife, así como los de Puerto Rico, no ceden en moralidad a ningún pueblo conocido, y superan en lo sincero de su amistad y en la generosa hospitalidad que los caracteriza." Además, refiriéndose a los habitantes de nuestros campos, dice Ledcú: "son sobrios y cumplen religiosamente su palabra empeñada". Aparte los valiosos datos sobre población, comercio, contrabando, etc., y sus prolijas y útiles 51


descripciones de los mamíferos, aves, reptiles y peces de Puerto Rico, o de las noticias sobre los invertebrados: insectos, moluscos, crustáceos, etc., contiene esta edición de la traducción del viaje, una Addenda sobre animales de Puerto Rico no mencionados por Ledru, compuesta por un tal M. Sonnini, y el capítulo final donde se narra el regreso de los naturalistas a París en 1799. y ya para terminar estos breves apuntes, no podemos menos que coincidir con el. traductor señor

51

Julio de Vizcarrondo (1830-1889), cuando señala: "La obra de Ledru será otro más de esos datos (o mejor, fuentes históricas) que esparcidos hoy, caerán un día bajo el dominio de un hábil colector que se proponga encadenarlos y dar vida y movimiento a las figuras históricas", sacando de ahí una historia cabal de Puerto Rico. Este último, apuntado, es sin lugar a dudas el más señero valor de esta obra que los puertorriqueños estamos en la obligación de conocer, amar y difundir, ahora y siempre.


La Por

abuela

MANUEL JOGUR CACHO

pAGABA

con ayunos sus promesas.

y se fue haeiendo frágil y más triste.

Su blanco cada vez era más blanco, que al fin se diluyó en el aire.

h~sta

Cuando una mañana fui a su lecho hallé sólo un puñado de ceniza. ¡Hacía muchos años que la abuela, para mi asombro, hallábase de viaje! ¿Adónde ha ido? Llego hasta la umbría donde el frío a los árboles azota y la terrible noche va en aumento. Donde la abuela llama todavía... ¡Y, porque yo no escuche su voz rota, está formando escándalos el viento!


La Casa del Callejón Por

UNO DE LOS EDIFICIOS M¡{S INTERESANTES DEL VIEJO

San Juan, tanto por sus características arquitectónicas como por ser la sede de dos importantes museos puertorriqueños, es la casa de dos plantas ubicada en el callejón de San Luis Rey, haciendo esquina con la calle de la Fortaleza. Data de la pri. mera mitad del siglo XVIII y su estilo corresponde al de los edificios de San Juan de ese período. De fachadas muy sencillas, los balcones de balaustres torneados constituyen su principal ornamento exterior. El edificio fue adquirido hace algunos años por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, con fondos asignados por la Asamblea Legislativa. El Instituto pro~edió a una cuidadosa restauración del edificio habilitándolo para los fines que hoy sirve. El resultado de la obra de restauración demuestra 10 que fueron las tradicionales casonas de San Juan y en lo que pueden transformarse muchos otros edificios de la ciudad susceptibles de una adecuada restauración. El edificio es sede del Museo de Arquitectura Colonial de San Juan (planta baja) y del Museo de la Familia Puertorriqueña del Siglo XIX (altos). En la planta baja también están instalados la galería de grabados puertorriqueños "Colibrí", la Librería del Instituto de Cultura Puertorriqueña, un centro de exposición y venta de artesanías y la Fonda del Callejón, restaurante especializado en nuestra cocina.

RICARDO

E.

ALEGRiA

militar, religioso, civil y doméstico, ampliamente ilustrados por medio de maquetas, dibujos, planos y fotografías. Se exhiben, además, ejemplos de azulejos utilizados en la decoración de las casas, bao

El Museo de Arquitectura Colonial El Museo de Arquitectura Colonial constituye una exposición permanente de la arquitectura sanjuanera de los siglos XVI-XIX y abarca los aspectos 54

Fachada a 'la calle de la Fortaleza.


La Casa del Callejón, antes de SJ!r restaurada.

Aspecto actual.

laustres de hierro y madera, losetas de barro y una colección de herrajes procedentes de diferentes edificios de la zona antigua de San Juan.

