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CA VILILLA CUEYTO DE PEDRO AL.-l.RCON, REFERIDO POR CASTltO y SERRANO
Por los tiempos en que Pedro AntoDio Alarcón se consideraba excedente de su ciudad natal, y llamado a recorrer el mundo con sus ilusiones de poeta, sus miras de poiítico y sus ansias de renombre literario, principió a hacer paquetes de sus hojas impresas para dedicarse a inscribir en las hojas de su memoria los apuntes que iban a servirle en el desarrollo práctico de su num~n. Por entonces estudió a muchos de los personaj~s que después figuraron en sus novelas, entre los que, y sin que nosotros sepamos la causa, dejó inédito á CaviZilla. Cavililla era hijo de la tia Cavila, viuda de un menestral que para no morirse de hambre ni pedir li. mosna puso un tenducho de ropa 'vieja donde se vendían pimentón y tenazas, alpaqatas y velas de sebo. En el principio, falta de fondo~, sacó la venta sus p opios guiñapo" y los del difunto, hasta que, realizadas algunas sum:.lS, pudo ya establecer un teje-maneje de compra- ·enta que la elevó en el comercio al ran0"0 de producto.; comestibles. Donde quiera que hab~ dos cuartos que ganar, allí estaba la tia Cavila. y 5US ios . tintos industriales llegaron al punto de que en br~ve tiemfo se hiciese ropavejera. tendera y banquera, por-
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CAVILILLA.
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que cambiaba plata por cobre y prestaba duros en el mercado. 'Si aún vive, debe de ser á estas horas ultramarina. Producto de tan singular mujer era Cavila. N uestro héroe , desde los catorce anos. hacía de . gracioso en comedias caseras, ayudaba á mIsa que era un primor, y tocaba la guitarra con púa hasta ~l deliriun trem,M8,- Por cierto que esto de tocar la .gu.Itarra proporcionó á Pedro Alarcón las primeras dt~j¡ cias de su amistad con el rapazuelo. -Mire ustedes, señorito--dccía al poeta j unto á la ventana del cuarto bajo pr6ximo i la prendería-Ve rá ustedes lo facil que es di vertirse con las criaturas. y preludiando con su guitarra un pa'io-do ble, hacía que los transeuntes de la acera tomasen el compás como reclutas en instrucción. Pero de pronto variaba el ritmo, acelerando ó acortando la m.,rcha, y las figuras aceleraban ó acortaban sus movimientos. tropezán dose á veces consigo mismas. -Desengáñese usted, Don Pedro.-añadia,-que las personas, son como los monos al son que les tocan bailan. Est IS y otras ingeniosidades de Davililla entusias maban á Pedro, el cual le aplaudió singularmente en el ejercicio de una industria que, para emular las de su madre, introdujo en Guádix, pueblo de nuestra historia. El mozo reparó que, criándose en la vega hermo sos cáñamos, los cordeles iban de Granada y se pagaban á buen precio. ¿ Por qué no hacer cuerdas alli ? E imitando á la tía Cavila, que para comprar la ropa de los otros principió por vender las suyas, fuese á los cañamizares ajenos, Y de aquí unas matas, de allí un hacecill.) (que en esto de la selección no era muy escrupuloso), reuni6 materiales sufici~ntes para su primer ensayo de cordeleria. Decir el trabajo que emple6 en macerar, agramar, hilar y torcer el cáñamo, sin prévia idea de ninguna
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de esta::; operaciones, equivaldría á una investigación minuciosa de cómo aprendió á tocar la guitarra sin maestro y de cómo pronunciaba tambien el latin sin haberlo aprendido. Declaremos, con todo, que las cuerdas salfan bastante feas; pero considerando que en las poblaciones de Andalucla las criadas usan y rompen mucho cordel, con el acetre de sacar agua, y que para tendederos de ropa es preferible la cuerda de hilo á la soga de esparto, CavililIa principió á prosperar en su industria, gracias al corto precio y fortaleza de sus cordeles. El, sin embargo, no quedaba gustoso de la manufactura, y para proseguirla C0n mejor fruto, inventó una rueca ue hilar y una máquina de torcer que honrarían hoy á cualquier ingeniero. Lo que aun no pudo conseguir para sus ramales y trallas, fué la igualdad y brillo de los que venfan de fue- a. HaIlábase en éstas y otras imaginaciones, cuando un dia le dijo Alarcón : -CaviliIIa, ¿ quisieras ver el mar? El muchcho abrió desmesuradamente los ojos exclamando: -¿ Usted se burla, señorito? -No me burlo; y la prueba es que yo mismo te lo enseñaré en Almuñécar, si quieres ir conmigo de criado. - Ida de perro. -Pues bien, prepárate, que mañana salimos para allá. Pero ante todo, necesito advertirte una cosa.... -¿ Cuál? . -Que tiene~ que hacer cuanto te diga._¿ Hay que matar á alguno? -No tanto; lo que hay es obedecerme ciega. mente. -P6ngame usted la venda. _ Ya te la pondré á su tiempo. Por ahora, que tu madre te arregle los trapos, y en marcha. CaviJilla creyó volverse loco de placer. i El mar!
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ii El mar!! ¿ Para qué querría don Pedro que vIera el mar? Nosotros responderemos al inocente. Don Pedro quería que viese el mar para torprender la emoción de un alma pura al descubrir la planicie inmensa del Océano; para recrearse en la perplejidad, en el embeleso, en el delirio que ocasiona el .mayor as~~ bro de la Naturaleza; para oir con los oJos y por UnJ· ca vet. una poesía sin voz y sin palabras. - i Alégrate Cavililla!- decíale Alarcón á media noche, en el carruajl' que los llevaba á Almuñécar.Voy á hacerte feliz, pero has de obedecerme en todo. Toma esta venda y este pañuelo; cuando vaya á ama necer, que será cerca de la población, te cu bres la vista en términos de que no te penetre ni la luz: después ya sabré yo lo que hago. Ahora á dormir. Cavililla temió que le fuera imposible obedecer la primer:l orden de su señor. ¡ Dormir cuando caminaba hacia el mar, cuando. iba á ver el mar! Haría por conseguirlo; y como era muchacho, se durmió en efecto. Alarc6n fué quien tardó en vencerse, porque entre sus ilusiones y el mal camino, no hallaba forma de reposo. Un bache terrible, de esos en que zobran hasta las galeras, conmovió la tartana de nuestros caminantes, haciéndoles despertar. -¿ Me tapo ya, Don Pedro ?-dijo Cavililla tomando el volquetazo por el alba. -Cállate y duerme,-contestó Alarcón. Pero callarse y dormise iba ya siendo difícil en tales circunstancias. N o habda pasado media hora, cuando el chico volvió á gritar. -¡ Ya huele., don Pedro, ya huele ! y olía. El mar con las brumas del amanecer enviaba esos perfurmes de la costa que se presienten, a~nque no se hayan haspirado nunca. Pedro tap6 los ~Jos del muc}1acho con la venda primero y con el panuelo despues, por no fiarse de la voluntaria ceguera
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de Cavililla. Al echarle el último nudo, entraban en Almuñécar. No quiso Alarcóll detenerse en la fonda ni en parte alguna; así es que cogiell(lo del brazo al rapaz, tornó el camino de la playa, impaciente por producir la escena del asombro. Durant~ la travesía, que no es corta, una infeliz mujer de las que desde muy temprano ponen su sensibilidad al servicio de los dolores ajeros, murmuró á media voz: -- i P bre criatllJ a! i Tan niño y cie,(o! Alarcón se sonrió". porque el niño ciego, que excitaba la;; frases compasivas de la mujer, era en aquel instante la más dichosa de las criatnras. Llegados al PUl1to desde donde se descuble mayor extensión de m:.r. Pedro, á guisa de fotógrafo que baja la cámara oscura y dirige su objetivo á la descu bic ta del mejor panorama, [ué colocando el cuer¡ o de Cavililla hacia el espacio infinito, para que pudiera contempl~,r de un golpe la lontananza que se dobl . C0n inconcebible curva, el oleaje que se agita on vertig-inoso movimiento, las ¡·Iancas espumas que regocijan los ojos, el rumor sublime que suspende el ánimo al estrellarse el agua contra las peñas i !\hora. !-gritó Alarcón arrancando la venda al (hiCe ) L.-te á su ve 7, gritó casi instantáneamente: - j Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! Hubo unos segundos de silencio, durante los cua· Ie-s. el poeta volvió la (~spalda al mar para fijarse en la rostro del espectador; cuyas íntimas emoc' ones quería sorprender, cuyos delirios deseaba inquirir: pero advirtió que Cavililla no miraba léjos, sino cerca, muy cerca, á un esquife amarrado con fuertes cdobles á la orilla. Entonces reventó el mllchacho diciendo: -¡Qué maromas, don Pedro, qué maromas! ¡Es s if que son cllerda~ ! JOSÉ DE CASTRO y SERRANO.
SU UNICO AMOR. Pocas muchachas habfa en Granada que gozasen de más simpatas que Anita de IRía. Amable con todos los que se le acercaban, fuesen jóvenes ó viejos, ricos 6 pobres, el nombre de Anita en cualquiera parte que se pronunciase iba invariablemente seguido de alguna frase afectuosa. Todos los domingos yeíasela en misa, vesti· da con sencillez, arrodillada durante el santo oficio, y sin alzar la vista de su libro de oraciones. Cerca de ella es· taba siempre la señora de Mérida que cuando qued6 huérfana la sirvió de madre recugiéndola en su casa. la muerte de su hermana, que dejaba á Anita abandonada, habló á su esposo para adoptarla, y, con la aprobación de Mérida, la niña entró en la casa y fué mirada por todos como una hija. El matrimonio Mérida tenl dos hijos, Carmencita y Manolo. Pronto entre los tr niños ja amistad fué grande, y la huerfanita se halló e un hogar más lujoso que el suyo. Sus padres eran po bres, mientras que los Mérida gozaban de una regul fortuna, y aunque hubiese llorado amaraamente á 'i> madre, & los siete años los dolores no dejan huellaS. T anta m~s, cuanto que su prima Carmencita, que acaba de cumphr doce, la mimaba mucho y la regaló sus m~ñ~ cas, que para ella que tenía la presunción de ser conslde racia como una se~orita. eran inútiles.
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Por su parte su primo Manolo, un muchacho de diez años que estudiaba el :z? de bachillerato, la tomó gran cariño. Tra1ado siempre como hermano menor por Carmen, tomaba aires de protector con Anita. Así ni nyidias ni rencillas estallaron en la casa al entrar la huérfana, y la señora Mérida pudo regocijarse del buen corazón de sus hijos. Si reñían a veces Carmen y Anita, Manolo intervenía. -Haces muy mal, decía con enojo á su hermana, en pelearte con la chiquita. y e hacía la paz. Si por el contrario el culpable era Manolo, Carmen le reprendía severamente con su autoridad de persona mayor. _ ¿ Es posible, Manolo, que seas tan perverso que hagas lIurar la chiquita? No me hables más en tu vida, pícaro. Manolo se escapaba corriendo, y solía volver con los bolsiJJos llenos de almendras que daba con preferencia á Anita. Ana comenzó sus estudios con el mismo maestro que su prima, é hizo grandes adelantos, Pero aunque su int( 1"[, encia se desarrollara rápidamente, la parte física estaLéL uastante atrasada. De estatura pequeña, delgada, morena, nadie creía que tuviese diez años. Su rostro EO tenía nada de notable. Dos ojos negros que 110 se podian llamar hermosos más que por su dulce expresión de bondad y de inocencia. Una nariz incorrecta, y una Loca grande no podian hacerla bonita. Pero á su lado nadie notaba estos defectos; tal era la simpatía que emanat'a de ~u voz melodiosa y del conjunto de su persona. Crmer" por el (ontrario, que iba á cumplir quince años, era l na hermosa muchacha. Alta, blanca con ojos y cabellos negros, la nariz aguilefla, la frente despajada)' altÍYél, el único defecto que se poda poner á aquél rostro de reina, era su expresión resuelta y un poco
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mascu1Jln~. 1 ar~~I~dac! y de audacia constitua 1 E el Y actuc aire e Vlll 1 ' .
'era el retrato vivo de su hermano, mayor _ . 1·1 t· a'lO infantil de Mono o. ste sana. encanto (e rf~ IOt ' ly un día se hirió tratando de afel' ba con ten '1' Jlgo .e, drc La señora Mérida t;)rse con las navajas de su pa . d ' :IJ1comOt . l'() a1 verle con el rostro. ensangrenta o, pero se .~ r: .• '" a ca rcaiac!as El nmo sumo una ásevesu esposo se no J.' f volverlo ha. ra reprensión, y arrepentido prome 16 no cero Anita lloraua espantada. El valor de su primo ele cogcr tina navaja para afeitarse le daba esca1ofnc~. - y no tuviste miedo, Manolo? le pregunto. -¿ Mi do?-replic6 ()rgtll1osam~llteel niño. A~ren. de que los hombres como yó no tl~nen n~lnc~. miedo. y cuando sea (rrande iré á la Academia, sere mIlItar, ga. naré mis galon~s espaela al cinte" y en cuanto haya gue. rra, voy y i pam! me convierto en un héroe y me gano la cruz ele San Fernando. -Ya lo creo que la ganarás, rcpitió Anita, conven. cida
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Manolo era para ella casi _un dios, y compartía todas las ambiciones elel nii'ío: El tambien la guarelaba deferencias sobrenaturales en su caracter brusco y despótico. Si hablaba Carmen ele sus proyectos, ésta se reí:!. Además la eelad ele Cilnnen le daba sobre él cierta sllpcrioridad que no quería sufrir. Por c:I contrario Anita, más pequeña, más dócil, era la confidente cle su elección. La mimaba con palabras cariñosas y rega. los, para tenerla siempre dispuesta á aplaudir todos sus sueños y ambiciones. Incomodábase, poníase frenético, si Anita distinguía algún nho de su edad. -¡ Vamos! r. Qué tiene ese estúpido que no tenga )'6 ?-decía celosamente. Y ella llorosa, tenía que hacerse perdonar. Él era su dueño y señor, y¡l~ dominaba .con la superioridad de sus años, de~J.I~ estudiOs de ~achIllerato que se lo mos. 1rá Ran ~ laJl!If@.){:om.Oc.AdII~IO, y con su caracter enér.
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gico y avasallador que tanto se imponía á la débil voluntad de Anita. Un día la cogió por el brazo, la empujó hasta un rincón del cuarto, y ;lIlí en voz baja, con los libios pegados á su oreja, la c( nfesó qnc había compuesto unos versos. La niña retroc lió estupefacta de admiración, sin dar cn~dito 3 sus oid )s. Y df:spués, curiosa, le preguntó; - i \-ersos' i \'ersos ! cómo los de Núñez de Arce que papzí leía la otra noche? --Si, como los de 'úñez de Arce, repitió con aplomo • 121;010. - eEn: ~nces. s('n muy buenos? --¡ :\Iagnílicos I pero ya juzgarás tú mism . Sacó con afcctada lentitud un pliego de papel ele cartas, y leyó elos cuartillas ramplonas, en las que hablaba de su amor, pidiendo á su adorada que si su pasión era correspondida se prendiese en el pecho un clavel encamado. -¡ Manolo! tú tienes demasiado talento, decía la niña. j Qué vcrsos tan bonitos! . Mientras que ella hablaba, Manolo grave y sério, le presentó un clavel rojo. Ella le miró sin comprender todada. -Cógelo, Anita, dijo el poeta impacientado de aguardar. Anita obedeció colocando el clavel en un ojal de su chaqueta de franela blanca. El rostro del muchacho se iluminó de alegría y de orgullo. -¿ Conque me correspondes, Anita? Ahora vás á ser mi novia, y cuando yo sea. gnmde, serás mi mujer. --¿ Tú mujer? No; tu hermana. '0 digas tonterías; yo estoy enamorado de tí. Entonces comenzó Manolo á hablar, mezclando en la confesión de su amor encantadoras palabras infantiles á frases huecas que recordaba haber leido en el folletín
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del periódico que se recibla en su casa. Fascinada la huérfana por aquellas frases que resonaban por primera vez en sus oidos, la palabra amor había herido su corazón virgen de niña. -Si amar es lo que dices, balbuceó p&lida y confusa, entonces, Manolo, desde que te conozca me enamoré de ti. -Anita, repiti6 el niño con seriedad. acabo de cumplir quince años, y dentro de pocos días parto. para Segavia á empezar mi carrera Me voy tranquilo, seg~ro de tu amor, pero quiero hablar á papá. Ven conmigo y no tengas miedo. Entró resueltamente en el despacho del señor Mérida precediendo á la niña. Allí delante del rostro sério de su padre á quien siempre había profesado un profundo respeto, su valor le al-andon6, Pero la vergüenza de pasar por pusilánime á los ojos de su prima le hizo sobreponerse, Y dominándcse, pálido y con los ojos bajos, hizo su confesión. Al ita té nía ganas de llorar sin saber porqué. El señor Mérida escuchó tranquilamente f: su hijo; conocía demasiado bien aquel caracter indomable y violento para tomarlo á broma ni exasperarle con un ri· gor inusitado. Después' interrogó á Ana sobre la naturaleza de sus sentimientos. Élla, poniéndose como una amapola, confesó que quería á su primo. _ Muy bien, dijo el señor Mérida, si cuando tú tengas diez y nueve años, Anit;1, y Manolo haya concluido su carrera, seguís Fensando Jos dos' en casares, yo tendré en ello mucho gusto. Manolo fué á dar parte de la feliz noticia á su madre y á Cá' men, y afectaba llamar á Anita su novia. " Pocos dias despues partió para Segovia. donde entró. en .l~ Academia de' Artillería. Su inteligencia, sU af)J¡caclOn, su firme voluntad de distinguirse, 'le valieron e n~m<;ro uno en los e?Cámenes. Dp.spues de un año V01V16 a pasar las vacaCIOnes con su familia. El señOr Mérida estaba orgulloso de Su hijo al verle tan buen esl.
