LAS EMOCIONES NOS COMEN CON CUCHARA

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Las emociones nos comen con cuchara Fanzine

Edición y corrección de estilo: Sara Montaño Escobar Diseño y Diagramación: Sara Montaño Escobar- Raúl Cardozo Portada: Raúl Cardozo Ilustraciones interiores: Raúl Cardozo Año: 2018

Reconocimiento - No comercial - Compartir igual: El autor permite copiar, reproducir, distribuir, comunicar públicamente la obra, y generar obras derivadas siempre y cuando se cite y reconozca al autor original. La distribución de las obras derivadas deberá hacerse bajo una licencia del mismo tipo. No se permite utilizar la obra con fines comerciales.


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PRĂ“LOGO El siguiente fanzine ha sido concebido con la idea de reflejar, a travĂŠs de los escritos de sus diferentes autores, las emociones que manejan cada uno de nuestras acciones cotidianas; desde un arranque de furia que nos lleva a cometer actos de violencia, hasta la soledad que nos hace aferrarnos a un gato, todo esto se hace visible en estas historias descritas con un toque de humor, tristeza, nostalgia y furia.

Quedan invitados a leer‌bajo su propio riesgo.


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AUTORES -RAÚL LARA (MÉXICO) -SERVANDO CLEMENS (MÉXICO) -CRISTHIAN BERNACHEA (ARGENTINA) -FLORENCIA CHAILE (ARGENTINA) -KARIM YAVER (MÉXICO) -JOSUÉ NEGRETE (ECUADOR) -ISSA MARTÍNEZ (MÉXICO) -JOSÉ NÚÑEZ (ECUADOR) -MERY GUILLÉN (ECUADOR) -FEDERICO NOVOA OLVERA (ECUADOR) -FLORENCIA ESTRADA (ARGENTINA) -HÉCTOR TAVERA (COLOMBIA) -EMMANUEL VILLEGAS (COLOMBIA)

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Susurros de reloj Raúl Lara (México) Mis sienes comienzan a perlarse y mi arritmia se acentúa. Tictac, tictac, tictac…Todo acecha, aquí, ahí, allá, como esperando saltar sobre mí. Intervalos de ruido y silencio: Efecto Doppler. Estoy vulnerable, ante el tiempo vertiginoso y despiadado que se descuelga por mi piel, como casi todos. Me acomodo en el sillón mullido por mis desgastadas nalgas y evocó al niño que fui, sentado en las piernas de mi madre frente a la ventana que da a la avenida Los misterios. Ahí su voz caminaba por la sala hasta llegar a mis oídos para augurármela estrella que vendría en mi vida cuando fuese adulto. Ahora parece un apocalíptico día de equinoccio de verano, como en el principio de mi tiempo: días embrionarios. Ahora todo está olvidado en los vértices de su memoria, de mi memoria. El paisaje está nublado y la locura palpita en mis manos a las 5:01’31” pm. Tocan a la puerta y en medio de la lluvia llega la Señorita Rutina con su amor a destajo. Me revuelvo en el presente de sus necesidades respiratorias. Tictac, tictac, tictac… No me paro del sillón. *Serás un abogado brillante de sonrisa implacable. Acaricia mi cabeza y me cuenta por enésima vez la historia de cómo llegamos 7


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a tener lo que poseemos hasta ahora. Tendrás que esforzarte y sacrificarte, olvidarte de gente y privarte por un tiempo para después disfrutar. Toma mi cara entre sus manos y me mira directamente a los ojos: tu futuro es brillante. Siento algo extraño en la conjugación del verbo de esa frase de mi madre, pero a esta edad aún no sé mucho de asuntos sintácticos ni lingüísticos, como hasta ahora; sin embargo, hay un dejo de extrañeza dentro de mí al escuchar: “tu futuro es brillante”. Tictac, tictac, tictac… Mamá, ¿por qué hace así ese reloj? Te mantiene al tanto de lo que fue, lo que es y lo que falta por venir, me dice con una voz un tanto siniestra, mientras me zarandea por los brazos. Después vienen las lágrimas y el tictac de aquel cucú, que aún conservo, se instala en el palpitar de mi cabeza y ahí se queda. Pero ¿por qué lloras, hijo, si todavía no es hora? Ya vendrá todo como justamente ahora todo es; perdón, como ya fue, como está siendo. Las palabras de mi madre parecen conjuros, acertijos de incógnitas infinitas. Me bajo de sus piernas y me paro frente a la ventana y las hojas de los árboles se alejan en bucle de las ramas. El tictac incesante me eriza la piel y mi madre sonríe tras de mí, mirando el reloj. Me orino en los pantalones y el sol me da en la cara. No fui o, mejor dicho, no soy, ni mucho menos seré, el abogado brillante. La sonrisa, se puede decir, triunfó, un tanto mellada ya, pero de vez en cuando se esboza, principalmente cuando el tictac está lejos y mi madre se borra de mi recuerdo. Fue, es y será. Luego mi pasado será abominable para tener un parámetro de referencia para lo que ya es. Queda tiempo para ser algo todavía. Tictac, 8


