Para voz, no hay como la mía
LA OBRA ES DE CUALQUIERA, Q MENOS DE SU AUTOR ORIGINAL ué puede ser alguien que tiene el alma envuelta en tela príncipe de Gales, modula como un locutor de la BBC y jamás sonríe como si hubiera hecho un contrato a la Buster Keaton? Un periodista cultural. “Cuando escucho la palabra cultura saco la pistola”, decía Joseph Goebbels para escándalo de varias generaciones de progresistas. Hoy esas mismas generaciones, de haber sobrevivido en la Argentina y de seguir consumiendo programas culturales por radio o televisión, podrían llegar a suscribir la frase. Porque aunque reemplazaran la pistola por la pistola de agua no podrían seguramente poner ni un poco de humor en esos tipos que hacen asimilar la palabra “cultura” al rigor mortis facial y un saber de palabras cruzadas vertido con un lenguaje que oscila entre la tautología chic y el no se entiende un carajo. El remedio entonces puede ser una mezcla de tono publicitario, rock and roll y rapidez asociativa psi. Y la persona que ofrece ese sistema de primeros auxilios es —¿qué decir de su oficio verdadero?—Tom Lupo. Una vez se escondió detrás de unos globos y dijo: “Esto no es una crítica a la globalización”. Era un chiste tonto pero no tanto si se trataba de dar vuelta un estilo. Al resumir “de todo laberinto se sale por arriba” suele inyectar un poco
de cultura póster a la televisión culta. Y para dejar sentada cierta base nacionalista, no acostumbra hacer un enunciado fascistoide neogauchesco sino que suele recitar un poema de Ramón Plaza: “Yo no sé si fue por los dioses del catastro, sabiduría popular o ironía del destino pero en mi ciudad, en Buenos Aires,yendo de sur a norte Independencia queda después de Estados Unidos”. Por eso quizás él pueda hacer arte con una agenda cultural o al menos demostrar que la cultura puede ser tan divertida como la cumbia, se esperanza sentado ante una de las mesas del café La Paz, donde en los años setenta llamaba la atención porque no se sabía si era actor, psicoanalista o publicitario, aunque era todo eso al mismo tiempo. —Yo en este bar era un visitante pero tuve la suerte de ser bien recibido por Germán García, que era un jefe. “Por fin uno de entre los psicólogos que no es fóbico”, me decía. Una vez me invitó a la Escuela Freudiana de la Argentina y uno de los socios mandó a la mesa un bife crudo porque yo tenía relaciones con el Grupo Cero, donde los psicoanalistas llevaban a la práctica su idea de que la cura implicaba levantar las barreras del tabú sexual. El bife sugería, seguramente, que yo no sabía
||VIDA DE VIVOS Tom Lupo ||
Para voz, no hay como la mía
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