Voz migrante

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Voz Migrante AntologĂ­a de poesĂ­a y relato breve de la frontera


Voz Migrante AntologĂ­a de poesĂ­a y relato breve de la frontera


Antología de poesía y cuento corto de la frontera
 Come Libros Ediciones

2017, Alfredo Araujo Luna, Compilador.
 2017, Come Libros A.C.
 Montealbán 409, Fracc. San José La Noria Oaxaca, Oaxaca.
 2017, Secretaría de las Culturas y las Artes de Oaxaca
 Calzada Madero No. 1336 esq.
 Av. Tecnológico, Col. Lindavista,
 Oaxaca, Oaxaca

1a edición, 2017

Fotografía de portada Cretive Commons
 
 Diseño y formación
 Come Libros, Ediciones
 Haydee Ramos Cadena

Para la realización de este proyecto se contó con el apoyo económico de
 la Secretaría de las Culturas y las Artes de Oaxaca a través de la Convocatoria
 C16 en su edición 2016 Hecho en México



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Parte 1 Poesía


A Carlos Cano Castelo Arteaga Miguel Ángel

Vamos a Nueva York provincia de Granada. Contemplemos la luna en abril

para vivir y soñar.

Mira como se ponen amarillos los pastizales mientras tu y yo tomamos un vaso de té verde. Ve a mi general junto a mi amiga Rigoberta y Maria Dolores Pradera Los tres cargan la bandera de Granada. Bailemos el tango de las madres locas y el último bolero vamos a la alacena de las monjas a tomar el pan mientras nos transportamos a la sala recibiendo aires de cuna esperando golondrinas Me verás en un momento dormido entre rosas. Noto que Sevilla tiene un color especial y Maria la portuguesa me trae una viola Amalia Rodrigues.

para interpretar fados

Cantas una habanera imposible. Te dedico en el piano la sonata de la luna en Marrakesh. “Que desespero” me dices, y te respondo “sin ti no puedo vivir”. “Que desespero amor, que desespero”.

con


a la vuelta de mis esquinas Harumi Gutiérrez Alvarez.

y ahí estabas tú, con ese semblante de perro mojado. sólo con escucharte decir mi nombre mi cuerpo se siente amado.


Aquí no hay más Carina Martínez Noria Tengo ganas de cortar mis brazos para ver si crecen alas. El reloj se ha convertidos en presa de un cazador. El minutero avanza

Nada es eterno.

Cuestiono el lugar que me tiene toca la puerta y es decapitado por la negación que vive. Los prejuicios de la gente (dagas enviadas a la arterias del corazón). No quiero caer en la profundidad de la locura. que ya germina en el huerto de mi vida.


Aullidos a la luna Estefanía Hernández Cerón Crepúsculo negro, constelación de estrellas luces fugaces que atraviesan el mundo pasos sigilosos en los balcones de silencios inmutables. La noche comienza. Un ser elegante en su techo infinito con caminar sublime maúlla a la luna, espera su encuentro. No corres ella no huye; parada con la seguridad de una diosa jamás inventada. La noche aún no termina deseas que así sea. Dientes filosos arrebatan pelaje de su fino cuerpo, inerte, ante la dominación del suyo. Armonía de maullidos dirigidos hacia sus dioses Artemisa testigo de encuentros que generan nuevas vidas construyen belleza en un mundo carente de ella.


Ausente María Isabel Gutiérrez Ánima

Música de trova incienso luz suave Las palabras no deben demorar y emerger Esta noche he decidido escribir un poema. No desespero. Vuelvo a la hoja en blanco. ¿Es así como se crea un poema? Intento con un viejo sentimiento que al instante detengo Para qué abrir heridas viejas. mi café se agota en su taza azul. Tal vez mañana el poema llegue y toque el blanco de la hoja


Celícola Abraham Montesino Rodríguez Pensé en llevarte flores, por eso pisé tierra, ¿Qué podía darte yo? si ya nos encontrábamos en el paraíso. Te llamo celícola… a mi regreso, despojas el nombre tanto mío, como tuyo. El único destino para alguien desterrado del cielo es convertirse en demonio. Como del fruto de lilit, el sabor y el saber me invaden, regreso como el hijo pródigo al lugar que no me pertenece. Pensé en llevarte mundo. Pero la gresca del mismo no me lo permite, me encuentro abajo, mi paraíso está aquí. Disfruto fornicar el pilar de tu cielo. ¡María! ¡María! ¡Te destierro yo de tu cielo! Ahora mi ser arriba con un cuerpo mundano y manchado del pecado original te contemplo, pero las flores marchitas hieden a mundo.


Desencanto Teresa Perfecto Huerta

Me he perdido en silencios que me aturden, En presagios de mil noches ya sin horas, Que han destruido de mi tiempo las demoras Y mis seĂąos, locos ya, se decoloran Ya no hay flores que cortar Se han marchitado. Ya no hay cantos que escuchar Se han apagado. Hoy la estrella que me guiaba se ha perdido Tras las sombras de mi cielo ennegrecido, Las palabras sin sonido se amontonan En las frases que son ya desoladoras. Fue mi vida tan fugaz como aquel rayo, Que aniquila con su luz deslumbradora, Y la noche que esperaba nueva aurora, Se suicida en el ocaso de mi historia.


Deseo María Guadalupe Mota Galván

Deseo enterrarte en la tumba de los olvidados junto a todo lo que me hizo sentir alguna vez. Deseo guardar tu cuerpo en una caja de cristal donde el tiempo no interrumpa el sueño eterno y conserve las memorias de la piel. Flores blancas, perlas negras, llantos rotos. Deseo capturar en la mente el sabor del último beso, que aún huele a felicidad. Deseo matarte lentamente, para tenernos por siempre en pecado. Donde a los malditos nos dejen dormir.


Desertor Ma. Elizabeth Salinas Gallegos

Recuerdo aquel verso que escribiste para mí: “esta noche me miré reflejado en la luna y solo vi sus ojos que me miraban”. Lo tenía guardado en lo profundo de mí. Lo mantenía cautivo en una jaula como a una exótica ave para que no emprendiera el vuelo, pero huyó. Y ahora solo me queda una jaula vacía y rastros de las alas que desprendió tu verso al volar.


El espía que sólo oía Carlos Ocegueda

I Oigo que laten los sueños que sueñan en cantos que cantan canciones de sueños que sueñan en gritos que gritan canciones de gritos de hombres que sueñan en niños que corren en gritos. Oigo que lloran los hombres que lloran en sueños de niños que sueñan en gritos que lloran los sueños del niño que sueña al hombre que sueña que cree que es de nuevo niño.

II Oigo que crujen crujidos que crujen por niñas que pisan maderas que crujen en casas de hombres que sueñan en niñas que sufren por sueños de hombres que sueñan en niñas que crujen en piernas de hombres. Oigo que sufre el crujido que escucha el crujido del hombre que...


Humedal Nayelli Vargas Felipe

No me acostumbro a tu ausencia. Qué ganas de ver tus ojos, ahora vacíos, de tocar tu piel distante, de escuchar tu voz, aunque no digas que me extrañas, de besar tus labios, quietos. Qué ganas de sentirte dentro, que no salgas humedecernos Qué ganas de seguir creando recuerdos, no importa que después te extrañe de nuevo.


Infierno Blanca de la Rosa Arce

Me voy, no me esperes no regresaré Piensa lo que vas a decir di lo que quieras. Estoy sorda ¿Qué esperas de mí? No soy ella no puedo Suelta esa botella Estréllala contra la pared contra el suelo contra mí Grita llora guarda tus reproches Te detesto. Me odio no seré tu reflejo. Detente ya no hay algo que nos una

Lo olvido- lo olvidamos. No vivo de recuerdos


Me desprendo T e e v a p o r a s ¡Hola! ¿Quién eres?


La noche de los sobrevivientes Hermenegildo Tellez Ruiz

Era una fría noche de otoño, la ciudad tornaba negra-maligna. Las sirenas se escuchaban por la ciudad. Protestas-inconformes y gritos hacia lo que oprime. Guerreros con chalecos y parches empuñan las armas. Bombas molotovs-latas de aerosol. El lamento de los insurgentes. Policías llevan sus serpientes que 
 disparan-veneno-bombasquereprimenelpensamiento. La sangre-como río por las calles y ellos sobreviven a otros que se fueron.


Mi música Alberto Alonso Guerrero A Helena Si, sü, sí. Si, sü, sí. Suena suave la sonaje, y sentimos el sonido

si escuchamos en silencio.

Si sü sí si, sü sí. Tus manos, hermosa, toca más rápido, te pido, con tus pequeñas manos, preciosa. Si sü sí si sü. Sí. Sonríe, mi vida, no pares. La música, mira, Helena, ya va de salida. Si. Sü. Sí. Si sü sí. Ya va lento el sonar. Si. Sü. Sí. i. Sü sí. Ya va. Si. Sü. Sí. Si. Sü… Ya.


Perdición Mizi Gissel Pérez Astorga Mis ojos se inundan cada vez que te veo Las gotas saladas se pasean libres por mis mejillas, recorriendo mis huesos fríos y solitarios. Tu piel, a la distancia luce seca y candente como acariciar a un cocodrilo, que al acercarme, esa sensación es pura adrenalina y muerte. Cada vez que escucho tu voz, me cierro ante el ruido. Porque no quiero escucharte. Cuando te enervas es como escuchar a un perro ladrar por temor, dispuesto a atacar. Siento miedo y aun así te acaricio el lomo. Me pierdo entre ese sabor agridulce de tus lamidos. Porque a lo que llamamos amor, es algo salvaje, no civilizado. Te domo y un escalofrío corre por todo mi cuerpo, mientras ese melodioso ladrido me envuelve.


Periplo Carolina Talamante Solís Armo un trayecto

no uno cualquiera

v u e l o, no me sigas. Venecia Roma y Florencia. Casas de colores, Fuente de Trevi y Puente Viejo. En Italia todo. De la India a China y luego a Taiwan para tomar té, no para tomarte. Tiempo en que falta la luz del día, la noche se exhibe es tuya

es mía, no nuestra. Brasil, Colombia y Costa Rica. Ya no quiero té.

Ahora, viajo por café.


Ventana Isabel Inzunza Martínez

Ayer llegó a mi ventana una estrella perdida. La noche con odio cantó sobre pérdidas. Y así en un sollozo las calles se abrieron, gritaron valiéndose de su salvajismo y se desnudaron con libertad sin consumir Ayer llegó a mi ventana una estrella perdida, que como yo se ahogaba en melancolía desgarraba su cuerpo celeste, frío como una mente vacía. Perdida toda esa noche ácida, como cualquier existencia banal.


