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MarĂa de los Evangelios
Giovanni Maria Bigotto, fms
Agradecimientos Este libro nace del encuentro que tuve el día 14 de Junio del 2.008 con 400 jóvenes de la escuela marista de Byimana, en Rwanda. El deseo que tenían de conocer mejor a la Madre del Señor me ha impulsado a escribirlo. Se lo agradezco a ellos vivamente, y este folleto es, especialmente, para ellos, los jóvenes. También mi gratitud, al Hermano Juan Juárez Moreno al que debo la traducción del texto al español y por su gran amistad y animación. En este mi agradecimiento, hago mención especial de María Livia Pinchera que ha cuidado el encuadre y la paginación de toda la cuestión artística y no sólo tocante a este libro, sino, en general, de todas las obras editadas en la postulación. Este opúsculo considera los sentimientos que los católicos y protestantes deben tener en cuanto se refiere a la Madre del Señor, a la que hay que considerar como importante factor de reconciliación. Muchas de las citas las he tomado de las Iglesias Evangélicas. También la Iglesia Ortodoxa está presente, merced a sus iconos y oraciones. Dejemos que el entusiasmo embargue nuestros corazones porque vamos a descubrir en la Virgen María su riqueza, en gracia y humanidad , como Madre de Jesús, Madre nuestra y tesoro de todos los cristianos. Hermano Giovanni Maria Bigotto, fms
ÍNDICE DE MATERIAS
■ La dulce Madre de Dios ....................................................... p.
5
■ María fue la Primera............................................................. p.
7
■ La mujer en la plenitud de los tiempos ............................ p.
11
■ Un sí entusiasta ..................................................................... p.
15
■ Cantaré para ti un cántico nuevo ...................................... p.
19
■ El Magnificat .......................................................................... p.
23
• El Retrato de Dios .............................................................. p.
24
• El Retrato de María............................................................. p.
26
■ El corazón, forja de la oración ........................................... p.
29
■ La mirada del discípulo amado .......................................... p.
33
■ La fiesta del amor ................................................................. p.
35
■ He ahí a tu madre ................................................................. p.
37
■ Y desde aquella hora el discípulo amado la recibió en su casa ............................................................. p.
41
■ En el espejo de las Escrituras ............................................. p.
43
■ Dos miradas diferentes ....................................................... p.
45
• Los asombrados protestantes............................................. p.
46
• El asombro de los católicos ............................................... p.
62
■ Una mirada donde brilla la simpatía ................................ p.
69
■ Toma mi sí ............................................................................. p.
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ghghghghghghghghgh mn gh ¡Oh María ! Has traído al mundo a Jesús mn tu primogénito. gh Lo ha envuelto en pañales mn con amor... gh Y lo dejas en un pesebre mn Pero esa cuna gh no está limpia mn ni es bonita gh ni adecuada. mn gh Mi corazón también es, María, mn como un simple pesebre gh ni limpio, mn ni bello, gh ni adecuado. mn Pero si en el pesebre de mi corazón gh Tú dejas a tu primogénito, mn A Jesus, el Señor gh ¿ No llegaré también yo mn a ser hijo de Dios ? gh mn ghghghghghghghghgh
María de los Evangelios 5
La dulce Madre de Dios
Ciertamente, puede considerarse a María como una fuente de amor que fluye hacia Jesús y hoy, tal vez, sea ya posible que esta corriente de amor pueda originar un mutuo flujo de simpatía entre los cristianos católicos y los cristianos protestantes. ¿Habrá llegado ya esa hora? Icono ortodoxo
Durante la segunda parte del mes de mayo y la primera del mes de junio he estado por Rwanda y por la República Democrática del Congo. En todos estos lugares, los jóvenes católicos me han solicitado, con insistencia, argumentos para poder responder adecuadamente a las cuestiones, que de continuo, les suscitan los protestantes sobre la Santísima Virgen. Sobre este asunto hoy, precisamente, son las Grandes Iglesias Protestantes las que están insistiendo en nuevos descubrimientos sobre la joven Virgen de Nazareth y también, continuamente, se están multiplicando las producciones y los textos que tratan sobre la Madre del Señor. Y, precisamente, son estas mismas Iglesias las que se están remitiendo al mismo Lutero que durante toda su vida se refirió a María como “la dulce Madre de Dios”. Esta expresión se la sugería el continuo canto de la “Salve Regina” que entre nosotros los cristianos católicos se continua manteniendo y que culmina con las bellísimas palabras de: “Oh dulce Virgen María”. Antes de afrontar, recíprocamente, las diversas cuestiones, tenemos que adentrarnos, detenernos y admirar el magnífico retrato que sobre la Madre de Jesús presentan los Evangelios. Esto
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La dulce Madre de Dios
constituye un verdadero y valiosísimo tesoro para todos los cristianos. Esta María que reflejan los evangelios pertenece a todos los cristianos. Ella amó tanto a Jesús que, nadie mejor que Ella, se erigió en su perfecta discípula. Esta Madre de Jesús, tal y como nos la presentan los evangelios, puede tener hoy su lugar en el corazón de todos los cristianos. La cuestión que con más énfasis y frecuencia plantean los protestantes a los católicos es, precisamente, el especialísimo culto que éstos le tributan y que ellos encuentran exagerado. Estas controversias provienen, tanto de los teólogos y pastores protestantes, como de sus simples fieles. Por parte de los católicos, es necesario que sepan que el término protestante encierra y engloba una multitud de iglesias y de sectas que, a menudo, son muy diferentes y distintas entre sí. Desde luego, los católicos pueden reprocharles a los protestantes su casi silencio y la desconsideración que tienen ante las primeras y más altas alabanzas que los propios evangelios ofrecen y dedican a María. Hay que aclarar los puntos conflictivos que, en realidad, son secundarios. Hay que centrarse en lo que nos une y en cuanto puede contribuir a serenar las relaciones entre los católicos y las demás iglesias. En este asunto, la Iglesia Ortodoxa tiene y puede ofrecer una colaboración valiosísima. En sus expresiones amorosas hacia la Madre del Señor, esta Iglesia está extremadamente próxima a la Iglesia Católica. En sus himnos y en las celebraciones de sus fiestas es donde llega a mayor altura. Sobre este particular, mantengo una gratitud personal especial para muchos protestantes: En Madagascar, he vivido durante 33 años como educador y director de colegios, en los que la mitad, incluso, hasta 900 de estos alumnos, eran protestantes y algunos de ellos, hijo-hija de pastores. Esto me ha acostumbrado a tratar sobre la Virgen acudiendo, sobre todo, a lo que de Ella se dice en los evangelios. Precisamente, en este punto, la Palabra de Dios es base segura y fuente inagotable. María ama a su Hijo y le da todo su ser. A nosotros nos ama, porque Jesús nos ha confiado a Ella. Cuanto más y mejor sepamos esto, más unidos estaremos, a pesar de nuestras diferencias. Sólo se requiere una condición: tener un corazón bien dispuesto.
María de los Evangelios 77
María fue la Primera
Cuando nuestra mirada se dirige hacia María y consideramos cómo se puso al servicio del Niño que se le entrega: Jesús, el Señor, descubrimos que, precisamente, ha sido Ella la que se nos ha adelantado en todos los caminos del amor.
África, Virgen de los Mafa
■ Ella fue la primera evangelizada por la Buena Nueva que
le dirigió el ángel Gabriel y Ella fue también la primera en aceptar y concentrar toda su vida sobre su querido infante. También fue Ella la que por primera vez oyó el dulcísimo nombre de Jesús y lo fue repitiendo constantemente en los requiebros amorosos que como madre, dirigió cariñosamente al Niño que ya llevaba en sus entrañas. Fue entonces cuando y donde nació de los labios de María la devoción al dulce nombre de Jesús. ■ También fue Ella, la primera que respondió con un sí a
Jesús. Este “sí” de María fue el que abrió las puertas a un sin fin de “síes” que después otros darían a Jesús: José, Pedro, el discípulo amado, Pablo,… y este “sí” se ha repetido de generación en generación, a lo largo de todos los siglos, pueblos, culturas, lenguas, edades… hasta llegar al “sí” de nuestros propios labios. Todo el amor que podamos tener a Jesús nació el día de la Anunciación. Como muy bien dice un cántico: “El precio de tu amor ha quedado guardado para siempre en nuestras cosechas”. ■ Ella fue la que, por primera vez, dio a Jesús la posibilidad
de poder experimentar en su humanidad lo que es sentirse afectivamente querido como un hijo fuertemente deseado y
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María fue la Primera
que llega envuelto del amor y el cariño de una madre. La primera experiencia humana de Jesús fue la de sentirse amado y se la debió a su madre. También, por medio de María, nuestra humanidad ha hecho posible el poder ofrecer al Hijo de Dios, el mayor amor que existe en este mundo: el amor de una madre y de una madre joven. Jesús vivió y experimentó esta realidad hasta el fin de su vida. Todavía hoy lo sigue recibiendo por parte de sus discípulos. ■ También fue María la primera misionera que tuvo Cristo,
con motivo de la Visitación. Ella marcha de prisa desde Nazareth y lleva a Jesús por los caminos humanos hasta la misma familia del Bautista. Fue en esta familia, cómo, por boca de Isabel, se manifestó por primera vez, la fe cristiana. El Hijo es el Señor, mejor dicho, empleando el posesivo: “Mi Señor”. Y todo fiel cristiano expresa su fe a Jesús con la expresión: “¡Tu eres mi Señor!”. Los pasos y las prisas de María anuncian ya los que más tarde darán Pedro, Pablo, Francisco Javier, Albert Sweitzer… y los pasos de todos cuantos en el tiempo han emprendido su marcha por los caminos humanos y se han acogido al rico corazón del Señor para anunciarlo a los demás: Misioneros de ayer, de hoy y de mañana. Todos acompasan sus pasos a los de la joven Madre de Jesús. ■ María es también la primera a quien los evangelios pro-
clamarán bendita y dichosa por causa de su fe. El cántico de Isabel que está entretejido por un cúmulo de alabanzas a la Madre de Jesús, va desde la bendición hasta la beatitud, llegando a dar a María el mayor título que se le puede otorgar: “La Madre de mi Señor” lo que es lo mismo que: “la Madre de Dios”. ■ Enaltecida por la madre del pequeño Juan Bautista, María
responde con el célebre cántico del “Magnificat”. Este cántico, desde el primero hasta el último de los versículos, tiene por objeto y se centra completamente en Dios: Dios que con su amor llena toda la Historia de la Humanidad. Este himno constituye la primera de las grandes alabanzas dirigidas a Dios en el Evangelio y sube desde el corazón y los labios de la humilde sierva, María.
María de los Evangelios 99
■ Desde que nace Jesús, María es la primera en ocuparse de
este hijo: “Y dando a luz a su Primogénito, lo envolvió en pañales y lo depositó sobre el pesebre…” (Lc. 2, 7). Ella iba a ser, pues, la primera en amar a Dios en un cuerpo humano. ■ Ella es también la primera que reza, guardando en su co-
razón todo cuanto de Él se dice: “Ella conservaba todos los acontecimientos, buscándoles su sentido” (Lc. 2, 19, 51). Vive en su corazón el misterio de Jesús y este es el verdadero cometido de todos los místicos: María les abre el camino. Tratar de comprender el sentido del misterio de Jesús, tal es, precisamente, el trabajo de todo teólogo: María les precede en todo esto. ■ También es María la primera sobre la que se proyecta la
sombra de la Cruz: “Este Niño está puesto para la caída y el restablecimiento de muchos en Israel y para ser signo de contradicción. Y a ti misma, una espada atravesará tu alma” (Lc. 2, 34-35). ¡Qué grande honor! haber sido escogida para participar la primera en la pasión de su Hijo. De este modo, María que participa en la misma bendición con el Hijo, participa también en su misma pasión y muerte. ■ También es María la primera en acudir a Jesús cuando oye
decir que Él ha perdido el juicio (Mc. 3, 20-21 y 31-35) y es Ella la primera que conduce a toda la familia hacia Jesús: Este es el único camino para saber la verdad y quedar convencidos. ¡Qué lección!: cuando Cristo escandaliza es cuando más y mejor tenemos necesidad de acercarnos a Él. ■ Ella es la primera que se cita en el acontecimiento de
Caná y también es Ella la primera que expone a su Hijo un problema humano. Ella conocía muy bien a Jesús y creía en Él. Al pie de la cruz, también es Ella la primera en ser nombrada en el evangelio de San Juan y la primera en constituir de seguida, con el discípulo amado, la familia fundada por el mismo Señor agonizante. ■ Ella fue, por supuesto, la primera que fue acogida “a la
casa” del discípulo amado, que desde entonces, será también para Ella su casa, su familia, su corazón y su comunidad cristiana.
