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WINTER IS COMING, SEMANA DE LA MODA EN PARÍS

Las colecciones europeas reflejaron el ánimo sombrío que vive el mundo bajo el acecho del cambio climático, el coronavirus y la inestabilidad política.

Por: Manuel Santelices. Fotos: Getty Images

Apesar de su fama de frívola y mercantil, la moda ha tenido siempre un espíritu contestatario y algo rebelde, el perfecto termómetro para medir la temperatura de los tiempos. Y así como Christian Dior celebró el fin de la Segunda Guerra con un New Look, Chanel la liberación femenina de los 30’ con chaquetas masculinas y pantalones, y Calvin Klein abrió las

puertas a una nueva y fluida sexualidad en los 70’s sin más ayuda que ropa interior de algodón y ajustados jeans, la moda actual sirve como un oráculo de lo que está por venir. Y si lo que indicó la semana de la moda para el otoño invierno 20-21 en París hace unos días es un buen indicio, lo que viene no será fácil de digerir.

El ambiente fue sombrío en Paris. Aunque influencers y fashionistas hicieron sus mejores esfuerzos para poner al mal tiempo buena cara, las nubes

borrascosas en el horizonte fueron demasiado grandes, demasiado oscuras, demasiado amenazadoras como para no darles importancia. Demna Gvasalia creó un set apocalíptico para su show de Balenciaga con rayos, truenos y tornados en pantallas LED y una pasarela cubierta de agua que sugería un monzón, una de esas horribles tormentas donde lo único que queda es ruina y barro. Por ahí pasaron las modelos como amazonas de ciencia ficción, con guantes y botas -o a veces

a pies descalzos- tan ajustados como una segunda piel, y con enormes hombreras puntiagudas en abrigos, chaquetas y vestidos.

Si el cambio climático fue la obsesión de Gvasalia y la conservación del ambiente la de Stella McCartney, en Dior, María Grazia Chiuri dio un muy importante y oportuno llamado a los derechos de la mujer. Su desfile fue presentado un día después de que Harvey Weinstein fuera encontrado culpable de al menos dos cargos de acoso y abuso sexual, los que podrían valerle al ex súper productor Hollywoodense entre cinco y 29 años en prisión.

Chiuri, que obviamente planeó su show antes de que se conociera el veredicto, adornó su simple pasarela con consignas como “cuando las mujeres van a huelga el mundo se detiene”, “el amor de una mujer es trabajo no remunerado” o “consentimiento”. En la primera fila, entre modernas e-socialites tres décadas menores que ellas, se sentaron algunas maduras estrellas de cine que, por un momento, parecieron estandartes del poder femenino en Hollywood y, quizás, también sus víctimas, con sus carreras en ocasiones cortadas o disminuidas después de la llegada de los cuarenta años. Pero Demi Moore, Sigourney Weaver y Andie McDowell fueron también evidencia de que no hay glamour como el de la madurez, y que hay ocasiones en que los años, lejos de restar belleza, la aumentan.

La diseñadora comentó que su colección estaba inspirada en las mujeres que había visto llegar al atelier de

costura de su madre en los 70’s, todas buscando nuevos atuendos para su recién liberada identidad.

Pier Paolo Piccioli tampoco mostró buen humor esta temporada. Su pasarela para Valentino, que en el pasado ha sido escenario de algunas de las combinaciones de colores más innovadoras, fascinantes y chic de la moda europea, ahora se cubrió casi exclusivamente

de negro, con un 70 por ciento de los looks en tonos oscuros y una capa fabricada totalmente con pétalos de rosa negros. “La moda no tiene por qué ser un manifiesto”, señaló el creador a The New York Times, pero su show podría haber sido considerado justamente eso, una carta de malos presagios.

Anthony Vaccarello en Saint Laurent

tomó un camino distinto al de sus colegas. Su revolución sexual -y sin duda lo fue- estuvo marcada por el uso del látex en leggins, ajustadas faldas y botas. El desfile, comentaron algunos críticos, pudo haber salido de un sueño de Helmut Newton y, aunque efectivo, se sintió curiosamente fuera de lugar en esta era #MeToo.

Durante la Fashion Week parisina,

el Museo del Louvre clausuró sus puertas por temor a la propagación del coronavirus, que al cierre de esta edición había infectado a más de 350 mil personas en casi todos los países del globo. Otra preocupación en un huracán de dificultades. Y aunque hubo asistentes a los desfiles que usaron máscaras y, suponemos, todo el mundo lava sus manos ahora con maníaca insistencia, el ambiente por el momento no fue de paranoia, sino de atención. Chanel evocó el ánimo con una colección formada casi exclusivamente por prendas en blanco y negro. Una de las pocas piezas en color fue un top con una cruz bizantina multicolor bordada en el pecho que parecía una semi réplica de la diseñada por Christian Lacroix en 1987 que ocupó la primera portada editada por Anna Wintour en Vogue USA ese mismo año. Fue un recordatorio de que a veces todo tiempo pasado sí fue mejor. C

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