Discursos Patrióticos de la Independencia en San Luis Potosí

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Discursos Patrióticos de la Independencia En San Luis Potosí

De la Primera República Federal a la República Restaurada, 1827-1872

Sergio A. Cañedo Gamboa Flor de María Salazar Mendoza Julio César Medina Barbosa Alejandro Landeros Rocha

El Colegio de San Luis A. C. LIX Legislatura del H. Congreso del Estado de San Luis Potosí Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí

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Primera edición: 2010 Diseño de la portada: Natalia Rojas Nieto D. R. © 2010, Alejandro Landeros Rocha, Flor de María Salazar Mendoza, Julio César Medina Barbosa, Sergio A. Cañedo Gamboa D. R. © 2010, Honorable Congreso del Estado de San Luis Potosí, LIX Legislatura. Comisión Especial de Apoyo a los Festejos del Bicentenario de la Independencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana. Instituto de Investigaciones Legislativas. Jardín Hidalgo No. 19, Centro Histórico, C.P. 78000 San Luis Potosí, S.L.P., México. D. R. © 2010, Gobierno Constitucional del Estado de San Luis Potosí. Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí. Jardín Guerrero No. 6, Centro Histórico, C. P. 78000 San Luis Potosí, S.L.P., México. D.R. © 2010, El Colegio de San Luis Parque de Macul 155, Colinas del Parque, C. P. 78299 San Luis Potosí, S.L.P., México. ISBN: 978-607-7601-31-9 Impreso y hecho en México

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Índice

Presentación

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Estudio Introductorio

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Oración patriótica que en la tarde del 16 de septiembre pronunció el C. Lic. Ignacio Sepúlveda. para solemnizar el grito de libertad en Dolores. en la Plaza Mayor de la capital del estado de San Luis Potosí

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Discurso que pronunció en la Plaza Mayor de San Luis Potosí el 16 de septiembre de 1828. El C. L. Luis guzmán Diputado de la Legislatura del Estado, en la función cívica por el aniversario de los Héroes de la Independencia San Luis Potosí Año de 1828, 41

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Discurso que pronunció el c. Lic. Ignacio Sepúlveda En la plaza mayor de San Luis Potosí la tarde del dia 16 de septiembre de 1829 para la gloriosa memoria del grito de libertaddado en Dolores por los primeros Héroes de la Independencia. San Luis Potosí, 1829

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Discurso Patriótico pronunciado por el ciudadano Lic. Tirso Vejo. En la función cívica con que la capital del estado libre de San Luis Potosí solemnizó el aniversario de la Independencia Mexicana de 1830. San Luis Potosí

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Discurso Patriótico, que en la Plaza Mayor de San Luis Potosí pronunció Luis G. Gordoa, el 16 de septiembre de 1831. Aniversario del grito de Dolores. Spi

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Discurso que el ciudadano Luis Guzmán, pronunció el 16 de septiembre de 1833, en la Plaza Mayor de la capital de San Luis Potosí, en celebridad del glorioso grito de Independencia dado en Dolores por el inmortal Hidalgo. San Luis Potosí 1833.

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Arenga Cívica que el 16 de septiembre del año de 1838, aniversario del glorioso grito de Dolores pronunció en memoria de él en la Plaza Mayor de San Luis Potosí, el ciudadano Mariano Romero, Elegido al efecto por la junta patriótica

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Rasgo Patriótico, que escribió el Ciudadano Lic. Ponciano Arriaga, y pronunció en el Portal de la Plaza Mayor de San Luis Potosí, el 16 de Septiembre de 1839

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Discurso Cívico que pronunció el Sr. Lic. D. Vicente Chico Sein, en el Portal de la Plaza Principal de San Luis Potosí, la tarde del día 16 de septiembre de 1846 115

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Discurso pronunciado por el C. Coronel del Ejército Republicano Florentino Carrillo, la tarde del día del 16 de septiembre de 1867, en el Jardín de la Constitución

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Composiciones leídas en el Teatro de Alarcón y en el Jardín de la Constitución de esta ciudad (San Luis Potosí) los días 15 y 16 de septiembre del presente año de 1867. Discurso leído por el C. José montesinos, Coronel del Ejército Republicano

135

Discurso pronunciado por el C. Licenciado Nava, en la Festividad Cívica de la noche del 15 de septiembre de 1869, en el Teatro Alarcón

147

Discurso pronunciado en el Templete de la Alameda, la noche del 16 de septiembre de 1869, por el C. Benigno arriaga

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Discurso Patriótico pronunciado por el joven Manuel Palomo, alumno del Instituto Científico, la noche del 16 de septiembre de 1872

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Discurso pronunciado por el C. Jacobo Villalobos, la noche del 15 de Septiembre de 1872

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Discurso pronunciado por el C. Licenciado Juan Undiano, la noche del 15 de Septiembre de 1872

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Discurso pronunciado por el C. Manuel M. Palacios, la noche del 16 de Septiembre. 1872

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Discurso del alumno del Seminario Conciliar, C. Pablo P. Colunga le铆do en la Plaza de la Constituci贸n, la noche del 16 de Septiembre de 1872

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Presentación

La nación que hoy conocemos como Estados Unidos Mexicanos ha recorrido un largo trecho histórico para construirse y consolidarse. Desde el proceso de Independencia gestado el 16 de septiembre de 1810, pasando por el inicio de la Revolución un 20 de noviembre de 1910, hasta el presente año han transcurrido 200 años en los que se han vivido múltiples procesos políticos, vaivenes económicos, reclamos de reivindicación social, en fin…, múltiples piezas de un mosaico cultural aún desequilibrado, pero en constante transformación. Muchas han sido las luchas, los sinsabores, los dramas y las tragedias. Pero también han sido innumerables los logros, los éxitos y las victorias alcanzadas por los Mexicanos. Hemos de reconocer que pertenecemos a un país que a pesar de las caídas ha sabido levantarse, enfrentar los retos y salir airoso de ellos. Estos años han dejado tras de sí una estela de acontecimientos, algunos de ellos conocidos, otros aún permanecen ocultos esperando ser analizados por los historiadores. Esta historia de larga duración de lo político, económico y social de México brinda nuevos hallazgos, lo que aunado a las conmemoraciones por el bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana exige una profunda reflexión sobre nuestro pasado, comprender nuestro presente y construir el futuro que anhelamos como sociedad. En ese tenor, es que la LIX Legislatura del H. Congreso del Estado a través de su Comisión Especial de Apoyo a los Festejos del Bicentenario de la Independencia Nacional; y del Centenario de la Revolución Mexicana, El Colegio de San Luis A. C. y la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí se propusieron impulsar la investigación y difusión en torno a ambos acontecimientos en San Luis Potosí a través de un proyecto editorial, del cual forma parte el

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presente libro. Esto no hubiera sido posible sin el apoyo del Comité Organizador del Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana del Estado de San Luis Potosí y del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. San Luis Potosí, noviembre de 2010

El Colegio de San Luis, A. C. LIX Legislatura del H. Congreso del Estado de San Luis Potosí Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí

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Estudio Introductorio

A

partir de la década de 1820 intelectuales, políticos y militares potosinos —al igual que sus homólogos en otros estados del país— escribieron y arengaron, en diversos espacios públicos de la ciudad capital de San Luis Potosí los días 15 y 16 de septiembre con motivo de las conmemoraciones del aniversario de la Independencia de 1810, discursos alusivos al festejo de la Independencia de México. En esta antología nos hemos dado a la tarea de reunir 18 de ellos con la finalidad de ponerlos en conjunto para que los lectores que disfrutan de indagar en el pasado ya sea por gusto o profesión, tengan a la mano testimonios que muestran la manera de cómo se concebía y festejaba la fiesta principal de los Mexicanos. La idea de transcribir estos documentos en una sola antología surgió debido a que en la escritura de la tesis de maestría de Sergio A. Cañedo Gamboa y de maestría y doctorado de Flor de María Salazar Mendoza nos percatamos de lo valioso que sería tener en conjunto estos documentos para otros estudiantes o profesores interesados en este tema de las fiestas patrias. Por un lado facilitaría su acceso, ya que los documentos originales están dispersos en múltiples bibliotecas y archivos tanto en México como en el extranjero, y por el otro lado posibilitaría la realización de trabajos comparativos con otros estados de la república. El periodo de la historia de México en el cual se encuentran insertos estos discursos, corresponde al lapso de 1827 a 1872. Estos casi 50 años corresponden a variadas y convulsas etapas de la historia de México que inician con su nacimiento como ente independiente, pasando por los intentos de reconquista española, una miríada de conflictos y revueltas internas, la separación del estado de Texas, la inminente invasión francesa y el inicio del conflicto bélico con los Estados

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Unidos del Norte, la Reforma, el Segundo Imperio y la restauración de la República. En los discursos festivos aquí reunidos se aprecian las reflexiones de sus autores sobre estas problemáticas. El sistema Federal y su interpretación es el tema reticente en casi todos los textos. Consideramos que la reflexión que hicieron los autores de los discursos sobre esta problemática permite visualizar, en el contexto específico de un estado miembro de esta nueva federación, el sentir de pertenencia a este nuevo sistema, así como la búsqueda de su perfeccionamiento y consolidación. Ellos formaban parte de este proyecto de nación, y a su vez eran los conductores en el derrotero que se tomó durante las décadas de 1820 y 1830 así como en los años posteriores a la restauración de la república. Durante las décadas de 1820 y 1830 la fiesta de la Independencia de México, y en específico su parte ritual correspondiente al discurso, tomó una importancia singular ya que esta se convirtió en una tribuna para transmitir las ideas políticas de la época, y a su vez, el festejo adquirió un cariz eminentemente político.1 Los autores de los discursos no ocultaron sus preferencias politicas, podemos afirmar que todos ellos expresaban un pensamiento liberal perfilado hacia el federalismo y la mayoría de las veces muestran su desagrado por el sistema monárquico. Quizá no cabe la catalogación de centralistas o federalistas en este caso (específicamente para las décadas de 1820 y 1830), pues las plumas de los autores, se inclinaban por lo segundo. Los principales grupos que se disputaban el poder en San Luis Potosí durante las décadas de 1820 y 1830 se pueden catalogar como liberales federalistas en dos sentidos, radicales y moderados. Como es de suponerse ambos grupos apoyaban el sistema federal y en ningún momento mostraron de manera evidente Un análisis más detallado de las características de las celebraciones septembrinas en San Luis Potosí puede ser consultado en: Sergio A. Cañedo G. y Flor de María Salazar Mendoza “Protocolo y organización de las celebraciones de independencia en la capital potosina durante el siglo XIX” en Boletín del Archivo General de la Nación, 6ª serie, noviembrediciembre 2003, num. 2, pp. 149-167 y Flor de María Salazar Mendoza “Las celebraciones de la Independencia en San Lusi Potosí, 1827-1833. Escenarios festivos, escenarios políticos” en Independencia y Revolución. Reflexiones entorno del bicentenario y el centenario, Jaime Olvera, (Coordinador). El Colegio de Jalisco, 2010. T. III, pp. 179-197 1

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su referencia por el centralismo que no necesariamente representaba el conservadurismo. Hacia las décadas de 1860 y 1870 años en que los autores muestran claramente una postura liberal la cual es opuesta al conservadurismo y pro-monarquismo. El estudio de la fiesta de la Independencia es un tema que ha sido poco tratado por investigadores contemporáneos dedicados a la historia decimonónica del país. Fernando Serrano Migallón es quizá uno de los precursores en el tema pues realizó un trabajo de carácter apologético sobre esta celebración; el mismo título de su libro lo especifica El grito de Independencia, una pasión nacional.2 Serrano Migallón considera que “si queremos detectar los elementos característicos de un pueblo, en un momento y lugar determinados, es preciso acudir a sus manifestaciones comunes, aquellas en las que se sienta más él y en las que participe de manera más espontánea y auténtica”.3 Para el autor, el festejo de la Independencia corresponde a este tipo de manifestaciones. “El grito de independencia, una pasión nacional” es, como lo explica su autor, un seguimiento cronológico de este festejo, y a partir de éste, destaca las características que ha presentado la celebración desde 1812 hasta 1994. Por su lado el historiador Ernesto de la Torre Villar publicó una colección de 33 discursos —en parte este proyecto está inspirado en la obra de de la Torre Villar— que tituló La conciencia nacional y su formación, discursos cívicos septembrinos 1825-1871,4 en este texto de la Torre Villar reflexiona sobre el papel que desempeñó el festejo de la Independencia, como un instrumento utilizado para la formación de la conciencia nacional, “Un pueblo nuevo, por lo menos políticamente, requiere que sus miembros cobren plena conciencia de los ideales que le han llevado a conseguir su independencia, a ser libre, a tener derecho de labrarse destino y derrotero, [...] todo ello conlleva al ejercicio de una memoria, de una conciencia actuante que acrecienFernando Serrano Migallón, El grito de Independencia, historia de una pasión nacional. Editorial Porrúa, México, 1995. 3 Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia…, p. XIII. 4 Ernesto de la Torre Villar, La conciencia nacional y su formación. Discursos cívicos septembrinos (1825-1871). Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1988. 2

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te y vivifique esos ideales”.5 El ejercicio de esa memoria es precisamente la celebración de la Independencia que con una periodicidad anual, refuerza y consolida esa conciencia. Por esta razón, de la Torre considera que “De esos remotos años (1825-1871), de esas sencillas, ingenuas, espontáneas y vibrantes conmemoraciones, arranca la formación de la conciencia política mexicana”.6 Enrique Plasencia de la Parra es otro historiador mexicano que ha manifestado una preocupación por el tema de la fiesta de la Independencia. Su libro titulado Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo (1825-1867)7 da cuenta, a partir del estudio de los discursos del 16 de septiembre y de manera secundaria de las actividades festivas, de la idea que forjaron sus autores sobre la Independencia nacional y cierta noción de nacionalismo que se comenzó a gestar durante la primera mitad del siglo XIX. A mediados de la década de 1990 la historiografía mexicana sobre la celebración de la Independencia y su protocolo comienza a dar señales de que es un tema de interés creciente. Aunque con análisis todavía no bien desarrollados y aparentemente influenciados metodológicamente por la historia cultural, la revista Historia Mexicana dedicó su número 178 al tema de los rituales cívicos. Algunos de los artículos que componen esta publicación se enfocan a la celebración de la Independencia desde una perspectiva comparada del contenido de los discursos cívicos; por ejemplo Brian F. Connaughton ofrece un estudio sobre la “celebración oficial de la nacionalidad mexicana” y aborda un conjunto de discursos cívicos anteriores al plan de Ayutla, principalmente en los estados de Oaxaca, Guadalajara y Puebla. La finalidad de su trabajo es “hacer un repaso de los discursos referente a las tres ciudades mencionadas, y se consideran las implicaciones regionales de sus tendencias dominantes. Después, se diferencian los aspectos señalados de las tres regiones”.8 Connaughton Ernesto de la Torre Villar, La conciencia nacional…,p. 7. Ernesto de la Torre Villar, La conciencia nacional…, p. 10. 7 Enrique Plasencia de la Parra, Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo (1825-1867). Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1991. 8 Brian F Connaughton, “Ágape en disputa: fiesta cívica, cultura política regional y la 5 6

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realiza una comparación entre los distintos discursos pronunciados en las tres ciudades, y llega a la conclusión de que los festejos de la Independencia se diferenciaban en diversos aspectos en las regiones estudiadas, por ejemplo en Oaxaca, encuentra una polarización en el festejo, promovido por un lado por la Iglesia católica y por otro por el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. La propuesta de la Iglesia Católica se caracterizaba por una tendencia a la tradición y que poco afectaba al statu quo; por su parte, la visión del Instituto de Ciencias y Artes estaba basada en el cambio. Respecto a la ciudad de Guadalajara, Connaughton precisa que no se presentaba una situación de polaridad como en Oaxaca, sino que dominaba una visión “optimista y confiada en su capacidad de aunar su fe religiosa y su esperanza en el progreso”.9 En la ciudad de Puebla, el autor encuentra que la festividad contrasta con las dos anteriores “la fiesta cívica poblana era un acto de fe ante la adversidad, un mea culpa público por los yerros cometidos, y un nuevo aliento para afrontar los desafíos, bajo el acicate de las amenazas externas a la nacionalidad y al amparo de un liberalismo moderado”.10 Mientras que los textos de Serrano, de la Torre y Plasencia hacen referencia únicamente a lo acontecido en la Ciudad de México, el texto de Connaughton resalta por ser un estudio que tiene como base —por fortuna—tres ciudades del México decimonónico. Esto último muestra la manera como pueden ser utilizados los discursos festivos en estudios de índole regional, los que además pueden ofrecer datos y rasgos característicos de las distintas sociedades que conformaban las ciudades decimonónicas. En San Luis Potosí, la fiesta de la Independencia presentó también ciertas características que le daban una personalidad propia —al igual como lo demuestra Connaughton para Puebla, Oaxaca y Guadalajara. Los primeros festejos de la Independencia se remontan al año de 1823, su ritual se caracterizó por tener una inspiración en la tradición virreinal, principalmente de las Juras de los Reyes, las cuales frágil urdimbre nacional antes del Plan de Ayutla”, en Historia Mexicana, 178, vol. XLV, octubre- diciembre, 1995, num.2 9 Brian F Connaughton, “Ágape en disputa…, p. 307. 10 Brian F Connaughton, “Ágape en disputa…, p. 308.

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tenían un protocolo basado en una procesión, una celebración religiosa en la iglesia principal, publicaciones de bandos, adornos en las casas y calles, lectura de sermones y entrega de obsequios. Estos primeros festejos retoman partes del protocolo descrito y se componen de la celebración de un Te Deum, honras fúnebres en honor de los héroes de la Independencia en la parroquia, se leían sermones escritos para la ocasión, se daban obsequios, se redactaban bandos, se adornaban las calles etcétera, pero todo con un nuevo significado, pues se trataba de una fiesta con otra finalidad. Este ritual fue modificándose con los años, pero permaneciendo siempre ese sentido religioso y de influencia novohispana que poco a poco se fue mezclando con una presencia, quizá de tendencia secularizadora. Así encontramos años en los que el gobierno del estado utilizó la fecha de la Independencia para inaugurar obras, y a su vez se presentó la desaparición del sermón como parte importante del festejo, y la aparición nuevos símbolos pertenecientes a la realidad política que se vivía.11 Podemos afirmar que durante la primera mitad del siglo XIX, la fiesta más importante de los Mexicanos fue la de la Independencia, la cual estuvo dedicada principalmente a la figura de Miguel Hidalgo y algunos otros héroes como Morelos y Allende, sin embargo, se incluyó en el calendario cívico otra fecha de importancia que es menester mencionar. Durante la etapa de la Primera República Central, la figura de Iturbide tomó importancia, literalmente resurgió de entre sus cenizas. Todo inició con una disposición del Congreso General, que en el año de 1838 ordenó el traslado de los restos del primer emperador mexicano, de Padilla Tamaulipas, a la Ciudad de México. La comitiva encargada de su transporte tuvo como parte de su ruta la ciudad de San Luis Potosí. Pese al nuevo lustre que comenzó a tomar la imagen de Iturbide el festejo de la Independencia en ese año de 1838 no se vio ensombrecido por el resurgimiento del emperador, Sergio A. Cañedo G. y Flor de María Salazar Mendoza “Protocolo y organización…” passim, y Sergio A. Cañedo Gamboa, “The First Independence Celebrations in San Luis Potosí, 1824-1847”, en ¡Viva Mexico! ¡Viva la Independencia! Celebrations of September 16. Edited by William Beezley and David E. Lorey: Wilmington, Delaware, SR. Books, 2001. pp. 77-85, passim. 11

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no obstante, la celebración que se realizó para rendir culto a las cenizas de Iturbide a su paso por la ciudad de San Luis fue de la misma magnitud y lucimiento que las acostumbradas para los festejos de la Independencia. Como era de esperarse al año siguiente, en 1839, apareció una nueva celebración, la del 27 de septiembre que se convirtió en una fiesta nacional, la fecha de la consumación de la Independencia se comenzó a festejar. No fue fortuita esta innovación, pues “estos hechos coinciden con el final de la República Federal (1835), el advenimiento del centralismo (1836) y el regreso a la presidencia de Anastasio Bustamante (1837) antiguo subalterno de Iturbide”.12 Bustamante representaba al grupo político que no había tenido gran influencia durante la República Federal, con su llegada al poder, los miembros del grupo que encabezaba lograron ocupar puestos privilegiados durante la nueva forma de gobierno, factor que favoreció la promoción y establecimiento de este nuevo festejo. Por otro lado, desde sus primeras celebraciones, la fiesta de la Independencia en San Luis Potosí, adquirió un perfil de festejo político. Una corporación llamada Junta Patriótica fue la encargada de organizar y velar por el desarrollo de los festejos. En esta Junta, convergían las elites política, económica e intelectual. Sus miembros pertenecían por lo general a los grupos políticos que estaban en el poder. Así, encontramos que durante la República Federal, los miembros de la Junta eran correligionarios de esta propuesta de forma de gobierno; en la segunda mitad del siglo XIX, específicamente durante la República Restaurada, los miembros de la Junta eran de corte liberal, con la llegada del Porfiriato, éstos fueron sustituidos por los del nuevo grupo considerado como porfirista. Por lo tanto, la característica que resalta en los festejos de la Independencia en San Luis es que estos estuvieron siempre inmersos en asuntos políticos, y los matices de la celebración cambiaban según el grupo que se encontraba en el poder.13 Enrique Plasencia de la Parra, Independencia y nacionalismo…, p. 50. Flor de María Salazar Mendoza, La Junta Patriótica de la capital potosina: un espacio político de los liberales (1873-1882), Editorial Ponciano Arriaga, San Luis Potosí, México, 1999, passim. 12 13

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Queremos resaltar que los autores de los discursos que aquí hemos reunido pertenecen al menos a dos generaciones una que vivió las guerras de emancipación y las primeras décadas de la Independencia y otra que presenció la pérdida de la mitad del territorio así como la invasión francesa y el segundo imperio.14 Los autores fueron testigos de los acontecimientos que describieron en sus escritos. Así pues, encontramos reflexiones cargadas de una intensa pasión y sentimiento, lo cual otorga un mayor énfasis a su redacción así como a la descripción de los pasajes “heróicos” que ellos vivieron. Una revisión de las vidas públicas de los autores de los discursos nos lleva a la conclusión de que pertenecieron a la élite política e intelectual de los años de estudio, algunos de ellos incluso eran miembros de familias acaudaladas y renombrados profesionistas. Luis Guzmán, por ejemplo era un reconocido abogado y se desempeñó como diputado en cuatro legislaturas locales. Ignacio Sepúlveda, quien escribió un discurso en el año de 1829, fue diputado en 1831 y gobernador del estado de 1837 a 1842, al igual que Guzmán, su profesión era la abogacía. Tirso Vejo quien pronunció el discurso de 1830 fue diputado en diferentes legislaturas desde 1829 hasta 1834, y gobernador provisional del estado de San Luis Potosí en junio de 1847. Luis Gonzaga Gordoa es otro personaje de importancia. Gordoa se desempeñó durante la década de 1830 como diputado local en tres ocasiones, fue licenciado en leyes y doctor en derecho canónico, pertenecía a una familia adinerada con propiedades en los estados de San Luis Potosí y Zacatecas; Gordoa fue miembro de diversas juntas de fomento mercantil, a la industria y a la minería. Se sabe que desempeñó una misión diplomática para el gobierno mexicano en Europa durante la década de 1830. Por su parte Fortunato Nava fue diputado en el congreso local en dos ocasiones, la primera en 1853 y la segunda en 1869; además fue magistrado del Supremo Tribunal de Justicia en 1867, y ocupó un cargo de importancia en el Tribunal Mercantil y fue también jefe político. Benigno Arriaga fue diputado en el congreso 14 Virginia Guedea, “Introducción”, en El surgimiento de la historiografía nacional, Coordinado por Juan Ortega y Medina y Rosa Camelo, (Historiografía Mexicana III), México, UNAM, 1997, p. 18

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local desde 1867 hasta 1871, a mediados de la década de 1870 fue redactor del periódico potosino La Unión Democrática y miembro del círculo de liberales puros “Club Zaragoza”.15 De los autores presentes en esta compilación resalta por su merecida fama, el político e intelectual Ponciano Arriaga, uno de los grandes liberales potosinos. Su presencia política fue patente en la Ciudad de México debido a su participación como constituyente en 1857. Se tituló de abogado a los 20 años de edad y fue secretario del general Esteban Moctezuma.16 En el año de 1863 Arriaga fue gobernador del Distrito Federal además de haber ocupado diversos puestos en la estructura de gobierno federal.17 El discurso que aquí presentamos, tiene la peculiaridad de haber sido escrito y pronunciado en medio de la República Central, el tema central de su discurso fue la libertad y no hizo gran alarde de su perfil como liberal y federalista. Las temáticas solían ser variadas y complejas. Los asuntos recurrentes eran por lo general la historia de México y la problemática que el autor presenciaba en el momento en que redactaba el texto. Así encontramos temas como el origen de la nación mexicana (el cual explicaban remontándose al México precolombino); reflexiones acerca de los trescientos años de dominación española, época que percibían como una fase oscura de la historia de México, una especie de Edad Media mexicana. Otro tema importante era la definición de los enemigos de la nación mexicana. Respecto a este último punto es interesante observar cómo durante los últimos años de la década de 1820 y los primeros de 1830 los españoles eran considerados los enemigos de 15 Estos personajes han sido poco estudiados por la historiografía potosina, por su presencia política y sus dotes intelectuales, bien merecen ser abordados por estudiosos de la historia. 16 Moctezuma fue un militar de gran relevancia durante el segundo cuarto del siglo XIX debido al control político que mantenía en varias zonas del estado. Respecto a la vida y obra de Ponciano Arriaga, fundamentalmente a su carrera desempeñada en San Luis Potosí se puede consultar Sergio A. Cañedo Gamboa y María Isabel Castillo, Ponciano Arriaga: La formación de un liberal, 1811-1847. Gobierno del Estado de San Luis Potosí, Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, México, 2008. 17 Enrique Márquez y María Isabel Abella, Ponciano Arriaga Obras completas. Instituto de Investigaciones Jurídicas UNAM, Departamento del Distrito Federal, México, 1992.

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la nación, posteriormente se presentó una mutación en los enemigos y para 1838 lo fueron los franceses, hacia 1846 ocuparon el lugar principal los norteamericanos y hacía finales de la década de 1860 hay un nuevo repunte xenófobo los franceses nuevamente ocupan el lugar del enemigo a vencer. El factor que determinó la definición del enemigo fue seguramente el temor a ser reconquistados, invadidos y en extremo, esclavizados, en suma a perder la independencia. Finalmente, aquellos lectores interesados en consultar directamente los documentos aquí reunidos, los encontrarán resguardados en archivos y bibliotecas en San Luis Potosí, México y en el extranjero. En el ámbito local se pueden localizar los documentos originales en el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, en el Fondo de Secretaría General de Gobierno en su Colección de Impresos, y en el Fondo de reproducciones del Archivo General de la Nación; de igual forma en el Museo Francisco Cossío (antes Casa de la Cultura) se pueden localizar también varios de estos discursos, los cuales están resguardados en el Fondo Ramón Alcorta Guerrero. Respecto a las bibliotecas en el extranjero, los discursos se encuentran resguardados tanto en los Estados Unidos como en Inglaterra. En el primer país se encontraron estos documentos en la Universidad de California, San Diego específicamente en The Geisel Library; en la Universidad de Texas en The Latin American Collection de la Nettie Lee Benson Library, y en The Latin American Pamphlet Collection of Yale University. En Inglaterra se pueden encontrar en The University of Bristol Library y en la colección privada del Profesor Michael Costeloe a quien agradecemos la gentileza de habernos abierto su colección particular de discursos. Es necesario mencionar que con el objeto de hacer más accesible la lectura de los discursos, la ortografía se modernizó y se corrigieron u omitieron los errores ortotipográficos existentes. En la tarea de transcripción de los documentos aquí reunidos, nos apoyaron varias personas; inicialmente participó con la captura de algunos discursos Dámaris Cisneros Terrazas. En un segundo momento colaboraron Alejandro Landeros Rocha y Julio César Medina Barbosa, tanto en la captura como en la revisión y contextualización de

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los documentos. Ambos participaron como becarios de investigación vinculados al proyecto que actualmente desarrolla Sergio A. Cañedo Gamboa en El Colegio de San Luis, A. C. Dada su intensa participación en la revisión de los documentos y comentarios e ideas, consideramos justo incluirlos como coautores. Con esta acción buscamos contribuir a la formación de recursos humanos de calidad que por un lado, se involucren en el quehacer de la investigación y que por el otro, reciban su debido reconocimiento, pues entendemos la importancia que tiene para la ciencia y la divulgación del conocimiento la producción editorial con estudiantes. Finalmente, agradecemos a la del H. Congreso del Estado de San Luis Potosí, a la Secretaría de Cultura de Gobierno del Estado y a El Colegio de San Luis, A.C., su interés por publicar este libro en el marco de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de México. Sergio A. Cañedo Gamboa, El Colegio de San Luis, A. C. Flor de María Salazar Mendoza, Universidad Autónoma de San Luis Potosí

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Oracion patriótica que en la tarde del 16 de septiembre pronunció el C. Lic. Ignacio Sepúlveda Para solemnizar el grito de libertad en Dolores. En la Plaza Mayor de la capital del Estado de San Luis Potosí

Imprenta del Estado en Palacio a cargo del ciudadano Ladislao Vildósola. Año de1827 [El documento original esta incompleto. sólo se transcribe lo que se logró recuperar]

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onciudadanos: me lleno de horror y mi alma se cubre de espanto cuando considero los terribles y funestos que produjeron la ambición tiranía y despotismo de nuestros barbaros opresores, más feroces aun que tigres y leones hambrientos, y más inhumanos y desnaturalizados que los Nerones y los Calígulas. Por donde quiera que dirija mis ojos no encuentro más que los tristes vestigios de una mano desoladora, y monumentos perenes de una dominación dura y cruel ¿Qué se hicieron si no las numerosas antiguas familias que cubrían este continente? ¿Dónde está aquella multitud prodigiosa de gentes que poblaban el territorio solo que se llamo con el nombre de Nueva España, En el cual hubo lugares tan populosos, que, según el sentir de un autor fidedigno, (a) excedían a Toledo, Sevilla, Valladolid, Zaragoza y Barcelona juntos? ¿Cómo es que después de tres siglos no solo haya caminado la propagación a pasos muy lentos; si no que el número de habitantes que hoy cuenta la vasta extensión de la República Mexicana, no sea ni con mucho tan grande como el que abriga en su seno cuando los monstruos de iberia invadieron su triste y desgraciado suelo? Preguntadlo a la antigua Tenochtitlán: consultadlo con la ciudad de Cholula: suscitad los manes del infelicísimo príncipe de Michoacán: recorred la provincia feracísima de Jalisco, entonces la más rica y poblada, y decidle ¿Qué se hizo de aquella capital que era su ornato y un testimonio inequívoco de su opulencia? ¿Qué fue de más de ochocientas poblaciones que ya no existen?

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Si ellas os respondieran, veríais un cuadro, el más espantoso que jamás a presentado la historia: las atrocidades más sanguinarias que nunca oyeron los siglos, ni cometieron las tribus groseras e incultas: el fuego y el hierro precedidos del terror y el espanto: la muerte causada de diversas maneras por tigres que se complacían en hacer exhalar el último aliento a sus infelices victimas en medio de los más atroces tormentos. Veríais a los primeros mandarines y jefes los más respetables sorprendidos repentinamente en virtud de la más negra pérfida, y tratados aun peor que si fuesen los criminales más detestables; perder la vida del modo más infame e inhumano; y veríais también como sus opresores se echaban luego enseguida sobre un pueblo humilde y pacifico, tan impunemente como puede el lobo sediento de sangre sobre el corderillo manso, o el ave de rapiña sobre la tímida e inocente paloma. (b) ¿Y cual pensáis que sería el motivo de una conducta tan fiera y tirana? Era porque los moradores de los pueblos salían a recibirles a largas distancias con manifiestas pruebas de júbilo y regocijo; era porque les obsequiaban con los más ricos tesoros que jamás había visto la Europa: era porque les proporcionaba sus propios asilos, y porque los acogían con una hospitalidad tan generosa y humana cual nunca experimentaron los más famosos ladrones aventureros del mundo que han afligido la humanidad. Por esto fue que Cholula, en cuyo recinto se numeraban treinta mil habitantes, vio a su rey y principales vecinos, que habían sido reunidos ante los españoles bajo un honesto pretexto, maniatados intempestivamente perecer en las voraces llamas del fuego en que les arrojaron vivos. (c) Nada les valió; ni la actitud suplicante para merecer su misericordia; ni los lamentos y lágrimas para ablandar su dureza; ni las reconvenciones severas por su inocencia ultrajada e ingratitud cometida para hacerles avergonzar de atentados tan abominables pudieron recabar la conmiseración de aquellos bestias desenfrenadas, que solo se movían por el impulso de la codicia, ni conocían otra ley, ni alimentaban otro sentimiento distinto sus almas negras y detestables. Ellos vieron arder su templo adonde se habían refugiado, y al jefe de los bandidos complacerse con aquel espectáculo como otro Nerón desde la roca. Tarpeya, cuando el mismo fuego que el había mandado prender ser cebaba en la Europa opulenta, y todo lo convertía en cenizas. Cholula quedo arruinada y desierta.

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Por los mismos obsequios y buenos tratamientos fue que Moctezuma se viese aprisionado en su palacio y amenazado con puñales, para que mandase aquietar un pueblo que justamente irritado trataba de vengar sus ultrajes y porque les hizo grandes presentes en oro y telas preciosas ejercieron su feroz tiranía poniendo en tortura al infeliz Cuantimomocin, para que les descubriera los ricos tesoros que suponía haber ocultado su antecesor. Este fue ahorcado por último en compañía de otros dos reyes tan desgraciados como él, y no hubo otra causa para quitar la vida a estos príncipes que cierta conversación familiar que tuvieron sobre sus desgracias no quedándoles ni aun el triste consuelo de lamentarse en sus infortunios. Pero ¿qué nos admiramos de semejante conducta, cuando su objeto fue exterminar a todos los pueblos desde los que el sol ilumina desde sus primeros rayos, hasta los que reciben el postrer impulso de su benéfica influencia? El asombro por esos hechos quedaría sofocado con la serie de sucesos de aquella infernal conquista, si pudiera referirlos uno por uno y presentarlos a vuestra vista como ellos son. No hubo distinción de edades ni sexo; no hubo consideraciones que los contuviesen en la marcha devastadora de sus excesos; los sentimientos más eficaces que la naturaleza imprimió en el corazón de los hombres fueron desconocidos por aquellos monstruos. Ni la niñez inocente, ni la débil infancia, ni la impotente vejes, ni la imbecilidad femenil pudieron suspender el golpe tremendo de su sañudo brazo. Acobardados los infelices por tan horribles carnicerías, abandonaban sus casas y corrían a los bosques para buscar un asilo; pero los españoles le daban caza y adiestraban perros que hicieron grandes destrozos. Así es como el Anáhuac todo quedo desolado y sólo sobrevivieron aquellos que pudieron servir a su propio interés; pero quizá habrían preferido morir a los filos del acero que arrastra una existencia odiosa y más amarga que la muerte misma. Los pocos que quedaron fueron repartidos como se hiciera con un rebaño de ovejas, y hechos viles esclavos recibieron un trato, cual era de esperarse de tan crueles amos. Muchos fallecieron todavía agobiados con el peso enorme de las fatigas que como a brutos les impusieron: otros terminaron su infortunada existencia en fuerza de los golpes y latigazos con que los maltrataban: otros por fin eran víctimas del hambre, porque

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sobre entregarles a trabajos los más penosos no les proporcionaban los alimentos. Tales son los hechos que componen el cuadro histórico de la conquista, que quedaran grabados eternamente en la memoria de todos los siglos y serán el oprobio de los españoles: tales son los rasgos que campean en el de barbaridad sin ejemplo, y que nunca podrán exprimir suficientemente la lengua, ni la elocuencia de un Cicerón pintar con sus genuinos colores, ¿Y quien a su vista será tan insensible que no vierta lagrimas de dolor? ¿Quién tan apático que no se llene de indignación y cubra de execraciones a los monstruos que así hollaron los derechos de toda la humanidad? ¿Y quién será que no deteste a los tiranos que así cimentaron nuestra esclavitud, y remacharon las pesadas cadenas que su misma raza y tan insolentes como ellos, nos hicieron arrastrar por el largo espacio de trescientos años? ¡Dios eterno! Vos mirabais de vuestro excelso trono la escena horrible que se representaba acá en este suelo: observáis las atroces inequidades que se cometían y los groseros insulto con que os ultrajaban queriendo cubrir sus maldades con el velo de la religión, cuyo celo jamás conocieron: penetraron hasta la mansión eterna, que os oculta a los de los mortales, los gritos y exclamaciones de los inocentes, y desde allí fulminasteis el terrible anatema de proscripción contara los violadores más impudentes de tus leyes santas: lanzasteis contra ellos una mirada de reprobación que hiciera estremecer al universo todo, y desde entonces quedo decretada la libertad del americano y la venganza reservada a sus descendientes. Tiembla miserable España por el peso de tus horribles crímenes: estremécete y pide perdón a la humanidad toda, a quien has agraviado quebrantando sus fueros. No, no pienses que el americano sólo te detestara, las naciones todas que circundan el orbe entero verán con horror tus inicuos procedimientos. ¡Apercíbete, desgraciada España, que el cielo irritado comienza ya a desplomarse sobre ti, y los efectos tremendos de su cólera se dejan ya percibir y amenazan tu cabeza! (d) quizá una catástrofe no hará que espíes la larga serie de inequidades con que te has comunicado ¡Plegue al destino, que jamás se realicen los presentimientos que tengo, y nunca tus hijos experimenten desgracias que la generosidad del indiano ha querido evitar, porque conoce

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los principios eternos de la justicia, y pretende más bien ser indulgente que parecer un tirano. (e) Ved ahora pues, si pueblo otro alguno padeció lo que la infeliz América, y si ha habido nación que sufriese esclavitud más ignominiosa ni cruel. Nunca hubo conquistador que fuese tan sanguinario como los que la oprimieron, ni tirano tan bárbaro e inculto que ejercitase ferocidad semejante; todos trataron a los pueblos vencidos con la mayor lenidad e indulgencia y les guardaron justicia, porque la ambición y la gloria eran el único móvil de sus operaciones; y el deseó de extender sus imperios la pasión que les dominaba. Alejandro era feroz con un pueblo mientras este no quería reconocerle por príncipe; pero tan luego como abandonaba las armas y se le rendían se tornaba en hombre generoso y humano; Cuando hizo prisioneras a la mujer e hija del rey Darío las trato con tanta consideración y respeto que no extrañaron la vida de sus palacios, y cuando llego la noticia de la muerte del príncipe de la Persia el sentimiento hizo brotar de sus ojos sinceras lagrimas que tributó a su memoria y desgraciada suerte, y celebro sus exequias con la majestad y pompa, con que pudieran haberle honrado los suyos. Sin embargo, a Alejandro se la ha reputado por un tirano invasor, y así como fue el más grande conquistador de la tierra, así también se ha llamado el más famoso y ladrón. ¿Y si este hombre ambicioso ha merecido con mucha justicia tan grandes renombres? Con cuales epítetos que sean adecuados podremos marcar a nuestros inicuos perseguidores ¿Sin un hombre por otra parte filósofo, y por consiguiente sensible y benéfico fuera de los furores que inspira la guerra, se echó sobre sí la reprobación de todo hombre honrado? ¿Qué conceptos debemos formarnos de hombres maléficos que ninguna virtud conocieron y sólo abrigaban en su corazón el veneno mortífero de todas las maldades y crímenes? ¿Qué diremos de unos fantasmas de hombre que han apurado hasta las heces la copa de la inequidad? Conciudadanos, amigos: las reflexiones que ministra la fiel y verdadera pintura que acabo de haceros, os darán una idea, aunque muy imperfecta, de la tristísima servidumbre que desde entonces quedamos reducidos: ellas sin necesidad de la historia, podrán convenceros de la opresión ominosa que nos agobiaba: ellas por si solas bastan a haceros

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conocer la propaganda, serie de males, que desde aquella época infelicísima afligieron a nuestra patria, y las duras cadenas que en tres centurias de años nos abrumaron. Ya dije; y está demostrado, que su pasión dominante, fue la codicia que la sed rabiosa del oro, y el deseo de apropiarse las tierras, en cuyas entrañas se encerraba copiosamente aquel precioso metal, fueron el único agente de todos sus procederes, y los sentimientos ruines y bajos que conocían. Figuraos ahora si de una fuente como esta pudiera emanar otra cosa que calamidades: es la virtud solamente y los afectos honrados los que producen acciones benéficas, pero los jugos de venenosas plantas siempre serán mortíferos. La codicia ha sido en todos tiempos la ruina de las naciones, y ella simado en la tumba los más floridos imperios. Efectivamente, es inconcuso que el carácter distintivo de los españoles ha sido la codicia y orgullo porque los primeros obraron uniformemente en la vasta extensión de todo el nuevo mundo, y de acuerdo con estos principios, trataron a los americanos. Los que les sucedieron hasta nuestros días, están fundidos en el mismo tipo, un mismo clima influyo en el desarrollo de sus órganos, y forzosamente debían recibir de la naturaleza un impulso muy parecido y tener las mismas propensiones: y por la misma razón que América ha sido siempre dulce, generoso y sensible; el Ibero había de ser duro, codicioso e inhumano. (f) Empero no necesitamos del raciocinio cuando mil monumentos nos recuerdan nuestra mísera situación, y una dolorosa y triste experiencia nos hizo sentir los terribles efectos de su fiereza. Habíamos perdido la dignidad de hombres, y sólo éramos unos desdichados autómatas sumidos en el abismo de las calamidades y la miseria. La pobreza, la ignorancia y el abatimiento en que yacíamos, de cuyos funestos efectos nos quedan muchas reliquias que todavía nos hacen la guerra, son el testimonio más autentico de nuestra degradación humillante. Habitamos un país fértil y rico, y estábamos sumergidos en la más deplorable miseria: la naturaleza quiso enriquecer este suelo con producciones útiles e infinitas para que sus hijos viviesen en la opulencia aun de la mayor parte carecía aun de lo más importante para proveer a sus primeras necesidades, ella nos proporciona innumerables recursos para subsistir en medio de la abundancia; y multitud de brazos estaban ociosos por que no había

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objeto en que se ocuparan ¿Por qué especie de encanto se han visto tan maravillosos contrastes? Porque el gobierno leonino, bajo cuya férula estábamos, no tuvo otras miradas que su insaciable codicia, e inutilizarnos para asegurar su dominación, y haceros instrumentos ciegos de sus intereses mismos. A este fin se encaminaban todas sus medidas, y en esto se empleaba toda su astucia. Muchos ramos de industria estuvieron prohibidos y algunos que comenzaban a ejercitarse, se suprimieron, logrando con esto los dos objetos que se habían propuesto, que eran enriquecer a España proporcionándole el consumo de sus efectos, y el monopolio de los extraños: y empobrecernos a nosotros hasta el grado de la indigencia. ¡Hay desdichados de nuestros padres a quienes se cerraron todas las puertas que pudieron en alguna manera sublevarles el peso de su esclavitud! ellos se vieron forzados a seguir el camino que les trazara la tiranía y el despotismo de los opresores, que sólo trataban de engrosar sus caudales, y no dejarles más que unos arbitrios mezquinos que apenas les produjesen un pan escaso de dolor y de lagrimas. No había otro recurso: era preciso, o dejar morir victimas de hambre, o sujetarse a los trabajos más duros e ingratos. Y si al naturaleza con mano prodiga no hubiese derramado sobre nosotros sus beneficios serian más lamentables las miserias que hubiesen pasado. A esta infame conducta se debe el atraso de nuestra industria, y el estado de imperfección en que se hallan las pocas artes que cultivamos: de estos malditos principios dimana el que todavía necesitamos del extranjero, cuando entre nosotros mismos abundan los elementos que ese elabora. Ya no preguntaremos pues más porque la república mexicana cuenta hoy día un pequeño número de habitantes, no solo con respeto a nuestros antepasados; si no en proporción del tiempo y su vasta extensión. La espada y el fuego acabaron con los primeros, y la miseria impidió la multiplicación de sus descendientes. ¿Y qué diremos de las espesas tinieblas que nos rodeaban por todas partes hasta el grado de no conocer nuestros males? Tantos nos hubieran obcecado que nos hicieran besar la mano misma de quien nos oprimía, y tributar adoraciones al supremo tirano que existía más allá de los mares. La imaginación se horroriza cuando vuelve hacia atrás y examina los pormenores de nuestra profunda ignorancia.

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Estábamos como los brutos, limitados en nuestros a los objetos que nos rodean, sin recibir pena de los males que no percibíamos por haber carecido contantemente del bien: y sin poder determinar la causa de los que por su magnitud se hicieran sentir, como que fácilmente nos conformamos, aunque nos hiciesen los más injustos agravios, en virtud de las máximas que habían procurado inculcarnos, y que era el baluarte de su dominación, y el fundamento de nuestra esclavitud. Yo mismo me acuerdo haber oído de la boca de mis padres, y haber percibido en mi más tierna infancia, como precepto de educación, el detestable y ruinoso de que el rey era dueño de vidas y haciendas. (g) En suma, éramos unos niños que fácilmente creíamos cuanto querían persuadirnos: éramos unas maquinas que sólo nos movíamos al impulso de nuestros amos. Y como la religión ha sido siempre el sentimiento que ha obrado con más energía en todos los pueblos, se prevalieron de ella, haciendo el abuso más torpe en obsequio de sus intereses. El americano, a fuerza de ignorante, reputo de sagrado cuanto sólo tenía conexión con lo mero político, y como se le había enseñado también que aun el pensamiento era un crimen, quedaron aseguradas del modo más poderoso la duras cadenas que le aprisionaban. Y ved aquí constituidos al superstición y el fanatismo, que son el enemigo acérrimo de la libertad, y el mar temible, por cuanto es más difícil conseguir sobre el la victoria. Plantearon, es verdad sus colegios y universidades; pero estos no eran más que un aparato quimérico de donde los hombres salían tan pobres de luces como habían entrado, ufanos porque habían aprendido una lengua que ya no se usa, llenos de la insulsa filosofía de Aristóteles, y hechos los corifeos en el fanatismo, y los defensores del poder tiránico. (h) Bien se conoce que aun en estos establecimientos sólo trataron de fundamentar la base de su despotismo. Este es quizá el aspecto más digno de lástima que presentaba a los ojos del observador nuestra patria humillada y abatida. La grosera ignorancia en que estaban envueltos sus hijos, prolongaba su esclavitud, y afianzaba más sus cadenas: ella, no solo había corrido un velo denso que no les permitiera descubrir su abyección, sino que los fascino hasta el grado de que ellos mismos fuesen capaces de

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despedazarla. La ignorancia ha sido siempre el azote de la humanidad, y las miserias y esclavitud de la nación no traen de otra parte su origen: ella hace que los hombres fabriquen sus cadenas, y que ellos mismos sean los autores de sus infortunios ¡tristes ejemplos de esta verdad nos ofrece la historia de nuestros días! Por esto, nuestros opresores no omitieron medio que contribuyese a mantenernos en aquel estado, e impedir, que el más ligero rayo de luz, no hiciese entrever lo horrible de nuestra condición. Conciudadanos: esta era nuestra situación deplorable, pero un profundo sopor había embargado nuestras potencias, y yacíamos adormecidos cubiertos de oprobio y de ignominia, sin representación, sin existencia política, separados de los destinos como miembros excluidos de la sociedad y aun reputados por unos seres mentecatos y despreciables. (i) no parecía que pudiéramos acudir jamás el yugo que nos habían impuesto, ni romper las cadenas tan fuertes que nos habían ligado. En este letargo general se halla toda la América cuando repentinamente se oye resonar en el pueblo de Dolores el grito de la libertad, que hizo estremecer el trono del déspota y lleno de pavor al chusma de tiranos que nos rodeaban: en el momento despiertan los americanos, y un secreto impulso inspirado por la naturaleza misma, les hizo sacudir con presteza aquella pesada modorra que les había entorpecido por el largo transcurso de muchos años: al mismo tiempo, un rayo de luz repentino escapado por entre las densa tinieblas, desvanece el encanto, y con asombro y admiración descubren un orden de cosas del todo nuevo, y se sienten con una nueva existencia del mismo modo que aquel vuelve de un laborioso ensueño al estado de la vigilia. Se suspenden un instante a reflexionar en sus pasadas calamidades, y ven con dolor su actual situación vergonzosa: al punto sus pechos se inflaman en cólera, gimen, y llenos de indignación, juran quebrantar las cadenas de la servidumbre, y vengar tantos y tamaños ultrajes. Hasta en los niños adultos, en quienes apenas empezaba a desplegar sus resortes las facultades intelectuales, sienten un ciego placer, y unen sus votos por el buen éxito de la causa ¡Tan fuerte así el amor de la patria, y tan natural que previene a todo conocimiento! ¿Y quién fue ese genio tutelar de la América que se compadeciera de

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nuestras miserias, y despertándonos así su voz encendería en nosotros el fuego sacrosanto de la libertad que en su pecho ardía? Quien es ese hombre extraordinario que despreciara los manifiestos peligros de perder su existencia por salvar a sus compatriotas a él somos deudores del más Fausto acontecimiento que nos ha traído todos los bienes y ni podemos celebrar nuestra Independencia y libertad, sin que nos mostremos agradecidos honrando su memoria. El hizo memorable este día, y es justo también que su nombre resuene en vuestras bocas. En vano fue el conato de los españoles en obscurecernos sus iniquidades, inútiles todos sus esfuerzos para desterrar absolutamente las luces: algunos hombres privilegiados conocieron los derechos de la humanidad, vivieron hoyados los de su patria, y lloraron su esclavitud. Estos fueron los sentimientos del señor D. Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de los Dolores, el único y el primero que tuviese valor para efectuar empresa tan arriesgada. El mismo había sido testigo de las miserias que pasaban sus feligreses a consecuencia de la prohibición que se les impuso por el gobierno español para que no fabricasen el vino de la uva, y perjudicasen la venta del que la península enviaba. Su alma benéfica, procuro remplazarles con otros medios aquel arbitrio que a bien perdido, y su corazón sensible, se resolvió entonces a salvar a su patria. El primer paso que dio fue hablar a sus amigos sobre el particular para decidirle a que la acompañasen en tan heroicos designios, siendo el primero el capitán D. Ignacio Allende, y con este los señores Abasolo y Aldama. ¡Oh Hidalgo! Tú habrías llevado la empresa hasta el cabo y desde entonces seriamos libres si un eclesiástico allá en Querétaro no hubiese hecho un vergonzoso de denuncio de vuestras miras. Otro que no fueses tú, habría perdido todas las esperanzas y con ellas el ánimo, y se habría entregado en manos de sus enemigos; pero a ti nada te acobardo aislado como estabas, desprevenido con sólo diez hombres, levantaste la voz la noche del día 15 de septiembre de 1810 y pusiste en consternación a nuestros enemigos. Sin embargo a la dulce y sonora voz de la libertad, infinitos corrieron a alistarse bajo las banderas de tan santa causa, y con la celebridad del rayo, viste multiplicarse prodigiosamente el número de los atletas, y tomar vuestro ejército

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un aspecto temible y respetable. Tú habrías conseguido el objeto de tus más fervientes votos; pero los resultados necesarios de la grosera ignorancia de un pueblo todavía bárbaro, frustraron por aquella vez nuestra independencia. (l) era preciso que perecieses, y a ti no se te ocultaba; pero desde un principio te resolviste a ser víctima por la amada patria, y te contentaste con plantar al menos el árbol de la libertad, que fecundado con tu sangre, y al de otros muchos que siguieron tu ejemplo, nos diese a nosotros óptimos frutos. A costa de tu preciosa vida quisiste trazaste el camino para que otros, ya que no tu, siguiendo tus huellas y compelidos por el fuego patrio que tu mismo encendiste, perfeccionasen la obra que habías comenzado. ¡Salve hombre humano y benéfico! Las generaciones todas bendecirán tu nombre, y este se perpetuara hacia los siglos más remotos de la posteridad. Desde esta época memorable comienza una nueva espantosa escena de crueldades y carnicería que se representa por segunda vez y nos hizo conocer de un modo más perceptible todo el peso de nuestra esclavitud. El déspota, orgulloso y altivo, despliega todos los resortes de su feroz tiranía, hace derramar en torrentes la sangre del americano y ensoberbecido tan luego como de dio con la prepotencia, se alegra por que se le proporciona un pretexto oportuno para exterminar nuestra casta. (m) ellos fueron los mismos que en otros tiempos, idolatras viles del oro, y por consecuencia, nuestros acérrimos enemigos: par ellos son voces vanas la justicia y los derechos del hombre: se despojaron de la naturaleza de racionales, y no se vio en ellos el más ligero asomo de humanidad. En efecto consiguieron sofocar casi del todo nuestros esfuerzos; pero nunca extinguir la llama que ardía en el pecho de muchos patriotas hijos del héroe Hidalgo, y que había de propagarse de nuevo, y formar un volcán que los abrasase: (n) en ellos se conservo inextinguible como el fuego divino otro tiempo en el templo de Vesta. Los hechos, pues, de que hacemos memoria en este glorioso día, son grandes por todos aspectos: a ellos debemos el don precioso de la libertad supuesto que hicieron conocer al americano su abatimiento para nunca olvidarse de el: ellos son el origen de nuestra felicidad por que incitaron el patriotismo que nunca había de expirar hasta la

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consecuencia de su objeto. El grito de nuestro libertador en Dolores fue el mismo que, por una serie no interrumpida, se reprodujo hasta nuestros últimos héroes. El cura de Nucupetaro, el grande Morelos cuya alma se hallaba unísona con la de hidalgo, y antes de que supiese los vastos designios de este héroe, conmovida su sensibilidad por los ultrajes hechos a muchos americanos en el año de 1809 había protestado no perder ocasión para salvar a su patria: recibió inmediatamente su misión de apóstol de la libertad, y de su mismo ejército salieron los matamoros, los guerreros, los Bravos, los Galeanas, y cuantos han tenido la dulce satisfacción de ver a nuestra patria libre. Ved a hora si otro acontecimiento a que pueda igualarse con el que este día nos recuerda: ved si puede existir otro motivo que sea capaz de incitar tantos tan dulces afectos. No quiero que fijéis la atención en rango de nación libre en que habremos entrado, ni que examinéis los bienes incalculables que comenzamos ya a disfrutar, para que conozcáis todo el precio de nuestra dicha, representaos las iniquidades de nuestros conquistadores que os ha aquejado, las injusticias, ultrajes y vejaciones que en la seguridad nos hicieron sucesores, la ignorancia y esclavitud humillante en que estábamos y los daños que nos causaron en los últimos días de dolor y amargura. Nunca es la salud tan apreciable ni causa tanto placer, como cuando el hombre se ha visto atacado de una enfermedad larga y molesta que lo ha puesto a las orillas de la tumba y después recobra su sanidad. El contraste realiza el mérito de las cosas, y hace que recibamos el verdadero valor que ellas tienen. Fuimos esclavos: pero hoy somos libres nuestra sangre se apreciaba en nada; pero hoy se estiman nuestras vidas como el más precioso tesoro: estábamos excluidos de la sociedad; pero hoy cada uno de nosotros puede llegar a ocupar los puestos más elevados y distinguidos: entonces era el capricho el que nos regia: ahora triunfan las leyes y la justicia: en aquellos tiempos la iniquidad era exaltada; pero en los nuestros sólo a la virtud están reservados los honores y premios: (ñ) en una palabra, todos nuestros derechos estaban perdidos; ahora todos recuperados y garantidos. En pero, es necesario haceros presente que no basta nuestra emancipación para haceros felices: entre nosotros mismos pueden levantarse tirados que intenten oprimirnos, y por desgracia vimos uno

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que quiso imponer el yugo a su patria: entre nosotros hay también codiciosos que traten de convertir el bien común en el propio: hay muchos falsos patriotas (o) amigos verdaderos de sus intereses, y enemigos solapados del orden: hay por ignorancia enemigos de nuestro sistema el único más apropósito para conservar nuestra libertades. Ojala y el estado del Potosí jamás conozca a estos seres perjudiciales, y plaguen al cielo que los individuos que componen sus autoridades sean siempre benéficos, justos e íntegros conciudadanos, en vuestras manos está el evitar todos esos males: observad religiosamente las leyes: venerad vuestras autoridades: respetad los derechos de vuestros semejantes sin hacer distinción entre castas: no seáis exaltados ni vengativos porque de esta manera se traspasan también los límites de la justicia: y por último, dad buena educación a los hijos y todo lo habréis conseguido sobre todo tened presente que la ignorancia y el fanatismo han causado la ruina de todos los pueblos y que mientras esos dos monstruos existan trabajamos en vano por lo mismo procurad la ilustración sin alucinaros, y sed religiosos según conviene . Los ministros del altar son también hombres, tienen sus intereses, y no se desnudaran de las pasiones. (p) todo lo que sea salir de la doctrina que enseño Jesucristo y mezclarse en asuntos políticos, es un abuso de su ministerio, y siempre que oyereis tomar parte en ellos, queriendo convertirlos en puntos de religión, desconfiad, no seáis mentecatos y necios en persuadirlos que porque se hallan condecorados con el sacerdocio no han de poder engañaros: la historia nos ofrece infinitos ejemplos de lo contrario y en nuestros tiempos los vimos con nuestros propios ojos. El obispo Queipo, y otros con él, excomulgaron a nuestro libertador y antiguos patriotas, y les declararon herejes: muchos padres predicadores execraron la más justa de las causas, y muchos de los americanos los creyeron de buena fe. De ninguna otra cosa se ha abusado con tanto descaro de nuestra religión sacrosanta. Temed, y acordaos que pueden ser parciales e interesados. Sin os ilustráis, conocerías a todos, los perversos y os burlarais de sus planes: con la ilustración todos esos enemigos son muy despreciables. El mayor y más grande obstáculo que era nuestra esclavitud, esta ya removió, y con esto hemos adquirido muchos y muy grandes vienes. ¡Eternizado sea tan memorable día en los fastos de la historia!