10 María fue la Primera
Antonello da Messina (1430-1479): L’Anunciación
María es la primera y el mayor testigo de La Encarnación. Desde el nacimiento hasta la muerte de Jesús, toda la vida humana de Jesús estuvo bajo la atenta mirada de su Madre: Ella es la primera garantía de la humanidad de Jesús. De este modo, se pone a disposición total de su Hijo. Ella será la primera cristiana y también la primera persona que se consagrará a su Hijo ¿Cómo no admirarla e imitarla? ¿Cómo no pedirle que nos ayude a quedar seducidos por el Señor y proclamar su grandeza revelada en los hechos de la infancia de Jesús a saber: “El Grande, el Hijo del Altísimo, el Hijo de David, el Rey de todos los siglos, el Santo, el Hijo de Dios, el Señor, el Sol naciente, el Salvador, el Cristo, la Luz de las naciones, la Gloria de Israel… Hijo del Padre” Todos estos títulos se conservaron siempre en el corazón de María con todo cuidado y fidelidad y así nos los ha transmitidos Ella.
María de los Evangelios 11
La mujer en la plenitud de los tiempos Gálatas 4, 4-7
“Pero, llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido sujeto a la ley, a fin de rescatar a los sujetos a la ley, con objeto de conferirnos la adopción filial. Y la prueba de que vosotros sois hijos, es que Dios ha introducido en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ‘¡Abba! ¡Padre!’ de modo que ya, tú no eres esclavo sino hijo y por tanto, heredero de parte de Dios”. Este texto de San Pablo es, históricamente, el primero que hace mención de María y se encuentra en su carta a los Gálatas escrita, probablemente, en Éfeso en el año 54, durante el tercer viaje de su misión apostólica: 52-57. Aquí María no es nombrada por su nombre propio, pero la mujer en cuestión, no puede ser otra que ella. San Pablo hace de esta mujer la garantía más cierta y más segura sobre la humanidad del Señor. María aquí es insoslayable en cuanto a la encarnación del Hijo. Esta encarnación es la que, precisamente, nos trae la salvación, y que, de hecho, nos eleva a la dignidad de hijos. El gran valor de este texto es que se escribió en estilo y forma “paralelística”. El paralelismo es un Icono ortodoxo
12 La mujer en la plenitud de los tiempos
procedimiento literario que toma la forma de U y mantiene dos partes simétricas en ambas ramas que, recíprocamente, se aclaran. Lo más simple es reproducir Gálatas 4, 4-7 en la forma paralelística.
Los actores de la salvación Dios (Padre) El Padre
Los salvados
«Abba, Padre»
En nosotros el Espíritu del Hijo grita:
El Hijo
La mujer
Somos hijos
El Espíritu Santo
El Hijo La ley
Los bajo la ley
Se ve claramente que las diversas partes de cada rama están entrelazadas entre sí y así lo confirma el texto: cuando nace Jesús de una mujer, es cuando nosotros nacemos como hijos de Dios. El vínculo es el de causa, el nacimiento de Jesús, a efecto, nuestro nacimiento como hijos de Dios. Cuando María es escogida para ser Madre de Dios, también nosotros somos escogidos entonces para ser hijos de Dios y poseer el mismo Espíritu de Jesús y como Él, ser capaces de poder llamar a Dios: “¡Abba, Padre!”.
María de los Evangelios 13
Destacamos también que este paralelismo tiene dos partes: la primera es descendente y comprende a todos cuantos intervienen en la salvación: Dios, el Padre, el Hijo, y la mujer que lo recibe. La segunda parte, o rama, es ascendente y la forman los salvados que estaban todos bajo la ley y que reciben el Espíritu Santo: Nosotros: “para que se nos conceda la adopción filial”. Vosotros: “prueba de que sois hijos de Dios es que Dios ha puesto en vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: “Abba Padre”. A ti: “ya no eres esclavo sino hijo y por tanto, heredero de Dios”. Toda esta gran hazaña de la salvación ha sido posible porque el Hijo, en la plenitud de los tiempos, nació de una mujer y esta mujer es María. Toda esta salvación es obra de la Trinidad : El Padre envía al Hijo, el Hijo infunde en la humanidad el Espíritu ; el Espíritu nos hace capaces de gritar : « Abba, Padre ! ». Así como el Hijo está en el seno de la mujer, así la humanidad está en el seno de Dios. Los lazos con que Jesús nos salva, son tan fuertes, que con razón, podemos proclamar que formamos con Él una sola familia: “tenemos un mismo Padre, estamos habitados por el mismo Espíritu que el Hijo; somos llamados hijos y tenemos a Jesús por hermano y a María por madre”. En los escritos de Martín Lutero podemos descubrir esta sorprendente afirmación: “Esto es el consuelo y el amor desbordante de Dios: que un hombre pueda gloriarse, si él cree, de un tesoro tan grande como María, su verdadera madre, Cristo su hermano y Dios su padre”. Y añade: “María es madre de la Iglesia Martín Lutero (1483-1546)
14 La mujer en la plenitud de los tiempos
y de la Iglesia es el miembro más eminente” y aún todavía más: “Ella es la madre de la Iglesia de todos los tiempos puesto que es la madre de todos los niños que nacerán del Espíritu Santo” (Martín Lutero, WA 10-1, 72.19-73.2 e WA 10-1, 107.2 e WA 4, 234.5-8). El Papa Pablo VI ha dado también y de modo muy solemne, a la Santísima Virgen el título de “Madre de la Iglesia”: El 21 de Noviembre de 1964, al término de la 3ª sesión del Concilio Vaticano II, en presencia de todos los Padres, leyó el legado siguiente: “A la gloria de la Bienaventurada Virgen María y con nuestro gozo: “Declaramos a la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia”. Es decir: Madre de todo el pueblo cristiano, tanto de los fieles como de los pastores que la proclaman su amada madre. y: Nos, establecemos que, a partir de ahora, todo el pueblo cristiano tribute este honroso título a la Madre de Dios, y con este título le dirija sus oraciones.” El teólogo reformado Jean Jacques Von Allmen escribe comentando este pasaje de los Gálatas: “María es la que lleva en sí a Jesús pero no quiere tenerlo para Ella sola puesto que lo ha de dar al mundo y en este sentido participa por completo con La Iglesia en lo que se podría llamar ‘el complot de Dios’ para salvar al mundo. Por eso, nosotros podemos celebrarla como a la que ha introducido secretamente entre los hombres a Jesús el Cristo, en quien está presente El Reino de Dios” (vocabulario bíblico, AVE, Roma 1969, p. 324).
En Tí, La llena de gracia Se regocijan todas las criaturas. En Tí, ha tomado carne Y se ha hecho hombre Nuestro Dios. Antes de todos los siglos Hizo de tu seno su trono Y a tu cuerpo, más vasto que los Cielos. Por Tí, La llena de gracia, Toda la Creación se alegra: ¡Gloria a Tí! (San Basilio de Cesarea, 329-379)
María de los Evangelios 15
Un sí entusiasta Lucas 1, 26-39
Beato Angelico (1387-1455): La Anunciación
La Anunciación culmina con la respuesta de María al ángel: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mi, según tu palabra” Enviada desde el Cielo la gran buena nueva, llega a la tierra y es dejada a la responsabilidad de una joven mujer sobre la que se cierne el Espíritu Santo y en la que ya toma forma el Niño. Pero ¿cuál fue el sí que María pronunció? Con frecuencia, la palabra “sierva” se utiliza para resaltar la humildad de la Virgen y que Ella empleó al referirse a sí misma, en su canto del Magnificat: “Ha mirado la pequeñez de su es-
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Un sí entusiasta
clava”. María durante la Anunciación se vio inundada de estupor, al encontrarse frente a la misma grandeza de Dios y considerarla frente a la pequeñez de su nada. Ella se coloca así junto a la multitud de servidores de Dios que a lo largo del tiempo han existido: Abraham, Moisés, David, los profetas, hasta que llegó el gran servidor de Dios y de los hombres: Jesús, venido “para servir y dar su vida por una multitud” (Mt 20, 28 y Lc 22, 27). Más aún, María ha oído al ángel que le dice: “Llena de gracia”, llena de amor de Dios, amada de Dios. También ha acogido la insistente advertencia de Gabriel: “¡No temas, María! ¡el Señor está contigo!” La invitación de Gabriel a la alegría y al amor de Dios es una iluminación que llega y penetra el corazón de María: Ella se sentía una pura nada. Pero, su modo de responder fue: “aquí está la sierva del Señor…” que también era una de las fórmulas empleadas para el matrimonio en el pueblo hebreo y para el amor. Ruth se la dijo a Booz durante la no-
Leonardo da Vinci (1452-1519): La Anunciación
María de los Evangelios 17
che, después de haber rebuscado en los campos de trigo de su primo. Se acostó junto a él y le dijo: “…extiende sobre tu sierva el faldón de tu manta” (Rt 3, 9). También Abigail cuando fue pedida en matrimonio por David, le respondió: “tu sierva es como una esclava que ha de lavar los pies de tus servidores” (1S 25, 41) Rut y Abigail respondieron así con una total entrega de sí mismas a un amor humano. María fue, pues, la primera en atreverse a emplear una fórmula de matrimonio, dirigida al mismo Dios. En efecto: fue una respuesta de amor al Amor, la expresión de una total entrega. María dijo de sí misma que estaba completamente dispuesta y entregada al servicio del niño que recibía. En María la Alianza llegó al culmen, a menudo, anhelada por Dios y cantada por los profetas: una alianza de amor y matrimonio. Qué bello es que la humildad y el amor se encontraran en el corazón de María y prepararan la cuna que iba a acoger a Jesús.
18
Un sí entusiasta
Todo esto quedó reforzado en la segunda parte de la respuesta que dio María: “que se haga en mí, según tu palabra”; el verbo empleado está en modo optativo, expresando un vivo deseo. Es una expresión de inmensa alegría ante la inmensa gracia que se le ofrece. Es como si María dijera: “¡Oh, que, verdaderamente, me llegue esto que me has dicho!”. También David experimentó una situación parecida cuando el profeta Natán le dijo: “El Señor está contigo y te construirá una casa…Yo seré un padre para tus descendientes y ellos serán para Mí, hijos. Tu casa y tu reino subsistirán para siempre” (2 S 7, 3-25). Ante esta promesa, David se prosterna y suplica a Yahweh que cumpla con su palabra: “Guarda tu promesa y haz como tú has dicho”. María acababa de oír el eco de esta profecía de Natán en todo lo que el ángel le había dicho sobre el Niño. Como David, también Ella suplicará a Dios que ponga por obra sus palabras. Se adhiere con amor y entusiasmo al plan de salvación. Entonces ocurrió algo único y nunca visto: en Ella, se comenzó a formar el hijo de la promesa que a la vez era el Hijo del Padre e Hijo de María: hombre y Dios. La Humanidad vive en este infante, bajo la acción del Espíritu Santo, una mutación única que va a extenderse a todos cuantos lo reciben. “a cuantos lo reciben, les ha dado el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1, 12).
María de los Evangelios 19
Cantaré para ti un cántico nuevo Lucas 1, 42-45
Normalmente, nuestras biblias presentan el cántico de Isabel en prosa; no obstante muchos exégetas, haciendo una retrotraducción del griego al arameo, gustan de resaltarla utilizando su vena poética: Dios te ha bendecido Más que a todas las mujeres Y ha bendecido a tu Niño! ¿Quién soy yo Para que venga a visitarme La madre de mi Señor? Tan pronto como he oído tu saludo Mi hijo ha saltado de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tu por haber creído Porque se cumplirán las cosas Que el Señor te ha dicho!
