Escritores y escritoras por los derechos de las prostitutas TEXTOS ESCRITOS CON OCASIÓN DE LAS JORNADAS LA PROSTITUCIÓN A DEBATE MAYO DE 2004.
A través del cristal Pablo Sanz Entonces, a través del cristal, me llegan confusos los gritos, la bronca terrible a la puerta del Afrodita. Jesús trata de evitar que Maika salga a la calle, porque está muy alterada. Pero no lo consigue, y resulta tremendo verla así, casi completamente desnuda en mitad de la acera -es ridículo su minúsculo tanga rojo, arropada por este frío terrible, por esta ventisca furiosa que hace bajar todas las miradas. Jesús intenta retenerla, algo avergonzado porque ella está en sus brazos, pero también porque está desnuda, porque está montando un escándalo en la vía pública, como dicen los municipotes, porque no consigue llevarla dentro del local. Porque sigue chillando furiosa al orondo, que se ha retirado unos pasitos, y sonríe con sorna, cínico, imperturbable, infinito el desprecio en sus ojos, en el corte perfecto de su cálido abrigo inglés. ¡Qué eres un cabrón, un hijo de puta, un cerdo...! ¡Sí, un cerdo y un cabrón! Jesús no saber qué hacer. Entonces el cliente se decide, se acerca despacio, burlón, como si uno de los puyazos de Maika le hubiese alcanzado en la cruz. ¿Ah, no?, ¿crees acaso que no puedo?, ¿estás segura, zorra? Jesús no puede detenerlo, porque es apartado de un brusco manotazo, y el tío se abalanza sobre Maika, sobándole las tetas violento, recreándose en su desdén, ¡mira como sí!, ¡lo ves, puta!, ¡mira como sí puedo, hasta que me harte! Jesús se acerca, el brazo entre ambos por separarlos. Pero también tiene miedo. El gordo, triunfal y chulesco, se vuelve y se aleja, cerdo satisfecho. Maika, furiosa, da unos pasos tras él torpe desde sus tacones de tantos centímetros, desnuda como va, sin dejar de gritarle ya lejano ¡cerdo, hijo de puta!, ¡¡¡vete a la mierda, cabrón, hijo de puta...!!!, llorando de rabia, de impotencia, de miseria. Yo siento un respingo helado al verla así en la calle, con la rasca que hace. Y sí me fijo, cuando Jesús la trae de vuelta, tratando de tranquilizarla (le ha echado su zamarro por los hombros), en que tiene los pechos muy bonitos. También sus pezones, pequeños, erectos de frío y desaliento
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De su relato “Cincuenta pasos” Lucía Etxebarria A mí las horas se me pasan andando los cincuenta pasos, cincuenta arriba, cincuenta abajo, por la acera. Ando porque la policía no nos quiere ver paradas. Nos han dicho que cada vez que vengan ellos que no nos quieren ver paradas, que tenemos que estar andando, o sea, están aquí tres horas ellos y tres horas andando te tienes que estar, y que no puedes moverte mucho, para no salirte de tu zona. Estos policías son nuevos, porque antes venían los policías nacionales, los de los coches, ahora vienen los de extranjería y eso. (…) Los de las tienes están intentando echarnos, venga a decir que están hartos de la prostitución y todo. Dicen que están hartos por el mal ejemplo de los hijos, pero yo sé que tiene más que ver con el precio de los pisos y de los locales. Pero como digo yo, si nosotras no hacemos daño a nadie, si trabajamos en estos porque tenemos que comer como todo el mundo, que nadie está aquí por gusto y no robamos ni le hacemos daño a nadie, y que si estamos aquí es porque hay quien nos quiere, también. Estamos horas aquí mojándonos, empapándonos, pasando frío o pasando calor, según. Ellos nos joroban. Que os quitéis de aquí nos dicen. Como el otro día me pasó, que estoy apoyada allí, en el sitio aquel de los tatuajes, y viene el tío y me dice: Quítate de aquí. Y yo que le digo: ¿Me lo puedes decir bien?, que soy una persona igual que tú.