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¡Loor eterno a los padres de la patria que se inmolaron por romper las cadenas que la tiranizaban! Reproducid conmigo aquella voz encantadora que nos dio la vida y cuya memoria solemnizamos: ¡Viva la libertad! ¡Vivan los héroes que nos dieron! ¡Viva la república representativa, popular y federal! Viva el estado de San Luis Potosí. Dije.

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NOTAS

(a) Este es Fr. Bartolomé de las Casas cuyo testimonio es irrecusable. Sin embargo no han faltado quienes empleasen su pluma contra este hombre benemérito acusándole entre otras cosas de poco fidedigno en su historia; pero prescindiendo del testimonio de otro historiador que dice haber sido el obispo de Chiapas autor de mucha fe y que procuro con mucho cuidado saber la verdad: su loable conducta calificada por el mismo Herrera, y sobre todo la circunstancia de ser español no deja ni la más mínima duda de su veracidad. A la verdad no puede darse testigo más imparcial, como que su sinceridad había de refluir en descredito de sus mismos paisanos. Es menester estar obcecado y desconocer las reglas de crítica para negar la certeza de unos hechos que tales, cuales se vean estampados, se escribieron a la faz del mundo en aquellos tiempos y se presentaron al mismo rey para que se impusiese de ellos y dictase providencias que contuvieran el torrente de maldades que se perpetraban. Ya se ve, la conducta de los conquistadores fue tan escandalosa que pudieran horrorizar al mismo Atila, y no es extraño que los propios interesados pretendan cubrirla con un velo eterno (b) Remito al lector con el autor precitado que es bastante común y anda en las manos de todos. Basta saber que habiendo formado los indios de México un mitote con el objeto de divertir a su príncipe cuando estaba en prisión los españoles que se pusieron en torno de ellos, manifestando participar también de aquella alegría, repentinamente y a la voz de Santiago en que se habían convenido se arrogaron sobre ellos y les destrozaron. (c) Quizá les complacía ver perecer a los hombres de esta manera porque fueron muchísimos en quienes ejecutaron crueldad tan horrible. (d) Efectivamente, el mayor azote que pudiera haber bajado del cielo para afligir a la España, a sido el monstruo Fernando que ha llenado de luto y desolación aquel suelo para constituirse una dominación arbitraria y despótica sobre una turbamulta de esclavos viles y despreciables. Ella ha experimentado males de gran tamaño; pero que nunca podrán ponerse en un paralelo con el gran acervo de calamidades que pesaron sobre la América en los tiempos infaustos de la conquista y en la época de nuestra revolución. Es forzoso que reciba un castigo adecuado a sus crímenes, si creemos que asista un ser justo y omnipotente que con mano invisible ha hecho desaparecer

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florecientes imperios levantados sobre las ruinas y escombro de pueblos vencidos y disueltos a la vez por los mismos principios de inequidad con que se fundaron. (e) Del estado de Jalisco ha salido una voz que ha puesto en consternación a los españoles que viven entre nosotros, y aunque no llego a realizarse en toda la extensión de su objeto, semejantes anuncios hacen de sentimiento no fáciles de extinguirse y que, si como es de temerse, cunden y se propagan por toda la república, no bastaran todas las leyes a contenerlos: los buenos se verán confundidos con los malos, y perseguidos injustamente sin destinación. Americanos, precavidos de echar un borrón sobre vuestro carácter, y la opinión que tenéis ya sentada. Los funestos efectos del odio siempre habrán sido extremosos y han traspasado los límites de la justicia: las iniquidades de los extraños jamás pueden justificar nuestras operaciones cuando ellas son de su misma naturaleza. Manifestad que sois generoso sofocando los resentimientos de nuestra pasada opresión y demostrad al mismo tiempo que no desconocéis los principios de derecho de gentes, y con esto daréis testimonio que sois una nación ilustrada, filantrópica, verdaderamente defensora de los derechos de la humanidad pero de lo contrario seréis inconscientes, puesto que el espíritu de filosofía y el sistema de la libertad que hemos adoptado nos impone la obligación de ser humanos y justos. Si algunos españoles fueren tan insensatos que despreciando el gozar de nosotros de la benéfica influencia de unas leyes suaves y justas; y abusando de nuestra lenidad, ingratos proyecten contra nuestra patria: entonces yo seré el primero que clame porque caiga sobre sus cabezas el terrible golpe de las leyes inexorables. Pero si en virtud de consideraciones puramente mentales que no pueden cohonestarse por ningún derechos o si por algunos se proscriben todos, nuestro proceder no será muy sincero habremos caído en los mismos excesos que reprochemos en otros, y daremos a entender que nuestras leyes no tienen energía y eficacia, o que nuestros legisladores no han alcanzado las que convienen para castigar a los criminales. (f) La organización y el temperamento forman el genio de los hombres y como esas dos cosas dependen del clima, es consiguiente que los pueblos que participan de un mismo influjo tengan sus propiedades comunes que los distingan entre si. De estos principios resulta que los españoles sean menos flexibles que el americano: proposición que fundada en las leyes constantes y eternas de la naturaleza, puede sentarse por regla general y sin acepción, aunque halla sus grados de más y menos según las diferentes provincias que componen a aquella nación. Esto debe entenderse con respecto a lo físico, porque en un cuento a lo moral no podría hablar de la misma manera sin que se me clasificara con mucha justicia de un temerario. Así como en

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el orden de la naturaleza toda verdad es universal absolutamente porque estriba en hechos invariables y uniformes: por el contrario en el orden moral Jamás puede darse otra máxima que no tenga sus excepciones, porque la razón y el libre albedrio son la fuente de las costumbre y el freno que las modera; de otro mundo solo seriamos unos seres meramente pasivo a quienes la necesidad impulsase a obrar lo bueno o lo malo. Mores animi corporis sequuntu; Heicnecio, y es una vedad; pero esta doctrina se refería a la forma, y no a la substancia de nuestras operaciones. Tal vez, pues, el verdadero sentido en que deben tomarse las proposiciones que siento en este párrafo y demás que se vieren en los subsiguientes: yo mismo he conocido sujetos virtuosos, y estos no pueden entrar en la cuenta. (g) Con el rey y la inquisición, chitón. Es decir: su origen era divino, y por consecuencia independientes de toda la especie humana y tan superiores a ella que debían someterse a sus determinaciones cuales quiera que fuesen, sin serle permitido ni aun escudriñarlas. Los ungidos del señor eran sus vicegerentes en la tierra y los pueblos no podían 6tomarles residencia de su conducta de suerte que sólo vivían a merced deseosos seres privilegiados, y no eran más de unos esclavos destinados para servir a los caprichos y antojos de sus señores naturales. He aquí el resumen de todos nuestros conocimientos en aquellos tiempos. (h) A mis oídos ha llegado la crítica de alguno por la lengua latina y las razones en que se funda son dignas de que se estampen. El dice, un idioma que saben muchas personas de todas las naciones, y por consiguiente el hombre se ponía en aptitud de dejarse entender en cualquier parte donde estuviese. Este señor ignora seguramente que cada pueblo acomoda su pronunciación a la de su lengua y que siendo tan grande la verdad en el mundo de pronunciar, ni yo podría entender aun frases ni este me comprendería aunque hablásemos el expresado idioma. Además era caminar bajo una suposición remotísima y por ella se nos hacían perder dos o tres años en el estudio. Pero los primeros elementos de todas las ciencias estaban escritos en el idioma latino, y su posesión no se podía conseguir el objeto. Aquí está la culpa por que parece que nos cordura tomar un camino tortuoso y lleno de ambages para llegar al punto que se desea cuando puede proporcionarse otro más recto: y es el caso que de intento se mantenía obstruido el más corto. Pero era el lenguaje con que se comunicaban los sabios en la inteligencia de que existía también un prurito de escribir el latín. ¡Graciosos chiste! ¡No sabíamos nuestra propia lengua y ya se nos ponía a aprender una extraña! ¡No teníamos conocimientos ningunos, y ya querían hacernos eruditos! En efecto yo no niego que sea muy bueno el poseer ese idioma, así como no sería por demás entender el griego, el árabe, el chino. Pero esto es ya un ramo de erudición que adorna a los hombres científicos, y viene

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hacer en las ciencias como un objeto de lujo. Por lo que tova a las demás cosas que se nos enseñaba no hay más que hacer un análisis para quedar convencidos ¿Qué utilidad nos traía el saber las cualidades trascendentales del ente? ¿Cuánto íbamos a ganar disputando si los universales pueden existir o no aparterei [sic]? ¿A qué fin tantas cuestiones sobre el espació, la infinita divisibilidad de la materia, y otras mil de su propia calaña? Después de esto venia la teología que es la ciencia de cosas inaccesible al entendimiento humano: la jurisprudencia cuyo objeto era limitado a la aplicación de las leyes, y a cuyas resoluciones no se podía dar más razón que la voluntad soberana: la medicina con que se cura a los individuos de sus dolencias físicas; pero no a las sociedades de sus enfermedades morales: y a tal cual algunas nociones de la ética, que se encaminaban a favor de la tiranía y despotismo. Pero la verdadera filosofía o la gran ciencia de los derechos del hombre y sus intereses ¿Que se había hecho? Pregúntesele a la inquisición. (i) Los americanos en el concepto de los españoles no eran más que unos orangutanes, pero que querían servirse de ellos como de brutos, y tratarlos impunemente según su capricho; pero su santidad el señor Alejandro VI, se sirvió ponerles en la clase de los racionales por su bula expedida en, 1° de junio de 1537. Sin embargo la idea que tuvieron de no-. (MUTILADO)

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Discurso que pronunció En la plaza mayor de san luis potosí El 16 de septiembre de 1828. el C. Lic. Luis Guzmán diputado de la legislatura del mismo Estado

en la función cívica por el aniversario de los héroes de la independencia. San Luis Potosí. Año de 1828 Imprenta del Estado en Palacio a cargo de Ladislao Vildósola. Año de 1828

Ciudadanos:

Después de tantos años de una lucha sostenida contra la tiranía, y en que los descendientes de Cortés reprodujeron entre nosotros los azarosos días de la conquista, el dulce genio de la paz fija su residencia en nuestros hogares, y al influjo de un gobierno de todo nuestro, y que no tiene otros principios que la igualdad y la justicia, gozamos los derechos más sagrados en política y en naturaleza: somos dueños con seguridad de los frutos de nuestra industria: la viuda, el huérfano, el infeliz, no son el día de hoy el vilipendio de un mandarín: y por una armonía admirable, los primeros funcionarios del poder, no pueden dirigir sus operaciones, sino al bien estar de todos: somos libres. Somos independientes ya de la España, han desaparecido trescientos años de esclavitud, se sumergieron en el Océano sus duras cadenas. El entusiasmo que inspiran estas ideas, el dulce amor de la patria, y la tierna gratitud nos reúnen hoy entre el júbilo, y el placer a recordar la época de nuestra felicidad. El 16 de septiembre de 1810, es la aurora brillante del día grande de la patria: la historia colocándolo en sus fastos lo presentará a la posteridad, como el punto divisorio de un gran cuadro, en que pintándose por un extremo la libertad haciéndonos felices, se pintarán del otro los patíbulos de la muerte y la esclavitud dominando un vasto imperio. Un ser bienhechor da principio a nuestra regeneración política, tremolando la bandera de la libertad en el pueblo de los Dolores. Independencia exclama, y el eco majestuoso de esta voz consoladora

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propagándose desde las riveras del Tenoyán hasta las llanuras del Nuevo México, reanima a los americanos, reúne héroes, que juran juntos en las aras de la patria, salvarla de la ominosa afrenta en que gemía. Este sagrado juramento lanza rayos de desesperación que hacen bambolear el vacilante trono del feroz sucesor de Carlos V. Desde entonces la fama anuncia por la Europa y el mundo entero que ha terminado la dominación española en el nuevo mundo, que somos valientes, y que en vano el despotismo pretende ya sojuzgarnos. Loor eterno al primer padre de la patria, al Exmo. Sr. D. Miguel Hidalgo y Costilla. Loor eterno a los caudillos de nuestra Independencia. La sincera gratitud sea hoy, el homenaje debido al heroico esfuerzo a que somos deudores de nuestra felicidad, y lo serán por siempre un sinnúmero de generaciones. Esta empresa gloriosa jamás se podrá alabar dignamente; en vano el arte y la elocuencia querrán producir su elogio: el reconocimiento solo, debe formar el laurel que ciña hoy la majestuosa frente de los héroes. Al recorrer la historia de la magnánima Nación Mexicana se excitan tumultuosamente en el alma sensible el horror, la compasión y la venganza; la inhumanidad e ingratitud de nuestros opresores han manchado con sangre americana todas sus páginas. Multitud de pueblos inocentes que vivían pacíficos y felices hasta la hora fatal en que la casualidad hizo, que los atrevidos ojos de Colón se fijasen en nuestras costas, y las revelasen a la Europa, fueron invadidos repentinamente por un puñado de asesinos, que se arrojaron ciegamente al Golfo, para satisfacer su avaricia y ambición, pasiones bajas y vergonzosas que degradarán por siempre a España y la harán corroerse de sí misma. En vano se oponía a esta empresa atrevida la justicia fundada en principios eternos sancionados por todas las Naciones: en vano nuestro suelo presentando el majestuoso y terrible espectáculo de la naturaleza virgen aterrorizaba a estos malvados: en vano en fin la religión predicando la paz y el amor a todos los hombres quería sujetar a los conquistadores. Nada les contiene pisan nuestro territorio, y a su primer aspecto se derrama nuestra sangre y lágrimas. Con una lluvia de fuegos desconocidos responden a la hospitalidad con que los saluda un pueblo generoso. Los corceles se abalanzan sobre sus habitantes y

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los despedazan, destruyen en un momento el imperio de diez y ocho Monarcas, derriban los antiguos altares levantados por la gratitud a los benéficos influjos del astro del día. Fomentan la división de la generosa Tlaxcala con el imperio de Moctezuma, la seducen y la engañan. Todo lo devastan por el hierro, lo consumen por las llamas, y cubriendo la faz de la América con crímenes atroces no reconocen otra ley que la del exterminio. El hermoso país de Anáhuac se convierte en un momento en una urna sepulcral que contiene las cenizas de tantos reyes y de un sin número de generaciones. ¡Respetables sombras de Cuauhtémoc, Cápac y Moctezuma, levantaos del sepulcro a donde os arrojó con infauda [sic] crueldad la mano de un asesino. Ved a vuestros hijos que sobrevivieron a tanta infamia llorar sobre las ruinas de la Patria. Vedlos arrastrar duras cadenas y condenados por el delirio español a formar la última clase de todos los seres! ¡Ha! Nosotros no recogimos en herencia sino el último suspiro de las desgracias de nuestros padres. Se establece una superioridad ilimitada de los hijos de España sobre los de América; la esclavitud es el precio único de las riquezas de que se hicieron dueños, y el cuchillo y las cadenas son los conservadores de México conquistada. Bajo principios tan inicuos trasladan al hermoso Anáhuac el sombrío gobierno de los Carlos y Felipes. Y celosa España desde entonces por la Independencia, consecuencia precisa de su injusticia, opone cuantos obstáculos le sugiere la rancia política de su gabinete para hacerla imposible. Este gobierno desorganizado había levantado grandes barreras contra las que debían estrellarse las empresas de independencia. La separación de la América debía producir trastornos de gran tamaño en la Europa. Nuestra independencia cambiaba de una vez la faz del mundo. Ved Ciudadanos lo sublime y grandioso de la obra comenzada por el Héroe de Dolores. A ella se oponían en primer lugar, los errores de nuestra educación, con los que identificados desde la infancia nos hacían besar con una alegría degradante nuestras mismas cadenas. ¡Qué fuerza no se necesita en el genio superior que intente despreocupar a los mortales, disipar las tinieblas, colocar en su lugar la luz, y hacer conocer a los hombres sus verdaderos intereses!

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El fanatismo religioso dominaba en tiempo de la conquista a la Europa, los rayos que lanzaba el Vaticano eran temidos como los del Dios de las venganzas, su voz tan respetada como un dogma. ¡Religión Santa, el error había empañado al inefable esplendor de tu pureza cuando te insinuaste en el sensible corazón de los Americanos! Con mano sacrílega los Reyes de España arrancan el manto candoroso de la fe, y cubriéndose con él, se atreven a llamarse enviados del Dios de Paz. Los ministros de la verdad inculcan estas máximas horrendas en el espíritu abatido de nuestros padres infelices, para que transmitiéndolas a sus hijos se formase el apoyo más seguro del tirano Gobierno que los mandaba. El mismo sucesor de San Pedro, que por un trastorno inconcebible de los principios más claros y sencillos, se había convertido en Monarca Universal, daba y quitaba reinos a su arbitrio, aprobó la conquista en Decreto de 4 de mayo de 1593, y olvidándose que su ministerio era de paz y amor nos entrega a la ferocidad de los españoles. ¡Venerado Casas, tú solo fuiste entonces el defensor de la humanidad! Parece que el fanatismo no cabiendo en la Europa pasó con todas sus furias a infestar nuestras regiones con su mortífero aliento. Se establece el tribunal de la fe para reducir a cenizas a los que osaran siquiera quejarse de la tiranía. Los dogmas políticos fundados en las leyes eternas de la naturaleza, se declaraban opuestos al Evangelio. Los tiranos, los Reyes enemigos de los hombres, se hacen superiores al resto de sus semejantes, y su autoridad se llama divina. La causa del Rey, era la causa de Dios. Cosa muy sensible era de ver un pueblo entero fascinado por estos errores, doblar la rodilla al nombre de un tirano, como el acto más grande de la religión que profesaba. Se puede decir: que ella misma era el muro insuperable que se oponía a la Independencia. ¡Hidalgo, héroe sublime, tu gemiste en secreto estos males, y sin más recurso que el acendrado amor a tu patria combates y aniquilas al enemigo más poderoso de nuestra felicidad. El lanza contra ti sus tiros, te prodiga anatemas, te execra en las bóvedas inquisitoriales; pero la generación presente te bendice, los niños repiten tu nombre con ternura y respeto, tus elogios resuenan hoy en el templo del Dios vivo!

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Sí, Ciudadanos, a solo el héroe se debe este vencimiento: la Europa no conocía de nuestro país sino su situación geográfica. España celosa y como un ladrón astuto nos había escondido de las potencias de antiguo mundo. Ningún extranjero pisaba nuestras costas, la ilustración conductor cierto de la libertad estaba encadenada de la otra parte de los mares. La Península tuvo mucho cuidado de que sus luces no penetrasen nuestros bosques; pero sin el auxilio de la Europa, sin necesitar de las doctrinas de sus políticos, el héroe de Dolores inspira a sus compatriotas la saludable verdad, de que el derecho de los Reyes es sólo el del más fuerte, que las conquistas son un robo de hecho a la naturaleza misma y que el autor de las sociedades no formó al hombre para hacerlo esclavo de otro hombre. Bajo estos principios, mil héroes levantan el magnífico templo de nuestra libertad. Para esto se presenta otro embarazo de mucha importancia, era necesario repeler la fuerza con la fuerza. ¿y de dónde formar los ejércitos necesarios? ¿cómo armarlos? ¿con qué socorrerlos? La Nueva España en 1810 no prestaba recursos que hiciesen asequible no digo el sostén, pero ni la declaración sola de guerra tan importante. Prescindiendo de que el enemigo que se iba a combatir estaba en una posición ventajosa por ser la misma tiranía entronizada; prescindiendo además de que no podíamos contar con el auxilio del exterior, como contaron nuestros vecinos de la Pensilvania con el gabinete del desgraciado Luis XVI, nos faltaban la riqueza y la población, elementos precisos para arrancar esta joya preciosa de las garras del León de España. Nuestros tiranos, o sea, porque como dice un sabio escritor, no tuvieron otro principio que la envidia y la avaricia, en el gobierno de las colonias, sin preocuparse de otra cosa, que de invadirlo todo, y apoderarse ciegamente del oro y la plata, o sea, porque asustados desde el principio con la extensión de nuestro territorio, avergonzados de su pobreza y llenos de temores anticipadamente por la población a que convidaban nuestros vastos y fértiles campos, siempre tuvieron por objeto reprimir en su origen los gérmenes de nuestra fuerza. De aquí es que forzando a la naturaleza misma, el país favorecido del Sol, se vio infecundo y estéril en manos de los Españoles. Esclavos nosotros no sólo del Rey de España, sino de cada español en particular, no

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teníamos otro conocimiento de nuestras riquezas que sacarlas de nuestras minas para ponerlas en su poder. Nuestras relaciones mercantiles estaban limitadas a las mezquinas manufacturas de sus talleres. Nos empobrecieron los tiranos para asegurar nuestra sumisión, nos extenuaron para contenernos en su obediencia; y de este modo disminuida nuestra población, no teníamos ni aun idea de lo que podían nuestras fuerzas reunidas para evadirnos de un gobierno que no producía otra cosa que la miseria y la desesperación. Cuatro héroes descubren el importante secreto de que podemos ser libres, que en nosotros mismos tenemos todos los recursos para conseguirlo. Por eso sin un soldado, sin un prest para pagarlo se presentan con impavidez al despotismo, y le intiman la orden de que salga de nuestro continente, no tienen en su apoyo sino el imprescriptible derecho de la razón, la humanidad y la naturaleza; están seguros de que a la dulce voz de libertad se les reunirán soldados, valientes por el amor de la patria y que no querrán otra paga que la gloria de haberla salvado, que este lazo indisoluble se estrechará más y más cuantos sean mayores los esfuerzos que se hagan para romperlo. Conocen que la moribunda dominación española querrá reanimarse con sangre y víctimas sin cuento pero ofrecen sus vidas como el primer sacrificio, ciertos de que cada gota de su sangre americana derramada, es un fallo contra la tiranía. Ciudadanos, la resistencia de ésta es espantosa. Como un río de fuego devorador todo lo consume. Ejércitos de sacrificadores inhumanos, representan por segunda vez las matanzas de Cholula, Otumba y México, en Las Cruces, Calderón, Guanajuato, Aculco, Cuáutla, Zitácuaro, y en todas partes; y acordándose del modo con que nos dominaron nos arman a nosotros contra nosotros mismos. ¡Patria mía, tu viste arrancar de sus hogares a tus hijos, conducidos por el homicida Calleja, que juraba nuestro exterminio! Hidalgo, Allende, Aldama y tantos otros héroes suben patíbulo con el valor de Mucio y con la entereza de Leónidas. Hombres tiranos y feroces dejando sus provincias a merced de los franceses, sus más crueles enemigos, saltan a nuestras costas, talando nuestros campos y poblaciones a nombre de su agonizante nación, hacen perecer a nuestros padres, a nuestros

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hermanos, y amigos; pasan el cuchillo a los niños, y ancianos; privan de la inocencia, y la vida a las doncellas; el cuchillo y el fuego...., Pero en el día que celebramos las glorias de la patria, séame lícito correr un velo sobre sus desgracias. Once años de luto y exterminio, están aun muy cerca de nuestros ojos, cansados de llorar. La obra de nuestra Independencia es de tal naturaleza, tan grande por su objeto, tan sublime por el amor de la patria, que supone en el que la promueve, que basta haberla intentado para exigir de nosotros el homenaje debido del reconocimiento, ¿Qué será cuando teniendo que vencer obstáculos insuperables, los héroes libertadores con previsión y sabiduría la promovieron en un tiempo en que necesariamente debía producir efecto? ¿Qué de circunstancias no debían hacer servir para tan heroica empresa? Sea en buena hora la emancipación de nuestra patria un acontecimiento que necesariamente debía realizarse, como escrito en el gran libro de la naturaleza; pero para desarrollar esta página, para presentarla a la España ciega todavía, y al mundo todo, se necesitaban esfuerzos sobrehumanos. No pierde su mérito el labrador que con sus cuidados y fatigas, hace crecer un árbol fructífero, porque este necesariamente ha de dar los frutos que recoge. Era necesario escoger el tiempo oportuno, para que proclamada la libertad se formase una cadena de héroes que la llevasen al cabo, como realmente se verificó cuando uniformada la opinión, vio la patria destruido completamente el despotismo en 1821. Este tiempo era precisamente y debía ser, cuando como en el año de 1810 nos habían hecho beber hasta las heces el cáliz de la desesperación. El desdén y desprecio de los peninsulares para con nosotros era insufrible. La regencia a quien desde el año de 1808 se había encargado el gobierno abandonado por disensiones degradantes e indecorosas, nos insultó con descaro, haciéndonos inferiores a las miserables provincias de la península. Guerra en que no teníamos parte alguna y suscitadas por intriga, o mala inteligencia, nos habían gravado con impuestos y tributos exorbitantes, teniendo la avilantez nuestros enemigos de llamarnos mezquinos después que de un golpe los socorrimos con más de diez millones de pesos. Por otra parte el hombre del siglo XIX tenía

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como sujeta al menor movimiento de sus labios a la España y a la Europa, y aquella estaba ocupada más en su seguridad interior que en la conservación de sus colonias. Esta circunstancia hacía que no se pudiesen mandar por lo pronto los asesinos de la conquista, que mandados después con consentimiento del decantado liberalismo de las cortes de Madrid, encontraron a nuestros soldados aguerridos, y ensayados ya en el camino de la victoria. ¡Hidalgo libertador, un soplo de vida que lanzaste sobre nuestra doliente patria, hizo nacer en sus hijos el valor y el entusiasmo, la cuchilla española insaciable en sus venganzas sacrificó a tu preciosa vida; pero transmitiste tu espíritu y sagrado aliento a otros muchos héroes. Morelos, Matamoros, Jiménez, Victoria, Guerrero a vosotros debe la patria su libertad, vuestros ilustres nombres se repiten con admiración por todo el mundo, y nuestro reconocimiento los comunicará a nuestros postreros sin número. Ya he indicado que el sistema republicano entró en las miras de nuestros libertadores y que era el primer resultado feliz de nuestra separación de la península, no era posible odiar la conquista sin odiar al mismo tiempo la monarquía, puesto que todas o casi todas deben su origen a este derecho, que es el de los ladrones. Pocos pueblos al entrar en el goce de su soberanía, y obrando con entera libertad han entregado su ejercicio a un hombre solo, y lo han revestido de ese formidable poder que excita la humillación de sus súbditos, pero el desprecio y cólera de los hombres libres, los más que se rigen por esta clase de gobierno lo deben a aventureros afortunados, que venciéndolos con la fuerza, usurpándoles sus riquezas, se han hecho sus Señores. He aquí Ciudadanos republicanos, el innoble y bajo origen de los Monarcas, y arrancando nuestra patria de las manos de un tirano ¿Nuestros héroes la habían de querer sujetar a alguno de ellos, o la nación toda lo habría de haber elegido cuando por larga experiencia sabía lo que podía esperar de ellos? ¡Oh! Nunca. Iguales todos, sin reconocer más superior que la ley que nosotros mismos dictamos por medio de representantes de nuestra confianza, encargada su ejecución a Ciudadanos amigos del hombre, y dotados del difícil don de gobierno formamos la confederación mexicana que se hará por siempre respetable. Nuestros héroes restituyen, pues, a la Nación su soberanía hollada en tres siglos por la barbarie española. Entra la América a ocupar

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en el mundo político el lugar que le corresponde, no sólo a nivelarse con las potencias más poderosas del mundo, sino haciéndose superior a todas por mil circunstancias. Esta joven hermosa, hija predilecta de la naturaleza, verá rogarle con su amistad la Asia y África, verá humillada a sus pies a la orgullosa Europa que por tantos siglos ha sido la Señora del mundo entero, ella ha tenido el derecho exclusivo de dictar leyes, por donde quiera ha impreso sus gustos y costumbres, ha introducido su religión e idiomas; parece en fin que tres cuartas partes del globo se habían formado sólo para el engrandecimiento de ella sola. No, no es esto efecto de una fantasía exaltada, es el resultado preciso de hechos muy sencillos. Poco más de tres siglos ha que la Europa no presentaba sino la miseria por todas partes, sus relaciones mercantiles estaban reducidas a muy corto número, sus bajeles no se atrevían a separarse de sus costas; pero hoy, que aspecto tan diferente presenta esa parte del globo. Centro de las artes y la industria dominando con sus buques el océano lleva sus manufacturas a países muy remotos; colocada entre la Asia y la América provee con sus manufacturas las necesidades del mundo todo. Sí, Ciudadanos, a nosotros debe su riqueza, su industria, su población y ese lugar distinguido que ocupa hoy. Los productos de nuestro país son de una naturaleza particular, no los produce nación alguna. El oro y la plata de nuestras minas son la vida de todas las sociedades actuales. Estos preciosos metales a manera de un río caudaloso salen de nuestras montañas para fecundizar la Europa y sepultarse en el Asia; todo está sometido a su acción: talleres, cultivos, bajeles, población, movimiento de comercio todo, no hay un bajel en la mar que no hallamos costeado. En nuestra mano esta hacerla retrogradar a la Europa al siglo de Carlos V, hacer que suspenda sus relaciones mercantiles con el Asia con quien no las sostiene sino por la excesiva utilidad que saca de nosotros. De este modo vendrá siempre humillada a nuestros puertos como el jornalero se presenta a la puerta de su amo a pedir su salario. Ya la libertad descubre las infinitas producciones de nuestro suelo, y dentro de breve surcarán con ellas nuestras naves mercantiles por los mares de occidente y oriente y cuando inundemos con ellas a la Asia y la India por una parte y por otra a la Europa; la industria

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fabril se trasladará necesariamente a nuestros estados, donde encontrará elementos necesarios para sus progresos. Un gran número de extranjeros fijarán con nosotros su residencia, como ya lo hacen en el día acaso con detrimento de la población de sus países, cuyos gobiernos no podrán contenerlos; percibiendo por experiencia propia los beneficios de nuestro sistema republicano, prepararán sin duda la destrucción absoluta de las monarquías en todo el mundo. La Europa decadente pobre y la América dueña de las riquezas, llena de brazos útiles, reguladora del comercio, recibiendo la primera de la segunda la ley, presentarán en el mundo la escena que la naturaleza ha prescrito para cada una y que el orgullo europeo había cambiado. Yo me siento lleno de entusiasmo al considerarme Ciudadano de la primera nación del ¡Orbe, con que nuestros libertadores digo lo son de todas las naciones! ¡No existe ya un trono en el mundo! ¡El género humano se gobierno por un sistema solo, y forma una sociedad de hermanos! ¡Ha! Mi alma se enajena con cuadro tan halagüeño. Yo veo a la Asia la África y la Europa postradas ente mi Patria tributarle los elogios que se merece. Por ti, repiten juntas entramos en el goce de nuestra soberanía, tus nos restituiste la dignidad de hombres, que por tantos siglos habíamos perdido. Ciudadanos, la República Mexicana camina con rapidez por la gloriosa carrera que le abrieron los caudillos de nuestra Independencia. Esta y la Federación son lo ejes que mueven el carro en que marcha majestuosamente al templo de la gloria. A nosotros a sus hijos está confiada la conservación de estos dos bienes inestimables, a nosotros está confiado el sagrado depósito de la suerte de la patria tan querida. Conservémoslos siempre; para hacerlo no se nos presentan hoy los obstáculos poderosos que tuvieron que vencer los primeros héroes. El fanatismo, avergonzado ha desaparecido de entre nosotros; la Europa nos comienza a respetar; el amor de la patria forma soldados en un momento, la libertad que gozamos en un gobierno justo filantrópico, y único acomodado a nuestro carácter y extensión, rompe ya las fuentes de las riquezas cegadas por el despotismo. Tengamos siempre presente la sangre de nuestros padres derramada por los españoles en la conquista, no olvidemos nunca la

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afrenta e ignominia de tres siglos, ni once años de sangrienta lucha. Independencia y Federación son el único, el grande, el importantísimo interés de todos y de cada uno de nosotros. Que este lazo sagrado nos junte siempre en torno del altar levantado a la patria como hermanos, y ofrezcamos allí en sacrificio nuestras fortunas nuestras vidas por conservarla. Execremos siempre al tirano que intente arrancarnos estos dones preciosos. Jamás se extinga en nosotros el amor de la libertad, jamás se disminuya el odio a los monarcas. Y juremos por los respetables manes de nuestros héroes, cuya tierna memoria recordamos hoy, que si alguno intenta oprimirlos por segunda vez, lo haga sobre nuestros cadáveres, sobre los escombros y ruinas de nuestras Ciudades. Ciudadanos, viva por siempre la Independencia, viva la Federación, sea eterna la memoria de los primeros Padres de la Patria. DIJE.

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DISCURSO QUE PRONUNCIó EL C. LIC. IGNACIO SEPúLVEDA En la Plaza Mayor de San Luis potosí, la tarde del dia 16 de septiembre de 1829 para la gloriosa memoria del Grito de Libertad dado en Dolores por los primeros Héroes de la Independencia. San Luis Potosí, 1829

Imprenta del Estado en Palacio a cargo del ciudadano Ladislao Vildósola.Año de 1829

c

iudadanos: Para que vosotros alimentéis en vuestros corazones el fuego sacrosanto del amor a la Patria. Para que miréis con horror todas las reglas de la justicia. Para que detestéis los monstruos abominables que nos oprimieron por el largo espacio de trescientos años, e hicieron desgraciados a nuestros Padres: en fin, para que jamás se borren de nuestra memoria los agravios que recibimos, y para que conozcáis toda la importancia del memorable suceso que hoy celebramos, ¿Será necesario remontarnos hasta los tiempos de la conquista y ver con los ojos de la contemplación un cuadro espantoso de crímenes y atrocidades? ¿Será preciso observar en la serie de los sucesos una cadena no interrumpida de infamias y maldades cometidas hasta nuestros días? ¿Será fuerza haceros una narración prolija, y una pintura exacta de la conducta de nuestros tiranos y de la degradación humillante a que nos habían reducido? Estas demostraciones con que solemnizamos el triunfo de nuestra libertades y la ruina completa del despotismo ¿Se habrán instituido para el efecto solo de recordaros nuestras desdichas, excitar todos los sentimientos que pueda inspirar el amor a nuestro país natal, y renovar la ira muy justa que inflama nuestros pechos cuando consideramos los ultrajes hechos a la humanidad y envilecimiento de la razón? ¿Y será por ventura el objeto de mi discurso llenaros de entusiasmo que debéis para obligaros a hacer protestas solemnes de arrostrar primero la muerte, que sucumbir al yugo de los tiranos, y volver a ser el juguete de

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unos cuitados aventureros a quienes la codicia arrastró en otro tiempo hacia nuestras regiones, y ahora les ha hecho concebir el temerario proyecto de reconquista? No, nada de esto mis amados Ciudadanos. Sería hacer un agravio a vuestros patrióticos sentimientos, si os creyera tan insensibles a los males que hemos sufrido, y tan indiferentes a las glorias de la nación, que fuese necesario compulsarlos para que los tuvieseis. El interés que todos sentimos por la nación a que pertenecemos, es tan íntima a nuestra naturaleza, que no necesitamos impulsos extraños para experimentar sus efectos. Siempre que se viola alguno de los derechos sociales, nuestra situación es violenta, y al paso que detestamos al infractor, hacemos los mayores esfuerzos para romper las trabas que irrumpen su curso. La propensión que tenemos a sacudir el yugo de la tiranía es tan poderosa como la que sentimos hacia nuestro propio bien que no puede subsistir donde reina la iniquidad, y no está asegurado por la garantía única y sola de la libertad. El instinto de la razón sin que los principios que la desenvuelven e ilustran, basta para que el hombre consecuente con aquellas inspiraciones ponga en ejercicio todos los resortes de su poder. ¿Podremos pues, ni pensar que el americano sea capaz de abrigar otros sentimientos distintos? ¿El americano que todavía se resiente de los desastres causados por los Españoles, que conserva frescas las impresiones de una tiranía sin ejemplo, y tiene aun los ojos humedecidos con las lágrimas que vertió sobre las tumbas de sus padres, hijos, y amigos sacrificados a su furor? ¿El americano a quien todavía se le insulta por los esclavos de Fernando, y se le juzga tan ignorante y estúpido, que quiera preferir los padecimientos de la esclavitud, a los dulces goces de la libertad? Vosotros no necesitáis de ajenos estímulos para sentir las dulces emociones del reconocimiento y la gratitud, para llenaros de entusiasmo por la causa de la libertad, y para detestar a los tiranos que nos sojuzgaron, y delirantes todavía piensan ungirnos al carro ominoso del despotismo. Conocéis cuanto hemos sufrido, cuan pesadas fueron las cadenas de nuestra esclavitud, cuan triste fue nuestra situación y cuanto hemos ganado después que sacudimos su yugo ¿Podremos pues, dejar de sentir todos los afectos de que es capaz un ser racional y

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sensible, cuando repentinamente se ve transportado de su estado abyecto y miserable, a la altura y dignidad del hombre libre? ¿Podremos no experimentar los transportes del más vivo placer cuando nos vemos colmados de todos los beneficios, no habiendo conocido poco ha, sino desgracias y calamidades? Sí, todo lo sentimos y experimentamos, y por lo mismo no quisiera tocar unas materias cuyo recuerdo hiere profundamente nuestra sensibilidad, pero también veo que es importante no olvidar jamás quienes fueron nuestros opresores para que ya que hemos tenido la felicidad de libertarnos de entre sus garras sepamos apreciar nuestra independencia y defenderla a costa de nuestras vidas. La empresa es difícil, porque no hay expresiones bastantemente adecuadas a los sucesos, y tan enérgicas que puedan dar una idea de su magnitud para producir en vuestros ánimos todos los movimientos de horror y de indignación que se merecen. Las iniquidades de nuestros tiranos no pueden sujetarse a cálculo, y apenas es creíble que los hombres pudiesen ser tan maléficos que fuesen capaces de cometer crímenes tan enormes que exceden toda ponderación. Imaginad si podéis, un conjunto de cuanto más inicuo y perverso conocemos en el orden moral, y todo lo hallaréis en los conquistadores del nuevo mundo, y los mandarines que les sucedieron. Buscad por el contrario el más ligero rasgo de virtud en su criminal conducta, y no lo descubriréis. Todas las páginas de nuestra historia están escritas con sangre del americano, y su contexto es un tejido de perfidias e inequidad. Vergüenza ha causado a los mismos culpados su detestable conducta, y no por aparecer criminales a los ojos del género humano, han pretendido negar su autenticidad; pero los hechos son incontestables, los resultados publican la verdad sin contradicción, y mil monumentos nos instruyen de su existencia. Si los españoles se hubiesen contentado con destronar los Monarcas americanos, y usurpar los derechos de la Soberanía, habrían hecho menos mal, sin dejar por esto de merecer el título de ladrones porque es un atentado contra los derechos sagrados de las naciones el subyugarlas. Su conducta habría sido reprobada Como lo fue la de Alejandro, y la de los mismos Romanos a quienes ninguna otra pasión dominó que su desmesurada ambición y

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el deseo de extender los límites de su Imperio; pero si como estos hubieran procurado la felicidad de los pueblos vencidos, y dándoles leyes sabias y justas, hubieran también haberles hecho olvidar sus usurpaciones, y no tendrían una causa justa para execrarlos y maldecirlos. Más a los españoles estaba únicamente reservado violar todos los derechos de humanidad, y ultrajar cuánto hay de más sagrado y respetable en la naturaleza: a esta nación monstruosa y pérfida cuyo carácter respira sangre e iniquidad, no fue suficiente henchir su codicia con el oro que en abundancia recibiera de la generosidad de un pueblo humilde y sencillo. No quedo su ambición satisfecha con la dominación de unos países a que tenía el mismo derecho que sobre ella puede alegar el Príncipe de la Persia o el emperador del mongol; su empeño fue destruir, arrasar, aniquilar y complacerse en sus mismas devastaciones, sin otro motivo que el de su genio naturalmente feroz destructor y sanguinario. Muchos tiranos han existido sobre la tierra, y afligido la humanidad con todo género de crueldades; pero ninguno, ni todos ellos reunidos, merecen compararse con los esclavos del pretendido hijo de Quetzalcóatl. Vosotros estáis convencidos de estas verdades y no necesitáis de la persuasión, pero si alguno hay capaz de dudar todavía, puede resolver las historias de todas las naciones, y en todas sus vicisitudes apenas advertirá una ligera sombra de las adversidades que llovieron sobre la nación Mexicana y que como un torrente impetuoso todo lo arrasaron y lo destruyeron. ¿Qué crimen, sino, existe por horrible que sea que ellos no perpetrasen? ¿Qué consideraciones guardaron a la humanidad? ¿Qué derecho hubo por sagrado que fuese que respetaran? La ingratitud sola y la perfidia, convierten al hombre en monstruo de iniquidad, y lo hacen aborrecible a los ojos de todo género humano? ¿Y quiénes fueron jamás más ingratos ni pérfidos que los españoles? ¿Existió nunca sobre la tierra entre todos los perversos, alguno que violase con tanta vileza los derechos de la hospitalidad? Entre todas las fieras que bajo las formas del hombre han aparecido en el orbe para llenarlo de luto y desolación ¿hubo ninguno que con tanta crueldad como cobardía derramase la sangre inocente, y se deleitase con los movimientos convulsivos de las víctimas palpitantes? ¿Quién entre todos los tiranos que

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nos refiere la historia fue tan enemigo del hombre que lo pospusiese a los brutos? ¿Qué bandolero, público salteador de caminos, ha privado de la existencia por solo placer al infeliz pasajero que ha tenido la desventura de caer en sus manos? Ved, pues aquí, aunque con rasgos muy imperfectos, lo que fueron los conquistadores. Este el retrato de Hernán Cortés, y de los setecientos bandidos que acaudillaba, este el retrato de los Pizarros y los Almagros, y de cuantos otros aventureros vinieron a buscar fortuna en el nuevo mundo. Ellos se vendieron por embajadores del poderoso Rey de Oriente, y sorprendieron la credulidad de los primeros americanos para cometer después las mayores bajezas, privándoles de sus derechos y de la vida. Ellos vertieron la sangre de los Indígenas, por solo la feroz complacencia de derramarla, y no contentos con esto, quisieron prolongar el martirio de innumerables desventurados con inauditos tormentos ellos estimaron en más sus mastines y lebreles alimentándolos con los miembros semi-vivos de los desgraciados que descuartizaban. Ellos pero mejor será recorrer un velo sobre cuadro tan lastimoso, que la vista no puede sufrir sin estremecerse, y llenar el corazón de amargura. ¡Malvados! Vosotros recibisteis la recompensa de vuestros crímenes y el justo cielo, que fulmina venganzas contra inicuos, no los dejó sin castigo haciendo que todos tuviesen un fin tan desgraciado como infames fueron vuestros días. Así fue como se impuso el yugo de su esclavitud a la infeliz América, y no con otros principios perpetuaron su dominación los visires que la oprimieron. Fueron ya los males de distinto género porque un nuevo orden de cosas así lo pedía; pero no por esto dejaron de ser tan inicuos o peores que los primeros, porque vale más perecer que arrastrar una vida desdichada y miserable. Una vez destruida la raza indiana, o reducida a un corto número de esclavos para asegurar los objetos de su ambición y codicia, era preciso tomar medidas análogas a los fines. Bien conocieron que la usurpación y la tiranía no se podían sostener sino oprimiendo a los pueblos, reduciéndolos a la miseria y a la ignorancia, y vejándolos de todas maneras para infundirles terror, y no dejarles ni la más remota esperanza de sacudir algún día el yugo

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de la esclavitud. Para esto obstruyen todas las fuentes de la riqueza impidiendo los progresos de las artes y de la industria, y reduciendo el giro del comercio al circuito muy estrecho de sus manos. Les privan de las luces y conocimientos que pudieran advertirles su situación, prevaliéndose de las misma religión para conservarlos sujetos a la obediencia. Distinguen razas para dividir y sembrar la semilla del orgullo y la soberbia, y fomentan en la mayoría del pueblo los vicios y la holgazanería para que jamás tuviesen sentimientos de honor y de virtud. Mas, para decirlo todo de una vez, basta saber que durante el tiempo de nuestra esclavitud, todos los mandarines fueron españoles, y que su naturaleza no ha degenerado de los primeros. No fueron uno ni dos, los que hollaron los derechos y la naturaleza, su conducta fue siempre igual y al mismo tiempo que Cortés destruía el Septentrión, Pizarro ejecutaba las mismas atrocidades en el medio día. Escandalosas fueron las persecuciones entra el Americano en los tiempos de Iturrigaray, y desde el año diez en adelante se representó casi la misma escena que en la época de la conquista. Nosotros mismos fuimos testigos de lo que pasó en aquellos días de exterminio, y las impresiones que dejó el pavor son tan profundas, que nunca se borrarán de nuestra memoria. Los españoles sedientos siempre de la sangre americana sacrificaron a su furor innumerables víctimas, levantaron por todas partes patíbulos, donde el inocente pagaba con la vida aun la más ligera sospecha, y destruyendo todo con ferocidad inaudita, esparcieron el llanto y desolación por toda la faz de la América ¡Cuántas familias sino quedaron reducidas a la orfandad e indigencia! ¡Cuántas otras fueron absolutamente destruidas! ¿Quién hubo que no viese expirar en un infame suplicio al padre, al hijo, al esposo, al hermano, al amigo? Quizá no hay entre nosotros uno solo que no halla llorado la pérdida de un pariente sacrificado por los tiranos. Y bien Ciudadanos: ¿Cuál os parece ahora nuestra situación en aquellos tiempos? ¿Cuál concepto os habéis formado de los españoles que tan tiranamente nos oprimieron? ¡Dichosos una y mil veces, exclamaréis, día tan afortunado en que se dio el primer golpe a las duras cadenas de nuestra esclavitud! ¡Día 16 de septiembre, día de gloria, día de regeneración y de vida! Tu diste la primera luz

