Nombres propios: Permanecer sin ser visto / BAAS arquitectura

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Protagonistas / nº 77 / enero 2021

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Nombres propios

Permanecer sin ser visto / BAAS arquitectura Alberto Hueso Si algo demuestra el buen hacer de la arquitectura es su compromiso con la ciudad. La que discurre en un segundo plano en torno al ser humano en una realidad cada vez más líquida e inestable. El componente social es dónde reside la clave hacia una arquitectura útil y sostenible en un mundo que reclama ir más despacio. Es en el espacio no construido dónde reside la verdadera arquitectura. Aquella que tiene la inteligencia necesaria de colocarse a merced de la vida y en la incertidumbre de lo que está por llegar.

Jordi Badia (Barcelona, 1961), arquitecto por la ETSAB desde el año 1989. Fundador y director del estudio BAAS arquitectura, combina su labor profesional como arquitecto con la de profesor del Departamento de Proyectos Arquitectónicos de la ETSAB desde el 2001. Ha colaborado también con otras universidades entre las que destacan las de Hong Kong, Ljubljana, Toulouse, Zurich... También participa en el periódico ARA, y es director del blog de arquitectura (www.hicarquitectura.com).

El estudio de BAAS Arquitectura engloba estos aspectos en su obra. En proyectos que tienen la osadía de intervenir en entornos delicados con un gran pasado industrial como el barrio de Poblenou en Barcelona y la ciudad de Katowice en Polonia. Ambos lugares comparten un pasado común marcado por la primera revolución industrial que han determinado el carácter y la identidad urbana. En este breve recorrido por algunas de las obras de BAAS Arquitectura se reconoce una mirada atenta a los aspectos más cualitativos del contexto cercano y el respeto por las tradiciones del entorno. ¿Cómo es capaz que la obra arquitectónica permanezca sin ser vista? En silencio. Al margen de otras realidades más complejas e intangibles que escapan todavía, a día de hoy, al entendimiento humano. El objetivo último de cualquier arquitecto debería ser crear un camino hacia lo duradero en contraposición de lo efímero. Aspirar a que la obra tenga la habilidad de mimetizarse en el entorno construido y dotar de espacios públicos que fomenten el intercambio y la conversación entre las personas.

Es evidente el compromiso que tiene la arquitectura con la sociedad. Pero, al mismo tiempo, los edificios deben tener una vida propia. Es decir, son concebidos como un organismo que contiene todo un universo interior adecuado para el habitar humano. Habilitados con una espacialidad interior de tal manera que tengan la capacidad de transformarse y adaptarse en el tiempo; con independencia del programa. Y así, garantizar la supervivencia de la obra construida en una realidad que se reformula constantemente. Este análisis de las obras descubre su mundo interior autónomo. Independiente. Flexible. Descubrimos los espacios de carácter polivalente que permiten a los edificios reafirmarse en el tiempo y, a su vez, conectar con un pasado vital que nos enseña de dónde venimos. Paradójicamente, las arquitecturas que tienen la capacidad de llegar sin hacer ruido en un contexto urbano consolidado trata más, justamente, sobre no hacer arquitectura. El paisaje, el lugar, es dónde residen las respuestas a cómo debe ser concebida la obra arquitectónica. Lo dijo Roland Barthes: “La obra revela al oído del lector atento como quiere ser construida”. Por lo tanto, es la responsabilidad del arquitecto de “ver” antes que “mirar”. Entender. Conocer. Investigar. Plantear las preguntas adecuadas al lugar que requieren de una gran medida y precisión. En esencia, una arquitectura para la gente al servicio del quehacer mundano dónde los protagonistas sean las personas al margen de otros intereses políticos y económicos especulativos que carecen de la fuerza y resistencia necesaria para la protección de un mundo globalizado que sucumbe cada día hacia una huella ecológica irreparable. Irreversible. Inmutable.

Junto con Félix Arranz, fue comisario del primer pabellón catalano balear en la 13ª Bienal de Arquitectura de Venecia 2012.

1 MUHBA OLIVA ARTÉS EN BARCELONA, 2020

2 FACULTAD DE RADIO Y TELEVISIÓN EN KATOWICE, POLONIA, 2017

3 ESCUELA MONTSERRAT VAYREDA EN ROSES, GIRONA, 2017

4 MUSEO CAN FRAMIS EN BARCELONA, 2009

Se mantienen los valores primordiales de la preexistencia industrial. Una arquitectura sin nombre. Una arquitectura elemental. Las nuevas capas materiales de la intervención generan un discurso amable entre lo nuevo y lo antiguo.

El objeto material construye la intervención y teje la calle. Continuidad. El nuevo edificio desaparece y establece un diálogo con la historia y las tradiciones del lugar. Se impregna del ambiente del contexto más cercano, de sus colores y texturas. Se inserta sin hacer ruido. En silencio.

Una pieza clara y sencilla construye el nuevo colegio. Se inserta en el paisaje con delicadeza evidenciando la depresión topográfica del lugar. En un entorno urbano poco definido la propuesta se presenta con rotundidad y claridad.

El material tectónico dibuja la antigua huella fabril existente que conecta con las preexistencias. Se constituye una nueva pieza que construye un vacío que permite albergar un bosque artificial que reclama silencio y descanso. Desaparece. Se esconde.


