Veinticuatro horas

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Veinticuatro horas —¿Hola? —Movió a un lado la pesada cortina púrpura, abriéndose a sus ojos una estancia que destilaba extravagancia por todas sus esquinas. Parecía sacada de alguna clase de película fantástica u oscura. Las paredes eran de tela púrpura decoradas de estrellas blancas, calaveras de animales extraños apoyadas sobre una miríada de baúles, con la mesa redonda en el centro, sobre la que descansaba una bola de cristal en cuyo interior se arremolinaba la bruma. La luz era tenue, aportada solo por unas pocas velas aromáticas que llenaban el aire de una fragancia pesada y dulzona. Demasiado dulzona. —Hola ¿Alguien por aquí? —Preguntó otra vez. Le respondió solo el suave ruido del viento rozando los cortinajes de la carpa ¿Habría salido? Pero no, según los que le habían hablado de aquel lugar, aquello sería imposible. Él siempre estaba en aquel lugar, después de todo ¿Tal vez al baño? Torció el gesto y lanzó un vistazo en derredor, deteniéndose en cualquier detalle curioso. Reparó de nuevo en la bola de cristal. Sobre la superficie pulida se reflejaba su rostro. Anguloso, cabello castaño y piel pálida. Ojos verdes y despiertos, y unas suaves ojeras perfilándolos. Había dormido poco. De hecho, dormía poco desde hacía mucho tiempo ¿Días, semanas, o tal vez meses? Algo llamó su atención. Sobre uno de los baúles reposaba un objeto curioso. Era un cuerno blanquecino como el hueso, que trazaba suaves espirales desde la base hasta la punta, muy afilada. Parecía real, y en perfectas condiciones. Sin reparar en pedir permiso a nadie, lo tomó en sus manos y examinó sus peculiares formas, preguntándose de dónde habría salido aquello. Viendo el resto del mobiliario… No… ¿Un cuerno de unicornio? —No, no lo es— Dijo entonces una voz a sus espaldas. Se sobresaltó, se dio la vuelta y lo dejó en su sitio— Es un cuerno de narval. Hace mucho tiempo, los mercaderes ladinos lo hacían pasar por un cuerno de unicornio, y se hacían de oro vendiéndolos ¿Sabes? —El propietario de la voz era un hombre entrado en años, con el cabello gris y corto, y apenas una sombra por VEINTICUATRO HORAS

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barba. Le dedicó una sonrisa— Disculpa la tardanza, fui al baño ¿Puedo saber qué haces aquí, jovencita? —Le sonrió. Ella no supo cómo contestar ¿Qué hacía ahí, después de todo? Jugueteó con sus manos, un poco nerviosa, enredando unos dedos con otros. Se mordió una uña y miró a un lado. Se tocó el cabello. Ahora no le salían las palabras. Venga, un último esfuerzo, casi habían llegado a su boca— Eh… Me hablaron de usted —Dijo simplemente ¿Por qué le daba tanta vergüenza aquello? —De mí ¿Eh? Me pregunto quién fue. Pero bueno, si estás aquí, es porque algo querrás ¿Me equivoco? —Con ademán tranquilo, se colocó al otro lado de la mesa, ofreciéndole que se sentase frente a él, en un pequeño taburete, con un gesto de mano— Adelante —Volvió a sonreír. Su sonrisa era amplia, cálida y natural. Ella asintió y obedeció. El taburete, al igual que la mesa, era tan pequeño que tenía que cruzar las piernas para poder estar cómoda. No podía dejar los brazos quietos. Primero, agarró su asiento con las manos. Luego las apoyó sobre el suave paño de tela púrpura que cubría la mesa. Al final, optó por cruzarlos. Lanzó una mirada incómoda. La bruma de la bola de cristal se la devolvió ¿Por qué solo se reflejaban sus ojos? —Adelante— Volvió a insistir aquel hombre. Antes le habría echado unos cincuenta años. Ahora no estaba segura de qué edad debía rondar. Su rostro tenía una pincelada atemporal e inescrutable. Debajo de la máscara de sus ojos se escondía algo más, algo que no estaba hecho para ser explicado con palabras, solo intuido al perderse en su profundidad ¿Serían ciertos los rumores? —Me dijeron que acudiese —Repitió. Le temblaba la voz— Para hablar con usted. Para que me ayude. Me dijeron que sabe esas cosas, ya me entiende. Que es mago —No un mago, sino El Mago. De hecho, así le llamaba todo el mundo. Se decían muchas cosas sobre él. Que su magia

