Algunos de los más bellos tejados andaluces, por Juan Luis Trillo

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Mocejón, Toledo

Pliegues, recortes y alabeos Algunos de los más bellos tejados andaluces Juan Luis Trillo

Imagen aérea del yacimiento romano de Itálica. A la derecha reconstrucción ideal de la Casa de los Pájaros (s. II d.C.) Archivo José Manuel Rodríguez Hidalgo En la página siguiente, pabellón de Carlos V del Alcázar de Sevilla. (1546) Fotografía de José Ramón Pizarro-photaki.es y Mezquita de Córdoba (s. IX)

Los tejados han jugado un papel importante en la arquitectura de todos los tiempos. Adviértase que hablo de tejados y no de cubiertas o techumbres. Su doble función de paraguas y cobijo condicionó siempre sus formas y sus geometrías, más descriptivas que compositivas. La casa patio romana añade a la doble funcionalidad del tejado, una tercera actividad útil: la recuperación del agua de lluvia. El impluvio convierte el tejado en un cuenco, en mano cóncava que retiene y acumula la lluvia, gran imbornal que para la lluvia y luego la deposita sobre la tierra. En el pequeño salto de agua formado entre la cornisa, el alero, y el terreno, se encuentra la casa, ensombrecida, también empequeñecida, por el volumen y el perfil poligonal del tejado. Es el tejado y su formalización cóncava quién ordena el patio interior de la casa y las dependencias periféricas, una tipología resultante del deseo de domesticar la luz y la lluvia, atrapados ambos por el impluvio, trampa que apresa y controla el espacio exterior. El alero del tejado al inscribirse en un patio crea un marco oscuro, en contraluz, una especie de paspartú que enfoca y subraya el cielo, las nubes y el entorno. La casa con impluvio se convierte así en lugar adecuado para la observación del paso del tiempo, el cielo móvil y enmarcado da cuenta del transcurrir de las horas y las manchas luminosas del sol sobre las paredes verticales convierten el patio en un preciso reloj, ¿quién no ha aventurado la hora viendo la forma y tamaño de las sombras de un patio? El tejado y el patio mantienen una relación precisa y única, cuando la casa patio pierde el tejado, sustituido por una terraza plana, también pierde su localización exacta respecto de la distribución de habitaciones, su razón tipológica. El plano de una cubierta plana, liberado de su misión recolectora de aire, aguas y luces y de la resolución de las pendientes, puede desplazarse libre de la configuración inicial. Como ocurre en las investigaciones de Mies sobre “casas-patio”, la cubierta pierde su sentido atávico original aunque descubre nuevos espacios de transición entre zonas cubiertas y descubiertas, entre tejados o destejados. Destejar también significa dejar sin defensa, desproteger, y en ese desproteger es donde muchos arquitectos del siglo XX hallaron la base para una nueva arquitectura. El desplazamiento del tejado al convertirse en cubierta plana, se muestra como una acción suficientemente transgresora como para romper el orden clásico de los espacios domésticos, de la casa jerarquizada en patios y estancias se pasa a un espacio doméstico fluyente. La mirada y los movimientos del morador fluyen condicionados sólo por paredes y muebles, también el exterior fluye en el interior y viceversa. La operación proyectual de destejar las edificaciones de una o dos