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Derechos profesionales La Constitución no distingue entre ciudadanos de primera y de segunda Rosa Regàs
Si las mujeres en su vertiente profesional son en general invisibles para los hombres, si no hay forma de que nos consideren iguales ni en el trabajo, ni en el hogar, ni tantas veces se considera que son equivalentes nuestras capacidades creativas y mentales con las de los ciudadanos de sexo masculino, el caso se agrava de una forma estremecedora cuando se trata de las prostitutas. Se agrava porque si en el caso de la mujer trabajadora la ignorancia se basa en la cultura de nuestra sociedad que se niega a admitir la igualdad, en el caso de las mujeres que se dedican a los trabajos que tienen que ver con el sexo, se basa simplemente en la más brutal hipocresía. Nuestra sociedad pretende que dar a las prostitutas el derecho que les corresponde a cotizar en la seguridad social para poder disfrutar de sus beneficios, sería una aceptación de facto de un oficio del que dicen renegar. Y sin embargo no es así, porque una gran parte del colectivo masculino utiliza los servicios que ofrece la prostitución como lo demuestra, entre muchas otras cosas, las inacabables páginas de todos los periódicos de la nación donde se ofrecen los mencionados servicios, páginas que se suceden sin interrupción y sin disminuir en número desde hace casi treinta años. ¿Cómo se compaginan esas ofertas que reconocen una profesión siempre vigente y activa con la negativa a conceder a quienes la practican los beneficios que les corresponden como ciudadanas? Cada cual es libre de elegir el trabajo que quiera o de practicar el que pueda, y las leyes morales de tal o cual creencia, secta o religión que podrían negar la existencia y la práctica de la prostitución y en consecuencia los derechos inherentes a los trabajadores, no tienen poder ejecutivo ni legislativo en España donde nos regimos por una Constitución que no hace distinciones entre quien ha de gozar y quien no ha de gozar de los beneficios de los derechos que proclama. Lo que piden, pues, las prostitutas no es una extravagancia sino un derecho. Y todos los que luchamos por la igualdad como uno de los valores universales de nuestra sociedad junto con la justicia y la libertad, defendemos la igualdad laboral entre las prostitutas y las que no lo son, igual que defendemos la igualdad en dignidad y derechos de todos los seres humanos sean blancos o negros, católicos o musulmanes, ricos o pobres. Así lo proclama también la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas que nuestro país ha suscrito. Cualquier otra forma de ver el problema supone el sometimiento a una creencia religiosa o moral, una mera opinión aplicable a los miembros de una familia, una parroquia o una comunidad, pero no a la totalidad de los ciudadanos del mundo.
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Entre todas las mujeres Eduardo Haro Tecglen
Hay un feminismo de salón, otro de partido, pocos de santo hogar, muchos de literatura; pero entre no sacan adelante a las mas sufridas y maltratadas de entre todas las mujeres. Hay mucho precios que tiene que pagar quien tiene hambre de sexo; ninguno mas barato que el que le dan las “mujeres de la calle”, En la larga lista negra hay asesinadas en la calle o en el campo, cosidas a navajazos, contusionadas, abusadas en los calabozos de comisara; y miradas con desdén por las damas que pasan. Denunciadas por los comerciantes, como si algunos de ellos no tuvieran un comercio menos decente y mas adulterado que ellas; el “comercio sexual” tiene siempre una chispa de entrega, un pago con el cuerpo; a veces uno ha puesto también un rasgo de amor de minutos por esa mujer de paso; a veces alguna le ha dejado una huella larga. Recuerdo un poema de Gerardo Diego: “Tenía la misma voz – que sueño para mi amada”. La mujer junto a la que pasaba el poeta le llamo con esa voz de fondo del cuerpo y le dijo “¡Vamos… anda…”; y a mi ese poema que leí de niño me dejó una emoción que no olvido. Recuerdo a Merceditas, compañera en las sillas del Frontón donde nos jugábamos el dinero que nos ganábamos, muy mal, ella con su cuerpo, yo con mi escritura y no nos tocamos nunca: hablábamos y hablamos de nuestro trabajo. Murió de sífilis. “Hetairas y poetas somos hermanos”, decía el poema de Manuel Machado, que tanto amo. No olvidó, y moriré con su recuerdo, los ojos de Zohora, carbunclos negros, una vez coja de una patada de un religioso de su religión, otra vez ofreciendo unas flores a la mujer que tenía derechos sobre un hombre para que se lo dejara una sola noche. A veces, cuando las veo apoyadas en la pared ajena, soy capaz de recitar por dentro un ave maría: laico.