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tictac, tictac… Intento pararme del sillón para abrirla puerta, pero ¿y si después ya no hay tiempo?, le pregunto al cucú, y la Señorita Rutina intenta colarse por la cerradura de la puerta. En un momento voy, le grito y me dirijo a mi habitación con el sudor en las sienes vibrando. La Señorita Rutina siempre aleja mis miedos con su tacto de humo que se cuela hasta mi garganta. Pienso en mañana y tiemblo: las arrugas, las canas, la disfunción eréctil, la vida senil, los dolores articulares, el pulmón oxidado, el desgaste, la vida. Justo en la misma edad de la muerte del Cristo, busco a tientas en el cajón del buró los clavos y las últimas líneas de mi bitácora de soledad. Sólo encuentro la pistola para el día difícil y definitivo que tal vez ya viene. Con un letargo en los pies, camino sin titubeos hacia el cucú que pende de la pared abrumando el espacio. Rompe mis nervios. Tictac, tictac, tictac… Marca la hora que fue, que es (justo ahora, pero que ya no es mientras yo cierro estos paréntesis) y que llegará (y que ya es, mientras lo imagino), y, entonces, al pensar en la que vendrá, tiemblo; el temblor se prolonga porque todo siempre está por venir y nunca llega. Apunto en el tic y disparo en el tac. Todo por fin ha terminado. Me quedo inmóvil frente a mi obra criminal, congelado por días, semanas. Me crecen la uña, el cabello, y los pelos de la cara llegan a la tortura facial. Se suceden los días y las noches sin detenerse. 9


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La Señorita Rutina desesperó y entró a la casa del vecino recién nacido. No ha cambiado nada. Las canas avanzan, la piel se desgasta, el pulmón derecho se desinfla, todo hacia la impermanencia. No quiero permanecer ni llegar. * El tictac sigue palpitando en mis sienes, cuello y muñecas. ¿Disparo, soga o navaja? Por lo menos las opciones se multiplican (risas en mi cabeza). * ¡Mi futuro no fue brillante, madre!, ¿lo entiendes? Tictac…

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Una mente oprimida Servando Clemens (México) Suena el himno nacional en la bocina del zócalo. Eduardo se despierta con la certidumbre eterna de un día rutinario y sabe que es momento de embutirse al sistema. El casco, el mono gris y las botas están acomodados adentro de una jaba. Se muda de ropa y echa un vistazo por la ventana: las industrias, los coches ruidosos, la gente impertinente y el cielo brumoso están al acecho. En la cocina, se sirve un tazón de café amargo y da pequeños mordiscos a un pan duro mientras escucha en la radio las falsas noticias de siempre. Afuera hace frio, así que se cubre con una cazadora que le queda grande a su escuálido cuerpo. Sale de su departamento y no pone llave, al fin y al cabo, no tiene nada de valor. Camina por la acera y la vecina lo saluda, Eduardo la ignora. Por el cielo los helicópteros vigilan el comportamiento de la ciudadanía. En una esquina, espera el autobús rodeado de individuos de diferentes índoles. Enciende un tabaco para aminorar los nervios. Enfoca la vista a una mancha de aceite en el pavimento. Él considera que lo torturan sólo por el hecho de observarlo. Llega el autobús y se instala en el último asiento para no ser fastidiado por la muchedumbre. 12


