Ismael Augusto Sulca Velásquez
© ENTRE FAMILIA (Fragmento) „Inolvidable viaje a Concepción‟ © Ismael Augusto Sulca Velásquez Coronel PNP (r) © Copyright - Ismael Augusto Sulca Velásquez
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Teléfono: Celular 994870875 - 989178250 Correo-e: tribunal_cuarta_sala@hotmail.com Edición: Noviembre del 2013
Producido en Lima Perú Diseño: Ilustración: „„Arrieros‟ - Xilografía De Carlos Bernasconi (Alquimista de la imagen)
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Inolvidable viaje a Concepción
Dedicado: A mi tatarabuelo don José Sulca y sus hijos Trinidad, Martín y León Sulca Paredes, mis queridos bisabuelos. También para Augusto Sulca Oré, de Concepción Gavina Zea Alarcón, de Concepción Juan Velásquez, de Tacna y María Cleofé Velásquez, de Chincheros mis adorados abuelos orígenes del turbulento río que aún me recorren y de todo lo que soy y todo lo que dejo.
Ismael Augusto Sulca Velásquez
‘Historia y Cultura de Ayacucho’ (Fragmentos) “La montaña es un dios activo, al cual se le rinde culto para propiciar su intervención en los asuntos humanos. Este culto obliga a prácticas cuidadosamente ritualizadas. Durante la herranza y la limpieza de las acequias se le rinde culto especial a los Wamanis. Por ejemplo durante la marcación del ganado comunal, las ofrendas suelen ser trozos de oreja de ganado mezclados con chicha, coca y aguardiente” “Las grandes montañas guardan cuidadosa relación entre ellas. Se envían obsequios, se consultan y luego de ponderar, toman decisiones que definen la vida de la gente” “Ente los campesinos existen algunas individuos especializados en hablar con los cerros y auscultar su voluntad. Este poder se va ganando a lo largo de la vida, convirtiendo a estas personas en intermediarios entre este mundo y el más allá” “Los cerros son muy estrictos y celosos…. Los Apus necesitan ser venerados para sentirse satisfechos y bien dispuestos a la protección de la gente. Caso contrario pueden enviar calamidades. La forma de llevarse bien con los cerros es una conducta social, un modo de relacionarse entre los mismos campesinos”… Pág. 266 “Las montañas y los ríos son seres vivos. Todo lo que existe en el Cosmos está animado” “Este movimiento de las cosas obedece a las mismas leyes que gobiernas la dinámica de los seres humanos”… “Así, la naturaleza y la sociedad humana forman una unidad” “Está estrictamente prohibido agredir a la naturaleza o ignorarla. Somos seres humanos porque seguimos a la naturaleza, ya que somos sus hijos” “De este modo, para los niños andinos, el mundo es algo vivo. El ser humano es un elemento importante y quizá el más trascendente. Pero no absoluto. La voluntad humana está subordinada a otras más poderosas, como las montañas, los ríos, algunos animales y plantas. En este universo mental, lo maravilloso es cotidiano y necesario. El ser humano y su activad forman parte de cuanto existen en este mundo y en el cielo” Pág. 267. Reseña del Libro Virtual ‘Historia y Cultura de Ayacucho’ UNICEF Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia IEP Instituto de Estudios Peruanos Primera Edición Febrero 2008 Editores Antonio Zapata Velasco, Nelson Pereyra Chávez y Rolando Rojas Rojas
Inolvidable viaje a Concepción
INOLVIDABLE VIAJE A CONCEPCIÓN (Del Callao a Huancayo, Ayacucho, Ninabamba, Ayrabamba, y Concepción en 1961) "Tal vez, si yo no hablara como a veces lo hago dirían quizás, que no he vivido"
(Del Libro de poemas 'Entre Tanta Espera'
Querida familia y estimados amigos: Lo que les voy a contar constituye una de las experiencias más hermosas que me haya podido ocurrir cuando todavía era un niño, y que marcaron, tal vez, mis dones que les estoy confiando en la creencia de ser un recopilador o un simple narrador de „crónicas de infancia‟ o historias vividas, de lejanos lugares que tal vez aún existan o hayan cambiado con el tiempo, pero los personajes que nombro son tan ciertos y aún perduran en mi memoria, como aquella ilusión en los que fueron forjadas, y se confundirán con los sentimientos de los que los quieran conocer. Agradezco a la apreciada colaboración de mi hermano mayor José Antonio en las reseñas que comparto con todos ustedes. “Las historias y los cuentos que te encandilaron en la infancia no te sirvieron sólo de diversión. Fueron otros tantos filtros que te permitieron conocerte mejor. Te revelaron formas de ser, de comportarse y considerar la vida. Moldearon tu percepción de lo real, contribuyeron a la interpretación de tus experiencias e influyeron tu conducta, y consiguientemente tu orientación. Los personajes de esas historias, así como su misión, ejercieron y siguen ejerciendo todavía sobre ti una clara fascinación. Revelan diversas facetas de tu personalidad” Pág. 114 del libro ‘Proyecto de Vida’ de Jean Monbourquette.
Ismael Augusto Sulca Velásquez EPISODIO 1 Del Callao a Huancayo Que corra el telón Para ponernos en situación debo decirles el tiempo, lugar y circunstancias en los que ocurrieron y los prolegómenos de aquellos momentos, tal y cual cómo yo las percibí en esos cortos años de mi vida que llevaba en el Callao, en compañía de mis papá y mi madre, de mi hermano José Antonio, de los parientes, los vecinos del barrio del Pasaje „Los Ángeles‟ de la cuadra dos sesenta de la avenida Contralmirante Mora(precisamente entre el „rico‟ Puerto Nuevo y el „enjundioso‟ „Corongo‟, que se incendió dos veces), y muy sobretodo de los „paisanos‟ que llegaban en oleadas o „manadas‟ de algún lugar del cual ya había perdido las nociones, pero siempre lo tenia en cuenta, en los momentos de las matrículas escolares, y alguna que otras preguntas del caso ¿De de dónde eres? Tenía que decir “De Ayacucho” pero de alguna forma disimulada, sin mucho aspaviento, como para que nadie se enterara. Porque por esos años del que les cuento, estaba „casi prohibido‟ que supieran que tu procedencia era de la „sierra‟, y ser tildado de „serrano‟, era uno de los problemas, con el que tenías que lidiar muy a menudo.
Tía Ricardina, Ignacio Martínez „Niño Pepe‟ Augusto, Papá Leopoldo con Lucy, Antonio y Mamá Sabina(1957)
„Amiguitos‟ „Goyito‟, Manuel, „Negro negro‟, „Calincho‟ y Dorita Rojas
Estaba por cumplir los diez años de edad en el que iba a realizar uno de los viajes que mi madre nos había preparado. Y ya sabíamos de antemano que íbamos a ir al lugar en el que habíamos nacido mi
Inolvidable viaje a Concepción hermano y yo, en el distante Concepción, de la Provincia de Cangallo del Departamento de Ayacucho, (tal como figuraba en mis partidas de nacimiento), en el que supuestamente se encontraban mis parientes, y familiares más cercanos, así como algunas propiedades, pertenencias, y ver „in situ‟ todo lo que mis padres nos contaban de nuestras vivencias de infantes por aquel perdido y distante lugar, para nosotros, que era nuestro añorado Concepción. El no saber cómo era en sí despertaba nuestro interés en viajar, para lo cual mi madre había previsto todo aquello desde hace un buen tiempo, cuando acumulaba ropas, víveres, y todo tipo de recuerdos o presentes para ser obsequiado entre sus conocidos y familiares, que por el volumen eran cuantiosas(los llamábamos fardos o „cargas‟), pero por el significado era una laboriosa actitud de demostrar reciprocidad con los semejantes, una virtud que siempre nos inculcaba nuestra madre, debido a un pasado de carencia y necesidad que ella tuvo por experiencia. Viaje a la „Incontrastable‟ ciudad de Huancayo Aprovechamos unas vacaciones escolares coincidentes con el mes de Febrero del año 1961 y nos alistamos para el viaje en el que íbamos a ir mi mamá Sabina Velásquez de Sulca, mi hermano José Antonio, yo -un servidor de ustedes- así como de una prima llamada Sara Bellido Zea, de quien calculo que ya tendría unos veinte años, hija de mi tío Víctor Bellido Martínez y Bonifacia Zea Alarcón (más conocida como „mama Bonni‟, con un leguaje típico caracterizado y representativo del „Taky Onccoy‟, tanto en su conversación como en los velorios y funerales de la familia). Una de las emociones de este viaje era que por primera vez íbamos a viajar por tren del famoso Ferrocarril Central del Perú (FFCC) hoy ENAFER, institución donde trabajaba mi padre don Leopoldo Sulca Zea, de donde se decía que era el „tornero‟ oficial de la firma, o sea manejaba bien el „torno‟ en donde se reparaban las grandes máquinas, locomotoras o vagones(era un gran
Ismael Augusto Sulca Velásquez mecánico Mi Viejo), cuyas rieles precisamente corrían a dos cuadras de nuestra vivienda, y de paso servían como letrinas públicas del barrio, pero para embarcarnos en este viaje, lo teníamos que hacer en la Estación de Desamparados en Lima(a espalda de Palacio de Gobierno). Y así lo hicimos. Mi padre nos reservó los pasajes de cortesía que por derecho le correspondía, en el vagón especial para empleados de la Compañía, y hasta ahí nos embarcó, nos acompañó y nos despidió en este inolvidable viaje, cuyo primer destino era la „Incontrastable‟ ciudad de Huancayo. Para poder sentir lo que yo sentía en esos momentos, tendrían que remontarse a tener una mentalidad de niños. Instalados en el vagón especial, acondicionados con unas mesitas especiales, como para los cuatro que viajábamos dándonos frente, con la característica que tendríamos el servicio de un „maitré‟ a la mano (no se les podía decir mozo), para cuando nos tocara la hora del almuerzo o para la atención en los males de altura. Y todo eso aunado a que la locomotora todavía era de esas a vapor y el que utilizaba el carbón de piedra como combustible, pero el sonido que emanaba cada vez que partía y llegaba a alguna estación, era precedida por la de una campana, seguro señal de que estábamos avanzando. Ávidos de esta aventura, mi hermano y yo nos disputábamos en descubrir lo novedoso que se nos presentaba a los ojos, desde los „viandantes‟(de „vianda‟, vendedores de comida), los primeros cerros de Lima, los bordes del río Rímac y los cañaverales de sus riberas, y en saber qué lugar era al que estábamos llegando para anotarlo en nuestra agenda. Y así poco a poco nos alejábamos de la ciudad asfaltada para descubrir los valles, su nuevas gentes, sin contar nuestro temor al mal de altura o „soroche‟, y notábamos que algo iba cambiando, la raleza del aire, el olor del campo, la aparición de algunas vacas, burros o caballos, cuando de pronto no nos habíamos fijado en el titilar de las luces del vagón y que habían sido prendidas, y de momento nos invadió una
Inolvidable viaje a Concepción intensa oscuridad, que nos tomó de sorpresa, pero un breve espacio, habíamos pasado por nuestro primer túnel(por los sesentainueve que tendríamos que pasar y los cincuentaiocho puentes por cruzar), y lo peor de todo es que el ambiente estaba lleno del humo negro de la locomotora, que nos sofocó a todos los viajantes, que tuvimos que abrir las ventanas para airearla un poco. Y comprendimos la señal automáticamente “cuando se prendan las luces, teníamos que cerrar las ventanas lo más rápidamente posible”. Y eso fue como un juego entre el maquinista y nosotros, los viajeros, que nos causaba grandes risas y diversión. Y así pasamos por Chaclacayo, Santa Clara, Chosica, Ricardo Palma, San Bartolomé, Matucana, San Mateo, entre el ir y retroceder de los vagones(en seis zigzag), a veces avanzábamos en una dirección y en otras como si retrocediéramos, pero siempre ganando altura, entre los juegos de los túneles, sintiendo cada vez más frío, y yo sentía que al probar mi paladar sentía algo raro, los oídos se me tapaban, tenía que estar bostezando seguido para abrirlos y poder oír mejor, hasta que caímos en la cuenta que ya pasábamos por „El Infiernillo‟(construido por el ingeniero Polaco Ernesto Malinowsky a 3300 msnm) el puente más alto del mundo en San Mateo Provincia de Huarochirí en Lima, y con los males que nos producía el soroche. El almuerzo que nos servimos, lo teníamos en la punta de la lengua. Menos mal que habíamos comido poco, por indicaciones de mi madre, y el hambre se nos quitó del susto. Sólo el movimiento y el ruido de la locomotora se nos quedó grabado en la memoria, preguntándonos a qué hora pasaría todo aquello. De algo que me impactó en el viaje fue el de pasar por lugares muy peligrosos, vacíos hacia el precipicio, túneles escabrosos, llevando por dentro los síntomas del „soroche‟ y el frío cada vez intenso. Y más aún, cada vez que teníamos que sobreparar en la ruta debido al mantenimiento de las rieles, así como a los percances que originaban los derrumbes, y otra, el de esperar en un punto central equidistante, a otro convoy de pasajeros que venían en sentido inverso –de Huancayo a Lima- lo mismo que a los vagones especiales en el que se transportaban los minerales que se extraían de las minas, que de algún modo nos distraía de lo cansado del viaje.