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era un truco, o que era verdadera. Que llevaba ahí más de un siglo, en aquella tienda, o que llegó hacía dos años. Que decía idioteces, y que las cosas que contaba cambiaban la forma de ver el mundo. Todos habían oído hablar de él, pero casi nadie se atrevía a visitarle, a no ser que estuviese muy desesperado, ávido de conocer algo. Como ella. —Mago, ya. Eso he oído contar. Pero, sinceramente, mi padre era mucho mejor que yo en este oficio. Lo de él era realmente asombroso, mientras que yo solo sigo su estela. Con todo, estaré encantado de ayudarte con cualquier consulta que tengas —Reparó un poco más en su sonrisa, sempiterna. Tenía un matiz conciliador, comprensivo ¿Paternal, tal vez?— Te escucho. —Bien. Veamos… —Miró a una esquina— Necesito ver el futuro. Necesito saber si todo irá bien mañana. Es un día muy importante. Verdaderamente importante. Y… No puedo dejar que nada salga mal. Quiero saber si irá bien —Enrojeció sutilmente, avergonzada de tener que recurrir a supercherías ¿Pero qué le podía reprochar un mago? —El futuro. Eso que me pides es difícil —Apoyó los codos en la mesa, y dejó caer con suavidad el mentón sobre las manos— El futuro no es algo que nosotros debiésemos mirar. El porvenir es una entidad extraña. Diría que es como un río, pero no exactamente como uno. Tal vez como el viento. O tal vez como una firme roca. Todo depende ¿Entiendes? —Ella negó— Claro que no, es difícil de coger si no lo experimentas. Pero me muestro un poco reacio a mostrártelo, la verdad —Se pellizcó la barbilla. —Necesito verlo —Le temblaba la voz, y aunque lo decía en serio, no acababa de sonar muy decidida— Por favor —O más que no estar decidida, tenía miedo. Miedo ante lo que podía ver, o ante una negativa. La respuesta solo dejó la primera posibilidad. —De acuerdo. Intentaré mostrarte el tiempo que ha de venir —Convino— Aunque puede ser una experiencia un tanto confusa, y tal vez impactante. Me gustaría que lo tuvieras en cuenta —Finalmente la sonrisa dio paso a otra expresión. A una de concentración— Mira la bola con

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atención —Le pidió, señalando el orbe de cristal, en el que los ojos de ambos, solo los ojos, se reflejaban tenuemente. —¿Y ahora? —Preguntó— Solo hay niebla —Un cúmulo de nubes, una ventisca de jirones de humo, que se enroscaban en el interior de la esfera como una serpiente— Un momento ¿Cómo es posible que la niebla de la bola sea tan real? ¿Y que el cristal esté limpio? ¿Qué tipo de truco…? —Se calló. Claro, estaba hablando con un mago. La lógica no importaba. —No te concentres en la niebla —Le contestó— No en la niebla, mira un poco más allá. Intenta atravesar el manto, concéntrate en el reflejo de tus ojos, y verás algo más —Colocó las manos sobre el cristal, casi como si lo acariciase. Ella obedeció. Miró sus propios ojos, que la observaban desde la pulida superficie. Al principio solo vio niebla. Niebla. Más niebla. Aún más niebla. Luego, sin embargo, hubo un cambio. La humareda, antes muy densa, se fue despejando y abriéndose hacia los lados, mostrando un agujero en medio de la cortina. En el centro de aquel agujero, brillaba un punto. Un único punto plateado. Abrió mucho los ojos, sorprendida. —Ahora lo ves ¿Verdad? El hilo —El Mago recuperó su sonrisa, aunque había en ella cierta tensión, como si se esforzase por cargar un gran peso. —¿Qué es eso? —Al decirlo, intentó levantar la vista, pero estaba prendada del precioso punto luminoso. —Esto es el presente —Contestó el hombre— Esa diminuta lágrima de luz es nuestro universo al completo, tal y como está ahora mismo. Contiene todo lo imaginable, y también cosas que no serías capaz de imaginar. Es el anciano que acaba de fallecer, y el infante que nace justo ahora. Es tú, y también yo, y toda esta pequeña habitación. También es la inmensidad de las estrellas que flotan en el vacío del espacio. Es el todo y el ahora.

