28 DE MARZO. VIDA TRAGEDIA Y MEMORIA

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Cristóbal Gaete ~ Gonzalo Olivares

28 de marzo Vida, Tragedia y Memoria

Editorial Corazón de hueso


©Editorial Corazón de hueso Primera edición: agosto, 2022 ISBN: 978-956-09831-0-7 Registro de Propiedad Intelectual: 2022-a-4699 Motivo de cubierta: Intervención fotografía terremoto 28 de marzo de 1965. El Mercurio, Santiago, 5 de abril de 1965. Fotografía solapa: Archivo personal Waldo Lillo. Motivos retiro tapa: Archivo personal Patricio Silva y Flash, abril 1965. Texto: Cristóbal Gaete Araya y Gonzalo Olivares Díaz. Diseño, composición y diagramación: Gonzalo Olivares Díaz. Corrección de estilo: Arantxa Martínez y Marisol Venegas Ramos. Editorial Corazón de hueso Dirección: Chacabuco #910, casa H, Quillota. Web: corazondehueso.cl Instagram: @corazondehueso E-mail: hola@corazondehueso.cl Impreso en GSR Valparaíso, Chile


Gonzalo dedica este libro a: La memoria de todas esas personas que nunca vi. Gracias al amor conocí a quien nunca he visto.

Cristóbal dedica este libro a: Matías Ávalos


Rotura de tranque de relave. En la fotografía se aprecia la magnitud de la catástrofe. Sólo se aprecia la edificación de la capilla. Archivo diario El Mercurio 30/3/1965.

Parque de los Mineros

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memoria

18 Epicentro de El Cobre 20 Explotaron el mineral 22 Atravesaron las montañas 28 Educación en el mineral 36 Juegos de la niñez 38 Oficio minero 46 El carnaval estaba en El Cobre

herida

Quizás nunca sabremos cuántos murieron

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Ezequiel y Beatriz Carroza: Una familia en la búsqueda

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Etireo Muñoz: Un carabinero en la tragedia

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El relato de un boy scout: Roberto Silva Bijit

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28 de marzo de 2022

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El milagro de Juanita Olmos

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Relaves 2022

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52 Los Punto Aparte 56 Las noches de El Cobre 58 El agua de las quebradas 64 El Zaita 70 Cazadores de El Cobre




Conmemoración. Cada 28 de marzo se conmemora la tragedia en donde está el campamento minero El Cobre. Archivo personal José Olmos Ramos.

Parque de los Mineros

A la semana de la tragedia, el entonces presidente Frei declaró El Cobre como un parque. Después de eso, no se volvió a buscar cuerpos. Un domingo cualquiera de marzo, Atilio es el único que subirá a ver el parque que se proyectó para la memoria minera del 28 de marzo de 1965. Lo pasamos a buscar a El Melón, sector de la comuna de Nogales, que funciona como pie a las faenas extractivistas. El lugar nos recibe con vista a sus esteros secos. La feria se coloca a la orilla de uno, vende ropa y fruta. Dieciocho días después del comienzo de la Revuelta chilena, que inició el 18 de octubre del 2019 y que obligó a escribir una nueva Constitución para convivir como sociedad, habitantes decidieron tomarse el pozo 9 de la empresa Anglo American por meses para pelear por su derecho al agua. El pozo 9 es uno de los dieciocho pozos que abastecen la mina El Soldado. Durante el verano que lo visitamos, dos años después, El Melón no tiene suministro de agua entre las 14 y las 18 horas. Es la segunda comuna del país en vivir este racionamiento. A este problema se suma el olor que emite la planta de tratamiento de aguas servidas, que opera donde antes había una cancha de fútbol, espacio para compartir. Puesta en funcionamiento en 1988, a veinte metros de la Villa Disputada, diez años después comenzó a recibir desechos de otras localidades cercanas, a la que colapsó, según investigó el equipo de Piscología Universitaria de la Universidad de Chile en un documento para la fundación TERRAM en 2005. En el escrito, se detallan problemas como el mal olor, agudizado por condiciones como el calor y el frío, además de las plagas. Y los problemas psicológicos, como el apodo de “niños caca” a los infantes de la Villa Disputada, así como a los adultos, por su olor. 7



Visita Presidente. Eduardo Frei se hizo presente en El Cobre. A las semanas de búsqueda de cuerpos declaró el lugar como Parque de los Mineros. Archivo diario El Mercurio 2/4/1965.

Bajo Cemento, soporte multimedial independiente, agrega que a esos desechos se sumaron los ilegales de la empresa DISAL. Así lo denuncia Cacaman, un ex niño caca, en un video en YouTube. En un fotograma se muestra el siguiente rayado en una pared: + - anglo g u a En las murallas de El Melón, a los típicos mensajes que se establecieron contra las autoridades y problemas estructurales, se agregan los que exigen sacar la planta. Es una lucha larga en la que los habitantes incluso cortaron la carretera que pasa apenas afuera de su pueblo, un engranaje fundamental de los caminos centrales. El Movimiento por el Agua y los Territorios complejiza el problema en el video en YouTube dedicado a la zona, detallando la “contaminación de agua [por el tranque El Torito] en los acuíferos para el agua potable rural y regadíos, usurpación de tierras, división de la comunidad, desaparición de flora y fauna de gran valor endémico.” El relave derramado en marzo de 1965 llegó a Nogales y hoy el peligro es mucho mayor, porque ya no es necesario un movimiento sísmico, sino sólo un año lluvioso. Los factores, ligados a la faena minera, convierten al lugar en una evidente zona de sacrificio que apuesta a una memoria a corto plazo. Porque paradójicamente muchos habitantes, tras el desastre del 28 de marzo, fueron reubicados en una villa que padece todos estos problemas y que al principio era una mejora vital, un lugar de privilegio frente a otros de El Melón, pero que hoy

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MEMORIA

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se ha degradado al punto que es impensable poder vender una de estas propiedades, que fueron descontadas por planilla a los trabajadores. En distintos puntos de la localidad hay señalética que marca los lugares por donde escapar en caso de que el relave se vaya encima de ellos. La ilustración demuestra lo improbable de escapar: la figura del cuerpo humano corre despavorida mientras el relave parece inexorablemente camino a alcanzarlo, por un tema de velocidades. Don Atilio sabe que no hay escape de una tragedia así. Comenzamos el ascenso hacia la minera, el camino pavimentado da paso a uno rústico, que unos kilómetros más adelante nos recuerda por qué estamos acá: un amplio relave nos indica dónde está el trabajo minero. Parece ser una lava que espera encima de gran parte del cerro donde termina nuestra vista, que brilla con una luz, como un espejo a lo lejos. Engaña, parece un oasis. Tenemos que pasar un control de la compañía Anglo American, en el que nos consultan hacia dónde vamos, anotan la patente y toman nuestros datos. Quienes nos contarán la historia del 28 de marzo de 1965 evocarán que hasta aquí llegaron los cuerpos arrastrados por el relave. Nos dejan seguir avanzando y ya vemos el trabajo minero, las máquinas haciendo su labor son visibles, tanto en el camino como más arriba, a una orilla queda el parque de la memoria, que resulta un lugar de recogimiento atormentado por ese ruido incesante, aun siendo domingo. En la entrada está la capilla cerrada, sellada hace años. El mito es que el tranque del relave se abrió frente a ella, una historia que se repite frente a muchas desgracias en un pueblo todavía cristiano. Atilio, al contrario, piensa que las casas devastadas atascaron el paso del relave. A pasos está el sobrio monolito blanco que la empresa minera dejó para recordar: “A la memoria de las víctimas del terremoto del 28 III 1965”, junto a una cruz negra. El color blanco es el preponderante, los árboles —cuya base también está pintada así— dan algo de sombra. Al frente, está el monolito del club deportivo, que homenajea a los rivales caídos:


club deportivo pobl blanqueado recuerda a su ex rivales del dep du m zaita caídos en este lugar el 28-iii-65 stgo 22-v-66 Por años, hubo una nómina de jugadores enterrados por el relave, hasta que desapareció. Eran demasiados, dice Atilio, que coloca una manguera en el lugar donde recuerda a familiares perdidos de su esposa. El agua se va acumulando. Atilio ha construido verdaderas animitas para sus deudos, con una yuxtaposición de elementos propios de lo pagano, desde la bandera chilena hasta guirnaldas e iconografía del Viejo Pascuero, también fotos de archivo personal, donde el color se colocaba artificialmente, con otras modernas, plantas y flores plásticas para que aguanten el árido clima y un mensaje escrito en una pizarra: Samuel y Julia (padres) Acompañando a sus hijos: Samuel, Luis y Adriana Luisa Nietas: Gladys y Elena Yerno: Alfonso Honorato Quienes fallecieron trágicamente el 28 -marzo- 1965 por culpa de este maldito tranque de relave Con cariño de tu hermana Ana María.

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Esta animita está cubierta por un toldo y tiene una puerta de reja como entrada, además de estar enrejada en su totalidad y tener arbolitos. Parece un patio en un descampado. Allá en El Melón, para paliar el olor de la planta, se colocaron, por órdenes de la alcaldesa, las mismas mallas raschel. Estamos solos, pisando el relave que nunca se cambió de lugar. A la mano son piedras que se deshacen. Pisamos sobre muertos, sobre casas, sobre un campamento minero arrasado el 28 de marzo de 1965. Las cruces tienen varios metros de distancia, no es un lugar ordenado simétricamente como un cementerio, porque corresponden al lugar donde vivía cada uno en el campamento. A veces la distancia son veinte pasos, otras muchos más. Pero la brecha más ancha está en el cuidado. Mientras esos patios que arma y riega Atilio, que corresponden a las pérdidas que tuvieron él y su esposa —que por problemas propios de la edad ya no puede venir— están bien mantenidos; los otros parecen haber sido olvidados en su mayoría, de modo que ya no llevan consigo los nombres de los deudos. De una animita, incluso, un árbol creció enroscándose en ella. Una excepción es la construida “En la memoria de Alicia Espinoza de A. 28 de III de 1965”, que tiene una estructura sobria y plantas a sus orillas. Todas, eso sí, tienen una banca en malas condiciones, el aporte de la empresa gestionado por Atilio y su esposa Ana. A veces las placas en las animitas son la pista legible: “En memoria de Carlos Arancibia C. U. P. Ch. La Calera 11-IX-1965.” Quizá Atilio tampoco debería venir, tras un accidente laboral tiene una cicatriz que de su espalda alcanza sus nalgas. Por eso riega sentado y espera que el agua se acumule. Las que son cuidadas por Atilio tienen la huella de la botella plástica de la bebida “alternativa” verde cortada a la mitad para dejar flores, de esas que imitan los sabores de las marcas importantes. El sector está enrejado, pese a que pertenece al mismo parque. Por él avanzamos, entre construcciones enterradas. “Acá teníamos animales”, asegura nuestro guía, y es muy difícil imaginar entre esta sequedad la naturaleza. Y era una vida completa.


Subimos por el camino, y Atilio acumula agua —que tuvo que ingeniarse para conseguir— en sus familiares. La estructura y decoración es similar a la que dejó allá abajo. El toldo tiene sentido, porque permite algo de sombra mientras el agua se acumula. Está lleno de flores plásticas. Los retratos esta vez son nuevamente coloreados de época. Su texto, sus nombres, son los siguientes: Estanislao Miranda S. Berta Ibaceta I. Inés, Eduardo, Alicia, y Arnaldo (Q. E. P. D.) Fallecidos trágicamente el 28-03-1965. Sus hijos, yernas y nietos. Debajo de los rostros en la fotografía hay más información. Atilio tiene un hermano, Jaime, por lo que la familia se componía, al momento de la desgracia, de seis hijos. Las fotos coloreadas sólo corresponden a la pareja de padres y a dos de los hermanos. Cada tanto, una camioneta supervisa qué estamos haciendo, y es una relación de rutina para Atilio. Los guardias aprovechan el abandono del lugar para dormitar un poco. Dicen haber visto una niña pequeña. Un ánima del relave. A pasos, envueltos entre la vegetación, descansan los restos de Belisario Aguilera C. y familia. Estuvo a cargo del ilegible nombre de su hermano este homenaje. Al lado queda una de un italiano, Copina. No sólo chilenos perdieron la vida. Nosotros recorremos la maleza, donde aparecen más cruces. Desgraciadamente, por el daño de su accidente laboral, Atilio no puede ayudar a establecer esta ruta. Por nuestra parte, nos encon-

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tramos con animitas de distintas calidades, con tarros oxidados que alguna vez tuvieron flores. Juan Ramos, dice una cruz de madera. Una animita más tradicional de la familia Oyanedel Vásques. Pedazos rotos que se acumulan para no perderse en otras. Hojas secas y frascos vacíos. La familia Valencia Álvarez hizo una réplica de una capilla y conserva la fecha en fierro. Aquí descansan los restos de Hermógenes Hidalgo Astudillo Nuestro amor es tan grande que aunque hayas partido jamás mori(ilegible) Recuerdo de hijos y nietos En memoria de nuestra querida y amada madre Marta Ramos Pizarro y de nuestros hermanos Oscar E. Olmos Ramos Rosa Olmos Ramos Daniel Olmos Ramos Rudecindo Olmos Ramos 28-03-1965 Hacemos el camino de vuelta a El Melón. La casa de Atilio sale hacia afuera de su antejardín, las mallas cubren todo, buscando habitar sin el olor. Algunas imágenes que vimos arriba están en su casa, y otras de oficina de trabajo minero. Lo felicitan por no tener accidentes. Lo felicitan por todo el tiempo de haber jugado deporte. MEMORIA

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Funerales ."Las madres esperan con estoicismo ver desaparecer bajo paladas de tierra aquellos ataúdes blancos que se llevaron sus más queridas esperanzas." Archivo diario La Segunda de Las Últimas Noticias 1/4/1965.




memoria


Epicentro de El Cobre El mineral de El Soldado se ubica en la región de Valparaíso. Está emplazado en la llamada cordillera de El Melón, dentro de la comuna de Nogales, en el distrito de El Melón. El campamento de El Cobre se encontraba metros más abajo de la mina, en ese lugar estaba ubicada la planta de tratamiento.

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El Soldado es una mina de cobre ubicada en la cordillera de El Melón, comuna de Nogales, provincia de Quillota, Región de Valparaíso, a 125 kilómetros al norte de Santiago y a 600 metros sobre el nivel del mar. Colinda con la comuna de Catemu detrás de sus cerros y hacia el norte, detrás del cordón montañoso, se encuentra la comuna de Cabildo. El Soldado comprende una mina a tajo abierto y otra subterránea, plantas de chancado e instalaciones para el tratamiento de minerales oxidados y sulfurados. Para llegar al campamento minero, antiguamente se iba por un camino que cruzaba una cuesta que venía desde la Hacienda de El Melón hacia el sector de la Veta del Agua. Ese paso se tapó con un nuevo pozo de

relaves. Se pavimentó un nuevo camino, desde la ruta 5 Norte hacia el este, por el camino que conduce hacia El Soldado y El Navío. Para acceder al lugar donde se encontraba este campamento, se debe pasar por un control barrera de la compañía minera, que hoy es Anglo American. En la exprovincia del Aconcagua, a diferencia de otras, los campamentos tenían un buen vivir. Mucha alegría y cerros poblados de árboles y vida silvestre. Los campamentos eran El Cobre, El Morro, Las Guías, El Canelo, Compresoras y El Soldado. Con el tiempo y producto del terremoto se construyeron nuevos asentamientos, como La Corvi y Los Porfiados.