Ismael Augusto Sulca Velásquez En algún lugar denominado „Tornamesa‟ vi que la locomotora ingresaba a una especie de „rotonda‟ en el que dos operarios con la sola fuerza de sus brazos la empujaban haciendo que la máquina cambiara de dirección y salía nuevamente como para halar el convoy. Y así seguimos por Casapalca, Morococha, Ticlio, La Oroya, Jauja, Concepción, San Jerónimo. Cuando pasamos por Ticclio supimos lo que era el frío de las alturas y notamos los rasgos de la nevada y los hielos, la naturaleza había cambiado, y ya cuando bajábamos de la altura aparecieron los primeros „cholitos‟ con las mejillas quemadas, las viandas que ofrecían eran comida de la sierra, choclo con queso fresco, habas (muy conocidos en mi mesa) y alguna que otras carnes -pero lo diferente era las „ancas de rana‟- y su forma de hablar también eran diferentes, me estaba adentrando y me estaba imaginando cómo serían los familiares a los que íbamos a visitar. Ya veíamos más burros y algunas llamas por el camino. La vegetación se hacía más pronunciada, ingresábamos a las campiñas a los valles del río Mantaro, con las flores amarillas de las retamas, y así pasaríamos por Pueblos y villas muy conocidos dominios de la gente Wanca, donde „Los Pacharacos‟, „Flor Pucarina‟, „El Picaflor de los andes‟ eran sus grandes representantes y sus huaynos se escuchaban en todas partes, sin menoscabo alguno, al igual que los sombreros y la vestimenta de la gente. Ya faltaba poco para llegar a Huancayo y descansar merecidamente. Habíamos salido de Lima muy de temprano. Estábamos sentados por más de diez horas en confortables asientos forrados en marroquín. No nos podíamos quejar, cuando aprovechando en ir al baño dentro del vagón, descubrí que el tubo por donde desfogaba el urinario, llana y simplemente caía entre las rieles del tren, y es por eso que estaba prohibido para otras necesidades, salvo en casos de urgencia manifiesta como los vómitos de altura y las „diarreas‟ por la indigestión estomacal. Y eso que íbamos en el servicio mejorado propio como para funcionarios de la empresa o de turismo de aventura, porque los otros vagones de segunda clase, apenas tenían
Inolvidable viaje a Concepción las bancas de madera, de esas que hay en algunos parques, y no tenían las mesitas donde poner los alimentos o las bebidas. Eso nos confortaba la peripecia. Cuando nos enteramos que ya „faltaba poco‟ para llegar a nuestro destino la tarde se nos insinuaba y la noche nos alcanzó llegando a Huancayo, y la respiración se nos hacía más pesada. Serían como las siete de la noche cuando llegamos a la estación. Mi mamá y mi prima tuvieron que encargarse de las „cargas‟ que eran numerosas, y sólo Dios sabe cómo fue que los llevaron a la Agencia de Transportes que nos tendría que trasladar de Huancayo a Ayacucho al día siguiente, porque nosotros más cansados que „maratonistas de carrusel‟, apenas llegamos a un Hotel de la Calle Real, apenas pudimos tomar unos cuantos sorbos de té caliente para mantener la temperatura y taparnos con tres frazadas de esas multicolores que nunca habíamos visto antes, parecían tejidos a mano con diversos hilos de lana de oveja y de seguro pesaban más que la conciencia del que las había hecho. El dormir se hacía una obligación. Y así cerré mi agenda en aquel día, y nos quedamos rendidos a los brazos de Morfeo
Ismael Augusto Sulca Velásquez EPISODIO 2 De Huancayo a Huamanga, Ayacucho Al encuentro con „La Mejorada‟ En algún lugar en Huancayo
Muy de temprano, en nuestro segundo día de viaje, nos tuvieron que despertar para irnos al mercado y tomar un desayuno reparador como un buen caldo de cabeza de carnero, con el mote incluido y las hierbas de „muña‟ para disipar el olor; luego hacer „algunas compritas‟ y retornar al Hotel para arreglar la estadía y ponernos la ropa especial que mi madre nos había comprado que consistía en unos pantalones vaqueros, casaca negra de cuero(eso me recuerda aquel huayno popular de „Águila negra préstame tus alas / para seguir a esa palomita ….) botines también de vaquero con el taco „aperillado‟, y sobre todo, como para estar a tono con el ambiente, unos sombreros anchos y con cinta (como el que ahora usa mi amigo „Buddy‟ de „Toy Story‟), por lo que mi madre y mi prima nos decían que nos veíamos „muy monos‟(lindos) con esos atuendos, por los que nos tomaron una foto cuando estábamos rumbo a la Agencia de Transportes. Esto de la Agencia de Transportes fue un caso digno de Ripley, recuerdo que cuando ya estábamos listos para embarcarnos nos comunicaron que el vehículo no saldría por desperfectos mecánicos por arreglar, motivo por el cual tuvimos que demorar en hacer un „trasbordo‟ hacia otra agencia. Las únicas Agencias de las que yo recuerdo eran de „Centro Andino‟ y la otra se llamaba „Hermanos Gutarra‟. Los primeros eran más pequeños pero ruidosos y veloces de color blanco con rayas azul y celestes, y los segundos un poco más grandes y modernos de color marrón, pero más lentos. De eso supimos en la ruta anterior de los comentarios que hacían los pasajeros y de las disputas que se hacían ambos en llegar a sus destinos.
Inolvidable viaje a Concepción Vía intransitable de La Mejorada
Nos embarcamos en Transportes „Gutarra‟ un poco más tarde de lo debido, para dar inicio a nuestro segundo día de viaje con destino a Huamanga en Ayacucho. A diferencia de viajar en tren, hacerlo en un ómnibus interprovincial de la época era someterse a los caprichos del destino, entre olores característicos de los „paisanos‟, la polvareda que se producían en la ruta, y los temores que sentíamos en los desfiladeros del río Mantaro, y lo apiñados que estábamos con la gente. Cuando todo iba bien, de pronto nos detuvimos por causa de un „derrumbe‟(llámese huayco) en plena carretera. Era por el sector de la famosa „Mejorada‟(le decían así porque siempre había derrumbes o deslizamientos de tierra y estaba en constante „mejora‟, era una vía „mejorada‟, arreglada), en que los pasajeros tuvieron que bajar, caminar un buen trecho, para aliviar el peso del vehículo, mientras que brigadistas trataban de arreglar la vía. Nosotros como éramos „niños‟ no tuvimos que bajarnos, y de paso no malograr nuestros botines „nuevecitos‟, ni la ropa especial que llevábamos. Es una de las gracias de ser niños. Entre ese tumulto le oí decir al copiloto que por ser un lugar equidistante entre Huancayo, Ayacucho y Huancavelica –estaba en ésta última- ninguna autoridad de aquellas hacía nada por mejorarla, porque seguramente creían a su vez, que le correspondía a los otros, gastar en esas reparaciones. Y así entre verdes de retama, eucaliptos y sembríos, y una que otra parada como para estirar las piernas o tomar algún alimento, pasamos de Junín a Ayacucho, con los controles que la Guardia Civil obligaba, en donde el ambiente se hacía un poco más que cálido, propicio como para los „molles‟ y los tunales, que nos indicaban que seguíamos avanzando a nuestro destino. El polvo tapaba la visión por las ventanas, por lo que sólo recuerdo la visión del frente, que a veces era cansado y era mejor dormir, hasta que en horas de la tarde llegamos a Huamanga, aletargados, con los oídos zumbando, sabiendo que el otro ómnibus en el que debimos embarcarnos primero, ya había llegado al mismo lugar, porque nos había pasado
Ismael Augusto Sulca Velásquez en la ruta. Ya estábamos en Ayacucho, por lo que el interés era especial. Su gente era distinta a los Huancas por lo peculiar de su vestimenta y el tono dulce de su hablar. Las „chaplas‟(panes) fueron lo primero que degustamos. Y de nuevo la misma operación. Asegurar las „cargas‟, averiguar nuevo transporte, para el día siguiente, y encontrar un buen hotel de alojamiento para descansar los cuerpos „molidos‟ de este segundo día de viaje, por los caminos del Perú, parafraseando al estilo de „Los ríos profundos‟ del buen indigenista José María Arguedas)
Inolvidable viaje a Concepción EPISODIO 3 De Huamanga a Ninabamba y Ayrabamba El olor a lo ancestral En Huamanga, la capital de Ayacucho, las cosas ya se tornaban con mucha mayor familiaridad, aunque se empleaba el castellano era paso obligado hacerlo mezclado con el quechua, o mejor dicho, hablar en quechua con algunas partes de castellano, en eso era especialista mi madre, en cambio mi prima lo hacía con cierta reticencia. Caminando por ahí nos llevaron a un lugar donde preparaban los panes y vi por primera vez cómo los hacían, los metían al horno caliente, y los sacaban con unas paletas grandes que el buen panadero manejaba a la perfección. Y de ahí no más los bajaba a unos „canastones‟ hechos de caña brava, del cual mi madre escogía los más deliciosos, juntamente con los panes dulces de manteca o especiales sabrosísimos que nos llevamos para el viaje. Nuevamente aparecimos en un ómnibus de la ruta Ayacucho – Andahuaylas, con las „cargas‟ a buen resguardo, los maletines de mano y las frazadas que nos cubrían del frío y del polvo. Deseosos de llegar a nuestro destino, no sabíamos que esta etapa de la ruta escogida (Huamanga a Ninabamba) sería una de las pesadas, sufridas, molestas, pero a la vez me marcaría enormemente en la retina de mis recuerdos, y la narro como si fuera que las estuviera viviendo desde el inicio del viaje. Al principio todo salió como estaba planeado, del Hotel „La Crillonesa‟ en el que nos alojamos partimos en nuestro tercer día de viaje, cada vez más emocionados de estar cerca del lugar en el que nacimos mi prima Sara, mi hermano y yo. Mi madre era de Lima, pero se había compenetrado en su nuevo mundo que le era más fácil tener un acercamiento con la gente lugareña. Pasamos entre áridos cerros en medio de la polvareda característica, e igual casi no se veía nada por las ventanas empolvadas, pero cuando ya empezaba hacer más calor, nos fueron alertando que ya estábamos cerca de nuestro destino, Ninabamba. Después supe que Ninabamba era un pueblo anexo del Distrito de Chumbes. Tenía un clima muy cálido entre los límites de Ayacucho y Apurímac, a un lado del imponente Río Pampas y el Puente del mismo nombre que lo cruza para ir a Chincheros y más allá a Andahuaylas.