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Muhba Oliva Artés en Barcelona La antigua nave industrial en la que se inserta el nuevo Museo de Historia de Barcelona se localiza en el antiguo barrio industrial del Poble Nou. La intervención, sencilla, ejemplifica una vez más el carácter transformador de la arquitectura sobre el patrimonio histórico sin restarle valor. Sino, todo lo contrario, potenciando y reciclando un antiguo edificio en desuso convirtiéndolo en una referencia cultural dentro del contexto urbano. El barrio se beneficia y se enriquece a pesar del marco económico en el que se ha construido el edificio. La intervención respeta principalmente la cáscara de la antigua fábrica dejando al descubierto un interior rico en texturas de cerámica como reminiscencias de un pasado industrial. Los nuevos elementos que se construyen para garantizar el buen funcionamiento del edificio se adosarán principalmente en el exterior mediante planchas de hierro de un tono dorado generando un “modus operandi” con el que se construirá de forma común y coherente el nuevo museo. Los nuevos volúmenes adosados permiten abrir el antiguo edificio al jardín y generar una serie de espacios intermitentes entre el interior y el exterior. De esta manera, se consigue que el museo salga fuera. El nuevo edificio se humaniza y recibe al visitante a través de una planta baja permeable que se materializa a través del hierro dorado que dignifica la entrada y supone un punctum contra punctum1 con el material existente. Fotografías de Gregori Civera y Jesús Arenas (maqueta)

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punctum contra punctum (latín): nota contra nota. Estudia el modo de combinar una nota con otra u

otras que suenan al mismo tiempo. Es el modo de combinar armónicamente dos o más melodías que suenan al mismo tiempo.


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Facultad de radio y televisión en Katowice, Polonia La nueva Facultad de Radio y Televisión se asienta en la ciudad de Katowice, en la región de Alta Silesia de Polonia. El proyecto se inserta en un tejido urbano con una fuerte raíz histórica. Un contexto urbano delicado que supone uno de los principales centros industriales y económicos de Polonia. La intervención mantiene el edificio preexistente y se construye un nuevo volumen que teje la calle y respeta los valores históricos del lugar. Se consolida un vacío interior de manzana en el que se articulará todo el programa de talleres y servirá como espacio de encuentro y de relación de la universidad. El edificio reconoce los valores hápticos del lugar. La plasticidad, los colores y los materiales del contexto impregnan al nuevo edificio de su propia manera de hacer. El nuevo cuerpo se construye mediante unas piezas pequeñas cerámicas huecas de formato rectangular que otorga unas texturas, colores y una escala doméstica que poco recuerda a una universidad. La propuesta se abre en planta baja a través de un porche de escala humana que recoge a los nuevos visitantes de la calle. La obra se ajusta al entorno dentro de un marco industrial que forma parte del conjunto de la ciudad. Un edificio que se construye en la historia y que diluye los límites entre lo nuevo y lo viejo. Fotografías de Adrià Goula y Jesús Arenas (maqueta)


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Escuela Montserrat Vayreda en Roses, Girona La escuela de Montserrat Vayredad se ubica en la periferia de la ciudad de Roses (Girona), en un contexto poco consolidado, desdibujado ante la baja densidad urbana. Un lugar dominado principalmente por el paisaje natural de l’Alt de l’Empordà que constituye la identidad de la ciudad. El emplazamiento está definido por una pendiente natural donde se distinguen de forma clara dos plataformas. El volumen aprovecha la oportunidad del desnivel para colocarse con delicadeza en la plataforma superior y, de esta manera, construir el edificio a favor del terreno alterando lo menos posible el solar. La pieza de forma cuadrangular está definida por un gran patio interior que organiza todo el programa educativo que reclama un edificio de estas características. El vaciado central del volumen permite que todas las clases disfruten de una buena iluminación y ventilación natural. Además, de servir como espacio polivalente, de reunión e intercambio entre las personas que vivirán el edificio. La posición del volumen en la cota superior permite su relación directa con la calle generando un vestíbulo de entrada que da la bienvenida a los futuros usuarios del colegio. Sin embargo, las zonas destinadas a las pistas deportivas y a otras actividades alternativas se concentran en la cota inferior protegidos por el voladizo del volumen que envuelve y abraza al alumnado. La obra se construye con materiales que conectan con el pasado de la ciudad respetando la tradición y la historia del lugar. La cerámica, la madera y el hormigón visto aparecen como una constante que se mezclan entre ellas haciendo partícipe a los usuarios de la historia con la que se ha construido siempre. Fotografías de Adrià Goula y Jesús Arenas (maqueta)


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Museo Can Framis en Barcelona El antiguo barrio del Poble Nou es un lugar que, a finales del siglo XIX, era la mayor zona de concentración industrial de Cataluña y una de las más importantes de España. A lo largo del siglo XIX se consolida como un barrio obrero e industrial. Más tarde, en los años 60, se produce un proceso de desindustrialización, dejando grandes espacios y naves vacías en desuso. Las fábricas industriales de Can Framis son una prueba de ello. Y, la consecuente transformación de un edificio de uso industrial a un edificio de uso museístico representa el poder transformador de la arquitectura como vehículo hacia el cambio de un lugar que reclamaba esta parte de la ciudad que había perdido su identidad. La intervención consiste en un ejercicio de limpiar y ordenar un emplazamiento protagonizado por una serie de preexistencias dispersas y sin ningún tipo de interés arquitectónico. Por lo tanto, se produce un trabajo de consolidación de la manzana mediante la construcción de un nuevo edificio que conecta las dos naves existentes configurando una nueva pieza que construye un vacío que servirá como espacio polivalente enriqueciendo la actividad del museo. Por otro lado, está el jardín que envuelve al museo y que se desarrolla de forma paralela a la transformación de los edificios industriales. Ambas operaciones no se pueden entender sin una de la otra. Es un jardín que desdibuja el museo. Lo esconde. Desapareciendo de repente en un oasis verde que construye un ambiente de silencio y calma alejándose del alboroto de la ciudad. Se presenta como un gran espacio natural para la ciudad como si siempre hubiera pertenecido a ella. Fotografías de Gregori Civera (abajo), Federico Cairoli (derecha) y Jesús Arenas (maqueta)

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