Parte 2 Relato breve


001 Mizi Pérez Astorga 29 de febrero de 2020: Sueño inalcanzable. Me gustaría decir que por fin conseguí ser doctora y que ese día vería a mi primer paciente, pero no. Lo único que obtuve después de terminar la secundaria fue: un novio drogadicto y a mi madre consiguiéndome esa vacante de conserje. Antes de salir de casa, me dijo la misma frase de siempre: “es lo único que pude hacer por ti… ya sabes que aquí en Estados Unidos los flojos no triunfan”. 01 de marzo de 2020 (medio día): Primer día de trabajo en el E.U.E. Me encontraba en los casilleros frente al espejo, tratando de alisar una arruga que se había formado en mi uniforme gris. Peiné en una coleta mi cabello rizado y esperé a recibir órdenes. Después de unos minutos, llegó una mujer de baja estatura, regordeta y amargada. Al mismo tiempo que inspeccionaba mi aspecto dijo: “supongo que tú eres Amelia, necesito que vayas al área de experimentos y limpies el laboratorio cinco… Si sabes dónde es, ¿no?”. Sólo asentí, ya que ayer me habían dado un recorrido por el edificio. Agarré un juego de llaves que estaban colgadas en la pared con mi nombre, las eché a mi bolsillo, tomé uno de los carritos de limpieza y me fui. Caminaba por aquel blanco pasillo y miraba a todas las enfermeras correr de un lado a otro: apuradas y estresadas. Algunas se paraban a verme y luego seguían su camino, otras sólo me ignoraban. Conforme iba avanzando me encontraba con menos gente. Llegué a la última puerta: el laboratorio cinco. Tomé la perilla moviéndola de un lado a otro pero no abrió. Se escuchaban gritos. Saqué rápido las llaves, abrí la puerta y miré a aquel doctor. La camisa del traje desfajada, el cabello alborotado, sin un zapato y en su mano una botella de alcohol. Comenzó a gritar histérico: “¡por tu culpa perdí todo… te mataré!”. Aunque él estaba de espaldas, sentí su enojo y me asusté. “Ayúdame”, escuché una voz aguda y aniñada en mi mente. No era mi voz, ni si quiera era un pensamiento. Busqué con la mirada algo o a alguien más en la habitación, pero no había nadie. “Cierra la puerta”, escuché de nuevo. Aventé la puerta provocando un estruendo, el doctor se volteó y me vio sorprendido. Sus labios temblaron, avanzó hacía mí. Inútilmente di un paso hacia atrás, me acorraló. Me tomó del brazo zarandeándome de un lado a otro, puse resistencia y le di una patada. Logré darle en los bajos haciendo que se doblara del dolor. Lo empujé y corrí hacia el escritorio. “¡Mátalo!”, esa voz de nuevo, “¡mátalo ahora!”. Me sentí presionada así que busqué algo con que hacerlo. Unas tijeras estaban en un escritorio, las tomé con fuerza. Sentí como el doctor tocaba mi hombro. “¡Ahora!”, me


ordenó aquella voz, voltee y levanté mi mano. A la tercera puñalada cayó al suelo. Lo vi, estaba ensangrentado, tocaba su pecho mientras tocía. “Sácame de aquí”, me volvieron a ordenar; esta vez en un tono apresurado. Levanté la mirada, enfrente había unas cortinas azules que cubrían algo y en el piso se encontraba el otro zapato del doctor. “Aquí estoy”, dijo. Avancé, quitando la cortina. Un gran tubo que se extendía desde el suelo hasta el techo, el cual tenía una base de metal con un 001 escrito. Estaba lleno de agua, en el centro un no nato estaba encerrado en el saco amniótico con el cordón umbilical conectado al tubo. Alrededor había varios televisores, un escritorio lleno de papeles esparcidos y computadoras. Quedé frente del tubo, justo donde estaba el no nato. Toqué el cristal manchándolo de sangre, me aterré pero no me moví. -Puedes sacarme, no me pasará nada. -¿Cómo lo sabes?- Dije confundida. -Sólo lo sé. Asentí, recordé que el carrito de limpieza lo había dejado afuera del laboratorio. Corrí esquivando el cuerpo del doctor y abrí la puerta viendo ambos lados del pasillo: no se veía nadie así que entré de nuevo. Saqué una bolsa de plástico y la extendí enfrente del tubo, me puse unos guantes de látex, tomé la silla de metal y la levanté estrellándola contra el vidrio. El ruido que hizo el cristal se combinó con la alarma; el líquido amniótico salió dispersándose por todo el suelo y el no nato quedó en el plástico. Fui por las tijeras y corté el cordón umbilical: escuché el llanto de 001. Lo cargué hasta el carrito, ahí lo envolví con una toalla y me preparé para salir. “Toma las llaves”, dijo 001. Así que esculqué los bolsillos del doctor. Las saqué, caminé apresurada y cerré la puerta. La alarma seguía sonando, iba corriendo por el pasillo hacia la salida trasera. Caminé por el estacionamiento. Las llaves tenían un botón: lo piqué y a lo lejos escuché un pitido. Lo seguí presionando hasta encontrar una camioneta negra. Puse a 001 en el asiento del copiloto, amarrándolo con cuidado. Arranqué lo más rápido posible. Llegué a la casa que compartía con mi madre y mi hermana, quien tenía un bebé, así que tomé una maleta con cosas básicas. Afortunadamente era medio día y no se encontraba nadie. Tomé el dinero que ocultaba mi madre debajo del colchón y me fui para no volver nunca. “Tenemos que irnos lejos, mamá”, me dijo 001. Mi corazón latió más fuerte, esa palabra me hizo sentir tanto amor por él que olvidé mi vida. Había manejado por más de tres horas


cuando por fin encontré un hotel. Al registrarme di un nombre falso, la joven recepcionista me miró con miedo. - ¿Qué le pasó?- Dijo asustada mientras se acercaba. -Sólo dame la llave- Ella asintió, me dio las llaves y vi que tomaba el teléfono. No le di importancia. Corrí hasta el elevador, pique el botón número cuatro, para después acariciar a mi pequeño. Escuche el timbre y se abrieron las puertas. Salí buscando la habitación, cuando lo encontré entre y cerré la puerta. Deje caer mi maleta al suelo y me recoste en la cama con él en mis brazos. Mi paz duró un rato, la interrumpieron unos golpes agresivos en la puerta. -¡En nombre de la policía de Los Angeles, abra la puerta!- lo ignore, me mantuve abrazando a mi bebé. Unos golpes más y derribaron la puerta. -Dime que hago- le susurre a 001, pero no contestó. Los policías me lo quitaron, mientras yo gritaba. Uno de ellos me sostenía, mientras el otro dejaba al pequeño en la cama y miraba a nuestra dirección triste. -Está muerto- dijo mientras me esposaban.


El agua viva Mónica Alcaráz Caminamos hace tres días en busca de agua. Tanto tiempo en caravana me llevó a remembrar cuando era ternero y no podía seguir el paso de la manada. Ahora soy ya viejo pero ese recuerdo me da la fuerza para continuar por la Sabana salvaje e inhóspita del África en verano. Cuando tenía tres semanas de conocer a la manada, nuestro grupo se encontraba en la misma situación. Pasamos días caminando en busca de agua para beber. Iba sujeto a la cola de mi madre, entonces escuché el barrito del patriarca. Me hice a un lado para ver aquello por lo que todos apuraron el paso y entonces la vi. Pregunte a mi madre si eso era lo que buscábamos y me dijo que sí, que a eso le llamamos río donde corre el agua que nos ayuda a sobrevivir otro día por todos los días que vivimos. Miré como todos los elefantes metían sus patas y con sus largas trompas, tomaban el agua para después llevarla a las bocas. No quise esperar, corrí y me zambullí. Estar así sumergido hasta las orejas me hizo sentir agradecido. Mi madre me dijo que ella imaginaba que lo mismo que sentí, los árboles, los otros animales, la tierra y todo lo demás que habita el mundo siente lo mismo al ser tocados por el agua. Por eso cuando cae agua del cielo todo parece más vivo. Apenas pude correr cuando vi el mismo río de lejos parecía más triste que de costumbre no tan abundante como lo recuerdo...Ya no soy joven como antes, pero llegué a zambullir mis patas como la primera vez. El hecho de poder beber un sorbo después de días fue un regalo… Aquí me siento tranquilo, creí que moriría antes de ver este río otra vez. No quería ser como un árbol marchito a medio camino en espera de un milagro. No, yo quería poder llegar hasta aquí, y sentir mis patas sumergidas en el lodo que hace el agua. Suena algo extraño en el cielo. Es como si fueran mil mosquitos zumbando por mis orejas. perturba a los más pequeños que se esconden entre las piernas de sus madres. Los mas viejos dicen que nunca han visto algo igual. A mí me alarma, pero como los más viejos parecen tranquilos trato de estarlo también. Parece que se acerca una tormenta. Quizás así esa cosa en el cielo se vaya. Escucho un estruendo. Veo como uno de los míos cae al piso dejando un pequeño hilo de sangre. Otro estruendo y otro cae. Veo que del cielo cae lentamente la figura extraña, y comienza a salir un


humo gris y pesado. Unas sombras en dos patas aparecen y ya no dejo de escuchar estruendos en todas las direcciones. Me concentro en la tormenta que quizá se lleve a las sombras y los estruendos que hacen que los míos caigan muertos. Quedamos solamente tres, nos miramos un momento y después volteo a ver el río. Trato de correr hacia él para dar mi último sorbo a la vida. Cerca veo como uno de los nuestros más jóven y con mucho brío corre tras las sombras de dos patas enfurecido y antes de llegar a ellos impone su furia… derriba a dos que cae ensangrentados pero otro desde lejos lo derriba con tres estruendos en su cabeza también cae al suelo levantando una capa de tierra. Veo nuevamente el río y ahora lo siento tan lejano. Un hormigueo llega a mis patas. No, es más que un hormigueo. Mis patas no responden y caigo al suelo con mi trompa estirada para sentir más cerca algo de agua pero ni siquiera me acerco. Del cielo cae un trueno y seguido de este, la tormenta. La lluvia parece haber llegado para arroparme, para no dejarme morir sin sentir el agua una última vez en mi cuerpo. Pienso en lo que me dijo mi madre: “cuando llueve todo parece más vivo”. Entonces cuando ésta me arropa la siento, quizás esté tirado en el suelo sangrante y sin colmillos, pero tengo vida... Ahora, sólo me queda cerrar los ojos.


El derrumbe Ma. Isabel Gutierrez Ánima El día que me despidieron era viernes. Debería estar prohibido despedir a los empleados en viernes, te echan a perder el fin de semana. Un buen día sería el lunes. Los lunes al sonar el despertador lo único que deseas es posponer la alarma y seguir durmiendo, quisieras que el fin de semana durara por lo menos un día más; eso me pasa a mí. Quizá si me hubieran despedido el lunes no lo habría padecido tanto pero ¡en viernes!.. La cuestión es que perdí mi empleo. 
 Antes de que empieces a compadecerme les diré que no fue mi culpa, sé que la mayoría de los que han sido despedidos lo dice pero, de verdad no fue mi culpa. Mi exjefe, es un amargado, nunca está contento con nada y claro, como él es infeliz, desea que todos a su alrededor también lo sean. Siempre es el primero en llegar a la oficina, nunca nadie ha podido llegar antes que él, no sé cómo lo hace pero por más temprano que intentes llegar, él ya está ahí; eso me cuentan mis compañeros, yo generalmente llegaba dentro de los 5 minutos de tolerancia...vivo un poco lejos y el tráfico a Ensenada (aunque digan que es un pueblo bicicletero), a esa hora es insoportable… !Ahí está otra prueba de su amargura! 
 ¡Cinco minutos de tolerancia! Esa regla la estableció él, antes eran quince minutos pero a Mr. Infelicidad, en un día de aburrimiento, se le ocurrió modificarla. Eso pasa por llegar tan temprano a la oficina, se tiene demasiado tiempo para pensar en cómo perjudicar al prójimo. 
 Ese viernes llegué corriendo; no funcionaba el semáforo de la Delante y Reforma, había dos policías que como siempre, en vez de agilizar la circulación, entorpecen todo. Al colocar mi dedo en el reloj checador marcó las 8:10 de la mañana, cinco minutos por encima de la tolerancia; tendría que pensar en una excusa para convencer a Sandrita de recursos humanos que sí llegué a tiempo (no quería volver a perder el bono de puntualidad). 
 Le inventaría que el aparatejo no detectaba mi huella, ya había pasado antes así...muy probablemente me lo creería, aunque últimamente no era tan fácil convencerla, el jefe le tenía bien lavado el cerebro. 
 Mientras pensaba en qué estrategia usaría con Sandrita, encendí la computadora de mi cubículo… revisaba el correo cuando sonó mi teléfono, era Conchita, la asistente del licenciado Mendoza, el jefe. Me dijo que el Licenciado quería verme pero tendría varias reuniones por la mañana y me esperaría en su oficina después de la comida. Lo cual significaba que no podría salir a comer con mis compañeros como todos los viernes.