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Y ella supo al momento que era cierto, que si espiase en el interior de aquel punto de luz podría ver cualquier lugar, por lejano o desconocido que fuese, y que podría saber, a través del reflejo en la bola de cristal, cualquier cosa que ocurriese. Aquello era magia, sin duda alguna, y aún era más extraño y místico lo que comenzaba a vislumbrar. Desde el pequeño punto nació un fino hilo de luz que se proyectó hacia la izquierda, perdiéndose en la bruma que se arremolinaba en el interior del artefacto. Con cuidado y reverencia, El Mago deslizó la yema de su dedo por la superficie transparente, y aquella pequeña hebra se iluminó y se hizo más sólida, como si hasta ese momento solo hubiese sido un fantasma. —Es el pasado… —Dedujo ella— El punto es el momento actual, y ese hilo es el pasado ¿Verdad? Eso significa… Significa que puedes remontarte a cualquiera de las cosas que jamás han sucedido, igual que podríamos ver cualquier que esté ocurriendo… ¿Es así? —La información había fluido hacia sus labios, intuitiva, desde algún lugar oculto entre los recovecos de su mente. Siempre había estado ahí, pero hasta entonces no había sido consciente de ella. El Mago asintió, y dio un suave toque sobre el cristal. De inmediato, una imagen acudió a la mente de la joven. Era ella misma, momentos antes de entrar en la tienda del Mago. Había paseado a lo largo del paseo marítimo, tomado un helado, y luego se había relajado mirando el mar, intentando alejar el nerviosismo. Aquello había pasado hacía ya una larga hora. Entonces… El pasado y el presente estaban a su alcance, con esa facilidad ¿Y el futuro? —El futuro es más complejo de comprender, jovencita —Respondió El Mago, como si leyese su pensamiento— El presente es un punto siempre en movimiento, y el pasado un hilo sólido e inalterable, que se va haciendo más largo a cada segundo que pasa. El futuro… ¿Quieres saber qué aspecto tiene? —Bajó la mirada hacia la bola— Abre los ojos bien. No, los de tu cara no. Abre la mente.

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Asintió, pero abrir la mente era una tarea un poco más complicada que abrir los ojos. Y no le había enseñado cómo hacerlo, por supuesto. Ella imaginó que un par de pequeñas rendijas brillantes le salían en la frente. O algo así ¿En el cogote? ¿En los pómulos? Tenía que relajarse ¿Cómo iba eso? Respiró. Y entonces, algo cambió de nuevo en la bola. Fue un cambio muy discreto, casi imperceptible. Se había formado un nuevo hilo, uno hecho de niebla, y que se proyectaba hacia la derecha, opuesto al pasado. Era vaporoso y transparente, y parecía que iba a desaparecer en cualquier momento. —¿Eso es el futuro? —Preguntó. El Mago le respondió con una simple sonrisa, y le indicó que siguiese mirando— ¿No es eso? —Enarcó una ceja y apretó los labios, dubitativa ¿Entonces qué? Y entonces, justo entonces, vio el verdadero futuro. No solo había un hilo de vapor. No uno. Ni dos. Tres tampoco. Desde el brillante y diminuto punto plateado que era el presente, se lanzaban hacia la nada miles y miles de hilos de humo blanquecino, tantos que parecían una única y enorme masa. En algunos puntos, unos se cruzaban con otros, y luego, más adelante, volvían a separarse. Al mirarlos, era como observar una preciosa telaraña que cambiaba sin parar. —Eso es el futuro —Confirmó El Mago. No habría hecho falta que lo hiciese, porque ella, de alguna forma, ya lo sabía— Es muy bonito, aunque el porvenir no lo sea ¿Quieres ver el futuro? —Dijo, enlazando sus manos sobre la esfera. Ella volvió a asentir. Aquello era lo que había estado esperando todo el día, desde el mismo momento en el que acudió. Ahora no podía echarse atrás, por mucho que aquella miríada de sentimientos se acumulase en su pecho. Tenía miedo, sí, y también se moría de curiosidad ¿Saldría todo bien?

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—Entonces, allá vamos —Escuchó su voz, pero no le vio mover los labios. Y todo se diluyó en una masa de negrura. Flotaba. Flotaba en aquella oscuridad, y frente a ella estaba el pequeño punto de luz, ahora tan grande como ella. Dentro de él flotaban escenas de todo lo que ocurría en el universo, avanzando sin parar, como una película. Hacía un lado, perdiéndose en el infinito, el firme hilo del pasado, trenzado con imágenes de todo aquello que había ocurrido. Podía distinguir los rostros de campesinos y grandes conquistadores, de científicos y de obreros. Podía ver las verdes tierras de Irlanda, y el crudo y hostil desierto del Sahara, tal y como habían sido hacía mucho, mucho tiempo. Y en la otra dirección, una infinidad de hilos entrelazados, formados por pequeñas gotas de recuerdos indefinidos, difíciles de distinguir. Supo cómo tenía que actuar para ver lo que ocurriría en el futuro. Movió los pies, y su cuerpo se deslizó con suavidad por la nada. Estiró la mano y rozó con suavidad una de las hebras. La fibra se deshizo y sus imágenes se aclararon poco a poco, cobrando definición. Y de repente, ya no estaba en la nada negra, sino en una calle llena de gente. Caminaba con tranquilidad, y no recordaba haber estado hablando con El Mago un momento antes. —Mañana podría pasarte algo realmente horrible —Escuchó la voz del hombre flotar en el aire, como si le hablase con suavidad al oído, con un tono de terciopelo. De pronto, el ambiente estalló en llamas. Pudo oír una explosión justo a su lado. Sintió un dolor, o al menos algo como el recuerdo de un dolor, pero que no lo era en realidad. A su lado, un edificio humeaba, y sus paredes se desmoronaban. Vio como los escombros se desplomaban sobre ella, y de pronto todo volvió a ser negro. La escena cambió otra vez. —Podrías ser rica —De nuevo, su voz. Ahora, estaba en su casa, tranquilamente tomando el desayuno. Miraba la televisión, sostenía un boleto de lotería entre las manos. Y de repente, su número aparecía en la pantalla. Se le VEINTICUATRO HORAS

