Latinos en el Béisbol Capitulo 5

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Es más difícil para los jugadores puertorriqueños o latinos. La gente no les quiere dar trabajo fuera del campo de juego [haciendo comerciales]. Así que nadie los conoce. Haría mucho dinero en el béisbol si fuera un estadounidense blanco. Roberto Clemente.1

Después de 1950, el alboroto por la integración del béisbol se redujo a un susurro y luego desapareció. Muchísimos equipos seguían siendo blancos como la nieve. La escalada de la Guerra Fría silenció a la mayoría de las personas que de otro modo hubieran seguido en la lucha. A quien debatía sobre el asunto de los derechos civiles se le etiquetaba de “comunista” y se vio acosado y hasta despedido de su trabajo. El procurador general de los Estados Unidos publicó una lista de organizaciones “subversivas” que amenazaban la democracia de ese país. ¡El primero en la lista era el Committee to End Jim Crow in Baseball [Comité para terminar con la segregación contra los negros en el béisbol]! 1

Art Rust, Jr.: ob. cit. Las fuentes principales de este capítulo son Thomas W. Gilbert, Roberto Clemente, Nueva York, Chelsea House, 1991; Dan Gutman: ob. cit.; John Krich: ob. cit.; Michael Oleksak y Mary Adams Oleksak: ob. cit.; Benjamin G. Rader: ob. cit.; Rob Ruck: ob. cit.


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Debido a las declaraciones sobre derechos civiles de Harry Truman, los afronorteamericanos habían ayudado a que fuera elegido presidente en 1948. Sin embargo, después de hacer pública una orden del Ejecutivo para la integración militar, dejó rápidamente de lado el asunto de la igualdad racial, y el alto mando del ejército se resistió a cumplir la orden. Unos cuantos afronorteamericanos recibieron asignaciones para ocupar puestos federales, pero los linchamientos por la segregación racial no terminaron. La economía cayó en picada hacia fines de la década del 40; pero la guerra de Corea (1950-1953) hizo que remontara de nuevo, conforme la industria de armamentos prosperaba. Corea había quedado dividida en dos países después de la Segunda Guerra Mundial: Corea del Norte, que estaba bajo la influencia soviética y china, y Corea del Sur, dominada por los Estados Unidos. Las tropas norteamericanas fueron enviadas para pelear junto con los sudcoreanos contra los norcoreanos y, finalmente, contra las tropas chinas. Pocos se atrevieron a protestar. La guerra terminó en un estancamiento, con la antigua frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur aún en pie. Sin embargo, 2 millones de coreanos y 34 000 norteamericanos yacían en sus tumbas.2 La única buena noticia que surgió del conflicto coreano fue la integración racial de las tropas norteamericanas que pelearon en la guerra, lo cual sucedió cuando los chinos casi echaron al mar a los batallones estadounidenses y refuerzos negros tuvieron que ser enviados al frente. La economía también se recuperó durante la guerra, pero no para beneficio de la mayoría de los latinos y afronor2

Para mayor información acerca de la guerra de Corea, ver Howard Zinn: A people’s history of the United States, ed. cit., pp. 419-421.


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teamericanos. Estos siguieron sufriendo la discriminación severa en la vivienda y en el trabajo. Cuando volvió la recesión, al final de la guerra, se necesitaba un chivo expiatorio para justificar la falta de empleos destinados a los veteranos de guerra que estaban de regreso. El blanco eran ahora los trabajadores inmigrantes mexicanos. Agentes del Servicio de Inmigración y Naturalización y otros funcionarios policiales invadieron sus barrios y sus lugares de trabajo en una escandalosa redada patrocinada por el gobierno federal. Se le llamó “Operación Espaldas Mojadas”. Más de un millón de hombres, mujeres y niños fueron metidos en camiones y embarcados a México sin siquiera tener una audiencia. Un tercio de ellos eran ciudadanos norteamericanos. Todo esto ocurría al mismo tiempo que los dueños de ligas mayores trataban de hacer que los dueños del béisbol mexicano obedecieran sus órdenes. Los mexicanos los habían molestado en la década del 40, cuando varios de sus jugadores pasaron a la Liga Mexicana de Béisbol por un mejor salario. Desde entonces, los dueños habían firmado acuerdos restrictivos con los demás países beisboleros latinoamericanos, excepto México. Este mal tenía raíces muy profundas en la historia de las relaciones entre los dos países, que se remontaba a tiempos tan lejanos como la creación de Texas hacia la década del 30 del siglo XIX y la guerra entre México y los Estados Unidos entre 1846 y 1848. De un día para otro, el tratado que puso fin a la guerra convirtió aproximadamente a 100 000 mexicanos que vivían en el suroeste del país en ciudadanos de los Estados Unidos. Tenían poco tiempo para el béisbol: estaban demasiado ocupados lidiando con los colonizadores “anglos” que les quitaban sus granjas y sus minas mediante engaños legales y violencia armada.


