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N
adie la había prevenido de lo que podía ocurrirle si paraba un taxi por la calle. No sabía que eso no se puede hacer. Que una ha de llamar a una compañía conocida de teletaxi, pedir los datos de la matrícula y de la licencia, confirmarlos al llegar el coche, exigir al conductor que ponga los seguros de las puertas... No lo sabía, y probablemente no habría seguido toda esa rutina de haberlo sabido. China salía del Café de Tacuba para dirigirse al Museo Rufino Tamayo y recorrer esa alma alborotada que es el centro de la ciudad de México. Grandes avenidas y calles angostas, imponentes edificios y casas destartaladas, caos urbanístico y caos de tráfico. Paró el primer taxi que pasó frente a ella. Ni siquiera se fijó en el conductor, se 11