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tudiante, y la madre temía que tanto estudio no le hiciese enfermar y le mimaba como á un niño pequeño. Pero Anita, la dulce Anita había creído morir de alegría al volverle á ver. Un año separados, en el que las cartas de Manolo no hablaban más que de sus estudios, de . las noches pasadas en vela junto á la lámpara con un lIbro en la mano y de sus esfuerzos para sacar un buen número en el primer examen. Anita por su parte no habia estado ociosa. Desde muy temprano se levantaba para coger su gramática inglesa de OHendorf-Benot, y estudiar su lección. Así, cuando su primo le preguntó sonriendo: -Do you lave me Annie? Ella respondió radiante de amor y de orgullo: -With aH my heart, my darling ! i Con qué afán había estado buscando en el diccionario aquella palabra de dar!i1Zg que constituye por sí sóla un poema de ternura. Manuel la felicitó calurosamente por sus adelantos, y á veces mezclaban en sus conversaciones palabras inglesas. Pero apenas transcurrieron las vacaciones el jóven partió de nuevo. Algunos afias pasaron así, iguales para la familia~1alluel hizo los mismos brillantes exámenes de los ano teriores, y siempre el corto tiempo de las vacaciones venía á aumentar el amor de los dos primos. Durante eúltimo invierno se casó Carmen y fué tí vivir con su mal rido á Córdoba. Por entonce~ se recibió una carta que les hizo llorar á todos Era del director de la Academia, diciendo que Manue~ estaba enfermo, pero que no tuviesen cuidado alguno pues estaría perfectamente atendido. y que sólo se lo participaba para que la falta de las cartas del jr ven alumno no fuese á alarmarles en demasía. Pero cuando pocos dias despues vino la noticia de que la enfermedad continuaba su curso, Ana creyó morir de dolor y de angustia. Entonces sólo viéndole en peligro, comprendió las profundas raices de aquel
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,ltlh r ql1 t),t 'ill) n I.l infancia--se ¿esarrolló en la int:mi la \ l\ ' l.t bmilia. 1 'bu tecién ose con las cualidades :()lwrt.i.\· ,k \11\'c1. ha:>t, ener una intensidad sobren, llln1. 1\ II : ::;lIS ::; 'nlimientos tenían ,1 su primo por 1, \'. U '11,\; su: tios y á 'armen por ellos mismos, lwr I\\uch) m ,1,' p,wqu eran los padres y la hermana
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1. _ na t a.~) un mes de d '/"rante ansiedad que no lograb,l l' 11m, r hs na icias cada yez más tranquilizadora'S
qu' II g:1l an de eg-oyia. ~nunciando qu', pasado el pelin n. 1.1 etlfermcdad ntraba en su períod~' de convale" nci;1. :::'-U fre'nt' s 1 u sombría; adelgazó, y un l'in.:ul :olac o. hu !la \ isible de los insomnios y las lá"rim.I.- \ rtil1: . '11, e re o. rcdeó sus ojos, hasta que al fi n 11 '~'1 llna c, Ita en la que la des:gualc!ad de la letra 1 l1L t,lb;1 lo i 1seguro lh'l pl.1 o. Pero Manuel decia que e taba k\ ant,llk\ . pI' '] ar;'¡ndo e á recoI:quistar el tiempo. perdido. pue: S· 'lee 1 ban los e, 'ámenes. En efec· to en ,1 111 S de ¡unio \'oh-ió, ~u madre al abrazarlo lanzA un grit. l\Lmuel habia crec.do, su talle era ménos el 's;arbad . IIn fino big()tc negro sombreaba su labio 'up rior. al mism tiempo que sus modales tenian cierta soltl11" que le daba un aire militar. Pero la del,yadez de su uerpo. su 1 (1st ro demacrado y el color te~oso que sus mejillas consel "aban aún. e;an huellas de su enfermedad. •\na palideci6 r se pliSO encarnada altcrnati\'amentc cuando l\Ianuel la atrajo para abrazarla, Si. c 010 le costumbre, solo que entonces él no tenia big te y ella. u~aba traj corto. Pero como su primo par cía pn sClnc]¡r de aquellos detalles, le fUé preciso reignar:e. Ana tel •. a tnt I:CC_S di.ez \ ) o h( años y cumplía las pi lmesaS de su Inf ¡l1ela. r -.:qlleñ?, m HU.el. con ojos de Il irada dulce y snñ. do,'''' que dabal a su fisonomía un aire simpatico. no era bonita. su cabeza lIeg:'1ba. apenas, hombro de :.\lanuel, y sus manos pareclan Juguetes de marfil entre las fuertes y nerviosas
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del jóven.
Este conservaba la e, stllmbre de llamarla
la niña. la chiquita, de hab'arla con dulzura, al verla tan débil y tan poca cosa. Con un poco de malestar para Ana, aquellos dos me-es transcurrieron como los anteriores. El j6vcn partió para hacer su último examen, y durante el in\'ierno no se h,lbló en-la casa más que dd hijo ausente. L:J. soñara l\férida cuya conF.anza e, I ~ salud de ~Ianllel se habí:l evaporado cun su enferdad, qu~ tm'ieron que conlesarle, vendidos por sus huellas, habra tenidt \'erdadera gr;\vedad, en cuanto bajaba el term 'metro se ponía á considerar el frio que habría en ~ego\"ia y las probabilidades del jóven artillero de co",er una p Imoni3, Y Ana, tan asustada como la madre, le decía ea sus cartas que se cuidase, y le en vió un gran pañuelo de seda blanca, con sus iniciales primorosa;ne-1(. bordad.}-, p.lra que por las mañanas se abrigase la garganta, :\lanuel respo'ldió con una cariñosa carta y ma ldándole de regalo un ejempla r de las "Ri,nas" de B c:per, Aquel libro fué para Ana una f¡¡en te de i nfanti!e~ phccres, y celosa de su teso· ro 10 q~is) n In: t ')rest trI : á n nguna de sus amigas. Es verdaJ que gu:udaba en una linda caja de madera con chapas de nácar, t das las cartas y regalos de su primo. Allí estab:lO los versos que le escribió para dec:ararle su amor, y hasta e: clavel encarnado marchito. Por aq uella época fué á habitar en la vecindad una fami!i se\<lIa la comp,lesta del padre, la madre y dos hijos. El paJre tenia un destino en una empresa particular, y no tardó en entrar en relaciones con la familia,lérida, á quién un amigo recomendó al señor Viii alta. Blanca)' Felipe, tales eran los nombres de los hijos de Villalta, se alegraron muho de su amistad con Ana, pues el carae ter amable de ~sta le captó sus simpatía. Sobre todo el j6ven Villalta visitaba diariamente la casa, y prevaliéndose de su agradable voz
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de baritono, tenía á Ana toda la noche acompañándole las romanzas más conocidas de Campana y Tito Mattei. La j6ven se prestaba voluntariamente ~ esta i~. timidad disfrazada de diletanttismo, y en su InocenCia no daba valor a las miradas y medias palabras de Felipe. Este la ofreci6 una tarde un volúmen de poesías; eran las mismas "Rimas" de Becquer que Manuel le habia enviado de Segovia. . La huérfana contest0 con su ingenuidad habltnal: -No se moleste usted, 10 tengo. y en el tono de su voz palpitaba el orgullo de un amor feliz. --Entonces, Ana, replicó Villalta, ¿ no es una negativa la qU'J acoge mi humilde afrecimiento ? --De ningún modo. Al dia siguiente Felipe trajo los "Pequeños Poemas" de Campoamor. Sentado cerca de Ana pasó la noche leyéndola con su voz fuerte y sonora, los versos del más original y psicólogo de nuestros poeta contemporaneos. Felipe leía bien y lo sabia. A~ sorvida en su amor por Manuel la huerfana no veí. en aquel hombre más que un amigo. El caracter de sus amorosas atenci()nes, tan diferente de las palabras francas y enérgicas de su primo la encantaba sin conmoverla. Y su rostro prolongado por una barba rubia en punta, sus ojos grises de miope que velaban los vidrios de sus lentes, sus modales elegantes y afectados, aquel conj unto distinguido y un poco aferminado, contrastaban con la figura arrogante de Manolo, siempre realzada por s~ aire de noble virilidad. Un día q~~ la seli.orita Villalta habia pasado en casa de la famIlia Ménda, Ana cogió el álbum de re. tratos y se puso a hojearlo. A los pocos momentos Blanca la detuvo. . -¿ Quién es este j6ven? y señaló una fotogri1l1a. -Mi primo Manuel Mérida.
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l'.S lllUY guapo, dijo la sevillana, y yo como ar-
tista puedo con fesarlo. 1~1l efecto, la sdlorita Vill::tlta habia cursado en la Acadcmia Je Bellas Artes de Sevilla, y dibujaba bast 11 te bien. Ana permaneció silenciosa, pero desde aquel dia Blanca c .lIÓ de agradarla, invadida por unos celos inconsci ntes, y evitaba en sus conversaciones el prolIunciar el nombre de su primo, aunque la hermosa sevill na le nombrase á menudo tratando, de conocer toJo: los Jet.dle!> de la vida del j6ven artillero. Ana observó lllld reserva cxajerada, y le ocultó, por pudor de alma. el compromiso con su primo, aquel compromiso que era t.U1 sagrado á sus ojos. Al fin volvió Manuel á reunirse con su familia, org-ulloso cen sn grado de teniente que ganó con lucio miento en su último examen. La familia Villalta pasó por la noche á felicitar al j6ven, y se organiz6 para el ~iguiente Jomingo una partida de campo. Blanca se había puesto u n vestido azul oscuro que hada resaltar la esbclte'f, de su talle y la blancura de su nuca, descubierta por el peinado á la griega. Aquella toilette sencilla sentaba admirablemente á la hermosura de l3Ianca, que, mujer en el sentido Íntimo de la palabra, sabía escoger siempre el color y la forma que mas la favorecían. Manuel se mostró lleno de atenciones para la sellorita Villalta, y por su parte Felipe secuestr6 á Ana alIado del piano, haciéndola acompañarle sus romano us favoritas. -Dispénseme usted, dijo á la tercera vez secamente la jóvcn, me duele la cabeza y voy á retirarme. Felipe qued6 sorprendido, no de las palabras, sino de la frialdad del acento. Y en efecto, la pobre j6ven no mentía. Sentíase con la cabeza pesada, le ladan violentamente las sienes, y una extraña angus· tia le oprimía el coraz6n. Pidió permiso para irse á
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acostar, y Manuel se levantó para acompaf\arla hasta la puerta, dónde la apret6 cariñosamente las mano dese'\ndola que se aliviase, y volvi? luego á la sah. Ana se arrojó sollozando vestida sobre su lecho. ¿ Porqué lloraba? Ella misma no po?ria decirlo. y sin embargo las lágrimas la cegaban. Su alma, co. mo un a-rpa colgada en los bosques, percibi6 el aire de la tempestad antes que cayese el rayo. Fué un presentimiento doloroso que su razón acabó por do. minar. Solamente, desde aquella noche Blanca le fué odiosa como una rival temible. y su presencia al lado de su primo le causaba verdaderos sufrimientos, no ménos crueles porqué ella lo soportase en silencio y sin quejarse. No se atrevía á pedir á Manuel que se ocupase ménos de la sevillana, porque su amor sin Ir. mites tenía por basli: la sumisi6n al caracter de él que la dominaba, y el propio sacrificio. Transcurrieron alguno, dias. Despues del al. muerzo los dos j6venes no se separaban, y bien leí ,n, charlaban 6 jugaban al ajedrez, sin que nadie viniese á interrumpirlos en sus conversaciones. Un dia Ma. nuel hall6 el volúmen de Campoamor entre los libros de Ana. -¿ Quién te lo ha dado? pregunt6. -Felipe ViIlalta. F runciéronse )" s cejas del j6ven artillero, marcan. do un pliegue en su frente tersa y despejada. -Es natural. dijo después de una corta pausa. --¿ No est:i bien hecho? dijo la huérfana temiendo haberle digustado, al ver el entrecejo que le era habitual cuándo se enojaba, y el tono un poco duro de la voz. Pues no te incomodes. Hoy mismo se 10 mando á su casa. Él pareci6 sorprendido de tan pronta sumisi6n á un deseo suyo todavía inexpresado, y vaciló ántes de contestar. Pero pronto comprendió lo absurdo de ofender á Felipe por una tontería.
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-Nada de eso. No es solamente tu hermano el que tiene derecho para regalarte libros. y habló de otra cosa. I ero aquella palabra tu hermano, había resonado en el corazón de la jóven, con cierto eco l:oloroso. Felipe y Blanca iban á pasar todas las noches á casa de la famili8 l\Iérida. Se tocaba el piano, se cantaban algunos air 's de las zarzuelas modernas que Blanca sabía el' oid), ó jugaban á la baraja. Pero á pesar de esta intimid1d ficticia no había ninguna confianza entre las dos amibas. Las circunstancias las obligaban á verse á menu lo, pero ellas se sentían cada vez más distantes una de otra Blanca adivinaba la antipatía de Ana sin poder <:trib' liria ,\ determinada causa, y la huérfana, testigo doloroso de las tentativas de la sevillana para captarse las simpatías de Manuel, no podía menos de mirarla como á una aborrecida rival, 5610 su abnegación y la dulzura inalterable de su cadl.cter hacían que no hubiese puesto fin con una brusca salida á aquella violenta situación. La señora Mérida trataba á los dos jóvenes amigos con mucho cariño, y proporcionaba á Felipe las ocasiones de hablar aparte á su sobrina. Una vez que ésta había estado un poco seca con Villalta, su tía le dijo con ese tono insinua"lte que al dar consejos provoca confidencias: -- Ven, acá Anita, ¿ qué te pasa? ¿ qué motivo tienes para no aceptar las atenciones de Felipe? -Yo tía. balbuceó la jóven confusa, ¿ cómo puede usted preguntarlo, sabiendo mi compromisa con Manuel? Estaría muy mal hecho. Su tía la miró estupefacta. -¿ Tú llamas compromiso á aquella chiquillada de Manuel antl:~ de ir á Segovia? ¿ Crées entonces que los hombres á los quince años dan palabra de casamiento á niñas de doce? Ana, Anita, repitió viéndola palidecer, no, no, yo no he querido tomarlo á broma, sino
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hacerte comprender las cosas. -Tia .. si usted ahora .... se opone á nuestro matrimonio '" dijo Ana, ahogada. P?r los s?llozos. -No, niña, no me opongo SI el te qUIere. Sola. mente que yo no sabía nada. -Si él me ha dicho que me qUIere, dijo la jóven un poco tranquilizada. -Sí, si yo lo sé, pero tal vez con un cariño frater. nal. Te digo esto porque he creido notar en Manolo cierto interés por otra. .• ¿ y ent6nces? .. -¿ Por Blanca?-exclamó en un arranque de celos. I Eso quisi~ra ella! Ana echó á correr para cortar una entrevista en que ya no era dueña de sí. A pesar de sus protestas había recibido la herida en el corazón. Los sucesos de aquellos tres meses, el recuerdo de aquella noche en que volvió su primo, estuvieron presentes en un instante á su , imaginación. i Oué justificado le parecía ahora su in· consciente temor! En aquel instante anhelaba la herma· sura, ese don de Dios que siempre había admirado sin envidiarlo, para luchar con armas iguales contra Blanca. La ira y el dolor la hacían multiplicar las bellezas de su rival, y hallarse á sí misma pequeña y despreciable. Su rostro estaba transfigurado, cual si en él se transparentase, como la luz en un globo esmerilado, su alma pura Y apasionada, y en sus oios había esos rayos que debieron brillar en la pupila de los mártires. Lloraba en silencio, sin convulsiones, como si las lágrimas brotaran espontáneas de un dolor que se esperaba, y que no podía admitir consuelo. Cuando baj6 á comer, se había serenado por completo, y nadie notó que al rededor de sus párpados había ese círculo azulado, que en otra época pre' ~endan falsificar "algunas mujeres para aparecer más 1I1teresantes. Su rectitud no la permitía continuar en aquella situación equívoca, y al mismo tiempo abrigaba la vaga esperanza de que precipitando el desenlace salvada
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quizás su amor. Quería explicarse con su primo y ar~ rancarle una confesión sin comprometer, sin embargo, su dignidad de mujer. Después del almuerzo, como de costumbre, se sentó al piano, y él se colocó en una silla iumediata charlando mientras hojeaba un cuaderno de música. Ana quería hablar y no encontraba palabras. Sus dedos recorrí2n maquinalmente el teclado arrancándole preludios S~!1 ilación. Su garganta estaba seca y ahogábanla los Jatido3 precipitados de su corazón. Viéndole cerca de ella comprendía que aquel amor era su vida, y que jamás se atrevería á querer saber la verdad. En la incertidumbre hay esperanza, y ella se asió á aquella duda para dominar el vértigo que invadía su cerebro. El piano hizo una pausa, y Manuel tarareó la habanera de "Niña Pancha", que era una de las piezas favoritas de la sevillana. A la idea de Blanca ocupando siempre su pensamiento, la joven no fué ya dueña de sí misma. - j Qué enamorado estás de Blanca !-dijo hablando más para sí que para él. Notábase en su voz una extraña dureza. -Es muy bonita, dijo Manuel sorprendido del tono en que había hablado su prima. - -Responde francamente, y no digas tonterías, repitió .\na sin mirarle, y dando vueltas nerviosamente al pañuelo que tenia en la mano. -¿ y si yo no te doy el derecho de confesarme? dijo el joven tratando de echarlo á broma, y á pesar suyo mortificado por aquel extraño interrogatorio. -Me basta con esa respuesta. Estás enamorado de ella. -Es verdad. La quiero. Al oir estas palabras que aguardaba, sin embargo, la jovpn se levantó pálida, silenciosa, y trató de salir del gabinete para refugiarse en su cuarto. Pero habia contado sin sus nervios, y en el umbral de la puerta un sollozo la vendió. Las manos de Manuella detuvieron
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enérgicamente, y con las facciones. contraidas por la SOr_ presa y el dolor, le dijo en voz b.ap : -¿ Por qué lloras ? ¿ qué tIenes? ,. La joven se cubría el rostro, pero sus lagnmas res. balaban por sus mejillas, y llegaban á humedecer la ma. no con que la retenía Manuel. Un ray~ de luz atraves6 el espíritu de éste, y la verdad le aparecIó entera. Como prendió que aquella promesa de amor qu~ para él había sido un juego de chiquillos (tuvo dos noviaS en Segovia sin creer que faltaba a ningún compromiso) había cons. tituido para su prima la base de un sentimiento serio y profundo, explicándose entonces su conducta con él, que antes le parecía extraña. Ya no se sorprendió de qué hubiese rechazado á Felipe Villalta, un partido que por todos conceptos la convenía. Conmovido, compadecien. do aquel dolor profundo, sacrificó en el fondo de su alma su amor, para no pensar más que en aquella niña á quien quería desde pequeña. Le sacrificaba á Blanca, como lo hubiese hecho para asegurar la ventura de su madre ó de Carmen. Manuel era una de esas almas nobilí~imas. q.ue prefieren la dicha ele los que aman á la p:o. pla felICidad. Con la rapidez de su carácter enérgiCO tomó pronto su resolución. Comenzó á hablarle con dulzura, y luego con una inflexión de voz más apasiorra. da añadió:
-¿ Con que mi futura mujercita es celosa, y llora por una tontería? Anita, si fué una broma mia, una puesto que te ha hecho llorar. Si yo á quien qUiero es á tí. ¿ No lo sabes? Aqu~lla me~tira que iba á decidir de su vida no pudo deCIrla el Joven á pesar de su energía sin qne.un lige:o temblor alterase su voz. Ana lev~tó los ojos haCia él, y no se engañó; amaba dema.:>iado para no ~. c~nocer el amor verdadero, y adivinó, con el cdllOctmiento que ter1ía.de su carácter, el m6vil que le dictaba a9uell~s p~labras . La grandeza de alma de su prim vmo aun, SI era pOSible á aum~lltar su pasiéo, ~ero
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debía quedar vencida en aquella lucha de abnegaciones. y como Manuel habia renunciado á Blanca por no hacerla sufrir, ella también renunció á la dicha que le ofreda por no comprarla al precio de la del hombre á quien amaba. Pero en el fondo del alma le agradecio el haberse mostrado tan generoso. Después se tranquilizó hasta tener fuerzas para rechazar la oferta de su primo, con voz un poco temblorosa, pero con palabras que indicaban una firme resolución. El joven tuvo aún el valor de insistir, pero inútilmente. Aquella misma noche escribió una larga carta á su hermana Carmen, refiriéndole lo que habia ocurrido y la negativa persistente de Ana á casarse con él. Le rogaba también que viniese para llevarse la desgraciada joven á pasar una temporada á su lado en Córdoba, y separarla así de la señorita Villalta, cuya presencia no podda menos de mortificarla. Durante los dias que transcurrieron hasta la llegada de su hermana, el joven se mostrJ con Blanca fria é indiferente, á pesar de la coqueteria con que le trataba ésta, queriendo romper su inusitada reserva. Pero él se hubiese reprochado como un crimen cualquier palabra, el gesto más insignificante que hubiera podido hacp.r sufrir á su prima. Contemplaba su rostro alterado por una dulce tristeza, la resignación que brillaba en sus ojos oscuros y que supo hallar en su alma de verdadera cristiana, y se reprendía por ser él, que tanto la quería, el motivo que hiciera correr sus hgrimas. Demasiado modesto para creer la pasión de Ana inspirada por su mérito, la atribuía á su infantil compromiso, que ella había tomado en serio haciéndolo el fin de su vida. Al fin llegó Carmen, ~ y tres dias después las dos jóvenes salieron para Córdoba En la estación donde las acompañó toda la familia para despedirlas, Ana apretó nerviosamente entre las suyas la mano del joven. -Adios, Manuel, dijo con voz entrecortada, y que Dios te haga todo lo feliz que tú mereces. •
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-Anita, replicó él dulcemente, todavía tienes el porvenir en tus manos. Te juro que seré completamen_ te dichoso contigo. -No, no. Al año siO"uiente, después de la boda de Manuel con la señorit: Villalta, Ana volvió á Granada. No pudiendo h ,cer ninO"(-n bien al hombre á quien amaba siempre con la c;nstancia de los caracteres du1<:es, se inmoló para labrar la felicidad de sus padres. Algunos jóvenes pidieron su mano, pero Ana los rechazó, alegando que no quería abandonar en su vejez á sus tios, que tan buenos habían sido para ella. Una sola vez volvió á ver á Manuel el dia en que este vino desde MaJriJ donde vivia con su mujer, para asistir á los funerales de su padre. Desde entonces Ana no ha vuelto á encontrarse con él, pero por las cartas á su madre sabe que es feliz en su matrimonio, bendecido ya con un pequeño Manolín. Habla á menudo con la señora Mérida del hijo ausente, pero nadie sabe con el fervor con que por las noches le pide á Dios la felicidad del hombre á quien sigue amando siempre.