Era el día de pago, teníamos la costumbre de ir a comer a algún restaurante cercano y a veces pedíamos una cervecita para empezar a disfrutar del fin de semana. 
 Ese viernes ni cervecita ni nada, tuve que comer solo en la oficina gracias a que al “Licenciado Mendoza” se le ocurrió que quería verme a las tres en punto. 
 Justo eran las tres cuando estaba preguntándole a Conchita si podía pasar a la oficina del licenciado cuando lo ví llegar apurado: 
 Manuel, buenas tardes, pase por favor. Tome asiento. Después de sentarnos me miró unos instantes y dijo: ¿Tiene alguna idea del motivo de esta reunión? – Sinceramente no, licenciado. Bueno, Manuel, esta mañana muy temprano recibí una llamada del director de la empresa en Monterrey, está muy molesto por el incidente del sábado; era muy importante que usted estuviera en la aduana para revisar la mercancía. 
 Entiendo la situación que no le permitió llegar pero el problema fue que usted no avisó a tiempo para poder resolverlo y el retraso de la mercancía en la aduana ocasionó grandes pérdidas. Agregue a eso que los resultados de sus evaluaciones no han sido muy favorables y su record de puntualidad tampoco ayuda mucho. No hubo manera de abogar por usted, Manuel...el director fue muy tajante. Lamento informarle que tendré que hacer uso de la renuncia que firmó al ingresar a esta empresa. Pase con Sandra a recursos humanos, ella le entregará su finiquito. 
 ¡Vaya! Eso no me lo esperaba. Me levanté despacio y salí de ahí sin decir nada, ante todo tengo orgullo, no le iba a rogar por un empleo, el licenciado bien sabe que si no llegué a la aduana fue por circunstancias muy ajenas a mí, y claro que no hubo “grandes pérdidas” como él dice; lo cierto es que no quiso ayudarme ante el director. ¡Carajo! ¿Cómo iba a saber que justamente ese día se derrumbaría la carretera escénica? vidente no soy ¿qué esperaba, que volara? Y ni caso tenía intentar llegar por la libre, el tráfico estaba imposible. Tampoco podía haberme ido desde el viernes como sugirió el licenciado; yo si tengo una vida social que atender. 
 Ese viernes el plan era ir a un bar saliendo de la oficina; debíamos festejar el ascenso a gerente de Antonio, su nuevo puesto incluía aumento de sueldo por lo que le tocaría pagar las primeras rondas. La velada se alargó. Llegué a mi casa ya muy entrada la madrugada. Me costó bastante trabajo despertar el sábado, pospuse varias veces la alarma antes de lograr levantarme. A las 8 salí de mi casa con rumbo a Tijuana y a las 8.30 tenía que estar en la


aduana. Aún sin el derrumbe de la carretera, habría sido imposible llegar a tiempo; pero eso no se lo dije al licenciado. En fin, tres años de mi vida dedicados a esa empresa de algo deben valer y definitivamente considero que mi despido fue injusto. Estoy pensando en demandar a la compañía. El licenciado Mendoza sí que supo cómo echar a perder mi fin de semana. Lo único bueno es que el lunes no tendré que levantarme temprano para ir a trabajar...


El día en que el mar se comió la tierra Estefanía Hernández Cerón Levantarse no es la mejor parte del día, pero es necesaria… Asomo la cabeza por ese pequeño agujero que me conecta con la realidad. Al salir, siento la brisa en mi pico, estiro mis alas, sacudo mi cuerpo e impulso mis patas para poder volar. Todas las mañanas, durante dos años, recorro los mismos caminos para ir en busca de alimento, así que me sé de memoria cada árbol y compañero que vive en esta región. Por ejemplo, en el árbol de la parte derecha junto a una gran casa vive un gorrión llamada Che, todos dicen que está demente, siempre desaparece por un tiempo y cuando creemos que está muerto vuelve a aparecer. A cinco árboles de éste vive Amelia, vive sola, su compañero fue asesinado por un ave más grande. En ese mismo árbol vive Amina, ¿qué puedo decir de Amina?, solo que hoy luce más guapa. Llego a la orilla del mar, hay mucha gente, unos comen, otros juegan y unos más sólo están acostados en la arena. Cuando sales a buscar comida cerca de la playa hay dos formas de morir: la primera, que un ave más grande te asesine para convertirte en su alimento; la segunda, morir a causa de un pelota que fue impulsada por un pie humano, eso es mucho más humillante que la primera. Vuelo de camino a casa, pero el viento es muy fuerte. Tomo impulso con mi patas, pero no puedo avanzar más, siento un golpe y por instinto cierro mis ojos. Lo primero que me pasó por la mente es que iba a recibir una de las dos humillantes muertes. Abro los ojos, me doy cuenta que fui arrastrado por una ola, miro hacia abajo y el mar casi llega a mis patas. Veo como el mar se está tragando la tierra, las personas, las casas grandes y los árboles. Vuelo a toda velocidad hacia mi casa, no miro atrás, no quiero que otra gran ola me alcance. Al llegar, un tronco torcido y lo reconozco como mi hogar. En el interior hay agua por todas partes, está destruido. Pienso que ya no tendré dónde dormir; dónde guardar mis alimentos. Me quedo sentado y mis lágrimas caen hasta quedarme dormido. La humedad de mi panza hace despertarme y darme cuenta que la mitad de mi cuerpo está sumergido en agua. Salgo de mi antiguo hogar y no veo a nadie, solo se escucha el viento entre los pocos árboles y palmas que quedan. A lo lejos escucho un picoteo, –tal vez sea Amina, o la señora Amelia–, vuelo pero con decepción veo que es Che: -

Hola, señor Che

-

¿Qué quieres? – responde distraído.

-

Usted sabe a dónde fueron los demás


-

No, pero hicieron lo que toda ave hace cuando no tiene hogar.

-

¿Y qué es eso?

Buscar otro. Algo que tú nunca has hecho, eres la única ave que ha permanecido en este lugar, más tiempo de lo que es debido. -

Eso es cierto… sabe a dónde fue específicamente…

Sí, te refieres a dónde fue esa pajarita guapa que te gusta la respuesta es no. Lo único que te puedo decir es que nunca he visto volar tan rápido a un pájaro como a ella cuando trataba de huir de esa ola. Yo te recomiendo, chico, que tengas las agallas de buscar un hogar y empezar de nuevo. Hablar de este tema es algo delicado para mí, me prometí que nunca me mudaría a otro lugar. Además, aquí está todo lo que necesito: comida, buen clima y buenos árboles para poder dormir. Me alejo de donde esta Che, no tengo porque hacerle caso, yo tomaré mis propias decisiones. Mientras vuelo veo en la puerta de una gran casa a dos niñas pequeñas que van sostenidas de la mano. Decido acercarme a ellas y noto que la más pequeña llora. Una mujer sale de la casa, se acerca a ellas y las mete a un auto. Éste avanza y logro sostenerme entre medio de los asientos. El auto se detiene y la mujer se baja llevándose a las niñas a un sitio lleno de niños. En el transcurso del día no dejo de observar a la niña, ya no llora, ahora solo juega con los demás. En la parte trasera de la casa hay una gran cantidad de árboles, me adentro en ella y una variedad de aves me mira, después de unos segundos es como si yo no existiera. Al fondo del pequeño bosque, me doy cuenta de que hay un río. Me paro en una gran rama para poder observar el sol esconderse: destellos de luces de diferentes colores se ven en el cielo... es hermoso. Me quedo ahí por un rato y me doy cuenta que encontré un nuevo hogar… comprendí que cualquier lugar puede ser un buen hogar.


Juliette Cruz Eduardo Guzmán 2:22 Hace siete años, mientras jugábamos en el vertedero a las afueras de Medellín, mis colegas y yo encontramos herido a uno de los sicarios del patrón. Entre todos lo arrastramos hasta nuestro escondite, y después los más grandes, T. J. y yo, corrimos a una de las fincas. Así logramos que algunos de sus hombres nos acompañarán para salvar a tiempo la vida del sicario. Pasaron los días y en cuanto se recuperó fue a buscarnos para ofrecernos una salida de la mierda en que vivíamos. No dudé en aceptar el trato, mejor la muerte a la miseria. Los seis nos instalamos en la finca y nos enseñaron de todo, desde el uso de las armas hasta armar carros bomba. En menos de tres meses ya éramos 6 sicarios a las órdenes del duro de los duros. Pero nuestra suerte se torció cuando nos tocó apretar a una familia para que soltara la plata, era nuestro primer secuestro. Fue fácil hacer que el hijo de los Arellano viniera con nosotros, el problema surgió al tener que calentarlo. T. J. y yo recibimos una llamada del patrón, quería vernos. Dejamos la caleta a cargo de J. B. y J. D., y a Christopher con las gemelas. J. B. y J. D. roncaban en la sala cuando regresamos. T. J. fue el primero en entrar al cuarto donde teníamos a Christopher. El cuerpo del mocoso estaba siendo rebanado por unas niñitas, el piso cubierto de sangre y ellas también. Habían estrenado el kit de cuchillos, martillos y pinzas que teníamos planeado usar en otra vuelta. Cuando se dieron cuenta que las veíamos, la más pequeña dijo: −Se me pasó la mano y ya no se mueve. Lástima que no logramos encender el soplete, yo quería probarlo. Antes de que pudiéramos reaccionar, entró gritando D. K., el hombre que nos acogió. Una vez en calma, nos deshicimos del cuerpo y nos dejó en claro que la habíamos cagado. Alguien tenía que rendirle cuentas al patrón. J. B. y J. D. entraron en pánico, y T. J. sólo se acojonó y volteó a otro lado. Entonces D. K. me miró y realizó un vaivén con la cabeza. −Si las llevó ante el señor, la pasarán muy mal. Le agradas al patrón, tienes futuro en esto. Podemos decir que fue una simple embarrada. Se molestara y quizás te encargue un par de vueltas sin paga, nada grave. Le clavé los ojos de vuelta y pregunté qué sería de ellas. Respondió que las sacaría de Colombia para mandarlas con alguno de sus familiares. Su madre era romaní. Esa noche fue la última que las vi.


