Fue ella

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Fue ella. Total de páginas: 8 “Muchas cosas oí en el infierno.” POE, El corazón delator

«Nunca pensé que terminaría así. No me creerá. Pero voy a morir, así que no importa… Se lo contaré todo. La conocí hace años, en una fiesta. Aquel hombre se ofreció a presentármela. ¿Y si mi hermano se entera?, le dije. Él se rio y respondió: te aseguro que tu hermano la conoce. Yo tenía miedo, pero también curiosidad: mis amigos me habían hablado tanto de ella… así que al final acepté. Esa noche, la primera que pasamos juntos, fue inolvidable. Usted no puede entenderlo… tampoco yo lo entiendo. Cómo me hizo sentir. La fuerza que me dio. Yo vivía arrastrándome como un gusano hasta entonces, pero ella me volvió de hierro, me llenó de energía… Los días siguientes fueron duros. Me costaba olvidarla, no podía dejar de pensar en ella. Hasta que unos fines de semana después me la encontré de nuevo. Volver a estar juntos fue igual, o mejor que en la primera ocasión. Y aunque yo lo sabía, sabía que ella volvía locos a todos, aunque juré que no lo haría conmigo… no pasó una semana antes de que volviéramos a encontrarnos. ¿Va comprendiendo? La quería. La quería, no sabe cómo. Empezamos a vernos mucho. Quedábamos en los bares, en portales, en baños, en todas partes. Yo la adoraba, y ella a mí… o eso creía yo. Pero también era muy exigente, ¿sabe? Caprichosa. Mi amor no le bastaba, quería más. ¡Sí, lo confieso, robé! Robé por ella, a

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Fue ella. Total de páginas: 8 mi familia, a mis amigos, para mantenerla a mi lado. Pero no era suficiente… y un día se fue. Usted no lo puede entender. ¡El dolor! No como cuando murió mi madre. Mayor, descomunal. No podía soportarlo. No podía dormir, ni comer, no podía vivir. Iba a aquel hombre y le preguntaba, ¿dónde está? Pero él sonreía y negaba con la cabeza. Yo lloraba, me arrastraba ante él, le suplicaba: dime dónde está. Pero él sonreía, sonreía… y entonces… ¡Que Dios me perdone! Yo no quería hacerlo, se lo juro. Ella me obligó. La vi ante mí, como lo veo a usted, ¿sabe? Y me susurró… me susurró: eres mío. Y supe que era cierto. Ella no era mía, no, ¡yo era suyo! Y mi amor y mi dinero ya no le bastaban: lo quería todo, todo, hasta mi vida… Y vendrá a por ella. Da igual lo que hagan: allí donde me encierren, me encontrará. ¿No lo entiende? Ella vendrá a por mí… ya viene… Dios mío, ella está aquí… »

—Lo que sigue es todo así. El juez no pudo sacarle ni una palabra coherente más. El abogado dejó los folios sobre el escritorio y clavó sus ojos en el joven que había al otro lado. —¿Sabía usted… —pronunció cada palabra con una rara dulzura— sabía que su hermano era toxicómano? El joven lo había escuchado con aire ausente, encorvado como un buitre, pero ahora se sobresaltó. — ¿Qué? —articuló con voz ronca. —Toxicómano. Drogadicto —aclaró el abogado—. Y lleva años consumiendo. El chico abrió la boca sin llegar emitir ningún sonido, pero su cabeza se tambaleó en un atisbo de negación.

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Fue ella. Total de páginas: 8 —Sí, lleva años consumiendo —repitió el abogado—. Y los médicos dicen que ese es el origen de su trastorno. Porque está totalmente trastornado: sufre una esquizofrenia paranoide. ¿Sabe usted qué es eso? El joven no respondió. El abogado siguió hablando, su voz puro terciopelo, su rostro pálido en la oscuridad: —Ya lo ha oído: ella. Esa mujer que parece ser el origen de todos sus males. Ella es la culpable de todo: por ella robó y, según él, ella le hizo apuñalar a aquel hombre. Ella, siempre ella. ¿Y sabe lo que dicen los médicos? —el hombre hablaba con inmisericorde suavidad— Por supuesto, que ella no existe. Pero además creen que han sido las… carencias afectivas, digámoslo así, que su hermano sufrió durante la infancia, la raíz de su paranoia. De algún modo ha personificado lo que no tuvo en la droga. La cree una mujer a la que ve, toca, ama… y teme, porque, como todos los paranoides, piensa que puede atentar contra su vida. Claro que eso es sólo una teoría. ¿Qué piensa usted? El joven enterró la cara entre las manos como aplastado por un peso insoportable. Pero la voz del abogado seguía sonando, tierna y terrible… —Aunque no es tan raro el caso. Le sorprendería saber cuántos siguen los pasos de su hermano… »Puede que para él, como para otros, lo primero fueran los porros. Tendría catorce o quince años. Le dijeron que no eran tan malos, así que, ¿por qué no probar? Más tarde iría un paso más lejos. Tal vez alguna pastilla para aguantar toda la noche. O su primera raya de cocaína, en un momento difícil… desde luego, no pensaba a ir más allá. Él controlaba. Pero los amigos, la fiesta, empujan casi siempre. O la pareja. Incluso el ambiente familiar. Incluso los hermanos… De la garganta del joven salió un gemido extraño y desagradable que hizo estremecerse su cuerpo entero.