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Para 1870, los mexicanos-norteamericanos se unieron a miles de trabajadores mexicanos importados para construir las vías ferroviarias del país, sacar cobre de las minas y recoger los cultivos en tierras que alguna vez habían sido suyas. Dentro de los campos mineros se les segregaba en áreas llamadas Jim towns. Trabajaban por lo que se llamaba “el sueldo mexicano”, o la mitad de lo que se les pagaba a los blancos, y por más horas. El béisbol al estilo moderno se había popularizado en México desde que fue introducido por los cubanos y los estadounidenses a fines del siglo XIX. Durante la dictadura de treinta y cinco años de Porfirio Díaz en México (1876-1911), los magnates estadounidenses del ferrocarril, la minería y el petróleo llevaron trabajadores norteamericanos para super visar a los trabajadores mexicanos mal pagados. A veces los estadounidenses jugaban béisbol con los “lugareños”. Sin embargo, el racismo generaba una constante disputa. Como señaló el rico magnate petrolero Edward L. Doheny, los norteamericanos “llevaban armas” y trataron a los mexicanos con “un espíritu dominador”.3 La Revolución mexicana de 1910-1920 reemplazó las pelotas de béisbol por balas. En algunas minas, los trabajadores —antiguos jugadores— atacaron a sus supervisores norteamericanos. Antes de que todo terminara, aproximadamente 2 millones de mexicanos habían perdido la vida en una guerra civil violenta, y los Estados Unidos había invadido dos veces a México. La Liga Mexicana de Béisbol no se estabilizó sino a principios de la década del 20. Sus equipos jugaban partidos de exhibición contra equipos de las ligas negras, y 3

Jonathan C. Brown: “Foreign and native born workers in Porfirian Mexico”, American Historical Review, junio de 1993, p. 790.


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de cuando en cuando contra los equipos de ligas mayores. Los equipos mexicanos también viajaron por Texas y el suroeste de los Estados Unidos. Unos cuantos jugadores estrellas mexicanos jugaban en las ligas mayores norteamericanas. Uno de ellos fue Baldomero Melo Almada. Durante su carrera en las ligas mayores, que duró siete años, Almada bateó para un promedio de .284. Durante las décadas del 30 y del 40, las ligas de verano mexicana, venezolana y de la cuenca del Caribe en general, atrajeron no solo a jugadores negros, sino también blancos. Esto era casi siempre porque pagaban mejores salarios y ofrecían una atmósfera menos racista. A principios de la década del 40, el millonario veracruzano Jorge Pasquel, y sus cuatro hermanos, contrataban estrellas de las ligas negras tales como Josh Gibson, Willie Wells, Roy Campanella, Monte Irvin y Buck Leonard, para jugar en la Liga Mexicana de Béisbol, que estaba formada por seis equipos. Trataban bien a los hombres, y hasta contrataban maestros para sus hijos. Cuando dos jugadores afronorteamericanos que vivían en México fueron reclutados por los Estados Unidos para ayudar a la lucha contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, Jorge Pasquel logró que regresaran mediante una “transacción”. Utilizó sus contactos en el gobierno para arreglar un préstamo de 80 000 trabajadores mexicanos a los Estados Unidos a cambio de los dos jugadores. Este tratado fue una parte poco conocida del Programa Bracero, creado en 1942 por un tratado bilateral. Este se amplió rápidamente. Solo lo interrumpió la Operación Espaldas Mojadas, y no terminó oficialmente hasta 1964. El tratado de los braceros proporcionó trabajadores mexicanos para que ayudaran a que las líneas ferroviarias, las minas y las granjas funcionaran a


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toda su capacidad. Su principal administrador en los Estados Unidos llamó después a este programa “esclavitud legalizada”.4 Terminada la Segunda Guerra Mundial, Pasquel se deleitó mirando a todos los jugadores latinos que iban a perder sus empleos al regresar de la guerra los jugadores blancos. Se convirtió en el presidente de la Liga Mexicana y la amplió a ocho equipos. Para llenar las nuevas plazas, reclutó a los principales jugadores latinos de las ligas mayores que enfrentaban un descenso a las ligas menores, incluido el jardinero puertorriqueño Luis Olmo, de los Dodgers de Brooklyn. Trajo al cubano Adolfo Luque, de 56 años de edad, para que entrenara al equipo de Puebla. Aproximadamente 13 jugadores blancos tomaron los altos salarios que ofrecía Pasquel, y pasaron a la Liga Mexicana de Béisbol, entre ellos estrellas como el cátcher Mickey Owen, el short-stop Vern Stephens y el pítcher Sal el Barbero Maglie. Pasquel se jactó de que pronto invitaría a las superestrellas Ted Williams, Joe DiMaggio, Stan Musial y Hank Greenberg. La madre de Williams era parte mexicana y parte francesa, lo cual lo convertía en mexicano en una cuarta parte. Había bateado un promedio de .406 en 1941 y —como máximo bateador de las décadas del 40 y el 50— estaba haciendo que el béisbol ardiera.5 El comisionado Chandler dispuso que los jugadores que pasaran a México serían suspendidos del béisbol estadounidense si no regresaban a principios de la temporada de 1946, pero se beneficiaron con las “incursiones” 4

5

Rodolfo Acuña: Occupied America: a history of Chicanos, Nueva York, Harper & Row, 3a. ed., 1988, p. 116. Más información en Ed Linn: The life and turmoils of Ted Williams, Nueva York, Harcourt Brace, 1993.