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Hipocresía Soledad Puértolas Si hay un asunto en el que la sociedad es perfectamente hipócrita, dejando por el momento muchos otros de lado, es el de la prostitución. Constantemente leemos noticias escabrosas sobre grupos mafiosos que se dedican a traer a España a jóvenes inmigrantes en busca de trabajos dignos y legales. Estas jóvenes son obligadas luego a ejercer la prostitución para pagar el precio del viaje, muchas veces son violadas por sus “jefes” y, en suma, su vida se convierte en una especie de esclavitud. Pero la prostitución no existe. No entra en nuestras normas. No se sabe cuántas mujeres viven de la prostitución. Estas mujeres, que no existen legalmente, no tienen derechos. Ni seguridad social ni horario. Estas mujeres están en una situación de indefensión total. Es un asunto incómodo. Los políticos suelen escamotearlo. Suelen dejarlo en manos de la policía. Prostitución equivale a delincuencia. ¡Pero la gente, a no ser que sea masoquista de verdad, no acude a los delincuentes para ser robada!, ¡los delincuentes no pasan horas, medio desnudos, a la intemperie, a la espera de sus víctimas! Las mujeres que ejercen la prostitución tienen clientes de apariencia respetable, hombres de traje y corbata, de coches relucientes. ¿Por qué nos empeñamos en negar la evidencia? Estas mujeres están aquí, entre nosotros. Piden tener los derechos que tenemos los demás. Piden seguridad. Piden dignidad. ¿Somos, los demás, tan dignos que nos creemos en el derecho de tirar contra ellas la primera piedra?
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Justicia y respeto Eduardo Mendicutti Justicia y respeto son las bases de la dignidad. Las bases de la dignidad de cualquier mujer y de cualquier hombre. De cualquier mujer – y de cualquier hombre – que trabaje y obtenga por ello unos ingresos. Y no importa que la mujer, o el hombre, obtenga los ingresos a cambio de su talento, su cultura, su formación humanística o técnica, sus habilidades, su cargo político o su cuerpo. Tan respetables, y tan protegidos por las leyes y la justicia, deben ser la libertad, la salud, la familia, los afectos y, por supuesto, el salario, de una cantante de ópera, una doctora en medicina o una concejala de Asuntos Sociales, que los de una prostituta. Es una simple cuestión de derechos. La explotación y las malas condiciones laborales deben ser rechazadas y corregidas siempre, pero en todas partes: en el andamio, en la fábrica, en la oficina, en las redacciones de los periódicos y, por supuesto, en los lugares donde hay mujeres que ejercen la prostitución. Pero si en una oficina bancaria, por ejemplo, se explota a un empleado, a nadie se le ocurriría cerrar el banco, o mandarlo a mudarse al quinto infierno, o impedir la entrada de los clientes. Lo que se impone es que el empleado trabaje en las mejores condiciones posibles y con un escrupuloso respeto a todos sus derechos. Y eso es exactamente lo que tienen derecho a exigir las prostitutas, y lo que un gobierno y una sociedad democrática tienen la obligación de garantizarles. Mucha gente trabaja en lo que le gusta, y mucha gente trabaja en lo que no le gusta. Pero nadie tiene derecho a asfixiar las condiciones laborales de nadie. Y cuanto más duras, o más incomprendidas seas esas condiciones de trabajo, más solidaridad, ayuda y afecto merecen quienes las viven. Que nadie, con el pretexto de la redención o de la defensa de los intereses de negocios que se consideran con la exclusiva de la decencia, se sienta autorizado nunca a maltratar a las prostitutas. Vaya para todas ellas un beso de solidaridad y mi modesto testimonio de apoyo a su coraje.