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LETRAS Y ARTES EN PARIS. Esopo, Comedia en tr~s actos, de Teodoro de Banville, con un dibujo de ')o1'ge Rochegrose.- U1t tomo en I2? de 62 pág.- C/zarpentier y Tosquélle, Editores. P1'ecio 2 .francos. Una de las impresiones más dulces para mí, es la que me produce la obra póstuma de un autor querido. El alma del poeta palpit,! entre las líneas, allí está su ingenio, fresco y lozano, allí su gracia inundando la página de luz, allí su estilo impecable y vivificante aromatizando las márgenes. Ante esta manifestación de vida, desaparece la idea de la muerte, se olvida que el envoltorio yace en el cementerio comido de gusanos, seguimos oyendo la voz del vate, el acento inmortal que cantará y cantará á los hombres mientras dure su raza y se entienda su idioma. Al terminar, es cierto que el dolor nos amarga la boca, el dolor que nace en la seguridad de que ya no vibrará más la lira en manos del muerto j pero la emoción es suave y aumenta la primitiva dulzura haciéndonos más amable aún este último trabajo. Esta impresión, la acabo de experimentar con la lectura del Esojo, de Banville, que sus editores han sacado á la venta antes de que la Comedia Francesa la lleve á la escena, y mucho más honda que de costumbre, pbr ¿ gran cariño que profesaba al poeta y la admira·
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ción que el maestro me inspiraba. EJ-a imposible, en efecto, f,O amar al hombre cuando se le conocía, como era imposible no amar al escritor l?or ser los d?s e~en cialmente amables. Este, por la rIqueza d: su Imagl.naci6n, por la pureza y originalidad :le sus rImas, eSCrItas con diamante, por las galas, flores y armonías de su lengua. Aquel, por su profunda é inalterable bondad, por su alma clara y serena como la de un infante, por la na. tiva é inyencible simpatía. Los méritos acostumbrados y sIempre nuevos del poeta. pues la belleza siempre es nueva, los hallamos en esta personificación escénica del (amaso fabulista frigio, que alienta á nuestros ojos como debió de alentar realmente, pilestro que. al través de los siglos, el alma·de Banville ha comulgado con el alma de Esopo, descu. briendo sus hermosuras, las gemas morales é intelectua. les de su espíritu, para lección y contentamiento del maestro. Fácil y dramático es el asunto. Amante y quejándose de sus desvíos, conversa Creso con su esclava Rhodopea, cuando tumulto de pasos, yacerías y ayes, llaman la atención de la hermosa que vé maltratar y azotar á un infeliz deforme y andrajoso. A una orden del rey, comparece ante él el mísero, que es Esopo, y le dice, acurrucado á los pies del trono, el conocido apólogo de la rata y el boa. Déjalo Creso en libertad, le pide que le aconseje acerca de la triste situación de la Lidia, acepta sus lecciones, lo eleva á brillante posición encargándole de visitar el pais entero y llevar en su nombre la riqueza y la paz á los pueblos. ~n el acto segyndo, l:a .vuelt~ Esopo, después de dos a.nos de au~encla ; la LIdIa esta floreciente, y Creso prerrua al fa~uhsta alzd~dolo .hasta él, haciéndolo el primero del remo despues de el, y aun antes si se quiere, ya que Creso le obedece. Y sin embargo para Esopo, la tristeza es infinita, pues 10 único que an;ía es amor de Rhodopea, por la que, él, giboso y feo y torci o, de.
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lira en secreto. ¿ Hay secretos de amor para la mujer que lo inspira? En todo caso, no para Rhodopea, que le declara amarlo y le besa en la frente. En el interín, los do mini tros de Creso completan la pérdida del favorito y le acu an al rey de haberle robado; la .prueba es que tiene en su mansión un cofre lleno de oro y pedrería. Esopo no protesta, y Creso ordena que traigan el cofr . En el acto tercero, los soldados del monarca prenden á arulkha, un espía de Ciro, y sobre él encuentran la prueba de la culpabilidad de los ministros que vendían la Lidia á los persas por mil talentos. Condénalos el rey. pero ante manda abrir el cofre de Esopo, y de él yan aliendo sus trajes de esclavo, las cadenas que lIeYara. y un espejo de cobre, pues por las noches, para no el1l'anecerse por vestir la púrpura que Creso le ha e hado sobre los hombros, el fabulista se viste sus antiguo andrajos. Intercede Esopo por los culpables concusionarios, y declara que se marcha, no siendo la corte lug-ar para él. Y como Rhodopea y el rey le dicen: .. TOS dejas en la dicha y te vas con la inconsolable tristeza. con la soledad, con la noche, con el horror," el genio responde con la llama de la inspiración en los ojos: " j Con los Dioses! " Lo que no puedo expresar es el singular encanto de la versificaci6n, la soberana belleza de la forma, que todo lo domina, argumento, ideas, caractéres, y hacen de la comedia néctar delicioso que ensancha el alma con la fuerza de lo perfecto. j Oh! delicia incomparable la de poder alabar sin restricciones, y cuán grato me fuera poder trasmítir á los otros el arrobamiento que esta sublime poesía vierte en mi pecho !
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EL i\~TRo NI.;m:o, por .león JJa7tdet.-Un tom? en 12? tÍ(' /7 fd.~'. -Cltar:j!cllticr y Fasquelte, Edztores._
Prcrio:
frmteos 50.
Creo q uc {¡ mediados del 9 r, h~blé con basta~te detención de (;crlllm y Polvo, la. pnme~a pr?duccl6n de L 6n Daudct, alabando su naCIente lllgemo como 10 merecía. No traté de 9U segundo 1bro Hcerés, por haberme robado la ocasi6n compromisos más perentorios, pero no pierdo la coyuntura de~.tercero para señalar que era )a floración que prediJe, como el Astro N('o'ro es el fruto. Fruto singular, de sabor y aroma p~netrantes, que es tarca peliaguda explicar al lector, pues podríamos comparar este libro á enmarañada madeja, ájardín prolífico en el qu~ se ven á toJas las flores, á selva monstruosa en la que se dan todas las esencias conocida~. Existe t~l plenitud, tan extraordinaria lectura absorvida, dig erid I y pugnando por salir, tantas ideas, tantas honduras y quebradas filosóficas, tanta cúspide metafísica, que esto es un verdadero torrente que se Jleva al r ciocinio del lector, ~ poco que se descuide. Y si sabe contenerse y apreciar, rara es la página en que no se queda pensativo y reflexionando por cuenta propia. 1ncitar á pensar es uno de los grandes méritos del escritor, y todo lo dicho me parece bien, sa'vo la mesura que echo de menos; las propr,rciones .-on exageradas, como paridas por una imaginación exuberante. Todo está bien, pero, lo repito, no veo manera de condensar tanto en pocas lineas, y más que nunca he de suplicar se acuda al tomo para que se aclare lo que aquí permanezca en la sombra, y serán todos los detalles, todas las consideraciones sociale~ y filosóflicas todas las ideas originales. El argumento desnudo' se cuenta con brevedad y holgura: ' El Astro .Negro es el apodo con que se conoce en el mundo al Ilustre Malauve, dramaturgo y filósofo
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que inunda los do~ continentes con su gloria, desde el estado neutral de Sen esta, curiosamente intercalado entre Francia y Alemania, por un capr,cho geográfico del novelador, y que, naturalmente, DO flgura en ningún mapa, como ignoramos el momento de la acción, que comienza á 7 de Agosto de! alZo que se qmera dt:spués de
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l\Ialauve está en el apogeo de su gloria, y Senesta celebra el sexu1gésilno anive sario de su n Icimien . to ; la ciudad entera está bajo las ventanas del filóso· fa; $U ca 'a llena de representantes de los cuatro puntos cardinales. y la Regenta de Senesta, Clotilde, viene á visitarlo y felicitarlo, pues es la primera ae su. discípulas, la más terribl " ya qU] obliga al genio á ir á pa, lacio :i darla lecciones de filos,ofia á las seis de la mañana, haga sol, lIuev 1 Ó nieve, Primera e,;c1avitud de un grande hombre. Clotilde no admite que Slt filósofo, pues lo consi· dera como COS'] suya, e haga la más mlnima escapa· toria; está celosa de una señorita Susana de Soire. que es una admiradora del Astro, que lo comprende y siente, con el que comparte una pasión puramente ideal. Aunque anciano, Malau\'e que es s4r insopor. table en el hogar, y amarga la existencia de su mujer, una bestia á quien desprecia, no ha perdido aún el fuego sensual que enciende pasiones más ttrrenas, y est~ enamorado, ó por mejor decir codicioso de la belleza de Maria Malauve, la mujer de su propio hijo, otro imbé-.:il como su madre, á. quien también despre· cia. por más que le haya dado un nieto, nombrado Eúcrates, nombre de uno de los dramas del Astro, en el que éste se ve revivir, pues el niño á los doce años es un prodigio de ingenio y profundidad. • A fuerza de querer, la ocasión se presenta, y el hijo sorprende á su padre, el ilustre filósofo y á su mujer, en situación de ofenderlo villana é incestuosamente. Más tarde, habiendo roto el Astro, por no
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perder la gracia de la Regenta, .con S,usana de Soire, ésta se suicida, y con ella el nJño Eucrates, que la amaba Estando el cada ver destrozado del níño de cuerpo presente, su madre, rendida" sin d:ft-nsa, por una perversión que acepto, pero i cuan horr¡~le! aca· ba pur entregarse al abuelo, á su padre polítICO. Ván- . se todos á vivir lÍ Alemania, y el Astro se queda sólo con su hija Clotilde, jóven paralít;ca, de grandísima inteligenc:a, figura de resignación.v sacrificio que es, por lo mismo, una de las más simpáticas de la novela, aunque algo borrosa. El Astro decae desde entonces; lo abandona la Regenta, un cfiscí[ ulo á quien tratara siempre como un payaso, se le sube á las barb,s publicando diez tomos de una vez, se alejan los amigos, lo considera el pue· blo como un usurpador de gloria, conoce, pn fin, la amargura del ocaso tras el esplendente zenit. En un episodio final, el más oscuro y ~imb6lico riel libro, un general tran és que ha batido á Alemania, conquista por añadidura el estado de Sen esta, y ofrece al ilustre Malauve, que al fin acepta, la Univer"idad de París. No puedo contar más sin expo:Jerme á quedar atollado en este bosque y sin dar con la senda salvadora. Lo que importa está dicho. y sólo apuntaré lo que se deduce claramente del libro, y es, ante todo, la t:norme distancia que existe entre la obra del genio y el gel/io mismo, pues Malauve es un problema. Con puntos generales. no lo niego, pero con muchos excepcionales. felizmente. . De·de las prin:eras p,íginas, el ilustre filósofo nos aparece como un patriarca bendito del Señor, y no tardamos en ~aber que este genio, todo bondad y ternura, e~ un tIranue.l.o domésti.co que ha hecho pasar á su mUjer y sus hIJOS una VIda de humillaciones y malos tratos. Sus obras andan llenas de bellezas morales, y ya se ha dicho cómo se conduce el Astro con la esposa de su hijo. Es un revolucionario, un
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cantor constante y enérgico de la libertad, y cuando un grupo de revolucionarias prácticos que se halla en Senesta, le ofrece ponerle á su cabeza, lo rechaza; más tarde los ve marchar á la muerte, á causa de una intentona -le rebelión, y los deja ir sin acompafíarlos, sin interceder siquiera por ellos. En fin, acepta la maestranza de la Universidad de París, una esclavitud, pues el general francés que ha conquista.do á Senesta dice que lo qué hace falta es una buena tiranía. Malauve dramaturgo y fi lósofo es uno, y Malauve hombre, es otro. . Un vejete sarcástico que en varias ocasiones s146cita la indignación Malauve, le dice: "Caballero, no poseéis la verdad ni la felicidad, y no conocéis la senda que conduce á ellas." Es la moral filosófica de la obra, pero no dicen ni el viejo ni el autor cual sea la senda de la ventura y la verdad. No nos toca á nosotros decirla tampoco. pues no ocurre dar nuestra opinión, y no se deduce del libro la que sin duda guarda el autor con tres lIaves. El carácter de Malauve está estudiado con rara intuición de la realidad, ya que el personaje es ficticio; pero hay en él humanidad, y muchos nombres de genios contemporáneos se presentan:i la mente en múltiples de· talles; hay tanta verdad humana, que no me extrafíaría que muchos consideren que la novela tiene secreta clave. En todos los tipos hay ese depósito de vitalidad, hasta en los más secundarios, y casi todos los intelectuales que de las naciones europeas acuden á bañarse en los esplendores del Astro, pueden ser copias de figuras de carne y hueso. La Regenta, la dulce Clotilde, y la en· tusiasta Susana son tres mujeres adorables. Con alguna prolijidad,- debo repetir que el libro es intrinticado laberinto, aunque no difuso, - el autor describe con exactitud y riqueza, y no faltan bellezas artísticas, por más que sea más pensador que artista Daudet hijo. La forma es original casi siempre, y fácil aun cuando hay búsqueda excedente de no decir tal ó
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cual cosa como lo diría cualquiera, Es ~I libro tur.ba. dar é impresionable, y quien lo ha escr~to un escntor ele alto vuelo del que debemos, hoy mas que nunca, esperar mucho. Bien me sé que en e! fondo del .Astr~ Negro pue· de verse un vasto y complicado slmboh~mo, qu~. ~e presta á numerosos comentarios. No sl~n~o mlslO~ mia comentar la obra, me abstengo, concretandome a la noticia lisa y llana que mis amigos esperan de mí en estos apuntes.
