Título: “Memorias de una niña cejijunta. Veintiún sueños.” Llanos López Jiménez Accésit XXXI Concurso Literario para Jóvenes 2012 Modalidad Cuento, Categoría General
Memorias de una niña cejijunta Hace algo más de 20 años, mis padres se despertaban cada noche con un grito mío helador, que hacía que mi padre se tuviera que dormir en mi cama para que yo pudiera quedarme con mi madre. Hoy en día, muy de vez en cuando, suelto un tímido chillido que no despierta a nadie. Es un poco decepcionante, a veces espero que alguien venga a consolarme con un vaso de agua y un beso. Normalmente un montón de sombras siniestras giraban a mí alrededor. Un par de veces Mafalda intentó matarme. Al final tuvieron que tirar ese póster a la basura. También recuerdo mucho esa vez en que estaba en la entrada de la casa de mi abuela Llanos y entraron mi abuela Rosario y mi tía. Tenían ojos de perdiz y unas manos diminutas de cartón. Es lo más terrorífico que he visto nunca. Hasta los siete años, mataron a mi madre muchas veces. Desde entonces solo me matan a mí. Como mucho, los demás tienen la oportunidad de morir conmigo en un accidente de tráfico provocado por una salida de la vía en una carretera que discurre por un precipicio. Supongo que soy una persona muy egoísta. Como la situación era crítica, sobretodo para mis padres que no ganaban para sustos, tuve que buscar una solución. Empecé a poner mentalmente Canal Plus antes de quedarme dormida. En aquella época no teníamos Canal Plus, y tampoco atendía esto a una necesidad hacia el porno en diferido. Simplemente mis primos lo tenían y podían ver muchas películas y animados dibujos, así que poner Canal Plus suponía poner el canal de los sueños bonitos. La 2 era el canal de las pesadillas, porque me daba mucho miedo la música de Documentos TV Sinceramente, no creo que funcionase realmente, era pura homeopatía mental. Después logré poder controlar ligeramente mis pesadillas. La solución estaba en llamar tres veces a Beetlejuice, el protagonista de la película de Tim Burton ya que al ser una niña callada y huidiza me sentía muy identificada con Lydia, pero sin ser gótica. Os puedo asegurar que funcionaba. Hoy tengo 25 años y no puedo contar con héroes del subsuelo que me protejan de mis propios sueños.
Ni un poco de Audrey
Estoy de vacaciones en Roma. Como suele ocurrirme, voy con un grupo de gente que me ignora. Me siento tan sola y marginada que me meto en un hotel y me pongo a ver una película en VHS en una tele pequeñita. Al principio pensaba que era una película de Fellini, pero resulta ser una mezcla entre Jaimito Borromeo y algo pornográfico. El problema está en que me he puesto a ver la película en medio del restaurante del hotel, y todo el mundo me está mirando, por lo que salgo corriendo avergonzada. Llego a la plaza de San Pedro, e intento ponerme en contacto telefónico con el resto del grupo, pero como era de esperar, nadie responde a mis llamadas. Menos mal que mi padre había venido hasta Roma en coche, por si me pasaba algo. Me rescata de la multitud de turistas y subimos al coche, rumbo al foro romano. Por el camino me fijo que en el Mcdonalds la gente solo pide latas de atún y tranchetes y en el KFC únicamente tienen nuggets de pollo del tamaño de mi cabeza.
Bebé verrugoso Tener un bebé feo es como si un pájaro te caga en la coronilla, todo el mundo lo puede ver menos tú. Algo así le ha pasado a un conocido, cuyo hermanito estamos cuidando en mi casa. El chaval lo adora, pero la criatura tiene dos meses y el rostro de Gabriel García Márquez. El pobrecillo es tan feo que lo hemos metido en la olla del cocido y parece un tropezón.
