Cripy #06

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Eructorial

por Lubrio

No empieces con que hace mucho frío, ya lo sabemos y si no te gusta este clima, llená un formulario CQ-315 por triplicado y presentalo en nuestras oficinas. Por supuesto para que sea tomado en cuenta debe estar acompañado por una fotocopia de tu DNI, una autorización de tu mamá y de tu tataratataratatarabuelo invocado en sesión espiritista por una medium matriculada. Dejar de 9 a 9.05 hs en la entrada norte cuando el primer rayo de sol golpee el azulejo roto de la esquina. Y no olvides sellarlo con una gota de sangre. De esa manera nuestro departamento de climatología sobrenatural podrá invocar a un demonio de cola azul de brisa cálida. Ellos sostienen que si juntan 666 litros de sangre de a una gota el frío cesará en unos meses... Nos suena a engaño, todos los años hacen lo mismo y cuando llega la primavera gritan desaforados: “¡Lo hicimos, lo hicimos!” Admitimos que este año un poco la culpa de este terrible frío es nuestra, más específicamente responsabilidad de una de nuestras artistas. Es una joven mujer que no puede dejar de urgar en cuanto libro viejo encuentra y le hemos dicho en varias ocasiones que ciertos libros están catalogados como prohibidos por ser de naturaleza mágica inestable. En fin, Pandora (así se llama) no aprende más y abrió un libro que encerraba el aliento de los Gigantes de Hielo de los tiempos anteriores al hombre, cuando ellos caminaban por la Tierra tomados del brazo con los Malos Deseos. Pandora está bien, hasta parece que sonríe debajo del enorme cubo de hielo que la cubre y calcula

mos que si conseguimos un par de estufas más podremos descongelarla para la segunda mitad del año. Así que no te quejes, ella está mucho peor y no dice nada, ni siquiera pestañea... Y la necesitamos, pues para fines de año pensamos sacar el segundo número en papel de Cripy y ella es muy buena embolsando revistas. Mientras tanto seguimos visitando algunas escuelas, armando la Cripy todos los meses y pensando que más podemos ofrecerte para que tus sustos sean más duraderos. En este número se agregan nuevos artistas, con nuevas historias y nuevas ganas de compartirlas. No dejes de mandar tus dibujos a nuestra página de Facebook, recomendar la revista a tus amigos y buscarnos en algún evento de historietas para conocernos. ¿Ya lo estás sintiendo? ¿Funciona? Estás afirmando con la cabeza... seguro que sentís un poco menos de frío y eso es porque las historias de este ejemplar te van a hacer hervir la sangre por las emociones preparadas. Para pasar este invierno, nada mejor que una buena dosis de Cripy, sentaditos en la computadora con una taza de chocolate caliente, unos churros o tortas fritas y ganas de imaginarte cosas. Nos vemos en treinta días, más o menos... y Pandora te manda saludos, cuando choca los dientes tres veces es que está contenta. Leer con moderación, cualquier duda consulte a su médico brujo.

Emilio Ferrero sostiene que Malman es un caballero incomprendido, para nosotros es un cerdo, como dice su mamá...

