Reflexiones de arquitectura: Sáenz de Oíza, DIOS ARQUITECTO

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Reflexiones sobre arquitectura

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Sáenz de Oíza, DIOS ARQUITECTO Rogelio Ruiz Fernández, dr. arquitecto

Presencié, en el Colegio de Arquitectos de Oviedo, una estupenda conferencia sobre Sáenz de Oíza del profesor Javier Vellés1 que trabajó con él y acaba de publicar un libro definitivo (Oíza. Puente Editores, 2018) (figs. 1 y 2) que, además de conciso, está escrito con una mano literaria que no siempre nos acompaña a los arquitectos, y es un deleite por el conocimiento profundo de cada obra, cada cliente, cada detalle... También unos cuantos profesores2, de los cuales muchos fueron alumnos suyos, escribieron en otra publicación reciente (Oíza, 100 años. Ed. Asimétricas, 2018) sentidas loas al maestro. Se están sucediendo celebraciones: por el centenario de su nacimiento; por los cincuenta años de su obra más emblemática, Torres Blancas (fig. 3); por la declaración de Bien de Interés Cultural para el Banco de Bilbao de la Castellana; y por los cincuenta años del Colegio de la Milagrosa en Oviedo, con actos por la efeméride. El año pasado, en el Colegio de Arquitectos de Madrid, en la calle Hortaleza, hubo una preciosa exposición con cuidadas maquetas. Además, el programa Imprescindibles le ha dedicado un capítulo que no deberían dejar de ver en TVE a la carta. Todo esto, e hitos tan importantes como el Premio Príncipe de Asturias de las Artes que recibió, hacen que se produzca un conocimiento general de su icónica obra, más allá de lo estrictamente profesional. La última película de José Luis Cuerda, Tiempo Después, recoge en su cartel el edificio Torres Blancas (algo retocado con Photoshop añadiéndole partes del Instituto de Patrimonio Español). Si recuerdan la primera escena de El día de la Bestia, de Álex de la Iglesia, la iglesia que aparece es la de Aránzazu, una de sus primeras y más logradas obras. Precisamente en Aránzazu conoce a Jorge Oteiza, escultor también premiado por el entonces príncipe, y se forma una amistad que durará

Javier Vellés es el autor del umbráculo de Cercedilla. Su Palacio de Ferias y Exposiciones de Jerez de la Frontera obtuvo el Premio Nacional del Ladrillo 1988-1991 por su utilización rigurosa de piezas cerámicas que van creando aquel cierre calado (esta obra fue seleccionada también en la II Bienal de Arquitectura Española 1991-1992). 1

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toda su vida. Sus nombres se alían más allá de las coincidencias nominales (Oteiza incluye Oíza), además Jorge Oteiza tenía un genio que se escapaba de sus obras para envolver también a su persona. Al final de sus vidas Oíza le hizo la fundación a su amigo Oteiza. Santillana del Mar ni es santa, ni es llana, ni tiene mar... Las Torres Blancas, como saben, ni son varias ni son blancas, y yo creo que no son dos, porque la primera “rompió el molde”. Tenemos que citar a Huarte, pues solo un cliente así pudo hacer posible una realidad como esta, donde precisamente vivía el maestro, y donde la serie interminable de propuestas previas muestran la búsqueda incansable de la excelencia. El “Bancobao”, que en nada se parece a la anterior, es torre de oficinas que va intercalando pisos de instalaciones, que tiene que formar como un puente estructural que salve el metro que pasa por debajo. Se acaba tan precisa, en cortén, cuando nosotros no sabíamos ni lo que era, se entra hacia abajo cruzando ese espacio en el que la piel exterior se convierte en visera que va creando un ámbito semipúblico, antes de entrar de lleno en el privado, donde la elegancia de los detalles sublima el resultado. Oíza y el ladrillo Pero el maestro, cuando no se trata de torres, utilizó con frecuencia el ladrillo y los acabados cerámicos en su obra. Especialmente en la escala menor: la vivienda. Así sus primeras viviendas, como la Casa Fernando Gómez, tiene en la plaqueta cerámica cuadrada su imagen, de un ocre pálido que se alía perfectamente con las carpinterías de madera. La casa Lucas Prieto es, así lo apunta Vellés y es una relación evidente, “un homenaje desde la carretera al monumento a Rosa Luxemburgo de Mies” y, por tanto, el ladrillo le venía obligado.

Antonio Fernández Alba, Jesús Bermejo, Eduardo Mangada, Rafael Moneo, Ricardo Aroca, Javier Seguí, Sebastián Araujo, Javier Vellés, Jaime Nadal, Jose Manuel López Pelaez, Margarita de Luxán, Alberto Campo Baeza, Gabriel Ruiz Cabrero, Antón Capitel, Miguel Martínez Garrido, Mª L. López Sardá y J.C. Velasco, Jesús Perucho, Luis Fernández-Galiano, Javier Mosteiro, Francisco Arqués, Juan Herreros, Javier Sáenz Guerra, Álvaro Soto, Emilio Tuñón, Luis Martínez Santa-María, Jesús Aparicio Guisado, Silvia Canosa y Eva Hurtado, Antonio Ruiz Barbarín.

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1 Foto incluida en el libro Oíza de Javier Vellés con Sáenz de Oíza como Dios Arquitecto. 2 Portada del libro Oíza de Javier Vellés. 3 Torres Blancas, Geometría del círculo (fotos Rogelio Ruiz). 4 Colegio la Milagrosa, obra publicada en este número (foto Marcos Morilla). 5 Casa Fabriciano, (foto Ana Amado). 6 Edificio M-30. Foto de Asqueladd.