Este es el primer cántico dirigido a María: Ella es la bendita y la Madre del Señor. El saludo de María había colmado de total alegría al pequeño Juan Bautista y, en la respuesta de su madre Isabel, se la proclama dichosa y así le canta y la enaltece por ser madre. Este canto de Isabel presenta una riqueza espiritual sublime: sobre María recae, pues, la primera bendición existente en los evangelios. Una madre anciana bendice a esta madre joven. Es
20 Cantaré para ti un cántico nuevo
la bendición de la vida: Madre e Hijo son aquí vinculados en la misma bendición. Madre e Hijo serán ya inseparables y nunca María y Jesús permanecerán separados. Concluida la estrofa de bendición, Isabel impondrá a María el mayor título que se le podrá atribuir puesto que Isabel, refiriéndose al Niño que ya portaba María, también le tributa y proclama el mayor título que le incumbe: “el Señor” y además, acompañado por ese posesivo que denota tanto respeto y cariño: “Mi Señor”. Por primera vez encontramos una completa profesión de fe cristiana. Cada cristiano dice de Jesús: “¡Tu eres mi Señor!” María es aquí nominada como “la Madre de mi Señor.” Este título se refiere ya al Niño y, de modo especial, se fija en lo llamativo de su divinidad. Expresa ya la fe que la Iglesia de San Lucas profesaba en los años 80. Y todavía más, San Lucas se ha inspirado en el pasaje (2 S 6, 1-11) cuando el Arca de la Alianza iba a ser trasladada a Jerusalén y David exclamó: “¿Cómo va a ser posible que venga
2 Madre de mi Señor Bendición
1
3 Bienaventuranza
El Señor
Isabel, madre
María, madre
El niño (Juan)
El niño (Jesús)
María bienaventurada
María bendita
El Señor
María de los Evangelios 21
Giotto (1266-1337): La visita de María a Isabel
a mi casa el arca del Señor?”. En efecto, el Arca permaneció en la casa de Eved Edom “tres meses y la familia fue por ello bendecida abundantemente”. Para David se trataba, evidentemente, del Arca del Señor, y para Isabel, del mismo modo, se trataba de la Madre del Señor. En ambos, se trataba del mismo Señor Dios. Cuatrocientos años más tarde, el Concilio de Éfeso tributaría, solemnemente a María el título de Theotokos, “Madre de Dios”. Tras el cántico aludido de Isabel, se percibe ya la primera bienaventuranza de los evangelios: “feliz tú que has creído…” Esta bienaventuranza de la fe, es el fundamento de las demás y es necesaria para hacerse merecedor de las grandes bienaventuranzas de Jesús: “Felices los pobres…”. Para entonces, se precisa poseer ya la fe. Esta bienaventuranza es también la última que proclamarán los evangelios: “felices más bien, los que han creído, sin haber visto” (Jn 20, 29). María vivió de este modo, la mayor de las bienaventuranzas: la de la fe. También Juan en las bodas de Caná presenta a María como modelo de esa fe cuyo fundamento y meta es Jesús. Maria es la primera en vivir una fe cristiana. Si observamos el círculo de personajes que toman parte en el cántico de Isabel, advertimos el siguiente orden: María y su Niño; María y el Señor, Isabel y su niño; María y el Señor. En la base de este círculo se encuentra el Señor Dios, objeto de la fe de María,
22 Cantaré para ti un cántico nuevo
que también es el que está en la cima, objeto de la fe de Isabel: El Niño-Dios. Los personajes se han agrupado: María-Jesús, María y el Señor; Isabel-Juan; y María y el Señor. Las madres, simétricamente se miran por un lado y por otro, se miran los hijos. El Señor Dios, mientras tanto, queda en la base y en la cima del círculo de la salvación. (Aquí vemos cómo los evangelistas además de inspirados, fueron también excelentes escritores). Este primer canto en honor de María goza de las garantías más sólidas. El inspirador es el Espíritu Santo. Es Lucas el que inserta y destaca esto en su evangelio y también fue la comunidad primitiva lucana la que lo asumió. La gran Iglesia de los Apóstoles fue la que reconoció esto como parte integrante de la revelación. Hoy, todas las iglesias leen este himno de Isabel con verdadera emoción. Este cántico de Isabel y del Espíritu inicia y autoriza otros cánticos que, a lo largo de los siglos, han florecido en las Iglesias, para cantar y proclamar las glorias de la Madre del Señor, como nos ofrece un ejemplo la Iglesia Copta de Etiopía.
Virgen María, Madre de Dio, Tú eres el incensario de oro Que porta el carbón encendido. Bendito a quien lo recibe Desde el santuario, Porque borra los pecados Y destruye las faltas. El Verbo del Señor Es el que se encarnó en Ti, Y que se ofrece al Padre, Como incienso Y sacrificio agradable. Alégrate Virgen María Santa Madre de Dios, Verdadera abogada Del género humano. Ruega por nosotros Ante Cristo Tu Hijo.
María de los Evangelios 23
El Magnificat Lucas 1, 46-55
El Magníficat – un retrato de su alma, por decirlo así – está completamente tejido por los hilos tomados de La Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y Icono ortodoxo piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, por su fe, piensa con el pensamiento de Dios y quiere lo que es la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama. (Benedicto XVI encíclica: “Deus caritas est” (41 – 25 del 12.2005)
El Magnificat fue el cántico con que María respondió al himno de Isabel y se conoce con ese nombre. María en esta alabanza dirige y orienta todo su cántico hacia Dios al que en todos sus versículos glorifica desde el primero al último. Esto es una característica propia de María. Ella siempre se centra y dirige hacia Dios o su Hijo Jesús. Así lo hizo en Caná. Hoy, en todos los lugares de peregrinación en donde Ella es honrada, las celebraciones en honor de María van unidas a las celebraciones eucarísticas en las que su Hijo es anunciado y festejado. Desde siempre, el Magnificat ha quedado inserto entre los cánticos de alabanza en la denominada corriente de los nuevos
24 El Magnificat
cánticos. El llamado “cántico nuevo” se distingue y constituye un verdadero salmo improvisado y entretejido espontáneamente con citas bíblicas. En efecto, en el Magnificat, María se nos presenta “como una Biblia abierta”. Es precisamente, la teóloga protestante France Quéré quien lo afirma en su libro María (Desclée de Brouwer, París, 1996). María va desgranando una tras otra citas, como si todo el Antiguo Testamento quisiera estar presente en los labios de María y pasar así al Nuevo Testamento. El Magnificat fue, ciertamente, un cántico inspirado y podemos ver perfectamente en él el retrato espontáneo y claro que María tenía de Dios, pero al cantar a Dio, aparece también nítida y clara la identidad de la joven virgen Maria. El Retrato de Dios Es un retrato muy rico y cuyos principales matices son. ■ Es un Dios Salvador: No un salvador, meramente teórico,
sino un salvador de hecho. No es el de la experiencia ni el de las convicciones vividas y repetidas en el pueblo de Israel; es, más bien, un Salvador personal: “¡Dios, mi Salvador!”. Fácilmente, podemos adivinar quién es este Salvador para María. Ella ya ha oído en la misma voz del ángel el nombre de este Salvador: su Hijo Jesús: “Dios Salva, Dios Salvador”. ■ Es un Dios que hace maravillas: María considera deteni-
damente, lo que ya está a punto de ocurrir. Es extraordinario: ¡Ella va a ser la madre del Hijo de Dios! Esta es la maravilla que pone colmo a todas las maravillas que Dios había hecho a favor de su pueblo: la liberación de la esclavitud de Egipto, el don de la Alianza, la Ley, la Acogida al pueblo de Israel como propiedad particular de Dios: pueblo santo, pueblo de sacerdotes… El Dios de las maravillas, ofrece con abundancia la vida, la libertad y la nobleza. ■ Todo esto es propio de un Dios cuya naturaleza y esencia
es ser Santo: “¡Santo es su nombre!” Todo cuanto Dios obra en María y cuanto hace a favor de su pueblo, lo realiza porque Él es Santo.
María de los Evangelios 25
■ Este Dios acoge a los humildes: Dispersa a los soberbios y
derriba a los poderosos; despide a los ricos con las manos vacías. David y Acab lo supieron por experiencia: siempre acabaron en desastre cuando salieron contra los débiles y cayeron en la maldad. Dios los humilló por medio de sus profetas y amenazó con destruirlos. A menudo, los salmos recuerdan que Dios sale a favor de los humildes y en contra de los hombres de duro corazón. ■ María va recordando toda la historia de su pueblo y pro-
clama cómo Dios ha estado presente, activo y preocupado por los suyos. Él ha sido en el Antiguo Testamento lo que también será en el Nuevo: El Emmanuel, Dios que marcha al frente de su pueblo. ■ María, al recorrer en su cántico toda la historia de Israel,
se alegra en Abraham, como patriarca que recibió y recogió la promesa de Dios. Destaca y reconoce que este Dios, es el Dios fiel que en Ella ha cumplido y llenado con creces lo que había prometido a Abraham. De generación en generación ha estado con ellos y todo lo va llevando a buen término en el Niño que en Ella se está formando ya.
1. Él hace proezas con su brazo. 2. Dispersa a los soberbios de corazón, 3. Derriba del trono a los poderosos
v 50 Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación...
4. Enaltece a los humildes 5. A los hambrientos los colma de bienes 6. A los ricos los despide vacíos. 7. Auxilia a Israel, su siervo
v 54 Acordándose de su misericordia.
26 El Magnificat
■ Por María, Dios se manifiesta, ante todo, como el Dios del
Amor. Toda la Historia de la Humanidad se va viendo envuelta en el amor de Dios como lo manifiesta su actuación en siete acciones de salvación. Tal es la perfección con que Dios ama. Cuando Ella ruega, contempla este rostro de Dios y ya sueña con ver pronto la cara de su Niño. El Retrato de María También la virgen deja entrever aquí, inconscientemente, su propia identidad espiritual: ■ Aparece como una mujer enteramente alegre, con una ale-
gría totalmente llena de gratitud y admiración. Ya la primera palabra de Gabriel hacia Ella, había sido: ALEGRATE y María no dejó de lado la invitación de este saludo. Se dejó iluminar por este mensaje de alegría. El Niño que en Ella se iba formando era, sin duda, la mayor fuente de alegría existente. María no se dejó afectar por los posibles daños y consecuencias que podrían sobrevenirle: el rechazo y reprobación de la sociedad y, tal vez, de sus propios padres; hasta la posible lapidación. Ella quedó llena de la verdadera alegría cuya fuerza viene del cielo: “Nada hay imposible para Dios”. De esta mujer alegre es de quien, en adelante, podremos decir: “Causa de nuestra alegría”. Efectivamente, el Niño, que Ella ya porta, es toda nuestra ALEGRÍA. ■ María mujer inteligente: comprende y a la vez proclama lo
que Dios ha llevado a cabo en Ella: “¡El Señor ha hecho en mí maravillas!”. Siempre será característico en Ella, la calidad de sus reflexiones por las que trata de comprender y madurar en su corazón, santuario de oración, todos los acontecimientos que se irán presentando. Tiene un justo sentido e intuición de los mismos: las maravillas que Dios está obrando en Ella, son tan grandes, que: “¡en adelante, todas las generaciones la proclamarán bienaventurada!”. ■ No es orgullo, ya que María se había presentado a sí
misma como la humilde sierva, que considera su nada,
María de los Evangelios 27
como lo fueron todos los anawin (los pobres) de Israel, pero una nada mirada por el amor, ■ Su corazón de mujer ha sido modelado por el Espíritu
Santo al tenor del corazón del Hijo. Como Él, también Ella acogerá a los hombres hambrientos y se distanciará de los soberbios, tiranos y de los ricos. Maria toma opciones audaces. ■ Es una mujer totalmente arraigada en la historia de su
pueblo: su Magnificat no es un cántico solitario; es el de una mujer solidaria que partiendo de su caso personal, se remonta a través de la historia de su pueblo, hasta Abraham con el que tuvo comienzo la aventura de Israel junto a Dios. En el corazón de María culmina la historia y la esperanza de Israel y en Ella, late el corazón de todo su pueblo. ■ Es una mujer de profunda fe: sólo la fe le permitió la lec-
tura de la historia de su pueblo, descubriendo en ella la presencia y la acción de Dios. Sólo con su fe pudo leer también y ver, en su caso personal, la obra de Dios: El Niño que lleva en su seno no es un accidente sino el don del Amor sin límites de un Dios que viene a salvarnos. Esta imagen de Dios que emerge en su cántico es por completo el fruto de su fe. ■ Ante todo, María es una mujer agradecida: entre los ju-
díos, la gratitud se expresaba siempre mediante las alabanzas y las bendiciones. En el idioma hebreo no existe el término “gracias” pero en tal caso, ¿prorrumpir en alabanzas no es ya dar las gracias? ¿saltar de alegría no es ya decir: muchas gracias? en María la gratitud surge espontáneamente, abundante y gozosa. Cuando leemos, rezamos y cantamos, sobre todo, el Magnificat, hacemos nuestros, la fe, el gozo y la alabanza con las que María glorifica a Dios. Cada vez que repetimos: “todas las generaciones me proclamarán dichosa” comprendemos que esta pequeña frase subraya la alabanza reservada a la madre. Y repetimos esta profecía con alegría, dán-
28 El Magnificat
dole también el debido cumplimiento. Hoy pertenecemos a las generaciones que con gozo y gratitud, la exaltan: “todas las generaciones me dirán bienaventurada”: Sí, Madre de Jesús: ¡te proclamamos dichosa! Tú eres la causa de nuestra ALEGRÍA. Lutero en su comentario sobre el Magníficat, escribió: “Este santo cántico de la bienaventurada y dulce Madre de Dios debería ser aprendido de memoria, por todos... En este cántico, María nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios, con un corazón desprendido de todo interés personal.”