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al Americano, disipando las tinieblas que le rodeaban. Tú resolviste las espesas nubes que ofuscaban su razón, y le habían hecho insensible a sus propios males. Tú fuiste el precursor de nuestra presente felicidad, y con sus resplandores hiciste huyesen despavoridos los espectros que nos tiranizaban. Ya no caminaremos encorvados bajo las coyundas de la servidumbre. Ya no seremos el vilipendio de esos monstruos abominables. No más despedazarán nuestro corazón esas arpías crueles y despiadadas que se alimentaban con nuestra sangre. Huyeron y precipitadas se hundieron en los abismos. ¡Permanece, o día feliz, eternamente grabado con caracteres indelebles en nuestras almas reconocidas. Tantos y tan infandos males no podrían verse con indiferencia por el americano, y si hubo algunos que fascinados por el fanatismo, u obcecados por la ignorancia arrastrasen gustosos las cadenas, o no conociesen su esclavitud; también hubo muchos que en el secreto de su corazón lamentasen nuestros infortunios y suspirasen por la libertad de la América, empero, faltaba uno que despreciando los peligros y superando todos los obstáculos que presentaba nuestro propio abatimiento, diese el primero el ejemplo, levantando el grito de libertad. ¡Oh Hidalgo! Cuanto tenemos que agradecerte por haber sido tú ese hombre que quiso sacrificarse a la libertad de la Patria. La empresa era muy ardua, y era preciso ser víctima de los tiranos, para dar el primero golpe al trono del despotismo? ¿Qué fuego celestial y divino abrazó tu pecho? ¿Cuáles fueron las emociones de tu alma sensible y benéfica que quisiste morir por salvar los pueblos americanos? Moriste, sí, pero se consiguió por fin el objeto de tus más ardientes votos: moriste pero vivirás eternamente en la memoria de tus compatriotas: ellos celebrarán tu nombre, y lo perpetuarán de generación en generación. ¡Recibe nuestro reconocimiento, y desde el alto trono de la inmortalidad, donde resides, comunícanos ese amor patrio que inflamó tu espíritu para que seamos felices! En efecto amados Conciudadanos: penetrado profundamente nuestro héroe de las calamidades del Americano, e indignado contra lo opresión de los tiranos que habían usurpado su soberanía y privándole de todos los derechos políticos y sociales, que habían ultrajado

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y degradado a los ojos del resto de los mortales, hizo resolución de restituirle a su dignidad primitiva, extrayendo del fango de la esclavitud, y colocándolo en el solio de la felicidad. Toma luego todas sus medidas. Logra descubrir sentimientos análogos a los suyos en otros americanos tan generosos y nobles como él, y los señores Allende, Abasolo y Aldama unen sus votos, y se resignan a perecer por dar la libertad de su patria. El día de la restauración estaba ya pensado; pero intempestivamente se descubren sus planes, y se dictan providencias para prenderlos. Una sorpresa como esta habría llenado de turbación a otro que no fuese Hidalgo, y sólo le habría permitido pensar en sus seguridad salvándose con la fuga; no así nuestro campeón valiente a quien animaba un espíritu muy superior; sino que sobreponiéndose a todas las dificultades que le ofreciera aquel inopinado evento, lanzó el grito de libertad la noche del día 15 de septiembre de 1810. Grito que resonó por todos los ángulos de la Anáhuac, e hizo estremecer desde sus cimientos el trono de la tiranía, dejando atónitos y llenos de aturdimiento a los déspotas que se creían seguros en su dominación. Fueron muy pocos los que le acompañaron; pero difundiéndose los propios sentimientos con velocidad eléctrica por los corazones de todos los Americanos, se sienten arder en el mismo fuego, y muy breve se forma un ejército numeroso y formidable, que a pesar de su impericia, hizo prodigios de valor, y puso en consternación a los enemigos. Casi perdieron la esperanza, y la tiranía iba a desaparecer para siempre de entre nosotros; pero estaba escrito en el libro de los destinos que habíamos de padecer más tiempo, y experimentar por nosotros mismos la fiereza y crueldad de nuestros opresores, para que supiéramos conocerla sin necesidad de apelar a los tiempos de la conquista, y apreciásemos en lo que vale nuestra libertad e independencia. Nuestras esperanzas habían desmayado y ya parecía que íbamos a quedar sumergidos para siempre en el abismo profundo de nuestra ignominia. Pero aquel fuego purísimo del amor a la patria se conservó inextinguible comunicándose de caudillo en caudillo hasta nuestros últimos héroes, y la voz de libertad que se oyó en el pueblo de dolores dejó impresiones tan profundas que hiciera metamorfosis admirables convirtiendo a sus mismos enemigos en ilustres defensores suyos y haciendo por fin que se reuniesen los votos de todos los

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Mexicanos en el año de 1821 en que se dio el poster golpe a las cadenas de la esclavitud. ¡Poderosas son las reclamaciones de una nación ofendida, y admirable es sus resultados el amor innato a la patria! Sólo la ignorancia y el fanatismo pudieron obcecar a algunos americanos y hacer que se olvidasen de sí mismos, pero esta ceguedad no podía durar mucho tiempo porque al fin triunfa la justicia de la iniquidad, y la luz disipa las tinieblas. Este es el grande suceso que solemnizamos hoy ¿Qué demostraciones, pues, serán suficientes para manifestar nuestro júbilo y alegría? ¿Habremos penetrado ya el cúmulo de males que nos libertó, y los beneficios innumerables que disfrutamos? Ya no somos esclavos. Ya no estamos sujetos al centro de hierro de los déspotas peores que ha conocido el universo. Ya no somos el patrimonio de esos malvados. Somos libres, y afortunadamente pertenecemos a la Nación más dichosa y privilegiada de la tierra. No solo conseguimos romper las cadenas de la esclavitud, sino que hemos logrado gozar de todos los derechos de la naturaleza porque somos iguales, porque disfrutamos tranquilidad, porque nuestras propiedades y nuestras vidas no están ya sujetas a la voracidad de los codiciosos ni a la venganza de los malvados, y finalmente, porque vivimos bajo la influencia de leyes sabias y justas que nos protegen, y bajo el mejor sistema de gobierno que afianza la felicidad y prosperidad de la Nación. Sepamos, pues conservar el fruto de tantos trabajos y fatigas, viviendo todos unidos con los dulces vínculos de la confraternidad, observando religiosamente las leyes, y respetando las autoridades. Esta es la conducta que debemos observar si queremos conservar nuestra libertad e independencia. Estos son los sentimientos que debemos fomentar en nuestros corazones, si no queremos ser presa del enemigo. Los españoles acechan nuestra conducta, y creyendo aprovecharse de nuestras disensiones domésticas, han pisado con atrevida planta nuestras costas, y nos han insultado con el lenguaje de los Corteses. Ellos son de la misma raza, y si aquellos cometieron tantas iniquidades sin tener pretexto con que poder cohonestarlas: estos ¿Qué harían cuando se creen ofendidos por imaginarios agravios, y están animados por el espíritu de la venganza? Pero afortunadamente ya no son estos los tiempos de la conquista, ni somos tan ignorantes y

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estúpidos que los reputemos por inmortales y dignos de nuestra veneración y respeto. Bien caro les ha costado ya conocer esta verdad. El arrepentimiento ha sido la pena de su osadía, y quizá en este momento habrán con la vida pagado su loca temeridad. ¡Tiemblen ellos, y los que osaren proteger sus miras, y tiemblen también los tiranos que intentaren esclavizarnos! Uno solo es el espíritu de la nación. Y si algún otro pueblo ha rendido la cerviz al yugo de la servidumbre, el mexicano no conoce medio entre la libertad o la muerte. Este es el ejemplo que nos han dado los Hidalgos, Allendes, Abasolos, Aldamas y cuantos héroes les sucedieron y perecieron en la demanda. Y éste el que juramos seguir hoy, reproduciendo los mismos votos que ellos proclamaron en este día. Viva la Patria, y mueran los invasores. Viva la Libertad, y muera la tiranía y el despotismo. Viva la República Popular Federal. – Dije.

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DISCURSO PATRIÓTICO PRONUNCIADO POR EL CIUDADANO LIC. TIRSO VEJO

En la función cívica con que la capital del Estado libre de San Luis Potosí solemnizó el aniversario de la Independencia Mexicana el 16 de septiembre de 1830 Imprenta del Estado a cargo del ciudadano José María Infante.San Luis Potosí, 1830

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iudadanos. El más escandaloso atentado contra el derecho de las naciones y de los hombres: la ignorancia y el orgullo de los siglos bárbaros: el menosprecio de los principios del orden social y de la ley de la naturaleza, que debe ser siempre la base eterna de todas las leyes civiles y políticas: la razón del más fuerte con los abusos del poder y la autoridad, un torrente de pasiones vehementes y de intereses privados, en fin, un gobierno que jamás supo combinar los derechos de la sociedad con los del ciudadano, ni el bien público con el individual, antes por el contrario entorpeció este resorte de la común prosperidad, echando en olvido todo lo que la razón dicta, la justicia manda y la equidad prescribe, he aquí los grandes y poderosos motivos porque los Hidalgos, Allendes, Aldamas, Abasolos y otros héroes acusando eternamente la injusticia de nuestros opresores, lanzaron un grito de venganza que produciendo una explosión general hizo renacer la libertad a despecho de los tiranos. En efecto, el largo espacio de trescientos años que se vio oprimida bajo la más cruel y dura servidumbre esta patria digna por mil títulos de mejor suerte, muestra la historia más lastimosa donde se encuentran maldades y número, un tejido denso de inequidades y perfidias. Si no temiera llenar de amargura su corazón, en este día que con regocijo solemnizamos la memoria de nuestra libertad ¡que cuadro tan horroroso no pudiera presentarles de los excesos que ha cometido la España en ese dilatado tiempo que nos oprimió! ¡cuántos crímenes, cuántas tropelías, cuántas vejaciones, cuántos insultos a la humanidad, cuántos… pero es preciso correr un velo sobre esa historia escrita

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toda con sangre americana, y basta recordarles para mi objeto que aún las mismas instituciones que nos regían eran otros tantos medios de ejercer la tiranía: ellas chocaban claramente con los progresos de la población y de la agricultura introduciendo la pobreza y el desaliento; fomentaban las semillas del mal moral entorpeciendo los movimientos progresivos de la aplicación y de la industria: dividían los miembros de la sociedad turbando la armonía por medio de las distinciones odiosas: violaban los más sagrados derechos de la naturaleza, menospreciando los principios todos de la sociabilidad, las instigaciones puras de la razón y la sana política. En medio de este cúmulo de males, se hallaba la Nación deseando romper sus duras cadenas y esperando un genio capaz de tal empresa, hasta que por último el 16 de septiembre de 1810 aparecieron esos héroes inmortales, y después de haber sufrido calamidades de toda especie y arrastrado peligros de gran tamaño proporcionaron a la patria el mejor día de gloria. La encantadora voz de independencia resonó por todos los ángulos del opulento Anáhuac, y desde entonces vio la España, la Europa toda y el Mundo entero la escena más grande y majestuosa, la más firme garantía de que el árbol de la Libertad se sostiene con profundas raíces en nuestro suelo, y el presagio más seguro de que a pesar de los huracanes crecerá más y más, extendiendo sus ramas benéficas sobre este rico y delicioso continente. La opinión quedó uniformada y los ilustres caudillos que sirvieron de su órgano en medio de las atrocidades y horrores de un gobierno el más absoluto que conocieron los hombres juraron ante el Dios de las batallas o conseguir el grandioso fin que se propusieron o perecer la demanda. En vano la timidez o desconfianza de algunos Mexicanos: en vano la falta de recursos e inexperiencia en el arte de la guerra: en vano circunstancias imprevistas y desfavorables se reunieron a servir de obstáculo a la empresa, todo lo desatienden nuestros héroes, olvidan todos los peligros y descansan solamente en el acendrado patriotismo, en el valor y demás virtudes de sus compañeros, en la opinión pública y para decirlo de una vez, en la justicia de la causa y pureza de sus intenciones. Los pueblos inútilmente se dirían soberanos, y este pomposo título sería insignificante y vacío de todo sentido, sino estuviera

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acompañado del derecho de proveer a su conservación y adelantamiento. La naturaleza misma prescribe a las naciones así como a los individuos el deber de conservarse y procurar al mismo tiempo su perfección dándoles facultad para precaverse de cuanto pudiera frustrar ese deber; así es que si se quiere privar a aquellos grandes cuerpos políticos de alguno de sus derechos esenciales, si algún ambicioso amenazare su libertad, si pretendiere someterlos y esclavizarlos, entonces ni aún la lenidad se debe tentar sobre pretensiones tan odiosas, se emplearan en justicia todos los esfuerzos, hasta los últimos recursos y la sangre toda será laudable el derramarla. Dígalo sino la libre Roma, la república por antonomasia, cuando Aníbal de hallaba el frente de sus murallas: díganlo los Suizos que dispuestos siempre a adoptar las vías pacíficas desecharon con firmeza toda idea de composición cuando vieron amenazada su libertad: dígalo por último la suerte tan, desgraciada que corrió la multud [sic] prodigiosa de los habitantes de este suelo, cuando por una fatalidad el jefe de los bandidos españoles pisó con ellos nuestras costas. A estos justos y poderosos motivos que en cualquier tiempo hacía necesaria la independencia, no contribuyeron menos las circunstancias tan favorables en que nos hallábamos. Es bien sabido que a los primeros movimientos del año de 1810 la España había sido abandonada por la familia reinante, traspasando ésta los que llamó sus derechos en un príncipe extranjero que se presentó con tales títulos a intimar obediencia a los Españoles. Ocupada aquella de su defensa interior y nuestros mandarines en socorrer sus necesidades, ya se hacía menos difícil conseguir empresa tan gloriosa; pero al fin las rancias preocupaciones parto monstruoso de la ignorancia, del fanatismo, y de un gobierno tiránico cuyo imperio es a la vez más poderoso que el de la razón y la justicia misma frustraron toda útil combinación: por sólo esto, fueron al cadalso nuestros más valientes e ilustres generales: por esto, los sacrílegos Españoles ofrecieron cuantiosos premios al que osara asesinar al héroe de Dolores, y principales jefes que le siguiere; por esto, mancharon sus inicuas manos con la sangre de un Morelos, modelo imitable de valor y pericia-militar; por esto, no satisfechos de conducir atados a nuestros prisioneros los hundían en

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las inmundas cárceles, confundiéndolos con los criminales y malhechores: por esto, inmorales y cobardes, hollaron con sus máximas los más gratos sentimientos de amor y de ternura que imprimió naturaleza, mandando que los hijos delataran a sus padres y éstos a aquellos, siempre que hubieran tomado parte en la guerra que tan justamente los había declarado la nación entera: por esto, el desorden atribuido con malicia a nuestros héroes, llegó a tal punto que los dulces nombres de padre, hijo, esposo y hermano, fueron nombres ideales perdiendo toda su energía y toda su fuerza: en fin por esto, no hay crimen, delito, ni maldad por execrable que parezca que esos monstruos no hayan cometido para mantenernos en la opresión y esclavitud. ¡Hidalgo, héroe sublime, lloraste en secreto todos estos males, tu conociste el origen de ellos, y tu recibiste crueles tormentos viendo que por sólo aquella causa se malograba tu gloriosa empres! En aquel tiempo, Ciudadanos, lo que en España se consideró un derecho inherente a toda sociedad, se miraba en América como un crimen de rebelión. Los deseos más sumisamente manifestados de participar de las mejoras de administración que las circunstancias habían hecho adoptar a la península, se reprimieron como actos de sedición aún entre las primeras autoridades que estaban al frente de los negocios. La persecución más cruel contra todo Americano virtuoso e ilustrado, siguió de cerca este escandaloso atentado: a aquellos horados ciudadanos, que harán el ornamento de la patria, perecieron ignominiosamente en los receptáculos destinados al crimen, y amenazados todos de la misma infausta suerte, gemían incesantemente esperando en vano el remedio de tantos males. La opresión de justificó prodigando sobre sus autores los títulos distintivos que apenas se conceden a los muy señalados servicios; fue organizando un sistema de espionaje y acechanza para no perder de vista ni aun los más [recónditos] de los sentimientos que exhalaba el pecho americano agobiado con tan dura servidumbre. Un tribunal digno de los tiempos de Siracusa, se dejó ver en la populosa México para decretar sentencias de muerte, contra el que osaba levantar la voz en oprobio de la tiranía; ni la inocencia ni la virtud, ni el mérito más acrisolado estaban exentos de estos juicios arbitrarios; las espadas se miraban suspendidas sobre todas

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las cabezas, y la indignación hervía en todos los corazones. El gobierno español obcecado como siempre, y en medio de las circunstancias más tristes que por todas partes le rodeaban, declaró no obstante la guerra a las provincias de Caracas y Buenos Aires dando por motivo el no haber prestado una ciega sumisión a la Regencia sucesora de la junta central. ¡Potencia bárbara y temeraria! ¡Tu conducta impolítica y sanguinaria no podía tener otro principio, sino el conocimiento que tenías de haber hecliado [sic] profundas raíces las detestables máximas con que por tres siglos nos oprimiste; tu genial orgullo ni aun te dejó prever que unos pueblos insultados en los momentos mismos en que su auxilio era más necesario para continuar la defensa en que estabas tan empeñada, no dejarán de aprovechar la ocasión que se les presentaba de hacerse otorgar las mejoras que apetecían, y cuya degeneración era entre los demás un poderoso motivo de recurrir a las armas, no ya para recibir como precarias mercedes las ventajas que se habían rehusado a reclamaciones justas y pacíficas, sino para aspirar forzosamente a la absoluta independencia. Este fue a la verdad el caso cuando la agresión francesa en España: estás las circunstancias que quiso aprovechar el inmortal Hidalgo, para reintegrarle a la nación todos sus derechos sacándole del vergonzoso abatimiento y opresión en que yacía, esto finalmente acredita que la guerra emprendida el año de 10 en unión de los ilustres Allende, Aldama y demás héroes, fue fundada en los mejores cálculos de la política y en el tiempo más oportuno para comenzarla. Y bien Ciudadanos ¿Nos hallábamos nosotros en el estado en que se vio entonces aquella orgullosa nación? así como ella defendió su libertad sacrificando sus más caros intereses ¿no tendríamos la facultad los Mexicanos para restaurar la nuestra fundándonos en unos mismos principios? ¿podría llamarse rebelión la lucha que mantuvimos en los once primeros años? ¿se tendrá por sedición militar la guerra que con tan buen feliz éxito emprendió otro desgraciado caudillo en el año de 1821 y concluyó el mismo? Sólo los ingratos españoles pueden apellidar de este modo nuestra gloriosa revolución: ¡qué consecuencia en los principios! ¿rebelión y sedición militar el cumplimiento de un deber sagrado que el derecho de las Naciones y la Naturaleza misma nos

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había impuesto? ¿y así osan todavía mancillar los esclarecidos nombres de aquellos valientes guerreros, a quienes estaba reservada la gloria de hacer ver al Mundo que ya los militares Mexicanos no son el apoyo de los tiranos ni el azote de los Pueblos, sino defensores de la nación a quien sirven y el baluarte de sus libertades? ¡Respetables sombras de Hidalgo, Allende y Morelos, levántense del sepulcro, y ver ya vengados tantos ultrajes hechos a la mejor de todas las causas! A costa de nuestros sacrificios y a pesar de las imposturas con que los tiranos quisieron siempre envilecer a nuestro nombre, la patria es libre, y se numera entre las Naciones del Orbe ¡ilustres víctimas de la Libertad, la memoria de nuestra empresa quedará grabada con caracteres indelebles en los corazones de todos los hijos de Anáhuac y mereciendo justamente las bendiciones de todos los hombres, pasará de generación en generación hasta la más remota posteridad del mismo modo que en Roma la de [Marco] Junio Bruto, [ilegible] y los Dos Decios! Si la gratitud se graduara siempre por la importancia y mérito de los sucesos ¿con qué expresiones los Mexicanos, de qué modo solemnizamos competentemente en ese día las glorias de la Patria y en ellas las de sus hijos predilectos? Dar el primer paso hacia la libertad bajo un gobierno despótico es una de las hazañas mayores que pudo intentar el hombre. Siglos enteros están las Naciones sufriendo la tiranía: muchas desean sacudir el yugo de ella, y a pesar de todo muy raras veces se encuentran un genio capaz y con valor necesario para entonar aquel precioso grito. La historia nos muestra en la mayor parte de sus páginas, sino guerras dictadas sólo por el capricho y la ambición, cuyos hechos se transmiten a la posteridad por monumentos y otros signos de perpetuidad ¿con cuánta más razón no deberemos perpetuar los de nuestros libertadores cuando éstos no tuvieron otro fin que el de dar la vida a su Patria sacándola de la más degradante esclavitud? Sólo un horror a la opresión, y un patriotismo a toda prueba, pudo hacérseles tomar la determinación que tantos bienes ha producido ¡Qué conjunto de virtudes se necesitaba para pensar solamente empresa de gran magnitud! La pequeñez del numero que emprendió este plan: los obstáculos para ganar prosélitos: rodeados de espías y de hombres que no se avergonzaban de llevar insignias debidas al soplo y a la ruina de

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sus compatriotas: la timidez de muchos que aunque con buenas ideas estaban anonadados: la oposición eficaz y poderosa de Corporaciones y clases privilegiadas, todas son circunstancias, todo contribuye a realzar más y más el mérito de aquellos ilustres campeones, a quienes con la propiedad de los Titos y los Vespacianos debemos llamar padres de la patria. Los que hayan registrado la historia de nuestros últimos y tiempos y visto nacer la revolución Americana: los que presenciaron sus progresos y hoy palpan sus resultados, se asombran de esta obra insigne de regeneración política. Si debe reputarse grande y heroica atendidos los esfuerzos de la primera época, no lo es menos por los de la segunda. Disueltos todos los cuerpos: rotas las relaciones con todos particulares que contribuían a la empresa: ocupadas muchas ciudades con nuevas tropas de españoles: gozosos éstos y llenos de placer y orgullo con los inicuos triunfos que conseguía en fin, remachadas de nuevo las cadenas de nuestra vergonzosa esclavitud, se presenta otro valiente patriota y con él reanimados otros muchos logran con una velocidad asombrosa ver por ultimo a la Patria independiente de la España. ¡LIBERTAD! ¡Sacrosanta Libertad, don precioso de los cielos tú fijaste ya tu residencia en el nuevo mundo, tus formas las delicias de los Mexicanos! En medio del dolor con que la Nación recuerda las ocurrencias políticas tan inconvenientes como lastimosas que prolongaron esta desgraciada época, se complace en el esplendor y gloria inmortal adquirida por un heroico esfuerzo de sus mejores hijos: Por esto, los tiempos dichosos que alcanzamos deben hacernos olvidar el recuerdo amargo de las pasadas luchas entre la libertad y la tiranía y sólo tener presentes siempre los inestimables bienes que aquella nos ha proporcionado. Ese sacudimiento general que el heroico grito de Dolores excitó en los espíritus adormecidos por trescientos años en la calma de la servidumbre, de que sólo pudo despertarlos el conjunto de extraordinarias circunstancias que concurrieron en aquella época y difícilmente podrán verse repetidas en la serie de muchos siglos es el mayor y más precioso beneficio que nos resultará: la ciencia del gobierno antes desconocida y extraña entre nosotros desde entonces comenzó a cultivarse con los

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intereses que inspiraba el amor a la patria: todas las nociones sociales todos los sentimientos generosos, todas las ideas que a virtud de la ilustración después se han desarrollado tan portentosamente deben su origen a aquel primer impulso que recibió la nación en el estado de su mayor inercia. Por el salimos de la opresión y disfrutamos en su plenitud del ser que nos concedió naturaleza; por él la agricultura, la industria, y demás fuentes de la pública felicidad prosperan; por él, se acabo el monopolio que hacia España de sus manufacturas: nuestro comercio es libre, y nuestros puertos están abiertos para el Asia y la África la América y todas las naciones de la Europa menos la orgullosa Iberia; por el fanatismo; causa principal de nuestros males huyo despavorido, y el antiguo edificio amenazando ruina, camino rápidamente a su destrucción desplomándose con su propio peso; por el finalmente, ya no tiene quien le sostenga, ni el despotismo, ni la tiranía, ni la adulación, ni las pasiones viles, ni la ignorancia, ni las preocupaciones. Se pasaron ya los tiempos en que gemimos bajo un poder absoluto y una dominación extraña; llego por fin la época memorable en que restituidos al ser de hombres, somos gobernados por nosotros mismos: acreditemos con nuestra conducta que la libertad de las naciones es bien compatible con la tranquilidad y seguridad de los pueblos; nuestra unión firmeza y moderación formará su mejor apología, y con estas virtudes jamás presentaremos el triste cuadro del desorden y la anarquía. Los españoles, aun no pierden la esperanza de reconquistarnos creen que estamos divididos y ardiendo en una guerra civil. ¡Insensatos! Los Mexicanos todos amamos la libertad, convenimos en las mismas bases, tenemos los mismos principios; si hay divergencia de opiniones es en los puntos accesorios, pero estamos todos conformes en morir por la independencia y tenemos aquella unión de que resulta la fuerza. Una nación grande, entusiasta, generosa, y que se encuentra en tal situación, es indestructible y a nadie teme. Permanecen aun teñidas en sangre las espadas con que nuestros valientes militares abrieron en los campos de Tampico la ancha tumba que tragó a los invasores. Conciudadanos; no olviden jamás que la libertad tiene también su fanatismo no menos perjudicial que el religioso, y un estrecho

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camino entre dos precipicios opuestos. ¿Quién podrá olvidar con las tristes lecciones de la historia que no hay sino un paso de la libertad a la licencia de la licencia a la anarquía y de la anarquía al despotismo? Con la subordinación a las leyes se asegura el ejercicio de esa misma libertad se evitan los abusos que empezarían por deshonrarla y acabarían por destituirla: aquellas la acompañan esencialmente y la fijan de tal modo que ni los que gobiernan, ni los gobernados pueden traspasarla impunemente. Sin esta fuerza moral, sin esta escala de derechos y deberes respectivos no puede existir sociedad alguna, y faltaría aquella unidad que se requiere para marchar hacia la senda que nos marcarán nuestros héroes. Seamos pues sumisos a la ley, respetemos las autoridades bajo todos estos principios que sancionan la razón, la sana política y las luces del siglo acreditaremos al mundo entero la seguridad y carácter con que sostendremos siempre la independencia y el honor de nuestra cara patria. DIJE.

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DISCURSO PATRIóTICO que En la Plaza Mayor de San Luis Potosí PRONUNCIó LUIS G. GORDOA el 16 de septiembre de 1831. Aniversario del grito de Dolores. Spi

Conciudadanos:

“Hay sucesos y recuerdos cuya grandeza es de tal manera sublime y santa, que no es posible calificarlos sin debilitar la admiración que se les debe”. Tal es sin duda el del 15 de septiembre de 1810 cuyo aniversario solemnizamos hoy con tanto regocijo. Pero la admiración no es el único ni el más digno homenaje que debemos tributar a los esclarecidos fundadores de la Independencia. El homenaje que exige su augusta memoria, y el más digno de la Patria, es el justo aprecio que hagamos de la rica herencia que nos han dejado. Independencia y libertad: esta es la obra de nuestros héroes, obra grandiosa y admirable bajo cualquier aspecto que se le considere, pero que sería imposible examinar en todas sus partes en el corto rato en que me es concedido el honor de ocupar vuestra atención. Me limitaré solo a recorrer aunque sea rápidamente sus principales bases. Indicar los gérmenes de engrandecimiento público contenidos en la independencia y libertad; reunirlos en un pequeño cuadro, o formar de ellos como un ramillete para colocarlo respetuosamente en la tumba de nuestros héroes. Yo confío en que la sublimidad de la materia y la energía de los sentimientos que excita en vosotros el glorioso recuerdo de este día, hará que la frialdad de mis expresiones pase sin ser advertida. Pero antes de todo permitidme, conciudadanos, que os interrumpa en un momento en vuestro regocijo, llamándoos la atención hacia los tiempos que precedieron al venturoso día 15 de septiembre. La memoria de los males que pasaron siempre, nos hará gozar más en la independencia que poseemos.

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¿Cómo pudo ser que nuestras desgracias tuvieran su origen en el suceso más grande y más memorable en los fastos del género humano, el descubrimiento de Colón? Pues así fue; ese suceso debido a un genio extraordinario, lejos de producir las ventajas que la humanidad, y la civilización debían prometerse, solo sirvió para saciar la rabia de los conquistadores, sumergir este hemisferio en una abismo de males, y establecer en el un sistema cuyo objeto era perpetuar la ignorancia, y la esclavitud que nuestros opresores llamaban fidelidad y obediencia. Tal fue la suerte de casi todo el nuevo mundo, y México, nuestra adorada patria, tuvo la desgracia de ocupar en primer lugar la cruel atención de nuestros dominadores. Redoblaron en consecuencia sus esfuerzos, y apuraron su ingenio, fecundísimo en el arte de oprimir, para remachar más nuestras cadenas, de manera que no pudiera ocurrirnos ni aun la tentación de romperlas. Nuestro país fue puesto en la incomunicación más absoluta respecto del mundo civilizado, y quedo más separado de él por el régimen colonial que por la distancia. Bajo este sistema tan cruelmente calculado, unas generaciones se sucedían a otras en un silencio sepulcral, sin que nada turbara la criminal posesión del gobierno que nos oprimía, y sin que nada pueda contar la historia de esos tiempos, sino es la serie de los Bajaes, que se renovaban sin cesar por temor de que alguno se cansara de oprimirnos. En este estado, Conciudadanos, no teníamos patria ni Gobierno, porque el español no podía llamarse nuestro, sino en cuanto que el recogía el fruto de nuestros sudores y trabajos. El suelo hermoso en que habíamos nacido no nos pertenecía: nuestra patria era la España, nuestro Gobierno el español, y nosotros les llamábamos españoles, como los criados suelen llamarse con el nombre de sus amos. ¿Quién hubiera osado llamarse mexicano? Este nombre que tan justamente nos inspira ahora un noble orgullo, era entonces una marca de oprobio y de desprecio. ¡Tal era la abyección y abatimiento en que el pueblo se veía postrado, y tan funestas así las consecuencias de la conquista y del sistema colonial peor aun que la conquista, pues que no dejaba otra existencia a nuestra patria, que la que tuvieron Pompeya y el Herculano bajo la lava del Vesubio! A pesar de tantas densas tinieblas y de un yugo tan pesado, el sol que apareció en nuestro horizonte el 16 de septiembre de 1810

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encuentra nuevos hombres. Un puñado de libres han proclamado la noche anterior la existencia de la Patria, arrancando el velo a los Mexicanos y descubriéndoles sus derechos y el secreto a sus fuerzas. ¡Qué espectáculo tan interesante para los amantes de la humanidad y de la justicia presenta ese puñado de héroes, que va a vengar a todas las generaciones que se han sucedido durante trescientos años de vilipendio con que se les ha tratado, de la abyección en que se les ha tenido, de la arbitrariedad y despotismo con que se les ha abrumado! ¡Y qué contraste tan digno de notarse entre el ejército que va a romper el yugo español y el que nos lo impuso! Cortés y sus secuaces huyendo la ignominia y el cadalso que los perseguía en su patria, se lanzaron desesperados en nuestro territorio y prevalidos de la superioridad de sus armas, y auxiliados de la perfidia y de la crueldad más inaudita desolaron el país. Ciegos de rabia, y sedientos de oro inmolaron víctimas a millares. Sí, a millares, pero millares de incautos, sencillos y casi inermes Mexicanos. Hidalgo y sus esclarecidos compañeros llenos del entusiasmo más puro, fuertes por su justicia, sin más escudos que sus pechos, sin otras armas que sus brazos van a romper las cadenas más duras y pesadas que jamás han oprimido a Pueblo alguno, y marchan a combatir un tirano casi invencible según las ventajas y recursos con que cuenta. ¡Cuán dignos erais ínclitos héroes de 1810, cuán dignos erais ínclitos de haber sido coronados con la empresa! Y lo habrían sido, conciudadanos si el fanatismo, aliado nato e inseparable de la tiranía no hubiera lanzado sus tremendos rayos contra los patriotas. Aquellos mismos rayos que en Europa han despedazado cetros, depuesto y humillado monarcas poderosísimos. En consecuencia se encendió el fuego de la discordia entre los Mexicanos. La lucha se hizo sangrienta, las glorias de la Patria en esta época fueron siempre precedidas de la devastación y de la muerte. Con tan funesta división la Libertad no podía triunfar, y así se vio su causa casi perdida, o perdida enteramente, pues las manos que la sostenían eran invencibles, incapaces de hacerla progresar. Pero entonces se presenta en la arena un joven digno del triunfo a que aspira. Repite en Iguala el grito de Dolores: Independencia proclama, y en esta vez independencia, repite todo corazón mexicano. Marcha al frente de un ejército que su genio había formado. Disipa la

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resistencia, desarma la tiranía, y sin sangre, y sin estragos, acompañado siempre de la dicha y de la gloria, en seis meses lleva a cabo la obra comenzada en Dolores. Así, compatriotas, esta segunda época fue toda gloriosa para la Patria, porque el genio de Iguala tuvo la destreza de desatar aquel nudo que había resistido a los esforzados golpes de tantos héroes. He aquí pues, a México fuera de la nada. Ya no es una colonia, ya no es un Pueblo insignificante y como inerte que sólo recibe el movimiento de la España, llorando y pagando los desastres de ésta, y celebrando sus glorias, o más bien remendando su alegría, según lo ordenaba el Gabinete de Madrid, pues no nos era lícito aplaudir otra cosa, ni podíamos celebrar sinceramente sucesos extraños, que nada nos interesaban. México se ha convertido en una Nación independiente y Soberana. Su Gobierno es propio, nacido de ella misma, y por un acto de su soberanía. Es un Gobierno verdaderamente nacional, y que por lo mismo tiene identificados sus intereses con los de la Nación. Un Gobierno que debe buscar el bien público por todas partes y no un Gobierno como el español que sólo nos consideraba como una rica heredad. Pasó ya el tiempo, en que el jefe del gobierno se vaya a otro hemisferio a gozar tranquilo y en el seno de los placeres el fruto de su inicua rapacidad. Ahora la inexorable opinión espera a que los funcionarios desciendan del puesto a que la ley los ha elevado, y la suerte menos desgraciada del que haya abusado del poder, será verse perseguido de la execración sin saber donde ocultar su pesada existencia; así como al contrario el que haya llenado los deberes de la ley será el objeto de admiración y de aprecio de sus compatriotas, y la patria en su reconocimiento arrancará su nombre del sepulcro para pasarlo a la posteridad lleno de gloria. México repito, se ha convertido en una nación independiente, y un nuevo orden, una nueva administración se establece en su seno que va a formar los resortes y arreglar los movimientos de esta interesante asociación, cuyas necesidades serán en lo sucesivo pronta e inmediatamente atendidas, sin que tengamos ya que “atravesar millares de leguas para no encontrar de la otra parte del océano, más que la injusticia”.

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México es independiente, y por el mismo hecho esta levantada aquella excomunión política en que se le tenía respecto del mundo civilizado, presentando entonces una nueva semejanza con Pompeya y Herculano. Pues así como en el descubrimiento de estas ciudades se encontraron las casas, los teatros, los templos y hasta los utensilios que servían en el siglo I de la era cristiana; así entre nosotros se encontraron en el siglo XIX usos y costumbres del siglo XVI y hasta palabras anticuadas cuyo significado era desconocido de los modernos españoles, que aquí se habían conservado sin alteración y se usaban con frecuencia. México al fin es independiente, y como tal se presenta y proclama a la faz del mundo para que se le tributen los honores debidos a toda nación soberana. ¡Qué sorpresa debió causar a la Europa una metamorfosis tan repentina tan gloriosa, y de tanta influencia en la política y aun en la prosperidad de sus pueblos! Las principales naciones la saludan, la felicitan y la colocan en el rango que le pertenece. ¡Gozaos pues, manes augustos de los héroes de 1810! ¡Vuestra sangre está vengada! ¡Vuestra cara patria se ve al fin colocada en la misma línea que la Prusia, que la Austria, que la Francia, que la Inglaterra! Sin embargo, Conciudadanos, la obra de Dolores no está aun consumada. México es independiente, es verdad, pero la España y la Turquía lo son igualmente, y los héroes de Dolores no pelearon por una independencia a la Turca o a la Española. Ellos querían una independencia con libertad, y la nación que penetró perfectamente las miras y adoptó las intenciones de sus hijos predilectos quiso también libertad. En vano se pretende distraerla de tan santo objeto con el brillo y esplendor de las Cortes. La nación tiene bastante perspicacia para descubrir por entre ese brillo y esplendor los fierros del despotismo. En vano se le oponen y exageran los desastres atribuidos a una revolución heroica que “va dando la vuelta al mundo” difundiendo un torrente de luz por todas partes y arrancando siempre alguna presa al despotismo. La Nación tiene bastante discernimiento para separar los principios de su exageración y de su abuso; y sobretodo su imparcialidad le hace reconocer como origen de esos horrores la feroz rabia del Feudalismo, que viendo su muerte inevitable quiso en su desesperación hundir a la Francia y perecer con sus enemigos antes que ver el triunfo

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de la razón y de la filosofía. Y qué ¿Un árbol cuyas robustas raíces se habían extendido durante setecientos años no había de causar estragos al arrancárselas? En vano en fin se la lisonjea con las teorías más halagüeñas de una monarquía constitucional, y en vano los defensores de este sistema creen triunfar de la inexperiencia de la nación, poniéndole a la vista la perspectiva brillante, pero única que ofrece la monarquía más rica, más poderosa y mejor organizada de la tierra. El sentido común de la nación se resiste a creer que pueda haber alianza entre el lobo y el cordero, que puedan combinarse la libertad y el despotismo; que se pueda vivir tranquilo al lado de una fiera, que para la felicidad pública sea necesario divinizar a una familia mientras viva. Acaso esa teoría es demasiado sublime, pero séalo cuanto se quiera, lo cierto es que si no se puede asegurar que un pueblo de dioses se gobernaría democráticamente, menos se podrá decir que se gobernaría leonino constitucionalmente. El ilustre ejemplo de la Inglaterra no la seduce. La nación lo contempla atónita y le parece tan digno de admiración como funesto en su imitación. Se admira como la libertad y el fanatismo ha podido levantar un edificio tan sólido y majestuoso. Como ha podido dictarse esa constitución entre los himnos de la libertad y el cántico de los salmos que cada uno interpretaba a su manera. Pero en cuanto a imitarlo, la nación sabe que la ilustrada Francia en cuarenta años de indagaciones y experiencias no ha podido encontrar el secreto de ese gobierno. Luis XVI fue víctima de la lucha que provocó con la libertad. Napoleón, que arrancó a los franceses la libertad por la gloria, murió prisionero en Santa Elena por no haber querido volver a los franceses esa misma libertad. Carlos X quiso con astucia robar a la Francia la libertad bajo cuya condición fue admitida su dinastía, y en tres días fue puesto fuera de combate. La pobre España hizo dos veces el mismo ensaye y por desgracia del género humano, el resultado no fue el mismo que el de la Francia en 93. El pérfido Fernando triunfó tal vez para muchos siglos. En Nápoles... ¿Pero para que buscar ejemplos extraños? México hizo una experiencia semejante y le fue bien dolorosa. El genio de Iguala... ¡Libertad Santa! No desampares jamás a un pueblo que ha sacrificado en tus aras cuanto tenía de más precioso y de más caro.

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Después de ese memorable acontecimiento se acabaron para siempre todos los proyectos, todos los pensamientos y hasta las tentaciones de monarquía. Los gabinetes mismos de Europa han debido deponer en Padilla sus pretensiones de regalarnos un Rey de los muchos que le sobran. Desembarazada la Nación de tropiezos y teniendo a la vista por una parte los males de un centro de administración demasiado retirado, y convencida por otra que el fin de las sociedades es el bienestar de los que las componen, quiso constituirse de manera que los Mexicanos hicieran el menor sacrificio posible de sus derechos, y que todos gozarán igualmente de los dulces frutos de la Independencia. Adopta pues esa combinación sublime, que ha acabado de quitar el prestigio a las monarquías, haciendo que una Nación diseminada en un vasto territorio pueda reunir a un tiempo las ventajas de la democracia y la fuerza de una monarquía: la Federación. He aquí, pues, que en la inmensa superficie de nuestro hermoso país, se aparecen como por encanto una multitud de pequeñas asociaciones independientes unas de otras en su organización interior, y de cuya reunión resulta el gran todo de la Nación. En cada una de esas asociaciones hay un centro de gobierno que es como un foco de luz, una administración sabiamente establecida que derrama por todas partes los óptimos frutos de la libertad. Tornad ahora la vista, Conciudadanos, hacia nuestra situación en tiempo del régimen colonial, y comparándola con la actual veréis que se parecen, como el espectáculo de una noche oscura y tempestuosa, al que presenta una noche clara, con un cielo sembrado de estrellas, presididas por la brillante luna. En esta confederación desconocida hasta ahora en Europa se ha asegurado el goce de todos los bienes de la libertad. La seguridad personal es una base sacrosanta de nuestra Constitución. Nuestras propiedades no están sujetas ya a la rapacidad de los Gobernantes, y podemos cultivarlas y engrandecerlas sin infundir celos al poder. Por qué no hay que dudarlo “la voz, propiedad, es una de las que los verdaderos tiranos no pueden oír sin ira, porque ella les descubre los límites de su potestad. Conocen que para ser plenamente dueños de todos los hombres, tienen necesidad de serlo también de todas las cosas. Se estremecen al aspecto de un

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propietario, si no se reservaron los medios de empobrecerlo. Muy al contrario una potestad legitima, conocerá, si es ilustrada, que peligra en el seno de una población infeliz, y que para atraerse el apego de los que están bajo su gobierno debe más particularmente hacerlos apegados a lo que poseen, y que tan lejos de ser nunca raptora de sus propiedades, debe salir siempre por garante de ellas”. Esa misma seguridad de las propiedades ha roto las cadenas que ataban a nuestra agricultura, y poseyendo el suelo más feroz que se ha conocido, y bajo la influencia de todos los climas, podremos nacionalizar las diferentes producciones con que la naturaleza ha enriquecido las otras partes de mundo. Y si el aspecto actual de nuestros campos en su estado de incultura y de rudeza es tan bello por solo el lujo de la vegetación, ¿Cuál será el que presente cuando venga ayudar a la naturaleza, cuando la industria añada nuevo vigor a la fecundidad de la tierra, cuando la civilización y la cultura refinando el gusto y los placeres campestres, no se contente con ofrecer a la vista las producciones que sirven para cubrir las necesidades ordinarias, sino que quiera añadir las que tanto halagan los sentidos con aquella compostura, aquel orden y aquella simetría que combinada con la variedad, y ocultándose en la naturaleza misma, realza tanto su belleza? Esa misma libertad se extiende a todas las arte y a todo género de industria, y ya comenzamos a sentir su benéfica influencia. Varias asociaciones, cuyo objeto es vivificar la industria derramando por su conducto la riqueza y la comodidad por todas partes, se han instalado en diferentes estados, y no ha muchos días que llenos de la más tierna emoción hemos sido testigos de un espectáculo semejante en nuestra Capital. Pero si los bienes físicos son tan ricos y abundantes en nuestra confederación, los que tienden a cultivar y elevar el espíritu son del todo inapreciables. En los gobiernos absolutos, y sobre todo en un sistema colonial nada se persigue más que la ilustración; pero un gobierno cuya existencia está fundada en los derechos del hombre, se consolida más a medida que las luces se propagan; así pues la libertad del

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pensamiento no tendrá más límites entre nosotros, que los que le oponen la religión y la naturaleza misma. En consecuencia se mejorará la educación pública y recibirá toda la perfección de que es susceptible. Los conocimientos de la lectura y escritura se harán comunes. Las ciencias útiles abrirán nuevas carreras al talento y a la aplicación, sin que estén ya reducidas como hasta ahora, a elegir entre el foro y el altar. La Legislación se purificará del moho que la cubre, y sacándola de la parálisis en que se halla, se le hará marchar a la par del tiempo. La bella literatura nos regalará con todos sus tesoros, y podremos dedicarnos a ella, así como a cualquiera otro estudio sin temor de ser sepultados en un calabozo de la inquisición o arrancados de nuestra patria. A los dones sociales que hemos recorrido se agrega otro que le sirve como de apoyo, o de garantía y es la igualdad legal. No aquella igualdad anárquica y enemiga de la felicidad social por la que se quiere rebajar u oprimir las clases superiores hasta el nivel de las últimas, confundiéndolas todas para no hacer más que una sola, y destruyendo así las relaciones públicas y domésticas que hacen la armonía y orden de la sociedad; sino la igualdad de la ley, o lo que es lo mismo, una justicia igual para todos, de manera que no haya una raza de privilegiados y otra de sacrificados. No, nada de aristocracia de sangre: esa es la que contradice a la naturaleza, la que se opone a la justicia, la que retarda la civilización y embaraza la prosperidad de los pueblos. Por lo demás las repúblicas tienen también sus aristocracias, y desde luego la primera es la del honor y la virtud. Esta es la aristocracia propia de las repúblicas, como la de sangre lo es de las monarquías. Son también aristocracias de la repúblicas la del mérito hacia la patria, la de la industria, la del talento, la de las riquezas, porque todas estas cualidades harán distinguidos a los que las posean, y según que las hagan influir en el bien común, así merecerán más, o menos el respeto y consideración de sus conciudadanos. Finalmente esa igualdad legal, y por consiguiente todos nuestros derechos, están defendidos por el baluarte inexpugnable de la imprenta, de ese don celestial, y comparable sólo con el de la palabra.

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Ese derecho, que es uno de los más sagrados en nuestro sistema, nos era desconocido en los tiempos de opresión, sino es en ciertos silabarios con privilegio, o cosas semejantes. Pero no es extraño: la imprenta es el arma que más ofende a la arbitrariedad: la que descubre por el rastro, y la persigue sin descanso hasta su total exterminio. ¡Heroicos defensores de la Independencia! La posteridad cantará vuestras proezas, vuestra constancia, vuestro valor y denuedo, pero ella derramará lágrimas de gozo y de ternura, al contemplaros formando caracteres de madera para denunciar los abusos e ilegalidad del poder que combatíais. Sin embargo, esta arma es muy peligrosa y se necesita mucha destreza para manejarla. ¡Dichoso el pueblo que no tenga que servirse de ella! Pero la Imprenta produce otros bienes tanto más apreciables, cuanto que son mayores mientras más inalterables se conservan el orden y la armonía de la sociedad. Ella mejora las costumbres, perfeccionando la moral. Difunde por todas partes los conocimientos útiles y los encantos literarios. Asegura los inventos, y no sólo extiende sus ventajas con una velocidad eléctrica a todas las generaciones presentes, sino que las perpetua para las futuras; en fin así como el sol en el mundo material, así la imprenta en el intelectual, todo el lo ilustra, todo lo vivifica, todo lo fecunda. La filosofía, la historia, la legislación, la economía política, las ciencias todas, las bellas letras y las bellas artes. He aquí las cosechas de la imprenta, y mientras más ricas y abundantes, mayores serán los progresos de la civilización. ¡Felices nosotros cuando podamos contar por millones los pliegos impresos en cada una de las partes indicadas de los conocimientos humanos, como se verifica en las naciones cultas de la Europa! Eso probará que los principios de la prosperidad social están ya bien nacionalizados en nuestro país; o lo que es lo mismo que las admirables instituciones que hemos adoptado a consecuencia de la Independencia, estarán ya defendidas por la invencible fuerza de la costumbre. Cuando llegue esa época venturosa los progresos de nuestra patria sorprendentes e incomparables sin que puedan calcularse por los que hace ahora la civilización europea constantemente retardada por las cortes, la nobleza y otros embarazos semejantes; pues que

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entonces en la nuestra no habrá ningún esfuerzo retrogrado, ni peso alguno que la detenga en su vuelo; y con todos los elementos sociales y todos los que la naturaleza puede ofrecer, ¿Cuál será la altura a que se remonte? ¿Qué inteligencia humana podrá medirla o abrazar en su comprensión ese feliz porvenir? Pues bien, Conciudadanos: ese porvenir de felicidades sin fin que se presenta delante de vuestra vista, es la obra comenzada en Dolores. He aquí la deuda que tenemos que pagar, y no hay más que un medio para que el homenaje de nuestra gratitud corresponda a la inmensidad del beneficio: apreciarlo, conservarlo y cultivarlo. No olvidemos para esto que la libertad es la raíz de todos los bienes sociales, y que el suelo de la libertad no se fecundiza sino bajo la influencia de la paz. Libertad y Paz: he aquí, pues, en dos palabras toda la felicidad nacional, y el secreto de asegurarla y aumentarla sin cesar. Que cada generación haga florecer estos bienes, y en cada generación se aumentará la prosperidad nacional que es el monumento más augusto y más magnífico que la patria reconocida puede levantar a sus grandes hombres y el que más dignamente eternizará su memoria. HE DICHO.

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DISCURSO QUE EL CIUDADANO LUIS GUZMÁN, PronuncióEl 16 de septiembre de 1833, en la Plaza Mayor de la capital de San Luis Potosí

en celebridad del glorioso grito de Independencia dado en Dolores por el inmortal Hidalgo. San Luis Potosí, 1833 Imprenta del Estado en Palacio, a cargo del ciudadano J. Ignacio Cisneros. 1833

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ndependencia Nacional! He aquí un suceso, cuya importancia y grandeza se recomiendan por sí mismas. [Exmo. Señor Gobernador] ¡Independencia Nacional! He aquí el glorioso acontecimiento que conmueve nuestros espíritus, y fijando en ellos la memoria de ilustres hechos y de acciones heroicas, activa el fuego del amor patrio, eterna fuente de virtudes y civismo. Enciende la emulación y noble entusiasmo, y creando un sentimiento tan profundo, como universal forma el lazo indisoluble que une a los habitantes del Nuevo México con los de Veracruz, a los de Yucatán con los de Californias, y hace uno mismo el interés de millones de seres racionales. ¡Terminó la dominación española en el Nuevo Mundo! Día feliz; momento venturoso que da principio a las glorias de la Patria de los Aztecas. Época memorable que la historia del género humano consigna en sus fastos como el establecimiento de un orden nuevo, como la sanción de los derechos del hombre. ¡Es libre el país ultrajado por la avaricia de los vándalos de Cortes! Anuncio terrible que hace estremecer a la tiranía en su asiento mismo y arranca de sus impuras manos el cetro de hierro tan duro como la esclavitud, tan pesado como tres siglos. ¡Libertad, Libertad, Sacrosanto Nombre, repetido por la vez primera en el Anáhuac el 16 de septiembre de 1810 aun resuena en nuestros oídos tu eco majestuoso, aun se conserva en nuestros pechos el inextinguible ardor que entonces encendiste; y a tu mágico y encantador acento nos reunimos el día de hoy después de 23 años a recordar con júbilo tu nacimiento venturoso.

