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“Chocolate con churros” por: Manuela Sola Castro

Catalina, joven y guapa, vive con su madre en una urbanización con jardín y piscina, en las afueras de la ciudad. Ecologista, está en contra de la tala de árboles, la destrucción de la selva Amazónica, la emisión de gases tóxicos. Firma todas las peticiones de “salvemos el planeta” que le son enviadas por e-mail, a algunos les da una ojeada, pero los firma igualmente, por si las moscas. Siempre usa algo rojo, reminiscencias de la militancia de su madre en el partido comunista: en invierno un gorrito de lana y en verano una flor, ambas piezas tricotadas con esmero por su abuelita. Su abuela, antigua profesora de bailes de salón, tuvo un accidente la semana pasada, cuando, saltándose todas las normas, se desplazaba en su vieja Vespino para tomarse una copa con su amigo Antonio. Quedó la señora espachurrada en medio de la calle, el moño junto al bordillo. La falda remangada, dejaba entrever unas braguitas de un sexy encaje rojo y los zapatos de tacón, se asemejaban a unas merceditas. Los daños físicos fueron leves aunque la contusión que sufrió en su pierna derecha la dejó inmovilizada por algún tiempo. Cuando Catalina llega a su casa se entera, por su madre, de lo sucedido y ésta le dice: ─Debes visitar a tu abuela y saber si necesita algo. Pero, no cruces por el campo. Con la de obreros que hay por allí y lo hermosa que eres, te echarán tantos piropos que se te pondrá el cuerpo revuelto. Mejor vete por la carretera que es más seguro. ─Pero mamá ─le contesta Catalina─ ¡cómo has cambiado! ¿No deberías defender a la clase trabajadora? La chica coge la bici y sin pensarlo dos veces, cruza el campo. Total, escuchar los dichos de los obreros, hasta le daba

morbillo. Piensa ella. Samuel, hijo de constructor y poco dado a los estudios, salía de visitar una de esas urbas “alto standing” que la empresa de su padre construía por todo el país, aunque hubiera que sacrificar encinas, pinos, o cualquier otra cosa que se le interpusiera en el camino. Se cruzan Catalina y Samuel en medio del campo, o lo que restaba de él. Ahora brotaban viviendas en lugar de champiñones. ¡Brotaban como churros! Frecuentaban el mismo colegio y se conocían desde niños. ─Derribando unos cuantos árboles más, ¿no es verdad? Declara Catalina que chocaba profundamente con el modo cómo Samuel se plantea las cosas. ─Pero Cat, si empleamos materiales ecológicos, colocamos placas solares, separación automática de los residuos… Explicaba y explicaba el muy matrero, con el único antojo de gustarle o degustarla. ¡Muy faldero este Samuel! ─¿A dónde vas? Pregunta Samuel. ─A visitar a mi abuela que tuvo un accidente ─contesta Catalina. ─Pues cojo mi coche y me encuentro allá contigo. Visito a tu abuela y luego podemos tomarnos una copa. ¡Qué plasta! Pensó Catalina. Aunque reconozco que está muy bueno. Bellos ojos, cuerpo armonioso, boca carnosa… conjeturaba Catalina para sí misma. Y siguió pedaleando mientras Samuel se montaba en el coche y salía disparado hacia la casa de la abuela.

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Llegó Samuel antes que Catalina. La abuela le hace pasar y le invita a un chocolate. Después de dos tazas: Hum, es atractiva esta abuela, piensa Samuel. Y en un pis-pas, también se comió los churros. Llega Catalina y huele algo en el ambiente. La abuela más exuberante que nunca. Samuel con esos ojazos brillantes y saltones, la boca suculenta. No se resiste. En un pis-pas, mientras la abuela habla por teléfono, lo degustó en la habitación de al lado. Después, se tomó el chocolate. Suena el timbre y Catalina abre la puerta. Es Antonio que vino a visitar a la abuela. Hombre atractivo, elegante y caballeroso. Una taza más de chocolate caliente y mientras se comían los churros, Catalina sentía que los ojos de Antonio se detenían en su cuerpo. El chocolate se estaba enfriando. Moraleja: no hay nada más sensual que los churros. Y si quieres mojarlos en chocolate aún caliente, recuerda atajar camino.

Retrato en auto

“Poeta joven” es un calificativo que le sienta como un guante. Mario Obrero tiene ahora 17 años y, con 16, ha ganado el premio Loewe, 2020 de poesía joven. Dice que escribió sus primeros versos con 7 años, observando las gotas de lluvia que empapaban el cristal del coche (en un interminable atasco y con la Nintendo sin batería). Benditas gotas de lluvia que fertilizaron poesías maduras y jugosas. Os invitamos a saborear estos frutos.

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