Verdaderamente, Es digno y honroso dirigirnos A Tí, que eres la Madre de Dios. A Tí, que eres tan pura y tan dichosa. A Tí, que has engendrado A Nuestro Dios. A Tí, más honorable Que los querubines. Y más gloriosa que los serafines, Que sin sombra de corrupción, Has dado a luz al Verbo de Dios. (De la liturgia Bizantina)
María de los Evangelios 29
El corazón, Hogar de la oración Lucas 2, 19 et 51
Lucas presenta a María en dos ocasiones casi idénticas y con términos muy parecidos: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19) y “su madre conservaba fielmente todas estas cosas en su corazón:”: (Lc 2, 51). María se nos presenta así como la mujer sabia y prudente que guarda y medita en su corazón todo cuanto le llega de su Hijo. En la Biblia se considera al corazón como la parte más noble y Icono ortodoxo excelente del ser humano. Es verdaderamente el santuario en el que Dios se hace presente. En su corazón fue donde María se recogía para orar. En el corazón va a guardar cuanto se le diga sobre su Hijo: “Guardar una cosa en el corazón” supone una acción reposada y constante, propia sólo de personas que viven hacia adentro. Así la encontramos el día de Navidad y doce años más tarde en la pérdida y encuentro de su Hijo en el Templo. Tal era su costumbre. Y ¿qué es lo que tan cuidadosa y fielmente guardaba en su corazón?: Todos los mensajes y hechos que le van llegando e iluminando sobre Jesús. Todo cuanto Gabriel le ha dicho y lo mismo, todo cuanto después le dirán: Isabel, los ángeles, los pastores, Simeón, Ana la profetiza e, incluso, la respuesta de Jesús: “¿no sabéis que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?”
30 El corazón, Hogar de la oración
Lc 2, 49. María estaba siendo constantemente evangelizada por los demás, y todo ello lo iba meditando y profundizando en su corazón de tal manera que, cada vez, va teniendo una visión más clara y límpida sobre su Hijo. Llega, incluso, a no comprender lo que Simeón le afirma sobre el Niño y lo que Jesús, ya joven y adolescente, le responde. Pero en Ella, todo se sobreponía en la actitud del creyente: todo lo guarda en su corazón y allí un día, en la oración, resplandecerá con toda luz. Los dos casos referidos por Lucas, aunque parecidos, son entre sí muy diferentes. Da la impresión de que en un primer tiempo, Lucas va a terminar su segundo capítulo con la visita de los pastores y la circuncisión. Tal era la normal conclusión de los aconteciAndrea Mantegna (1431-1506): mientos de la Navidad. HaLa Presentación en el Templo bía trabado muy bien entre sí los acontecimientos que ocurrieron en el nacimiento de Juan y en el de Jesús. El clima era de gran alegría como así se lo había confirmado el ángel a los pastores: “vengo a anunciaros una gran noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, el Cristo Señor” (Lc 2, 10-11). Pero Lucas, tras esta primera conclusión, añade el acontecimiento de la Presentación del Niño en el Templo (Lc 2, 22-38) y la pérdida del niño Jesús en Jerusalén (Lc 2, 41-52) y llega a una secunda conclusión. Pero en estos dos últimos acontecimientos, anuncia la aparición del sufrimiento: una espada de dolor atravesará el alma de María y la pérdida del Niño durante tres días, en Jerusalén, en tiempos de la Pascua, es la primera lastimosa experiencia de la Pasión. En ambas conclusiones, Lucas utiliza el verbo guardar, en griego: “terein” pero precediendo al verbo con prefijos diferentes: para el gozo de la Navidad el prefijo “syn”, dando “synterein”, uniéndose entre sí los diversos elementos en un movimiento centrípeto. El prefijo “syn” lo vemos en los térmi-
María de los Evangelios 31
nos: sinfonía, simpatía, síntesis, simposio… En el segundo caso, hemos visto que dominaba el dolor y los movimientos llevan un sentido centrífugo. Lucas emplea el prefijo “dia”, dando “diaterein” que lleva implícita cierta tendencia a la ruptura y a la separación, como en las palabras diafragma, diálisis, diámetro, diatriba y, sobretodo, en diablo que es quien siembra la gran división y la ruptura en el corazón de los hombres. En la alegría como en la pena, María sabe guardar todas esas cosas en su corazón y lo hace en la oración y el esfuerzo interior, tratando de comprender. Esto nos permite afirmar que María es la primera mística y la primera teóloga cristiana. En esta mujer que guarda todo en su corazón admiramos y adivinamos a una mujer de una probada grandeza en la que reina la paz, la reflexión y esa silenciosa oración a la que llamamos contemplación. Además de este estilo de oración, el Evangelio nos muestra otros momentos de oración de la Madre del Señor que van en consonancia con las diversas circunstancias. En la Anunciación, ciertamente, existe un profundo estado místico de gran intimidad con Dios. En casa de Isabel, la alegría de María se manifiesta en el canto del Magnificat y lo mismo cuando el niño que se va formando en sus entrañas se mueve. Ciertamente, María prorrumpiría en palabras de amor, acariciando ya con sus palabras y con sus gestos a aquel Niño que ya percibe muy bien y al que de este modo, proporciona serenidad En el día de Navidad, ella contempló por primera vez el divino rostro de su Hijo y su oración fue de júbilo, éxtasis, emoción y alabanza juntamente con la acción de envolverlo en los pañales. En la noche de Navidad, también Dios envolvió con su luz a los pastores. Mientras María envolvía a Jesús con su amor, Dios envolvía a los hombres en su luz (Lc 2, 7, 9). También Caná fue una ocasión de oración para María cuando dijo a su Hijo: no tienen vino. Fue una oración muy concreta. Pero ante todo, fue al pie de la Cruz cuando María realiza una oración de presencia, de silencio, de fe y de profunda amargura, dejando a Jesús todo el espacio. Fue una oración de amor, aunque no dijera nada. Fue una entera adhesión al Hijo
32 El corazón, Hogar de la oración
en la que el Verbo colmó el silencio de sus palabras diciéndole: ¡Mujer, aquí tienes a tu hijo! ¡Hijo, aquí tienes a tu madre! Mientras, Jesús moría y su Iglesia estaba naciendo (Jn 19, 26-27). La última imagen que san Lucas nos presenta de María es la de una mujer en oración en el Cenáculo con la comunidad del primer grupo de discípulos ( Hch 1.14). De este modo, María se despide de nosotros en las Escrituras: Ella es en la Iglesia, la que reza con la Iglesia, para la venida del Espíritu Santo. Todavía hoy María reza en la Iglesia y pide al Espíritu para que Pentecostés continúe en el mundo. Nosotros, ahora, sólo podemos encontrar a María en la Iglesia.
Alégrate, María, Madre de Dios. Extraordinario tesoro Perteneciente a todo el mundo; Lámpara siempre encendida, Corona de la virginidad, Sostén de la verdadera fe, Templo indestructible, Morada del Infinito, Madre y Virgen. ¡El hombre caído Es acogido por Ti, en los Cielos. (San Cirilo de Alejandría, 376-444)
María de los Evangelios 33
La mirada del discípulo amado
Raffaello Sanzio (1483 -1520): La Virgen del jilguero
El evangelio de Juan presenta a María en dos pasajes claves: el de las bodas de Caná en el que Jesús da comienzo de manera oficial a su vida pública, realizando el prodigio del mejor de los vinos, y también en el pasaje de la cruz en el que Jesús finaliza su vida pública y terrena. En ambos lugares, la presencia de María es muy significativa: constituye una inclusión que encierra la vida pública del Señor.
34 Le regard du disciple aimé
El evangelista, intencionadamente multiplica los vínculos entre el primer signo, el de Caná, y el último SIGNO, el de la cruz. En Caná
En la Cruz
María está presente.
María está presente.
María, es la primera en ser nombrada.
María, es la primera en ser nombrada.
Tres veces es nombrada “Madre de Jesús”.
Tres veces es nombrada “Madre de Jesús”.
Una vez es llamada “mujer”.
Una vez es llamada “mujer”.
En Caná no ha todavía llegado la HORA. En la Cruz estamos en la HORA. En Caná se trata de agua y vino.
En la Cruz de sangre y agua.
A los invitados, Jesús ofrece el vino mejor.
En la Cruz se ofrece a Jesús sediento, vinagre.
En Caná María se pone entre su Hijo y los discípulos.
En el Calvario Maria está junto a la Cruz, y el discípulo amado junto a Ella.
En Caná Jesús pide la fe a su madre.
En la Cruz “se escribieron estas cosas para que creáis”.
Toda esta relación y comparación de citas nos demuestra que no fue por casualidad el hecho de que Juan colocara y mencionara a María al principio y al final de la vida pública de Jesús. Con ello quiso, sobretodo, destacarla como el personaje por excelencia, como testigo y modelo. Salve ¡Oh! Madre de Dios!, la pura de Israel. Salve ¡Oh Tú! Cuyo seno es más grande que los Cielos. Salve, ¡Oh santa! ¡Oh trono celeste! (Papiro del siglo VI)
María de los Evangelios 35
La fiesta del amor Juan 2, 1-12
Giotto (1266-1337): Las bodas de Caná
María y Jesús en las bodas de Caná fueron invitados a la fiesta del amor. Esto, además de muy bello es muy simbólico. Juan parece querer llamar nuestra atención sobre los novios de Caná para que también nosotros, como ellos, invitemos a Jesús y a María en nuestras celebraciones y fiestas. Aunque los dos, Jesús y María, fueron invitados, supongo que María fue invitada de un modo especial y como encargada de echar una ojeada sobre la fiesta. Y, efectivamente, Ella fue la que se dio cuenta de que estaba faltando el vino. Ella asume el problema como propio y pone en acción a los sirvientes que la escuchan y obedecen como a persona que tiene autoridad. En estos dos puntos, María es admirable: primeramente, es la que se da cuenta del problema humano. La fiesta del amor amenazaba por hundirse y venirse abajo. María toma el asunto sobre sí, y se solidariza con la dificultad humana. Ella conocía los sentimientos de su Hijo. Habría podido tratar de resolver el problema acudiendo, de inmediato, a las personas responsables del servicio y de la organización de la fiesta y dejar tranquilo a Jesús ya que Él era un mero invitado. Pero Ella, conoce muy bien a su Hijo, y el hecho de acudir a Él, cambia el centro y el sentido de estas bodas y logra así que Jesús llegue a ser el personaje central. Enton-
36 La fiesta del amor
ces, al llegar a este punto, María, sencillamente, se retira. Es entonces, cuando los sirvientes acuden a Jesús y se ponen a su disposición y le obedecen: “haced cuanto Él os diga”. Pasamos así de la celebración de una pareja humana a las bodas del Mesías; de una fiesta local, a la fiesta de los Cielos y de la Tierra. María se había contentado con sólo dos frases: “no tienen vino”, dejando en las manos de Jesús el problema humano, y diciéndoles: “Haced lo que Él os diga”, condición absolutamente necesaria para ser escuchados. Acabado su cometido se retira y deja a Jesús toda la iniciativa. A primera vista, puede parecernos que no fue fácil conseguir el milagro: “mujer, ¿qué me atañe esto a mí? Todavía no ha llegado mi hora”. No hay descortesía en Jesús cuando llama a su madre “mujer”. Ese término era frecuentemente empleado por Jesús cuando se dirigía a las mujeres, (Jn 4,1; 8, 10; 20, 15, Mt 15, 28; Lc 13, 12). También lo empleó desde la Cruz y no tenía la más mínima connotación despectiva. ¿No era esto, modo excelente de darnos entender a todos que María era la nueva Eva, del mismo modo Él, era el nuevo Adán? Esta petición de María en las bodas, que a primera vista parece no haber tenido el menor éxito; es por el contrario, atendida de una manera total. El agua, símbolo del bautismo colmó las vasijas y se convirtió en vino, anuncio de la Eucaristía. Así, Jesús reveló su gloria a los discípulos que creyeron en Él. Con ellos se había formado ya un nuevo grupo: Jesús, su Madre, sus hermanos y los discípulos. Jesús, que había llegado a las bodas en segundo plano, tras la intervención de la madre pasa al primero. María, al conseguir que este signo se adelantara, logra que se adelanten los demás signos cuando todavía no era la hora. La fe de Maria abre la puerta a los signos. Y todos ellos anuncian el SIGNO de La Cruz. (En Getsemaní Jesús vió desestimada su petición “¡Padre, si es posible, aleja de mí este cáliz!”. Pero el Padre pidió a Jesús que subiera al Calvario donde Él podría mostrarnos quién es, verdaderamente Dios: el Amor sin límites. En la Cruz Jesús manifiesta su gloria infinitamente más y mejor que en Caná. Es en la cruz donde Él nos salva). Todo esto constituye para nosotros una gran lección, cuando tenemos la impresión de que nuestras súplicas no son escuchadas por el Padre. El movimiento del texto, sobre Caná, va desde la fe de María hasta la de los discípulos, y desde éstos, hasta la de la Iglesia y hasta nuestra propia fe de hoy día. La fe de María pone a Jesús en el centro de todo y consigue que los discípulos participaran también en esta su fe.
