En cierto modo este libro representa una devolución de las riquezas del pueblo a los intelectuales y estudiosos de Nicaragua. Para mí León significó siempre lo contrario: el descenso de la “cultura culta” a la cultura popular. Porque León no solo produjo la generación de un Darío, de un Debayle, de Santiago Argüello, de Alfonso Cortés, de José de la Cruz Mena, apenas uno de muchos compositores cultos de su época, sino que produjo un ambiente, y una sed de cultura que fue permeando todas las clases sociales y económicas de la región, haciendo proliferar desde las raíces a decenas de compositores de música sacra, de poetas callejeros y declamadores, de copleros, de oradores fúnebres, de escultores de santos, de pintores que plasman en aserrín sus creaciones callejeras y todo género de artistas. Y con esa sed, la biblioteca, el teatro municipal y la universidad. Prólogo de Carlos Mántica. Edición al cuidado de José Manuel Pedrosa. Colaborador: Óscar Abenójar