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La Edad Media

Autor Luis Colmenarez


La Edad Media

Autor Luis Colmenarez


Contenido CRISTIANISMO MEDIEVAL.............................................................................................2 CRISTIANISMO MEDIEVAL.............................................................................................3 SIMBOLOGÍA……………………………………………………………………………………………………………4 LOS COPISTAS MEDIEVALES………..……………………………………………………………………………5 MANUSCRITOS MEDIEVALES……………………………………………………………..…………………….6 MANUSCRITOS MEDIEVALES…………………………………………………………..……………………….7 HERÁLDICA MEDIEVAL………………………..…………………………………………………………………..8 HERÁLDICA MEDIEVAL………………………………………………………………………………..…………..9


CRISTIANISMO MEDIEVAL La Edad Media nos dejó la consolidación del Cristianismo, a través de una organización eclesial, del papado y de la elaboración de la doctrina. Aparecieron las órdenes religiosas. En la Edad Media, la Iglesia Cristiana tuvo un rol decisivo. Fue la única institución que logró ejercer su poder a lo largo de una Europa fragmentada políticamente. La vida cotidiana en la Edad Media y la forma de pensar de nobles y campesinos estaban muy influenciados por los principios y creencias de la Iglesia Cristiana. Como consecuencia de esto, las acciones de la gente se hallaban estrechamente ligadas a las normas religiosas. La Iglesia era al mismo tiempo el centro de la vida intelectual. Desde este rol preeminente, posibilitó el afianzamiento de una particular interpretación del mundo, diseñado y ordenado según los designios Dios. Se cristalizó así una mentalidad medieval basada en preceptos religiosos que perduró durante siglos. En el pensamiento medieval hubo una clara sumisión de la razón a la fe. La filosofía se supeditaba a la teología y la Biblia era la principal fuente de conocimiento pues representa la Revelación divina. El hombre medieval tenía una idea del mundo mecánica y pasiva. El universo constituía un sistema fijo e inmutable ante el cual el hombre lo único que podría hacer era admitir resignadamente su condición pequeña y miserable. Una atmósfera religiosa recubría toda aquella sociedad. Todos los acontecimientos que le rodeaban y cuantas preguntas pudiera hacerse sobre el origen del hombre, la forma o amplitud de su

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mundo geográfico, las lluvias y las sequías, la enfermedad o la muerte tenían sus respuestas imbuidas de un fuerte sustrato religioso y transmitidas con gran autoridad a lo largo de los siglos. Era una visión fuertemente impregnada del sentimiento religioso propio de aquella época. Esa interpretación religiosa del mundo influía sobre importantes aspectos de la vida: actitud ante la vida, normas morales, concepción del trabajo, rol del hombre y la mujer… La sociedad medieval se montó sobre la idea de la existencia de dos ciudades: la “ciudad terrena” y la "Ciudad de Dios". El hombre imposibilitado por el pecado original de conseguir la “perfección” y alcanzar la felicidad en la "ciudad terrena" debe confiar en conseguirla en la "Ciudad de Dios", más allá de la muerte. Por lo tanto, esta vida es solo un pequeño lapso de tiempo hacia la otra, más importante. Dios es la meta del hombre y de la sociedad, los cuales no deben tener otra finalidad que llegar a Él, a través de la Iglesia. Dios es el centro de esta sociedad (sociedad teocéntrica). El espíritu de la época, la mentalidad del hombre medieval es pues trascendente; su finalidad más directa e importante está fuera de la Tierra, está en Dios. La Iglesia es la que debe dirigir e instruir convenientemente para que se logre esta finalidad. La concepción religiosa del mundo y de la vida domina la mentalidad de la época. De aquí que en la Iglesia deban confluir el poder político y religioso. Es la Iglesia la que tiene "las llaves reino". Todo comportamiento del hombre medieval está condicionado por esta mentalidad. El hombre medieval, guiado por una visión teocéntrica del universo, contempla el mundo como un todo armónico regido por la Providencia divina y sometido a una jerarquía inmutable; siente que el orden social, político y religioso debe ser respetado como obra de Dios y sabe que el pueblo ha sido creado para trabajar, la nobleza para ser modelo de rectitud y valor, y la clerecía para propagar la fe cristiana. La obediencia a unos principios dictados por una autoridad indiscutible y el respeto al orden jerárquico establecido se convierten así en la norma capital de la sociedad de la época. El sentido trascendente que se da a la vida lleva consigo un concepto peyorativo del mundo presente; sus advertencias serán siempre las mismas: todo lo humano es caduco, el tiempo acaba en los bienes terrenos, nada de este mundo tiene un valor permanente. La mentalidad religiosa de la época no sólo inspira la expresión artística del hombre medieval sino que rige todas las grandes empresas emprendidas en la época: las cruzadas, la reconquista... Cultura, sentido del orden y de la jerarquía, universalidad, espíritu religioso: he aquí, pues, lo que la acción de la Iglesia significa para la Edad Media.