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¿Pero a quién Ciudadanos, será dado formar el elogio digno de los ínclitos varones que con denodado esfuerzo, pronunciaron la halagüeña voz de Libertad? ¿Cuál será el lauro que merezca orlar las sienes de aquellos genios que inspirados por el numen divino de la Patria, formaron la heroica resolución de arrancarla del feroz yugo con que la insolente España la oprimía? ¡Ah! Que los respetables nombres de Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo, sean repetidos por la gratitud nacional hasta en las últimas generaciones de la gran familia mexicana. Que el conocimiento de sus beneficios se transmita sin cesar de padres a hijos. Que la imitación de sus heroicas virtudes forme en nosotros el carácter público que como barrera insuperable estrelle las maquinaciones de la caduca Europa, y nos haga conservar siempre ileso el sagrado depósito de la Independencia y Libertad ¿Genios divinos que presidís los destinos de los héroes, animad los rasgos de mi pluma, para que no parezca un criminal atrevimiento que el último de los Mexicanos hable el día de hoy de el valor de ellos su constancia su amor a la Patria, y de tantas otras virtudes que los hicieron sacrificar cuanto el hombre tiene de más precioso por la felicidad de sus contemporáneos, y de una quizá ingrata posterioridad. Inspirándome los acentos de la más pura gratitud al presentar los inestimables bienes que nos proporcionaron cuando tremolaron en sus valientes manos el estandarte de la Libertad en el más oprimido de los Pueblos en la Nación digna de serlo. Si la emancipación de la República Mexicana, si el sacudimiento de la dominación Española como la mayor parte de los sucesos humanos hubiera dependido de la causal combinación y concurrencia de causas y circunstancias felices y no de los esfuerzos hechos por sus hijos, según ha creído la política española para no salir jamás del pernicioso error de la conquista. Si fuera racional juzgar que la astuta política, que los resortes del poder en toda su extensión, que el más celoso y suspicaz cuidado por conservar el dominio de las colonias diese por resultado preciso y necesario en tres siglos y a un solo leve impulso su Independencia y Libertad. Aun en este caso cuanto eran dignos de la admiración y gratitud públicas los que guiados por su amor a la Patria se hubieran aprovechado de aquellas felices circunstancias, los

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que hubiesen ocurrido a este grande acontecimiento. Para juzgarlos dignos de ser colocados en el número de los héroes nos bastaría sólo fijar la atención en el oprobioso estado de que nos han librado, y en el que actualmente gozamos. El contraste que forma la esclavitud y la Libertad, la Colonias y las Naciones libres constituirán sus incontestables derechos a las distinciones debidas al mérito y a la virtud. Pero ¿A dónde llegará nuestra gratitud al ver que la Independencia Mexicana no fue la obra de felices casualidades, no fue un suceso común, fue un ser todo nuevo creado por el heroísmo de aquellos genios sublimes cuyos nombres están escritos en el gran libro de la vida de las naciones. Un ser enteramente nuevo producido contra las combinaciones ordinarias por esfuerzos sobrehumanos, y venciendo para ello obstáculos insuperables. En efecto: el glorioso grito de libertad dado en Dolores, no fue el principio de los goces que proporciona, fue si, la voz de alarma, dada a la tiranía, fue el anuncio de una lucha sangrienta para arrancar de sus garras esa parte preciosa del mundo que llamaba suya y que había sellado por todas partes con el signo de la esclavitud. Nuestros opresores se arman con la funesta llama del exterminio y de la muerte. Invocan al genio triste y espantoso de la guerra. Reúnen en su socorro cuantos recursos les franquea su prolongada dominación. Los cálculos de la política les predicen un éxito favorable, y creen por consiguiente ser fácil destruir en un momento y sofocar en su principio la halagüeña voz que tanto los ha estremecido. Bajo estos auspicios entran decididos al combate. ¡Ah! El hermoso astro del día que por centenares de años había visto el oprobio e ignominia en que yacíamos, agobiados nuestros cuellos con el duro peso de las cadenas que había sido testigo de nuestras lágrimas tantas veces derramadas ya no mandará sus apacibles luces a nuestras campiñas; ya no alumbrará nuestras ricas y majestuosas sierras sino para verlas teñidas e inundadas con la sangre heroica de los valientes hijos del Anáhuac que los ministros de la venganza Española derraman a torrentes. Es para ellos un delito hacer ver nuestros imprescriptibles derechos; es un crimen haber padecido en el continente americano; se hoyan sin respeto ni pudo la justicia y fe públicas; se proscriben solemnemente los derechos de gentes y de

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guerra; pueblos inocentes son entregados al furor sediento de sangre de los vengadores del yugo español que la vierten a raudales sin consideración a sexo ni edad. Pueblos numerosísimos son quintados o diezmados, la piedad de aquellos bárbaros son los cadalsos; su humanidad la befa y escarnio con que insultan a los infelices que conducen al cadalso; se pone en venta la vida y libertad de las personas, felonía horrible, atentado que se hará increíble a las naciones menos cultas. El robo, el estupro... pero corramos un velo al cuadro fatal que presentan diez años continuos de una guerra cruel, nuestros tiranos en ellos renuevan los pavorosos días de los Carlos y Felipes, y así como al oprimir nuestras playas la inmunda planta de Cortes, España sacrifica centenares de generaciones, encendió hogueras, arruinó, taló y jamás escuchó el suspiro de la inocencia para establecer su pérfida dominación. Así también y de la misma manera por principio que arreglan siempre la conducta de los tiranos se repiten las mismas escenas de horror se multiplican los delitos para conservarla cuando se vea amenazada de su pérdida irreparable. Se difunde el terror y el sobresalto entre todos los Mexicanos y de este modo se pone un dique que contiene los progresos de los héroes, encuentran éstos para seguir su sublime empresa en lugar de un camino fácil y seguro una subida embarazosa llena de horribles precipicios. No desmayan a su vista, oponen el valor a la pericia militar de sus enemigos, su constancia y firmeza a la muerte que tantos modos se les prepara, la humanidad y justicia a la barbarie española y de este modo resueltos a sacrificar su vida en aras de la Patria, marchan con sus ángeles tutelares con paso majestuoso entre tantos peligros y dificultades. Pero no son solo los que les oponen la fuerza física de una guerra cruel y ominosa los obstáculos que tienen que vencer para su heroica empresa, aun se les presentan enemigos más poderosos que combatir. La opinión pública, esa roca inexpugnable que aterra y confunde a los tiranos; ese sólido apoyo de los gobiernos justos y benéficos: ese reino universal a cuya augusta presencia se han hecho pedazos tantas veces los aceros de los opresores, esa misma confundida por un trastorno de ideas el más lastimoso y cubierta con las preocupaciones de tres siglos, oponía un muro insuperable a la causa de los Libertadores

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de la Patria. El Fanatismo Europeo trasladado a México por desgracia en las naves de Cortés juzgaba a los monarcas personas identificadas con la divinidad, y a los pueblos sus esclavos por naturaleza. Tan degradantes ideas eran el fundamento de la educación de los Mexicanos, se les inspiraban desde su más tierna edad y como sus primeras impresiones el hábito que forman se aumentaba con la edad ellas pues constituían el espíritu público. No es pues de extrañar que a merced de esta fatalidad, que los españoles consiguiesen dividir a los Mexicanos de los Mexicanos mismos, y por una conducta tan odiosa como aquella con que Cortés separando a Tlaxcala de México dominó a México y a Tlaxcala hiciesen pelear a los Americanos contra si mismos y contra la libertad de su país. Armaron a la Nación contra la Nación misma; sangre americana se vertía en todos los encuentros y por todas partes y en teatros tan lúgubres sólo el español burlándose de nuestra inocencia miraba risueño y tranquilo nuestra ruina y total devastación. Vuestros derechos defendemos, exclamaba el primer héroe de la Libertad (al ver esta división) los españoles a quienes seguís, sólo quieren vuestra ruina, y completa perdición, uníos a nosotros, cuyos intereses son los mismos que los vuestros y la guerra es sólo de un día. La opinión pública de los Mexicanos llegó a ser de tanto peso y dificultad, contra la Independencia de la República, que los impávidos defensores de su libertad, que miraban con desprecio las huestes vencedoras de los Españoles, temblaron en el Congreso de Chilpancingo al hacer la solemne declaración de nuestra Independencia; miembros muy respetables de aquella ilustre corporación, se opusieron a acto tan augusto porque no se completase la desunión de los Mexicanos; a pesar de que así lo exigía la más decidida justicia y la más santa de las revoluciones. En tan críticas y difíciles circunstancias, oponiéndose a la heroica empresa de la armas de los españoles, el extravío de la razón ¿A qué medios ocurrir? ¿Cómo formarlo y dirigirlo para construir la verdadera opinión pública en el estruendo del cañón y contra la astuta y capciosa política de los mandarines? El cielo mismo parece que pelea contra los héroes. La Religión ese ángel divino bajado para consuelo de los hombres, ese libro santo que inspirado por dios sostiene los derechos de los pueblos, increpa eficazmente a los tiranos, que

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amenaza a los opresores; ese mismo cubierto con el hipócrita manto de los Reyes, condena a los héroes ya a la causa que defienden como enemigos del crucificado y sus dogmas; sus ministros se constituyen agentes de la tiranía. Los padres de la Patria luchando contra tantos enemigos, víctimas de la más negra traición son sacrificados por la crueldad española, y parece que arrastran a su tumba las libertades de la Patria. En vista de esto, de las dificultades y obstáculos insuperables que se ofrecían, disculpemos a la rastrera política haber creído que era imposible nuestra emancipación, que la revolución quedaba terminada, y asegurado para siempre el exclusivo dominio del infame Carlos IV. Pero no os entreguéis al dolor y a las memorias tristes, hijos de Capác y Cuahutémoc. El horrendo crimen que se ha cometido derramando la sangre de los héroes, prepara un torrente impetuoso de castigos a los tiranos; tan costoso sacrificio no es inútil, vive Dios. Los padres de la Patria han hecho esfuerzos heroicos, y su muerte lejos de apagar la llama de la Independencia, la ha encendido más y más. De sus mismas cenizas parece que nacen mil héroes que animados de su mismo espíritu, y reproduciendo el valor de Xicoténcatl y la prudencia de Magiscatzin, anuncian a los tiranos la pérdida de la preciosa joya que han usurpado. Morelos, Matamoros, Rosains, Victoria y otros muchos, reúnen sus esfuerzos, arrojan el grito de venganza y libertad, y resuelto a hacer el mismo sacrificio que los que les han precedido, espantan como un terrible trueno a los tiranos, corren por mil carreras gloriosas de una a otra parte de Septentrión, y los pueblos vuelan a unírseles, y ardiendo en la santa ira que causan los crímenes y ultrajes padecidos se aprestan gustosos a la sangrienta lid a que los guían. Los Mexicanos van conociendo sus verdaderos intereses, el espíritu público se va reuniendo. La pericia militar se ha conseguido a costa de afanes inmensos. Se organiza un gobierno representativo, se entablan relaciones con la patria de Washington, cuna de la libertad americana. Todo anuncia un porvenir lisonjero y la total ruina del despotismo. La aura pura de la libertad se difunde por la vasta extensión de nuestro continente, y con sorpresa y admiración de España, y atónita la Europa entera, la ve correr por el Golfo, e ir a purificar quizá por primera vez las playas del viejo mundo. Llega al adusto clima de Inglaterra y

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haciéndose sentir de un joven español, se resuelve a unir su suerte con los americanos y a seguir el ejemplo de los padres de la patria. El valiente general Mina cuyas proezas ocupan un tan distinguido lugar en la historia de nuestra emancipación, abandonó una patria bárbara e injusta, y adoptó por suya la naciente República que en recompensa le da un asiento entre sus héroes. Después de muchos años de repetidos combates, parece que los tiranos cansados de derramar tanta sangre, suspenden por un instante el estrépito de las armas, en este momento de reposo se rectifica más y más el espíritu nacional contra un Gobierno de opresión. Entre tanto un ilustre mexicano, un soldado siempre victorioso, un héroe tan constante como decidido; en las fragosas sierras del Sur, conserva encendida la llama santa de la Independencia para que no se extinguiese con el inmundo hálito de los opresores. El invicto, e inmortal C. General Vicente Guerrero, tan firme como las rocas que habitaba, tan virtuoso como el modelo de patriotismo, fue el conservador de la Independencia, el restaurador de los derechos nacionales. Así es que cuando el héroe de Iguala secundando la dulce voz de la patria que le decía “hijo mío sálvame”, se puso bajo sus banderas; creyó, y creyó con justicia que su más firme apoyo debía ser el vencedor del sur. La patria pues para recoger los óptimos frutos de los afanes y fatigas de sus héroes, para hacer por primera vez, experiencia de sus fuerzas y soberanía, para hacer el grande y decisivo movimiento contra los representantes de los conquistadores, se puso bajo la dirección de estos dos Ilustres Caudillos, y ellos con un valor sin ejemplo, con una prudencia inimitable sin derramar una gota de sangre, la conducen en un momento al templo de la inmortalidad. Y en un momento fijan el estandarte de la Independencia en la corte de los virreyes. ¡Dichoso instante, objeto de tantos deseos, precedido de tantos sacrificios! Los Mexicanos tienen patria, y patria libre e independiente. ¡Héroes todos sacrificados a la barbarie Española, separaos un momento de la alta gloria que obtenéis y reuníos a vuestros hijos para contemplar la obra de vuestras manos, el precioso fruto de vuestra muerte... todo anuncia los venturosos días de placer y prosperidad: Iturbide y Guerrero, Héroes ilustres en triunfo... ¿pero que triste recuerdo perturba nuestra alegría?... Iturbide y Guerrero... ya no existen... la muerte, el cadalso...

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atroz delito, horrendo crimen... no, no es de aquel lado de los mares de donde vino la ejecución de tamaño atentado, multitud de Mexicanos enemigos de las glorias de su patria, envidiosos del triunfo de los héroes, son los que lo han cometido, son los que los arrojaron a la tumba... sombras sublimes que bagaís de Yucatán a Tamaulipas, pidiendo venganza, aplacaos, la Nación toda os reconoce por sus Ilustres bienhechores, por sus númenes tutelares... ¡Patria, patria que la injusticia y el crimen de unos cuantos Mexicanos no manche jamás el manto majestuoso con que te ostentáis a la faz de las naciones. Coronaste con lauro inmortal a Iturbide y a Guerrero, y su memoria será eterna en el corazón de tus buenos hijos. Una sucesión no interrumpida de varones ilustres, columnas firmísimas de la libertad nacional, fue uno de los resultados que produjo la resolución de los Héroes de Dolores, resultado que era necesario para completar la grande obra de la Independencia, con baluartes tan inexpugnables, ya se pudo proclamar sin temor a los tronos de Europa: la igualdad de todos los habitantes del continente, la soberanía nacional, independencia identificada con la más completa libertad civil; estas fueron las sólidas bases en que cimentaron el edificio social. He aquí el sistema representativo, popular, federal, como el inapreciable don de los padres de la Patria, como el inestimable, y precioso legado que dejaron a sus innumerables postreros. Sólo por este gran beneficio merecen los héroes se les erijan los altares de eterna adoración. Un sistema de Gobierno, que conserva la dignidad de los hombres, que consagra y venera los derechos de todos, que se funda en la justicia, y la razón como su carácter distintivo. Que desconoce la odiosa aristocracia que forman los privilegios, las casualidades o la preocupación, que no da superioridad, sino al verdadero mérito, y a las virtudes; un sistema en que los funcionarios, no son los Señores de los pueblos sino sus protectores los defensores de sus derechos y libertades por sin duda el mejor presente, el mayor beneficio que se ha podido hacer a la especie humana. Es al mismo tiempo el más análogo, y conveniente a un país tan prodigiosamente extendido como el nuestro, y en que las diferencias locales, y de costumbres, hacen muy distintas las necesidades del habitante de Morelia y el de Jalisco del de Puebla y el de Tamaulipas. Es también el medio quizá único de remediar los

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males inmensos ocasionados por una administración tan distante como las costas de Cádiz. Independencia con esclavitud no es lo que apetecemos. independencia con libertad. Independencia bajo el sistema popular federal; esta es la grande obra trazada en Dolores en 1810, levantada en Iguala en 1821, y concluida en México en 1824, esto es el resultado de la acertada opinión pública, este es el voto universal de los Mexicanos. Pero nuestra historia presenta ya hechos bien singulares; hechos que no son del orden común. En el 12º año de nuestra Independencia, cuando ésta debía estar ya consolidada sin peligro ni temor alguno, cuando debíamos gozar tranquilos las ventajas, e inmensos bienes sociales, del divino sistema adoptado hace nueve años entonces, una porción de Mexicanos ingratos, y que por su ejercicio, más que otros debían contribuir a la conservación del edificio social, bajo las sólidas bases de independencia, y libertad pretenden arrancar de fundamento éste mismo majestuoso edificio, para sepultar en sus escombros, los derechos imprescriptibles de los pueblos. Seducen son el falaz canto de las sirenas a la nación para que deje la majestuosa marcha que ha emprendido, y de un paso retrogrado que la haga descender con rapidez, a ser atada con las mismas cadenas que quebrantaron los héroes de la Independencia. Intentan aletargar el entusiasmo nacional con esperanzas quiméricas, y con los equívocos conceptos de religión y Centralismo. Pero no será: pasó ya el tiempo en que se podía alucinar a los pueblos intimidándoles los dogmas, inventados por la tiranía. Conocen ya estos sus verdaderos intereses, están persuadidos que es imposible un cambio del gobierno establecido sin la ruina total de la nación. Conocen que dejar un sistema libre por otro despótico es ponerse a disposición de un tirano extranjero o del país. Es excitar la irrisión de las naciones Europeas que tienen fijas sus ambiciosas miradas en la conducta que observamos en esta lucha, de un carácter tan enteramente nuevo en su catálogo de nuestras disensiones domésticas. El despotismo militar ha recibido escarmientos dolorosos cuando la nación reunida se ha opuesto a sus perversas maquinaciones. Ella ha hecho experiencia de lo que puede su respetable opinión, y nuestra unión íntima es el camino que debemos adoptar. Confianza

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decidida en los depositarios del poder que nosotros mismos por una feliz combinación del sistema hemos depositado en sus manos, sacrificio de viles pasiones y de miras personales, en el altar de la patria son las que aseguran su triunfo. Aun no se interrumpe la serie de varones ilustres de hombres beneméritos que comenzó en 1810. Vosotros mismos ciudadanos estáis bajo las alas protectoras de dos de estos genios privilegiados. Ved al uno sabio, firme, prudente, humano y generoso hacer la felicidad del Estado que preside. Vedlo amante decidido de las libertades públicas, defender con frente serena vuestros derechos, y hacer huir aterrorizados a los defensores de los fueros. Ved al otro protector constante de los pueblos azote de los tiranos sufrir las penalidades de la campaña lucha aun contra la naturaleza misma por darles libertad. A su presencia sola se disipa el oscuro nublado de la tiranía, y vuelve cargado de laureles entre el júbilo y placer de sus conciudadanos; dejando afianzada la libertad en el inmenso terreno que hay desde nosotros hasta el último puerto del Golfo. Sus nombres serán grabados en los agradecidos corazones de los potosinos. Existe para exterminio de los tiranos el ilustre vencedor de Tampico el excelentísimo Señor Presidente Ciudadano Antonio López de Santa Anna, tres veces ha sostenido la libertad amenazada de su patria. Se le prepara un nuevo triunfo que agregar al lauro inmarcesible que la corona. Ha dado ya la voz de la salvación, exige nuestra correspondencia a tan heroico grito, y el héroe que consolido para siempre la Independencia mexicana, en las ardientes playas de Tampico en 1829 asegurará también para siempre la libertad federal en las escarpadas sierras de Guanajuato en 1833. Se preparan ya los halagüeños días de paz y prosperidad, de placer y de abundancia a la patria de los Mexicanos para conseguirlos, sea este solo su acento. Viva la Independencia, viva el sistema representativo, popular federal, vivan las autoridades constitucionales.- DIJE.

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ARENGA CÍVICA QUE el 16 de septiembre de 1838, aniversario del glorioso grito de Dolores PRONUNCIÓ en memoria de él en la Plaza MAyor de San Luis Potosí,EL CIUDADANO MARIANO ROMERO elegido al efecto por la Junta Patriótica

Gaceta del Gobierno de San Luis Potosí. Domingo 8 de octubre de 1838, núm. 41

E

l Hacedor Supremo, el Omnipotente Jehová desde el principio de los siglos, había señalado con dedo infalible un día de gloria para los Mexicanos. Es vano el débil esfuerzo de un puñado de ambiciosos frenéticos osaron oponerse a un Decreto irrevocable escrito en el libro de los tiempos. La aurora apacible de la libertad anunció sus primeros destellos sobre el Pueblo de Dolores, después de 57 lustros de ominosa esclavitud. ¡Conciudadanos! Les veo reunidos en derredor de mí para escuchar un suceso grande y admirado de las viejas Naciones de Europa. Entregaos en buena hora a los tiernos y puros sentimientos del regocijo; experimentad las dulces emociones que produce la memoria grata de nuestra suspirada emancipación; más permítanme interrumpir por un momento las efusiones de su alegría, con el recuerdo de los padecimientos de nuestros Héroes. ¡HIDALGO, ALLENDE, MORELOS, MATAMOROS! ¡Padres todos de la Patria! ¿Cómo encarecer vuestros costosos sacrificios? ¿Serán bastantes mis confusas expresiones para describir sus hazañas? El eterno designó un caudillo ilustre que arrojará al Despotismo. Independencia pronunció el inmortal HIDALGO el 16 de septiembre de 1810 y este augusto hombre transmitiendo un eco por todos los ángulos del nuevo continente, infundió el sacro fuego en el noble pecho de los Mexicanos. Esta palabra mágica, cuyo poder irresistible obró

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prodigios de valor, estremeció al coloso de la tiranía. Un terror pánico se apoderó del espíritu sobresaltado de los Sátrapas del Gobierno godo, y en tanto que el asombro y pavorosa confusión ocupaban el ánimo del virrey Venegas, mil y mil ciudadanos abandonaban presurosos sus hogares para alistarse bajo el sagrado estandarte de la Libertad. El amigo deja a su amigo; el hermano a su hermano; el esposo a su esposa, y aun el indio apático arroja la esteva y el arado, y vuela a engrosar las huestes destructoras de la cadena y la ignominia. El avaro gabinete desplegaba más allá de los mares los subterfugios de una política rastrera; pero el amor de la Patria estaba esculpido con caracteres indelebles en el generoso seno de los verdaderos habitantes del país de los Aztecas, y lo que es más, la providencia protegía su justa causa. Un gobierno teocrático militar, que poseía las riquezas nacionales, consolidado en sus principio, fuerte por sus propios elementos, y de consumó con el horrendo tribunal que apellidaba de la fe, había jurado la destrucción de un Ministro del culto que cambiando la estola por la espada en defensa de los derechos imprescriptibles de hombre, alargaba su benéfica mano a los infelices que yacían sumidos en el envilecimiento. A la fuerza se oponía el entusiasmo, y en tan desigual lucha la victoria fuera obtenida por los opresores; más ya se los he dicho, el eterno velaba sobre la suerte de los defensores de la Libertad. En las llanuras de Celaya, confirmaron aquella elección divina, proclamando universalmente por jefe al modesto Párroco. ¿Vean aquí su misión legitimada? Un solo acto de la soberanía de los Pueblos ha producido una terrible metamorfosis. El Héroe de Dolores, superando toda clase de obstáculos, consiguió sobre sus enemigos repetidas victorias. No aquejaré sus oídos con la pintura triste y patética de los horrores, depredaciones y crímenes cometidos por los satélites de un gobierno caduco que jurara la más cruel enemiga y la ruina y aniquilamiento absoluto de nuestros libertadores. Un tribunal abominable cuya existencia insultaba a la Divinidad, prodigaba con inaudita insolencia las sugestiones del más refinado fanatismo. Los más terribles anatemas fueron fulminados contra los autores de nuestra emancipación con vilipendio del evangelio mismo.

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Pero era tarde; la llama inextinguible del amor patrio, había derramado por todas partes sus luminosos rayos. HIDALGO, como la estrella del Norte, marcaba la senda preciosa. Tremoló en Guanajuato el estandarte escarmentando a sus enemigos; llegó a las Cruces, saludó a México desde su cumbre, y una victoria completa después de la más horrorosa batalla, le abrió las puertas de la Capital. ¡Padre de la Patria! ¿Qué te detiene? ¿Qué fatal desgracia suspende el rápido curso de tu brillante carrera? Reina el terror en la Ciudad, y la tiranía tiembla en su Alcázar. El crítico momento se aproxima... pero... ¡ay!... era necesario que el héroe se ofreciese en holocausto. Sí, compatriotas, allá en la eternidad estaba fijado el precio a que habíamos de comprar nuestra inapreciable manumisión. HIDALGO regresó sepultando en las Cruces sus victorias y llevándose con sus soldados los suspiros de los Mexicanos. Volvió sus ojos para no ver más el hermoso Valle de Tenochtitlán. ¡Campos de Aculco y Calderón!!! Ustedes han testificado los esfuerzos de la execrable tiranía. Su seno depositó la preciosa semilla que produjera el árbol deseado. El Gobierno liberticida no perdonaba medio por reprobado que fuese, y lo que no consiguió en el combate, tuvo éxito por medio de la ruin artería. En Monclova una traidora junta decretó en club nocturno la infame venta de nuestros libertadores. La atroz perfidia, revestida con el manto sagrado de la amistosa alianza, consumó el más horrendo y criminal proyecto, y los amigos de la libertad, fueron entregados a sus más encarnizados enemigos. Triunfó la infamia en Acatita de Baján, y nuestros hermanos fueron sacrificados con el Campeón ilustre, a la ambición y al despotismo. He aquí cumplidas las sabias disposiciones del grande Arquitecto del Universo. Teseo se ofreció en sacrificio a su idolatrada Patria, Atenas, e HIDALGO, fue la víctima inmolada por la suya, en las aras de la libertad. Los tiranos le despojaron de la vida, pero no le arrebatarán, no, la inmortalidad. ¡Alentaos Conciudadanos! De sus cenizas veneradas renacerán los héroes, y la orgullosa presunción de los criminales vencedores de la Norias será vengada. Sus miserables asesinos, no quedarán impunes.

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MINA, TERÁN, GUERRERO y otros, inflamados por sus mismas desgracias, sostuvieron la fe política del héroe malhadado. Una decuria entera de constancia en la campaña preparó el complemento de nuestra común felicidad. ¡Oh si fuese posible marcar todas las huellas de nuestros padres! Ellos reciben en esta fiesta el homenaje de la Nación reconocida. Un genio sublime; el héroe de Iguala; el inmortal ITURBIDE apresuró el gran cambio, y pasó término a la desgraciada servidumbre de los Mexicanos. Se consolida la opinión general; se forma de repente el espíritu público; los pueblos reconocen sus derechos, y el trono de la dominación se desmorona. Llegó el día suspirado. Recuerden el 27 de septiembre de 1821. El sol brillante doraba las cumbres elevadas del majestuoso Popocatépetl que ostentaba la blancura de sus eternas nieves. La suave brisa de una bella mañana, agitó la vez primera el Trigarante pabellón, a la presencia de 20 mil valientes. El semblante halagüeño de los ciudadanos, los multiplicados convites de la amistad, los placenteros cánticos de los trabajadores al compás de los estrepitosos instrumentos de su industria, y en fin, el júbilo difundido por las calles, plazas y campos, anunciaban de un modo inequívoco la existencia de una época dichosa. La Nación, señora de sus destinos, entró al rango a que era llamado por el número de sus habitantes, los recursos de un suelo privilegiado, los talentos de sus hijos, su ventajosa situación en el Globo, los derechos que había sostenido con ardor, y en fin, porque así plagó al cielo. Multitud de laboriosos emprendedores volaron a partir con nosotros en cambio de las delicias de nuestro suelo, sus luces, su experiencia y trabajo personal. Las naciones más civilizadas del mundo antiguo nos han llamado a su amistad proclamando nuestra existencia política. Vean aquí el resultado de los esfuerzos de nuestro Padre; ellos no necesitan de nosotros para ser inmortales. Esos hombres cuyos restos venerables regirá siempre el llanto mexicano, no sólo tendieron a nuestra Independencia. Conocían muy bien que es inútil sacudir el yugo extraño si no se adquieren las virtudes sociales, y que si los Pueblos no mejoraban de condición, la libertad sería quimérica. ¡Compatriotas!,

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aun no se ha llenado el objeto de nuestros mayores; nos hemos extraviado de la senda que ellos nos mostraron, y si nuestros yerros, efecto de la inexperiencia de nuestra juventud política, son disculpables a los ojos de la filosofía, no podremos arrancar los hechos de las páginas de la historia. En vez de perfeccionar la obra grande de nuestros antepasados, la hemos desfigurado. Su complemento no es el odio recíproco, la ambición desmesurada y la sed de empleos; no la barbarie, ni el luto fraternal, ni la persecución de nuestros propios hermanos; no lo es por último la mutua división, ni las facciones destructoras de nosotros mismos. Sin fraternidad, sin unión, no hay independencia. Acuérdense que nuestras disensiones alentaron al Gobierno español para tentar en Tampico la efímera empresa de un nuevo yugo. Nuestros bravos unidos, escarmentaron con generosidad los quiméricos conatos de Barradas. ¡Lejos de mi el criminal designio de remover odios funestos que reprueba nuestra santa Religión! Si hoy les recuerdo nuestro pasado abatimiento, es sólo para que conozcan los males de que fuimos librados, y aborrezcan la presión que los causaba; más guardaos de extender su indignación a los que nos acompañaron a sufrirlos. La influencia benéfica de la Filantropía, penetró los ocultos senos de la añeja preocupación; rasgó el denso velo de un orgullo injusto; niveló los derechos del género humano, sujetándonos al dulce imperio de una ilustrada filosofía; aniquiló las inocuas pretensiones del ambicioso conquistador, incompatibles con las luces del siglo XIX, y en fin, la vieja Metrópoli doblegando su cerviz erguida y desdeñosa a los clamores repetidos de la sana razón, de la necesidad, y la justicia, reconoció la Soberanía de sus antiguas colonias. ¡Qué contraste! Une sus esfuerzos a los de los ingleses americanos para sacudir el yugo de Inglaterra, a la vez, que bajo el sistema de una política tortuosa, quiere perpetrar su dominación entre nosotros. Se resiste a sacar de la tutela a sus Pupilos, y hacina males sobre males, desgracia sobre desgracias.. Aun experimentamos los resultados funestos de un cálculo tan erróneo. Bajo los auspicio de una Patria madre, hubiéramos saboreado los óptimos frutos de una emancipación anticipada y oportuna, y el mexicano jamás hubiera aparecido cafre u hotentote a los ojos injustos

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del Prusiano Paw, del inglés Robertson, del alemán Kirler, del italiano Lama, del español Murillo, y en fin a los del malicioso y presumido francés Chevalier. Nuestras revoluciones intestinas no se habrían interpretado efecto de la ignorancia supina; los progresos de nuestra civilización, no serían el lujo destructor, ni la corrupción de las costumbres nacionales; los sueños sofísticos de Hobbes, Diderot, Holback y Alembert no hubieran prostituido nuestra preciosa juventud; las teorías brillantes de una economía política inconveniente e innecesaria por ahora entre nosotros no hubieran postergado las sabias ordenanzas que edificaron la hacienda en nuestro país sobre el sólido cimiento que la experiencia de tres siglos, y por último, nuestra existencia política, la Independencia de la República y el honor nacional, no serían insultados con la prueba ofensiva del poder de una Nación orgullosa. ¡Qué! ¿Les sorprende Conciudadanos? ¿Extrañan escuchar de mis labios una verdad desnuda? ¡Pluguiese el Cielo que me fuese posible describiros con lisonjero aspecto nuestra virilidad política! Inexpertos en la difícil ciencia de la legislación, hemos probado casi todos los sistemas sin podernos consolidar. La utilidad de la oposición que acrisola los buenos gobiernos se ha convertido en principios fijos de su destrucción. Los partidos que forman la balanza interior de los Estados y que sirven de dique a los avances de la arbitrariedad y del poder, entre nosotros han degenerado en facciones desastrosas, que difundiendo el horror y la consternación por todas partes, han agotado aun los elementos de la riqueza nacional. La efervescencia tumultuaria de las más innobles pasiones ha perpetuado la horrorosa anarquía. Los ... pero... baste ¡Conciudadanos! Depositemos en las oscuras tinieblas de un silencio eterno la triste serie de acontecimientos que han hecho verter tantas lágrimas a nuestra querida Patria. Aprovechémonos de la experiencia que nos proporcionan los sucesos lastimosos que han producido los desvaríos de un optimismo que en vano hemos procurado, y contentémonos con haber conservado nuestra costosa Independencia. Se los repito Mexicanos. La codiciosa Francia fija sus ávidos y torvos ojos en nuestro fértil continente; aguza sus largos colmillos para enclavarlos en las pacíficas entrañas de la República, y saborea

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con anticipación el sabroso bocado de su deseada presa. Un monarca ambicioso enemigo de los sistemas populares, tal vez intenta destruirlos en el nuevo mundo, y establecer en México su odiosa dinastía. Pretende acaso, realizar sus inocuos proyectos abusando del candor y generosidad con que hemos abrigado a sus súbditos, y el ciego agente de las avanzadas pretensiones de Luis Felipe, es el orgulloso Barón Deffaudis. Investido con el carácter respetable de ministro plenipotenciario, aprovecha la primera oportunidad que se le presenta para poner en práctica las instrucciones de su amo. Se ausenta de la capital de la República; aparece con general sorpresa a bordo de la capitana de una escuadrilla de guerra de su Nación, y faltando a la dignidad y formalidades de su elevado empleo, dirige al Supremo Gobierno con la calidad de ultimátum una nota forjada en el consejo del rey de los franceses, por el presidente y ministro conde de MulLa insolencia depresiva de la representación Nacional, las más exóticas e injustas pretensiones para favorecer la ambición de cuatro aventureros que proyectan hacer fortuna con la generosa hospitalidad de los Mexicanos. La arbitrariedad más inaudita de parte de un gobierno que blasona de ilustrado. La intervención más desagradable en nuestra política interior, la vilipendiosa denegación para construir un arbitraje que terminase las diferencias suscitadas entre dos potencias que aun carecen de un pacto solemne legalmente autorizado por el derecho de las Naciones. La parcialidad más reprochable de parte de un Gabinete interesado en la indemnización que califica debida, sin la justificación necesaria, constituyéndose en tribunal competente para fallar con las armas en la mano a favor de sus propios súbditos; la temeraria liquidación de cantidades que solo se fundan en le simple dicho de los peticionarios. Las amenazas humillantes que se prodigan si se dudase en acceder a un solo punto del ultimátum apoyado en el derecho de las fuerzas navales, sobre cuyo alcázar un Barón insolente dicta como señor condiciones infames, y por último, la insoportable vanidad de este ministro altanero que cree ofendida su susceptibilidad, como los emperadores tiranos de Roma que castigaban a los que escupían junto a sus estacas, son actos que bajan la dignidad de la Nación; vulneran los derechos de un pueblo soberano, transgreden las leyes del país, hoyan sus instituciones; empeoran

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la condición de los ciudadanos, ofenden las luces del siglo, agravian la ilustración de la Europa, y en fin escarnecen al género humano. Tan monstruosa conducta sólo es digna de la rapacidad del Beduino, del despotismo musulmán y de la fiera rusticidad del Tártaro. Se exige una dependencia inmediata de la Francia, bajo estipulaciones vergonzosas y degradantes que quieren titularse tratados de amistad y de comercio, y se propone a los Mexicanos la triste alternativa de la guerra de la infamia. Se declaran bloqueados todos los puertos de la República; los Buques nacionales, sen presa de la violencia de los cruceros enemigos; se traspasa el derecho de gentes tantas veces invocado en aquella original pieza diplomática, aun con el mero hecho de no realizar la ridícula declaratoria del capitán Bazoche, cuando sus buques no son la vigésima parte de los que se necesitan para el completo bloqueo, y con toda la arrogancia compasiva de un Sultán, se permite a nuestros infelices pescadores el libre ejercicio de su industria para faltar traidoramente a esta promesa persiguiéndolos casi hasta las playas de Veracruz. “La Francia confiada en su buen derecho, no quiere aniquilar a México con el peso de su poder” dice oficialmente el fanfarrón marino. ¡Soberbio atrevimiento! Tan ridícula vanidad excede a la pueril locura de Alejandro. El buen derecho de la Francia, se apoya en el poder del fuerte sobre el débil, el buen derecho de la Francia estriba en la ambición y avaricia de su soberano, y el buen derecho de la Francia, se compone de la suma del de los conquistadores. Sí Mexicanos, nuestras divisiones intestinas, la ignorancia de lo que puede un pueblo que ha creado su libertad, y siete millones de hombres que no se conjeturan muy distantes del estado de la simple naturaleza son los fundamentos que constituyen unas reclamaciones tan gratuitas como exorbitantes. La Francia no esperaba la decorosa repulsa que ha recibido. Deseaba con ansia que el estólido mexicano supeditara un pretexto honroso para justificar a los ojos de la Europa una agresión completa. Creía santificar el derecho del bandido, con los efectos de una exaltación funesta. Luis Felipe torpemente engañado reconocerá contra su voluntad, nuestra digna conducta, el honor y prudencia del Gobierno

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Supremo, y la previsión exacta para burlarnos de los lazos ocultos de una política mezquina y depravada. Empero ¿Qué deberíamos esperar de una nación que se empeña en perpetrar nuestras cadenas? ¿No nos consta sin poder dudarlo, que aun no ha reconocido de un modo terminante nuestra existencia política? ¿Ignoramos los pasos del príncipe de Polignac con la Inglaterra para convocar de nuevo el congreso de Aix-la-Chapelle, con solo el objeto de ocuparse de los medio de nuestra reconquista? ¿Podremos dudar de la generosa oposición del Ilustre Caning, de la influencia decidida del Duque de Liverpool, de la constante defensa de nuestros derechos en las cámaras de los Pares y comunes interpuesta por el Marqués de Lansdown, y los esfuerzos elocuentes de Lord Mackintosh? ¿Carecemos de la noticia de las instrucciones secretas del Duque de Ranzan dadas al Coronel Golabert en París para someternos de nuevo al ominoso yugo? ¿Se nos oculta la declaración del gabinete de Washington contra la Santa Alianza? ¿Qué pues extrañamos? ¿Qué puede sorprendernos de la torticera política del pérfido gabinete, que prometiendo protección a los valerosos soldados que se sacrificaron en las riveras del Ester, obra de consumo para borrar la Polonia del catálogo de las naciones; que en la costa de África envidioso de la posesión de los Ingleses en Gibraltar, a pretexto de vengar el abanicazo de un Bey conquista a Argel, que coadyuva a la depredación de nuestro territorio en Texas por medio de los habitantes de las márgenes pantanosas del Mississippi; y en fin que usurpa el de nuestros hermanos en Buenos Aires? La Independencia de México ha costado el sacrificio de muchos millares de valientes, y el exterminio de cerca de treinta mil Iberos esforzados; su conservación y la perpetuidad de sus sacrosantos derechos vale tanto, como la suma de las gotas de sangre enrojecidas con el aliento postrimero de los hijos todos de Anáhuac. No os importunaré con la prolija enumeración de las inconsecuencias de la Francia, no hablaré de la consideración que esta, por simpatía de Gobierno, dispensa al gabinete de Madrid en las reclamaciones que los franceses interponen por las exacciones del Pretendiente. Nada diré de la sentencia de la corte Real de París sobre las indemnizaciones de los saqueos de aquella ciudad, que pone

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en claro la superchería del imprudente Deffaudis. Dejemos al político profundo hacer la apología de este Ministro presuntuoso, cuya refinada malicia cuadra perfectamente con su funesta nombradía. No olvidemos que las naciones todas nos contemplan. Unámonos estrechamente en derredor del Gobierno Supremo, y no temáis, porque escrito está que un pueblo acostumbrado a gozar de su soberanía, nunca sucumbe. Acreditemos que el valor, el honor y la moderación, son virtudes características del mexicano ilustrado. Esperemos la voz de alarma de nuestro primer Magistrado para romper los diques de nuestra reprimida indignación, y demostrar prácticamente a los agresores, lo que puede un pueblo que conoce sus derechos. Nos sobran elementos para el exterminio de nuestros enemigos. ¡Ay de aquel que ose profanar el suelo regado con la sangre de nuestros libertadores! Una muerte segura escarmentará tan temerario arrojo. Opondremos, en cada uno de nuestros pechos, un muro inexpugnable a las fuerza francesas, mientras que aun los horribles pero seguros efectos del equinoccio nos ayudan a destruir a nuestros invasores. El terrible huracán henchirá las olas encrespadas del mar proceloso, y sumirá los bajeles enemigos para no volver a aparecer más sobre su inquieta superficie. Los impetuosos vientos, chocando en dirección opuesta, producirán los vórtices y arrojarán con furia las naves para estrellarlas en nuestras duras rocas. Mil y mil corsos atrevidos llenarán el anchuroso seno mexicano, y alentados con el fruto de sus empresas temerarias, harán crujir las enemigas proas, y abatirán la arrogancia de los súbditos de Luis Felipe. Ese poder colosal con que les formidan [sic], lo disminuye el océano inmenso que separa sus costas de las nuestras. Dos mil leguas de distancia, y la enorme diferencia de climas equilibran las fuerzas del agresor y del agredido. La unión y la justicia, con los esfuerzos desesperados de un Pueblo soberano, aseguran un triunfo glorioso al mexicano independiente. Unámonos, os lo conjuro, unámonos estrechamente en derredor del Supremo Gobierno, y no temáis a los Neufchatils, Labretonieres Deffaudises, ni Bazoches. ¿La Nación que supo arrostrar tan fuertes obstáculos para lograr

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su costosa emancipación, sucumbirá cobarde a un puñado de trasatlánticos? No, compatriotas. El espíritu de los héroes de la Independencia aun alienta en el seno de cada uno de nosotros; y si el mexicano es dulce y apacible en la paz, es bravo y denodado en el combate. Imitemos desde hoy el civismo de nuestros libertadores. Practiquemos todas las virtudes sociales que hacen la felicidad de una nación. Que nuestro profundo respeto a la Religión, a la Moral y a sus leyes, la ciega obediencia a las autoridades, el más desinteresado patriotismo y nuestra recíproca y cordial unión, acrediten a la faz del mundo, la verdadera existencia de la República Mexicana. Estos fueron los votos de nuestros padres. Sus manes me escuchan. Ellos penetran las dulces afecciones que en este momento experimentan nuestras almas. Rota la nube, se han precipitado hacia nosotros para recibir la ofrenda de nuestro inmortal reconocimiento. Presentémosles el ejercicio de todas las virtudes cívicas, y será aceptado en memoria del 16 de septiembre de 1810. DIJE.

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RASGO Patriótico, que escribió el Ciudadano Lic. Ponciano Arriaga, Y pronunció en el portal de la Plaza Mayor de San Luis Potosí, el 16 de Septiembre de 1839

Gaceta del Gobierno del estado de San Luis Potosí, 29 de septiembre de 1839.

Conciudadanos:

¿Habéis oído en medio de la noche pasada, una voz adorable y excelsa que os anunciara la llegada del día inmortalizado? ¿Habéis fijado vuestra vista en el reloj inconstante de los tiempos, que se ha suspendido en una hora sagrada y misteriosa? ¿Habéis sentido la influencia benigna de una aurora risueña y apacible, cuya serenidad se interrumpiera solo por el canto de los ruiseñores que saludan al Creador? ¿Os ha inflamado la presencia de un Sol brillante y vivificador que se ha ostentado en toda su pompa, y majestad? ¿Respiráis este ambiente puro y delicado que, dilatando vuestras almas, os hace dirigir los ojos hacia el Cielo, para ver dibujado sobre nubes el escudo de las armas mexicanas, rodeado de trofeos? ¿Veis a esta naturaleza toda que con variados y primorosos celajes recrea nuestra vista, y con una pasajera llovizna ha refrescado el suelo que pisamos y amortiguado el polvo que se levantará de la concurrencia de toda clase de personas? [Pocos minutos antes de que esta locución se pronunciase, cayó en efecto una ligera llovizna que causó los efectos que se indican en este período, y dio ocasión a su autor para llamar en su auxilio el poder encantador de la naturaleza.] ¿Veis en fin a un pueblo numeroso reunirse en torno de sus magistrados y sus sacerdotes, y todos los semblantes mostrando el más dulce regocijo?... ¿Qué significan, pues, tantas señales de magnificencia y alegría? ¿Qué día es hoy compatriotas? Hoy es el día de la Patria: es la festividad augusta de sus glorias; estamos a 16 de septiembre... Mi corazón se enciende, circula por mis venas un fuego sacrosanto que devora mis ideas, y en el lugar que me honra entre vosotros, yo no sé qué deciros. Alzo mi humilde

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frente hacia las cumbres de los monumentos que atestiguan la pasada grandeza mexicana, y su eminencia cansa mi cerebro frágil que se rinde hasta el polvo para besar las huellas de los héroes. Pasa rápidamente por mi imaginación la memoria de aquellos pueblos sencillos, generosos y felices, cuyos vastos, floridos y abundantes campos daban vida común y paz envidiable a muchedumbre de familias. De aquellos pueblos medrosos, inocentes y hospitalarios que respetaban a sus conquistadores como seres bajados de los cielos, y cambiaban con ellos sus perlas, y el oro y plata de sus ríos y de sus minas, por fragmentos de vidrio y pedazos de barro. Los altares suntuosos del culto de Tloquenahuaque, los palacios magníficos de los Moctezumas y Cuahutemotzines, los timbres de sus armas, sus tesoros cuantiosos, los instrumentos de sus ciencias y sus artes, sus perfumes, su grana, sus tintes, su algodón, a mi ver son apenas imágenes de un imperio grande, rico, feliz, arrasado por una impetuosa marejada del Atlántico. Altivo el León de Iberia por que cogiera entre sus garras un Águila indefensa, la despoja de su cetro, y crujiendo sus agudos dientes, traspasa con sus afiladas uñas el corazón de la reina de la aves, que casi moribunda es reducida a cautiverio. Un velo negro, como divisa del más funesto y espantoso luto, se extiende entonces desde la Chiapa hasta el Sabina; su densidad oscureció la atmósfera de los Aztecas y aquella luz hermosa, nacida con el primer día de la creación, no brilló más para ellos en todo su esplendor. Errantes y confusos los esclavos siguen sin resistencia cualquier senda que se les apunta; la mano siniestra los conduce al abismo profundo de la ignorancia, y en el son sumergidos al golpe repetido del látigo de España. Cae después lentamente sobre el abra del hondo precipicio la mole inmensa de trescientos años, y quedan los Mexicanos sepultados para siempre en el olvido. ¿Para siempre? ¿No existe un Dios mil veces más grande que los cielos y los mares, bajo cuya planta omnipotente están subyugados los astros y los montes, y en cuya eternidad se pierden los momentos y los siglos? ¿No existe un Ser increado, dueño absoluto de todos los mundos, que se ríe de los tiranos, y con menos de un solo movimiento de su dedo terrible puede reducir a la nada los tronos

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potentes y encumbrados? ¿No tenía sobre la superficie de la tierra un ministro de los altos designios de su Providencia, a quien podía poner fuera del mísero humano límite, entrándole por la senda privilegiada que conduce al templo de la gloria? ¿No vivía en la Villa de Dolores un Párroco virtuoso, sabio, ilustre, escogido para acrecer el número de los héroes, y destinado a principiar una era brillante y venturosa de LIBERTAD E INDEPENDENCIA? Seis millones de siervos dominan en quietud, postrados al peso enorme de gruesas cadenas, la noche del 15 de septiembre de 1810: sus miembros fatigados apetecían el descanso para cobrar las fuerzas y continuar al día siguiente la dura tarea de un existir ignominioso y degradado; y muy lejos de pensar en la aurora venidera les fuese más feliz, nada les era tan apacible como el sosiego de la noche. Solo un genio profético vaticinaba el dichoso porvenir. Sólo Hidalgo, iluminado por la estrella que presidía los destinos de su patria, zozobraba en la inquietud, esperando el deseado momento de pronunciar su LIBERTAD. No bien había corrido la mitad de aquella noche terrible para los tiranos, cuando este varón de inmortal fama rompe el silencio de la esclavitud. Se coloca en el centro de un grupo de nueve compañeros, y alzando su sacra diestra hacia el Olimpo, profiere un inviolable juramento: “SER LIBRES O MORIR”. “INDEPENDENCIA NACIONAL Y MUERTE” Una pequeña cuadrilla de Pigmeos que se afrontan ante un coloso formidable, es un objeto que asombra. Levantadas así las frentes de tan pocos esforzados que hasta allí habían yacido sumidas en el polvo y la abyección, tal heroísmo no pudo menos que dejar absorto al nuevo mundo. Pero es el Patriotismo prodigioso. La voz del héroe resonó por todo nuestro continente, y penetrando las puertas del palacio del tirano, cual la del trueno aterrador, hizo que temblara el solio de un despotismo consolidado con la superstición y con las armas. Amaneció por fin el día de primavera memorado por los Mexicanos, y de aquel árbol feraz de vida y de felicidad que naciera en Dolores, pulularon vástagos preciosísimos y multiplicados que del terreno árido y desierto de servidumbre, hicieron un frondoso y alegre plantel de LIBERTAD.

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El fuego prodigioso de amor a la Patria inflamó los pechos de miles de nacientes ciudadanos, y su abrasadora flama iba ya a convertir en cenizas los muros de la Capital usurpada. La masa enorme de sesenta millares de insurgentes que en menos de cincuenta días habían ocupado la mitad de la nueva nación. Llegó hasta sus umbrales pidiendo con vigorosa voz la LIBERTAD. Los defensores del tirano huían por todas partes temblando de pavor, y el único paso que faltaba para que el caudillo ilustre enarbolase la bandera independiente, en lugar de la soberbia estatua ecuestre que representaba el absolutismo de Carlos IV, no le fue concedido por el destino ingrato. En el bosque de Chapultepec estaba la funesta inscripción: hasta aquí llegarás. La débil arena contiene todo el poder de la ola corpulenta, y la angosta carrera de los héroes tiene también un estorbo que la cierra. El hijo de Filipo murió al cumplir treinta y tres años... El héroe romano en senado pleno sucumbe a los golpes del puñal... El gran capitán del siglo XIX, ha muerto de tristeza en una isla pequeña y solitaria... ...Al mexicano esclarecido le estaba reservado morir en el cadalso por los derechos de su Patria. No de otra manera el famoso Anibal, cuando con la rapidez del viento atravesó la España, las Galias y los Alpes, y después de sucesivas victorias puso a Roma en peligro, nada más le faltó presentarse a sus puertas para que la victoria le hubiese salido a recibir en los brazos. Situado en Compañía, uno de sus Generales prometía el descanso dentro de breves horas sobre los sillones del Capitolio, y aquel día hubiera sido de los Romanos, si el valeroso Cartaginés no se hubiese dejado seducir por delicias transitorias. ¡Fatal momento de retardo!: momento que bastó para que los moribundos cobrasen vida y fuerzas, y convirtiéndose en vencedores los vencidos, no quedase de Cartago sino el nombre. HIDALGO así a las orillas de la gran Tenochtitlán que le brindaba con los laureles de la INDEPENDENCIA; enternecido de ver a sus hermanos morir en derredor del pabellón de España, suspendió la espada del inmortal Allende que vibraba ya el golpe último como presagio feliz de una entrada triunfal en la ciudad de los Mexicanos. Retrocede, y el fanatismo entonces recoge los frutos de la

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discordia cuyas semillas había esparcido por todas partes. Mexicanos con Mexicanos abren una fuente de caudalosos torrentes de sangre que vertida en las campañas y en los patíbulos, corría por los campos y por las poblaciones. “Sí tenéis sentimientos de humanidad, decía en lenguaje del Cielo el padre de nuestra Independencia, a sus compatriotas engañados; si os horroriza la sangre que ha inundado a Guanajuato y las Cruces; si amáis la libertad de vuestra Patria, separaos de las huestes europeas y uníos a nosotros. Formaremos una sólida columna de criollos donde se estrelle el poder ultramarino, y en un día veréis concluida la obra grandiosa de nuestra Independencia. Quitaos la venda fatal que os impide ver la luz; los cobardes hijos de Pelayo nos ponen a pelear unos con otros, y ellos se quedan de espectadores a lo lejos”. ¡Oh si estas palabras hubieran unido todas las voluntades y armado todos los brazos Mexicanos! Los criados de Fernando VII habrían huido despavoridos a tomar asilo en el golfo que les facilitó Cortes, y su carnívoro apetito no se habría saciado en la sangre de los hijos de Moctezuma. ¡Venegas, Calleja, Concha, Evía, Trujillo, Flon! Vuestras sombras giran en torno de los lagos de esa inocente sangre que derramasteis sin piedad. Vuestros nombres cubren de oprobio a esa nación antes bárbara y cruel donde nacisteis, y en vano una débil mujer querrá limpiar las manchas con que empanasteis el claro manto de los Alfonsos. Mientras que HIDALGO, ALLENDE, JIMENEZ y ABASOLO seguían un camino lleno de malezas, hasta llegar al termino fatal que les preparaba la discordia y la traición, MORELOS, MATAMOROS Y RAYON lucían como planetas en el Cielo del Anáhuac. GALEANA, BRAVO, GARCIA, TERAN, AVILA y VICTORIA eran estrellas fijas y resplandecientes. COS, QUINTANA ROO, VERDUZCO y otros literatos aparecían como constelaciones cristalinas; todos tenían por centro de su luz y de sus movimientos al astro luminoso de Dolores. Pero se precipita en el ocaso este Sol de Libertad; los horizontes se visten de condensa oscuridad, y una segunda tenebrosa noche de afrentosa sujeción, cubrió de pavoroso silencio la mansión de nuestros padres.