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La plusvalía del deseo Antón Reixa A las putas y a los putos nadie les va a devolver la plusvalía del deseo que histórica, diaria y nocturnamente le entregan a la puta vida y a la puta sociedad. Por eso les debemos, cuando menos, el reconcimiento legal, cordial, moral, sentimental y solidario de su actividad para romper con la hipocresía más vieja del mundo: la condena de su oficio de gestor@s del deseo universal. Porque el deseo nos iguala y la miseria nos desiguala. Por eso la condena tiene que ir contra el proxenetismo y contra los inquisidores biempensantes que promueven la prohibición del tráfico sexual. Son cómplices de la explotación. Como los prohibicionistas de las drogas son cómplices del narcotráfico y de la autodestrucción de los yonquis. Cuando se dice, sin más, eso de “el oficio más viejo del mundo”, todos deberíamos pararnos a pensar en el rincón oscuro o luminoso de la condición humana que propicia que eso sea así, en cualquier momento de la historia y en cualquier tipo de sociedad. El mayor respeto a la libertad sexual es que se pueda ejercer, aunque sea pagando y/o cobrando en las mejores condiciones higiénicas, comerciales y laborales. El mayor reconcimiento del amor es instituir en la realidad que no sea una condición para acceder al sexo. Los proxenetas, los curas, los conservadores, algunas feministas y cierta parte de la izquierda insisten en prohibir la proostitución. Deberían pensar en qué extrañas circunstancias y razones les unen. Aunque fuese cierto que ningun puto o puta escogen esa profesión porque quieren, no deberíamos agravar esa circunstancia con la prohibición. A mí me preocupa que los árbitros, los policías, los dentistas o los militares lo sean porque quieren, pero no se lo prohibo. La putería existe y por algo será. La parte miserable de la prostitución se supera levantando la prohibición. A nadie se le ocurre acabar con el terrorismo doméstico que asesina a miles de muejeres prohibiendo el matrimonio o las relaciones de pareja. Entre polvo y polvo (echado, por echar, soñado, real, posible o imposible) todos estamos mal follados, mientras no se demuestre lo contrario. Vía libre al deseo y al comercio del orgasmo en una sociedad que comercia con todo.
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Las fronteras interiores Carlos Bardem Las quieren echar de Montera, a otro lado, quitarlas de los ojos de los comprensiblemente molestos vecinos. A otro lado, sí, ¿pero a dónde? Echarlas como se echa a los animales que destrozan las cosechas, a las visitas no deseadas, al enemigo invasor, al inmigrante sin papeles. En el fondo son todos lo mismo, piensan las gentes de orden, una molestia más o menos grave que irrumpe por las fronteras que definen nuestro mundo homogéneo y saludable. Por desgracia son demasiados, cada vez vienen más y rompen más fronteras: las del país, las de mi región, las de mi barrio de toda la vida. ¡Si es que ya ni las putas son de aquí! Tienen los ojos azules y el pelo rubio. O tienen esos culos imposibles y son como tizones. Siempre hubo putas porque siempre hubo clientes, pero lo de estas extranjeras es de vergüenza, no respetan nada, ni los quicios de los comercios ni los parques del domingo. Lo mismo te guiñan el ojo desde el portal de mi joyería que desde detrás de una encina. ¡Hay que echarlas adonde no molesten! ¡Crear nuevas fronteras interiores! Sí, piensan, eso podría ser una solución: mandarlas a un barrio donde todos sean inmigrantes. ¿Qué no lo hay? Tranquilos, se dicen, ya lo crearemos.... Enviar allí a las putas puede ser un primer paso. Sí, las fronteras son la solución y la última frontera es la que separa a los humanos de las cosas. Hay que convertir a las putas en cosas, es lo que siempre se hace con ellas para poder comprarlas, alquilar su sexo y luego olvidarlas. Las cosas se pueden comprar, usar y tirar, llevar a donde no molesten, esconder. Se pueden hasta romper.... Lo malo, señores y señoras, es que no son cosas. Son seres humanos, con sueños y con nombres, con recuerdos y familia, que lloran y que ríen, que aman sin precio a quien lo merece. Personas a quienes la pobreza, el hambre y la violencia empujó hasta nuestras esquinas y cunetas de nuevos ricos desmemoriados. No echemos, no escondamos. Ayudemos.