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de la Liga Mexicana. Empezaron por organizarse para demandar mejores salarios, formando la American Baseball Guild, antecedente del sindicato de jugadores actuales. La Guild obtuvo un salario mínimo de 5 000 dólares y un plan de pensiones. Los jugadores amenazaron entonces con entablar demandas antitrust a menos que sus compañeros suspendidos por jugar en México fueran admitidos de nuevo en el béisbol organizado. Chandler dio marcha atrás en 1949 y les permitió el regreso. Sal Maglie, cuyo pitcheo se había pulido gracias a los consejos de Luque, regresó y ganó 59 juegos para los Gigantes de Nueva York entre 1950 y 1953. El béisbol estadounidense se aseguró de que no se repitieran los intentos. Ya en 1948 las ligas mayores habían comenzado a firmar contratos con las ligas caribeñas para regular el movimiento de los jugadores y para institucionalizar el béisbol de invierno. Las ligas caribeñas se convirtieron en lo que hoy es “un campo de prueba gratuito” para los jugadores prospectos de los equipos de ligas mayores, una relación que más tarde “se formalizó con la prohibición de contratar jugadores que tuvieran más de cien días de experiencia en las ligas mayores”.6 En 1948 se organizó la primera serie de campeonato latinoamericana. Los equipos participantes vinieron de Cuba, Panamá, Venezuela y Puerto Rico. Un año después se le dio el nombre de Serie Mundial del Caribe y dio a los buscadores del béisbol estadounidense una oportunidad de ver más de cerca a los mejores jugadores latinoamericanos. George Trautman, presidente de las ligas menores de los Estados Unidos, lanzó la primera bola del primer año de la serie en La Habana. La ganó el equipo cubano de Almendares, entrenado por Fermín 6

Krich: ob. c it., p. 48.


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Mike Guerra, cátcher de los Atléticos de Filadelfia y originario de La Habana. El equipo de Almendares incluía jugadores de ligas mayores tales como los jardineros Al Gionfriddo, Monte Irvine y Sam Jethroe. Con frecuencia, otras estrellas norteamericanas, incluido a Willie Mays, jugaron en la Serie Mundial del Caribe. La serie terminó de momento en 1960, cuando los Estados Unidos rompió relaciones con Cuba debido a la Revolución cubana (ver el capítulo 7). La Liga Mexicana, a pesar de sus atractivos, no tenía buenas finanzas. Durante la “irrupción” mexicana de la década del 40, los Pasquel se habían sobregirado. No tenían estadios suficientemente grandes para satisfacer la demanda de boletos, y perdieron en algunas otras de sus operaciones financieras. Aun así, no fue nada fácil para los dueños de los clubes estadounidenses imponer los arreglos que se hicieron en el Caribe en un país tan grande como México. En 1955, Jorge Pasquel murió en un accidente aéreo. Cuando la Operación Espaldas Mojadas terminó, se llegó a un acuerdo entre los Estados Unidos y México con respecto al béisbol. La Liga Mexicana de verano se volvió parte del sistema de ligas menores de los Estados Unidos, pero sus equipos no se vincularon a ninguna organización de ligas mayores. Cualquier equipo de ligas mayores tenía que comprar el contrato de un jugador mexicano, práctica que continúa hasta hoy. Para desanimar a más potenciales Sal Maglies, a los clubes mexicanos se les limitaba el número de jugadores estadounidenses a dos por equipo. La mayor parte del tiempo, los propietarios mexicanos mantuvieron altos los precios de sus jugadores, desanimando con ello a los compradores estadounidenses. Aun así, aproximadamente cuarenta jugadores mexicanos entraron a las ligas mayores después de 1955. Pero,


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debido al extendido racismo y los prejuicios antimexicanos que había en los Estados Unidos, muchos jugadores, como el rey del jonrón Héctor Espino, eligieron quedarse en casa. En 1964, Espino jugó durante poco tiempo para un equipo subsidiario de los Dodgers de Los Ángeles en Jacksonville, Florida; y según los informes, era desdichado. El hombre que lo contrató, el ex propietario de los Reyes del Azúcar de La Habana y famoso promotor de béisbol, Bobby Maduro (ver el capítulo 6), se dio cuenta de que el bateador mexicano de bolas largas “no se podía adaptar a las cosas de aquí, a la comida, a la manera de vivir, a nada”.7 En 1965, Espino se convirtió en un héroe nacional de México, cuando se negó a unirse a los Cardenales de San Luis después de que compraron su contrato a los Sultanes de Monterrey. En vez de ello, jugó durante 24 años en México, donde pegó 760 jonrones, en dos ocasiones tuvo un promedio de bateo superior a 400 y culminó su carrera con un promedio de .330 y 18 títulos de bateo. Amado por los mexicanos, vivió una vida feliz y cómoda, y nunca se tuvo que preocupar por convertirse en un trabajador inmigrante en un país extraño. Mientras tanto, diez de dieciséis clubes de béisbol todavía estaban a favor de la segregación en 1953. A fines de la temporada de 1953, los Yanquis de Nueva York por fin derribaron la barrera del color y pusieron al afronorteamericano Elston Howard y al puertorriqueño Vic Powers en su lista. Al igual que Minnie Miñoso, Powers provenía de una familia muy pobre. Su padre murió cuando tenía tan solo trece años. A la edad de dieciséis años, Powers trabajó en un ingenio azucarero para ayudar a su madre, que era costurera. Como Miñoso, Powers jugaba 7

Oleksak y Oleksak: ob. cit., p. 156.