María de los Evangelios 37
He ahí a tu madre Jean 19, 25-27
Diego Velasquez (1599-1660): La Cruz
Estaban junto a la cruz de Jesús un grupo de mujeres y el discípulo amado. Entonces, la mirada de Jesús se detuvo sobre la madre y el discípulo. Los pone aparte, los toma sobre sí, y obra maravillas: “viendo así a su Madre y junto a Ella al discípulo que amaba, Jesús dijo a su madre: ¡Mujer, he ahí a tu hijo!” y de seguida, al discípulo: “¡Hijo, he ahí a tu madre!”. Jesús completa así el círculo del amor. Jesús amaba mucho a su Madre y ésta a Jesús; Jesús amaba mucho a su discípulo y
38 He ahí a tu madre
éste a Jesús. Entonces, Jesús establece un nuevo lazo de amor entre su Madre y el discípulo al que eleva a la dignidad de hijo. De este modo, queda completo el círculo del amor: De Jesús a su Madre, de la Madre al discípulo-hijo y de éste al Maestro. Es el amor de Jesús que circula entre las personas. De tal manera ama a su discípulo, que le entrega a su madre a la que tanto ama. La Madre es un puro don del amor del Hijo. El discípulo es dado como hijo a María porque Jesús lo ama. El discípulo es así un don que Jesús entrega a su Madre como señal del amor que Él le tiene. De este modo, madre e hijo (discípulo) quedan unidos fuertemente por el amor del Señor moribundo y así quedan fijados en su testamento y en su voluntad. Jesús emplea dos términos de familia: Madre e hijo, para indicar que todos cuantos le sirven constituyen una misma familia, su familia y han de estar animados por su amor y por su espíritu. Una vez ya resucitado Jesús, llama a sus discípulos, Hermanos y añade: “subo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20, 17). Jesús había, pues, creado dos responsabilidades: primeramente, la de su Madre: “mujer he ahí a tu hijo” seguidamente, la del discípulo: “ahí tienes a tu madre”. Todo ello constituye una figura completa de la Iglesia maternal y filial. ¿A quién había entregado Jesús su Madre? A menudo se responde a Juan. Pero el texto no emplea su nombre propio sino el más genérico y simple del discípulo amado. Con esto podemos intuir que no sólo se la entregaba a él, sino también a todos los demás. Todos los discípulos son amados por Jesús y todos reciben a María como madre y como prueba amorosa de Jesús. Recíbela también tú, puesto que Jesús te ama. ¿Cuándo nos hizo Jesús esta entrega y donación de su Madre? Precisamente en el supremo momento de su muerte y de su amor sin límites donde es don total de sí mismo. Al final, María se convierte en una de las grandes donaciones que Jesús nos lega en aquella hora suprema: cuando nos da su vida, su sangre y el agua que brotan de su corazón traspasado, y cuando entrega su Espíritu y muere. Entonces hace donación de su Iglesia que comienza con su madre y con su nuevo hijo. Es entonces cuando nos introduce al Padre. María forma parte de estas grandes donaciones y constituye, desde entonces, parte del testamento de Jesús. Así lo comprende el discípulo amado
María de los Evangelios 39
que: “desde entonces la llevó a su casa”. Responde al amor con amor. Y también: “el que me ame, guardará mis mandamientos” (Jn 14, 15 y 21). Y ¿qué tal madre nos donó Jesús?: la suya, sin duda, la mujer cuya fe es el supremo amor y la fidelidad absoluta a su Hijo. Ya Juan la había presentado en las bodas de Caná como modelo de fe en su Hijo, aquí nos muestra hasta dónde llega la fe de esta madre. Pero ella es también, la mujer que pasa por el crisol de La Cruz y que ha soportado, de lleno, todo el martirio de su Hijo. Jesús nos da una madre experta en sufrimientos y capaz de comprender todos nuestros propios dolores y acogerlos en su corazón. Cuando Jesús nos la da como madre, le concede todo el poder de serlo. Lo que le da no es un mero título de honor, carente de poder. María será desde entonces nuestra verdadera madre con toda la capacidad infinita de ser de madre.
Masaccio (1401-1429): La Crucifixión
40 He ahí a tu madre
Pero todo ello, le viene de Jesús, en realidad, el único mediador. ¿Puede entonces María interceder por nosotros? ¿Podemos nosotros solicitar sus socorros? ¿Con qué seguridad? con plena seguridad. De lo contrario, las palabras de Jesús serían vanas. Es el mismo Dios quien antes había dicho: “que sea la luz” y “la luz se hizo” y el que también nos dice: “¡He ahí a tu madre!” Es por tanto, el mismo Jesús quien nos lo dice y nos lleva hacia su Madre. Esto justifica plenamente nuestras plegarias cuando nos acogemos a María con nuestros problemas.
El Verbo, indescriptible del Padre, Al encarnarse en Tí, ¡Oh Madre de Dios! Nosotros podemos ya contemplarlo. A la imagen, en nosotros manchada, Ha restituido el antiguo esplendor Uniéndola a su belleza divina. (Himno Bizantino)
María de los Evangelios 41
Y desde aquella hora el discípulo amado la recibió en su casa Juan 19, 27
Giovanni Bellini (1430-1516): La Piedad
Y desde aquella hora…, la hora de Jesús, la de la cruz. Hora que ya nunca tendrá fin y que llega hasta el día de hoy en la que los verdaderos discípulos deben acoger en sus casas a esta madre. El verbo tomar “lambano”, en griego, tiene en el evangelio de Juan un matiz propio y especial porque el evangelista sólo lo emplea en referencia a Jesús con el significado de acoger o no acoger a la persona de Jesús. Empleado aquí en relación con la Virgen, expresa cuán profundamente la Madre pertenece al Hijo. Ella le pertenecía totalmente, de todo corazón y formaba un todo con Él. Jesús nos da todo cuanto tiene dentro sí. ¿Quién se atreverá a rechazar a María como don del amor de Jesús?
42 Y desde aquella hora el discípulo amado la recibió en su casa
El discípulo la recibió en su casa, en griego, “eis ta idia”, que admite varias traducciones: en su casa, en su familia, entre sus tesoros… Así, era todo un tesoro para Jesús y lo iba a seguir siendo para el discípulo. Máxime, ahora que este discípulo es además su hijo. El término puede expresar también: en su entorno, en su iglesia. María es acogida en la Iglesia, en este nuevo pueblo de Dios y encuentra aquí su lugar definitivo. Esta última imagen que aparece en este evangelio, también la vemos en Lucas: María entre los apóstoles. También esta idea será la que el Vaticano II propugne de María: “Ella dentro, en el pueblo de Dios; no sobre él, sino como miembro eminentísimo de este pueblo de Dios”. Con sus palabras, Jesús había establecido una doble responsabilidad: la de la madre hacia el discípulo y la de éste hacia María. Y podemos preguntarnos: y nosotros, ¿cómo nos responsabilizamos en esto? Simplemente, haciendo como el discípulo amado: acogiéndola en nuestra casa, en nuestro corazón, vida, comunidad… Hemos visto que ella ocupa dos lugares especiales en el Evangelio: primero en la fiesta del amor, y segundo, en la cruz. En ambos, con sentido de eternidad. El discípulo amado siempre había tenido a María como la madre de Jesús. Para él era el signo de identidad de María. Toda la gloria le viene a la Madre, por su Hijo. El amor que tenemos al Señor, ilumina el rostro de esta Madre.
María de los Evangelios 43
En el espejo de las Escrituras
Sandro Botticelli (1444-1510): La Madre con el niño
En ellas podemos descubrir a María. En los evangelios se encuentra cuánto de común, los discípulos de Jesús podemos saber y tener sobre ella. En los evangelios podemos descubrir el verdadero retrato de María como Madre de Jesús y la portentosa riqueza que Ella encierra como madre, sierva, misionera, orante, la que lleva a Jesús y la que acompaña a los discípulos tras los pasos de su Hijo. En todos los caminos que conducen a Jesús, Ella nos precede. Él, al final de su vida, nos la legó para que formáramos con ella, parte de su familia. María, durante años, lo había tenido en su casa… y ahora Jesús quiere que nosotros la acojamos en nuestra nueva familia: la Iglesia, que es la verdadera familia de Jesús. El sí de María había hecho posible que Él llegara a hacerse hombre y ser nuestro hermano universal. Al darla a to-
44 En el espejo de las Escrituras
dos sus discípulos, es como si Jesús, agradecido, le dijera: “¡Tú me has permitido poder ser hermano universal y ahora te hago a Ti, madre universal!”. Cualquiera que sea la denominación de los discípulos de Jesús, todos podemos acogernos a esta madre y creer en su poder de intercesión y estar seguros de que Jesús se la ha dado por madre a toda la Humanidad. También nos dijo Jesús: “por sus frutos, los conoceréis (los árboles)” (Mt 7, 20). Considerando a María, podemos ver que Ella nos ha dado “el Fruto de la Vida”.
Miguel-Ángel (1475-1564): La Piedad
María de los Evangelios 45
Dos miradas diferentes
“María forma parte integrante del Evangelio que nos la presenta como ejemplo y modelo de saber escuchar la palabra de Dios, como sierva que da un sí a esta palabra del Señor. Lo hace, como la llena de gracia, que de por sí no tiene nada pero que por la gracia de Dios, lo es todo. Ella es así el modelo para cuantos se abren a la palabra divina y se dejan abrazar por esta palabra. Ella es también modelo original en la comunidad de creyentes, la Iglesia. El elemento receptivo femenino y maternal no es la peor parte de la realidad humana sino, al contrario, la mejor. Sobre todo, la mejor de la realidad cristiana”
María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de enaltecerse a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios. Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a Ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una mujer de fe: « ¡Dichosa tú, que has creído! », le dice Isabel (Lc 1, 45). Benedicto XVI: “ Deus Caritas Est” Nº 41 del 25 de diciembre del 2005.
46 Dos miradas diferentes
Bernardino Luini (1480-1532): La Madre con el niño
Estos dos puntos de vista expuestos sobre María, son muy próximos. El primer texto es del Catecismo para Adultos, de la Iglesia Luterana de Alemania, p. 12. Los libros de reflexión sobre la Virgen se están multiplicando en las Iglesias de tendencia protestante; en ellas hay un nuevo y gran interés por descubrir a la Madre del Señor. Y cuando ya en estas iglesias se está volviendo a la vida consagrada, María recibe, de seguida, un puesto de honor y la ponen como modelo a cuantos desean vivir la virginidad por Cristo.
LOS ASOMBRADOS PROTESTANTES Todavía quedan, entre católicos y protestantes secuelas de la centenaria polémica sobre la Virgen María. Hoy, deberíamos esforzarnos para no acentuarlas sino, al contrario, comprenderlas para así conseguir una recíproca apertura con más serenidad, en la que predomine la mutua comprensión y simpatía. Hay mucha diferencia entre los puntos de vista sobre los denominados hermanos y hermanas de Jesús y sobre el sentido del término de primogénito. Los dogmas de La Inmaculada y de La Asunción los consideran carentes de base en la Escritura y critican el culto especial que los católicos dan a la Madre de Dios. Los hermanos y hermanas de Jesús Gran número de exégetas protestantes defienden hoy que se trata de verdaderos hermanos y hermanas de sangre de Jesús; es decir, nacidos de la Virgen y de José, después de ya nacido Jesús. Con ello niegan la perpetua virginidad de María, admitida unánimemente por católicos y ortodoxos y para quienes
María de los Evangelios 47
estos hermanos y hermanas de Jesús son claramente primos del Señor. Estos exégetas se apoyan en los términos empleados en el Nuevo Testamento que son los griegos de “Adelphoi” que nítidamente expresa hermanos de sangre; mientras que el término griego para expresar primos es claramente el de “Anepsioi”. ■ En el Nuevo Testamento el término “hermanos” aparece
248 veces (y el de “hermanas”, 10 veces) Realmente, en muchas de ellas tiene un sentido religioso como cuando Jesús llama a los pequeños “sus hermanos” Y cuando dijo que hay un solo padre y un solo maestro, el Cristo y todos los demás discípulos somos hermanos (Mt 23, 8) y más, cuando dice: “si tu hermano peca…” (Mt 18, 15). Pablo llama, muy a menudo, hermanos a quienes ya eran discípulos del Señor y a sus más estrechos colaboradores, Timoteo y Tito, (2 Cor 1,1; 2,13). También hay muchos casos en el Evangelio en los que no hay ningún problema en admitir que se está tratando de hermanos de sangre como cuando se explica que Jesús llamó a san Pedro y a su hermano Andrés, a Santiago y a su hermano Juan y cuando respondió a Pedro: “todos cuantos por Mí y por el Evangelio dejen casa, padres, hermanos…” (Mt 19, 19). En todos estos casos, la palabra hermano se está refiriendo claramente a hermanos de sangre. ¿Qué hay, pues, entonces, sobre los hermanos y hermanas de Jesús? ■ La misma tradición protestante a lo largo de mucho tiempo
admitió estos términos con el significado de primos. Los pensamientos de Lutero, Calvino y Zwinglio, a este respecto, eran los mismos que los de la Iglesia católica y la ortodoxa. Estos fundadores de las Iglesias Reformadas sostuvieron siempre que María tuvo un solo hijo y que ella permaneció virgen. Fue Helvidio, en el siglo V, quien se atrevió a afirmar que María había tenido más hijos después de Jesús, y el propio Calvino, lo tachó, por ello, de loco. La tradición luterana reconoce a María como pura, santa, virgen, digna de la mayor gloria y por eso ruega por la iglesia. Esa fue la postura de Felipe Melanchton en su Apología de la Confesión de Ausburgo de 1531. Por su parte, Lutero escribió: toda alabanza a María redunda en alabanza de Dios, y nunca condenó la posibilidad de invocar a los santos.