Alguien nos empezó a cazar tras el asesinato de Christopher. Primero cayó D. K. Supuse que por los peligros propios del trabajo, pero J. B. y J. D. murieron de la misma forma, un disparo en la nuca y una punción en el corazón. A T. J. le tocó hace unos meses cuando terminaba un trabajo en el Vaticano. Temía por las gemelas. Había tratado de localizarlas, pero eran como el humo. Seguían ellas o yo. ¿Y si eran ellas quienes nos estaban liquidando? A todo esto, el patrón me había regalado una libreta con los nombres de los principales sospechosos. −Estás jodido, mi hermano… No la he abierto, no me interesa saber más de la cuenta – añadió. −¡¿Pero qué mierda?! ¡Sólo hay un nombre! –exclamé. −¿Qué pasa? ¿Quién es? −¿Todo este tiempo fuiste tú… Juliette? 4:20 Dos hombres fueron ejecutados en la mesa más apartada en un bar de mala muerte. Dos tiros a quema ropa en el corazón. La silueta de una mujer abandonaba la escena, el viento ondulando su larga cabellera. El silencio se rompió con el golpeteo de la aguja de los Louis Vuitton de suela roja de la esbelta pelirroja. El rugido de una bestia pronto se volvió un lejano eco. La lluvia exorcizó el pecado. 6:06 Frente al hotel donde se hospedaba, un hombre, a quien apodaban El Ballet, quedó hechizado al ver cómo del casco emergía la melena escarlata. Una lolita desmontó a La Bestia y sonrió, y al verla acercarse, él se precipitó a la puerta para abrirla, gesto que agradeció con otra sensual sonrisa. Desde la recepción, la saludaba una joven rubia sumamente atractiva. Se dirigió al elevador y al presionar el botón, por un momento su mano se entremezcló con el blanco inmaculado de la pared. El camino hacia el penthouse parecía lento, sentía desprenderse de sus grilletes en cada piso que subía. Entró por fin a su habitación y de inmediato se dirigió al mini bar a servirse un poco de Johnnie Walker con hielo. Conectó su móvil, buscó el equipo de sonido y paró a contemplarse en un espejo que abarcaba toda la pared. Lolita de The Veronicas se escuchaba al fondo. Sin reparar en el retumbar de las bocinas, dejó su trago sobre una mesilla y comenzó a quitarse la ropa. Primero bajó lentamente la cremallera de su chaqueta negra de piel, las hebillas tintinearon al impactar con el suelo. “Hold my hand, hold my hand ‘cause I can’t touch the ground”. Sus hombros quedaron expuestos y sólo una pequeña y ajustada blusa esmeralda la cubría del


frío. “I won’t tell if you won’t and I will if you want. Nothing is sacred, don’t care if it’s wrong”. Volvió a tomar el vaso y le dio un sorbo antes de llegar al borde de la cama y despojarse de sus fieles compañeros, los Louis Vuitton. El primer tacón cayó al tiempo que desabrochaba la pequeña correa que la mantenía unida a ellos. Cayó el segundo tacón y se incorporó quitándose la blusa por arriba con ambas manos. “I’m your Lolita, La Femme Nikita. When we’re together, you’ll love me forever”. Con cierta dificultad, también se deshizo del cinturón que aprisionaba su cuerpo y continuó desabrochando su pantalón entallado. “You’re my possession, I’m your obsession. Don’t tell me ever, you’ll love me forever”. Dio un último sorbo a su bebida y caminó hacia el espejo para admirar de nuevo a la hermosa pelirroja con un par de pecas en el rostro. Ahora sólo traía un sujetador negro de encaje y unos calzoncitos a juego. “You’re making a comeback, I’m taking your crown. Nursery rhymes I’m singing my dreams”. Un cuerpo hermoso, como esculpido por los dioses; senos de dimensiones ideales, una cintura cual reloj de arena, su fuerte estético, nalgas firmes y respingadas, piernas bien torneadas que tanto lucían los tacones. Sus manos recorrían su propio cuerpo, deteniéndose en cada tatuaje. En ellos llevaba grabada su historia. Las dos estrellas en sus hombros y tobillos fueron las primeras en profanar su cuerpo, prueba de posición superior en la mafia rusa, la cruz rota en su muñeca derecha era símbolo de lealtad, el palacio en su espalda con cruces en las torres denotaba entrega y compromiso, y el trefot en su muñeca izquierda representaba los niveles que había alcanzado, tierra, mar y cielo conquistados. Enseguida acarició sus cicatrices. Dieciocho impactos de bala igual adornaban su pecho, piernas, brazos y espalda. “I’m lost in the woods and you’re baring your teeth”. Se inclinó un poco a coger la cigarrera de su chaqueta y salió al balcón a contemplar el firmamento con ojos llorosos. Sólo faltas tú… Juliette.


La mamá de Lucy Myriam Velázquez Morales Jamás idealicé ser mujer, nunca llevé el cabello corto por arriba del hombro, ni tengo pelonas las axilas, hay veces que como de más y hay otras que no como. Escucho la radio muy fuerte tampoco he hecho una dieta; no soy buena siendo mujer, ni quiero serlo. Preferiría ser hombre, así sería pendejo por elección propia, no por selección natural. Aún así me di a la prueba final de la feminidad: excavé un hoyo en mis entrañas, le di cimientos a mi cuerpo, exalté mis terminaciones nerviosas y ya no sé si acriminar mi infalible humor a las hormonas imberbes o a las prenatales. No hay mucho que hacer cuando tienes diecinueve, el SIDA vive en el aire y a Andy Warhol se le ocurrió morirse. El 87 huele a sexo con mucho compromiso, a Prozac con receta y la costumbre sistemática de parir no más porque puedes. No hice mucho en el 87 como año, fue un día de 364 días. Otros más, que hicieron de ese año, memorable. En la calle principal de una ciudad que auxilia a un poco más de mil trecientas personas hay un bar que frecuentan hombres que no han cogido con nadie mayor de treinta porque después de los treinta las mujeres ya no somos cogibles; después de los treinta eres la mamá de alguien. Se te reseca la edad... Así es la vigencia femenina, a los veintinueve se te moja la vagina, a los treinta también pero nadie te la quiere secar. En ese bar me enamoré en tres minutos; en un minuto me cogió la mano en un saludo, en otro me tocó la pierna y en el último eyaculó. Cómo no amar a un hombre que glorifica tu cuerpo hasta hacerlo la vivienda de su secreción prematura. Me tomó como se toma a un periódico; leyendo de las letras mas grandes a las mas chiquitas, fijando la atención en los detalles amarillistas que lo hacen tan atractivo, tan fácil de digerir y tan rico de tragárselo todo en ignorancia voluntaria. Nunca supe su nombre, ni él el mío; él me bautizó chiquita y yo le llamé Jack por el estridente olor a whisky que residía en su bigote. No supe ni su vocación pero sé que cargué su legado por 7 meses. En veintiocho semanas había vuelto a nacer. En mis brazos cobijaba la versión inocente de mí. En un manto amarillo le lloraba a la vida el inquilino expulsado de mi cuerpo. Su cara pálida como si los segundos de vida que tenía ya le hubieran terminado de agotar las ganas de seguir.


Movía las manos como queriendo alcanzar algo que sus diminutos dedos jamás podrían sostener, pero eso no le detenía a intentarlo. Sobre sus ojos, un par de pelillo que intentaban aparentar cejas...por encima de sus párpados, unos resbaladeros que simulaban pestañas. Sin mi pero conmigo. No pensé que podría sentir a montones por un ser tan minúsculo. La odiaba tanto que su peso sobre mi pecho no me permitía respirar. Le puse Lucy, en alusión a la enfermera que la vio nacer, la enfermera que sería más madre de ella en 48 horas de lo que yo sería alguna vez. Lloré tanto por haber parido a una mujer, lo repugnante y deplorable de la humanidad radicaba en un bulto de 3 kilos 800 gramos, un bulto que era mío y me odie más. Pasé tanto tiempo lamentando su existencia, con lágrimas de rencor opacando el tiempo, odio acumulado entre la garganta y la boca, encerrada en un cuarto con olor a talco y ridículos adornos rosados, con dolor extenuante en los pezones y el olor fétido de sólo poder bañarme una vez a la semana. Ante todo, Lucy se reía como disfrutando mi desdicha, desdicha bautizada, penuria con fecha de nacimiento, roñosería talla cinco meses. Parecieron minutos los que Lucy tardó en empezar a hablar. Recuerdo que leía despreocupada, meciéndome en una silla con las piernas cruzadas; una pierna me empujaba hacia enfrente y hacia atrás, y con la pierna, que caía sin esfuerzo sobre la otra, mecía a Lucy en su porta bebé. En el efímero momento que se me ocurrió distraerme, Lucy me reclamaba que le prestara atención, y entre más eran sus súplicas por ese mínimo apetito de atención, más frustrante se convertía su existencia. En un esfuerzo bruto de querer comunicarse, como vomito cuando no haz comido, le salió decirme mamá. En un instante mis articulaciones se tornaron rígidas, había aire en mi garganta pero olvide cómo expulsarlo. Di vueltas por la sala de estar, rodeando la mesa central e ingenua, esperé que fuera la primera y última vez que escuchara mi nuevo nombre, en vez de eso Lucy se aferró al seudónimo, le tomó aprecio y su lengua le cogió familiaridad. Una vez se tornó en dos, en tres y para la cuarta vez el revés de mi mano se encontraba impreso en su pálido cachete. Hubo un par de segundos de silencio frío, de culpa momentánea entre las dos, y después se echó a llorar y yo junto con ella. El porta bebé se seguía moviendo, descendía su velocidad, las dos frente a frente al nivel del suelo, sollozando como iguales; las dos de veinte años las dos de trece meses.


Pronto Lucy dejó de andar en cuatro para andar en dos. Su vida era un triste hábito de correr, tropezar, llorar, reír, levantarse y correr de nuevo. Su recorrido no tenía horario de atención, podía correr y desplazarse a cualquier hora, sin importar que al alba, le dieran ganas de existir aún. Noche tras noche Lucy insistía en deambular por la casa, tropezando entre cables, irrumpiendo mi sueño hasta que, como el hambre, inesperada pero premeditada, se me ocurrió dejar la razón en la almohada. Desperté y abrí cada puerta de la casa, arrojé mis cobijas sobre mi cabeza y dormí en un silencio innovador y excitante. Los pasos torpes y delicados descendieron hasta la salida principal, escuché un pequeño balbuceo por la ventana y así me arrullé a dormir. A la mañana siguiente no había rastro de Lucy, sólo permaneció su olor a aloe vera. Me mecí en mi silla, con las piernas cruzadas y leí despreocupada.


La muerte levanta pistolas Abraham Montesinos Hoy miércoles 13 de marzo tendremos un clima seco en temperaturas de 27 Grad…/tss/ Con el nuevo Streitgh Max tendrás el cuerpo que dese…/tss/ -Mejor regreso a las noticias. ...sin noticias aun del ganador de los 63 millones de dólares. El premio debe ser reclamado el día de hoy a las 17:00 hora local. El boleto ganador fue vendido en un 7-eleven ubicada en el 2087 de la calle Lassen, los números que corresponden al boleto son 46, 1, 33, 30, 1.Tenemos a un millonario en nuestra ciudad que aún no sabe que lo es, en otras noticias….. Ese día en ese 7-eleven me sentía con suerte... por fin Jeannette salía conmigo; fuimos a comer; después a su casa... -¡Mi saco café¡ ¡El boleto! Puta Jeannete me invita a pasar a su estúpida casa y después se hace la que no quiere ¡Ella sabía que quería coger! Volteo al televisor y marca las 3:01 P.M. Salgo con el uniforme del trabajo el pantalón café (casi gris) la camisa blanca con el logo del MarketTwins. Subo a mi pick up Ford 79, lo único de valor que tengo; piso el acelerador hasta el fondo en dirección a casa de Jeannete. 3:05 P.M. Aprieto los dientes y digo en voz alta -Ojalá Jeannette aun tenga mi saco… hace tiempo de ese día. Me estaciona a la mitad de su jardín. Mientras me dirijo a la puerta pienso: ¿Aún lo tendrá? Entro gritando: -¿Dónde está mi saco café? Dos cabezas sobresalen del sofá, logro reconocer el cabello rojo de Jeannete . -¡Mickey lárgate, lárgate! La otra cabeza corresponde al cajero contratado hace 3 días. Los veo queriendo tapar torpemente su humanidad con los cojines. -¿DÓNDE ESTÁ MI MALDITO SACO CAFÉ JEANNETE? El cajero toma el celular sus pantalones para hacer la llamada al 911. -¿Dónde está mi maldito saco, el café? Lo traía cuando no quisiste coger. -¡ERES UN ENFERMO, VETE! -Calle Lucky a contra esquina de la wets apurense es violento. -YA Me largo, SÓLO DIME DÓNDE ESTÁ MI SACO CAFÉ Y ME VOY. - No sé qué saco, pero LARGATE. - El café el que traía cuando fuimos a cenar. Dime y te juro que me voy.