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PĂĄginas macabras

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“Te vas a divertir”, fueron las últimas palabras que su madre le había dicho al subirla al barco. Claudia jamás se había subido a uno, y tenía miedo de marearse. “Sólo son un par de horas”, había dicho el padre. Era cierto, no iba tan lejos… sólo debía cruzar el río para llegar al pueblo donde vivía su tía. En verdad no era su tía directa, si no una bien lejana… Claudia creía que sería un parentesco inventado, esas típicas amistades familiares a las que se las designa como “tíos”. Ella ni siquiera sabía que existía. Unos días antes su madre le informó que pasaría una semana en la casa de su tía Sara, y aunque Claudia se negó, su opinión no fue tomada en cuenta. “Tenés que ir, ya no preguntes… pensá que son vacaciones”, le dijo su madre mientras le armaba un pequeño bolsito con ropa. Según le había contado ella también visitó a la tía Sara a su edad y la había pasado muy bien. Por lo tanto, la tía Sara sería una señora muy mayor con la cual, seguramente, se aburriría. Sacó su teléfono celular y comprobó amargamente que no tenía señal. El barco estaba llegando a destino. Al bajar vio una viejita que sonreía amablemente, pero no a ella sino a otro de los pasajeros que viajaba en el barco. Detrás de la anciana vio a una mujer joven, Claudia a sus trece años no sabía determinar bien las edades, pero esa mujer no llegaba a los treinta años. En su mano llevaba un cartel que decía “Claudia”, con un corazón en lugar del punto de la letra “i”. Vestía jeans, remera y zapatillas. Su cabello largo y ondeado se mecía por la brisa. De su bolso colorido asomaba un gato negro de grandes ojos celestes. -¿Tía Sara? – preguntó con incredulidad -Sí, y él es Boris – el gato dio un bufido y miró hacia otro lado. -Creo que no le caigo bien – dijo Claudia -No te preocupes, es así con todos… - contestó Sara con una amplia sonrisa. Tomó el equipaje de Claudia y comenzaron a andar. La niña no pudo evitar ver sus largas uñas pintadas de rosa chicle con flores multicolores. Era mucho más joven de lo que debía ser. Y además era bonita. -Tenemos el mismo pelo y la misma nariz – dijo Sara tocándosela con la punta de un dedo. La teoría de que no eran parientes, había desaparecido. Era un pueblo colonial, de casas altas, calles empedradas y faroles en las esquinas. Muchos árboles florecidos decoraban las calles tiñéndolas de diferentes colores, había calles enteramente violetas y otras naranjas. Algunos perros durmiendo la siesta tirados al sol. Silencio. Tranquilidad. Poca gente dando vueltas. La mayor parte del trayecto sólo estaban ellas y Boris, acompañados de una brisa que les seguía meciendo el cabello. En una esquina encontraron un grupo de ancianas vestidas con ropas oscuras que charlaban a viva voz, saludaron a Sara efusivamente y se interesaron en la niña que caminaba junto a ella. “Es mi sobrina”, les dijo al pasar. Y todas sonrieron al tiempo que movían la cabeza en un gesto de aprobación. Fueron las únicas que saludaron a Sara, el resto de las personas que se cruzaron en el camino bajaron la mirada o cerraron las ventanas al verlas pasar. La casa de su tía era antigua como todas las demás. Sus paredes habrían sido blancas alguna vez, pero el tiempo las había manchado, dejando marcas imposibles de ocultar. Por un momento, Claudia pensó que había alguien esperándolas junto a la ventana que daba a la calle, pero sólo era un extraño árbol que había crecido pegado a ella, cuyas ramas se enredaban en las rejas cual brazos. Y sus hojas no eran más que ramitas secas como si se tratara de un largo cabello pajoso y descolorido. Sara rozó el árbol con su mano al pasar, y Claudia habría jurado que sus uñas habían cambiado de color.

-Olvidé decirte que no tenemos energía eléctrica – dijo la tía mientras prendía una vela al entrar a la casa – ¡Te engañé! Prendió la luz para ver la cara de alivio de Claudia que por un momento se había puesto muy pálida. Sin celular, sin Internet… pero sin luz habría sido demasiado. “Tengo tele y algunos jueguitos”, le había dicho Sara. No mentía, pero no tenía cable y su consola de juegos era de la era prehistórica. ¿Cómo iba a sobrevivir una semana? -¿Qué hacen acá para divertirse? – preguntó Claudia fastidiosa. -Contamos historias, soy muy buena cotando historias – y su cara se iluminó al decir eso. Al principio la simple idea le pareció una tontería infantil, pero a medida que la historia avanzaba se iba entusiasmando cada vez más. Y ya no se acordó del celular ni del facebook sin chequear ni los juegos de su playstation; estaba envuelta en una intriga de reyes, dragones, hadas y caballeros. Sara cambiaba totalmente las voces cuando hablaba uno u otro personaje, entonaba canciones, su rostro era tan expresivo que por momentos ni siquiera parecía ella. Sus uñas pasaban de un color a otro y Claudia estaba segura que su jean y su remera se habían transformado en un hermoso vestido al interpretar el personaje de la princesa. Pero eso era imposible, sólo se había dejado llevar por la historia y el cansancio del viaje la había confundido. Los días que siguieron fueron muy parecidos. Claudia se dio cuenta que podía charlar con su tía de lo que quisiera, ella siempre tenía una respuesta valiosa que darle. Era una persona muy sabia para ser tan joven, era sumamente amable pero de ratos una sombra descendía sobre ella. Al fin y al cabo su madre había tenido razón, se estaba divirtiendo. Salían todas las tardes a recorrer el pueblo. El lugar preferido de Claudia era camino a la playa, había una arboleda frondosa, uno de los árboles se recostaba sobre el tronco del otro y unas florcitas rosas decoraban los arbustos más pequeños. Era como un bosque encantado. Allí se sentaban a merendar, y Sara comenzaba con una historia nueva o continuaba una anterior. Su ropa seguía cambiando, su voz, sus uñas… pero no importaba, por qué había que buscar explicación a todo. Boris dormía en la falda de Sara mirando a Claudia con desconfianza con esos ojos celestes que no parecían de gato. En el sueño Claudia se ahogaba, no podía respirar. Abrió los ojos asustada y vio a Boris acostado sobre su pecho, guardaba velozmente una de sus manitos bajo el cuerpo como suelen hacer los gatos. -¿Me estabas tapando la nariz? – le preguntó enojada. El gato maulló y se bajó moviendo la cola. Claudia se levantó de la cama. Todavía era de noche. Sintió la voz de Sara hablando en la ventana. Estaba del lado de afuera, pero estaba sola. Hablaba con el árbol abrazado a la reja, pero desde donde estaba no podía escuchar lo que le decía. Se sonreía pero en sus ojos había un halo de tristeza. Pasaba su mano por las ramitas secas del árbol como quien acaricia el cabello de alguien querido. La niña intentó acercarse, pero Boris se interpuso. -¡Fuera! En cada paso que daba, el gato se cruzaba, enredándose en sus piernas sin dejarla avanzar. -¡Basta, Boris! Vas a hacerme… - tropezó y terminó la frase despatarrada en el suelo -… caer. Cuando logró ponerse de pie, Sara ya se había ido. Quedaba sólo un día. Claudia no sabía si estaba lista para volver al mundo real, porque ese no lo era, era demasiado mágico para serlo. Caminaron descalzas por la arena, remojando los pies en la fresca agua del río. Boris iba junto a ellas, era extraño que a un gato le gustara tanto mojarse.