Los campamentos estaban rodeados de esteros y quebradas que traían agua desde la cordillera. Los esteros eran El Gallo, El Cobre y El Sauce. Las quebradas eran El Gallo, El Carmen, Los Quilos e Infiernillo. A la vez los cerros que estaban rodeando los campamentos eran Tardones, Farellón, Las Pataguas, El Navío y Chacana.

Zona terremoto. Mapa de la Región de Valparaíso con el campamento indicado. Archivo diario El Mercurio 29/3/1965.

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Explotaron el mineral 1842

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1899

1948

1958

La mina El Soldado comenzó su explotación como mina subterránea en el siglo XIX. La primera concesión minera se remonta al año 1842. En el año 1899 la mina fue adquirida por la Sociedad de Minas de Catemu y luego fue transferida a la compañía francesa Minera Du M’Zaita el año 1948, que mantuvo su explotación hasta el año 1958, cuando fue adquirida por la compañía Minera Disputada de Las Condes S.A. de la Sociedad Minera Peñarroya. En 1970 se incorporaron nuevas tecnologías que permitieron aumentar los niveles de producción, utilizando equipos de mayor capacidad e infraestructura. Al año siguiente y gracias a la nacionalización del cobre en el país, la explotación pasó a manos del Estado con la administración de la Empresa Nacional de Minería hasta el año 1978, cuando la dictadura militar vendió un 61% de la propiedad nacional a la petrolera Exxon. En


La primera concesión minera se remonta al año 1842. Desde 1899 la Sociedad de Minas de Catemu comenzó a explotar hasta la llegada de la Compañía Du M’ Zaita. Ha habido al menos seis empresas controladoras. El cierre de estas operaciones está proyectado para el año 2027.

1970

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2002

1987 se realizó una expansión de la mina y en el año 1989 comienzó la extracción de mineral mediante minería a cielo abierto. En el año 1994 se inició el funcionamiento de la planta de electro-obtención (SX-EW) y en 1996 se realizó una nueva expansión para optimizar la planta de cátodos. Finalmente, en el año 2002 la compañía Anglo American adquieró la propiedad de El Soldado, para la cual proyecta una vida útil hasta el año 2027. Esta fue una compra envuelta en la sospecha, en tanto se intentó evadir el impuesto chileno a aquella venta y se declinó que Codelco pudiera adquirirla, pese a distintas tratativas y ofertas. 21


Atravesaron

las montañas

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Familia Olmos Pacheco en San Lorenzo. Rudecindo Olmos, Jorge Arancibia, Julia Olmos, Manuel Jesús Arancibia y Jorge Arancibia. Archivo personal José Olmos.

La familia Olmos Pacheco nació en la Hacienda La Mora de San Lorenzo, en la comuna de Cabildo. Ellos se dedicaban a la ganadería, acarreo de animales, pastoreo y crianza. Desde allá atravesaron las montañas para llegar a la hacienda de El Melón, que estaba muy cerca del campamento El Cobre. Fue un viaje a caballo el que trajo a la familia al valle. La familia Miranda, en cambio, llegó en tren.


“Llegamos en tren a una estación que había. De la compañía corría una máquina con carro, que traía el metal para dejarlo en la estación para que se lo llevaran no sé pa’ dónde.” Hacia la década de 1920 Rudecindo Olmos, el hermano mayor de la familia, se vino junto a sus hermanos a trabajar en la hacienda de Felipe Cortés, que era dueño de todo lo que conocemos hoy como El Melón y los sectores aledaños, a excepción de las minas de cobre en El Soldado. En ese tiempo la familia Olmos trabajaba en las cosechas de cáñamo, así ellos vivián en la orilla de la hacienda. Fue el hermano Manuel Olmos el primero en entrar a trabajar a la mina. Y a medida que sus hermanos menores iban creciendo, también fueron ingresando a la Compañía Du M' Zaita, de capitales franceses. Cuando ya habían entrado a trabajar a la compañía Germán, Rudecindo, Daniel y Serafín, se fueron a instalar en una nueva casa. Es el hijo del último quien nos cuenta la historia, José Checho Olmos. “Mi papá le escribía seguido a mi abuela, que se quedó en San Lorenzo, para contarle cómo era la vida que empezó a tener en El Cobre”, recuerda, entre las fotos que acompañan a este capítulo. Algunos entraron a la mina que estaba en El Soldado y otros a la planta, que estaba en El Cobre, aunque Rudecindo siguió trabajando en las plantaciones y cuidados agrícolas junto al ganado y su hermana Julia trabajaba ordeñando vacas en los establos de la hacienda de Felipe Cortés. 23


“Mi papá le escribía seguido a mi abuela, que se quedó en San Lorenzo, para contarle cómo era la vida que empezó a tener en El Cobre.”

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Familia Olmos Pacheco. Atrás: Manuel Jesús, Germán, Rudecindo. Delante: Daniel, Teresa, abuela Filomena, Serafín y su perro. Archivo personal José Olmos.

Por los alrededores de El Cobre, en la cuesta del Chamisal, vivía la joven Marta Ramos. Ella llegó a vivir allí porque su padre entró a la compañía junto a su hijo Cano, que murió a los treinta años en la mantención de uno de los andariveles. La joven empezó a trabajar en la casa del administrador, el señor Carott. Fue en el trayecto de su casa al trabajo que se conoció con Serafín. El amor comenzó entre sutiles miradas. Fue así como nació la familia Olmos Ramos. Víctor, hermano de Checho, recuerda cómo llegaba la vida al campamento en aquel tiempo. “Mi mamá tuvo siete hijos, dos fallecieron. La auxilió un practicante de apellido Catrileo. Nacimos en El Soldado.” Otras familias llegaron a través de un ramal que se comunicaba con la mina, como los Miranda. Así lo evoca Atilio: “A mi papá le dieron trabajo en la hacienda. Llegamos en tren a una estación que había. De la compañía corría una máquina con carro, que traía el metal para dejarlo en la estación para que se lo llevaran no sé pa’ dónde. Ahí a mi papá le pasaron una casa.”


Familia Miranda Ibaceta. Berta Ibaceta y Estanislao Miranda. Archivo personal Atilio Miranda.

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infan


ncias


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Escuelas básicas del mineral. Escuela 52, El Cobre. Escuela Santo Domingo Sabio, Los Morros. Escuela Santo Domingo Sabio, El Soldado. Archivo personal Inés Saavedra ~ Archivo personal Ernestina Fernández ~ Archivo personal familia Pérez Morales.


Educación en el

mineral

El mineral de El Soldado tenía tres establecimientos educacionales. Estaban divididos por campamentos y sus docentes venían de distintas ciudades. Todos ellos y ellas vivían en el campamento junto a sus familias. Los niños y las niñas de los campamentos tenían su primera etapa educativa asegurada. Al menos hasta el 6° de preparatoria (hoy tiene dos años más lo que conocemos como educación básica) podían estar estudiando en alguna de las tres escuelas que existían; para las humanidades (la educación media de entonces, con seis cursos) debían bajar a El Melón. Las instalaciones “arriba” eran pequeñas, pero su tamaño variaba dependiendo del campamento. Una de las escuelas era la Escuela Santo Domingo Sabio. Esta escuela tenía dos establecimientos donde estaba instalada: una en el campamento El Soldado y la otra en Los Morros. En la primera, dirigía la educación de los niños y las niñas la profesora Sonia Zamora, que venía desde Hijuelas.

Sonia Zamora recuerda que su escuela tenía dos salas y una cancha. Cuando llegó al campamento, estaba sola trabajando con algunas decenas de estudiantes. “No sé si fue mi metodología, porque antes cualquier persona era profesor, cuando estaba la empresa a cargo. Cuando llegué yo cambió esa situación, porque era, soy profesora. Con el tiempo fueron aumentando los alumnos, a medida que me fueron conociendo, porque antes las personas mandaban a sus hijos a La Calera, El Melón o Nogales. Llegamos a ser tres profesores.” Muchos docentes para una historia que partió cuando todos los niveles cabían en una misma sala. La llegada de Zamora coincidió con el cambio de paradigma. La tutela educativa pasó a la Iglesia, si bien económicamente seguía mantenida por la empre-

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“Con el tiempo fueron aumentando los alumnos, a medida que me fueron conociendo, porque antes las personas mandaban a sus hijos a La Calera, El Melón o Nogales.”

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sa. La profesora ya había realizado clases abajo en el Colegio Carmelitas, de la misma congregación a cargo de la Escuela Santo Domingo Sabio, administrada por la parroquia de El Melón. El padre Gustavo Filippi, del cual hablaremos más adelante, era el director; él la llevó a El Soldado. Sonia Zamora se vio con la responsabilidad de la educación del campamento a los veintiún años. Había, que, por ejemplo, enseñar a leer a los niños de primer y segundo año, los dos cursos que había al principio. “El padre decía que yo podía hacer leer hasta a las mesas. Ningún niño me quedó sin aprender a leer. Ese era mi objetivo.” La profesora recuerda con cariño a los niños y a las niñas: “Los alumnos eran buenos, tanto hijos de obreros como de empleados, no había diferencia ahí. Era gente buena de corazón. Tuve muy buena acogida, mucha cooperación de los apoderados, me entregaron a los niños. Muchos papás no sabían ni leer ni escribir.

Me decían «En usted confiamos. Son suyos, usted sabe lo que va a hacer.» Bueno, entregué lo mío, mi vocación. Porque yo nací maestra. Nací maestra y moriré así, siempre. Cuando paso por una escuela, me da algo por dentro.” Todos los años, en el mes de enero, asistía a los cursos de perfeccionamiento en la Escuela Normal Superior de Santiago. De las dos salas iniciales, el colegio fue creciendo, llegando hasta el sexto año, ampliándose también en su construcción. Con la llegada de más profesores, Zamora se terminó haciendo cargo de la dirección de la escuela. En ese rol organizó nuevas actividades. En su absoluta convicción de la educación integral como agente de cambio presentó las revistas de gimnasia, que eran una muestra de distintas disciplinas físicas realizada por sus estudiantes. Normalmente se realizaban en la cancha de que disponían afuera de la escuela. También les entregó otra experiencia fundamental, esta vez fuera de los límites de la vida minera: los


Estudiantes, profesores y apoderados Escuela n° 52 El Cobre. Visita de la escuela a otra escuela de la comuna de La Cruz. Archivo personal Mónica Franco.

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paseos. “Algunos jamás habían salido del campamento, ni siquiera conocían la comuna de Nogales”, recuerda la profesora. “Los niños conocieron el mar y anduvieron en lancha por toda la bahía de Valparaíso. En Viña del Mar íbamos a la Quinta Vergara. Íbamos a Santiago al zoológico, la catedral, el estadio. Desgraciadamente no todos pudieron ir, porque siempre hay padres que son reticentes. Más de alguno me acompañó y el padre Filippi nunca me dejó sola.” Otro docente importante arriba fue el profesor Sergio Escobar Retamales, que llevaba a los niños y las niñas de la Escuela de El Cobre al estero a imaginar. “Cuando llegó era muy estricto”, recuerda Checho Olmos, "nos sacaba la cresta con una regla." Al que se portaba mal: "¡Las manos ahí!" Eran los métodos de la época. Otros docentes como Cardemil, cuenta entre risas, los tomaban del pelo para reconvenirlos, o Acuña les pegaba “coscachos.” Pero después Escobar le entregó a él y a sus otros alumnos y alumnas mucho afecto y cariño. "Todos lo queríamos porque nos enseñó a hacer composiciones de poesía, nos enseñó a pensar", complementa, además de hacer teatro con ellos. Escobar tuvo su propia trayectoria literaria, que lo llevó a publicar poemarios e incluso un libro de cuentos en la editorial Zig-Zag años después, cuando ya vivía en Valparaíso. Esta vocación literaria era troncal en su forma de educar. El poeta/maestro hizo dos diarios, La Voz del Cobre y Plural, que eran vendidos en El Morro y El Soldado, en la parte alta del campamento, por sus propios alumnos, acompañados por su profesor, como recuerda Olmos –“¡Valía un peso de cobre!”–, que lo acompañó en su trayecto, además de la revista Lucerito, con textos de los alumnos y alumnas, que tuvo una lectora muy especial: Gabriela Mistral. La correspondencia entre Escobar y Mistral, conservada en la Biblioteca Nacional, data de 1956, once años después de que la poeta y también profesora recibiera el premio Nobel de Literatura, la máxima distinción de las letras mundiales. “Esta revista es el fruto de 4 años, labor continuada de mis 4 primeros años de maestro en una lejana y


“Algunos jamás habían salido del campamento, ni siquiera conocían la comuna de Nogales.”

rural escuelita de un mineral, perdido entre montañas grises, lejano, olvidado de muchos. Aquí hemos vivido –niños y maestro– codo a codo con la Poesía, porque ella con su liviana presencia nos ha tornado más humanos del corazón, más nosotros mismos”, le escribe Escobar. Más adelante le informa que hizo un libro con trescientos poemas de niños y niñas, como se puede leer en la carta que adjuntamos. Todavía algunos sobrevivientes, como Atilio Miranda, recuerdan haber sido seleccionados con una poesía en el diario Plural y que quedaba escrita en la pizarra de la escuela. Esos poemas surgían, como recuerda Olmos, de salidas “al potrero de las flores, al estero. Nos hacía escuchar los pájaros. A veces nos hacía escuchar música y después de la música teníamos que hacer la composición.” Gabriela Mistral respondió esa carta –que también adjuntamos– con mucha cercanía y emoción: “…le digo que me conmueve siempre el que Uds., la gente moza, haga lo que no hacemos los poetas viejos”, e incluso compromete su ayuda y material inédito, que debía esperar en su envío por razones de salud. La poeta fallecerá un año más tarde. La familiaridad que se vivía en el aula es evocada por Víctor Olmos: “Ir al colegio era como ir al patio de la casa, ni los zapatos nos poníamos.” Quizá qué habría escrito de los pies de estos niños la Nobel. La Escuela N°52, El Cobre, era la única escuela pública que dependía del Estado en todo el mineral, dado que las otras escuelas eran administradas por la Iglesia. Era una escuela pequeña, con dos salas, una cancha de fútbol y básquetbol en el mismo lugar. Todos los niños y las niñas del campamento estudiaban ahí. Muchos de ellos no seguían ya que en aquellos tiempos se le daba más importancia al trabajo en la mina que a los estudios.