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pelota dondequiera que encontraba a compañeros que estuvieran dispuestos a lanzar o a batear. Para 1947 estaba jugando béisbol profesional en la liga de Puerto Rico, con un salario de 250 dólares al mes. Localizado por un scout de los Yanquis, fue enviado a jugar a un equipo subsidiario canadiense, y en realidad nunca se le permitió jugar con los Yanquis. Los Yanquis escogieron a Howard, de carácter suave, como su hombre negro de muestra, aunque Powers tenía un mejor promedio de bateo. Alguien dijo que era porque Powers no aguantaba los insultos, devolvía golpe por golpe, se dice que salía con mujeres blancas, y era, como él mismo reconoció más tarde, “el hotdog original”.8 En diciembre de 1953 los Yanquis transfirieron a Powers a los Atléticos de Filadelfia. En doce temporadas, jugando con seis equipos de ligas mayores, Powers bateó para .284. Powers estaba conmocionado por la segregación de los Estados Unidos. En Puerto Rico, los restaurantes servían comida a cualquiera que tuviera el dinero para pagar por ella. Powers pidió a su compañero de equipo, Gary Bird, una explicación de la situación del sur, y Bird le dijo: “Vic, ha sido de ese modo desde hace cien años, y vamos a seguir así”. Powers le comentó a un columnista: “Tengo que viajar en el mismo autobús con los muchachos, y se detienen en la carretera a comer. Y yo no puedo entrar. ¡Pero nunca nadie me trajo ni un emparedado ni una hamburguesa! Me quedaba solo en el autobús esperando, y después de comer, llegaban y nadie me traía nada. Y eran mis amigos. Y jugábamos juntos. Pero eran muy fríos”. Algunas veces, para aminorar el dolor, Powers hacía bromas acerca de sus experiencias. En una de las más 8

Tygiel: ob. cit., p. 297.


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famosa él dice: “Traté de comer en un restaurante y la mesera me dijo: «Lo siento, no servimos a negros». Yo le respondí: «No vengo a comer negros, yo lo que quiero es arroz con frijoles»”.9 Fuera de bromas, Vic Powers nunca se recuperó de su experiencia en el béisbol estadounidense. “La primera vez que fui a las ligas mayores, los pítchers te tiraban a la cabeza. ¡Y no usábamos cascos ni nada!”, expresó. “En el béisbol uno tiene que pelear... Tienes que hacer que te respeten”.10 Los casos de derechos civiles se habían venido dando en las cortes durante décadas. Lo más que los latinos y los afronorteamericanos podían hacer era obtener una que otra victoria en las cortes locales. Finalmente, el 17 de mayo de 1954, la Suprema Corte falló, en el caso Brown v. the Board of Education, que la segregación en las escuelas públicas era anticonstitucional. Debido a que el caso estaba dirigido específicamente a los afronorteamericanos, los latinos no estuvieron protegidos oficialmente ¡hasta 1973!11 Pocos pudieron haber pronosticado la tormenta de odio y violencia que se extendió por todo el sur durante la siguiente década. Se desató una oleada de pleitos y disparos y hasta asesinatos de personas de piel de color que intentaban inscribir a sus hijos en las escuelas para blan9 10 11

Todas las citas son de Krich, pp. 85-86. Ibídem, p. 87. Los latinos ganaron un pequeño número de victorias en la corte en un nivel local. Por ejemplo, en 1932, una corte de California ordenó la integración en las escuelas para los latinos en Lemon Grove, en el condado de San Diego, y en 1947 una decisión similar de integración para los latinos se ganó en el condado de Los Ángeles. Para la historia completa, ver James D. Cockcroft: Latinos in the struggle for equal education, Nueva York, Franklin Watts, 1995.


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cos. Los jugadores de béisbol latinos y negros vieron empeorar rápidamente las condiciones de viaje. Eran también frecuentes las amenazas de muerte en contra de los jugadores de piel oscura. Hank Aaron y el puertorriqueño Félix Mantilla, contratados por Milwaukee en 1954 y 1956, respectivamente, para darle un título a los Bravos, y el campeonato de la Serie Mundial de 1957, recibieron amenazas de muerte en Montgomery, Alabama. Años después, en 1974, cuando rompió el récord de Babe Ruth de jonrones, Aaron tuvo que contratar un guardaespaldas debido a las amenazas de muerte. Lógicamente, la decisión de la Suprema Corte debió haber convencido a todos los dueños del béisbol a abrir las puertas de par en par a los jugadores negros y latinos, pero eso no ocurrió. No se escuchó ni una palabra de los Filis de Filadelfia ni de los Tigres de Detroit o de los Medias Rojas de Boston. Durante toda la década del 50 solo el ocho por ciento de los jugadores de ligas mayores eran afronorteamericanos o latinos de piel oscura, la mayoría de los cuales fueron contratados al final de la década cuando el movimiento de derechos civiles se había acelerado. Como señalara Vic Powers, pocos jugadores blancos estaban conscientes de la humillación que sufrían sus compañeros de piel oscura. Ni siquiera Hank Greenberg se dio cuenta de la gravedad de la situación. Un día, en 1955, cuando su equipo bajó del autobús después de un largo viaje, Greenberg vio que cinco jugadores negros se quedaron por ahí en vez de tomar un taxi para llegar al hotel en el que se hospedaría el equipo. Cuando les preguntó qué pasaba, por primera vez se dio cuenta de que sus jugadores de piel oscura se alojaban en casas particulares, porque no eran bienvenidos en el hotel del centro de la ciudad en el que se hospedaba el equipo. Cuando