plantas, horizontales, obtiene múltiples grados de libertad. Aunque es una opción de simplificación, de abstracción, que al tiempo que produce hallazgos afortunados, provoca anomalías desconocidas hasta entonces. La cubierta plana se convierte en trastero, lugar donde acumular formas y cuerpos no integrados, apareciendo objetos nuevos como los castilletes y todo tipo de maquinaria. Por primera vez la arquitectura apila en vertical plantas y cubiertas, lo que hasta entonces era una forma que partía de un sistema único de relaciones. El destejado desestructura – término que define con exactitud lo acontecido- no sólo la planta de la casa sino sus relaciones verticales, a partir de esta operación la cubierta puede deslizarse con libertad sobre la planta. Condición o cualidad que aprovecha la modernidad en su pretensión de des-imaginar la arquitectura histórica. Uno de los efectos secundarios más irrecuperables de esta desestructuración es la pérdida de un sistema de medidas, la casa tejada aporta luces, distancias limitadas por las cerchas y por el tamaño más adecuado para la evacuación de las aguas y su buen funcionamiento. De esta forma se constituye un completo sistema relacional de medidas en el que las dimensiones del patio o de las habitaciones están relacionadas con la altura y la pendiente del tejado. Sistema modular que desaparece con la cubierta plana, bajo la que toda dimensión puede ser decidida con autonomía. Ello, al tiempo que facilita la libertad operativa de la arquitectura moderna, su creatividad, introduce nuevos factores de riesgo y descomposición arquitectónica. En el yacimiento arqueológico de Itálica encontramos un amplio ejemplo de casaspatios-impluvios de un elaborado y preciso nivel arquitectónico. Casas complejas que confinan la luz y el agua mediante tejados de formas cóncavas que tamizan los agentes externos, hasta domesticarlos y depositarlos en el interior de la casa. Como en la Casa de los Pájaros el cielo que cubre los tejados encuentra fiel reflejo en los mosaicos que cubren el suelo, una cisterna bajo el peristilo almacenaba el agua pluvial, que se extraía mediante un pozo. La domus romana desarrolla sus espacios entre los planos paralelos y cerámicos de tejados y pavimentos. En Itálica encontramos numerosas casas señoriales, además de la Casa de los Pájaros, están la Casa de la Exedra, la de Neptuno, la del Patio Rodio, la de Hilas y la Casa Planetario. En todos los casos debemos tener en cuenta que desafortunadamente no existen imágenes de sus tejados, por lo que todos los dibujos de los mismos son simples conjeturas. La integración constructiva que el tejado tiene con la planta de la casa nos hace aventurar, con escaso riesgo, sus perfiles quebrados.


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La figura más próxima y opuesta al impluvio es el pabellón. Una figura geométrica inversa que sustituye limahoyas por limatesas y la forma cóncava por la convexa. Mínimas montañas geométricas que repelen y expulsan el agua. Mientras los impluvios impulsan el agua de lluvia en un recorrido centrípeto, de concentración del agua capturada en un lugar central, los tejados de pabellón provocan flujos centrífugos. El agua no deseada desciende por los itinerarios más cortos, las líneas de máxima pendiente, hacia el perímetro de la construcción. Los tejados exentos por imperativo de su esencia geométrica, están más ligados a construcciones accesorias y de jardín que a conjuntos urbanos. Las follies arquitectónicas de los jardines, caprichos paisajísticos sin utilidad funcional, utilizan esta forma de cubierta. Quizás en arquitectura sea uno de los más conocido y admirado el pabellón renacentista de Carlos V, en el Alcázar de Sevilla, también llamado Cenador de la Alcoba por estar ubicado en la huerta de ese mismo nombre. Esta sombra entre naranjos data de 1546, lugar pensado para el descanso y la reflexión del emperador. Tanto el impluvio como el pabellón aseguran su impermeabilidad inclinando el plano de lluvia y acelerando el desalojo del agua, esto condiciona sus medidas, limitando el ancho de la superficie inclinada, de la crujía constructiva, a 4 o 5 metros. Ambos modelos, impluvio y pabellón, constituirán unidades bases para la producción de complejos tejados urbanos. La ciudad densa con sus grandes manzanas medievales crece hacia el interior colmatando los huertos mediante una nueva tipología doméstica: los corrales. Para ello, la arquitectura se sirve de nuevos y grandes impluvios, tejados colectivos, centrales, que encontramos en todas las provincias andaluzas y cuya ilustración sería prolífica. En estos casos los patios se convierten en plazas y calles interiores que complejizan la trama de recorridos peatonales de la ciudad. Cuando el área construida es muy grande el tejado no puede con-formarse con una única figura y se resuelve en la reiteración de una forma geométrica simple. La repetición de un tejado en pabellón a dos aguas produce un plegado orientado, canales paralelos de agua que “mean” en los testeros de la construcción. Estos tejados plegados han resuelto históricamente los grandes espacios arquitectónicos sin alcanzar alturas indiscretas. En Andalucía, las grandes edificaciones colectivas, religiosas, comerciales y laborales derivadas de la cultura árabe han experimentado, una y otra vez, con estas bellas figuras de cubiertas que parecen originadas en las leyes compositivas de la papiroflexia. Las dos más bellas que conozco son la cubierta