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Simbología Durante el recorrido que hemos hecho aquí por algunos aspectos de la mitología semítica hebrea, y por extensión bíblica a la cristiana, hemos podido evidenciar la existencia de múltiples coincidencias con los principios de una mitología que se extendió a lo largo de milenios por el Oriente Próximo y sus regiones de influencia. Unas estructuras básicas mitológicas que, y desde la visión de su importancia en futuras civilizaciones, podríamos localizar en los territorios afectos al Golfo Pérsico – y que coincide con los mitos posteriores de localizar allí el “Jardín del Eden”, así como con el principio de la civilización mesopotámica según las aseveraciones del sacerdote babilónico Bêl-rê-ušu o Berossos -, y que se extenderían, poco mas o menos, por la parte occidental de Asia, conformando con posterioridad, junto a las creencias religiosas semitas y la evolución deítica de la herencia neolítica mediterránea, lo que actualmente denominamos como “Religiones del Libro”

A lo largo de los miles de años que han ido conformando la creencia humana en las divinidades , un acontecimiento reiterativo ha sido la representación de aspectos de la Naturaleza que incidían en su realidad cotidiana. Éstas representaciones dieron una “forma física” a unas divinidades que surgieron como parte de la respuesta a cuatro principales introspectivos interrogantes: Su propia existencia como parte la creación del mundo; la Muerte como supuesto fin de los días; sus experiencias vitales en relación con las excelsas fuerzas que parecían regir tal Universo, y, por último, su propio proceder y conducta ante tales sucesos. Las tres primeras dieron como respuesta el desarrollo de una mitología y la última, dictó sus leyes y rituales sagrados. De ésta guisa, posiblemente durante un paleolítico cazador-recolector, esta mitología primeramente estaría directamente ligada a su mas inmediata realidad física natural, para luego evolucionar hacia un alegoría de esa “esencia creadora/destructora” que le rodeaba, en un neolítico agrícola-ganadero, y que mantendría parte de la imaginería totémica del periodo anterior. bien como forma representativa de la deidad, como epónimo o nombre alegórico, o bien formando parte de su renovada estética iconográfica.

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Los copistas medievales La historia de los copistas comienza en Grecia y más tarde en Roma, donde el señor hacia copiar a sus esclavos cualquier libro destinado a su biblioteca particular. Pero en la Edad Media esta función pasa a manos de los centros monásticos, donde los monjes eran los encargados de reproducir los libros, copiándolos (por ello se les llamaba copistas). Las copias de los libros se realizaban en El scriptoriu, donde los libros eran copiados, decorados, encuadernados y conservados. Y las principales herramientas que utilizaba el copista eran: penna (pluma), rasorium (raspador), atramentum (tinta) y pigmenta (colores para iluminar). Para poder llegar a ser un copista, los monjes experimentados debían enseñarle desde muy pequeño. Sin embargo su labor era muy dura y muy repetitiva, pues un copista con gran experiencia era capaz de escribir entre dos y tres folios por día, y una obra completa era trabajo de varios meses, así que podemos hacernos una idea del arduo trabajo que significaba copiar un ejemplar. De hecho un monje, trabajando solo, tardaría probablemente un año en copiar la Biblia. Completar un manuscrito era una tarea muy dura, pues los copistas tenían que escribir la semana entera durante todo el día por lo que tenían grandes molestias como: espalda vencida, músculos adoloridos, dedos entumecidos por el frío de invierno y estaban obligados a forzar la vista, debido a la luz pobre que en general penetraba en los monasterios medievales. “Tres dedos escriben... todo el cuerpo sufre" anotó un copista en un códice. Pero también tenía su parte positiva: gracias a su trabajo la humanidad dispone de verdaderas joyas que han perdurado y perdurarán a lo largo de los siglos. Por ello los fondos de una biblioteca monástica eran un preciado tesoro. En el final de un códice medieval hay una anotación que dice: “Si alguno se lleva este libro, que lo pague con la muerte, que se fría en una sartén, que lo ataquen la epilepsia y las fiebres; que lo descoyunten en la rueda y lo cuelguen”.

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Manuscritos medievales Durante la Edad Media se lleva a cabo una significativa producción de textos, y es en la zona británica donde se logra una brillante ejecución de los manuscritos que posteriormente evolucionarán al codex, es decir, el actual formato conocido para los libros. También es gracias a los celtas que se abren paso a las miniaturas de los manuscritos iluminados, los cuales cobran un gran auge y se seguirán utilizando alrededor de ocho siglos después.