Ismael Augusto Sulca Velásquez Las picaduras de mosquitos Cuando bajamos a pie de carretera en el paradero de „La Locería‟ en Ninabamba, pudimos comprobar el tremendo calor que hacía, y por eso de ahí el nombre en quechua „Nina‟(calor o fuego) y „Bamba‟(pampa). Eran como las tres de la tarde y teníamos nuestras „cositas‟ (las cargas) arrumados a unas pequeñas viviendas en cercanía, a la espera de que nos vinieran a recoger para seguir el viaje. El calor se podía soportar, ya sentíamos los primeros estragos de la sed y el aburrimiento, pero lo que no podíamos aguantar eran las picaduras de los mosquitos, que nos empezaron a sacar ronchas por todas partes, en la cara, en las manos, en las piernas, que como buenos „capitalinos‟ nos estaban dando una buena recepción, por lo que tuvimos que usar algunos repelentes caseros. Pude observar bien claramente los rostros de los niños que se nos acercaron, mientras estuvimos ahí, estaban tan maltratados y picados por los insectos que ni se molestaban por ello. Entre el calor de la tarde, las picaduras de mosquitos y las ansias de espera noté algo especial. Entablamos conversación y juegos de niños, nos veíamos a la vez distintos cada quien, que compartimos panes, y ellos nos trajeron agua. Y en eso una niña como de seis años, acompañada por los otros, tocando una pequeña „tinya‟ casi de juguete, nos regaló la mejor canción del cual hasta ahora me acuerdo. Sonaba como un carnaval del lugar, y en puro quechua nos hizo oír sus letras “Lintermanuchallay, lintermanuchallay… Lintermanuchallay, lintermanuchallay… y de lo demás ya no recuerdo, pero en el fondo quería decir que “con una
linterna de mano me alumbro / en las noches más oscuras / cuando ando perdida / en una noche de estrellas”. Y así, hasta llegaba a zapatear en el suelo polvoriento. Eso nos alegró la tarde infernal, hasta que llegaron a recogernos. Camino a Ayrabamba Serían como las cinco y treinta de aquella tarde en Ninabamba en el que apareció un indígena neto con su recua de animales a la usanza de los tiempos antiguos. Era (don) Humberto Quispe Socca ataviado con ropas raídas, al hombro cruzado con látigos y bolsa de cuero,
Inolvidable viaje a Concepción sudoroso, con el rostro propio de los andes con una nariz aguileña y sus labios pronunciados, la boca de color verde por la coca que masticaba, pero lo que me llamaba la atención eran sus medias blancas de lana y sus ojotas de cuero de cabra entre cruzados por tiras. Al principio, no lo niego, le guardé recelo como todo niño, por no haber llegado a tiempo y dejar que „nos comieran los mosquitos‟, pero luego de los saludos y reconocimientos característicos y las disculpas del caso, en el que nos decía „papito‟, decidieron entre los mayores en continuar con el viaje esta vez hasta Ayrabamba, donde se suponía que teníamos familia. Y arrancamos la travesía detrás de los tres caballos, dos mulos y tres burros, luego de balancear y acondicionar las cargas en sacos especiales que nos trajo el guía. Al principio el camino se hacía divertido, tanto por abandonar la hoguera donde estuvimos, y los mosquitos ya no molestaban, además que íbamos detrás de la recua que entre evacuaciones líquidas y deposiciones eran algo como para que los ojos citadinos, de mi hermano y yo, tuviéramos como para contar. Además, aunque no lo decíamos, íbamos haciendo algo así como una competencia, en demostrar quién podía más que el otro, como unos juegos de vaqueros. Hasta ahí era lo divertido entre caminos pedregosos y las sombra de los cerros. Pero cuando el cansancio obligaba a tomar un descanso, no era más que para ajustar los aparejos, arreglarse nuevamente la ropa, tomar un poco de agua, para luego seguir adelante. La ruta se nos hacía cansada, la tarde avanzó tan rápido y de pronto nos llegó la noche entre cruzar unas quebradas y los riachuelos que venían de las pendientes, y el camino aún faltaba, y el rostro de preocupación se le veía a mi madre, que cuando queríamos
Ismael Augusto Sulca Velásquez sentarnos en un árbol casi seco, nos lo impedía con un gran misterio, y al hablar en quechua con nuestro guía Humberto. Aquel asentía y recomendaba seguir caminando. Sentíamos las vibraciones de los cerros, y la cadencia de nuestros pasos. Y casi al azar, como „sin querer, queriendo‟ volví a mis recuerdos anteriores y escuché el nombre del „Tayta Orcco‟, ese era el motivo por el cual no estábamos permitidos en quedarnos en descansar, ni que el cansancio nos dominara. Y peor cuando escuchábamos resoplar a los caballos y todos paraban las orejas con la mirada a la oscuridad de aquella serranía. Hubiéramos ido bien, pero la sensación de miedo nos hacía avanzar. En eso le pedí a (don) Humberto Quispe(a quien de seguro cuando nos volvamos a encontrar es este infinito universo, le diré que mi amistad de niño siempre fue de agradecimiento) que me proporcionara algo así como una vara, un cayado o una rama, para espantar cualquier acercamiento extraño, y poder defenderme de alguna agresión, y más que seguro era por el cuento que se me vino a la cabeza, aquel que me contaba mi padre sobre la peripecia de un „sapo‟ cuando se encontró con una „serpiente‟. Este cuento decía que cuando el sapo estaba cercado, acechado por la serpiente, éste tomaba con su boca una rama muy grande y lo mantenía mordiendo por el centro para que los extremos pareciera parte de su cuerpo, y así esperaba a su oponente. La serpiente al ver que se podía comer al sapo, pero no sabría qué hacer con los tremendos „cuernos‟ o „cachos‟ que le salían del hocico, se desinteresaba prontamente y se alejaba del lugar, dejando al sapo triunfante. Don Humberto en el camino me consiguió una caña brava como de dos metros que yo lo llevaba en el hombro. La caminata se nos hacía larga y tenebrosa por la oscuridad y la amenaza de una lluvia inminente, con relámpagos y truenos que retumbaban y alumbraban la quebrada, y que nos llegó como un chaparrón y luego en lluvia fina. Nos pusimos unas mantas, pero las gotas no nos dejaban ver, y avanzamos como
Inolvidable viaje a Concepción podíamos. Luego de horas de camino se escuchaba a lo lejos los ladridos de los perros, y era señal que ya estábamos cerca, cuando en eso, yo no me había dado cuenta que una tragedia pudo haberme pasado cuando distraído por los ladridos, estaba caminando derechito a las patas traseras de un caballo, y la caña que llevaba entre las axilas estaba pronto a tomar contacto con la grupa del animal, quien de seguro ya estaba recogiendo la cola para dar la coz en su defensa, cuando en eso sentí que me alertaban y me sujetaron de la mano, salvándome de aquel peligro. Parecía que yo estuviera caminando casi dormido para haber hecho tremendo descuido. Serían como las diez de la noche en que llegamos a un paraje donde estaba la vivienda o el „hato‟ de mi tía María Sulca y de su esposo Paitán Fernández. Quienes después de un “Ñoccallaymi, mama”, mi mamá Sabina hacía saber que era la esposa de Leopoldo, y se aprestaron en recibirnos, preparar algo caliente, darnos cobijo. Don Humberto descargó a la recua. Y después de tomar agua de hinojo con las chaplas que teníamos, el sueño nos vencía grandemente. El „hato‟ de mi tía era de carrizo entretejido con el techo de paja, pero en la oscuridad se oía a lo lejos los „balidos‟ de las cabras, y el olor característico que emanaban. Esa noche, sería por el cansancio del viaje, por lo mojado de nuestras ropas, o el susto que habíamos pasado, yo, como era el más chiquito que todos, me acomodaron en dormir entre el calor de mis tíos, entre pellejos de carnero y frazadas de lana gruesa, pensando, o ya soñando en lo que tenía que hacer desde muy antes, y era uno de los motivos de mi este viaje. Tan solo escuché decirse entre todos „Pajarincama, mama” Pajarincama, taytay”, “Pajarincama, ñiñucha”. Esa noche, al calor humano de mis tíos me sentí como en la gloria, acurrucado como un bebé, cansado de tanto trajín, como si hubiera vuelto al vientre maternal.
Ismael Augusto Sulca Velásquez EPISODIO 4 A ver, a ver dónde están „mis‟ cabras Luego de haber dormido profundamente, casi amanecimos con los ruidos y los griteríos de las cabras y sus cabritos, de los chivos y sus chivitos, mi mamá nos alcanzó nuevas ropas, y me alisté presuroso para conocer de lo que vendría ser parte de mi „ganado‟ de cabras de propiedad de mi padre Leopoldo, quien me confió que al venirse a Lima, había dejado encargado a su prima María Sulca, cierta cantidad de cabras, de los que aumentaran el 30% era para ella, por sus cuidados, y el 70% para mi padre. Así habían convenido, y yo en mente tenía que arreglar estas cuentas. Mi deseo, en el fondo, era saber más de las cabras y sus cabritos, y luego que todo eso nos pertenecía. Mi tía María había preparado el desayuno que consistía en leche de cabra, „cachipa‟ queso de cabra, con „cancha‟ de maíz sobre la leche, el cual me pareció sabroso, servido en unos pocillos de fierro enlozado, matizado con las „chaplas‟ que aún quedaban, al que le di trámite lo más rápido posible, pensando siempre en las cabras, en que mi tío Paitán ya estaba dispuesto a soltarlas para que se vayan a comer a las quebradas. Le dije que no lo hiciera. Y yo queriendo juntar las cabras –para hacer un conteo disimulado- y „a ojo de buen cubero‟ calculé que al menos había unas doscientas cabras, chivos y cabritos, entre ellos varios borregos. Pero lo que a mí me interesaban eran las cabras. De paso ya estaba sacando la cuenta mentalmente del 30% de 200 y la diferencia le correspondería a mi padre, y por lo tanto a nosotros, sus herederos. No sé cómo estarán sacando sus cuentas ustedes, pero yo a mis nueve años, mentalmente lo hice de la siguiente manera: “Si fueran 100, 30 serían de mi tía… pero como son 200(el doble de 100), entonces sería el doble de 30 (o sea 60), los que son de mi tía, y el resto, la diferencia de 200 menos 60 (que sale 140), vendrían a ser el total que mi tía tendría que reconocer a favor de mi padre.
Inolvidable viaje a Concepción El león , papito, el león Ya con la cantidad en la mente, le pedí a mi tía que me enseñara en el corral ¿dónde estaban las cabras que supuestamente le correspondía a mi padre?, y llevándome hacia un apartado me señaló un lugar donde aún estaban echados en el suelo una cantidad de más o menos treinta cabras. ¿Qué? – me decía mentalmente- ¿Eso no más? No puede ser, son 140. Y le pregunté qué había pasado. Y ella me contestó “El león, papito, el león”. Cuando mi mamá me dijo que se refería al puma (allá le dicen león), mi tía me dio a entender que el león había sido el culpable que la manada no aumentara. Pero entre mí no me tragaba semejante explicación. Que desgraciado este león que sólo se comía del grupo que era de mi padre, y el de mi tía ni lo tocaba, y por eso tenía más que nosotros. Bueno eso lo dejé a mi madre, quienes arreglaron cuentas al respecto, pero yo no me comí ese cuento, y por eso lo traigo a mi memoria, y creo muy merecidamente. Tal vez descorazonado por el equívoco de las sumas y las restas, y de aquel maldito león que sólo atacaba „a mis cabras‟, le supliqué a mi tío Paitán que me ensañara cómo se dominaban a las cabras, puesto que le había visto y escuchado „reventar‟ el látigo que llevaba. Me dijo que para eso había un „secreto‟. A la voz del pastor se hacía „tronar‟ o reventar el látigo y tenía que decirse en quecha algo como “Uauauauauauau… Uauauauauau” (Plaff sonaba el látigo) “Cutipay cabra”(y las cabras regresaban). Y de lo contrario “Uauauauauauau… Uauauauauau” (Plaff sonaba el látigo) “Pasay cabra”(las cabras salían corriendo). Yo quería hacer lo mismo tomé el látigo(que era muy grande para mí) y procedí a realizar las acciones con las voces en quechua diciendo: “Uauauauauauau… Uauauauauau” (con el látigo que sonaba poco) “Cutipay cabra”. Pero como no me hacían caso, y sólo se asustaban me confundí peor (y como además ya sabía que no eran tan míos, tal vez de la cólera, les dije: “Cutipay cabra, pasay mierda” y todas las cabras se fueron espantados corriendo en estampida hacia el exterior, sin importarme que el maldito león los estuviera esperando.
Ismael Augusto Sulca Velásquez Ya después supe circundada por el Propiedad de doña y su marido, don
que Ayrambaba era una Hacienda y estaba río Pampas cuya historia data del siglo XVII. María Josefa Vásquez de Velasco, sus hermanos Francisco de Santa Coloma, Gobernador de la provincia de Castrovirreyna, producía caña de azúcar y elaboraba el mejor aguardiente del Perú, y que posteriormente pasó a ser de propiedad de la familia Parodi. Hasta esos tiempos yo sólo sabía que en sus cañaverales había trabajado mi papá como peón, a pleno sol ardiente, para lo cual usaba un sombrero grande y por eso mismo mis tíos Jorge y Donato Velapatiño Oré lo llamaban „Macora‟. También trabajó en las Haciendas de la Colpa, El Pajonal.
Mi prima Lucy Zea Sulca por el sector Calabasayocc. Al fondo el río Pampas.
Subida a Concepción Después de las peripecias y lo acontecido en Ayrabamba nos enrumbamos hacia Concepción a media mañana. Nuestro guía don Humberto Quispe nos había preparado las sillas para montar los caballos y en los lugares planos dábamos rienda suelta a nuestros instintos de vaqueros como para dominar al corcel. Eso nos duró unos breves momentos, por la falta de costumbre nos empezaron a doler las piernas y las sentaderas, que por tramos lo hacíamos caminando. Y peor aún cuando en cierta oportunidad en el que yo me dejaba llevar en el lomo del animal, éste tomó un rumbo, para mí equivocado, y por más que jalé y hasta le volteé el hocico, siguió caminando, y cuando pude ver que lo haría pasando debajo de unas pencas de tuna, tuve que agacharme y apretarme a la silla y al cuello del animal, agarrándome de sus crines, para no ser hincado con las espinas que las pencas tenían. Santo remedio, le di las riendas a mi buen amigo Humberto para que él me lleve por el camino correcto.
Inolvidable viaje a Concepción No les miento si les dijera que el camino era sinuoso, de subidas y pocas bajadas, paso de quebradas, chorros de agua en que los animales se refrescaban, ya acostumbrado al olor a los pedos que exhalaban, preguntándonos a cada momento ¿Ya? ¿Cuánto falta? Y la respuesta era la de siempre “Poco” “A la vueltita” “En la próxima cumbre” Y así seguíamos, sólo entretenidos cuando alguna águila osaba volar sobre nuestros cielos, entre las ramas y los follajes, en especial entre las plantas de cabuya, verde celestes, que tenían un tronco bien alto sobre el cual se distinguían las flores amarillas. En uno de los cuales don Humberto nos enseñó que teníamos „aguja e hilo a la mano‟, cuando tomó una hoja grande, lo cortó por su base, lo golpeó contra las rocas –para ablandarlo- y de su punta, con los dientes, lo jaló, saliendo unas fibras largas que al ser secadas con sus manos y las pantorrillas, le quedó una „aguja con hilo‟ de la madre naturaleza. Con ese conocimiento, los Incas hacían grandes sogas para después hacer puentes colgantes para cruzar los ríos.
Camino de subida a Concepción
Viajeros en el camino por Huañuhuañucc
Por el costado izquierdo, a los lejos, discurrían un gran río (el Pampas) y cuando apareció un poblado nos dijeron que aquello era Chincheros. Nosotros tendríamos que seguir viaje pero por el costado derecho. A veces nos cruzábamos con otra recua, en el que los burros hacían sus travesuras, en rebuznar y querer olerse entre ellos, por lo que don Humberto tenía que juntarlos y traerlos nuevamente, pero poco a poco los terrenos áridos, los cascajos y los cerros rocosos, pasaban a ser laderas de siembra, y a lo lejos se escuchaba los mugidos de los toros, que ya era una señal que estábamos cerca a nuestro destino. En una de esas jornadas nuestro guía, a modo de hacernos pasar la mañana, nos indicó un cactus enorme y alto, de esos que parecen candelabros, del cual difícilmente extrajo su pequeño fruto y nos dio a probar, y al saborearlo no tenía comparación a las sabrosas tunas que comeríamos en Ccaccapata(Jajapata).