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Greenberg escribió a los hoteles y amenazó con boicotearlos, cambiaron sus políticas. En 1957, los Filis de Filadelfia finalmente contrataron al short-stop John Kennedy del agonizante equipo de los Monarcas de Kansas City y a Humberto Chico Fernández, short-stop nacido en Cuba de veinticino años de edad, que había sido contratado por los Dodgers el año anterior. Kennedy fue relegado rápidamente a las ligas menores después de una lesión en el hombro, y Fernández fue quien se quedó con la posición de short-stop. Los Tigres de Detroit se negaron a ceder, aunque tenían candidatos de sobra en su sistema de sucursales. Finalmente, un grupo de derechos civiles, el Briggs Stadium Boycott Committee, declaró que organizarían un boicot de los partidos de los Tigres si no se arreglaba la situación. En 1958, los Tigres incluyeron en su equipo al tercera base puertorriqueño Ozzie Virgil, el cual adquirieron en un intercambio con los Gigantes. El hijo de Virgil creció y se convirtió en cátcher de los Filis y de los Bravos en la década del 80. Para 1959, ya se habían integrado 15 equipos, la mayoría de manera simbólica. Solo los Medias Rojas de Boston seguían sin ceder. Comenzando con un piquete ante el Fenway Park —que se atrevía a llevar una pancarta que decía “El odio entre las razas es matar al béisbol en Boston”—, el esfuerzo para concluir con la integración dio un paso más. Jackie Robinson condenó a los Medias Rojas en un discurso que pronunció en Boston. La NAACP y la Ministerial Alliance of Greater Boston instaron a la comisión de Massachusetts en contra de la discriminación a investigar al club beisbolero, diciendo que tampoco había ningún negro o latino empleado en el parque desempeñando otras tareas. La Comisión llevó a cabo una audiencia pero retiró los cargos contra el equipo


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cuando se hicieron promesas de corregir la situación. El jugador de cuadro Elijah Pumpsie Green fue llamado de las ligas menores para cumplir la promesa. Para fines de la década del 50, a medida que el Movimiento de Derechos Civiles del sur atrajo la atención del país, los jugadores negros y latinos comenzaron a ejercer más presión para cambiar las condiciones durante el entrenamiento de primavera en Florida. El campo de entrenamiento, tanto para los Cardenales de San Luis como para los Yanquis, fue St. Petersburg, y la ciudad se benefició grandemente con el turismo que atrajeron los equipos. El sindicato de jugadores, rebautizado en 1953 como la Major League Baseball Players Association, protestó formalmente por la segregación en los hoteles y exigió que los dueños de los clubes los presionaran. Los Yanquis se cambiaron a Fort Lauderdale, donde los hoteles prometieron dar alojamiento a todo el equipo. Puesto que no quería perder el negocio del béisbol completamente, St. Petersburg quitó sus códigos de segregación en los hoteles, al menos para los Cardenales y para el recién constituido equipo de los Mets de Nueva York. Los latinos y los negros que vivían en la ciudad a lo largo del año, desde luego, no tuvieron tanta suerte. No fue sino hasta 1963 cuando Jackie Robinson, que se había retirado en 1957, llamó a los dueños del béisbol para que “instituyeran una norma que exigiera alojamiento y servicios por igual para todos los jugadores en cualquier época”.12 El béisbol organizado siguió adelante; pero, a medida que el Movimiento de Derechos Civiles se extendió del sur al resto del país, el experimento que comenzó con Jackie Robinson empezó a sacar vapor. La década del 60 sería testigo de un juego de pelota com12

Tygiel: ob. cit., p. 319.