de la Mezquita de Córdoba y la original de las Atarazanas de Sevilla, atarazanas que estuvieron tejadas antes de su destrucción parcial y de su ocupación militar en el siglo pasado. Como podemos apreciar en la Mezquita de Córdoba, los canales que conforman el plegado sobre las arcadas del templo, se comportan aquí como un medio neutro, un mar de luces y sombras sobre el que pueden navegar otras naves, e incluso, otras religiones. La belleza de este tejado está en su escala mínima frente al tamaño del edificio. Como ocurre con las palabras que repetimos muchas veces que, o pierden su significado, o sus sílabas se agrupan de otra forma obteniendo un nuevo significado, del tímpano original del tejado del templo, levantado entre cada arcada, pasamos a grandes canales que evacuan las aguas sobre el patio de naranjos o sobre el testero de la quibla. De esta forma cada arcada de la mezquita queda transmutada en acueducto, acueductos paralelos que surten de aguas pluviales las pequeñas canalizaciones del patio de abluciones. En el siglo XIX, los tejados seriados de la industria vinatera jerezana sitiaron la ciudad intramuros y terminaron por conformar un perfil urbano muy particular de la ciudad de Jerez. La lógica racional de la producción industrial se traslada a la edificación de las naves de bodegas, ordenadas tanto por sus tejados a dos aguas con sus grandes piñones en tímpano, como por la lógica de la producción y el trasiego interior del vino. En Jerez aún se mantiene en las bodegas una particular terminología que hace referencia al mar, a los barcos y a la navegación. Las “naves” se denominan también “cascos” y la fila de barriles (botas) apilada en cuatro pisos se les llama “andana”. La distancia entre las andanas es la estrictamente necesaria para permitir la sustitución de las botas. El origen de esta construcción bodeguera se encuentra en la lógica de su producción: el vino más joven se vierte en las botas más altas, las de la cuarta planta, sustituyendo al vino extraído para rellenar sucesivamente las botas inferiores. De esta manera, el vino a medida que envejece se desplaza en el interior de la andana, hasta alcanzar el plano del suelo donde está la solera. Los pisos superiores se denominan tercera, segunda y primera “criadera”. Las construcciones apiladas de las andanas llenan el espacio interior de las naves o “cascos de bodegas” de manera que sea posible la manipulación y el trasiego entre ellas. El casco debe construirse con medidas adecuadas a la bota, a la andana y a los pasillos de trasiego del vino, de forma que se obtenga una máxima rentabilidad del terreno ocupado. La construcción debe mantener temperatura y humedad mediante gruesos muros, un gran volumen de espacio con tejado sobre madera y el riego continuo del suelo

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Pliegues, recortes y alabeos

Manzana de Bodegas al este de Jerez de la Frontera (Cádiz). Debajo, Bodega “La Chica”, interior sin uso. Año 2006 y Bodega “Sánchez Romate”, andanas de botas e interior de un caso. Año 2002. fotografías del autor. En la página 91, Jerez, siglo XIX. Cinturón bodeguero. Plano base utilizado: PGOU y Carta Arqueológica de Jerez. Autor: jaime Pérez Fiz. Abajo, Palacio de Carlos V de Granada.