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Veinte minutos después, el autobús se estaciona enfrente de la empresa. Los obreros descienden perezosamente uno a uno como autómatas. Él aguarda hasta que todos abandonen el vehículo. Adentro hay una fila larga para registrar la entrada con la huella digital. De igual forma, espera al final como es su costumbre. No quiere cruzar palabras, ni mucho menos tener contacto físico con los demás. Llegó la hora de que la maquinaria comience sus labores. Cada pieza debe funcionar a la perfección y no deben salirse del régimen. Eduardo se instala en su línea de producción y empieza a ensamblar las partes de un avión militar. Uno por uno coloca los elementos metódicamente. Repite la misma operación cada minuto sin parar. De pronto, siente un golpe en la nuca. Él se agazapa. Por detrás de él pasa uno de sus compañeros riendo sarcásticamente. Ese desgraciado siempre lo molesta y lo insulta, no obstante, él no hace algo al respecto y continúa trabajando como engrane. Llegó la ansiada hora del almuerzo. Los trabajadores ríen y comen con la boca abierta. Él se resguarda en un escondrijo del comedor. Los alimentos son asquerosos: embutidos de carne que 13


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parecen vómito. Migajas de comida empiezan a caer encima de su espalda. Gira su cuerpo y observa a un grupillo de cerdos que se carcajean. Él se apura y traga lo que puede para saciar su hambre. Sale huyendo del comedor a trompicones. Aminora su marcha cuando pasa por una línea de manufactura y nota a la chica que le gusta desde hace cinco años, pero no es capaz ni siquiera de dirigirle una mirada furtiva. Entra al baño con las piernas temblorosas. En las paredes está escrito su nombre acompañado de insultos denigrantes. Se vuelve a instalar en su zona de trabajo. Labora por horas insufribles, une piezas, trabaja, respira, suspira, ensambla, no piensa, tose, suda, parpadea, sufre, acopla segmentos, pero jamás sonríe. De repente, siente una punzada en la pantorrilla causada por un fuerte puntapié. El responsable fue uno de los imbéciles del comedor. Continúa encajando piezas. Sólo expulsa un quejido apenas perceptible ocasionado por el dolor. Suena el timbre, señal inequívoca de que se acabaron las doce horas de trabajo reglamentarias. Los obreros dejan sus puestos y buscan con desesperación la salida. Él sigue trabajando sin detenerse dos hora más, aunque el déspota del jefe de recursos humanos nunca se las pague. No desea toparse con nadie en los pasillos, otro motivo para quedarse un par de horas más. 14


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Está a punto de salir, para su infortunio lo detiene uno de los supervisores y lo regaña y lo agrede sin razón. Él aguanta con estoicismo desviando la mirada al suelo. El autobús lo ha dejado abandonado una vez más y no tiene ni un centavo para pagar el metro. Avanza por las calles soportando el frío que le cala hasta los huesos. Su departamento está lejos y camina con aprietos durante tres horas. El dolor en su pantorrilla es agudo, pero el dolor de su alma es más intenso. Un centinela montado en un tanque militar lo enfoca con la mirilla de un fusil. Él se da cuenta y se apresura. No quiere ser arrestado otra vez por la policía del orden. Soy un tonto, dice Eduardo. Finalmente llega a su departamento. Obviamente nadie lo espera. En la cocina toma sorbos de café amargo de la mañana y muerde el trozo de pan duro que ha sido invadido por hormigas. Se masajea la pierna y siente una hinchazón. Marcha hasta su dormitorio y se arroja a su catre. Él está exhausto y deprimido, sin embargo, eso a nadie le importa, para Eduardo la compasión y el amor son situaciones inexistentes. Con pesadez se incorpora, después abre el armario, busca entre los bultos de ropa sucia, saca un rifle aka-47 y lo acaricia con respeto. De ese modo, recuerda que tiene que llevar el fusil al trabajo y ajustar cuentas atrasadas. Extrae del cajón una hoja y un lápiz, enseguida añade otro 15


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nombre a la lista de futuros difuntos. Sonríe con un gesto diabólico y dice: —Un día de estos… un día de estos. Una voz proveniente de su cabeza adolorida le ordena: —Debe ser mañana. Acaba con todos, incluso con los que no están en la lista. Eduardo expulsa una carcajada perversa —De acuerdo, nadie quedará con vida.