El Museo de la Familia Puertorriqueña del siglo

XIX

Este museo, que también podría denominarse Museo romdntico, reproduce el ambiente doméstico de una familia sanjuanera de mediados del siglo pasado, cuyo estilo y fisonomía se ha mantenido tanto en la distribución de las habitaciones y dife· rentes dependencias de la casa como en las caracte· rísticas de su decoración y mobiliario. Zaguán, patio, escalera, galería superior, sala, dormitorio, ora· torio, despacho, comedor y cocina constituyen aspectos indivisibles de una unidad no sólo física, sino también espiritual. Esta casa-museo nos permite apreciar el estilo de vida q4e habían alcanzado las familias acomodadas de nuestra ciudad capital para mediados del siglo pasado. Denota el refinamiento de costumbres y la holgura económica que señalaron en Puerto Rico al siglo romántico. Refleja también, en gran medida, el auge artístico que experimentó Puerto Rico en la misma época, auge que se expresa en la elegancia del mobiliario fabricado en el país, en las pinturas de Campeche, OIler y Jordán, que decoraban nuestras salas, en- el cultivo de la música y la

Aspecto de la restauración interior.

ss


El patio, con el aljibe al fondo.

S6


popularidad de compositores como Tavárez y Mo· rel Campos. El despacho del caballero de la casa deja ver las inclinaciones intelectuales: en 'su bi· blioteca se destacan obras europeas, latinoamericanas y norteam~ricanas, jun'to con los libros publicados en el país por nuestros principales escritores de la época. Interesante resulta observar cómo aún en las casas más elegantes de San Juan se conservaron algunos de los muebles y efectos más antiguos y característicos del país, tales como el tinajero para destilar y mantener fresca el agua de lluvia procedente de aljibe, y la cómoda hamaca, herencia de nuestros indios. Los muebles, cuadros y objetos que enriquecen este Museo han sido adquiridos por el Instituto a través de todo el país. También se han recibido valiosos donativos consistentes en muebles, pinturas y otros objetos. Entre éstos se destacan los siguientes: Retrato de doña Frasquita Senra, viuda de Molina, pintado por Federico Madraza, donado por doña Laura Ce'stero Hemández y sus hermanos; retrato de don Manuel l. Saldaña, pintado por Fran· cisco Oller, donado por doña Aurora Saldaña de Pas; "Paisaje Francés", pintado por Francisco Oller, donado por el señor Víctor Braegger; retratos de doña Sara Buggs Lee y don Eduardo Lee, autor des· conocido, donados por su biznieto el señor Walde· mar Lee; cuna de niño (moisés), donado por doña

Galería

Rosa C. de Pons; piano romántico de fabricación alemana, donado por doña Consuelo P., viuda d~ Kelly. Otros objetos y muebles han sido donados por la doctora Josefina Villafañe de Martínez Alvarez, doña Luisa Frías de Hempel, la familia AlegríaGallardo, el señor Angel Rengel, la familia VerayTorregrosa, el señor José Ferrer de Cantes y otras personas. 57


Cuna

Galeria exterior

Despacllo

Sala

!l8


Exposidón de James G. Shine

E

N EI. IN~TITLTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA SE

presento, del 13 de marzo al 10 de abril una exposición de la obra realizada en los últimos dos años por el pintor James G. Shine. Natural de San Juan, el pintor Shine es maestro de la Liga de Estudiantes de Arte, ambas con sede en la capital. Anteriormente había expuesto sus obras en el Museo de la Universidad de Puerto Rico y en ei Museo de Arte de Ponce (1967). En 1969 participó en exhibiciones en Boston, Nantucket y Lennox, Massachusets. Oleos de Shine figuran en importantes ·colecciones privadas. Ilustramos en estas mismas páginas algUnos aspectos de la exposición.

f• Oleo Cartel de ia Exposición, obra del artista.


Aspecto de la Sala de Exposiciones

Desnudo

Mujer


Bibliografía Puertorriqueña 1969 (Segunda Parte)