Ismael Augusto Sulca Velásquez Concepción a la vista
Cuando de pronto en una de esas tantas vueltas de las lomas, nos quedamos pasmados al ver que, eso, sí era Concepción. Era como un bello cuadro pintado entre el azul del cielo, y lo verde que lo rodeaba, en el que sobresalía el color rojo de las tejas de las casas, y nos traía los olores de los maizales cortados, mezclado con los pedos y las heces de los caballos, y los primeros vuelos de las famosas „acatanjas‟. “Ya falta poco” nos decían. Y volvimos a los recovecos de las subidas y las bajadas. Eso mismo nos pasó como en tres o cuatro oportunidades, y Concepción estaba cada vez más cerca, y nosotros cada vez más cansados, que al llegar a una altura determinada el tramo lo hicimos a pie, entre una calle de cabuyas, y con la visión de las casas humeantes, en donde seguro nos esperaba una rica y suculenta merienda para reponer nuestra fuerzas. Serían como a las tres de la tarde en que llegamos al bendito suelo en el que habíamos nacido. Habíamos culminado nuestro cuarto y último día de viaje.
Casi de inmediato nos instalamos en la casa de mi tía Segundina Sánchez de Zea, a donde también entraron los caballos y los burros para ser descargados. Y lo que me llamó la atención era el pasadizo a los interiores por el ruido que hacían al paso de los caballos con
Inolvidable viaje a Concepción herrajes que con el empedrado hacían un eco singular, como en esos castillos medievales y el propio „Ivanhoe‟ se hubiera hecho presente en aquel pueblo desolado, y como pude observar su Plaza principal. Luego de los saludos y las presentación familiares conocí a mi tía Segundina, su hija María Zea Sánchez, su esposo Antonio Pregúntegui, y a su pequeños hijos, a su sobrino Moisés Velásquez, y a un tal Benigno, medio rengo él, que más me traía al recuerdo del „jorobado de Notredame‟, que era una especie de „sirviente‟ de la casa. Apenas pasaron unas horas y ya nos alistábamos a ir a nuestro cuarto que quedaba en el segundo piso, pero para lo cual teníamos que entrar por una escalera por el patio interior, y luego de ser aleccionados para air al baño, previa cena, del que no recuerdo, nos fuimos a dormir, como para no hacer bulla porque mi tío Juan de Dios Zea Sulca, estaba enfermo en uno de los cuartos principales, al que sólo escuchábamos toser y reclamar “Segundina, Segundina, Segundina”.
Ismael Augusto Sulca Velásquez EPISODIO 5 (Estadía en Concepción) Panorama existencial Cuando apenas llegamos a Concepción, entre descargar nuestras pertenencias, („las cargas‟), darnos los saludos de afectación entre la familia de mi tía Segundina, nos llegó la tarde cuando estábamos „molidos‟ por el viaje, que apenas tuvimos fuerzas como para tomar algo caliente y dormir toda la noche. Era un pueblo desolado, en cuya Plaza principal había casas de adobe pintados de blanco con techos de teja roja, y muy poca gente que nos saliera al encuentro. Lo que se decía la Plaza, no había ni una planta, estaba aplanada pero tenía una pendiente que había sido empedrada y ésta sostenía el plano horizontal, llena solo de cascajo, cuyo extremo levantado daba precisamente a la casa de mi tía Silvia Sulca y de mi tía Segundina, en donde metros más abajo estaba el famoso „Asnac Calle‟ por el olor pestilente de los guanos y orines de los caballos, mulos y burros que ahí se guarecían momentáneamente. Era como un parqueadero de la recua de los viajantes.
Mi tía Segundina Sánchez viuda de Zea con su hija María y sus nietas Alejandra y Lourdes.
A la mañana siguiente apenas despertamos nos dimos cuenta que estuvimos alojados en el segundo piso, con entablado de madera una de cuyas ventanas daban a la Plaza de Armas, pero al querer ir al baño, mi madre sólo nos alcanzó una „basenica‟ en donde debíamos orinar, y luego botar, para alistarnos y salir a tomar el desayuno. El asearnos fue una odisea. Teníamos que salir del cuarto, bajar al primer piso por una escalera de piedra, y proceder a lavarnos sólo ante un canal de piedra con agua que nos alcanzaban
Inolvidable viaje a Concepción en una jarrita. Era colosal no había baño, ni agua por tuberías. Habíamos regresado a tiempos de la „prehistoria‟. Eso nos causaba asombro pero a la vez era divertido, nos alimentaba nuestro sentido de supervivencia, acomodamiento a la nueva situación. Cuando preguntamos por el baño –para hacer el dos- nos señalaron en el interior de la huerta había un lugar especial. Pero eso sí, tomamos el desayuno en familia, presidida por mi tía Segundina, todo su entorno y nosotros, los recién llegados. Mi prima Sara ya se había ido a su casa con los suyos. Entre „motes‟, huevos sancochados nos dieron una „sopita‟ de trigo molido con una yerba verde en el centro. Ante una mirada profunda de nuestra madre(que la entendíamos muy bien) nos la tuvimos que comer.
Gavina Zea Alarcón, al fondo su huerto
Mi abuelita Gavina con mi mamá Sabina
Conociendo a mis ancestros Y luego vino lo que yo más ansiaba. Ir a visitar a mi abuelita Gavina Zea Alarcón, para lo cual mi mamá había preparado llevarle unos presentes, y yo llevaba mi cámara fotográfica especial Kodak, aquellas en estuche negro que yo había canjeado con las chapitas de la Indo Quina en el Callao(bebida gaseosa muy popular por esos años y que sorteaban muñequitos, juegos y otros) con la que tomé las únicas fotos que tengo de ellos, y que algunas salieron superpuestas, porque no había avanzado el rollo. No sé porqué pero algo me llevaba a la casa de mi abuela, era un sentimiento indescriptible, era como que si el viaje había sido efectuado sólo para eso. Y cuando fuimos, encontré a mi abuela Gavina, humeando su cocina, y una fuerza extraña me hizo que yo la abrazara y me entregara a su regazo. “Abuelita” -le dije- “Aquí estoy, ñoccaymi Augusto”… Y tan sólo le oí decir “Imaynallan, ya, ñiñucha…
Ismael Augusto Sulca Velásquez Chayaramuchkanki(cómo estás mi niño, ya has llegado)”, y por un rato nos pusimos a llorar. En eso se me vinieron a la memoria, la entrada de la huerta, los dormitorios del costado, con la cama de adobe y los pellejos de oveja, y después aquella cerca de palos entre tejidos en el que yo de muy niño lloré por la muerte de mi abuelo Augusto (allá por 1956), y que daba como a un corral de animales donde éstos dormían y en donde también lamían la sal de piedra, en los que estaban la mula „Negra‟ y el mulo „Macho‟. Ni corto ni perezoso le tome unas fotos a mi abuela con su perro „Doctor‟. Recuerdo que anteriormente tenía una perrita que la llamaba „Morollikllacha‟(de color blanco y negro, como si llevara una „lliklla‟ o manta sobre la espalda. Seguido de eso, teníamos que ir a saludar a mis otros tíos abuelos. No sin antes en visitar a mi tía Silvia, quien vivía al costadito. Conocimos a mi tío Grimaldo Castillo Gutiérrez(el telegrafista del Pueblo, quien nos asustaba cuando se sacaba su dentadura postiza y era muy proclive a la flatulencia) y a sus hijos entre ellos a mi primo Hugo Ramiro(le decían „Papacho‟), Margoth (a quien llamaban „Macote‟), Lida Mara y Marilú Gady. Seguidamente nos dirigimos a visitar a mi tía abuela Constanza Sulca Oré, hermana de mi abuelo Augusto, cuya casa estaba hacia la derecha de mi abuela. Ahí conocimos al tío Malaquías Gallegos Berrocal, quien era de Laramate, Puquio, gran chalán, quien nos invitó unas tunas que el tío Adrián y la tía Elodia (sus hijos) convenientemente los habían pelado. Mi tía abuela Constanza Sulca Oré(derecha) con su hija Elodia Gallegos Sulca e hijos
Cuando fuimos a visitar a mi tío abuelo Roberto Sulca Oré, parece que no estaba en las mejores condiciones o se encontraba ausente, sólo la tía Laura Fernández nos atendió en su casa. A continuación nos fuimos por la tía abuela Honorata Sulca Oré a quien también encontramos en sus labores de casa, y les presentamos nuestro saludo. Y a cuenta de los hermanos sólo faltaba visitar a la tía abuela Máxima(mama Maxi) pero ella vivía en Chacarí, al frente, nos señalaba mi madre, pero eso tenía que esperar, ya era como medio día y nos esperaban para almorzar en la casa de mi tía Segundina.
Inolvidable viaje a Concepción Y como para terminar con las visitas, al día siguiente nos fuimos a Chacarí, que parecía „cerquita‟ „ahí al frentito nomás‟, para visitar a Mama Maxi. Iniciamos el camino por la bajada de „Asnacc Calle‟, entre piedras y el lodo que se formaban con las aguas de lluvia. Íbamos guiados por Moisés Velásquez(después lo conoceríamos como „Cucuscha‟) quien jalaba un mulo con los presentes que llevaba mi madre. El camino de bajada era una „bicoquita‟(facilito) hasta que llegamos a un río por el que tendríamos que cruzar, sobre un puente artesanal, formado por tres o cuatro troncos muy bien amarrados, sobre los que estaban puestos ramas, pajas de ichu y encima de ellos tapiados con tierra de cascajo, que lo hacía transitable, pero no menos peligroso ante una caída. A mi entender de ahí le viene el nombre de Chacarí(que en quechua quiere decir „Chaka-rí –puente-ve- = Anda o ve por el puente). El mulo se resistió un poco, pero mi primo Moisés, tenía su fuerza como para dominarlo, y al fin pasó. Y de ahí el camino se hizo difícil. Era pura subida en constante „sigzagüeo‟, en cuyo tramo pudimos ver „en vivo y en directo‟ un lugar de donde se extraía las piedras de sal, eran como rocas de sal color pardas, de esas que tanto les gustaba a los animales. Tío Salomón Zea Delgado, hijo de Rafael Zea Sulca, con su esposa Agripina Ayala Mendoza en Concepción
Y así entre agitaciones y lamentos llegamos a Chacarí, y nos dirigimos a la casa de mi tía abuela Máxima. Ella era la mayor de todas, de los que aún estaban vivos. Ya estaba anciana, pero se le notaba su carácter fuerte del que mi padre siempre se acordaba, cuando una vez, estando él muy joven, cierta amanecida „sus tías‟ -con mama Maxi a la cabeza- los tomaron por sorpresa a todos sus hermanos (entre ellos Leopoldo, Silvia, Víctor, Ricardina y Próspero –Guzmán no había nacido- y antes de que dijeran una sola palabra les dieron de azotes con unos látigos de cuero, que según les dijeron era „Para ayudar, al señor(Jesucristo) en su aflicción durante la semana santa de ese año. “Fue la única vez que me agarraron” –decía mi padre- “¿Qué tenía que ver yo, con „ayudar al señor?‟” –Se preguntaba mi papá. Dicen que mi tía abuela Máxima tenía tanto poder que ni mi abuelo Augusto podía reclamar. Pues así eran las costumbre antiguas.
Ismael Augusto Sulca Velásquez Estando en Chacarí conocimos a la tía Lola Medina, gran conversadora ella, me dijeron que era de Uripa, esposa del tío Nicolás Zea Sulca y a sus hijos Maruja, Alberto y Javier, que eran casi de mi edad, con quienes jugamos un poco a la pelota, pero con mucho cuidado para que no se vaya ir al río. Nos invitaron el almuerzo con sopa de choclo, queso, mote, y nos despedimos de casi de inmediato para que no nos coja la noche en el camino. Primero de bajada, hasta llegar al río, pero luego era otra subida para Concepción, en cuyo tramo hicimos uso del baño al aire libre detrás de unos cercos de piedra, como para no molestar a nuestros anfitriones, pero había que tener cuidado de los „cuchis‟(chanchos) que llegaban bien rápido para reclamar sus porciones, por el olor característico que la comida de la sierra suele producir. Como se podrá observar en aquel viaje conocimos casi a todos nuestros ancestros, con excepción de mi tío Roberto, de quien dicen que era el que se parecía más a mi abuelo Augusto, por la barba, y algo por el genio, pero que no estaba dispuesto por su salud afectada. De igual modo lo estaba mi tío abuelo Juan de Dios Zea Sulca, esposo de mi tía Segundina, a quien, desde que llegamos, supimos que estaba en cama, y no se le permitía visita alguna. Sólo lo escuchábamos toser y llamar a su esposa. Al parecer estaba en sus últimos días de vida, que durante nuestra estancia falleció, y por eso nos invadió el miedo. Ahí conocimos a la (Foto: Matrimonio de Concepcianos) Chiririnka(yo la rebauticé como la „Chispirinka‟, que es una mosca especial que anuncia a los muertos. Semánticamente significa „el que anuncia el eterno frío‟ o „el anunciador del frío aliento‟. Ahí supimos la dignidad del hombre de la sierra, que cuando éste muere, lo acompañan sus más fieles compañeros. Ese día vimos matar a un cerdo(chancho) en cuyo ojos se veían que presentía su destino, cuando afilaban los cuchillos, preparaban la hoguera y ponían a hervir el agua para pelarlo en una especie de batea rectangular de madera que llamaban „artiza‟.