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Correspondencia. Carta escrita por Gabriela Mistral a Sergio Escobar. Legado Gabriela Mistral Donación de Doris Atkinson 2007.

Por más que pase el tiempo, es recordada por Juanita Olmos, la hermana de Checho: “Mi añorada escuelita. Era muy buena, pasé tantos lindos momentos, porque todo lo celebraban, todas las tradiciones. Era para toda la familia, no para el puro niño. Hacían fiestas, elegían reinas, mi hermana participó y ganó un año. El Checho nos llevaba a esas cositas para que la pasáramos bien, siempre estábamos juntos. Mi hermana estaba en la cocina con sus amigas en aquel tiempo. Las cosas eran hechas por los papás, porque vendían las cosas. Algunos traguitos vendían también, para grandes. Íbamos a los paseos.” A las siete de la mañana, una hora antes de que comenzaran las clases, estaba sentada en una piedra fuera del colegio. “No sé por qué hacía eso, me gustaba tanto el colegio que me iba temprano”. También recuerda esta ambivalencia de los docentes de entonces, con el apellido de otro pedagogo porteño: “Falk era estricto, eran muy bonitas las clases, los profesores muy amorosos, no tuve problemas en el colegio.” Aquel docente, que organizaba las revistas de gimnasia junto a sus colegas y el centro de apoderados, todavía guarda los programas en que se presentaban sus alumnos y alumnas en la cancha de la Escuela N° 52, El Cobre: 1.Presentación la de la Escuela. 2.Canción Nacional. 3.Danza feliz. I año. 4.Gimnasia rítmica niñas. Sra. María Parra. 5.Juegos pedagógicos niños. III año.


“A las siete de la mañana, una hora antes de que comenzaran las clases, estaba sentada en una piedra fuera del colegio. “No sé por qué hacía eso, me gustaba tanto el colegio que me iba temprano.”

6.Danza mariposa. I año. 7.Gimnasia sistemática niños. Sr. Gustavo Falk. 8.Danza swing safari. Sra. Hortensia Romero. 9.Ronda los enanitos. I año. 10.Conjunto folklórico de la Escuela dirigido por el Sr. Gustavo Falk. a)Carnavalito. b)Sombrerito. c)El pequén. d)Costillar. e)Cueca. 11.Marcha final. Había otra parte de la educación que tenía que ver con las raíces más profundas de la vida campesina chilena y que quedaba fuera de las aulas. Manuel Zamora aprendió con su abuela el canto y la guitarra. Era sólo un niño entonces: “Chico, con seis años, la gente me decía que cantara versos. Nunca demostré lo que sabía. En la escuela no cantaba. Se hacía en el campo el canto a lo divino y a lo humano. No es para llevar al escenario”, relata.

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Juegos de la niñez

Tiempo y espacio para jugar no faltaba en el campamento. Si bien los niños y las niñas estaban en la escuela y muchas veces tenían obligaciones en la casa, incluso en aquellos tiempos desde adolescente ya se comenzaba a trabajar, el juego era parte vital de esas vidas que crecieron alrededor de la naturaleza.

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Infancia del El Cobre. Hermanos Olmos Ramos y hermanos Leiva Santana junto a al gallo Cirilo. Archivo personal José Olmos.

Los juegos siempre fueron al aire libre: subirse a los árboles, perseguirse, las rondas, hasta incluso tirarse piedras eran algunas de las diversiones que se daban en el campamento. Todas eran siempre con el ánimo de pasarla bien y divertirse. Sus sobrevivientes siempre recuerdan que, si bien a veces los juegos eran más peligrosos, siempre había respeto entre ellos, donde todos eran niños muy sanos. Niños y niñas jugaban juntos, sin distinciones. El fútbol era el juego que más se daba en el campamento, donde muchos de los que jugaron siguieron moviendo la pelota en el querido club Zaita y después en el club de la Villa Disputada. Pero también había juegos y pasatiempos junto a los animales, donde se juntaba la ruralidad con las tradiciones populares, como andar a caballo, pillar la chancha o perseguir alguna gallina. “Cualquier cosa servía para jugar. Una pelota,


Infancia en Los Morros. La familia Varas Arancibia junto a sus amigos. Archivo personal Michel Varas.

“Cualquier cosa servía para jugar. Una pelota, un palo o una rueda, siempre había algo para divertirse.”

un palo o una rueda, siempre había algo para divertirse”, recuerda Yola Pinguera. Por su parte, Atilio Miranda evoca “la cancha de rayuela entre los cipreses.” Muchas de las obligaciones estaban teñidas de aventuras, sobre todo cuando subían a los cerros a buscar a los animales que estaban pastando. La mezcla de arriero, minero y campesino eran los ingredientes que determinaban la personalidad de la infancia de El Cobre.


Obreros bomba de piso. Fermín Moreno, César Guerrero, Luis Quiroz y Rolando Tapia. Archivo personal José Olmos.


Oficio minero

Los oficios mineros son diversos. Los procesos eran arduos y peligrosos. Las labores fueron cambiando a lo largo del progreso tecnológico de la minería. En un momento el transporte era de tracción animal con bueyes. El trabajo tiene riesgos y sus obreros los conocen, han sido parte del oficio desde siempre. Los campamentos se dividían por las labores y cargos que existían en la compañía. Si bien en algunos campamentos existían diferencias de clases sociales, marcadas de manera más evidente en esos tiempos, entre obreros, empleados y administrativos, había cierto tipo de cercanía y horizontalidad en sus relaciones. Se vinculaban entre ellos tanto en el juego como en el trato. Es una característica que destacan quienes estuvieron arriba. Cada campamento tenía la particularidad de cobijar a un grupo de trabajadores con labores específicas en el mineral y junto a sus familias hacían su vida en el campamento. En el caso del campamento El Cobre, gran parte de sus obreros estaban dedicados al trabajo en el andarivel, que bajaba el material de El Soldado, donde estaba la mina, hacia la planta concentradora de cobre. Muchas de esas labores eran de reparación y mantención de la maquinaria que ahí se utilizaba. Por los campamentos del El Soldado y Los Morros vivían la mayoría de los mineros, como también muchos de los administrativos del mineral. Manuel Zamora recuerda cómo trabajaban antes: “Y mis papás emigraron a la mina El Soldado. Ellos perforaron a pulso, todo era más rudimentario, artesanal. Con lámpara de gas carburo. No existía la seguridad escasamente el casco. No existían los guantes, las botas.” Había labores con más riesgos que otras, en la evocación de Checho Olmos: “El trabajo del chancado era peligroso, porque la piedra muchas veces saltaba a cualquier parte y podía pegarnos. Algunos compañeros salieron golpeados de ahí.”

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“Como crecí empecé a trabajar, porque había trabajo por todos lados, dejé los estudios. Trabajé de peoneta, de contratista, en varios lados, hasta que me mandaron a llamar de la compañía.”

MEMORIA

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A los peligros propios de la labor minera, se suma lo pequeños que se integraban los jóvenes a la labor. A una edad que hoy pensamos en la adolescencia, estaban comenzado a ganarse el pan. “Empecé a trabajar como ayudante de electricista, para los mandados”, recuerda Exequiel Latín. La forma de integrarlos era a través de contratistas, ya que en las planillas de la mina no podían estar por su edad. “En El Cobre el que no trabajaba era porque era flojo no más”, acota. Y eso, por duro que nos parezca, era una necesidad. Atilio Miranda evoca que “como querían que fuera algo más, me mandaron a estudiar a El Melón. Ahí hice dos años más. Como crecí empecé a trabajar, porque había trabajo por todos lados, dejé los estudios. Trabajé de peoneta, de contratista, en varios lados, hasta que me mandaron a llamar de la compañía.” “En ese tiempo te examinaban aquí en La Calera. Los que salían bien tenían trabajo. Yo todavía no cumplía los veinte años y ya estaba trabajando allá arriba. Fuimos pobres toda la vida, mi papá en ese tiempo araba por ahí los fundos. Ahí ya con el sueldo mío y con el sueldo de mi papá fuimos tirando p’arriba, fuimos pasando una vida mejor, salimos un poco de la pobreza”, narra. Lo que sí, tomar el turno de la mañana daba posibilidades a los trabajadores de seguir con la normalidad de su juventud. Atilio rememora: “A las cinco de la tarde nos estábamos bañando nosotros, nos estábamos apitucando, y partíamos para arriba a ver a las niñas y a conversar con los amigos. Y los de arriba venían a conversar con las niñas del campamento de abajo.” Es que aparte del horario, la compañía se hacía presente de forma integral

Minero. Alfonso Honorato con su lámpara de carburo. Archivo personal Ernestina Fernández.


en la vida. El consumo de los hogares funcionaba, según Miranda, “en pulperías que le descontaban a uno por planilla, también en las Farmacias Chile. La panadería le entregaba pan a todos. La compañía le hacía una cocina con cuatro platos, no había cocina a gas.” Manejar el relave también era parte de las labores. El padre de Exequiel Latín, Ángel, se dedicaba a esas labores, con un riesgo que hoy, con más información, es devastador, pero que parecía otro juego de infancia para Exequiel: “Había dos piscinas. Nos veníamos a bañar aquí, en el agua con relave.” Con unos tubos se drenaba el agua y salía por lo que llamaban una “caleta”, evitando que se rebalsara. “Ahí decantaba la borra y después se pasaba a los pozos profundos, donde decantaba el agua para la empresa. Cuando hacían limpieza tiraban el material, la borra, para los estanques.” Exequiel recuerda que una vez se tapó y llegó el jefe de turno a pedirle a su padre que se sumergiera en el relave a través de un tubo. Él se negó a hacerlo. Su compañero bajó y murió horas después de salir. Tras ello, Ángel decidió retirarse de la empresa y se fue a vivir a El Melón. Rememora también esos peligros Atilio Miranda. “Se hacían cosas muy malas por el tranque del relave. Se hizo un túnel para evacuar agua, cuando tuviera mucha agua, pero no con relave. A los tarderos nos decían: «Saquen losetas cuando venga el estero con agua turbia», las sacábamos no más. No podíamos decir que botábamos relave.”

Distintas vistas del mineral. Campamentos divididos por tipos de labor: Los Mayos, El Morro, El Cobre, El Canelo, Compresoras, El Soldado y Las Guías. Después de la tragedía aparecieron nuevos campamentos. Archivo personal José Olmos ~ Archivo personal familia Pérez Morales ~ Archivo diario El Mercurio 12/4/1965.

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MEMORIA

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Zonas del mineral. Indicaciones de accesos a los piques mineros y campamento de Las Guías. Archivo personal familia Pérez Morales.

Trabajadores de la boca mina. José Aspé, Carlos Urrutia, Gino Herrera y Exequiel Latín. Archivo personal Exequiel Latín.


Mineros en la mina. Al interior de la mina, en el campamento de El Soldado. Archivo personal Exequiel Latín.

Zona de Relave. Octavio Cruz, Pascual Abarca y René Farfán. Trabajadores del tranque. Archivo personal René Farfán.

Trabajo en rieles. Luis Lillo León en mantención de rieles de transporte. Archivo personal Mirtha Salinas.

“Ellos perforaron a pulso, todo era más rudimentario, artesanal. Con lámpara de gas carburo. No existía la seguridad, escasamente el casco. No existían los guantes, las botas.”

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MEMORIA

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Andarivel. Para transporte de concentrado de cobre y traslado de mineros. Archivo personal José Olmos.


“El trabajo del chancado era peligroso, porque la piedra muchas veces saltaba a cualquier parte y podía pegarnos. Algunos compañeros salieron golpeados de ahí.”

Chancadora. Carlos Muñoz en planta de chancado de material. Primera etapa de proceso del mineral. Archivo personal José Olmos.

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Reinas de la primavera 1963. Inés Saavedra, Delia Ovalle, Nana Zúñiga, Amanda Contreras, Eudalia Honorato, Graciela Rojas, Ernestina Fernández. Archivo personal Inés Saavedra.

El carnaval estaba en El Cobre A fin de año se hacían fiestas, campeonatos y coronaciones.

Cuando finalizaban las clases en la escuela, las niñas y los niños comenzaban a preparar lo que sería el “Carnaval de El Cobre” en el campamento. Esta actividad reunía también a las madres que se dedicaban a la confección de los vestuarios. El carnaval tenía fiestas de baile, campeonatos de fútbol, concursos y presentaciones artísticas. Sobre todo, era el sindicato de El Cobre el que organizaba esta actividad, pero era el campamento quien finalmente le daba vida al carnaval. En el pequeño edificio del sindicato se realizaban las fiestas, los encuentros y la elección de la reina y el rey feo. El carnaval duraba toda la semana, donde los juegos eran de cartas, rayuela y también fútbol, pero también era un espacio para la fiesta y la muestra de galas artísticas. Entre juegos, las niñas del campamento junto a sus amigas preparaban la gran fiesta. “Todos los años en la escuela, en el sindicato y en la cancha hacíamos los Carnavales de El Cobre. Ahí todas las niñas del campamento sacaban sus mejores peinados", recuerda Ana Fernández.

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Carnaval cobrino. Gloria Díaz e Iván Enrique. Archivo personal Inés Saavedra.

La instancia tenía su clímax en la celebrada elección de la reina cobrina del año. Prácticamente todas las niñas del campamento participaban entusiastamente. Sus vestidos eran hechos a mano. Todas las amigas, la familia y compañeras estaban pendientes del momento de la elección. En medio de un arco de flores y rodeada de todas las candidatas, se coronaba a la reina. Se le entregaba su banda, la cual tenía inscrita con letras doradas la frase “Reina del Carnaval Cobrino - Sindicato Industrial El Cobre.” Era el sindicato quien se encargaba de conseguir los recursos para dicha actividad. Más allá de la popularidad que podía dar dicho premio, era la felicidad de poder participar en esta actividad la que quedaba más presente en ellas, pues todas participaban, no sólo como candidatas a reina, sino ayudando en el vestuario, la decoración del espacio o las fanfarrias que le entregaban a sus amigas. Todas participaban, todas estaban, nadie faltaba. Todas fueron reinas.


Elección de dama de honor 1962. Ana María Fernández junto a Inés Saavedra. Archivo personal Inés Saavedra.

“Todos los años en la escuela, en el sindicato y en la cancha hacíamos los Carnavales de El Cobre. Ahí todas las niñas del campamento sacaban sus mejores peinados.”

Damas de honor 1962 (página siguiente). Raquel Cabrera, Inés Saavedra, Nana Zúñiga, Gloria Díaz, Amanda Contreras, Ana María Fernández, Regina Fernández, Marta Zúñiga. Archivo personal Inés Saavedra.




MEMORIA

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Los Punto Aparte tocando en el sindicato de El Cobre. Enrique Estay tocando guitarra, Claudio Rubilar cantando y Jaime González en la batería. Archivo personal Claudio Rubilar.