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-¡Y ya no intentes asesinar a Claudia, Boris! No querés verme enojada de nuevo – le dijo Sara al gato que la observó molesto y tomó cierta distancia. Se sentaron a mirar el río. No había nadie más. -Una última historia… - la voz de Sara no se escuchaba tan animada y feliz como de costumbre. “Había una vez una joven que vivía sola en este pueblo. No era hermosa pero iluminaba todo a su alrededor y la gente no podía dejar de mirarla. Decían que su madre había sido una poderosa bruja y que ella era igual, por este motivo los lugareños no se le acercaban. Si la miraban mucho caerían en su encanto o los convertiría en sapos. Pero ella era una chica común, nada sabía de encantos ni de hechizos. Andaba por la vida siempre con una sonrisa, ignorando a aquellos que la trataban con desprecio. Un mediodía como cualquier otro vio bajar del barco a un muchacho. Se acercó a preguntarle una dirección y siguió su camino. Pero ambos se miraron largo rato, él había quedado fascinado con ella y ella con él. Más tarde volvería a cruzarlo, quizás por casualidad o quizás porque lo había estado siguiendo. La joven lo llevó a recorrer el pueblo y la rapidez con que congeniaron fue casi mágica. Esa tarde cuando él se marchó en el barco, le dijo que volvería el martes siguiente. Y así lo hizo. Él viajaba por negocios, una vez que estaba desocupado pasaba con ella el resto del día. Era bueno dibujando, y se llevaba cada paisaje que le gustaba plasmado en su block de hojas. Cuando el sol bajaba… volvía a marcharse. Martes tras martes su relación iba creciendo, pero ella no sabía mucho de él, desconocía la vida que llevaba al otro lado del río. Y cada vez la separación se le hacía más dolorosa. Cuando le pidió que se quedara le dijo que nunca podría hacerlo, pero le prometió que siempre volvería. La joven se sentaba a mirar el río el resto de la semana hasta que él volviera… amaba el río por traérselo pero lo odiaba por llevárselo. Pasaron dos semanas y no apareció. Desesperada acudió al antiguo aquelarre de su madre, un grupo de brujas viejas que la recibieron complacidas. Hasta ese momento, la joven había querido permanecer lejos de ellas, no deseaba ser la bruja que su madre había sido. -Volverá, no te preocupes – le dijeron – pero no es eso a lo que viniste. ¿Qué es lo que deseas realmente? -Quiero que se quede conmigo… -Está en vos lograrlo, tenés la capacidad de hacerlo, sólo te hace falta la voluntad – dijo una de las más ancianas – pero, hija mía, tené mucho cuidado… a veces cuando algo se desea tanto se torna peligroso. El siguiente martes volvió. Al atardecer le pidió por favor que se quedara, pero él volvió a negarse. Salió de la casa y la dejó sola. Primero lloró y luego el llanto se transformó en risa, en una tan siniestra que helaba la sangre de quien la escuchara. Comenzó a repetir una oración una y otra vez. Su cabello se elevaba con una brisa inexistente. “Que se quede conmigo para siempre”, concluyó la bruja que por fin se había liberado Él volvió. Estaba arrepentido por haberse ido de esa manera. Quería decirle que ella era importante en su vida y que lo esperara… volvería. Se sujetó de la reja de la ventana para llamarla, pero de su boca no salió ningún sonido. Intentó respirar pero no pudo, su boca y nariz se habían fundido. Sus brazos se convirtieron en ramas que se trenzaron a las rejas, su cuerpo en tronco, sus pies en raíces, sus cabellos en un conjunto de ramitas secas… Sus ojos fueron los últimos que desaparecieron tras la corteza del árbol en el cual se había convertido, en esos