: :** vous! por Mauricio de'Talleyrand-Périgord, duque de Dino. - Un tomo e1Z E8? de 245 pág.Predo: 3 francos.
SALUD A
Discurriendo una tarde con el maestro Teodoro de BanvilIe, del que acabo de hallar, sobre la juventud dorada y sus raras actitudes para la poesía, extrañábame yo de que así fuese, pues decía: "Poseen posición independiente, pueden soñar á sus anchas, sin retortijones de barriga vacía, pueden emplear un mes y un año en realizar la obra soñada, á cien leguas de! suelo, teniéndolo asegurado todo." Y el maestro me contestó: " Es justo; porque poseyendo fortuha, nombre, lujo, si por añadidura fuesen poetas, sería demasiado. Algo le ha de quedar á los pobres. " Recuer?o el dicho al cerrar el tomo de poesías d,el duque de Dma, que forma excepción á la re.gla, y amen de un nombre ilustre, y de la posición independiente. tiene el talentQ de rimar de muy elegante y correct:! man~ra. Bueno será añadir de 111,anera clara; y que no conSidere el lector pequeño el elogio. En poesía sobre
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todo, tenemos tal tanda de vates que se complacen en anu¡'arrar la idea, en cubrirla de nieblas grises y peeraJ'osas , en obscurecer la forma COI) giros alambicados b • y palabras nuevas ó exhumadas del polvo de los antIguos léxicos, que un poeta que pone sus cinco senti· dos precisamente en todo lo contrario, en ser c'aro de fondo y de forma, acusa ya, por cl~o solo, señalada personalidad. Nada más árduo, en efecto; que despren. derse de la atm Ssfera reinante que satura los espíritus. No es ésto lo único que debemos apuntar. Tiene el duque de DÍlo originalidad y valentía; la composición que abre e volúmen "¡ Salud á vous f" y le sirve de titulo, frase que no traduzco pues perdería su aire marcial y noble. es elevada y gallarda como ella sola; la fantasía se revela en " Es una historia verídica ;" la delicadeza sentimental en el "Paso del Regimiento, " en la bella,.. profunda poesía" Mañana, " que la falta de espacio me impide traducir; la grandeza de la con· cepción en el "Museo de Ghí<eh y en Visión ;" una sátira fina, por ac so cruda, como en "Tenía yo un mono ... " en mlchas poesras del tomo, por ejemplo en "Bestia humaua, " de un ritmo seductor, que ofrece una gran dificultad vencida. Por encima de todo, diré que el autor es simpático, don innato sin duda, pero que forzos) es tener en cuenta. No sé los años del señor duque, pero de cualquier modo es evidente que aún no se posee por completo, y que este primer libro ~uyo no ha de ser el m jor de los que publique. A mi juicio, si el poeta no rscuchase más que una voz, la indignaciór. que le inspira todo lo injusto, todo lo bajo y torpe, por muy alta que sea la callS.} del efecto. aunque 10 encontrase en sus pares, y diese á la série de poesías llna adhesión, un hilo con. ductor que éstas no tienen, podría darnos un tomo excelente y vibrólnte, de un interés humano particular. La prologuista, Mme. Adam, ve con acierto que la pluma es cual florete en manos del duque de Dino, y
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supone que hemos de verlo emp.uñando ~a .robusta .espada de combate. Hágafo el cielo, y S\ hiere, qUien mal hace, bien lo pague! Hermosa y digna de respeto es la co'ona Gncal, cnando Sé lleva con tanto mérito como la lleva Mauricio de Talleyrand-Perigord, pero más hermosa es aún la del poeta, y la ha conquistado con sus versos; su deber es adornarla, enriquecerla á menudo (;on gemas deslumbrantes, y creo que no falte á su deber.
SEIS SEMANAS EN RUSIA, por Jaime Revel.-- Un tomo I6? de 376 pág. -Berger-Levrault y Cía., edztorelS. Precio: 3'50. El delicioso poeta Armando Silvestre, Armando Revel y Metivier, decidieron un viaje á Rusia, durante la Exposicié>n de Moscou, y la excursión ha valido dos tomos á las letras francesas. No hablé á su tiempo del de Silvestre, por haber llegado á mis manos con mucho retraso, y saldaré ahora la deuda pendiente con el autor, declarando que su libro es excelente, como suyo. El de Jaime Revel, que se ha publicado este mes, vale tanto como el de su compañero de viaje desde otro punto de vista. No es qu.e, como lo dice su autor, no haya poesfa en su alma; eXiste latente, aunque no haga versos, y en sus lijeras descripciones, que son como esbozos del natural, ad~!1?'~s de un ve;dad<:r? sentimiento poéÚo, hay altaflenslblhdad artfstlca, vIsIón exacta del p-aisaje y las costumbrt:s, elegancia y propiedad en el habla, clara Y pictórica sin excesos de adjetivación. Pero M. Revel es. ante tl?do, un econ~mista, y la parte económica de sU obra Sin ser luperlor á la otra, la artistica, nos interesa
ETRA
Y ARTES EN PARIS
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, . mas por ser nueva y úcuparse en matenas que no conocemos Ó conocem0S mal, lo que es peor todavía, Comenzando por dar una ojeada ~ las orillas del Rhin, Colonia, Francoforte y Berl n, M. Revel nos hace visitar ~ .uestra Señora ele Kazá n, las islas de la Neva, las galerías é :glesias de Petersburgo, el ducado de Finlandia, Mosc ,u, y á la vuelta Viena, Pest y Munich. Procede el al!~or. como se ha dicho, por notaciones breves, que y::ca 1 tal vez, en las visitas á los Museos, por exceso (',~ en Imeración, cayendo en la forma de catálogo truncél.do; pero como estas notas son impresiones personal <:, n I poseen la sequedad de las notas de los guías ,Y sí un ma'rcado sabor de originalidad. Se 3prende mucho en )ÚCO tiempo. • :o :::uan 'ona 1\[, ReveJ sn sistema al t~atar de la situaciói' eco:¡ómica, industrial y financiera de Rusia, y sigue procediendo por notas ligeras; sólo que son sufi. ciente..<;, bastan para abrirnos los ojos y hacernos ver, sin procurarnos cansancio alguno, y sentimos que en este punto nos habla un m,kstro, que domina por completo el asunto y se detiene buenamente, cuando lo juzga necesario. por la índole misma de su libro, siendo evidente que la soja cuestión fir:anciera exigiría un tomo de las dimen.¡:o;,··.:s d~ éste paía quedar tocada á fonuo. Del LOnjunto de la; notas de M. Revel sobre la agricultura. la ind'.lstria, el comercio, las redes ferroviarias y vías fluviales, el crédito, la o(ganización financiera y su e';olución, resdta q lIe, de s~is años á esta parte, todo ha progresado en Rusia de manera notable y palpable. Las manufacturas de telas ele Rusia que rendían setenta y dos millones de rublos en 1867, dan hoy doscientos noventa millones; los clleros han subido de catorce {, cuarenta millones; la Rusia es la gran productora de cereales • sólo los Estados Unidos la vencen; los ferrocarriles que comprendían únicamente tres mil y pico de verstas en 1863, cuentan con más de veintisiet.e mil, y los trabajos de nuevas lineas se prosiguen activamente. Y así en n
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REVISTA PUERTORRIQUEÑA
todo, que no puedo seguir de cerca ~l texto por no Ser sistema mío. Podrí"l tambien fatigar al lector, mie~tras que lo propio de :\1. Revel es ~o cansarl~ nunca,. ni aun cuando se pone á apiñar guarIsmos y mdS guarIsmos, pues su libro es curioso, interesante y ameno desde el título al fin del índice. Termina el autor diciendo, con referencia á. un anciano del que acaba de hablar y cuando n') duerme sueña con sus viajes: "Contamos también nosotros con que las reminiscencias de nuestros viajes encanten nuestros insomnios, y tal vez el relato que aquí termino tendrá potencia de dormir al lector, de lo cual me con· gratulo de antemano. pues si ~~ l~e á pequeñas dósis, mi libro permanecerá por más t empo ñ la cabe~era de su lecho." Ya sé que ésto es coquetería y ganas de que le regalen el oído, pero no vacilo en asegurar qu no leerá el lector sino con los ojos muy abiertos, y n pensará en cerrarlos mientras tenga el libro por delante.
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** LAS VELETAS POLfTICAS.- Un
Secretado de Napoleón 1 por el conde Hérissón.- Un tomo en 1 8~ de 45 pág. Pablo Olle'f/dojf, editor.-Precio: 3'50. •
Comenzando por una confesión. diré sin amb~g. que prefe:ía el conde de Herissón que escribi'í el ~¡a. de un oflc~al de ordenanza, un Drama 1'égio y 'el Prtntl Imperial, al de los últimos tomos Su nueva serie, qu puede ser interminable, pues las Veletas Políticas son l. estrellitas del cielo ó las arenas del mar quiero de innumerables, no ofrece el interés de aqu~llos sabroSO bien pensados y escritos tomos tribu Ateniéndonos al actual 1; que primero con . a lesl no Interesar eetor. et ' héroe, el protagonista o'0111 e
Ul;TRAS y .'RTES EM PARIS
11am ir ·lc quic~a, el s \(T ta.li . d Napoleón 1 9, que es E;d\1a~'Jo Mounwr, ITIllY con cIclo n su casa, algo en la hlstona. p ro muy pO<o d la generalidad. Fuera ésto buena razón para 'ntrar e n ,1 en l' laeiones si lo mere. ' el se y nds r [ 'asen utilidad ó gu too Más no es así, y es. posible vivir ignorando la existencia de semejante sUJeto. ¿ Qui '\11 rué, 11 suma, Claudia Felipe Eduardo Mounier? l1;1a i<ltdirrencia m dio re, pues el saber arre· glárseb d mOlla y manera que siempre se caiga de ié, es cue tiún de halJiliclad y la poseen muchos legos; n much" :h0 sacado ti la pobreza y colmado de bienes, 'tulos. C"ll1dt' :oracion<'s y mercedes por apoleón. que n IUCf;() se .iene á ti rra el coloso, le deja allí tumba. o y .~ acoj , al sol c1(~ la monarc}llía, el que más va á lent::r en lo sucesi\'o. Es. por lo tanto, de mediana teligcncia y de rrrand ísima inrrratitud. Si n0 brilla por as misiones que se le conflan, ~o l;>rilla tampoco por el riño á S'l bienhechor, por la fidelidad :!l sus juramentos, or 'ninguna prenda moral, y si parece buen esposo y adre. como nos le dan por hombre público, su vida rivada nos deja indifr~rentes, ¿ Cómo nos hemos de interesar por este señor, que no es un bribón genial, un pillo simpático. un perdulario gracioso. sino sencillamente un G:l:'sdnk previsor de lo más vulgar? En segundo pUnl'), conviene saber que alrededor e esta figura de alta insignificancia, no me cansaré de repetirlo, se mueven otras de inmenso prestigio. empeando por la de Napoleón. que dó siquiera aparece, lo . unda todo de luz y grandeza; el duque de Vience, el ríndpe de l\[etternich, lord Castebeagh, Talleyrand, el ariscal Ney. etc.; muchas más, dignas de estudio des. de éste 6 esotro punto cie vista. que no viene á qué eouerarias todas, y se adivinarán con saber que el libro DOS conduce desde Jena á WaterIoo. y precisamente por estas figuras que evolua~ en mo á la del secretario, 6 entre las que el secretano se
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encuentra, por la éroca dramátka y ~ovida en que vi6- es curioso el tomo y merece ser leido. El mal triba en la importancia que sin ten.erIa atri~uy: ~I aut á Mounier, pues claro está que, slen.do su pnnClpal o jeto, le ha de seguir los pasos, y no perdonar carta su aunque ofrezca poquísimo interés, colPa casi. todas 1 que escribe á su esposa. Esta correspondencia é infin dad de documentos citados buenamente para probarn que Mounier era un desagradecido, un mal hombre su vida pública, lo que sabíamos ó no nos importa sabe llena un espacio que preferíamos ver ocupado por ro teria más agradable; nos saca del teatro en que nos d leitamos para meternos en la obscuridad de los sótan .donde está la tramoya ó en los cuartos de los campa sas ; nos arranca de la ptesencia de Napoleón para p r:ernos nariz con nariz. de Eduardo Mounier. Y po esto no quedamos satisfechos ni ~ontentos, sobre tod cuando sabemos que el autor pudo hacer otra cosa, que esa cosa sería excelente. Nos lo ha probado en l tres libros mencionados. Bien me explico el percance. El conde de Heri s6n, que es un erudito, que sabe buscar y descubrir pu el hallar h'~' , zs~orzco es Un don que no todos poseen se con Mounler, . le 'md'Igna, como es natural aunque ser! no menos natural que no le indignase . d~ ciertas gent hace caso -y l' ' 1no .set i' como e Interesa la época cree qu ¡I~ eresa eh personaje y acaba por apasionars~, llegan M .veces asta la sutileza para convencernos de qu ell~um~r es lmenospreciable. Lo lastimoso es que po mismo e resulta al le t a l " , alguno ni hist6 . . c or emp agoso y Sin mter , nco m moral . El autor revela u t I ' . de los abundantes d n a ento nada vulgar en el ma~eJ. su libro, en su coloc~c~mentos reunidos pa~a escnb exceptuando al una c16~ y en sus comentanos; per él sabe escribir~s ~ P~Inas brillantes y escritas CO~ que podria tener ' o ra no presenta el valor hist6rt . o se me oculta que los pequeti I
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LETRAS y ARTES EN PAPIS
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ch de la historia han de sumarse en el balance, y soy he ~lSmo partidario de ellos, pero los hecho de Eduarac érr '1 ~ . do Mounier pecan no S? o por su peq.uenez smo porque no son causa de nada,
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grande
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chico.
••* Su vida .Y su tiempo, sus obras dramática , por Carlos Raban y. - Un tomo en 18 may()r, de i 3 6 pág. con un retrato del dmmatlt1'go.-Be1'f}er-Levrault y Oía., Editm·es.-Precio, 6.f.
OTZEBUE,
Kotzebue, autor dramático fecundo que ha dejado ás de doscientas comedias, poeta, satírico, ha tenido erte contraria á la de Gcethe, Schiller y Les ing; su p~ta~ión, considerable durante el consulado y ,1 imn~, pues apenas representadas sus comeclias en 1a~la, se .traducían para la escena francesa, ha tic aido I por c.ompleto, y salvo su asesinato por el e tudiante ud, se Ignora su vida, mientras que los otro tres son ás conocidos cada día. ~o admíte comparación el talento de l'otzebue con genIo qe Gcethe y de Schiller, aun ateniéndose á 'liS ?bras capitales, la Peque/la ciltdad a!cJJlIlJ/ll, MlSa/ly . ~rrepeutimi(JJlto,-puesta en ,'er. o castellano rra II?nIS1o Ite . Solís,-y la Muerta de Rolla. Pero, su h rarla es considerable' gran parte de Sll teatro ~ traducido en francés en i~aIiano en sueco, en rllSO, dlila " ras barqués, en castellano y portugué ; ha):' en sus tre lo elIezas de primer árden, y gracia. avecIlla r~r.a a pesar de la dlvln qUes alemanes' '. ' el mismo Gcethe' . ti' o reino entre los dos á pesar de los epigramas 4\. tseb ' .b d 'cia . ~e, que le hirieron en lo vivo, le ha tn uta o es ~SI no pasa de un luminar de segunda ~la - . su le tante clara para que se le atienda, y SI no
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puede comparar á Moliere, como lo h~ hecho un crítico alemán, es indudable que es el que m~S se le acerca en Alemania. Donde, con ser su propi~ ~ierra, n.o gozó de gran favor por razón idéntica que Enrique Heme, por su grao cia y su sátira, que no cuadr~n con, ~I gusto alem~n, Es tan abundante su obra que Ol el cntLcO m s concienzudo se atreve con ella, y de ahí la sup';rficialidad con que de ordinario se le juzga. En vez de rehabilitar lo que vale la pena de ser conservado, se condena su obra en con· junto, y después de setenta años de índiferiencia, la úni ca ventura que parece aguardar al hijo de \Veimar es el olvido. M. Carlos Rabany, ha pensado que sería razonable y justo conservar la memoria de Kotzebue. Y ha escr;ta un libro en defensa de él con una sinceridad y una imparcialidad que le honran. No hay excesos en la defensa ni el elogio, sino una mesura, un tacto especial que sirven un estilo llano y conciso. una erudición sólida, un sano criterio. La biografía de Kotzebue, que forma las ciento cuarenta y tres primeras páginas, es en extremo curiosa, hábilmente medida, y prueba que zebue fué una de las figuras m1s interesantes de Euro' pa en. los años de este siglo. Es indudable que sm su mgemo satírico, en ciertos casos de verdader? libelista, sin su tendencia á habérselas con todo ser \1viénte y á meterse en personalidades hubiera tenido máS amigPs y sería mas grande en celebridad. . . La segunda y te~cerá parte, dedicadas al análisisebu cr~ tl;O de ~as prodUCCIOnes más importantes de Kotz . 'llenen a confirmar que si no tiene Kotzebue la didad Grethe, .el calor y lenguaje poético de Sch¡' lkr, 01 los conocImIentos vastísimo!i de Lessing, eS . más fecundo de Alemania, Y tal vez el ongmal en la comedia. Colo€arlo, como lo hace la cr~. alemana, alIado. d~ Tffland, es una injusticia; en r '01 dad, Ysegún lo mdica acertadamente M. Raban)'l
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propiu, {l distanc.ia ¡'fllal d(.] bue se halla J'ell IlIgar ze '1 ,.,. nía y de la me mnla; ('~)1110 !ol11lwc: Ir: sirvi(,t" mal ',11 tr:n dencia é la burle~~ y ,1 la personalidad; (:Im!t) 1:'Mit()r su prodigi~sa faclhcla:l, (lLle le valió. S(:r tratadt, di: indu'i trialliterano Y c,arpll1lero drarnaLIco, 1111 "llsaY(J tlr: IJi bliografia cronologlca cl las o\¡r~s (k: KIJlZ(:¡'LJ~, elJm pleta el escelente y nolable: trabajo de M. l<alJany (jur: merece lugar escogido en la biblioteca de lCJc!CJ h()~bre.: de gusto. {t(.