Inolvidable viaje a Concepción También pude presenciar el sacrificio de una vaca, con los rigores en que los presentes se tomaban la sangre mezclada con trago de caña, y después de otros animales de corral. Estos hechos eran para acompañar y atender a los asistentes durante el velorio y el sepelio del difunto. Recuerdo muy bien que la cabeza desollada de la vaca la pusieron en el segundo piso, justo a la entrada de nuestro dormitorio, que sus ojos nos seguía con la mirada. Eso era más que terrorífico para nosotros, pero para ellos era lo más normal. El huerto de mi abuela El huerto de mi abuelita Gavina estaba en la parte trasera de la vivienda. Era como entrar a un jardín mágico donde las plantas de hinojo sobresalían a la vista, bajo la protección de árboles de durazno, blanquillos y abridores, que se caían de maduros. En las tardes mi abuelita preparaba su agua de cedrón, aromático después de las cena de las seis de la tarde, porque apenas anochecía teníamos que dormir. El huerto era grande y colindaba con el huerto de mi tía Segundina. Cuando se tenía una máxima urgencia se utilizaba como un baño al aire libre, lo cual era poco frecuente, porque para eso nos íbamos al campo. En ese huerto había de todo, desde una higuera, un molle, ají verde, rocotos, calabazas, col, culantro, perejil, ruda macho y hembra, cedrón, hinojo, „capulíes‟ y otras, como las tunas colindantes de taita Simón Fernández y su esposa Agripina Solís. Promesas son promesas Cuando estábamos haciendo un recorrido conociendo la parentela de sangre y filiación (dijeron) que tuvimos la oportunidad de reencontrarnos con mis primas Tomasa y Estela Atachao Sulca, cuyo padre era de Vischongo, hijas de mi tía Vidalina Sulca, y por cierto mayores que yo, porque ya eran una señoritas, en donde la primera de ellas, Tomasa, se me acercó muy cariñosamente y agarrándome de la carita, me dijo: “Hola papito, ¿cómo está mi Agustito?” Y luego me preguntó algo del cual yo no tenía noción alguna “¿Ya me compraste el avión que me prometiste?” Y yo,
Ismael Augusto Sulca Velásquez estaba en nada. No sabía de lo que me preguntaba. Y luego le explicó a mi mamá Sabina, que cuando yo era más chiquito, „dice‟, que al ver pasar un avión volando por el cielo, yo le había prometido lo siguiente “Cuando yo sea grande, te voy a comprar un avión igualito. Y en ese avión te voy a llevar a Lima”. Y mi prima Tomasa Atachao Sulca me lo estaba recordando. Y yo no supe decirle más que “Ya pronto, cuando regrese, ¿ya?” Y así me salvé de la promesa que algún día de esos le habría ofrecido. Y cada vez que me veía me lo hacía recordar. Desde que se fueron a vivir por el Agustino las habré visto en tres oportunidades, y ya no supe más de ellas. La casa donde nacimos Tomasa Gutiérrez, Sabina Velásquez y
Otro de los asuntos de suma importancia era conocer „nuestra‟ casa. O sea la casa de mi padre y de mi madre, donde supuestamente habíamos nacido nosotros. Esta quedaba de la Plaza camino en subida(hoy lo llaman Jr. Ayacucho), pasando por la puerta de la antigua iglesia de donde colgaban las campanas. Era la calle más bonita del Pueblo, porque estaba empedrada, y por el centro discurría lo que sería un desaguadero de las lluvias. Había sido trabajada escrupulosamente por artesanos que mantenían la calle libre de socavamientos o derrumbes. Y como a una cuadra hacia la derecha estaba ubicada lo que había sido nuestra vivienda. Mi madre tenía las llaves de esos candados antiguos, ya casi oxidados, pero que habían sido respetados. En su interior sus cosas antiquísimas. Y lo que más nos llamó la atención fue un tremendo batán de piedra, que mi madre recordaba muy bien, y nos contaba que yo pude haber nacido ahí, porque le dieron los dolores del parto y no atinó más que sentarse en ese lugar, esperando que alguien la auxiliara. De niño, tal vez, uno no le da la importancia de estos hechos, pero de grande es significativo, por el dolor con el que venimos a este mundo, y los recuerdos de nuestra madre. Cristina Zea Sulca con sus hijos
Teodosio Galindo y Leopoldo Sulca
Inolvidable viaje a Concepción Tanto al ir como al regresar tuvimos que pasar por la puerta de la Iglesia, en la misma recta, en cuyo frente quedaba una propiedad muy pequeña. Mas luego fuimos a visitar a mi tía Cristina Zea Sulca (esposa de Teodosio Galindo Oré) con quien mi mamá tuvo un encuentro muy enternecedor porque había sido su amiga de juventud, y hasta derramaron sus lágrimas al encontrarse, comimos „abridores‟ especie de duraznos que se abren al presionarlos, y departimos en su casa muy prolongadamente. Durante nuestra estadía también supimos y visitamos la casa de don Manuel Juvenal LLamojha Mitma y su Esposa Esther Honorata Puklla Fernández, camino a „Ccaccapata‟ (Jajapata) -que también sería una de nuestras propiedadesa quien saludamos, y con sus hijos Walter Alfredo y Herbert Rolando, al igual que con mi primo Hugo, nos fuimos a cazar pajaritos (gorriones –le llamaban „pichico‟) para comerlos en „cancachos‟ (pero resultaron indigeribles por lo quemados). Recuerdo que frente a la casa de mis abuelos Augusto y Gavina vivía un señor que le decían el „CCala Félix‟(Jala Félix). Y de lo que recuerdo muy vívidamente es de la presencia de mi tía Vidalina García(con un lunar muy pronunciado en el rostro, y tenía una hija llamada Olga Almonacid), una tía muy apegada a nosotros, quien tanto a la llegada como a la despedida de nuestro viaje, preparaba un trago „especial‟ o ponche de maní con caña de Ayrabamba, y que con la música del arpa y violín, ella le decía que era el „avio‟. Fue ella quien al visitarnos la primera vez nos llevó una canastita de huevos de gallina, galletas de agua, y algunos duraznos, para lo cual mi madre le correspondió con bolsas de fideos, azúcar blanca y otros, tan igual que hacía con las otras visitas. El Ayni y la reciprocidad Así pude comprender porque mi madre tenía en hacer tanto esfuerzo de llevar tanta „carga‟ de comestible y ropas, era para entregar a los familiares y paisanos en señal de reciprocidad, cuando éstos también nos entregaban maíz, trigo molido, charqui, y frutas. Todo era un „Ayni‟. Costumbre por demás arraigada por aquellas zonas, y
Ismael Augusto Sulca Velásquez que aun perduraba, sin que mediara moneda o dinero alguno. El „Trueque‟ vendría a ser en su sentido casi comercial, pero el „Ayni‟ tiene más sentido de ayuda y reciprocidad. Nos fuimos con „carga‟ y regresamos también con carga en el que el maíz y el trigo seco eran abundantes. Los encantos del „Pontorccocha‟ (Pontorjocha) Quizás si los más antiguos pudieran dar testimonio de los orígenes de la conformación de Concepción, de seguro que dirían por la simple razón de la existencia de un manantial llamado „Pontorccocha‟, que en sus buenos tiempos ofrecía una buena cantidad de agua cristalina salida del mismo cerro, a pocos metros de los que serían los primeros asentamientos de vivienda para ir expandiéndose hacia su Plaza principal. „Pontorccocha‟ en la parte inferior izquierda
Es casi de seguro que „Pontorccocha‟ era el punto de reunión obligado para agenciarse del agua necesaria para la subsistencia de los primeros pobladores. Y en ella se tejen las disímiles versiones de encanto de amor entre los jóvenes que acudían y veían que, ahí, era la única manera de poder entablar conversación y después de los tanteos siguientes, poderse ilusionar en conseguir los favores y los amores de las más dulces jovencitas, de las familias que se venían asentando.
Inolvidable viaje a Concepción Las tardes de vóley en la Plaza Los días pasados en Concepción fueron de juego, aventuras, descubrimientos, de acercamiento a la familia ancestral, dentro de un ambiente tranquilo, fuera del mundanal ruido de aviones, automóviles, camiones, en los que se entrecruzaban algunos rebuznos, relinchos o mugidos que a la distancia parecían hacernos despertar del letargo que nos obligaba el clima. Pero en las tardes, todo era diferente. Al menos por esos días pude ver que cada tarde se armaban los juegos de vóley, con una net especial y apropiada, que la familia Castillo organizaba y disfrutaba en una zona de la Plaza. Ahí recuerdo que estaban Mauro Castillo, Grimaldo Castillo, y una señorita muy bonita llamada Blanca Castillo, y algunos otros profesores, y damas para mí desconocidos. Jugaban a ganar, no sé qué apostarían, pero se disfrutaba de una gaseosa regional que se expendía en las botellas de cerveza. Y el deporte que nosotros los niños practicábamos en ese instante, era estar un poco más abajo y distantes como para poder retener la pelota, y que ésta no pudiera sobrepasar los borde y caer hacia el „Asnaccalle‟ (Asnajcalle), que tenía un declive hacia el río, cuando esto sucedía el partido se paralizaba hasta traer la pelota. El vuelo de „Acatanjas‟ Una de las diversiones que más nos atraía a los niños de mi edad, era la competencia del vuelo de las „Accatanjas‟(el que empuja el estiércol del ganado) o mejor dicho, quién tenía la mejor suerte de capturar un escarabajo estercolero, limpiarlo de los excrementos en donde se encontraba, para luego atarle un pedazo de hilo de lana coloreada que permita su identificación y vuelo, y a la voz del Jefe del grupo, soltarlos al unísono para ver cuál volaba más alto y distante, y ese sería el ganador de la competencia.(Quien iba a pensar que en el lejano Egipto los escarabajos tenían fama de traer la „buena suerte‟) Mis paseos por „CCaccapata‟ (Jajapata) En las laderas del „Ccaccapata‟, que eran los terrenos de propiedad de mis padres, disfruté de la aventura de poder „cosechar‟ las tunas que habían en abundancia por el lugar, en donde en compañía de mi primo Hugo, mi tío Adrián Gallegos, los hijos de Manuel Juvenal
Ismael Augusto Sulca Velásquez LLamojha Mitma, consumíamos las sabrosas pulpas de pura pepa, y a la vez hacíamos „volar‟, haciendo giros, las cáscaras cortadas de tal forma que en su recorrido parecían tener la forma de cruz, al que se le acompañaba con una voz gutural del “hua, hua, huaaa” como para alentarlo a que avance lo más lejos posible en el barranco. Bajar por aquel desfiladero ya era una aventura mayor, un solo resbalón y ya no la contabas. No sabría indicar quien los habría sembrado pero las tunas que ahí comí, eran las más sabrosas del mundo. Y la forma de ubicarlas, recogerlas con la „pallana‟(especie de carrizo largo con una de sus puntas adaptadas en tres salientes en punta, con una „coronta‟ al centro y debidamente amarrados para evitar que se siga rompiendo), luego limpiarlas con unas ramas de „molle‟ hasta que no tengan espinas, para degustarlas en el lugar. También recuerdo mucho del árbol de nogal a la altura de lo que sería la Escuela, por la esencia de su olor, y lo verde que era su semilla. El repicar de las campanas A la muerte de mi tío Juan de Dios Zea Sulca las campanas de la iglesia repicaron al estilo tradicional del „Doble‟ Concepciano con el que se anunciaba de un difunto. El misterioso sonido cifraba un mensaje que en la interpretación de cada habitante se podía describir así: Taaannnn, Taaannnn Taaannnn… (redoble de la campana mayor llamando tres veces)… después seguía un repique de campanas menores “Mayu ucupi, chincaycun, chincaycun,
chincaycun. / Supay huasita, chincaycun, chincaycun, chincaycun… / Runa simita, jawaycun / Suertellayquita, munaycun… (y así la campana seguía sonando hasta por tres veces si la difunta era una mujer, y por cuatro veces si era varón) Según la traducción se quería decir: “En un rincón del río / se ha perdido(3 veces) En la casa del maligno / se ha perdido(3). Los habitantes lo han visto. Su suertecita / lo quieren”
Inolvidable viaje a Concepción EPISODIO 6 Los misterios y los miedos El pueblo de Concepción por sus características especiales, por su carencia de los servicios esenciales (entre ellas la luz eléctrica) y sobre todo por la lejanía de otros pueblos, tenía en sí mismo todas las condiciones como para que en ella se sucedan toda clase de misterios, cuentos de „manchachicus‟(asusta niños), creencias muy adentradas en las mentes de sus pobladores, que apenas se empezaba a ocultar el sol, teníamos que refugiarnos en los hogares, a la luz de los fogones de las cocinas, listos para escuchar los cuentos de „aparecidos‟ o „condenados‟ que socavaban las mentes de los niños y que los hacía permanece en las faldas del seno familiar. El „Ccarachupa‟(Jarachupa) Uno de los cuentos más suaves era del „Ccarachupa‟ (jarachupa‟ de esos que ahora en algunos lugares se los confunden con la „sarigueya‟, cuando en realidad de su propio nombre quechua, el „ccarachupa‟ era el „chupador del cuero o de la piel de los animales, cuando se trataba de la existencia de verdaderos succionadores de sangre, incluso de la humana. Por lo regular todo eso ocurría en las noches con los burros, caballos, vacas, mulos, y como todavía no habían descubierto el porqué los animales se desangraban por el lomo o por las patas, a veces éstos morían de anemia o por las infecciones de las heridas ya que era poco probable que los asistieran médicamente por las lejanía de los „hatos‟(estancias por las épocas de sequía o cuidar los sembríos) Y para cuando, con la modernidad, se descubrió que eran los murciélagos, tipos „vampiros‟ los causantes de estos estragos, también se descubrieron los antídotos contra estos ataques, y ya se veían a los animales pintados en el lomo de un color azul violeta, y la creencia del „Ccarachupa‟ se fue disipando. La „Ccarccacha‟ Luego vendría el más escalofriante relato que se escuchaba por aquellos tiempos como la vigencia de la „Ccarccacha‟(Jarjacha) que al parecer todos confunden con aquella creencia religiosa que se