Jeannete llorando señala con su dedo índice una puerta a unos metros míos. Abro el closet y comienzo a buscar el saco. Lo tomo con tanta fuerza que siento que se escurre. Salgo corriendo y nuevamente subo a mi Ford. -Se va en un Ford azul placas BN1… 3:58PM Aun sujeto el saco tan fuerte como me es posible, las calles residenciales me son lentas y aún estoy lejos de las oficinas de US Lottery de la calle Palm. Sumergido en la distancia que me falta no me percato del obstáculo humano, ni siquiera le miré, solo sentí su cuerpo rodando por el parabrisas y el retrovisor...no me detengo. Se escuchan sirenas y dudo sobre el valor del billete, intentó empujar más el acelerador, pero ya está hasta el fondo. Por fin visualizo la salida al freeway pronto tendré millones y ésto terminará. Las patrullas detrás, 63 millones de dólares es lo que todos necesitamos en la vida... ya no trabajare y tendré cualquier mujer que desee... El pensamiento de tenerlo todo, fue sofocado por el estruendoso motor del helicóptero que aun no veo pero sé que se encuentra encima de mí ¿debí detenerme? Ya no quiero seguir con esto la euforia desapareció...escucho al helicóptero. El sabor a metal en la boca es cólera y temor, como cuando mi madre me golpeaba por responderle de una forma irrespetuosa. Me acerco cada vez más a cobrar el premio. Aun las patrullas detrás, el helicóptero y las cámaras de FOX new me persiguen.. devo ser ahora la sensación de la TV local. Veo cuatro patrullas, se encuentran en medio del freeway esperando que me detenga, pero ya no escucho el motor del helicóptero y puedo pensar; tomo el saco del asiento del copiloto, junto a la pistola marcadora que uso para poner precio a las latas. Veo la salida para la calle Lassen -¡Pronto llegaré y esto terminara! Freno de golpe el Ford para salir corriendo hacia US Lottery , tomo el saco junto con la pistola de marcar que ya estaba envuelta en este. Entro de golpe a cobrar mi premio y los empleados se asustan porque están viendo el noticiero por T.V -¡Yo gane. Yo gane! ¡Aquí tengo el billete! Son aún las 4:28 P.M ¡estoy a tiempo! -Mickey, sal, podemos negociar. Si te entregas podemos reducir la sentencia. El empleado se escondió detrás del mostrador. Veo como afuera se encuentran policías apuntándome. Se acabó no quiero seguir con esto dejo caer el saco y la pistola golpea mi pie, pero ya no escucho al helicóptero y tomo coraje nuevamente, levanto la pistola con la mano derecha y el saco con la izquierda, en ese instante el reloj deja de marcar...


Hoy jueves 14 de marzo, el premio de 63 millones de dólares se encuentra bajo orden judicial, ya que se comenzó una demanda por el oficial Ramírez, el oficial se encontraba en servicio, su escuadrón detuvo al delincuente Mickey González, en una persecución que duró aproximadamente una hora, este criminal tenía los cargos de invasión de la propiedad, arrollo…/tss/


Mago de letras Carolina Talamantes Mi mami me decía que mis letras eran bonitas y que mi portada podía atraer la atención de cualquiera. Mi pasatiempo favorito era aventar un poco de aire cuando esas personas daban vuelta a mis hojas mientras me contemplaban entre sus manos, sin dejar atrás el cosquilleo que sus dedos avivaban sobre mis letras para no perderlas de vista. Pero ahora, todo eso se ha quedado en recuerdos. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que me sentí vivo. No sé a dónde se ha ido mi mami, mis letras cada vez son más borrosas y mi portada apenas se distingue. Me duelen mis hojas, puedo sentir como están desgastadas. Todos los días son iguales, lo único que sé es que el tiempo está pasando mientras percibo como el sol juega a las escondidas con la luna, pero nunca se encuentran. Cuando uno sale, el otro está muy lejos refugiándose en otro lugar. Desde aquel día que comencé a sentirme como si mi portada ya no fuera la misma, he deseado con todo mi corazón ser releído. Ha sido mi único gran deseo. Un día más y sigo postrado en el lugar de todo el tiempo. Cierro los ojos para dormir, deseando que al despertar todo haya sido un mal sueño. Pero no. Nada es un sueño. Mi vida es igual, mis días se copian y todos son uno. Miro a la luna, la luna me mira. Miro al sol, el sol me mira, a veces hasta pienso que se burlan de mí. Pensaré en que al menos permanezco en constante movimiento con la rotación de la Tierra. ¡Ay no! ¿A quién quiero engañar? Esto no funciona ni me llevará a ningún lado. Tengo tantas ganas de ver algo más que pasillos medio vacíos. Sueño con tejerme alas porque no soporto verme sin volar, aunque esa no sea mi naturaleza. No soy un pájaro, soy un libro, bueno, tampoco un simple libro, me gusta pensar que soy un mago y me pregunto: ¿quién se echará a volar con mis letras? Por el momento nadie. Sólo yo que tengo que pensar en cómo lo lograré. Las personas saben, pero no se dan cuenta, que a las letras les gusta jugar entre ellas para formar palabras fantásticas. Mis letras son muy creativas y amables. De vez en cuando desempolvo mi memoria y encuentro en mis recuerdos aquellos semblantes sonriendo al leer las combinaciones con las que mis letras juguetean. Y hablando de sonrisas… algunos días he visto una sonrisa asomarse de una de las mochilas. Y no es como las que he visto comúnmente, esta es diferente. Siempre que la veo es la misma.


Una silueta amarilla con un fondo rojo, no es una cara, es una simple sonrisa, la cual quisiera tener, pero es algo que yo ya no cargo en mi portada desde hace tiempo. Con el paso de los días pude verla con más claridad y debo decir que es algo curioso ver a una cajita sonreír. Sí, así como lo oyes, no era nada más y nada menos que una cajita feliz, de esas que llevan adentro cosas ‘comestibles’ de dudosa procedencia. De esa con la que el cuerpo tiene que luchar para al fin poder deshacerse de ella, porque es mala, pero por alguna extraña razón a la gente le gusta comprar esas cochinadas, porque según te la entregan rápido y sabe buena. Ah, pero eso no es todo, por si fuera poco también te dan un mugroso juguete, uno que esté de moda para que todos los niñitos quieran esas cosas disque felices que sólo le hacen mal al cuerpo e inflan la mente de nada. Y a todo esto, ¿para qué sirven esos juguetes? La verdad no sé, y sinceramente no creo que sirvan de mucho, en cambio yo, yo y los de mi clase construiríamos cabecitas listas, con mejores capacidades. Pero a la mayoría de las personas no les importa los montoncitos de letras. Prefieren diversión. Diversión rápida con su comida rápida. Juntas. Aunque para mí, esa no es comida rápida, lo más rápido que puedes comer es una manzana bien fresca, o alguna otra fruta o verdura que con unas gotas de agua y algo de desinfectante queda lista para comer. Pero la gente es rara, a veces no logro entenderla. Y no quiero. Bueno, la próxima vez que vea una cajita feliz, trazaré mi plan para darle un toque nuevo. Por supuesto, hablo de mí, sólo yo puedo darle el toque que necesita. Algo bueno debe tener esa caja, y eso seré yo, ya dije. Luego de algunos monótonos días la volví a ver. Y hay una cosa que debo contar. Cuando pensé que tenía todo solucionado y que al fin se realizaría mi deseo, y que por fin me leerían tan seguido como en los viejos tiempos y me harían sentir muy brillante otra vez, sucedía lo que no quería. Esa, la que yo veía como una simpática cajita feliz se comenzó a tornar oscura y esa sonrisa desaparecía mientras yo intentaba envolverme entre sus paredes. Me sentía apretado, sin aire, me hablaba pero no entendía. Salí de la prisión de un estante viejo para entrar en la cárcel de la comida chatarra más fea del mundo. Esa cajita feliz iba a ser mi pasaporte para llegar a donde tanto había anhelado, pero no quería compartir su espacio conmigo, jamás me había sentido tan ruin. El mago de las letras estaba siendo consumido, la caja triste estaba acabando con mi encanto. Y sin duda alguna ese no podía ser mi fin. Fueron los peores minutos de mi existencia en los que las circunstancias hacían trabajar mis ilustraciones para saber que yo solo tenía que salir de ese tormento. De pronto, mis letras casi asfixiadas explotaron sus colores y desbarataron la caja triste. No quedó del todo mal, la dejamos destruida pero con tonos luminosos.


Finalmente me siento nuevo por segunda vez, entendí que no siempre le agradaré a todos, pero ya no espero a que me encuentren, tuve fuerzas para tejerme las alas que tanto quería y me deje llevar por el viento. Ahora mi hogar es un árbol, muchas personas me leen, firman mi guarda y me dejan de nuevo en mi sitio, y así es como he conocido nuevas caras que me hacen sentir otra vez el mago de las letras.


Muñequita linda Alberto Alonso Guerrero Para Carlos, más bien, para la pizza que me invitó Carlos

Rl doctor de guardia de la clínica 33 del IMSS se dirige al terapia intensiva en su rondín habitual, hubo partos difíciles esa noche. Camina lento. No quiere llegar a la puerta pero sus pasos suenan por todo el pasillo en dirección a ese gran pedazo de madera pintado de blanco. Su andar es lento. No cree posible reducir más la velocidad. Por fin está delante de ella. Gira la perilla y la abre. Ve a la madre acostada, como reposa de la cesárea; también al padre, observa como mece al bebé mientras le canta una canción. El médico carraspea, pues no se han percatado de su llegada. -Buenas noches... -Buenas noches, doctor… El padre responde despacio, pues teme que se despierte... -Está dormidita. -Bueno, entonces voy a tener que hablar quedo. Sólo vengo por unos datos y me voy, así no molestaré mucho. ¡Ah! Por cierto, ¿Le dieron pecho? -No pudo pescar los pezones. Vino la enfermera a dejarnos una mamila, pero ha tomado muy poca leche. -Hay que seguirle intentando. ¿Cómo se va a llamar? -Fátima, así se va a llamar. ¿Sí o no, mi amor? Ambos esperan la respuesta de la madre, pero no responde. -¿Sólo Fátima? -Sí, Fátima, ¿Para qué va a querer otro nombre la niña? Sólo con uno. Sabe algo, doctor, ya quiero ver que crezca, voy a estar con ella en todo el momento: sus primeros pasos, ¿Me estoy adelantando mucho, verdad? De pronto se escucha el llanto de la niña. -Ya, ya, ya , mi amor, aquí está tu papi. Mi hermosa, ¡ay, qué bonita estás! Ya me muero de ganas por verte gatear, después caminar. Yo siempre te voy a llevar al colegio...