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Durante casi cuatrocientos años, todas las Biblia protestantes desde el siglo XVI hasta el XIX, en referencia a los hermanos de Jesús en el Evangelio, ponen notas, explicando que se trata de “primos”. Fue a finales del siglo XIX cuando el pensamiento protestante deriva y cambia en algunos de sus exégetas que se alejan de lo que hasta entonces había sido tradicional en la Iglesia desde los comienzos y de su propia tradición protestante. ■ En Hebreo, la palabra “hermano” se expresa con el tér-
mino: “Ah” que en Griego, lengua del Nuevo Testamento, se hace con la palabra “adelphos”, y este mismo idioma para expresar la palabra primo lo hace con el término “anepsios” que sorprendentemente, sólo se utiliza en el Nuevo Testamento una única vez: cuando Pablo llama a
Filippo Lippi (1406-1469): María y el niño
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Marcos primo de Bernabé (Col 4, 10). En realidad, la palabra hebrea “Ah” (hermano) tenía también un sentido mucho más amplio que la que le damos en los idiomas europeos. Lo mismo que en el Hebreo, ocurre en todas las lenguas semitas y en las africanas. En estas, todavía hoy, la palabra hermano expresa también el sentido de primo y de pariente cercano. El parentesco entre Abraham y Lot es el de tío y sobrino. Sin embargo, no es extraño que Abraham llamara a Lot hermano suyo (Gn 13, 8 y 14, 14). Tobías tuvo un primo llamado Raguel a quien lo llama “hermano”. Lo mismo hizo Raguel con Tobías. Respecto a Sara que iba a ser la esposa del joven Tobías, este la llama doce veces “hermana mía”(Tb 7). Queda por tanto claro que el término “Ah” tenía varias acepciones y que, incluso, cuando los judíos empleaban el idioma griego, conservaban las características propias de su cultura y esto valía de modo especial, en los acontecimientos que se situaban en un contexto judío. ■ Con mucha frecuencia, los evangelios destacan el cariño
entre María y Jesús. Son los lazos de madre e hijo y del hijo con la madre. María es reconocida en el Evangelio como Madre de Jesús 28 veces y ninguna como madre de los “llamados hermanos” de Jesús. Juan sólo conoció a la Virgen, como madre de Jesús y tanto Mateo como Lucas en sus dos capítulos sobre la infancia de Jesús, destacan estos fuertes lazos de cariño entre ellos. Marcos nunca nombra a José y siempre dice que Jesús es el hijo de María. No lo designa como “el hijo del carpintero” como hicieron Mateo y Lucas, él, simplemente, dice: “el carpintero” (Mc 6, 3). De modo claro, ninguno de los evangelios dicen que los hermanos y hermanas de Jesús fueran hijos de María y de José. Dos de los que se citan como hermanos de Jesús: Santiago y José, tienen por madre a una tal María, distinta de la virgen (Mc 15, 40-47 y 16, 1). ■ En las culturas semíticas es inconcebible que muchachos,
jóvenes puedan llamar al orden a un hermano mayor. Pero si estos hermanos y hermanas de Jesús eran sus primos y de más o de misma edad que Jesús y en un cuadro
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de familia patriarcal, sí era posible que pudieran tomar dicha resolución. Si José había muerto bastante pronto es comprensible que María y Jesús se hubieran acogido a su familia patriarcal. En esta familia patriarcal Jesús crece con primos y primas que la gente a todos ellos los llamaría de manera natural los “hermanos y hermanas” de Jesús. Respecto a mí, que he conocido las culturas malgache y africanas esta situación la encuentro completamente natural. ■ Por un momento, pensemos también en Isaac, en Juan
Bautista y en el niño muerto de la viuda de Naín: los tres eran hijos únicos. Los tres prefiguran a Jesús: Juan en lo referente a su nacimiento, circuncisión y crecimiento (Lc 1 y 2) e Isaac, en ser conducido al monte Moria para ser sacrificado, él, el unigénito de Abraham, fue, verdaderamente, el anuncio profético del Hijo Unigénito del Padre que, realmente, será sacrificado. El hijo único de la viuda de Nain anuncia a Jesús todavía más de cerca y con más detalles: hijo único, muerto y de madre viuda, llevado fuera de la ciudad para el entierro y que vuelve a la vida. ¿Es normal que siendo Juan e Isaac, y el joven de la viuda hijos únicos, pudieran anunciar a un Jesús con numerosos hermanos y hermanas de sangre? ■ También hay que considerar, por un momento, la natura-
leza de Jesús: Él es el verdadero tesoro por cuya posesión se vende todo lo demás. Él es por quien numerosos hombres y mujeres, a través de los tiempos, lo han preferido, sirviéndolo en una vida de plena entrega hasta el desprendimiento de todo, por Él, incluso, el amor humano. Y María y José que tuvieron ya ese tesoro en su propia casa y que se les había dado de un modo tan extraordinario, ¿A caso no lo reconocieron siempre como un tesoro? Todo el anterior cúmulo de argumentos expuestos, nos lleva a la conclusión de que Jesús fue hijo único de María y acogido así por san José. Este sentido y orientación han sido los que desde el principio la Iglesia aceptó y ya, en el siglo II San Ignacio de Antioquía, (107 A.D.) San Justino, (150 A.D.) y San Ireneo (202 A.D.) … aceptaron a María como la Virgen.
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El Primogénito Pretender que la expresión de “hijo primogénito” alude a la existencia de otros hijos es el sentir de las culturas ajenas a la cultura judía. En Jerusalén se ha encontrado una tumba de piedra de una mujer que había muerto trayendo al mundo a un hijo primogénito. Entre los judíos y en otras muchas civilizaciones, al primer hijo se le llama el primogénito, aunque haya sido hijo único, sin otros hermanos. ■ Estatus social: En esta cultura el título “de primogénito”,
tiene un valor social y religioso ya que en él se continúa la línea sucesoria y está destinado a ser el jefe de la familia patriarcal. Si el padre de familia llega a fallecer, es el primogénito quien le sucede y él que recibe la herencia, organiza la familia y resuelve los problemas. Este criterio está ya casi esfumado en las culturas occidentales en las que cada hijo es libre para dirigir su vida. En casi todas las culturas tradicionales, el primogénito tiene un papel social único: es el futuro líder y en él se espera al futuro padre de familia, imagen de la paternidad de Dios. ■ Estado religioso: Entre los judíos el primogénito poseía, ante
todo, un valor religioso: “todo primogénito pertenece a Dios” (Ex 13, 2). Y respecto a Jesús, el Nuevo Testamento subraya fuertemente este valor religioso y sólo este valor. María y José llevan al Niño al Templo para ofrecerlo a Dios porque era el primero que había nacido, (Lc 2, 23). Para Pablo, Jesús es “El primogénito ante toda criatura” (Col 1, 15) y añade, algunos versículos después: “el primer nacido entre los muertos, a fin de que en todo, tenga la primogenitura” (Col 1, 18) (Ap 1, 5). En Corintios, expresa lo mismo pero de un modo ligeramente diferente: “Cristo ha reEl Cristo Pantocrator (mosaico), Cefalù, Sicilia
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sucitado de entre los muertos, como primicia de los que mueren” (1Co 15, 20). Y completa esta idea en (Ro 8, 30): “¡para ser el primogénito de una multitud de hermanos!”. En la carta a los Hebreos, que reconoce à Jesus come primogénito, (Hb 1,6), se añade una interesante novedad: “los que son salvados por el Primogénito, constituyen la asamblea de los primogénitos” (Heb 12, 23). La mejor definición del primogénito, orientada hacia al Mesías, la encontramos en Isaías: “Nos ha nacido un niño, Dios nos ha dado un hijo, al cual se le ha concedido el poder de gobernar. Y le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios invencible, Padre eterno, Príncipe de la Paz.” (Is 9, 6). François Bovon, teólogo protestante de Ginebra piensa “que el término “primogénito” es un título cristológico que designa al Señor en su Encarnación y en su Resurrección como primogénito de una nueva Humanidad”. Jesús es el Hijo único del Padre que tendrá otros hijos: todos aquellos que son salvados por el Hijo como dice san Pablo en (Gl 4, 4-7). María del mismo modo, no ha tenido más que un único hijo, pero en la cruz recibirá también como hijos a cuantos son salvados por Jesucrito. María Inmaculada y La Asunción de María Son dos dogmas recientes de La Iglesia católica y dos grandes festividades para la Iglesia ortodoxa. Los protestantes reclaman bases en Las Escrituras para estos dos dogmas. Partimos de un terreno común: todas las grandes iglesias cristianas: Anglicana, Católica, Luterana, Ortodoxa y Presbiteriana, aceptan el credo Niceno-constantinopolitano (años 325 y 381). Esta es la fórmula que expresaba la fe de la Iglesia antes de las divisiones actuales. En este credo se afirma claramente la naturaleza divina de Jesús: “Dios, nacido de Dios, Luz, nacido de La Luz, verdadero Dios, nacido de verdadero Dios, engendrado, no creado, de la misma sustancia que el Padre”. De este Hijo que es Dios, el credo confiesa que es nacido de la Virgen María. Este credo afirma los dos primeros dogmas sobre María: que es la madre de Jesús, hombre y Dios y que es virgen. Precisamente, fue el concilio de Éfeso el año 431, el que deter-
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minó el título que había de darse a María como madre de Jesús: la “THEOTOKOS”, la Madre de Dios. No en el sentido de que da a Dios su origen, sino en el sentido de que el nacido de ella, es Dios. Todos los cristianos, al menos, cuantos están bien formados en su fe, admiten estos dos dogmas sobre María: su Maternidad divina y su Virginidad en el nacimiento de Jesús. Los dogmas sobre la Inmaculada Concepción: “María concebida sin Bartolomé Esteban Perez pecado original” y sobre María Murillo (1617-1682): La Inmaculada Asunta al Cielo: “Presente en el Cielo con su cuerpo y con su alma”, han sido proclamados por la iglesia católica, después de la separación de los Protestantes en 1521. El dogma de la Inmaculada fue proclamado por el Papa Pío IX en 1854 y el dogma de la Asunción en 1950 por el Papa Pío XII. Estos dos dogmas, estrictamente hablando, se imponen sólo a los católicos. La Iglesia Católica ha recorrido una larga y profunda investigación para llegar a ellos. Las Iglesias Protestantes han pasado de estos dogmas, no se les puede exigir que crean en lo que no han profundizado. Estos dos dogmas afirman de María cosas hermosas y profundas: que Ella es plenamente posesión de Cristo, desde su concepción y que la resurrección del Señor no ha tenido límite en la persona de María. Esta resurrección ha colmado su corazón, su vida, su fe, su cuerpo. Nosotros proclamamos el Señorío de Jesús sobre su Madre. Y en Ella vemos lo que también Jesús puede hacer en nosotros: “Santos e inmaculados en el amor” (Ef 1,4). Es muy común que los evangelios presenten a María como imagen y anticipación de la Iglesia. Algunos pastores protestantes lo afirman así de modo significativo: María es el modelo y la anticipación de aquella “Iglesia – esposa” que Jesús presenta así mismo “sin arruga ni mancha, ni defecto alguno… santa e irreprochable” (Ef 5, 27). En un extracto de una homilía de Juan de Saussure, 1899-1977, pastor de Ginebra, se expone muy bien la santidad de María: “Nosotros amamos a María como figura de