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El horrible olor de papá Cristhian Bernachea (Argentina) Juego con mis muñecas mirando de a ratos un brillo anaranjado en la ventana y no sé de dónde viene, porque afuera es de noche. Papá entra por la puerta del fondo pateando una barbie y diciendo malas palabras; más temprano se peleó con mamá y los gritos no me dejaron dormir la siesta. Se lava las manos en el lavaplatos y se sienta en la mesa de la cocina. No me ve que estoy con él. Sube el volumen del televisor y cambia los canales rápido. De golpe lo apaga de nuevo tirando el control remoto y sale al patio otra vez. Siempre que pelean él le pega a mi mamá. Pero no puedo ayudarla, porque papá se enoja mucho y rompe las cosas.

Vuelve. No tardó mucho. Ahora si me ve y sonríe. —Hola mi amor. Dormiste un montón. —Tengo hambre papá. — ¿Querés comer unas galletitas? Volvemos y te hago la leche en tu tacita del jardín. — ¿Adónde vamos papi? Me alza hasta la cama grande, su remera tiene un olor asqueroso, y está toda sucia. Saca del armario la mochila de campamento de mamá y mete ropa apurado. 18


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Afuera gritan, trato de escuchar, pero no entiendo qué dicen. Golpean la puerta y las ventanas desde la calle y los vidrios estallan por los cascotes que tiran. Grito y bajo llorando a abrazarlo. — ¡Dios! No voy a dejar que nadie te toque. ¿Escuchaste? —me grita. — ¿Y mamá? Yo quiero ir con mamá. Está asustado él también: —Ahora viene mi amor. Vamos a lo de la abuela —transpira mucho, mira para todos lados y sigue metiendo cosas en otro bolso. — ¡No! ¡Yo quiero ir con mamá! Me levanta y salimos por atrás, la puerta de adelante se parte y entran gritando un montón de personas que tienen palos. Lo veo al tío, es mi tío con los vecinos. Papá me tapa los ojos apoyando mi cara a su hombro y corre al patio del fondo. Siento ese olor fuerte y le vomito la remera. Oí un golpe y papa grita tan fuerte que me hace doler los oídos; nos caemos al piso y me doblo la pierna. Me cuesta levantarme. A él le pegan entre varios Entonces la veo, ella está ahí atada al árbol. Mi mamita se está quemando tiene fuego en el cuerpo. No me escucha. La llamo pero no me escucha. 19


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Mamá, mamita. No sé si soy yo a alguien más está gritando conmigo, no entiendo nada, mamita, mamita. Vienen a abrazarme. Es la abu. Papá grita pero no veo que le están haciendo, pero ese brillo que vi antes en la ventana vuelve y sale desde donde está él. Un olor fuerte me marea. Un olor a quemado. Ya no lo escucho gritar a papá.

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Libre Florencia Chaile (Argentina) Ella dijo: Estoy hamacándome entre el comienzo y el final. Muchas emociones, mucha energía, mucha irrealidad luchan para mantenerme respirando. Tengo miedo de caerme de esta hamaca. Aparezco sin aparecer. ¿Eso tiene una causa? Mi naturaleza salvaje rasguña para salir. Y atacar… No permitas que la tristeza me lleve con ella. No me dejes caer… Porque siento que me desarmo entre la soledad… En mi cabeza, hay recuerdos que laten. En mi espíritu, hay sed de venganza. Con palabras, lo asesino con lentitud. Lo asesino hasta hacerlo desaparecer entre palabras cortantes como mi navaja. Ella dijo: Sigo hamacándome, creo que todos están empapados de equivocación. Nadie es dueño de lo absoluto de la verdad. Y también de la realidad. Soy una chica con marcas en el cuerpo y 22


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en la mente. Todo comienza a aclararse. Cada dĂ­a puedo ser una loca condenada a soportar lo irreversible de la constelaciĂłn del amar. Y ahora, puedo decir, soy libre.

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Sin brazo Karim Yaver (México) Ingresas atropellado al último vagón del metro. Innecesariamente atropellado, pues no es hora pico y esa primera fila de asientos está desocupada. Ella toma el lugar más cercano a la puerta. Tú, con un libro en la mano y el reloj de tu pecho de pronto silenciado, te arrellanas tres lugares a su izquierda. Sí, te dices, es el brazo derecho el que le falta. El vacío que ha dejado y que no alcanzas a ver, se dispersa en tu pensamiento, y la estampa de un brazo izquierdo, solitario y triste, atrapa lo que resta de tu atención. La observaste primero en el andén, mientras esperaban. Notaste, antes que otra cosa, que era linda. Rostro, figura, modales honestos de intelectual. Gafas de pasta y cabello negro, lacio, hundido hasta el hombro. Boquita sencilla, de labios sencillos, y ojos, como te gustan, complejos y desnudos, tras su frágil biombo de mica o de cristal. Echaste sigiloso un vistazo a sus piernas, eres alguien de piernas; sabes ya sin volver a mirar que su pantalón es azul marino y que sus botas negras le llegan a las espinillas. Los brazos, por el contrario, no suelen ocupar tu atención. Así que la pregunta no