AGOSTINI DE DEL Rto, Amelia: HAsta que el sol se muera. - Zaragoza, Ediciones Río Duero, 78 págs. Segundo poemario de la escritora yaucana, quien publicó A la sombra de un arce en 1965. 'AuVEDRA, J.: La extraordinaria vida de Pablo Ca.sals. - Barcelona. Aymá, S. A. Editora, 121 págs., ilus.trado. Biografía del cellista catalán actualmente residente en Puerto Rico, donde dirige el Festival Casals. ALEGIÚA, Ricardo E.: El Fuerte de San Jerónimo del Boquerón. Museo de Historia Militar de Puerto Ri~o. - San Juan, Instituto de Cultura Puertorriquena, 62 págs.; diseño tipográfico: Carlos Marichal' ilustrado. . ' Contiene una reseña histórica del antiguo fuerte del siglo XVI, con una relación de los diversos ataques ingleses y holandeses, hasta la Guerra Hispan(r americana de 1898. ARANA DB LaVE, Francisca: Los temas fundamentales de la novela puertorriqueña durante la primera década de Puerto Rico como Estado Libre Asociado a los Estados Unidos (1952.1962). - Washington, ·D. C., 93 páginas. Estudio de seis novelistas: José A. Balseiro, Luis Hemández Aquino, Enrique A. Laguerre, César Andréu Iglesias, René Marqués y Pedro Juan Soto. Tesis para la Maestría en Ciencias en la Universidad de Georgetown. ARCE DE VAzOUEZ, Margot: Garcilaso de la Vega (Contribución al estudio de la lírica española del siglo XVI). - Universidad de Puerto Rico, Editorial Universitaria, 142 págs. Tercera edición de la obra, publicada originalmen· te en 1930, y que coincide con el retiro de la autora de su labor docente en la Universidad de Puerto Rico, donde prestó servicios durante 45 años. -ARNALDO MBYNERS, José: De ayer y de hoy. Puerto Rico, 95 págs.

San Juan,

Colección de articulas periodístiDos y ensayos, entre los cuales los hay dedicados a figuras literarias como Luis Lloréns Torres, Romualdo. Real y Eugenio Asto) ARROYO, Angel M.: Sinfonla en colores. - Sociedad Puertorriqueña de Escritores, Capítulo de Nueva York, 163 págs.; prólogo: Vicente Géigel Polanco. Tercer poemario de) escritor y periodista puert(r rriqueño residente en l'lueva York, donde preside la Sociedad Puertorriqueña de Escritores de esa ciudad. 'BAUZÁ, ~uillermo: La guerra. Teatro. - San Juan, Puerto Rico, 310 págs. El autor ha publicado anteriormente dos obras de teatro: Don Cristóbal y La Loba. Ha publicado además novela y poesía. CLAUDIa DE LA TORRE, Josefina A.: Mi sinfonta rosa (Poemas). - México, B. Costa-Amic, Editor, 80 págs. Primer poemario de la autora, puertorriqueña resi· dente en. Estados Unidos durante mucho tiempo. En la actuahdad enseña en el Recinto Universitario de Mayagüez, en uso de licencia de la Universidad de Georgetown. COLL y TOSTE, Cayetano: Historia de la esclavitud en Puerto Rico. - Compilación de Isabel Cuchí Coll; San Juan, Sociedad de Autores Puertorriqueños, 171 páginas. Colección de documentos relativos a la esclavitud negra en Puerto Rico, hasta su abolición en 1873. rERNÁNDBZ MéNDEZ, Eugenio: Crónicas de Puerto Rico. Desde la conquista hasta nuestros días. (1493-1955). - Universidad de Puerto Rico, Editorial U. P. R., 694 págs.; selección, introducción y notas de Edición en un solo tomo de la obra publicada originalmente en dos volúmenes en 1957. Se recoge una serie de fuentes primarias para la historia cultural de Puerto Rico, desde el descubrimiento y conquista hasta nuestros días.

--o

FIGUEROA DE CIFREnO, Patria: Nuevo encuentro con la estética de Rosa-Nieves. (Varios ensayos y una breve

61


antología poética). - San Juan, Puerto Rico, 106 páginas. La autora 'continúa ·la labor de critica que emprendió en 1965 con la publicación de: Apuntes biográficos en tOTltO a la vida y la obra de Cesáreo Rosa-Nieves. GARCtA DE SERRANO, Irma: La selección de personal en el servicio público de Puerto Rico. - Universidad de Puerto Rico, Editorial Universitaria, 312 págs. La obra estudia el desarrollo histórico y los obje· tivos y procedimientos de las prácticas de personal en el gobierno de Puerto Rico.

Tomo XIII, Forjando el p,?rvenir americano (Vol. 11), 386 páginas. Tomo XIV, Hombres e ideas, 435 págs. Tomo XV, Lecciones de Derecho Constitucional, 441 páginas. . Tomo XVI, Tratado de Moral, 464 págs. Tomo XVII, Tratado de Sociología, 249 págs. Tomo XVIII, Ensayos Diddcticos (Vol. 1), 414 pá. ginas. Tomo XIX, Ensayos Diddcticos (Vol. 11), 412 pá. ginas. Tomo XX, Ensayos Diddcticos (Vol. 111), 370 páginas.

GA~S,

Tomás R.: Agridulce. - Nueva York, Sociedad Puertorriqueña de Escritores, 164 págs.; prólogo: Angel M. Arroyo; observaciones: Cesáreo Rosa· Nieves. Primera colección poética del a1,1tor, nacido en San Juan en 1892, y quien reside en Nueva York desde 1919.