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revelad'll! por el método expprimentrll, por J. Lenoble du TeiJ.- Un. tmfl.O en 8? m"y()7' de 223 pág., con I T 7 grabarlos de Jet liiet-Berger Levrault y Cia., Bdit01·elJ.-Precio: 6 f.
LAS ANDADURAS DEL CABALLO
Poco diré de este libro, no porque no se me ocurra mucho que decir, sino por ser esp~cial y dirig-irse exclusi. vamente á los discípulos ele San Jorge, patrón de.: los ginetes. El lector no me perdonaría un estudio deteni. do, y los que en ello se ocupan, y son numerosos, se contentarán con una indicación y recurrirán al tomo, que debe ser leido por todos los amigos de la equitación. El autor, a[Jlicánelose al estudio del complicado me. c~nismo de las andaduras del caballo, y substituyendo la fIgurosa exactitud del método experimental á los medios engañosos de la simple observación, ha comprobado que la generalidad dt:' las teorías admitidas aun hoy, derivan 6de los errores de nuestros sentidos ó del modo singular ~e proceder que consiste en deducir las reglas. d:l f~nclonarniento del mecanismo locomotor, de los pnnclPl~S c.nseñados en aquitación, cuando el mero raciocinio e!,l~e que ~os principios ecuestres se funden. ~n el conoCimiento de las leyes que rigen los mOVImIentos del
caballo.
'REVISTA PUEBTORRIQUENA
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E!lto que á mirac1a~ superficiales puede parecer muy poquita ca a, es scncdlamente una revolución en el arte ccuestr " que toca así muy ele cerca á la ciencia. Es muy laro, en 'fccto, que lo prim(~ro ha de ser el cono· cimiento d la cahalgadura, sus recursos, para no impon 'rl' principios cn completo desacuerdo con su naturaleza propia. Y 'sto es lo que ex.)lica el autor, estudiando una á una las andaduras del oballo, con la clariddd apetecible, que s~cunclan los dibujos de M Liet. Lleva c1libro el ante título; Ea ltqutiación al alca1tce de todos, y con efecto, la experiencia podrá reemplazar el senti· miento ecuestre que no abunda Pero, lo repito, el libro e!l especial, no se recomienda aluí á todos los que me leen, sino á los que se ocupan de equitación. Para ellos será una revelación y una lección provechosa, por mucha que sea su pericia caballística.
*** Cerraré esta Revista anunci.U1do á los que se inte· resan por esta c1asc de pulJ1icaciones, que la Ilustración francesa public~r~ su número excepcional de Navidad, el dfa 2 de DICIembre, en un maO'nífico álbum de 4-t p~ginas, con cubiertas y láminas colores, pasando re· vIsta á los platos nacionales que se sirven en esa época del año, en Eur?pa y América, revista gastronómica que no carecerá de Interés. La Ilustración nos tiene acoSumbrados á obras hermosas de tipografía, y no dud~ que este número, del que con más detenimiento hablare mes próximo, será digno sucesor de los anteriores. t onozco ya las firmas de escritores y dibujantes, y pue· d,» recomendarlo á ojos cerrados.
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ASUNTOS DE ARTE DOS
CARTAS
DE
OLLER
A Amparo Fentá1zdcz I. Miquerida discípula; algo más poderoso que mi voluntad y mi cariño hácia V. ha retardado mi contestación á su amable carta. Mi cuadro, "El Velorio", objeto hoy de mis amore5 de artista, y el cual quiero llevar á nuestra próxima Exposición, no está conclui· do aún, reclama todos mis esfuerzos, y desgraciada. ~ente el tiempo de que dispongo es corto y mis energlas desfallecen. En un tiempo, lejano ya, discutía con el ardor y la ~ehemencia cie la juventqd, con los hombres que crel en. posesión de la verdad artística, los principios y Veenclas artístico-filosóficos á que rendí y rindo culto. l " Con la ilustrada interpretación de la obra de Char~~ Bl anc viene á recordarme aquella época feliz de mi VI a,. comunicando á mi espíritu algo de la exhuberanCIa del suyo. . ue y antes de contestar su carta déjeme decirla V., aventajadísima discípula mía, ha venido Vrenovar también un antiJuo dolor de mi alma. sds~be c6mo y cuánto he l~chado para instalar y jo ne~ en Puerto Rico un centro docente de dibu·
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y Pll'1tura para la mujer, tan singularmente do-
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RBl\'ISTA I'UF.RTORRIQU.:Ñ A
tada para el arte en e t liel'ra del !iol y el.e la<¡ flores: V. sabe que mis esfuerz !I hall resultado siempre esté· riles ante la iner ia y la pobrcl.<\ de nuestras Corpo. raciones popular s . . " Feliz . que no nec Slt la protec 16n ofiCia] para cu'tivar el arte, qu ngrallllccielldo su cspíritu le pero mite realizar estudio c mo el <¡\le no'5 OCUp.l. Hablemos. pue., como arti -tas, y permltal11c d(~cir e lo que pienso re pecto á los prill ipios <¡ue sustcnta MI'. Blane en su obra, tan magistraltllcnLt: cxtr.• ctacla por V. MI'. C. B1an , que entre las mu has co 'as buenas, que dice incurre en el pecado de i:ler á veces difuso, olvidando que el que escribe debe tratar siemprt' de hacerse comprender, "san chercher midi á qU1to ze heures" ase ura que ,. el artista es supr.rior á la na· turaleza desde el lIIomento que compr 'nde su belleza" La naturaleza con todas sus I>dlezas, estimadas según el criterio individtlal dc cada artista. es dI; todo punto indifer nte á aquel critt'rio, [Jorque frí té inmóvil no se cura en absoluto de las opiniones de la hu· manidad. La n turaleza es el eterno campo de investiga. ción d~l arte y de la cienci.l, y mal puede existir' su' periorldad absoluta ni rebtiva, -i á la lucha aporta aquella u muti mo é inlllortalidatl. Por tanto, el al" tista que mejor la haya estudi.lllo é interp·ttado con arreglo á u criterio, lt u escue!J y á su época, la ha' brá ~o~prendido m jor, pero no por eso exis~irá la supertorld d del rtista sobre la naturaleza, nI de la naturaleza sobre 1 arti tao o acepto I firmaci \n de Charles Blanc de que la belleza en la n tUl' I z e iste á "ondición dJ ser compren~id I men l que "llegue un momento en que se I lumbre un tIpO d b 11 .za superior á la be· lleza erd dera. ¿ C; mo y cuándo establece la natUraleza la condi i6n d el' omprendida? . A qué beUea se refier . Bloc? ¿ Cuál es ese ~ipo de be'
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A tlN'l'O/i l)ir. AR'J'II
lIeza sup rior á h bell '",a v('nl.lll(,r:l (I'II~ 'le vi',lllmbra en un mOI\l nlo (IU(' 1111 d(:l!~rllli"a Mr, Blanc? A riesgo de par" '('r allte V, ('Olllf) J1rl'lI~u('io';o, me aIre vo ' caliti 'ar d ' f,ll~as ·sU.' ;lllrlu:u;ioUI;S, L \ bellc7.a exist,> n todn '\ lJ nivcr.'il), y :lif colIsiderada, la acep to como ab oluta; ()("W la 1>c11(:l.a ar! fslica, (lile es la que creo qu del> 1Il0S p<:n;t:g-uir, es pllramenle con· vencional. La J"Ítiea ti I ,lrli.,t.l, la <:pI)(;a y (;1 m(;dio social en que viv', dct<:rll1i":ln Sil iclcal y forman aquella critica; por lo <lile tan falso "'O hoy lo que establece Blanc en su ltbr> como el pr 'ceplo de Ra· fael: 11 difare le cose non como k fa la natura, ma como ella debbrere fa re. " No es el ideal del arte mo· demo compatible con el culto de 1. forma de lo~ g-rie· f!o , ni con la vi,·iosa y rcl;nada amalgam' del Renacimie:,to, ni con elll1isticislllo de la eua(\ media, ni con las alegorías mitnlógicas. El arte mo(krno, inmen· samente más difícil que el arte antiguo, busca algo más práctico qlH~ el idealismo estéril ú que antes se rendía culto: quiae que las crcac:iones del arte, bellas ú horribles, ornadas de rica indumentaria ó en crudas desnudeces, sean ciertas, y enseñen siempre una virtud ó corrijan 'Jn vicio. No menos falsa creo la afirmación de manc al asegurar que en la más profund,l y perf cta contern p!aci6n artística se descubran la'; leyes de la creaci6n, n~ mucho menos que por (:sle mismo medio pu~da ele glrse entre la formas de h natural,~ziJ, a'llldlas que so~ completamente bellas conforme 1 lo" designios de DIOS. Todo ésto. s falso. Ning-una de las te gonías nos demuestra esas leyes: la ciencia no ha dicho aún su última pa1.lbra sobr e t<in gra ve asu nto: las leyes de la naturaleza son desconocidas, su estudio y su con· t:mplaci6n acercarán más 6 menos al artista á conclu· SlOnes más Ó menos lógicas, más ó meno próximas á la verdad, pero la verdad absoluta 1 stá \'edada aún en
esta materia al arte y la ciencia,
Y asegurar que el
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REVISTA PUERTORRIQUEN A
artista por la contemplación de aquellas formas pueda atemperarse á los designios de Dios, podrá ser muy asceta; pero me parece no falso sino absurdo. Dice Mr. Blanc en sus aforismos, en los cuales lo en::uentro más realista que en sus consideraciones anteriores, que "10 artísticamente sublime aturde nuestro espíritu": yo creo 10 con trario: yo creo que 10 levanta é ilumina. "Que 10 sublime no es lo superlativo de 10 bello; "en lo cual estoy de acuerdo; pero no acepto en manera alguna, que la arquitectura y escultura, por m s que los materiales que usan son más duraderos físicamente considerados que los de la pintura, tengan más duración en sus efectos que esta. Las tres artes, obedeciendo al sentimiento práctico de la época en que sus apóstoles realizan sus concepciones, valen lo mismo y contribuyen al mejoramiento de la sociedad. " Que lo bello no debe ser confundido con 10 útil y lo agradable, ni puede tener la misma definición en las tres artes del dibujo" dice Blanc. No estoy conforme: lo que es bello en un arte tiene que serlo en los deqlás, y no hay confusión posi. ble. pero 10 bello para serlo en las tres artes tiene que ser verdadero y útil, Como antes digo á V.; porque tal es el espíritu. tal es el fin, tal es el ideal del arte moderno. . Confi:so á V. francamente que no entiendo lo que qUIere deCIr Mr. Blanc, cuando expresa que "el ideal, en nosotros. es como un recuerdo de haber visto en tiempos pasados la pe~feccióll. y una esperanza, de volverla á ver; y que el Ideal externo ó fUera de nosotros, ~s el ej:~plar primitivo' y divino de todos los séres, defiOlclOnes tan OScura., y, á mi entender, faltas de fundamento como la del romántico De1acroix, ~segu:a~do qU,e ."t'l ideal es todo lo que vá á nuestra idea, ImItado o Inventado, conmQviendo el alma: un DO se qué; la inspiración. f
ASUNToS DE ABTI
Más compren&ible, pero más falsa, es la afirmación de Mr. Blaoc cuando dice qu,> "<:>1 dibujo es superior al color, porque él,.xpre-a, lodos los r.ensamientos, y que el color, relatIvo, efllnero, varIable, sólo expresa los sentimientos ó las senSJ iones con el auxilio de la forma, siendo inherente de ella V !imitad) por el dibujo." El dibujo y el color son los factores indispensables de la pin tura: no se concibe)a exis. tencia del uno sin el otro, porque las líneas frías y muda del dibuja nad'l expresarían ó muy deficientemente 510 el auxilio de la coloraci6n. Desde el cuadro más sencillo hasta el más com plicado de todos los que existen en todos los museo' del mur,do, el dibujo yel talar han sido y seguirán siendo los factores in· dispensables de ~·u representación .. ¿ Es V. entusiasta y sectaria de BIanc ? Perdone mi franqueza j y recuerde al leer estas líneas que las dicta á la vez que mi profundo cariño de maestro ha· cia V., mi filiación realista como pi,·tor de la escuela moderna francesa fundada por Curbet, de quien fuí discfpulo, y no crea V. jarná; que el rea¡i~mo de esa escuela excluya la beI:eza d las formas. Recuerde V. siempre al pintar lo que antes le he di ha: lo aro tísticamente bello, para serlo, necesita ser cierto y útil. Estudie V. con fe ya que la naturaleza la ha dota?o tan b illantemente, y cr. a que siempre será, el primero de los admiradores ,de sus triunfos, su maestro y amigo
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Mi querida discfpula: mucho
me regocija el recibir sus cartas, y quisiera no estar obli,gado á ocuparme en ~tras cosas para drdicarme excl¡Jsivamente á contesarIas á s~ debido tiempo. . AdmIro su tierno cerebro dedicado á estos estu-
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84 REVISTA PUERTOBRIQUE~A 6 dios que han de c loc~rla á V. en .ellugar á que 90n acreedoras las que tIenen sus aptItudes y constancia en la noble ambición del saber. Tiene V. razón: hace falta cre Ir la atll1ósfer 1 artlstica y despertar aptitude~ dor~idas; y ojalá que el trabajo que V. ha emp'endldo .slrva de ejemplo para que otras de mis disdpulas contrIbuyan ,'on sus ideas ~ formar ambiente que -como dice V.-favorezca ~I gusto por el arte de la pintura en Puerto Rico. Si cree V. que mis poI res ide;,s ver ida9 en la que ante· riormente le dirij\ puedan contribuir á aquel fin, la autorizo desde luego á pubJicarh, prévia cenura de BU señor padre, que ~egún mis ( reenc;a· V Ja~ de un amigo mio, aparte de sus bO!idades, es el único c ásico que existe hoy en Puerto Riso. Al conte·tar ahora su segunda carta con la satis· facci6n que en ella tengo. n) vado en darle mi opio nión sobre mi manera de entender el dibujo y el color' por la s..-guriclad que V. me da de no hab~rle sitIo in· diferente mi anlerior, V teniendo . sta la mi,ma bono dad Isa acogida me atreveré á decirle cómo dIferimos, ese i1u>trado .<cadémico y yo, en la man.;r, de apre' ciar .esto". e-tudios, que aunque muy distintos en. su práctIca, tIenen una r lación tan íntima que unIdos constituyen el fin verdadero y completo que se propo· ne el arte de la pintura. Siento no poder desarroPar mis ideas c·n lel fati· lidad, .ele.g~ncia y arte literario ca .. que desenvuelve. sus I?nnclplos Mr. Blanc, ilustrado escr tor de la Aca· demla, pero debo suponer, por la confusión Y falsedad de los que e tablece, que jamás ha pI acticado ninguno de los artes p ásticos. Las ideas que escribo sobre el dibujo y el ca or, son ~(as propias, y no 'las creo fdsas: l1eV.ln el sello d~ mIs estudIOS teóricos y de mi práctica de muchos an s, en los qué he tratado de arra:lC'ar á la naturaleza todd aquello que ha podido servirme para estable'
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cer reglas gpneralps, y cuyos estudio!> teórico-prácticos me han convencido de que no hay superi ridad ni del dibuj sobre el color ni de éste sobr . (,1 d bujo. ·Mr. B'anc establec'l muy ing-eníosal11ente dos sexoS en el d,bujo y el c lor; en arqu te tura considera el d bujo como su principio ~en radar; en escultura c"nsidera qu' P.R e! todo; (mucho podría contestarse -sobre estas afirmacio' es, pero hemos d, referirnos únicamente á la pintura) y considera esencial e! color, aunque ocupando un lugar secundariu, en el arte de Ve1ázCluez, /l 'La uoión de! dibujo y d I col Ir, dice Mr. B1anc, es ne esaría para engendra la pintura, como es nece.aria la unión de lo· sexos para ellge drar I 8 séres ; pero es pr, ciso que el dibujo c Ilserve su prep llldera cia (lbre el c ,Ior. De otr" modo la p;ntura lTIar· char,¡ á Sll ruina y se perdería por el color, como la humanidad se p rdió por Eva. " La dea de atribuir spxos al dibujo y al cIar, pura ir, vellción de !\fr. Blanc, y que de su maridaje nazca la pintllra es á la verdad p regri'la, pero olvida quP. aquel arte tiene parientes muy cercanos que ayudan c"mo aquellos progenitores á constituirlo. Aceptaré, aceptando también la fábula de! Génesis, e! paralelismo de .la perdicián ele la pinturl por el Collar y la de 1\1 hum~nld·d r or Eva, idea tan nueva una, como falsa la otra, pero que aprovecharé para mi tesis. El dibujo no es el fundamento de la pintura, es una ~~rte verdaderamente muy principal; como lo es tamblen el color, y si existe antes que éste no es más que para recibir después por el color toda S'I perfec. tivílidad. d b Dios, según la fábula del Génesis, hizo un cuerpo / arro, es decir, una estatua, este cuerpo provi~to de todas sus ruedas y mecanismos no ha adquirido b7sde entonces un miembro de fl'ás, en nada ha cam· lado j este es el dibujo. Ese cuerpo, me refiero siem·
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pre á la fábula bíblica, recibe el alma de D~os y. COtno el alma es perfectible. se desarrolla á medida ql1e la humanidad se perfeccio~a.' .Y llega q lo que se cree hoy el apogeo d~ la perfectlv¡1t?ad. El. cue.r~: es, pll(:S, absoluto é invariable; recibe su perfectlV¡lidad al in. corporársele el alma: esta es el color. ¿ Cuál pr, do. mina? . Cuál se sobrepone? ¿ Cu:,l aporta m yor SI!ma de c: perfecciones para la perf cti vilidad del homo duplex? ¿ La materia ó el alma? ¿ La e tat 'a ó el color? Dice Mr. Blanc, "si dirijo mis miridas á las profun didades del desierto y veo avanzar un bulto informe, de tono entre p:ljizo y rojo. puedo creer igualmente que es un león ú otro anim 1 que viene hác,i I mí; pero después que distíngo bien su melena y los contornos de su cuerpo sé precisamer.te que es un león. Lo que Mr. B anc, al hablar del león quiere constituir en axioma artistico, resulta una perogrullada. La vista educad I del pintor debe c Ilificar. sea cualquiera la distancia á que perciba un obj(~to, lds condiciones v circu nstancias de é te. N o caben confu~iones y no' puede confundir el verdadero pintor, d¡,sde el momer.to en que vé, ni ~l gato con el tigre, ni el r.egro con el blanco, ni el caballo con la cabra. por que las formas y contornos de cada una de esas entidades materiales difieren tan escDciallner, te en sus acentuaciones y coloraciones que no cabe confu·ión alguna para el oJo educado del pint/)?' . . DIce Mr. Blanc, que extendiendo el piotor sobre un ben.zo el verdadero topo de la came n,um1lnrr" no nos dada Ide1 alguna del hombre, mientras que el más grosero con~orno de una figura humana bastaría para ev?car ,sta .Id a. Error crasísimo de 1\1r. Blan-:; nO eXiste en plOtura u"a colora. ión absolut'\ de la carne hU'm<fna, pues, aquella depende de la luz que la hiere; aSI co~o Ilun aceptllndo aquella afirmación no se
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legaría Jamás á la repr~sentaci6n gráfica de la enc ar -