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la Iglesia, que Tú nos donas como madre y de quien Tú nos tienes por hijos. Ella (María) le confiere un rostro al que podemos dirigir nuestra ternura. Nuestro parecer es que Ella personifica a la Iglesia y en sus rasgos se concentran los caracteres esenciales de la Iglesia. Como tu Iglesia, Ella por sí misma no era nada pero fue santificada por tu presencia y esto, durante toda su vida, desde que te llegaste a Ella. Ella permaneció contigo, desde el pesebre hasta la cruz. Ni los Magos pudieron distraerla del pesebre ni los soldados alejarla de la cruz. Sí, aunque muchos de los que te habían conocido se quedaron a distancia, Ella permaneció junto a la cruz.” (Cuaderno evangélico 18, p. 68 – 1979). La Iglesia se mira en el espejo de María para poder llegar a ser como Ella: santa e inmaculada y reluciente de la gloria de Dios (Ap 21, 11). ■ La Inmaculada
Puede aceptarse que no existen citas directas en la Escritura que proclamen taxativamente este dogma. Pero, reflexionando, siempre dentro de las Escrituras, y considerando detenidamente el sentido profundo de los textos, tenemos que: el ángel Gabriel reconoce a María como “la Llena de Gracia” (Lc 1, 28) y esto, desde el principio de la Anunciación. ¿De las palabras del ángel, podemos deducir una clara alusión a su Inmaculada Concepción? Ciertamente, sí: el ángel afirma de María que Ella es la llena de gracia y Ella misma lo demuestra en todas las actuaciones de su vida: cree, se entrega por completo al Niño y le permanece fiel. Esta fidelidad la guardará hasta la muerte del Hijo y más allá, hasta la venida del Espíritu Santo en la Iglesia. Ella actúa en todo, como la “Llena de Gracia”. El ángel no la saludó diciéndole: “Salve, a ti, que estás sin pecado original.” Lo hace de modo mucho más positivo: “Salve, la Llena de Gracia, ¡la amada y amiga de Dios!”. Pero hay otros caminos: desde el principio, la Iglesia, es consciente de que con la llegada de Cristo comienzan unos
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tiempos nuevos cuyo origen es el mismo Jesús, no una criatura, como lo había sido Adán, sino Dios mismo. Jesús, en cuanto Dios, es anterior a Adán y anterior al pecado original: Jesús es el primer origen, totalmente inmaculado. Será el nuevo Adán (Romanos 5, 12 – 21) de quien viene la nueva Humanidad. Los evangelios subrayan muy vigorosamente este comienzo de la Historia. Marcos empieza su evangelio de esta manera: “Comienzo del Evangelio de Jesús, el Hijo de Dios”. En el prólogo a su evangelio, Juan nos lleva a los orígenes anteriores a la creación y al pecado: “En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios… lleno de gracia y de verdad”. Mateo se inspira en el comienzo del Génesis, según la versión de los Setenta que comienza así: “Haute he, geneseos uranu kai ges”, (he aquí el origen del cielo y de la tierra). Y cuando en el capítulo quinto trata del origen del hombre dice: Haute he, geneseos anthropon: (he aquí el origen del hombre). Igualmente hace Mateo, al presentarnos el origen de Jesús con estas fórmulas: “Geneseos Jesu Khristu”. Mateo nos da a entender que con la llegada de Jesús nos encontramos en tiempos de génesis, de comienzo. Para los judíos, después de Esdras, el Espíritu ya no se les manifestaba, ni se les comunicaba ni existía la inspiración divina. Se acabaron los profetas y los cielos se cerraron. Con la venida de Jesús, volvieron los ángeles, y el Espíritu se posó sobre María; volvieron los sueños y los profetas comenzaron a hablar y los cielos se abrieron (Jn 1, 51). Dios nos vuelve a los tiempos anteriores a Adán para formar una nueva Humanidad. María es aquí el origen humano de este divino origen primigenio que es Jesús: eterno e inmaculado. Ella forma parte del mundo íntimo de Jesús. Gentile da Fabriano (1370 circa-1427): La adoración de los magos
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El pecado y el mal nada tuvieron que ver con Ella. El nuevo Adán que llega es totalmente santo y la nueva Eva, María, es reconocida como la “llena de gracia”. Así como Adán llamó a Eva “mujer”; Jesús también llamó a su madre: “mujer”. Si la primera Eva vino del primer Adán; María, en la gracia, no puede venir más que del segundo Adán, Jesús. Si el primer Adán y la primera Eva salieron de las manos del Creador sin la menor sombra de mal; con mayor razón, ocurrió con su Hijo y con aquella que le acogió en nuestra humanidad. Adán, asombrado exclamó, dirigiéndose a Eva: “tú eres hueso de mis huesos”. Igualmente, María, entusiasmada, puede decir, pensando en Jesús: “¡Tú eres hueso de mis huesos y carne de mi carne!”. La primera pareja Adán y Eva van de la gracia al pecado y del pecado a la muerte. La segunda pareja Jesús y María van de la gracia a la total donación en la muerte, donde domina el amor y desde la muerte, van a la resurrección. Al árbol del pecado de Adán y Eva se opone el árbol de la Vida y de la Gracia, la cruz del Señor. Jesús es el salvador único pero su Madre es la que está al pie de la cruz y la llama “Mujer” con el primer nombre que Adán había llamado a Eva. “El hombre llamó Eva a su mujer, pues elle fue la madre de todos los que viven” Gn 3, 20. Jesus también hace de Maria la madre de todos sus discípulos, de tos los que entran en la Vida. María, el origen humano de Jesús, un origen eterno e inmaculado, pertenece a de este origen eterno e inmaculado que es Jesús. Cuando Jesús vino, la bendición original volvió cargada de gracia y el pecado original es destinado a desaparecer: Todo ha vuelto a comenzar en Aquel que está “Lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14) Y María que es la más cercana a Jesús, Llega por Él a ser “¡la Llena de Gracia!”
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En cierto modo, san Pablo ya había dejado entrever también esto (Gl 4, 4-7) cuando pone en la primera parte de la comparación a los autores y colaboradores de la salvación; mientras que en la segunda parte, coloca a los salvados. Está claro que todos los pasajes de las Escrituras referentes a la maternidad de María constituyen la base de los dogmas de la Inmaculada y de la Asunción de María. Por su maternidad, María alcanza con Jesús una unión de modo singular y único: sobre la que ya era “llena de gracia” vino el Espíritu Santo y el poder del Altísimo, y en Ella estaba el Verbo: María era templo de Dios y posesión absoluta de la Divinidad. María está poseída y llena de Cristo desde el comienzo de su existencia. Lo mismo también nosotros seremos: “santos e inmaculados” cuando como Ella acojamos plenamente al Señor. María es profecía y anticipación de nuestro propio destino. ■ La Asunción
Históricamente, la celebración de la fiesta de La Asunción de La Virgen precedió a la de la Inmaculada Concepción. Lutero no tuvo inconveniente alguno en admitir esta fiesta. Para este dogma tampoco hay que buscar un pasaje preciso de la Escritura que lo afirme. Sin embargo, la Escritura dice que María es templo de Jesús. Lo fue por su fe, en su corazón y en su cuerpo. No hay distancia entre el niño que se forma en el seno de una madre y ésta que le acoge con amor y le alimenta con su sangre, sus afectos, palabras, inteligencia y sufrimiento. La madre influye en la totalidad
Tiziano Vecellio (1490-1576) : La Asunción
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Icono ortodoxo
de la persona del niño, y éste, a su vez, penetra toda la persona de su madre. Jesús, durante toda su vida, llevó cantidad de elementos maternos y María quedará totalmente cambiada por el hijo que llevó en sus entrañas. Nosotros, fácilmente, separamos a las personas: la madre es la madre, y el hijo es el hijo. Pero en el terreno de la psicología no ocurre así y mucho menos, en el terreno espiritual. Desde el principio de la vida humana de Jesús, se realizó ya lo que Jesús pidió a su Padre: “Te ruego Padre que Ella sea una sola cosa conmigo... Ella en Mí y Yo en Ella y Tú en Mí…” (Jn 17, 25). Porque, verdaderamente, esta mujer que con su sí hizo posible que Jesús entrara en nuestra humanidad ¿no iba a participar en toda su totalidad de alma y cuerpo, de la resurrección del Señor? Su Madre fue la primera gran
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victoria del Resucitado. Aquí, pues, María es profecía y anticipación de lo que iba a venir sobre todo verdadero fiel que se deja salvar por Cristo. Es muy apropiada la lectura del pasaje del Apocalipsis (12, 1) en la misa de la fiesta de La Asunción en la que aparece en el cielo: “la mujer vestida de sol”. María está plenamente revestida de la gloria de su Hijo, verdadero Sol de justicia. Los dogmas de La Inmaculada Concepción y de la Asunción hablan de realidades espirituales muy profundas y muy bellas, dignas sólo de Dios y proféticas para nosotros. El Culto a La Virgen María El teólogo protestante Karl Barth (1886 – 1968) considera el culto católico profesado a la Virgen María como un enorme cáncer, que impide el señorío de Jesús y le quita la total sumisión de sus discípulos. En algún otro momento, admitió que, en lo tocante a la Virgen María, era única y que los grandes santos como Juan Bautista o Pablo quedaban muy lejos de lo que en ella se realizó. Los católicos aseguramos a nuestros hermanos protestantes dos cosas: ■ El culto de adoración sólo es debido a Dios y sólo a Él se
lo damos. Y toda oración de adoración y todo el culto de la Iglesia Católica se centra en la Eucaristía: oración absoluta de Cristo hacia el Padre, en favor de los hombres. En todas las eucaristías se predica la Palabra de Dios y se distribuye el Pan de la Vida. A María, criatura escogida por Dios para ser La Madre del Señor, llena de gracia y humilde servidora del Señor, la creemos digna de veneración y capaz de intercesión. ■ En todo el Evangelio y en la Iglesia Católica se enseña que
María está plenamente centrada en Cristo. Más de 150 millones de peregrinos afluyen cada año a los grandes santuarios como Lourdes, Fátima, Guadalupe, Loreto, el Rocío, Czestochowa, Vailankanny… Pero en todos estos lugares se celebra la Eucaristía y se anuncia a Cristo. El Santísimo Sacramento es llevado en procesión entre los enfermos; la fe
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se renueva y se reafirma. Muchos peregrinos regresan con un corazón más evangélico. María, verdaderamente, atrae; pero ante todo nos lleva a Jesús. Como en la Visitación, Ella es alabada y se vuelve hacia Dios y lo glorifica. Estamos de acuerdo con lo que decía San Ambrosio: “María es el Templo de Dios, no el dios del templo”, pero templo totalmente santificado porque Dios mora en él. Contemplando a María podemos decir:
ghghghghghghghghgh mn gh Tú acoges a Jesús, mn Tú llevas a Jesús, gh Tú llamas a Jesús, mn Tú presentas a Jesús gh Tú proteges a Jesús, mn Tú buscas a Jesús, gh Tú sufres por Jesús, Tú orientas hacia Jesús, mn Tú pones a Jesús en el centro, gh Tú revelas a Jesús, mn Tú eres fiel a Jesús, gh Tú estás al pie de la Cruz de Jesús, mn Tú rezas con la Iglesia de Jesús, gh Tú eres la servidora de Jesús, mn La discípula de Jesús, gh La madre de Jesús, mn La madre de cada discípulo de Jesús, gh La madre de la Iglesia de Jesús. mn ghghghghghghghghgh
He ahí lo que hace María. He ahí la vocación de todas las Iglesias y la vocación de todos los cristianos para quienes María es modelo, ayuda y madre.