“El sindicato nos ayudó con los instrumentos. Al principio no teníamos la plata para tocar, así que los dirigentes nos ayudaron a conseguir el dinero. Con el tiempo pudimos tener nuestros propios instrumentos.”

Los Punto

Aparte

Las fiestas en El Cobre siempre estuvieron llenas de vida y alegría. Siempre había que bailar y cantar. Uno de los responsables de animar la noche era la banda Los Punto A parte, donde todos sus integrantes eran trabajadores de la mina.

Claudio Rubilar guarda con cuidado las fotos que evidencian su estampa sobre el escenario. Él organizó todo en su mente y su bolsillo. Tener instrumentos eléctricos en los años sesenta era complejo, no sólo por el costo de ellos, sino también por el lugar donde encontrarlos en la provincia. "El sindicato nos ayudó con los instrumentos. Al principio no teníamos la plata para tocar, así que los dirigentes nos ayudaron a conseguir el dinero”, recuerda. Fue el Sindicato Industrial de El Cobre en negociación con la Compañía, el que hizo posible que llegaran los primeros instrumentos eléctricos a El Cobre. Guitarras, bajo, batería y amplificadores para que tocaran. Era el primer pie para que la música comenzara a sonar en el campamento. “Con el tiempo pudimos tener nuestros propios instrumentos", acota Rubilar. Claudio pudo hacer una inversión con sus ahorros que guardó después de largos años en la compañía. Así su banda se podría armar. Los instrumentos ahora eran propios, los que había conseguido el sindicato quedaban ahí y otros los usarían. Compró una guitarra y un amplificador e invitó a su amigo Nano Oyaneder a tocar en su idea musical. Ahí se

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Fiesta en El Cobre. Julia Díaz, Juan Guerrero, Hernán Godoy, Carlos de la Paz, Florito Varas, Juan Osorio, Yari Varas. Archivo personal José Olmos.

MEMORIA

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Arriba, Los Acuarios. Presentación en el Colegio Carmelitas de El Melón. Abajo, Los Punto Aparte. Archivo personal Claudio Rubilar.

entusiasmó mucho más al ver que la guitarra sonaba como él quería. Al tiempo, motivaron a otros compañeros de trabajo y llegaron Juan Oyaneder, Jaime González y Alonso Tapia. En un comienzo se hicieron llamar Los Acuarios, pero después de unos meses decidieron cambiar de etapa y pasarse a llamar Los Punto Aparte. Con su nombre definitivo marcaron una impronta en el campamento y no sólo ahí, sino por toda la exprovincia del Aconcagua, hoy de Quillota. Con muchas invitaciones de los más diversos lugares, llegaron a tocar a quintas de recreo, ramadas, incluso cabarets. Al poco tiempo la banda fue reconocida dentro del círculo musical, participaron en festivales y distintas fiestas en La Calera, Quillota, Nogales, Hijuelas y La Cruz. Los años setenta fueron los mejores momentos de la banda. El ánimo en el campamento tenía la herida viviente después del 28 de marzo, por lo cual el sindicato fomentó aún más el uso de su sede ya en El Melón, como también la organización de las fiestas para fortalecerse y cambiar el tiempo por buenos momentos. Esa era la tarea de Los Punto Aparte, animar la fiesta y subir el ánimo de todas y todos en El Cobre.



“Muchos la siguieron, pero perdían su huella” en la noche de El Cobre. Era la noche de la mujer misteriosa.

MEMORIA

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Fue en el sindicato del campamento donde más se transpiró. Casi todo el campamento se citaba en esos metros cuadrados, rememora Atilio: “El sindicato era para todo, hacer reuniones, esparcimiento, baile, para hacer reinados, todo se hacía en el sindicato.” La gente se divertía, abrazaba y bailaba al ritmo de la canción que sonara. A veces estaban sus vecinos Los Punto Aparte, algunas noches llegaban estrellas famosas de la música de entonces, como la cantante Marisa, de la Nueva Ola, que era de la comuna cercana de La Calera, y la Guadalupe del Carmen, que cantaba rancheras, siendo muy famosa en aquel entonces. Ambas fueron incluso con un circo al campamento. La Nueva Ola estaba sonando mucho en ese tiempo, sobre todo en la juventud, pareciera que el campamento era parte de ese espíritu. Muchas parejas se conocieron en esas noches, muchos romances se consolidaron en las fiestas que se realizaron. Así lo recuerdan algunos de sus sobrevivientes, incluso con una anécdota que quedó clavada en los recuerdos de algunas familias: en una fiesta, apareció una mujer con un vestido blanco, así como una novia. A ella no la conocían, por lo cual muchas personas pensaron que era una familiar lejana de los asistentes.

Las noches

de El Cobre


Fiestas en el sindicato. Encuentros, celebraciones, recitales. Archivo personal Maribel Tapia ~ Archivo personal Inés Saavedra ~ Archivo personal Ernestina Fernández.

Los hombres se veían deslumbrados por su belleza. La mujer bailaba, pero no aceptaba hacerlo con otras personas. En un momento, ella, al salir del sindicato, caminó rumbo hacia donde estaba el campamento, sin que nadie la pudiera alcanzar. Ana María Fernández también recuerda a esa mujer fantasma en los relatos de los asistentes a esas noches: “Muchos la siguieron, pero perdían su huella” en la noche de El Cobre. Era la noche de la mujer misteriosa. Checho Olmos era un activo participante, porque “se las daba de DJ”, según comenta su hermana Leonor, que recuerda hasta haber visto circos tan pobres que anunciaban a viva voz sus números, protagonizados por “niñas con la cara sucia.” Había otros lugares para las noches, para las personas a las que les gustaba beber y apostar. Era el negocio de Nicanor Ramos, donde se vendía, según Atilio “de chancaca p’arriba. Mercadería, vino, mortadela, pólvora, de lo que usted buscara tenía ese viejito. Había apuestas de vino por juegos, antes todos los viejos eran buenos pa’ tomar vino. Y esos viejitos de la leña les vendía la caña él allá, estaba lleno de caballos y burros amarrados, después que descargaban en el campamento iban a penquearse. Atrás tenía una pista grande, encementada, y contrataba orquestas los 18 de septiembre. La juventud se amontonaba jugando pools, billares, de todo.” Jóvenes en el sindicato. Jaime Contreras y René Farfán. Archivo personal Inés Saavedra.

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Veta del Agua. Familia Olmos Ramos y Bórquez en las pozas. Archivo personal José Olmos.

El agua de las quebradas

Los entornos de los campamentos estaban llenos de vida; a pesar de la explotación minera, se mantenían íntegros. Si bien en aquel tiempo había grandes faenas, no estaban al nivel que conocemos actualmente. Por eso las familias iban muchas veces de paseo a esos lugares.

MEMORIA

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La naturaleza rodeaba esta vida de los campamentos. “Cerrábamos el terreno que quisiéramos, plantábamos duraznos. Cuando hacía calor en la noche armaba una cama debajo de los duraznos y dormía”, afirma Atilio. Una de las tradiciones de las familias del mineral era ir de paseo a las quebradas cercanas que bajaban de la cordillera, como La Quebrada del Gallo o la Veta del Agua. En esos lugares se generaban pozas naturales y sólo con caminar, escuchar y sentir la humedad de ese lugar hacía que esas familias se transportaran a una sensación “selvática”, como recuerda Checho Olmos. El follaje era tupido, la luz del sol penetraba en sus rincones

y el color del lugar se volvía único. Así crecieron muchos niños y niñas, llenos de naturaleza y aire puro en sus pulmones, a pesar de la explotación minera. Había una amplia variedad de flora y fauna endémicas. Muy abundantes, ya que no estaban explotadas y las laderas sombreadas iban desarrollando matorrales y arbustos extendidos en todos sus faldeos. Ahí la flora y sus frutos, como de los colihues, los maquis, los peumos, el boldo y la variedad de alimentos naturales estaban a disposición y todas las personas aprovechaban ese recurso. Cuando llegaba el verano, sin duda bañarse en las pozas que se formaban en los esteros era el refresco. “Con mis hermanos y hermanas íbamos al estero a bañarnos todas las tardes", recuerda Atilio Miranda, mientras que Juanita Olmos rememora “una poza hermosa, heladísima, más abajo de la Veta del Agua.



Cordillera de El Melón. Paseo de la escuela junto al profesor Gustavo Falk. Archivo personal Gustavo Falk.

Estaba por la orilla del cerro, en una piedra enorme, una pocita chica, pero tú veías todo abajo. Era nuestro balneario. Allá cantaba mi hermano mientras íbamos de paseo. Nosotros nos veníamos en [arriba de] la leña. Una hora, hora y media nos demorábamos de vuelta, dependía de la carga. Nos quedábamos dormidos. Llegábamos tarde, íbamos muertos de sueño, pero lo pasábamos demasiado bien. Los más grandes iban en la parte de atrás de un carretón. Dibujando con un palito en la tierra, arrastrando las patitas”. Muchas veces estaban todo el día tirándose piqueros, incluso pescando para cocinar para el almuerzo y para aprovisionar sus casas. Otras veces incluso acampaban cerca de esas quebradas, pasando largos días de tranquilidad y


juego, especialmente para niñas y niños. Todos disfrutaban. Las madres descansaban de su trabajo doméstico, los padres dormían grandes siestas después de arduos trabajos dentro de la mina o la planta. Sin duda, era un lugar mágico, donde sentían que todo lo que tenían ahí era gracias a una divinidad que recordó el campamento minero de la Cordillera de El Melón. No hay familia que no haya estado en alguna de estas pozas o quebradas: como muchas personas no podían viajar muy lejos al carecer de movilización y recursos, iban a estos lugares. Por otra parte, también estos paseos eran el momento ideal para ver de cerca animales silvestres, como las culebras, chinchillas, zorros y hasta pumas. También una gran variedad de aves como las garzas, los aguiluchos, los peucos, entre otras aves. Así podían conocer y aprender en terreno de sus características y costumbres.

“Los más grandes iban en la parte de atrás de un carretón. Dibujando con un palito en la tierra, arrastrando las patitas.”

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¡chut


téala!



Du M' Zaita contra Barnechea en la cancha El Cobre. De pie: Víctor Honorato, Atilio Miranda, Claudio Rubilar, Miguel Apablaza, Oscar Fuentes, Julio De la Paz. Agachados: René Farfán, Luis Cruz, Hernán Apablaza, Manuel Rubilar, Mario Fernández. Archivo personal Claudio Rubilar.

El Zaita

El equipo que representaba a El Cobre. Todas las personas se encontraban en la cancha. Cuando el partido termina contra los rivales, el compañerismo minero sigue en pie. Desde los inicios del campamento minero, fue el fútbol una de las mayores actividades de esparcimiento por parte de los trabajadores del mineral. Como todos los juegos, era en serio; Atilio Miranda recuerda que “en algunas empresas no te recibían si no eras bueno para la pelota.” También evoca con cariño las dos canchas que había: “La de la escuela y la de la compañía, se jugaba mucho fútbol. Nosotros nos dividíamos cuando le jugábamos a los campamentos de abajo y de arriba.” Era ahí en la cancha donde se botaba toda la explotación. Ahí cada persona era igual a la otra. Recordados son los partidos entre administrativos y obreros. Los torneos que se realizaban eran campeonatos largos, incluso se realizaban Olimpiadas de toda la compañía con otras faenas en otras provincias, como Chagres y Los Bronces. Atilio Miranda, activo jugador, evoca también salidas “a jugar a Cerro Negro y a Valle Hermoso.” En aquellos tiempos se jugaba con una pelota de cuero que era demasiado pesada. Los exjugadores recuerdan los pelotazos que tuvieron que recibir; sobre todo, así lo recuerda René Farfán, titular del Zaita: “En esos partidos uno quedaba marcado por todo el cuerpo.” Algunos jugadores debían usar una especie de casco de género en cabeza, porque al cabecearla el golpe era fuertísimo, donde incluso algunos quedaban aturdidos cuando el balón venía rápido.

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La camiseta del club tenía leves variaciones en sus colores. Estaba hecha de raso, con tres versiones en sus matices: rojo, azul y blanco. En ella tenían bordado el escudo, que era azul y decía “CD Zaita”, las dos primeras letras con la abreviatura de “club deportivo.” Toda la indumentaria y el equipamiento necesarios los entregaba la compañía a todos los jugadores del mineral, así que siempre contaban con equipo para ir a jugar a los otros campamentos. Cuando iban a jugar a la cancha de Los Mayos, que quedaba literalmente en la punta del cerro, si había un pelotazo largo que salía hacia afuera, normalmente era pelota perdida porque caía muchísimos metros más abajo. Así que los partidos siempre tenían esa cuota de incertidumbre sobre si se podría seguir, porque llegaba un punto en que ya no quedaban pelotas para seguir jugando.

“Tenía terror cuando venía la pelota, pero me tiraba a todo dar.” El Zaita no sólo era un equipo de trabajadores y adultos. También fueron los niños los que se formaron en su cancha. Siempre fue el señor Rolando Tapia quien los entrenó, al igual que a la selección adulta y femenina. Atilio Miranda recuerda los métodos de entrenamiento: "El entrenador Picunicú [el apodo de Tapia] nos hacía correr cerro arriba, tirarle pelotazos al relave y saltar los neumáticos de los camiones. Así logramos aguantar la cancha de tierra."


Club Du M' Zaita. Celebrando el campeonato. Algunos de ellos: René Farfán, Leonel Aguirre, José Olmos, Aroldo Muñoz, Washington Oyanedel, Francisco y Juan Apablaza, Carlos Muñoz, Delfio Arcaya, Manuel Rubilar, Sergio Tapia, Luis Elgueta, Daniel Bórquez, Carlos Cruz, Julio Romero. Archivo personal Manuel Rubilar.

Adelantándose al tiempo, las mujeres también participaban de este deporte. Juanita Olmos recuerda su equipo: “Hicimos un equipo de CD Zaita, teníamos trece o catorce años, estaba yo, la Julita Díaz, la Teresa Cruz, la Rosa Apablaza, la Otilia, mi hermana, la Pascuala.” A ellas les llegó la invitación por escrito para debutar: “El equipo de fútbol femenino de las Cabritas invita cordialmente a participar en encuentro de fútbol en el estadio Las Cabritas.” En un camión fue su equipo, evoca Juanita. “Nos llevaban como animalitos cuando fuimos a jugar contra el equipo de Las Cabritas.” El

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Viejos Tercios. René Farfán y Atilio Miranda en el estadio Disputada de Las Condes, Nogales. Archivo personal Claudio Rubilar.

resultado no importaba frente a la experiencia: “No me acuerdo quién ganó, pero comíamos pan con chancho, tomábamos bebida y hacíamos mucha conversación en el equipo.” Juanita era arquera: “Tenía terror cuando venía la pelota, pero me tiraba a todo dar.” Del Zaita salieron jugadores al profesionalismo, como la familia Farfán, que han sido tres generaciones las que han jugado en distintos equipos nacionales. Una vez que el campamento bajó a la Villa Disputada, siguió jugando en la liga de viejos tercios hasta el día de hoy.