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surgió sino hasta que ingresaron ambos al tren, casi al mismo tiempo, y al fin lo descubriste… ¿Cómo hablar a una chica que no tiene un brazo, que ha perdido un brazo? ¿Cómo dirigirse a ella sin que imagine que uno lo hace por lástima, o, peor aún, por fetichista? Porque, pensaste, seguro existe quien se sienta perversamente atraído por las chicas con muñones. Sí, seguiste pensando, seguro existe quien se diría: oye, sería genial hacerlo con una chica sin brazo. Debe existir, sí. Y ella lo ha de haber pensado también, tantas veces. ¿Qué palabra, qué frase usar entonces que dé pie a una sana conversación y no la lleve a sospechar de tus intenciones? ¿Qué debes decir para que tú mismo no sospeches de tus intenciones? El descenso progresivo en la velocidad del tren te hala de vuelta de tus sospechas. Un miedo frío te abate la nuca y observas inmóvil cómo se cumple. Ella se levanta y camina hacia la salida. El tren se detiene. Las puertas se abren. Escapa. Permaneces. El metro hace una pausa. Y como tú, permanece, inmóvil y con las puertas abiertas. La contemplas aún, mientras se aleja, pero cada vez más a la distancia, entre intervalos: una puerta, una ventana, otra puerta, otra ventana. Desaparece al fin de tu vista, y con su ausencia arriba una respuesta fácil, como otra cuestión, y otra respuesta, menos sencilla, esterilizante: ¿habría bastado, quizás, con decir hola, y esperar a que ella dijera hola también? 26


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No lo sabrás nunca, no más allá de lo que puedas imaginar ahora, porque no saldrás del vagón a correr por el andén tras de ella, con esa multitud de por medio, y el reloj en tu pecho que recupera su tic y su toc, y ese brazo, de la punta del dedo medio hasta el codo, que dejó olvidado tres lugares a tu diestra, y que aguarda paciente a que lo tomes y lo ocultes disimuladamente bajo tu abrigo. Pero tú no le das el gusto. Lo que tomas es tu libro, ése que descansa aún en tu mano, en tu mano derecha, de tu propio brazo derecho, y lo colocas frente a tus ojos, simulando leer. Las puertas se cierran y el tren, itinerante, vuelve a avanzar.

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Afuera, la luz Josué Negrete (Ecuador) Sé que mi voz es un fragmento horrible del insomnio que desfigura mi memoria

he de ser barrido: onírico descanso en medio del dolor

la salvaje descomposición del sonido transparenta mi impunidad aquí quiebro mi retorno a la cuna de papel en la que ilusamente me he decantado

sufro mis éxodos/ como cualquiera 29


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me volví un coleccionista de imágenes pavorosas a las que inconscientemente rindo culto o de las que me avergüenzo automezquindad cúmulo de grotescas e inservibles epifanías

resisto cada sobredosis que me inunda sacio mi hambre todo lo que digo son reniegos que se quedan en las telarañas del paraíso he lamido los restos del amor desnudar la tierra no ha servido más que para encontrar desidia y furia se siente bien ser apedreado de vez en cuando es duro aceptar que existen inviernos más largos que otros/ 30


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incluso más fríos y que las cobijas están rotas el poema golpea mi puerta.

