Cripy # 25

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Eructorial

por Lubrio

Temporada de grandes finales querido lector. No, no termina la revista, no al menos por ahora... nada de preocupaciones innecesarias, en caso de irnos te vamos a avisar para que te compres ropa negra y nos traigas unas flores al cementerio de las publicaciones. En este número de Cripy llegan a su fin las historias de Celeste y No entres ahí. Por lo tanto en el siguiente ejemplar nuevas historias ocuparán su sitio y atormentarán tu cerebro durante un bimestre. Pero lo más importante... ¡este es un número de vacaciones de invierno! Mientras leés nuestras historietas, tu única tarea es precisamente eso: divertirte. De paso y como un agregado al combo de vacaciones, volver locos a tus papás que no saben que hacer con vos todo el día en casa. Dales una mano, colaborá con su salud mental y leé la revista con calma, ellos te lo van a agradecer. ¿Te dieron tarea para las vacaciones?¡No es posible! urgente, queremos saber el nombre de ese profesor/a/maestro/a/ogro/bruja que lo hizo... ¡es un verdadero MONSTRUO! Queremos contratarlo para que trabaje con nosotros. Un ser con el corazón tan negro como para darte deberes en vacaciones, merece nuestro mayor respeto y admiración. Mandanos su nombre y nuestra oficina de personal se contactará con él. Y hablando de finales, estas líneas llegan a su culminación y lamentamos recordarte que en una semana tus vacaciones también. Disfrutalas, salí a tomar un poco de aire, invadí la ciudad y llevá la noticia de una nueva Cripy a tus amigos... así pueden conversar

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sobre las historietas que más te hayan gustado. Nos vemos en dos meses. No te vayas muy lejos, nuestros sustos son de corto alcance. Buuuuuuuuuuuuu...uuuu...uuu

Hasta ahí llegamos.


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PĂ GINAS MACABRAS

Concedeme tres deseos 39


Juntó aire y sopló, se sentía el lobo feroz intentando tirar abajo la casa de uno de los tres chanchitos, las velas volvieron a prenderse… repitió la operación. Antes de que se encendieran de nuevo, apretó las mechas con los dedos. Listo. Con eso sería suficiente. -¿Pediste los tres deseos? – le preguntó la mamá a Diana, la chica asintió con la cabeza. No, no había pedido ningún deseo. Desde que apagó sus primeras velas jamás se había cumplido ninguno de sus deseos. Sabía que en ocasiones había pedido cosas difíciles, como esperar que le trajeran un unicornio. También había estado mal desear super poderes. Ahora que estaba más grande lo comprendía. Pero las cosas más sencillas y terrenales, tampoco se habían cumplido. Su cumpleaños llegaba a su fin. No podía creer que tenía catorce, demasiado grande para comportarse como una nenita, demasiado chica para comportarse como una adulta. “¡Te falta solo un año para los quince!”, había dicho la tía mientras la abrazaba como si eso fuera todo un acontecimiento. Era lo mismo que cumplir catorce o dieciséis, Diana no entendía por qué tanto revuelo. Se acostó y apagó la luz. Se quedó pensando en los lindos regalos recibidos hasta que el sueño la atrapó por completo. A mitad de la noche intentó girarse en la cama y le fue imposible. Sentía un peso sobre su cuerpo que la inmovilizaba, por un momento pensó que aún dormía y la sensación era parte de un sueño. Se pellizcó la mejilla para comprobarlo, le dolió. Estaba despierta. Estiró la mano para prender el velador pero no llegaba, y moverse no era una opción. No era una nenita para gritar por su mamá a mitad de la noche. Que pensaran lo que quisieran, lo haría de todos modos. Abrió la boca para gritar por ayuda, una mano se depositó sobre ella… tapándosela. Ahora sí, estaba aterrorizada. Escuchó un chasquido de dedos y la luz se encendió. La causa por la cual no podía moverse era que una chica que estaba recostada sobre ella. Tenía su rostro casi pegado al de Diana y la miraba sonriente. -No te asustes… soy buena – su sonrisa gigante dejó al descubierto unos lindos dientes blancos, de los cuales resaltaban unas paletas de conejo que la hacían ver terrible y encantadora. La chica retiró la mano de la boca de Diana al darse cuenta de que no gritaría. -¿Podrías salir de encima, por favor? Me estas aplastando – le dijo Diana sin entender lo que sucedía. La chica se sentó en la cama junto a Diana. Aparentaba tener la misma edad, tenía un rostro delicado, ojos chispeantes y picarescos, tenía un vestido corto de color lila que dejaba al descubierto sus largas y delgadas piernas, el cabello se le ondulaba libremente de manera desprolija. Por un instante, Diana confundió los rulos rebeldes de su frente con pequeños cuernos. -¿Por qué no pediste ningún deseo al apagar las velas esta noche? – preguntó la chica preocupada. Diana pensó que no debería haber tomado esa copa de sidra para brindar, aunque era sidra sin alcohol… no podía estar borracha, ¿no? Volvió a pellizcarse. Definitivamente estaba despierta. Al verla hacer eso, la chica también la pellizcó. “¡Ay!”, se quejó Diana. La chica sonrió, satisfecha por el dolorcito ocasionado. -¿Quién sos? ¿El hada de los deseos de cumpleaños? – preguntó Diana incrédula. -Algo así, aunque preferiría que me consideraras una diosa menor… pero hada está bien – contestó la chica disconforme – y por lo que no hiciste hoy, mi jefe me despidió… Al escucharla, Diana se sintió culpable por ello. No sabía que el no pedir los tres deseos podía ocasionar un problema, además no sería la única que no lo hacía.