El doctor quiere pasar a la segunda pregunta, pero no se atreve a romper con aquel momento. -Fátima, ningún hombre se te va a acercar. Después mami te va a llevar a clases de ballet... La madre comienza a sollozar, el padre, se le sale una lágrima, después otra. Llora en silencio, sólo se escucha el sorber de los mocos, no quiere despertarla, pero la madre llora más fuerte. El padre sigue arrullando a la bebé… -Ya, amor, tranquila… El doctor está a punto de despedirse, pero el padre sigue llorando, la madre ahoga un grito de agonía o de tristeza, se confunde lo que sale de su boca, el médico ve a través de la luz que llega de la calle toda la escena. -Ya, Fátima, mamita linda, yo sé...yo sé que todo saldrá bien... La madre solo solloza, pero se escuchan más allá por el silencioso pasillo... El doctor ve como la madre a pesar de estar con sedantes intenta arrancar las sábanas del colchón donde está acostada. -Tendrás novios a montones, mamita, vas a ver... El padre baña a la bebé en lágrimas. La madre manotea sin fuerza pero intenta arrancarse el catéter, el nudo en la garganta la está ahogando. -Vamos a darle un beso a mamá, al cabo ya despertó… Se acerca con los ojos hinchados al doctor. La madre parece asfixiarse, masca el aire. -Mire a mi hija, ¿Sí o no tiene unos ojitos bien hermosos, doctor? Las lágrimas mojan los escasos cabellos, y bajan por la cabeza amorfa… El doctor observa. -!YA POR FAVOR!.. La desesperación se come la frase que trata de decir la madre. El padre le acerca al médico un ser deforme. Los espasmos la hacen mover las pequeñas extremidades, parece que aún tiene vida, y al médico se le cae la hoja del expediente por recibir a la niña en brazos. -¡MI BEBÉ!..


Se escucha en todo el hospital la desgarradora voz de la madre. El Papá, mira embelesado a su hijita, y en un arranque de realidad, se la quita al médico de los brazos. El médico pensó que la niña moriría al nacer pero Fatimita tiene apenas unos minutos que dejó de respirar. -¡QUIERO VER A MI BEBÉ! Grita la madre, se lastima la herida de la cesárea, pues rasga sin querer los puntos de la herida. -¿Quieres ver a mami? El padre se acerca a la mujer, ésta se agita, toma a su bebé; llora y acaricia, lento, pues tiene delante de ella, lo más hermoso del mundo. -¿Sabe algo, doctor? Ella será famosa, será una gran doctora, será la primera en descubrir la cura para esto, le darán medallas… La madre acaricia a su cría. Los ojos se le llenan de ilusión. Pasa su mano por la frente abultada y deforme de la bebé, le peina los cabellos, le da un beso entre mocos, llanto. El padre abraza a su familia. Se miran, sonríen, pues ellos hicieron, lo que les costó casi siete años procrear; El amor de su vida. El médico flexiona las piernas para recoger la hoja del suelo. No puede quitar los ojos de aquella imagen bendita y desgraciada. Conmovido se acomoda los anteojos y lee la segunda pregunta: “vivo (a) o muerto (a). Marcar con una equis el paréntesis que corresponde”. Tacha la sección “vivo (a)”. Porque para los padres, la muerte aún no ha llegado a esa habitación de hospital.


Pura, Incubus del puente Miguel Castelo La noche caía sobre el Rancho de Kino. En el puente, al que la gente llama “de los suspiros”, porque el aire corre lentamente. Ahí se encontraba Pura Benteño, vestida de negro y con un mechón largo que le tapaba el lado izquierdo de la cara, contemplando el río que corría hacia el horizonte. Después de observar por horas el caudal, se dirigió a su casa. Llegó a la cocina, agarró un jugo del refrigerador que abrió en la tarde y subió a su cuarto. Ya que lo bebió, se acostó en la cama. La casa de Pura también era un hostal. Su mamá, doña Rosa García, era una señora amargada de la vida. Desde que enviudó, se dedicó a dar una austera y religiosa educación a su hija. No salía los fines de semana, no comían carne los viernes, los domingos iban a misa y diariamente en las noches se rezaba el rosario. Ella hacía todo de mala gana. Un día, llegó un joven con semblante simpático a la casa de huéspedes. En ese momento no se encontraba doña Rosa en la recepción, sino Pura. Al ver llegar al muchacho, sus ojos brillaron con un halo especial. Parecía que se había enamorado a primera vista. - Buenos días… - Muy buenos y santos días tenga usted, linda señorita. ¿Cree que habrá un cuarto para este seminarista que viene de viaje? – cuando el dijo la palabra seminarista a Pura se le quito el brillo de los ojos. - Debe de haber uno, deja reviso. – Se dio cuenta ella que accidentalmente lo tuteó y se sonrojó. - No te preocupes. Los dos somos jóvenes. Puedes tutearme si gustas… ¿Cómo dices que te llamas? - Pura… Pura Benteño. – dijo extendiendo tímidamente su mano. - Yo soy Martín Marco Macías, pero me puedes decir Martín. Mucho gusto. Salí de vacaciones y unos parientes me dijeron que viniera al pueblo unos días. Me llama la atención tu mechón de ese lado de la cara. ¿Alguna moda en especial? - No, hasta crees. Es una larga historia que espero algún día contarte. - Me parece muy bien. – Justo en ese momento llegaba doña Rosa. - En vez de que andes de coqueta, ven a ayudarme, que traje bastantes cosas del mercado. - Ya voy madre… − Dijo entre dientes Pura y se despidió de Martin. Su mamá ocupó la recepción. - ¿Necesita un cuarto? - Sí, eso le estaba diciendo a su hija.


- Muy bien. Mire, anótese de favor aquí. – Extendió una pluma para que se anotara y ella sacó una llave de un cajón. El seminarista tomo su maleta y subió a su cuarto. Inmediatamente, la señora fue a la cocina donde Pura acomodaba las verduras que trajo del mercado. - ¿Otra vez pretendes hacer lo mismo, escuincla babosa? – Dijo mientras la agarraba fuertemente del brazo. - No me estés jodiendo vieja. Aparte, eso ya paso hace mucho y tú me lo restriegas de nuevo, cuando ya lo había olvidado. – Respondió mientras se soltaba de la mano de su madre. - ¡Ya me lo imaginaba! Andabas de buscona con el joven. - Baja la pinche voz. Aparte, él es seminarista. Es prohibido. - Eso a ti no te importo cuando fuiste y te… − Antes de que acabara, Pura abofeteó a doña Rosa. Ella se llevó la mano a la cara, doliéndose. - Recuerda lo que te pasó por andar de puta con quien no debes… − Su mamá se fue y ella solamente sonrió enigmáticamente. El día de las fiestas del pueblo, arribó una camioneta de la policía estatal. Conducía el teniente Francisco López y a su lado se encontraba la oficial Victoria Cano. La gente se asombraba y unas señoras chismosas solo comenzaron a especular. - ¿Le habrán descubierto sus tranzas al presidente municipal? - No, de seguro le cayeron al cantinero… - Hasta crees. Estos han de venir a arrestar a los parientes de doña Visi. Ya ves que dicen que tienen sus negocitos con los narcos. - Todos están equivocados. Recuerden que descubrieron unas despensas de un partido en una bodega a las afueras del pueblo. Descendieron los oficiales y se dirigieron a la gente que llegó. - Buenos días − Saludo el teniente. Los congregados respondieron el saludo. - Necesitamos de su colaboración para… - Aquí no se vende ningún pulque adulterado señores. – Alzó la voz un borrachín que llegó en ese momento, después de sufrir un ataque de hipo. - No es por eso el motivo de nuestra visita. Buscamos a Pura Benteño, ¿alguien la conoce? – Exclamó la agente Cano, cuando de lejos se escuchaban gritos de una persona. Todo el mundo se hizo a un lado y observaron a un señor como de 40 años con ropas harapientas, muy sucio y traía arrastrando a un perro muerto. - Las campanas lo gritan. El mismo Dios la está señalando. Las flores del campo gritan “¡Justicia Dios mío! ¡Justicia!”. Ustedes vienen por la matlazihua. - ¿Podrían explicarnos quién chingados es él? – Pregunto perpleja Cano


- Nadie sabe señorita. El mismo se hace llamar Matías el loco. Ya tiene muchos años que llegó al pueblo y sólo se la pasa en el atrio de la iglesia. – Respondió uno de los habitantes. - Vengan conmigo, señores portadores de la justicia divina. Nuestra madre la Virgen me avisó que ustedes venían y por eso salí presurosamente de la iglesia. Yo los llevaré a la cueva de esa demonia para que la juzgue el tribunal de los ángeles. Los oficiales le siguieron la corriente a Matías. Continuaron preguntando a la gente del pueblo. El loco al ver que no la hacían caso, se retiró del lugar con su perro, no sin antes gritar que la mano de Dios y su justicia divina al fin habían llegado al pueblo mediante sus embajadores los policías. Al día siguiente de su llegada, Martín salió al pueblo para comprar algo de ropa. En el camino sintió que alguien lo tomaba del hombro y se espantó. Con mucho sigilo se volteó, dándose cuenta que era Matías. - Debes dejar la antesala del infierno lo más pronto posible. Ella quiere tu alma. ¡Vete ya! - ¿De qué me hablas? - Yo sé lo que te digo hijo. La demonia se beberá tu alma como si fuera agua de jamaica. Por amor de Dios, hazme caso. – Matías se persignó y con una mueca de espanto salió corriendo. - Dios sabe porque me dice esas cosas tan raras. – Dijo Martín y suspiró hondamente, mientras comenzó a rezar un Padre Nuestro por la locura de Matías. Mientras tanto, Pura estaba acostada en su recamara. Veía al techo con mirada perdida. Pensaba en Martin, en su seminarista de los ojos negros, como ella lo llamaba. “Tiene bonita cara, es simpático, amable y se ve que tiene buen cuerpo”, pensaba ella. En eso, entro su mamá. Lanzó una mirada de desprecio y cerró azotando la puerta. “Solo vienes a joderme”, pensó en voz alta. Momentos después, Martín regresó de sus compras y fue a su cuarto con deseos de un buen descanso. Pura no se había dado cuenta que regresó y entró sin tocar a su cuarto. Él se sorprendió. - ¿Necesitabas algo? - Perdóname. Creí que aun no llegabas y quería limpiar. – contestó ella nerviosamente. - No era necesario. Yo barrí y trapeé en la mañana antes de irme al mercado. - Bueno. Me retiro. Que tengas linda tarde – Dijo Pura sonriendo. Se disponía a salir, cuando oyó la voz de Martin. - Espera… − Se detuvo un momento. Reflejaba en su mirada ese halo como si fuese la primera vez que lo había visto. - Dime. - Quería ver si quisieras acompañarme el sábado al pueblo. Como te digo fui hoy al mercado y casi me pierdo. De milagro me encontré con tu mamá y nos venimos juntos, solo que ella se me adelantó y llegó antes que yo. - Claro que sí, siempre y cuando ella no lo sepa.