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Un lúcido meteoro solamente hacía sus exhalaciones por el sur de México: Sobrevivía Guerrero, campeón invencible, y en la espesura de las montañas mantenía la tea sagrada que enardeciendo algún día las cenizas de los héroes, causase un terremoto que aventara más allá de los mares el poder de los Virreyes. Sobre el Zenit de la húmeda México se levanta repentinamente una pequeña niebla. Se dirige hacia Iguala, y absorbiendo a su paso todos los vapores patrióticos, en breve crece maravillosamente y amenaza a los malvados con una terrible tempestad. Descarga en Iguala sus lluvias abundantes, y como la corriente del Nilo que por medio de inundaciones regladas llevaba a las tierras del Egipto las aguas, las nieves derretidas, y todas las amenidades de otros países; así las deliciosas aguas de aquella nube prodigiosa, surcando las aldeas y las ciudades, hacía revivir en un instante las flores marchitadas. ITURBIDE, el famoso Iturbide, cuyo semblante claro como la luz del día, cuerpo robusto y tan bizarro como la palma, modales dignos, decorosos e insinuantes ganaban el amor de cualquier hombre que oía su voz arrogante sonora y persuasiva. Iturbide el grande a la cabeza de todos los valientes, ceñido de una banda de tres colores y llevando en su escudo el gorro de la libertad, aclamado y victorioso en todas partes, y embarazado solamente por un concurso numeroso de gentes que corrían ansiosas a ver el rostro del héroe, cuyas sienes iban ceñidas de una diadema de laureles; Iturbide en fin en medio del gozo universal, hace su entrada majestuosa en la capital de nuestra patria, como la de Alejandro en Babilonia. Ensalzar acontecimientos admirados de todas las Naciones. Engrandecer la memoria de héroes cuyo honor y fama nadie se atreve a disputar. Retocar un cuadro pulido y primoroso que a la vista de mundo se presenta con los más vivos y esclarecidos coloridos. Asemejar al menos al divino lenguaje de las musas, al eco rumboso de la fama, o a la voz respetable de la historia, mis débiles palabras, empeño es en verdad infructuosa y superior a mis escasos talentos. Más el lugar de mi pequeñez está ocupado ya por todo el aparato pomposo de esta fiesta, y por mi balbuciente lengua suplen la dignidad y excelencia de estas ceremonias. Los ministros del Dios

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vivo que acaban de sacrificar en los altares una cándida, pura, preciosa víctima. Los padres de este pueblo virtuoso que hoy se han puesto los vestidos de gala y adornados con las insignias de Temis han venido, poseídos de un júbilo encantador, a colocar cada uno sobre las aras de la Patria una flor delicada, fresca y aromática. Esos guerreros esforzados que desde las gloriosas márgenes del Pánuco hasta los heroicos médanos de Veracruz, conducidos a la victoria por el siempre memorable Buen mexicano han abatido el orgullo y escarmentado la ambición francesa; y hoy formando uniformes y vistosas columnas, aumentan con el toque de sus diana el alborozo que poseen todas las almas. Los vates divos que inspirados de Apolo entonan en el arpa de oro de Caliope los himnos victoriosos de la Patria. Los ancianos venerables que han mandado sacudir sus vestidos, los niños juguetones, las doncellas que ostentan sus atractivos, los negociantes que abandonan sus mostradores, los artistas que dejan sus talleres; los ciudadanos todos que convocados por el mágico estruendo del cañón y el repique festivo de las campanas, corren precipitados a participar del contento público y de esta alegría común que nos enajena. Todo anuncia compatriotas, sin que yo lo diga, que la Tribu Potosina, lo mismo que toda la Nación Mexicana, celebre este día máximo, plausible, feliz, consagrado, portentoso, digno de perdurable memoria. Quiero pues yo también en día tan fausto poner mi humilde ramillete sobre el sepulcro de los héroes. Toda la riqueza de los metales preciosos que ha producido y encierra todavía la inmensa cordillera que atraviesa el continente mexicano; toda la fertilidad de nuestros dilatados, ubérrimos, dichosos, envidiados campos; todo el calor de esa nube de fuego que destierra los inviernos de nuestros climas; nuestras vidas todas y las de nuestros hijos, no pueden dar vida a uno solo de nuestros libertadores. O bien en el furor de los combates o en medio del fúnebre apresto de los cadalsos, ellos murieron llenos de placer y gloria por nuestra Independencia. A precio tan caro compraron esta joya exquisita e incomparable de la cual nos hicieron herederos. ¿No debemos estimarla? ¿Seremos tan ingratos que escribamos en el agua el elogio de nuestros padres, cuando sus venerables nombres deben tener

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por medallas todos nuestros corazones? ¿Tan pródigos hemos de ser que disipemos la inmensa fortuna que nos dejaron, tan negligentes y omisos que lleguemos a perderla, y uncidos algún día al carro de los tiranos, llenos de ignominia y afrenta, no seamos dueños de levantar siquiera nuestros ojos a los cielos para hacer una plegaria humilde? Primero un impetuoso, violento y horrible temblor de la tierra toda que se extiende desde el caluroso Yucatán hasta la hermosa Texas, convierta en polvo nuestro edificios y en llanos desiertos nuestras poblaciones, sin que de México quede más del nombre; antes que esclavizados, envilecidos, ultrajados, volvamos a arrastrar nuevas cadenas; antes que el soberbio Español, el ambicioso Francés o cualquiera otro extranjero presuntuoso quiera poner su mano osada sobre nuestro noble cuello. Rindamos el debido culto a nuestra Patria, a nuestra Independencia y libertad. Cultivemos estos árboles fecundos a la sombra de la Paz y de la Unión; y para que fructifiquen con más vigor y fuerza, podemos de ellos mismos los tiernos retoños de la moral en el pueblo y la educación de la juventud, que plantados en la tierra prometida de los Aztecas y beneficiados por hábiles agricultores, florecerán para nuestros postreros. Así formaremos poco a poco el ameno jardín de felicidad que dará vida y recreación a los Mexicanos; en cuyo centro y al pie de los más gallardos y copados cipreses edificaremos un mausoleo, cuya pirámide, semejante a las de Egipto, se levante hasta el cielo como testigo inmortal de nuestras glorias, y presente a la vista del viajero asombrado una lápida de mármol, donde con letras de oro quede grabada para siempre la siguiente inscripción: Esta es la tierra de los HIDALGOS, MORELOS e ITURBIDES; su memoria no puede perecer, porque ellos dieron a los Mexicanos PATRIA, INDEPENDENCIA y LIBERTAD.He dicho.

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DISCURSO CÍVICO QUE PRONUNCIÓ EL SR. LIC. D. VICENTE CHICO SEIN en el portal de la Plaza Principal de San Luis Potosí, la tarde del día 16 de septiembre de 1846

Imprenta del Estado en Palacio, a cargo de V. Carrillo.

¿No

ves, amada Patria como tus hijos alrededor de tu altar deponen sus odios y se juran perpetua unión? ¿Y no recuerdas que a la concordia de ellos debes tus glorias? Sí, ¡Patria mía que cese tu llanto, ya muy en breve tu frente virginal se verá orlada con los laureles de la victoria, y será vengada de los ultrajes que te hicieran tus enemigos. Efímero ha sido el triunfo de estos, y desmedido, loco y vano será su orgullo, si se han figurado que ya te tienen humillada... Más yo me divagaba, conciudadanos. ¿No estamos reunidos para hacer memoria del día en que el mundo supo, que México iba a ser árbitro y dueño de sus destinos?... ¿Pero, como prescindir, de recordar también los riesgos que hoy corre esa Independencia, proclamada por el héroe de Dolores, y consumada por el de Iguala? De ninguna manera. Si la celebración de aquel aniversario no ha de ser una pueril ceremonia, preciso es que fijemos la vista en nuestros infortunios, no para entregarnos a la tristeza sino para aprender, en nuestra misma historia el modo de remediarlos. Atado estaba México al trono de sus dominadores, con cadenas más fuertes, en sentir de un escritor, que las que han imaginado los poetas, que ligaban en el averno a Prometeo y a Sísifo; cuando un anciano sacerdote, para quien no eran incompatibles los derechos de hombre, con los deberes que le impone la Religión del crucificado, lanzó en Dolores el grito de independencia que despertó la saña del león ibero. El inmortal HIDALGO, y sus ilustres colaboradores, ALLENDE, ALDAMA, ABASOLO y JIMENEZ, emprendieron la lucha con un gobierno que contaba cerca de tres siglos de establecido,

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que tenía a su disposición rentas muy pingües, que estaba apoyado por un ejército, sujeto a la más estricta disciplina, y con un gobierno, en fin, que ostentaba como títulos de su dominación, las donaciones que le hiciera el Vaticano, y numeraba también entre sus auxiliares a la inquisición con sus fúnebres hogueras, y todos los horrores de que hacía gala el llamado Santo Oficio. Solo en corazones tan magnánimos, como los de nuestros héroes, podía caber el arrojo de que nos dieron ejemplo; pero no fue estéril. Los pueblos acudieron a la voz de sus caudillos y despreciando los anatemas de la Inquisición, y las amenazas de la corte virreinal, hacían alarde al frente de las bayonetas realistas, del calor de que estaban poseídos, y supieron vencer a las orgullosas huestes de los dominadores, en Guanajuato y el Monte de la Cruces. El éxito de esta batalla habría sido completo, si se hubiese sabido aprovechar el triunfo; pero discordes en sus pareceres los Generales patriotas acaso fue el principio de las desgracias y dificultades, que retuvieron la consumación de la empresa; y retrocediendo de las puertas de la Capital el ejército victorioso, sufrió después una derrota en Calderón que hizo presumir al Jefe del Gobierno Español que había ahogado en su cuna al palaciego intento de los corifeos Mexicanos. Sin embargo, ni ese desastre, ni el patíbulo en que fueron sacrificados los héroes de Dolores, bastaron a contener el impulso dado a la Nación y por todas partes aparecían campeones que desafiaban los peligros y hacían ver que la mejor escuela del soldado, es el campo de batalla. MORELOS, GALEANA y RAYÓN, ajenos todos a la profesión militar, se presentaron a sostener el estandarte de la Patria, y burlaron más de una vez la pericia de las tropas, que en España habían medido sus armas, con las de los vencedores de Jena y Austerlitz. Las brillantes acciones del primero, su valor y serenidad en los combates, y sobre todo, la destreza que mostró en el memorable sitio de Cuautla, hicieron que la fama publicara, que a MORELOS debían imitar, los que tuvieran noble ambición de gloria, y quisiesen merecer la reputación de perfectos generales. Pero la desgracia que perseguía a los padres de nuestra independencia, alcanzó también, al esclarecido caudillo mexicano, como a uno de ellos, al benemérito MORELOS. Víctima de un vil denunciante, fue puesto en manos de los opresores

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de su país, que después de entregarlo a los ultrajes de la Inquisición, lo hicieron expirar en un patíbulo; encontrando los Mexicanos en la presencia de ánimo con que el héroe arrostró la muerte, la prueba más auténtica de la íntima convicción que tenía de la justicia de la causa, a que había consagrado su existencia, abandonando las pacíficas funciones del santuario, para engolfarse en los azares de la guerra. Al sensible infortunio que experimentó la patria en el sangriento cadalso de Ecatepec, acompañó también la división que se introdujo entre los jefes que mandaban las tropas independientes, siendo como siempre, funesta su discordia a la causa porque peleaban y aumentándose con ella las dificultades que retardaban el éxito de la empresa, entre las que no era la menor, el tesón con que muchos Mexicanos hacían la guerra a sus compatriotas, estimando como punto de honor, según decían, el no abandonar los estandartes del Rey. Pero venturosamente, jamás falló quien tremolara la bandera nacional; y en las escarpadas montañas del Sur, desafió constantemente el invicto GUERRERO, el poder de los opresores de su patria, desechando con entereza las propuestas con que se figuraba lisonjear su ambición y hacerlo desistir de su empeño, la corte virreinal, que tenía el de presentar a su soberano, como pacífico y sometido en el todo, a su dominio, el que se llamaba reino de Nueva España. Aquel general, parecía la estrella destinada a mostrar a sus conciudadanos el camino de la gloria, del verdadero honor, y del patriotismo. En las mismas montañas del Sur, fue donde el grande ITURBIDE proclamó la independencia. Presentando a la nación el plan de Iguala, y enarbolando el pabellón de las tres garantías, convidó a sus compatriotas a unirse alrededor de él, y correspondiéndose a su invitación con entusiasmo, se encontró aislado al instante el gobierno colonial, que veía tomar parte en aquella empresa, a los oficiales Mexicanos que refutaba más fieles a la causa de España; pero que sacudidas las preocupaciones que los hacían seguir las huestes realistas, habían conocido que la Patria tenía derecho a exigirles sus servicios, y ellos volaban a presentárselos gustosos. El ilustre GUERRERO, dando como siempre, nobles ejemplos de desprendimiento, se asoció al jefe del Ejército Trigarante, a quien cedió el mando, y a la fama de ambos caudillos, acudieron también a

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engrosar sus filas todos los antiguos patriotas, debiéndose a la cordial unión de los Mexicanos la caída del gobierno español, a quien de poco sirvieron las legiones que de la Península había traído en su auxilio, y con las que se proponía sustituir el apoyo que le prestaban las tropas del país, no ocultándose a los gobernadores, que al fin los soldados Mexicanos, que seguían los pendones de Castilla, llegarían a escuchar la voz de su patria, y se apresurarían a romper las cadenas que la sujetaban al continente europeo. En vano el Gobierno colonial apuraba sus recursos, convocaba a la lid, excitaba desconfianzas entre los patriotas, y aun era depositado por la soldadesca peninsular en manos de otro jefe, deponiendo al virrey. Nada era capaz de resistir el simultáneo esfuerzo de un pueblo unido, en que viéndose todos como hermanos, solo aspiraban a la independencia nacional; a ese bien, que tanta sangre había costado, y que bajo los felices auspicios de la unión, se consiguió en siete meses de un paseo militar, más bien que de combates, saludando a la Patria independiente en 27 de septiembre de 1821, el héroe que en febrero del mismo año proclamó el Plan de Iguala. Ese plan, y los tratados que se celebraron en la Villa de Córdova, erigían a México en Imperio, y llamaban al trono un príncipe de la dinastía de Borbón. Pero rehusados por España los llamamientos, y declarada por el Congreso mexicano la nulidad de ellos, por haberse hecho sin el consentimiento de los legítimos representantes de la Nación, quedaron expeditos los derechos de esta, para constituirse de la manera que le acomodase, y reunido un Congreso, con tan grandioso fin, expidió la Constitución Federal en 4 de octubre de 1824, aceptándola los pueblos con júbilo, y demostrando con su entusiasmo, que los diputados, a quienes encargaron aquella delicada misión, supieron corresponder a su confianza. ¿Cómo pues, constituida la Nación, ha sufrido tantos vaivenes, y aun no acaba de fijar sus destinos? ¡ah! Compatriotas. Una facción funesta existe entre nosotros desde los hermosos días de 1821, que empeñada en destruir los gérmenes de libertad, y enervar los progresos populares, vio con asombro; pero sin desengañarse, que México prosperaba a merced del régimen federal; y envidiosa del acierto de otros políticos a quienes desdeñaba, permaneció en su propósito,

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suscitando la discordia, fomentando rencillas, excitando desconfianzas, contraponiendo entre sí, los intereses de las distintas clases de la sociedad, como si fuesen inconciliables, para que la Nación perdiese su equilibrio, y pudiera brindársele un ridículo trono; figurándose los autores de ese proyecto, que un desconocido, solo por vestir púrpura, llamarse rey, y descender de otros, que tuvieran por oficio el dictar como leyes los caprichos de su voluntad, se granjearía la adición y obediencia de los Mexicanos. El nefasto proyecto indicado, estuvo mucho tiempo oculto, no porque sus autores fuesen capaces de avergonzarse de la criminalidad que envuelve, sino por que asechaban la oportunidad de presentarlo como única tabla de salvamento; y aunque ellos eran conocidos, protestaban su fidelidad al código fundamental, y profanaban el nombre de Dios, poniéndolo por testigo de ella. La expedición con que en 1829 pretendía el gobierno español reconquistar la que llamaban su colonia, se habría recibido por los monarquistas como auxiliar de su empresa, y para proporcionarle un fácil arribo, tenían la audacia de negar que España intentase la reconquista, cuando ya las tropas expedicionarias habían desembarcado en Cabo Rojo. Pero, afortunadamente, los pueblos desoyeron a los que desmentían la invasión, y, marchando a repelerla, unieron sus esfuerzos a los del ejército que mandado por Santa Anna y Terán, hizo rendir las armas a los enemigos de México, en las márgenes de Pánuco. Posteriormente la facción liberticida, para preparar el camino a la realización de sus detestables miras, cubrió a la Nación de luto, levantando cadalsos, en que sacrificó a los más celosos promotores de la ley fundamental del pueblo mexicano. ROSAINS, CODALLOS, VICTORIA y muchos fueron víctimas de su adhesión a la causa republicana. Los que entonces influían en la administración, no creían, sin embargo, satisfecha su sed de sangre, sino inmolaban al más firme defensor de la independencia, al denodado GUERRERO, y llevando adelante la maquiavélica máxima de caminar al intento, sin pararse en los medios, lograron el que se proponían, sellando sus frentes con una infamia, que no dejará más que los monarquistas se confundan con los republicanos, desde que aquellos arrojaron la máscara, que cubría su ignominia.

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La destrucción del régimen federal fue el avance más importante, que se habían proporcionado los enemigos de las instituciones republicanas. Previendo que la nación recibiría con repugnancia los bastardos códigos, que después se le han dado, y que contrariados los intereses de las localidades, se aumentarían nuestras disensiones, y ellos tendrían ocasión de presentárnoslas como resultado de los sistemas de gobierno, y nos persuadirían hipócritamente que agotados ya los ensayos de las formas del republicano, sólo quedaba para asilo de la paz, la adopción del odioso trono, con que nos brindaran; tacharon al régimen federal de dispendioso, y haciendo creer al soldado, a la viuda, al pensionista y al empleado, que recibían sus haberes del tesoro general, que la escasez de este , dependía de que los estados eran dueños de cuantiosas rentas; consiguieron que se adoptaran a ciegas tales imposturas, sin advertir que el rápido progreso, con que las localidades caminaban a la opulencia, debía refluir en prosperidad de las rentas federales. A esos falsos principios se unió la imputación que se hacía al sistema de los abusos que él no autorizaba, y por medio de tales engaños y arterías, fue fácil a un congreso arrogarse facultades que los pueblos no le dieran, y suplantar el código federal, con otro, que postró a la Nación en vergonzosa parálisis, demostrando la experiencia, que no provenía de la federación la penuria del erario general; pues ingresando a el todas las rentas, y dejando indotada la administración departamental, no por eso mejoraron su suerte los servidores de la nación y pensionistas que recibían sus haberes de aquel tesoro, ni el Gobierno central logró recursos para cubrir sus atenciones, ganando en el cambio, solamente los que lo prepararon para que les sirviese de escala a fin de alcanzar el éxito de sus funestos intentos, los malvados, que fomentando astutamente nuestras desavenencias, han tenido el descaro de atribuirlas a las instituciones republicanas, cuando no son sino el resultado de las insidiosas miras de los que quieren hacer pesar sobre nosotros el cetro de un monarca extranjero. Las desgracias de la Patria han servido siempre de medio de especulación a los monarquistas, que fundando en ellas sus esperanzas, escogieron como la mejor oportunidad, para desarrollar su inicuo proyecto, la ocasión misma, en que una nación inmoral, que se llamara

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nuestra amiga, ponía en práctica la usurpación que hacía tiempo meditaba, persuadiéndose los que querían humillarnos ante un trono, que les sería fácil consumar su empresa, pasando desapercibidos de sus trabajo, mientras que la atención nacional se fijaba en el peligro, que corría la independencia, por la injusta invasión de los degradados aventureros del Norte. Así es, que el llamado gobierno que protegía las miras de los enemigos de la libertad, nos exhortaba a que abandonásemos el campo de la política, y rehusando él por su parte acudir al que le señalaba el honor, tenía como su más preferente deber, la destrucción de los republicanos, que en el Sur de México, y en la Capital de Jalisco, proclamaban odio eterno a la pretendida monarquía, y desconocían la misión de un congreso, en cuyo nombramiento se habían vilipendiado los derechos del pueblo. Esa política tan absurda, que solo es creíble por estar consignada en alguno de los documentos más solemnes, de la administración del general Paredes, y llevada al cabo con una exactitud, que no se tuvo, para cumplir las mentidas promesas de desprendimiento, que se hicieron en el Plan de San Luis, contribuyó en mucha parte al desastre que nuestras tropas experimentaron en Palo Alto y Resaca de Guerrero, porque se les puso al frente del enemigo, desprovistas, y sin cuerpos de reserva, mientras que los mejores del ejército, se destinaban a combatir a sus hermanos, o servían de guardia de honor al depositario del poder. Pero nuestros soldados, para quienes no podían ser indiferentes la independencia y la libertad de su patria, no tardaron en auxiliarla; acudieron a sostener la causa de los pueblos, derrocando a una administración que tanto desacreditaba al país permitiendo que se le presentase como incapaz de regir sus destinos; y persuadidos de que la misión del ejército es defender a la Nación, y acatar las leyes que se dicte, están prontas a escarmentar a los que han hollado con inmunda plata el suelo de los aztecas, resucitando a la mitad del siglo XIX el derecho de conquista, e invocando para apoyarlo, a la civilización que lo ha proscrito. A la unión sincera del pueblo y el ejército, debemos hoy la incolumidad de los príncipes republicanos, la reivindicación de nuestros derechos políticos, y la esperanza de que un Congreso, de

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legítimos representantes de la Nación, la constituya de la manera más conforme a la voluntad general. Entre tanto, las garantías sociales se afianzan por el código sancionado en 1824, y responde de la fidelidad, con que serán cumplidas las promesas, que los pueblos han aceptado, el mismo general, que en 1822 fue el primero en proclamar la libertad de la República. De nosotros dependen ya nuestros destinos, y si queremos que no sean estériles los sacrificios de HIDALGO e ITURBIDE, elijamos representantes dignos de nuestra confianza, para que constituyan a la Nación; auxiliemos los esfuerzos de nuestro valiente ejército, alistándonos en la Guardia Nacional, para servirle de reserva, y aun acompañarlo en los peligros, para participar de sus glorias; y despreciando a los que fomentan nuestras disensiones, demostraremos a los invasores, que han profanado el territorio mexicano, QUE ES INVENCIBLE UN PUEBLO UNIDO, Y RESUELTO A DERRAMAR TODA SU SANGRE, ANTES QUE CONSENTIR EN LA PERDIDA DE SU INDEPENDENCIA.- DIJE.

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Discurso pronunciado por el C. coronel del Ejército republicano Florentino Carrillo la tarde del día del 16 de septiembre de 1867, en el Jardín de la Constitución

Las deformidades públicas reinantes imponen a la conciencia del pensador, filosofo o poeta, obligaciones austeras. La incorruptibilidad debe hacer frente a la corrupción. Más que nunca es preciso mostrar a los hombres lo ideal, ese espejo en que esta la faz de Dios.

victor hugo

C

onciudadanos: La historia del mundo es la historia de la humanidad. Ruedan los siglos sobre sus planchas de diamante; el vasto conjunto de la creación gira sobre sus propios ejes obedeciendo a leyes inmutables, las revoluciones físicas del globo se preparan, se operan, desarrollan modificando la materia; las generaciones se suceden impelidas por ese sublime ¡adelante! Que resuena en los profundos arcanos del Hacedor Supremo: todo se modifica y todo pasa; todo se perfecciona y todo crece; todo concluye y se pierde en la noche de tradiciones confusas; pero la historia impasible y severa dominando sobre el tiempo, y suspendida en el espacio como el astro luminoso del día, duerme sobre la ruinas del pasado; vive entre los acontecimientos hacinados del presente, y alumbra las misteriosas sinuosidades del porvenir. En vano el oscurantismo y la barbarie de la antigüedad habrían pretendido sustraerse a la influencia de la historia. Refiriéndolos padres a los hijos, bajo las tiendas del desierto, las tradiciones de sus mayores; grabando sus mitos y escribiendo sus jeroglíficos en la rocas; y levantando después las pirámides y las columnas, y tantos monumentos de grandeza que admiran hasta nuestros días, los antiguos hicieron su apología cediendo a un sentimiento innato en el alma, y encargaron a la historia de perpetuarla. Ella es el juez inexorable que

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todo lo juzga; la luz de la vedad que todo lo revela; la memoria viva de la eternidad del mundo, y el punto donde descansa la humanidad de su fatigosa peregrinación, evocando de tiempo en tiempo el recuerdo de faustos sucesos. Si, pues, ese libro del mundo es el libro de los hombres; si los pueblos lo mismo que los individuos, desde los más incultos hasta los más ilustrados, han leído en sus páginas sus propios destinos; y si todos han establecido fiestas en el aniversario de sus días felices, ¿Por qué nosotros no hemos de abrir ese libro, invocar la santidad de nuestros días de gloria y consagrarles con la ternura de nuestras almas la salutación de verdaderos Mexicanos?¿No es hoy el cumpleaños de la hermosa virgen de Anáhuac?¿No debemos al cariño de la madre común los atavíos y las galas mas esplendidas, los perfumes y las flores más exquisitas, los votos y las obligaciones más puras, como la única ofrenda digna de sus buenos hijos?... Permitidme, conciudadanos, que este jubilo patriótico mezcle mis rústicos acentos a vuestras voces entusiastas; y así mi completa ignorancia no es un titulo para que disculpéis lo desaliñado de mi lenguaje, que lo sea al menos el vehemente deseo que me anima para tomar parte con vosotros, el regocijo nacional en este día de grata remembranza. Yo no vengo aquí con la petulancia del saber, ni con la pretensión de cautivar vuestro entendimiento, ni para ocuparme de vanas declamaciones. Me acerco, si, holocausto más sincero ante su Veste sagrada; único sacrificio que pudo rehabilitarnos ante el mundo y ante nuestros hijos, porque es nada menos que el juramento de abandonar para siempre nuestras discordias nuestras torpes ambiciones y nuestras miserias. Vengo con el alma llena de dulces esperanzas, con la imaginación poblada de mágicas visiones, para saludar con vosotros la risueña aurora del 16 de septiembre de 1810; para mostrar a nuestros detractores el cuadro en relieve de nuestras glorias nacionales; para reanimar con el fuego de la independencia las chispas centellante de la reforma y del progreso, en sus mas vastas y perfectas aplicaciones, vengo, en fin, para tributar con vosotros el homenaje sentido de gratitud a los manes venerados de nuestros héroes y de nuestros mártires; y para que, al depositar sobre sus tumbas

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el ciprés y la siempreviva, no solo nos contentemos con lagrimas y ternezas pasajeras, sino que hagamos el firme propósito de concluir la obra grandiosa que ellos emprendieron, siguiendo el camino que nos dejaron trazado. ¿Por qué se nublan vuestras frentes y se apaga el brillo de vuestras miradas?.... ¿Qué duda se apodera de vosotros?.... ¿Sentís vacilar vuestra fe ante la magnitud de la empresa?.... ¿Por qué amargáis con vuestra incertidumbre las expansiones del alma?....Tened entendido que las fiestas de la patria son las fiestas de Dios. Nada que no sea digno de ellas es permitido. Los que no tengan corazón verdaderamente mexicano, aquellos cuya conciencia los condena para tomar asiento en el banquete nacional, cuya frente manchada no puede elevarse sobre las miradas de todos, hacen bien en llevar los ojos bajos, y harán mejor en ocultarse, porque la profanación es un sacrilegio en las solemnidades de la patria. Pero vosotros ¿qué teméis?....¿OH! no queráis leer en el pasado el horóscopo de México; creed que su destino será grandioso, por qué está escrito por el dedo de Dios en libro de los destinos eternos. La escuela de la oscuridad en los tiempos primitivos, cuando el espíritu humano fluctuaba en la débil luz de una aurora naciente, llegó a lanzar en sus creencias el bárbaro anatema que limitaba el mundo a lo puramente conocido, sin entrar siquiera en las investigaciones de lo probable. Por fortuna para el desarrollo y perfeccionamiento de la humanidad, la fuerte palanca de la civilización, dirigiendo e impulsando los gérmenes de adelanto que flotaban sobre la superficie de aquellas sociedades aprisionadas por un anillo de hierro, dejó vislumbrar mas allá de las nieblas que cubrían el horizonte, un mundo nuevo que debía ser necesariamente la prolongación de la grande obra de la creación. Así, Cristóbal Colon pudo ser el descubridor de regiones dilatadas, y extasiarse en la contemplación de un bello panorama, que realizaba con mucho el hermoso ideal de los poetas. La América brotaba del seno de los mares como el faro luminoso en una tempestad deshecha. Era la encarnación de una idea nueva, la de la libertad que se levantaba con la conciencia; era la cuna de una humanidad gigante que debía sustituir a la humanidad histórica;

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era el rejuvenecimiento del espíritu con el rejuvenecimiento de la naturaleza; era, en fin, la luz que iluminaba la penumbra del mundo en el eclipse casi total de esa edad media tan fecunda en acontecimientos extraordinarios. Cuando el gastamiento y afeminación de aquellos pueblos cedía al poderoso empuje de los bárbaros de Norte que se precipitaron como avalancha sobre el mediodía de Europa; después que el gran celoso del mundo cayo por tierra en mil pedazos hasta los más remotos confines del Oriente; y cuando en medio del polvo de los combates, de las llamas de los incendios y de los escombros de las ciudades, se alzaba amenazador el espectro de la muerte; entonces aparecía la América como la protesta viva a favor de la solidaridad humana, y como el presagio más consolador del porvenir después de un tremendo cataclismo. México, sorprendido en el descubrimiento del Nuevo Mundo, por el genio de la investigación, se ostentaba por primera vez, como la Atlántida de Platón, envuelta en las cortinas espumosas de sus mares, velada por el flotante pabellón de su hermoso cielo, ceñida su frente con guirnaldas de mirtos y azahares, arrullada por el tibio calor de su sol tropical, en el frondoso lecho de sus bosques y de sus jardines. Desde aquel momento el nombre de México quedaba registrado en el gran libro de las naciones, y desde aquel momento también debió ocupar su sitio en el congreso de los pueblos libres. Contaba para ello con el derecho de su propia existencia, y con la multiplicidad de sus elementos vírgenes para bastarse a sí misma, sin embargo, esto fue su peor desgracia; y la fatalidad terrible pero inevitable en aquellos días nebulosos y aciagos, ahogo en su cuna a toda una raza vigorosa, cubriendo con el lienzo ensangrentado de la conquista el triste catafalco donde la luz, la vida y los destinos de una nación quedaban condenados a dormir, semejantes al Romeo de Shakespeare que fue enterrado vivo en la oscuridad tenebrosa de un sepulcro. La ciencia no tuvo asombro al encontrarse como por encanto los vastos hemisferios del Nuevo Mundo; pero se sintió herida en lo más abstracto de sus especulaciones, desde que el golpe mortal de la violencia y de la dominación más injustificable, ataba al carro de la servidumbre, el noble cuello de los hijos de Moctezuma. Que la ciencia y

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la filosofía habían proclamado la indestructible unidad del género humano, fundándose la genealogía de la creación, es un hecho incontrastable: que habían marcado el carácter distintivo de las razas y revelado la inteligencia común a todas ellas, es otro hecho también; pero eran los padres de Felipe II de España los que a nombre de la usurpación cometían el atentado mas flagrante contra los fueros de la humanidad, y fue Alejandro VI quien para escarnio de su nombre y de su siglo, completo esa obra de iniquidad declarando a nuestros antepasados como simples bestias de carga. Trescientos años de humillación y de lágrimas, de asesinatos, de violencias, de oscuridad y de todo género de atentados, fueron la hecatombe más dolorosa que México registra en los anales de la humanidad. Pero si materia cede muchas veces a la fuerza de la presión, el espíritu y la inteligencia no reconocen vasallaje, son como la luz que hiere más vivamente en los objetos, a medida que el foco de su concentración es más estrecho. Así es que ese pueblo mexicano, sintiendo las pulsaciones de su fuerza latente bajo el sudario en que estaba envuelto; no podía olvidar el sacrificio de la patria ni los deberes que le imponía su redención. Así fue también como insurreccionándose contra sus opresores y proclamando la reivindicación de sus derechos ultrajados, rompió en once años de luchas sangrientas las cadenas enmohecidas de tres siglos, haciendo brillar sobre las ruinas del trono de los virreyes el radioso sol de Dolores. Cualquiera que contemple, a la luz de la imparcialidad, un pueblo desnudo y oprimido, bisoño y sin armas combatiendo por su emancipación contra un poder colosal, no podía evitar que la simpatía lo arrastre hasta ese pueblo, juzgando como semi-Dios ¿negaríamos nosotros la admiración y la gratitud hacia los héroes, para esa pléyade radiante de patriotas cuyos hecho fueron otras tantas hazañas inmortales, cuyas inspiraciones produjeron el incendio de todo un mundo, y cuyo premio de tan grande obra fue el sacrificio de sus vidas? ¡No, conciudadanos! Bendigamos el venerable nombre de Hidalgo a la encarnación de nuestra independencia y libertad; saludemos en Allende, Abasolo, Aldama, Jiménez y tantos otros, a los dignos colaboradores de la grandiosa redención de todo un pueblo; admiremos en Morelos el genio del gran capitán y del caudillo, ante cuya inmensa gloria me

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siento deslumbrado…. ¡Salve mil veces, sagrados manes de tan ilustres mártires! Vosotros que llenáis el cielo de la eternidad sobre nosotros los destellos de vuestras estrellas luminosas, derramad sobre nosotros los destellos de la luz, y que el misticismo de vuestro recuerdo descienda como un suave bálsamo para cicatrizar las hondas llagas de una patria bastante ulcerada, todavía para que pueda ser feliz… ¡Oh! no maldigáis….Deteneos….es la ambición de unos cuantos lo que la tiene enflaquecida y cubierta de harapos; es el ariete desencadenado de la guerra lo que la tiene herida de muerte… Pero nuestra propia sangre ha servido de escudo al monstruo abominable de la traición… ¡Cómo! El suelo en que se meció la cuna de tantos héroes profanando; el sagrado testamento de nuestros padres, violado; las flores de vuestras urnas funerarias, marchitas por el contacto impuro del invasor! ... ¡Oh! no, no maldigáis!... Conciudadanos: Nos hemos reunido para conmemorara una de nuestras mas grandes fiestas nacionales, y el vuelo de mi fantasía me ha llevado a donde menos hubiera deseado. Palpitantes y convulsos están todavía en torno de los acontecimientos extraordinarios que acabamos de ver; frescas por demás están las huellas del tosco calzado del invasor extranjero; apenas habrá un pedazo de vuestro vasto territorio que no esté humedecido con la sangre de los militares de victimas y con el llanto de los huérfanos, para que yo pretendiera exhibirlos el negro cuadro de tanta ignominia y de tanta infamia. ¿Pero cómo evitarme de esta triste misión ante la fría realidad de los hechos, en la necesidad en que estamos de dar cuenta de la herencia de nuestros padres ya ante la tremenda responsabilidad que hemos contraído para con nuestros posteriores? Ojalá y que a los episodios sangrientos de cincuenta años, no tuviéramos que agregar como epílogo el padrón que hundió nuestra frente en el polvo de la vergüenza y del oprobio! Cuantos días de luto hubiéramos ahorrado al mundo! Pero ¡cuán atrás estaríamos en la vía de nuestro perfeccionamiento! La emancipación de México, consumada en 1821, no fue más que el resultado inmediato de su necesidad de ser; y el desenvolvimiento

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de sus gérmenes de vitalidad, debió ser la aplicación más exacta para su modo de existir. El camino quedaba trazado, y no se necesitaban sino obreros laboriosos para concluirlo; pero los recuerdos de la inquisición y la nobleza, la ascensiones de las clases privilegiadas y su pretendido derecho de manumisión sobre el genero humano, estaban bastante vivos para que no les costara trabajo aceptar el nuevo estado en que se transformaba la colonia de Nueva España. Es que para ellos no es posible pasar con mucha facilidad del privilegio al derecho común, de la dominación a las libertades ni resignarse sin esfuerzo al lenguaje de la democracia en las sociedades modernas. De esta ebullición de ideas y de interés contradictorias, debía surgir necesariamente un choque; este choque encendió a la chispa de la revolución moral e intelectual, política, religiosa y social que agita al mundo hace más de diecinueve siglos. ¡Cuántas veces entre el humo de los combates, bajo el polvo de la derrota y en medio de la tiranía más absoluta, no hemos temido que se extinguiera la llama del patriotismo, y que se plegaran para siempre los pendones de la libertad! ¡Cuántas veces también no hemos visto abatidos en tierra los despojos miserables del retroceso hundiéndose en las tumbas de las momias de Egipto!....En medio siglo que llevamos independientes, nuestra existencia se ha mecido en los vaivenes constantes de una inestabilidad permanente; el trueno del cañón fratricida ha sido nuestro mejor argumento de persuasión; y el ensayo veleidoso de todas formas de gobierno, el escudo que ocultaba las ambiciones más torpes y los intereses más mezquinos. Pero así como del caos de la nada broto lleno de regularidad el conjunto de todas esa moles que constituyen el universo, así del seno mismo de nuestra sociedad desquiciada, debía renacer la armonía y el equilibrio con el conjunto de verdades de ideas y de principios que constituyen la reforma. Y Ayutla fue el punto de apoyo de la gran palanca de nuestra regeneración, y los tres años de lucha que siguieron la luz de esa estrella polar, fueron la fuerza poderosa de impulsión, con la cual México pudo elevarse a la planicie que recorre la humanidad en caravana desde el 97, dominando los más dilatados horizontes del porvenir.-¡Ah! Pero no está hecho todo. La roca de Sísifo debía alzarse gigantesca

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para despeñar hasta el abismo los esfuerzos y los sacrificios de la nación, y del túnel de la traición y la infamia…. ¡Nefando protocolo en la nefanda diplomacia Europea instiga a los réprobos Mexicanos para destrozar el testamento de nuestros padres!.... ¡Miserables!....¡Habéis, nacido bajo el hermoso cielo de Anáhuac, habéis vivido con nosotros y nos habéis envenenado con vuestro halito pestilente….! Apartemos la vista de este cuadro sangriento y desastroso. Esposas prostituidas; doncellas sacrificadas a la brutalidad del conquistador: los traidores convertidos en mendigos; los descendientes de la raza indígena soñando en la nobleza; nuestros patriotas diezmados en los cadalsos y encarnecidos de todas maneras….¡Oh! cobramos con velo de un eterno olvido tanta miseria, tanta degradación, tanta cobardía y tanta infamia!.... Si la intervención con que plugo civilizarnos al Cesar de las Tullerías, fue el non plus ultra de las columnas de Hércules contra el avance de los principios modernos la fundación de la monarquía sobre las ruinas humeantes de la República, no podía ser más que la implantación violenta de una planta exótica en campo estéril y sin ningún abono. México había experimentado ya desde 1821 el primer ensayo de esta ominosa teoría, y entonces era mexicano, esta Iturbide que con el prestigio de su nombre y de sus hechos empuñaba el centro del imperio. En 1861 era otro hombre, pero extranjero y desconocido: era un príncipe de la casa de Austria, descendiente de Isabel la Católica y nieto de Carlos V; era un vástago de las familias que se dividieron con los papas el gobierno del mundo en la edad media; un hombre que en vez del óleo sagrado que recibían sus mayores en la Roma pontificia, se posterga ante el emperador plebeyo para recibir en la bolsa de su imperio ese príncipe de la raza de Habsburgo, con sus tradiciones y sus tendencias, comprendiendo que el absolutismo en América no debía proclamarse lo mismo que en Europa, vino como sepulturero de los pueblos pretendiendo enterrar a la república, como sus predecesores habían hecho con Castilla y Aragón, y como hicieron con Hungría y Polonia en el siglo pasado; velando con fúnebre crespón los sacros pendones de libertad, no hacía, como aquellos habían hecho en CampoFormio, mas que recoger la llave del ataúd de plomo de Venecia; pero

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lo hacía todo en nombre de la soberanía de las naciones y del sufragio universal. ¡Contraste singular! Como si la indicación del derecho bastara para sancionar el hecho por menos atentatorio que se le suponga. Una monarquía fundada con tan falsos elementos; derribada inmediatamente de la conquista; apoyada por las bayonetas extranjeras; bendecida por la traición y la demencia; una monarquía cuya idea dominante era la extinción de la patria y el restablecimiento de la esclavitud; cuya moral se representaba en el maquiavelismo de la diplomacia europea y en el trafico de especuladores sin conciencia, que hería en la democracia de México a la democracia universal, ¿Era posible con las condiciones de duración y de seguridad que soñaron sus autores?¿Dónde está el prestigio de sus tradiciones, donde sus recuerdos históricos? ¿En el servilismo de las colonias Españolas?.... Respondan por nosotros Padilla y Querétaro, Iturbide y Maximiliano; y veamos en la losa de sus tumbas escrito con sangre el jeroglífico de nuestra predestinación. Veamos….pero consagrando antes un recuerdo de ternura para esas víctimas de la justicia, olvidemos sus errores. Conciudadanos. Existe en el mundo físico, lo mismo que en el moral, un enlace invisible pero evidente de todos los cuerpos organizados; ley eterna de cohesión que atrae los seres entre si conduciéndolos a su perfectibilidad en virtud de estas ley inmutable y necesaria, el hombre se siente impulsado hacia la patria, y la patria hacia la humanidad: en virtud de esa misma ley, que es la fuerza de rotación del universo, la humanidad impelida hacia delante, marcha con la antorcha del progreso sucumbiendo a cada paso entre los escombros del oscurantismo; pero renaciendo como el Fénix de las sombras y de las cenizas del pasado. Oponerse a los designios de la Providencia, es una loca temeridad; detener el torrente desbordado de la democracia y la República, de la civilización y la reforma, es hundirse en el abismo aplastados por un edificio derruido que se desploma. ¿De qué otra manera podríamos explicar la lucha gigantesca en que el mundo entero nos ha contemplado?¿Que valían nuestra desnudez, nuestras malas armas, nuestros contados guerreros ante los poderosos elementos físicos de la intervención y del imperio?¿No es verdad que a más del patriotismo necesitábamos la conciencia del buen derecho para combatir con

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buen éxito a las numerosas falanges de la oposición? Ya lo habéis visto. La obra apuntalada por cien mil bayonetas, sancionada por los tronos, aceptada por todos los réprobos, cayó por tierra como la débil cala del soplo del huracán. De nada sirvieron los esfuerzos y el terror de sus defensores, de nada la fama y el prestigio de sus guerreros, que se titulaban los primeros del mundo. Todo cedió el empuje vigoroso de un poder desconocido, y no faltó un Camilo que en fondo de la proscripción viniera a sellar con el pomo de su espada, la resurrección de la República. La misma luz con que los franceses habían ilustrado sus armas en Magenta y Solferino, se eclipse ante el brillo del sol que ilumino el 5 de Mayo en Puebla, y ante las glorias de Santa Isabel y Santa Gertrudis, de Carbonera y Oaxaca, de S. Pedro y Palos Prietos, de S. Jacinto y S. Lorenzo, de Querétaro y México ante los fulgores que despiden esos astros luminosos de nuestro cielo, aparecen los pendones de Francia cubiertos de lodo, el Austria herida de muerte en su nobleza, todas las monarquías de duelo, y una tumba solitaria y triste como la de [Publio Cornelio] Escipión [el Africano], revelando la explicación humana y los secretos del porvenir…. Adelante, conciudadanos, todavía no llegamos a término de la jornada. Podemos mostrar al mundo en el cuadro de nuestras glorias la reivindicación de nuestro nombre como dignos de ser independientes: podemos ofrecer a nuestros padres el libro de nuestro gran martirologio, como el testimonio más digno de nuestros esfuerzos por conservar la herencia que nos legaron; pero ¿a nuestros hijos que les dejamos? Gracias a esa revolución regeneradora de muchos siglos, hemos asegurado definitivamente el ideal más bello en la conquista de los principios modernos. El espíritu científico, la preponderancia democrática, y la libertad política, son las tendencias esenciales de la revolución; pero aunque esos tres poderes se hallan instalados en nuestras sociedades, no podemos creerlos en su desarrollo y aplicaciones libres de tropiezos y de obstáculos. Vivimos en una época de agitación y de crisis, de inmoralidad y corrupción, en que se canta la grandeza de los reyes como se pondera la dulzura de los osos blancos; y nos hallamos como nunca en situación de elevarnos a la altura de nuestro destino, o de sumergirnos en

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la noche de la nada. La marcha de la civilización no ha bastado todavía para ahogar en su asiento a esos invocadores del derecho divino, otorgadores de constituciones y pretendidos dueños del género humano. Queda todavía bastante sombra en torno nuestro, para que podamos creer la lucha concluida. Es necesario descansar solamente sobre las armas, y oponer la corrupción a la moralidad; a los sueños del pasado, los sueños del porvenir; a la monarquía la república; a la tiranía la libertad. Es preciso hacer el sacrificio de nuestras esperanzas y de nuestras ambiciones, de nuestros goces y de nuestros encantos; para que el sufragio de todos los ciudadanos, el concurso de todas las inteligencias y las verdades de nuestro credo político, saluden en la completa regeneración de México el advenimiento de la República universal. En pie vosotros todos, patriotas de corazón. Tenemos que ser obreros de nosotros mismos para reconstruir desde su base, el edificio de nuestra sociedad; tenemos que hacer la apología de nuestro siglo en el hirviente cráter de ese volcán de luz y de principios que está conmoviendo al mundo: tenemos que guardar para las generaciones venideras el esplendido cuadro de la independencia y de la patria, de la democracia y la reforma, del progreso y de la civilización, como el tabernáculo sublime en que se deposita la predestinación de la humanidad. La obra es magna, la tarea difícil, pero el camino es recto. No desfallezcamos de fatiga ante una impotencia material. Nuestros héroes no se mecieron en la cuna dorada de los reyes, ni bajo las techumbres suntuosas de los magnates, ni consultaron los oráculos apasionados de las Sibilas y los dioses. Nacidos de un pueblo oprimido, y sintiendo a favor de los más generosos arranques, tan grandes como Rómulo, convirtiendo una colonia desangrada en nación independiente. ¿Por qué nosotros con elementos muy superiores no hemos de dar cima a su grandioso pensamiento? Con una voluntad firme y resuelta, con una energía incontrastable y con una estricta moralidad, nos basta para llegar a nuestro destino. ¡Atrás todas las ambiciones bastardas, todas las especulaciones vergonzosas, todas las miserias de los partidos! Atrás todo ese sequito de incrédulos e indiferentes, de almas pacatas [sic] y sin conciencia, de hipócritas y malvados, que son la verdadera rémora para la ilustración de las masas y para la emancipación

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de los pueblos: deformidades monstruosas que flotan en la superficie infectando la atmósfera que respiramos, oscureciendo el hermoso cielo de la Reforma! La felicidad condensada en la armonía y perfección de nuestra marcha política y social, no es imposible, pero todavía no la tocamos. El mundo moderno gravita esencialmente hacia su mejoramiento absoluto, y tiende por consecuencia precisa hacia la paz. Treinta siglos de fermentación en las ideas, de trabajos morales e intelectuales, de luchas y de convulsiones, no pueden constituir la fuerza repulsiva que lo hiciera retrogradar a los tiempos de la Biblia. Por el contrario, los síntomas que presenta y los sucesos que se atropellan con rapidez asombrosa, lo revelan como a los dioses de Homero, recorriendo en tres pasos el dilatado espacio que lo separa del porvenir. Esperemos un poco, y vendrán a nuestras manos los lienzos que nos ocultan el bello panorama de la ciudad eterna. En pie vosotras también todas las Polonia que gemís bajo el pesado yugo de la dominación; huérfanos infelices que tanto habéis suspirado por la madre común! Levantaos y arrojad en la frente de vuestros carceleros, hechas mil pedazos, las cadenas de la servidumbre. Todavía silba la bala que en Querétaro convirtió en polvo una corona, y esa misma bala atravesara todas las monarquías y todos los tronos, porque es el rayo vengador de los pueblos contra todos los déspotas que los oprimen. Adelante, patria mía! Tú que ostentas las ricas vestiduras del triunfo más esplendido; que te engalanas con los agasajos de una fiesta inmortal; que rompiste las ligaduras de la conquista con el arpón de fuego de tu pueblo guerrero; y que hiciste besar al invasor insolente el polvo de oro de tus sandalias, levántate de una vez por todas a la altura de tu nombre y de tu rango, para que seas digna de tus propios destinos. Que el sacrificio y las virtudes de tus hijos, sean el más puro incienso de tus altares, y que la humanidad te salude de hoy mas como el áncora de salvación en sus más recias tempestades.-HE DICHO (Repetidos aplausos)

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COMPOSICIONES LEÍDAS En el teatro de Alarcón y en el Jardín de la Constitución de esta ciudad (San Luis Potosí) Los días 15 y 16 de septiembre del presente año de 1867 por el C. José Montesinos coronel del Ejército Republicano

Conciudadanos:

Mi educación desarrollada en los campamentos y en la guerra, es exclusivamente militar, por consecuencia, he descuidado la literaria que en este día de gloriosos recuerdos, me haría producir una pieza a la vez que patriótica, adornada con las galas de la bella literatura para darle toda la fuerza y todo el gusto que en estas circunstancias se requieren. Pobre soldado, destituido de pretensiones, seré franco y conciso al desempeñar la comisión que sin merito alguno, se me ha confiado. SEÑORES: Los azares políticos por los que ha tenido que pasar nuestra patria en esta última época de combates contra la tiranía extranjera y su dominación, ha hecho nacer el deber imperioso a todo mexicano de corazón, de hacer oír la palabra sagrada de la verdad, con el objeto de vindicar a México escarnecida y humillada por la más alta de las traiciones y las injusticias; cuyo terrible acontecimiento se ha hecho aparecer en el mundo, como el resultado de una necesidad político y humanitaria, puesto que escandalizándolo con nuestras disensiones, habíamos ido robusteciendo la idea que se tenía de la imposibilidad de gobernarnos por sí mismos, extraordinaria inculpación que ha servido por mucho tiempo como una especulación ventajosa de aquellos que producían versiones tan injustas, como incalificables contra nuestra cara patria. Los hechos militares que hemos presenciado, han venido día por día destruyendo en los campos de batalla, regados con la más pura sangre mexicana, la necia aseveración que se nos hacía de nuestra conformidad con la imposición forzada de un gobierno monárquico. En los campos de batalla, hemos dado a conocer la mentira vergonzosa de