Ismael Augusto Sulca Velásquez trata del alma de aquellas criaturas condenados por Dios a convertirse eternamente en ese monstruo por haber cometido uno de los pecados sexuales más trasgresores para el cristianismo, como el pecado del incesto, representado como una llama de dos o hasta tres cabezas, e incluso antropomorfa, mitad hombre y mitad llama, que aterra a los pobladores de la serranía con un grito estruendoso expresado como un „qar-qar-qar‟, de donde dicen, proviene su nombre, y toda esa parafernalia poco convincente. Pues nada de eso. De la „Ccarccacha‟ que nos contaba mi abuela esa sí que nos daba miedo. Era como un cuerpo errante que podía ser de un „ánima‟, algunos lo llamaban „aparecido‟, o de alguna persona con ínfulas de ser una „bruja maligna‟, era como una „cabeza voladora‟ con una cabellera abundante, suelta y encrespada, llevando como vestimenta un manto que le cubría el cuerpo, que en atardeceres y noches especiales, deambulan por los caminos en busca de posibles víctimas, a los cuales les esperaba para entablar conversación y luego hacerles una o dos preguntas. Todo dependía qué respuesta era el que le brindaba el interrogado, cuando él mismo sabía si estaba mintiéndole o no. Y claro está que al ser una mentira, le empezaba una agitación y una sudoración con un olor característicos que sólo la „Ccarccacha‟ podía detectar, y que le permitía acercarse, y cuando lo tenía casi frente a frente, el interrogado quedaba impresionado de las facciones del „ánima‟, y éste se llevaba parte o todo el contenido de su „alma‟, dejándolo como un succionado, un desposeído, -como mi abuela decía- como un „opa‟ (zonzo), algunos con rasgos de demencia o locura. Así la „Ccarccacha‟ podía vivir con parte del tiempo que les correspondía a sus posibles víctimas. Sólo había una forma de poder paliar o mitigar estos acercamientos, que cuando al caminante se le hacía tarde y le llegaba la noche, tenía que proveerse de una rama seca bien espinosa y llevarla en sus manos o espaldas. Esto haría pensar dos veces a la „Ccarccacha‟ en aproximarse a su presa porque, su cabellera suelta, podía quedarse atrapada entre las espinas de la rama seca, y por ello no poder regresar a su cuerpo, que a falta de su cabeza emite un
Inolvidable viaje a Concepción sonido como si fueran ronquidos guturales, como si estuviera roncando muy fuertemente. Es por eso que veía con mucha frecuencia que las paisanas y lugareños llegaban por las tardes con sus „kipis‟(manta) cargando leñas y de paso una rama seca bien grande, por si le alcanzaba la noche. La „Yanawarmi‟ Otro de los lugares no menos escabroso era la zona de „Yanawarmi‟, bajando de „Ccaccapata‟, por Sánchez Huaycco, en donde a veces una mujer vestida de negro solía esperar a los viajantes que llegaban a Concepción, de las alturas de Pujas, Tantar y de Vilcas, y como en ese lugar había un afloramiento de agua, que al ser canalizada por encima de un empedrado, se precipitaba al pie del camino, a través de una hoja de cabuya, que hacía las veces de un „caño‟ natural, en el que todos sin excepción se refrescaban y se aseaban para llegar al Pueblo, y en esos precisos instantes se les aparecía rogándoles por un poco de agua “yacuchallayki, ya, taytay” –solía suplicarlesAl ser atendida amablemente y si el caminante quedaba prendado de su belleza, ella se le insinuaba coquetamente, para perderse ambos entre los matorrales y dando rienda suelta a los llamados de la pasión sensual. Luego del cual el favorecido no recordaría nada, sólo sabe que se sentó a descansar y se quedó dormido por un instante. Y de aquel encuentro sólo le quedaría una marca muy reconocible de llevar unas verrugas de carne en la mano derecha, si había sido de la complacencia de la dama, o en la mano izquierda cuando era todo lo contrario. Algunos de los antiguos la confundían con la „Chiquiccara‟ (Chiquijara), „mujer de malos presagios‟ que se les aparecía a las personas a metros de distancia, en la creencia que quería advertirles que sus propósitos no se serían de resultado favorable, motivo por el cual era propicio darse la media vuelta, hacer la señal de la cruz (persignarse) para que la „Chiquiccara‟ se aleje o desaparezca, sino, era conveniente cambiar de ruta o efectuarla en otra oportunidad, porque todo lo que tenía planeado le saldría mal.
Ismael Augusto Sulca Velásquez El enigmático y supremo „Tayta Orcco‟ Pueda que a estas alturas de estos relatos no haya sido tan convincente en expresar lo que por esos tiempos tuve conocimiento y pude sentir por propia experiencia, lo enigmático de aquellas creencias, lo fantásticos de aquellas versiones dichas por mi propia familia entre ellos mi abuelita Gavina Zea, mis tíos abuelos, mi tía Segundina Sánchez, mi tío Ranulfo Zea Sulca, entre otros, además de mi propia madre, cuando veníamos caminando entre Ninabamba y Ayrabamba, y aquella conversación que tuvo con nuestro guía Humberto Quispe Socca, respecto al poderoso „Tayta Orcco‟(Tayta Orjo). Recuerdo muy bien que de niño a la muerte de mi abuelito Augusto Sulca Oré(mi Gran Padre) todos decían y mencionaban que el „Tayta Orcco‟ había sido el responsable de ello, cuando por la zona de „Choclloccocha‟(mi tío Víctor Venancio Sulca Zea decía que era en „Wuawuacha-ccocha‟ –poza de los niños-) se había quedado dormido a la orilla del río que baja de las alturas y alimentaba el molino de Isidro Zea. Unos decían que le habían extraído las entrañas, otros los testículos. Los más entendidos decían que podía ser la enfermedad de la próstata, o del estómago de tanto „chacchar‟ la coca, o alguna peritonitis intestinal, incluso podría haber sido víctima de „varicocele‟ muy inflamado, lo que le reventaron las venas testiculares. Lo mismo dijeron de mi tío abuelo Roberto Sulca Oré, que previo a su muerte había sido desposeído de sus facultades sensoriales. Es por eso que se le temía al Tayta Orcco. En resumen, el „Tayta Orcco‟ es una creencia mágica cultural de un ser enigmático y supremo que vive en las entrañas de los cerros, en los estrechos de las quebradas, en los interiores de las cavernas, en las afluentes de las aguas de manantiales y los ríos, incluso en un árbol añoso, que ante el menor descuido, de entrometerse en sus dominios, sin el respeto correspondiente, puede tomar represalias de diversas maneras, como el susto, los „apachicus‟, que en otras variedades y latitudes lo llaman como el „Samay‟, „Pacccha‟,
Inolvidable viaje a Concepción „Wamani‟, „Qapirusqa‟, „Alcanzo‟, y que podría apoderarse de nuestro cuerpo y el alma causándonos la muerte. Lo raro de todo aquello era que no se decía que la persona había muerto sino que „se lo habían llevado‟, „el Tayta Orcco se lo llevó‟, „apachihuan-muscca‟(se lo habían llevado). Sobre este particular he escrito un cuento al respecto titulado „Los Dominios del Tayta Orcco‟, en donde detallo con mayor amplitud sobre los acontecimientos del que tengo memoria.
Ismael Augusto Sulca Velásquez EPISODIO 7 Los „Waccrapucus‟ Quien no haya escuchado el llamado en las corridas de toros, en las famosas „octavas‟ o las notas musicales que se emiten a través de los cuernos de toro, conocidos como los „Waccrapucus‟(Wajrapucus) o „Wacca Waccras‟(cachos de vaca) , debidamente hechos y unidos en una seguidilla de varios cuernos de toro que forman un caracol, y la dificultad que ello implica, no podrá saber nada del mundo andino. Su sonido caracteriza la voz de la tierra, y sus melodías el estado de ánimo de la fiesta o feria del que se trate. No es como la corrida de toros de los españoles, si no un „juego‟, una afrenta con los toros que se suelta en las plazas cercadas, y tratar de escamotearlo, sortearlo con pruebas de valor y destreza para salir airoso de esos trances, con premios ofrecidos por „padrinos‟ o „albaceas‟. Cuesta tanto en arrancarle los sonidos a este tipo peculiar de corneta andina que es patrimonio de los varones que soplan tanto que los carrillos se les hinchan en demasía que parecen reventar, y tienen los labios cuarteados por esta gracia. Las „Ccotuchas‟ Y de este soplar de „cachos‟, de ahí su relación con las „Ccotuchas‟(Jotuchas). En su mayoría mujeres que habían sido afectadas con mal de bocio, por falta de yodo en los alimentos, que era muy común en tierras tan aisladas como la visitada. Eran notorios porque llevaban un pequeño abultamiento en la garganta, por el aumento de tamaño de la glándula tiroides. En mi estadía en Concepción pude ver a varias mujeres adultas con este mal. Algunas „lenguas sueltas‟ decían que se debía por el consumo del agua de manantial del „Pontorccocha‟ por la ingestión de las huevas de los batracios que se veían nadar por sus orillas.
Inolvidable viaje a Concepción El Coso Algo que me causó impacto emocional fue el llamado „Coso‟ que estaba ubicado en la parte posterior del frontis de la iglesia, al que se podía ingresar por uno de sus lados, donde quedaba la Oficina de Correo donde trabajaba mi tío Grimaldo Castillo, por uno de los lados de la Plaza. (Si observan la siguiente foto podrían ubicarse mejor) En aquel „Coso‟, que era un terreno baldío acondicionado para retener a los animales (vacunos o caballares), se encontraban las vacas o los toros, que supuestamente habían causado „daño‟ en las sementeras particulares y que eran traídos por los „Tenientes‟ o los famosos „Varayoc‟, con el único fin que los dueños pudieran pagar o reponer los daños ocasionados, así como pagar una „multa‟ al „Consejo‟ y por servicios de los „agentes municipales‟, y parte de la recaudación era para las arcas parroquiales. El „Coso‟ se podía ver desde una altura segura, pero como yo era niño, no acostumbrado a estos animales, me daba un gran miedo, que pudiera caerme en medio de tantos animales, que se peleaban entre ellos, mugían fuertemente, escarbaban la tierra con sus patas, se montaban entre ellos. Entre estos animales, mi abuelita pudo distinguir una vaca suya, que tenía uno de los cuernos hacia abajo, era de color marrón y estaba con una cría, un becerro, por lo que tuvo que entrar en buen arreglo con los supuestos perjudicados por los „daños‟ que la vaca les había ocasionado. De la culinaria y los platos sabrosos Desde nuestra llegada a Concepción tuvimos que adecuarnos a los nuevos sabores de a comida andina y al propio estilo de su preparación, y al alcance de los mismos. Entre ellos tengo el recuerdo de haber comido el picante de „atajo‟, una especie a acelga verde que se adereza con ajo, cebolla y manteca, hervida con papa en cuadritos y se come con carne, que te lo servían en unas bolas
Ismael Augusto Sulca Velásquez verdes, pero cuyo sabor es inolvidable. Un plato cotidiano y que les gustaba mucho a mis amiguitas, las hermanas Paulina Octavia (Mamacha) y Dolores Bellido Llamocca(Mamacha chica) era el picante de trigo con pellejo de chancho y además el „patachi‟ con „cuchijara‟(pellejo de chancho). Y un preparado raro era el „Uchu Ccaccas‟(Uchu Jajas), especie de ají rocoto, si se quiere con queso, pero que era mezclado con un molido de „cancha‟ de maíz al que se le agregaba uno o dos pescados de río Pampas (llamados CCacca‟s – Jajas) especie de bagre (más chiquitos que las famosas „carachamas‟ de la selva, anteriormente secado y luego tostado al fuego y después molido todos a la vez, con el que se acompañaba las comidas con abundante carne. Para mí era mejor el queso con ají con perejil o cebollita china, que no picaba mucho, llamado „Ccapchi‟ o „Japchi‟. En esos interines probamos la „Saralawa‟(sopa o crema de maíz), sopa de calabaza, „puchero‟(parecido al sancochado con durazno al centro), los chicharrones de cerdo, del cual se usaban con bastante estimación la grasa o manteca, que se utilizaba en las comidas(aún no se usaban los aceites vegetales), además de las papas, ocas, „mashwuas‟, mote(maíz sancochado), „puspu‟(haba sancochada) y el infaltable queso en cachipa. Y para no olvidar, además de las tunas, „el capulí‟, los duraznos „abridores‟ o los blanquillos en mazamorra, el postre que más me gustaba era la „Watia‟ de calabaza madura, el cual era un manjar especial, porque había que prepararlo adecuadamente en un horno artesanal, de cúpula semi-redonda pero revestida o embadurnada por fuera con el estiércol vacuno a vista y complacencia de los comensales, del cual se usaba cuando los panes ya fueran hechos. No había nada más sabroso como degustar de aquel postre y a la vez jugar con sus pepitas negras, al tratar de sacar la semilla que contenía entre los incisivos y los dedos de la mano. Además decían que servía como un natural vermífugo casero que se tenía a la mano. Por versión de mi madre escuché que la costumbre de las „tantawawas‟ era que un padre panadero al no tener que regalarle a su hija, le ofreció una „muñeca‟ hecha de pan especial y dulce, y que la niña compartió con sus amiguitas, haciéndose „comadres‟ al „bautizar‟ cuidar a la