“En esos partidos uno quedaba marcado por todo el cuerpo.” Algunos jugadores debían usar una especie de casco de género en cabeza, porque al cabecearla el golpe era fuertísimo, donde incluso algunos quedaban aturdidos cuando el balón venía muy rápido.

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Niños del Zaita. De pie: DT Rolando Tapia, José Silva, Juan Oyanedel, Manuel Ahumada, Ismael Ramírez, Luis Apablaza, Víctor Hugo Cabrera. Agachados: Eduardo Apablaza, Patricio Villegas, Eduardo Díaz, Sergio Zúñiga, Mario Rojas. Archivo personal Claudio Rubilar.



Cazadores de El Cobre

El club funcionó por muchos años, más de veinticinco, saliendo padres e hijos a los cerros del mineral. En plena cordillera de El Melón se quedaban acampar los fines de semana o apenas podían.


“Cuando íbamos a cazar, nos íbamos todo el día de viaje. Llevábamos a nuestros hijos, eran lugares muy lindos que había alrededor de El Cobre. Pasábamos muchos momentos hermosos en esos viajes.”

Club de Pesca y Caza. Checho Olmos en los cerros cazando junto a su familia ~ Carnet de socio del señor José Vásquez ~ De viaje al El Garretón. Archivo personal José Olmos ~ Archivo personal Marta Venegas.

En la actualidad, las actividades referidas a la caza tienen una connotación negativa, en el sentido del cuidado y derechos de los animales. Pero en aquella época la relación entre las personas y los animales o bestias, como muchos los llamaban, era distinta. La caza iba más allá del ocio, era una fuente de alimentación para muchas familias. Eran, sobre todo, liebres las que estaban en la mira de la escopeta, pero también algunas aves como tencas, zorzales y peucos. También en los entornos del campamento podían pescar truchas en los esteros, así como pejerreyes que corrían por las aguas que bajaban de las quebradas. Club junto a perros. Los canes eran compañeros de caza. Archivo personal Patricio Silva.

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Un aspecto importante de estas actividades era la amistad que se daba en sus miembros, dado que realizaban viajes largos, algunas veces pasaban la noche acampando. Así lo recuerda René Farfán, uno de los fundadores del Club de Pesca y Caza: “Cuando íbamos a cazar nos íbamos por todo el día de viaje. Llevábamos a nuestros hijos, eran lugares muy lindos que había alrededor de El Cobre. Pasábamos muchos momentos hermosos en esos viajes.” Se desarrollaban costumbres y vínculos arraigados al deporte y esparcimiento. Aunque no todos los animales eran para la caza. Otros tenían la misión fundamental de ser los vehículos del calor del hogar. Así rememora Atilio: “Criábamos burros. Íbamos a buscar leña, una carga de leña para nosotros y otra la vendíamos. Había viejos que tenían burros y vivían vendiendo leña.”

MEMORIA

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Cazadores de El Cobre. Alonso Tapia y Leonel Aguirre en la cordillera. Archivo personal José Olmos.


Animales. En las zonas cordilleranas se pastoreaban rebaños de ganado. Archivo personal José Olmos.

De pesca en los cauces. Checho Olmos Ramos pescando en los altos cordilleranos. Archivo personal José Olmos.

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domingo 28 de marzo 12:33 horas



herida


¡corr


ran!





Relave esparcido (página anterior). Minutos bastaron para que El Cobre desapareciera. Archivo personal Waldo Lillo. Caminando sobre el relave. Manuel Moraga, Andrés Zelada, Helana Silva y María Silva junto a dos mujeres caminando días después. Archivo personal Patricio Silva.

Quizás nunca sabremos cuántos

murieron

Fragmento de un discurso de homenaje de Salvador Allende en el congreso nacional el 31 de marzo 1965.

Alfredo Salinas, Nicanor Ramos Tapia; los hermanos Raúl, Elba, Magdalena y Bernardina Ramos Allende; Adán Galleguillos; Marcos Ramos; los hermanos Nicanor Segundo, Sara, Estrella y Marta Ramos; Celinda Castro; los hermanos Serafín, Rosa, Oscar, Daniel y Rudecindo Olmos Ramos; Belarmino Oyanedel, Berta Vásquez; los hermanos América, Catalina, Teresa y Adriana Oyanedel Vásquez; Francisco Krepper y esposa; Amelio y Roberto Copinna; Juan Herrera Lazcano, Inés Tapia, Hortensia Herrera Tapia, Sergio Herrera Tapia, Carlos Arancibia Cáceres (director de la Escuela Nº 52, El Cobre); Carlos Arancibia Rojas, Delia y Carmen Arancibia Rojas, Benito Tapia, Nino Elgueta Lazcano, Tomás Salinas, Filiberto Díaz Rojas, Daniel Apablaza, Samuel Fernández, Eliana Fernández. Los hermanos Carlos, Inés y Corina de la Paz; Dina de Vargas, Miguel y Juan Vargas; los hermanos Alfonso, Víctor, Iván y María Honorato Pinto; Gladys Honorato Fernández, Eulalia de Honorato, Gladys Fer-

nández Campos, Elena Honorato Fernández, Enriqueta Veloso Vera, Hernán Covarrubias Vera, Olga Hidalgo, Julio de la Paz Hidalgo, Estabina de Hidalgo, Sara Vásquez, José Oyanedel Vásquez, Leonor Oyanedel Vásquez; Hernán, Belisario y Rebeca Aguilera Díaz; los hermanos José, Rolando, Norma, Rosa, Mario y Juana de la Paz; Sonia Zúñiga, Rosa Guerrero, Samuel Arancibia y dos hijos; Freddy Arancibia y sus hermanos Egla Melania, Tito y Octavio, además de un hijo no identificado; Elsa Arancibia, Nora Muñoz Figueroa, Sergio Urqueta, Nelson Urqueta, Adriana González de Tapia; Bernardo, Gastón, Angélica y Rolando Tapia González; Ninfa y Celia Rojas Tapia. Los hermanos Orlando, Segundo, Ana y Elizabeth Arancibia Rojas; Ana Ibacache. Pedro Estay, María Salazar Oyanedel, Luis Salazar, Brígida Astudillo, Mario y Juan Salazar, Rosa Maroni Salazar, Aurora Alvarado, Julia Pérez Alvarado; Juan, Enrique, Hernán, Carlos, Isaida Pérez Alvarado; Hernán Vilches, Luis Santana,

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Funerales. El Cobre frente a los ataúdes con los restos de las víctimas que murieron bajo la avalancha de barro. Archivo diario El Mercurio 1/4/1965.

HERIDA

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Sótero Domínguez y sus hermanos Margarita, Enrique y Eliana; Rodelia Castro y tres hijos no identificados de Sótero Domínguez y Rodelia Castro. Los hermanos Ema, Rafael, Ramón y Lupercia Silva. José Lucero, Clemira Tapia, Manuel Lucero Tapia; los hermanos Carmen, José Manuel, Jorge, Javier, Carlos y Miriam Tapia; Lucy de Tapia; Rafael Silva, Ramona de Silva; los hermanos Ema, Rafael, Ramón Silva; Lupercia Silva, Carlos Barría, Clara de Barría, José Barría, Adolfo Barría, Vitalia Barría, Maggi Barría, Rozana Barría, Marianela Barría, José Guerrero, Josefina de Guerrero, Pedro Guerrero, Maritza Guerrero, Rosa Tapia, Sara Oyanedel Tapia; Eulalia Honorato Avila, Santiago Rodríguez, Ester de Rodríguez, Eduardo Garrido, Ricardo Estay, Jorge Estay, Ana Zavala, Patricia Estay, Ricardo Segundo Estay, Hermógenes Hidalgo, Hilario Guerra, Mario Mena, Oscar Valencia (regidor de la Municipalidad de Nogales); Óscar Segundo Valencia, Elena Álvarez de Valencia, Rosa Valencia, Vladimir Valencia; Víctor Vásquez, Fabiola Vásquez, Victoria Vásquez, Julia Oyanedel de Vásquez, Madam Vásquez, Rosa Vásquez, Victorino Vásquez y un hijo cuyo nombre se ignora. Estanislao Miranda, Berta Ibaceta de Miranda, Inés Rosa Miranda Ibaceta, Eduardo Miranda Ibaceta, Luis Aranda y esposa; Francisco Muñoz, Ester Muñoz, Alexis Muñoz, Marta de Osorio e hijo, Eliana de Villagra, Juan Villagra, Julia Villagra, Jorge Villagra, Juan Ramos; siete personas no identificadas, en tránsito de visita en el mineral. Zoila Rosa Torres, Diego Antonio Ávila Honorato, Rosario Oyanedel, Erna Quiroz, María Luisa Tapia, y una hija y un nieto no identificados.




Dolor estoico. "Las madres, junto a las rústicas urnas que contenían los restos de sus hijos, miran hacia el cielo como pidiendo una explicación." Archivo diario La Segunda de Las Últimas Noticias 1/4/1965.

La espera. "Algunos sobrevivientes de la catástrofe de El Cobre, rodeados de parientes, esperan. Ni ellos mismos saben qué." Archivo diario La Segunda de Las Últimas Noticias 29/3/1965.


Ezequiel y Beatriz Carroza:

Una familia en la búsqueda

Dos hermanos recuerdan cómo vivieron los días posteriores al 28 de marzo.

HERIDA

El día del terremoto yo estaba en Valparaíso. Yo siempre fui malo para el inglés, pésimo. Entonces quedé en la Escuela Normal con el ramo de inglés, me estaban ayudando para sacarlo, pero esa misma tarde yo me vine a El Melón. En la Radio Portales dicen la lista de desaparecidos. Marcos Ramos es el primero que nombran; nos desmayamos, era el nombre de mi sobrino. Era complejo llegar hasta El Melón, y yo venía en el tren, ahí venía con un compañero que se llamaba Gustavo Falk, que estaba en sexto de la Normal y se bajó en Quillota. Yo no tenía cómo llegar a El Melón y él me llevó a la casa de una profesora que había sido profesora allí, Uda Aracena. La hermana de ella nos dio alojamiento, esa noche me quedé en Quillota y yo de

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1.- Las palabras de Beatriz corresponden a las cursivas.

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ahí partí para El Cobre, me encontré con unas personas de Quillota, de Simón Álamos, que preguntaba por un cabro de quince años y que no sé cómo se llamaban. Como todas las cosas, decían: “Te van a pedir el carné, no te van a dejar pasar.” Nos metimos no más. Yo no estaba inscrito con una comitiva, con alguien, sino que todos trabajábamos. Fue muy impresionante para mí. Nosotros, cuando íbamos a El Cobre, íbamos a mirar y subíamos adonde estaba el tranque del relave, ahí había dos botes y se veía un agua muy limpia, y después nos veníamos, porque estaba muy cerca de la familia Ramos. Ese domingo, cuando yo llegué ahí a El Cobre, yo creo que me faltó morirme de la impresión, empecé a pensar en esa gente, yo creo que ahí murieron seiscientas personas.


Yo vi, sin mentir, más de trescientos muertos, y todos los muertos estaban con la impresión de los ojos abiertos y la cara de terror… Me puse nervioso… Vi un niño, estaba tomado de las piernas, el hombre que lo tomó pensó que las piernas eran la cara, él para abajo y el hombre para arriba. Ese niño tenía como catorce o quince años. Yo gritaba: “Aquí hay un joven de Simón Álamos", porque todos hablaban, todos decían algo. Después me impresionó una mujer que estaba embarazada, que estaba paseando una guagua, y que tenía clavados los fierros del coche, los tenía enterrados en el vientre. Vi tantas cosas. Ahí vi el perro que traían de Alemania, no sé de dónde, ese perro estaba vuelto loco, porque no hay ningún ser más hediondo que nosotros, no hay, no hay. Yo recorrí para arriba y para abajo, salieron unos muertos acá y allá, y el perro corría, en ese instante me encontré una botella de colonia de espino,

“Yo creo que me faltó morirme de la impresión, empecé a pensar en esa gente, yo creo que ahí murieron seiscientas personas.”

que es lo más desagradable que había en ese tiempo, pero era tanto que lo remojé en el pañuelo y me lo puse en la nariz y boca, ya no lo soportaba. Y había un hombre que decía: “Aquí está mi esposa, aquí está mi esposa.” No había nada, estaba todo parejo. Ese hombre estuvo cuatro días: “Aquí está mi esposa”, y de repente apareció la señora con cinco niños abrazados en un hoyo, estaba ahí. Yo miré y me dio una cuestión, rrrrrr, y me desmayé, y no recuerdo nada más, después de estar seis días aquí. Después vine al hospital de La Calera, porque allá buscan a los muertos los familiares, y no había nada. En La Calera era un mosquerío que no se entendía, miles de miles de moscas, entró una persona con una bomba y que no dejó ninguna mosca. Yo creo que vi más de doscientos muertos allí. Los milicos que andaban a las doce paraban, se llevaban los camiones para Quillota, yo creo que iban a almorzar. La gente de La Disputada de Las Condes, esas sí que tenían camiones, bulldozers, y los bulldozers que pasaban para acá y para allá y dejaban más plano de lo que estaba. Yo vi todo plano, no quedó nada, lo

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“Mi hermana, le tenía puesta a Marcos la mesa hasta hace poco esperando a que llegara.”

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único que quedó fueron unas bolsas de las tías de mis sobrinos, estaban esperando que el padre se muriera para ellas casarse, y yo como era intruso y preguntón: “¿Esto para que los tienen?” Eran señoritas: “Los tenemos para nuestros maridos que van a tener todo listo, van a llegar a casarse con nosotras, con todo listo.” Había casas muy lindas, con todos los adelantos, pianos, muchas cosas llegaban para El Cobre. Magdalena Ramos venía a cantar a la radio Chacabuco de Quillota, de vuelta, quedaba toda empolvada la gente, buses que se desarmaban, hasta en el techo llevaban a la gente, los caminos eran peligrosos. El hijo de mi hermana Hortensia, Marcos Ramos Arredondo, nunca apareció, yo lo busqué hasta el final. Tuve un sueño con él. Me dijo: “Búscame ahí donde caía el estero para abajo, ahí estoy sepultado.” No me dejaron entrar. Anduvimos recorriendo por donde pasó el relave. A mi tía Magdalena se la estaban comiendo los buitres, los pájaros. Eran dieciocho personas, a las otras nunca las pude encontrar.