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Las casas en la calle Fernando el Católico en ladrillo. Ladrillo en el Poblado dirigido de Entrevías. En la casa de Arturo Echevarría los paños quedan rellenos, la junta generosa y me recuerda aquella forma de usarlo de Cano Laso, que adquiere, por esa sobriedad, una fuerza volumétrica con este material. Ladrillo humilde también en la unidad Loyola. Y otras veces ladrillo para ajustar curvas como la unidad escolar en Batán que parecen depósitos cerámicos, que contienen saber. Plaqueta cerámica oscura, donde cada una es distinta, en la Milagrosa en Oviedo (fig. 4). En la Villa Fabriciano (fig. 5), en una época en que Mario Botta era guía para todos (yo incluso lo fui a ver a su estudio en Lugano), aparecen bandas de ladrillo oscuro, cada ciertas hiladas, consiguiendo con ese sogueado un carácter clásico que por la geometría y simetría intensa envuelve toda la casa (y por eso la llamamos Villa). También el ladrillo es la horma de aquella muralla contra la autopista, que es el ruedo de la M-30, donde el maestro llegó un momento que, ante las críticas, parecía perder sus propias riendas... (fig. 6). Una famosa frase de Stephen Hawking dice que “la inteligencia es la habilidad para adaptarse al cambio”. Una larga carrera como la suya, sobre todo al final, fue saltando de estilo en estilo y buscando en cada momento dar una solución pregnante, llamativa, con carácter y vinculada a su tiempo en todas y cada una de sus obras. Esto hace que, en realidad, conozcamos las obras de Don Francisco Javier por su singularidad, pero no se ha producido, digamos, un estilo uniforme o reconocible en toda su producción. A no ser, como indicábamos antes, que reconozcamos la excelencia como su estilo propio. Vellés destacaba las matemáticas como invariante. Y así es, ya que, en aquellos tiempos en los que estudió, los arquitectos hacían previamente dos años de Ciencias Exactas y esto hizo mella en sus diseños y en la enseñanza (nos comenta que decía: “A quien modula Dios le ayuda”). También la geometría del círculo inunda algunos de sus edificios, desde los módulos de Batán hasta las Torres Blancas, donde llega al paroxismo; la Torre Triana de Sevilla, que también es un gran y chato cilindro; y, ahondando más, inscrito y circunscrito en el cuadrado que estudiaba Arquímedes de Siracusa (nos lo dice Vellés). Pero no es

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7 Sáenz de Oíza (ante maqueta de la Alhóndiga de Bilbao) versus Gary Cooper en El manantial (comparación R.R.).

Grecia solo lo que aflora, es Roma, como un Castello de Sant Angelo, en este caso junto al puente de Triana... Esta búsqueda del momento le llevó en Santander a crear el Auditorio en un estilo postmoderno, cuando creo que ya aburría aquel ismo que, como virus, había prendido fuertemente en obras de arquitectos muy notables como Philip Johnson, que hizo el ATT como un mueble bar en Nueva York, o James Stirling, que tras una interesantísima etapa brutalista, como Oíza en Torres Blancas, acaba abrazando en aquella galería de Stuttgart, que me dejó totalmente desconcertado, un postmodern que me pareció postmortem... Cualquiera que lo haya conocido entenderá que el ego de Oíza era enorme, su sabiduría insondable y, por tanto, debía de ser tremendamente duro y gratificante a la vez trabajar con él (o más bien para él). Pero cuando el jefe mete más horas que cualquiera de sus trabajadores, la explotación se hace deleite, te hace “formar parte de un destino común”. Así daba gusto escuchar a Vellés, con el cariño que hablaba de su mentor, aunque otras veces escuchas a otros colaboradores suyos hablar contra alguna de sus obras de tal manera que apetece decirles “¡desagradecidos!”. Vellés comentaba, y no podíamos dejar de sonreír, “¿por qué tenía derecho un ayuntamiento a hacer calles peatonales si tú habías llevado tu coche hasta la puerta de tu casa toda tu vida...?”. Parecía que el que hablaba era el mismo Oíza, como cuando se enfrenta a los habitantes de las casas de la M-30 y les dice: “Oiga, estudie arquitectura y luego haga usted lo que quiera”. Quizá tantas celebraciones ahora sean una nostalgia de un tiempo en que estudiábamos un tratado que se llamaba DIOS ARQUITECTO y leíamos en casa El manantial de Aynd Rand que nos decía que Howard Roark, el protagonista, estaba por encima de la sociedad. Se intuye que este personaje está inspirado en Frank Lloyd Wright, quien proclamó en un juicio, de sí mismo, que era el mejor arquitecto norteamericano del siglo XX y que lo decía porque estaba bajo juramento… (fig. 7). No hace falta expresar la veneración que por el americano sentía Saénz de Oíza..., y por sus matemáticas.

BIBLIOGRAFÍA: CAPITEL, Antón, Javier Vellés. Fundación Argentaria. Madrid, 1995. VILLALPANDO, J. B., DIOS ARQUITECTO y el templo de salomón. Edición a cargo de Juan Antonio Ramírez. Ediciones Siruela, 1991. SÁENZ DE OÍZA, Francisco Javier. Ediciones El Croquis, nº32/33, El Escorial. Madrid, 1988. VELLÉS, Javier, Oíza. Puente Editores, 2018. VV. AA. Oíza, 100 años. Ediciones Asimétricas, 2018.


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