Inolvidable viaje a Concepción „criatura‟, y esa relación perduraría toda su vida.(Con razón mi mamá tenía muchas „comadres‟ que no eran mis madrinas) Uno de los dulces, raros y poco disfrutados es la miel del „Uyrungu‟, una variedad de abeja, o abejorro color negro con rayas amarillo naranja que hacen sus nidos precisamente en los dinteles o durmientes de los techos de las casas, que regularmente están hechos del tronco del maguey, o árboles de eucalipto, y de nogales, que cuando se tiene la oportunidad de acceder a ellos, por cambio de material por añoso, en su interior hay una rica miel serosa, de color marrón oscuro. Pues precisamente por aquellos días estaban cambiando los troncos o durmientes de la iglesia, y con mis „amiguitos‟ habíamos llegado a ver el „coso‟ y luego pasamos a ver por donde se suponía había miel de „Uyrungu‟, y el que hacía las veces de guardián, sacristán, mayordomo, monaguillo de la iglesia nos brindó en buscar y llegar hasta los troncos más viejos, y vimos el nido de las supuestos abejorros, y probamos la rica miel cerosa en abundancia. A lo que el señor, sin decir su nombre nos dijo :
“Nosotros, los que hemos saboreado la miel del „Uyrungu‟ estamos condenados a tener una buena memoria”. Por eso recuerdo mucho del banquete que nos dimos con ese manjar. Los Varayoc Varayoc del Cusco y su familia Foto de Martín Chambi
Cuando llegamos a Concepción, y durante la estadía de nuestro viaje, no pudimos ver la presencia de la policía, porque no la había. La Guardia Civil casi no era necesaria y los problemas se resolvían de acuerdo al Consejo del Alcalde y sus „Varayoc‟. En realidad no eran alcaldes como los conocemos en las ciudades. Se llamaban Alcaldes porque sí, así era la costumbre, y eran elegidos entre los varayoc con mayor experiencia. Pues en esta oportunidad tuve la suerte de ver y conocer a los últimos „varayoc‟ de su especie, que se reunieron en un Cabildo para tomar acuerdos respecto a la moralidad de la población, obligar el pago de las deudas por el uso
Ismael Augusto Sulca Velásquez del „coso‟, solicitar la creación de un Puesto Policial, así como tomar acuerdos para la reparación del local de la iglesia y traslado de su puerta principal hacia la Plaza del Pueblo, además de otros pedidos. Ahí pude ver a insignes maestros de la tradición y las costumbres, sentados a la usanza del cabildeo, portando unas varas negras impregnadas con adornos de platería, llevando chullos o sombreros, unos ponchos negros con rayas ocres, marrones, y todos „chacchando‟ coca, con ojotas de cuero de cabra y medias de lana de oveja, emanando unos olores característicos, entre sudores, fiambres que llevaban en sus mantas, y el olor del „chacchado‟ de la coca. Eran silenciosos, parcos, y sólo obedecían los mandados de su Jefe Alcalde. Me parecían solemnes, irradiaban autoridad, estaban al tanto de las costumbres, conocían al detalle los lugares de la Comarca o Comunidad, tenían en la memoria los nombres de las personas que no habían trabajado en los „aynis‟, arreglo de las acequias, canales de regadío, y siembra de las chacras dedicadas la Virgen de la Inmaculada Concepción. De los carnavales Versión moderna de los famosos „Ccarachucos‟
De algo peculiar que recuerdo en este maravilloso viaje es de los juegos y bailes de los carnavales de Concepción, tanto en el Pueblo como en las pampas de „Ccochapata‟ (como le decía mi prima Saíta a mi papá: “Pampita tío, pampita”(Ccocchapata). Lo había notado en Ninabamba con la demostración que nos dio aquella niña con su canción „Lintermanuchallay‟. Pero lo que pude ver en Concepción fue algo desconcertante y por demás poco peculiar a nuestros sentidos. Era por eso que la gente se preparaba y viajaba para el mes de Febrero, la comida de la semana era el característico „Puchero‟ con melocotones, entre las coles y abundante carne. Entre los juegos de los carnavales estaba la „batalla‟ de los sexos, que a rienda suelta se daban en una contienda de arrojarse a distancia, con hondas o „huaracas‟, abundante duraznos entre hombres y mujeres, en la Plaza, que por ciertos éstas últimas eran las más „aguerridas‟, o los
Inolvidable viaje a Concepción varones eran más condescendientes con ellas y les permitían avasallarlos y ganarles la contienda, como una forma de mayor acercamiento y un anticipo de los bailes que tenían programados. Lo más vistoso que pude ver eran los „Q‟arachucos‟(Jarachucos) con los que los varones se adornaban y llevaban a sus espaldas, que consistía en un cuero de zorro, raro y grande era el de puma, del cual pendían cintas multicolores, y estaban adornados con espejitos redondos y otras chucherías, con la vestimenta típica de la zona, con pantalón de balleta, camisa, saco con una manta cruzada y nudo al pecho, con ojotas de cuero de cabra –los más modernos eran con restos de neumáticos- Los cantos eran acompañados por los sonidos de una campana(esquila), de esos que se cuelgan en el cuello de las vacas, que los varones llevaban sujetos a la cintura, otros llevaban una campanita más chica, como los usados en los juzgados, y casi todos soplaban unos pitos(silbatos) para marcar la cadencia del „chairak‟, „chairak‟, „chairak‟. Todos embadurnados con talco en la cara y envueltos en serpentina multicolores. En cuanto a las mujeres, vestían sus vestidos típicos, con sombrero, y su „lliclla‟ a la espalda, e iban tocando la „tinya‟(tambor pequeño) y hacían las voces agudos. Entre sus faldas plegadas a la cintura llevaban talcos, serpentinas, y los tragos que hacían tomar a los componentes de las comparsas. Por las noches los grupos llevaban linternas colgantes pequeñas de kerosene, que cuando se juntaban a los lejos, parecían un enjambre de luciérnagas en plena oscuridad.
Carnavaleras en Mullurina, camino a Ccochapata, tía Emilia Sulca Farfán, tía Angélica Zea Sulca, tía Pastora Estrada Vásquez, atrás tío Eulogio Solis Atachao (Esposo de Emilia), tía Elodia Gallegos Sulca (con la „tinya‟), y mi prima Silvia Avalos Gallegos.
Ismael Augusto Sulca Velásquez Las comparsas eran los Grupos de los que estaban formados entre hombres y mujeres que eran escogidos por familias, por sus cantos y su valentía. Parecía que hacían una especie de competencia en los formatos de los cantos, en la composición de las letras de los mismos, y en cada esquina o vivienda conocida hacían una parada para demostrar sus bailes, tomar sus tragos, hacer sonar sus „huaracas‟, hacer acto de presencia y demostrar que eran los más vistosos, „bullangueros‟ de la temporada. Lo que no me gustó de aquella primera percepción de los carnavales, fue que cuando llegaron a la casa de mi abuelita Gavina, un grupo del cual no recuerdo, una de sus conformantes, en forma sorpresiva y descuidada me lanzó un puñado de talco, de tal forma que me tapó los ojos, que me privó de la visión por unos momentos hasta que pude lavarme y enjugarme bien, no sin antes de llevarse mi furibundo insulto de niño que apenas pude pronunciar. Al parecer la fiesta mayor era en la explanada de „Ccochapata‟ distante y altura de Concepción, en donde se acudía a demostrar lo que tenían, en competencia viva, que llegaba incluso a retarse entre los varones del grupo, en liarse o azotarse por turnos, ofreciendo la pantorrilla desnuda o „patacalata‟, en donde el oponente podía propinarle un „huaracazo‟ a modo de azote, que a veces les desgarraba la piel y demostraba la valentía de los danzantes, que por los efectos del alcohol que habían tomado, no sentían sus efectos, en esto era unos maestros Roberto Estrada (más conocido como „Carpa‟, porque era el émulo del arquero de la Selección y del Sport Boys, Fernando Cárpena), Salomón Ochoa, Silvestre, „Moralitos‟, los hermanos Sixto y el „loco‟ Adrián Prado, entre otros.
Inolvidable viaje a Concepción EPISODIO 8 Regresando por Chincheros Otro de los motivos principales de nuestro viaje era realizar una visita relámpago al pueblito de Chincheros, al cual se le podía ver desde Concepción, pero teníamos que cruzar el río Pampas, por la carretera Ayacucho – Apurímac, en el que teníamos también una gran familia de los Velásquez, de mi Abuelita María Cleofé, mamá de mi mamá Sabina. Hicimos la misma odisea que a nuestra llegada a Concepción, pero ya más aclimatados, como si estuviéramos en casa, sólo que esta vez fue en el camino de regreso y de bajada, ya para irnos a Lima. Coincidentemente llegamos un día que el día siguiente era el cumpleaños de mi tía María Velásquez, por lo que nos quedamos dos días, disfrutando de la hospitalidad de las tías, y viendo desde ahí la imagen de Concepción, desde otra perspectiva. Y nos reencontramos con la familia materna, lugar donde me dieron a probar los ricos „tumbos‟, frutos ácidos y algunos dulces. De todos ellos ya casi poco recuerdo porque perdimos el contacto en frecuentarnos, sólo mi primo Moisés Velásquez, el famoso „Cucuscha‟, fungía de embajador „plenipotenciario‟ entre ambas regiones de una misma cultura. El detalle del „platito‟ y la confusión del lenguaje quechua Durante la estadía en Chincheros fuimos recibidos y atendidos esmeradamente, y por tratarse el cumpleaños de mi tía se preparó un buen almuerzo con gran cantidad de invitados, en el que se resaltaba la presencia nuestra, entre los tíos, primos casi desconocimos. La comida fue regional con abundante queso y guiso de gallina. Pero lo que me llamó grandemente la atención fue que cuando al servir un „ponche‟ bajativo, a todos los mayores se les había servido con el detalle de una taza y platito de loza, como muestra de „opulencia‟, al que yo había hecho un reparo. Como a mí no me habían servido en esa forma, sino en un pocillo sencillo y de fierro enlosado, le estaba reclamando a mi madre, cuando en eso se había dado cuenta mi tía María Velásquez, de aquel „descuido‟, y tiernamente como para „el valor‟ que yo estaba reclamando, se apresuró en subsanarlo,
Ismael Augusto Sulca Velásquez disculpándose y vertiendo frases en quechua que cómo había sido posible en que no me atendieran como a los otros comensales, y rápidamente me trajo la tasa y el platito de base para tener la misma atención que los otros, diciéndole a mi madre, que “este niño si se ha dado cuenta, y se ha puesto a reclamar una mejor atención”... “Este sí que es un Velásquez” –dijo escuetamente, con una mirada de pronóstico beneficioso. Hasta ahí quedó lo del platito. Pero lo que vendría después fue un gran error o confusión de mi parte. Cuando al terminar de tonar el rico ponche en la taza y el platito de losa, al darse cuenta de que había terminado, con una jarra a la mano, me ofreció en que sí quería un poquito más, y yo tímidamente le contesté muy bajito que no lograba escuchar y me dijo en quecha “Bastante o poquito” Y yo como para demostrar que le había entendido muy bien, y queriendo sólo un poquito le dije “Ashkachallata”(bastante), cuando en realidad debí decir “Aschachallata”(poquito). Y la tía escuchando lo primero me sirvió abundantemente del ponche que cual ya estaba lleno y remarcó “Ahhh le había gustado mucho a este caballerito”. Y me dejó con la taza lleno de ponche, del cual por supuesto no terminé, y se la entregué a mi madre para salvarme de los apuros del lenguaje. Del viaje de retorno, de aquellos veinticinco kilómetros distantes de Concepción a Ninabamba, y de ahí a Chincheros, así como de los otros seiscientos kilómetros aproximados de recorrido hacia el Callao, recuerdo muy poco y fue por la misma ruta por el que habíamos venido, pasamos nuevamente por la Mejorada, hasta que tomamos el tren con las peripecias que les he descrito, hasta retornar al Callao y nuestro domicilio, tal vez con la misma cantidad de carga con la que habíamos salido, pero con un olor característico que tiene las cosas de la sierra peruana, entre charquis, papas, ocas, mashwuas, maíz, trigo y cebada, como los quesos en „cachipa‟ del cual los había visto preparar, trayéndome en la memoria los recuerdos de niño que aún afloran en mi vida registrados en mi „amígdala cerebral‟ quizás debido a la ingesta de abundante ácido glutámico que habré consumido sin querer por aquellos lares, de los cuales no me canso de contar una y mil veces, pero como de eso también se olvidan, o a veces no los quieren escuchar, lo plasmo en estos recuerdos que dejo para toda mi familia y para el mundo entero.
Inolvidable viaje a Concepción
Y como resultado de estas majestuosas añoranzas puedo afirmar categóricamente para mis adentros y compartir con ustedes estos pensamientos:
“Por más que pasen los años y visibles arrugas tenga mi frente, puedo asegurarles que los recuerdos no envejecen”… “Todo esto me ha parecido una Lista de Revista de lo que alguna vez fui en esta maravillosa vida”… “Cual oleadas de vivencias, me vienen así los recuerdos. Con frecuencia de joven y casi siempre de niño. Pues ahora que ya estoy viejo ellos son mis espejos, donde me miro y me encuentro”… “La madurez es constante como las etapas del crecimiento. Ser niño es sólo un instante, ser joven un lujoso preludio. Y cuando ya eres maduro el tiempo es lo de menos, porque son los recuerdos, los mejores amigos, para poder vivir de nuevo”
Ismael Augusto Sulca Velásquez EPISODIO 9 COLOFON DE CONCIENCIA “El destino conduce a quienes la aceptan; a quienes lo rechazan se los lleva a la fuerza” Proverbio latino.