- Bueno, ella no sabrá. - Ahora sí me voy. Gracias por la invitación. Se fue a su cuarto e hizo una señal de triunfo por la invitación de Martín. Esto ya era un gran paso para hacer lo que ella planeaba desde que lo conoció. En la comisaría del pueblo, estaban los agentes discutiendo causas de un asesinato. - Crimen pasional sin duda alguna teniente… − argumento Cano. - ¿Por qué lo dices? – pregunto De León. - El testimonio del muchacho antes de morir… - Considero necesario que regresemos al pueblo a investigar la casa de la inculpada. Solo así sabremos si ella tiene algo que ver. Martín poco a poco se fue enamorando de Pura, pero su condición de seminarista le interrumpía en su vuelo enamorado. Su inocencia y belleza le fueron entrando poco a poco en lo más profundo del alma. En ocasiones pensaba en dejar el seminario para comenzar una relación formal con ella. El sábado que fueron al pueblo pasearon durante todo el día. Fueron a la heladería, al restaurante y hasta vieron una película en una carpa que puso la gente del ayuntamiento. Las beatas de la iglesia los veían y comenzaron a murmurar. - Pero cómo así… Un seminarista saliendo con una muchacha… − se santiguó doña Visi. - No sólo eso, sino que dicen que ya son pareja y que están viviendo con doña Rosa, la de la casa de huéspedes. – complementó Julita, hija de doña Visi. - Sí, me consta. La otra vez lo vi que estaba ayudándole a cargar sus cosas a la señora. – Comentó doña Ramona. - Pues claro. La obligación de ayudar a la suegra. – dijo Elvira y rieron las demás. En ese momento Victoria y Paco se fueron del lugar e instantes después pasaba doña Rosa. - Buenas tardes… − Saludó secamente. - Doña Rosa, déjeme felicitarle… − Se acercó doña Ramona. Doña Rosa, extrañada, aceptó el saludo. - ¿A qué se debe la felicitación doña Ramona? - ¿Acaso no sabe que Purita ya está saliendo con un muchacho? – cuestiono doña Visi. - ¿Qué cosa dice? ¡Líbreme Dios de semejante cosa! Le tengo estrictamente prohibido a mi hija que haga eso. - Pues usted dirá doña Rosa. La acabamos de ver con el seminarista que se está hospedando con ustedes. – dijo Julita. - Debe de ser un malentendido señoras. Yo personalmente arreglaré eso. Tengan buenas tardes. – Doña Rosa casi se cae de lo rápido que caminó hacia su casa. - Chance y le da una buena zarandeada a esa pécora. – murmuró doña Visi.


Pura y Martín llegaron minutos antes que doña Rosa. Se dieron un beso en la mejilla y se dirigieron a sus respectivas recamaras. La señora en cuanto llegó, botó las bolsas en la recepción y se dirigió rápidamente al cuarto del seminarista. - ¿Se puede? – preguntaba mientras abría la puerta. - Claro doña Rosa, pase. ¿Qué se le ofrece? – preguntó Martín mientras entraba la señora. - Quisiera que me confirmara algunas cosillas que me dijeron hace rato en el pueblo, pero por favor, respóndame con el corazón en la mano. - Me esta asustando, ¿pasa algo? - ¿Ha hablado con mi hija? - No. Solamente el día que llegue. De ahí en fuera no hemos cruzado palabra alguna. – Respondió nervioso. - ¿Considera que es una buena persona? - ¿Por qué no? Se ve que es buena niña. - Me basta con eso. Me habían dicho que los vieron juntos, pero yo sabía que era un chisme malintencionado de esas viejas ratas de iglesia que no tienen nada que hacer más que meterse en la vida de los demás. Bueno, me retiro tranquila. Pase usted buenas noches. - Igualmente doña Rosa. Que descanse. Después de este breve interrogatorio, Martín tomó papel y pluma y comenzó a escribir una carta. Momentos después oyó que nuevamente tocaban la puerta. Abrió, pero no había nadie. Agachó la mirada y encontró un pedazo de papel. Era un poema. Reconoció la caligrafía cursiva de Pura. Era un fragmento de “El seminarista de los ojos negros” de Miguel Ramos Carrión que había sacado de un libro de poemas que le regalo su papá antes de morir: “Desde la ventana de una casa vieja siempre sola y triste; rezando y cosiendo, una muchachita de rubios cabellos ve todas las tardes pasar en silencio a los seminaristas que van de paseo. Pero no ve a todos. Ve solo a uno de ellos: a su seminarista de los ojos negros. Cada vez que pasa gallardo y esbelto, observa a la niña que pide aquel cuerpo marciales arreos. Cuando en ella fija sus ojos abiertos con vivas y audaces miradas de fuego parece decirle ꞌTe quiero. Te quiero. ¡Yo no he de ser cura, no puedo serlo! ¡Si yo no soy tuyo me muero, me muero! A la niña entonces se le oprime el pecho, la labor suspende y olvida los rezos y ya vive solo en su pensamiento el seminarista de los ojos negros.”

El corazón de Martín latía fuertemente con esto. Era prácticamente la declaración de amor de ella. Más decidido que nunca volvió a sentarse y siguió escribiendo su carta. Hizo lo mismo que Pura. Tocó la puerta de su cuarto y antes de que abriera, dejó la carta en el suelo y fue a su cuarto. Ella abrió y levantó feliz la carta de Martín, sin imaginar siquiera lo que contenía.


“Purita, mi niña. He decidido irme de nuevo al seminario. Cuando te conocí me fui enamorando de ti como un loco. Pero me di cuenta que esta era una prueba del Dios Altísimo para ver si era digno de la gracia del sacerdocio. Me regreso a México. Espero que puedas comprenderme y perdóname de todo corazón si te hice sentir lo mismo. Si hubiera pasado algo, hubiera condenado mi compromiso con Dios. Tu, una muchachita de 18 años y yo, un joven prohibido de 24. Gracias por todo. Tu seminarista de los ojos negros”.

Pura rompió la carta y lloró amargamente durante toda la noche. No soportó que Martin regresará al seminario, así que volvió a tomar la pluma y papel. Horas antes de que él partiera, le entregó una notita. “Te veo en el puente de los suspiros dentro de una hora. Te regalare algo que jamás olvidarás. Tu eterna enamorada.”

Martín tenía más de 10 minutos que llegó. Su camión saldría a la 1:00 am. Consultó su reloj: eran las 9:15 pm. Si todo era rápido con Pura, llegaría aproximadamente a las 11:00 pm a tomar un café y descansar un rato en lo que salía su transporte. Poco a poco vio que una silueta se acercaba. Era ella. Se veía más hermosa que nunca con su característico mechón largo del lado izquierdo, que en esta ocasión lucía rubio. Ella se acercó y le dio un beso a orilla de los labios como provocación. - Te ves preciosa Pura… - ¿En serio crees que soy bonita? – preguntó tímidamente. - Sí, la más bella de todas las muchachas del mundo. - Yo no me considero bonita… - ¿Pero por qué lo dices? Eres toda una mujer. - ¿Recuerdas que te dije que algún día te diría por que uso este mechón? - Sí, aun lo recuerdo. - Ese día ha llegado. – Se le acercó a Martín y se apartó el mechón para atrás. La cara de él cambió drásticamente de ternura a repulsión. Ya no vio el hermoso rostro que alababa hace un momento, sino algo totalmente horrendo. Su rostro del lado izquierdo estaba en carne viva. Se podría observar parte del hueso de la mandíbula. - Ahora, ¿qué opinas? ¿Sigo siendo bonita? – Martín se trataba de alejar de ella, pero Pura se acercaba más. - ¿Qué es esto? ¿Qué clase de alucinación grotesca estoy presenciando? - Este es mi otro yo… Mi mamá me echó ácido en castigo por haber fornicado con un sacerdote. Con un hombre prohibido… Como tú… Pero dudo que vivas para contarle al pueblo… Bueno, te dejare en paz si te casas conmigo. Anda, abandona el seminario y ven conmigo. Vamos a ser felices y a disfrutar de los éxtasis del amor y lo más importante… Sin


Dios. – Frente a semejantes palabras, Martín cayó de rodillas sobre el camino empedrado del puente, lastimándose la derecha con una roca filosa que estaba salida. - ¡El demonio es quien habla por tu boca Pura! – Martín sólo levanto la mirada al cielo nocturno y lanzó estas palabras en voz alta. − Padre mío, tú eres el más grande sobre los seres del cielo, la tierra y el mar. Protégeme en esta tribulación… Cruz sacra sit mihi lux, non draco sit mim dux Vade retro Satan… – Victoria retrocedió un poco. - ¡Sabía que lo tuyo era mentira! ¡Amas a Dios! ¡Y más que a mí! Te arrepentirás eternamente por este error. Pura sacó de entre sus ropas un cuchillo. Fue hacia Martín y lo hundió en el abdomen. Como pudo se paró y se recargó a la orilla del puente. Pura con todas sus fuerzas lo agarró por las piernas y lo tiró al río. Martín se fue hundiendo, mientras alcanzaba a ver como ella se iba. Minutos después, cuando creyó que todo había terminado, vio un cuerpo que se tiró al río, lo tomó del brazo y lo sacó a la superficie. Era Matías el loco. - Te dije que abandonarás ese lugar. Ahora no te queda mucho tiempo. - Ya es tarde. ¡Cuanta razón tenías! No estabas tan loco después de todo. Que Dios te bendiga… − y diciendo esto, entregó su alma. Al día siguiente, Pura despertó en una cama de hospital. La custodiaban el teniente De León y la oficial Cano. - ¿Así que te quisiste matar envenenando el jugo? – pregunto Cano. - Muy listo señor, demasiado… – respondió Pura. - Eso demuestran los análisis. – Dijo De León. Ella sonrió cínicamente. - ¿Lo encontraron? ¿Sigue vivo Martín? – - Lograste con tu cometido niña. Él murió en los brazos del loco del pueblo. – Volvió a reír Pura. - La mierda con la mierda. Qué bonito cuadro. Saben, ya no me queda mucho, pero quiero que le digan algo a mi madre. - ¿Qué quieres decirle? – pregunto De León. - Que me hubiera encantado matarla con mis propias manos, pero ya no tuve tiempo…. Que Dios la perdone por la cicatriz que destruyó mi cara, porque yo nunca lo haré… Pura murió. Días después llegó su cuerpo rociaron con agua bendita, lo quemaron y Matías afirma que ha visto el fantasma de para matarlos. Doña Rosa y otras personas afueras de la casa de huéspedes.

al pueblo. Los habitantes tomaron el ataúd, lo tiraron las cenizas al río. En diversas ocasiones Pura rondar por el puente en busca de jóvenes aseguran haberla visto rondando el puente y las