El síndrome del hombre pequeñito He vuelto a tener un accidente de avión. Era obvio que el Aeropuerto de Albacete no tenía capacidad para fletar un Jumbo. Nos hemos estrellado contra un edificio del campus y hay llamas por todas partes. Yo estoy bien, pero mi padre está moribundo, y ha encogido hasta medir unos 15 cm. Es tan pequeño que los desfibriladores que trae la ambulancia lo aplastan como un sándwich. Sin embargo, logra sobrevivir.
Bukowsky lo supo antes que tú En algún lugar de Hollywood han resucitado, literalmente, a Liz Taylor para hacer con ella un show televisivo. Como era obvio, su cuerpo está medio descompuesto
y no han podido hacer nada para remediarlo, por lo que le han puesto una máscara de látex con su propia cara. Es horrible.
Uno menos Tengo un hijo precioso de tres años. Un niño ochentero, previo a la era del chándal de táctel, con pelo castaño con flequillo, camiseta ajustada de rayas y voz de pito. Lo recojo de la guardería y lo llevo a Gómez a comprar chucherías. Cuando salimos de la tienda, un señor rechoncho, con bigote y pipa nos empieza a perseguir amenazándome con que se va quedar con tu hijo y me va matar. Corro a toda velocidad con mi niño en brazos y me meto en mi portal. El hombre, pese a pesar unos 100kg, está ágil y logra colarse dentro. En este momento aparecen cuatro chicos y una chica. Me fijo en que la chica lleva una camiseta de tirantes minúscula sin nada debajo, lo que me ofrece la oportunidad de recurrir a una magnífica maniobra de distracción: le bajo la camiseta, brotando unos pechos redondísimos y artificiales. La imagen es tan perturbadora que hasta yo misma me quedo absorta mirando, aprovechando el señor rechoncho para llevarse a mi hijo.
Ese no se qué Una amiga me cuenta que tengo que conocer a su chico. Dice de él que tiene un "algo”, un "no se qué" que no le gusta. Me lo encuentro por la calle y decido subir con él unas abigarradas escaleras de madera sujetas por un andamio. El tipo no ha parado en todo el rato de emitir el más perturbador y desagradable de los sonidos. Parecía una tortuga apareándose.
La autoestopista flemática Mi amiga Miriam está convencida de que para llegar a mi destino, Teruel, lo mejor que puedo hacer es subirme en el camión de algún desconocido. Le hago caso y me subo en uno que lleva un tráiler enorme, en cuyo interior se encuentran todos los personajes televisivos que nunca alcanzaron la fama. Todo lo empalagoso Madrid luce un aspecto más rancio y castizo que nunca, da la sensación de que los personajes de La colmena fueran a aparecer por cualquier esquina. Paso por el Corte Inglés, donde han decorado los escaparates con figuras de cera inspiradas en las
ilustraciones de Ferrándiz, pero el calor de los focos ha derretido sus caras, dándoles un aspecto espantoso. Corro a la Gran Vía, donde me encuentro con Manuel Caballero Bonald y empiezo a perseguirle, es el tipo de cosas que hacemos la gente de provincias cuando vamos a la capital y nos dejamos llevar por el anonimato. El pobre está bastante mosqueado y no para de decirme que le deje en paz con esa voz suya tan desagradable y característica. Le sigo hasta una casa, y entramos a una sala donde se encuentra con otros poetas. En el centro hay dos chicas metidas dentro de una bañera. Al parecer les gusta mirarlas mientras se bañan, sin que haya nada sexual más allá de la mera contemplación.
Con la vista siempre en los pequeños detalles Mi novio y yo nos vamos en avión a Zamora para ver unos cuantos monumentos románicos, porque al parecer no vi los suficientes cuando era pequeña. Una vez dentro del avión el piloto intenta despegar "a ojo", calculando los metros de pista como le da la gana y pulsando botones al azar. Es bastante previsible el hecho de que nos vayamos a estrellar, sobretodo porque me ocurre casi siempre que cojo un avión. Sobrevivimos porque nos agarramos fuertemente al asiento, es algo que debéis probar siempre que os ocurra. Después, nos vamos a un hostal con otra chica que se ha quedado también sin vuelo. Decidimos coger una habitación para tres ya que resulta más económico. Mientras mi novio está ocupado desempaquetando la maleta, me doy cuenta de que la chica se ha abierto su bragueta, sacando un pene pequeño y fino como el de un niño y ha comenzado a tocarlo. Prefiero fingir que no he visto nada.