que, salvo el camino de rodadura de las botas, es tierra de albero compactada. De la disposición de los cascos de bodegas, necesitados de ventilación, surge un espacio público característico de la ciudad de Jerez: el “almizcate”, espacio estrecho y alargado, del ancho necesario para rodar una bota y mantener en pie otra, “a la bretona”, espacio que permite la ventilación y el servicio exterior de las naves. Habrá que esperar a la segunda mitad del siglo XX y al uso del hormigón para que se rompa esta estructura que aúna un sistema constructivo, un sistema de producción industrial y una trama urbana. Pocas bodegas se atrevieron a romper el cerco de tejas del que disfrutaba la ciudad de los siglos XVIII y XIX, antecedentes cualificados de la actual tendencia vinatera riojana por cobijarse en una arquitectura formalista, aunque en las jerezanas se conservaron las medidas decantadas por las luces de madera de los cascos históricos. Por su potencia urbana la más destacada y sorprendente es la bodega de Tío Pepe en la que interviene Eduardo Torroja, en el año 1960, y construyen después Antonio Torroja y Fernando de la Cuadra. Aún hoy es posible observar en Jerez la diferencia de escala de sus construcciones, la industria del vino levantó en la periferia de la ciudad histórica una cerca de tejados a dos aguas de grandes medidas. Las naves, los cascos de bodega, rodeaban la ciudad del XIX y como las naves de pasajeros a su llegada a los puertos, impresionaban por su tamaño en comparación con los edificios residenciales, que quedaban resguardados en el interior de esa cordillera artificial. Es sorprendente cómo la búsqueda sobre un tema específico, en este caso los tejados andaluces, puede conducirnos a observar de forma diferente una obra de arquitectura tan estudiada como el Palacio de Carlos V en la Alhambra. En este texto no nos interesa su abrupta irrupción en el conjunto de la Alhambra, ni su difícil diálogo con la arquitectura y el tamaño de los palacios árabes, ni tan siquiera su implantación entre aljibes y su leve giro que triangula el contacto de transición con el Patio de los Arrayanes, sólo nos interesa su compleja y poco apreciada cubierta actual de teja. Una cubierta que en 1920 vino a terminar la obra incompleta de Pedro Machuca. Velázquez Bosco, primero, y Torres Balbás, después, pusieron fin a un proyecto inacabado. Las duras geometrías de los muros renacentistas, el cuadrado del palacio donde se inscribe un patio circular, junto a las limitaciones de geometría descriptiva de los tejados y sus pendientes, constituyeron la difícil “cuadratura del círculo” de la cubierta. En un complicado ejercicio de proyecto y de realización, a una altura alejada de la vista de los visitantes, el tejado del palacio se teja resolviendo triángulos curvilíneos que convertidos en un gran imbornal, producen el encuentro de dos planos inclinados perpendiculares entre sí, con una superficie cónica. Pechinas horizontales que asumen en su extraordinaria dificultad constructiva el cierre completo del tejado. Parte olvidada por los investigadores del palacio, el tejado cumple con su exacta geometría el más delicado y estricto orden renacentista. Sorprende hoy comprobar que, tras una reciente adaptación expositiva del palacio, una de estas pechinas haya sido destruida para situar máquinas de instalaciones. “Sólo Dios lo ve”, debieron pensar los autores de la adaptación sin caer en la cuenta de que “Google Earth” nos convierte a todos en dioses o en diablos cojuelos, una prueba más del rechazo formal del tejado a la improvisación no sistematizada. Como ya hemos indicado las vanguardias del siglo XX, entre otros signos de ruptura con el pasado, adoptaron la cubierta plana, que aportaba en la zona mediterránea la concepción de cuerpos geométricos más simples y puros, más abstractos, al tiempo que se rompía la concatenación de sistemas formales, constructivos y funcionales de la arquitectura del siglo XIX, excesivo corsé para el pretendido cambio de la modernidad. Los tejados fueron utilizados a partir de este periodo como vestigios del desencuentro con las pautas de la arquitectura internacional. La arquitectura moderna en la zona de influencia mediterránea rehuyó de la utilización del tejado, mientras maestros como Tessenow, Wright, Aalto o Kahn, por ejemplo, lo mantenían en sus obras. Cuando la vanguardia próxima se decidió a incorporar el tejado lo sometió a una depuración excesiva. El tejado se descompuso en elementos simples,


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Auditorio Manuel de Falla. Granada. García de Paredes, 1975-78 Abajo a la derecha, el Albaicín de Granada.