JOGLAR CACHO, Manuel: Por los caminos del día. San Juan, Puerto Rico, 39 págs.; prólogo: Juan Antonio Corretjer. • Segunda edición revisada de la obra que obtuvo el Premio de Poesía del Ateneo Puertorriqueño en 1958, y cuya edición original es de 1959.

GARRIGA ALVAREZ, Francisco: Sin Camino. - San Juan, Puerto Rico, 123 págs.; prólogo del autor; nota final de Luis Dalta. Primer poemario del poeta aiboniteño, quien se· ñala que "no menos de cincuenta años han pasado desde que comencé a pergeñar renglones cortos (a medio camino del verso)".

UGUERRE, Enrique A.: La poesia modernista en Puerto Rico. - San Juan, Editorial Coqui, Ediciones Berinquen, 217 págs.; introducción: Emilio M. Colón. Tesis de maestría del autor, en la cual estudia el desarrollo del modernismo en la líriCa puertorriqueña. S~ agrega un apéndice más reciente: "El modero nismo nacional e iberoamericano de Puerto Rico".

GAUDIER, Martín: ¿Una visita al Paraíso o al Infierno? Conteste el lector después de leer esta obrita. Barcelona, Gráfica Bachs, 130 págs. En la primera edición de 1965, el subtitulo era dis· tinto: "Un tardío viaje a Europa". Relata un .recorrido por el autor en 1958.

LERGIER, Clara Luz S. de: Con los ojos del alma. - Río Piedras, Editorial Edil. Colección Poética Edil, 80 páginas; prólogo: Ernesto Juan Fonfrías. Primer libro de la poetisa, dividido en cinco par· tes: De amor, De fe, De la patria, Del alma, Impresiones.

GAZTAMBIDE ARRlLLAGA, Carlos: El caballo de paso fino. - Puerto Rico, Talleres de Artes Gráficas del Depar. tamento de Instrucción Pública, 108 págs.; ilustrado. Serie Gaztambide Arrillaga de Zootecnia, Primer Tomo. Obra dedicada al desarrollo del caballo de pasa fino en Puerto Rico. El autor ha sido fundador y pre· sidente de la Federación de Dueños de Caballos de Paso Fino de .Puerto Rico.

LEWls, Gordon K.: Puerto Rico: Libertad y poder en el Caribe. - Río Piedras,' Editorial Edil, 752 págs. Primera versión al español del estudio publicado originalmente en 1963 bajo el título: Puerto Rico: Freedom and Power in the Caribbean.

GONZÁLEZ, Eugenio: Mosaico histórico de Aguada, "Villa de Sotomayor". - Cooperativa de Artes Gráficas Romualdo Real, 146 págs.; ilustrado. Se propQne el autor "seleccionar y agrupar en un solo volumen un buen número de material de carác· ter histórico relacionado con nuestra vida de pueblo". HOSTOS, Eugenio María de: Obras Completas. - San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña; segunda edición, facsimilar de la conmemorativa del cente· nario, 1939. Tomo I. Diario (Vol. 1), 397 págs. Tomo I1, Diario (Vol. I1), 438 págs. Tomo III, Pdginas íntimas, 398 págs. Tomo IV, Cartas, 287 págs. Tomo V, Madre Isla, 362 págs. Tomo VI, Mi viaje al Sur, 442 págs. Tomo VII, Temas sudamericanos, 456 págs. Tomo VIII, La-peregrinación de Bayodn, 320 págs. Tomo IX, Temas cubanos, 498 págs. Tomo X, La Cuna de América, 437 págs. Tomo XI, Crítica, 307 págs. . Tomo XII, Forjando el porvenir americano (Vol. 1), 486 páginas.

62

LLO~NS

TORRES, Luis: Obras Completas - Tomo 1I. Prosa y Teatro. - Introducción: Maria Teresa Ba· bín. San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 348 páginas. _ Contiene la obra América (Estudios históricos y filológicos), con prólogo de Antonio Cortón, publicada originalmente en 1898, y El Grito de Lares, drama estrenado en San Juan en 1916.