afuera, la luz…

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Miedo Issa Martínez (México) Bajó sobre mí en silencio. Como una sombra inapresable, pero de peso aplastante que se mete en los pulmones y dificulta respirar. Desapareció lo real, la sustancia, los átomos de la materia, para dar paso a la inmensidad de la mente. Mi cuerpo tembló hasta las coyunturas óseas. Se llenaron de lágrimas espantadas mis ojos y, ante mí, tomó forma quien por años me había dominado. El silencio dolió sordo en mis oídos. Las paredes se volvieron frías y emanaron su voz gélida y hasta mi piel, sus escalofríos. Las cajas de

madera

rústica

hicieron

presencia

en crujidos

que

estremecieron mi cordura. Yo era las cajas, la sombra aplastante, el silencio zumbante, las paredes, el temblor y el frío, el vacío de la habitación y los átomos de la materia. El eco de una voz y una mente, oraban. Creí en demonios, en fantasmas malditos, en un monstruo monumental que me aplastaría. Ese día supe cuán grande es el poder de la mente, y todo lo que puede crear. Extraje mi miedo, y me aterró su tamaño, su forma y su capacidad de matarme. Me miré muerta en el pasado, día tras día. La realidad pura se confunde con la locura, pero la energía no se crea ni se destruye, solamente se transforma. 33


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Vinyl José Núñez (Ecuador) Cuando ella tomó su mano estaba fría, pero no le importó, colocó la aguja en el viejo tocadiscos y mientras empezaba a resonar la canción por los parlantes ambos iniciaron la danza intentando seguir el ritmo. Discretas lágrimas recorrían los ojos enrojecidos de la mujer. — Te extraño tanto – susurró ella mientras daba unos pasos y giraba con el hombre al son del tango.

La única respuesta fue una caricia en su espalda mientras ambos giraban y daban vueltas por la habitación al ritmo de la música.

— Sé que no puedes oírme pero quería tener un último baile contigo.

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Los parlantes se silenciaron y la aguja del tocadiscos se alzó, mientras giraban un par de veces más hasta que la mujer soltó a su pareja de baile, dejándola caer al piso de forma pesada.

— Sé que no eres tú, no estoy loca pero, por lo menos es tu ropa – susurró la mujer arrodillándose y acariciando el pantalón marrón.

Ella intentó sonreír pero tan solo se formó una mueca llena de dolorosa resignación, se secó sus lágrimas y colocándose un overol le quitó la ropa y coloco al maniquí en el depósito junto con los otros mudos testigos de aquel baile, hasta el siguiente aniversario.

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Conversaciones elementales Mery Guillén (Ecuador) —Necesito que me lleves a la peluquería—sentenció la ceja. — Yo, por mi parte, necesito que utilices lentes de contacto color azul y que me lleves a visualizar machos— dijo la pupila con un gesto de enfado. —Cállense las dos—pronunció la mujer que lentamente se convertía en una anciana. Observó cansinamente su reflejo y cubrió con un sombrero su pelo cubierto de canas. —Lo que yo necesito es alguien que beba café y que converse conmigo por la mañana, alguien a quien leer mi poesía mientras llegue el anochecer—

En pocos días, encontró al amor de su vida: un gato.

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Sin titulo Federico Novoa Olvera (Ecuador) Ponte la radiante corona que teje la exactitud del último aliento y dibújate siniestra a nuestro lecho de descanso lunar. Quiero dejar apenas esta huella repartida en cualquier esquina. Dejar un bosque de locos y música de colores entre las semillas del sol. Pero extensa, triste y fabricada es esta noche. Siento tanto miedo de perderme, pero estoy aquí. Ø El espanto también puede plegar sus alas insospechadas sobre el aroma de los viejos lirios de la pradera. Ante todo había que volverse humano o volverse repetible en la urgencia del segundo para dejar un surco de nostalgias sobre el interior de todos nuestros oficios.

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Quise erosionar las escamas en la furia de la canción, lamiendo los fetiches de un dios que nos dispara el espacio en el revés de un naipe juzgado. Ácida pululación de construir la ciudad en la negación del hecho para inventar ternura o lucir la piel sobre el primer desorden de los vientos. Brilla lo prohibido en los registros de la mente, se hunde la azarosa dispersión de mis lamentos en Asfódelos campos. Tengo tanta escritura circular pronunciando subrepticia el testamento de la luz, un barranco emponzoñando mis trajes bautismales que no se recuperan de su irrevocable cierzo de fusilamiento. Tanto tiempo ha pasado que la desilusión trata de sobrevivir como un viejo fantasma vestido de pálpito. Sabes que el infinito es una estación de manías satinadas, que el otoño argumental del espectro superior se aturde feroz cuando el ojo del reptil intenta amar mujeres muertas.

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Día 2 Madre: desearía recordarte como la ola batiendo los ceros imperiales en un pez sacrificado. Desearía ser sacramentalmente como tú: el salto arrojado al impío arrullo de un ejército franquista. Recuerda: que entre mi alma y mis dedos, este libro, un instante, cubiertas diminutas oprimiendo la intención de nuestro cuello suicidándose para ti cada mañana.