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segundos él pudo verla una vez más y ella presenció como su vida se esfumaba. Los relojes de la casa se detuvieron… y desde ese día la bruja no envejeció ni un minuto más. Condenada a su propia voluntad. Durante años intentó buscar el hechizo que volviera a la vida a su amado. Se quedó sola y triste, sigue yendo a mirar el río por las tardes… y le pide que vuelva a traérselo como hacía todos los martes. Hay que tener cuidado con lo que se desea… puede volverse realidad…” Claudia no supo que decir. Por eso ella le hablaba al árbol, por eso se veía tan joven. ¿Cuántos años tendría realmente? -¿Y encontraste el hechizo? – preguntó titubeante. -Sí, hace muchos años… - su sonrisa asustaba, no era la Sara amable y dulce que había conocido. Claudia sintió la urgente necesidad de volver a su casa. -¿Y entonces por qué…? -No soportaría verlo partir de nuevo – dijo, y todo el egoísmo que había en sus ojos se disipó para transformarse en pena. El camino de regreso a la casa fue en absoluto silencio. Al llegar Sara le dijo: “Podemos elegir que tipo de bruja queremos ser. Hasta podemos elegir no serlo. Esta en tu sangre, como en la de tu madre y en la de tu abuela… A todas les conté las mismas historias, tu abuela volvió a aprender de mí… tu madre no. Es tu decisión. Tanto poder es difícil de manejar” -No voy a volver – dijo Claudia mientras se iba a la habitación. Boris la miró con despreció y vomitó una bola de pelos a sus pies – ¿Y quien es él? Porque no es un gato… -¿No te conté que detesto a los niños ruidosos? – sonrió con la misma dulzura de antes, Sara había mandado a dormir a la poderosa bruja que habitaba en ella. Al otro día Sara era de nuevo la chica alegre y sonriente, con uñas coloridas y una brisa propia que le movía el cabello en cada paso. Boris estaba muy bien peinado y con un moño celeste que hacía juego con sus ojos. Listos para acompañar a Claudia al barco que le llevaría a su casa. La niña se quedó mirando el árbol mientras su tía estaba ocupada, tocó sus ramas sujetas a la reja y acarició lo que había sido su cabello. ¿Quién lo estaría esperando al otro lado del río? Sintió tristeza por él. -Voy a volver. Me convertiré en una maravillosa bruja… y te prometo que voy a liberarte – le dijo en voz baja. Una de las ramas se cerró sobre su mano con gentileza, agradeciéndole. -¡Vamos a extrañarte! – le dijo su tía mientras la abrazaba, sabía que era cierto, ella también lo haría. Aunque ahora podía ver la oscuridad que albergaban sus ojos, su poder era demasiado y su deseo la hacía muy peligrosa. El barco zarpó, Sara vio de nuevo como el río se llevaba aquello que quería y se entristeció. Boris la miró desde el bolso, maullando. -No te preocupes… volverá y se quedará con nosotros. – Boris maulló aún más fuerte – y si no quiere quedarse… la obligaremos… Sus uñas se tornaron oscuras, su rostro perdió su luz habitual. La bruja estaba despierta de nuevo. Las pocas personas que estaban fuera corrieron a sus casas, aterrados al escucharla reír. Una a una las ventanas se cerraron a su paso…

Texto: Verónica Roldán Ilustraciones: Nahuel Ullua


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ยกNos vemos en 30 dias!

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