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-No los pedí porque jamás me los cumpliste, debe haber más personas que no piden, los adultos, por ejemplo… - dijo Diana intentando esquivar la responsabilidad. -Los adultos son los que más piden… siempre lo mismo, eso sí – dijo el hada divertida – “Salud, dinero y amor”. ¿Tengo cara de banco? No puedo darles plata. La salud no depende de mí… En el amor los podría ayudar un poco, si los humanos entendieran algo del verdadero amor… lo cual no es así. Y los otros deseos, bueno… ¡me piden cada cosa! ¡Una vez una nena me pidió un unicornio! No existen los unicornios. ¿De dónde lo iba a sacar? -Los deseos sencillos tampoco los cumplís – contestó Diana, sonrojándose por el comentario del unicornio. -Sí, es que soy un poco vaga… lo reconozco – el hada chasqueó los dedos y en su mano apareció un esmalte de uñas, comenzó a pintarse las uñas de sus pies descalzos mientras hablaba con Diana. – Podrías ayudarme. Si logro que vuelvas a creer en mí y me pidas tus tres deseos, quizás mi jefe me devuelva el trabajo con todo lo que eso implica… El hada tomó una de las manos de Diana, y comenzó a pintarle las uñas también. La miraba suplicante, sus ojos daban más pena que los de un cachorrito abandonado en la calle. Diana tenía sus dudas, los genios y seres que cumplen deseos en muchas ocasiones terminan engañando a aquel que solicita dichos deseos. Eso lo había visto en varias películas. Por otra parte, tal vez estaba diciendo lo cierto, y se perdería de una buena oportunidad. La cuestión era pedirle algo sincero en donde no pudiera hacerle trampa, por las dudas. “Un unicornio está descartado”, pensó Diana mientras soplaba sus uñas recién pintadas. A sus recientes cumplidos catorce años, no era una chica que pudiera conservar amistades. Últimamente, se había sentido desilusionada de unas cuantas amigas. Se sentía sola. Le pareció buena idea que ese fuera su primer deseo. Si se lo cumplía, seguiría con los otros dos. -Quisiera una amistad sincera… que no desaparezca ante el primer problema que surja – dijo Diana muy segura de sus palabras. El hada chasqueó los dedos, cerró los ojos y dijo “listo”. Le dio un beso en la mejilla a Diana y le prometió volver en unos días para cumplir el próximo deseo. Transcurrieron unos cuantos días hasta que el hada volvió. Al igual que la primera vez, llegó de noche a la habitación de Diana. Chasqueó los dedos para que la luz del velador se prendiera, ya no era violeta sino blanco. Las cortinas también eran diferentes, no tenían dibujitos de mariposas, y los posters que adornaban las paredes ya no estaban. Se quedó mirando a la chica que ocupaba la cama, la cual intentaba despertarse del todo. Se sentó en la cama dando un gran bostezo antes de hablar. -Unos días dijiste… ¡unos cuantos! Pasaron cinco años, hadita – contestó Diana risueña, tenía el cabello más corto y claro, se había transformado en una hermosa mujer. -El tiempo transcurre diferente para mí… y ya te dije, soy un poco vaga – dijo el hada con su sonrisa pícara, y esa manera única de arquear una sola ceja. El hada era consciente del tiempo transcurrido, había estado observando a Diana sin que ella lo notase. Era todo parte de su plan. En esos años a Diana se le había cumplido el deseo. Un chico a quien conocía desde pequeña y al cual solo saludaba al pasar, se le acercó a hablarle en un evento de la escuela. Desde ese momento, una relación muy especial surgió entre ellos, convirtiéndolos en amigos inseparables, más allá de las circunstancias o las diferentes opiniones. Cualquier inconveniente, lo resolvían juntos. La vida de Diana había cambiado para bien gracias a


