El primer parque del que tengo recuerdos es el Parque Tradiciones de Miraflores. Nada concreto, pero siempre que paso por ahí aparecen escenas borrosas y tengo la sensación de haberlo disfrutado. La primera vez que vi a ese don Ricardo Palma sentado en una de las bancas, me pareció simpático y entendí el nombre del parque. Ahora tiene unas lomas que están muy bien, es lo mejor para los niños. El siguiente parque en mi memoria es la “Pera del Amor”, solo como una lejana referencia. Lo mencionábamos con mis amigos: “ahí arriba hay un parque”, y nos daba curiosidad su nombre. Pero donde sucedía todo era en los andenes del acantilado hacia la Costa Verde, entre Medalla Milagrosa, Marbella y la playa. Cazábamos lagartijas, saltábamos desde el punto más alto, trepábamos por las rocas, nos escondíamos. Ese cerro pelado y rocoso fue el parque de mi infancia. Hasta hoy sueño con ese lugar. En Arequipa tuvimos una casa a unas cuadras del parque, y luego otra frente al mismo. Jugábamos futbol y frontón todo el día. Volábamos cometa, acompañaba a mis hermanos con su triciclo, paseábamos a nuestra perrita. Miraba desde el ventanal de nuestra salita de estudio, y si había algo, salía. Conocí mucha gente de todas las edades en ese parque. Unos meses antes de mudarnos, el parque amaneció cercado por un muro. No creo que lo hayan construido en una noche, pero así funciona la memoria. Contra la protesta de algunos vecinos, la mayoría decidió que quedara cerrado por seguridad. Mi ventana ahora daba a un muro, la reja de entrada con llave; al separar el parque de la calle, el barrio murió un poco. Había otro parque más arriba, con la típica caída inclinada por la que rodábamos. Ahí nos echábamos a conversar, y también enterramos a nuestra tortuga. De vuelta a Lima, en Jesús María había un parquecito triangular. La casa de enfrente tenía engrasado su murito para que los jóvenes no se sienten a esquinear. Casi nunca había gente, pero con mis hermanos íbamos mucho, aunque a veces nos botaban porque “no era un parque para jugar”. También iba solo, a estar ahí, a leer cosas del cole, y recogía troncos con los que hacía armas para nuestros disfraces, y accesorios para mis juguetes. En Magdalena ya no había parques, la calle era la pista, la plaza no era un parque, y yo ya no era un niño. En San Miguel viví en un condominio, el grado cero de la ciudad. De vuelta a Miraflores pude disfrutar del malecón, un verdadero espacio público. Ahora en Barranco ya no tanto, porque los edificios lo han invadido y solo quedan pequeños retazos. Soy arquitecto urbanista, y claro, hago parques, en cerros pelados. Vuelvo a los parques de mi infancia, que aún habito. La clave para diseñar un parque es no pretender controlar el resultado. Un parque no tiene que decirte qué hacer, solo provocarte a hacer cosas. Un parque no tiene instrucciones de uso. Te hace un ciudadano creativo porque cada día hay que reinventarlas colectivamente. Uno crea sus parques y luego estos lo hacen a uno. Pero el diseño, así entendido, puede potenciar muchas cosas. Y lo más importante: un parque no es una burbuja. Es el hermano blando de la calle, y viven juntos en el barrio. ¿Qué parques habitarán en mi hija? Si en mi infancia hubieran existido los Parques Bicentenario, ¿algo habría sido diferente? Probablemente no, porque mi vida cotidiana estaba en mi barrio. Pero quizás alguien nos habría contado de su existencia y un domingo podríamos haber ido, y seguro algo sorprendente hubiese ocurrido. Un parque puede transformar la vida de un niño para siempre. Pero para que haya más oportunidades de que eso suceda, el gran reto, y la gran dificultad, es que el parque sea un espacio cotidiano, como la calle y el barrio. Con esta carta quiero pedir que el Proyecto “Parques Bicentenario” al 2021 se amplíe a “Barrios Bicentenario” al 2024. Para que todos los barrios del Perú tengan al menos un parque público que potencie la vida de la calle, y esos parques estén llenos de niños que en 2050 puedan enviarles, desde cualquier lugar, cartas escritas paseando por los parques que habitaron y en los que fueron libres y felices.
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