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Fue ella. Total de páginas: 8 —¿Qué quiere de mí? —musitó. —Su hermano ha apuñalado a un hombre —respondió el abogado—. A un camello, sí, pero, al fin, un hombre. Y ahora es un delincuente. Lo que le suceda en el futuro depende de mí… y de usted. ¿Comprende? Por toda réplica, el joven volvió a emitir aquel gemido, más fuerte y molesto aún. Luego sollozó: —Necesito salir un momento… tengo que ir al baño. La cara del abogado se estiró en una sonrisa. —Vaya. Nadie se lo impide. El muchacho se levantó con el rostro desfigurado y salió a toda prisa del despacho. Sus pasos alejándose, el chirriar de una puerta y el fugaz goteo de un grifo precedieron al silencio. Luego no se oyó más que el latido de un reloj de paradero indeterminado. Lejano. Irreal… El abogado se recostó en su asiento, y al poco el reloj empezó a dar medianoche. El joven no volvía. Las campanadas retumbaron una a una, irrevocables, y al apagarse la última el hombre se encendió un cigarro. Prosiguió el silencio, la noche, el remoto latido… Unos minutos más tarde el chico reapareció. El abogado se incorporó, dispuesto a apagar su cigarro en el cenicero, pero él lo detuvo con un gesto. —No me molesta. —dijo bruscamente. El hombre se detuvo en seco. El joven acababa de hablar con una inesperada suficiencia, casi con soberbia. De pronto su miedo parecía haber desaparecido: ahora emanaba seguridad y dominio de sí, y sus ojos tenían un brillo extraño. Lentamente, el abogado devolvió el cigarro a sus labios. —¿Se encuentra mejor? —preguntó.

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Fue ella. Total de páginas: 8 El joven se sentó y sostuvo su mirada con vehemencia. —Sí. El abogado dio una larga calada al cigarro desde su sombrío rincón. —Entonces, ¿qué puede decirme de su hermano? El joven se encogió de hombros. Fue un gesto crispado, casi una convulsión, como si tratara de espantar algún pensamiento de innombrable oscuridad. —¿Qué quiere que le diga? ¿Que está mal de la cabeza? Ya lo sabe. ¿Que consumía? Lo sabe también… —¿Y usted? —insistió el abogado— ¿Lo sabía? —¡Ya le he dicho que no! ¿Cómo iba a saberlo? —el muchacho pareció arrepentirse de haber levantado la voz y continuó hablando con más calma—. Es decir, yo no me preocupo de eso. Mi hermano sólo tiene un par de años menos que yo, es mayor para saber lo que hace. Es verdad que salía mucho, y a veces no volvía en unos días. Pero a dónde iba, qué hacía… eso no era asunto mío. »Aunque una cosa sí puedo decirle. En eso de, ¿cómo ha dicho? ¿Carencias? Creo que lleva razón. No me extrañaría que todo venga de ahí. Él siempre fue poca cosa, y más después de que muriera nuestra madre… La voz del joven era dura, sus ojos desasosegantes. El abogado escuchaba exhalando ocasionales hebras de humo azul. —Creo que ya lo sabe, ¿no? —prosiguió el chico con sorna—. Mi madre apenas pisaba casa, y cuando la pisaba no se podía hablar con ella. Bebía. Bebía mucho. Empezó después de divorciarse, y eso fue lo que la mató. Él lo pasó mal… ¡y yo también! —una oscura rabia ensombreció de pronto su rostro — ¿Sabe por lo que he tenido que pasar? No lo creo. Fui yo quien lo saco todo adelante, no él. Mientras él

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Fue ella. Total de páginas: 8 lloriqueaba, yo luchaba. No teníamos a nadie… ¡no teníamos dinero! Y ahora resulta que el poco que teníamos se lo gastaba a escondidas, el muy hijo de… El joven tuvo que interrumpirse: de pronto un hilillo de sangre había brotado de su nariz, deslizándose hasta su boca. El abogado no dijo nada mientras se la limpiaba. Luego el chico preguntó, desafiante, mientras hacía amago de ponerse en pie: —¿Quiere saber algo más? El abogado entrecerró los ojos y, para sorpresa del joven, balanceó levemente la cabeza. —¿No? ¿Nada? —se extrañó el muchacho— ¿De verdad? El abogado seguía negando con la cabeza mientras de sus labios brotaban telarañas de humo. El chico se levantó y retrocedió hacia la puerta, pero allí se detuvo. En el silencio sonó el reloj… y luego el chico se volvió bruscamente y corrió fuera del despacho como si algo lo persiguiera. Y la cabeza del abogado seguía oscilando al compás del lejano latido…