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naci6n q~e él pre~ende, así también sería de todo punto imposIble precIsar los contornos de una figura cual. quiera, trazando lfne3s en que faltase la condición indispensable de la proyección y perspectiva; de mane. ra que á la coloración son indispensables las condicio/les de luz; al dibujo las proporciones mátemáticas y la perspectiva, y ambas aisladas son ineficaces á los fines de la pintura; de donde se deduce la imposibilidad de llenar ~u misión el dibujo sin el color y viceversa. No tenemos datos prehistóricos de la pintura; no existen cuadros de Parrhosins ni de Finanthe, ni de ningún otro pintor antiguo; juzgamos el arte de aquellas apartades épocas por el génesis que le atribuimo~, y s610 podemos asegurar que hemos progre!:ldo. no por nuestras mayores aptitudes sino por que hemos podido disponer de mayor suma de conocimientos sobre la luz, que es el color, y sobre las demás ciencias que se rozan con la pintura. Dice Mr. Blanc entre otras cosas que omito "¿ Quién se atrevería á decir que la vida tiene mál calor en las pinturas del Ticiano que en los mármoles de Phidias ?" Me atrevo yo, pero prefiero que una eminencia 1 le conteste; Mr. PeJletán dice: "La pintura es un pro· greso sobre la escultura, porque reune la linea, la foro ma, la hermosura, la expresión, la emoción, el colori· do, el claro-oscuro y la accióo, teclado completo del alma humana. Estoy"de acuerdo con Diderot, á quien contradice Mr. BIanc, cuando aquel afirma que el dibujo di la forma y el color la vida, y prueb~ incontestable .de ello es, que la escuela veneciana 01 las clases especIales de las escuelas de Bellas Artt>s, al enseñar á pintar Pudieron revelar los secretos del colorido reservados á los escogidos de la pintura, cual Corregio, Ticiano, VeronClS¡ Rubens y otros de donde se deduce y se
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comprueba una vez más la indispensable unión del ca· lorido y el absurdo de suponer (pase la palabra) que exista superioridad del dibujo sobre el color. Concluye MI'. Blanc con un verdadero canto al ca· lar que me sorprende,. pues m~en~ras que en el curso. de su escrito lo subordll1a al dibuJo, parece que en este quiere sobreponerlo, sin que de dicho poema se saque otro fruto que la grata impresión que produce su lengua. je elevado y florido. Hasta aquí mi refutación á MI'. Clarles Blanc. Déjeme V. expresarle ahora, sin pretensiones de ningún género mis ideas sobre el dibujo y el color, ósea la pintura, y tómelas V., no como axiomas artísticos, sino como cánones que regulan mi vida de pintor. Por el color y la forma comprendemos la naturaleza. . El dibujo es averiguar las medidas, pr.oporciones y formas que tienen los objetos de la naturaleza para representarlos sobre una superficie plana ó curva. Saber e;;coger y aplicar estos objetos constituye el dibujo artísoca. El c~lorido.. ¿ Cómo definir esta parte tan, esencial y pr~domll1ante en el arte de la pir,tura? ¿ Es el color del cIelo, es el del aire, es la encarnación del ser huma· no, es el matiz de las flores, es el verde de los campos? El colú: es la luz, sin ella no hay color. Al repre.sen!arlo el pll1tor sobre su lienzo, se sirve de las combinacIOnes de su paleta y resulta el colorido valiéndose para ell? de las. coloraciones, del valor de lo~ tonos, de notas fflas y caltentes, de los reflejos de la oposición de colores, y.ésto es lo que se aprende ~n las escuelas de Bellas Artes. para saber pintar. Los objetos en la naturaleza tienen su color verda~ero ; el que les produce el sol directa ó indirectamente, ]ue nace de los rellejos que reciben de otros que 105 ro ean, y el que resulta de la oposición de unos colores con otros. El color, pues, ~tá en la naturaleza yeCO-1
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lorido en la paleta del pintor, por lo que no deben Confundirse esas dos palabras que e/uso cor;¡funde. Saber aplicar el colorido y conocer sus diferencias es el secreto del color. Para probar su importancia se puede citar le tour de force del Verones en su obra colosal de mérito y tamaño, "Las bodas de Canaan" que conserva el LouTre en París: este gran maestro y colorista venció la dificultad de, raer la mirada del espectador hácia la figura de Cristo q le se encuentra en un término lejano, siendo la fig,ra princirJal d,~ la composición, valiéndose de oposiciones de cokr. , El colorido no es solamente una parte esencial de la pintura; es la estimación científica de las diversas coloracioneS, y b q'¡e esencialmente constituye al pintor. La pintura se emplea para representar la forma y color de la naturaleza y no puede prescindirse de la una ni del otro. Escoger y combinar objetos de ella para representar una idea e3 lo que se llama invención, y con estos tres elementos acompañados de varios conocimientos que aporta la ciencia se constituye e/ artista. El arte de la pintura, lenguaje universal.que expresa el drama de la vida, los movimientos del alma, sus penas, sus aJerrrías, sus ensueños, sus efusiones, que canta las bellezas'"de los campos, unas veces melancólico hac~ndo derramar lágrimas y otras bullicioso, ofreciéndonos sus flores, ese es e/ arte, ese es el arte del color. La ciencia que con el continuo progreso se ha herman~do al arte prestándole su gran aUllilio nos ha convenCido de los errores de la antigüedad. La anatomía, la perspectiva lineal y aérea, la química, la física que con ~ conocimiento de la luz ha contribuido á fijar reglas en coloraciones destruyendo preceptos y rutinas falsas; ensefia que en donde hay luz existe el color aunque sea / en la ~mbra más intensa, y sobre tod~, esa ciencia n?s 1la ~do la evolución filosófica, prodUCiendo un cambiO radical en el ,pensamiento artístico y lo conduce por un
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camino distinto á los antiguos derroteros del arte. Concluyo, pues, y le ase~ro que ~s necesario el dibujo, pero que. el col?,r le d~ ~Ida, y umdos, constituyen la pintura, y la IOvenClOn, utilIzando aquelIos elementos realizan la obra en todo su esplendor. 1Ah !-disclpula mia, muy querida,. -l~ más ardiente aspiración de mi alma durante toda mi vida artistica ha sido la de ser colorista.! Inútiles han sido para lograrlo todos mis esfuerzos, y ya que no me ha sido dado con· seguirlo cifro todos mis empeños en trasladar á mis lien· zas toda la verdad de la naturaleza, pidiendo á mi inspi. ración con la gráfica representaoi6n de la verdad aplau. sos al bien y recriminacIOnes al mal, porque creo, sin en· castillarme en una pedagogía absoluta, que el fin del arte en todas sus manifestaciones debe ser á la vez que el deleite de los sentidos una enseñanza ttil. Haga V. también de esta carta lo que le plazca. Rindo culto á mis ideas, que si no son ciertas, son sinceras, como sincero es el afecto que á V. consagra su ami· go y maestro, F.OLLER.
EL COCHE DE ALQUILER. He aquí una anécdota parisiense de la que nuestros mayores hubiesen hecho una historia regocijada si hubiese habido coches de alquiler en los tiempos del rey Luis XI. Tiene su moraleja, y es: que si existen miles de medios infinitamente variados para atraerse el amor de las mujeres, como, v. gr., suspiros, jovialidad, atenciones menudas, convites exquisitos y perlas raras, el mejor medio de perderlas es mostrarse cobarde, así sea por un solo minuto. ¿ Quién no conoce al compositor ]anoty? Aunque pobre como Job, y aunque sus obras no se hayan oído todavía más que en las Folies-Marigny, nuestro excelente sujeto, rubio soso, afligido por una de esas caras que llamaba superfluas Enrique Heine, no hace un mes aún que era amado por su persona, y poseía ese bien más raro que las rimas triunfales: i una mujer fiel! Ahora se encuentra exactamennte lo mismo que Sganarelle, hecho un perfecto minotauro. Cuando sale á la calle, es un bosque que anda; lleva adornada la frente de una selva.tan tupida, que no sería difícil oír cantar en ella 4. los YUlSelíores,. y no podría pasar por las arcos de ramaje sin bajar la cabeza. Si tiene. hijos. no sólo serán los rujas de alguien, como exige Fígaro, sin? los hijos de todo el mundo; porque su señora, la agraCIada y encantadora Colette es una personita que encuentra el mundo t
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pintiparado para encasque~rsel~ en su Iind~ cabeza. Rindiendo piadoso tnbuto a la. mem.ona de su ma. dre Eva, hunde sus hermosos dientecItos de nieve en montones d manzanas verdes, y está en conversación seguida con la serpiente. Si en el Bosque veis bajarse la cortinilla de un coche, y desaparecer de repente una cabeza pizpireta y leonada, ese perfil desvanecido es el suyo. Si encontráis en un corredor una mujer de es· b Ita presencia, muy entapujada y arropada, llamando en el cuarto de un mancebo, es la propia Colette Ella en persona es asimismo qui n sube la escalera del Café Inglés, y quien baja la de Maison d'Or ; ella, en fin, es la que anda por todas partes menos en su casa: detrás de los bastidores de boca, en los bailes de aldea, en los fi· ganes, y donde quiera que d hábil cazador Amor prepara su liga y sus señuelos En cuanto á Janoty, se muerde los puños desde la mañana hasta la noche con tal encarnizamiento, que pronto no dejará ni rastro. Tal es su trágico destino, y vais ;Í ver qué bien ganado. Coletta era una mujercita adorable, que hacía todo lo posible por creer en el genio de su marido, que tenia la ca:sa aseada y reluciente si n ayuda de criada, que economl.z~ba de d?nde ~o había qué. que aderezaba platos exqU.ISltOS ca? mgredlentes quiméricos; siempre amable, gentil y sonnente,. capaz de ejecutar al piano las obras de Janoty h~sta cien veces seguidas, si él lo deseaba; ducha en gUisar la carne con salsas ideales y divinas, que sacaba.de .s~ propio y exclusivo cacumen, y que con un sol de Justicia subía hasta el mercado de Batignolles, donde se encuentran á vece;; cangrejo.. de á sueldo, .Janoty er~ completamente feliz, amado, mimado, acan.c1a· d? y alimentado co~.o un canónigo. Colette, que nene oJos grandes y acariCiadores, labios de granada y sangre árabe en sus venas P?r parte de madre, no deja?a de exhalar á veces SuspIros capaces de partir las piedraS, pensando en un poeta más negro que un zapato, que la seguia por las calles y le disparaba miradas de náufrago,
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pero ella s~ atrincherab~ ~n el sentimiento del deber. Hoy la rabIa de ese. sentlmlento?e le ha bajado á los talones, y salta y bnnca por enCIma. Si ]anoty necesitase un pseud6nimo, podría llamarse, sin exponerse á ninguna recIa.n:aci6n, ,ma~se Co:nelio, y hay algunas docenas de panslenses a qUIenes tIene el derecho de escribir, sin jactancia : "Muy señor mio y querido colega." ¿ Cómo ha podido llegar con tanto acierto á semejante resulta:lo? Eso es lo que voy á decir, La gran tata, esa estrella de las Folies-Marigny á quien no faltan ni los pudores de Mme. Judic, ni la segunda intención terrible de Juana Granier, ni el vaporo. so cabello de Mdme. The6, y que llegará á ser célebre como la que más, si place á la hada estrafalaria que preside á los absurdos; la elegante, la rubia, la delgada, la frívola Tata, estaba muy infatuada con la canción: Mon frére ponzpe, pompe, pompe, car i! est pompier, é iba á pedir á Janoty que le compusiese para la nueva obra un tema como el de Mon frére pompe, pompe, pompe, sin ser el mismo. Cabalmente nuestro maestro tiene el talento que exige esa clase de transposiciones, y hubiera podido servir á pedir de boca á una Patti ele mal humor. Colette fué quien le abrió la puerta; estaba mondando legumbres con toda escrupulosidad, y llevaba en la mano una rodilla.-"Anúncieme V. ", le dijo Tata, soltando su retahilla; y Colette, que no es orgullosa, la anu~ci6. Tata estaba tratando de deslumbrar á Janoty, mariposeando alrededor de sus ojos estúpidos, y haciénd?le ver las estrellas cuando empezó á caer una de esas llUVIas que en el mes pasado estropearon tantos sombreros y abrie· rOn tantas rosas. i Ay, Dios mio! i Qué modo de ~~er agua! (dijo la Tata.) Mande V. á buscar un coche. Janoty tenía una boníta ocasi6n para mostrarse hombre animoso ó siquiera caballero, diciendo: " Yo no tengo criada; es mi mujer." Pero fué cobarde, y respondió: "j Con mucho gusto. !" En esto ent:a, dando vueltas á los pulgares, en el comedor que sema de re-
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'b' . t donde Colerte seguía limpiando la verdura CI Imlen o, y á con más ahinco que nunca, raspa que te raspar s, como una mujercita de su casa, . T -Ya habrás visto (murmuró); la se~~nta .ata trae vestido de raso y zapatos de raso, y ~~ta ll?vlendo á cántaros; si tú fueses tan buena que qU,lsleses Ir ..•• _¿ A buscar un coche? (concluyo Colette, !anzan. do á su marido una mirada llameante,. que h.ublera debido hacerle méterse siete estados debajo de tt~rra). ¿A buscar un coche? Pero ¿ cómo no? ¡ En ?egUlda ! Allá fué, calándose el único par de bottnas, y hastá tomó la moneda de veinte sueldos que la gran Tata le puso en la mano como propina. A pa.rtir de e~e instante, Janoty debió sentirse satisfe~h<?, SI .er~ cunoso" porque, sin salir de su casa, pudo aslsttr dlanamente a una pantomima en cien cuadros y con mutaciones á la vista, , más rara que la de Funámbulos. Conoció la sopa hela· da y el vino recalentado', vió sustituida la lámpara por una vela que se corría, y en el momento de sentarse á la mesa se encontró reemplazada la comida por un trozo de embutido servido en un papel. Colette, que poco antes se levantaba al rayar el alba, necesita que la saquen del brazo á las once, y sale suspirando: 'ti Calla! ¿ Ya es de día?" Esa casita tan reluciente en otro tiempo, donde en vano se hubiese buscado W1a mota de polvo, parece una ciudad de Italia tomada por los vándal?s. Hay te!as de araña en los platos, y cacerolas, encima del. reloJ; no hay ,botones en la ropa de vestir ni en las, ca~ISas j en cambiO, i vaya una de puntos en los calcetines. Pero eso no es nada todavía. Janoty pertenec~, á la escuela de la melodía, es decir que expresa la paslon á la manera de Yo tengo buen tabaco del Mitzué ~ ExaUf'et y ~e ¡Mana, moja el pan en la s~lsa. Antes e s,u cnm¡en, o ette fomentaba esa manía . pero ahora ha urad o a careta y ha e chado ¡os trastos a, ,rodar. '1 No t oca m ás que Wagner ! Sus manos crisn.<>r1~~ d . ~ esplertan los huracanes so'
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nOros; el piano está lleno de Tanhausers, de Valkirias, de Rhcing kls de c~ep(¡sculos de los dioses; de su seno surgen mUjer 'S-Clsnes, Venus encastilladas en sus fortalezas Ycaballeros matadores de monstruos, cubiertos de armaduras de oro esmaltadas de lagartos azules. En medio de ésos tumultos, Janoty cree ver al irónico Bertioz, con su nariz de papagayo, subido en un estante de su biblioteca, y lanzándole una maldición reforzada con platillos. Ve también al escuálido Wagner, con calzón de dama co color de azufre y bata color de rosa, desple. gando alas de murciélago para llevárselo á algún Brocken infernal. Cuando se aprieta la frente con desesperación y dice: "Esa música me da dolor de cabeza, " Colette responde con dulzura : "He ido á buscar el coche.-Mi camisa ya no tiene ningón botón.-He ido á buscar el coche. -No me amas ya, ya no me abrazas.No, amigo mio; pero he idD á buscar el coche. " Inútil es decir que Colette empezó por colmar los deseos del poeta negro como un zapato; pero á bien poco le dió tantos sucesores como ojos de lapizlázuli tiene la cola de un pavo real. En fin,. ha resuelto operar á ]anoty batiéndole las cataratas. Ha ido al baño á la hora á que no hay baños; ha ido á cuidar á tías, muertas hacía treinta años; se ha convidado á la comedia en tados los teatros donde no había función. Claro que los vestidos de cincuenta francos el metro le han nacido en el cuerpo naturalmente, como las alas en las espaldas de los ángeles ; los diamantes y las piedras preciosas se han encendido espontáneamente en sus oidos y en su gar~ta, y los cajones se han llenado por sí mismos de ca· mu:as de batista con encajes, y de cajas de guantes de tremta botones. A pesar de todo, á Colette le ha parecido que no ha puesto bastantes puntos sobre las ies, y ha af'iadido otros. Se ha presentado en pleno óoulevard de día y de noche, por la mañana y por la tar?~, á la luz d~l sol y a
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la del gas, con amantes jóvenes, VIeJOS, altos, baJOS, feos,
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di\ino de todas clases' se ha sentado á las mesas de lo cafés; e ha paseado en carretela descubierta; ha comido en las mesas de lo restaurants, y, al volver á su casa, ha dejado las cartas amorosas tan bien abiertas, que, al fin Y á la postre, su marido ha acabado por en· trar en escama. Una vez mO\ido por el aguijón de los cd ~, ha leído las cartas, seguido los coches. tomado in· formes en el barrio y en otras partes, Y ha llegado un dia en que ha sabido de corrido su propia historia. Ha acumulado pruebas, ha escrito notas, ha reunido legajos, y, ya en posesión de todo ello, ha hecho sentarse a Colette. como A~au to á Cinna. y entonces ha declamado una acusación en regla. empezando por estas palabras : ni ñora, me ha engañado V.!" Una vez en el dispa. radero, lo ha dicho todo, 105 números de los gabinetes, los nombres de los amantes y los de los alquiladores de coches i y lo dem' s! Durante el discurso, Colette estaba fresca y lozana como una rosa, alegre como unas pascuas, ri:.-ueña como una mañanita de Abril; y como Jonoty siguiese enumerando sus calaveradas, mezclando las actitudes nobles con los sollozos, y reconviniéndola por haber convertido en una criba el contrato de matrimonio á fuerza de alfilerazos, ella ha respondido con una alegría inalterable: -"Verdad, querido mio, todo eso es exacto, pero... i he ido á buscar el coche !"