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pletamente nuevo. Para entonces, había un jardinero latino de color que sobresalía por encima de todos los jugadores de ligas mayores, blancos o no: Roberto Clemente. Contratado por Pittsburgh en 1955, Clemente se convirtió en el primer latino postulado al Salón de la Fama. Para la mayoría de los columnistas y aficionados al béisbol, él sigue ocupando hasta hoy una clase aparte. Willie Stargell, su compañero de equipo afroamericano en los Piratas y en el Salón de la Fama, más tarde lo recordó como “el mejor jugador en cualquier posición de las ligas mayores”.13 En 18 temporadas, durante las cuales jugó frecuentemente con lesiones en la espalda, los hombros o las piernas, Clemente acumuló un promedio de bateo de por vida de 317 y un promedio de slugging de 475. Sin embargo, esos fueron los años en los que la bola rápida y el pitcheo “controlado” fueron el nombre del juego, y los promedios de bateo del béisbol disminuyeron. Clemente fue uno de los pocos jugadores en la historia del béisbol que ganó cuatro títulos de bateo. Fue el único jugador en la historia que conectó imparables en todos los partidos de serie mundial en los que participó. También fue el primer jugador del siglo XX que conectó 10 imparables en dos partidos consecutivos contra los Dodgers, en el punto más alto de la emocionante carrera por el título de 1970. Como muchas estrellas latinas, Clemente lo podía todo. Conocido por sus cañonazos lanzados desde el jardín, ganó doce Guantes de Oro, incluidos seis en forma consecutiva (1961-1966). Todavía en la cúspide de su carrera, a la edad de 38 años, Clemente bateó .312 en 1972, durante su décimoctava temporada en las grandes ligas. Entró a su casi último partido de verano buscando su hit número 3 000. 13

Gilbert: ob. cit., p. 25.


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Ello lo colocaría junto a otros diez inmortales del béisbol, incluidos sus contemporáneos afronorteamericanos Willie Mays (el tercer mejor anotador de carreras) y Hank Aaron (quien rompió el récord de jonrones de Ruth tres años después). El silencio se hizo entre la multitud expectante el día en que Clemente se paró ante el plato. Luego Clemente se agachó para golpear una curva que le lanzó el zurdo Jon Matlack, de los Mets de Nueva York, y la pelota dio de aire en la pared izquierda del jardín central para un doblete que puso de pie al público —el hit número 3 000 de su carrera. Los aficionados se pusieron de pie y lo ovacionaron hasta que Clemente les lanzó su casco de batear. El padre de Roberto, Melchor Clemente, trabajaba en un ingenio de azúcar. La madre, Luisa Walker, trabajaba haciendo limpieza. Clemente nunca olvidó las palabras de su padre dichas mientras señalaba a un hombre que manejaba un auto de ensueño: “Él no es mejor que tú”.14 Como muchos puertorriqueños, el joven Roberto amaba el béisbol. A los catorce años jugaba en los terrenos baldíos utilizando un palo como bate y una lata como pelota. Su talento era obvio para el comerciante arrocero Roberto Marín, quien entrenaba al equipo de sóftbol que formaron sus trabajadores. “Nunca se ponchaba. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Montones de latas por todo el campo”.15 Marín le dio a Roberto un uniforme de la compañía de arroz Sello Rojo. Para cuando tenía diecisiete años, el talento de Roberto había llamado la atención de un scout de medio tiempo que trabajaba para los Dodgers de Brooklyn, Pedrín Zorrilla, propietario de los Cangrejeros de 14 15

Ibídem, pp. 29-30. Ibídem, p. 33.


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Santurce. Zorrilla invitó al principal scout de jugadores latinoamericanos, Al Campanis, para que le echara un vistazo a Clemente en los entrenamientos. Campanis quedó profundamente impresionado, pero las ligas mayores no podían contratar legalmente a un jugador menor de edad sin el consentimiento de sus padres. El padre de Roberto firmó un contrato con los Dodgers con una X. Más tarde, los Bravos de Miwaukee triplicaron la oferta de los Dodgers, que consistía en 5 000 dólares como salario anual y un bono de 10 000, y entonces Roberto le pidió a su mamá que lo aconsejara. “Debes mantener tu palabra”, le dijo. Los Dodgers enviaron a Roberto a Montreal. Trataron de evitar que los scout lo vieran manteniéndolo en la banca de Montreal tanto como fuera posible. Durante el invierno de 1954-1955, llevó a Santurce —equipo que tenía en sus filas a Willie Mays y a otras estrellas de grandes ligas— a su tercer campeonato consecutivo en la Serie Mundial del Caribe. Sin embargo, los Dodgers no pudieron esconder un talento tan grande como el de Clemente de un ladino como Branch Rickey, que entonces era el presidente de los Piratas de Pittsburgh. En una época en que los jugadores blancos exigían grandes bonos para firmar, Rickey envió a su buscador principal, Howie Haak, a buscar jugadores latinos más baratos. Haak estaba contento porque ya no tenía que hacer que los cubanos firmaran “esa falsa forma que decía que sus antepasados eran blancos”.16 Haak localizó enseguida a Clemente. Las normas de reclutamiento le dieron la oportunidad de escoger primero a los equipos que terminaban en los últimos lugares, y así, los Piratas, que siempre quedaban en último 16

Krich: ob. cit., p. 157.