ello. -Estoy lista para mi segundo deseo – dijo Diana, esta vez con total confianza – Quiero ser linda… El hadita la observó durante un buen rato. Diana era linda. Lo era hace cinco añas atrás, y lo era aún más en el presente. Diana, a sus diecinueve años, era insegura y no lo sentía de esa manera. Al igual que la vez anterior, chasqueó los dedos, cerró los ojos y dijo “listo”. A la mañana siguiente, Diana se asombró al ver la imagen que le devolvía el espejo… era hermosa. Igual de hermosa que la noche anterior, sólo que esta vez ella así lo creía. Más feliz que nunca se fue al trabajo, ansiosa de mostrarle a su mejor amigo su nueva belleza. Un par de meses después, el hada volvió por el tercer deseo. El último deseo, le dijo, debe ser uno muy especial. Diana que se sentía de maravillas con su vida, no tenía nada que pedir. -¿Estás segura que no necesitás nada más? – preguntó el hada cuando Diana lo rechazó, su voz sonaba más adulta de lo que aparentaba en imagen. Ya no parecía la dulce hadita que Diana creía que era. -Sí, estoy segura. Con los dos deseos que me cumpliste, estoy bien – contestó agradecida. -En verdad… no te cumplí nada. Te dije lo que querías escuchar. Y tu amigo, bueno… siempre estuvo ahí, faltaba que estuvieras dispuesta a darle una oportunidad. El hada no sólo había perdido su trabajo, la habían desterrado por incumplimiento y mala conducta, y al hacerlo, le habían quitado sus poderes para siempre. Le quedaban pequeños trucos por su condición de ser mágico, nada más. Estaba anclada en el mundo de los humanos; aburrida, envidiosa y enojada… -Podrías perder todo de un día para otro. No hay magia que te asegure la amistad de la persona que tanto querés, ni que conserve tu belleza. ¿No te das cuenta que sos una chica como cualquier otra? – dijo el hada con malicia. Diana no supo que contestar, de repente se sentía confundida e insegura. -No soy como cualquier otra… soy única – dijo en voz baja, muy en el fondo sabía que era así, pero uno de los trucos que le quedaba al hada consistía en hacerla dudar. -Todos los humanos se creen únicos, y son todos iguales… yo podría hacerte realmente especial – ofreció el hada con voz cautivante, sonrió y sus paletas de conejo ya no parecían simpáticas sino peligrosas - Si me lo pidieras… Al fin y al cabo, Diana había tenido razón al desconfiar. Estaba atrapada, el hada la había engañado y se sentía débil para negarse. Sin embargo, sacó fuerzas de donde pudo y dijo: “¡No quiero nada! ¡Andate y no vuelvas!” El hada se fue riendo, sabía que pronto le pediría por favor que interviniera. La semilla de la duda que había plantado el hada en Diana, iba creciendo día a día. Sentía que tenía mucho que perder, y la sugestión de que todo empeoraría ahora que sabía la verdad, hacía que hasta la más sencilla situación se complicara. Diana vivía asustada y a la defensiva. Por tener esa actitud, se peleó con su mejor amigo por una tontería y se distanciaron. La preocupación hizo que Diana no conciliara el sueño, el no descansar bien la hacía verse demacrada. De un momento para otro se sentía sola, volvía a no gustarse a sí misma, y tenía miedo. Nada había cambiado en realidad, pero Diana había dejado de creer en ella. Volvía a su inseguridad de siempre, la cual había derrotado porque pensaba que la magia estaba de su lado. Devastada, llamó al hada durante noches pidiendo… exigiendo, le concediera su tercer y último deseo. Y una noche el

hada apareció. -¿Estás bien, Diana? – preguntó el hada con absoluta falsedad, al ver los llorosos ojos de la chica. -Quiero mi tercer deseo… quiero ser especial… -¿Estás segura? No podés arrepentirte una vez que me lo confirmes. -Lo estoy – contestó Diana El hadita arqueó la ceja, se acercó a Diana y le acomodó el cabello. -Ustedes los humanos necesitan la aprobación constante de los demás para sentirse cómodos consigo mismos – le dijo el hada con fastidio – que le digan que son lindos, especiales, o lo suficientemente buenos para ser queridos por alguien. Si les dicen lo contrario, se creen que no valen nada. Viven comparándose unos con otros, en vez de valorarse tal cual son. No los entiendo… Diana, siempre fuiste querible, hermosa y especial, no te hacía falta ninguna magia. ¿Tan difícil es aceptarse? Diana entendió lo que el hada le había dicho, y se sintió tonta por no verlo antes. Empezó a recuperar su fuerza y confianza… pero claro, era demasiado tarde, no se podía volver atrás. Había pedido su tercer deseo. -Ahora vas a ser especial para siempre… lástima que ya no serás vos… sino yo. El hada no podía volver a su mundo mágico ni a su vieja vida. Por eso deseaba la vida de Diana más que a nada. La había observado todos esos años, la había visto crecer, reír, llorar, jugar, cantar… hasta esas pequeñas cosas le envidiaba. Lo quería todo para ella, y lo tendría. La espera había valido la pena. Sería la mejor amiga, hija, mujer. La mejor de la raza, una diosa en un cuerpo humano. Única. Deslumbrante. Eterna. El hada chasqueó los dedos por última vez, su cuerpo se hizo bruma, y entró por la nariz de Diana como un humito violeta. Diana tosió, se tomó de la garganta con ambas manos, se ahogó… y dejó de existir. El hada enfocó sus nuevos ojos y miró a su alrededor, pasó la lengua por los dientes, tenía una paletas menos prominentes pero le gustaban. Haciendo un pequeño esfuerzo consiguió arquear una sola ceja.

Texto: Verónica Roldán Ilustración: Daniel Pito Campos

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De TeJorh!

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podrias buscarte un pasatiempo hasta la siguiente Cripy... 多no te parece?


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