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la acusación, lanzada por temor a un pueblo, de que aceptábamos con delirante anhelo la presencia de un ejército francés, que buscando su interés, enveneno nuestra sociedad, talo nuestros campos, sembrando el dolor y el llanto en todas partes donde se presento esa bandera que simbolizaba la causa de la civilización y de los pueblos, y por ultimo en los campos de batalla, hemos convencido a los que simpatizaban con nuestra lucha gigante ,dudando sin embargo de los resultados, que sabíamos vencer y castigar al mismo tiempo, a la traición y al usurpador. Ha concluido la lucha, hoy es de nuestro deber vindicar a nuestra patria, no como lo hicimos con el estruendo impotente de nuestra guerra sin no con la voz de la razón, haciendo resonar sus ecos mas allá de nuestros límites americanos, aquí que vive entre nosotros llorando todavía la retirada del ejército francés mismo en nuestra patria, en medio de esa población manchada, que dejo el extranjero, cuya novedad de sus informes y oropeles, cautivo sus corazones, olvidando así, los deberes del ciudadano: [Aplausos] No es verdad como lo acabo de decir, que el pueblo mexicano obedeció todo entero los mandatos de un déspota y sus esbirros; la gran mayoría combatió entusiasta por sus derechos, y su triunfo ha sido tan brillante, como lo ha sido su heroísmo. La historia severa en sus juicios, adornara esta gloriosa pagina de las glorias de nuestra segunda independencia, como lo ha hecho con las de la primera, y manifestara de la manera más vigorosa: que México, cuando ha combatido por sus libertades patrias, ha combatido hasta el exterminio; que en México la tiranía es una quimera, que el patriotismo antes problemático, es hoy una realidad y finalmente, que México sorprendido por la traición y por el capricho de una nación poderosa, casi en ruinas, sin armas, sin recursos y sin soldados, jamás doblego su orgullo, logrando al cabo de cuatro años de desastres y desolaciones humillar las águilas francesas que espantadas, huyendo anunciando la soberbia Francia, su impotencia contra los batallones mal organizados de Mexicanos libres. [Aplausos] Los pueblos que se levantan para sacudir las dominaciones extrañas, son fuertes y terribles. La poderosa voz de un pueblo, lanzada con la conciencia del derecho, es el vaticinio de una irresistible

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tormenta de sangre, por que sin economizar la suya para establecer su existencia política, sobre bases que estén de acuerdo con su carácter y necesidades, vierte también la de sus opresores; la de los que se aferren en contener el paso poderoso, de ese sistema regenerador que ha reformado la sociedades, ilustrado las masa y descorrido el velo de ignorancia en que yacían postrados los pueblos del universo. A la democracia, da esa tierna madre del pueblo, azote terrible de los tronos, a esa palabra mágica y arrebatadora, hija de la razón pronunciada con todas las fuerzas de nuestra alma, en nuestros poéticos valles y hermosas montañas, debemos hoy el restablecimiento de la república; a la democracia, unida a ese grito imponente de libertad que resonó como un mentís a nuestros detractores en las mismas puertas de la que fue capital del imperio, debemos el derecho de llamarnos para siempre, Mexicanos. No hace aun dos años, que los Mexicanos no podían entregarse libremente al regocijo patriótico, por el recuerdo de la gloriosa emancipación de la metrópoli. La tribuna del pueblo estaba abierta a la adulación y al cinismo, por el crimen, confundiéndose allí y aun establecido paralelos entre los héroes de 1810 y los dominadores de 1867. ¡Extraña paridad que se empeñaban existiese entre el extranjero tiranizando a un pueblo que no era el suyo, y la filantrópica abnegación de aquellos que dieron su vida por darnos patria y hacernos independientes!. Si me refiriera solamente al aniversario del día en que se inicio el deseo de sacudir el pesado yugo de trescientos años de esclavitud, no haría más que robustecer el axioma del poder de los pueblos cuando luchan por sus derechos; repetiría lo que hace cincuenta años se recuerda con mas y mas entusiasmo cada día, que el sistema monárquico planteado en aquella época, bajo bases de sangre e ignorancia, (recurso a que han apelado los conquistadores para hacer más duraderas sus dominaciones) hizo nacer en la juventud más adelantada de aquel tiempo un fondo de odio y aborrecimiento que estallo imponente y terrible, al iniciar ese anciano que todos veneramos, el deseo inaudito de salvar a un pueblo de la abyección y del oprobio; que los combates fueron reñidos y desgraciados, que la rebelión se sofoco en los campos

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de batalla, dominando no obstante, con mas fuerza en los corazones, y por ultimo diría: que al cabo de 11 años de ansiedad y desesperación, el Águila del Anáhuac tendió sus alas, levanto su vuelo, y meciéndose orgullosa en los espacios, anuncio al universo que había destrozado con sus garras a los leones de Castilla; pero no, necesito referirme más bien a que a aquel pasado de glorias y lealtad, a este reciente donde las glorias y la lealtad brilla como el sol de nuestro hermoso cielo, pero donde hay una oscuridad, una noche sombría, donde México herida en su corazón de madre lloro la traición maldita de sus hijos. La nación mexicana quedo enferma después de la independencia de 1821, me explicaré, quedo en la sociedad el germen venenoso que debía hacernos sufrir las convulsiones intestinas de 50 años. La dominación extranjera nos había dejado como legado la guerra civil, porque para reformar nuestra sociedad y ponerla a la altura de las naciones civilizadas, teníamos que combatir las preocupaciones arraigadas de trescientos de esclavitud, la influencia del clero y del ejército. De ahí la lucha constante en la cual se ha ganado palmo a palmo los derechos de los Mexicanos; de allí esa tempestad que ha rugido siempre sobre los innumerables sistemas de gobierno que hemos parodiado, resultando de esta lucha que degenero hasta la traición, el pretextó por el cual graciosamente, se trato de civilizarnos. Todas las naciones del globo, para dar un paso hacia el progreso y el adelanto, han tenido que combatir y a hacer la guerra al oscurantismo y al retroceso, y naturalmente han tenido que derramar sangre para constituirse. La historia nos enseña el cambio político de las naciones, efectuando por las revoluciones; manifestándonos que la mejor constituida se halla hoy, sus cimientos han sido colocados sobre esta traza de la esclavitud contra la libertad, necesidades impulsadas por el sentimiento innato en la humanidad combatiendo por sus libertades y derechos naturalmente del hombre. Los combates de Darío y de Xerjes, era la lucha de la barbarie y de las civilización; la primera debía ser vencida y lo fue. La secretad Romana que tenía por base la esclavitud y la propiedad, siendo profundamente materialista, no podía ser el término de humanidad,

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debía desaparecer ante la sociedad cristiana, cuya principal gloria es haber abolido la condición de esclavos. La guerra fue la que destruyo la civilización Romana sustituyéndole una constitución social mucho mejor. Finalmente, en nuestro siglo hemos visto las guerra de la revolución y del imperio Francés, infundir en toda la Europa las ideas de igualdad, de derechos civiles y de intervención de los pueblos en sus gobiernos. Para todo aquel que sepa estudiar en la historia las lecciones que ofrece para el porvenir estos principios desarrollados entonces con una energía terrible, comprenderá que han adquirido una fuerza propia, y nuestras guerras, como las de todas las grandes épocas tendrán en el porvenir la gloria de haberlos propagado. (Aprobación) He dicho lo bastante para que se entienda que las convulsiones políticas que hemos sostenido, han sido mal consideradas libremente en una época de la historia de nuestra patria, mientras que considerándose nuestro pueblo, solo han sido el instrumento más poderoso y la manifestación más enérgica de nuestras mejoras sociales. México ha tenido siempre como enemigo constante de su adelante y porvenir, dos fuertes elementos, el clero y el ejército, que aunque antípodas en costumbres y en ideas, amalgamados para satisfacer sus abusos y ambiciones. La razón y la conveniencia nos habían puesto las armas en la mano para combatirlos. Esas dos entidades de nuestras guerras de partido, que nunca tuvieron patria, sus instintos desnaturalizados estaban ya conocidos y por ultimo su vengativo encono contra ella, se había iniciado en algunos de sus actos de desesperación por su impotencia contra el odio que toda la nación les profesaba. Un último atentado fue la traición a la patria, ayudándole a la Francia a hacer la importación mercantil de un trono y un Emperador. Teníamos que combatir, teníamos el deber de sacudir el yugo extranjero impuesto y casi justificado ante la Europa por el engaño bastardo de un grupo de Mexicanos criminales que se habían sustraído de la mano de justicia, yendo a naciones lejanas a implorar se esclavizara por segunda vez a nuestra patria tan benévola, para sus hijos, como hospitalaria y desinteresada con todos los extranjeros de todas nacionalidades y de todas la razas del universo. Los hijos de la nación que la apreciábamos más porque sus libertades y las reformas democráticas de sus grandes hombres, la

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sentíamos y veneramos en nuestras instituciones políticas, fueron los que abusando de esta inclinación caballeresca traicionándonos en la sociedad, vinieron a encadenarnos trayendo ocultos entre los anchos pliegues de ese pabellón que representa, según los franceses mismos, la causa de los pueblos y la civilización, a todos los asesinos y facinerosos de la república, cuya asquerosa mancha quedara siempre grabada en sus colores. (Aplausos Repetidos.) Su primera embestida fue desastrosa; fiados en las relaciones de nuestra ignorancia y en el poco conocimiento de la guerra; en medio de un día claro y resplandeciente alumbrado por el hermoso y ardiente sol de mayo, esos batallones de Crimea y Magenta, en cuyos pechos lucían los recuerdos de cien victorias, volvieron las espaldas ante la débil resistencia mandada hacer en el atrio de una iglesia, tan solo para cumplir con el gran deber de salvar el honor de México. `El Dios de los ejércitos y del poder, dispuso de la victoria y se la han dado brillante a los Mexicanos, quienes ofrecieron a su patria los laureles conquistados, el 5 de mayo al valor y la arrogancia francesa.´ Los acontecimientos que sucedieron después fueron muy desgraciados, ya previstos por la razón militar después de lo que paso en el Borrego. Sin embargo, en esas invictas murallas de puebla, entonces única barrera que obstruía los planes caprichosos de la voluntad de un déspota, el ejército francés también humillo su vanidad, porque al ocuparse aquella plaza donde estaba toda la vida militar de la nación, `esas columnas que satisfacían el ideal del soldado no conquistado ninguna gloria.´ La retirada de nuestra bandera hacia los estados fronterizos, de la lucha desigual comenzó no sin un heroísmo inaudito, no sin abnegación y sufrimientos. Días terribles de llanto y sacrificios; ¡días de tristeza y de luto¡ la invasión encadenando la libertad, la traición hiriendo de muerte a la madre patria; ¡situación desesperada! Consecuencia de nuestra buena fe y de nuestra poca experiencia. Entregados a nuestros propios esfuerzos, aunque simpatizábamos a todas las repúblicas del continente; desertado de la filas de los restos de ejercito que quedaba, los más hábiles capitanes que gozaban de buena reputación militar, la invasión fue extendiéndose y la falta de

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fe y el desaliento haciéndose satélites de la política francesa, proporcionándoles triunfos al extranjero. `¡Desquiciamiento fatal, momentos oportunos de venganza e interés ruines!´. (Aprobación.) Tres fases notables ha tenido la guerra de México con Francia, la primera se puede citar como la época del entusiasmo, donde después del cinco de mayo, un ejército joven y aguerrido, digno de mejor suerte, aunque desgraciado, conquisto laureles inmarcesibles para la patria, imprimiendo con su heroísmo y abnegación la página de sus hechos, sin ejemplo en la historia de la glorias de México. La segunda época es de desaliento, de defecciones, de crápula; de cobardía y de insultos a la república, de retiradas ruinosas y de desorden inaudito, en que los servidores del gobierno robaban a la Nación llevándose sus pocos recursos a disfrutar a la sombra de la regencia o el imperio, que daban garantías a los malvados, en que los generales a quienes se le confiara las armas y el honor de la Nación desertaban cobardemente llevándose los únicos batallones con que se contaba para hacer la defensa, recibiendo títulos de nobleza y la cruz de la legión de honor, por haber cometido un crimen. La tercera faz es heroica en ella se destaca la constancia, la fe en los resultados de la lucha donde el arrojo y el valor sucedieron a esos días sombríos de impotencia y desaliento. México, aturdida por ese choque violento quedo sola con un pequeño grupo de guerrero cubriéndose en su abandono con su indómito pueblo, ese pueblo que entre nosotros transita miserable y desgarrado; pero que tiene en su corazón dotes sublimes que lo enaltecen, y su espíritu nacional desarrollado hasta entregar sus vidas y propiedades por la salvación de su patria; con sólo la opinión de este pueblo sin armas, quedo México en la palestra, sus grandes generales volaron a besar la planta del austriaco, y sus grandes políticos especulaban en el extranjero con el desquiciamiento de la nación mexicana, apellidando grandes hechos los contratos ruinosos para el país y de consecuencias ventajosas para su bolsillos. A ese pueblo que no pide ni espera recompensas, se entrego México adolorida, y lo vemos con coraje y resolución sostener constantemente la guerra en Michoacán, Sinaloa, en Guerrero y lo invictos y denodados estados del Norte de la República, comprando armas a cualquier precio, y empleándolas

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buenas o malas, en la defensa de su territorio y para la conquista de sus libertades. Hubo grandes batallas y grandes victorias de consecuencias mortales para la intervención y sus aliados. La traición y el imperio impuesto empezaron a declinar, perdían terreno y el poco prestigio que habían adquirido, la huestes Francesas vacilaban ya en su loca empresa; el edificio bamboleante del imperio perdía su equilibrio, la retirada del ejército extranjero era inevitable ¿pero cómo conciliar el honor con la salvación? La Revolución imponente y amenazadora, marchaba con esa velocidad eléctrica que imprime la justicia. Santa Isabel, Santa Gertrudis, la Carbonera y San Jacinto, era el fantasma fatídico que sarcásticamente iba anunciando el fin desastroso de la intervención, del imperio y de los traidores. El grito de la salvación sonó, y perdiendo el honor esos soldados cuyo renombre han llenado los fastos de la historia emprendieron su retirada, faltaron a sus compromisos y el imperio quedo sin bases y sus fanáticos defensores cayeron ruidosamente bajo de los implacables golpes de la opinión y del derecho (Repetidos aplausos). México ha sabido hacerse justicia colocándose ella sola a la altura de sus sentimientos, siempre digno de sus desgracias, e indomable en sus creencias. ¿Que hubiera sido de el si por un momento se hubiera dejado llevar por el temor que infundía en algunos corazones pusilánimes la permanencia de 50 000 bayonetas extranjeras, prestigiadas por las relaciones de sus victorias? ¿Qué hubiera sido de él si no hubiese estado aguerrido, y aleccionado a la guerra? su condición de colonia francesa o austriaca no hubiera sido mejor que la de la Martinica, ni mayor que la de los jirones de la desgraciada Polonia que posee el imperio Austro-Alemán. La lucha actual ha sido sublime comparada con la de 1810, es verdad que hemos sido más tenaces sabiendo apreciar en todo su valor la patria que con tantos sacrificios nos legaron nuestros primero padres. ¿Que hubiéramos respondido si hubiéramos perdido este sagrado tesoro? La maldición de los pueblos libres hubiera caído sobre nosotros y el desprecio del universo, pues casi habíamos merecido la indiferencia cuando se creía nos habíamos humillado. ¡Nunca! por cierto ¡la patria de Hidalgo y Zaragoza ultrajada por todas la naciones europeas lucho cuatro años sin tregua para arrogarles un día

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orgullosa y severa en su desprecio por ella la cabeza de un emperador y los pedazos de un torno ridículo, que se atrevieron a querer cimentar en el volcán ardiente de las ideas puras de libertad y de la instituciones modernas. (Repetidas salvas de aplausos.) La libertad en estos últimos años ha tenido embates furibundos en América, la guerra de esclavitud y derechos sociales en los Estados Unidos, la de Santo Domingo y la de México, son una prueba de estos atentados, pero de en medio de una conmoción violenta y en vísperas de sucumbir, hizo un esfuerzo grande y apareció brillante y poderosa, blandiendo la espada de la victoria y aplazando las viejas monarquías del viejo mundo, para su próxima y deseada destrucción. En mucha parte habremos contribuido en acontecimientos que se preparan en Europa, en mucha parte habremos preparado el terreno para que aquellos pueblos desgraciados rompan las cadenas con que están atados sus derechos de hombres, para levantar sobre la ruinas de tanto trono prostituido, el poder de la razón y el gobierno del pueblo. (Aplausos.) La República rompió sus grillos; hoy debido a grandes sacrificios e innumerables victimas que se han inmolado ellas solas en aras de la patria; somos libres otra vez. La experiencia que hayamos adquirido en esta época de desgracia hará sin duda alguna que se establezcan las bases de un porvenir menos borrascoso como ha sido nuestro pasado. Desengañados de las falsas simpatías que otras naciones han tenido por nosotros, hoy nuestra marcha será más prudente y por consecuencia más ventajosa para los intereses nacionales. De esta gran conmoción que hemos experimentado, de la cual nuestros hombres de gobierno sacaran sabias lecciones para el futuro, podremos deducir las consecuencias de una conquista, y apreciar hoy en todo su verdadero valor la heroica abnegación y filantrópico interés con que nuestros pro-hombres de 1810 pelearon para darnos posesión de la tierra que con su sangre habían logrado conquistar. También ellos como nosotros, tuvieron sus inquisiciones militares, donde el mexicano de corazón espiaba en un cadalso su amor por la patria; también ellos como nosotros se dedicaron a morir o ser libres….Ellos murieron….Pero sus ideas encarnaron en el corazón de sus hijos, y

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unos triunfaron en 1821, y los otros en 1867 contra toda la opinión del viejo mundo. (Conmoción.) México renace hoy con tantos años de contienda, joven, enérgico y poderoso con la experiencia que da la desgracia. Ninguna nación se ha encontrado como ella actualmente en momentos tan oportunos para constituirse: sus enemigos, conocidos, humillados y vencidos para siempre; la política a seguir con los demás pueblos del mundo, no tiene trabas; hubo un tiempo en que nuestra debilidad, nos hacia ser condescendientes hoy somos fuertes y la que por su interés quiera hacer convenciones con México, ésta será la primera en poner condiciones y no sellar su ruina como era costumbre hacerlo. La guerra nos ha traído el convencimiento de que todos los extranjeros que han venido al país, después de enriquecidos, se han vuelto nuestros más feroces enemigos. Nuestra situación actual, los colocara en el lugar que debe ocupar, que sin desventajas, desaparecerá para México ese desnivel criminal en que han estado siempre sus naciones con respecto a aquellos. El extranjero que venga a este país, que viva en el o adopte sus leyes y reformas obediente y sumiso, o con la libertad que desembarcó en nuestras playas pueden abandonarlas, sin que estos sea por cierto otro motivo más de una guerra civilizadora equivocada, como la que nos trajo la poderosa y culta Francia. (Aplausos.) El ejército nuevo, identificado con el pueblo, no es ya, ni será jamás en el que imponga con sus bayonetas, sus caprichos; su opinión como soldado será la garantía de la sociedad, y el vigilante celoso de sus derechos. Estos soldados hijos del pueblo, sostenidos y alimentados por él, serán los subordinados sinceros de su justa soberanía. Las clases obreras y las masas en general, cansadas de las luchas, buscan hoy su porvenir en el trabajo de su industria y no en el desorden de los partidos. Ya no los hay en México de aquellos que con un programa mentiroso en una mano y la incendiaria en la otra, pretendían hacerse populares para saquear y pillar los tesoros de la nación. El clero y el ejército viejo murieron confundidos con el desastroso fin del imperio. México ha triunfado, los ecos de esta victoria resonaran allende los mares, como el anuncio de una tempestad política no

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prevista. Nuestra patria se ha levantado como un gigante cuando se le creía un pigmeo, apareciendo de nuevo ante el mundo fuerte y respetable, cuando se le creía sin aliento apenas para combatir por su autonomía, cuando se le creía cobarde para sacudir la dominación extranjera. Compatriotas: las grandes y sublimes ideas que nuestros padres iniciaron, las hemos puesto en práctica y ellas no han salvado; ser libres al morir, dijeron Hidalgo y Morelos; Abasolo y otros muchos héroes de nuestra primera época y nosotros hemos cumplido estos nobles preceptos, combatiendo siempre por nuestros derechos. La segunda corona de la victoria que lleva hoy la libertad mexicana, a nadie más que esos denodados patriotas de nuestra primera Independencia se la debemos, puesto que con su abnegación y sacrificios nos mostraron el camino que debíamos seguir y la patria que respetar. Depositemos Mexicanos sin mancha sobre las tumbas veneradas de nuestros héroes las coronas de laureles que los soldados del pueblo conquistaron a los que querían por segunda vez encadenarlos. Hijos de los fértiles valles y pintorescas sierras de los aztecas, celebrar con entusiasmo este gran día de la patria, recordando en nuestros regocijos cívicos, los nombres sagrados de aquellos que por sus ideas nos han dado por segunda vez una tierra tan preciosa como México. Venir a ver, representantes del retroceso, déspotas del mundo como de las ruinas de un imperio, renace más pura y brillante la república mexicana, enviados los pedazos de la corona y cadena que forjaron en la fraguas de las Tullerías. Mexicanos: el pueblo que quieres ser libre, los será, así esta ordenado. El pueblo que siente en su seno el latido arrebatador de libertad, es como el torrente que se desborda, que cuanto más se quiere detener más se precipitan, sin que haya poder humano que le ponga dique.-DIJE (Repetidas salvas de aplausos saludaron al orador.)

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DISCURSO PRONUNCIADO POR EL C. LICENCIADO NAVA

En la festividad cívica de la noche del 15 de septiembre de 1869, en el teatro Alarcón San Luis Potosí: Tip. de Vélez, 1869

A mi muy preciable contemporáneo de Colegio, al ilustre C. Vicente Riva Palacio, en testimonio a respeto a su talento, a su instrucción y a su mérito literario, dedico la siguiente oración conmemorativa. Fortunato Nava

Conciudadanos:

¿Qué significa esta augusta reunión de Mexicanos, ligados por el grato vínculo de la fraternidad? ¿Qué digna ofrenda habéis venido a depositar en vuestra cordial asociación ante este venerable monumento patriótico? ¿Qué numen misterioso significa el delicioso esplendor de esta fiesta familiar? ¡San Luis, ciudad encantadora; perfumado canastillo de jazmines y rosas, nido de amores donde al tierno arrullo de la queja de sus palomas, bajo el cielo purísimo de su santuario derrama la poesía del sentimiento en los indefinibles goces que se desbordan del corazón: San Luis, la verdad predilecta de la patria, vestida de gala como la virgen que jura sus votos al pie de los altares aparece radiante de júbilo; trémula de ventura, profundamente conmovida de placer, palpitante de emociones infinitas. El bronce sagrado pregona en las alturas las contentas emanaciones del espíritu; El ronco estallido del cañón llena el espacio con la majestad de su sonoro imperio; Las bandas militares dan al viento el concierto de sus festivas dianas; un pueblo entero arrebatado de entusiasmo ebrio de insatisfacción, precedido de alegres músicas y antorchas deslumbradoras, recorre la calles públicas elevando en sus capítulos el hosanna al dios de las naciones; Avocando la gloriosa memoria y los manes queridos de sus héroes y endulzando las horas infantiles de sus hijos; los astros

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brilladores de esta noche memorable, este bellísimo conjunto de magas y vestales que guardan el sacro fuego en el templo del alma, atairada con los seductores encantos de la gracia y la hermosura, que inundan con los fulgores de sus limpias pupilas este recinto popular, y dan vigor a la débil expresión de mi pensamiento; y hasta parece que personificándose, que reanimándose la naturaleza virgen y risueña de nuestro país, despierta contenta en su lecho de flores para venir graciosa y lisonjera a tomar un justo patrocinio en esta solemnidad. ¡Mexicanos! ¿Qué regocijo es este cual vivida luz se refleja en vuestras serenas frentes? ¿Será acaso, que se opera en este momento supremo la renovación de aquellas suntuosas festividades con que la antigüedad, pretendió en enaltecer el paganismo? ¿Será que la indecible exaltación de nuestra alegría, celebramos alguna epopeya grandiosa de nuestra vida social? Es amigos míos que sentimos sobre nosotros mismos la influencia soberana del genio de la patria; de ese genio que en el sepulcro mudo y silencioso de nuestros padres, suspende hoy su dolor y sus lagrimas para tomar asiento en nuestra fiesta de hermanos de ese genio, deidad espiritual del cielo, que en el campo de nuestras campañas fratricidas sobre los despojos de la guerra, sea presentado melancólico y enternecido a contemplar nuestra desventura al rayo amigo y apacible de la luna de ese genio que sonríe en mostrar expansiones familiares; Que cubre de flores los placenteros lazos de su amistad; Que se refleja en la ardiente mirada del amante que alegra nuestras llanuras y nuestras montañas, y que circundado hoy de una aurora grandiosa de regocijo al corazón inspiraciones a nuestra alma, movimiento y vida a nuestra sociedad. Es amigos míos, que brota en nuestra memoria el hermoso recuerdo de aquella hora feliz en que se inicio nuestra redención política; Es que celebramos el glorioso aniversario de nuestra proclamación nacional, del principio soberano de nuestro ser, del renacimiento del bautismo sacramental de México bajo el amparo de una voluntad inflexible e impotente, ¡el patriotismo! Y la consagración primordial, majestuoso y santa de la justicia popular, ¡la independencia! Cada pueblo de la tierra, bajo la dulcísima impresión de sus recuerdos queridos llena de veneración y respeto, se acerca de tiempo en tiempo alrededor del altar de la patria a perpetuar la tradición sagrada

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de sus glorias; Las protestas vivas de sus virtudes, los verídicos de su civismo, y a ofrecer el holocausto, a la madre común, su amor, a sus antepasados su gratitud, y reconocimiento, y a Dios los sinceros votos de corazones fieles y patriotas. Nosotros sin sustraernos al deleite del sentimiento más entusiasta, hagamos la apoteosis de la gran idea proclamada por el héroe de 1810: Al merito de esa inmortal proclamación unamos el del patriarca providencial de México, y examinando si al sacrificio de nuestro benefactor corresponde la generación presente, procuremos no hacer estéril la pompa de esta solemnidad en que debemos rectificar nuestros juramentos por asegurar los futuros destinos de la nación. La humanidad, esa creación bendita y privilegiada en quien el soplo omnipotente de la Providencia divina encendió la llama vivificadora en inmortal de la inteligencia, deja escritos con luminosos caracteres en la noche de los tiempos, los dogmas fundamentales de sus justos derechos, de su perfecta existencia, y de su verdadero progreso. Allá en la era remota del oscurantismo en que la tierra estaba constituida en una inmensa pagoda de confusiones e ignorancia, y las sociedades en un caos de creencias y supersticiones, una gran familia en las tostadas arenas de Egipto, trastrábalas pesadas cadenas de la esclavitud; pero en sus lastimeros gemidos y en sus amargas lágrimas no se evaporaba el grandioso pensamiento de su redención, ni en su cruel infortunio desmayaba un instante en portentoso espíritu que la animaba; que a ella la estaba reservando lo más importante en el mundo, la sublime misión de conservar los pasados, dominar el presente, y asegurar al género humano su porvenir. Esa gran familia israelita, víctima de una opresión incalificable, santificaba su dolor con la firmeza de sus esperanzas, sus deseos con la clara justicia de su causa, y la seguridad de realizarlos con plena conciencia de sus derechos y con la indestructibilidad de su unión. Confiada así en ese espíritu divino que enciende el iluminar del día y las lámparas celestiales de la noche, que creó la vida, el infinito espacio y que anima al universo, llegó el día solemne en que el ángel tutelar de su inolvidable patria, no se inclinaba ya sobre la cuna de sus hijos, para apagar con las aguas de su llanto la hoguera de sus penas,

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y sin que fuesen bastantes para contener aquel pueblo los príncipes de Edon, los valientes de Moab ni los hijos belicosos de Chanaan; el israelita atraviesa las ondas del mar rojo. El desierto inmenso de Sim se estremecía al eco poderoso de su voz. No era el grito criminal ahogado en las devoradoras llamas de Sodoma: no la voz triste y angustiada, perdidas entre las asombrosas ruinas de Sagunto y de Numancia, ni el asiento tierno y desgarrador hundido en el abismo la poderosa noche de Tebas y Menfis. Era una voz sagrada y sincera como la voz de la conciencia; era una voz respetable y soberana como la voz de la justicia; era la emanación irresistible de la fe en el triple principio de dios, la sociedad, la ley: era la voz redentora de un pueblo, era la voz de la independencia, la proclamación augusta de la libertad, cuyo eco vigoroso pasando de tiempo en tiempo, de generación en generación, no se detuvo si no un instante en la cruenta cima del Gólgota, para aterrorizar a los intolerantes, a los opresores, a los déspotas, a los tiranos, a los deicidas, y para venir después acompañado de las bendiciones y de los últimos suspiros del Salvador del mundo. Ese eco santo que resonó en las fértiles playas de la hermosa América, en las ricas formas de esa poética sirena de los mares, risueña inspiración de la ventura, exaltó las virtudes cívicas de Washington, conmovió el alma vigorosa de Bolívar e infamó el patriota corazón de Hidalgo que levantó el rito salvador de México, la memorable noche del 15 de Setiembre de 1810. Cincuenta y nueve años ha que por la boca inspirada de ese genio en cuya frente se reflejaba el espíritu del cielo, perdía su vigor ante la ilustración del siglo diecinueve la donación de Alejandro VI a la corona de Castilla. Las rancias ideas de las viejas generaciones, cedían el puesto a la filosofía moderna. El derecho de todos clamaba contra el pretendido derecho divino de un rey usurpador. La libre acción de las sociedades no era ya un misterio, y la justicia de la libertad de México, apareció proclamada por el venerable cura de Dolores, como una exigencia del tiempo, como una necesidad de la nación, como una demanda de ese derecho que se ve por su claridad, de ese derecho que se siente por su evidencia, de ese derecho cuya

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fuerza nadie resiste, porque es tan incontrastable como la voluntad poderosa de los pueblos. Sin embargo era una empresa colosal tan atrevida como gloriosa, tan difícil como humanitaria, tan grande como liberal, tan política como filosófica, tan racional como heroica; y para llevarlo a infeliz termino el gran Hidalgo sin gente, sin armas, sin recursos, sin elementos organizados, solo contaba con una alma de fuego, con un inmenso amor patrio, y con un valiente corazón que no medía las grandes dificultades con que se preparaba para luchar. Así, abrigando la fe de un apóstol, emprende y sigue su glorioso camino sin vacilar un instante, para devolver cual otro Moises su patria y libertad a un numeroso pueblo. Abrigando la previsión de un profeta, sabe con evidencia que el destello luminoso de su alma, la sublime proclamación de libertad, se realizará para México, como la buena nueva con que los hombres inspirados por Dios saludaron la redención del mundo. Abrigando la convicción de un filósofo, ve la independencia como el medio necesario para desarraigar las preocupaciones, para ilustrar al pueblo y para impulsar a su patria por el progreso y la aventura, y abrir la bastas fuente de vida de prosperidad y de grandeza. Abrigando la heroicidad de un guerrero no le arrendaba la poderosa fuerza del coloso a quien desafiaba su genio ni les desanimaba la falta de arreglo en los preparativos de la guerra supuesta que vencía cuantos obstáculos se oponían a su alto fin improvisando ejércitos municiones, recursos de todo género, con los que algunas veces arranco favores a la victoria; y la sangre vertida en granaditas fructifico para México como fructifico para el pueblo escogido la sangre vertida Jericó. Abrigando la grandeza de un libertador lleva adelante su elevado pensamiento contra los errores del servilismo, contra las preocupaciones, contra las predicaciones de la prensa, contra los anatemas del credo y contra la implacable persecución de los inquisidores; a todo se sobrepone, todo vence su heroísmo, sin ilustración, su valor y su patriotismo: su palabra era el dardo de Guillermo Tell lanzado contra el corazón del opresor. Abrigando al santa resignación de un mártir, no le intimida la muerte; desprecia el barro de estable de su ser, con tal de que se salve, triunfe y florezca la gran idea de la independencia mexicana; y momentos antes de perder la vida y de que fuesen raídas sus venerables manos,

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perdona a sus verdugos, y queda plenamente tranquilo para consagrar sus últimos pensamientos y sus últimas palabras a su querida patria. Hidalgo como apóstol de la libertad, Hidalgo como profeta de nuestros destinos, Hidalgo como filosofo social, como guerrero heroico, como eminente libertador y como mártir del amor patrio, nos ha enseñado el camino de ser libres. Acribillado por el plomo enemigo, el 1° de agosto 1812 murió sin coronar la magnitud de su atrevida empresa; pero el morir, con los átomos del sol reverberante de su gloria imperecedera escribió su inmortalidad en al gran libro de los tiempos y de las generaciones. Murió; pero su sangre vendita era la llama que fundía las cadenas de la esclavitud, y calcinaba el pesado cetro de la opresión. Murió; pero el símbolo brillante de la satisfacción nacional, los laureles inmarcesibles que adornan su sepulcro, crecen inclinados bajo las bendiciones de la posteridad, que eternamente les consagrara tiernos tributos de admiración y de respeto. Murió; pero su memoria perdurable, que es el astro mas esplendente del cielo de la patria, alumbran nuestro camino; ha sido el faro de la existencia de México; y a su prodigiosa influencia corono la victoria en la ciudad invicta el esfuerzo inspirado del inmortal Zaragoza, primer estallido del anatema nacional con que un día abrían de ser confundida en Querétaro la mas inicua de las impresiones. Murió; pero si su heroísmo no nos hubiera colocado en la ancha senda de la independencia, indudablemente los pueblos del mundo no saludarían aun el hermosísimo iris de la nacionalidad de México. Vivíamos como vasallos e Hidalgo nos hizo ciudadanos. Vivíamos como desgraciados colonos, he Hidalgo borrándonos la marca del antiguo régimen, nos emancipo y nos dio un nombre glorioso. Vivíamos como tributarios e Hidalgo nos trajo la luz. Vivíamos abrumados de obligaciones indebidas, he Hidalgo quitándonos tan odiosa carga nos restituyó el poder de nuestra libre acción y de nuestros propio derechos vivíamos como esclavos, inclinados bajo una servidumbre injusta, he Hidalgo rompiendo el látigo del pretendido Señor, hizo caer el polvo de nuestra frente, para que fulgure en ella la luz Purísima de la libertad. Las aguas de los mares, las rápidas corrientes de los ríos, las frescas auras de septiembre, llevaban hasta las apartadas regiones del

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globo, el honroso nombre de nuestro ilustre libertador, llevaban su poderosa voz, la voz sonora y armoniosa de esa libertad sacrosanta a cuyo soplo regenerador se rebulle a los mohosos troncos de la vieja Europa, se conmueve la colorida Polonia, suspira entremetida la desventurada Irlanda, llora la poética, la divina Italia, y canta alegre entre los tormentos y la sangre preciosa de sus hijos, su dulce porvenir, la esplendida perla de los mares, la hermosa Cuba. No desmayéis, ¡pueblos oprimidos, que pronto sonara la hora bendita de nuestra salvación! Reyes opresores del mundo sea acerca el día feliz de la emancipación y de la justicia universal. Temed que los luminosos destellos de la esplendorosa ráfaga de la libertad, hieran los antros de vuestra tenebrosa conciencia. La civilización destruye las cadenas de la esclavitud descubre el oscuro velo de las preocupaciones, descubre los claros derecho del hombre, de la familia, de las naciones. Vuestros cetros se romperán en todas partes, como se rompió el de Isabel en la España como se rompió el de francisco José en Sadowa, que se rompió el de Napoleón 3° en México, que se rompió con formidable estruendo el del desventurado archiduque de Austria. ¡Saludo a los héroes de la humanidad que rechazan y vencen el poder la arbitrariedad y del despotismo! ¡Ay de los pueblos en cuya azarosa existencia sembrada de ahogos y de sufrimientos, no surja una fuente de consuelo, un genio poderoso que los salve del abatimiento, que los libre de la abyección, que los redima del servilismo, mucha tardara para ellos esa deseada época de paz sin inquietudes, de libertad sin desventuras, de satisfacción sin sobras, de felicidad sin infortunios! Para un pueblo su libertador lo es todo se le debe como merecido triunfo a sus trascendentales acciones: es digno, es acreedor al respeto, a la veneración, a la gratitud y reconocimiento de sus compatriotas. Por eso nosotros acariciamos con ternura en el fondo de nuestra alma la adorable memoria de Hidalgo a cuya grandeza, profundamente conmovidos, rendimos este merecido homenaje, esta religiosa ovación, este culto nacional. Mas ¿por qué al aproximarnos sumisos a sus altares, se cubre de rubor nuestro semblante? ¿Qué, nuestra conducta, no ha sido digna

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consecuencia de tanta gloria? ¿No se proyectan en nuestros actos el patriotismo, la ilustración y el heroísmo de nuestro grande libertador? ¡No henos correspondido honrosamente a la sublime epopeya de nuestra Independencia, al augusto sacrificio de martirio con que fue sellada nuestra redención política? ¡Oh, genio venerable de Hidalgo, benefactor ilustre, padre respetable del mexicano, ¿porqué mandas sobre nosotros en esta hora solemne la hidra cruel del remordimiento? ¿Por qué nos pones frente a frente nuestras graves faltas, los crasos errores en que hemos incurrido? Tenemos contraída en tu favor una grande, una inmensa deuda, y la generación que supo colocar a tu obra prodigiosa una corona inmarcesible, ha sido más merecedora, más digna aun de tus cuantiosos afanes, que la generación presente que suspira y llora sobre tu sepulcro. Tu nos prescribiste que fuéramos verdaderamente hermanos, que bajo el ancho manto de la libertad formásemos una indivisible familia, animada de un solo pensamiento, la independencia; movida de un solo deseo, el bien general, vigorizada de una sola esperanza, el porvenir mas venturoso y la discordia con todos sus errores, ha vertido en nosotros la hiel de la amargura; ha roto impía los dulces lazos de la fraternidad y nos ha separado los unos a los otros. Tu nos encargaste que nos cultivásemos con rara solicitud la oliva inapreciable de la paz, y el torbellino de las pasiones desenfrenadas, la furiosa tempestad de los oídos, y el estruendo de las armas, remarca en nosotros los toscos y deformes caracteres de las raza de Caín, cuando dejamos a nuestro paso fratricida sobre la tierra, una inmensa sucesión de sepulcros, una cordillera de fúnebres cipreses, las inmensas tinieblas de esa pasada noche de insomnio de honda tribulación que forma nuestra borrosa vida, en lugar de esa luz pura y radiante del claro y apacible día de la felicidad que nos deseabas. Tu nos consagraste con generosa abnegación, el más precioso legado de la humana criatura, la patria y la libertad, y nosotros prostituyendo las virtudes cívicas, debilitándonos en nuestras contiendas familiares, sin poder restañar la sangre de nuestras heridas, abandonamos nuestros puertos al desenfrenado vandalismo del Norte: y en los luctuosos días en que las aguas del bravo se enrojecían con la sangre de nuestros compatriotas, en los momentos supremos en que herida

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de muerte nuestra nacionalidad en Veracruz, cerro Gordo, Churubusco y Chapultepec, y en el palacio de Moctezuma se enarbolaba el pabellón de las estrellas, tus hijos desnaturalizados pugnaban entre sí por meras teorías desoyendo los clamores de la patria afligida que pedía socorro y venganza y viendo con frío desdén, los pisoteados jirones de nuestro pendón nacional. Tú circundaste de pompa, majestad y deslumbrante grandeza, en el santuario del alma, el amor de la patria; le pusiste por guardianes de su inviolabilidad, el valor, la dignidad, el honor, las virtudes, para confirmar así la suprema ley de la redención política del hombre por el hombre. Combatiste heroicamente la influencia criminal de los delincuentes hijos de Arbués y de Guzmán, y los necios caprichos de una tiranía injustificable, para elevar en el fulgente trono de la concordia, hasta el diamantino cielo de México, la razón que condena los errores, la justicia que los reprime y castiga y la libertad que nos enlaza con su vinculo amoroso. Ungiste con el óleo santo de tu sangre preciosa esta tierra sembrada de tribulaciones y dolores, regada de lágrimas y santificada con la expiación augusta de mil y mil mártires. Pero nosotros todo lo hemos profanado. Nosotros hemos orillado a la joven república al sacrificio supremo en que, su fatigada existencia, fue cruelmente torturada por el déspota de las Tullerías. Nosotros mismos con mengua de nuestra moralidad civil, de nuestros intereses nacionales y del aseguramiento de nuestro bienestar, hemos preparado este cataclismo que solo el valor mexicano, conjurara con la ejecución sangrienta del Cerro de las Campanas. Más después de tanto sufrimiento, después de tanta desventura, ¿está asegurada ya la dicha de nuestro porvenir? Hundida la nación en un mortal parasismo, en un inmenso dédalo de graves males, en un deplorable conjunto de adversidades; ¿no aparecerá alguna luz lisonjera de esperanza en nuestro horizonte nebuloso? ¿No habrá un consuelo en tan profundo conflicto? ¿No existirá un genio que nos salve de ese insondable abismo en cuyo peligroso borde vacila nuestra existencia nacional? ¡Precedidos de una fatalidad inconcebible, continuamos avanzando por el antiguo camino de infortunios y ruina, por el tortuoso camino de nuestra perdición!

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¿En que sueño criminal se extravían los Mexicanos? ¿No disiparemos ese punible marasmo de que estamos poseídos? ¡Inspiradnos, ó sombra venerada de Hidalgo! ¡México, no duermas ya, que el eco vigoroso de una voz santa te despierta! Si un día conmovida bajo las inspiraciones de la civilización, si impelida un día por el irresistible estímulo de las modernas ideas, si estimulada por el armonioso y divino concierto de los pueblos que majestuosamente se encaminan a su predestinación, levantaste la espada victoriosa de la reforma y en duelo a muerte contra el retroceso atacaste de frente las preocupaciones y los vicios que se oponían a nuestra marcha, hoy lamentas con profundo dolor, que esterilizadas en gran parte las incalculables consecuencias de ese grande, de ese benéfico propio, no hayan florecido, no hayan fructificado, no te hayas hecho prosperar como debieran. Relajándose los vínculos sociales, extraviándose la augusta y soberana misión de la ley, haciéndose ilusorios los saludables efectos de la justicia, los derechos y las garantías del hombre, la muerte te sorprenderá en la risueña primavera de la vida. ¡México, no duermas ya que el eco vigoroso de una voz santa te despierta! Tu eres ó México la madre tierna y amorosa de tus hijos, la que perdonarías compasiva sus errores, para que volvieran a tu seno a gloriarse en tus caricias; pero los que deberían ser el eco fiel de tu sentida voz, desarrollas en su punible intolerancia la conservación y fomento de los oídos, la diversidad de opiniones y de los intereses sociales, y alejan la confianza pública y la deseada paz de los pueblos. Los fabulosos torrentes de oro y plata que salen por nuestros puertos, la falta de esa sangre que circula por nuestro cuerpo social, te está debilitando. El espíritu de empresa decae. Los giros se paralizan El movimiento, la actividad, las señales de nuestra vida social desaparecen. Las fuentes de la riqueza pública se agotan. Del fondo de nuestros campos y de nuestras poblaciones se levantan en grito aterrador del hambre y la miseria.

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La sociedad presenta los convulsivos síntomas de la agonía. ¡México, no duermas ya que el eco vigoroso de una voz santa te despierta! Tú no puedes por ahora sostener contra el extranjero esa competencia que establece la reciprocidad del comercio, porque no ha sonado aun la hora en que la institución mercantil, sea la columna principal de tu existencia como lo es de la mayor parte de las naciones de la tierra; y es por esto que la práctica aplicación del gran principio de la libertad en ese ramo, y la libre extracción de tus caudales, acaba con tu naciente industria, con tus elementos de vida y trae consigo la decadencia y la ruina. Lo que quiere la república son garantías. Lo que quiere el ciudadano es la confianza en que el gobierno no le usurpará sus derechos: la confianza en que el magistrado destinado a la custodia de las leyes, no abusará de ese sagrado depósito para oprimirle: la confianza en que los demás ciudadanos no lo inquietarán: que esté seguro de que su paz no puede ser turbada: que su vida protegida por las leyes no puede ser arrancada: que los delincuentes serán escarmentados: que este seguro de que la propiedad que ha llegado a sus manos por justo título, está protegida por todas las fuerzas de la nación, que México será para los Mexicanos, y que la autoridad será respetada y obedecida al reprimir toda clase de abusos, así cobrará vigor y se engrandecerá la nación. Así los hombres, las empresas y las capitales influirán a nuestro amortiguado país, y jamás el poder extranjero vendrá a imponer su pesado yugo, a los que aman, desean y sueñan una positiva y deliciosa libertad. Mas ¿Para qué tocar en estos momentos solemnes los males que consumen la vida popular, el espíritu público, las instituciones y la existencia nacional? ¿Para qué interrumpir con lastimeros gemidos los ardientes himnos de gratitud que se levantan en nuestros conmovidos pechos? No manchemos con lágrimas el hermoso cuadro que se presenta hoy a nuestra imaginación, ni ofusquemos con las densas nubes del dolor, el brillo del recuerdo venturoso que nos anima y regocija. El hermoso lazo de la reconciliación nos ligue en este claro instante de nuestra vida, en que debemos deponer nuestros odios y

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nuestros rencores. Que en la efusión sublime del detenimiento patrio, no debemos ver en nosotros mismos, más que hermanos, que dignos miembros de la gran familia mexicana, nacidos de una madre amable. E impulsados por unos mismos intereses, movidos por el solo deseo de nuestra ventura, removemos nuestros juramentos por asegurar los futuros destinos de México independiente, ante el venerable altar de la patria, bajo el sólido esplendente de nuestra querida libertad. ¡México! ¡Dulcísimo nombre de la Patria mía, Risueña expresión de la naturaleza! México: tierra bendita a ser el asilo clásico de la libertad: tan rica como codiciada, tan hermosa como desventurada. México. Joya preciosa de esa hada hechicera de las Américas, brillante, dorado ensueño de Cristóbal Colón, el pueblo que en las profundas angustias de tus tormentos, supo romper las cadenas con que te aprisionaba el poder español; el pueblo que deificando sus dolores, al compás de sus cantos de victoria sacudió el yugo de las preocupaciones y de la tiranía; el pueblo que la faz del mundo levantó su nombre glorioso sobre la fama bélica de la famosa Francia, hoy bajo la influencia sacrosanta del inmortal recuerdo de Hidalgo, jura librarte de los peligros que te amenazan, y hacerte fuerte por la unión, rica por el trabajo, grande por la ilustración y feliz por el patriotismo. Entre tanto, este oscuro hijo de ese pueblo, espera ansioso con la mano sobre el sombrero, los albores de la hora suprema, de tu dicha, para saludar tan entusiasmado tu venturoso porvenir. ¡Mexicanos! ¡Viva la Independencia! ¡Viva la libertad! ¡Viva la República!

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DISCURSO PRONUNCIADO En el templete de la Alameda, la noche del 16 de septiembre de 1869 POR EL C. BENIGNO ARRIAGA San Luis Potosí: Tip. de Vélez, 1869

Compatriotas:

En este día solemne, que nos recuerda el instante más sublime de nuestra historia, es grato a mi corazón, conmovido por el sentimiento divino, que inspira el amor de la patria, bendecid el nombre y la gloria de nuestros héroes, y derramar el blando aroma de la gratitud sobre la tumba venerada de nuestros mártires. Os ruego que me perdonéis si a pesar de mi insuficiencia, me atrevo a ser esta vez, el interprete de vuestros sentimientos, aceptando con placer la misión que me habéis encomendado: ingenuamente confieso que nada sé; mi pensamiento sucumbe fatigado ante la majestad y grandeza de los recuerdos que mi labio evoca; debería callar; pero se trata de las glorias nacionales, y yo que me siento agitado aun, por el fuego ardiente de la juventud, retrocedo ante tan pequeño sacrificio, porque siento en mi corazón que el egoísmo es un crimen, y que la misión de la juventud, no es interponerse en la eterna corriente de las ideas, como una roca en el cauce de un torrente, sino caminar infatigable como un guerrero invencible con su fe, destrozando a su paso los caducos vestigios de odiosas preocupaciones, preparando con su esfuerzo a las futuras generaciones, el camino que conduce a la tierra prometida del progreso y de la libertad. No es esta solemnidad uno de tantos alardes de ostentación, que no tienen más objeto, que lisonjear el amor propio, o disipar el hastió de un momento: es la festividad fraternal de un pueblo que lamentando sus pasados extravíos ante las tremendas lecciones de su propia historia , y avivando mas y mas en su corazón, el fuego ardiente del amor de la patria con el ejemplo sublime de sus antepasados, viene a depositar como un tributo a la memoria de sus héroes, la siempre vida

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de sus recuerdos, en las aras de la patria, consagradas hoy al culto de la gratitud. La luz de mi inteligencia es pálida, para alumbrar a vuestros ojos, la grandiosa y memorable epopeya, cuyo recuerdo hoy celebramos; pero siento en mi alma un amor infinito por esta tierra bendita, donde vi la luz primera, y procurare, ya que no puedo cautivarlos con la deslumbradora elocuencia, ver si puedo a lo menos, inspiraros al sentimiento que me conmueve, correspondiendo así al honor que me habéis hecho al conducirme a esta tribuna. Voy a bosquejar a grandes rasgos a nuestra vista, el cuadro sombrío de la opresión, tras de una conquista criminal en la dilatada y pavorosa noche de tres siglos. Odio con toda mi alma a los tiranos; pero no temáis que sea infiel al cumplir con mi misión. Hablo a las generaciones que van a levantarse; hablo al porvenir, en nombre de la generación presente, y no tendré más inspiración que la justicia; en nada alterara los hechos que voy a describir, este implacable rencor que siento contra todas las opresiones y contra todas las tiranías. Va a evocar mi voz la sombra del pasado, no para dar aliento a las pasiones ni para despertar en vuestra alma la ira, en un día destinado a las dulces y santas memorias, si no para que comprendáis cuan valiosa y cuan sublime es la herencia que nos legaron nuestros padres. Al mostrar a vuestra vista, la desolación, la ruina, las manchas de sangre, el luto que como un sudario envolvió la época de la dominación española, es mi intento que admiréis el valor, la constancia y la abnegación, de los seres que nos dieron patria; y que al lado de los seres de la pasada esclavitud, resplandezca con todos sus fulgores , más pura y más hermosa, la luz de gloria y de libertad que brillo en el cielo de México, la noche del 15 de septiembre de 1810. Será breve escuchadme: Corría la época en que brillaba para la patria de los Pelayos y de los Guzmanes, el astro más brillante de su historia. Flotaban victoriosas sobre la torres de Granada, las banderas españolas: las enseñas de la media luna, destrozadas y llenas de sangre, eran hoyadas por los pies de los corceles castellanos; y ante el poder de un gran reino el último rey moro Boadbil, huía de su querida

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Alhambra, pálido y sollozando como una mujer, volviendo los ojos con angustia, y llevando tras de sí y para siempre, humillada y vencida toda la grandeza del antes poderoso genio musulmán. La gloria de la España, no cabía ya en el estrecho espacio que limitaban los Pirineos, y el genio de un navegante genovés, protegido por la más grande de las soberanas, arrojó al Océano, las columnas de Hércules, sorprendiendo para engrandecer a Castilla, el secreto de un nuevo mundo, que había ocultado Dios, siglos y siglos, entre las tempestades y las olas. Pero la España, esa nación valerosa cuya pasada grandeza admiro, cuya agonía y degradación he lamentado; y cuyo presagio de regeneración saludo, con toda la efusión de mi alma; porque yo odio a los tiranos pero tengo simpatías por todos los pueblos de la tierra, la España Sres. Debía manchar muy pronto su frente, donde Lucia la aureola del genio de Colon con la sangrienta macha de una conquista, con la monstruosidad de un crimen. Bella como un sueño de amor, apareció a sus ojos la Virgen americana, reclinada sobre un tapiz de flores, sobre un lecho de plata y oro, bajo un cielo esplendido y purísimo, contemplando su semblante, en el azulado espejo de sus inmensos lagos, arrullada por los placidos rumores de las brisas de sus bosques seculares, alumbrada por las antorchas de sus mil volcanes, ceñidas sus sienes, con la guirnalda de una perpetua primavera y acariciada por el eterno beso de las ondas de dos mares. Despertóse a su vista, el ansia de la ambición en el alma de los mil aventureros, sedientos de oro; las turgentes velas cruzaron el Atlántico impulsadas por el soplo de la fortuna; y el genio de la conquista, derramo por primera vez, en estas fértiles regiones, la desolación, el exterminio y la muerte. Como una tempestad, cayeron entonces sobre nuestras playas los afortunados cómplices de ese bandido prófugo que se llamo Hernando Cortés. Que ese audaz aventurero de un sentimiento patriótico español que enaltece hoy hasta a la apoteosis, y como el héroe de un poema y que no es realidad más que el héroe de un gran crimen; azote de un

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pueblo, destinado como aula para destruir un civilización y sustituirla, sin comprenderlo siquiera con el germen de otra mejor porque la Providencia en sus inescrutables designios, del fondo mismo del mal, hace surgir el bien, y así como del caos de la nada formo el mundo, del caos de la ignorancia y de la esclavitud, va formando lentamente, día por día, el mundo de la civilización y de la libertad. El imperio Azteca debía caer, porque fue tan bien formado por la conquista y robustecido por la tiranía; y la Providencia, no permite que sea duradero el poder que no tiene por base el derecho y la justicia. Aquella civilización del que no podemos formar juicio, pero que parece grandiosa, desapareció para siempre; pero entre los restos de aquella gran catástrofe, entre los horrores de la guerra, y entre las cenizas humeantes de los palacios y templos, entre los ríos de sangre el duelo y la consternación general el valor de aquel pueblo titánico, resplandece a través de los siglos, y la sublime figura de Guatimoctzin, su rey mártir, aparece todavía en la historia vivificando con su heroico ejemplo en la conciencia de nuestro pueblo, el noble el generoso, el incontestable, sentimiento de la nacionalidad. La grande obra de la conquista, de que tanto se enorgullece la moderna España, estaba consumada. Pero la dominación española en México no fue como debería haber sido, la regeneración moral de la raza Azteca; no fue el reinado de la sublime moral del evangelio: fue la barbarie bajo una nueva forma, la época de las tinieblas, del fanatismo intolerante, de la ignorancia explotada, y de la más espantosa degradación social. Es la verdad Señores: las hogueras de la Inquisición sustituyeron a la piedra de los sacrificios, Domingo de Guzmán a Huitzilopochtli el visitador Muños a los tiranos Mazttla y Tezozomoc, la declaración de Alejandro VI a los augurios, a las sencillas ofrendas de papagayos y de flores, los diezmos y primicias y al tributo del incienso las obvenciones parroquiales. En el espacio de tres siglos, la esclavitud envolvió, como una noche sin astros a nuestro hermoso suelo; pero brilló de súbito inundada de luz, la aurora que alumbro el bello y terrible despertar de nuestro pueblo; sonó al fin la hora bendita de nuestra redención política.