desaparecieron las formas cerradas del impluvio y el pabellón. Aparecieron tejados a dos aguas, cuando no a un agua, que exhibían su modernidad desestructurada en hastiales asimétricos. Algunos arquitectos modernos se atrevieron a entejar sus edificios de una o dos plantas, fragmentando o des-imaginando la cubierta tradicional. La obra de Corrales y Molezún muestra esta difícil actividad de proyectar en la frontera de lo permitido, utilizando fragmentos y recortes. Estos tejados modernos fueron un antecedente seminal de una de las características relevantes de la arquitectura contemporánea, nos referimos al uso del fragmento y del corte oblicuo de piezas geométricas simples, la complejidad formal de la edificación no procede de la suma de piezas sino del tallado y la fragmentación de una sola.

conservación del carácter de una población a cubrir con tejas las nuevas edificaciones del núcleo histórico. Ésta imposición nunca ha producido bellos tejados, ya que los autores siempre han tratado de encontrar en el margen de la propia ley, la forma de desobedecerla. No obstante han existido obras cuyo conocimiento del contexto en el que se insertaban y el deseo de integrarse en el mismo, sin estridencias ni impactos, han ofrecido cubiertas de teja tan bellas como la del Auditorio Manuel de Falla de Granada, del arquitecto José María García de Paredes, construido entre los años 1975 y 1978. Dos grandes cubiertas de pabellón que desde un nivel superior se desarrollan parcialmente en cascada, produciendo dos de los planos de tejas mayores de la arquitectura española.

Como ejemplo de este desencuentro moderno con el tejado quedó la arquitectura romántica y monumental, anacrónica y representativa de un regionalismo territorial, que se oficializó en la exposición Iberoamericana de 1929. Una arquitectura que fue posible gracias a los penúltimos artesanos alfareros de Sevilla. El recinto de la exposición se llenó de tejados de diferentes procedencias, quizás uno de los más destacados por su extraña y exótica formalización oriental y por estar aún en pie, es el del pabellón de Portugal.

Pero el tejado no es apreciable tanto por su singularidad individual como por su aportación a la superficie última de la ciudad. Las tejas crean surcos paralelos que como en la agricultura colmatan planos y se encuentran en continuos cambios de sentido. Los tejados conforman una nueva topografía aérea, más rígida y uniforme que la del terreno. Una superficie plegada sobre la que se depositan luces y sombras. Es el mismo barro extraído del territorio y elaborado, el que vuelve a representar la superficie de la ciudad. Como escribe la joven arquitecta Ángela Ruiz:

La arquitectura populista de los poblados de colonización, con la singular aportación de arquitectos tan significados como Antonio Fernández Alba, Alejandro de la Sota o José Luis Fernández del Amo, siempre constituyó una buena fuente de tradición innovada. Esos proyectos domésticos se ocultaron bajo un tejado simplificado a dos aguas, con unidades discontinuas, una peculiar forma de integración de la casa rural con la racionalidad seriada de la arquitectura moderna. A finales del siglo pasado la denominada crisis del Movimiento Moderno, convocó de nuevo la aparición de los tejados en muchas obras postmodernas o tardo modernas. La supeditación al sistema dimensional del tejado aparece ahora invirtiendo la tendencia inicial a su supresión, como símbolo de un grado más de libertad formal. Las normas estéticas urbanísticas siempre obligaron como medida de integración y

“Cubiertas entejadas de numerosos pueblos o conjuntos, cubiertas de la arquitectura tradicional, otros proyectados como Alcudia de Sota, suponen un ejemplo de la quinta fachada de numerosos fragmentos de Andalucía, desde alcazabas, atalayas o cerros próximos dejan ver los recortes y grietas de las callejuelas sobre el manto plegado y picudo de la urdimbre de tejas. Estaba recordando el Albaicín desde el Peinador de la Reina”. Siempre nos quedará la visión lejana de estos tejados, elevarnos sobre las calles y las plazas para confundir agricultura y arquitectura, superficies labradas que dan testimonio de nuestro trabajo más cotidiano. En esas visiones aéreas y globales que relacionan vanguardia y tradición, presente y pasado, luces y sombras, que disuelven


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