T EODORO
DE BA~\lTLLE.
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LI'1'ER A'1' URA SOCIAL IS '1' A. CANCION DE LA CAMISA.
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Los dedos aestrozados, los ojos enrojecidos, una mujer que ni mujer parece en su aspecto, cose sentada, ¡al compás de la aguja y del hilo, desfallecida de hambre, en su miserable pobreza, canta con dolorido acento la canción de la camisa:
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i Coser, coser, coser I Hasta que canta el gallo y escreIIas brillan entre las rendijas del techo. Dura filena para una esclava de bárbaros africanos, en paises donde los hombres creen que la mujer no tiene un alma .que salvar•••• ¿ Qué sera para una cristiana este trabajo?
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; Coser, coser, COser I Hasta que se pierde el sen'1lps ojo,s se cierran solos, y en pesadilla fatigosa se
~a cqn los ojales y los botones que falta co~Q
d'9l"J,1'ijda.! •••
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que tenéis madre y esposa .,. no es vue~tra ropa la qUe destrozáis es la vida de las pobres mUJeres! ¡Coser coser, cos~r ! Con dobles puntadas, la camisa para vos: otros, para nosatras ..•• el sudario!
v ¿ y por qué temer á la muerte? Su espectro pa. voroso de huesos descarnados, tanto se me parece que no me 'asusta. i Un esqueleto soy como la muerte! ¡Ta. les son mis festines! i Ah, Dios, mio, que sean el pan y y la carne tan caros, y tan barata la sangre humana!
VI Trabajar, trabajar sin descanso nunca! Y por salario de mi trabajo, un montón de paja por cama, un mendrugo de pan, unos andrajos ... un techo agrietado, un suelo desnudo, una mesa y una silla desvencijadas.... y cuatro paredes blancas, tan blancas que agradezco al reflejo de mi sombra el no verlas tan blancas y desnudas. j
VII .
j Coser, coser .... trabajar, trabajar como los crí·
mmales condt>nados á trabajos forzados .. hasta que el corazón enferma y el cerebro desfallece, rendidos co· mo la mano!
VIII . 1Trabajar ~ la fria luz del invierno, y trabajar, trabaJar cuando el sol acaricia con viva luz en primavera: cuaudo canta l~ g?l.ondrina y revoletea delante de 1111 ventana, cual SI q~1S1era m..strarme los reflejos del sol
en. las alas, y dearme en sus trinos que ha llegado la pnmavera I
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IX
y, r spirar la fragancia de flore!'> y campiñas! obr h fr .nt. 1ci lo y bajo los pies la yerba fresca! I n hora Iqul ra, una hora, como en los tiempos en qu yo no sabia cuánto costaba un pedazo de pan!
X I Una hora d respiro!
No para el amor y la es~ ... sino para llorar con desahogo! i El llanto í1ivi r4 mi CQJ'azón •.. pero si lloro .... se nubla la visy ntorpecen la aguja y el dedal! j
XI
Lo
dedos destrozados, los ojos enrojecidos, Una mujer que ni mujer parece en su aspecto, cose sentada, y desfallecida de hambre, y en su pobreza m~serable canta con dolorido acento la canción de la camISa. . . . l LI gar4 su canción á los ricos y poderosos?
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TOM HOOD.
La Literatura y la Gimnasia
Séame lícito hablar de un asunto que importa á . toda nuestra generación de inteligencias enloquecidas y desequilibradas. Entre nosotro~ el cuerpo ha lle· gado á un extremo de singular decadencia, como en los mejore. tiempos del misticismo, No con.iste ese resultado en la exaltación de' alma; los que se exal· tan son los nervios, la masa cerebral. Hállase la caro ne macerada por las frecuentes, numel'osas y profun. dss sacudidas que el cerebro im prime á todo el orga· nismo. Estamos enfel mas, esto es verdad de~gracia damente, enfermos de adelant,. Existe .en nosotros hipertrofia del cerebro; los nervios se desarrollan á costa de los músculo., y éstos, {¡ su vez, debilitados y calenturientos, no sostienen la máquina humana. ~e ha a'terado el equilibrio entre el espírítu y la materia, Bien sería pensar al~o en este pobre cuerpo, ei hay todavla tiempo. Esta victoria de los nervios so' bre la sangre ha iufluido de una ma nera decisi va en nuestras costumbres, en nuestra literatura, en toda nuestra época. Solamente quiero examinar lus resul· tados, si aSI puede decirse, literarios. Evidentemente. siendo toda obra hija del espiritu, y habiendo de pa· recerse á su padre, el estado de alteración enfermiza ó de tranquila salud de la inteligencia, es causa de
LA LITERATURA V LA GIMNASIA
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que la obra ~esulte ser, na 6 resulte apasionada. Los
Periodos cláslc?s se presentan cuando lo~ nervios y la sangre poseen Igual fuerza y forman así temperamentos bien equilibrados y ponderados; cuando por el contrario, preponderan los nervios 6 la sangre, nacen obras de hermosos aunque toscos flor· cimientos, 6 de locos de genio. Estudiad nuestra literatura contemporánea, y echa. réis de "er en ella todos los efectos de la neurosis que 'lIIrll'¡j& nuestro siglo; e o el producto in mediato de n ue~. tras inquietudes, de nuestras investiga::iones ásperas, de Duestros terrores pánicos, de ese malestar general Clue nuestras sociedades sienten, ciegas ante un por. venir desconocido. No estamos ya, lo comprendéis todos as~ en aquella edad solemne, en la cual la tra· 'a declamaba sus verso, en medio de una paz algo ~da; en la cual la literatura enten andaba majes~5iimé:nte, sin un grito de dolor, sin U,la protest . OS hallamos en la época de los ferrocarriles y de las q>medias fatigosas, en las que la risa no es, en mu· Chos casos sino la mueca de la angu ,tia; en la edad a~ ~égrafo eléctrico y de las obras ~xtremas, de una eX<1octa y triste. La huma~ Idad, como presa Q~ vértigo, resbala por la pendiente áspera de la i ha mordido la manzana, y desea saberlo todo. gue nos mata, 10 qu~ nos enfllquece .e~ qlJe f!'0s os sabios, es que los pro1<lem.s socia es y dlVIla'o á ser resueltos uno de estos dfas. Vamo:> á á Dio , vamos á conocer la verdad, y ya se como ·'liIllJIl'!·que la impaciencia nos devora, y por 9ué poRttb ~vir yen morir un febril aprt>suramlento. t amo adelantarnos al tiempo, vend~mos lJu.o sudor, quebrantamo~ el cuerpo ~ '8'lm Todo nuestro SIglo está. en az monárquica y dogmática, ~';'~=;J!' maoidad tornan á ser puesque el probl~ma liC hll
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plantu:ulo hrc otras ha JS más justas y. más ven\ac1 ras. PUL. to ya el problema en ~cuaclón y deslwjadas alguna. incógnitas, ha sobrevemdo la ~m· bria flle~, la alogría insensata. Háse C0t?prend,do qu stábamo. indudablemente en el camino .de la verdad, y nos hemos precipitado en masa: d.emollendo, impu\A:lmlo, gritando, realizando de·cubnmlentos nue· vos á cada pa '0, picados por el acicate del deseo de ad lautar siempre, de llegar á lo infinito y á. lo ab~? luto. Si me atreviese yo á lanzar una comparaclOn arriesgac1:l, dida que nuestras sociedades son como una jauría en persecución de una fiera. Olfateamos la v rdad que corre delante de nosotros, y corremos. Sin que yo pretenda establecer aquí una relación Intima entre el medio y la obra en él pro lucida, fácil· mente se comprende que las obras de esa jauría de hombres corriendo sin freno por el campo de la cien· cia, experimenta los ardores todos y todos los sobre· saltos de la caza ruda y terrible. N uestra literatura contemporánea, con sus arranques generosos y con sus profundas caídas, ha nacido directamente de nuestras grandes aspiraciones y de nuestros desalientos repen· tinos. Me ehcanta esta literatura; me parece viva y human~, po~que está llena de sollozos, y hallo en la anarq~J1~ mIsma que la ~erturba un'i imagen exacta, fiel, VIVI~nte de nuestro SIglo, el cual será grande en· tre los ~'glos, porque es la gestación de las vigorosas socIedades de lo futuro. Lo prefiero á esas otras épocas de calma y de perfecciór., de una madurez completa que nos h~n dado obras sabrosas y sazonadas. En nnestros tIempos, tiempos de inve~tigación Y de trastornos, de derrumbamientos y de reconstrucción, ya sé que el arte es bárbaro y que no puede satisfacer , las ~ersonas de gustos delicados; pero en este arte exclUSIvamente perso~al y completamente libre, hay, os lo aseguro, peregrInos goces para los que disfrutan con el expectáculo de las manifestaciones del alma
LA LITEltATORA Y LA GIMNASIA
lomana y s6lo
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ven en su obra el hecho, el accidente .. un hombre puesto enfrente del mundo. Por mi parte, adoro nuestra anarquía, la ruina 41: Duestras escuelas. porque experimento alegría iníble contemplan rl ~ la contienda de las inteligencias, ~Deiando los e~Juerzos ir lividuales, estudiando . - ' uno todos esos combat ;ntes, á los grandes y Jos peqaeños. Pero en esa atm6sfera se muere muy oto; los campos de batalla son malsanos y las obras IBn á sus autores. Toda vez que la dolencia tiene origen en el hecho de que nuestro cuerpo amengua provecho de nuestros nervios; toda vez que si estras obras son tales, y si se exalta nuestro espíes únicamente porque dejamos que nuestros mús~Ai$C debiliten, el remedio est i en la curación del el iJultivo inteligente y fortificante de la carne. • ltI:o cerebro se desarrolla por exceso de ejercicio; 'témos nuestro cuerpo, y el equilibrio se restable!*:o á POf:O. Estas reflexiones, á mi juicio muy graves, son daa á mi espíritu por un libro que ha publicado, mtu:ho, M. Eugenio Paz. Este libro, cuyo tí; La salud del dlma y del cuerpo por la gimnasta, ~ tlpígrafe est . palabras: Mens sana in corpo;r~, En esa leye da está todo el libro. º.u.e I.os tQ& sanguiaeos y nervioso~ estén en eqUlhbno; ~ritu y la mab:ria vayan como buenos com• ElI-cuerpo disfrutará de una paz profun~a. la cm c:rearli en calma obras sólidas y apacIbles. ha. de la preponderancia nerviosa que nos ~_¡ijC) indiCado por M. Eugenio Paz ;s el M~:Jo•• ejercicíOl corpl ral~: Envla el ~~:~!!!t})uestm generaclOn. . télíl~lI; las eonclusiones del hbro COIDG la antigua Lece.M_p , para ejercitarse _J1"!~~'~ corporales. Piro
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P nnrt me indicar lo muy distante de nuestras costllm r ' . l fu ra de nuestra edad y de nuestras aspi. 'i Il . IU ~t;í una educación de esa índole. Es me. I . r. ind ,(L\bl mente, dirigir al pueblo u?a exhorta. i . iml ul :ulc hacIa la gimnasia, aun á nesgo de no r I r 1 ., l ara cons guir del todo ha?er de, nosotros un ri o' nu \'os, y transformar a Pans en ~na n 1 nu Ya. ,ería necesario que nos transportase. III " una :po ',1 que pasó hace dos mil años; propor· I arn s el color azul y los tibios ho~izon.tes del ri nt , y pn curar el olvido de nuestra cIencIa. No 1m r lo que Grecia, lo que .Roma, 10 que. la Ed 1 1\1 dja han sido. La humamdad ha segUIdo an 1 ndo de de entonces. o se trata solamente de deducir que los ejercí. corporales son necesarios; es preciso además deir Ulil puede ser hoy la misión de esos ejercicios, y n qu ~ proporción estamos en condiciones de aceptarI . Me e. ·plicaré. uponed pueblos jóvenes; viven bajo un sol ami, bri s d luz. Las ciudades, blancas, son espa{io a, abiertas, tranquilas. Se gobiernan, se defiend n, se desarrollan en libertad completa. Los habitant de esa ciudades gozan la alborada de la humani. d d; am.an la vida para lo qu es para ellos la vida InI.ma; s n inteligentes, con mteligencia sana, vig rosa; ingeniosos y delicados en sus gustos, porque tien n sol en torno suyo, y ellos mismos !lon hermosos y nobles. La carne predomina' aquellos hombres la divinizan, buscan la verdad en la 'belleza' su alma, completl1mente satisfecha por los objetos ~isibles, DO s cura de penetrar en la esencia, 6 se complace en matl'!rializar los pensami.entos abstractos que en el fondo de todas la cosas eXI ten. Hay equilibrio, salud, des' arrollo del cuerpo. Todo les convida al cultivo de te último; el clima que tiene dulzuras cariñosas, !lU stado social que ha menester de vigorosos soldados,
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s~ gusto personal que les inspíra admiración por una pIerna hermosa. por un músculo fuert~ y gracioso. Viven casi desnudos. y se reconocen pl'r la admirable forma d, la pierna ó del brazo. como' lIestras damas de hoy pu den conocerse por el corte más 6 menos elegante de un ve. lido. 1I principal quehacer ('S el de ser hermosos y fuertes; no tienen otras ocupaciones; no nace para resolv~r problemas ni descubrir ver ades: nacen para batirse, para crecer en vigor y en gracia. Las influencias reunidas del clima y de las costumbres. han hecho de esos pueblos combatientes r andarines, so dados y dioses. Grecia, en ~lIS albores, ha sido extt'nso wlamente un gimnasio, donde moza y mozos. hombres y mujeres, buscaban la fuerza r la herma ura. De pI és en los tiemros de Roma, de Roma imperial, no suced'a ya lo mi mo. Había nacido el lujo ) con él la corrupción . la voluptuosidad penzoea. Los cuerpos se debilitan. los ejercicios no tienen ya su r ¡dez aludable. A 1.l s tzón ya hay personas (lue ec::o luchar lo toman r (,ti, io; no (os ya la nación e t a la que 'a al gimn~¡.;i(\, .\. si algún personaje lucha toda\ía. jo hace por pa,ióll insana. En L~cede mo ia ha ía "andeza \"crdadera n el cC'njunto de los eje cío: u hIo iba allJ con devoción, sencilla y u os mellt . como en la Edad Media concurría al ten JO. En R m,l los ( il.rcicios se han convertido en juegos; la eleganul es -acnficada á la brutalidad; se baten porque S6 n atan, y porqm: ~uandq se han ago. tado ya todas las dt'más voluptuosidades es grato ver c6mo corre la sangre. No hay cor:nparaci6~ posible entre los campos de Marte en Grecia y los circos rolb nos; en qu ¡lo., no habí:'l espectador~s, el pu blo o luchaba y se fortalecía; en és~os, mientras ~nor· Illes gladiadores, de músculos de hierro, se tuo?lan á - as, e endians en la grada hombres afemlOa~os
COrtesanas de carnes blanduchas y.fofas por las orglas.