Viene el estruendo del relave, ahí los regidores estaban en el puente de El Melón. La gente venía viva, se hacía un remolino y chocaban en los pilares del puente y ahí morían. Vi caballos, cocinas, fue una experiencia horrorosa, nosotros íbamos a cruzar y nos dijeron que no. Casas enteras con gente que pedía auxilio, auxilio y no podíamos hacer nada y la traía el relave. Nos tirábamos el pelo, nos rasguñábamos porque no podíamos sacar a la gente, una mujer con los niños en la ventana gritaba: “Sálvenme, sálvenme” y se perdió. Primera vez que lloraba tanto. Esta experiencia no la viví yo, me la contó mi hermano mayor, que no está en este mundo: antes de llegar a El Cobre uno cruzaba para cortar camino un sendero, y mi hermano fue hasta la cancha de Mayo a buscar gente. En este sendero andaba con un amigo que decía: “Aquí está muerta mi mamá, ¿por qué no la buscamos?” Y la empezaron a buscar. Apareció en Mayo, y estaba vestida entera porque resulta que el relave explotó; hizo esto: fuuuuu. Las primeras personas, las de adelante, las tapó a lo seco y a las de atrás las arrastrastraron el agua y el barro.


Y lo otro terrible, toda la piel de nuestro cuerpo este relave la recogía, se empezaba a enrollar, se iba enrollando para arriba. Era horrendo. Lo más impresionante eran los ojos abiertos y la expresión de terror, era horroroso verlo. Yo vi tantas cosas, comenzamos a recorrer el estero hasta El Melón, hasta la cancha de Mayo. Yo creo que fue hasta el 2 de abril. Ahí me desmayé y quedé loqueado. Lo más impresionante: “Aquí está mi mujer y mis hijos”; yo no me puedo imaginar cómo ese hombre ubicaba a su mujer y sus hijos. Y ahí aparecieron. Este hombre cómo tendría esta visión de saber que ahí la podía encontrar a ella con sus hijos. Marcos Ramos Arredondo era mi sobrino, rubio de ojos azules, más o menos de mi estatura, más alto que mí, que tenía muchas pero muchas ilusiones, era un cabro que tenía diecisiete años. A la mamá le decía: “Mi mamita, la mamita, la mamita.” Él y yo lo único que queríamos vender todo para ayudar. Más encima que ese año antes llovió tanto tanto que a mi hermana se le cayó la casa que tenía de quincha con barro, porque así se hacían entonces.

Tenían la ilusión de mejorar la situación de la familia. A las mujeres las dejaron en Melón y los hombres tenían que ayudar con chuzos y palas. Busqué mucho, mucho y aquí le voy a hacer una acotación que no sé si va a colocar; yo ahora no soy católico ni evangélico, ahora creo en Cristo. Mi abuela trabajó más de cien años, mi abuela partera, me habló en sueños: “Dile a tu hermana que yo tengo a Marcos acá conmigo”, espiritualmente me refiero, era un cabro tan bonito, atlético. Cuando me vaya de este mundo lo único que quiero es encontrarme con él. A mí lo que me habría gustado es que se le pagara a la gente, que recibieran casas, que hubieran hecho justicia. Yo estoy hablando de lo que me cuenta la suegra de mi sobrina, que estuvieron viviendo dos años en un potrero, que no recibieron nada. Aquí en Chile lo único que se hace es que se explotan las cosas. Se llevan todo, de aquí se han robado todo. Mi hermano murió con silicosis y escondieron los informes. De las cosas más graves es la minería, porque no le reconoce al trabajador lo que pasa. 91


Apoyo a damnificados. Muchas personas cayeron de rodillas frente al obispo Emilio Tapia a su llegada a El Cobre. Archivo diario La Tercera de La Hora 31/3/1965.

lados.

Ya el tranque se ve de la cuesta de todos

Mi hermano iba arriba y abajo, todos los días. Llegaba a las siete u ocho de la tarde, iban los vecinos nuestros y llegaban con las manos vacías todos rasguñados por no tener éxito. Mi hermana le tenía puesta a Marcos la mesa hasta hace poco esperando a que llegara. Mi hermana tenía treinta años y a los dos días se llenó de canas y se envejeció. El relave es un icono del desastre de la destrucción de la familia, del pueblo, fue la destrucción de El Melón, de Las Palmas. Ya de ahí no hay agua para el riego, El Melón empieza a descender.

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“Cuando me vaya de este mundo lo único que quiero es encontrarme con él.”


El lunes 29 de marzo de 1965, en el diario Clarín: Ni siquiera podían recordar sus nombres completos. Uno de ellos dijo a los reporteros que su esposa y sus cinco hijos habían desaparecido bajo el lodo. Con la vista fija adelante, el hombre hablaba lentamente, como forzándose por no creer lo que había visto. “Yo los vi… desaparecieron todos… no pude hacer nada… yo los vi… yo los vi.” ¿Cómo se llama Ud.?, se le preguntó. El hombre, sin responder, seguía con la vista fija en el vacío, repitiendo: “Yo los vi, yo los vi.” Otra de las crónicas de la tragedia fue editada en la revista Claridad, de la Federación de Estudiantes de Chile. La FECH participó de las tareas de búsqueda y rescate, así su revista lo relataba en la edición publicada el 6 de mayo: A las 12 horas 33 minutos y 37 segundos del domingo 28 de marzo un nuevo movimiento sísmico sacudió toda la región central de nuestro país. Pueblos enteros cayeron destruidos. En El Cobre, el terremoto rompió las murallas de contención de un tranque de relave sepultando a la población de esa localidad. Se calcula que fueron alrededor de cuatrocientas personas las que allí perdieron la vida. También en Valparaíso murieron 4 personas; en Viña 1; Cerro La Campana 4; Colina 1;

Quillota 3; Santiago 11; San Antonio 1; La Ligua 1; Los Andes 1; Limache 1, y Quilpué 2. Son las vidas que se lleva el cataclismo. Por otra parte los destrozos materiales fueron cuantiosos, y en las provincias de Aconcagua y Valparaíso miles de casas quedaron destruidas. Se imponía una acción rápida, y los diferentes sectores de la ciudadanía acudieron con la mayor celeridad posible en ayuda de los damnificados; como los universitarios no podían quedar atrás, así fue como cumplieron. Con 33 vehículos repletos de ropa y víveres y 44 mil escudos, respondieron los universitarios ante la emergencia provocada por el sismo del 28 de marzo(...) (...)Para Berger no sólo el asunto de las poblaciones CORVI era inmoralidad sino que también el desastre de El Cobre. Al respecto declaró: "el año 1952, producto de un fuerte temporal de viento, se agrietó la pared de contención del tranque de relave de El Cobre y en esa oportunidad una persona perdió la vida.” Desde ese año el sindicato minero de El Cobre pidió que la población fuera trasladada a un lugar seguro. A pesar de esto, las autoridades de seguridad industrial y los dueños del mineral no tomaron las medidas del caso. Esto constituye un crimen, hecho que la Federación de Estudiantes de Chile debe condenar públicamente. 93


Etireo Muñoz:

Un carabinero en la tragedia El relato de un joven policía que viajó de santiago a colaborar con las labores de identificación de los cuerpos.

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Yo era alumno regular de la Escuela de Carabineros, de la Escuela de Suboficiales en Santiago. Estaba franco, era domingo. Había almorzado recién cuando comenzó el temblor. Entonces, como buen carabinero que estaba comenzado, tomé mi equipo con las instrucciones que teníamos, y partí de inmediato a presentarme en la escuela. Y los primeros cincuenta que llegamos, en bus de inmediato al norte por lo que había pasado. Nos llevaron a La Calera, y de ahí nos llevaron a la mina de El Cobre, así se llamaba, ahí cerca estaba la mina El Soldado, pero en El Cobre fue que ocurrió la tragedia. Yo nací el treinta y cinco, al sesenta y cinco tenía treinta años.

Yo ya estaba más o menos fogueado, como soy sureño, ya había pasado el terremoto del 60 en Chiloé, también en Carabineros. En Aysén, en otra desgracia, también presté servicios, cayó un avión ahí en Cerro Pérez, murieron todos. Después me fui a Santiago a estudiar y me tocó lo del 65. Me quedé el primer día custodiando El Cobre para arriba, ahí me topé con el finado presidente Salvador Allende. “¿No conoce quién soy?”, me preguntó. Yo no sabía. “Soy el senador Salvador Allende”, se presentó. “Tenga la bondad, pase”, porque las autoridades podían pasar. Ahí lo conocí personalmente, no teníamos nada que ver con el color político, fui carabinero para todos


Búsqueda. Carabineros de distintos lugares del país llegaron a apoyar. Aquí, trasladando cuerpos en camillas improvisadas. Archivo revista Flash abril 1965.

los presidentes, a todos les merecíamos el respeto, los cuidábamos a todos. Pero la misión mía fue, a la entrada de la mina El Cobre, de la caletera que va por dentro, improvisar una morgue para los cadáveres que iban saliendo. Yo era ya cabo primero, tenía mi experiencia, así que me pusieron con cuatro o cinco carabineros nuevos a cargo de la morgue. Trabajábamos con un Investigaciones y un parroquiano viejito, el presidente de la Junta de Vecinos de El Cobre, que estaba en una reunión en La Calera, por eso se salvó, porque ahí murió toda la población, alrededor de cuatrocientas y tantas personas, cuatrocientas ochenta. Ese personaje de la Junta de Vecinos nos acompañaba en la morgue que improvisamos en la pampa, él nos ayudaba a identificar los cadáveres, él los conocía a todos. Yo lo llamaba y le decía: “¿Quién es este?”, y él decía: “Esta es la Juanita”, “Este es fulano.” Fue harto dura la situación, porque teníamos que armar cadáveres, porque la mayoría de los cuerpos llegaban hechos pedazos, mutilados. Es que el estanque del relave, no lo conocí yo donde estaba, pero estaba en altura, un tranque le llamaban, y con el terremoto se abrió la


Búsqueda. Carabineros buscan bajo los escombros de los hogares destruidos por el relave. Archivo revista Flash abril 1965.

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tierra y el relave se largó para abajo y entonces pasó a llevar la población, que estaba en un bajo. Barrió con toda la población. El campamento quedó en puros escombros, todo hecho pedazos, flotaban las puertas, roperos, muchas casas, todo roto. No podía haber máquinas, excavadoras, bulldozer, no había forma. No había dónde buscar, no había nada, se derrumbó hacia abajo la población, en los bordes quedó puro pantano. Dos o tres kilómetros bajó el relave. Vimos dos días un burro encima del relave, se le veía el lomo y las orejas, pero quién podía meterse a sacarlo; se murió. Nosotros improvisamos con una puerta de ropero terciada y eso utilizábamos de camilla para transportar los cadáveres, nos ingeniábamos con lo que había. No se puede olvidar uno. Vi mucha desgracia, la parte humana se toca muy a fondo. Yo estuve trabajando como siete días, acampando. Dormíamos en La Calera, en la Comisaría en la noche un rato, y nos devolvíamos en la mañana otra vez a la faena. Trabajábamos todo el día, en el verano, un calor terrible, muy duro fue.

Cuando llegaba la hora de comida nos llevaban una colación de La Calera, un fondo que era siempre carne estofada. La carne media morada así, era media parecida a los cadáveres, era lo mismo. Al principio uno se atragantaba, pero a los tres días uno ya se acostumbra. Y para la sed había un chorrillo de agua que corría y había muchas ramas de quillay. A nuestro casco le echábamos agua y con la cortapluma pelábamos quillay y quedaba como una bebida. Como carabinero uno tiene que adaptarse, ser firme no más. Tuve muchas anécdotas con colegas que eran cabritos, que eran nuevos, con un año o dos de servicio, que trabajaron conmigo, y se desmayaron dos. El oficial estaba cerca, yo le decía: “Pido que me cambien este carabinero, porque no resiste este trabajo” y me mandaban otro. Pero nadie se arrepentía de ser carabinero allí, uno les daba consejos, les daba ánimos. El espectáculo era más todavía, porque por ejemplo había que pegarle un brazo a cuerpos que venían de otro lado. Muchas veces podríamos habernos equivocado y pegar partes de otras personas, y había uno o dos funcionarios de Investigaciones, pero ha-


bía cadáveres que no podían identificarse porque estaban hechos pedazos. No se identificaron a todos, pasaron por mis manos por lo menos cuarenta y ocho cadáveres más o menos. Donde estábamos nosotros no había olor por el calor, porque llegaban los cuerpos húmedos y durante el día los llevaban a La Calera. En La Calera se improvisó en el gimnasio una morgue, y ahí acarreaban los cadáveres. Trabajábamos de sol a sol entregando cadáveres. Y había un furgón de estos utilitarios, que cabían doce o catorce cadáveres. Nos pilló la noche y no terminábamos de cargar, así que dije: “Ya,


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hagamos doble corrida, uno sobre otro, y así hacemos más.” Y ahí era ¿quién entra a acomodar los cadáveres? Para que avanzáramos más. Dije: “Yo voy”, me subí al furgón. Usábamos unas botas grandes con suela de goma, resbalosa, así que yo tomaba por bajo los brazos los cadáveres y los acomodaba al fin del vehículo. Una vez me tocó un viejito muy pesado, así que yo lo arrastraba para el fondo, y me resbalé y me cayó el cadáver encima, imagine, a las diez de la noche, no me desmayé pero me dio susto, de fuera me preguntaban: “¿Qué pasó?”, y yo decía: “Nada, nada, solo me cayó un cadáver encima.” Los familiares no llegaban a la morgue porque tenía un paso cerrado en Nogales, no podía pasar nadie para arriba. Algunos familiares que llegaban de lejos a La Calera, las mujeres, las guaguas y los niños lloraban y uno iba tratando de calmarlos, no había nada que hacer. La poca gente que llegaba estaba muy desesperada, angustiada, llorando, uno no conversaba con ellos porque se hablaba de lo mismo, de la desgracia, del cadáver, que perdían a la mamá, el hermano. Conocí una historia de un hombre de Hierro Viejo, así se llamaba el lugar. El Toro Arnold. Era un sargento que era jefe de retén, era muy famoso ahí, porque se preparó una botella de agua pura y les decía que estaba bendita a la gente, todos tomaban y se calmaban. La zona de derrumbe del relave era un cerro enorme, de veinte o treinta metros, era una masa con levadura por decirle algo, nadie podía incursionar al centro a buscar cadáveres, porque se hundía. Cuando se veía una mano o un cuerpo, se usaba un helicóptero con pinza, en una mala comparación era como una ave de rapiña que lleva un pajarito en las patas, así el helicóptero llevaba un cadáver colgando y nos lo iba a entregar a nosotros, donde estaba la morgue. Me impresionó mucho, mucho. Cuando volví a la Escuela de Carabineros, había noches en que me despertaba con esa impresión. No volví al lugar nunca. He ido al norte, he estado en Hijuelas, porque había un hijo trabajando allí. Supe después, porque siempre comentábamos, que la declararon


Tumba de barro. "Lentamente van saliendo los cuerpos de los infelices pobladores de El Cobre. La tumba de barro se resiste a entregar sus presas, pero la voluntad de los que allí trabajan es mayor." Archivo diario La Tercera de La Hora 31/3/1965.

zona de cementerio, porque no podían buscar más cadáveres, había mucho barro que revolver y el pueblo se hizo pedazos. De La Calera recuerdo muchas cosas. Cuando ya nos devolvíamos a Santiago, la gente era muy buena, nos atendía, sabían lo que habíamos hecho nosotros, nosotros andábamos trabajando y colaborando allá. Uno andaba con un morral y lo llenaban de nueces, que había muchas en Nogales, que traíamos para comer a Santiago. Nosotros no apreciábamos mucho lo que hacíamos, hasta que cuando volvimos a Santiago había televisión en la escuela, nos pasaban películas en el casino y ahí veíamos lo que estuvimos haciendo.