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lugar, reclutaron a Clemente, quien dijo que “ni siquiera sabía dónde estaba Pittsburgh”.17 Al menos no estaba en el sur de la segregación racial. Aún así, Roberto descubrió que el racismo también prosperaba en el norte. Como dijo después a 44 000 aficionados, la mayoría de ellos puertorriqueños, en el Shea Stadium de los Mets, en la Noche de Roberto Clemente: “En los primeros años, la segregación nos frustró... Las personas que nunca se enfrentan a estos problemas no tienen ni idea de qué clase de sufrimiento pueden representar”.18 El promedio que Clemente obtuvo de .311 y otras impactantes estadísticas de 1956 hicieron que Rickey enviara a Haak a varios países latinoamericanos. Durante las siguientes décadas, Howie Haak contrató docenas de estrellas latinas, incluidas el segunda base panameño Rennie Stennett (con promedio de bateo de por vida de 274), al jardinero venezolano Tony Armas (252) y al cátcher dominicano Tony Peña (273). La manera espectacular de jugar de Clemente año tras año ayudó a sacar a los Piratas del sótano hasta colocarlos en un campeonato de serie mundial en 1960. Sin embargo, los columnistas de béisbol, muchos de los cuales se sentían perturbados por el creciente número de latinos y negros en las ligas mayores, rehusaron votar por Clemente para el premio del jugador más valioso. Como protesta, Roberto no quiso usar su anillo de serie mundial. Durante la mayor parte de su carrera, Clemente fue muy apreciado por los aficionados perspicaces, pero no era tratado con mucho respeto por los funcionarios del béisbol o por la prensa. Los columnistas de deportes se 17 18

Gilbert: ob. cit., p. 52. Ibídem, p. 58.


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negaban a utilizar su nombre real en sus historias, y lo llamaban Bob o Bobby. Clemente sufrió los prejuicios raciales dobles, los infligidos a los negros y los infligidos a los latinos. Un escritor lo enfureció al llamarlo “un hotdog puertorriqueño”. Otro dijo que no era un “buen jugador de equipo”. Otros más le aplicaban el estereotipo latino estándar y lo tildaban “de temperamento violento” y “emocional”. Muchos lo ridiculizaban como un “hipocondriaco”, cargo que con frecuencia le imputaba su entrenador, Danny Murtaugh. Desde el principio Clemente se defendió. Denunció regularmente a los columnistas de deportes, a los opositores y hasta a los compañeros de equipo por sus actos de racismo. Cuando los compañeros blancos gritaban ofensas de tipo racial a los opositores negros, él y su compañero de equipo cubano, Román Mejías, “desafiábamos al resto del equipo en la caseta —no les caíamos bien a muchos de los jugadores porque no éramos blancos”.19 Cuando se ridiculizó su acento en la prensa, Clemente les sugirió a los reporteros que empezaran a aprender algo de español. En 1964, diez años después de entrar al béisbol de los Estados Unidos, Roberto Clemente se casó con Vera Cristina Zabala, empleada de banco en Puerto Rico. Se mudó con Vera a una nueva y espaciosa casa en Río Piedras, un barrio de clase media en las afueras de San Juan. Los tres hijos de los Clemente nacieron en la Isla, por insistencia de Roberto. Compró una casa cerca de la suya para sus padres. Clemente nunca perdió la visión de sus raíces en el barrio. Con frecuencia pasaba su tiempo fuera de temporada haciendo cerámica, imaginando una industria nacional casera de cerámica como la ayuda 19

Ibídem, pp. 64-65.


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posible para vencer los problemas de desempleo que había en Puerto Rico. También comenzó a planear un enorme complejo deportivo para la ciudad capital de San Juan. Se llamaría Ciudad Deportiva, y sería gratis para toda la gente, con hincapié en la recreación para los niños pobres. Clemente se quejaba con frecuencia con su esposa, Vera, acerca de la mala publicidad para los latinos: “Si juegan bien, la prensa no los menciona. Pero si hacen algo malo, ¡lo ponen en primera plana!”20 Durante la febril carrera por el título en 1966, Roberto explicó pacientemente a los mismos reporteros que tanto lo denigraron: “El jugador latinoamericano no tiene el reconocimiento que merece. Tampoco el jugador negro, a menos que haga algo realmente espectacular, como Willie Mays. Estamos satisfechos con nosotros mismos, sí. Pero después de que termina la temporada, nadie se preocupa por nosotros... Juan Marichal [jugador dominicano] es uno de los mejores lanzadores del juego, pero ¿se le invita a los banquetes? Alguien dice que vivimos demasiado lejos. Esa es una excusa despreciable. Yo soy ciudadano norteamericano, pero algunas personas actúan como si pensaran que vivo en algún lugar de la selva. Para esa gente somos extraños, extranjeros”.21 No fue hasta el año de 1966, cuando sobrepasó la marca de los 2 000 hits y empujó 119 carreras, que Roberto Clemente ganó finalmente el galardón como el jugador más valioso de la Liga Nacional. Para entonces, su bateo espectacular, sus rápidos giros en círculo en el jardín, y sus tiros de bala a home hicieron leyenda. A Clemente también se le dio el galardón de jugador más valioso por su singular desempeño en la serie mun20 21

Krich: ob. cit., p. 98. Gilbert: ob. cit., pp. 83-84.