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caía la taza de la que bebía, los ojos se le desorbitaban, y saltaba de alegría, exultante. Otra vez cambió. —Algo podría pasar en el mundo que cambiase la historia de la humanidad— Su voz, de nuevo. Estaba en una sala con mucha gente. Muchísima gente, de todo tipo y condición. En un escenario, frente a ellos, anunciaban algo. No podía decir exactamente qué era lo que había ocurrido ¿La cura de una enfermedad? ¿De todas? ¿Una nueva forma de energía? ¿Ninguna de esas cosas, o tal vez, todas? Un nuevo cambio. —¿Cuántas cosas podrían pasar mañana? —Su voz, solo su voz, reverberando. Una guerra. Un cataclismo. El amor. Una reunión familiar. Un encuentro inesperado. Un viaje repentino. El cielo estallando en llamas. Felicidad. Quedar con los amigos. Un examen. Una oferta de trabajo. La tierra abriéndose y vomitando fuego. Nada. Un día normal. Otro día normal. El éxito. El fracaso. De nuevo, visitando al Mago. Un día de playa. Adoptar un perro. Conocer a alguien nuevo. Otro día normal. Y estaba frente al Mago, otra vez. Respiraba entrecortadamente. Un sudor frío le cubría el rostro y la piel. Se notaba pálida, helada y ardiendo a la vez. El corazón le martilleaba las sienes. Se agarraba con fuerza el cuerpo. Y frente a ella, El Mago sonreía, tranquilo como siempre. —Ese es el futuro —El hombre le puso una mano en el hombro— Por eso es difícil ver lo que ocurrirá —Le dirigió una expresiva mirada, como preguntándole si lo había entendido. —Creo que lo entiendo —Tartamudeó. Tenía los labios secos— El futuro está… Está hecho de una infinidad de fibras ¿Verdad? Y qué fibra ocurrirá solo se decide a medida que avanza, que ocurre. No, no eran fibras. Eran… Como escenas. Las escenas se van juntando y van

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determinando la forma del hilo —Respiró profundamente. Lo había aprendido a base de experiencia. —Eso es. Exactamente eso —El Mago retiró la mano y se levantó de la mesa. Se giró, mirando un reloj de cuco que yacía oportunamente en una esquina— Mucha gente me pide que les enseñe el futuro. Y muy pocos, nadie, son capaces de ver lo que está realmente por ocurrir — Se volvió hacia ella, mirándola con calidez— Porque, aunque seas capaz de conocer todos los conjuros que existen en este mundo, el futuro es algo que no se puede vislumbrar. Son nuestras acciones y decisiones las que lo forman. No está definido de antemano ¿Entiendes? —Se volvió a sentar. Por tercera o cuarta vez, tal vez quinta en aquella hora, ella volvió a asentir. No había cumplido su deseo, pero se sentía bien, tranquila. Había perdido todo el temor que antes la había embargado. Ya no había dudas. —Tengo una última pregunta —Dijo, sonriendo por fin— ¿Realmente eres un mago? —Él le devolvió la sonrisa. —¿Lo soy? —Respondió— No lo sé, es algo que no he podido responder por mucho que me lo han preguntado. Solo soy un viejo que heredó una tienda de su padre —Se encogió de hombros— Cuéntame tú ¿Qué ocurre mañana? —Le preguntó. —¿Quién sabe? —Ella esbozó una expresión pícara— Pueden pasar muchas cosas hasta que llegue mañana ¿Verdad? —Como El Mago, se encogió de hombros. —Eso es —Respondió el hombre. Esta vez fue él quien asintió. El reloj de cuco dio la hora, oportunamente. Quedaban veintitrés horas. Veintitrés horas en las que podían pasar miles de cosas. Veintitrés horas que no estaban marcadas por el destino. Veintitrés horas en las que el mundo podría cambiar o permanecer igual.

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