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Eduardo Galeano ÂżLos derechos de las prostitutas? "Las cosas no tienen derechos", dice la moral de los puritanos, que desprecian lo que usan
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Nada menos soy que una puta Francisco Cenamor y me miras y veo en tus ojos un aliento que extrañaba tocas mi piel y regreso de nuevo a mi tierra aunque sé que estoy muy lejos qué dulce que alguien como tú me haya atado a esta tierra hostil acabo de llegar tú me dices que todo irá bien no me conoces y tu susurro en mi oído me suena conocido qué dulce eres mi amor, pero perdona no tengo derecho a decirte eso el tiempo se te está por terminar ¿quieres que te dé un masaje? Será un placer No, no tengas cuidado yo estoy bien aquí adiós, adiós pero espera te has dejado olvidado este trozo de esperanza vaya ya te has ido sé que no te volveré a ver nunca
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Puta moral Ruth Toledano A las trabajadoras del sexo A Hetaira Qué moral es esta según la cual, si vendes tus ideas, eres un creador, y acaso un genio; si vendes tu trabajo manual, eres habilidoso y necesario; si vendes la mayor parte de tu tiempo y tu esfuerzo al servicio de cualquier empresa más o menos corrupta, eres una persona más o menos de éxito; si vendes tu estabilidad emocional, tu capacidad de elección, tus opiniones, si vendes tu alma (al jefe, al grupo, al marido, al dinero, al poder, al diablo) eres un ser adaptado y respetable. Pero si, en tu infinita libertad, vendes tu cuerpo; si, a través de tu cuerpo, vendes sabor y tacto, caricias, fantasías, orgasmos; si vendes sonrisas y erotismo; si vendes sexo y compañía; si vendes ilusiones y placeres más o menos fugaces, eres un ser indigno y marginal. Existe otra moral. La que comprende que es peor vender armas que vender felaciones; es más: que, en sí mismas, las armas son malas, y buenas, las felaciones. Que es malo bombardear, explotar, contaminar, y no lo es apostarse en la calle a la espera de alguien que venga buscando el gozo de tu sexo. La moral que comprende que es mejor hacer el amor que hacer la guerra. Según esta moral, el trabajo del sexo es mucho más digno, respetable, pacífico, necesario que aquel que cotiza en Bolsa y rige los destinos de un mundo despiadado. Por eso hay que defender los derechos de quien ejerce este trabajo, defenderlo de sus accidentes y de los peligros de la moral aquella (la doble, la falsa, la mentirosa, la rancia, la represora, la injusta, la machista, la triste). Defender una moral alegre, segura y libre, una moral puta. Como todas.
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Leopoldo Alas Recurrente y negado
Se conoce como la profesión más vieja del mundo y, sin embargo, no se permite que en efecto lo sea, con todos los derechos y todas las garantías. No hay nada más recurrente y a la vez más negado que la prostitución. Es la piedra de toque de la hipocresía social. Respecto a la prostitución sólo hay prejuicios: hay un prejuicio facha (la doble moral de utilizar en privado sus servicios mientras públicamente se niega y se persigue) como hay un prejuicio progre (que sólo ve en ella miseria y explotación y no admite que se pueda ejercer a conciencia y libremente). Para mí no sólo puede y debe ser un trabajo digno sino que, en un mundo en el que lo público es privado y lo privado se publica, la prostitución me parece el último reducto de la intimidad afectiva.
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Son las 8 de la mañana Belén Reyes Son las 8 de la mañana y tienes una entrevista en Parla, de auxiliar administrativo menor de 25 años y buena presencia, tengo 39 y kilos de más (en el cuerpo y no en el banco). Su perfil no encaja ¿me puedo operar de la nariz? sonrío ...no obstante lo meteremos en nuestra base de datos... soy puta y no me centro no nos legalizan ¿es legal el dolor? el sistema es un cliente poderoso, acaba metiéndote prozac y tómbola. Vivo de alquiler y de chiripa, grabadora de datos y poeta, con un tumor y un Opel. Puta buena paseando el curriculum por si cuela y me guiñan un ojo o el móvil va y suena ¿Belén Reyes? la llamo nos gustaría verla repasar su curriculum esta empresa es muy seria 600 euros brutos jornada muy completa de 8 a 7. A veces nos dan las 10 la empresa, ya sabe lo que pasa de nosotros, ¿qué espera? pagarme el alquiler cumplir mi horario y esas expectativas suyas... no me mire las piernas que vengo disfrazada la falda es de Rebeca me he pintado sin labios por lo de la presencia. PÁGINA 13
Tiemblas al mirarme Pamela Pérez Tiemblas al mirarme temes lo que despierto en ti, mis ojos te seducen, mis labios rojos te gustan invitan. Ejerzo potestad en mi cuerpo yo decido, es mi piel por ella vivo yo y los que amo. Yo sé el dolor de la pobreza Estoy al descubierto para los que me necesitan, los reprimidos, vírgenes, solitarios los tristes, los que no gustan, Soy consuelo y compañía maestra y aprendiz. Moldeable al deseo, a las fantasías y vicios, vivo en peligro. Mi cuerpo es un mapa de pieles sudorosas, ávidas y ansiosas… Soy tuya por dinero y eso es mi condena mi estigma y mi pecado, y si a María Magdalena no la condenó Jesús por qué lo haces tú. Es mi cuerpo y yo decido
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Todo mi apoyo Rosa Montero Hay que ser muy ignorantes, muy hipócritas y muy llenos de prejuicios para no reconocer que todos los puntos que reclamáis en el manifiesto son de una justicia elemental, urgente y obvia. Ánimo, os mando todo mi apoyo, todo mi afecto en vuestra lucha.