Sobrevivir Ma. Elizabeth Salinas Gallegos Día 5 después de la mutación. Es verdad que no todos sobreviviremos a esto, por eso es que empecé a escribir desde el día en que todo ocurrió. Mi nombre es Diego y soy profesor de antropología en la universidad local, tengo 45 años, no tenía pareja ni hijos porque estaba enfocado en mi carrera y trabajo aunque muy en el fondo siempre quise formar una familia. Pero nada de eso importa ahora pues estoy refugiado en una cueva junto con otras personas las afueras de la ciudad, somos alrededor de cincuenta. Día 6 después de la mutación. El día en que se inventó la vacuna en contra del virus Zika se esparció por todo el mundo, pero los mosquitos se adaptaron al antídoto por lo que mutaron e hizo que incrementarán su tamaño y comenzarán a devorar a las personas a su paso. Así que los pocos que pudimos salir de la ciudad nos resguardamos en cuevas. Nos refugiamos en cuevas, son húmedas y muy pequeñas; me recuerda al pequeño departamento que tenía cuando era estudiante universitario. Era tan pequeño que solo cabía una cama y un diminuto escritorio que a la vez la hacía de mesa, tenía un enorme ventanal que era la única fuente de luz que tenía durante el día, siempre había cajas de pizza con trozos dentro tiradas por todos lados ya que no tenía tiempo de ordenar el departamento pues casi nunca estaba en casa, solo llegaba a dormir después de trabajar y estudiar todo el día. No tenía closet así que la poca ropa que tenía estaba amontonada en una silla al lado de la cama, me encantaba ese departamento aunque no lo parezca. Ahora comparto esta cueva con otras cincuenta personas aterradas. Día 11 después de la mutación. Hemos racionado la comida y el agua, pero aún así es muy poco para todos los que somos. Supongo que tendremos que salir a buscar algo de comida, sin embargo todos estamos tan asustados de ir afuera que todo se ha hecho un caos. La gente tiene hambre y se pelea por comida, pero nadie quiere arriesgarse a salir por temor a ser devorados y no poder regresar con sus familias. Días antes de ocurriera todo esto vi como, en uno de los laboratorios de la universidad, hacían experimentos con varios de los mosquitos gigantes y me di cuenta de que el agua actúa como una especie de ácido para ellos. Seguí yendo los días siguientes solo por curiosidad y observé que los mosquitos se reproducían más rápido de lo normal. Los


mosquitos eran enormes y horrendos, cargaban los huevecillos de sus crías en la espalda y crecían tanto que la madre explotaba para dar vida a diez mosquitos enormes más. Día 20 después de la mutación. Nos quedamos sin agua hoy y no comemos nada desde ayer, pero todos estamos aterrados y nadie queremos arriesgar nuestras vidas. Así que con el temor de ser devorado vivo me propuse como voluntario y les comenté acerca de lo que vi y de cómo podríamos eliminar los mosquitos, el problema es que no tenemos agua y no sabemos dónde conseguirla así que esperaremos a que llueva un poco. Día 23 después de la mutación. Hemos hecho un equipo de siete personas para no llamar la atención, ahora estamos escondidos dentro de una casa llenando de nuevo las botellas de agua ya que la lluvia cesó y tenemos que seguir avanzando antes de que alguien se muera de hambre en las cuevas. Me preocupan los niños que no han comido nada desde que nos fuimos, no quiero que alguien vaya a morir. Mientras caminábamos al súper mercado, había empezado a llover nuevamente y le rogábamos al cielo para que no se nos apareciera un mosquito, mientras recorríamos las calles preocupados recordaba como iba corriendo por estos mismos lugares hacia a la escuela o al trabajo porque siempre iba tarde, siempre corriendo, siempre a prisa. Recordar mis viejos tiempos de universitario me hacen sonreír. Mis compañeros de viaje me miran desconcertados y me preguntan porque sonrío si estamos corriendo por nuestras vidas, eso me provoca una carcajada aún más grande. Que ironía. Día 24 después de la mutación. Hemos regresado del súper mercado, en el camino nos encontramos a un par de grupos de personas y decidimos llevarlos con nosotros. Ya en las cuevas repartimos la comida y el agua e hicimos varios grupos que irían por comida cada cierto tiempo y buscar a más sobrevivientes, con suerte encontraremos a amigo y familiares. La cueva es mucho más pequeña, pero al menos sabemos que hay más personas allá afuera y las podemos traer con nosotras y quizá hasta salvarles la vida. Lo que espero es que alguien venga a rescatarnos y nos lleve a un lugar más seguro, creo que es lo que todos esperamos. Por lo pronto tenemos que mantenernos vivos.


Tuhjá Blanca Azucena De la Rosa Arce Hasta ahora no sé qué es lo que pasa conmigo. Por qué luzco como si tuviera setenta y tener siete años. Tengo arrugas, casi no puedo masticar la comida, mi cabello no crece, mis manos y pies se hinchan y duelen. No puedo jugar con los demás niños porque me canso muy rápido. Hace unos días mi mamá me platicaba sobre nuestros dioses, le pregunté quienes eran y me dijo que son seres divinos que nos cuidan y proveen de sabiduría. Ahora sé que no viven en la Tierra como nosotros. No sé como son pero me imagino a personas gigantes, fuertes, con rostros extraños pero hermosos. Las imágenes que están por mi aldea o en los templos que visitamos no son como los imagino...También supe que existe la religión; son las personas que siguen a los dioses. Ellos tienen libros que explican cómo y de qué manera deben actuar basándose en “el bien” y “el mal”. Mis padres son seguidores de Tuhjá. Mi mamá me ha contado muchas veces que es el creador del universo y por lo mismo él nos creó. Mis papás siempre se enojan cuando dudo sobre Tuhjá. Es alguien extraño para mí. Supongo que tiene muchos pero muchos años ya que él nos creó y somos demasiados y no puede cuidarnos a todos de la misma manera. Si él me creó, ¿por qué si soy una niña dejó que pareciera una anciana? Me quedé pensando en él y vino a mi, no puedo determinar si era real o producto de las hiervas que me dan para mi dolor de huesos. No le vi la cara pero sentí que era el creador de todo. Estaba jugando y de repente escuché unos ruidos que hacían que me dolieran los oídos. Dejé mis juguetes en el piso y volteé a todas partes pero no vi a nadie en el pequeño espacio de adobe. El sonido no provenía de ningún lugar cercano o conocido. Después, comenzó a temblar como si miles de personas marcharan y de golpe vi como se abría la Tierra y surgía un árbol muy grande, de una especie rara que jamás había visto. me acerqué para ver lo que, en ese árbol había para mí.


Noté una especie de puerta que conducía a una habitación subterránea debajo de las grandes ramas colgantes y robustas donde miles de objetos brillantes adornaban las paredes y pisos hasta perderse el espacio de arriba y abajo: todo era de oro y joyas preciosas. Brillaban como pequeños soles, iluminando cada rincón de aquel paraíso subterráneo. Eso me transmitía paz... de repente escuché pisadas flotantes y vi como una figura enorme parecida a un hombre pero a la vez sin serlo se apoderaba de la habitación de oro cargando una bola de masa transparente que comenzó a moldear. Me escondí hipnotizada y agazapada, viendo como moldeaba aquella figura que poco a poco parecía más a una figura humana. Sus seis manos se movían suavemente al unísono para moldear la figura que creaba como si tocara el piano. En ningún momento le vi la cara al escultor, estaba enceguecida y oculta por la luz que irradiaba el lugar. Después algo invisible golpeó a la figura, se escuchó un estruendo, mientras la figura prehumana de muchos brazos le hablaba al oído un idioma que no reconocí. La escultura comenzó a moverse y al final se puso de pie. Había perdido de vista al escultor. Me levanté con una ligereza que no había sentido y mientras incorporaba, me percaté que él estaba parado frente a una ventana que hizo aparecer al instante, como de mandato divino para que él pudiera ver a su creación nacer. Estuve tan cerca que pude ver su piel de caracol, llena de baba de color morado, sus seis brazos estaban cubiertos de joyas preciosas y brillantes, desde la muñeca hasta el codo. Me vio extrañado pero complacido, Comenzamos a platicar en su idioma, no puedo recordar de qué. En cuanto me aseguré que era Tuhjá, decidí preguntarle el porqué de mi cuerpo viejo. En realidad, le hice muchas preguntas en el idioma del universo. Seguramente lo aturdí porque le solté una tras otra sin darle la oportunidad de contestar. Sólo se quedó viendo por la ventana sus creaciones que iban y venían… Todo se quedó en silencio sordo. El entendimiento entró en forma de un olor a paraíso y enseguida entendí su silencio. Así que ya no me siento mal ni enojada con él. Para ser sincera, no sé qué siento con respecto a Tuha y en este momento tengo el doble, quizá el triple, de dudas que tenía antes de saber quién y cómo era él. No sé qué creer, pero por lo menos sé que existe, y me da tranquilidad. Él quiere que vaya de nuevo a verle … Le preguntaré un par de cosas que sólo Tuhjá me puede responder...espero que hoy sí pueda hacerlo. En realidad, le quiero preguntar por qué las personas de la aldea me ven diferente. Ya no siento sus miradas clavarse en mí como


espadas, llenas de odio y repulsión. Ahora son dulces y comprensivas. Además, cada vez que me ven llevan las manos en forma de oración y levantan su mirada al cielo. Tuha hizo el milagro de cambiar mi aspecto: me hizo diosa. Quiero entender por qué y por eso iré con él. Ahora ya no soy la pobre niña anciana que tenía los días contados. Soy Anjali, la diosa del tiempo y la vida… puedes encontrarme cuando mires por la ventana.


Vuelva a marcar más tarde Carlos Ocegueda Sonó el teléfono a las diez de la mañana. Nunca me ha gustado contestar, prefiero dejar que suene, suene y suene hasta que la persona del otro lado crea que no hay nadie. - Diga – descolgué al fin, con los ojos entreabiertos, el cabello despeinado y los pies descalzos. - ¿Se encuentra Rita Cabrera? - No ¿Quién la busca? – casi siempre suele ser mi madre quien me cuenta cuánto quiere a su esposo o mi padre quien me cuenta cuánto quiere ser viudo. - ¿Con quién hablo? - Roberto, su esposo. ¿Quiere dejar algún mensaje? - ¿Roberto? – preguntó sorprendida la voz al otro lado de la línea. - Sí, ¿quién es? - Nos comunicamos de la SEMEFO, acabamos de recibir un cuerpo con el nombre de Roberto Meléndez. - Creo que se equivocó. Al parecer había muerto. Cuántas veces me quedé acostado en la sala, con el ventilador encendido y las luces apagadas a pensar sobre la muerte, mi muerte. A veces ahorcado, otras quemado y algunas fusilado. No quiero morir aún, pensé. Sentí una extraña presión en el pecho. - ¿Sigue ahí? – preguntaron, donde se alcanzaba a escuchar una suave interferencia que comencé a confundir con el oleaje del mar. - Claro, claro, aquí estoy, dígame. - Necesitamos que alguien venga a identificar el cuerpo. - ¿Pero cómo morí? - Las causas son diversas. - ¿Diversas? - Como escuchó, tiene fracturas en la infancia, hemorragias en la juventud, derrames en la vejes y opresiones en el pecho gracias al fracaso. Definitivamente era yo. Ahora sólo quedaba recordar cuándo pude haber muerto. No suelo salir mucho, ni quedarme dormido después de las tres que es cuando sale a jugar la muerte. Tal vez el aburrimiento y la falta de sexo sean la causa de defunción en gente de mi edad. - ¿Y a qué hora morí? - Deje reviso el expediente, el forense asegura que entre la una y dos de la mañana – el oleaje se escuchaba con más fuerza.


- Entiendo, entiendo. Mire, por ahora no puedo ir a recoger el cuerpo, acabo de despertar, tengo hambre, ganas de orinar y mi esposa llega en unas horas, si gusta puede volver a marcar más tarde. La interferencia se intensificaba, la marea subía y algunas gaviotas se alejaban de la costa. Esto de morir ha de tener sus ventajas. Ya no tendría que preocuparme por comer, ducharme, escuchar a los testigos de Jehová o a mi esposa quejarse; - Roberto, ¿qué? ¿me quieres? Depende Rita. - ¿De qué? Del día. Hoy es lunes. - Entonces no. - ¿Y los martes? Menos. - Me comunico más tarde. - Esperé, deme más características del cuerpo, así no hacemos que Rita dé una vuelta en vano y le llore a un muerto que ni es el suyo. - Cómo no se me ocurrió antes. Cabello lacio con toques plateados, manos de pintor frustrado, cara de modelo mal pagado y un lunar en el cachete derecho donde cabe el mundo. - ¿Lunar, dijo? - Así es. - Oiga, pero si ese no soy yo, en mi lunar cabe a lo mucho una ciudad o dos, de preferencia con pocos habitantes. - ¿De verdad? disculpe las molestias, en nombre de la compañía, el jefe, el subjefe, la secretaria, el conserje, la amante del gerente y los muertos sentimos este mal entendido – se cortó la línea junto al oleaje del mar y el graznido de las gaviotas. Es por eso que evito contestar los teléfonos, las cartas, los correos y las señales de humo, nunca falta el número equivocado.


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