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dial de 1971: un promedio de bateo de .414; .759 de promedio en slugging; 12 imparables, incluidos dos jonrones y un triple, y dos atrapadas milagrosas en el jardín. Después, encaró a las cámaras de televisión y se convirtió en el primer jugador latino que hablara español ante un gran público en los Estados Unidos: “Antes de decir cualquier otra cosa, quiero decir algo en español a mi madre y a mi padre. «En este, el momento más grande de mi vida, les pido la bendición»”.22 Los aficionados del béisbol sentían que Clemente era único en su aprecio por las personas sin las cuales el negocio del béisbol se caería en pedazos: los aficionados mismos. Una vez dijo: “Creo que le debemos algo a la gente que nos ve. Trabajan duro para ganarse su dinero”.23 Y le gustaba interrumpir cualquier entrevista aburrida diciendo: “Amo a la gente pobre, a los trabajadores, a las minorías, a los que sufren. Tienen una perspectiva diferente de la vida”.24 Cuando los aficionados de Pittsburgh organizaron una Noche de Roberto Clemente en 1970, presentaron a una delegación de Puerto Rico que llevaba un rollo con 300 000 firmas de los residentes isleños. Después del partido, Clemente derramó lágrimas explicando que “Si no fuera por estos aficionados, no sé qué hubiera sido de mí”.25 La manera en que veía a Roberto Clemente el resto del mundo cambió dramáticamente en diciembre de 1972. Dos días antes de Navidad un devastador terremoto sacudió Nicaragua, destruyendo el centro de Managua y llevándose miles de vidas. Clemente, que había estado 22 23 24 25

Ibídem, p. 25. (La frase en cursivas está en español en el original.) Ibídem, p. 103. Krich: ob. cit., p. 40. Gilbert: ob. cit., p. 102.


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un mes antes en Nicaragua, como mánager del equipo puertorriqueño en los Mundiales, comenzó al instante a unir esfuerzos en Puerto Rico para las víctimas del temblor. Fue personalmente de puerta en puerta en Río Piedras pidiendo donaciones. Para fin de la semana tenía suficientes víveres como para llenar un viejo avión de carga DC7 donado por una compañía de San Juan. Roberto quería ir él mismo a Nicaragua con los víveres, porque sabía que el dictador de ese país, el general Anastasio Somoza, estaba desviando la ayuda dada a los damnificados del temblor para él y sus ayudantes corruptos. Ya había recibido una llamada telefónica de Somoza informándole que solo se aceptaría “dinero y comida”. En la tarde de año nuevo en que la salida del DC 7 se retrasó debido a problemas mecánicos, los amigos de Roberto y su esposa Vera le rogaron que no se fuera. “Los bebés se están muriendo allá —les dijo—. Necesitan estas cosas. Voy a ir y voy a distribuir los víveres yo mismo”.26 Finalmente, después de las nueve de la noche, el avión consiguió despegar, con Roberto y cuatro personas más a bordo. De repente, uno de los motores empezó a fallar y el piloto comunicó por radio que iba a regresar a San Juan. Algunos testigos vieron cómo el avión se ladeó hacia la izquierda y cayó al océano. Los buzos encontraron después los restos del piloto, pero ningún rastro de Clemente. Después de cinco días de buceo, el amigo y compañero de equipo de Clemente, Manny Sanguillén, el cátcher panameño que hizo un arte de conectar hits con malos lanzamientos (con un promedio vitalicio de 296), abandonó la búsqueda, pues vio muchos tiburones grandes y no creía que hubiera ninguna esperanza. 26

Ibídem, p. 98.


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La nación estaba de luto, por lo que el día de la toma de posesión del gobernador recién elegido se pospuso. El gobernador electo de Puerto Rico dijo: “Nuestro pueblo ha perdido una de sus grandes glorias”.27 Las donaciones para el proyecto favorito de Clemente, la Ciudad Deportiva, empezaron a aparecer, y hoy es una realidad. Irónicamente, el dictador de Nicaragua utilizó algunos de los fondos de ayuda para los damnificados para volver a construir el Estadio Somoza, una instalación para béisbol de 30 000 asientos que fue destruida por el temblor. Después de que la Revolución de Nicaragua de 1979 derribó a la dinastía Somoza, los nicaragüenses homenajearon a Clemente bautizando un estadio de béisbol en Masaya con su nombre. La trágica muerte de Clemente impactó a los entusiastas del béisbol de todo el mundo. Los funcionarios de este deporte renunciaron al período normal de espera de cinco años después del último partido de un jugador para permitir que los columnistas de béisbol eligieran a Roberto Clemente para el Salón de la Fama el 20 de marzo de 1973. Fue casi un acto simbólico de contrición por parte del béisbol estadounidense y de la prensa. El homenaje a Clemente compensó parcialmente el trato miserable que se le dio, no solo a él sino a la gran cantidad de latinos de piel oscura. El Commissioner’s Award, dado tradicionalmente a los jugadores ejemplares, obtuvo entonces un nuevo nombre: se llamó Premio Roberto Clemente, como reconocimiento al trabajo humanitario del héroe. Quienes conocieron mejor a Clemente dicen que fue lo que Roberto más hubiera deseado. Algo especial se fue sin duda del béisbol con la muerte de Roberto. Muchos 27

Gilbert: ob. cit., p. 100.


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amigos y aficionados latinos todavía dicen: “Me hace falta Roberto Clemente”. Y un gran número de aficionados no hablantes de español todavía piensan lo mismo en inglés: “I miss Roberto Clemente”.


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