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Un baldazo de sentimientos Florencia Estrada (Argentina) Anoche no morí… No podría estar escribiendo en este momento si fuera de otro modo. Últimamente, mi mente parece obsesionada en buscar ocasiones para hacerme pensar que estoy muriendo. Es difícil que alguien que nunca ha sufrido ansiedad lo entienda. No es fácil explicarle a otra persona el miedo constante que se siente, la sensación de vulnerabilidad ante los síntomas físicos que se deben enfrentar; el temor que se siente hacia cosas que nadie teme. Sí, es difícil de explicar… Hace días siento un dolor en el pecho, aparentemente se da entre las costillas debido a la tensión que cada vez es más difícil de soportar. En un momento, empecé a sentir un ardor en la parte izquierda del cuerpo, como si un ácido se derramara por dentro de mí y me quemara. No le dije a nadie ya que estoy harta de asustar a todo el mundo. Me fui al baño, lavé mi rostro y traté de tranquilizarme, pero me costaba evitar los malos pensamientos. No voy a contar más detalles, solamente diré que me tomó una media hora el estar completamente calmada, recuperar el hambre 44


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y comer algo (si hay algo que la ansiedad provoca en mí es el hacerme perder completamente el apetito). No morí después de la cena tampoco. Si tuviera que describir un ataque de pánico, quitando la parte física del mismo lo describiría como un baldazo de sentimientos horribles. No son pensamientos, son sentimientos. No es lo mismo pensar sobre la muerte que sentir la muerte. SENTIR LA MUERTE… Ha pasado nuevamente media hora. Repito mentalmente: No morí, no morí, no morí. Abro los ojos, estoy aquí. Tengo mucha hambre…

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Crónicas de una búsqueda de empleo Héctor Tavera (Colombia) Aquí estoy nuevamente, sonriendo con labios rojos por el lápiz labial, con las piernas apretadas porque no pude ir al baño hace poco y además se notaría el roto en la cara interna del muslo derecho de mis medias que se rasgaron al bajar del transporte. Parece que subí de peso. El suéter que tengo es viejo y debe oler mal porque ayer lo usé para otra entrevista. Mi corazón da un vuelco cuando aparece “Ella”, ponle el nombre que quieras, pero tiene el papel de siempre: El verdugo. Ahí está, en su puesto, mirándonos con ojos de hielo, descartando los más débiles para dar paso a la élite, esos escogidos que serán parte del cielo corporativo, mientras los rechazados caen al abismo de la incertidumbre y zozobra, esperando en casa que suene el teléfono con la noticia milagrosa de haber sido seleccionado, pero pasan las horas y el aparato no suena. Al final, siempre nos convencemos que el apartado estaba en mal estado. En la noche voy al mirador y contemplo la ciudad dormida, enciendo un cigarrillo mientras pienso en los conductores que transitan a estas horas, en las parejas teniendo sexo, en los bebés llorones, en los insomnes frente al consabido televisor o 47


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computadora viendo películas viejas y porno viejo, como viejos son sus sueños y sentimientos. Doy un pitido mientras el viento silba entre los árboles que rodean el lugar produciendo sonidos misteriosos, evocadores, antiguas melodías opacadas por los sonidos y la música estridente de esta generación de gente plástica y superficial, que ha venido a reemplazar la anterior generación de gente plástica y superficial. Llego a casa, me meto entre las cobijas frías y mientras miro las sombras del techo llego a la conclusión de siempre: la soledad me está matando. La monotonía es una ruleta rusa, esperando que caiga el tambor con la bala del fin.

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Escarnio a la calma Emmanuel Villegas (Colombia) Aunque el alivio se interponga en el camino, el dolor recorre como atleta la enfermedad. La molestia no deja de ser permanente. ¿Algún día será pasajera?

Este callado sabor en mis oídos solamente se puede expresar con una máscara. Mis gestos se agrietan en la inclemencia, en la amargura, en la mugre de mi voz. Ya no caben; tendrán que sumergirse, tendrán que diluirse en un vaso

[de 50

lágrimas.


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Se fermentarรกn en lo profundo

[de una fosa

cavada en mi cabeza y se burlarรกn

[de mi calma.

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