Trabajo sexual y consentimiento Línea: Queerfeminismos Paula Sánchez Perera
Este 14 de octubre de 2015 AFEMTRAS (Agrupación Feminista de Trabajadoras del Sexo) portaba frente a las cámaras una pancarta que rezaba: «No queremos la salvación
de ninguna asociación». Autodenominadas como trabajadoras del sexo libres y voluntarias, AFEMTRAS surgió como reacción a las multas que inaugurase la Ley de
seguridad ciudadana, pero también ante el abandono del feminismo institucional y académico, de marcado carácter abolicionista. Estas trabajadoras del polígono Marconi
de Villaverde cuentan entre sus exigencias con la total desvinculación de su actividad
con la trata de personas y denuncian que el reiterado énfasis en la explotación sexual invisibiliza la también explotación laboral y la violencia institucional que sufren.
El surgimiento de una agrupación como esta, sus demandas y exigencias, no habla de la necesidad radical de reabrir un debate (y no se me ocurre un mejor contexto que este, el de unas jornadas que buscan redefinir la academia). AFEMTRAS expresa la urgencia política de un genuino debate en el que seamos capaces de dialogar sin el fuego cruzado
de la batería de insultos, el paternalismo y la jerarquía de edad. De que seamos capaces
de salirnos del terreno de las falacias y la simplificación por la que solo existe una postura feminista al uso, la abolicionista, mientras que su contrario sería siempre la regulación neoliberal. De que seamos capaces, en suma, de negociar los principios
feministas que ponemos en juego. O, en otras palabras, de conceder que la conquista de la igualdad entre hombres y mujeres no es superior a la búsqueda de la igualdad entre
todas las mujeres, la sororidad y el respeto tanto a sus discursos como a la libertad de autogestión sobre sus propios cuerpos por la que tanto ha luchado este movimiento.
El primer obstáculo que atraviesa la reapertura de este debate, tristemente, sigue
teniendo que ver con la cuestión del consentimiento en el ejercicio de la prostitución. El argumento, marcadamente abolicionista, con el que surge el enfrentamiento es aquel
que sostiene que en ningún caso puede elegirse ejercer la prostitución. Su argumentación se fundamenta, principalmente, en tres bloques.
En primer lugar, por el reconocimiento de la estructura patriarcal. Puesto que se da un
desequilibrio en la distribución de poder y recursos por razones de género, no puede hablarse de consentimiento, porque, en cualquier caso, siempre hay coerción patriarcal,
que diría Carole Pateman (1996). El rótulo de prostitución voluntaria, nos dicen, es absurdo, el lenguaje de las mafias; con todo, un oxímoron.
En segundo lugar, por un argumento de raigambre kantiana. Puesto que la mujer prostituida se convierte en una cosa, en un medio para el placer de los otros, pierde con ello su condición de sujeto moral susceptible del ejercicio de la libertad. Kant rechaza explícitamente este supuesto, la venta de una misma como mercancía, ya que escribe:
«No es posible ser al mismo tiempo cosa y persona, propiedad y propietario» (Immanuel Kant, 1988, p.201). Gracias al filósofo de Königsberg, se inaugura el corrimiento semántico entre vender un servicio y vender el propio cuerpo. O, en otras
palabras, de aquí procede todo un imaginario que representa la prostitución como la venta de una misma.
En tercer lugar, para fundamentar la idea de que consentimiento y prostitución no
pueden ir de la mano, el enfoque abolicionista se vale de estudios que afirman que las propias condiciones de la prostitución incapacitan a las prostitutas en su capacidad de
discernimiento. Así, la literatura de las ciencias sociales y la psicología listan las causas por las que las mujeres entran en la prostitución en: desórdenes mentales y de
personalidad, problemas de relaciones con los padres, problemas socioeconómicos, contextos de pobreza estructural, adicción a drogas, bajo nivel cultural o abusos sexuales en la infancia.
Por razones de tiempo, no voy a poder refutar cada uno de estos argumentos como me gustaría, así que me limitaré a lanzar una serie de cuestiones capciosas a modo de respuesta y con el objetivo de reabrir el debate. En primer lugar y con respecto al primer bloque: ¿es la prostitución la
única institución patriarcal?, ¿qué ocurre con el
matrimonio, la reproducción y la heterosexualidad obligatoria?, ¿por qué no pedimos su abolición cuando en ellas anida gran parte de la violencia machista?, ¿por qué no
consideramos igualmente que en ellas nuestra libertad de elección está totalmente
restringida? ¿El patriarcado solo puede ser descrito de acuerdo a un modelo estructuralista y vertical
del poder?, ¿puede ser la feminidad algo más que la proyección del deseo del Otro?, ¿se
lo concedemos?, ¿cuánto ganamos como movimiento con la victimización constante?, ¿tiene el sexo únicamente una dimensión de dominación política?
Con respecto al segundo bloque y contestando a Kant: ¿por qué solo se produce esa venta de una misma y su cuerpo cuando entra en escena la sexualidad y principalmente
la sexualidad femenina?, ¿No hay aquí una moral de base que trata de controlar la
sexualidad femenina?, ¿se vende el cuerpo o se presta un servicio?, ¿es la prostitución una identidad o le estamos dando a lo que no es sino un estigma la validez de categoría científica?
En tercer lugar, y en referencia a los estudios citados, ¿qué muestras de prostitutas manejan?, ¿se dirigen a todas las modalidades de prostitución o solo a las que son
víctimas de trata y a las que acuden a servicios asistenciales?, ¿tienen en cuenta a las trans en sus encuestas o son estudios puramente cisgénero?, ¿se analiza la voluntariedad de permanencia tanto como se desacredita la voluntariedad de entrada en la prostitución?, ¿son dichas causas representativas de la prostitución? o, en otras palabras:
¿se realizan comparativas con la población femenina en general cuando se defiende, por ejemplo, el bajo nivel cultural como característico de la prostitución?
¿se juzga la situación fuera de nuestras creencias y valores personales o, por el contrario, se proyectan hacia el fenómeno estudiado?, ¿podrían ser los costes
psicológicos efectos derivados del estigma en lugar de causas de la prostitución en sí?, ¿cómo hemos conseguido las no prostitutas superar la alienación y convertirnos en la vanguardia del feminismo?
Y por último: ¿Quién tiene derecho a ser el sujeto del feminismo y quién su objeto digno de protección, lo quiera o no?
Referencias Kant, Immanuel (1924 trad. en 1988). Lecciones de ética, Barcelona, Ed. Crítica.
Pateman, Carole (1983 trad. en 1996). Críticas feministas a la dicotomía público/privado, Barcelona, Ed. Paidós.