Pregunta por su mamá (página siguiente). "En una punta de un escaño que quedó libre de barro, un hombre se sentó, acompañando de su pequeña hija que preguntaba incesantemente por su mamá. El padre no sabía cómo explicarle." Archivo revista Flash abril 1965.



Rescatistas. Bomberos de la 2° compañía de La Calera fueron destinados en labores de búsqueda, remoción y traslado de cuerpos. Archivo diario La Tercera de La Hora 31/3/1965.

La Confederación de Trabajadores de El Cobre declaró a Clarín, el jueves 1 de abril de 1965: Jamás habíamos conocido un acto de imprevisión tan criminal y de profundo desprecio por la vida humana, cometido por la empresa extranjera Disputada de Las Condes. En revista En Viaje. Mayo del 1965, AÑO XXXII, n° 379: El dolor humano, el que ha estremecido el mundo entero, lo dio la localidad de El Cobre, donde el alud de barro, piedras y trozos de árboles sepultó a todo el campamento con pérdidas irreparables de vidas y de bienes. La gigantesca masa de relave de más de doscientos millones y medio de toneladas se precipitó sobre el tranquilo caserío, arrollando más de ochenta viviendas en que moraban más de doscientas setenta personas. A pesar del dolor que se arrastraba penosamente por todas las otras localidades de la zona, contemplando el cercenamiento de vidas, casas desplomadas, escuelas y hospitales derruidos, puentes vencidos, carreteras roturadas y tantas otras desgracias que se iban conociendo lentamente, todos los ojos de Chile estuvieron presentes en el rescate de las víctimas de ese aluvión fatal. Y los días transcurrieron en una zozobra que hacía llorar por dentro ante la impotencia de haber sido por la furia de los elementos desatados.


El relato de un boy scout :

Roberto Silva Bijit

El futuro director del periódico El Observador recuerda su paso por la tragedia.

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Lo había visto por supuesto, había mirado el lugar, uno conoce el distrito de El Melón, y el relave, la gente que vivía a pies de la mina. Fui una vez en un viaje del grupo de scout Cristo Redentor en el Instituto Rafael Ariztía al que yo pertenecía. Hicimos un recorrido hacia la mina Navío, y nos mostraron cómo era la mina, y de ahí salimos. Ese es el único recuerdo que yo tengo antes de la tragedia. Debe haber sido el año sesenta y tres. El 28 de marzo a las 12.30 estaba en mi casa en Quillota, en la calle O’Higgins. El terremoto botó algunas cosas de la iglesia Santo Domingo que está al lado, cercana a la casa, algunos muros interiores. Yo salí a la calle en ese momento, me encontré con mucha gente gritando, mucha gente desesperada, se había caído la torre de la iglesia San Francisco y había dos personas muertas. Mi impresión del terremoto fue sumamente violenta. El día domingo en la noche escuchando radio sé lo que está pasando, pero la verdad es que las comunicaciones eran muy malas. Lo único a lo que a uno podía aspirar era la radio. Y aquí lo único que estaban diciendo era la cantidad de muertos de la noticia más importante, la del terremoto. Nadie me avisa que debo ir a El Cobre. Yo era el guía de la patrulla Los Pumas y nos pidieron que fuéramos a ayudar, especialmente a Nogales, El Melón e Hijuelas, que trabajáramos despejando escombros de personas mayores. El día lunes el grupo scout estaba activo trabajando en distintos lugares, fuimos con palas, chuzos, ayudamos a despejar muros, principalmente muros de adobe, eso hicimos. Había otros grupos que trabajaron en Quillota y La Calera. Eso debe haber sido lunes y martes.


Scouts. Jóvenes y adolescentes de grupos de scouts de la zona apoyaron la búsqueda. Archivo revista En Viaje. Mayo de 1965.

Estábamos a cargo de mi jefe scout, el hermano Luis Ibáñez de la Rosa, encargado de los scout del Instituto Rafael Ariztía, él fue el que nos llevó. La verdad había muy poca gente dispuesta a colaborar, el terremoto dejó a la gente con muchas tareas, se necesitaban voluntarios, especialmente con matrimonios de edad que ni siquiera podían entrar a sus casas. No fuimos los únicos scout, fueron scout del Liceo de hombres de Quillota, otros de Limache. Había más gente. En esa época la defensa civil era más importante, y por supuesto los bomberos. Yo creo que el miércoles o el jueves, no puedo precisarlo, nos citaron a acompañar a los bomberos, y los bomberos tenían como misión trasladar unos ataúdes hechos en pino en bruto, largos, como de tablas de dos metros veinte, dos metros treinta, y con letras grandes rojas que decían NN. Esos ataúdes estaban en el hospital de La Calera, luego los cargamos, los tomamos y los subimos a un carro de escaleras que tenían los bomberos y luego fuimos al cementerio en Nogales. Fue una escena… Yo era un niño, tenía dieciséis años, uno si bien está preparado como scout y entendía que

“El sentir a los familiares topándose unos con otros sin destino, porque cuando muere alguien tú llevas a tu deudo a tu lugar, esto no, esto era un lugar común.” estaba siempre listo, esto excedía completamente lo que nosotros podíamos hacer. Una cosa era remover una muralla y otra muy distinta tomar un ataúd de una persona que no se sabe quién es la que está dentro, entre las tablas salía sangre, cuando los tomábamos quedábamos con sangre de alguien, sin saber ni siquiera de quién, pero sí teníamos la certeza que habían muerto con la ruptura del tranque de El Melón. Nunca he vuelto a ver un cajón de madera en bruto.

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La gente había hecho unos hoyos en la tierra seca y en el momento que llegamos seguían haciendo estos hoyos, en un ambiente de muchos gritos y de mucho dolor, y sobre todo en la angustia de no saber si se estaba sepultando a tu ser querido o no, pero la gente estaba llorando porque la persona de su casa había desaparecido, no estaba, entonces había que sepultar lo único que les traían. Sacamos eso de donde lo habíamos puesto, arriba de los carros de bomberos y caminamos y los colocamos adentro de la tierra, una tierra café, clara, dura, llena de terrones afuera. Cuando vino la ceremonia religiosa, una bendición del sacerdote a las sepulturas, hizo que la gente empezara a echar tierra y ahí aumentaron los gritos, aumentó el dolor, fue una escena muy dolorosa. Yo quedé sumamente impactado. Al final de esa escena llegó un Mercedes Benz negro. El chofer se bajó y abrió la puerta, era un senador de la República, miembro del Partido Comunista, Volodia Teitelboim, él venía a hacer un discurso. En ese tiempo había una gran disputa entre las compañías norteamericanas o extranjeras que intervenían en el cobre, entonces él venía con un discurso muy fuerte contra la compañía, pero también un discurso de denuncia con lo que había ocurrido con el tranque del relave. Él plantea una discusión que va a durar años en el Congreso para reformar las leyes, más bien dicho instaurar leyes sobre los tranques de relave, ya que no existía legislación en Chile a la hora de la catástrofe. Ese día no sabía que era Volodia Teitelboim, lo supe después, cuando estudié el tema ya con El Observador funcionando. Esto ocurre cinco años antes de fundar El Observador. No tenía esa conciencia, sí después me di cuenta del trabajo de los dirigentes sindicales por hacer valer una legislación y que la empresa se preocupara del relave. Es muy alta la idea de la muerte, de la forma cómo murieron, el sentir a los familiares topándose unos con otros sin destino, porque cuando muere alguien tú llevas a tu deudo a tu lugar; esto no, esto era un lugar común. Lavarse las manos de la sangre de esa gente fue un momento de mucha emoción. Fue una sola tarde, de las 2.30 a las 4 o 5 de la tarde, ese funeral malo.


Y echaron adentro de los cajones lo que encontraron para darle una especie de vida colectiva. La vida del campamento siguió en el cementerio, todos juntos, todos compartiendo. Por suerte éramos cabros jóvenes que entendíamos que la vida podía ser así. No nos afectamos mayormente, porque éramos niños. Es uno de los recuerdos fuertes que tengo en mi vida, más que el cajón, más que las manos, más que todo, los gritos, el dolor de la gente llorando en torno a nosotros, eso fue una angustia para siempre. Todos quedamos muy mal. Después volvimos al colegio y tuvimos una oración, y el jefe scout nos agradeció, nos dijo que era importante lo que hicimos, que teníamos dolor y paz. El Melón tiene viva la imagen de lo que ocurrió hace más de medio siglo. La gente sigue con el recuerdo porque fue muy duro lo que pasó. Un terremoto bota las casas, pero no arrasa un poblado entero. El Estado y Anglo deberían tener una mesa de diálogo, un hito, una especie de reconocimiento, un monolito de mármol para las familias que trabajaron.

Cinco líneas de cómo ocurrieron los hechos; podría ser una forma sencilla, simple, sin aspavientos, sin generar más dolor de lo que vivieron en ese momento. Nos queda muy poco tiempo para que desaparezcan los últimos testigos de la tragedia. Hay dos o tres tipos de respuesta que se les dieron a los sobrevivientes. La primera es la que dio la Iglesia católica con el padre Filippi, que él toma la decisión de educar a los niños que están huérfanos y llevarlos al Liceo El Melón. Ese trabajo fue superbién hecho, hemos recogido con el tiempo relatos de gratitud muy sentidos. Hay gente que recuerda al padre, que fue muy duro o muy exigente. Tener tantos hijos de repente, al tipo lo debe haber obligado, yo creo que no tenía muchos caminos para sacar a ese grupo de muchachos. Hay una segunda respuesta que da la empresa a las familias, que no es la mejor. Recordemos que la

“Una cosa era remover una muralla y otra muy distinta tomar un ataúd de una persona que no se sabe quién es la que está dentro.”

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Scouts. El conocimiento de los jóvenes del alto riesgo fue desafiado por el dolor de buscar cadáveres. Archivo diario El Mercurio 30/3/1965.

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empresa tiene cambios. Hay una nacionalización del cobre, hay muchos movimientos de propiedad en la empresa que hace que la respuesta no sea la mejor. Lo que sí se legisló fue lo de los relaves, y de eso hay leyes. Eso cambió completamente. Creo que el provecho mayor fue ese, porque se protegió muchos tranques de muchos relaves más en todo el país. Hemos publicado muchas cosas a lo largo del tiempo, en las ediciones de aniversario de El Observador, de Nogales. Creo haber estado dos veces en ceremonias, una en la iglesia de El Melón, con el padre Filippi. Hablaron los niños que habían crecido, estoy hablando del setenta y tanto. Y después una muy posterior, a los treinta años, cuando ya se hicieron más cosas y vino más gente. Eso lo recuerdo: en el lugar de la tragedia, se hicieron discursos. Ahí no había un resentimiento con la compañía, porque no dejaban que se enfrentara con el responsable real, sino con el continuador. Yo hice un libro con Miguel Núñez Mercado, de los 190 años de la mina El Soldado, ahí investigamos muchísimo de la época más antigua hasta la actuali-

dad; en ese libro tocamos la tragedia y la legislación. La compañía no se ha olvidado nunca, porque la gente nunca se ha olvidado de eso. No volví a El Cobre. Hay una experiencia permanente, no puedo dejar de pasar por la carretera sin mirar el tranque de relave y no puedo dejar de pensar que puede volver a salir, puede haber un quiebre. Y esa es una de las cosas que, al frente del diario El Observador, pregunto si es seguro, porque por más que se le pusieran árboles para quitarle masa líquida, el tranque sigue siendo una situación de riesgo. No quiero alarmar a nadie, pero sí es un tema revisable permanentemente por las autoridades de Nogales, los delegados de gobierno y los que están encargados de la seguridad. No hay que dejar que sea un tema de la empresa privada.

“El Melón tiene viva la imagen de lo que ocurrió hace más de medio siglo. La gente sigue con el recuerdo porque fue muy duro lo que pasó. Un terremoto bota las casas, pero no arrasa un poblado entero.”


Los enviados especiales de Clarín John Carvajal y Óscar Molina reportearon las exequias en Nogales: Miramos los ataúdes y nos entristecimos. Eran simples tablas hechas cajones rectangulares, sin pintar y confeccionados a toda carrera. Allí en la morgue se les mostraron a los deudos los cadáveres y después, a martillazo limpio propinado por estoicos conscriptos, fueron cerrados los cajones. Sin duda, era “gente pobre.” La referencia final corresponde a una novela de Fiodor Dostoyevski. Con ella rematan el texto: Y la gente no lloró, la gente no llevó flores, porque eran pobres y sus espíritus silenciosos los acompañaban en sus congojas. 107


28 de marzo de 2022

Después de dos años sin poder realizar la conmemoración, deudos volvieron a El Cobre


Conmemoración. Atilio Miranda observa a la distancia la ceremonia religiosa en El Cobre. Archivo documental Pétreos 28/3/2022.

Por las calles de Nogales y El Melón pasan buses de recorrido local con otro trayecto, bastante diferente al que llevan cada día. Van al campamento minero El Cobre o, más bien, al descampado que conserva su memoria a la manera de deslavado parque. La empresa Anglo American financia estos recorridos especiales, a los cuales suben un puñado de personas. Este día 28 de marzo es lunes. Hace dos años que no se llevaba a cabo la ceremonia que recuerda la tragedia. Pasó la parte inicial y más grave de la pandemia entremedio, pero la memoria no tiene descanso para la gente que asiste. Otras personas, como Yola Pingera, el apodo de su padre, ha quedado ciega y esta vez no puede hacerlo. Quienes llegan en buses o en sus propios vehículos se despliegan visitando los lugares que les corresponden, donde antes vivían sus deudos. En vez de entrar a la capilla, hay sillas y bancas al aire libre, muy acorde a los protocolos pandémicos. Donde está el monolito de la empresa, se disponen el púlpito y el altar. Inicia el acto con el himno nacional. Dos trabajadores izan la bandera. En minutos parte la misa a cargo de Alfredo Miralles Mora, que lleva su eucaristía por donde se espera, por el camino de la resignación católica, pero que se interrumpe a las 12.33, cuando comienzan las campanadas. Tres minutos después del terremoto puntual de las 12.30, el relave vuelve a aparecer para siempre en el corazón de estas personas cada 28 de marzo. Hay decenas de familiares bajo toldos azules. En el tiempo de las mascarillas, el recogimiento se ve en los ojos, en el gesto medio curvo, en los ojos cerrados. Como casi toda la gente es mayor, a veces no pueden estar en pie, como la mayor parte de los deudos que quedan de las familias castigadas por la desgracia. Desde la capilla, sacan las coronas para ser benditas. Una es de la empresa, dos son del sindicato. Lo llevan al monolito de los jugadores también. Terminada la misa, un locutor de la empresa le pide las “últimas palabras” a Jaime Muñoz, dirigente sindical, que abre el micrófono emocionado, asumiéndose como la tercera generación, que nace tras el terremoto, en su caso en el campamento El Soldado.