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Una prostituta compasiva soy”, dice Ishtar. Paul G. Masby En estos momentos en que arrecian los puritanos abolicionistas, con disfraces bastante diversos, en sus intentos de acabar con la prostitución por decreto, se hace necesario reflexionar un poco sobre el que quiere ser su argumento principal: esa intrínseca degradación de la mujer que según ellos implica la prostitución. Para ello no vendrá mal pasar un poco revista a la Historia. Hemos sido educados en una visión del sexo como algo vergonzoso y oscuro. Es una mentalidad que viene de los orígenes de la familia y la propiedad privada y llega hasta hoy poderosa a través del cristianismo y el Islam con sus hogueras y lapidaciones. El sexo es, sin embargo, en otros tiempos y lugares algo esencialmente luminoso y bello, y vemos también a través de la historia sociedades mucho más abiertas y tolerantes en estos asuntos. Así fue a veces en la antigüedad clásica, así lo proclama siempre el tantrismo oriental, y así se vive todavía en algunas islas del Pacífico. Son sólo unos pocos ejemplos. Es enorme la seducción de estas visiones positivas del sexo. Afirman a veces que este puede abrirnos la mente al sentido más profundo de las cosas, y recuerdan que hasta los yoguis más austeros extraen su fuerza de ahí, postrándose y meditando ante el pene de Shiva. Aseguran que el instinto y el placer de la perpetuación de la vida le arrancan a esta su hondo misterio y nos lo entregan, con solo que sepamos escuchar. En las sociedades que tienen el sexo en la más alta estima puede existir prostitución. Muchas veces era lo que se denominaba prostitución sagrada, practicada por sacerdotisas que facilitaban de ese modo la adoración de las deidades femeninas. Lo que no existía de ninguna manera era la opinión de que este fuera un trabajo degradante, sino todo lo contrario. La mercancía vendida por estas prostitutas se consideraba del nivel más sublime, cercano al del médico que vende la vida con su bisturí. Y eran ellas altas sacerdotisas. La misma diosa era considerada una prostituta, como afirma el texto babilónico que hemos puesto de título a este texto. Pero pudiendo ser el sexo lo que dicen la psicología y la historia, qué ha llegado a ser en esta triste sociedad nuestra. A la vista está: vergüenza, quintales de represión, casi obligada monogamia, unos pocos enredos y engaños... Poco más, si no fuera porque existe, marginal y siempre en las fronteras de la legalidad, una prostitución marcada por todo tipo de atentados contra la libertad de las mujeres. PÁGINA 16
La situación se vuelve terrible para casi todos. Y en eso estamos. Salir del laberinto requiere sobre todo inteligencia y comprender la realidad. La lógica puritana del sistema abomina inevitablemente de esa mujer que refleja, como un pulido espejo, su propia y horrible, fundamental, inmoralidad. El sistema con una visión del sexo degradada le devuelve este adjetivo a ella, que prisionera muchas veces también de esa mentalidad, se considera tal. En este mundo, la prostituta se convierte en una víctima que carga sobre sus débiles hombros con toda la abominación de siglos de degradación del sexo. Sin embargo... Es necesario que sepamos que prostituta era también la Afrodita corintia, venal y gloriosa, que ofrecía a los mortales los misterios divinos de su lecho, que prostitutas oficiaban los rituales sublimes de la Ishtar babilónica y la Astarté cananea, diosas compasivas dispuestas a vender su cuerpo a los mortales. Antes de ser un insulto está palabra estuvo cargada de sentidos muy diferentes. Recordar esto nos pone de manifiesto algo que si ignoramos la historia parece una blasfemia, la gran dignidad que puede llegar a haber en el vilipendiado trabajo de la prostituta. Paul G. Masby es autor de Officium Veneris
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