Desde las barbas de Devendra Banhart Me ha pasado una cosa rarísima, como si estuviera en Woodstock y hubiese tomado drogas de diseño. Me he convertido en un trozo de tierra, de varias hectáreas de extensión, delimitado por una línea blanca que representa una silueta humana, como cuando tras un asesinato, la policía rodea con una tiza el cadáver. Podía sentir los árboles, las casas, el movimiento de las placas tectónicas e incluso el frescor de las piscinas. Torpeza infinita
Al igual que me ocurre con los aviones, siempre tengo problemas con los trenes. Normalmente acabo perdida en Villena o en pueblos de la provincia de Toledo, pero el otro día el problema fue demasiado lejos. Al pasar la maleta por el escáner, me puse nerviosa, no solté el asa a tiempo y acabé dentro del aparato, atrapada en una dimensión alternativa de plástico negro y escobillas cilíndricas giratorias.
Desde la cama más incómoda de Chueca Hemos decidido arreglar la casa que tiene la familia de mi padre en los Pinares del Júcar ya que se encuentra en un estado de abandono bastante triste. Mi prima Ani sujeta una manguera para limpiar a base de chorrazos el cobertizo donde guardamos las bicis, hoy hogar de bichitos y ratones. Me deja la manguera, pero como soy tan torpe, el agua atraviesa una de las ventanas de la casa. Todos se enfadan bastante, y me recriminan que siempre soy un desastre y que si mis abuelos paternos siguieran vivos, me echarían una buena bronca. Éstos parecen captar el mensaje desde el Más Allá, porque surgen en una nebulosa que aparece en el antiguo huerto, acompañados por un cachorro de lobo. Van directos a por mí.
Lo que el climaterio esconde Tú no lo sabes, pero esa mujer que definirías como amargada, como tu profesora de matemáticas, o la que te atendió en Hacienda el otro día, o aquella que te hizo un tacto rectal en el Hospital General, es algo más que una mueca de resentimiento. Aunque está casada, tiene alquilada todo el año una habitación en un hotel de lujo para ella sola, para darse un baño y fumarse su cigarro. Y nunca comparte su caja de sombras de ojos con sus amigas.
Grecia de noche Mi madre y yo estamos en Grecia. Doy por hecho que es Grecia porque todas las casas son blancas, el relieve es escarpado y las mujeres mayores no son ancianitas entrañables sino viejas gruñonas que dicen "joroña que joroña". Mi madre se comporta de una manera muy extraña, está totalmente paranoica hasta el punto de que no me deja cerrar la puerta del baño cuando estoy dentro por si ocurriese un accidente nuclear en el
retrete. Como está tan intratable, decido investigar sobre el asunto y descubro que su mente está siendo controlada por una realidad virtual cuyo servido se encuentra en algún lugar de la ciudad, así que marcho en su búsqueda para destruirlo. Sin embargo es imposible encontrarlo, solo hay tiendas de bisutería étnica y restaurantes donde sirven yogurt griego con chococrispis.
Mi enésima muerte ridícula Me he encontrado con unos policías-zombies en la Avenida de España, a la altura de la tintorería, y han comenzado a perseguirme. He intentado defenderme con una de esas figurillas africanas de madera que vendían en los hippies de la Feria antes de que la gente empezase a decorar sus casas con budas plateados y retratos de Marilyn Monroe. Los policías zombies han subido hasta mi casa y he podido ver como uno de ellos me mataba en el pasillo golpeándome en la cabeza con una viga de hierro enorme.