- - : Obras completas. Tomo 111. Artículos de periódicos y revistas. _ Contiene 150 articulos, sobre Literatura y Derecho, Historia y Política y Economía, coleccionados en libro por primera vez, en recopilación de María Teresa Babín. MAlDONAOO DENIS, Manuel: Puerto Rico: Mito y realidad. - Barcelona, Ediciones Península, 269 págs. Colección de ensayos que es "un intento de presen· tar ante el lector lo que el autor ha venido elucubran· do sobre la situación de Puerto Rico y de nuestra América en el decurso de los últimos cinco años". MARTfNEZ SANDtN, Ramón F.: De mis naranjos en flor. - México, Editorial Estela, 70 págs.; introducción: Julio Meléndez. El -prologuista ve una "evolución vertical del hombre hacia el mundo de la poesía", en esta obra del poeta vegabajeño, en comparación con sus dos prime· ros poemarios.


MEL~NDEZ,

Julio: El buitre y la carroña (novela). Vega Baja, Editorial Cibuco, 219 págs. Primera novela del 'autor de La carne indócil (cuentos, 1964) Y Literatura vegabajeña (historia y antología, 1967).

Colección de articulas de critica dos originalmente en El Mundo. en loguista dice que Pedreira aclara y nesteres: el del investigador, el del crítico.

MELLADO, Ramón: Puerto Rico y Occidente. Ensayos pedagógicos. San Juan. Puerto Rico, Editorial Edil, 185 págs.; nueva edición. Cuatro ensayos en .los cuales el autor, actual Secre-. tario de Instrucción Pública. se propone "precisar y clarificar algunos de los conceptos sobre el hombre puertorriqueño. su sociedad, su cultura y su educación".

- - : Tres ensayos. Obras Completas VII. Río Piedras, Editorial Edil. 107 págs.; prólogo: Concha Meléndez. Contiene: La actualidad del jibaro, Curiosidades literarias de Puerto Rico y De los nombres de Puerto ,Rico.

MORAN. Roberto E.: The Roots 01 prejudice. also, Reflections on tlle Book Racial Awareness in Chil· dreno - University of Puerto Rico, College of Edu· cation, 53 págs. El autor describe el ensayo como "un intento de rastrear las rafees del prejuicio racial". 'O'NEJLL ROSA. Ismael: De mi interior que sangra... y otros poemas. - San Juan. 123 págs.; prólogo: Amador Ramírez Silva. Segundo poemario del autor. juez de distrito en San Lorenzo. En 1960 publicó Cristales del manantial. PEDREJRA, .Antonio S.: Aristas. Obras Completas 1. Río Piedras, Editorial Edil, 175 págs.; prólogo: Concha Meléndez. Colección de ensayos de temas españoles, univer· sales y puertorriqueños. entre éstos: "De los Nombres de Puerto Rico" y "¿Portorriqueño o Puertorriqueño"?

- - : El periodismo en Puerto Rico. Obras Como pletas JI. - Río Piedras, Editorial Edil. 358 págs.; prólogo: Concha Meléndez. Historia del periodismo puertorriqueño desde la Gaceta de 1806 hasta 1930, con listas de periódicos y seudónimos. - - - : Aclaraciones y crítica. Obras Completas VI. Río Piedras, Editorial Edil, 358 págs.; prólogo: Con· cha Meléndez.

de libros publica· los cuales la propeslinda tres me· impresor y el del

P~REZ

CADIlLA. Manuel: Oraciones selectas frente al Padre. - Arecibo, El Banco de la Oración. 122 pá. ginas. El autor hace una selección de sus obras: Monólo. gas de Dios en mí, y Hablando con- Jesús. ROSA·NIEVES. Cesáreo: Girasol. - Puerto Rico, Edito-· rial del Departamento de Instrucción Pública, 51 páginas; ilustraciones: Carlos Marichal. Tercera edición de la obra de verso infantil, cuya primera edición es de 1960.

- - : La poesía en Puerto Rico (historia de los te· mas poéticos en la literatura puertorriqueña). Tercera edición. San Juan, Editorial Edil, 301 págs. Relación y crítica de los temas de la poesía puertorriqueña desde sus antecedentes hasta nuestros días. Fue tesis doctoral del autor. SÁEZ BURGOS, Juan: Un 110mbre para el llanto. - Río Piedras, Editorial Edil, Colección Poética Edil, 77 páginas. Primer poemario del joven poeta. El libro obtuvo el Premio de Poesía del Ateneo Puertorriqueño en 1963. SOTO, Pedro Juan: El francotirador. - México. Joaquín Mortiz, 297 págs. Novela de ambiente universitario y poHtico de Puer· to Rico, junto con la situación del exilado cubano. El autor ha publicado: $piks, Usrnaíl, Ardiente suelo, fría estación.



.~

... ..

~

+.

.J +

<. -

..

,

..


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.