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EL ASOMBRO DE LOS CATÓLICOS Bajo la inspiración del Espíritu Santo Cuando pensamos en el himno de Isabel, en honor de María, inspirado por el Espíritu Santo y cuando cantamos en el Magníficat: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada”, nosotros los Católicos quedamos sorprendidos ante lo que nos parece un silencio de vuestra parte, hermanos Protestantes. Si el Espíritu es el que nos da ejemplo en un primer cántico, ¿Cómo no cantar a María? Si María profetiza sobre sus alabanzas ¿Por qué no alabarla? ¿Por qué estas dos palabras-semillas: el canto de Isabel y la profecía de María no tienen más cabida en nuestras Iglesias? Ciertamente, vuestros pastores y exegetas se lo demandan, como nosotros. Aún, a veces, en medio de la polémica, algunos manifiestan desprecio, como ocurre en la historia del sobre, utilizado en algunas sectas cristianas por varios países de África. Una tarde, en uno de los autobuses de Nairobi, entra un joven y decide lanzar su perorata para convertir a los viajeros a la verdadera fe. Se coloca en la parte delantera del autobús y pide atención, mientras muestra un sobre. Lo abre, saca la carta y tira el sobre: “¿Comprendéis este gesto?,” pregunta a los viajeros. “Eso es lo que hay que hacer, según nuestra fe”. María es el sobre y Jesús el mensaje. “Guardamos el mensaje y tiramos el sobre”. Reflexionando sobre este hecho, he pensado:”Este hombre insulta a su madre ¿Considera a su propia madre como un sobre? De hecho, todas las madres han sido insultadas en esa consideración. ¿Ha sido mi madre un sobre o un corazón que me ha querido, amado, alimentado, mecido, protegido, educado y que ha asumido todo el sufrimiento que supuso su maternidad?. Desde el principio, la madre es una persona que acoge y acepta a otra persona a la que desea, y favorece su llegada en el mejor clima de amor posible. Por su amor e inteligencia, la madre teje el fondo de la psicología del niño. El niño sabe y se apega a su madre, se refugia en sus brazos y busca ese amor humano que es para él el mejor perfume de su vida.” Entre María y su Hijo se dio esta profundidad humana de la madre hacia el niño y del niño hacia su madre. María, como madre, llegó a lo más profundo de la personalidad de Jesús. Si qui-
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tamos a una persona lo que ha recibido de su madre, toda su personalidad se derrumba. Sin la madre, el niño es una mera abstracción. France Queré, teóloga protestante, llena de ternura y de inteligencia, decía: “Una madre no es una mera matriz sino un ser inteligente con un gran corazón y con mucha audacia”. La madre y todo su entorno cambian por completo cuando el niño que porta en su seno, aparece: Existe una comunión-ósmosis profunda entre esas dos personas, madre e hijo y esto, ocurrió mucho más, tratándose de Jesús y María Contemplemos las similitudes que se dan en la Encarnación:
ghghghghghghghghghgh mn María ha amado a Jesús gh Que es para nosotros el Amor. mn María ha dicho “sí” a Jesús. gh A Él, que es para nosotros el SÍ de Dios. mn Maria ha dado a la luz a Jesús, gh Luz que ilumina a cada hombre. mn María dirige a Jesús palabras de madre, gh A quien es para nosotros Palabra de Dios. mn María ha alimentado a su bebé con su propia leche, gh A quien es para nosotros el Pan de Vida. mn Maria ha sostenido los primeros pasos de Jesús, gh Él que es el Camino de la vida. mn María ha iniciado a Jesús en la sabiduría humana, gh A quien es para nosotros Sabiduría de lo Alto. mn María ha enseñado a Jesús a orar gh A Él que es la verdadera Oración. mn Y he aquí: que el amor humano gh se instala en el corazón de Dios, mn ¡Nuestro tiempo en la Eternidad; gh nuestra vida, en la Vida! Pero siempre, a través de nuestra carne humana. mn ghghghghghghghghghgh
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ghghghghghghghghghgh mn La Visión de la rue du Bac gh María es la aurora mn y Cristo, el Pleno día, gh María es la raiz mn y Cristo, la verdadera Viña, gh María es el racimo mn y Cristo, el Vino, gh mn María es el trigo y Cristo, el Pan de Vida, gh mn María es el tallo gh y Cristo, la Rosa en sangre roja, mn María es la fuente gh y Cristo, el Río que purifica, mn María es la copa gh y Cristo, la Sangre que salva, mn María es el templo gh y Cristo, el Señor del Templo, mn María es el santuario gh y Cristo, el Dios adorado, mn María es el espejo gh y Cristo, La Visión plena, mn María es la madre gh y Cristo, el Hijo de la Madre. mn El siempre Bendito por todos. gh mn Poema citado por el escritor protestante Lyn Holness en Journeying with Mary, pg. 152 gh Wellington, RSA, Lux verbi 2008 mn ghghghghghghghghghgh
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Bartolomé Esteban Perez Murillo (1617-1682): María y el niño
¡Haced cuanto El os diga! Jn 2,5. Este consejo de María es maravilloso. Nos indica quién es el centro de todo: Jesús, a quién debemos obedecer para poder solucionar nuestros problemas. En este primer milagro de Caná, el discípulo amado había escuchado a La Madre de Jesús y sus palabras penetraron en lo más hondo de su corazón. Cuando
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al pié de La Cruz oyó también lo que Jesús le decía: “¡He ahí a tu madre!”, comprendió que esa era la voluntad-testamento de Jesús: “¡Y desde esa hora, la recibió en su casa!”. Nosotros Católicos, nos pedimos ¿cómo vosotros acogéis en vuestra Iglesia a la Madre del Señor? A un pastor protestante, le habían encargado que hablara de la Virgen a un grupo de sacerdotes católicos. Vino a verme para manifestarme su apuro: “No sé qué decirles porque nosotros ¡Nunca decimos nada sobre la Virgen! Pero, ¿Es normal que una Iglesia llegue a tal silencio? Desde muy pronto, en la Iglesia hubo oraciones a la Virgen. El Sub tuum praesidium (Bajo tu amparo no acogemos) que data desde finales del siglo III: El Ave maris Stella, quizás desde el siglo VIII. Hacia el año mil, San Bernardo compuso una de las oraciones más bellas a María: El Acordaos y posiblemente, también la Salve Regina, Dante, 1265-1321 cantó a María en versos llenos de belleza y profundidad.¡Qué valor tan grande tenemos en estos tesoros de los pasados siglos! Por ello, hemos de admitir que la situación tiene sus matices y que el asunto sobre María es demasiado importante y santo para no unir a los cristianos. Dos citas del Catecismo Luterano para adultos
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nos lo esclarecen: Afirman que Protestantes y Católicos tenemos un gran respeto a la que es la Madre del Señor. “María no sólo es católica sino también evangélica. Los protestantes lo olvidan a menudo. María es la Madre de Jesús y está más próxima a Él que todos los discípulos más queridos. Con cuánta humanidad el Nuevo Testamento describe esta proximidad, sin ocultar las diferencias que existían entre María y Jesús.” En el prefacio de este libro el obispo luterano Ulrich Wilchens escribe: “Con frecuencia, los católicos no se dan cuenta de que la fe evangélica sí tiene qué ver con la Madre del Señor. Muchas veces la mencionamos en los pasajes de las Escrituras, sobre todo, cuando estos pasajes se leen durante el culto y, en muchas de sus corales María tiene gran importancia. Pero, ciertamente, en la práctica, nosotros evangélicos, utilizamos muy poco estos tesoros que tenemos.” En pleno siglo XVII el pastor Charles Drilincourt (1595 – 1669) que ejercía en Charenton (Francia) escribió un libro sobre “el culto que se debe dar a la Bienaventurada Virgen María”: “Los reformados admiten que la Virgen María permaneció virgen durante el parto y después del parto. Los reformados reconocen con los Antiguos Padres que Ella es la Madre de
Benozzo Gozzoli (1420-1497): La Virgen con el niño
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Dios, eternamente bendita y colmada de todas las virtudes. Ella ha sido más favorecida que todos los patriarcas, profetas y apóstoles, exaltada sobre todos los ángeles y todos los serafines. Para todo cristiano reformado: Ella es la Santa y Bienaventurada Virgen María que debe ser honrada por todos los cristianos… y debe venerarse su memoria y rendirle alabanzas con una especial alegría”. Y todavía más: He aquí una oración tomada de la Iglesia Luterana de Francia. Se trata del prefacio del cuarto domingo de adviento, (1991). En ella, se confirma lo que decía el pastor Charles Drelincourt:
“Bendito seas tú por aquélla Que es mas bendita que todas las mujeres. Bendito seas tú porque ella ha creído. Bendito seas tú por haber concedido A tu sierva abrirse a tu palabra Y llevar al que ha creado los mundos. Bendito seas tú porque por ella Tu Hijo ha podido entrar en nuestra carne Para dar cumplimiento A la sola ofrenda que es eficaz: “He aquí que he venido para hacer tu voluntad”.
Estas oraciones invitan a los protestantes a recoger sus propios tesoros y a los católicos a descubrir el gran respeto que los protestantes tienen a la Madre de Jesús. Al amparo de María, católicos y protestantes estamos mucho más próximos de lo que pensamos. En 1975 el marxismo había tomado el poder en Madagascar y quería apartar de las Iglesias a la juventud. Las grandes Iglesias, Anglicana, Católica, Luterana y Presbiteriana, se confederaron para resistir y tratar juntas los problemas de la nación. Desde entonces ya no apareció ningún artículo en la prensa de
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una Iglesia contra otra. Al contrario, las Iglesias aceptaron una traducción ecuménica de la Biblia, libro de cánticos comunes y la semana del 18 al 25 de enero de oración por unidad de todos los cristianos llegó a constituir uno de los momentos más fuertes de todas las iglesias presentes en la isla. Todavía hoy, los grandes problemas de la nación se tratan conjuntamente en estas Iglesias.
Virgen Santa, Verdadera Madre del Verbo Eterno Y madre de todos los rescatados, Y de todos los creyentes: Muéstranos al que ha sido consagrado Desde la gracia que Tú has recibido, Jesús, el bendito fruto de tu seno. Muéstranos a Jesús, Ayer, Hoy Y en la eternidad. Karl Rahner (1904-1984)
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Una mirada donde brilla la simpatía
“La tierra ha dado su fruto. (Salmo 67) La tierra referida es la Santa Madre de Dios, María. Ella proviene de nuestra tierra, de nuestra semilla, de nuestro sol, de Adán. La Tierra dio su fruto ¿quieres saber cuál es este fruto?: un Virgen de una virgen, el Señor de la sierva, el Dios de una mujer, el Hijo de la Madre, el fruto de la tierra, el grano de trigo que cayó en la tierra y que resucitó en una multitud de hermanos”. San Jerónimo (347-420) Icono ortodoxo de la Sagrada Familia
Hemos empezado nuestro camino con el retrato evangélico de María que es extremadamente rico y todos los rayos convergen en Jesús. Sobre el rostro de María brilla el esplendor del rostro de su Hijo. Nosotros no podemos encontrarnos con ella, sin que nos tome de la mano para conducirnos a Jesús. Por los caminos del amor María marcha delante de nosotros. Cristo, a su vez, también nos la da: “¡He ahí a tu madre!” La da porque nos ama. Ella forma parte del testamento de Jesús, de su
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amor. Nos la entrega con toda su capacidad de madre y con toda la capacidad de formar en nosotros corazones de discípulos. Esto nos puede permitir acudir a esta madre. Jesús nos impele a ello. Pues bien, tal vez, Jesús pudiera reprocharnos: ¿te he dado a mi madre para nada? Y ¿a quiénes da Jesús su madre?: la da a todos cuantos son sus verdaderos discípulos. Todo cristiano, cualquiera que sea su denominación, puede encontrarse con esta realidad: el Señor viene a él por medio de María, por su sí y por su entrega a toda la persona de su Hijo. Cuando un corazón está totalmente entregado a Cristo: debe, igualmente, estar lleno de gratitud hacia su Madre Santísima. Nace entonces, en él una gran simpatía para esta mujer que ha sido la Madre de Jesús. En efecto: si miramos a María, libres de prejuicios, veremos que Ella es “aquella mujer vestida de sol” que nos presenta el Apocalipsis. Entonces, Protestantes y Católicos nos miraremos con simpatía, orgullosos de nuestra madre común. Roger Schutz es todo un ejemplo de lo que decimos. Afirmaba: “Mi verdadera identidad cristiana la he encontrado cuando reconcilié la fe de mis orígenes (protestantes) con el misterio de la fe católica, sin romper la comunión con nadie”. Dios nos aventaja a todos en el amor y nadie ama a María más que su propio Hijo. Jesús nos puede decir: “Yo amo a mi madre y quiero que todos mis discípulos la amen”. El amor de Dios, manifestado en Cristo es el lugar donde todos los cristianos podemos encontrarnos y reconocernos y acogernos como hermanos. Este amor ha sido confiado a una mujer de nuestra misma estirpe: María y de Ella nació quien para nosotros es el Señor Jesús.
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ghghghghghghghghgh mn María, gh Tú has acogido a Jesús, mn Lo has llevado, Lo has entregado, gh Lo has presentado, mn Lo has buscado. gh mn Tú has sido para Él, gh La mujer de la fe, mn La mujer de corazón, El seno que lo acogió y protegió. gh Tu as sido para Él mn Tiempo, gh Inteligencia, mn Madre, gh Educadora, Abierta a su misterio, mn Abierta a su cruz, gh Miembro y madre de su Iglesia. mn gh Tú hiciste de Él: mn Tu centro, gh Tu tesoro, La vida de tu vida, mn Tu hijo amado gh Tu único Señor. mn Fue para ti tu Dios, gh En nuestra frágil carne. mn ghghghghghghghghgh
ghghghghghghghghghghghgh mn gh mn gh mn Virgen de la Anunciación, gh Acoge mi sí mn Como respuesta a la llamada del Señor; gh Acógelo entre tu SÍ. mn Pues sabes que, apenas, se decir mi sí, Frágil y parcial, gh Dado, y recogido. mn gh Haz que la alegría y la esperanza mn Que llevaste a Isabel gh Canten todavía el Magnificat mn En el umbral de mi casa. gh Que como tú, sea ante todo, mn Un misionero en camino, gh Pobre en medios y rico en tu Hijo, mn Que hacía saltar de gozo gh A los hijos del reino. mn Tú, la sierva llena de amor, gh Haz que sea humilde y fiel en el servicio, mn Hasta la cruz. gh mn Y que me deje salvar por tu Hijo, gh Qué Él sea mi sabiduría y mi justicia, Mi santidad y mi libertad. mn gh Guárdame por el camino mn Que lleva a la fiesta del amor. gh mn ghghghghghghghghghghghgh
Toma mi sí
Raffaello Sanzio (1483-1520)