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La primera en tomar el micrófono, con un discurso escrito, es Elfride Copina Nilcoswki, “la italiana”, como le dicen por su ascendencia. Parte con calma al inicio, saludando a las autoridades de la empresa y toda la gente, pero la emoción emerge con la potencia de un relave para alterar el tono de sus palabras: “Todos aquellos familiares que no están, ¡no los hemos olvidado, ni los olvidaremos jamás, que escuchen todos ustedes, porque esos están aquí, están allá, en todos lados! ¡Este es nuestro rincón, nuestra vida, no los podemos olvidar!” Esas exclamaciones no estaban escritas. Toma un momento para volver a su discurso: “…recordando lo hermoso antes de la tragedia que nos cambió la vida, de una hermosa villa que teníamos, llena de alegría, de eventos, de actividades familiares y cotidianas que teníamos, estarán para siempre en nuestros corazones (…) Los que quedamos después de tan desgraciado evento tuvimos que soportar con mucho dolor, mucho dolor, ver nuestro hermoso pueblo y hogares borrados, literalmente, dejando sólo un lugar vacío, sin vida. Es un gran vacío en el alma ver a nuestras familias, a nuestros sueños, nuestra vida… sin ni siquiera para recordar una foto de mi padre y mi madre, yo sufrí por años. Tuve que olvidarme de mi familia, cómo vivían, cómo comían, para no poder sentir tanto dolor como sentí.” Elfride recuerda su situación posterior al día fatídico: “Yo quedé en la calle, tuvimos que aprender a salir adelante.” Huérfana. Agradece a las personas y autoridades que ayudaron, pero puntualiza que a ella no le tocó nada de eso. Hoy el dolor vuelve en toda su crudeza: “Aquí quedaron enterradas las risas del día a día, las conversaciones, las sorpresas con nuestros vecinos, porque éramos muy unidos, pero también las lecciones de nuestros padres para una vida mejor.” “Pueblo enterrado”, llama a este lugar. “Puede haber cadáveres aquí abajo. Es un recuerdo al minero, que no sólo pierde la vida en la mina, también está sujeto al terror que su casa y sus familiares sean arrasadas con este lamentable suceso.”


"El impresionante silencio que reinaba en el pequeño cementerio de la comuna de Nogales, en La Calera, era roto solamente por el violento estallido de cargas de dinamita que debió emplear el personal militar para cavar las tumbas." Archivo diario La Segunda de Las Últimas Noticias 1/4/1965.

Se da un momento a las críticas. Pide unas sillitas, una mesita, con mucho respeto a Anglo American. Además, agradece a don Atilio Miranda y a Ana, que son los únicos que se han preocupado de regar el parque, de tenerlo con flores. Don Atilio y Ana están atrás, por fin acompañados en su labor. A continuación, toma el micrófono Danilo Valenzuela Olmos, heredero por su lado materno de esta desgracia, hijo de sobreviviente. Así se presenta: “Heredero de las lágrimas de la tragedia del 28 de marzo de 1965.” Es cantante, creó la cantata El Cobre. Lee un texto rimado de la vida anterior, feliz, antes de la desgracia. Denuncia el olvido del Estado de Chile, por no hacerse cargo, dejando al pueblo olvidado en el lodo. Solicita que esté abierto, aunque sí lo ha estado. “Acá aprendimos a hablar, acá muchos vinimos a jugar, a ser personas y nuestra memoria transgrede los límites del tiempo.” Le dan un premio por su cantata de mano de Hugo Ojeda, exjugador de Unión La Calera y hoy artesano. Entre quienes lo escuchan, está el gerente general de Anglo American. El viaje de los deudos continúa al cementerio.


El milagro. Fue dentro de la capilla San José Obrero que muchas vidas se salvaron de morir. Varios cuentan que al llegar el relave frente a la puerta, este se abrió en dos brazos, siguiendo su curso. Archivo diario La Segunda de Las Últimas Noticias 30/3/1965.

Versos de Modesto Zamora, que hoy recita Manuel Zamora: Se convirtió la alegría / en un pavoroso espanto (…) Uno que otro se salvó/ para relatar la historia (…) Cuántas personas murieron/ quizá nunca se sabrá (…) La ladera y el estero/ de cadáver se pudrieron (…) Las contenciones cedieron/ el tranque se desbordó

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Por aquí bajó la muerte, tituló La Segunda de Las Últimas Noticias el lunes 29 de marzo de 1965. Hernán López Gálvez, el enviado especial en la zona, narró una historia que le contaron: No pudo hacer nada más. El barro llegó como un torrente a la casa. Huyó hacia la orilla y de allí corrió hasta la cumbre de la loma. Ahí seguía horas después. Su madre no lo acompañaba. Había perecido junto a los otros pobladores.



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Cementerio. Visita del Sindicato Industrial Compañía Disputada Las Condes para el 1 de mayo de 1965. Archivo personal familia Pérez Morales.



Traslado. Helicópteros del servicio de rescate de la FACh se trasladaron a los puntos afectados. Fue este el que llevó a la pequeña niña al hospital. Archivo revista Vea 30/3/1965.

El milagro de

Juanita Olmos

Solamente a una persona viva sacaron de debajo del relave. Contamos su historia en nombre de los y las menores que quedaron huérfanos.

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Tras la caída del relave Checho Olmos se lanzó a correr hacia abajo para llegar a El Cobre. Tuvo que dejar a su burro botado porque se había envarado tras el terremoto. “Llegué donde mi hermana, que trabajaba en una casa, y me dicen que sacaron un hermano tuyo. Era la Juanita, mi hermana, ensangrentada entera.” Atilio recuerda también el rescate de Juanita: “La Tenchita quedó como almohada de ella.” Tenchita, la amiga con que jugaba cuando llegó el desastre, terminó salvándole la vida a Juanita Olmos. Estaba bañada en su sangre, pero también en la suya propia, rememora Checho, porque “una piedra le había movido la mandíbula y le había cortado un dedo. El relave las levantó p’arriba y ahí quedó a oscuras. Y de ahí llegaron los bomberos, cruzando todo a tablones y se llevaron a la Juanita en helicóptero.” Huérfanos, no fue fácil el reencuentro entre los hermanos, como narra Checho, que, en rol de hermano mayor, quedó a cargo de la familia: “Después de tres meses supimos que estaba hospitalizada. Se la entregaron a un coronel. Un tío teniente se la pasó porque no la fuimos a ver en tres meses. Entonces, por intermedio de otros tíos, tratamos de ir allá y hablar con ese coronel para rescatar a la hermana. Este coronel dijo: «¿Cómo este hombre la entregó a nosotros si tenía familia y él era de la familia de nosotros?»” ”Estuvo un tiempo con el coronel y después la fue a dejar a la casa cuando nos estabilizamos, cuando la empresa nos dio una casa de madera y algunos enseres. Después la empresa me dio trabajo a mí. Mi hermano Víctor quedó con el curita Filippi.”



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Gustavo Filippi Murato. Ceremonia de primera comunión en El Cobre. Archivo personal José Olmos.

Con el tiempo, Juanita también tuvo que separarse de su familia para continuar sus estudios. “Me interné en San Felipe, en el Liceo de niñas. Lo buscó la asistente social que nos ayudaba a nosotros en nuestras cosas, María Lana. Ella nos quería mandar al internado en Santiago, que era un colegio superpirulo, pero yo no quería irme a Santiago, no sé por qué. No quería tampoco a las monjas.” ”En el internado de Santiago no podías salir todas las semanas. En el liceo podíamos venir todos los fines de semana a la casa, y era laico. En segundo medio tuve problemas, a tres de nosotros nos pillaron fumando en una sala, fue superheavy en eso, nos querían echar del colegio. La asistente abogó por nosotros, que nos dejó en el colegio, pero no el internado. Nos buscaron una persona afuera que nos tuviera, que fue terrible, horrible, sus hijas eran terribles, éramos maltratadas por hijas, eran tres niñas, y dos eran muy maltratadoras. Nos miraban feo, nos decían cosas cuando comíamos, y no podíamos decirles nada. Igual le pagaban a la persona.” ”Me decían que era creída en mi adolescencia, no me gustaba salir, porque me faltaba el dedo, nunca me ponía manga corta, se me notaba más que me pasaba algo porque me colgaban las blusas. A pesar de que el Checho me hablaba cosas, que era más importante que estuviera viva, la pasé muy mal. Él me sacaba. No me relacionaba con los niños de la edad casi.”


Iglesia Santa Isabel de Hungría. Lugar donde llegaron a vivir parte de la infancia huérfana de El Cobre. Fotografía de 1925. Archivo sitio Enterreno Chile.

”Volvimos al internado, pero con condiciones. Firmé un libro de portarme bien: «Yo Juanita Olmos me comprometo a…» Y a fin de año de tercero medio, empezaron las niñas a tirarse a la ducha. Una inspectora abría en las tardes los dormitorios y me pillaron a mí justo metiendo una niña enorme, y ahí me echaron. Y el padre Gustavo Filippi me recibió. El colegio no era mixto, iba a serlo el próximo año, pero lo hizo mixto. Éramos tres niñas. En el 76. Y se apuró, porque había que hacer baños especiales para las niñas.” El padre crio a quince niños y a tres niñas en el internado de la Iglesia Santa Isabel de Hungría, en El Melón.


Desolación. Sergio Villagra fue un sobreviviente. Perdió a su esposa y cuatro hijos. Archivo revista Life 10/4/1965.

En revista Life, 10 de mayo de 1965. “Allá arriba, los diques se levantaron hacia el cielo, como grandes hongos de barro, y una enorme cascada de agua y tierra cayó sobre la aldea y sus habitantes. Puesto a salvo, el minero volvióse para mirar. El Cobre era ahora un viscoso río de lodo y sus 60 casas se habían perdido de vista.” ”En esos segundos espantosos, un terremoto había hecho vibrar la zona central de Chile y sembrado la muerte y el terror en diversos pueblos y ciudades. Pero Sergio sólo vio lo que tenía ante sí, y no pensó más que en su esposa y sus hijos. Su casa yacía sepultada bajo el fango, al otro lado del valle. En vano trató de cruzar. A la mañana siguiente, soldados y civiles abrieron paso con un tractor de pala.” Sergio era Sergio Villagrán según el artículo, pero su apellido era Villagra. Falleció mientras lo buscábamos para ver cómo recordaba aquel 28 de marzo de 1965. Una vecina nos dijo: “En una oportunidad me contó que días antes del terremoto se le había cruzado un gato negro, le tenía aversión a los pobrecitos gatitos negros.”

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En el cementerio municipal de La Calera están encerradas las víctimas del 28 de marzo de 1965, que queda arriba del de Nogales y al pie de un cerro. Al centro del camposanto, decenas y decenas de cruces blancas idénticas corresponden a los cuerpos encontrados. Así son identificados en la recepción:

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Jardinera 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

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Nombre

F. defunción

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Serafín Olmos Pacheco

28-03-1965

Samuel Segundo Fernández Camus Elicira Luisa Fernández Caneo Ricardo Estay Álvarez Jorge F. Estay Brito Ana Zala Brito Juan R. Estay Brito Patricia del Carmen Estay Brito

30 31 Juan Salazar Tomás Salinas M. Aurora Alvarado e hijos Familia Honorato Fernández Alfonso Honorato Gladys Fernández Gladys Honorato Fernández Elena Honorato Fernández Miriam Estrella Ramos Castro

Zoila Rosa Torres Torres Santiago Rodríguez Abristela Rojas

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37 38 39 40

28-03-1965 28-03-1965 28-03-1965

41 42 43 44 45 46

Daniel Apablaza

Sótero Domínguez S.

Mario Jamett

28-03-1965

Cecilia Domínguez Elizabeth Arancibia Rojas Ana Roias Rojas Familia Honorato Juan Honorato Cáceres Ramona Urrutia

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Relaves 2022 Embalses y tranques instalados en la provincia de Quillota. Depósitos mineros caen sobre quebradas y esteros en forma de "cerros."

empresa Alejandro López Aliaga Alejandro López Aliaga Anglo American Sur S.A. Anglo American Sur S.A. Anglo Amezican Sur S.A. Anglo American Sur S.A. Alejandro López Aliaga Anglo American Sur S.A. Proquimin

faena Veta del Agua Veta del Agua El Soldado El Soldado El Soldado El Soldado Veta del Agua El Soldado Proquimin

instalación Veta del Agua 1-2-3-4 Planta Veta del Agua 6 El Cobre 1 El Cobre 2 El Cobre 3 El Torito Veta del Agua 5 Tranque 4 Caolín

tipo Embalse Embalse Tranque Tranque Tranque Tranque Embalse Tranque Embalse

mineral Oro Oro Cobre Cobre Cobre Cobre Oro Cobre Caolín

estado Inactivo Activo Inactivo Inactivo Inactivo Activo Inactivo Inactivo Inactivo


Al menos hay 9 depósitos de relaves mineros. Algunos son tranques y otros son embalses. Sus desechos son de minerales de cobre, oro y caolín. Se ven afectadas las comunas de Nogales y La Calera. En el sitio de SERNAGEOMIN (Servicio Nacional de Geología y Minería) está publicado el "Catastro de Depósitos de Relaves en Chile", con actualización del 10 de agosto del 2020. De los 9 depósitos, sólo 2 se encuentran activos.

En 1965 el volumen autorizado para la faena era, según el informe de SERNAGEOMIN, de 3.525.000 toneladas. Actualmente el relave actual de El Torito es de 181.000.000 toneladas. VECES MÁS GRANDE


Agradecemos a todas las personas que han confiado, sin ni siquiera conocernos. Quienes han entregado testimonio, vivencia, tiempo y llanto para construir este libro. † colofón

28 de marzo: vida, tragedia y memoria fue coescrito por Cristóbal Gaete y Gonzalo Olivares, quien además estuvo a cargo del diseño. Fue realizado gracias al financiamiento del fondo Concursable para el Desarrollo Social y Comunitario FNDR 6% del Gobierno Regional de Valparaíso. Este libro fue compuesto con las tipografías Atahualpa en su variante morena y Constantía en sus variantes regular e itálica; el interior fue realizado en papel bond 140 gramos; la tapa, en cartón duplex de 300 gramos, termolaminado. Fue impreso en 2 colores: Pantone 1495 U y Negro. La tirada fue de 500 ejemplares.




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