Manufactura de los manuscritos Durante la antigüedad se solían utilizar papiros para los manuscritos, pero con la llegada del pergamino fueron perdiendo utilidad, pues la composición de piel hizo de aquel una herramienta mucho más económica y práctica, debido a que, además de su mejor perdurabilidad, el grosor permitía utilizarlo por ambos lados. El procedimiento de manufactura reconoce el estado de la piel, pues de ella depende el resultado final; suele llamársele pergamino al elaborado con el cuero de un animal medrado y vitela al transformado de un animal joven, pues es ésta la que permite ejecutar hojas más finas.

Arte Insular y horror al vacío Después del siglo VI, durante la Baja Edad Media, los celtas huyen de las tropas romanas guareciéndose en Hiberno (actualmente Irlanda) y durante este tiempo se convierten en los intelectuales de Europa, salvaguardando el conocimiento clásico por medio de la creación de los primeros manuscritos medievales. Durante este proceso conciben el llamado Carpet Page, principio del arte insular, en el que el horror al vacío se manifiesta por medio de abundante ornamentación en los pergaminos, regularmente de características geométricas y/o representaciones zoomorfas. Estas prácticas derivarán en creaciones como el disminuendo o la minúscula dentro del texto, y posteriormente dimanará en el formato de encuadernado para los mismos: el codex. A todo lo anterior se anexará la historia, posteriormente conocidas como miniaturas debido al minio: pigmento rojizo con el que inicialmente eran elaboradas.

Los manuscritos iluminados Durante el periodo medieval no había muchas otras prácticas de pintura utilizadas tan regularmente como los frescos y las miniaturas. Éstas últimas, eran ilustraciones que posteriormente se irán anexando a los manuscritos. Dichas imágenes no sólo estaban relacionadas de manera generalizada con el tema expuesto, también eran un compendio codificado a través del uso de símbolos y del color.

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Heráldica medieval Los emblemas heráldicos son una creación cultural que tiene su origen en la época bajo-medieval, que han sido profusamente utilizados a lo largo de la historia hasta el momento presente (prueba de ello son las abundantes representaciones de todas las épocas que se conservan), siendo en la actualidad un fenómeno bastante incomprendido, un hecho histórico injustamente olvidado e imperdonablemente ignorado. Esto ocurre no solamente al nivel superficial del hombre de la calle, sino incluso en determinadas esferas especializadas del conocimiento universitario y académico en general e histórico en particular, hasta el punto de producirse un auténtico prejuicio anti-heráldico y un rechazo de la materia como objeto de estudio científico, de la misma manera que existe en el ámbito de la genealogía Los motivos de este desconocimiento y desinterés hacia la Heráldica son diversos. Es cierto que la obra de la Revolución Francesa y su lucha contra el Antiguo Régimen desarrolló en su momento un concepto muy negativo de los emblemas heráldicos, considerándolos marcas nobiliarias y signos de feudalidad. Pero el motivo principal es la incapacidad o el rechazo de los heraldistas en general para llevar la materia más allá del estrecho marco de la historia genealógica y nobiliaria. Así, los estudios publicados no siempre han tenido el rigor científico necesario, a menudo encerrados en el uso de una terminología y de unas reglas más o menos esotéricas, desarrollando una heráldica teórica, normativa, ajena al tiempo y al espacio, compilando un interminable e inútil listado de términos, figuras y normas, sin aportar ningún tipo de análisis que tuviera una utilidad para la investigación histórica y arqueológica. Esta ausencia de un estudio histórico rigoroso de los emblemas heráldicos es también consecuencia del abandono por parte de los historiadores de profesión, por falta de interés en el tema, dejando el campo exclusivamente a los “heraldistas puros” Una idea clave para el tema que se desarrolla aquí es el hecho que la Iglesia (el mundo eclesiástico en general) es prácticamente ajena al nacimiento de los emblemas heráldicos, y sólo posteriormente hace uso de ellos. Efectivamente, la heráldica es una de las más destacadas creaciones culturales de la Edad Media de estricto ámbito laico, aunque posteriormente se extienda a todos los grupos de la sociedad. Como dice Anthony Wagner refiriéndose a la obra de Matthew Paris, “sus descripciones son obra de un agudo y cuidadoso observador, pero un clérigo, en definitiva uno que mira la heráldica desde el exterior

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El carácter laico del fenómeno heráldico se puede seguir de manera evidente atendiendo a tres puntos específicos: • sus orígenes históricos, ya que nacen en el seno de una clase social militar y sólo más tarde, por imitación, son adoptados por religiosos. • el lenguaje utilizado para la descripción heráldica, que se desarrolla en el ámbito de la lengua vulgar y no del latín, la lengua de la Iglesia por excelencia. • el estudio y las vías de transmisión de su conocimiento, que evoluciona por unos cauces específicos, ajenos a las manifestaciones culturales del mundo eclesiástico.

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