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Sobreviene andando los tiempos, el misticiirno el desprecio del 'cuerpo, los. ~ú cul?s se debilitan e~ el éxtasi . aparece una reacClOn ternble contr~ el ma· terialismo de las primeras ed~des. La .humanldad ha· bría muerto tal vez si no hubiera necesitado defender. se. El feuJali,mo, el derecho de cada uno contra too dos convirtió de nuevo en una necesidad las fuerzas . corporale.. La gimna ia renació baJO una nueva foro Ola. L s limas no eran ya los mismos; las costumbres tampoco. En otras edades se desnudaba el cuerpo para vigorizarle. En la Edad Media ~e le carga de hí rro, y . e le arma de un arsenal completo. Fué preciso ser fuerte; pero fué preciso también ser diestro. De pués, ésta fué solamente IIna educación de casta: únicamente los nobles tenían sus torneos y con· sagraban su juventud al estudio de la equitación y al manejo de las armas. El pueblo no tenía más ejercicio que el trabajo incesante, que le tenía encorvado siem· pre ,übre su tarea. Los días hermosos de Grecia no han tornado nunca, He estudiado rápidamente, con M. EuO'enio Paz, los ejercicios corporales en los distintos pu~blos para llegar á !a educa~ión de lo que pueden ser entre nosotros. SI yo hubiese ten:do tiempo. habrfame gustado probar que las obras de la inteligencia han ¿eguido constantemente, en sus distintas manifestaciones, el esta,do de salud ó de enfermedad del cuerpo. Hay aqUl, pues, un verdadero problema literario. C~tano& ahora, con nuestros modernos trajps, protegidos constantemente por las leyes, en camino de .reemplazar al ~?mbre por la máquina. ebrios de sab.lduría y de habilidad. Pregunto, pues: ¿ qué neo cesldad tenemos de ser fuertes, de poseer músculos de una forma pe~fecta y de una resisten"ia extremad I ? uestros vestidos nos ocultan tan perfectamente, que el hombre m larguirucho y 1 peor fotmado su~le tener muy á mern,¡do r.eputaci6n de elegante y de dl~'
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tini"uido que no trocaría de seguro el interesado por la mayor fama de fuerza y de belleza sólid l. De otra parte, por ahí andan siempre los agentes municipales; ya no lucha nadie á puñetazos más que en tabernas de las afueras; los caballeros se baten á sable ó á pi-tola; en fin, en las batallas nuestros soldados no son sino máquinas para llevar fusiles ó poner fuego á los c~ñones. En realidad, no tenemos en qué utilizar la glmna.ia. Vivimos en los laboratorios, ó en los despachos; nuestras distracciones, nuestros ejercicios, puramente intelectuales, se reducen á leer los periódicos y los libros nuevos. Además, todos comprendemos perfectamente que ya no nos queda mucho tiempo de trabajar; ahi e,tá la ciencia proporcionándonos máquinas; el trabajo humano tiende á desaparecer; el hombre llegará muy pronto á no tener más faena que reposar y regocijarse en la creación. Nace de aquí una gran inliferencia ; nada nos estimala hacia los ejercicios corporales, ni el clima, ni las costumbres. Podemos pasarnos perfectamente sin ser fuertes y sió ser hermoso>. Por esto dejamos que languidezca nue3tro cuerpo, toda vez que lo han hecho inútil, y cultivamos el esplritu, forzando los resortes, hasta hacerlos crujir, porque nuestro espíritu nos es necesario para resolver los prob'emas que se ROS han propuesto. Con tal régimen, vamos derechos á la muerte. El cuerpo se disuelve; se exalta el espíritu j hay un desconcierto de toda la máquina.. Las obras producidas llegarán á la demencia. La ~imnasia ser;'. por lo tanto, puramente una medicación, porque s610 motivos de salud nos la imponen, pprque no la aceptalIlos por nuestr'o gusto. '" Ha sido la gimnasia una neceSIdad social, casI ~a religión, durante el períoClo griego. 6 la Edad Me~ ; ha sido on esparcimiento, una pasI6n vergonzosa, bajO el Imperio romano; entre n08otros debe ser un
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simple remedio, un preservativo contra la l~c~ra. Ta. es 1 misión única que la época en la cual VIVImos del ja desempeñar á la gimnlsia. Estoy convencido de que, por desgracia. el hom· bre es siempre de su época, .'1 de l'lue en este mamen· to vamos impulsados, qucrámoslo ó no, hacia un esta· do de cosas desconocido. Es difícil detener en su marcha á una sociedad: creo que, todavía durante algunos año', los gimna ¡os esto rán vacíos. He dicho que esta época de transi ión me agradaba; que ~oza· ba yo un peregrino pla er estudiando nuestra calentu· ra. A las veces, no ob tan te, se apodera de mí el terror. viéndonos tan te1l1b'orosos )' tan huraños, y ent n es e. cuando, lo mismo que hoy, después de haber leido el libro de 1\1. Eugenio Paz, celebraría yo tel.er un trapecio pa a endurecerme los brazos y des· cargarme el cerebro. El f pígrafe está ahí, en 18. pared, resplandeciendo enfrente de mí: "l1cns sa la ilt corporc sallo. EMILIO ZOLÁ.
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Como amante embozado qu SOI1r!I' Al acercarse á la mujer amada. y el mar en su lenguaje Illistf·ril)'.o, De aquel ave celest:- murmura]¡íl, Hablando por 10 baJo, temeroso De que batj('ra sus brillantes alas.
Alzó cerca de mí su húm 'do C;'i!il, Estuche perfumado de las hadas, La ancha flor del menúfar, y 111 • dijo : "Aqudla estrella fúlgida es mi hermana !" y una voz de la estrena desc nJida Como un soplo de amor llegó á mi alma; La misma voz que en mis inqui tos su -Ilos Me trasmite mensajes de esperanza.
•
" Yo soy la piedra d oro y fuego- .díjoQue en la onda de las nubes inflamadas, " Lanza Dios á la frente de la noche " Para anunciar que viene la mañana. ,1
Yo alumbré del inái la excelsa cumbre " Del Taijeto la cima desolada: ' " En el primero, nuncio de alegría; .. En el segundo, antorcha funeraria. 1,
STELLA
¡Arriba, pensador desconocido, Que el ángel de la luz viene á mi espalda, Como vendrá la libertad bendita, Tras larga noche de miseria y lágrimas! l.
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" ¡Arriba, labrador del pensamiento; " Cava ancho surco en la conciencia humana, " Que si 10 riega tu sudor fecundo " Dará flores y frutos de esperanza ! " OLEGARlO ANDRADE.
J)VEI{TENCIA 1)(" JJlI~S
d( sif:t/; anos de no interrumpida publica. 16. <l1I1.ll1tl h, (\Jalr~s ha obtenido dos premios honro. ¡·.iIllO·, 1'11 Jo.¡lropa, frCCll(;ntcs demostraciones de estima. d 111 por (Jart/: de: los golJiernos, academias, y corpora. LÍollf I i/'lItífica y lit~rarias de ambos mundos y de sus ¡lfllul,re d' JI·tras m(¡s eminentes, la REVISTA PUERTO/( I 1. A CJJCIJ('JJtra dificultades para continuar su publiel i6n, por falta de atmósfera propicia para desarrollarse f: 11« L país y para realizar en lo sucesivo los propósitos (IU la dieron vida. Sólo ha podido adquirir hasta hoy un número muy limitado elt; sw;criptores, y no todos han sido constantes ni han satisfecho sus compromisos con la eficacia que hubi ra sido de desear. Es justo hacer mención es. ¡al de los que han sido firmes sostenedores de la { .VI TA n todo este tiempo, y estamos formando una r lación que se publicará como epílogo en el tomo VII, i decididamente nos vemos obligados á suprimir en defi, nitiva la publicación, asi como incluiremos tambien la Ii ta de los morosos que no han hecho caso á las reiteradas súplicas de la adnúnistraci6n. l público sabe ya los propósitos que alentaban á la REv1sTA., Y en sia:e afios ha podido juzgar de nuestra
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labor para realizarlos.
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REVISTA rUERTORRIQUIÑA
'o hemo. desmayado un instante en esos siete afias, y hemos inycrtillo -n csta obra todo el tiempo y el caud l efcctivo de qu . pl1llimos 'lisponcr. Hoy las cU~ntas de la RE\"! T ~ acusan un d~ricit ue algo más de :2000 pe. so , sin incluir en cUas un sólo maravedí por los trabajos de dir ción, r dacción y administraci6n. El r 'sultado no s, ci rtamente, muy tentador para pro 'cg'uir cn la 'mprcsa, (lera nosotros continuríamos la R¡· VI'TA si ¡mdi '.\1 en lo sucesivo cubrü; sus gastos, y si n nc' , itás mos absolut:llllente csos recursos para aten in" pri\ adas indispcnsables. on gran tra ajo hcmos podido publicar los últi. mo números uel ,\lio 18 93, para que no quedara trun. ca el tomo VII. , u pendemos. pues, la publicación durante el tri. mestre de Enero á 1\larzo, para reponer nuestras fuerza or yanizar los cobros de las suscripcione~ atrasada , r e. tudiar un plan de rcformas que dé más vitalidad á la RE\ISTA, haciendo m4s frecuente su publicación estableciendo regla. y condiciones administratia que, en lo posible, la pongan á salvo contra la mala costumbre de las uscripciones pasivas. Si consegui_ mos esto, y conseguimos á la vez asociarnos un buen núcleo de escritores del país que ~ola~oren con regularidad en la REVISTA por una retrtbuclón que tlO exceda de los ingresos naturales de la empresa, volveremos á reanudar nuestras tareas en I~ de Abril. Si ello no fuese posible, la .lista mencionada vendrá á decir quiénes fueron los sostenedores consecuer,tes de la REVISTA PUERTORRIQUEÑA, Y quiénes, Con su morosidad han sido causa de que desaparezca esta impor. tantc:'manífestací6n de nuestra .vida intelectual.
LA
REDACCIÓN.
INDICE LITERATURA
Y
ARTE.
EltroffJ6, por 8&lvador DIaz Hirón, pAgina 29. E! P(u~o, cuento por E,:"Ula Pardo Bazá.n. pt\l:ina SI. lTUltona <h amor, por Emilio CMtelar, p§gina 85. E! Centenario y lt1$ """'IIB, por ClaMn, Ptlglna ~. NOCturM, poesla por lllguelllol.ncbllZ Pesquera, ~I"a 68. Letro.s y .<Ir/u en Pari8, por Leopoldo Gareia·Ramón, I'~¡n
, ISS. ~'l(l. 288, 360, 455, 537, Ga5, 704, 187. 823 Lu E'J:po8icionu lTt8torict18, por EmUio. Pardo BaZán, l'~lna 71. Bíbliofll'afia y not... literariIJII, pel Manuel Fern .ndez ,JunQos, 1\ 'In 74, 164, 234. 226, 390, 478, 558, 638, 716, 799. Cuando baraja el di4blo, ouellto por ,J~é Zabonero, 1'~ln 1. Lo, do, papás, monólogo por Emilio DUl'&lldeau. ;¡á¡clna 90. El nilio llor6n, 1radiolón peruana, por Rloardo P&l.oiil, ~tl)a 101. El conde Leon Tetstoi, semblanza r~r Portier d' ';;FIna 107. Ondas muertal, poeela por Manue Gutiérrez ligera, lua 116. El regaJo de .FJrne8tina, por MatoUo France, pAgina • Amor, soneto por MiK'leJ Bánchez Pesquera, Pll/;clua 129. Apunte" del genio inglé" por Amparo, ~lna lSü. E! arte y lo, artill<u,1!Or E. ContalXl.lne efe Lntou~~ página lila. Recuerdo. del d~ de ReyeJJ, por P8SCual de Zuluem, página 178. Oolún, soneto por Emilio Ferrarl, página ISO. EI.tmeric4niBmo en la poesi4. por Antonio Rubló y Llnoh, p~ 181. Un dr4tlla íntimo, por Rioardo Palma. paf¡¡lna 199. Hi,toria de un perrito, ouento de w110s por,J zahon r:l, pá¡¡:1n ~'l8. J+imaoertJl, romanee por RuMn Darlo, Pll/;clna 216. La Muerte, sOneto por Hlguel BdaOIl. Pe8i¡uera, página 238. El Americ4nilmo en lapoeria, por dOll.TllSl1l.eón:M: nr.. pág. 241. IAU PiedrIJl del ~ecit.I, per don Fran' del Valle AtIl~s, p4 . 260. La Jrida, p'r MiguslSánChez PNquera 1IOl\eoo], pájr.269. Mariana [~ de Echegaray], por don Jl:e10h0r1'á1au, pág. 7 .
La il1llúaci6z tJl suel'Io, por F. Oop~ ",o El Buhonsro, por Guy de Maupa8SlIlIIt, N. aJB AfillUBl de 101 So.nle. A.lt1/11'BI, por Melenor l\J&U,
pgg. 321.
REVISTA PUERTORRIQUEÑA El piano de manubrio, por don F. CoppÍ'~, pág. 3~2. ¡linmo pagano, por don M. Sánchoz l'<'S'lU ra. P-'ir; 343. El gorro del archivl'1'O, por don .ToMí A. lJal1h~ll, ,Pllir 3-1~. r. El oelO. llonla corta por don J.l'into Oct:1\'1O J tc'm, ¡mir. 3.)3. . obie lalOa po~ i:l,í 'h¿r )1aso,·h. púir. :l¡f>. á 384 Patronato de ."a'l JIarcos (Irn,lit'Íon pornlllla]. \101' ,Ion Rk~l'clo Palma, p g.. . Boceto. por don ~I. Gonzúlcz Garcja, pú¡;:. :l87, estatua yacwk, por don .\ng I Horlrigucz Chaves, p{'g. 401. .i\'tssá, ~ovelilla por Alberto Delpit, p!ll;' ·lon. El 'Vapor c"rreo, por don ,José~. Daubon, p~g. 42~. All,dor versos por don Fcdcnco Balart, 'pag. 126. La mira 11<' ra, por don Ricaruo Palma, pag. 430. E~'ocaClón:por doila Emilia Pardo llazlÍn, púg. '135. 1'0.1' c... j, poe.ía por don Clemente Ramirez, pág .. 441. Cn rama ddjll'l:o, por don Alberto Semanos, pago 447. D la "a/urol, -a y el arte, por Amparo, pago 471El <iejo dd rincM, por don Federico Urrecha, pago 481. . Los dos c!tr."l s, (cuento egipcio), por don P. Meza Luna, pago A,86. El sur)?,;, cuento por Picrre Lolti, pág 490. E" la portada de mi alúulll, poesía por don E!euterio Lugo, pago 497. El suáÜJ d,' UI/ reo de ml/,'rte (aguafuerte), por don Armando PaJaclo Val. dú, pág. 505. El gmio de la C'iJasiOll, por don P. de Saint Viclor, pag b13. • Las estaciona, (poe'ia de Poetefi) por Miguel Sanchez Pesquera, pago 521 . CIl jor1'UJl, ro, por Clari", pago 522. Aforismos de Arte, por Amparo, pág. 532. D,l r,'alismo rn la hteratllra, por don P. Bourget, pago :354. Ami,uz, novela por don Carlos Casanova, pago 561La f,'oria de los organismos, por don M. Gonzúlez Garcia, pago 575. COIlgrt'SO pedagógico ibero-americano, por don Pedro Beroqui, pago 583 y 666. El olor del romero, cuento por don F. Coppée, pago 599. La .:¡spera, soneto por don E. de la Barra pág. 604. AVC1ltura de amor, por don Hafael Atamira, pág. 619. El Dodor Pascal (crítica) por don Leopoldo García Ramón, pág. 623. lI''uíiez de Arce, por Rubén Darío, pág. 642. La Fábrica, narración por don NarCISO OlIer, pago 640. El valor del dinero, poema, por don M. Ossori0 y Bernard, pág. 656. ')Uana la Palida, por don M. Gutiérrez Nágera pá¡.¡. 661Siempre bella, povelita por don Aureliano SCh011, pág. 6112. Venenos d~gantes, por el Doctor Lophobro, pá". ó91. El diln<Jo y el color, por Amparo, pág. 696. " Di.cíjulos de Balzac por don G. Ferry, pág. 721. Junto al Nilo, por José Antooio, púg. 730. Principio y fin, poema, p.or ~abriel Ferrer Herlllíndez, pág. 735. La mlJ.C1 te de TaUada, episodIO por don Narciso Oller pág. 743. Tri.9t1 fin, narración por Alberto Braga, pág. 7 63. ' El imperio de las :~s«.9, cuento por don Luis VíIlazuJ, pág. 757. .M artina, por Emllia Pardo Bazán, pág. 763. El milagro, por Era de Qucirós,_pág. 7lS1. Cavili /la, cuento por don J. de Castro y Serrano, PtÍg. 801 . Su linlco am(YT', por la Srta. Carmela Éulate, pág. 807. A~untos de arte (dos cartas), por don Francisco Oller pág 841 El coche de alqufler, por Teod?ro de Banville, pág. 85 Liter.atura socialista,•• La ~anOl de la ca"!,,isa por don Tom Hood, pág 859. La l,teratura y la glmnaSla, p en EmiliO Zola, pág 81\2 SMla, por Olegarío Andrade, J'ig. 891. '. Advertencia de la Redacción, pAg. 874Indic4, de la Bedacci6n, pág. 878.
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INDICE
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CIENCIAS MORALES
ReC1JLrdos de España, estudios psicológICOS, por Pablo Mantegaza, pag.5. La Exposici6n hist6rica, por Émiha Pardo Bazán, pago 71. Becerrillo, por don Nicolás Domínguez Cowan, pago 282 CIENCIAS NATURALES i. La huta á wtlJutr., ? •••• por don Carlos M. Soler, pago 161.