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El fuego del patriotismo no se había apagado en el pecho de los hijos de México, como la lava de sus volcanes. No: ardía inextinguible en el corazón de un aciano que se detuvo en el umbral de su tumba para saludar a nuestra patria independiente la noche del 15 de septiembre de 1810. Su débil voz atravesó el océano retumbando como una tempestad, en el viejo Alcázar de Madrid y en el lejano calabozo de Fernando prisionero, que palideció al escucharlo, porque la vos de los pueblos, sobrecoge y llena de pavor hasta los reyes destronados; porque el grito de libertad por lejano que resuene hace temblar de espanto a todos los tiranos. A la voz de Hidalgo un pueblo entero se levanto como un gigante para luchar contra el despotismo. La voz de independencia, el grito de guerra y de venganza, repercutidos por los ecos de nuestras inmensas cordilleras, resonó en un instante por todos los ámbitos de la Nueva España, como el rugido de la mar embravecida. Todos los abandonados caseríos, todas la capillas rusticas, todas las montañas y colinas se convirtieron en fortalezas y castillos; y de todas las ciudades, de todas la chozas brotaban incesantemente nuevos campeones invencibles en el combate, que serenos y gozosos caminaban a la victoria como a la muerte, con la sonrisa en los labios y la esperanza en el corazón. La España en vano concentraba todos sus esfuerzos para apagar este incendio; luchaba inútilmente porque su dominio de otro tiempo había sido establecido sobre el humeante cráter de un volcán. Las cadenas de la conquista, fueron destrozadas por el empuje del pueblo, como las cadenas de Jerges por las olas, porque así como el tirano Persa fue impotente para encadenar las tempestades de Océano todos los tiranos del mundo por poderoso que sean, son impotentes para encadenar las tempestades de la libertad. El pueblo triunfo por que la justicia triunfa siempre, porque la libertad, no puede eclipsarse sino por momentos como el sol, por que los tiranos son importantes para matar en pensamiento, y al luchar contra el derecho, sienten sus miembros heridos como Jacob a luchar con el Ángel; porque para suprimir a la libertad señores, sería necesario suprimir al hombre porque nadie puede evitar al progreso que conduce a la democracia; porque la democracia y el progreso, son el porvenir inevitable de la humanidad.

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Tras la memorable lucha de once años, la reina del Anáhuac recogiendo su cetro y su corona, fue saludada al fin independiente y libre por todos los pueblos civilizados. Inútil me parece recordaros los brillante hechos que ilustran nuestra historia en esa magnífica epopeya que se llama La guerra de Independencia. Ninguna nación del mundo, lo digo con orgullo, ninguna nación del mundo ha superado en heroísmo a nuestra patria. Presentes están en nuestra memoria, los inolvidables combates de Granaditas, las Cruces, Aculco y Calderón, y el homérico sitio de Cuautla comparados solos a los de Numancia y Zaragoza en los antiguos tiempos. Presentes están a vuestra memoria el heroísmo de Hidalgo, el valor indomable de Morelos, la magnanimidad de Bravo, la firmeza incontrastable de Guerrero y la constancia sublime de Victoria. El valor, el genio, la gloria, el heroísmo, todo lo tenemos; y sin embargo, una voz se ha levantado en Europa para arrojar sobre nuestra frente, la vergüenza y el oprobio, una voz se ha levantado para lanzar sobre nosotros una acusación terrible, sosteniendo a la faz del mundo que como indignos de la independencia, que con tanta sangre y con tanto heroísmo supieron conquistarnos nuestros padres. Yo rechazo con toda la energía de mi alma esa calumnia e infame con que pretenden envilecernos. No me ciega señores un exaltado sentimiento nacional; me oprimen el corazón, nuestros desaciertos; me desconsuelan a veces hasta la desesperación, la discordia, la desunión, la miseria, y el desconcierto general que nos amenaza, corolarios forzosos; terribles, de nuestros lamentables extravíos, pero enorgullece pensar, que no obstante nuestras locuras, no hemos llegado como esa nación lisonjera y altiva que sacrifico la guillotina y adoro un prostituta, con el nombre de la diosa, a pasar inconsecuentes, cien veces de la tiranía a la libertad y de la libertad a la tiranía; que mancho sus gloria con rapiñas vergonzosas que hacen aparecer a los ojos de la historia al gran capitán del siglo, como un gran capitán de bandoleros, para luego devolver su robo, para asegurar una paz vergonzosa que hacen aparecer a los ojos de la historia; para condenar al ostracismo a Víctor Hugo por que dijo:¡Anatema sobre Napoleón el pequeño! Por que no hemos llegado a burlarnos a nosotros mismo, ni a dejarnos engañar torpemente,

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como se ha dejado engañar ahora la nación española, con una promesa irrisoria de libertad, al romper el cetro de una Isabel que no era por cierto la católica que fulmino la muerte sobre la inspirada cabeza Cautelar, y sobre la del vencedor de Tetuán; porque nosotros Sres. Aun no sentimos el frío del egoísmo de la vieja Albión, que deja morir de hambre a Irlanda y ve con indiferencia el suicidio en África, y hace para sí el comercio de la esclavitud…y todo por llenar sus arcas. Yo podría recordaros aberraciones mas incomprensibles, crímenes atroces que mancha la historia de la humanidad, y que han sido cometidos a la luz de la civilización por las naciones que se llaman ilustradas pero no quiero Señores volver agravios por agravios; mi único objeto es justificar a vuestra patria de la acusación tremenda que se le hace; y alentar con mi fe a los que cobardes desconfían del porvenir, a los que piensan que nuestras desgracias no tienen remedio, a los que no creen como yo en la justicia de la Providencia, en el santo amor de la patria, y en el sublime sentimiento de la libertad. Una guerra sangrienta ha sido necesaria para destruir la cadenas materiales de la servidumbre que nos ligaban a España, otra guerra más prolongada, más terrible y más sangrienta, ha sido necesaria para destrozar los lazos que se aprisionaban el espíritu, las cadenas forjadas por los déspotas de Roma, que lograron colocarse durante muchos siglos, como un ídolo en el santuario inviolable de nuestra conciencia. Una guerra formidable ha sido necesaria para desarraigar el fanatismo y la superstición: México sufrió, es cierto, pero también el suelo se estremece cuando se desarraigan los viejos árboles que siglos y siglos, han estado adheridos a la tierra bajo el enorme peso de rocas colosales. Sería injusto culparnos de sus errores, porque no estaba en nuestra mano desarraigar las antiguas preocupaciones, con un sople sino con el fuego del rayo y el estrepitoso estruendo del huracán. Nuestros padres cumplieron su destino, al derribar para siempre el poder de España en nuestro suelo; los iniciadores de la reforma cumplieron con el suyo demoliendo el mal seguro edificio que amenazaba sepultarnos bajo sus escombros; los soldados de Zaragoza, serán benditos por las futuras generaciones por que defendieran el tesoro que nos legara Hidalgo: nosotros a nuestra vez, tenemos una

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misión sagrada cumplir, la época que acaba de pasar desde la invasión de la guerra: la época presente debe ser la de la paz: nuestros padres, debían empuñar las armas para darnos patria; nosotros empuñando los instrumentos de la industria y del trabajo proclamando el olvido, el poder absoluto de todos los pasados extravíos, debemos estrecharnos fraternalmente bajo la égida de la ley para dar a nuestros hijos la verdadera democracia y la verdadera libertad. La obra de independencia Señores, está incompleta: la obra de la Reforma no ha pasado todavía de la parte material. Verdad es que hemos escarmentado a la Europa haciéndola comprender para siempre, que el sol de América no puede alumbrar para ella, más que decepciones amargas, y vergonzosas derrotas, verdad es que los monasterios han sido heridos por el rayo de la ira popular y los ministros y las sacerdotisas del fanatismo, huyeron como una bandada de gaviotas azotadas por la tempestad; pero todavía no somos verdaderamente libres; el fanatismo existe en el fondo de la conciencia, la esclavitud existe todavía en la ignorancia de nuestro desgraciado pueblo. Todos nuestros gobiernos disputándose del poder, no la gloria; ya los tiranos y ridículos como el de Santa Ana; ya liberales y pusilánimes, como el del ilustre general Arista; en todo han pensado: en honores y fusilamientos, en colonias y en indultos, en todo han pensado, menos en salvar al país, ilustrando las masas, de la anarquía y el desorden ya la proclame un ejército venal y corrompido y ya lo invoque una facción anárquica. El egoísmo de su propia conservación, los ha hecho olvidar el respeto a la ley, la ilustración de la raza indígena, la protección de todos los ramos de la riqueza publica las economías, y sobre todo, el respeto a sí mismos. Por cerca de seis millones esta representa la raza indígena para quien no ha sonado aun la hora de redención: Ella gime y sufre silenciosa bajo un exterior dócil y resignado, hace más de tres siglos, la influencia de un funesto destino, víctima de la idolatría en tiempo de sus monarcas del fanatismo y de la esclavitud en el de la dominación y el indiferentismo y el desprecio, en el nuestro, nunca ha probado los goces de la civilización ni los dulces frutos de la fraternidad a

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que tiene más derecho que nosotros, supuesto que ha derramado más sangre por ellas. La razón que se da a que como yo indico el mal es hija de la hipocresía, que bajo una apariencia legal quiere disculpar las más graves faltas. Se dice que esa raza es refractaria a la civilización; que la atonía melancólica, de su índole, no se presta ni al trabajo ni a la fusión con los blancos, puesto que ha resistido tantos años aislada, escondida, atrincherada, entre las barrancas y las faldas elevadas de nuestras montañas y en los climas mortíferos donde encuentran una alimentación difícil y a muerte segura. Mas yo contesto: que esas no son razones que persuaden, esas son conjeturas, son injurias. ¿Hemos comprobado esos aciertos con la experiencia? No. La verdad es, que huyen de nosotros, porque no como a sus ojos más que los descendientes de los dominadores; porque absorbiendo el aire de la poca libertad que respiramos, hacemos el vació, y esos infelices mueren asfixiados o debilitados por el clero, que explota en ellos un rico filón el ultimo acaso, de la mina emborrascada de la nueva España. La verdad es, que con esos pretextos los entregamos después en que fueron los primero en prodigar su sangre por la independencia y que la han prodigado por la reforma a los estragos de la guerra en Yucatán, a las agonías del hambre, del matlazahuatl de la viruela, y la fiebre en todas partes. La verdad es por ultimo Señores que los gobiernos se acuerdan de ellos para la leva, para el sorteo, para la capacitación y para las faenas. Y mucho es, que no sigan en el afán del imitar a nuestra vecina república, el sistema que ella empleo para exterminarlos, mandándolos acuchillar sin piedad. Pero no es esta la única llaga social. Hay otras no menos peligrosas. La falta de ilustración, lo repetiré hasta el fastidio, de nuestras clases menesterosas, entre la que figura entre la mas abatida la jornalera del campo, que hace que las grandes propiedades rusticas, sean los modernos feudos y señoríos, adonde no ha llegado el saludable bien de la independencia, el fruto individual de la reforma, y que ahí estén entronizados todavía los descendientes del marqués de Valle, y los alguaciles de la audiencia con todo el despotismo de la dominación.

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Fastidioso seria extenderme minuciosamente, sobre todas y cada una de las calamidades públicas; hay mucho que decir, pero yo no quiero traspasar los límites que me ha señalado vuestra benevolencia al escucharme con tanta atención. Mas es forzoso, sin embargo, apuntar cuando menos, esa postración en que yacen las industrias, las artes, el comercio, la minería, las mejoras materiales, ellas están pidiendo ya no protección, si no siquiera un armisticio, con los empleados de fisco, representantes legales de esa terrible, insaciable vorágine que se llama el presupuesto y cuya deformidad consiste en estar representada por más de diez y ocho millones, para el Gobierno general y por cerca de treinta y dos millones para la vida colectiva de los Estados, cuyas dos sumas forman la de cincuenta millones, que sudan los pueblos sangre y lagrimas y exhibirlas. ¡Cincuenta millones anuales a siete millones de hombres! He aquí el monstruo que acabara por consumir a este país desventurado, gastado, empobrecido, empeñado por las incesantes luchas fratricidas y extranjeras que se han sucedido con muy cortos intervalos, en un periodo de más de medio siglo. Sólo esta calamidad bastaría para hacernos retroceder del abismo a donde nos encaminamos, entonando himnos a las glorias del pasado y olvidados del porvenir, cuya falange se adelanta a recibir nuestra última palabra y con ella, el depósito que nos entregaron nuestros padres. Pero si añadimos a estas dolencias, la miseria pública, la inseguridad en los caminos, el puñal del plagiario en todas partes, las disensiones locales, la anarquía general, el abuso de poder, el sueño o la venalidad de la justicia y la indiferencia caótica del pueblo, tendremos el cuadro mal bosquejado de nuestra situación política y social. Trastornos y males idénticos, la causa de la decadencia y la ruina de las naciones más ricas y poderosas de la tierra. Si damos una rápida ojeada a las miserias humanas, veremos que ellas han tenido su origen capital, en el abuso del poder, ya lo ejerza un tirano o una convención demagógica. Roma, la señora del mundo, calló desfallecida ante los bárbaros, bajo el hierro de los Teutones por haber ahogado la libertad que le dio su prosperidad y su grandeza.

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Grecia, cuna y templo de las más grandes virtudes, soltó la oliva de Minerva y la espada de Miliciades, y de amazona se convirtió en esclava. A nosotros también, señores, nos espera igual suerte, porque no encuentro razón ni privilegio que nos exceptúe de esa ley general, que pone término a todos los abusos, a todas las iniquidades, a todos los extravíos, a que se entregan en el día de su prosperidad, los pueblos y las naciones, cuando en él deberían cobrar más fuerza para los días aciagos; nuevas fuerzas; para luchar invencibles contra todos los tiranos y contra todas las calamidades. Y esa fuerza, señores, no se adquiere si no luchando incesantemente contra nuestras pasiones, contra el abuso, contra la ignorancia, contra el libertinaje, contra la pereza, contra la ambición, contra la tiranía: pero sin más armas que la razón, el derecho y la ley; y sin más esperanza que la de alcanzar una perfecta igualdad, a cuya sombra prospera feliz y se engrandece la hija de Washington. La igualdad, el orden, la moralidad el respeto a la ley, la fraternidad, el amor al trabajo, la libertad de conciencia, la de enseñanza, la de emisión de las ideas, de palabra, por escrito y por las prensa, el derecho de asociación, el de la propiedad inviolable, el electoral que renueva y regenera todos los poderes; y que son otros tantos agentes de la felicidad pública, que brindan al emigrado, al profesor, al apóstol, a las musas, al capitalista y al ciudadano,, un bien que de otra suerte no es posible conocer, la democracia, en fin, en su verdadera acepción, la práctica de todas las virtudes sociales y políticas, que la filosofía ha recogido como reliquias, de entre los escombros de esos grandes pueblos que en la antigüedad deslumbraron y encadenaron al mundo, son las que en la época presente, han hecho favorecer a esa nación colosal cuya gloria y cuya civilización nos asombran. Y estas virtudes que se pueden resumir en estas palabras: “El amor a la patria,” son las únicas que pueden salvarnos de la disolución social que nos amenaza. ¡Oh Santo y sublime amor a la patria! Tú que como en días como este haces resonar, desde la cumbre del Chimborazo hasta el Rubicó de la moderna Roma, los nombres de Bolívar, Hidalgo y Washington; tú que has dado valor y sufrimiento a Garibaldi y

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Manzini por cuyos nombres suspira la enamorada joven Italia; tú que lanzaste la falange de los filósofos sobre el trono del tirano de las conciencias, que en su delirio quiso monopolizar el cielo y los infiernos; tu que tiñes los albores de Independencia en las Antillas, donde fue a dar su último aliento a la libertad nuestro joven compatriota Estévez; tú que acrisolas en el infortunio de los pueblos la fe de sus libertadores; tú que inspiraste sublime hazaña de Leónidas y sus trescientos compatriotas; tú que diste valor y sabiduría a Temístocles, prudencia a Arístides, elocuencia a Demóstenes, y virtud a Cincinato, tú qué hiciste a Guautimoc, un mártir; tú que acariciabas en el alma de sus hijos, encorvados bajo el peso de la libertad; tú que diste aliento a hidalgo, genio a Morelos, intrepidez a Allende y otros mil mártires sin nombre, que sin la grata ilusión del apoteosis pasaron a la eternidad, luchando valerosos, por romper el yugo forjado al fuego de sangrientas batallas y templado con las lágrimas de mil generaciones; que alzaste del polvo de la vidas a Xicotencatl y Balderas, que detuvieron la mano del mutilado de Zempoala firmar una paz oprobiosa precio de las dos terceras partes de nuestro territorio; tú que diste alma y luz a las pléyades de los Ocampos, de los Lerdos, de los Degollados, que fundieron con el sol de la reforma que ellos encendieron, las cadenas del fanatismo, abriendo el santuario de la conciencia a la tolerancia religiosa, el de la razón a la justicia, el del derecho a la igualdad y al a fraternidad; tú que les diste gloria y con su luz escribieron el epitafio de la tumba de nuestros héroes, sobre las que suspira triste la libertad; tú que fecundizas las laureles que sombrearon amorosos la frente de Zaragoza, a la esplendente luz del sol de Mayo; tú que diste esfuerzo a Méndez, a Rosales, a Pavón y a nuestro querido joven compatriota Miguel Barragán y a otros mil que alzaron la frente avanzando para encontrar el rayo de muerte que les fulminó el tirano de las Tullerías; tú que diste esfuerzo y gloria a Díaz, a Escobedo, a Riva Palacio, a Treviño y a Corona; tú que sobre el cadalso de Maximiliano de Austria, levantaste la clemencia, que contuvo la justicia de un pueblo en el día de su victoria; tú que cautivas con transporte nuestros corazones, que enciendes en nuestros pechos la fe del porvenir y la esperanza de hacer más grande, más libre y más poderoso a México; tú nos detendrás en el

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borde del abismo a donde caminamos, y del fondo mismo de nuestras negras desventuras, sacarás centellas que inunden con su luz el porvenir en donde no habrá más conquistas que las de la civilización, ni más dominación quien la de la justicia; ni más independencia que la de la razón, ni más fueros que los de la conciencia, ni más lucha que la del progreso, ni más imperio que el de la ley, ni más victoria que la del derecho ni más anhelo que el de la felicidad universal, ni más culto que el amor a Dios, a la Patria, a la Libertad! ¡Amor de la Patria! ¡Amor sublime! ¡Amor eterno! ¡Has este pabellón tricolor, flote sobre las tumbas de nuestras más remotas generaciones como flota hoy victorioso deslumbrando con su aureola al mundo. Haz que sea para siempre el símbolo universal de la Independencia, de la Libertad, de la Paz y la concordia, sobre la tumba bendita de nuestros mártires! Compatriotas: yo leo en vuestras frentes donde irradia la luz del amor a la Patria, de ese sol que nunca declinara en vuestros corazones los destinos de México: él será grande y feliz, como es grande vuestra gratitud a Hidalgo, grande vuestro amor a Dios, a la Patria y a la Libertad! Compatriotas: ¡Viva México Grande! Viva Hidalgo inmortal! ¡Viva la Independencia!

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DISCURSO PATRIÓTICO PRONUNCIADO POR EL JOVEN MANUEL PALOMO, ALUMNO DEL INSTITUTO CIENTÍFICO la noche del 16 de septiembre de 1872

San Luis Potosí: Imp. de Vélez, 1872

C

La fe ciega en el porvenir sería la felicidad. Zarco

onciudadanos: En el transcurso de los siglos llegó el momento designado por el Supremo Autor de la creación para el descubrimiento de un nuevo mundo, parte integrante del antiguo, y desprendido de él, tal vez por un cataclismo, efecto de la voluntad del Altísimo, cuyos inescrutables designios, no es dado al hombre penetrar. Cual una joven hermosa y cubierta de ricas galas aparece la América entre dos Océanos inmensos y excita con sus gracias y sus tesoros, que ofrece franca y festiva, no el amor puro y sincero del extranjero que ávido la contempla, si no la sórdida codicia, dándole patíbulo a sus más nobles pasiones. La América de hospitalidad en su Septentrión a inmigrantes que vienen de la vieja Europa buscando la paz de la conciencia y el bienestar de su futura generación, y en su centro y parte meridional a tristes aventureros ávidos del oro que jamás vieron en sus manos en sus patrios lares. Los primeros tenían por matrimonio la ilustración y rectitud de intenciones y vieron a su patria adoptiva como el sagrado asilo de sus penas, como la dorada cuna de sus hijos, la realización de sus más gratos ensueños. Los segundos cifraron sus cálculos en la violenta adquisición de riquezas, y sus medios de acción fueron el despotismo y el aniquilamiento, tratando al país ocupado como al más abyecto esclavo. He aquí, Mexicanos, como la fortuna prodigó sus dones a Norte-América; coloso que con sus movimientos conmueve y llena de admiración al mundo entero; mientras que México hundido en la más

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profunda desgracia excita en los hombres sensatos una idea de conmiseración y en los ignorantes y estúpidos una risa de desprecio. ¡Ni como podía ser menos, si a México se ha gobernado con la ignorancia, el absolutismo y el tormento! ¡Cuál otro podría ser el resultado si la educación estaba prohibida, y se castigaba con penas severas la manifestación del simple discernimiento! Para México transcurrieron tres siglos de barbarie y de tinieblas; pero el Dios de las naciones que hizo brotar la luz del caos, la hizo brotar igualmente del pecho de un humilde sacerdote, quien proclamando la independencia de un pueblo, se ofreció como víctima en las aras de la patria para consumar el sacrificio. ¿No veis, ciudadanos, en el anciano Cura de Dolores, una misión divina que debía consumarse para que el débil, miserable y el oprimido rompiera las cadenas con que el fuerte y poderoso lo sujetaba y escarnecía? ¿No veis como la justicia del Eterno se manifiesta bondadosa e inmensa, tomando por instrumento a débiles seres que se convierten en torrentes impetuosos, cuyo paso no es posible contener? Hidalgo, ministro de paz y de consuelo se irrita ante la tiránica opresión de la antigua iberia y abrigando un corazón magnánimo, acomete una empresa de gigantescas proporciones. Prepara la Independencia de su patria y señala el 1° de noviembre de 1810, para iniciar su obra; pero las grandes acciones no pueden llevarse a efecto sino es venciendo graves dificultades, poniendo en acción una voluntad suprema. Iturriaga, canónigo de Valladolid, iniciado en el plan, lo revela e Hidalgo se ve obligado a precipitar los acontecimientos. Auxiliado por el esforzado Allende que se presentó en la villa de Dolores con cien hombres reclutados violentamente, da el grito de Libertad el 15 de septiembre. Recorre a San Miguel, Celaya, Guanajuato, Morelia, Toluca y se aproxima a México. De las orillas de la Capital retrocede y ocupa a Zacatecas, San Luis Potosí y Guadalajara, y después de librar las batallas de las Cruces, Aculco y Calderón fue víctima de la traición de Elizondo, sucumbiendo a manos de los enemigos de la Patria, en Chihuahua el 1° de agosto de 1811.

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Cual un meteoro, el héroe de Dolores brilla un momento y desaparece; pero en el corazón de cada mexicano, en un pueblo entero ha dejado grabada la idea de independencia, y este luchará sin tregua ni descanso hasta recoger sus óptimos frutos. Tal sucede con el grano de trigo, que arrojado por la mano del labrador, crece y se desarrolla convirtiéndose en doradas espigas, con las cuales satisface las necesidades del que dio cultivo. México luchará hasta obtener en su perfección la sublime doctrina del Salvador. “Amaos los unos a los otros.” ¿Y por qué no la ha de ver realizada, si para ello cuenta con elementos superiores a los que tienen las naciones, que en medio de su desvarío se proclaman ilustradas y filantrópicas? Los Mexicanos jamás abrigan profundos odios; olvidan generosamente los agravios que reciben y abren sus brazos fraternales a los cegados por las pasiones se desvían del recto sendero. ¿Podría decirse lo mismo de otros pueblos que pasean en picas las cabezas de sus pronombres; que recorren las calles con la tea incendiaria y que pagan con oro su humillación, esperando la oportunidad para faltar a sus mas solemnes pactos? ¿Podría decirse los mismo para otros pueblos, en donde sus Estados y Provincias son herencias de los Reyes, y cuya ostentación y lujo salen a expensas de sus buenos y leales vasallos? En México solo hay ciudadanos que proclaman las garantías concedidas en su carta fundamental. Las coronas que por momentos han brillado fatídicamente en México, han caído en el sepulcro con las cabezas que adornaba. ¡¡En México no hay más que ciudadanos libres!!! Si aún se agita en convulsiones políticas, esto no es más que el síntoma de su desarrollo. No es posible caminar con paso rápido y firme cuando se pasa de las más profunda oscuridad, hacía una luz diáfana y pura. Tenemos vencida la mayor parte de las dificultades. Adelante Mexicanos, y lograremos la suprema felicidad. ¿Podrían decir otro tanto esas naciones cultas en donde populan súbditos y soberanos?

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Permítaseme que lance una sonrisa de compasión y de duda. Esos pueblos tienen que sacudir el yugo de súbditos y adquirir el título de ciudadanos. Tienen que dejar a los reyes en el lugar que les corresponde: esto es, en los teatros para que con sus vistoso trajes diviertan a los niños y con sus narraciones recuerden las sombrías escenas de la antigua Francia, el inconsecuente origen del protestantismo y los espantosos hechos de la inquisición. Tienen que establecer los principios de Libertad, Igualdad, Fraternidad. Logrados estos objetos tendrán, así como nosotros, que adoptar la vía de la humanidad, para que la razón y la justicia sean el distintivo entre el hombre ilustrado y el salvaje. Aún nos falta mucho por obtener la perfectibilidad que la imaginación concibe; pero, no lo dudéis, ciudadanos, la fe en el porvenir nos hará superiores a nuestras debilidades y miserias. El sufrimiento en la adversidad nos volverá prudentes, y la idea infundida por nuestros libertadores aparecerá algún día nítido y brillante. Mexicanos: Tributémosle honor y veneración al héroe inmortal que proclamó nuestra independencia! Viva, pues, el ilustre Hidalgo! ¡Viva el16 de septiembre de 1810! ¡Viva el pueblo soberano!

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DISCURSO pronunciado por el C. Jacobo Villalobos la noche del 15 de septiembre de 1872

San Luis Potosí: Imp. de Vélez, 1872

Conciudadanos:

En otro tiempo, los grandes acontecimientos, y las diversas y sucesivas evoluciones de la humanidad, eran, no sólo para el común de los hombres, sino para los mismos filósofos, el efecto de la inspiración o de la revelación hecha a un sólo electo o a pocos escogidos, verdaderos hombres extraordinarios, o genios, a quienes, por tanto, se elevaba el rango de semi-dioses. Más tarde, por el contrario, se creyó que un hombre privilegiado no era sino solamente un instrumento para la manifestación de una necesidad social. La parición de las ideas, y su misma realización en el modo de ser de la humanidad, fueron, por consiguiente, consideradas tan solo como la semilla fructificada, primero en la cabeza de un hombre, y luego en la de muchos, pero sin tener como esencial o necesaria la existencia individual del primero, ni apreciar a este como creador ni único productor. Todo principio, todo progreso, son para esta escuela, la obra de la naturaleza apropiada al transcurso de los tiempos, y a la sucesión de las generaciones. Los filósofos de esta escuela, por lo mismo, en vez de héroes y semi-dioses, nos presentan, tan sólo, instrumentos casuales de la fatalidad; y en este sentido, llegó a decir aún el mismo Bosuet: “Cuando Dios elige a alguno por instrumento de sus designios, nada detiene su curso: encadena, ciega, o sujeta todo lo que es capaz de resistencia”. La verdad, la razón y la justicia no están ni en una ni en otra parte. Hoy, la escuela racionalista, a quien se debe la filosofía de la historia, ha demostrado hasta la evidencia: que si bien es cierto que “el día de hoy es discípulo del ayer”, y que el genio no adivina ni crea, también lo es que estudia, observa, medita, ensaya, se esfuerza y se obstina para llegar a lo mejor; que si detrás de otro hombre grande se ocultan generaciones olvidadas, y cuando menos el gran pueblo de sus

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contemporáneos, la parición de un hombre eminente, en las portentosas renovaciones que observamos, no es una casualidad; no: no es fatal el poder de su pensamiento, ni la eficacia de sus medios; no depende de la ciega necesidad el buen éxito de sus proyectos, ni su mérito es un don arbitrario, independiente de su voluntad; porque si esto fuera así, dejaría de existir el esfuerzo, el mérito, la virtud, y aún la misma especie humana. Por fortuna, la contemplación y admiración de los esfuerzos de un hombre eminente, de los obstáculos que ha superado, de las contradicciones que ha vencido, será siempre el espectáculo más a propósito para hacernos comprender nuestra dignidad, y aún para elevarnos quizá a la misma altura; y si bien es una verdad innegable, que “si Bonaparte hubiera nacido y desarrollándose en Londres, y Washington en Paris, y hubiesen venido al mundo un siglo antes y un siglo después, la dirección hubiera cambiado, y otras opiniones les hubieran preparado otro destino,” ¿quién puede poner en duda la sublimidad del esfuerzo individual de estos dos grandes hombres, cuando el esplendor y magnificencia de su gloria, hacen que se les admire mas allá de la tumba?...¿sería justo que sobre la losa de su sepulcro, no se pusiese por inscripción, si no tal fecha del calendario, o tal grado del meridiano?... De ninguna manera; y así es que, aún cuando sea cierto que una gran parte del mérito y de la gloria que inclusiva e injustamente se atribuye por entero a un genio o a un héroe, sea debida a las generaciones que le han precedido, o a inapreciables trabajos e influencias de su gran pueblo contemporáneo, no lo es menos que en los pensamientos de la Providencia que el pueblo efectúa aparece siempre, de una manera más visible, el poder de un brazo y la decisión de una voluntad, un hombre solo que entre muchos, descuella, según la bella comparación de Virgilio, mil y mil veces más, que los altos cipreses entre los pequeños biornios; y así es como contemplamos y admiramos la bellísima y gigantesca figura de nuestro gran Hidalgo, en medio del gran pueblo mexicano. ¡Cuán grande, cuán sublime nos parece!...¡Cuán majestuoso, aun digno, y cuán glorioso vemos, también, al pueblo!... Hidalgo, dando el grito de Independencia, en el pueblo de Dolores, la noche del 15 de septiembre de 1810, no tiene término de comparación, si no

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con el gran Moisés libertando el pueblo de Israel; y si este predilecto pueblo, apenas había pasado el Mar Rojo, al respirar el ambiente de la libertad, desde la orilla, entonaba himnos de gloria al Señor que con ello se había mostrado grande, sacándoles con fuerte y robusta mano del calabozo de los egipcios, y librándoles para siempre de su servidumbre, ¿porqué nosotros no hemos ahora de entonar tiernos cantos de alabanza al SER SUPREMO, y de gratitud y veneración a nuestro Hidalgo, y a nuestros demás libertadores de 1810?... Muy justo y muy satisfactorio es esto; pero ¿de qué pensamientos, de qué palabras dignas para ello puedo ser capaz?...nunca más que ahora conozco mi pequeñez; y no solo mis palabras, no solo mis emocionados cantos, sino aun mis lágrimas de tierna gratitud y vivo patriotismo, serían muy poco, serían nada, respecto del homenaje que en estos mismos momentos les tributa todo el pueblo mexicano. ¡Sí! El pueblo todo sabe por qué está conmovido; y por lo mismo, creo innecesaria la sublime, tierna e incomparable narración de aquella inimitable epopeya que principiando con el glorioso Grito de nuestro Hidalgo de Dolores, termina con tremolarse por Iturbide; el estandarte tricolor de Iguala. Así es que, considerando que con esta gran solemnidad se honra no solo a nuestros libertadores, no los actos todos de los hombres deben tener siempre por objeto su perfeccionamiento, creo que si algo puede haber que aumente vuestra admiración, gratitud, y patriotismo inspirado por el hecho inmortal de nuestra independencia, es comprender el valor de esta, su objeto y su destino para la perfección no solo de los hijos de México, sino de toda la humanidad. Sobre este tema, por lo mismo, es mi propósito hablaros y os ruego que bondadosamente me prestéis atención. Sabemos que el destino del hombre y de la humanidad es caminar incesablemente, hacia la perfectibilidad; y que todo lo que a esto conduce, es un derecho del hombre, o una ley de la naturaleza. Pues bien, lo primero que sobre esto observamos, es que el hombre, sin el auxilio de sus semejantes, no existiría; o en otro términos, que la sociabilidad es una condición necesaria de su existencia, conservación y desarrollo. Sabéis que esta sociabilidad tiene diversos grados: la familia, el común, la nación o patria, y la confederación de los pueblos,

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o sociabilidad del linaje humano. Nadie ha desconocido que la familia es un centro de vida en donde maravillosamente se desenvuelve la naturaleza humana en todas sus fases; todos ven la utilidad de esa reunión de familias llamada común, y ahora, vamos a hacer ver no solamente que esa reunión de comunes de que se forma el pueblo, la nación o la patria, es una condición necesaria para el cumplimiento del destino, del hombre, para su progreso y completo desarrollo, para llegar a la unidad social, y a la fraternidad universal, en una palabra, para su felicidad, si no que, la patria sin la independencia es un contrasentido, un obstáculo a la marcha no solo del pueblo oprimido, sino de la humanidad entera, que, por lo mismo tiene que ser removido, necesariamente, o por mano del mismo pueblo, o por irresistible brazo del resto de la humanidad que acata la voz de Dios. Aunque no todos los hombres están acordes en la generación que deben tener las instituciones de que acabamos de hablar, si lo están en que el hombre necesita para el cumplimiento de su destino, una familia, una ciudad, una patria, un mundo; y en que, cuando le falta alguna de estas cosas, su físico languidece, su inteligencia dormita, su alma se embota; en una palabra, en que es un hombre incompleto. Se ha observado, además, que nuestro desarrollo guarda una proporción con la extensión de nuestro pueblo o patria, y que a medida que el alma se desarrolla, abraza el globo y quiere someterle a la unidad; de manera que la sociedad que empieza en la familia, acaba en el linaje humano; y por esto, según nos refiere Plutarco, “preguntando Sócrates sobre su patria, contestó ser ciudadano del mundo.” Mas es preciso reconocer que esta sublime y profunda respuesta, de ninguna manera desconoce el fin providencial de la patria, o de las distintas nacionalidades, sino que se propone solamente llevar más allá los límites de la sociabilidad, extendiéndolos a todo el linaje humano, compuesto de las patrias necesarias por una unión fraternal, de modo que se tenga la unidad social; como hoy se tiene la unidad nacional en el sistema federal, con diversos Estados. Negar la influencia bienhechora de la patria como condición necesaria del progreso humano, habría sido desconocer la naturaleza del hombre. Ni es solo el interés humano el origen de la existencia de la patria: la identidad o semejanza de raza es causa de natural unión, de

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simpatía y amor; y si a esto se agrega la misma lengua, las mismas costumbres, las mismas leyes, una misma esfera de acción, de inteligencia y moralidad, como efecto maravillosos de esa secreta combinación, todavía no explicada satisfactoriamente, entre la constitución física del hombre y los elementos de la naturaleza, en las diferentes zonas y climas de la tierra, se empezará ya a formar idea de lo que es patria. Si se reflexiona, luego, que todo perfeccionamiento se hace por grado insensibles, y de una manera eficaz, cuanto más intima y menos distante es la relación entre el ser que perfecciona y el perfeccionado; y finalmente, que ni la constitución física, ni la inteligencia, ni la moral del hombre, y lo mismo puede decirse de un pueblo, se desarrolla sin la libertad, sin la independencia, se comprenderá mejor que si el linaje humano se halla dividido en tales o cuales grandes asociaciones llamadas nacionalidades o patrias, sobre tales o cuales partes de la tierra, es por ser una necesidad social para el perfeccionamiento de la humanidad; y por lo mismo, una ley de la naturaleza. Verdad es que la civilización y el progreso van hacia la igualdad de los hombres considerada bajo todos sus aspectos; que la mezcla de las razas, y la preponderancia y arrollamiento de las unas sobre las otras, tienden a fundirlas; que los ferrocarriles, el libre movimiento mercantil, y la multiplicidad de relaciones siempre crecientes entre los miembros de las diferentes naciones, van aproximando a estas hacia la igualdad de costumbres y de leyes, hasta entrever un solo pueblo de hermanos sobre la tierra; pero cuando se reflexiona que la naturaleza misma de la especie humana y de la sociedad, ha de hacer siempre que el mayor número de habitantes de una localidad viva más tiempo sobre ella que sobre otra alguna y que mil y mil veces más difícil salir del territorio nacional que el simple lugar de nacimiento, vemos que siempre existirán influencias físicas indestructibles del globo sobre los hombres; que esto, y la infinita variedad de combinaciones y de relaciones entre lo mismos habitantes de un pueblo situado en el ecuador, y los muy diversos que necesariamente deberán tener lugar entre los habitantes de cerca de los polos, y en general, de regiones diferentes, han de producir diversidad de pueblos que, aun cuando bajo ciertos aspectos, o leyes de la humanidad , formen un solo pueblo, realizando la unidad social o la confraternidad universal han de tener siempre necesidad de vivir bajo

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ciertos grados del meridiano bajo tales costumbres bajo tales leyes, para su mas eficaz perfeccionamiento y para su mayor felicidad. Por esto, todo el amor que se tiene el hombre a sí mismo, a su familia, a sus amigos y a todo lo que es digno de ser amado, debe reunirse en el amor patrio, y por esto mismo, el divino platón, maestro de Sócrates, dijo: “nadie puede tener más que una patria,” y nuestro Arriaga añadió: “y México, solo México es la nuestra.” Así comprendieron la absoluta necesidad de la patria independiente y libre, los grandes mártires sublimes de 1810 a 1821, y con el inmortal Zaragoza, los autores de nuestra segunda época de independencia. Y entendido de este modo, ¿quién habrá que no prefiera la muerte a vivir con ignominia, y sin los medios de su perfeccionamiento y felicidad?...nadie, y por esto, tarde o temprano, tienen que ser todas las naciones necesariamente libres e independientes. He aquí otra ley de la naturaleza y de la humanidad: la existencia, independiente y libre de las patrias necesaria. Pasaron ya los tiempos de Alejandro y César, y no volverán jamás aquellos en que “la tierra entre Trajano se postra, se muda;” hoy solo a la palabra es dado el imperio del mundo; la voz de la razón resuena en todos los ámbitos de la tierra, y la luz de su divina antorcha va disipando todas las tinieblas. Desde que el cristianismo surgió como la insurrección de la justicia a favor de los débiles, como una venganza en la caída del imperio romano, al caer las ramas marchitas y secas del árbol de la humanidad, las instituciones envejecidas y gastadas se hundieron por sí mismas, para dar lugar a una nueva savia y a instituciones que, rejuveneciendo las ideas, han mudado la faz de los pueblos. Esta transformación del mundo social la vemos al contemplar, en vez de mil y mil falsas, arbitrarias y tiránicas soberanías morales; la soberanía del derecho sobre la fuerza; la soberanía de la inteligencia sobre las preocupaciones; y la soberanía de los pueblos sobre los gobiernos. De aquí la autonomía de las naciones, su independencia y libertad que presagian el porvenir glorioso de la humanidad, diciendo: que cuando se respeten mutuamente todas las naciones, cuando cada patria esté dentro de sus límites naturales y necesarios, entonces, deberá realizarse la confederación de todas las naciones, la fundación simultanea

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de todas las armas del mundo, por la acción de la electricidad, en una palabra, la paz y la fraternidad universal. Y cuando esto llegue, ¿a qué causas se atribuirá tan glorioso y tan feliz estado?... la razón y la conciencia nos gritan: que, ante todo, a la saludable y redentora influencia del cristianismo, a los descubrimientos de los sabios, y a los esfuerzos de los héroes y de los mártires que realizaron las patrias libres e independientes. ¿Y cuáles podrán ser los cánticos de gratitud que resonarán en todas partes?... El “Cantemus Domino,” de Moisés, después de haber pasado el Mar Rojo; el “!eureka! ¡eureka! De Arquímedes; el “!Consumatum est!” de Cristo; el “!Tierra! ¡tierra!, de Colón, y el “!Independencia y libertad!” de HIDALGO, Washington y Bolivar! Mas, ¿porqué este grande acto de gratitud, de veneración y de justicia, ha de retardarse hasta tan lejano porvenir?... ¿Acaso, ahora mismo, ni nos mueve a ello el amor patrio?...Sin duda alguna; y por esto es para mí gratísimo exclamar: ¡Dios mío! ¡Dios mío!: la creación después de la nada no pudo seros tan grata, como el triunfo de la verdad sobre el error, como el de la libertad sobre la esclavitud del hombre, como el progresivo perfeccionamiento de la humanidad! Gozaos eternamente en la obra excelsa de vuestras manos y de vuestra infinita sabiduría; y si cabe alguna gracia para el hombre y para los pueblos que han atacado tu ley, sacrificándose por la libertad, por la fraternidad universal, por el supremo bien de la humanidad, dignaos a bendecid a nuestro gran Hidalgo, y a nuestra infortunada patria! ¡Patria mía! ¡patria mía! Que eternamente seáis grande, independiente y libre; y que en cada uno de vuestros hijos tengáis siempre un Hidalgo inmortal! ¡Hidalgo! ¡Hidalgo nuestro! ¡quién pudiera imitarte en tus virtudes! ¡quién pudiera igualarte en tus grandezas!... Pequeños, muy pequeños somos; pero, ¿qué puede haber sobre la tierra, ni más grande, ni más grato para vos, que la gratitud y el patriotismo en el corazón de un mexicano?... ¡Nada! ¡nada!...; y siendo así, ¡Mexicanos patriotas!, repetid, repetid, la voz de mi corazón: ¡Vivan los mártires de la libertad!...!Viva el pueblo mexicano de 1810!... ¡Viva Hidalgo!... –( HE DICHO).

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Discurso pronunciado por el C. Licenciado Juan Undiano la noche del 15 de Septiembre de 1872 San Luis Potosí: Imp. de Vélez, 1872

Lo que invoco no es la indiferencia por los males del pueblo, sino, la justa apreciación de esos males, y la aplicación de los verdaderos remedios! Thiersi.

Conciudadanos

: ¿Cuál es el objeto con que nos hemos reunido en este lugar? ¿Por qué palpitan nuestros corazones llenos de júbilo y de entusiasmo sin igual? Para todo mexicano será siempre este día grande, de verdadera fiesta nacional y la fecha de hoy, se debe escribir con letras de oro. Quisiera formar parte en este mismo día, una corona que adornase la tumba gloriosa del Héroe de Dolores; pero ningún monumento pueden levantar mis manos, en honor del patriota que sacrificó su vida por la Independencia de México. Venimos a este sitio Señores, a recordar un hecho notable, a registrar una página de nuestra historia política, que nos anuncia la emancipación del pueblo mexicano. México, como otras naciones, tiene su historia y entre sus páginas, se abre a nuestra vista, una que nos asombra. Era la noche del 15 de septiembre de 1810; en el azul del cielo brillaban las estrellas con fulgor, y un aire purísimo y embalsamado, mentía risas o lamentos de dolor. Los Mexicanos dormían y España los dominaba, sumergiéndolos en un abismo. En un pueblo existía un anciano lleno de ira y desesperación, era testigo de la desgracia que pesaba sobre sus hermanos; y en un momento de resolución, un rayo divino, iluminó su frente inmarcesible;

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y reuniendo a sus amigos, dio el grito salvador de la libertad, convencido como lo estaba, de que el pueblo poseído de sus derechos, lleva consigo el carácter irresistible. Apenas se oye la voz de aquel anciano, cuando el eco resuena por doquier, y los Mexicanos rompen las cadenas de una esclavitud de oprobio y de ignominia. El clarín anuncia la pelea, estalla el cañón, y con su mortífera metralla, deja sembrados cadáveres en los campos. Los españoles tratan de sofocar la revolución, pero esto es imposible, porque el pueblo comprendiendo sus derechos, reniega de sus enemigos, e intentar oponerse a sus impulsos, sería lo mismo que querer contener el cráter de un volcán, o parar el sol a la mitad de su carrera. Llegado el día de la venganza y excitadas las pasiones, ningún poder fue bastante para contener el ímpetu de los oprimidos, y México levantando el grito hasta los cielos, dijo: no quiero más tiranos. Las palabras de libertad e independencia que en Dolores pronunció D. Miguel Hidalgo y Costilla, no fueron de desolación y espanto, sino el principio de salvación para la patria, pues la ilustración vino a disipar las tinieblas de la ignorancia y la felicidad remplazó a la desgracia. Pero Hidalgo, por un evento, no consumó la obra que inició en Dolores, y fue pasado por las armas en Chihuahua, el 30 de julio de 1811. Pasaron diez años, durante los cuales corrieron ríos de sangre, sucumbiendo multitud de héroes, que con abnegación, sacrificaron su vida en las aras de la patria. Llega el año de 1821. En las tinieblas de la noche, los eclesiásticos y magnates, se reúnen en la Casa de la Profesa, después titulada San Felipe Neri; allí se levantaba un plan, y ya discutido, se piensa en nombrar su gente, recayendo la elección en D. Agustín de Iturbide, quien después proclamó dicho plan en Iguala. Los patriotas de 1810 se unen al ejército y al clero, el pueblo olvida lo pasado, y hay una transición; pero, en vez de paz y prosperidad se usurpan los derechos de la Nación, y volvió al país a la anarquía, hasta que el Congreso de 1824 declaró que la República debía ser representativa, popular, federal.