Como colofón de esta historia debo confesar y ser honesto con ustedes que yo nací un 17 de Mayo de 195l, en un pueblito del lejano Ayacucho, llamado Concepción, que por ese entonces era comprensión de la Provincia de Cangallo, al que enfáticamente don Manuel Juvenal Llamojha Mitma, llamaba Antigua Comunidad Campesina de „Chaka Marka‟, en los tiempos del fluir del „Pontorccocha‟. De conformidad a la Ley 12145 del 19 de Noviembre de 1954, en el „Año del Libertador Mariscal Castilla‟, fue creado el Distrito de Concepción en la Provincia de Cangallo, en los tiempos del ejercicio presidencial Constitucional(1950-1956) del Tarmeño General Manuel Arturo Odría Amoretti, a los tres años en que yo había nacido. Por esas cosas del destino en el que la preeminencia y la autoridad de los antiguos(llámese padres) de aquella antigua Comarca, en este caso de mi querido abuelo don Augusto Sulca Oré, sería tal vez porque yo llevaba su mismo nombre, o era el más apegado a él (mis padres decían que yo era el único que no le temía a su abundante barba y enjundioso carácter, por lo que solía llamarme „Tocacha‟ -su tocayo-), no permitió que me llevaran a Lima, y al Callao, y de seguro como la autoridad de un padre se respetaba en ese entonces, yo me quedé al cuidado y protección de mis abuelos Augusto y Gavina con quienes crecí hasta los cinco años aproximadamente, considerándolos como mis verdaderos padres, hasta que en el mes de Diciembre de 1956, falleció mi abuelo, en circunstancias que les he podido narrar, y mis padres don Leopoldo Sulca Zea y Sabina Velásquez, fueron a recogerme y llevarme con ellos a la Capital de la República. El „Cocakintucha‟ me hace recordar grandemente a mi querida abuela.
Inolvidable viaje a Concepción Pues luego de mi estadía en el Callao y de mis estudios iniciales(Transición) en una Escuelita del Barrio de Corongo, que para llegar a él tenía que transitar por una acequia pequeña en cuyos bordes habían incontables plantas de „oreja de elefante‟(Colocasia esculenta); para después seguir mi Primaria en el CE. „Augusto Cazorla‟(fue creado oficialmente el año de 1953 a cien metros del Obelisco del Callao) en la Av. República de Panamá, en donde comí la mejor „chanfainita‟ de mi vida, preparada por una paisana que al principio lo servía en hojas verdes(pancas) de choclo, y ya cuando le fue bien, los servía en unos platitos verdes de fierro enlosado y su respectiva cucharita, y la gelatina de la bodega de enfrente era algo especial, lo servían en una copa grande, que para mi edad ya era algo exclusivo. En la citada Escuela del „Augusto Cazorla‟ había un señor que fungía de guardián, conserje, y „mandadero‟, un „mil oficios‟ al que conocíamos como „Gregorio‟, era medio „virolo‟, y él era quien nos servía la leche „chocolatada‟ en nuestros pocillos(jarro de fierro enlosado que llevábamos sujetos a la correa del pantalón) y nos entregaba y nos hacía tragar una capsulita muy pequeña en forma de perita, que era el „aceite de hígado de bacalao‟, una forma de combatir la desnutrición por aquellos tiempos, de cuyos eructos mejor no les cuento. Recuerdo también que en el „Cazorla‟ había un señor que vendía gelatina preparada en fuete grande el cual cortaba en porciones y te la despachaba en un papelito, al que le agregaba el sabor de la „adivinanza‟, ponía en una de sus manos una moneda, llevándolas hacia atrás, y al ponerlas hacia adelante, te ofrecía a que adivines en qué puño estaba. Si adivinabas, te daba otra porción de gelatina bicolor. Fue así que en el año 1961 viajamos a Concepción. Para que tengan una idea de aquel año le daré una señales algo más que conocidas. Era Presidente Constitucional de la República don Manuel Prado Ugarteche, en un segundo periodo. Aún no se había inventado la fotografía en color, todo era en blanco y negro, aunque si se había inventado todavía no era comercial en el Perú. (La película instantánea en colores fue introducida por Polaroid en 1963). Cuando llegamos a Concepción no había fósforo ni encendedores. Pude observar que culturalmente había una especie de „culto a la candela‟(en quechua se dice „nina‟) en el que cada hogar cuidaba el preciado bien del fuego, lo hacía „dormir‟ en las tardes y lo hacía „revivir‟ en las madrugadas, que cuando se les apagaba tenían que acudir a sus vecinos o familiares para llevarlas
Ismael Augusto Sulca Velásquez en una especie de „kallanas‟(vasija de barro especial para tostar cereales –cebada, trigo, maíz, cancha, habas), una de cuyas orejas quedaba especialmente para este uso. La linterna a pilas no se conocía. Las únicas linternas de mano eran aquellas pequeñitas con el uso del kerosene, y con mechas, y se llevaban colgados de un alambre, y apenas alumbraban un metro. En las noches de carnavales los grupos que llevaban estas linternas parecían como luciérnagas en juego, a que llamaban „ninauru‟(gusano de fuego, porque al contacto con ellos picaban, y sacaban ronchas en la piel). Como sería de antiguo la situación de aquellos tiempos que los líquidos como el vino o el „cañazo‟ Ayrabambino(licor de caña de azúcar de Ayrabamba) era transportados aún en los famosos „odres‟ de piel de cabra. El aceite vegetal era poco conocido, se utilizaba más el aceite de manteca de chancho. El papel higiénico natural de esos lares era la coronta del maíz seco, o las hojas de las plantas grandes. Tengo el ligero presentimiento que si no adiciono o aclaro algunos detalles, no se entendería muy bien el contenido de lo que les he contado. Precisamente en aquel momento en que tuve el encuentro con mi abuelita Gavina Zea Alarcón, que hasta hace pocos años atrás había sido mi madre, mi ángel guardián, y en esos momentos en la puerta de su cocina y el huerto, delante ya de mi mamá Sabina, no sabía cómo actuar, pero me impulsaba entregarme a su regazo, así como estaba en aquella foto que le tomé. Casi lo tenía olvidado, pero los recuerdos afloraron de inmediato. Quizá el haber tenido „dos madres‟ y „dos padres‟ en tiempos diferentes, hicieron de mí una persona especial. Hasta esos años mi hermano mayor era Antonio y yo seguía llamándome Augusto, como mi abuelo paterno, era su „Tocacha‟. Los tíos, mis primos, los vecinos, los amigos, incluso mi mamá cuando iba a buscarme a la Inka Losa (lugar de juego para niños) me llamaban „Agustito‟, mi tío Samuel Elías y mis primas Margoth y María Lazón me llaman „Tito‟, y así fue hasta mi adolescencia, incluso en el Colegio. Ya cuando tuvimos la decisión de ser policías
Inolvidable viaje a Concepción (de la Gloriosa Benemérita Guardia Civil del Perú) es que cambiaron las cosas. Por causes del destino, con la formalidad que se estilaba por aquella época, mi hermano quedó como José Antonio y yo como Ismael Augusto, y desde ahí pasé a ser Ismael para todos los nuevos amigos, colegas, compañeros, camaradas de armas, colegas de profesión, y los nuevos familiares en este mundo. Y antes de cerrar este breve comentario repito lo que alguna vez me indicó mi hermano José Antonio al leer las primeras líneas de este escrito recordando y parafraseando al inmortal y universal vate peruano don César Abraham Vallejo Mendoza, para reiterara como él, ésta breve sentencia: “¡No es grato morir, Señor, si en la vida
nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que pudo dejarse en la vida!” Después de cincuenta años de haber transcurrido ésta, mi epopeya infantil, que a la sazón era lo más parecido al del cirujano Lemuel Gulliver que luego fue Capitán de Grandes viajes en „Los Viajes de Gulliver‟, yo me había encontrado ante „gigantes‟ antepasados y „enanos‟ seres en mis juegos de niño, siendo a la vez prisionero de mis recuerdos y salvado por quienes había rescatado y dado a conocer. Y por eso, he tenido a bien en escribirla, instándome una obligación moral y cultural en hacerlo, puesto que todas las veces en que tenía la ocasión de contarlas en mis reuniones familiares y de amistad, eran cortos espacios y no podía abarcar todos estos contenidos de detalles. Que incluso entre los familiares más cercanos, cada vez que me aprestaba en cortarlos, se escuchaba el rumor, el „run-run‟, el „tufillo‟ de “esa ya la sabemos” y me dejaban con los „crespos hechos‟(aunque yo ya peinaba una vistosa calvicie), y de repente estos relatos vienen a ser una especie de „castigo‟ a los que no me querían escuchar, para que de una vez por todas se enteren y así también el mundo entero por medio de los canales masivos en estos tiempos de modernidad.
Ismael Augusto Sulca Velásquez MEMORIA VISUAL
Primera Generación de paisanos de Concepcion que emigraron a Lima – Callao entre los que está mi padre Leopoldo Sulca Zea
Concepción visto desde Chacarí
Tías Bonifacia y Delfina Zea Delgado, tío Víctor Bellido Martínez, así como mi tía Agripina Ayala Mendoza e hijos, entre quienes puedo reconocer a mis primos Fernandito, Jonás y Luzmila, en el entierro de mi tío Salomón Zea Delgado
Inolvidable viaje a Concepci贸n
Vista de Concepci贸n desde la parte norte.
Ismael Augusto Sulca Vel谩squez
Carnavales en Concepci贸n 2011
Municipalidad Distrital de Concepci贸n
Inolvidable viaje a Concepción
Carnavaleros de Concepción a la usanza tradicional
Versión moderna del „Q‟araChuco‟ en los Carnavales de Concepción Aquí mi primo Vicente Zea Lazón camino a „Ccochapata‟ seguido por su hijo Luis Felipe Zea Vásquez quien lleva la piel de una vizcacha.
Ismael Augusto Sulca Velรกsquez LEY DE CREACION DEL DISTRITO DE CONCEPCION
Inolvidable viaje a Concepción
DATOS REFERENCIALES DEL DISTRITO DE CONCEPCION El distrito de Concepción es uno de las ocho distritos que conforman la Provincia de Vilcas Huamán, ubicada en el Departamento de Ayacucho, perteneciente a la Región Ayacucho, Perú. El principal centro urbano del distrito es Concepción ubicado a 3,067 msnm. El distrito fue creado mediante Ley No.12145 del 19 de noviembre de 1954.
Superficie • Total
243,19 km²
Población (2007) • Total
2885 hab.
• Densidad
11,86 hab/km²
Huso horario
UTC-5
Centros poblados o
Concepción, con 365 hab. Rurales o Collaspampa, con 178 hab. o San Antonio de Astanya, con 306 hab. o San Antonio de Pirhuabamba, con 153 hab. o Santa Rosa de Qochamarca, con 263 hab. o Virgen del Carmen de Pacomarca, con 229 hab.
Ismael Augusto Sulca Velásquez
UBICACIÓN DEL DISTRITO DE CONCEPCION
MAPA DEL PERÚ
UBICACIÓN DE AYACUCHO
UBICACIÓN DE AYACUCHO
AYACUCHO Y SUS PROVINCIAS VEASE VILCASHUAMAN
Inolvidable viaje a Concepci贸n PROVINCIA DE VILCASHUAMAN Distritos
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.
Vilcashuam谩n Accomarca Carhuanca Concepci贸n Huambalpa Independencia Saurama Vischongo
EL DISTRITO DE CONCEPCION Y SUS COLINDANTES NOTESE LA DISTANCIA DE AYRABAMBA A CONCEPCION
Ismael Augusto Sulca Velásquez
Ismael Augusto Sulca Velásquez Poeta, escritor, representante honorable de la Gloriosa Benemérita Guardia Civil del Perú, posterior unión en las Fuerzas Policiales del Perú (FFPP) y luego en la Policía Nacional del Perú (PNP). Autor de „Para Cuando Hablen de Amor‟ (Lima 1987) con el que ganara del Premio Internacional de poesía „Alfonsina Storni‟ 1986 en la República de Argentina. Ha publicado en Poesía: „Amor en Soledad‟ (Lima 1988) y „Transfigurando‟ (Lima 1991) siendo catalogado como el „Jack London‟ de la Policía Nacional, o simplemente „El Poeta Policía‟ Tiene inéditos en poesía: „A Tiempo Completo‟ (Reflexiones del Minotauro) (Chimbote 1997); „Entre Tanta Espera‟ (El amor y las estrellas) (Lima 2006) Ha culminado cuentos: „Los Dominios del Tayta Orcco‟ (Lima, 2010) participante en la XVI Bienal de Cuento Premio Copé Internacional 2010; „La Bruja ofendida‟ (Lima 2010); y „Poemas de vida‟ (Entre la rima y el olvido) (Lima 2010). Ganador del premio la „Anecdoiga de la Semana‟ promovido por la Revista „Oiga‟ del Perú, con la anécdota “Justicia Divina” en 1988. En el 2009 ganó el Segundo Premio en el certamen promovido por la International Police Association IPA (filial Perú), con la anécdota titulada „¡Que tal mecánico!‟. Actualmente tiene para su publicación: Cuatro Tomos de „Historias y Anécdotas de Humor Policial‟, con un recuento de sus vivencias en su largo trajinar en la vida policial.