Mi primer día Hoy es mi primer día como profesora, voy a dar clases de Historia en el Instituto Bachiller Sabuco. Aparentemente todo iba bien y hace dos minutos estaba en San Francisco preocupada porque los gatos egipcios de mi compañera de piso se habían colado en un cubo lleno de tripas de pescado,
nada comparable con la idea de
enfrentarse a treinta adolescentes hormonados y sobregratificados por sus padres. No solo es mi primer día sino que además voy a llegar tarde, ni siquiera he visto nunca el libro que tengo que usar y además de un miedo escénico paralizante, no tengo la más menor idea de dar clase. Llego al edificio, todo está oscuro y no se donde está la sala de profesores. Dos alumnos me conducen hasta ahí, donde se vive un ambiente distendido entre mesas camilla y cafés de máquina. Consigo mi libro y corro hasta la clase, angustiándome por el camino con la certeza de que una de las profesoras es la ex pareja de mi novio, pero solo consigo verla de espaldas. Al llegar al aula me encuentro con un grupo de púberes peligrosos, que parecen sacados de alguna película de Fernando León de Aranoa. Pero no puedo dar clase aún. Empiezo a requisar aparatos electrónicos y acabo con varios mp3, iPods, móviles, la radio de la cocina de mi casa y un miniconsolador.
De los puentes de Madison a las nieves del Kilimanjaro Es una de esas tardes de domingo de sofá y manta. Están echando una película protagonizada por Meryl Streep. En una escena, ella subía hasta lo alto de la cima de una montaña apoyándose únicamente en un pequeño poyete formado por las rocas. Allí arriba se reencontraba con su amante y bajaban en trineo a toda velocidad.
La chica del tiempo He encontrado trabajo en la sección de meteorología del telediario. Siempre pensé que el trabajo previo se realizaría entre mesas y ordenadores, pero no es así. Todos los que nos dedicamos a esto nos colocamos alrededor de un canal de agua, como los de las atracciones acuáticas de la Feria, por donde discurren los datos. Mi labor consiste en anotar unas coordenadas que fluyen a través del agua y anotarlas en una libreta. Parece fácil, pero no lo es ya que no consigo encontrar su ubicación correspondiente en la libreta, y además tengo que sumar todas las cifras. El ambiente en la redacción es bastante distendido. El jefe trata de ligar con dos de las secretarias y de vez en cuando me abre el pantalón para ver como es mi ropa interior, hecho que procuro ignorar ya que anotar coordenadas exige toda mi concentración. Le pregunto a una de las secretarias que a quien se suele culpar en caso de que se produzca un error en la predicción del tiempo. Me dice que obviamente a mí. Cómo no.
Diplomática de corazón Estoy en un barco en el Mar Báltico pero no podemos avanzar. España se encuentra inmersa en un conflicto diplomático sin precedentes con Noruega, a causa de la pesca del salmón o por la crema Nivea. Confiaría en una pronta resolución si no fuese porque Anne Igartiburu es la mediadora. He estado hablando con ella y la verdad es que no pierde la compostura, pero tampoco aporta muchas soluciones.
Obrigadinha
Nos ha llegado la hora de emigrar. Y como tengo mucha facilidad en la toma de decisiones, he elegido un destino donde apenas ha llegado la crisis: Portugal. Seguramente mis otras opciones serían alguna antigua república soviética o Grecia. En Lisboa todo es muy bonito y decadente, pero todos son problemas. No encontramos trabajo, no tenemos piso, y nos cuesta entender al idioma. Como no sabemos que hacer, paseamos por las calles del casco antiguo y visitamos a una poetisa albaceteña que vive allí. Tiene una casa preciosa, pero una piedra del tamaño de un meteorito cae sobre el edificio y no nos queda más remedio que salir fuera de nuevo. Ella acaba sepultada bajo los escombros pero parece no preocuparnos mucho, somos unos invitados nefastos. Al final logramos ponernos de acuerdo con un señor y nos cede un apartamento. Desgraciadamente el piso está lleno de ratas voladoras. Lo barato sale caro.
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