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Después de varios gobernantes que tuvimos, D. Antonio L. de Santa Anna, se titula: “Alteza Serenísima” y vende parte de nuestro territorio, pero las leyes de Lerdo, disiparon las nubes que cubrían el horizonte político; y a pesar de que después, dos partidos se hicieron una guerra sin cuartel, quedó consolidado el gobierno liberal. La patria gozaba ya de una paz, auguraba el risueño porvenir que debía traer consigo, el progreso completo, el desarrollo de las ciencias, de las artes y la industria, contando con un gobierno justo, sabio y humanitario, que regía entonces los destinos del país. Sin embargo, los Mexicanos tenían amargos recuerdos del pasado, estaban arrepentidos de sus errores, resueltos a ser firmes en sus principios y a conservar el suelo en que nacieron. El tratado de Londres trajo de nuevo la alarma; la República, acababa de pasar por una crisis terrible, y se hallaba sin recursos, ni pertrechos de guerra, aunque sobraba resignación para sufrir con heroísmo, resignación que tienen los nobles corazones, cuando un poder más grande, los sujeta y los humilla. Rotos los preliminares de la Soledad dos naciones se retiran, la España e Inglaterra, y sólo Francia conserva una posición hostil, designándose de antemano, el Príncipe que debía venir a ocupar el trono. He aquí, Sres., una nueva prueba para México, que la Divina Providencia, quiso sin duda decretar. Comienza de nuevo la lucha y la suerte se decide a principio, por los Mexicanos; con la derrota de Laurencez, el 5 de mayo de 1862. Entonces, los franceses reciben de nuevo grandes refuerzos, y México hace el último impulso en Puebla de Zaragoza, que sucumbe, no por falta de valor, sino por el número mayor del enemigo. El gobierno va desocupando poco a poco las principales plazas, a medida que el ejército invasor avanza, hasta que se estableció en el Paso del Norte, donde trabajó sin descanso, por recobrar el terreno que acababa de perder. En muy poco tiempo logró sus deseos, haciendo que los franceses evacuasen los puntos que habían ocupado, tomando de nuevo aguas de mar, para ya jamás volver. Pero Maximiliano por honor, se decide a continuar el imperio. Ya mas antes, había mandado a Carlota al extranjero, sin duda con el

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objeto de conseguir que las fuerzas expedicionarias, permanecieran un poco más en el país pero ningunos resultados favorables obtuvo, y se vio en el predicamento de volver a su patria avergonzado, o morir. ¡Prefirió esto último! En Querétaro reúne los últimos restos de sus tropas y allí fue el sepulcro del mismo imperio, en virtud de la victoria alcanzada, por el benemérito de la patria General D. Mariano Escobedo. Nuestros valientes soldados, guiados por el invicto general ya mencionado, se apoderaron de Querétaro el 15 de mayo de 1867, concluyendo el imperio de una manera total. Zaragoza fue el que inició nuestra segunda Independencia y Escobedo fue el héroe que la consumó! La historia de la intervención ya la saben, y también sabe que la lucha que sostuvo en México, fue digna de una nación civilizada hasta que el pueblo acaudillado por un honrado general, terminó la guerra; por lo cual la posteridad guardará en la memoria el nombre de Escobedo, colocándolo entre los héroes de la segunda independencia. México ha tenido dos épocas terribles, que sólo al recordarlas se mueven las fibras del corazón, y otras muchas ocasiones han estado en lucha los partidos políticos que han cuestionado cada cual, la causa que han defendido: preso después de esas luchas se obtuvo la libertad basada en la legalidad de sus principios. El pasado nos trae tristes recuerdos, y una experiencia para preparar la felicidad del porvenir de nuestros hijos. El pasado ya los saben, el presente es de ustedes y a ustedes mismos toca señalar el porvenir. ¿Qué haremos para ser felices? Una nación es un cuerpo político que procura como el hombre su conservación y utilidad; y tiene como éste, deberes y derechos que cumplir. Entre estos, se enumeran principalmente: la de no hacer la guerra a otras naciones injustamente, adoptar la forma de gobierno que convenga a su régimen interior y fortificarse contra los ataques injustos de las potencias extrañas. El derecho de guerra, Señores, no es otra cosa que hacerse administrar justicia por la fuerza, cuando no se puede conseguir de

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otro modo, y exigir con las armas en la mano, la reparación de un agravio, siendo una garantía para que no se repita el atentado. Es una consecuencia, de la libertad e independencia, que cada nación tiene derecho de gobernarse como juzgue a propósito, y ninguna otra, debe mezclarse en su modo de ser. ¿Qué importaría por ejemplo, a los Mexicanos, la forma de gobierno que quisiera adoptar otra nación? ¿Qué ridículos seríamos si fuéramos a componer las desavenencias de una casa ajena, queriendo ser jefes de una familia extraña? Seríamos despedidos de aquella casa, porque ni nos llamaban a ella, ni necesitaban de nuestra protección. Las naciones no deben mezclarse sin necesidad, en el gobierno interior de la República independiente, porque no les pertenece juzgar entre ciudadanos que toman las armas, cual tiene razón, y los partidos que se forman por las guerras civiles, son indiferentes para ellas, e independientes de su voluntad. Resistir la fuerza con la fuerza, nos autoriza no sólo el derecho de agentes, si no el natural, en virtud de la conservación propia; y ya he dicho que los deberes y derechos de una nación, son como los del hombre en sociedad. Los derechos de una nación, nacen de sus obligaciones y a ellas está sujeta. Sus deberes para con las demás naciones, dependen de los que tienen para consigo misma, y su conservación consiste en la duración de la asociación política que la forma: tiene pues necesidad de adoptar una construcción y un régimen interior, y una vez adoptado, sostenerlo con esfuerzos poderosos. Pero las leyes serán un fantasma vano si no se observan por los ciudadanos, y su violación será el germen de la discordia. Si alguna disposición no satisface los intereses generales, la nación por medio de sus representantes puede remediar el mal; y desdichado será aquel pueblo que se deje sorprender por algunos descontentos, pues por regla general se debe sentar, que cuando la mayoría obedece, la ley es buena y debe acatarse. Adoptado pues el régimen interior y una constitución, el deber de los ciudadanos es contribuir para que se cumpla, y hacer que los gobernantes la hagan cumplir y obedecer.

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Las gobiernos deben hacer lo posible, para la felicidad de las naciones; dar cuentas de sus actos, cuidar de los derechos y obligación de su pueblo; fomentar las ciencias, las artes, la industria, el progreso del comercio; que haya buena policía; que se administre justicia; seguridad en los caminos, y tener los elementos para repeler los ataques injustos de las naciones extrañas. Así es que, para la felicidad de México, una de las cosas principales que debemos obtener, es el respeto a la ley y al gobierno, y el cumplimiento de los deberes de éste, para los gobernados; y de este modo, la gloria de la Nación, será para siempre. Un gobierno se distingue por la justicia, por la moderación y por la grandeza del alma en sus acciones; y entonces el pueblo se distinguirá también, y adquirirá un nombre respetable en todo el universo. La fama de Enrique IV salvó a la Francia, porque sus virtudes alentaron a sus súbditos, y decidieron a los extranjeros a coligarse y socorrerle contra los españoles. He dicho que los deberes de una nación, son como los del hombre por derecho natural. Así es que, ver por su conservación, prosperidad y perfección, y contribuir a la felicidad de las demás, no ofendiéndolas en los más minino; pues no hay cosa más opuesta a los deberes de un pueblo, que ofender a otra de una manera injusta, y producen entre las naciones tanto desabrimiento esas ofensas, que deben evitarse en cuanto se puedan. Más, bastantes leyes sabias tenemos para guiar nuestra marcha política, y sólo falta en algunos Mexicanos virtudes cívicas para respetarlas; pero logrando esto, y no habiendo aspiraciones, seremos felices. El desprecio a la ley es el signo de la disolución de los gobiernos, y México, comprendiéndolo así, sacudió dos veces el yugo extranjero. Cansado de sainetes, no consentirá jamás que se le pisotee, y engañado tantas veces por los hombres públicos, defenderá principios y no personas. Ya he manifestado los medios de ser felices en el porvenir, y teniendo a la vista la experiencia amarga del pasado. ¿Pero qué desgracia tenemos al presente? ¿Acaso los hombres que tantas veces han enarbolado la bandera de la libertad y del progreso, vendrán a dar nuevos días de luto a la Nación? ¿Por ventura,

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cuando se trata de elegir el primer Magistrado de la Nación, encontraremos más tropiezos en la marcha política del país? Creo que no, porque el pueblo ya conoce sus deberes, y en vista del pasado, se hace respetar en el presente y labra con tesón el porvenir. Sostiene una actitud digna y espera la hora de que su voluntad se acate de una manera solemne. Las guerras han concluido y sólo nos queda la historia de los héroes y el ejemplo de sus hechos. Efectivamente, señores, prodigios de valor hicieron los hombres que nos dieron la libertad; y las guerras pasadas fueron desastrosas, pero se consiguió lo que se propusieron los Mexicanos; pues las revoluciones y los movimientos políticos son necesarios para lograr un fin, o realizar una idea: la revolución de 1810, nos hizo independientes, con las guerras se establecieron las leyes de reforma y nos constituimos de una manera sólida, y por medio de la última guerra extranjera desapareció la dominación francesa. Después de los dones que hemos alcanzado por medio de las guerras que sufrimos, tenemos un modo seguro de ser felices y es la paz. Necesitamos de paz, y el gobierno tiene obligación por cuantos medios estén de su parte, por alcanzarla y cultivarla. La tiene, sí, porque ya en el estado en que nos encontramos, los disturbios políticos traerían males sin cuento, y se debe impedir que se vuelva a perturbar sin necesidad. Si el gobierno es malo, si no obra en el círculo de sus atribuciones, o no es legítimo, allí está la prensa para combatirlo, allí están los representantes para expresar nuestros agravios, allí está la ley y la justicia, pero, no la de la fuerza que se adquiere con la punta de las bayonetas, sino, el principio de la legalidad que sostenemos. Si los gobernados no atacan esa misma ley, fundamento indestructible de una buena sociedad, el gobierno tendrá el deber de hacerla cumplir y obedecer. Es cierto que de pronto, parece que la elección del Primer Magistrado de la República, traerá de nuevo la guerra, pero estos temores desaparecen, si se atiende a que el gobierno actual, sabio y verdaderamente patriota, guardará una neutralidad absoluta en dicha elección; y entonces el voto del pueblo será espontáneo, sin coacción

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de ninguna especie, y no habrá motivo para que renazcan las desavenencias entre los Mexicanos. Se desea paz, y esto es ya preciso: el comercio está en bancarrota, exhaustos los fondos del erario público, paralizados los giros, las artes y en general, todos los ramos. Paz para México. Esta es la voz de todos los buenos ciudadanos. ¡Ya no más sangre, ya no mas tormento! No lo duden ciudadanos, el gobierno hará los esfuerzos posibles, ese noble deseo sea satisfecho y apagará en el instante cualquier chispa revolucionaria que aparezca en algún punto. Escuálida y cansada la nación, por las guerras extranjeras y civiles, quiere paz para conservarse; sus campos están talados, los pueblos consumidos por las llamas, cabañas desiertas, donde perecieron ancianos, mujeres y niños, y existen multitud de huérfanas y viudas, cubiertas de luto y en la miseria más horrible. Si, señores, es preciso la paz, y que el sol, disipando las nubes tormentosas y alejando las tinieblas de una noche tenebrosa, alumbre con sus divinos rayos una tierra fértil, extensa y saludable, patrimonio del pueblo mexicano. Somos libres e independientes, y esperamos con ansia un porvenir lleno de ventura: la felicidad es nuestra y aparece radiante y pura, como la aurora que asoma allá en el horizonte. Avancemos, porque la nueva generación nos empuja; y supuesto que existe honor y dignidad en los Mexicanos, sigamos la senda, y entremos al gran santuario de ese hermoso porvenir. A la sombra de la paz, las pasiones se agotan, las penas desaparecen, la memoria del pasado se borra, y la unión despierta la esperanza de ser felices. Si, señores, olvidar lo pasado. Ver este cuadro grandioso en que la multitud se agolpa, las masas populares se inquietan y esperan la hora de colocar al hombre que debe llevar las riendas del gobierno general. Oigamos el clamor del pueblo ¿Qué dice? Es una voz que se levanta pidiendo hacer uso de un derecho sacrosanto. Oír. Paz, perdón, un velo a lo pasado, unidos sigamos con ansia el porvenir. Se acabaron las guerras civiles, todos tiran las armas, y un abrazo, una lágrima de ternura, es el presagio de la reconciliación fraternal.

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El gobierno está cumpliendo y cumplirá con sus deberes; apenas ha comenzado cuando tiende su mano, en señal de reconciliación y paz, y en el instante convoca al pueblo para las elecciones, guardando una neutralidad absoluta. En virtud de esta concesión, todos los que combatían en los campos de batallas, vuelven a sus hogares, y como no se ha agotado el sentimiento de fraternidad, hoy 15 de septiembre de 1872, la unión es completa. Mexicanos. Como ustedes, amo a mi patria, y tengo el alma llena de placer, porque los veo unidos, en el aniversario de la Independencia, y los juro por los seres más queridos de mi vida, que deseo sigamos así, y que el gobierno general, al establecerse, sea firme, poderoso y respetado de las potencias extranjeras, por su mismo apoyo. Plegue al cielo también, que el porvenir sea un sendero de dicha, y que los sufrimientos del pasado, nos sirvan como escarmiento en lo futuro. ¡Hidalgo! Aquí tenéis tu pueblo, arrepentido de su conducta pasada, protesta ante las aras de la patria, ser fiel observador de los principios que defiende. Dirígele una mirada, y ya que tienes la dicha de estar en la mansión de los justos, rouega al Eterno, para que sea un pueblo laborioso, lleno de gloria y patriotismo. ¡Pueblo! El porvenir les pertenece, pero para ser felices, se necesita del trabajo, de la virtud y de la instrucción. Protestemos estar siempre unidos, porque la unión hace invencible una nación; protestemos defender el territorio mexicano a costa de nuestra sangre; enseñemos a las nuevas generaciones el modo de ser respetadas por los extranjeros y en estos momentos sublimes llenos de gozo y de entusiasmo, levantando la voz hasta los cielos, digamos como Hidalgo: ¡Viva la Independencia! ¡Viva la libertad! – HE DICHO:

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Discurso pronunciado por el C. Manuel M. Palacios la noche del 16 de septiembrede 1872

San Luis Potosí: Imp. de Vélez, 1872

Conciudadanos:

¿Por qué se abren las flores, y cómo incesantes pebeteros, regalan el ambiente su aroma y sus perfumes? ¿Y millares de voces que con otro motivo fueran desacordes, porque pueblan los aires con armonía infinita? ¿Por qué las musas recogiendo en abrillantadas copas el néctar purísimo de los recuerdos, vienen a inspirar a los poetas sus cadenciosos himnos? ¿Por qué los altos edificios se engalanan y la ciudad se cubre con el manto del regocijo, descomponiendo con sus mil antorchas el argentado rayo de la luna? ¿Y por qué los latidos del corazón del pueblo, formando suavísimo rumor, dejan entrever el entusiasmo que arrebata el alma? ¡Ah! Ya lo comprendo: lo grande y noble de la idea que domina el espíritu nacional, necesitaba reunirlo todo para formar ese concierto armonioso que conmueve, y que a la vez encanta. Se trata de solemnizar, como lo aconseja la gratitud, como lo enseña la civilización, las glorias de un pueblo; pueblo que a principios del siglo XIII, deja deslizar su existencia entre las florestas impenetrables de los bosques; que amurallados por anchurosos mares, presentan la más aproximada imagen del paraíso, de que nos habla el génesis. De un pueblo que habitó por espacio de siglos una tierra superior a la imaginaria Atlántida; a esos países de inciensos y de aromas de que hablan los escritores orientales; de un pueblo que bajaba hasta las entrañas de la tierra, para sacar el oro que brillaba en sus palacios y en sus templos; que se alzaba hasta la cima de los muros de sus populosas ciudades, para imponer silencio a sus tribus que se movían en son de guerra; que ligerísimo y audaz como las águilas, atravesaba los campos de batalla no sin llevarse la corona de triunfo; que impetuoso en sus ataques y diestro en sus retiradas, aventuraba en el primer empuje su

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constante fortuna militar, que aficionado cual ninguno a sus adversarios, y que hábil cazador y consumado arquero, no buscaba más gloria que conservar su vida independiente, su primitiva libertad. A ese pueblo que tenía por choza un tejado de juncos y cañas, que tenía por lecho una piel de oso, y por manjar los frutos de la pesca y de la caza, a ese pueblo que tenía sus artistas y sus poetas, sus astrónomos y sus adoradores, sus magistrados y sus jueces, sus sacerdotes y su culto; a ese pueblo pertenecemos los que abrazando la religión de las tradiciones, venimos esta noche a postrarnos delante del altar que se levanta a nuestros ojos, donde brilla como un sol sin ocaso interminable en su cenit, la luz inmaculada de la gloria. De la gloria que sólo refleja sobre la frente de los héroes. La figura que se desprende del fondo de ese altar es de un hombre que no sólo fue grande por sus ideas, sino que se hizo más grande por sus obras, es de Hidalgo a quien debe la sociedad presente, sin pasar por los abismos de la esclavitud, pisar hoy la tierra prometida de la libertad; de la libertad, que a principios del siglo XVI, amortajada con el negro manto de la conquista, bajo el panteón de las nacionalidades, a dormir el sueño que produce el narcótico de las tiranías. De estos sucesos cuya celebridad es tan notoria, voy a tomar asunto, si no para llenar, al menos para indicar el cometido con que la junta patriótica tuvo a bien honrarme. Mis alas son tan cortas para volar a la altura del objeto que me propongo, que sin duda caeré en el polvo a que está reducida mi pobre inteligencia. Yo no podré libar en amoroso beso la miel que manan los labios de la historia, ni podré arrebatar al genio tal cual saliera de sus manos, la obra de nuestra redención política, por lo mismo, os la presentaré desaliñada y trunca, como las narraciones vulgares que pueden ordenar los talentos mezquinos. Vamos a remontarnos a la época en que una de las más poderosas naciones de la Europa, llegaba a tan alto grado de apogeo que se dio a sí misma el pomposo título de señora del mundo, y en cuyos dominios decían sus poetas que no se ponía el sol. Me refiero a España, bajo el reinado de los reyes católicos; dada entonces a las empresas militares, y hoguera en que ardían,

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fundiéndose como en un crisol, intereses y creencias arrebatados a otros pueblos, y que no podían caber bajo la bandera de los castillos y los leones. España llevaba como la antigua Roma, sus armas y sus estandartes más allá de los límites de su comprensión; arrastraba en tierras distantes su carro de conquista y ataba en las ruedas de este en calidad de cautivos a los que, con un derecho indisputable, eran conocidos soberanos. El triunfo, si es que lo hay en oprimir al débil, le sonreía por todas partes; aumentaba su sed de codicia a vista del botín, y se aumentaba más y más la insaciable sed de la ambición pretendiendo engarzar en su regia corona los preciosos diamantes de nacionalidades extinguidas. El deseo de acallar la pasión de nuevos descubrimientos, que era el sueño constante de sus batalladores hijos, la hizo prestar apoyo a mil aventureros, que siguiendo el camino trazado por Colón, se echaron en busca de un mundo trasatlántico. España se había hecho la intérprete del Evangelio, la propagadora del Cristianismo; había anatematizado a la raza israelita y fracturado bajo las ruedas de la inquisición, a cuantos se mostraron contrarios a su modo de creer. España, fanática por la religión y orgullosa por su poderío, venía en mil quinientos diecinueve a caer como las huestes de Alarico en Roma; sobre la Venecia del mundo occidental. Los españoles guiados por Cortés parodian a los Godos al desgarrar el corazón de Italia. México, la virgen de las sandalias de oro, la del manto finísimo de pluma, la que, con collares de perlas y corona de rosas iba a lavar sus pies en las orillas de los lagos y a dejar vagar su mirada de arcángel sobre las cristalinas ondas donde entonaba apasionados cantos; México debía temblar como la rosa agitada por fuertes huracanes, el ángel de la muerte batía sus alas sobre su cabeza, y bien pronto iba a ser destronada por la mano sacrílega de la nobleza castellana. El cielo hermosísimo que antes se retratara en las linfas purísimas de sus plateados mares, se oscurecía de imprevisto a tiempo que los hijos de Oriente tocaban la Península de Yucatán. Los moradores de la Isla quedaron sorprendidos al ver flucttuar sobre la superficie aquellas casas de madera y en telas sus partes componentes.

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Una mirada entre aquellas dos razas distintas, dio origen a extrañas conjeturas hechas en un lenguaje distinto también. Los españoles miraban asombrados los edificios cuya macicez y forma les hacían semejantes a los monumentos de Egipto, y se fijaban más en el ropaje sencillo, pero rico de los naturales, ropaje que adornado tal como lo estaba, sólo podía llevarse en un país donde el oro y la plata corrieran abundantes. Pero más asombrados todavía miraban salir de las pajizas chozas, grupos numerosos de aquellos hombres de cuya mirada enérgica y amenazante, podría traducirse una reconvención. Cortés comprendía las dificultades de aquella empresa, y hubiera retrocedido ante ellas, si no pensara que para vivir quedaba condenado a un trabajo mezquino en el estrecho recinto de un islote. Todas las ambiciones que pueden caber en el alma de un hombre aspirante y audaz, se despertaron en el noble arruinado, que fundaba su porvenir todo, en lo que pudiera ganarse con la propaganda latro-religiosa. Posa su planta en el suelo de México, y ejecuta a vista de los naturales un simulacro, en que hace caber cuantas maniobras hasta aquella fecha había descubierto el arte militar; movió sus caballos con la agilidad más estudiada, hizo disparar sus cañones, dio a los vientos el eco penetrante de sus trompas guerreras, y mandó a sus soldados las marchas y los pasos que enseñaba la táctica. Asombrados los naturales con el estruendo de las armas de fuego, y suponiendo de una sola pieza, caballo y caballero cuyos movimientos eran violentísimos, se alejan de aquel teatro en que una escena extraordinaria les presenta con la novedad más terrible, figuras y objetos que nada tenían de común con las que ellos llevaban al emprender una campaña. Hecho esto, Cortés procuraba entrar en pláticas con algunos de los que allí permanecían, valiéndose para ello de un intérprete que al efecto llevaba; cuando lo consigue, manifiesta ser el representante de un poderoso rey, en nombre del cual, ofrece su amistad y quiere la comunicación con los moradores del nuevo continente; cuando creyó haber interesado con su conversación a los que lo escuchaban, les hace saber “que, los españoles padecían una enfermedad del corazón, que sólo se curaba con el oro, y les encarecía la necesidad de obtenerlo”.

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Entre tanto, Cortés, se lisonjeaba de haber ya hecho trato con los naturales y recibía de estos algunas provisiones que le fueron, llevadas hasta el campamento: Moctezuma II entonces reinante, recibía en la capital del imperio, la noticia funesta del suceso que según, las supersticiones en que estaba educado, era el cumplimiento de una profecía, que debía concluir con la familia real, y con el floreciente imperio cuyo cetro estrechaba con mano convulsa. Su ánimo fuerte y vigoroso en otras ocasiones, cayó en un profundo abastecimiento. Reúne su consejo, convoca a los reyes aliados a Tlacopan y de Texcoco, y mesándose los cabellos y frotándose angustiado las manos, les dice con temblorosa voz: “La plaga está en el centro del gran imperio entre charcos de sangre los extranjeros violarán, nuestras esposas, y a la torva luz de los incendios, cegarán nuestras mieses la hoz de la civilización española.” El consejo decide repeler la fuerza con la fuerza, y morir defendiendo el suelo en que sus ojos se abrieron a la luz. Moctezuma encuentra exagerada la resolución, y adoptando un término medio, que como en todos los casos había de dar un resultado pésimo, resolvió mandar a los españoles un rico presente, compuesto en su mayor parte de joyerías, piedras preciosas, láminas de oro, y vasos de plata de figura exquisita y primorosamente trabajados; encargándoles que no se acercaran a la capital. ¡Qué imprudencia! Los que venían enfermos de corazón buscando como remedio el oro, debían continuar estándolo, a vista de él, y era lógico pensar que la enfermedad subiera de punto, a medida que les era manifiesta la abundancia del precioso metal. Moctezuma había dado un paso cuyas consecuencias bien pronto sufriría; denunciando su debilidad, presentaba a su enemigo un flanco miserable, y despertaba en el, con el rico presente, la ambición de las riquezas que jamás viera en sus continuos sueños de codicia, y que le robaría irremisiblemente en nombre de Dios y de la religión de España. Cortés recibió la embajada y el presente de aquel emperador incauto; despidió a la primera, ofreciendo una visita a su señor, y acarició el segundo con la desconfianza de un avaro, arengó a sus soldados, y después de hablarles de lo abundante del botín, les decía que

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su causa era la causa de la religión, ¡Blasfemia inaudita que ponía en vibración las toscas cuerdas del fanatismo y del dinero! La soldadesca manifestó tal entusiasmo, que rayaba en delirio y ofreció a su jefe seguirlo hasta realizar sus lisonjeras esperanzas. Cortés, aprovechando el arrebato de los aventureros, se propone hacer a Moctezuma la visita ofrecida. Aquella visita era la que hizo a Jesucristo el apóstol infame, cuando le fue a buscar hasta el huerto de las Olivas; la amistad que Cortés ofrecía en nombre de su rey a los aztecas, era la amistad de Caín; y Moctezuma con sus tesoros y sus nobles, y con su vasto imperio, iba a ser en la historia de las nacionalidades de América, el Abel que conocemos en la Biblia. Aquella avalancha desenfrenada, se movía atravesando las llanuras de Cuautla; aquella tromba henchida de sangre, iba a inundar un continente y en nombre del Mártir del Calvario, iba a hundir un puñal en el corazón de aquel pueblo, con cuyo gigante cadáver quedarían sepultados por espacio de siglos, su nombre, su historia y su civilización. México llamó a las armas a sus hijos; un grito de guerra hendió los aires; en todas direcciones se cruzaban los cuerpos de ejércitos numerosísimos, y reconcentrándose como las olas de un proceloso mar antes agitado, formaron un muro inexpugnable que como línea negra a lo largo del horizonte se extendía para impedir el paso al enemigo que avanzaba en orden de batalla. Al avistarse ambos ejércitos, el campamento azteca agitándose como las espigas de los sembrados, con un movimiento simultáneo y prorrumpiendo en gritos que hacían más espantosos sus instrumentos bélicos, arrojaron sobre sus adversarios una nube de saetas, de piedras y de otros proyectiles, que al caer sobre los yelmos y corazas con que se cubrían los españoles, formaban un ruido siniestro. Cortés mandó disponer su artillería, colocó en orden a sus infantes y mandó que los lanceros sólo dirigieran sus golpes a la cara de los asaltantes, y con la confianza de que ningún estrago haría entre sus filas las armas de aquellos, meditó la manera de desarrollar con buen éxito su plan de operaciones. Al grito de Santiago y San Pedro, la artillería dispara haciendo mil pedazos la columna: la fusilería y la caballería dispersaron antes

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que pudieran unirse los restos que quedaban en pie de los contrarios; pero aquellos haciendo un esfuerzo poderoso, se reconcentraban y volvían a la carga. La lucha era terrible, encarnizada, el derecho y la usurpación como dos atletas formidables, envueltos en una nube de polvo que hacía más espesa la humareda, se perdían rodando entre charcos de sangre, y entre montones de cadáveres. A nadie sonreía la victoria, sólo se oían las imprecaciones de los combatientes, la detonación y el estruendo de las armas, y los lamentos de aquellos que la muerte iba arrebatando de las filas, hasta que al fin todo quedó en sosiego; las caballerías habían cortado todas las retiradas a los naturales, y los que no se salvaron con la fuga, quedaron tendidos como frágiles cañas tronchadas por el aquilón, en aquél dilatado y espacioso valle; el sol poniente antes de perderse en su ocaso dejó caer su amarillento rayo sobre aquella hacinación de cadáveres, sobre aquel cuadro horrible que la pluma se resiste a trazar, y cuyos detalles arrancaron a la humanidad una queja profunda que aún en esta noche se deja escuchar. No nos transportaremos a aquel lugar en que el luto y la desolación presenta bajo tan desconsoladoras esperanzas, la salvación de un pueblo, que si embargo de la justicia de su causa, verá manifiesto su destino, en la repetición de la catástrofe sufrida al emprender la defensa del depósito sagrado de las cenizas de sus padres. No seguiremos uno a uno los sucesos que la historia fue recogiendo para formar esa cadena de oprobio, que forjada en la fragua del despotismo uniría al viejo mundo, al descubierto por Cristóbal Colón. Pasaremos sin pormenorizar los combates que se siguieron al que dejamos apuntado, y basta saber que la ventaja en la pericia y en las armas; estaba de parte de los conquistadores, y que no teniendo la desgraciada México como nación, ningún valimiento ante las otras, sucumbía sin el auxilio que el derecho de gentes acuerda a los pueblos en caso de desgracia. Ante las pretensiones de los civilizados españoles no había idea que oponer, estando ellos esclavizados por los Godos; viviendo como vivieron por espacios de siglos, bajo el imperio de la media luna, y constantemente invadidos por distintas razas, sabían por una larga experiencia, cuán legítimo era el derecho que asistía a los aztecas al

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oponerse a recibir la civilización que se les ofrecía, pues por buena que fuera, bastaban los medios de iniciarla para hacerla bajo todos los aspectos repugnantes. España era inconsecuente con sus propias ideas, ella levantó el grito muy alto contra la profanación de su suelo, cuando extranjeras gentes cayeron como langosta sobre sus ciudades. España tiene su tradición como testimonio de su amor a la independencia los muros de Cáliz, de Zaragoza y de Gerona, y sin embargo, España arroja sin justicia sobre la patria de Moctezuma, y al frente de una legión de bárbaros, un hombre que parece el espíritu de las ruinas, el fuego siniestro de los cementerios. Ese hombre trae una tempestad en su aliento, se mueve para exterminar una legión, arranca sin piedad la vida a un pueblo que se resiste a recibirlo; baña sus pies , empapa sus vestidos en la sangre de millares de víctimas, deja insepultos en los campos multitud de cadáveres, y condena a toda una nación, a buscar asilo en el fondo de las montañas, y aún hasta allí les persigue con la muerte, cazando a los fugitivos con la misma sangre fría con que puede cazarse a las fieras… ¡Cerremos los ojos ante la desolación y la ruina! ¡Dejemos pasar esas horas de luto para México, de oprobio y baldón para España! No veamos la terrible matanza de los infelices cholultecas en el atrio de sus propia ciudad, que servía de cuartel a los españoles, y donde la sangre, haciendo remolino, salía por las puertas invadiendo las calles; no veamos aquellos infelices que llevados por la desesperación, pretendían para salvarse escalar las paredes, y caían desde lo alto estrellándose en el pavimento, no oigamos, no, la gritería confusa y dolorida de las víctimas, que la astucia y la traición había reunido allí para sacrificar; no nos detengamos, no, en ese conjunto horrible de sonidos y de espectáculos, que convertía la ciudad santa en un Pandemónium. No veamos tampoco a los vencedores entrar a saco en la ciudad y usando del derecho del fuerte robar y repartirse cuanto en ella encontraron; no nos detengamos en contar uno por uno los cadáveres, la carta de Cortés con aquel motivo a S. M, Carlo V. hace subir el número a tres mil, y los contemporáneos de las víctimas, asientan que fue más que el doble de la cifra de los muertos. ¡Dejemos pasar esas horas de luto

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para México, y de oprobio y baldón para España! Cerremos los ojos ante el arresto del soberano azteca, que no tiene ni puede tener otro carácter que el más negro, que el más escandaloso del plagio. Cortés haciendo el papel de Vespasiano, arrastraba al emperador azteca, al terreno en el que se colocó Vitelio, y si este moría después de humillado y herido arrojado en las inmundicias del Tíber; aquel iba a morir en el oscuro fondo de un calabozo, agobiado con el peso del infortunio, despreciado de su pueblo, herido por el (tal vez sin quererlo) y tocando ya el último extremo de la degradación. ¡Dejemos pasar esas horas de luto para México, de oprobio y de baldón para España! Dejemos sin detallar la fiesta que la nobleza azteca celebraba en el mes de mayo en honor de su dios de la guerra; fiesta que prohibida por Cortés, tenía lugar con licencia de Alvarado el que con todos los suyos presenciaba como espectador, las danzas y demás demostraciones inherentes según la costumbre de los indios a la solemnidad de aquel día: el permiso había sido dado bajo condiciones expresas, siendo la más esencial, la de que los danzantes no llevasen ninguna especie de arma, hecho así, aquellos invadieron el templo mayor destinado a la ceremonia; iban en número de seiscientos, y vestidos magníficamente con hermosas capas de plumaje finísimo salpicadas de piedras preciosas: llevaban collares y brazaletes de oro y otros adornos de cuantioso valor; gustaban de tales casos del esplendor y ostentación, y así se explica porqué su ropaje era profusamente lujoso. Comenzó la danza y cuando estaban más entusiastamente entregados a ella, en el momento menos esperado, los españoles con espada desnuda y desprovistos sus pechos del más ligero rasgo de piedad, se precipitan sobre las inocentes elegidas víctimas, que desprovistas de armas recibían la muerte sin resistencia alguna, ni uno sólo de aquellos desgraciados escapó del puñal homicida de la civilización española. Las escenas de Cholula, son débilmente pintadas ante las que pasaron en el atrio del templo mayor; todavía se movían entre charcos de sangre algunas de las víctimas, cuando los propagadores del cristianismo, despojaban de sus adornos y de sus ricos trajes, a la flor de la nobleza azteca que parece había sido arrojada de intento en aquel

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mar de sangre. ¡Echemos un velo sobre tanta desolación y tanta ruina! ¡Dejemos pasar esas horas de luto y de dolor para México de oprobio y baldón para España! Apartemos la vista de los combates reñidos después de la muerte de Moctezuma, apartémosla también de todas las escenas que cobija el manto de la noche triste, llevemos nuestro espíritu, lejos, muy lejos del sitio y rendición de México, de la gran batalla de Otumba, de las de Cuernavaca y Xochimilco. No asistamos al sacrificio de Xicoténcatl: de aquel joven general tipo de abnegación y de valor, caudillo de los ejércitos republicanos de Tlaxcala, que aliado al invasor en mala hora se hacía a sí mismo la expresión de los odios inextinguibles, que separaban como un mar insondable a su nación y al imperio de México. Aquel héroe cuyo nombre con letras de oro se registra en la historia, fue muerto en la horca, ¡patíbulo infame! Que sólo merecía aquel que lo había levantado. No veamos el cadáver de ese joven muerto, en la primavera de la vida: de ese guerrero el más intrépido de cuantos conducían a la campaña los ejércitos indios, no asistamos tampoco al incendio de los palacios y los templos, donde como en los templos y palacios de Grecia, brillaban el oro y la palta, como la superficie de una fuente bañada por los rayos del sol. Dejemos a Cortés, arrasando los edificios hasta no dejar piedra sobre piedra, desempeñar las funciones de Tito en la Jerusalén antigua. Dejemos a los habitantes de la gran Tenochtitlán estrellada en los abismos de la desgracia, morirse de hambre sin tener por más alimento que las raíces de los árboles sacadas de la tierra, sin tener más agua para apagar la sed, que el cenagal inmundo de las acequias, dejemos en el momento del formidable asalto, bajo los techos que crujen con estruendo al desplomarse sepultados vivos y muertos a sus defensores. ¡Aquel sepulcro era tan honroso para los aztecas como el que guarda los restos de los defensores de las Termopilas! Dejemos a Guatimoc esquivando una entrevista con Cortés, la sombra del afortunado Moctezuma se levanta a sus ojos. ¡Duda y con razón de la hidalguía española! Apartemos nuestra vista de la traición más infame, si no queremos ir a encontrarnos con el sucesor de Moctezuma, que fugitivo en una canoa atravesaba el lago buscando salvación cuando sus perseguidores le hicieron prisionero.

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No asistamos a aquel acto semejante a la entrega que Pilatos hizo de Jesucristo a los judíos; y que imita muy bien Cortés, entregando a Guautimoc a la soldadesca española, ésta, no como aquellos por motivo de creencias aplicaban el martirio de cruz, sino que, por la ambición del oro que estimaban como remedio para la enfermedad del corazón, aplicaban el tormento del fuego, pretendiendo descubrir los tesoros del infortunado paciente. ¿Tenía algo que hacer la propagación de la fe, en el triunfo del cristianismo, con los tesoros de un monarca azteca? ¡Dejemos pasar esas horas de luto para México, y de oprobio y baldón para España! Pero basta ya: recojamos nuestro espíritu fatigado de volar en el ancho círculo del cementerio, ante cuyos sepulcros y a la memoria de los restos que guardan, se nos habrá escapado alguna lágrima. Reconcentremos todos nuestros pensamientos, en el gran pensamiento que se despierta a la vista de una catástrofe social. ¡México como nación había muerto! Sobre la tierra de su sepulcro estaba sentado cubriéndose el rostro con las manos, el ángel que llevaba las riendas de su carro, por el camino de la civilización y del progreso; un poco más de vida, y México habría tocado con la frente el cielo de la grandeza a que aspiraba. ¡Cuán triste es, señores, el destino común de las naciones, ellas nacen como el individuo, en medio de sacrificios y dolores; ellas crecen y marchan tropezando siempre con las dificultades; ellas, como el individuo, aspiran a su bien, trabajan sin descanso y hacen extraordinarios esfuerzos por asegurarse una representación independiente; y después de recorrer un camino casi siempre sembrado de abrojos, cuando ya van a tocar el ideal que fuera sus ensueños, durante su peregrinación, aquél desparece, como estrella indecisa se pierde en los nublados de una eterna noche. ¡Ah! Entonces las naciones y los individuos, cierran los ojos al último reflejo de la vida, a la esperanza, y caen en el marasmo y en la duda. ¡Muerte pavorosa y terrible, porque es la muerte de la conciencia, la muerte del alma! ¡México había muerto! ¿A quién volver los ojos? A ti, oh Dios de los ejércitos, a ti oh Dios de las nacionalidades, a ti que con un acto de tu voluntad soberana, que con una sola palabra de tus divinos

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labios volviste a la vida al cadáver de Lázaro; a ti elevaba sus quejas el pueblo mexicano; a ti levantó sus plegarias por la mañana y por la noche, la raza proscrita de la infeliz Anáhuac. Y tú que arrancaste al pueblo de Israel del cautiverio Egipcio, no podías dejar al pueblo mexicano, cautivo en poder de los que invocando tu santísimo nombre, la hacían esclavo y la cargaban de pesadas cadenas: Tú ¡Dios de los débiles y de los oprimidos! Pronunciaste una sola palabra, y México se alzó de su sepulcro como el cadáver de Lázaro, el pueblo rompió la esclavitud en que lo hundiera España, y como el israelita volvió al pleno goce de sus libertades; porque la ley sólo de ti, sólo del pueblo mismo, podía ser aceptable porque la ley del extranjero era un padrón de infamia. Tú pronunciaste esa palabra, y rompiste esa mancebía impura que había hecho la España de las creencias y del derecho de conquista. Conciudadanos.Hay un abismo de tres siglos que separan unos de otros los acontecimientos, no descendamos a ese abismo, porque nuestro corazón rompería horrorizado por tanta infamia y por tanto crimen, las fibras de su sensibilidad. Pasemos hasta donde el Altísimo, inclinándose al oído del párroco ilustre del pueblo de Dolores, le dijo: “levántate y defiende la causa de tu pueblo”, por “que me irritan las injusticias de sus opresores: rompa México el yugo de la esclavitud y libre viva sobre el haz de la tierra.” Veamos a Hidalgo levantarse como caudillo de un gran pueblo, marchar a la vanguardia de la insurrección, veámoslo desafiando, a un duelo, a muerte sin elementos y sin armas, al poder apuntalado por tres siglos y fuerte con las preocupaciones, oigámosle pronunciar la palabra Libertad, donde sólo se escucha el chasquido del látigo, donde la degradación se exige como el primer deber y donde las picotas se estiman como principio de legislación. Y esto no obstante, veamos como de uno a otro confín del continente el eco repercute las palabras de Hidalgo, y un puñado de héroes se ponen a sus órdenes y están pendientes de sus labios, como el pueblo Israelita cuando Moisés se presentó en Egipto brindándoles con la libertad. Pronto, bien pronto entran en la lucha el derecho y la usurpación, corre como un torrente de sangre, y como las espigas de los

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sembrados a impulso del aquilón, quedan también en el campo los patriotas, pero la fe multiplica su número, la idea de ser libres les hace disputar el triunfo, y la esperanza de obtenerlo les lleva a inscribir sus nombres en el martirologio bendito que registra la historia. Once años de sacrificios inauditos, millares de víctimas ilustres, torrentes de sangre ha costado a México reconquistar la libertad que le fue arrebatada por España, y que gimió 3 siglos bajo la más negra de las tiranías. ¡España! tu que te jactabas de cristiana y que debiste en nombre de tus creencias, resucitar cadáveres podridos como el de Lázaro, sólo te ocupaste en enterrar nacionalidades vivas como la de México, siguiendo el ejemplo de otros déspotas tus compañeros, que enterraron vivas también la infortunada Italia a la infeliz Polonia, a la desgraciada Hungría. México te perdona como perdono Jesucristo a los que lo enclavaron en la cruz por que aquellos como tu ciegos eran como tus fanáticos, aunque no rapaces ni incendiarios; nuestro libertador tiene altares que le acordó la gratitud, tiene templos en el templos de cada mexicano (y tú que tienes desgraciada España) el tribunal severo de la historia, las maldiciones de la prosperidad. ¡Hidalgo! Permite que uno de tus hijos tome en sus labios tu verdadero nombre, permite que coloque en las gradas de tu altar la corona que tejió el entusiasmo, y permite que queme en el fuego del amor patrio, el incienso del agradecimiento. ¡Hidalgo! desde el momento que se verifico en ti la encarnación de la libertad, no hubo fuerza humana de parte de los españoles que pudiera evitar la catástrofe que destruyo su imperio y su poder. Como tampoco habrá fuerza humana en todo el Universo, que pueda arrancar de nuestro corazón el recuerdo de tu esplendente gloria, ni que pueda borrar del gran libro de nuestras tradiciones la fecha de glorioso 16 de septiembre de 1810. Conciudadanos: Dar al viento nuestros cánticos de alabanza, en honor de los héroes, venir a ejercer las funciones del sacerdocio en el templo que se abre a los mártires de la libertad. El apostolado de la propaganda política que regenero nuestro suelo, está aquí, como están en los templos consagrados a Dios, el

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apostolado y los mártires de la propaganda religiosa que regenero al mundo; por lo que, llevando los dos cultos todos los pueblos creyentes de la tierra, han escrito en sus estandartes estas elocuentísimas palabras “DIOS Y LIBERTAD” . Las conquistas que se registran en la historia de la humanidad, se deben a estas dos palabras a estas dos salvadoras ideas. Pueblo, el camino de la gloria está abierto a todos los hombres y a todas las naciones, trabajemos por que México sea siempre grande, y su carrera sea siempre gloriosa por que sea siempre libre, y pidamos al cielo que primero se huna en los abismos del no ser antes que sobre su cuello descanse un momento el nefando yugo del extranjero despotismo. Y que al caer siempre defendiendo nuestros derechos, recordando la memoria de Hidalgo y de sus dignos compañeros, digamos, con toda la fuerza de nuestra alma, !Viva México! ¡Viva la Independencia!!!

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DISCURSO del alumno del Seminario Conciliar, C. Pablo P. Colunga leído en la Plaza de la Constitución, la noche del 16 de septiembre de 1872

San Luis Potosí: Imp. de Vélez, 1872

Concuidadanos:

Mi rudo acento, no es bastante poderoso como yo quisiera, para cantar las glorias del anciano de Dolores, para hacer un elogio a su constancia y a su fe, por medio de las cuales llegó a iniciar la obra colosal de nuestra independencia de la antigua metrópoli española, de nuestra redención política. Pero creo inútil el hacerles una relación de sus proezas y de sus heroicas acciones, porque grabados están en la memoria de todos los Mexicanos los magníficos episodios de aquella lucha de todo un pueblo, para conquistar su puesto entre las naciones libres e independientes. Vengan y síganme sólo para admirar de lejos su patriotismo y heroicidad, para caminar en pos de esa luminosa estela que dejó trazada, brillando como la Vía-láctea en el purísimo cielo de las ideas, a donde se remontan solamente las inteligencias privilegiadas; vengan y luego que hayan admirado esa grandiosa figura, salúdenla en el silencio solemne y sagrado de la gratitud. La historia conserva el recuerdo de las grandes acciones grabado con las grandes letras de bronce en sus hojas graníticas para ejemplo de las generaciones venideras. Las eminentes virtudes cívicas que algunos grandes hombres han poseído, nos son puestas de relieve por la historia, para que al mismo tiempo que aprendamos el modo de engrandecer nuestro edificio social, tributemos un homenaje de respeto a esos hombres que han sido la honra de la humanidad y en particular del suelo que les vio nacer. Porque natural es la obligación que tenemos de saludar con agradecimiento profundo a los que de alguna manera han contribuido a nuestro progreso material, moral o intelectual. Deberemos grabar su nombre con letras de oro; pero no de ese metal deleznable que al fin se acaba, si no en las páginas inmortales

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de la historia, precioso libro siempre completo y cuya edición jamás se concluye. Muchos siglos hace que la humanidad corre en pos de un ideal que jamás ha podido alcanzar; sólo allá de siglo en siglo han aparecido algunos hombres de vasto ingenio y de robusta potencia, que han marcado el camino que se debe seguir, e impulsado vigorosamente al género humano por la senda del progreso. Ese ideal brillante hacia el cual los hombres se dirigen, es la libertad. Echando una mirada a la historia de las antiguas edades, veremos palpablemente que el hombre y el ciudadano permanecían esclavizados al capricho de algún tirano, perdiendo así al don más precioso con que el cielo adornara el alma humana. Verdad es que en aquella época, las supersticiones del paganismo favorecían en gran manera a la tiranía de los reyes y déspotas y estos se aprovechaban de su prestigio, no para hacer el bien, si no para saciar su ambición y su orgullo. Y es que en las tinieblas del error jamás podrá encontrarse la verdad, el mal nunca podrá producir el bien. Pero iban por fin a iluminarse aquellas tinieblas con la luz celestial del Evangelio. El Redentor, por tantos siglos esperado, apareció y cuando predicó su doctrina, las marmóreas estatuas de los dioses y de los tiranos cayeron al suelo con estrépito, rompiéndose las cadenas que ligaban las manos del hombre, y este pudo exclamar: ¡soy libre! Hubo un punto de transición, y la Edad media se abrió para la humanidad con todo el horror de sus cuadros sombríos. Jesucristo había obrado el gran milagro. El hombre era libre: pero ¿el ciudadano? Indicó a los gobernantes el modo de darle aquella libertad. Mas estaba escrito que hasta después de muchos siglos se podría alcanzar esa magnífica esperanza. De nuevo los reyes se convirtieron en tiranos; nació la nobleza y con ella vino el feudalismo, sistema tenebroso que solo servía para saciar pasiones desenfrenadas. Bastante conocida es la historia de aquellos nefandos tiempos para que yo me detenga a describirla; sólo diré que al concluir esa época, uno de esos genios que honran a la humanidad, describió allá

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muy lejos de la Europa un continente vastísimo, rico con los dones que la naturaleza le hubiera dado. Este acontecimiento llamó la atención de todo el mundo y al momento se quiso hacer la conquista de aquellas hermosas comarcas. La España, nación acaso la más poderosa y grande de aquellos tiempos, confió la conquista de las Américas a un hombre de alma enérgica, audaz, valiente y ambicioso. No tardó el gran Cortés en apoderarse de la capital del poderoso imperio mexicano, en la cual se estableció la del nuevo virreinato de la Nueva España. No es mi objeto, como he dicho antes, hacer una relación histórica de todos los sucesos de esa época; pasaremos, pues, en silencio los tres siglos de la dominación española en nuestra patria, y volveremos la vista hacia la Europa, para ver el avance de las ideas de libertad y de progreso. Después de tantos siglos de esclavitud, los horizontes sociales se habían nublado y ya se enunciaba la gran tempestad que había de purificar el cielo político de la Francia y el del mundo entero. La poderosa nación se estremecía al trueno lejano del huracán y el trono sobre el cual se habían sentado tantos reyes se bamboleaba, hasta que, por último, cayó al suelo, asombrando al mundo entero, que vio con horror que la cabeza de un rey rodaba por el cadalso. Era la homérica lucha entre las preocupaciones y la verdad, entre las tinieblas y la luz; era que el ciudadano quería por fin ser libre, para completar la obra comenzada por el Salvador en el Calvario. En alas del viento se difundían por doquiera las notas vibrantes y embriagadoras de la MARSELLESA y todo el mundo se electrizaba y conmovía al escuchar aquella canción marcial de la Francia. No se crea que hacemos el elogio del TERRORISMO. Este fue el abuso de la revolución. La revolución francesa, tal como fue iniciada, fue una obra titánica gigante. El terrorismo fue la degeneración de aquella obra, fue la embriaguez de la sangre y será eternamente maldecida esa época luctuosa. Las ideas regeneradoras iban penetrando poco a poco en el continente americano.

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Mil aspiraciones de libertad se despertaron entonces en los pechos de todos los Mexicanos, y algunos de estos, de corazón grande y generoso, formaron como los primeros cristianos, reuniones misteriosas con objeto de proclamar la libertad e independencia del pueblo mexicano. Pero desgraciadamente fueron descubiertas aquellas conspiraciones, y rotos así los hilos de la revolución, todos quedaron aterrados con la idea de una muerte próxima y segura, o cuando menos, de una prisión perpetua. Sin embargo, allá en un pueblo pequeño e ignorado había un hombre que no se intimidaba ante los peligros y dificultades de aquella época cuyo plan había sido descubierto; su patriotismo no le permitía retroceder después de haber iniciado aquel pensamiento grandioso. Con sólo noventa hombres mal armados el anciano Hidalgo levanto el estandarte de la insurrección principiando de este modo la revolución que por fin había de hacernos libres. ¿Y para qué decir más? No sabemos de memoria todos nosotros aquellas luchas, aquellos combates por nuestra independencia, dignos también de tener su Homero. Hidalgo, aquel anciano sacerdote fue, bien lo saben, el que primero se lanzo a la arena para darnos la libertad para hacer que México entrase también entre el número de naciones independientes y libres que cubren la superficie de la tierra. Es pues, digno de nuestro eterno reconocimiento. El, allá en las horas tranquilas de la noche, había sentido yo no sé qué deseo de tener patria, de dar una patria a todos los Mexicanos; He, en las horas de meditación y recogimiento había visto sin duda la hermosa figura de la libertad, y en sus brillantes ensueños, lleno de amor por el bellísimo país en que viera la luz primero pensó en legarle el don más precioso que pudiera desear pensó en quitar de las manos de la desgraciada virgen americana las pesadas cadenas que la ligaban al pie del trono de la monarquía española. ¡Qué brillantes debieron ser los ensueños de aquel venerable sacerdote, alumbrados por el sol resplandeciente de la libertad! No falta quien allá querido pintar con un colorido sombrío los hombres y las cosas de aquellos tiempos; No había faltado quien allá querido llamar

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día infausto y horroroso aquel en que la revolución comenzó se ha querido desconocer la gloria de los primeros héroes para concederla sólo a Iturbide. Pero todos ustedes ciudadanos Mexicanos saben que aquella revolución fue el esfuerzo sublime de un pueblo por conquistar su ideal; Ustedes, que saben los horrores y los crímenes de otras revoluciones, comprenderán que la nuestra no tiene mancha alguna que la deshonre; Ustedes saben que la fiesta de la patria, la fiesta que hoy solemnizamos, es una fiesta pura, sencilla, majestuosa, porque es el aniversario del día en que ilumino nuestros horizontes la estrella matinal de la libertad; ustedes saben, que, aunque Iturbide fue un héroe, son más los merecimientos de los primeros caudillos, porque ellos se lanzaron a la lucha sin elementos, sin recursos, y con la convicción de que iban a morir pero con la esperanza de hacer un bien a su patria, y como dice un historiador, “contra un poder consolidado por el tiempo, sostenido por las fuerzas, por las preocupaciones, por los hábitos, por el principio religioso” Sin Hidalgo, agrega, no hubiera habido Iturbide.” ¡Mexicanos ustedes son patriotas ustedes aman la libertad, el orden, el progreso, vengan ahora y deponer las armas en el altar de la patria: dense un fraternal abrazo en el aniversario de nuestra gloriosa independencia ¡Únanse! Sólo en la unidad hay progreso, sólo en la unidad hay fuerza, sólo, sólo en la unidad hay libertad. Saluden con entusiasmo a Hidalgo, Allende, Aldama, Morelos, porque ellos fueron nuestros redentores; saluden a los manes de esos beneméritos de la patria con voz poderosa; pero no olviden jamás que si ellos nos escuchan desde las brillantes y gloriosas mansiones de la eternidad les acompaña también la sombra de Iturbide.-HE DICHO.

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Discursos patrióticos de la Independencia en San Luis Potosí. De la primera república Federal a la República restaurada, 1827-1872 de Sergio A. Cañedo Gamboa, Flor de María Salazar Mendoza, Julio César Medina Barbosa y Alejandro Landeros Rocha se terminó de imprimir el 23 de noviembre de 2010 en los talleres de Artes ImpresasEón, S.A. de C.V., Fiscales núm. 13, Col. Sifón, C.P. 09400, Del. Iztapalapa, México, D.F. Tels.: 5633 0211 y 5633 9074. <info@arteon.com.mx>. La composición tipográfica estuvo a cargo del msimo taller y la edición estuvo al cuidado de la Unidad de Publicaciones de El Colegio de San Luis. El tiraje consta de 1000 ejemplares.

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