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Aquel hombre… no podía soportarle. No entiendo por qué, ¡era tan amable! Pero me repelía, aún más, lo odiaba… tal vez era por su mirada. Sí, eran sus ojos, sus ojos. Demasiado grandes y llenos de venas rojas, y no se apartaban de mí ni un momento… me pusieron muy nervioso: me parecía que veían lo que estaba pensando, que hurgaban dentro de mi mente… así que me alivió mucho poder salir de su despacho. Todavía los vi otra vez cuando, tras montarme en el coche, pasé frente a su ventana. Allí estaban: rojos, acusadores, suspendidos en medio del humo. Aceleré y por suerte

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Fue ella. Total de páginas: 8 pronto dejé de notarlos en mi nuca. Había conducido un rato en silencio cuando me decidí a hablarle. —Se lo tragó —entonces no pude evitar que una risa eufórica se escapara de mi garganta—. ¡Ja, ja! No me sorprendió no oír ninguna respuesta desde el asiento trasero porque ella era muy callada. Hacía algo de calor y decidí bajar las ventanillas. Me sentía muy alegre. —Y todo gracias a ti —añadí—. La verdad es que ese capullo me tenía acorralado. Suerte que me estabas esperando en el baño para explicarme lo que tenía que decir… ¡se lo ha creído todo! Tampoco entonces me contestó. A pesar de las ventanillas abiertas, el aire de la noche no lograba refrescarme del todo. Hasta empecé a sudar. Era ella la que me excitaba así… siempre lo hacía, ¿sabe? —Y lo de mi hermano… —seguí— ¿a mí qué me importa? ¡Que se pudra en la cárcel! Sin darme cuenta había gritado. La verdad es que me sentía algo agitado, con aquel calor, y el sudor deslizándose por mi cuello, pero ella seguía sin decir nada. —Me han dicho que rajó a un tipo. ¡Pues me alegro de que esté entre rejas! Seguro que cualquier día me habría rajado también a mí. ¡Que se pudra…! Fue entonces cuando ocurrió algo desconcertante: un coche pasó junto a mí en dirección contraria, su bocina resonando estridente. Creí que se trataría de algún desgraciado, borracho o loco… pero para mi sorpresa, sólo fue el primero: después comenzaron a aparecer muchos más. Se lo juro: se abalanzaban sobre mí a toda velocidad, cegándome, y eran cientos, miles. Pronto entendí lo que estaba sucediendo. —¡Cabrones! —grité— ¡Estos también quieren matarme!

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Fue ella. Total de páginas: 8 Uno de ellos pasó tan cerca que pude ver la cara del conductor: un rostro horrible, diabólico. Lo insulté a gritos con palabras que ya no recuerdo ni comprendo. Después, sin volverme, le dije: —No te preocupes. No nos harán nada, no mientras estés conmigo. El calor era insufrible, el corazón me latía sin control. Me costaba respirar. La nariz me volvía a sangrar… pero todo me daba igual. Sólo había una cosa importante: ella. —Porque tú no me vas a dejar, ¿verdad? —jadeé— No como a mi hermano. No como hizo mamá. Tú me quieres tanto como yo a ti, ¿verdad, amor? ¿Verdad…? Ella seguía sin hablar y su silencio me resultaba ya insoportable, así que miré el espejo retrovisor para por lo menos ver su cara… Y no comprendí lo que vi. Ahí, en el espejo, había unos ojos… pero no eran los de ella. Eran unos ojos enormes, rojos de sangre, clavados en mí como cuchillos… Dios mío, ¡eran los malditos ojos del abogado…! No puedo explicarle el pánico que sentí. Un grito interminable salió de mi garganta mientras soltaba el volante para romper a puñetazos el espejo y la imagen de aquellos ojos… Y entonces llegó la sacudida, el golpe y el dolor. El coche se había detenido. No entendía qué estaba pasando. A duras penas salí fuera y me envolvieron la luz y el ruido… ¡y en ese momento vi el otro coche destrozado, y las sirenas me atronaron, y me tiré al suelo y grité para acallar aquel ruido infernal…! ¡Que Dios me perdone! Nunca pensé que todo terminaría así. Fue ella: quiere acabar conmigo, igual que hizo con mi hermano, que hará con todos. ¿No me cree, señor juez? Da igual, mi fin ha llegado. Porque ella vendrá a por mí, lo sé. Ella ya viene… está muy cerca… ¡ella está aquí!

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